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eneljardíndelacasaderomán
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arte de tapa
acrílico 20x25cm .2018.Victoria Viola.
arte de contratapa
acuarela 20x25cm .2018. Victoria Viola.
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a las palabras se las lleva el viento
27 CARTAS DE AMOR EN PAPEL
eneljardíndelacasaderomán
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…una carta puede crear un mundo.
puede ser una forma de expresar amor
una carta perfumada, desnuda, con el olor del papel,
sutil, delicada y única.
quizá en todo lo dicho radique su belleza un ritual [sagrado]
hoy el juego es dejarla en un libro.
no hay sobre, no hay timbrado, ni estampilla, ni buzón.
no se entrega en mano, no hay cartero que llame a la puerta
una carta puede ser cualquier cosa que detenga el tiempo
y sea volver a mirarse a los ojos
[resguardar en un papel,
quizá haga que no seamos
alcanzados por el olvido].
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Prólogo
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tiempo, intentan saldar deudas, mas son conscientes del valor de
los errores, los arrebatos y los excesos. Pero su magia invisible
reside en que todas han sido escritas para un único, total y defini-
tivo destinatario: el lector.
¿Por que quién no se ha sentido alguna vez el receptor equívo-
co de un mensaje sin remitente? ¿Quién no se supo patria, maldi-
ción, abandono? ¿Quién, una mañana de verano, no se lamió las
heridas de las patas, cual perro que olvidó el camino de regreso a
casa? ¿Quién no sintió, tantas tantas veces, el impulso de cruzar la
línea divisoria entre el bien y el mar? ¿Quién no fue el daño, el
cuerpo y la espera de que por fin un ser anacrónico llegase para
entregar ese mensaje escrito de puño y letra?
Macarena Moraña
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Hace un par de días tomamos este pueblo, luego de un
bombardeo de los nuestros. Vinimos a recoger los pedazos.
Entramos con temor, con cautela, esperando una resistencia
cerrada, esperando dejar la vida en el asedio, esperando el
odio y el desprecio que nos hicieran pagar cara nuestra vic-
toria o afrontar el fracaso.
Pero la gente estaba empeñada en sobrevivir como podía,
en conseguir comida, en huir de toda esta locura, en llorar a
sus muertos sin tiempo ni para enterrarlos. Nada sabían de
los motivos de esta guerra absurda. Hubo gente que me ofre-
ció comida para que no la matara, o para que no violara a sus
hijas. Pude cambiar mis últimos cigarrillos y media barra de
chocolate por esta pluma que va agotando su tinta y el mon-
tón de hojas que tienes ahora en las manos.
Había hombres a los que consideré mis hermanos. Nos
imaginaba haciendo una barbacoa y viendo a nuestros hijos
correr. Algunos de esos hombres mataron gente desarmada
a sangre fría, algunos de esos hombres violaron niñas que
apenas podían mantenerse en pie de hambre y miedo.
Ya no se respira el alma de la gente que habitó esta casa.
Solamente se respira el olor de la muerte y la desolación
que va cerrándose en torno nuestro como una niebla espe-
sa e inevitable.
Las explosiones, y la desolada Luna que se empeña en
brillar aún tras el polvo, iluminan tu foto. Me traen tus ojos,
tu pelo, tu sonrisa. No tengo miedo porque en las noches
tu mirada me acuna, tus brazos me rodean y me llevan lejos
del horror.
Nunca entendí lo que era el amor hasta que me sentí des-
amparado, hasta que me sentí solo, hasta que estuve cara a
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cara con la muerte, rodeado de ojos que ya no ven, con el
aliento de la muerte respirando cada vez más cerca, en cada
bala que patea la pared, en cada bomba que incendia la tierra
y me llena de polvo los ojos.
Un alemán que hicimos prisionero me enseñó una can-
ción. Me escribió la letra en un trozo de cartón y trató de
explicármela, pero nada entendí. La tocó con su armónica y
entonces comprendí la melodía, la melancolía del recuerdo,
el dolor de la añoranza. Su melodía traía tus palabras. Esa es
la misma melodía que tarareo en mi cabeza en noches como
esta, en las que me abrazo sintiendo tu abrazo, en las que mi
piel quemada, cansada y arada de gusanos añora el roce de tu
piel, la tibieza de tu cuerpo.
No entendí lo que era el amor hasta que pasé hambre y
frío. No entendí lo que era el amor hasta que tuve miedo a
morir. Mi cuerpo ya no aguanta más, las costillas me pinchan
la piel y se pegan a mi uniforme raído y empapado. Pero mi
voluntad se apoya en tu mirada, en el sonido de tu risa que se
me antoja el rumor de un río donde descanso mis heridas y
mi alma rota. No entendía lo que era el amor hasta que nos
alejamos. Pero ahora tu amor es mi alimento, me llena la
sangre de pájaros, me hace seguir en pie y aguantar, tan sólo
para volver a ti y mirarme nuevamente en tus ojos. Siempre
soñé con ser un artista famoso, con tener fama y dinero.
Recién ahora entendí que nada vale más que un abrazo tuyo,
que poder llorar en tu pecho.
La guerra nunca salvará al mundo. Solamente el amor,
quizá el amor.
Amor
Amor Querido, mi querido
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sotros ¿Quiénes permanecen del otro lado de la pared du-
rante tanto tiempo? Ya no podremos nacer de nuevo, tal vez
volver atrás sea perder el juego.
Podríamos haber sido lo único indestructible en nuestras
vidas. ¿No se te llena el corazón de tristeza sabiendo que nun-
ca más nos encontraremos? Ahora sólo podemos inventar amo-
res como el nuestro, intentar encontrar alguien como si nos
encontráramos, creer que podemos dejar de escaparnos y que
el corazón se nos parta, al darnos cuenta de que no hay nada
en este mundo, y quizás en ningún otro que se nos parezca.
Recuerdo el tiempo en que me contaste cuando murió tu
abuela. Casi puedo verte velándola en tu cuarto, como una
imagen oscura y tenebrosa. La vieja muerta, pálida, después
de muchos años de convalecencia, dando alivio a tu madre.
Una especie de liberación fúnebre. Vos ahí, con un ahogo
infinito. Todo lo dark de la adolescencia envolviéndote la
cara. Te temblaban las manos cada vez que me lo contabas.
Hablábamos de sus jazmines y tu tristeza. Siempre odié los
jazmines, creo que nunca te lo dije, debiste suponerlo, por
mi cara.
Estoy intentando rearmar este rompecabezas que es el
tiempo y que apenas puedo sostener con un hilo, que pendula
incesantemente, el hilo de la memoria. A veces tengo la sen-
sación de estar inventándolo todo, tal como si habitara una
historia contada. La vida se trata de vivir, sin saber el desen-
lace, en lo posible. De saberlo el amor nunca llegaría, y hu-
biésemos perdido antes de intentarlo.
Al final, en algunas cosas te hice caso, cada vez creo me-
nos en lo que veo. Pero sigo tirando del ovillo. Tejiendo y
destejiendo mis partes con firmeza. Aunque sigo sin saber si
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caminar sin cesar me lleve a otros caminos o si al dar otros
pasos termino en ese laberinto de la memoria. Quizás quiera
demorarme en la culpa de no cavar hasta encontrarte.
A veces intento encontrar un reflejo, una señal de lo que
fuimos. Reparar la estría por la que te fuiste. ¿Se puede repa-
rar lo inevitable? No quisiera que no te hayas ido, no. Ya
nada queda de vos, apenas un olor, tu nombre cayendo so-
bre el recuerdo. Ya nada de vos merodea, sólo una foto
enmarcada. Pero quisiera saber, qué hubiéramos sido, si el
mundo no hubiese ardido para nosotros.
Fuimos apenas dos cuerpos que se eligieron a tientas. Ar-
mando tramas, creyendo en un destino. En el cielo pasan las
nubes y forman otras formas. Se agrupan, se reflejan y tam-
bién se esparcen ¿volverán a cruzarse alguna vez?
Mi amor, era mejor no estar, esta vida está llena de tram-
pas. Y no hay héroes ni heroínas. Sospecho que ya no puedo
inventar una palabra que empiece a nombrarnos. Mi estrate-
gia es seguir migrando. Al final hay algo de destino que nos
persigue. Como un laberinto del que no se puede salir, sino
desde arriba. Pero acá abajo, donde mis pies se juntan con la
tierra, hay que seguir. Seguir, perder hasta terminar y seguir.
Hoy la neblina se puso más espesa y no recuerdo exacta-
mente cuándo fue la última mañana que me sentí feliz. ¿Te
das cuenta? El mundo se rompe a pedazos como tantas otras
veces y ni siquiera el recuerdo nos salva. ¿Sabés? Las prome-
sas se mueren todo el tiempo, irremediablemente.
Cómo las parejas que se consumen.
Amor, querido amor. La soledad ya no es recordarte, es
envejecer sin un ovillo entre las manos.
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C.A.
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Me acuerdo a la perfección tus palabras: vengo a vivir con
vos porque quiero estar cerca tuyo. Me enseñaste el secreto
de convivir. Yo, hasta antes de ese sueño decía la misma
pelotudez: quiero estar solo o yo nací para estar solo.
Vos me enseñaste a quererte cerca.
Freud decía que en los sueños hay cumplimiento de de-
seo. Será que mi vida es una cadena de deseos incumplidos,
uno pegado a otro, y que vos venís a enseñarme mis deseos
mientras estoy dormido. Mientras bajo la guardia.
En los sueños soy una persona accesible. En la vigilia me
la paso peleando, haciendo la contra.
En uno de los sueños hablábamos de un tema importan-
te. Ese día, después de abrir los ojos tuve dos pensamientos:
escribirte y no escribirte. Quería saber si estabas bien des-
pués de tantas visitas oníricas:
Encuesté a amigos y amigas.
Quería saber si para ellos los sueños son señal de algo.
¿Qué puede tener de malo escribirle a la persona con la
que se sueña?
Soy bastante torpe para hacer preguntas sin vueltas, la en-
cuesta iba así:
¿Alguna vez le escribiste a alguien con quien soñaste? SI/
NO (justifique)
Si soñás con alguien, ¿es importante? SI/NO (justifique)
¿Existen los sueños donde se dicen y aprenden cosas sig-
nificativas e importantes para la vida de uno? SI/NO (ya no
justifique)
Cansado de no llegar a nada, consulté con el analista. No
fui directo respecto de los sueños. En terapia empiezo a ha-
blar de vos de otras formas. Como si vinieras disfrazada,
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como una diosa griega, que cambia a la forma de un árbol o
animal y se mete en mi vida.
Entiendo que el amor, el viejo amor, siempre es algo con-
sagrado, algo difícil de espantar con rapidez. El tiempo del
viejo amor es eterno. Los recuerdos de los días vividos son
un jardín que se renueva sin cansancio. Lo sé, es cansador.
Ponete a pensar que cada giro que le doy a lo que tuvimos
es acompañado de una vida nueva, del:
¿Qué hubiera sido si...?
¿y si ahora es distinto?
Es insoportable vivirse después de un amor. El cuerpo
no sirve para llevar una vida digna. La piel no se desprende
rápido. Todo lo nuevo que se siente y piensa es puesto bajo
la lupa de la desconfianza en una especie de hipocondría
mental. El sexo con otra persona es tibio. Uno es tibio, como
esos peces horribles que nadan detrás del vidrio de la pecera
en una veterinaria. Siento mi mar habitado por plantas, baú-
les, piedras de utilería.
Los otros sueños los olvidé. Hice el esfuerzo para no ha-
certe perder el tiempo si lees esto algún día. No más tiempo
perdido.No más tiempo perdido.No más tiempo perdido.Lo
repito como un mantra.
Me repito cosas en la cabeza, frases positivas para que se
graben en el subconsciente.
Quería contarte varias cosas en la carta, no solo los sue-
ños. Es obvio que ya no puedo ser directo con vos. Se me
dan vuelta las lógicas en la cabeza. Lo sabes.
