Está en la página 1de 4

LA CAMILA

En la última curva, de la última ruta asfaltada, del último kilómetro por transitar bajé.
Entre el polvo y el viento de la inercia propia de un viejo carromato, caminé los primeros
pasos de una tierra que iba a ser mi casa y la de mis venideras. Caminé como quien camina
con el peso de la vida. Al perderse en el horizonte los bosquejos del sonajero motor y las
disipadas nubes de polvo, entré a ese pueblo que no conocía, pero al que me detuve por la
singularidad de su resonado nombre: La Camila. Yo, que había escapado de las palabras
hirientes y los esfuerzos consentidos por pertenecer a algo que no pertenecía, la sola idea
de empezar de cero me seducía más que cualquier recuerdo perfumado. Empezar de cero,
era ser una nueva mujer en los innumerables personajes que había concebido de niña.
Personajes vestidos de amor, maquillados por la cantidad de caricias que me faltó y
peinados por quien en algún momento tuvo que oficiar de madre.

Caminé, dispuesta a encontrar lo que nunca perdí. La Camila era un pueblo perdido
en el norte santafesino, donde el calor era la calor, la calor que inundaba hasta el último
respiro agitado del perro. La Camila era un pueblo de pocos, pero tenía el color abrazar a
muchos. A mi paso se avecinaban las primeras estancias: La Linda, La Emilia, Las
Margaritas, La Josefina, La Escondida, etc. Que todos estos nombres tengan un universo
femenino me amenizaba cada paso incierto. Llegué hasta lo que sería una especie de plaza
con altos árboles, rosales y una glorieta. Atiné a dejar mi valija de cuerina roja, pequeño
bolso de mano y reposé mi cuerpo. Era la hora de la siesta de un miércoles del mes de
junio. No corría ni el propio aire que dejaba calma a las hojas de los árboles. Ese silencio
me tranquilizó tanto que solo dispuse mi concentración. Enumere en mi mente: una iglesia
blanca con un pequeño jardín delantero, al lado una escuela primaria y arriba la secundaria,
y a lado de ellas unas cuantas casas bien paquetas, en la esquina un banco, en la cuadra
siguiente una biblioteca a la que pegado se avizoraba una panadería, unas cuantas casas
más, en la cuadra siguiente la comuna del pueblo “La Camila” y el destacamento policial,
que de por medio contemplaban una pequeña casa verde claro, muy luminosa, y para
completar en la última cuadra que abrazaba la plaza un gran mercado. Cerró los ojos,
necesitaba ver con los ojos cerrados, sentirlo por dentro, vivirlo como vivía cada instante en
que había decidido vivir sin estribos.

Me distrajo el inquietante chirrido que sucede al instinto de hambre. Las horas de viaje
con el solo aire que ingresaba por la ventana me había dado ese respiro que no me había
dado nunca la ciudad, pero ningún respiro te calma ni te llena el estómago. El hambre fue
unos de los instintos de supervivencia que me invitó a saber que nuevamente estaba sola y
que debía valerme una vez más de eso. La necesidad te hace guerrera de batallas
cotidianas, emprender búsquedas de necesidades primarias que para mi no son privilegios
cotidianos, el solo hecho de comer, era una de las pruebas que debía atravesar victoriosa,
me había jurado a mi misma no fallar por mínima que fuese la intención, no quería fallar por
mediano que que fuese el objetivo. Ahora era comer y ahorrarse los últimos billetes que le
aseguraban algunas noches en algún hospedaje y esenciales comidas sin tantas
pretensiones.
CASA AZUL

Saltar el tapial, correr en el comedor, esconderse en el ropero, vestir las ropas de


madre, hacer deportes irónicos, jugar a la familia, jugar a ser rico, jugar a ser otros, jugar,
jugar y jugar…
De chica vivía en una casa azul y en ella me era primordial habitar otros mundos
cuando el propio te es ajeno. De chica mi imaginación era inagotable como las ganas de
soñar. De chica me faltó mucho, pero nunca me faltó el sueño, que detrás de todo esto
había una cuota de alegría inmensa. De chica para mis padres todo les era complejo, si
jugaba, con qué jugaba, si lloraba, por qué lloraba, si era sensible, por qué. En fin, los
dramas, que no eran míos, si no de los otros. Uno no es culpable de las expectativas que
ponen los padres sobre una, como si una fuese una calculadora o máquina que pudiese
responder a sus tan necesarios sentimientos de infelicidad.
El fútbol, no se si detesto el deporte o su coyuntura. Detesto la competencia sin
límites, donde del otro lado siempre está el perdedor. Detestaba con todas mis fuerzas la
hora interminable de Educación Física con el Profesor Raúl, que se había recibido para solo
darnos una pelota, seleccionar dos alumnos que a su vez seleccionarán, selectivamente
seres “aptos” para tal deporte. Visualicen una tan agotada escena escolar, donde para lo
último queda el gordito de lentes y yo “la marica”. Visualicen algo tan feo como es no ser
elegida. Después no me digan que la escuela incluye y es igualitaria, por lo menos no la
escuela en la que yo viví. Hablo del fútbol, pero a la vez de tantos deportes que tienden a
segregar. La escuela segrega al distinto, al que va lento, al que es diferente, al que piensa
fuera de la norma, al que quiere ser otra, al que quiere ser otro. Es difícil desentramar tantas
injusticias en una sola infancia, y darme cuenta que no solo mi infancia fue plagada de odios
infundados, es difícil no ser ahora la loca, porque de chiquita me tuve sola y guerrera a
contramarcha. Me duele hablar de una infancia feliz, porque mi felicidad era cerrar una
puerta, dar dos vueltas de llave, pintar sobre mi cara guacha algún bosquejo, cantar un
bolero y vestir prendas como escaparates.
No sé imaginan los mundos maricas… no sé imaginan los mundos maricas de una
pibita de barrio bien que solo precisa amor maternal y curitas en sus rodillas para las tantas
caídas. No sé imaginan los mundos y las eternas posibilidades felices de saltar. Las maricas
no pensamos más que en lo humano, el solo caminar por una calle y que en lugar de curitas
no sean hilos para coser. ¿Por qué no voy a encerrarme y cantar boleros si vivir es morir
cada día? Y sobrevivir cada día es una proeza. Háblame de privilegio sobre una infancia
hetero patriarcal.

