Está en la página 1de 212

importante

Esta traducción fue realizada por un grupo de


personas fanáticas de la lectura de manera
ABSOLUTAMENTE GRATUITA con el único propósito
de difundir el trabajo de las autoras a los lectores
de habla hispana cuyos libros difícilmente estarán en
nuestro idioma.
Te recomendamos que si el libro y el autor te
gustan dejes una reseña en las páginas que existen
para tal fin, esa es una de las mejores formas de
apoyar a los autores, del mismo modo te sugerimos que
compres el libro si este llegara a salir en español
en tu país.
Lo más importante, somos un foro de lectura NO
COMERCIALIZAMOS LIBROS si te gusta nuestro
trabajo no compartas pantallazos en redes sociales, o
subas al Wattpad o vendas este material.
¡Cuidémonos!
créditos

Traducción

MONA

Corrección

NIKI26

Diseño

KAET
ÍNDICE
IMPORTANTE DIECISÉIS
CRÉDITOS DIECISIETE
SINOPSIS DIECIOCHO
UNO DIECINUEVE
DOS VEINTE
TRES VEINTIUNO
CUATRO VEINTIDÓS
CINCO VEINTITRÉS
SEIS VEINTICUATRO
SIETE VEINTICINCO
OCHO VEINTISÉIS
NUEVE VEINTISIETE
DIEZ VEINTIOCHO
ONCE VEINTINUEVE
DOCE TREINTA
TRECE TREINTA Y UNO
CATORCE ACERDA DE HEIDY
QUINCE MCLAUGHLIN
A NORTHPORT U NOVEL
sinopsis
Thea Jenson tiene su futuro meticulosamente planeado. Graduarse
en la universidad. Conseguir un trabajo. Casarse con su novio del
instituto y tener dos hijos preciosos. Cuando decide cambiar de universidad, su
hermano le sugiere que se mude con él y sus revoltosos compañeros de
hockey. Todo en su vida va según su plan...

… hasta que se topa con Kyler en la cocina y saltan chispas.

Kyler Rose, el pívot titular del equipo de hockey de la Universidad de


Northport, está acabado en cuanto pone los ojos en Thea. Pero no puede permitir
que ella se convierta en una distracción. Está decidido a llegar a
la NHL. Eso si antes no lo echan por desaprobar. Y aunque tiene una beca, no
paga sus facturas ni mantiene a su familia. Tampoco las propinas que gana en su
trabajo de camarero. Cuando le llega una oferta para ganar dinero
rápido, la acepta, pensando que a nadie le importará si sale herido...

… excepto a Thea.

Pero justo cuando Kyler encuentra la forma de navegar por sus


sentimientos hacia Thea, sale a la luz un vínculo inesperado
con su familia y se ve inmerso en la lucha de su vida para proteger a los
que más quiere: su familia.
uno

N
unca pensé que sería esa persona, la que cambia de universidad al
cabo de un año porque ha cambiado por completo de carrera. No
es que el cambio se deba a un gran escándalo. No hubo ninguna
aventura sórdida con un profesor, ni trampa en un examen, ni siquiera el más
mínimo indicio de irregularidad. Lo cierto es que pronto descubrí que la carrera
que estaba estudiando no era para mí. Tardé un tiempo en darme cuenta.
Pensaba que mis planes estaban grabados en piedra desde noveno grado.
Graduarme en la universidad como summa cum laude, convertirme en una
abogada defensora de éxito defendiendo casos de alto perfil en el estado,
casarme y tener hijos. Ahora mi rumbo ha cambiado, y ser una abogada
defensora de éxito ha sido sustituido por una nutricionista y dietista.
Hay otra razón para este cambio; una que no he admitido a nadie. Siento
que estoy atascada. Estoy flotando en tierra de nadie con un futuro que ya no sé
si quiero. El problema de tener un plan de vida desde una edad temprana es el
riesgo de desviarse de él. Me parecía una buena idea cuando tenía quince años
y estaba obsesionada con las novelas policíacas. Solo cuando empiezas a
estudiar y a ir de conferencia en conferencia te das cuenta de que no es tan
glamuroso como parece. Rápidamente descubrí que la abogacía no era para mí.
Así que aquí estoy, dejando mi ciudad natal de Silver Lake y mudándome
tres horas al sur, donde asistiré a la Universidad de Northport durante los
próximos tres años. El departamento de Ciencias de la Salud de Northport es uno
de los mejores de nuestro estado, razón por la que me traslado allí. Puede que
mi elección de carrera haya cambiado, pero mis ambiciones de graduarme
summa cum laude siguen siendo las mismas. Además, mi hermano mayor, Jude,
estudia allí. Por suerte, puedo compartir casa con él y con algunos de sus
compañeros de equipo. Jude está en el equipo de hockey sobre hielo de
Northport y, si quisiera, podría entrar fácilmente en la NHL. De momento, sin
embargo, está decidido a graduarse y “conquistar el mundo” sus palabras, no
las mías.
La verdad sea dicha, me hace mucha ilusión volver a vivir con Jude. A
diferencia de otros hermanos, nos llevamos muy bien y lo he echado de menos.
Jude se mudó a Northport el año pasado y, aunque solía venir a casa con bastante
frecuencia, no era lo mismo que verlo todos los días. De jóvenes éramos uña y
carne. Siempre se aseguraba de incluirme en todas las actividades que hacía con
sus amigos, incluso si eso significaba tener que ser designado portero en su
partido de fútbol porque les faltaba un jugador. También me cubría cuando nos
metíamos en líos, como aquella vez que tiré el frisbee por descuido y acabó
cortando las rosas del jardín de la señora Jones. No me importaba si eso
significaba que podía pasar el rato con él. Por suerte, él piensa lo mismo, o eso
me dice. Me ha estado enviando actualizaciones diarias sobre mi habitación y los
acontecimientos que han tenido lugar en Northport durante mis primeras
semanas allí.
Northport es también una ciudad de playa, lo cual es otra ventaja para
mudarse. Tiene acceso regular al mar y un paseo marítimo con pequeñas tiendas
únicas, así como un enorme centro comercial. No me malinterpretes, me
encantaba vivir en Silver Lake mientras crecía, pero solo hay un número limitado
de veces que puedes pasar el rato en la plaza del pueblo o en el centro comercial
local. Así que Northport gana en todos los aspectos.
El inconveniente de la mudanza, aparte de dejar a mi madre y a mi padre,
es que mi novio, Adam, seguirá en Silver Lake. Se va a quedar en ls Universidad
Estatal Silver Lake estudiando ciencias empresariales. Su plan de vida es unirse
al negocio de construcción de su familia y, con el tiempo, tomar el relevo de su
padre cuando se jubile. Adam tiene una mente empresarial sólida y lo hará muy
bien en la gestión de la empresa, con el tiempo. Empezamos a salir hace cuatro
años, a los quince, y tuvimos todas nuestras primeras veces juntos: el primer
beso, el primer baile de graduación y todo lo demás. Cuando llegue a la parte
“casada y con hijos” de mi plan, será con Adam. Incluso hemos hablado de ello,
hasta de los nombres de nuestros hijos, así que sé que los dos estamos de
acuerdo. El problema es que no estoy segura de sí mis sentimientos sobre mi
futuro planeado con Adam también están cambiando.
Adam era el chico popular por excelencia en la escuela. El rey del baile.
El mariscal de campo estrella. El chico que todas las chicas querían, pero que
solo yo tenía. Con su cabello rubio, sus ojos azul zafiro y su sonrisa perfecta, es
realmente el tipo de chico que podría convertirte en Jerry Maguire. El tipo de
chico que te hechiza solo con un “hola”. Me enamoré fuerte y rápido, y cuando
Jude se mudó, Adam intervino para ser mi otra mitad inseparable. Pero
recientemente, siento que nuestras prioridades están cambiando. No sé si es por
todo el trabajo que está teniendo —con sus estudios y las prácticas que acaba de
empezar en el negocio de su padre— o simplemente estamos superando nuestra
relación. Antes me habría apoyado en mi cambio de rumbo, como yo lo hice
cuando me contó sus planes de seguir los pasos de su padre. Pero cuando le
conté lo del traslado a Northport, todo lo que obtuve fue un «ajá, claro cariño, lo
que quieras hacer» y nada más. Habría pensado que le interesaría un poco más
mi decisión, dado que significaba mudarnos a tres horas de distancia y
probablemente vernos menos, pero supongo que me equivoqué. Espero que la
distancia entre nosotros nos vuelva a encarrilar. Nos hará o nos deshará, eso
seguro. Yo, por mi parte, espero que no sea lo segundo.
Poco más de tres horas y una parada de descanso después, Adam aparca
el coche frente a un edificio de ladrillo rojo en una tranquila calle arbolada a las
afueras del campus. Admito que me sorprende lo que me rodea. No me habría
imaginado a Jude viviendo en una calle como ésta, sobre todo porque él es el
alma de cualquier fiesta. Aun así, admito que me alivia que no estemos en medio
de toda la acción del campus. Apenas he salido del coche cuando la puerta se
abre de golpe y mi hermano viene corriendo hacia mí. Me levanta en el aire y
me hace girar antes de volver a dejarme en el suelo.
—¡Estás aquí! —dice antes de volverse hacia Adam y darle un abrazo
fraternal—. ¿Cómo fue el viaje?
—No está tan mal —responde Adam—. Me alegro de verte, hombre.
Adam y Jude siempre se han llevado bien. Jude y Austin, el hermano mayor
de Adam, fueron compañeros en el instituto, así que nuestras familias se conocen
desde hace tiempo. A diferencia de Adam, Austin no participa en el negocio
familiar y eligió su propia carrera, lo que le convierte en la oveja negra de la
familia. Es una de las razones por las que Adam trata a Jude más como a su
hermano mayor.
—Bueno, vamos a instalarte y luego te enseño la casa —continúa Jude
mientras recoge una de mis muchas cajas y la lleva a la casa, Adam y yo lo
seguimos.
No había visto esta casa antes, así que hago una visita rápida mientras Jude
me enseña mi habitación. A la izquierda del vestíbulo hay un amplio salón con
un enorme televisor de pantalla plana, por supuesto, con varias consolas de
videojuegos conectadas a él, un enorme sofá y una mesa de centro, y un sillón a
un lado. Una puerta conduce a la cocina-comedor, que tiene puertas dobles a lo
que supongo que es un patio o jardín en la parte trasera. En la esquina más
alejada del pasillo, hay varias mancuernas y pesas, que forman una pequeña
zona de ejercicio.
—Los chicos y sus juguetes, ¿eh? —digo riendo.
—Oye, tenemos que mantenernos en forma y listos para el hielo —
responde Jude—. Siéntete libre de usarlos en cualquier momento.
—Las habitaciones del segundo piso son para nosotros, los chicos. Devon
y Nolan volverán en una hora, así que se los presentaré entonces. Su habitación
está justo en la parte superior.
Jude nos lleva por dos tramos de escaleras hasta la habitación del ático y
es allí donde me doy cuenta de la suerte que he tenido. Esta habitación es
enorme y tiene un techo inclinado y una ventana de cuerpo entero con un balcón
al fondo. También tiene un cuarto de baño, una cama de matrimonio, un
escritorio y un sofá.
—Vaya, ¿estás seguro de que esto es mío? Seguro que el último en llegar
debería tener la habitación más pequeña. —pregunto mientras deambulo,
todavía asombrada por lo que me rodea.
—¿Estás de broma? —Jude se ríe—. Vas a vivir en una casa con cuatro
chicos. Cuatro chicos que, añadiré, probablemente huelan la mayor parte del
tiempo debido a toda la práctica de hockey. De ninguna manera te voy a someter
a compartir el baño con ninguno de esos cabrones, yo incluido. De esta manera,
tendrás tu propio espacio sin que ninguno de nosotros deje sus calcetines
apestosos por ahí.
—Espera, ¿cuatro chicos? —Adam grita—: ¡Sí, te quedarás aquí arriba con
la puerta cerrada!
Sé que está bromeando, pero aun así me pilla por sorpresa. Nunca ha sido
del tipo celoso, pero me alegro de que por fin parezca interesarse de alguna
manera por mi mudanza.
—No te preocupes, amor, eres el único chico al que dejaré entrar aquí —
le respondo con un beso en los labios, que arranca un gemido de Jude.
—Bueno, me voy. Cuatro años después, y todavía no quiero ver eso. —Nos
señala a Adam y a mí y finge un escalofrío—. Qué asco —dice mientras baja las
escaleras.
Hacemos tres viajes más y hacemos una pausa para tomar agua antes de
que todas mis pertenencias estén por fin en mi nueva habitación. No tardo en
pensar dónde colocar cada cosa mientras planeo cómo hacer mío este espacio.
—Será mejor que empiece el viaje de vuelta —dice Adam mientras baja
las escaleras una vez más—. Tengo que empezar un gran proyecto para mi padre
mañana, así que debería acostarme temprano.
—Claro, por supuesto —digo con la inquietud que me recorre y sabiendo
que ésta será la primera noche de muchas que estaré lejos de él. Sé que es la
decisión correcta para mí, pero la rápida marcha de Adam me deja con una
abrumadora sensación de tristeza ante la posibilidad de que nuestra relación
cambie. Se va y volverá a Silver Lake a hacer sus cosas, y yo estaré aquí haciendo
las mías. Parece como si ya hubiéramos llegado a nuestra encrucijada, y lo que
hagamos a continuación determinará nuestro futuro. Le tomo de la mano y tiro de
él hacia mí, besándolo con toda la pasión que puedo mientras intento hacerle
saber que todo irá bien.
—Te echaré mucho de menos —le digo cuando nos separamos, con los
ojos humedecidos.
—Lo sé, yo también —responde mientras mete la mano en el bolsillo y
saca las llaves del coche.
Adam le da otro abrazo a Jude y se dirige a su coche.
—Te amo —le digo mientras lo beso una vez más.
—Yo también te amo —responde antes de subir a su coche y arrancar el
motor—. Llámame cuando estés instalada, ¿sí?
—Sí, claro —le digo. Me hace una señal, mira por los retrovisores y se
marcha, despidiéndose con la mano por la ventanilla. No es la despedida llorosa
que imaginaba, pero supongo que solo son tres horas de viaje. No estamos en
extremos opuestos del mundo, así que lo acepto.