El otro día, leí un relato de Edgar Keret que hablaba de
Polonia. Lo grabé en el celular. Pienso pasártelo. Mientras lo
leía me acordé de las fotos de Polonia que sacaste. Los retra-
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tos de gente triste en las calles. Los retratos en blanco y ne-
gro con los que me enseñaste el mundo. Siento que podría
reconocer a la mujer polaca de tu foto si la viera en la calle.
Me gustaría que fuera mi abuela.
En un libro de Libertella leí otra cosa que te quería con-
tar... Qué vacío me siento sin contarte tonterías. Antes leía el
doble solo para contarte historias.
Decía que los lobos, antes de morir, suelen esconderse en
el fondo de sus cuevas. Entonces giran varias veces sobre sí
mismos, formando un torbellino de tierra que compactan
en un vórtice y engullen de un solo bocado, hasta ahogarse.
Lo leí y pensé en los torbellinos que hago cuando me
repliego para pensar. Me estoy ahogando y no sé como salir
del fondo de la cueva.
Imagino que habrás cambiado de lugar los muebles. Hay
un chocolate para vos en la heladera. Como sé que no vas a
venir a buscarlo me lo como yo.
Desaparezco en esas cosas extrañas que se sienten cuan-
do se dice adiós:
Dejar morir
las ilusiones
de lo que no fuimos juntos
dejar que todo lo callado
hable y diga:
hay que seguir caminando
entender
que todo lo que no pasó
tiene sentido de libertad
y de amor extraviado.
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Querida Luana
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han dado la distancia, la realidad nos descubre al mundo y
este nos bofetea por ser herejes a la frialdad de él…pero la
vida sigue, perdura, se funde en la esperanza de lo que he-
mos sido, en ese fuego latente y las brasas al viento, en los
ojos brillantes de la pasión que en algún momento pudo
ser llanto, pero siempre ha sido vida… pues siempre sere-
mos los dos en la fotografía de nuestro recuerdo, en los
momentos de nuestra memoria en el ahora, en para siem-
pre, en el amor eterno… Besos, te amo…
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hacia Aeroparque, o un último abrazo, porque me acababas
de dejar parada en medio de la nada, sin nadie o sin vos, que
para el caso era lo mismo.
Lo compré en Cúspide, esa librería inmensa y tan comer-
cial que odias, porque los saldos no existen. Lo compré como
si lo descubriera, como si el libro fuera quien atrajera mi
atención y sólo con el título me llamara. Era la novela per-
fecta para mí, porque hablaba del amor, y del pasado; las
únicas dos cosas que me quedaban en ese momento. Una
historia, un antídoto o una explicación para un amor absolu-
to. ¿Y por qué lo tenías que tener vos? ¿Y por qué al amor
solamente lo tenía que tener yo? Agarré el ejemplar y mien-
tras lo pagaba, leí el inicio de la contratapa: "Después de
trece años de amor-uno de esos amores absolutos que nacen
en la adolescencia, modelan el mundo a su imagen y parecen
condenados a la inmortalidad-Rimini y Sofía se separan. (…)"
Resuelta, salí de la librería y empecé a caminar por Corrien-
tes hacia el sur. Quería que esa calle no se acabara, como si
tuviera la certeza de que al subirme al taxi, todo se termina-
ba. Por más que llevara entre mis manos una última excusa
de casi seiscientas páginaspara volver a verte, darte un rega-
lo, decirte que el amor, que quizás era lo único que no podía
irse en un avión de un día para el otro.
En unos minutos llegué a Aeroparque, y ya estaba senta-
da en un café con tiempo suficiente para mirar los ventana-
les con vista al río. Si te digo qué veía, en verdad lo invento,
podría haber estado mirando el parque donde los aviones
despegan, los hombres de mamelucos anaranjados que le
hacían señas a algún piloto de una de esas máquinas en las
que pronto me subiría. Podría haber estado mirando la an-
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chura del río gris, el horizonte dibujado detrás, la extensión
del pasto seco, el polvo que se levantaba cuando el motor de
un avión se encendía. O podría haber estado dentro de mis
ojos que ocupaban todo el espacio de la mesa redonda, de
madera dura, con lágrimas encima de una servilleta de papel
que me resistía a tirar.
Era demasiado usual la escena de la luz del atardecer aplas-
tante en aquel lugar donde todo estaba hecho a medida de la
buena felicidad, y también de la buena tristeza. Parecía que
allí sólo se pudiera llorar con buenos modales y libros en la
mesa, con el free shop al alcance de la vista, (las ganas que
tenía de comprarme cosas que me harían feliz por media
hora, pero que después me llenarían de culpa; para qué un
perfume, para qué chocolates caros, para qué los viajes, para
qué las cosas que no necesitamos Sofía, hubieras dicho).
La escena ocurría en un café Havanna, y yo sin poder
comer la galletita de chocolate por mi alergia a las harinas.
(Nunca puedo comer la galletita ni estar con vos que me
acabas de decir que no te aguantas la distancia, que lo deci-
diste. Y todo eso me lo decís tomándome de las manos, dán-
dome un beso seco en el cachete, en una plaza tan linda por-
que la plaza era hermosa como la gente y el lugar en donde
comimos después y vos mirándome con esa cara de compa-
sión, preguntándote acaso en lo que acabas de hacer, con un
jugo de limón al natural entre tus manos, y el plato de rissoto
como espejo de mi cara redonda, una niña feliz que sabe que
lo que vendrá después no lo vale ni ese plato tan bien comi-
do, ni la coca cola fría,y que seremos absolutamente infelices
porque nunca haremos lo que debe hacerse, porque tampo-
co sabemos qué es lo que debe hacerse. Mandarte una carta,
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decirte que todo lo que te rodea es maravilloso, y me refiero
a tus gestos, a tu humor, y a toda esa parafernalia de aborre-
cimiento al peronismo con el que venís criado. A mí no me
importa, porque me gusta hasta lo que odio de vos, inclu-
yendo los instantes precoces en los que basas toda tu anato-
mía, en los que no logro ni apenas abrir los ojos porque ya te
fuiste, y te estas fumando todo el atado y seguís viviendo tan
seguro de vos mismo).
Al otro día ya estaba en centro de Córdoba, envolviendo
el libro en un sobre para enviártelo. Antes, me había asegu-
rado en una librería de comprar otro ejemplar. Te dije, al
libro, lo teníamos que tener los dos. Te mandé un mensaje
diciendo que un regalo estaba en camino, que sólo tenías
que esperarlo, como esperaste en una esquina la primera vez
que nos encontramos: la puerta del hotel, vos vestido con un
jean Levis gastado y una campera negra, dándome un beso
de esos que no me dejan pensar, las manos frías sosteniendo
mis cachetes, tu pelo rubio y ondulado, tu tonada tan porte-
ña que me dio asco, el restaurant y las pastas sin gluten, los
cigarrillos y los besos en la vereda, el hotel.
Dos días después a tu padre era a quien le negaron el
paquete porque vos estarías viajando. A vos también te pe-
dían que viajes a otras provincias, y aprovecharas para salir
de la rutina. ¿Ves? A vos también te encantaba el amor así,
con viajes entre medio de semanas y encuentros en camas
que nunca fueron nuestras.
Volviste de viaje y fuiste al correo, pero el libro ya estaba
en Córdoba, te dijo un hombre de pelo canoso al que no le
confiaste ni la respuesta que te dio porque me llamaste
quejándote del servicio postal como si te quejaras de la co-
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rrupción de algunos políticos. Estabas enojado como si el
amor fuera el mensajero que no podía ubicarte en el día y a la
hora en que estarías en tu casa.
Unos días después fui yo la que tuvo que volver al correo
a buscar el paquete devuelto, como un cadáver de un ser
querido. Me acuerdo de la cara del empleado mirando mi
inercia para entregarle el comprobante de envío, exigiendo
mi documento sin cuidado, sin saber que lo único que tenía
conmigo en ese instante era mi identidad, una foto en la que
sonrío, un halo de pelo rubio, una bufanda roja, la mirada
bien puesta hacia la cámara.
Volví a casa con el libro que había recorrido mil doscien-
tos kilómetros, que había estado en las manos y en los bol-
sos de desconocidos, que estuvo cerca de los ojos de tu pa-
dre que tampoco me conoció. Fue la vez que más cerca estu-
ve de él, ¿viste? (Al menos tu papá vio escrito mi nombre).
Otra vez con el libro entre mis manos, y yo arrancando la
primera hoja donde había escrito la dedicatoria que ahora intento
recomenzar. De aquella hoja, una parte terminó pisada por un
auto en medio del asfalto como una paloma muerta, y la otra
incinerada en la quema de San Juan, a la que fui esa noche con
Pablo, casi arrastrada en la necesidad de tomar vino y pedir de-
seos: que el mundo sea hermoso, que haya salud y que nos inun-
de el amor. Creo que yo más bien pedí todo el amor y el olvido
junto, que para mí era casi lo mismo.
La dedicatoria decía: deseo que seas locamente amado
(como dice André Bretón, en el Amor Loco).
Entonces por fin esta carta, ahora que en un rato voy a verte
sólo para darte este libro, para cumplir con la excusa inicial,
cerrar el círculo. (Siempre tan extrema, Sofía, dirías. Siempre esa
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compulsión por abrir todo o cerrarlo hasta el final).
Otra vez intentando ensayar otra dedicatoria sin perder
la original, como si todo fuera parte del mismo libro, y no
me refiero a tu regalo, si no al nuestro. Un cuento, dijiste,
quiero un cuento y que me lo dediques. (Si algo hiciste bien,
es hacerme escribir. Si algo hice mal, es darte todos los
méritos a vos).
Pasó el tiempo, llegamos a este encuentro despojados de
cualquier inmediación amorosa a la ruptura. De lo que no
logré despegarme de los huesos, fue del libro. Un escalofrío
me recorre el cuerpo cuando a veces en mi casa, me choco
con el lomo en la biblioteca. Como te dije, tengo un ejem-
plar, y al lado el otro que es tuyo, y el mundo no se concibe
con dos ejemplares del mismo libro en una biblioteca perso-
nal. Por eso, mientras tomo el último sorbo de soda, escribo
la segunda dedicatoria.
¿Qué te amen locamente? Ya lo dije y no sé si te lo mere-
ces, aunque estés hecho para ser amado así. ¿Qué ames loca-
mente? Prefiero no saberlo. El café está lleno de gente, y en
diagonal a mí hay un tipo sentado tan parecido a Benedetti,
como solía aparecer en las solapas de sus libros, con su bigo-
te en blanco y negro, tan dulce como en sus cuentos, que
tengo ganas de ir a abrazarlo, porque ha perdido a Laura y
no lo puedo soportar.
También estás vos, puede verte en una tarde enque no
tomás café, por qué siempre el mate, tan interminable. Ay,
perdón. Todavía pienso que el amor es como un pájaro a
mitad de vuelo, a un punto de lo real, siempre en un intento
frustrado. El punto es que el pájaro vuele. El punto es que
vos no volás.
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La tercera dedicatoria termina en una habitación. Vos te
vas al baño mientras yo me visto y saco de mi cartera el libro.
Lo apoyo sobre tu mochila negra. Deberías cambiarla, te digo
mientras te acercas. Queda así, y por favor por una vez, no
me contradigas: deseo que seas locamente amado. Después
me vas a acompañar a la terminal y yo voy a poner mi nom-
bre. Vas a llorar como haces siempre. (¿Será que la única
prueba de amor fueron tus ojos en las terminales?) El amor
es más dulce cuando me vuelvo en colectivo, cuando al pasa-
je lo pago yo, cuando vos pagabas el tuyo para visitarme y te
quejabas delos asientos que te elegía. Me gustaba sacarte el
pasaje, ir a despedirte, no poder soportar verte detrás de la
ventanilla mientras el colectivo hacía marcha atrás para irse,
cuando yo lloraba por lo feas que eran las cortinas, por lo
mala que era la comida de los colectivos de larga distancia.
