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GRUPO 2

Características de la monarquía visigoda

A partir del s. III, coincidiendo con la crisis del Imperio Romano, se producen invasiones de
pueblos germanos. Los visigodos, un pueblo de las estepas de Asia central, penetran en Hispania a
comienzos del s. V, poco después de que lo hicieran suevos, vándalos y alanos. Los visigodos, como
aliados del Imperio Romano, logran expulsar a los alanos y vándalos de la Bética. Pero la Península será
territorio de los visigodos sólo después de la caída del Imperio romano de Occidente (476) y la derrota
ante los francos. El nuevo reino visigodo en la Península tendrá como capital la ciudad de Toledo.
El monarca ejercía un poder casi absoluto y tenía un carácter electivo y no hereditario, lo que
generaba constante inestabilidad por intrigas y luchas por el poder. El rey gobernaba con la ayuda del
Officium Palatinum en el que intervenían dos órganos de gestión: el Aula Regia (formada por altos
funcionarios, aristócratas y clérigos que asesoraban al rey en asuntos administrativos, militares y
judiciales) y los Concilios de Toledo, que eran asambleas formadas por obispos, rey y nobles, que se
encargaban de tareas legislativas y asuntos de gobierno.
La monarquía visigoda construyó su dominio sobre las tierras peninsulares a partir de un
proceso de unificación territorial, político, religioso y jurídico. Los monarcas Leovigildo y su hijo
Recaredo consiguieron la unidad territorial al dominar a vascones y cántabros, expulsar a los suevos y
conquistar territorios a los bizantinos. La unificación cultural-religiosa se hizo a través de la conversión al
catolicismo en el reinado de Recaredo, o el fomento de matrimonios mixtos (población romana y
visigoda) en época de Leovigildo. La Iglesia alcanzó un gran poder religioso y político. El rey visigodo será
el jefe de la Iglesia que designa a los obispos y convoca concilios. El rey Recesvinto promovió una única
ley para ambos pueblos: el Fuero Juzgo, que supuso la unificación jurídico-administrativa.
Las disputas entre los nobles visigodos acabaron con el reino. Muerto el rey Witiza, los nobles
que lo habían apoyado quisieron transmitir la corona a su hijo; pero la facción rival se impuso y colocó al
frente del reino a Don Rodrigo. Los witizanos llamaron en su ayuda a los musulmanes. En el año 711 un
ejército de bereberes procedentes del norte de África derrotó a las tropas leales a Rodrigo en Guadalete,
iniciándose la invasión musulmana de la Península.
Explica las causas de la invasión musulmana y de su rápida ocupación de la Península

Durante el califato del Omeya Alwalid se produjo la segunda ola de la expansión territorial del
Islam. En el occidente, el poder islámico ya se había asentado sólidamente en el norte de África, donde
el cargo de gobernador recayó en el árabe Musa ibn Nusayr.
En la otra orilla del Mediterráneo, la situación del Estado visigodo de Hispania era decadente.
Los signos de descomposición eran claros: crisis política y debilidad de la monarquía, corrupción de la
aristocracia separada de las clases populares, luchas por el trono, querellas internas y malestar social,
regresión económica y disensiones doctrinales entre el catolicismo oficial y el arrianismo extendido entre
el pueblo. Esta situación de fragilidad del poder y de descontento por parte de algunos sectores sociales
hispanos fue aprovechada por el Estado islámico, que se hallaba en plena fase de expansión territorial y
al que se acababa de incorporar la población norteafricana. Tras unas expediciones de tanteo en
709-710, en el año 711 el ejército bereber musulmán cruzó el estrecho de Gibraltar y se apoderó de
Algeciras. Tras vencer al rey Rodrigo en el río Barbate, el lugarteniente de Musa, Tariq siguió avanzando
en la conquista y la propia capital del reino visigodo, Toledo, se le entregó.
En el año 712, Musa llegó también a la Península Ibérica, con un ejército formado por árabes en
su mayoría, que abrió otro frente de conquista hasta reunirse y, desde Toledo, ambos ejércitos se
dirigieron a conquistar el valle del Ebro. Zaragoza cayó en el 714 y la expansión continuó hacia el norte.
La conquista y organización de la nueva provincia se completó con el hijo de Musa, Abdelaziz,
nombrado gobernador de Al-Ándalus cuando su padre fue a rendir cuentas de la conquista ante el califa
de Damasco. En cinco años los musulmanes conquistaron prácticamente toda la Península Ibérica. Fue
una ocupación rápida y fácil, sin apenas resistencia porque los musulmanes respetaban la preeminencia
social de los visigodos, y les dejaban mantener su religión y sus bienes patrimoniales a cambio de
tributos y de someterse a su autoridad.
Cabe destacar también la sencillez y funcionalidad de la religión musulmana y su parecido
doctrinal con la versión arriana del cristianismo y las ventajas de pertenecer a un sistema de gran
desarrollo y fortaleza en todos los aspectos (económico, político, cultural, etc.) como era el islam en la
Alta Edad Media. Hispania quedó incluida dentro del Imperio islámico con el nombre de Al-Ándalus y se
convirtió en una provincia o emirato musulmán dependiente del Califato Omeya de Damasco. Solo las
regiones montañosas de las zonas cantábrica y pirenaica quedaron fuera del control de los musulmanes.
Describe la evolución política de Al Ándalus.