Estoy guardando algunas de mis cosas en la cocina cuando oigo abrirse la


puerta y las risas en el pasillo. Jude entra con otros dos chicos, que supongo que
son mis nuevos compañeros de piso. Ambos son altos, uno de piel morena,
cabello castaño y ojos marrones, y el otro de cabello rubio oscuro y ojos color
avellana claro.
—Thea, estos son dos de tus compañeros de habitación. Nolan —dice Jude
señalando al rubio—, y Devon —dice señalando al otro.
»Nolan, Dev, esta es Thea, mi hermana. Nada de mirar, nada de tocar, nada
de comentarios lascivos y, sobre todo, nada de dejar ropa interior sucia en el
pasillo, ¿entendido?
Hay un momento de silencio antes de que todos nos echemos a reír. Sé
que Jude está bromeando porque, demonios, yo salía mucho con sus amigos
cuando éramos niños y él nunca me había dicho nada parecido. No soy de las
que se enrollan con uno de ellos. Tengo novio, después de todo.
—Me alegro de conocerte, Thea —dice Devon después de recuperarnos—
. Jude nos ha hablado mucho de ti.
—Sí —continúa Nolan—. ¡Cómo le hacía ilusión asistir a todas tus fiestas
del té cuando eras pequeña y cómo solías practicar tu rutina de belleza con él!
Volvemos a reírnos mientras Jude finge cara de asombro antes de añadir:
—¡Oye, los chicos a veces se delinean los ojos!
Agradezco que Nolan y Devon me hayan tranquilizado al instante, ya que
todos viviremos juntos. Parecen chicos buenos y divertidos, así que no me
sorprende que sean buenos amigos de Jude.
—Encantada de conocerlos también —les digo—. No puedo prometer dar
tutoriales de belleza, pero hago una lasaña excelente. Si les apetece una buena
comida casera de vez en cuando, llámenme.
—Oh. Dios mío. ¿Dijo... dijo... lasaña? —Nolan jadea—. ¡Cásate conmigo
ya! Jude, ¿dónde has estado escondiendo a esta princesa toda mi vida, y por qué
no la he conocido antes?
—¡Porque sabía que reaccionarías así y quería saborear el momento!
—No bromea, Thea —me dice Devon con su voz grave—, llevamos tanto
tiempo viviendo de la pizza que creo que pronto nos convertiremos en un plato
hondo de masa rellena. La comida casera suena increíble. Gracias.
Hablamos un poco más, y los chicos me preguntan por Silver Lake y por
mis motivos para mudarme. Les digo la verdad: necesitaba un cambio. Son muy
acogedores y amables, y me siento segura de que encajaré bien con ellos, a
pesar de ser la única mujer de la casa.
—Oye —pregunta Nolan mientras se dirige hacia las escaleras de su
habitación—. ¿Sabes algo de Ky?
—Todavía no —responde Jude antes de volverse hacia mí—. Kyler es
nuestro otro compañero de cuarto. Casi nunca está aquí, así que no te sorprendas
si no lo ves. Le gusta ser reservado, así que lo dejamos en paz.
—Sí —continúa Devon—, a veces puede ser un hijo de puta malhumorado,
pero no te preocupes, es poco probable que vaya dirigido a ti. Será bastante
educado, pero le gusta su propio espacio.
—Tomo nota —respondo, con el interés ya despertado por saber quién es
ese misterioso Kyler. Quizá lo averigüe pronto.
dos