Estoy en Córdoba, me acabo de despertar. Anoche soñé
con vos. Tengo la esperanza de que un día de estos se me
pase ésta enfermedad. En el sueño estamos en el mar, quizás
te visité en Aguas Verdes. Camino descalza sobre la arena
caliente que se me pega en los talones, voy hacia vos para
llevarte al agua. Ya son las cinco de la tarde y todavía no te
decidiste. Llevas una hora pensando en qué hacer con la
reposera que parece adherida a tus muslos, cebar un mate o
ir al quiosco por una cerveza, cuando yo ya tengo cuatro
zambullidas de ventaja. Vos me decís que no me vuelva a ir
tan lejos, como si el mar fuera a estrecharme en un abrazo y
tuviera intenciones de enterrarme para siempre en la pro-
fundidad. Ey rubia, no te hagas la Alfonsina Storni, repetís
en el sueño, como en el cuento, como en ese verano que
pasamos juntos y apenas nos conocemos. Y si vos me dejas
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sola, te respondo yo, en el sueño, y en el cuento. No me
escuchás, en un cuento no puedo hacer que me escuches.
Finalmente nos metemos al agua y una ola casi me arranca
la biquini por completo. No me importa, yo sigo agarrada a tu
mano, como si fuera la raíz que me devuelve a la tierra. Cansa-
dos y con frío, salimos del agua y lentos, caminamos buscan-
do la reposera amarilla que dejamos al costado de la rambla.
Nos envolvemos en una toalla rosa descolorida. Apenas
nos cubre a los dos, mientras vos haces equilibrio para bus-
car el mate. Me cebas uno mientras nos sentamos estirando
los pies y acomodando la vista fija en el mar que poco a
poco se detiene, como si el atardecer fuera menguando el
movimiento del agua. Las sombrillas de colores empiezan a
cerrarse, la gente se enfila hacia la rambla, la calle principal,
los albergues transitorios de un verano precario y fugaz como
el sol de la tarde.
El viento no se detiene. Vos no hablas. Yo ya no miro el
mar, sólo a vos que seguís mirando hacia adelante. ¿Qué ves?
¿Es el futuro? Me gustaría preguntarte. Yo tengo el libro
abierto entre mis piernas, y vos que me decís que me deje de
joder con la misma novela, que no somos los mismos, que
sea yo la que escriba otra, que tengo talento, mientras me
acaricias la mano. El libro se abre. No hay dedicatorias. Eso
sólo sucede en el sueño, no en el cuento, ni en el último
verano que pasamos juntos, y que sigo deseando que seas
locamente amado.
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Carta a la estirpe
I
¿Qué escribirte, hermano herido,
Jinete despeñado desde las crines del tiempo?
Te ofrendo, criatura,
El hachazo que en mí descargaste
No apartes la vista
No niegues la hermosura cruel con que marcaste mi carne
Para hacerla un espejo de la tuya
No niegues, verdugo,
Que este tajo nos hermana
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Las fábricas
Los barcos
Los relojes
II
¿Qué escribirte, hermana ausente,
Amazona flechada por los días
Niña inmolada en los altares del nombre?
Te brindo, criatura,
Mi convulsión más íntima
Mi furia mutilada
No olvides, desterrada,
Que en mi exilio te reflejas
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¿Qué escribirte, entonces,
Si no es nuestro el idioma en que te hablo?
En la sangre
El ultraje
Los oficios
III
¿Qué decirte, en fin, criatura,
Animal asediado por el tiempo
Espiga geminada del sexo y la consciencia?
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Entonces pienso
En las fábricas
La cárcel
Los ultrajes
Los barcos
Los relojes
Los oficios
La lengua
El cadalso
El verso
La casa
La pólvora
El napalm
El pan
La cama
El ungüento
Acéptame en ofrenda,
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ción de aquellos cuentos de la antología para Hachette, me
sentía responsable de ese trabajo que te alejaba de tu escritu-
ra, me insistías en que escribiera y yo te alcanzaba cuatro
versos como si te diera la luna y con mi voz de maestrita te
pedía que los leyeras y era entonces cuando me levantabas y
me llevabas al sillón despatarrado que teníamos en ese de-
partamento que nos prestaban y me hacías el amor como si
fuera la guerra.
Se me mezcla todo, la mesa de escribir, tu tabaco, el olor
de tu cuerpo, la complicidad en el silencio que habitábamos
en esos días de finales del cincuenta, el viaje... se me mezcla
todo, las palabras de amor con las discusiones políticas, los
trámites para irnos, el llegar a la revolución cubana como
quien llega a la casa de los padres, las contradicciones de la
revolución, tus pasos en la noche, los días y las tardes que
nos fueron separando.
"Período Especial", así llama Fidel a esta malaria que es-
tamos transitando, yo estoy vieja, tengo 63, vos rondarías los
setenta, y tu libro en mi ventana, llegado desde aquello que
de chica llamaba patria...una alegría tu libro, recibirlo, así,
casi en secreto, una alegría en este hambre, en este cerco
genocida, si estuvieras aquí tomando este café lavado...
Si estuvieras aquí estarías vivo.
Anoche abandoné la carta, no podía seguir, recordaba cada
detalle de nuestro tiempo juntos, los libros que quedaron en
Buenos Aires, el caballo de ajedrez que robamos de un bar
de Pompeya, las noches en que ya no había más que un nau-
fragio entre nosotros, pero seguía allí la increíble lealtad que
nos unía y nos hacía beber mientras me explicabas el siguiente
paso de la revolución.
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Una noche llegaste más tarde que de costumbre te tiraste
en la cama y me dijiste que te ibas. No sirvieron mis ruegos
de señorita educada en colegio de monjas, no sirvieron mis
jugos, ni mis caricias, nada, me dijiste que te ibas.
Levanté mi dignidad del piso me arreglé un poco el pelo,
como si eso compusiera mi cabeza y te dije que me quedaba,
que mi deber estaba con la revolución y que arriba los po-
bres del mundo y soplemos la potente fragua que el hombre
nuevo ha de forjar...
En fin, traté de salir del paso, pero tu voz, precisa y clara,
me tranquilizó, tu voz me dice que sí, que me quede, que voy
a estar bien, que fuimos buenos, que me vas a escribir y que
si quiero volverme...
Pero pasó el tiempo, al principio casi ni escribías, me lle-
gaba algún paquete con libros o un kilo de yerba, una esquelita
tierna, después también me llegaban encargos, avisar a un
fulano, repartir estos mensajes, una vez mandaste dinero, mu-
cho, tanto que no supe en qué gastarlo y se los lleve en tu
nombre a los escritores que estaban formado una asociación
de artistas.
Me empezaste a escribir con regularidad, me contabas de
tus viajes, en una carta había un párrafo que hasta hoy re-
cuerdo "querida estoy en crisis este 1968 he actuado mucho
más en función política que anteriormente, incluso en Cuba.
Quiero decir, con muchas menos dudas y con una concien-
cia mucho más clara". No alcancé a dimensionar lo que se
traía ese mensaje, quede en la palabra "querida".
En 1970 me mandaste una carta y firmaste Esteban, me
explicabas que la lucha era armada o no era lucha, que por
fin te sentías parte de algo y que la revolución era peronista,
37
como el pueblo, en tu carta, Walsh, me decías "querida com-
pañera" me preguntabas por G. y también me pedías que
revisara los diarios, que no me quedara nunca con la versión
del "establishment ", me preguntabas por Fidel y los compa-
ñeros de PL y yo te contestaba dando detalles de mi vidita en
la calle Neptuno, de la lectura de Cortázar en Casa de la
Américas y así por el estilo, mis cartas de tan domésticas,
apestaban, las tuyas eran otra cosa... tenían, cómo decirlo,
no sé, una épica.
Ahora releo tu libro, ese que alguien dejó en mi ventana, sin
vidrios, en esta isla, y me siento a/islada... sí, estoy aislada de
lo que fue esa otra vida tuya en la que mi nombre sólo fue
memoria agradecida, esa vida tuya de la que no formé parte.
Leyéndote escucho tu voz, precisa y clara, a pesar de es-
tos lentes sigo y leo una y otra vez tus palabras, se suceden
los hechos como en una pantalla, los lugares a los que nunca
fuimos juntos, las charlas de las que no participé, los besos
que no me diste, las mujeres que te tuvieron entre sus bra-
zos, que te apretaron con sus piernas, pretendiendo hacerte
recalar en sus aguas mansas, todo veo, sabiendo que estoy en
esta isla donde falta hasta el jabón pero donde sobra la digni-
dad de su pueblo.
Es 1995 en Cuba y también en Argentina, tu nombre ya
es un mito, tu figura un bronce, las editoriales publican,
reeditan tus libros, tu hija Patricia anda erguida de orgullo
tras tus pasos, la universidad tiene premios con tu nombre,
filman películas, documentales de tu vida, pero tus asesinos
andan sueltos.
El país, ese por el que luchaste, el país ese que alguna vez
sentimos nuestro, está en manos de un personaje ridículo
38
que fue entregando una a una las joyas de la abuela a las
multinacionales, y en artilugios legales dejó libres a los asesi-
nos de toda una generación, ese, que también fue víctima de
la dictadura en sus prisiones, ahora suscribe la obediencia
debida y el punto final y nos castiga a todos con los indultos
más vergonzosos de la historia, libera a los criminales a los
que vos denunciaste con valentía y a costa de tu vida.
Pierdo el hilo, me confundo, las emociones se me entrete-
jen con recuerdos míos, de nosotros y con recuerdos tuyos
que te robo, en este momento de marzo, cuando apenas
empieza la primavera en la isla, las lluvias, cuando en mi co-
cina no hay olor a nada, sobre esta mesa con un café recalen-
tado, aislada, te escribo como si fueras a leerme, como si
fuera posible que tu voz y que tu risa...
Querido Rodolfo, nunca te nombré así, pero querido
Rodolfo, tocan a la puerta y quisiera fuera tu mano y tu cabe-
za las que se asoman por la reja, aparece un amigo, un poeta,
me pregunta por el libro, si ya lo tengo, si lo leí, que sé yo,
pregunta y pregunta y de pronto está en mi cocina y ve la
carta sobre la mesa, me mira con sus ojos de latir y pone su
mano tibia en mi hombro, tengo sesenta y tres años pero
hoy soy tu chica, la que nombrás en tus papeles personales y
él lo sabe, soy aquella chica, la noviecita que según tus pala-
bras "escribía incomparablemente mejor que yo".
La chica que dejó los versos después de esa noche en
que partiste de La Habana, la chica que hizo el esfuerzo
de no usar el tú, ni caer en las trampas que el exilio hace
con la lengua, la chica que se aferró al vos y al che, a los
pibes, a la palabra clara y precisa, para poder seguir leyen-
do en argentino.
39
Corazón de palo... decías que habías nacido en Choele
Choel , que se podía traducir como corazón de palo, decías
que tuviste muchos oficios, que precisabas una cuota gene-
rosa de tiempo, que la literatura es, entre otras cosas, un avance
laborioso a través de la propia estupidez... esas cosas decías
y yo las escuchaba, ahora las leo con la misma convicción del
catecismo de la infancia.
El amigo Juan, poeta de la gente, me contó que trajo tu
libro, que golpeó y como no salí lo dejo sobre la ventana,
que ahora de paso para una reunión en la UNEAC quiso
verme y traerme algunas cosas, abre un bolsito y saca dos
toallas, un jabón, yerba, azúcar, champú, café y galletitas
Opera, yo lo abrazo y le agradezco, hay tanto que falta en
esta isla...
Te escribo una carta, o dos, o tres, juro que nunca en nin-
guna habrá un reproche, llegada a esa encrucijada, saldré a la
calle a conseguir medio litro de leche o un pocillo de café, y
retomaré la escritura, te preguntaré por Paco, por las chicas,
por la niñita de Vicky, por la casa del Tigre, por ella, sí tam-
bién te preguntaré por Lilia, la casa de San Vicente, los cuen-
tos, la calle Entre Ríos.
Tengo sesenta y tres años, soy editora de una revista
emblemática, me saco los zapatos al salir de la oficina y
camino las treinta cuadras en chancletas para que no se
gasten, como poco, fumo mucho, pienso todos los días en
vos, cuando puedas vení a verme, mandame el original de
"Esa Mujer", quiero ver cuánto corregiste, los tachones, las
enmiendas, quiero escucharte reír cuando te comente que
al coronel lo conocí en el Hípico, que tengo la parte del
cuento aquel del conscripto que tanto me reclamaste y que
40
por casualidad encontré buscando fotos viejas, vení pron-
to, te estoy esperando.
