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1- Investiga la biografía del autor y anota una serie de 10 acontecimientos que sean fuera

de lo común en una persona “normal


2- Elegir una escena de la obra por ahora leída y desarrollar un comic. En el mismo, utilizar
el recurso de las imágenes y los colores para describir al personaje principal como
existencialista.

3- Leer el artículo: Albert Camus, filosofía de un espontáneo, de Savater y establecer un


paralelismo con Mersault.

4- Mersault se considera para algunos un héroe trágico*. Después de leer la definición del
mismo, desarrolle argumentativamente un texto corto ( 10 renglones) que secunde o refute
esta opinión

*Aristóteles estableció que el héroe trágico debía ser una persona que, por un error de juicio
en lugar de un vicio o maldad inerte en él, pasa de un estado relativamente positivo a uno
negativo. Este héroe debe ser alguien que inicia como alguien virtuoso, es muy competente,
pero tiene una arrogancia clave que, al final, termina provocando su desenlace trágico.

Albert Camus, filosofía de un espontáneo


Sin su filosofía no se entienden sus ficciones

FERNANDO SAVATER, 7-11-2013, el país

¿Camus, filósofo? En todo caso “un filósofo para alumnos de bachillerato”, se burlaron en su
día los detractores. Hoy sigue siendo la opinión de no pocos académicos. En efecto, como
señaló Sartre desde la primera hora (ni siquiera se conocían personalmente aún) “Camus pone
cierta coquetería en citar textos de Jaspers, de Heidegger, de Kierkegaard, que por otra parte
no siempre parece entender bien”. ¡Tocado! En “El mito de Sísifo”, añado yo, repite el tópico de
un Schopenhauer indecente predicando el suicidio ante una mesa bien servida: pues bien,
Schopenhauer no recomendó el suicidio, todo lo contrario. Ese tipo de erudición no es lo suyo,
lo cual no le descarta como pensador como aclara el propio Sartre de los buenos tiempos: “Sus
verdaderos maestros son otros: el contorno de sus razonamientos, la claridad de sus ideas, el
corte de su estilo de ensayista y un cierto tipo de siniestro solar, ordenado, ceremonioso y
desolado, todo anuncia un clásico, un mediterráneo”. Más tarde también Czeslaw Milosz, que le
estaba agradecido por ser uno de los poquísimos intelectuales que le acogió bien cuando huyó
del comunismo, le defendió contra la acusación común de que carecía de doctorado filosófico:
“Pero, en primer lugar, ¿qué se entiende por filosofía? Para algunos, como Camus, la filosofía
exige una alimentación casi carnal y se rehúsan a hablar de las cosas que no tocan por sí
mismos”.
¿Por qué escribes novelas o dramas teatrales?”, pregunta la filosofía; y Camus responde:

“Para vivirte mejor…

Entonces ¿era o no era filósofo? Digamos que fue un espontáneo que saltó al ruedo de la
filosofía sin llevar nada más que su hambre vital de voyou argelino y la vergüenza torera de no
aceptar una existencia irreflexiva. El capote con que dio sus primeros pases en esa faena
improvisada (“El mito de Sísifo”) fue elabsurdo, mucho más que una palabra y algo menos que
un concepto. El absurdo no es el sinsentido del mundo, sino la falta de sentido en un mundo
que nosotros –los inventores y huérfanos del sentido- reclamamos que lo tenga: “El hombre se
encuentra ante lo irracional. Siente en sí mismo su deseo de felicidad y de razón. El absurdo
nace de esa confrontación entre la llamada humana y el silencio sin razones del mundo”. El
absurdo no es un dato elemental sino un divorcio: la demanda de los hombres y la callada por
respuesta del universo, un amor imposible. La peculiaridad del absurdo es que deja der serlo si
lo aceptamos como tal: es un pensamiento inaceptable y sólo si no lo aceptamos, si nos
sublevamos contra él, podemos pensarlo. No es una idea, ni mucho menos una doctrina, ni
siquiera algo que pueda explicarse en el aula, como las categorías de Aristóteles o la dialéctica
trascendental de Kant. El absurdo… ¡eso hay que vivirlo! Tal como decimos de otros
padecimientos. Por eso se presta mejor a la narración que al tratado. Pero se equivocan
quienes expulsan a Camus del jardín de la filosofía, porque sin la filosofía no se entienden ni se
justifican sus ficciones, que son el modo que utiliza para hacerla comprensible. “¿Por qué
escribes novelas o dramas teatrales?”, pregunta la filosofía; y Camus responde: “Para vivirte
mejor…”.

Para Camus, la democracia –despreciada por los revolucionarios y por Sartre- tiene el gran mérito

de solicitar modestia: nadie puede zanjarlo todo por sí mismo, hace falta el consejo de otros y el

acuerdo

Intelectualmente el absurdo es un callejón sin salida aunque la vida consiste precisamente en


hacer como si la tuviera. El muro que nos cierra el paso es infranqueable, pero nosotros
pintamos voluntariosamente una puerta en él y la puerta se abre…o al menos nos permite
imaginar que se abre y salimos por ella. De esa puerta pintada en el muro de la realidad,
imposible pero irrenunciable, es de lo que habla “El hombre rebelde”, donde por segunda vez el
espontáneo Camus se echa al ruedo de la filosofía. La primera faena se la perdonaron como
una manifestación de simpática inexperiencia, pero por esta otra ya fue seriamente sancionado
por los comisarios de la plaza. “Me rebelo, luego somos”: ¿habrase visto mayor atrevimiento?
Sublevarse entonces no es una consecuencia histórica de la solidaridad, sino que la solidaridad
nace a partir de la individualidad que se subleva por impulso metafísico. El ser humano se
rebela y al hacerlo descubre la humanidad que le vincula a los demás. Los dogmáticos de la
revolución comprendieron que ésta, violenta y totalitaria, forma parte del muro de la realidad
contra el que se insurge el rebelde. “Los hombres mueren y no son felices”, resume Calígula.
Pero cada hombre puede rebelarse contra lo que impone la muerte y la infelicidad,
descubriendo así su camaradería con los demás. Y esa rebelión no es simple grandilocuencia,
sino búsqueda de soluciones políticas, es decir, contra el estado de guerra que exige
mantenerse en el odio. Para Camus, la democracia –despreciada por los revolucionarios y por
Sartre- tiene el gran mérito de solicitar modestia: nadie puede zanjarlo todo por sí mismo, hace
falta el consejo de otros y el acuerdo. Rebelarse contra la infelicidad del terror exige evitar el
absolutismo decapitador de los principios y a menudo atenerse a los matices, a las medias
tintas: ¡qué bien comprendemos hoy, tras las contradicciones de las primaveras árabes, la
actitud tentativa y fluctuante de Camus ante el conflicto de Argelia a finales de los años
cincuenta!

En Youtube puede verse una breve filmación de Albert Camus en la que, con una sonrisa y aire
de pillo, finge ante la cámara muletazos sin toro ni muleta. Es un espontáneo, el maletilla que
aspira a la gloria. O que ya la conoce: “Comprendo aquí lo que se llama gloria: el derecho de
amar sin medida” (Bodas).

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