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Eucaristía y Corazón de Jesús

1) «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de


padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el
reino de Dios». 17Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias,
dijo: «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde
ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». Y, tomando pan,
después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: «Esto
es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía» (Lc
22,15-19)

2) «Deseamos que por medio de una participación más intensa en el


Sacramento del altar sea honrado en el Corazón de Jesús cuyo regalo más
grande es justamente en la eucaristía. De hecho, en el sacrificio eucarístico se
inmola y se recibe a nuestro Salvador siempre vivo a interceder por nosotros
(Heb 7,25), cuyo Corazón fue abierto por la lanza del soldado y derramó sobre
el género humano la torrente de su Sangre preciosa, mezclada con agua; en este
excelso Sacramento, además, que es la culminación y centro de los demás
sacramentos, se gusta la dulzura espiritual en la misma fuente y se recuerda
aquella insigne caridad que Cristo ha demostrado en su pasión (SANTO TOMÁS DE
AQUINO, opusculum 57); es necesario por tanto que - para usar las palabras de San
Juan damasceno - nos acerquemos a él con deseo ardiente… para que el fuego de
nuestro deseo, recibiendo como si fuera el ardor de una brasa, destruya
quemando nuestros pecados e ilumine los corazones y de tal manera en el
contacto habitual con el fuego divino nos volvamos ardientes y puros y
semejantes a Dios (SAN JUAN DAMASCENO, De fide orthod., 4, 13; padres griegos 94,
1150). (SAN PABLO VI, Investigabiles divitias Christi)

3) «La Eucaristía es un don del Corazón de Jesús» (SAN PABLO VI,


Investigabiles divitias Christi)
La devoción al Sagrado Corazón siempre ha estado íntimamente ligada a la
Eucarística. La Misa es la expresión plena del amor de Su Corazón por Su Padre
y por nosotros. La Liturgia Eucarística hace presente sin cesar el clamor de Cristo
desde la cruz: «Esto es mi cuerpo … esta es mi sangre entregada por vosotros».
El Sagrado Corazón es símbolo de la vida interior de Jesús en su
totalidad. Nos recuerda Su invitación a que vayamos a El (Venid a mí los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré… (Mt 11,28-30) y nos adentremos
en su ofrecimiento diario al Padre por nosotros en la Santa Misa: «Haced esto en
memoria mía»; «Por Cristo, con él y Él…»
En la Eucaristía vamos a Jesús, a su Corazón manso y humilde.

4) «El Corazón de Jesús vive en la Eucaristía, supuesto que su cuerpo está


allí vivo. Es verdad que este Corazón divino no está allí de un modo sensible, ni
se le puede ver, pero lo, mismo ocurre con todos los hombres. Este principio de
vida conviene que sea misterioso, que esté oculto: descubrirlo sería matarlo; sólo
se conoce su existencia por los efectos que produce. El hombre no pretende ver
el corazón de un amigo, le basta una palabra para cerciorarse de su amor. ¿Qué
diremos del Corazón divino de Jesús? El se nos manifiesta por los sentimientos
que nos inspira, y esto debe bastarnos. Por otra parte, ¿quién sería capaz de
contemplar la belleza y la bondad de este Corazón? ¿Quién podría tolerar el
esplendor de su gloria ni soportar la intensidad del fuego devorador de su amor,
capaz de consumirlo todo? ¿Quién se atrevería a dirigir su mirada a esa arca
divina, en la cual está escrito con letras de fuego su Evangelio de amor, en donde
se hallan glorificadas todas sus virtudes, donde su amor tiene su trono y su
bondad guarda todos sus tesoros? ¿Quién querría penetrar en el propio santuario
de la divinidad? ¡El Corazón de Jesús! ¡Es el cielo de los cielos, habitado por el
mismo Dios, en el cual encuentra todas sus delicias! ¡No, no vemos el Corazón
eucarístico de Jesús; pero lo poseemos...! ¡Es nuestro!» (P. Julian Eymard)