Posdata:
La tarde está pesada, el Malecón lleno de pibes, unos vie-
jos juegan dominó, lo hubieras disfrutado.
María
41
9
Preciosa de mí:
43
rra acercarse o asomar el hocico por nuestro cuenco. ¿Te
olvidaste? Creo que no: tomamos el truco, la trampa para
tenderle a la huesuda, de una película que nos encantó. Ab-
sortos frente a la pantalla nos pusimos, como casi siempre,
en los zapatos travestidos del protagonista. Ahí decidimos
que podíamos engañar a la muerte. Pero esto va de hamor y
no quisiera oscurecer la escritura. Aunque se me ocurre que
otra forma de tenderle la celada a la bicha oscura sería po-
nernos a leer como siempre. Leernos textos por azar, como
conjurando la palabra y la vida. Sin mirarla. Atentos a los
versos de los colegas de la extensa historia de la poesía o del
presente, de acá nomás. Como tantas tardes donde invoca-
mos la palabra de los poetas y ahí nos zambullimos sin ma-
yores preámbulos. Algo tenemos claro: no sabíamos lo que
era el hamor. Hubo aproximaciones, vivencias, querencias.
Hubo años de espera y preparación sin tomar conciencia de
ello. Sólo movidos por la intuición, por una voz interna y
persistente que nos alertaba sobre lo que aún no había suce-
dido. ¿Y qué es lo que sucedió? ¡Ahhhh! El rugido, la acele-
ración, el aterrizaje forzoso, el despegue bestial, el alumbra-
miento de la maravilla y del misterio. La importancia de la
hache, claro. Lo singular y único. Mares, cementerios, escale-
ras, la lluvia. Vos (bos) en escorzo, perfil enamorado. Y la
voz. Como si alguien hubiese abierto el paisaje con una mo-
tosierra para dejarnos pasar a ese otro lugar de luz. ¿Cómo
explica la escritura un acontecimiento que vuelve mágica y
feroz de amor a la realidad? Ahora estoy mirando una foto
tuya, tu pelo fosforescente y tu aura de irrealidad, como si
no estuvieras allí y estuvieras, al mismo tiempo, en todas
partes. Mirarte ahí es una forma de constatar y confirmar
44
todo esto. Y no es que te te sienta abstracta (por la foto,
claro) como te digo cada vez que hablamos por teléfono y
dejamos de vernos por unas horas, unos días (¿y es eso posi-
ble?). Tenés un pánico amoroso por la abstracción de noso-
tros. Por esa forma de "abstraerte" que imagino, o mejor,
con la que juego para provocarte y provocarnos. Obvio que
es un juego: cómo podría desrealizarte, sacarte de la dimen-
sión de lo concreto si sos parte de mí. Sos yo. Soy bos. Nos
somos. Somos. La distancia queda abolida, como la muerte.
Trato de explicarte todas estas cosas en la escritura y sé a
ciencia cierta que ya lo sabés, que lo entendiste desde siem-
pre. Te hamo por esa especie de sabiduría ancestral que tenés.
Como si a cada rato te dieras una vuelta por el oráculo con
total naturalidad. Sabia belleza y belleza sabia. De alguna for-
ma, tu condición de pitonisa o bruja o hechicera de un anti-
guo relato del centro de Europa, se apoya además en la pala-
bra. En la poesía. Eso que respirás y te constituye: poesía.
Podría poner la palabra Poesía así, con mayúscula: tu natura-
leza. Es lo que respirás, aunque no la estés escribiendo, ni
leyendo. Sé que va más allá y abarca todas las dimensiones
de tu vida. Te hace. La inevitabilidad de tu naturaleza poéti-
ca. Poiética. Desde ese mirador, que también es tu atalaya, te
observa mi hamor. Y bien sabés que nada de esto supone
una pretendida altura: estamos chapoteando en la ciénaga,
metidos hasta los huesos en este barro, cieno que nos inun-
da. Y cómo nos gusta eso. Descubrimos una forma (La For-
ma) de la felicidad en el medio de este pantano. Somos el
mismo accidente geográfico. Una fosa abisal repleta de
luminarias y a punto de eclosionar y mutar en otra cosa. Ahí
vamos. Hay algo de ceguera en todo esto, y algo de clarivi-
45
dencia. Lo sabemos y tan campantes. Una vez me dijiste que
soy el amor de tu muerte:
-No sos el amor de mi vida.
(Silencio).
-Sos el hamor de mi muerte.
Yo sentía que todo lo que había sido hasta ese momento
se destornillaba abajo de mí. La más hermosa declaración de
amor me había tocado en suerte. Cómo para no hamarla,
pensé esa noche cuando ya no estabas. Aunque siempre es-
tás. Te inhalo. Nos respiramos. Y eso me entusiasma. Es
decir, saber que estamos, que vienen muchos más decibeles
por delante, que no hay otra forma del tiempo que no tenga
tu forma. Como te he dicho: si esto fuese una enfermedad,
un mal que me asaltó, yo estaría todo tomado. Porque es un
ejercicio harto difícil, si no vano, tratar de definir el amor. El
hamor. No hay conceptos, ni metáforas, ni descripciones,
pareciera, que puedan dar cuenta de lo que nos atravesó.
Ensartados en una alimaña nueva caminamos siempre hacia
el Norte. Como en la foto ¿te acordás? Bos con tu martillo,
ese que salió de tu canción para acompañarnos en la larga
caminata. Porque no tenemos que dejar de juntar y atesorar
cada episodio, cada escena, cada pedacito de (nuestra) vida
para guionar La leyenda. Hay cosas que nos hacen desde la
raíz y no podemos abandonar jamás. No podríamos. Si una
escalera tuvo la responsabilidad inicial, ahora cada peldaño
cuenta. Me gusta mirarte en cada escalón. Me gusta mirarte
siempre: tenerte siempre frente a los ojos míos sin miedo y
sobresalto de perderte (como una vez te dije que dijo el poe-
ta hace quinientos años). Si mirás hacia atrás esta carta, verás
que no pude marcar sangrías, ni párrafos, obvio, apenas si
46
logré usar los signos de puntuación y las mayúsculas. Quizás
hubiese preferido que fuera una misiva (qué palabrita) más
vanguardista, más anárquica, más bella, si se quiere. Más bos.
Un chorreo de voz, un derramar de mí en el lenguaje. O de
pronto, sin lenguaje. Eso que pueda decirte sin hablar ni es-
cribir. Ni bien te mire, ahora, luego que deje de teclear y vaya
a por bos, que lo sepas a cabalidad. Un papel en blanco re-
pleto de silencio. Te hubiese enviado un gesto desconocido.
Un guiño que sólo bos percibas y entiendas. Un fantasma.
Una sombra. Una forma de decirte que sos todo, que me
"todés", que sos el margen, los límites, el principio y el final.
Y que no hay final, porque así lo decidimos.
cieno
47
10
Abril de 1905
María
49
sabe lo que quiere en la vida obedece a un superior ni deja de
cumplir lo que desea firmemente. Entonces, ¡hágalo! Sé que
por su edad aún depende de ellos; no se haga problema, los
años pasan rápido. Además, como alguien que la ama, muy
pronto iré en su ayuda, para fortalecerla en espíritu y para
que sepa que siempre podrá contar conmigo.
Y, sin temor a ofenderla le digo que espero el día o la
noche en que pueda besar su cuerpo desnudo de ropas y
prejuicios, ya sé que su cuerpo, al que adoro, el que deseo
más que a la vida misma, al que conozco a pesar de no haberlo
tocado jamás, se entregará abierto como una flor que sólo se
abre a la noche poblada de estrellas. Ese día está por llegar y
cuando llegue, desabotonaré lentamente cada uno de los ojales
traseros de tu vestido, por cada botón aplicaré un beso en su
espalda y, cuando haya dado los 30 besos, bajará hasta el
comienzo de sus nalgas y desde mis comisuras derramaré mi
saliva que llegará hasta su entrepierna, le quitaré completa-
mente el vestido, las enaguas y los miriñaques; deslizaré mi
mano por su entrepierna; sentiré el calor, el sudor y los líqui-
dos que brotan de su fuente; le besará el cuello y pondré mis
manos en sus pechos, mis labios recorrerán el contorno de
su espalda, le lameré cada dedo, los pondré húmedos sobre
tu cáliz sagrado y, en absoluto éxtasis, te tomaré entre mis
brazos; te cargaré y llevaré a la cama; te separaré los brazos
del cuerpo y los untaré con un preparado aromático que com-
pré a los indios paraguayos; jazmín para el relax, lirio como
estimulante, damiana, maca y guaraná, ese ungüento que tie-
ne poderes mágicos y que a los pocos segundos de ser distri-
buido por el cuerpo de una mujer provoca una trasformación
en ella; la piel del rostro se tiñe de color lavanda, el cuello de
50
rosado, el torso de violeta, los brazos de alelí, las manos de
crema, las piernas de azul y los pies de verde agua y, es así
como un enamorado, creeré estar viviendo en un paraíso
que jamás visité pero que huelo y veo como si tuviera pode-
res sobrenaturales y, por ese motivo seré capaz de hacerla
disfrutar hasta el último aliento, mujer, que con tu transfor-
mación me harás entrar al reino del amor.
51
11
Amor
53
tenías que haber conocido antes y me nombrabas en el idio-
ma de tus ancestros y me besabas el alma al nombrarme. ¿Te
acordás? Me abrazabas como si fuera el último instante del
mundo.
Sabes en estos días no me animé a mandarte mensajes ni
a llamarte. Tenía miedo a que no me respondieras. Escribí y
borré mil veces ¿Cómo estás? te extraño. Ya sé…yo tampo-
co respondí tus mensajes ese día.Viste que paradoja, ahora la
que tengo miedo soy yo. Hoy es viernes y todo es posible. Sé
que a la tarde estarás allí. Tal vez me anime a dejarte esta
carta bajo la puerta y esperarte en nuestro bar. Tal vez no.
Tal vez alguien dentro de muchos años, después de mi muerte,
encuentre entre tantos poemas esta carta de amor.
A.
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12
1
Claro, obvio, cada cosa tiene en sí muchas cosas. Por eso
hay muchas cartas en cada carta. Sobre el cuerpo del papel
corre el dibujo de cada percepción. El contorno de un mapa
echa su sombra en cada palabra que aquí se expande.
Sigo: toda carta es también un interrogante, y un mensaje
a un interrogante, cuyo signo expone la curva más bella, el
perfil más perturbador.
Por eso escribo y camino a lo largo y lo ancho de este
mensaje. Escucho pájaros, motores lejanos, alguna radio AM
que alguien olvidó apagar o que acaba de encender.
Pienso, en fin, que toda carta de amor es la misma carta.
¿Una sola palabra? ¿Ocho carillas? Tarde para arrepentirse.
El buzón termina de engullir el sobre. No dudar a la hora de
equivocarse: enviarla. Nada mejor que un desastre para aco-
modar las cosas, dice un personaje de Blow-Up.
Y por eso, aunque no ames, toda carta es de amor. Inclu-
so una carta documento. ¿O no es la demanda algo presente
en toda clase de amor, por fallido que sea? Toda carta es de
amor, por mucho que no quieras creer en el amor. Aunque
no creas ni siquiera en la carta que estás enviando.
Y basta de teoría. Por ejemplo, vos, Desconocida, inspirás
estas líneas que vienen tropezando con su propia desidia.
Una carta de despedida, de eso se trata. Pero cuando nos
despedimos de alguien con alguna presencia en nuestra vida,
nos despedimos también de aquellos que fuimos, de quienes
55
solíamos ser, los que llevaban nuestro nombre y usaban nues-
tra ropa.
Hubiese querido, Desconocida, que esta sea una carta de
encuentro, un puente y una invitación a cruzarlo.
No surgía esto de la nada, había indicios de tal conexión.
Como detesto la autocompasión, omití en nuestros prime-
ros cruces cualquier referencia a mi situación personal. Hoy
pago el precio de una rabia tan desproporcionada como los
buenos sentimientos que generaste. Tal parece que sin esa
rabia no puede haber amor. Acaso sea cierto.