CASA VERDE

-Hablame de amor, háblame de querer y te juro que suelto todo y corro a abrazarte
como sostengo este teléfono. Hablame y decime que me queres así y te juro que suelto el
aire y la convierto en perfume. Decime qué no llamaste para eso, por que ya no claudico, ya
no te aflojo….

-(del otro lado silencio, ruido y el tono inmundo que se vuelve al cortarte una llamada)

-Ojala estas palabras que le digo al silencio te lleguen. Quisiera que ames, pero ese
amor que va de la mano la verdad, quisiera que ames como se aman los días y las noches,
quisiera que ames con mano dulce y susurro fresco. Quisiera que solo ames, sin medidas y
sin tiempos..Quisiera que me ames en presente por que el futuro sin vos lo tengo incierto.
Ojalá estas palabras se escriban en alguna página del universo, ojalá que sea cierto que
engaño mis sentimientos…

Entre lo que soñamos es el amor. El amor de pareja, el amor arrebatado y fugaz de


adolescentes. Ese amor que invita a trepar tapiales, caminar bosques, descifrar las noches.
Ese amor que es necesidad mutua. Es querer.

A veces el amor es el que te deja llegar viva a los 18 años. Llegar viva a los dieciocho
años y vestirte en el baño de una estación de servicio, a la luz de cualquier ser despectivo.
LLegar viva a los 18 años y maquillarse en el baño de una estación de servicio y estar
desprotegida. Llegar viva a los 18 años y transformarse para tener ese momento libre con
tus hermanas, las trabas, los gays, las locas.

MI CASA ES UN TEATRO

CAMILA: (Así misma, como si le hablara a su figura en el espejo) Fingiré que estamos en el
teatro, te diré que la cena está servida, con la comida y el vino que tanto pedís. (rememora
esas acciones corporalmente) Encenderé las velas, pondré música romántica, haré todo
eso que tanto deseas, te esperaré, sonreiré, y cuando te hayas dado cuenta que todo es
una mentira. (Frena, Silencio) Sólo desearás respirar. (Describe) Respirar: acción que nos
mantiene vivos y que casi nunca percibimos (Determinante) Eso desearás, desearas lo más
insignificante, desearas por un momento dejar de ser bestia. (Se mira, lo mira) Temblaras…
(Dictaminando) Es tu último acto y tu personaje desencadenando el hecho trágico. (Silencio
y explica) La tragedia, la otra cara del teatro, nos enseña que alguien tiene que morir por
derecho divino. (Proclama) ¡Estamos en el teatro y hoy un hombre tiene que morir por su
derecho divino de maltratarme! (Reflexiva) Al fin un hombre será colocado donde terminan
sus pensamientos, (Pausa) la muerte. (Exaltado) ¡¿Qué pasará cuando te tenga entre mis
manos presa de mi furia?! (Imagina) Suplicarás, prometerás y tus ojos se pondrán tiernos
de perdón. (Determinante) No te creo. Ya ensayé esta escena, (Ilustra sus pensamientos)
Quiero que todo sea desmesura y realismo! (Racional) Es real,(pausa) mi mirada te
aniquilará.(A público, consciente, aceptando sus palabras) Afuera estarán los que me
acusen, yo les diré que supe de una Justicia que creó un trono para el Hombre y a la Mujer
esclava de sus proezas. (A público) Nunca entendí esa justicia.

ARMAR LA CONTINUACIÓN
CAPÍTULO
CASA VERDE
YO DE CHICA
LA CASA BLANCA (NIÑEZ)
LA CASA AUSTERA (ABUELA)
ESCUCHAR HISTORIA DE CHICAS TRANS

También podría gustarte