5) F. CERRO CHAVES Y V. CASTAÑO MORAGA, “Encíclicas y Documentos de los


Papas sobre el Corazón de Jesús”. Monte Carmelo, Burgos 2009
A. AMADO “El culto al Sagrado Corazón de Jesús”
https://www.humanitas.cl/teologia-y-espiritualidad-de-la-iglesia/el-
culto-al-sagrado-corazon-de-jesus
J.A. GOENAGA, «El Corazón de Cristo y el misterio eucarístico del
sacerdocio ministerial», en Teología del sacerdocio, vol. 18 (Aldecoa, Burgos
1984) 127-175.
M. VARGAS CANO DE SANTAYANA, Al menos tú ámame, Ed. Nueva Eva,
Madrid 2023
Reparación y Confianza

1) «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que


presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios; este
es vuestro culto espiritual. Y no os amoldéis a este mundo, sino transformaos
por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de
Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom. 12,1-2)

2) «¿Cómo podrán estos actos de reparación consolar a Cristo, que


dichosamente reina en los cielos? Respondemos con palabras de San Agustín:
«Dame un corazón que ame y sentirá lo que digo».
Un alma de veras amante de Dios, si mira al tiempo pasado, ve a Jesucristo
trabajando, doliente, sufriendo durísimas penas «por nosotros los hombres y por
nuestra salvación», tristeza, angustias, oprobios, «quebrantado por nuestras
culpas»(Is 53,5) y sanándonos con sus llagas. De todo lo cual tanto más
hondamente se penetran las almas piadosas cuanto más claro ven que los
pecados de los hombres en cualquier tiempo cometidos fueron causa de que el
Hijo de Dios se entregase a la muerte; y aun ahora esta misma muerte, con sus
mismos dolores y tristezas, de nuevo le infieren, ya que cada pecado renueva a
su modo la pasión del Señor, conforme a lo del Apóstol: «Nuevamente crucifican
al Hijo de Dios y le exponen a vituperio» (Is 5). Que si a causa también de
nuestros pecados futuros, pero previstos, el alma de Cristo Jesús estuvo triste
hasta la muerte, sin duda algún consuelo recibiría de nuestra reparación
también futura, pero prevista, cuando el ángel del cielo (Lc 22,43) se le apareció
para consolar su Corazón oprimido de tristeza y angustias. Así, aún podemos y
debemos consolar aquel Corazón sacratísimo, incesantemente ofendido por los
pecados y la ingratitud de los hombres, por este modo admirable, pero
verdadero; pues alguna vez, como se lee en la sagrada liturgia, el mismo Cristo
se queja a sus amigos del desamparo, diciendo por los labios del Salmista:
«Improperio y miseria esperó mi corazón; y busqué quien compartiera mi tristeza
y no lo hubo; busqué quien me consolara y no lo hallé» (Sal 68,21)» (PÍO XI,
Miserentissimus Redemptor, 10).

3) ¿Qué lleva consigo nuestra actitud de reparación? Toda nuestra respuesta


al amor, al Corazón de Cristo tiene como punto de partida nuestra participación
del Corazón de Dios. Nosotros llegamos a amar en cristiano, porque primero ha
descendido a nosotros el amor de Dios. Se nos ha dado el Espíritu Santo, que
viene a formar en nosotros un corazón como el de Cristo. El Espíritu modela en
nosotros el Corazón de Cristo: el Espíritu forma en nosotros un amor como el de
Cristo.
Este amor nos lleva indudablemente a participar íntimamente de los
sentimientos de Cristo, nos lleva a tener en nosotros sus mismas actitudes. La
reparación no puede entenderse sin un amor que nos identifica con el Padre y
nos identifica con los hombres. Ese amor es sensible a la ofensa de Dios; entonces
de ahí arranca el movimiento activo de la reparación.

4) «¡Oh Dios mío! tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu


corazón? Creo que si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de
holocausto a tu amor las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si
no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti… Si a tu
justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará
abrasar a las almas tu amor misericordioso, que se eleva hasta el cielo…! ¡Jesús
mío!, que sea yo esta víctima dichosa ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu
divino amor…!» (Santa Teresa del Niño Jesús)

5) «Estoy tan convencido, Dios mío, de que velas sobre todos los que esperan
en Ti, y de que no puede faltar cosa alguna a quien aguarda de Ti todas las cosas,
que he determinado vivir de ahora en adelante sin ningún cuidado,
descargando en Ti todas mis inquietudes: «en paz me acuesto y en seguida me
duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo» (Sal 4,10).

Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la honra, las enfermedades


pueden privarme de las fuerzas e instrumentos de servirte; Yo mismo puedo
perder Tu gracia pecando; pero no por eso perderé la esperanza; antes la
conservaré hasta el último suspiro de mi vida y serán vanos los esfuerzos de todos
los demonios del infierno por arrancármela: "en paz me duermo y al punto
descanso".

Que otros pongan su confianza en sus riquezas o en sus talentos: que descansen
otros en la inocencia de su vida, o en la aspereza de su penitencia, o en la multitud
de sus buenas obras, o en el fervor de sus oraciones; en cuanto a mí toda mi
confianza se funda en mi misma confianza: «Tú, sólo, Señor, me haces vivir
tranquilo» (Sal 4,10).

Confianza semejante jamás fue defraudada: «Nadie esperó en el Señor y quedó


confundido» (Sir 2,11). Así que seguro estoy de ser eternamente bienaventurado,
porque espero firmemente serlo, y porque eres Tú, Dios mío, de quien lo
espero: «en Ti, Señor, he esperado; no quedaré avergonzado jamás» (Sal 30,2;
70,1).

Bien conozco ¡ah! demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuánto
pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo
y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras
mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las
calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta
invariable esperanza.

En fin, para mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que
nunca tendré menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me
sostendrás firme en los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los
ataques más furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos
enemigos. Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin
intermisión, y para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede
llegarse, espero a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para
la eternidad. Amén. (SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE (carta XCVI))

5)
L.M. MENDIZÁBAL, La Reparación según las enseñanzas del Corazón de Jesús:
https://corazondejesus.es/espiritualidad/la-reparacion-segun-las-
ensenanzas-del-corazon-jesus/
SAN CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE, El abandono confiado a la Divina
Providencia, Ed. Balmes, Barcelona
Consagración

1) “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo. Amarás,


pues, al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus
fuerzas. Estas palabras que yo te mando hoy estarán en tu corazón, 7se las
repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino,
acostado y levantado” (Dt 6, 4.7)

“ Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí


mismo. Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así
que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor. Pues para esto murió y resucitó
Cristo: para ser Señor de muertos y vivos” (Rom. 14, 7-9)

2) “La consagración del género humano al Corazón de Jesús fue presentada


por León XIII como «cima y coronación de todos los honores que se solían
tributar al Sacratísimo Corazón». Como explica la encíclica, esa consagración se
debe a Cristo, Redentor del género humano, por lo que él es en sí y por cuanto
ha hecho por todos los hombres. El creyente, al encontrar en el Sagrado Corazón
el símbolo y la imagen viva de la infinita caridad de Cristo, que por sí misma nos
mueve a amarnos unos a otros, no puede menos de sentir la exigencia de
participar personalmente en la obra de la salvación. Por eso, todo miembro de la
Iglesia está invitado a ver en la consagración una entrega y una obligación con
respecto a Jesucristo, Rey «de los hijos pródigos», Rey que llama a todos «al
puerto de la verdad y a la unidad de la fe», y Rey de todos los que esperan ser
introducidos «en la luz de Dios y en su reino» (Fórmula de consagración). La
consagración así entendida se ha de poner en relación con la acción misionera de
la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar
en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino,
y unir cada vez más a la Iglesia en su ofrenda al Padre y en su ser para los
demás” (SAN JUAN PABLO II, Mensaje en el Centenario de la consagración del género
humano al Sagrado Corazón realizada por León XIII (11-VI-1999)
Señor Jesucristo,
Redentor del género humano,
nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón
con humildad y confianza, con reverencia y esperanza,
con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.