Como sea, te obsequié mi mejor tristeza, la más suave del
mundo. Nunca fui tan elegante para disimular el impacto
que tenía sobre mí esta época de mierda. Cada cual, además,
tenía su zona pantanosa, donde era mejor no pisar. En el
mejor de los casos podías hundirte. En el peor, despertar a
ciertos monstruos. No quería lidiar con los tuyos, si apenas
puedo con los míos.
2
Sigamos. Los mensajes iban y venían. Nuestro primer cru-
ce sucedió en forma casual en la web, y sin que nadie haya
expuesto su fisonomía real. Yo imaginaba simplemente una
silueta, una sombra sinuosa. Me gustaba lo agridulce de tu
decir, escueto y esporádico.
Cada tanto te pedía una pista. ¿Cómo es tu vestido? Y
venía foto del vestido. ¿Cómo quedó tu flequillo? Venía foto
de tu flequillo. ¿Tus ojos? Tus ojos. Piezas de un rompecabe-
zas que mereció tal vez un destino mejor.
No puedo evitar sentirme un poco estúpido al contarte
todo esto a vos, que fuiste la coprotagonista de esta nada.
56
En todo caso, y haciendo la salvedad de esta tremenda estu-
pidez, acaso sea necesario para mí escribirte esta carta que
no por idiota deja de ser sincera.
Dicho lo cual me tienta seguir desviando un toque el asunto.
La carta de amor, como bien se ha dicho tantas veces, es
ridícula. No estoy a salvo. queda claro. Recuerdo un episodio
ridículo anterior, y no puedo hacerlo sin avergonzarme. Lle-
gué a mandar cartas con una sola palabra. A ese punto llegó
mi obsesión con aquella destinataria. ¿La amaba? No. El tiem-
po me dijo, con esa sapiencia lenta e irritante, que era pura
paja, un evento narcisista por donde se lo mire, y que en
realidad lo que me embelesaba (horrible) era el modo en que
me sentía frente a esa persona. Obvio que le dije "te amo"
como treinta veces, obvio que no fui correspondido. Un enor-
me paquete de pelotudeces, un extravío que hoy se me anto-
ja imperdonable. Aquella amiga tenía razón: "Esa chica está
llena de vanidad".
Si algo me quedaba de lo que llamamos "fascinación", se
fue por las cañerías. Nunca más volví a fascinarme por nada,
y nada apareció que me "fascine". Sensación oprobiosa que
nos deja a merced del objeto fascinante, nos convierte poco
menos que en imbéciles.
De ahí en más, tampoco volví a sentir mucho respeto por
cualquier persona que diga "ay, me fascina", aunque hablen
de un trozo de mortadela. Mi desencanto es muy orgulloso,
y mi tolerancia ante esos eventos es nula.
Pero volvamos a nosotros, querida chica misteriosa. Y más
vale que te lo diga ahora mismo: te stalkeé. Nunca lo hago, y
con vos lo hice. Una oscura vocación de detective me llevó a
investigarte en el mundo visible de la web (no tengo herra-
57
mientas para otra cosa).
No había gran data sobre vos. Usabas el mismo nick en to-
das las redes, y al día de hoy sigo sin saber tu verdadero nombre.
¿Por qué no te pregunté el nombre? Supongo que para no
resultar invasivo ante alguien que por alguna razón se oculta
con tanto esmero. Pero no, no fue eso. Fue para evitar la
frustración de una negativa. "No te ofendas, pero prefiero
no decirlo". "No me odies, pero prefiero mantener el anoni-
mato". "No me" etc, etc.
¿Y si me lo decías? ¿Si te lo preguntaba y me decías tu
nombre? Un interrogante más, que aporta sus milímetros
de tormento.
3
Mientras tanto, se sucedían los días. Un par de jornadas
con mensajes ágiles y divertidos. Una semana sin nada. No
es que sufriera por vos, querida Desconocida. Pero me intri-
gaba ese comportamiento. Ya: nadie le debe una explicación
a nadie. Pero un poco de delicadeza no hubiese venido mal.
Por ejemplo, avisar. "Esta semana estaré con la cabeza pues-
ta en tal cosa", "me voy unos días a la costa".
Yo nada preguntaba, vos nada decías. Mi ausencia de pre-
guntas acaso te ahorraba la molesta tarea de ponerme un
límite. Si es así, me hace feliz haber sido útil, aunque sea a tu
neurosis.
Vos tampoco preguntabas nada. Las verdades de cada cual,
o al menos parte de ellas, emergían de un modo eventual
durante la charla cuando esta sucedía.
Si la onda llegaba a crecer y cierta complicidad se hacía
evidente, se creaba lo que podemos llamar "zona de intimi-
58
dad". Ese estado de acceso sencillo cuando somos jóvenes, y
que nos predispone a aventuras pasajeras en, por ejemplo,
un ómnibus de larga distancia, o cualquier lugar donde se
produzca encuentro.
Bien: cuando esa zona se abría, y era para mí casi inevita-
ble sugerir que podríamos encontrarnos, se producía tu fuga
silenciosa. Mutis por el foro sin comentario alguno. Cri cri.
Desconocida que huye.
Así sucedió una, dos, cinco veces. Se me volvió previsi-
ble. Hasta te hice chistes sobre el asunto. Aunque por mucha
vuelta que le dé, lo real es que yo no te interesaba. Cosa que
tampoco estabas dispuesta a decirme, porque querías seguir,
digamos, "teniéndome".
También podías haberme dicho "mirá, estoy con otra per-
sona, estoy en una relación". Tanto si era cierto como si no,
hubiese sido una buena excusa, y yo hubiese metido violín
en bolsa.
Pero tampoco lo decías. Y cuando llegué a insinuar que
en cierto modo yo ya estaba muerto para vos, no sólo negas-
te todo sino que casi me implorás que no me vaya, y que de
ningún modo yo debía sentirme así.
¿Te percibías mejor y más hermosa con mi deseo? ¿Vos y
tus vestidos? ¿Vos y tu veleidad avant garde, entre Bjork y
Sonic Youth? ¿Tus ojos miel y tu flequillo? ¿Levantaba yo en
algo tu ánimo agridulce? Hago aquí todas las preguntas que
nunca atiné a hacerte por guasap. Pero si algo quería levan-
tarte, era el vestido.
Eras una intriga para mí. Yo no tanto para vos. Hace
muchos años que dejé de jugar al misterioso.
A lo sumo podía conjeturar algunas cosas, uniendo tus
59
frases y silencios con aquello que posteabas en las redes,
donde siempre aparecía una queja o burla más o menos aira-
da hacia algún espécimen masculino.
Que quede claro y no haya dudas: nunca me quitaste el
sueño. No he tenido divagues calientes con vos, y no he de-
jado de salir con otras personas.
Alguna vez, hace mucho, alguien tan misterioso como vos,
dijo en una sala de chat: "Chicas, por si llegan a enamorarse
de un tipo casado: nunca dejen de salir con otros hombres".
De algún modo te situaba en ese andarivel: la chica que se
enamora de un tipo casado y sufre por ese tipo que nunca
termina de dejar a su mujer. Ahí caía un poco tu puntaje para
mí. Me repelen mucho las escenas indignas, me fastidian los
poemas de Idea Vilariño, y detesto con toda el alma esa ba-
sura de canción llamada "Ne me quite pas", que pasó a la
historia como "la gran canción de amor" y en realidad es la
típica porquería sobreactuada de alguien que quiere arreglar
todo sudando una canción frente a las cámaras.
No sé. Prefiero a Zitarrosa. "Si te vas, te irás sólo una vez.
Para mí habrás muerto".
4
Nunca escribo cartas largas de un tirón. Por eso la divido
en, digamos, "capítulos".
Y es hora de que me explique un poco mejor sobre las
razones que me llevan a escribirte.
Hay un solo, dramático motivo: no sé si estás viva.
En tu última intervención en la red social que frecuentás,
avisabas que tenías síntomas y que estabas llamando al telé-
fono correspondiente.
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No volviste a aparecer, y hace de esto un mes. Te escribí
al mail que me diste, y ni noticias. Tampoco respondiste al
mensaje privado que te envié por la red.
Como no conozco tu verdadero nombre, no me fue posi-
ble rastrearte en algún listado de víctimas de la pandemia.
Tampoco ubicar a algún familiar para que me diga qué pasó.
También es posible que hayas inventado ese asunto para
irte de esa red social, sembrando tu última intriga.
Esto ya excede cualquier atisbo de "asunto amoroso". Es
curiosidad pura y dura. Menos sobre una identidad posible
que sobre las razones o sinrazones de un ocultamiento como
el tuyo.
Señorita Intriga, no tuvo ningún sentido que juegues al
misterio. Salvo que tu idea fuese, simplemente, sembrar mis-
terio a tu paso. ¿Con tus amantes fuiste así, siempre? Tené
en cuenta que eso aburre.
No podría decir que te extraño. No al menos como uno
puede extrañar a un ser querido. En términos reales no sos,
no eras, nadie para mí. Hubiese deseado que lo seas, pero
estuve en todo momento muy prevenido frente a personali-
dades como la tuya.
No puedo evitar, sin embargo, escribir sobre todo esto en
esta carta que no enviaré, porque no hay destinataria real ni
dirección de destino.
Lo que hubo de amor y rabia se fue con el mismo viento
que dentro de algunos minutos hará volar estos papeles en-
tre una pila de basura.
61
13
Queridos Fernando:
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sin borrarle los poemas. Le cosería un cuarto propio en nues-
tra casa con olor a brea y caracoles. Cuando la noche caiga
podría ser reina mulata y llegar a él con una corona real y un
vestido ficticio. Me sentaría entonces a sus pies, dos gotas de
oporto como perfume, hasta que crea que el amor es virtud
y me cure a mí, también de las saudades.
Tierra fértil de amor, desconocida y amoral del lujurioso
Campos, sería su junco, la que acepta que amor es devenir.
Me dibujaría ojeras pardas para que sepa que yo también
conozco el ocaso de la noche. Estudiaría el saber de los as-
tros, pero no le contaría su secreto. Que siga pensando que
todo lo que sucede es imprevisto y está bien. Línea de su
destino, si algún día se distrae le robaría ese poema en el que
dice que amó y no fue amado. Y actriz del gozo sonreiría
para que olvide todo.
Pero para vos Fernando, para vos sería la más yo, la más
vulnerable: una amante callada en un cuarto pequeño que
come chocolates y te los convida.
Las mejores noches, estoy segura, esas que en Lisboa ron-
da Fado y en Buenos Aires un tango y nostalgia y Saudades
danzan entre las sábanas, esas noches, creo, podríamos hacer
cita todos, buscar en el mar una cama, donde vivir los ocho,
orgías de desasosiego. Porque si algo sé del amor, es que más
allá del tiempo y las distancia, todo lo une, todo lo ata.
Yo y todas.
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14
64
carta hoy. Cuando el amor nos trasciende, la relatividad y su
fórmula se hacen fórmula empírica, realidad cruel pero tan
en la piel, en los huesos, en el polvo, cenizas y el devenir del
aire.
Hermana de sueños, creo que me sigue ardiendo su au-
sencia, volvió repentinamente sobre sus pasos, sin más, giró
sus talones es ese momento de la relación donde ya el len-
guaje superaba al idioma, porque teníamos el nuestro. Sentía
que no era posible luchar por la sinrazón de lo desconocido.
Vendrá a tu casa, buscará tu puerta. El sobre 2 tiene sus
iniciales. Dentro, tres preguntas que solo él conoce las res-
puestas. Si es así, entregale esa carta, quizá me encuentre en
los lugares a los que iríamos juntos.
El último pedido. Decile al oído que:
-Me enamoró tu beso cantado, con subtítulos y permiso.
Callejero, como nuestras pulgas.
-Admiré tu manifiesto de ser y no doler. Y me dolés tan-
to. Como la guillotina de tus atardeceres y horizontes. Tierra
yo, cielos, todos. Vos.
-Reír a mas no poder de empezar una serie por la cuarta
temporada y tratar de imaginar el guión, abrigarnos bajo las
mantas, no decir nada, ser felices y más.