ltima llamada —grito y me preparo para la avalancha de

—Ú gente que se acerca al bar. Es jueves por la noche y, en


general, está tranquilo. Conozco a algunos chicos de la
universidad que están por ahí, pero el resto de la gente son rezagados del
verano, decididos a prolongar sus vacaciones un par de noches más. No puedo
culparles. La idea de empezar las clases la semana que viene es desalentadora,
y no me apetece nada tener que estudiar de lunes a viernes, asistir a clases y
prepararme para la próxima temporada de hockey.
La gente empieza a marcharse. Los habituales se despiden de mí y algunos
me desean buena suerte. He pasado incontables horas hablando con ellos sobre
la escuela y el hockey. Vendrán a los partidos cuando empiecen, y la mayoría
acudirá cuando nuestro Blue Line Club organice algún evento en el que los
aficionados puedan venir a conocer a los jugadores. Algunos se olvidan de que
trabajaré hasta que empiece la temporada de hockey, y luego mis días variarán.
Aunque tenga una beca, tengo que trabajar. La oferta de “beca completa” que
ofrecen las escuelas es más bien una broma. Me pagan los estudios, la comida
en el campus y los libros, pero nada más. Si necesito ropa, unos malditos snacks
o gasolina para el coche, corre de mi cuenta. La mayoría de los chicos del equipo
siguen recibiendo una asignación de sus padres. Mis padres no tienen esa
suerte. En realidad, solo mi mamá. Mi padre se largó cuando yo tenía dos años,
dejando que mi madre nos criara a mi hermana y a mí con unos ingresos muy
limitados. Decir que crecí en el autobús de la lucha sería quedarse corto, y solo
estoy donde estoy gracias a los patrocinadores. De ninguna manera mi madre
habría podido permitirse mantenerme en los programas de hockey sin
programas destinados a ayudar a los niños desfavorecidos.
Una chica sexy se acerca a la barra con su copa de Martini vacía. Lleva dos
semanas en la ciudad, aprovechando las rebajas de final de temporada, que
pretenden aumentar el turismo en Northport.
—Hola —dice con una voz que debería sonar sensual, pero que resulta
áspera y demasiado alta por el ruido del bar.
—¿Manhattan? —le pregunto mientras recojo su vaso vacío y lo pongo con
los otros que tengo que lavar. Cuando me vuelvo hacia ella, está apoyada en la
barra con los pechos juntos. Después de dos semanas intentándolo, la respuesta
sigue siendo un “no” por mi parte.
—¿A qué hora cierran?
Sonrío ante su pregunta. Se esfuerza por ligar conmigo.
—Es la última llamada, cariño. Tienes treinta minutos hasta que cierre el
bar.
—Entonces, ¿puedes irte en media hora? —Le brillan los ojos. Levanto el
dedo y atiendo a los clientes que la rodean. No quiero ser grosero, pero necesito
las propinas de la gente que pide una última copa. La Señorita Simpatía se queda
en la barra, aunque hago todo lo posible por ignorarla. Cada vez que tengo que
mezclar otra bebida, ella está allí sonriendo. Sería tan fácil llevármela a mi casa
o follármela en el callejón detrás del bar, pero yo no soy así. Tengo demasiadas
cosas en la cabeza como para andar con rollos de una noche. Probablemente soy
el único camarero del mundo que no lleva a nadie a su casa ni se tira a nadie en
su coche. Tengo miedo al embarazo. He oído tantas historias de terror de ligues
de una noche que me basta con mantener mi pito bien cerrado en los pantalones.
La morena más guapa de todas se sube a la barra y me dirijo a ella. Me
inclino y le doy un beso en la mejilla.
—¿Qué tal?
Hace un gesto hacia la veraneante.
—Alguien parece abatida.
No me molesto en mirar por encima del hombro.
—Está buscando echar un polvo.
Mi hermana, Ally, se burla. Cada vez que pienso que lo tengo fatal, Ally
me recuerda que ella está en una situación mucho peor. Al menos yo voy a alguna
parte con esto del hockey y tendré un título cuando me gradúe en la universidad.
Cada vez que Ally se da la vuelta, algo necesita dinero. Dinero que ella no tiene.
—¿Quién está cuidando a Lacey?
—Mamá.
—¿Está sobria? —pregunto, sabiendo muy bien que la respuesta es no.
Ally ignora mi pregunta.
—Lacey necesita material escolar.
Esas cuatro palabras son todo lo que necesita decir mi hermana. Asiento y
saco la cartera. Le doy a Ally todo el dinero que tengo de las propinas de anoche.
—Si necesitas más, dímelo. Puedo llevar a Lacey a comprar ropa la semana
que viene, cuando me paguen.
—Gracias —dice. Ally aprieta el dinero en la mano y se seca una lágrima
caída de la mejilla con la otra mano—. Te lo devolveré.
—Sabes que no lo aceptaré. —No hay mucho que no haría por mi sobrina.
Su padre se largó cuando mi hermana le dijo que estaba embarazada, y por
alguna razón, mi hermana insiste en mantener su identidad en secreto. Sabe que
si me lo dijera, le daría una paliza por abandonar a mi sobrina. Le haría lo mismo
a mi padre si entrara en mi bar o apareciera en uno de mis partidos. Saco el
móvil, abro la aplicación Sound Machine y pulso “Closing Time” de Semisonic.
Una de las mejores canciones para poner cuando llega la hora de cerrar.
—Quédate y te acompaño fuera —le digo a Ally. Lo último que quiero es
que salga sola con todos esos idiotas borrachos tambaleándose a su alrededor.
Mi hermana —la santa que es— empieza a ayudarme a limpiar. Viene
detrás de la barra, agarra una cubeta y empieza a limpiar las mesas.
—Ahora lo entiendo —dice la mujer de la barra. Para ser sincero, olvidé
que me estaba esperando.
—¿Qué entiendes? —pregunto.
—Por qué has ignorado mi coqueteo. Sabes que deberías llevar un anillo.
Cree que Ally es mi esposa.
—Sí, lo perdí —miento.
—Bueno, supongo que te veré el año que viene. —Sale del bar sin
despedirse. Casi me siento mal, pero no lo hago. Nunca le di ninguna señal de
que estuviera interesado en ella.
Una vez que el bar está limpio, todo lavado o en el lavavajillas y el suelo
aspirado, Ally y yo nos vamos.
—Gracias por quedarte —le digo cuando llegamos a su coche.
—Como si tuviera elección.
Hago un gesto hacia las cámaras.
—No siempre funcionan, y me preocupo por ti.
—Lo sé, y te quiero por ello. —Ally me abraza y entra en su coche. Lo
cierra inmediatamente, sabiendo que es lo que quiero. La miro alejarse antes de
dirigirme al mío.
El viaje de vuelta a mi casa fuera del campus dura unos diez minutos. La
Universidad de Northport está situada a lo largo de la costa, pero la casa que
comparto con mis compañeros de equipo está en la parte trasera del campus, y
no hay una ruta directa debido a algunas calles de un solo sentido, a las que
nunca llegaré a agarrarles el truco. Quienquiera que las inventara apesta. No hay
nada peor que perderse el giro y tener que desviarse unas manzanas para dar la
vuelta.
En cuanto aparco delante de mi casa y veo la luz encendida en el
dormitorio del ático, recuerdo que la hermana de Jude se ha mudado hoy mismo.
Cuando vino a vernos hace un mes y nos preguntó qué pensábamos de que
viviera con nosotros, a ninguno de nosotros nos importó realmente, siempre y
cuando ella entendiera que somos jugadores de hockey que nos vamos de fiesta
después de ganar, que bebemos cerveza y que apestamos. La ropa de hockey
no es fácil de limpiar, no importa cuántas veces la lavemos con la manguera.
Jude nos recordó que se había criado con él y que le importaba un bledo
nuestro horrible olor estacional. Es protector con ella, como yo lo soy con Ally, y
no quería que viviera en el campus debido a algunos incidentes del año pasado.
No puedo decir que lo culpo. Si fuera mi hermana la que se trasladara, me sentiría
igual.
Me sorprende gratamente encontrar la puerta cerrada cuando giro el
pomo.
—Vaya, mierda —murmuro mientras rebusco entre mis llaves hasta
encontrar la de la casa. Supongo que no está mal cerrar la puerta principal, pero
es algo a lo que tendré que acostumbrarme. A los otros chicos del equipo que
viven unas casas más abajo no les gustará el hecho de que no puedan venir a
asaltar nuestra nevera cuando les parezca, lo cual es algo a lo que
definitivamente me puedo acostumbrar.
Algo huele de maravilla cuando piso la entrada.
—Maldita sea —murmuro mientras me pongo la mano sobre el estómago.
Alguien ha cocinado y me lo he perdido. Me vuelvo a meter las llaves en el
bolsillo y me dirijo a la cocina, esperando que lo que hayan hecho esté en el
estante comunitario de la nevera. Así sabemos que se puede compartir. Igual
que cuando tenemos pizzas en oferta o el dueño del bar ha hecho un catering,
puedo llevarme a casa los sobrantes. Tenemos una estantería para todos a la que
todos contribuimos.
Abro la nevera y encuentro un plato en mi estantería con una nota:

Kyler,
Mi agradecimiento por dejarme mudarme.
Thea.

Thea.
Me da un vuelco el corazón su amabilidad. Ni siquiera me conoce, pero ha
tenido la amabilidad de guardarme un plato. ¿Quién hace cosas así? Ni siquiera
me molesto en mirar lo que hay debajo del envoltorio de plástico y meto el plato
en el microondas. Ya sé que me va a gustar por el aroma que desprende. Miro la
hora, deteniendo el reloj antes de que la máquina emita un pitido y despierte a
la gente de la casa. El plato está caliente, pero no me importa. Me muero de
hambre. Ni siquiera sé cuándo fue la última vez que comí comida casera.
En cuanto me siento en la pequeña mesa de la cocina, la escalera cruje.
Uno de los chicos está despierto, y puedo apostar a que quieren algo de lo que
tengo. Que se jodan todos. Esto es mío. Estoy a punto de cubrir mi comida con
protección cuando miro hacia la puerta. No es uno de mis compañeros de piso...
bueno, lo es, pero la nueva.
—Hola —dice ella—. Soy Thea. Tú debes ser Kyler.
Nunca me ha gustado mi nombre, pero la forma en que ella lo dice me
hace revivir. Thea está de pie en la puerta entre el comedor y la cocina, en
chándal y con una camiseta de hockey de Northport, con el cabello amontonado
sobre la cabeza, mirándome fijamente, esperando a que diga algo.
—¿Has...? —Hago una pausa y me reajusto—. ¿Has hecho tú esto? —Mi
tenedor señala el montón de lasaña.
Asiente y entra en la cocina.
—Así es. Es lo menos que puedo hacer desde que me permitieron
mudarme. —Thea va al armario y saca dos vasos. Los llena de agua, los lleva
hasta donde estoy sentado y coloca uno frente a mí.
—Gracias. —No estoy seguro de qué le estoy agradeciendo, si la comida
o el agua.
—Espero que te guste.
—Estoy seguro de que me va a encantar. —Y probablemente lo haría si
pudiera reunir un bocado, pero me da miedo apartar los ojos de ella. He visto a
Thea en partidos e incluso en fotos, pero nunca nos hemos visto. Sinceramente,
ojalá lo hubiéramos hecho, porque entonces tal vez no sentiría que tengo la
lengua hinchada o que mi corazón está intentando correr su propia maratón. Esta
mujer… no, la hermana de Jude, me tiene con la lengua trabada y buscando
palabras coherentes. No debería sentirme así, porque, de nuevo, es la hermana
de mi amigo, pero si Thea fuera la que me coqueteara en el bar, yo seguiría allí,
follándomela de seis formas diferentes hasta el domingo.
—Si me dices qué tipo de comida te gusta, puedo preparártela.
—No tienes que cocinar para mí —le digo.
—Lo sé, pero quiero hacerlo. Me gusta cocinar, y sé que Jude come mucha
comida basura, lo que no es bueno cuando están en temporada. Northport tiene
una buena oportunidad de ganarlo todo este año. Piensa en lo rápido que serás
en el hielo con una dieta equilibrada.
—Tienes razón, pero me sentiría incómodo.
Thea sonríe, y cada parte de mí se enciende de emoción.
—Es algo que quiero hacer. No hay problema si no tienes una lista. Que
sepas que siempre habrá un plato esperándote cuando vuelvas a casa. —Se
levanta y se lleva su vaso de agua—. Buenas noches, Kyler. Ha sido un placer
conocerte.
Se despide con la mano y desaparece. Escucho sus pasos hasta que llega
al último piso. Cuando se cierra la puerta, aspiro profundamente y absorbo todo
lo que ha dejado tras de sí.
—Estoy tan jodido.
tres