Fases de la evolución política de al-Ándalus:


Emirato dependiente (711-756). Desde la conquista de 711, la nueva provincia del Imperio
islámico en la Península Ibérica, que recibió el nombre de al-Ándalus, quedó al mando de un gobernador
(walí) delegado del gobernador del Magreb que, a su vez, ejercía el poder por delegación del califa de
Damasco. Este periodo de los gobernadores estuvo marcado por la rivalidad entre los clanes árabes y los
intentos de expansión más allá de los Pirineos.
Emirato independiente (756-929). En 756, Abderrahmán I, único superviviente de los Omeyas
destituidos y aniquilados en Oriente por la nueva dinastía califal, la Abbasí, se instaló en Córdoba con el
título de emir. Ese emirato omeya, independiente políticamente del califa Abbasí de Bagdad, duró más
de siglo y medio durante el cual se profundizó en la islamización y arabización de la población andalusí.
Los emires debieron hacer frente a diversas revueltas internas, fundamentalmente en las Marcas o zonas
fronterizas, y a la presión de los reinos cristianos que desde el norte peninsular iban ganando terreno.
Califato omeya de Córdoba (929-1031). Abderrahmán III se proclamaría califa en Córdoba en
929, restaurando la autoridad omeya dentro y fuera de sus fronteras e iniciando la etapa más floreciente
del islam andalusí. Pero con el tercer califa el poder efectivo cayó en manos de su mayordomo Almanzor,
quien ejerció una dictadura personal durante la cual la actividad militar contra los reinos cristianos fue
muy intensa. La dictadura continuó con sus hijos hasta 1009, cuando en el califato andalusí comenzó una
guerra civil que llevaría a su caída y desmembración en diversos reinos de taifas independientes
gobernados por linajes árabes, bereberes, muladíes o eslavos, todos enfrentados entre sí.
Reinos de Taifas (1031-1086). La desintegración del califato provocó la formación de pequeños
Estados independientes llamados taifas. Estos comenzaron a enfrentarse entre sí, lo cual fue
aprovechado por los reinos cristianos para imponerles tributos y avanzar en su conquista. Este periodo
es uno de los más brillantes culturalmente, pero su debilidad política y sus enfrentamientos marcan el
inicio de la decadencia de la presencia musulmana en la Península.
Dinastías norteafricanas (1086-1237). En ayuda del islam andalusí llegaron desde el Magreb los
Almorávides en 1086, quienes, ante la desunión de los reyes de taifas, los destituyeron y anexionaron a
su Imperio. A mediados del siglo XII fueron sustituidos en el control de sus territorios magrebíes y
andalusíes por otro grupo de Almohades. Éstos, en 1146 enviaron sus tropas para frenar a los cristianos,
pero en 1212 fueron derrotados por los cristianos, cuyo avance territorial era ya imparable.
Reino nazarí de Granada (1237-1492). A inicios del siglo XIII, la autoridad política de los
almohades era débil y a mediados de siglo al-Ándalus quedó reducido al reino nazarí de Granada. Este se
mantuvo como reino islámico durante más de dos siglos, aunque tributario del rey castellano, hasta
acabar siendo anexionado al reino cristiano de los Reyes Católicos en 1492 cuando éstos pactaron con el
rey Boabdil la rendición de Granada.
Resume los cambios económicos, sociales y culturales introducidos por los musulmanes en Al
Ándalus.