-Con voz de susurro decíle que añoro nuestras caricias
sobre las superficies mutuas de placer, exactas, complacer,
bebernos todo. Hasta el precipicio y sus principios.
-También dile que extraño sus piernas tan largas, enreda-
das en mis medias, como tanto tango.
-Recuerdo el GPS montado en sus dedos que hacían de
cada encuentro recorridos únicos y descansar en la hume-
dad de nuestras orillas para volver a zarpar.
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-Me ha quedado impregnado el aroma a sus mañanas, la
risa en sus ojos, la travesía suave sobre mi ceja preferida,
todas y cada una de las picardías compartidas.
Hermosa July, tanto amor para hacer una lista, meter en
una botella y enviar tantos mensajes sin firma. Estoy segura,
como una apostadora lunática que buscará tu remitente, ahí
te mando esta carta con el segundo sobre. Sabrá responder.
Si está listo y de ligero equipaje, encontrará la respuesta. "Llá-
mame amor y volveré a bautizarme…"
Gracias, hermana.
Hasta que la hiedra asome por tu ventana.
Julieta Capuleto
Via Galilei, 3
37133 Verona
Italia
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No tengo nada más que cuidar salvo mi alma cada minu-
to de mi vida, y nunca había ayudado tanto a otros desde que
eso pasa... Aunque de mí sólo dependan los gatos, y encima
uno de ellos se te parece; entra y sale cuando quiere y nunca
se sabe si va a regresar al día siguiente.
No te odio, tampoco te deseo cosas tristes, porque no
está en mis manos tu suerte, tu falta de trabajo interno, la
resolución de tus fantasmas, no está en mis manos ayudarte
con la culpa que sentís por todos tus hijos no deseados, ni
por tu tiempo, el que nunca te alcanza.
Te escribo porque hoy ando con ganas que nadie me es-
cuche, y para no ser leída, y para seguir dudando de la posi-
bilidad de que algo te importe lo que digo, de que en algún
lugar me recuerdes, no sin dolor, aunque sé que siempre voy
a provocarte la ambigüedad, siempre voy a ser para vos las
dos caras de la misma moneda, lo no resuelto, la infeliz y
cicatrizada mujer hermosa y ansiosa, siempre voy a ser la
que se fue de sus propias manos, la patológica, a la que sin
saber, quisiste dominar y no pudiste, la que prefirió volverse
loca antes que ser un decorado en tu casa grande y llena de
fantasmas, de telas de araña , de humedades ancestrales, tes-
tigo de muertes en cada baldosa. En tu casa corría sangre,
los perros estaban enloquecidos, hasta los pájaros estaban
nerviosos y yo apenas puedo limpiar las paredes de la mía; y
vos para mí, vos para mí… serás, quizá no para siempre,
quien no quiso entender de qué se trata compartir el tiempo,
la cama, la mesa, la vida, la complicidad continua a pesar de
algunas incertidumbres, siempre serás el que camina triste,
el canario que me cantaba canciones de Zitarrosa, el que me
ordenaba las cosas sin preguntarme, el que pensaba que es-
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taba haciendo tanto, y lo único que hacía era hacer posible
que el caos me apasione hasta perder el norte.
Nunca estuve en paz, ni cuando dormía, te amé con mis
partes más rotas, la parte de mí que te amó estaba enferma.
Sigo pensando que vos no sabes lo que es el amor, apenas
usas una de sus capas para esconderte de vos mismo, lo sé
por esa manera necia que tenías de emocionarte por peque-
ñeces, eximiéndote así de las grandes emociones, a las que
solo se llega cuando logras ver tus sombras.
Vos no sabes nada de nadie, vivís a los tumbos, tenés una
inteligencia de ingeniería, y no tocas el alma ni cuando cantás.
Algunas veces, cuando reconozco mi enojo, y opto por
odiarte porque me es más fácil, inevitablemente empiezo a
sentir lástima, imagino lo que hubiera sido de vos si te hu-
bieses animado alguna vez a mirarte de frente, me duele que
no hayas podido crecer como persona, y me gustaría que
logres hacerlo algún día, para que entiendas por fin lo que
significa sentir paz en el alma, y no solo la risa pasajera y los
diez minutos en los que sé que eras capaz de transformar el
mundo de cualquiera, pero el mundo no dura diez minutos,
dura mucho más, y para transmutar hay que tener empatía y
ser valiente.
No sé si esta carta que te escribo es de amor; no se si
sabría escribir desde otro lugar que no sea amor; es que tra-
tándose de vos, se me olvida lo que es el amor, y tal vez se
parezca más a otra cosa, a la que, ahora sí, quiero mirar a los
ojos, pero no puedo.
Muchas veces he jugado a que estás muerto, me asusta la
idea de que no lo estés, cuando alguien me cuenta que ta ha
visto, no puedo creerlo… ¿cómo serás…?, imagino... y te
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veo igual, porque no creo en la posibilidad de que hayas cam-
biado; por eso en mis sueños tantas veces te he velado, y una
procesión de gente superficial que nunca te conoció, sigue
tu cuerpo llevado por espinas, llora lágrimas correctas, y hace
comentarios sobre lo mucho que sabías divertir a la gente.
Estoy buscando una escena feliz con la cual despedirme,
y no la encuentro...si quiero hacerlo sólo aparece tu silueta,
tu espalda encorvada, con la vida pesándote en los hombros,
la bella imagen de tus piernas flacas, tus piernas de hombre
de 50 años, que ha caminado mucho, hacia no se sabe dón-
de. Si busco una escena feliz, se me viene la risa de mi padre,
dándote un abrazo y queriendo conversar de carreras de ca-
ballos, de historias de cantinas y boliches de campo, de la
honestidad de la gente, de las peleas de antes; a mi viejo le
gustaba hablar contigo, y mi madre te quería también por-
que pensaba que me hacías bien; ella siempre piensa esas
cosas, y yo no voy a romperle la ilusión.
Qué tendrás de bueno… que ya no me acuerdo... como
despedirme si no me atrevo a mirarte... Cómo decir adiós
entre comillas, a quien puso todos los límites que quiso sin
nunca pensar en el lugar en el que yo me quedaba... Cómo
perdonarte y desearte lo mejor… Aunque en el fondo qui-
siera desearte amor, porque el amor es magia, y no se sabe
después qué es lo que viene. Ojalá tengas en tu vida mucho
amor, y si no sabes qué hacer con él, entonces respiralo,
respiralo bien hondo hasta que te cambie la expresión, y en
una de esas, se te escapa alguna sombra del alma de esas que
no saben cómo esconderse.
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Elena
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Sirenas y libélulas
Querida Esther:
Espero estas líneas la encuentren gozando de excelente
salud y gran belleza, tal como se la ve en la foto autografiada
de su película Escuela de sirenas, que tan amablemente me
ha hecho llegar a vuelta de correo.
Me atrevo a llamarla "querida" porque considero nuestro
intercambio bastante fluido ya y además, no siento otra cosa
que cariño por usted. Espero este pequeño atrevimiento no
la ofenda. Lamentaría muchísimo si sucediera y le ruego me
de permiso para nombrarla así, con todo respeto.
Usted es mi inspiración, lo sabe. Cuando estoy cansada y
quiero dejar de entrenar pienso en usted. En la cantidad de
horas que ejercitará para mantenerse en forma, alcanzar nue-
vas velocidades, lograr la perfección en los clavados. No im-
portan el clima, el dolor de vientre, el humor con que nos
hayamos levantado. Seguimos y siento que usted, querida
Esther, toma mi mano por debajo del agua y me lleva, nada-
mos juntas, siempre con esa sonrisa que asegura "todo va a
estar bien".
Esa salida desde el fondo de la piscina sonriendo y sin
una gota de maquillaje corrido, con el tocado en su lugar, los
brazos musculosos en alto y las manos en un elegante y deli-
cado gesto. Deseo ser como usted, por eso nado. Deseo que
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seamos millones de sirenas, cuando termine esta guerra, na-
dando para unir el mundo en los Juegos Olímpicos.
Así es como entreno, pensando en usted, en encontrar-
nos más allá de estas líneas y en que el mundo se vuelva
acuático, colorido, musical, y no devastado, gris y mortuorio.
Debo confesarle algo, Esther. La otra noche soñé con us-
ted. Irrumpíamos juntas en una mansión de Hollywood. Pa-
sábamos de una habitación a otra, buscando la salida al jardín,
donde estaba la piscina. Usted me tomaba de la mano y me
llevaba. Un hombre de cuerpo abultado, bigote blanco y len-
tes de marco grueso, vestido con un sobretodo negro y un
chambergo también negro -imagínese, en mi sueño era vera-
no y este hombre regordete vestido así- nos seguía por la casa.
Quería descubrir nuestro secreto. Usted, con esa sonrisa ma-
ravillosa y sus piernas largas dando pasos firmes, me hacía
entender que no importaba. Ambas con el cabello recogido y
ya en traje de baño, llegábamos a la piscina. Usted se arrojaba
sin una pizca de duda, de cabeza y desde el borde. Me invitaba
a sumergirme. Yo ponía mis pies sobre el lugar exacto donde
acaban de estar los suyos y hacía mi mejor clavado. Nunca
había sentido tal simultaneidad de movimientos, parecía que
nos comunicáramos telepáticamente. Hacíamos varios largos.
Después de entrar en calor, nos regalábamos juegos en espe-
jo: usted hacía un movimiento y yo la imitaba. Me animaba a
mostrarle mis movimientos, no muy creativos aún, pero usted
los seguía y los mejoraba. Era el paraíso. El hombre del sobre-
todo nos seguía buscando y llegaba hasta el jardín. Nosotras
nos sentábamos en el fondo de la piscina conteniendo la res-
piración por cinco, diez, veinte, treinta, cuarenta segundos.
Surgíamos sonrientes, lo habíamos perdido. Salíamos de la
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piscina y entrábamos a la casa. Nos abrazábamos en traje de
baño, con los tocados intactos. Su piel, querida Esther, sus
músculos entrenados. Nos mirábamos a los ojos y aparecía el
hombre del sobretodo otra vez. Usted me indicaba correr ha-
cía otra habitación y me decía "fireflies, fireflies". Nos separá-
bamos. Yo corría por el pasillo hasta la habitación del medio, y
allí abría un armario de donde salían libélulas que lo distraían
y confundían. Mágicamente, como hacen las sirenas, nos des-
hacíamos de él.
Quisiera contarle cómo siguió el sueño pero lo encuentro
algo perturbador. Sólo diré que le profeso aún más cariño
que antes y que pienso en usted constantemente.
Espero el agua nos una pronto, querida Esther. Hasta tanto,
aguardaré ansiosamente su amable respuesta.
Con admiración y cariño,
una aprendiz de sirena.
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esa otra me viene en mente. Me metí en un desafío más grande
cuando acepté. Sé que la vas a leer cuando yo lea la tuya,
porque los dos vivimos en la inmensidad del par.
Imagino que vos me escribiste una cuando todavía éra-
mos jóvenes. Porque éramos unos chiquilines cuando sabía-
mos que nacer era un acto del presente.
Hoy que llego en el tiempo al día en que somos ancianos,
que tenemos aquel tanque y vivimos del primer y penúltimo
beso, confirmo que somos El Tiempo y una casa y todo eso
junto esperando de la mano a las manos inmortales.
¿Qué puedo decirte en este instante que ya no sepas? Pien-
so en un nosotros inhóspito. Una primera mirada tal vez. El
ruido del tumulto cuando la gente habla alto entre la gente y
vos que hablás por encima de las figuras de yeso. Quizás una
segunda con ese algo que convulsiona las moléculas cuando
todo se detiene por un segundo y, al abrirse una puerta, una
burbuja madre se cierra alrededor.
Y de más en más, siempre en más, veo una tercera, cuarta,
quinta, trigésima, milésima: la milenaria historia que conti-
núa en construcción peldaño a peldaño.
No se nos olvida ni una coma, ni un mordisco de este
banquete que nada tiene de platónico y todo lo tiene de las
mitades que se adhieren y nos crean. Iguales a esos pares de
poemas que nos escribimos como ceremonia amorosa en
cada una de las entradas del cine, y que me quedan esperan-
do quietitos debajo de la manta, y yo te dejo pegados en la
puerta de la heladera hasta que te saltan a la cara.