B
ajo las escaleras con una sensación de nerviosismo y excitación. Hoy
es mi primer día oficial en NU. Aunque me mudé hace cinco días y
he visitado el campus para recoger mi horario, aún no he conocido
a ninguno de mis nuevos compañeros. Estoy emocionada por empezar mis
estudios, aprender sobre algo que me apasiona y ponerlo todo en práctica en
recetas probadas para mis compañeros de piso. Pero también estoy nerviosa, ya
que soy muy consciente de que esencialmente estoy empezando de nuevo y
uniéndome a una clase con otros estudiantes nuevos. Por supuesto, existe el
temor de no encajar, pero espero que todos desarrollemos algún tipo de
camaradería entre nosotros.
Ya puedo oír la charla entusiasta desde la cocina cuando llego al nivel
principal. Si hay algo que he aprendido rápidamente es que mis compañeros de
piso tienen tanta personalidad como para llenar un estadio. Bueno, tres de ellos
sí. El cuarto, todavía estoy tratando de entender. Nolan es el bromista del grupo,
siempre se le ocurren chistes y tiene la habilidad de tranquilizar a cualquiera al
instante. Devon es su mano derecha, que contrarresta el desparpajo de Nolan
con una sensación de calma; y luego, por supuesto, está Jude. El amigo,
confidente y buen tipo de todos. Puede que sea parcial, después de todo es mi
hermano, pero sinceramente no podría nombrar a alguien tan genuino y cariñoso
como Jude. Algún día será un buen novio y padre.
Y luego tenemos a Kyler: de voz baja y notablemente ausente. Me gustaría
saber más sobre mi cuarto compañero de cuarto, pero a pesar de nuestra
conversación por la madrugada en mi primera noche aquí, no he cruzado
caminos con él desde entonces. Si fuera una persona paranoica, pensaría que me
está evitando. Siempre vuelve a casa después de que todo el mundo se haya ido
a dormir, y se marcha antes del amanecer, es casi como si tuviera algún tipo de
vida secreta cuando no está en la escuela o jugando al hockey. O los chicos no
exageraban cuando decían que es muy reservado. Realmente no es del tipo
sociable. No es la primera vez que me pregunto cómo es posible que un chico
como él sea amigo de los otros tres: son polos opuestos en cuanto a personalidad.
Quizá por eso su relación funciona tan bien.
Al entrar en la cocina, me saluda el bullicioso sonido de
—¡Thea! —gritado simultáneamente por Nolan, Devon y Jude. Una vez
más, Kyler no está con ellos, y una vez más, estoy un poco decepcionada. Habría
estado bien tener un desayuno en casa el primer día, para poder hablar de lo
que nos espera, además de que necesito todas las buenas vibras que pueda
conseguir. Como si percibiera mi decepción, Devon explica su ausencia.
—No te lo tomes como algo personal, Thea. Kyler nunca está aquí para
ninguna comida. Si no estuviera en el equipo, me olvidaría de cómo es.
Sonrío al ver que me tranquiliza y le respondo:
—Sinceramente, si no me hubiera topado con él en mi primera noche,
habría supuesto que era una especie de amigo imaginario de los tres y que en
realidad no existe.
—No ha habido tanta suerte —añade Nolan—. Definitivamente existe,
sobre todo en el hielo. Si no fuera por él, probablemente nos aniquilarían a
menudo.
—Es bueno saberlo, tal vez debería hablar con él allí para saber si se unirá
a alguna de las cenas de nuestra casa en el futuro.
Recojo un bol y algo de fruta y empiezo a trocearla antes de añadirla a mi
granola y mi yogur. Puede que no sea el desayuno de campeones necesario para
calmar los nervios del primer día, pero a mí me funciona.
—¿Estás lista para tu primer día? —me pregunta Jude mientras camina
detrás de mí y me da un apretón tranquilizador en los hombros.
—Lista como nunca lo estaré —le digo.
—No te preocupes, te irá bien. La Dra. Carmichael es una gran profesora,
así que seguro que te tranquiliza. Por lo que dicen, a todo el mundo le encanta su
clase.
—¿Has estado investigando, Jude? —pregunto con una sonrisa. Es el típico
Jude, siempre investigando una situación para asegurarse de que sus amigos y
su familia estarán bien y encajarán. Tengo la suerte de tenerlo como hermano.
—Lo sabes, y no finjas que no te alivia un poco que lo haya hecho —me
dice mientras enjuaga su plato y lo mete en el lavavajillas—. Nos vamos dentro
de veinte minutos. ¿Te parece bien?
—Sí señor, estaré lista —le digo mientras sale de la cocina con los demás.
¿El problema de mudarse de universidad? No tengo mi propio coche.
Cuando estaba en Silver Lake, Adam prácticamente nos llevaba a todas partes.
A decir verdad, nos funcionaba debido a mi falta de vehículo, y él tiene un coche
de gama alta gracias a su padre. Sin embargo, Adam no es una opción en
Northport, así que tengo que depender de Jude para ser mi conductor
designado. Aunque le encanta su Jeep, así que sé que no le importa, y ya me ha
dicho que puedo usarlo cuando lo necesite.
Justo cuando recojo mi bolso, mi teléfono suena con un nuevo mensaje de
texto, y veo que es de Adam.
ADAM:
Buena suerte en tu primer día. Te irá genial.
Gracias, gracias. Estoy tan nerviosa. Desearía que estuvieras aquí conmigo.
ADAM:
No, Jude cuidará de ti, estoy seguro. ¡Hablamos luego! TQ x
Le respondo con un «yo también te quiero» y un emoticón de un corazón y
cierro la aplicación. Quería hablar con Adam para que me ayudara a calmar los
nervios, pero no hacemos llamadas. El otro día me dijo que su padre le había
pedido que trabajara en un nuevo proyecto de gran envergadura para él y que,
junto con las asignaturas de Adam, le estaba ocupando la mayor parte de su
tiempo. Lo entiendo. Su padre lo está entrenando para hacerse cargo de la
empresa. Solo que no esperaba que fuera tan intenso tan pronto.
—Bien, hagámoslo —dice Jude mientras baja las escaleras—. ¡Es hora de
que tomes por asalto la Universidad de Northport! —Él, Devon y Nolan salen
detrás de mí y él cierra la puerta.
—Vaya, entonces no hay presión —le digo.
—No, eres mi hermana, estarás bien.
Espero que tenga razón.

Resulta que mi primer día no está yendo tan mal, de momento. Jude tenía
razón sobre la Dra. Carmichael y me tranquilizó al instante. Ya había conocido al
jefe del departamento hace unos días, cuando recogí mi trabajo del curso, y la
Dra. Carmichael es su segunda al mando, por así decirlo. Su entusiasmo por el
curso es contagioso, y es imposible que no se contagie a sus alumnos. Salí de mi
clase matutina con la emoción en el estómago por lo que voy a aprender y la
seguridad de haber hecho la elección correcta.
De camino a la cafetería, le envío un mensaje de texto a Adam contándole
cómo me ha ido el día y lo mucho que me gusta el programa de nutrición. Cuando
llego allí, el espacio parece desalentador. Hay tantas caras que no conozco y
desearía que Jude, Devon o Nolan estuvieran aquí para darme la mano esta vez.
Aunque nuestros horarios no coinciden todos los días, hoy es el único día que
podríamos comer juntos, pero los chicos tienen una reunión de hockey y el
hockey es lo primero.
Después de elegir una ensalada, algo de fruta y una bebida, me siento en
una mesa libre al final del comedor. Puede que el consejo de Jude haya sido
tomar la Universidad de Northport por asalto, pero no me gusta ser el centro de
atención en mi primer día. Llevo dos bocados de ensalada cuando una bandeja
se posa frente a la mía.
—¿Chica? Yo igual —es todo lo que dice la persona antes de sentarse.
Levanto la vista y veo a una chica, probablemente de mi edad, sentada
frente a mí. Tiene el cabello rosa pálido peinado en un corte recto hasta los
hombros, los ojos azules brillantes y los labios pintados de morado oscuro.
—Perdona, ¿qué? —le respondo, picando el anzuelo de mi curiosidad.
Señala mi ensalada con el tenedor antes de volver a su bandeja de comida.
—Tomando la opción segura con la ensalada. No te culpo. Sinceramente,
me gustan los macarrones con queso, pero tener que comer su versión todos los
días es suficiente para desanimarte de por vida. NU es genial para muchas cosas,
pero sus opciones gastronómicas no son una de ellas. De hecho, normalmente
intento comer algo en The Pit si tengo tiempo, o en Cool Beans en el campus.
Lamentablemente, hoy llego tarde, así que tuve que aceptar lo que me
ofrecieron.
Esta chica es como un huracán andante y parlante, y tardo un minuto en
ponerme al día con su monólogo sobre las opciones gastronómicas disponibles.
Mi falta de respuesta no pasa desapercibida, ya que me mira antes de tomar el
siguiente bocado.
—Oh, lo siento, culpa mía. Olvidé presentarme. Millie Kennedy.
Diecinueve años, me licencio en Arte Dramático y Literatura. Y tú eres Thea
Jenson, ¿verdad?
Millie me tiende la mano y, al cabo de un segundo, la estrecho. No puedo
evitar sentirme intrigada por ella y parece bastante inofensiva. Su efervescente
energía basta para tranquilizar a cualquiera.
—Encantada de conocerte, Millie Kennedy —digo, imitando su estilo de
presentación—. Sí, soy Thea Jenson, también tengo diecinueve años y estudio
nutrición y dietética. Me intriga saber de dónde has sacado tu información.
—No te preocupes, no es nada demasiado siniestro. La Dra. Carmichael es
mi consejera y me dijo que hoy es tu primer día. Bueno, estuve allí, hice eso el
año pasado y chica, déjame decirte, una experiencia de comedor en solitario no
es para los pusilánimes. Así que aquí estoy yo, tu caballero, quiero decir dama,
de brillante armadura, lista para rescatarte del horror.
—Bueno, gracias. Es agradable que te rescaten, supongo, sobre todo
porque mi hermano y mis compañeros de piso no pueden venir en mi ayuda. —
Puede que esté bromeando con mi respuesta, pero mentiría si no dijera que no
me sentí aliviada por la improvisada presentación de Millie.
—Ah, sí, Jude Jenson, Nolan Fisher y Devon Cooper, todos jugadores
estrella del equipo de hockey sobre hielo de Northport. Y por supuesto, sin
mencionar al enigma en persona, el Sr. Kyler Rose, ¿verdad?
Es obvio que el Dr. Carmichael le dio a Millie algo más que la información
básica sobre mi llegada a NU, dado que sabe con quién vivo. Me siento
agradecida de que alguien más se preocupe por mí. Tampoco se me escapa que
Millie ha descrito a Kyler como un enigma. Es un alivio que no sea yo la única
que no pueda descifrarlo; está claro que ha dejado huella en sus compañeros y
me pregunto si Millie podrá arrojar algo de luz sobre mi cuarto compañero de
habitación.
—Sí, ¿qué pasa con Kyler? He estado aquí durante cinco días y me
encontré con él una vez. Nunca está en la casa. Apenas lo veo.
Millie se encoge de hombros mientras termina su ensalada, abre una
chocolatina y le da un mordisco. Parece contemplar su respuesta y no ofrece
ninguna información hasta que termina de masticar.
—Sinceramente, sabes tanto de él como el resto de nosotros. Asiste a
clase, va a los entrenamientos cuando es necesario y luego desaparece del
campus. Algunos lo han visto trabajando detrás de un bar en la rambla, pero
aparte de eso, se mantiene para sí...
—Mismo —termino por ella. Este parece ser el modus operandi habitual
para describir a Kyler. Me pregunto si alguien sabe algo de él, aparte de lo que
yo ya sé.
Millie esboza una sonrisa de complicidad antes de continuar.
—Aunque está bueno, ¿eh?
—No me había dado cuenta —le digo sinceramente.
—Oh, por favor, puedes decirte a ti misma lo que quieras, pero no me
digas que simplemente no querías pasar tus manos por su cabello despeinado y
perderte en esos ojos verdes de ensueño que tiene.
No puedo decir si Millie está bromeando o no, pero sé que una dama que
protesta demasiado es una dama culpable de sus crímenes.
—Claro —digo poniendo los ojos en blanco y sonriendo—. Ojalá hubiera
tenido tiempo suficiente para hacerlo en la breve reunión que tuve con él hace
cuatro días.
—Bueno, al menos tuviste una reunión. Algunas de nosotras seguimos
esperando el honor. —Hace una pausa antes de continuar—. Estoy bromeando,
por supuesto.
Millie se levanta con su bandeja vacía y yo la sigo, preparándome para ir
a mi siguiente clase.
—Oye, ¿quieres ir a la rambla después de clase? Allí tienen el mejor
cangrejo arrebozado y creo que es un rito de iniciación que todo nuevo residente
tiene que probar.
—Claro —le digo—. Pero antes tengo que pasarme por la pista para
avisarle a mi hermano. En este momento, él es mi único aventón a todos lados.
—Así que los invitaremos a él y a los demás. Cuantos más, mejor. Toma,
anota mi número. Envíame un mensaje cuando hayas terminado, y me reuniré
contigo.
Me lee su número en voz alta, lo programo en mi teléfono y le envío un
mensaje para que tenga mis datos de contacto. Me saluda con la mano y se va
hacia el edificio de teatro, dándome las gracias por haber encontrado una nueva
amiga.