Señor Jesucristo,
Salvador del mundo,
te damos las gracias por todo lo que eres
y todo lo que haces.
Señor Jesucristo,
Hijo de Dios Vivo,
te alabamos por el amor que has revelado
a través de Tu Sagrado Corazón,
que fue traspasado por nosotros
y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría,
manantial de nuestra vida eterna.

Reunidos juntos en Tu nombre,


que está por encima de todo nombre,
nos consagramos a tu Sacratísimo Corazón,
en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.

Al consagrarnos a Ti,
los fieles renovamos nuestro deseo
de corresponder con amor
a la rica efusión de tu misericordioso y pleno amor.

Señor Jesucristo,
Rey de Amor y Príncipe de la Paz,
reina en nuestros corazones y en nuestros hogares.
Vence todos los poderes del maligno
y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón.
¡Que todos proclamemos
y demos gloria a Ti, al Padre y al Espíritu Santo,
único Dios que vive y reina por los siglos de los siglos!
Amén.

(SAN JUAN PABLO II, Viaje a India 1986).

3) Dios revelado de las Escrituras salta la distancia de su infinita


trascendencia para establecer una relación no sólo de amistad (benevolentia o filia,
sino de amor de entrega (agapé). El misterio de la encarnación es el testimonio
humanamente impensable del amor de Dios a nosotros que supera todo límite
de acercamiento.
El amor con amor se paga: la lógica del corazón exige corresponder al
amor personal de Jesús por cada uno de nosotros con la entrega propia a él. La
respuesta al amor de Cristo y a la consagración objetiva (bautismo) es la
consagración subjetiva: amar a Dios y amar al prójimo. La consagración al
Sagrado Corazón es un reconocimiento voluntario y amoroso de nuestra
existencia en Dios y para Dios. En la consagración al Corazón de Cristo se toma
conciencia de que, por el bautismo, estamos consagrados a la Santísima Trinidad.
«El compromiso de llevar la consagración bautismal hasta las últimas
consecuencias se concreta en la voluntad de concentrarse en el amor, para
responder así al amor de Cristo, y de concretarse en la vida interior, ya que el
Corazón de Cristo no es solo símbolo de su amor, sino también de toda su vida
interior».
«La consagración es un acto de fe en la soberanía de Jesucristo, de
aceptación de la misma y de confianza en su amor. Cristo, sentado a la derecha
del Padre, triunfador del pecado y de la muerte, ha sido constituido Señor del
universo». Los Papas han considerado que esta consagración debía hacerla toda
la Iglesia y, en su nombre, la humanidad entera. Pío IX, León XIII, Pío X, Pío XII,
Juan Pablo II, leyeron y difundieron actos de consagración al Corazón del
Redentor.
La correspondencia al amor personalizado de Cristo tiene que completarse
con la imitación. Conocer al que «me amó y se entregó a la muerte por mí»: la
respuesta y reacción lógica es enamorarse de Jesucristo e imitarle. De ahí nació la
costumbre del ofrecimiento diario de la jornada: alegrías y tristezas, gozos y
sombras, sonrisas y lágrimas, trabajo y oración, al Corazón «que tanto ha amado
a los hombres».

4)
Padre, me pongo en tus manos,
haz de mí lo que quieras;
sea lo que sea, te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo,
con tal de que tu voluntad se cumpla en mí,
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma.
Te la doy con todo el amor del que soy capaz,
porque te amo, y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con una infinita confianza,
porque tú eres mi Padre. Amén.
(San Carlos de Foucauld)
5) F. CANALS VIDAL, La consecratio mundi al Corazón de Jesús en el misterio de la
Economía Divina, en Cor Christi (Instituto Internacional del Corazón de
Jesús), Bogotá (Colombia) 1980
L.Mª. MENDIZÁBAL, En el Corazón de Cristo. La consagración (Monte
Carmelo, Burgos 2019).
P. CERVERA, La consagración al Corazón de Cristo: aspectos teológicos, en P.
CERVERA-J . PÉREZ- BOCCHERINI (EDS.), Sus heridas nos han curado. Memoria
documental del Centenario ·de la Consagración de España al Sagrado Corazón de
Jesús (BAC, Madrid 2021) 519-534.

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