Aunque suene altanero somos la matemática. Todos los
axiomas unidos atravesando el pensamiento que nos piensa.
Somos lenguaje y lengua. Matasellos del futuro que te escri-
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bo este día para que conste.
Comprendo que la tengo escrita en mi almohada desde
antes de ser niña. Incluso desde el tiempo que, como vérte-
bra, se esconde en mi esqueleto.
Asimilo perpetuamente para qué llegué a la tierra como
planta. Hoy me como el aire con las uñas y si digo aire digo
océano. Digo luz y la borrasca.
Persiste el crecimiento interminable.
Te digo desde el hígado y el páncreas, te escribo siendo.
Te prometo la ligereza de la existencia total que flota hasta
tu alma, te toma como un noviazgo blanco y pesa porque
hace ancla. Me comprometo.
Hoy que tengo este todo amarrado entre los dedos, entre-
verado con mis pelos fosforescentes que ves subir desde las
crestas con Montevideo de fondo, te declaro mi pedazo de
tiempo, también mi espacio con fragor y silencios y todas
mis insistencias mayúsculas en decirte El Hamor con orto-
grafía fiera.
¡Cuánta sorpresa nos trajo la gran tormenta! Nos pregun-
tamos dónde están las otredades que se parecen a este mar
de piernas. Y nada nada nada se le asemeja.
No quiero redactar misivas ilustradas porque vos y yo so-
mos saga. La tormenta y el ímpetu. Llevamos una escalera a
cuestas para escalar al cielo y bajar al infierno cada vez que
se quiera. Y en esa escalera naranja no cabe otra memoria
más que la historia de los decibeles atronadores, invención
que mide la dimensión de lo inefable.
Es como cuando nos comunicamos entre líneas, pero igual
así percibimos un horror de vacío: qué sería perdernos en el
mundo. Lo captamos con pavor para ahuyentar lo imposible.
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¡Ay! Si yo te perdiera
diez veces ay
diez mil ayes
si yo te perdiera ayer, hoy o mañana.
Se me rompería la eternidad y todo el infinito. Esa totali-
dad sin limite que nos compone animales de carne amarilla
hacia el horizonte.
Sabés, Cieno, que no es por nada que el poema nos puso
en esta hoja y nos cincela a diario con letra crespa y barroca.
Estoy en Solaris. Desde ahí llega la faja de este recuerdo y
entonces pego cada letra con la respiración caliente que te
busca en la infancia aquella, cuando ya éramos algunos trazos.
Un dedal de halcones recorre el viento del sur y te sienta
en mi norte aunque se borren los puntos cardinales.
Siempre al norte nos decimos cuando quedamos aposta-
dos en nuestro gran ojo. Ahí donde lo uno quiere decir aquí
y ahora, también es nuestro infinito más pequeño.
Ya vimos cómo se montan los papeles en el vano. Han
corrido hasta nosotros para delatar el guión de la obra. A vos
y a mí, inocentes, solo nos importa esta hondonada donde
montamos campamento en un tendal de libros y de sábanas.
¿Recibiste una carta mientras leías a e.e. con su nombre
en minúsculas?
Es esta, Gera.
Soy bos. Sos yo. Nos estamos escribiendo unívocos.
Único cuerpo y absoluta gloria.
Kokoro
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quedaba a miles de años de distancia de la mía, y dabas seña-
les que yo confundí con señales, y el impacto con el que
caímos fuera de escena partió el mundo en mitades donde
no hubo lugar más que para los tristes reflejos.
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Amor:
Tuya
(como tantas veces me hiciste repetir)
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Cámaras de amar
Cumpa:
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Yo seguí viéndome con las chicas. Muy inteligentes las
vagas. Como yo. Como vos. Seguro después del "Suceso" lo
fuiste mucho más. Como yo, como las chicas.
En la época donde por fin podrás decodificar estas hojas
todavía no habremos alcanzado la estatura promedio actual.
¡Ni imaginás cómo se nos van a poner las patitas! ¡Como
un coro de firmes troncos! ¡Un cuerpo de granaderas que se
doblan mas no se rompen! ¡Las columnas esenciales que de-
tienen el encuentro de la estantería ovalada con las superficies!
¿Fuimos nosotras las que crecimos o los ogros los que se
acurrucaron en su pequeñez existencial?
Soy consciente de que estoy usando expresiones de mi
época. De este tiempo donde agito la patita para escribirte.
Sos tan despierta que sé que no pasarán tantos miles de mi-
llones de miles de millones para que comprendas la misiva
en un noventa y cuatro coma setenta y dos por ciento.
Algunas cumpas plantaron bandera más al oeste; el clima
las fue oscureciendo. Otras rumbearon para el norte y se
aclararon un tantito.
¿Para qué tanto viaje hacia los tiempos del ñaupa?, te pre-
guntarás.
["Ñaupa": viejo, antiguo. Esta palabra tiene una historia
larga. Ya la conocerás. Tampoco es una historia que valga la
pena recuperar. No. La historia de "ñaupa" no es nuestra
historia. Es solo una bella palabra que te quise regalar en
esta misiva].
Te extraño.
¿Te parece tanta mala pata? ¡Ratito después de la pelea
sucede el momento más trascendente, el que cambió para
siempre el rumbo de las cosas!
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Cuando se vino aquel Estallido, y no quedó casi nada a
nuestro alrededor, temblequeó mi frágil exoesqueleto.
Nuestra expectativa de vida era lamentable. Un suspirito.
Y al lado, los amigos quelonios tan campantes.
Los ogros creyeron que con sus avances lograrían
eternizarse. Pobres ilusos. Y la Medusa se reía y se sigue riendo
de todos, y de todo.
¿Recordás? Nos separamos. Luego de un ratito… El final
de la Historia, el rojo telón cerraba el porvenir.
Con el tiempo, entendimos. Eso fue solo el comienzo. El
desastre que sembró el ogro asomaba sus primeros frutos.
Y yo y las demás, paradas en el mismo sitio. Fue un shock.
Fragmentos de lo que había sido.
La silueta de un ogro se adivinaba en aquel intento de
muro.
El espécimen que ellos llamaban "artista" hubiera arran-
cado el muro para llevarlo a una galería, para exponerlo y
eventualmente nadar en verde biyuya. El horror convertido
en mercancía hipercool. Cosa de ogros. Nunca usaron el ce-
rebro como correspondía.
En otro pedazo de muro, ahora convertido en triste roca
solitaria, se podía leer: "Li, siempre te amaré".
No, no sabía el código del ogro. Mi capacidad de memo-
ria, que se intensificó en forma exponencial una vez el Esta-
llido, retuvo esos caracteres. Y miles de millones de miles de
millones de miles de millones de años después, pude
decodificar los jeroglíficos y pasarlos a nuestro código.
"Li, siempre te amaré".
¿Vestigios de ternura del ogro superlativo? ¿El mal tam-
bién tiene sentimientos?
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Como sea, me hizo comprender que nuestra pelea, cumpa,
había sido una soberana estupidez.
Decidí poner en perspectiva varias cosillas. Después de
miles de millones de reflexiones, denodados esfuerzos, aban-
doné esa lástima primal por el opresor, arrojé al basural la
pizca de compasión por el ogro. Y decidí, sin más, no enga-
ñar al corazón de trece cámaras.
¿Ilógico? Tanta destrucción y tanto paraíso al mismo tiempo.
¿Te acordás de esa cumpa que lo sabía todo? Era una in-
teligencia superior. Transitó por una época de rencor cuan-
do las demás nos pusimos al día con la inteligencia. Ya sabés,
Estallido y después.
Hoy ocupa su lugar de privilegio. Condecorada, reconocida.
Es grosa. ¿Te enteraste? Todas somos grosas hoy. Ella tenía esa
estrella innegable, la tiene aún. Su divismo fue perdonado.
El fin de una Era. El tímido comienzo de otra. Otra mucho
más maravillosa. Espero que también lo hayas vivido así.
¿Recordás a ese par de petisonas? Sí, eran de otra rama.
Bueno, la quedaron un ratito después de que te fuiste. La que-
daron un ratito antes del Estallido. ¡Eso es tener mala pata!
Éramos rápidas, vos mucho más. Debías andar por ahí, por
allá. Te busqué, miles de millones de miles de millones de otros
miles de millones de miles de millones. Te sigo buscando.
¿Y si una llama te alcanzó y no la contaste? ¿Y si esta
misiva se calcinó junto con tu excitante abdomen?
Soy intuitiva. Lo era y lo acentué con el Estallido. Estás.
Lo sé. Perdiste el rumbo, no las mañanas.
Imposible que hayas plantado bandera cerca. Te gustaban
las caminatas más que a mí. Eso se tuvo que haber reforzado
con el Estallido.
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Aún retengo esa última imagen. La fotografía de cómo te
exiliabas de mi vida. Tus hermosos cercis congelados en mí
para siempre.
Nosotras estamos cada vez más dominantes. El mundo
es nuestro. Hoy lo podemos decir. ¡Nuestro! De nosotras,
las de la vieja guardia. Nuestro, de las más jóvenes. De todas.
¡Por fin, nuestro!
Te queda un largo trecho. Tantos miles de millones de
miles de millones. Ya llegarás, disfrutarás, lo verás.
Los ogros, esos seres que no hacían más que afear al mun-
do con su odio y su egoísmo, ahora son los dominados defi-
nitivos. El hazmerreír de los vivos.
Les salió el disparo por la colita. Una cucharada de su
propio brebaje. Un par de Estallidos por la zona nos trans-
formaron en mejores seres. Nos fuimos apiolando, nos fui-
mos desayunando sol a sol con este asuntito.
¿Te acordás del apenas después? ¡Esos aliados cuasi invi-
sibles! ¿Dónde estabas en aquella época de jolgorio apoca-
líptico? ¡"Amiguirus", les llamamos con las chicas! Nuestros
"amiguirus" supieron mutar y joder la soberbia ogreril para
el campeonato.
Esas historias de dos horas con las que se estupidizaban
no calcularon la que se les venía.
¿De qué les sirvió estar tan conectados? Porque sí, en aque-
llos tiempos se las daban de guachi guau tecnoloshis, y, por
la contraria, resultaron ser altos pichis. Barquitos, avionetas,
virtualidades... Chiches que enlazaron a los ogros, que acele-
raron su decadencia.
Muere joven y dejarás un bonito cadáver. ¡Ja! ¡La mar de
nabos estos ogros! ¡Qué poco les duró la función!
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Que el 23, que el 179, que el entrañable 584… ¡Maestros
del Universo los "amiguirus"!
Qué bello verlo en perspectiva. ¡Cómo les fuimos copan-
do la parada!
Nadie nos regaló nada, cumpa. Espero no sientas el mur-
mullo impío de otras especies. Cuando el Estallido fue la
sombrilla que tapó el sol del porvenir ogro, nosotras ya está-
bamos en un camino favorable, auspicioso.
Y no resultamos salvajes e injustas con las criaturas
acusadoras. ¡Qué distintas somos!
Épico instante cuando por fin las liberamos. No, no es el
que estás pensando. Todavía no observaste la foto definitiva
de liberación.
Ah. Seguro querrás saber de mí. Si me junté, si ando solari.
Oká.
Conviví con unas cuantas. Un par estuvieron en el Estalli-
do. Quizá nos confundimos. Nos unió aquella Bisagra y en-
tendimos cualquiera.
El caso es que hace miles de millones de miles de millo-
nes de miles de millones que deambulo sin compañía, sin
cumpa fija a mi lado.
El caso es que mi corazón de trece cámaras te pertenece.
Sí, con esto del amor no hemos logrado evolucionar. La
tristeza es común a todas las especies. Esa sensación de eter-
na soledad. Estamos rodeadas de nosotras. Y sin embargo.
Te aclaro: esto de las misivas que viajan en el tiempo no
afecta el transcurso de los hechos de la Historia. Solo algu-
nas cositas, pequeños detalles puntuales.