La unificación de los habitantes del territorio islámico siguió dos procesos: la islamización y la
arabización. Ambos fueron progresivos pero muy intensos y extensos. La adopción de la lengua árabe
afectó también a los no musulmanes, de forma que toda la población andalusí hablaba árabe y todos
participaron de la cultura araboislámica.
La actividad económica predominante en al-Ándalus fue la agrícola. Impulsaron el cultivo de los
cereales, la vid y el olivo. Perfeccionaron los sistemas de regadío (acequias y norias) e introdujeron arroz,
cítricos, algodón, azafrán... Destacó la apicultura y en ganadería la cría de la oveja y el caballo. La ciudad
vivió una revitalización y la economía urbana, basada en la artesanía y el comercio, fueron claves.
Prosperó la producción de tejidos de seda o lino, el trabajo del cuero, la fabricación de cerámica y
vidrio... El comercio, favorecido por la acuñación de moneda, fue muy importante gracias a una extensa
red urbana y a un eficaz sistema de comunicaciones. Se exportaban productos de lujo y agrarios y se
importaban materias primas, armas y esclavos.
La sociedad andalusí fue urbana; los musulmanes fundaron nuevas ciudades como Madrid y
Guadalajara. Estas se organizaban alrededor de la medina y en ella se ubicaban la mezquita, la alcazaba
(recinto fortificado) y el zoco (mercado). La sociedad estaba encabezada por una aristocracia árabe o
hispanovisigoda (paulatinamente islamizada), que poseía las mejores tierras y ocupaba cargos públicos.
Debajo de ellos estaban los guerreros, agricultores, artesanos, comerciantes..., grupo formado por
bereberes, muladíes, cristianos (mozárabes) y judíos. Les seguían los libertos (esclavos que habían
conseguido su libertad al convertirse al islam) y los esclavos (de origen africano o eslavo).
En el campo científico destacaron Maimónides y Averroes (Avempace) y se desarrollaron la
astronomía, las matemáticas, la medicina.... Los musulmanes actuaron como transmisores de
conocimientos, sobre todo del mundo helenístico y del Oriente: destacó Avempace, redescubridor de
Aristóteles. Córdoba fue uno de los focos más activos culturalmente dentro del mundo islámico. La
Península Ibérica fue, precisamente, el puente que trasvasó esos grandes avances intelectuales y
científicos a Europa occidental.
Nuestro léxico conserva muchas palabras de origen árabe. El arte fue una mezcla del islámico y
de las tradiciones romana y visigoda: destacan la Mezquita de Córdoba, la Alhambra de Granada y la
Aljafería de Zaragoza.
Explica el origen de los reinos cristianos y su organización política.

El dominio musulmán no se extendió a la totalidad de la Península. Las tierras situadas al norte


del Duero y zonas pirenaicas no fueron ocupadas por tropas islámicas y, aunque tuvieron que pagar
tributos, el control fue casi inexistente, sobre todo en la zona Cantábrica. A partir de esta situación se
configurarán los primeros reinos cristianos.
Los habitantes de la Cordillera Cantábrica se terminaron mezclando con los grupos de
hispano-visigodos que huyeron del territorio dominado por los musulmanes y, en el año 722, el noble
visigodo Pelayo derrotó a los musulmanes en la batalla de Covadonga. Este hecho se considera el inicio
de la conquista cristiana frente a al-Ándalus. Los sucesores de Pelayo consolidaron el dominio sobre la
zona y con Alfonso II se expandirá el reino hacia Galicia y a parte de la actual Vizcaya, trasladando la
capital a Oviedo. En esa época aparecía el mito de Santiago. En el siglo X, tras haber ocupado en el siglo
IX la zona hasta el valle del Duero, se trasladó la capital a León, pasando a denominarse reino de León.
Uno de los condados, el condado de Castilla, fue adquiriendo una fuerte autonomía y, en el año 927, con
Fernán González, se independizó.
El emperador Carlomagno había establecido en los Pirineos la Marca Hispánica, una franja
fortificada para protegerse de los musulmanes. A partir del siglo IX, los territorios al sur de los Pirineos
fueron adquiriendo mayor autonomía: Aragón, Ribagorza, Sobrarbe, Barcelona, Girona, Besalú... El reino
de Aragón se gesta tras la muerte de Sancho III el Mayor de Navarra (en 1035), cuando su hijo Ramiro
hereda el condado de Aragón y lo amplía con las posesiones de Sobrarbe y Ribagorza.
La organización política de los reinos cristianos medievales en la Península se basaba en tres
instituciones: la monarquía, las Cortes y los municipios. El monarca ejercía el poder supremo y el reino se
consideraba su patrimonio, aunque su poder estaba limitado por la autonomía de los señoríos y los
privilegios de nobleza e Iglesia.
En la Corona de Castilla tuvo un carácter más autoritario y menos feudal y en la de Aragón más
pactista. Entre los s. XII y XIII surgieron las Cortes, en las que se reunían los tres brazos (nobleza, Iglesia y
ciudades) convocados por el rey. Las cortes castellanas tuvieron un carácter consultivo y de aprobación
de subsidios. En Aragón las cortes tenían una función legislativa y votaban los impuestos.
Los municipios gozaban de cierta autonomía y recaían en manos de la oligarquía urbana:
regidores y corregidores en el caso de la Corona de Castilla y en el de la de Aragón un cabildo de jurados
presididos por un justicia o alcalde nombrados por el rey; en Cataluña el municipio era gobernado por
unos magistrados locales.

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