Unas horas más tarde, Millie y yo entramos en la pista. Está claro que el
entrenamiento está terminando, pero no antes de que el entrenador ponga al
equipo a hacer unos cuantos ejercicios más sobre el hielo. Ya he visto jugar al
equipo, así que sé lo que me espera, pero mis ojos se fijan en la figura que está
al final del grupo. Va en cabeza y patina como si su vida dependiera de ello. El
nombre «Rose» en la espalda de su camiseta me dice todo lo que necesito saber.
—Como he dicho, un enigma —dice Millie en voz baja—. Escurridizo
durante el día, pero un demonio sobre el hielo. Es el dueño de este equipo, y
todos lo saben.
Sigo mirando, con los ojos fijos en este tipo tan hábil y ligero de pies. Es
una dicotomía sobre el hielo, como un duro patinador artístico que hace que cada
curva, cada golpe de su cuchilla parezca de peso pluma. Tiene la concentración
y la determinación de alguien que no hace prisioneros y que no se detendrá hasta
que el disco llegue al fondo de la red. Decir que estoy hipnotizada es quedarse
corto. Ni siquiera Jude me llama tanto la atención cuando juega.
El entrenador hace sonar su silbato para indicar el final del entrenamiento
y los jugadores se congregan al borde de la pista, siendo Kyler el último en
juntarse. Incluso ahora, se mantiene ligeramente separado de los demás,
absteniéndose de las palmaditas en la espalda por la gran sesión que acaban de
tener. Lentamente se quita el casco y sacude la cabeza, e inmediatamente
recuerdo los comentarios de Millie en la comida. Tiene razón, hay que domarle
el cabello, pero es porque está mojado y sudado por el entrenamiento. Cuando
levanta la vista y nuestros ojos se cruzan, me doy cuenta de que Millie los ha
subestimado. Son de los que te atraviesan en el acto, como una daga en el
corazón con una mirada fugaz, y aunque no puedo opinar sobre la belleza de su
tono de verde desde esta distancia, ya sé que son el tipo de ojos que no toman
prisioneros. Tal vez sea bueno que sea escurridizo porque yo, por mi parte, no
puedo permitirme distraerme.
Maldición, Millie tenía razón sobre él.
cuatro

E
l entrenamiento sobre el hielo al que nos sometió nuestro capitán
fue brutal. El primer día de pretemporada siempre lo es, porque
ninguno de nosotros hace nada que merezca la pena durante el
verano, excepto sentarse y jugar a videojuegos todo el día o trabajar. Yo trabajé
más de lo que me quedé sentado, pero el resultado es el mismo. El ejercicio de
línea cronometrada casi me mata, pero me encanta saber que sigo siendo el más
rápido sobre el hielo. Sé que nuestro capitán tiene buenas intenciones al
empezar así, pero maldita sea, habría estado bien volver a poner mis músculos
en forma. En cuanto empiece el entrenamiento, nos centraremos en las jugadas,
la estrategia y la eliminación del juego de poder. Nuestro equipo tiene un
objetivo: llevar a Northport a un campeonato nacional.
Opto por ducharme en los vestuarios en vez de en casa. Crecí con una
hermana y ella odiaba que usara toda el agua caliente. Jude puede haber
obligado a su hermana a vivir con un montón de hombres, pero eso no significa
que tengamos que dejarla con una ducha fría.
Cuando vuelvo a mi taquilla, algunos de los chicos todavía se están
entreteniendo. Es el primer día de clase y ya están hablando de quién organiza
fiestas este fin de semana, a qué chica piensan ligar y a quién podrán pagar para
que les haga los deberes.
—¿Y tú, Ky? —me pregunta Mike Dowling, nuestro defensivo derecho
titular.
—¿Y yo qué?
—¿Grandes planes este fin de semana?
—Es lunes —le recuerdo—. Demasiado pronto para hacer planes para el
viernes. —Recojo mi desodorante y me lo extiendo bajo los dos brazos antes de
volver a ponerle la tapa y tirarlo en el estante superior de mi taquilla.
—No, nunca es demasiado pronto para hacer planes.
—No sé tú, pero yo tengo la misión de encontrar a la chica nueva —oigo
decir a Justin Barbarisi desde detrás de mí. Sacudo la cabeza. Es el comienzo del
año. Tiene que haber mil caras nuevas en el campus, la mitad de ellas femeninas.
—Sí, la conozco —le dice Marty Edwards a Justin. Marty es un estudiante
de primer año y juega de defensa. El año pasado, cuando vivía en el campus, se
quedó con Justin durante su visita nocturna. Es un chico muy bueno y será un
gran activo para el equipo una vez que aprenda el sistema.
—Necesito más detalles —responde Justin, claramente deseoso de
obtener información sobre su próxima persecución.
—Está en mi clase de nutrición. Tiene que haber por lo menos cinco chicos
allí que se empalman con ella —dice Marty.
La mención de la nutrición hace que me centre un poco más en lo que están
diciendo. Normalmente, no me importaría, pero después de conocer a la
hermana de Jude hace unos días, me parece un poco raro volver a oír hablar de
esta clase.
—¿Vas a hacer un movimiento? —Justin le pregunta.
—Claro que sí. Está buena —responde Marty, y Justin lo azota con una
toalla. Mocosos.
—¿Cómo se llama? —Justin es entrometido.
—Thea —dice Marty con confianza.
Mi cuerpo se paraliza ante la mención del nombre de Thea. Supongo que
solo hay una mujer en el campus en una clase de nutrición llamada Thea, y el
hecho de que Marty sienta algo por ella me hace hervir la sangre. Por alguna
razón me siento protector con ella, especialmente con estos payasos.
Los chicos se ríen hasta que cierro la taquilla de un portazo. Se quedan
inmóviles y me miran con el ceño fruncido.
—No vuelvan a hablar de Thea, joder —les digo—. Si yo fuera ustedes,
tendría cuidado, porque es la hermana menor de Jude. —Con esas palabras
salgo furioso del vestuario y me dirijo a mi coche. Agacho la cabeza mientras
trabajo mis emociones. Mi reacción ante Marty diciendo que Thea está buena fue
un poco exagerada. Es una compañera de piso, nada más. Y debería ser Jude
quien enviara una dura advertencia sobre su hermana. Joder, por lo que sé, le
encantan los jugadores de hockey y quiere salir con uno, y no quiero
interponerme en su camino. Me detengo, me doy la vuelta y miro fijamente la
pista. Ninguno de los chicos está detrás de mí y probablemente se estén
rascando la cabeza ante mi arrebato. Es raro que diga algo de alguien, y mucho
menos que me involucre en las payasadas de mis compañeros. Pueden hacer lo
que quieran mientras no me afecte a mí, a mi capacidad para jugar y al equipo.
Si quieren comportarse como idiotas, es cosa suya. No mía.
Por un instante, pienso en volver y disculparme, pero eso tampoco sería
propio de mí. En lugar de eso, me dirijo a mi coche y subo. En cuanto salgo, me
doy cuenta. Quiero volver a la casa y asegurarme de que ninguno de esos tipos
aparezca, pero no me corresponde. Cuando salgo del estacionamiento, me dirijo
hacia las afueras de la ciudad, donde viven mi madre y mi hermana.
El parque de casas rodantes donde crecí está al final de un largo tramo de
carretera que no tiene más que tiendas, cafeterías y atracciones turísticas. Es
como si el tiempo se hubiera olvidado de este lugar cuando la ciudad empezó a
construirse como lugar de destino. No es que me importe, porque es lo que mi
familia puede permitirse, pero la gente que vive aquí sobresale como un pulgar
hinchado.
Cuando era pequeño, el parque estaba rodeado de bosques. Mi madre
solía decir que íbamos de acampada y nos contaba que todos los niños deseaban
ser como mi hermana y yo. Cuando me hice mayor, empezaron las burlas porque
éramos pobres y no podíamos permitirnos una casa de verdad. Intentaba ignorar
a los niños que se burlaban de mí, pero era difícil. Empecé a comportarme mal.
Mi madre me llevó al Club de Menores, pensando que encontraría un hermano
mayor o algo así. En lugar de eso, descubrí el hockey. Por supuesto, tuve que
enamorarme de uno de los deportes más caros que existen. Mi madre vio lo
mucho que el hockey significaba para mí y empezó a tener dos trabajos, hasta
que llegó el Sr. Betts, un empresario local que vio mi potencial, y me patrocinó.
El trato era el siguiente: me pagaría el hockey siempre que mantuviera mis notas
altas. Así lo hice y acabé segundo de mi clase. Después de graduarme, trabajé
un poco en el circuito juvenil hasta que Northport me ofreció una beca
académica. El día que les dije a mi madre y al señor Betts que iba a ir gratis a la
universidad fue el mejor de mi vida. A juzgar por su reacción, también lo fue para
ellos.
Conduzco despacio por el parque, evitando con cuidado las roderas y los
baches y vigilando que no haya niños. Se supone que el propietario del parque
utiliza el alquiler que cobra para mantener este lugar en buen estado. El camino
ha sido el mismo desde que yo era niño. Creo que en el tiempo que mi madre ha
vivido aquí he visto un camión de tierra rellenar los agujeros tal vez dos o tres
veces. En mi opinión, el propietario es una basura, pero el alquiler del terreno
es barato y es todo lo que mi madre puede permitirse hasta que firme un contrato
con la NHL.
Un par de niños gritan mi nombre. Saludo con la mano y sigo avanzando a
paso de tortuga. Este parque siempre ha estado lleno de niños pequeños y,
aunque tienen un lugar donde jugar, el equipamiento es viejo y se cae a pedazos,
y siempre hay un niño que se olvida de mirar a ambos lados antes de lanzarse a
la carretera a perseguir su pelota.
Cuando llego a la casa de mi madre, ella sale a la pequeña terraza. La
construí durante un par de veranos con el dinero que ganaba en trabajos
esporádicos y entre prácticas. No es gran cosa, pero le permite poner flores y
sentarse al aire libre.
—Hola, cariño —me dice cuando salgo.
—Hola. —Le beso la mejilla y me siento a su lado. Mi madre trabaja duro,
pero parece que nunca puede sacar la cabeza a flote. Es la primera en admitir
que toma malas decisiones en lo que se refiere a su vida sentimental, y parece
que siempre le toca pagar los platos rotos de otros. No sé cuántas veces le hemos
dicho mi hermana y yo que deje de dejar que sus novios se muden a su casa y
usen su nombre en las cosas, pero parece que han sido un millón. Es una
romántica empedernida, al menos eso nos dice.
—¿Qué tal tu primer día?
—Como mi último primer día. Solo un montón de charlas, reparto de
papeles y profesores repasando lo que vamos a aprender.
Me da unas palmaditas en la rodilla y suspira.
—¿Dónde está Lacey?
—Ally la llevó a la tienda por material escolar.
—Le dije a Ally que llevaría a Lacey de compras la semana que viene
cuando cobre.
Mamá suspira de nuevo.
—No sé por qué no va tras el padre de Lacey por algo de dinero.
Me dan ganas de reír porque mi madre nunca persiguió a mi padre por
nada. Dejó que nos dejara tirados y dijo que estábamos mejor sin él, lo cual no
era cierto. Al crecer, le pregunté una o dos veces adónde había ido, y ella me
daba una respuesta, pero nunca era lo mismo. Dejé de preguntar una vez que
sospeché que mi madre sabía dónde estaba nuestro padre todo el tiempo. Por la
razón que sea, ella no lo quiere cerca y yo tengo que respetar sus deseos.
Mamá vuelve a suspirar, pero esta vez con más fuerza.
—¿Qué pasa?
—Oh, nada. —Agita la mano en el aire como si quisiera alejar sus
problemas. La cosa es que sus problemas son tan altos como el Everest y no van
a ir a ninguna parte.
—Claramente, no es nada. Te conozco. Has suspirado tres veces desde
que me senté. ¿Qué está pasando?
—Bueno, ya que preguntas...
Pongo los ojos en blanco, consciente de que me está mirando. Lo hace
cada vez que tiene noticias, sean buenas o malas. Le gusta ser dramática.
—Jerry ha venido hoy y me ha dejado una carta. Ha vendido el parque a
un promotor y tenemos que mudarnos.
—¿Qué? —ladro—. ¿Por qué estás siendo tan indiferente acerca de esto?
Se encoge de hombros.
—No quería molestarte con eso.
—¿Hablas en serio, mamá? ¿Qué vas a hacer, ocultármelo?
—Tienes la escuela y el equipo. —Mamá empieza a llorar, haciéndome
sentir como si midiera medio metro. Le tomo la mano.
—Mamá, tú, Ally y Lacey son las personas más importantes de mi vida. Me
importa lo que pase aquí, aunque no viva aquí. Me importa lo que les pase. Es
por eso que vengo a verte todos los días. Por eso me aseguro de que tengan
comida y el alquiler del lote esté pagado, y que su coche tenga gasolina. Soy tu
hijo, siempre voy a velar por ustedes.
Mis palabras provocan una oleada de lágrimas y ella entierra la cara en mi
hombro.
—No sé qué voy a hacer. No puedo permitirme otro sitio. He mirado antes
y los apartamentos son carísimos.
—No te preocupes, ya se me ocurrirá algo. ¿Dice la carta de Jerry cuánto
tiempo tienes?
Ella asiente.
—Dice que todos los permisos y demás tardarán al menos seis meses en
finalizarse.
Tienen al menos seis meses. Puedo trabajar con eso. No será fácil, pero es
mejor que treinta días. Mentalmente, empiezo a hacer una lista. Vamos a tener
que hablar con el banco e incluso con un abogado, aunque eso cuesta dinero. No
sé qué leyes hay para desalojar a la gente de sus casas sin motivo, pero tendré
que averiguarlo.
Estaría bien que las tres vinieran a vivir conmigo a la casa, pero no con los
demás viviendo allí y no hay forma de que pueda permitirme pagar el alquiler
yo solo. Todo lo que gana Ally se va en cuidar a Lacey, y mi madre está tan
endeudada que trabaja para mantener alejados a los cobradores.
Mientras mi madre y yo estamos sentados en la terraza, Jerry se acerca.
—¿Qué tal el equipo este año? —pregunta.
Todo lo que puedo decir es:
—Vete a la mierda. —Tiene que saber que estoy cabreado. Ha sido el
dueño de un parque de mierda toda mi vida y nunca ha puesto un centavo en el
mantenimiento de este lugar, y en el momento en que algún desarrollador viene
llamando, lo vende. No le importa nadie más que él mismo. El año pasado, puse
su nombre en la lista de entradas para algunos partidos, pero puedes apostar a
que no va a recibir una mierda de mí. A menos que me encuentre con él en un
callejón oscuro en alguna parte.
La situación en la que se encuentran ahora mi madre y mi hermana me
golpea como una tonelada de ladrillos. Voy a tener que encontrar la manera de
ganar algo más de dinero para que puedan mudarse o voy a tener que dejar el
equipo, abandonar los estudios y conseguir un trabajo de verdad, algo que
pague lo suficiente para poner un techo sobre nuestras cabezas y comida en
nuestra mesa. La idea me revuelve el estómago. Desde que patiné sobre el hielo
por primera vez, llegar a la NHL ha sido mi sueño, y parece que haga lo que haga,
se me va a escapar. Ahora está claro que no estaba destinado a ser el próximo
Wayne Gretzky. Mi nombre no va a aparecer en la marquesina de ningún
estadio, ni mi cara en los carteles de ningún sitio. Todo por culpa de las
decisiones que tomó mi madre.
Ally y Lacey vuelven mucho después de cenar, lo que me hace
preguntarme si comieron fuera. Ally no descuida a su hija, pero sí muchas de las
cosas que pasan en casa. Es difícil sentir lástima por ella cuando siempre soy yo
la que recoge los platos rotos de todos. Me aseguro de traerle a Lacey un helado
antes de subirme al coche y conducir hasta el Point y aparcar. Normalmente, aquí
es donde uno traería a una cita para una buena sesión de besos, pero ahora
mismo soy el único coche. Salgo, me siento en la barandilla de madera y
contemplo el espacio en penumbra. Abajo, oigo las olas que se acercan a la orilla
y unas leves risas a lo lejos.
Aquí es donde vengo cuando necesito pensar. Es tranquilo cuando no hay
nadie y mis pensamientos no se mezclan con el parloteo sin sentido de los demás.
Mis manos se agarran a las barandillas y suelto un grito gutural. Me enfada que
todo recaiga sobre mis hombros. Siempre tengo que ser yo quien lo resuelva
todo. Ni siquiera mi hermana, a la que quiero mucho, consigue organizar su vida.
Pero aquí estoy yo, intentando hacer algo por mí mismo y me veo atrapado
cuidando de todo el mundo, mientras intento ir a la universidad y jugar al hockey.
Una vez que empecé a jugar al hockey, es todo lo que he querido hacer y mi
oportunidad se está yendo por el desagüe ante mis ojos y ni siquiera es por algo
que yo haya hecho.
Grito a campo abierto, maldiciendo entre gritos. Nada me hace sentir
mejor. Nada lo hará nunca a estas alturas. Entiendo por qué la gente se va, por
qué desaparece en la nada del mundo, porque es más fácil no preocuparse que
preocuparse.
Cuando llego a mi casa, todas las luces están apagadas. Me muevo tan
silenciosamente como puedo y me desvío a la cocina por un vaso de agua. Me
ruge el estómago y echo un vistazo a la nevera. Sé que no debería abrirla porque
mi estantería está vacía, pero lo hago de todos modos. Parece que mi estómago
quiere estar celoso de lo que hayan comido hoy mis compañeras de piso. Me
quedo mirando mi cesta, en la que se lee “Kyler” y veo un plato con una nota
adhesiva.