Si fueras a buscarme después de leer esta misiva, por arte
de magia me voy a alejar. O vos te vas a desviar. Dicen que
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hasta puede suceder alguna tragedia. A cualquiera de las dos.
Se supone que somos ubicadas. Un gran poder conlleva una
gran responsabilidad.
En el único nivel tiempo espacio donde nos podemos jun-
tar es en el mío. En el presente de quien envía esta misiva en
el tiempo.
¿Dónde estoy? Más o menos en el mismo lugar, unos cuan-
tos de miles de millones de miles de millones de miles de
millones de años después.
Lo que dije aquella tarde no era lo que sentía. Mi amor
por vos es eterno. O, al menos, es lo que dure esta Eterni-
dad. Veo difícil virar de sentimiento. Son tantos miles de
millones de miles de millones de miles de millones de miles
de millones.
No contamos con la certeza de que siempre vamos a do-
minar. Hasta ahora la venimos arrastrando como unas cam-
peonas. Los ogritos de morondanga duraron una brisa.
Quizá llegue el día donde la amiga Medusa del Pacífico
entre en acción. ¡Y quién sabe lo que pueda llegar a ocurrir!
Dónde andarás.
Te ama,
TU CUMPA
PD: Mientras escribía, hice un alto para sacar los 666 ogros
que estaban en el horno.
¡Con aceitito y batatas quedan cucú pipí!
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dejar tan a mano? ¿Qué más puede tener tan poco valor como
para que esté al alcance de cualquiera? Vuelvo a sentir la sor-
presa de no encontrar ni siquiera calzones. Solo un papel
viejo, doblado sobre sí mismo varias veces. La despliego
mientras me siento en la cama. Las letras desparejas saltan a
la vista, las frases hacen su aparición de modo fragmentario.
Todo queda detenido como aquella vez.
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ese último vestigio de nosotros entre mis prendas y salgo del
cuarto, al que sin proponérmelo voy a volver más de una vez.
Tenés razón, soy un boludo. Pensando que escribía para
nada, terminé haciéndolo para nadie. Solo para vos. Para vos
que ya te no estás y me dejás como herencia, la carta mía con
todos mis errores, con todas mis manías, con todos mis de-
monios, leída por vos a pasitos del final.
Quizás me equivoqué. El lugar del hijo, siempre es el de la
pregunta y el desafío. Pero también el de la resignación. El
saber que no va a obtener respuestas. El comprender que
con suerte, solo recibirá amor.
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briento, no, los besos están ahí, tirados en la mesa, a disposi-
ción sin discreciones, y se usan, y se nota.
Pero no es tu voz. Tampoco tu boca.
Te muerdo en el aire y sé que no llego a mentirme tanto.
Mentirse, a esta altura, es un privilegio de otros.
No estás, te extraño, como en una película de miedo don-
de te busco y no estás; donde te siento en toda la piel, y no
estás.
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Hola:
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Se me corta la respiración cuando te enfrento, cuando sé
que sonreirás, cuando sé me asusta pensar que quizás pueda
ser otro día igual entre tus cruces. Para mí no lo es. Nunca lo
es. Sé que puedo fantasear y que aquellas utopías del "amor
perfecto", del "para siempre", se diluyen con los años. Pero
también sé que nuestros errores, de habernos marchitado en
tóxicas vinculaciones, nos puede hacer crecer. En mí lo fue.
Lo que brota de tus labios parece indicarlo también. No en-
tiendo por qué no puedo despertarte para que te rindas a
mis brazos, al cobijo de mi cuerpo, al latir de mis besos, al
color de la aventura.
Busco algún verso en algún poema que pueda reflejar lo
que mis palabras no saben pronunciar. Recuerdo el libro de
Dominique Salanz, el segundo, que me recomendaste aque-
lla tarde de mates en el parque, como si tu boca solo hablara
para mí, como si el resto de los chicos solo fueran como esas
estatuas de aquel viaje que hiciste a Grecia, desde donde me
mandaste la mejor de tus fotos, a pesar de la poca ilumina-
ción y del fuera de foco, porque pensaste de alguna manera
en mí; como cuando me nombraste Miradas de luna en aquella
noche griega, a orillas del Egeo, con tu cuerpo ávido de vino,
y el mío, con destellos de tu luz, en esa otra foto que te to-
maste "para mí", donde mar y luna se besaban al compás de
la canción que sonaba en mi celular.
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Entones:
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baile para siempre ¡digo siempre!, una cumbia infinita y
sorprendosa como el tren transiberiano cruzando del barrio
a la placita llevando el piberío, obreras madereras, las doñas
remontando novedades y tirando a la vías rutinosas las fla-
cas ganas de otro día con poco y repetido.
Te escribo con el corazón bombeando sangre para llenar
un estadio donde se juega ese partido en el que todos los
pases se hacen goles y todos los goles se festejan y todos los
festejos tienen un nombre que es el tuyo sonando en las gar-
gantas y entre todas las gargantas esta garganta mía.
Te escribo y justo ahora. Porque presiento que querías, y
tal vez porque miraste hacia atrás y viste incendiado el cam-
po que pisamos, y nos dio de pensar al observar clavadas
las estaciones. Ahí están los carteles, Zapala, Senillosa, Ve-
rano y veranO y Verano todo el día, y encima ahora es
veRAno en este puro invierno; y entonces ando hecho bra-
sa con tu nombre, ensartado en mi presente que da la hora
justa todo el día. La hora de salir despegados hacia la orilla
de ese sitio donde el agua no corre. Donde con una preci-
sión a todotrapo, camina como mujer y camina como hom-
bre y camina.
Es cierto lo que decís y la parte que no es cierta, lejos
anda de poder llegar a ser mentira. Porque tus ojos dan de
mirar al estilo abundoso de una catarata criada en los
charquitos de las tierras más altas, nada que ver con la cues-
tión paupérrima y posible que pilotea un cerebro intentando
el camino yermo de las explicaciones.
Lo todo nuestro, marea que se alimenta de islas
japonicientas, sucede cuando se cierran esas ventanas verde
estepa, florcitas inocentes nada, amigas del viento, del calor,
103
del frío y amigas también del animal que desgarrado llega y
la morfa placeroso.
Así.
Así y siempre así, te escribo latiendo como un ave en su
primer vuelo. Pichón que se ha soltado del peñasco y tal vez
remonte cielo o tal vez nunca, pero que ya está en el aire, ya
es del aire y del deseo que tal vez pueda sujetarlo o quién
sabe. Pero que puede, con eficacia despareja, batir alas y de-
jar de ser piedra y pasar a ser ave, recobrar lo liviano, gozar.
Las nubes lo conocen por su nombre y a los gritos lo aplau-
den, le tiran emociones por el lomo que no hacen otra cosa
que darle altura y ganas.
Esas ventanas verde estepa, tus ojos, manivelas del mun-
do criando ilusión entre cascotes viejos que de repente re-
cuerdan que no han olvidado suficiente. Que hay que olvi-
dar más todavía para salir del fondo del lago con las otras
piedras que revolearon los enamorados desde el tiempo en
que el tiempo era un asunto desrelojeado y ni siquiera.
Amor, volvamos a encontrarnos esta noche para no dor-
mir juntos. Volvamos para juntos cuerpearnos el despierto
hasta quedar agua bandeada sobre la cama, barco que se ol-
vidó del puerto, de las velas, los tesoros, llaves de la bodega y
así desbrujulado, todamente se deja.
Pero digamos las cosas como son; alejarse de un sitio es
acercarse a otro.
Estar perdido es encontrar una pregunta.
Muchas preguntas. Muchas preguntas. Muchas pregun-
tas; así, tres veces. Todo bueno debe traer esta abundancia.
En esta isla te lo digo, en esta isla justo, en esta isla isla en
el medio de todo; mandarinas y almendras, agua fresca, man-
104
zanas, tres botellas de vino que siempre se renuevan y la pa-
labra "siempre" colgada en cada planta. Todas plantas de
"siempre" con sus frutos jugosos alimentando el hambre de
mojarras y ballenas, y unos bichos prehistóricos todavía
desnombrados por la cultura de estos días que se cree el hoyo
del quque por haberle rascado el pupo al cielo y tener ciertas
fotos de alguna que otra estrella.
Te pido en esta carta que en esta isla isla, soltemos nues-
tros cuerpos y soltemos los pájaros y soltemos las anclas y
soltemos los nombres y soltemos los remos. Y que haga lo
que quiera la cosa que nos quede, que se entiendan los besos,
que críen un idioma que crezca como un río cuando vienen
las lluvias, solo si es necesario y todo lo que haga falta. Y
arriba en la corriente sean la consecuencia de su propio na-
vego. Así como las nubes que miran para abajo y se pregun-
tan qué cosa es una esquina.
Espero que al recibo de esta, te encuentres. Encontrarse
es cosa buena, tanto como perderse.
Espero que al recibo de esta, te pierdas.
Espero que al recibo de esta todo y toda, y así y muy así,
etcéteramente.
Espero que sí.
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que un eclipse oscurezca el mar -dije. Plata o mierda -noso-
tros dijimos.
Te sentaste cerca encendiste un fuego de ramas mínimas.
Me achispé se quemaron algunas baldosas de la veredita quedó
un pasillo y una hamaca paraguaya entraste en puntas de pie
me saqué las medias servimos un vino en los vasos cóncavos
del cuerpo, brillamos como galaxias hasta el amanecer.
El tiempo sucedió.
¿Yo no desaparecí de mi?, vos tenés los mismos ojos de
niño fugitivo. En el medio un animal delicado y salvaje detie-
ne la entropía de este mundo.
La noche cae sobre nadie y yo en estado de gracia te escri-
bo, hundida en el sillón verde que es mullido, digo mullido y
pienso en muelle en puerto lugar de ninguno y de todos que
acoge naves a cualquier hora del día.
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Ñatunga:
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Biografías
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Aníbal Emilio Basso, nació en Jujuy. Organiza Tertulias.
Hace todos los talleres de lectura que puede. Amigo de los pe-
rros y los niños.
114
de la lectura. Participó de diversos proyectos de literatura en las
provincias de Chubut, Río Negro, Santa Cruz y sur de Chile. Pu-
blicó “Firme como el acaso”, 1991; “De no poder”, 1992; Las
Mujeres de mi casa -segundo premio del Concurso Binacional
Patagonia Chile Argentina en el año 1997-; “Quieta para la foto”,
2003; “Las voces de escritoras de la Patagonia” -Ensayo- 2004;
“Yuyo Seco”, 2006; “Escritos en el vidrio -los poemas del des-
pués-“; “A boca de pájaro”, 2011; “Los Poemas del Aire, un libro
clase B”, 2017 y “Fuera de juego”, 2019. En 2010 su obra Yuyo
Seco fue traducida y publicada en Italia. Presentó su ensayo “Como
leer a las poetas Argentinas del siglo XX” en marzo 2015 en el
Festival Federal de la Palabra, realizado en Tecnópolis.
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Silvina Elena Guala vive en Rosario, trabaja en clínica
fonoaudiológica, y coordina espacios literarios. Algunos de sus
textos fueron editados en antologías en español y portugués. Pu-
blicó “palabras de terra e alma”, 2007) y “trazos”, 2012.
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Indice
Prólogo
por Macarena Moraña 5
1.Carlos Acevedo 7
2.Vanesa Alvarez 10
3.Carlos Aprea 14
4.Emilio Basso 15
5.Salvador Biko 19
6.Lucía Bulgheroni 21
7.Emilia Carabajal 29
8.Liliana Campazzo 34
9.Gerardo Ciancio 42
10.Ana Danich 48
11.Graciela Estévez 52
12.Horacio Fiebelkorn 55
13.Gisela Galimi 62
14.Eva González 64
15.Vanesa González 67
16.Silvina Guala 71
17.Alexandra Jamieson 72
18.Teresa Korondi 75
19.Andrea López Kozak 79
20María Maratea 81
21.Pablo Mereb 82
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22.Gito Minore 90
23.María Negro 94
24.Diego Tedeschi 96
25.Rafael Urretabizcaya 102
26.María Urrutia 106
27.Orlando Valdez 108
Epílogo
por Marina Porcelli 111
Biografías 113
122
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