Kyler,
Te echamos de menos en la cena. Estos son
macarrones con queso caseros. Si necesitas más, la olla
del fondo está llena. Sírvete lo que quieras.
(corazón) Thea

No sé qué me pilla más desprevenido, si el hecho de que haya pensado en


mí a la hora de cenar o el corazón que ha dejado junto a su nombre. No debería
importarme que mi nueva compañera de piso me espere en casa para cenar,
pero de repente me importa.
Y no debería importarme el corazón, pero verlo junto a su nombre me
calienta de un modo que no debería.
cinco

P
or cuarta vez consecutiva, me despierto en mitad de la noche. He
estado muy ajetreada esta semana, ya que empecé las clases hace
un par de días, me mudé a una casa nueva y conocí a gente nueva, y
la emoción y la adrenalina me han atrapado. Aunque pensaba que estaría
agotada y que caería en un sueño profundo en cuanto mi cabeza tocara la
almohada, mi mente ha estado haciendo horas extras en la tranquilidad de la
noche. La única forma de conciliar el sueño cuando era más joven era beber
leche caliente con miel, así que decido probar el viejo truco ahora con la
esperanza de que funcione. Lo último que quiero es llegar a clase mañana muerta
de sueño.
Bajo las escaleras en silencio, intentando no despertar a mis compañeros.
Estos chicos necesitan dormir todo lo que puedan debido a sus ajetreados
horarios. Desde que empezaron las clases, se levantan al amanecer casi todos
los días para hacer pesas de pretemporada. Yo debería estar acostumbrada, ya
que Jude lleva años jugando al hockey, pero el hockey de NU es otro nivel. Ni
siquiera puedo mantener una suscripción a un gimnasio durante más de dos
semanas, así que admiro su dedicación.
Al llegar a la planta baja, un tenue resplandor de luz emana de la cocina.
No me sorprende entrar y ver una figura oscura sentada en la barra del
desayuno. Vestido con unos jeans negros, una camiseta negra de manga larga
remangada y una gorra negra en la cabeza, me preocuparía que se tratara de un
intruso si no se estuviera zambullendo en un plato de comida que me resulta
familiar.
—Hola —le digo, haciéndome notar. Kyler se sobresalta de repente, traga
su bocado y levanta lentamente la vista hacia mí.
—¿Siempre tienes la costumbre de acercarte sigilosamente a la gente? —
me pregunta, con un tono de voz grave y ronco que resuena en mí.
—Lo hago cuando creo que son producto de mi imaginación —le digo, con
la esperanza de que capte mi sarcasmo juguetón. Ya que tengo la oportunidad,
puedo llamarle la atención sobre sus notables ausencias. Kyler toma otro bocado
de la cazuela de pollo que preparé antes. Como de costumbre, no estaba en casa
cuando los demás cenamos, y como de costumbre, emplaté una porción para él
y la dejé en su estante de la nevera. Dado que a la mañana siguiente siempre hay
un plato vacío en el lavavajillas, sé que se come lo que le dejo. Esto me ayuda a
aliviar la sensación de decepción que me produce que no se esfuerce por estar
más presente. Nadie quiere compartir una casa con alguien que da la impresión
de que no te quiere allí, independientemente de lo que me digan los demás.
O no oye lo que digo, o prefiere ignorar mi comentario, porque no me
hace más gracia que una pequeña mueca. Mantener una conversación con este
tipo es como sacar sangre de una piedra y, una vez más, me pregunto cuál será
su historia. Levanto la mano para sacar una taza del armario antes de volver a
intentarlo, pero se me adelanta.
—¿Problemas para dormir? —me pregunta, señalando la taza que tengo
en la mano.
—Ha sido una semana agitada. Mi mente no puede desconectar.
—He oído que una buena taza de chocolate caliente puede ayudar a
resolver el insomnio —me dice y, si no me equivoco, detecto un atisbo de sonrisa
en su voz.
—Es bueno saberlo, pero a esta chica le gusta comer sano, así que de
momento me limitaré a leche caliente y miel.
Kyler no responde y me pregunto si se trata de un avance en esta rara
relación de extraños por la noche que parecemos tener, o si es solo otra
conversación aislada que dura más de cinco minutos. En cualquier caso, no hace
ningún esfuerzo por continuar y me deja que me prepare la taza e intente
sonsacarle algo más.
—Me alegra que comas lo que te dejo. Supongo que no te quedas sin
comer, pero es un alivio saber que al menos comes una vez al día. —Y ahora,
estoy parloteando para llenar el incómodo silencio.
—Es muy amable por tu parte Thea, y no me malinterpretes, te lo
agradezco, pero no tienes que cocinar para mí todos los días.
—No es molestia —le digo—, estoy cocinando para los demás, así que
podría hacer un poco más para ti.
—No, por favor —continúa Kyler, y el tono de su voz me hace volverme
hacia él. Sus ojos verdes se cruzan con los míos y, por primera vez, noto el
cansancio en su comportamiento. Círculos grises bajo los ojos, cejas juntas, el
cuerpo desplomado mientras apoya los brazos en la encimera... parece como si
llevara el peso del mundo sobre los hombros.
—No puedo... No contribuyo a las cuentas de la comida, así que no es justo
incluirme en las comidas.
—¿Seguro que contribuyes de otras maneras? —pregunto, curiosa por
saber cómo demonios Jude, Devon y Nolan aceptaron ser compañeros de piso
de este tipo.
Kyler se encoge de hombros y bebe un trago del vaso de agua que tiene
junto al plato.
—Tenemos un acuerdo —es todo lo que dice a modo de explicación.
—Bueno, tal vez deberíamos llegar a nuestro propio acuerdo —
contraataco, esperando que muerda el anzuelo.
Kyler se levanta y lleva su plato ya vacío al fregadero, lo enjuaga bajo el
grifo antes de colocarlo junto con su vaso en el lavavajillas. Lo cierra, se apoya
en la encimera y cruza los brazos, y mis ojos se fijan al instante en sus músculos
definidos que se tensan contra la camisa.
—¿Qué tipo de acuerdo? —pregunta, y me siento ligeramente triunfante
porque parece que le ha picado la curiosidad.
—Sigo preparándote un plato de comida —digo despacio, dándome
tiempo para pensar en algo que le sirva—. Y... tú me pagas en especie con esa
“buena taza de chocolate caliente” de la que me has hablado.
Kyler se ríe y el cambio en él es asombrosamente obvio. Un Kyler
melancólico es una cosa, pero uno risueño es un espectáculo para la vista. Su
cuerpo se relaja, la rigidez de sus hombros desaparece. Su rostro se transforma
en una versión libre de estrés del que ha estado constantemente frunciendo el
ceño durante las pocas veces que lo he visto, y parece una versión más joven y
relajada de sí mismo. Inmediatamente me propongo intentar hacerle reír más a
menudo.
—¿Qué ha pasado con lo de ser la chica a la que “le gusta comer sano”?
—me pregunta entrecomillando con los dedos mientras me repite mis propias
palabras.
Sigo su ejemplo y me encojo de hombros.
—Quizá me guste vivir al límite de vez en cuando.
Kyler se ríe una vez más antes de caminar hacia el pasillo, deteniéndose
antes de salir de la habitación.
—¿Oye, Thea? Deberías tener cuidado con algunos de los chicos del
equipo de hockey. No todos son tan agradables como Jude, Devon y Nolan.
—¿De acuerdo? —respondo, pero lo hago más como una pregunta, ya que
no estoy segura de hacia dónde se dirige esta conversación. Tampoco se me
escapa que ha omitido su propio nombre en su declaración.
—Todo lo que digo es que te asegures de tener los números de tus
compañeros de piso guardados en tu teléfono.
—Bueno, ya tengo la de Devon y Nolan, así que supongo que solo necesito
el tuyo... —Mi respuesta me hace preguntarme cómo se tomará el hecho de que
le haya pedido su número.
Kyler se mete la mano en el bolsillo trasero y saca su teléfono, golpeando
la pantalla antes de continuar.
—Toma —me dice, tendiéndome el teléfono—. Envíate un mensaje y luego
tendrás el mío.
Acepto su teléfono, hago lo que me sugiere y me envío un mensaje que
dice simplemente «Número de Kyler» antes de devolvérselo. Lo toma, se lo
guarda en el bolsillo, me da las buenas noches, sale de la habitación y sube las
escaleras a toda prisa.
—Y ahora tienes mi número —me digo en voz baja, preguntándome si éste
es el progreso que necesito para resquebrajar la dura piel de mi cuarto
compañero de piso.

El fin de semana llega rápido y, antes de darme cuenta, es viernes por la


tarde y Millie y yo estamos en mi habitación preparándonos. Los chicos han
decidido dar una fiesta en casa esta noche en honor a mi mudanza y para celebrar
que hemos completado nuestra primera semana en NU. En lugar de traer comida,
vamos a pedir para llevar en una de las pizzerías de la rambla. Millie nos
consiguió un descuento porque conoce a uno de los chicos que trabaja allí. Estoy
emocionada no solo por la fiesta, sino también porque Adam está de camino a
Northport y se va a quedar el fin de semana. Sé que hace poco menos de dos
semanas que no lo veo, pero lo he echado muchísimo de menos.
—Así que tú y Adam, necesito algunos detalles —dice Millie mientras
termina de maquillarse y se tumba en mi cama. Sinceramente, es una profesional
preparándose en un tiempo récord, mientras yo sigo aquí sentada frente al
espejo, intentando hacerme un delineado perfecto. Le doy la versión resumida,
porque, sinceramente, no hay nada fuera de lo común que contarle sobre nuestra
relación.
—Fuimos al mismo colegio, empezamos a salir a los quince años, él era
mariscal de campo y yo animadora. Fuimos rey y reina del baile, y es el amor de
mi vida, ¿qué más hay que contar?
—Suena muy apto para todo el público, High School Musical. —Millie se
ríe—. Quiero decir, ¿sin ningún escándalo?
Hago una pausa, porque el escándalo que pasó por alto nuestra relación
no es mi historia para contar.
—No, nada. Siento decepcionarte.
—Ja —es todo lo que obtengo como respuesta.
—¿Y tú? —le pregunto—. ¿Alguien en la escena que haya despertado tu
interés? Parece que le gustas a Nolan.
—Puaj, por favor. Los jugadores de hockey y yo no hacemos buena pareja.
—Claro, Mills, lo que tú digas —bromeo. He visto cómo le lanzaba alguna
que otra mirada a Nolan y me doy cuenta de que es recíproca. Supongo que no
tardarán mucho en acercarse. Quizá debería hacer de casamentera.
—¿Quién dice qué ahora? —La voz de Adam viene del otro lado de la
puerta antes de llamar y abrirla—. ¿Todo el mundo decente? —pregunta antes
de entrar.
Chillo un poco antes de abalanzarme sobre él y saltar a sus brazos. Como
buen mariscal de campo que es, no pierde el ritmo y me atrapa con facilidad, y
empiezo a acribillarlo a besos.
—Te he echado tanto de menos —le digo mientras me devuelve el beso.
—Yo también te he echado de menos.
—Ejem. —Millie hace un ruido mientras sigue tumbada en mi cama—. No
sé si eres de las que les gusta tener público, pero sigo aquí. Por cierto, soy Millie.
—Se levanta y le tiende la mano a Adam, que la toma y la estrecha con firmeza.
—Soy Adam. He oído hablar mucho de ti.
—Como yo lo he hecho contigo. Y para nada arruinaré esta pequeña
reunión, así que voy abajo para ver lo que los demás están haciendo. Encantada
de conocerte, Adam.
Millie sale de la habitación y nos deja solos. Después de ponernos al día,
le cuento a Adam mi semana y cómo me han ido las clases. Me escucha
atentamente y me pone al día de cómo van las cosas con sus prácticas.
Evidentemente, es más duro de lo que pensaba, y cree que es porque su padre
lo hace trabajar más que a los otros becarios, dado que algún día heredará el
negocio.
—Me ha metido en un equipo que trabaja en un proyecto nuevo —me dice
Adam—. Y es genial, ya sabes, por la experiencia. Pero, hombre, no puedo evitar
sentir que los otros chicos piensan que estoy recibiendo un trato preferencial
porque soy el hijo de Carl Nelson. Pero este proyecto, es enorme. Y va a tener
éxito, trayendo una gran cantidad de nuevos puestos de trabajo para aquellos
que los necesitan, sobre todo porque está en una parte no afluente de la ciudad.
Será bueno para la exposición de la zona, y no puedo mentir, estoy orgulloso de
formar parte de él.
—Adam, esto es increíble —le digo—. Sobre todo, porque parece que este
proyecto marcará una verdadera diferencia.
—Sí, lo hará, pero significa que mi tiempo aquí es corto este fin de semana.
Tendré que volver mañana por la noche en lugar del domingo. Papá tiene que
barajar algunas cosas porque mi hermano quiere reunirse con nosotros el lunes.
Suspiro en voz baja. No puedo decir que no esté decepcionada. Esperaba
pasar el mayor tiempo posible con Adam. Por desgracia, no es la primera vez
que su caprichoso hermano mayor arruina sus planes.
—¿Está todo bien con él? —pregunto, sobre todo porque cualquier
problema que cause Austin puede repercutir en el resto de la familia, y eso es lo
último que quiere nadie.
—Tiene una audiencia de libertad condicional dentro de unos meses y
supongo que quiere ver a papá antes. No sé, no sé. Ya pasé la etapa de hacer
preguntas o preocuparme.
A diferencia de Adam, Austin está lejos de ser el chico de oro de la familia.
Cumpliendo condena entre rejas por verse involucrado en un turbio asunto de
tráfico de drogas, apenas se le menciona ni se habla de él en casa de los Nelson.
Es como si ya no existiera. La madre de Adam, sin duda, es la que más siente las
consecuencias de los delitos de su hijo mayor. Lo siento un poco por él, pero
supongo que si te metes en líos e infringes la ley, tienes que enfrentarte a las
repercusiones.
—Lo siento, Adam —le digo—. Sé que odias a tu hermano por lo que hizo
pasar a tu familia.
Adam se encoge de hombros y me levanta con él.
—Es lo que es, Thea, y no va a arruinar nuestra noche. Vamos a mezclarnos
con los demás. —Me da un beso rápido en los labios y me saca de mi habitación,
cerrando el tema.
Bajamos las escaleras y la casa se llena rápidamente de miembros del
equipo de hockey y otros compañeros de clase. Rápidamente le presento a
Adam a Devon y los dejo charlando mientras voy a la cocina por un par de
bebidas. En un rincón, veo a Millie hablando con Nolan, lo que confirma mi idea
de que harían muy buena pareja. Los saludo con la mano antes de recoger dos
vasos de plástico y llenar uno con cerveza para Adam y el otro con el ponche de
frutas que Millie ha preparado antes para mí.
—¿Así que no bebes chocolate caliente, pero el ponche de frutas dulce y
enfermizo está bien? —dice una voz grave detrás de mí.
Me doy la vuelta y veo a Kyler de pie en la cocina mirándome con un atisbo
de diversión en la cara. Estoy momentáneamente sorprendida, porque este es
Kyler, el mismo compañero de piso que no socializa, como nunca, es escaso en
el desayuno y nunca está durante la cena. Sin embargo, aquí está, un viernes por
la noche, asistiendo a una fiesta en casa.
—¡Oye, puede que coma sano, pero no soy una santa! —respondo una vez
recuperada la compostura—. Me sorprende verte aquí.
Kyler levanta un hombro.
—Puede que sea un solitario, pero no me faltan todas las habilidades
sociales —dice, imitando el estilo de mi respuesta—. Además, Jude dijo que esta
fiesta era tu inauguración, así que aquí estoy, dándote la bienvenida a la casa.
—Bueno, te lo agradezco. ¿Quizás podrías incluso empujar el barco y
unirte a nosotros para cenar un día de esta semana?
—No tientes a la suerte. —Sonríe y me rodea para recoger una de las
botellas de agua que hay en el mostrador detrás de mí.
—Hola nena, ¿por qué tardas tanto? —dice Adam detrás de mí mientras
me rodea la cintura con los brazos y tira de mí hacia él. Miro a Kyler e
inmediatamente veo que ha vuelto a ponerse en guardia y que se le nota la
tensión en el cuerpo. Tiene los hombros encorvados y una mano aferrada al
costado, mientras la otra sujeta con fuerza la botella de agua.
—Oh hola —continúa Adam—. Soy Adam, ¿y tú eres...?
Kyler no se presenta, así que intervengo, intentando disipar la incómoda
tensión que va surgiendo.
—Este es Kyler, mi cuarto compañero de piso. Kyler también está en el
equipo con Jude y los demás. Kyler, este es Adam, mi novio de casa.
En cuanto menciono la palabra novio, a Kyler se le desencaja la mandíbula
e inmediatamente sé que he perdido el atisbo del Kyler juguetón y sociable que
empezaba a salir de su capullo. Asiente una vez en dirección a Adam antes de
responder.
—Encantado de conocerte. Disculpen, tengo que hacer una llamada. —Se
da la vuelta bruscamente y sale casi a marchas forzadas de la cocina hacia las
escaleras, subiéndolas de dos en dos.
—Buen chico —dice Adam con sarcasmo, y no lo culpo. Kyler no le ha dado
más que vibras distantes, aunque sé que hay un lado diferente, más cariñoso,
bajo la capa de actitud que ha desarrollado de repente.
—Tiene muchas cosas que hacer —digo, ya poniendo excusas a su
comportamiento.
—No es una excusa para ser grosero. Me resulta familiar; ¿le he visto
antes?
—No lo creo. Quiero decir, está en el equipo, así que es probable que lo
hayas visto cuando vimos uno de los partidos de Jude el año pasado —le
respondo. Sé con certeza que, hasta que me mudé aquí, nunca me habían
presentado a Kyler. Seguro que habría recordado una cara melancólica y
ceñuda, y una personalidad impredecible y monosilábica como la suya.
—Hay algo extrañamente familiar en él que no puedo ubicar.
—Creo que te estás confundiendo con todos esos melancólicos
protagonistas que te gusta ver en Netflix, amor. —Me burlo de él, porque los dos
sabemos que era yo la que solía ver todos los dramas adolescentes y Adam los
soportaba en silencio, mientras seguía en secreto los argumentos.
—Tal vez. Bueno, vamos a buscar a tu hermano. He oído que hay una mesa
de beer pong fuera y necesito recuperar mi título.
Adam me toma de la mano y se dirige hacia la puerta de atrás, tirando
suavemente de mí. Me doy la vuelta para agarrar mi bebida y veo una sombra
oscura en la esquina, apoyada en la pared, con las manos metidas en los bolsillos
y el ceño fruncido. Kyler ha vuelto a levantar sus muros y sé que hará falta mucho
más para que empiece a derribarlos de nuevo.
seis

C
uando Jude me habló de la fiesta para Thea, pensé que estaba loco.
¿Quién necesita una fiesta de bienvenida a la universidad? Es la
universidad, joder; hay fiestas todos los fines de semana, y la
mayoría son temáticas, solo para novatos y transferidos. Pero bueno, es una
excusa para pasar el rato con ella, aunque debería mantenerme alejado de ella.
Saco el móvil y abro las fotos. Como un acosador, robo una de las fotos que Jude
ha colgado en sus redes sociales, la recorto y la añado a su página de contacto
en mi teléfono. Me avergüenza admitir que es una foto de este verano, cuando se
fue a casa un par de semanas y estaban en la playa. Una Thea muy guapa,
bronceada y en bikini me mira fijamente —bueno, a la cámara—, pero a veces
un hombre tiene que fingir para subir su ego. Borro la foto, abro la aplicación de
mensajes y escribo su nombre. Mi pulgar se cierne sobre el teclado mientras mi
mente busca a toda velocidad qué decir. Quiero decirle que me parece guapa y
que me alegro de que viva aquí. Quiero recordarle que se cuide de los tipos
sucios, como yo, y que esté siempre atenta a lo que la rodea. Todas las cosas que
debería haberle dicho a mi hermana cuando empezó a llegar tarde por la noche.
Sobre todo, quiero decirle a Thea lo mucho que significa para mí que me deje la
cena. Sé que mi madre y mi hermana se preocupan por mí, pero no como parece
hacerlo Thea.
Cierro la aplicación, dejo el teléfono a un lado y me tapo los ojos con el
brazo. Tengo que sacarme esto de encima, sea lo que sea, porque Thea está fuera
de mis límites. Jude es uno de mis mejores amigos y nunca cruzaría esta línea con
él. Hay un acuerdo tácito entre amigos: no se jode con las hermanas menores.
Incluso las mayores están fuera de los límites.
Pero no puedo evitar pensar en ella por la noche, cuando estoy aquí
tumbado y ella está un piso por encima de mí. No creo que se dé cuenta de que
su habitación está justo encima de la mía y de que oigo todos sus ruidos. Sé
cuándo se levanta y anda por ahí porque no puede dormir por la noche. La oigo
abrir la ventana e imagino que se asoma a mirar las estrellas. Sé que su
despertador suena a las seis de la mañana y que, cuando baja el primer tramo de
escaleras, se detiene en mi puerta. Desde que se mudó, la he oído llamar a mi
puerta una o dos veces. Hago como que duermo, aunque no he tenido una noche
completa de sueño desde la primera noche que me encontré con ella en la
cocina. He hecho todo lo que he podido para evitarla por la forma en que me
hace sentir. Nunca he sentido tantas ganas de empujar a alguien contra una pared
y hacerla mía. Entiendo por qué a las mujeres les gustan tanto las novelas de
vampiros. La naturaleza animal es adictiva.
Ahora mismo, el objeto de mis deseos está en su habitación con su amiga
Millie. Están riéndose y pasándoselo bien. He visto a Millie por el campus. Fue a
algunos partidos el año pasado y tuvimos una clase juntos en la que se refirió a
mí como un enigma. No lo entiendo. Me gusta estar solo y hacer mis cosas. Estar
callado no me convierte en un misterio. Si creyera que merece mi tiempo, se lo
dedicaría, y ahora mismo me gustaría dedicarle un poco a Thea. Aunque ella no
encaja en mi mundo, y no quisiera someterla a la vida que llevo fuera de esta
casa.
Miro la hora en mi teléfono y suspiro. Me arrepiento de no haber ido a
trabajar esta noche, pero la idea de celebrar una fiesta, en la que Thea estará al
frente y presente, era demasiado atractiva para dejarla pasar. Seré el tipo de
atrás, al acecho. El que se asegura de que su bebida es segura, y nadie se
aprovecha de ella. Algún imbécil se olvidará de su hermano y entonces
intervendré yo. Nadie quiere meterse conmigo.
Golpean a mi puerta. Jude grita:
—¿Puedes abrir el barril?
—Ahora bajo —le digo. La ventaja de vivir con un camarero: puedo
pinchar un barril, mezclar bebidas y separar cualquier pelea. No me importa que
los chicos dependan de mí. Así saben que se hace bien y que un tipo que cree
que lo sabe todo no la va a cagar. Antes de bajar, pienso en quitarme la camiseta
negra, pero decido dejármela puesta. La otra noche me dio la impresión de que
a Thea le gusto de negro. Me ajusto las mangas de la camiseta,
remangándomelas sobre los bíceps. Me paso la mano por el cabello rebelde y
me miro el tatuaje del bíceps. Es algo nuevo, de durante el verano, y algo que no
podía permitirme. Cuando fui a la tienda de mi amigo, le dije que necesitaba
algo rudo y me dibujó una enorme cabeza de león con una melena completa, y
cuando flexiono, se le abre la boca. Es una obra de arte malvada y combina muy
bien con mi hombrera.
Abajo, la música retumba. Devon y Nolan están en la cocina apilando
porciones de pizza y vasos de plástico. El barril y la barra improvisada están en
un rincón con un cartel que dice:
—No rompan nada, joder. —El mensaje caerá en saco roto, pero el
esfuerzo es agradable. En cuanto termino de abrir el barril, suena mi teléfono.
Lo saco del bolsillo y veo un mensaje de mi hermana:
ALLY ROSE:
¿Puedes cuidar a Lacey esta noche?
¿Por qué?
ALLY ROSE:
Quiero salir.
No.
ALLY ROSE:
WTF, Ky???? ¿Hablas en serio?
Sí, hablo en serio. La casa está de fiesta y estoy ocupado. Pregúntale a
mamá o consigue una niñera. Hagas lo que hagas, ¡no dejes a Lacey sola en casa!
ALLY ROSE:
Como si hiciera eso.
Mmm...
Encantador, ahora el resto de la noche me sentaré aquí y me preguntaré
si mi sobrina está sola en casa. Ally ya hizo esto una vez y amenacé con quitarle
a Lacey. Entiendo que ser madre soltera es duro, pero Ally tiene que ser más lista
y dar prioridad a su hija. La mayor parte del tiempo lo hace, pero sus amigas la
manipulan y son una mala influencia. Todas están solteras y viven la vida que Ally
quería, y se aseguran de que ella lo sepa.
Me sirvo una cerveza y me dirijo a la otra habitación para echar un vistazo.
Todo lo que se puede romper está metido en una caja en el armario y hay una
sábana sobre la televisión. Odio hacer fiestas aquí. Siempre nos lo piden porque
la casa es grande, pero siempre es un lío. Sin duda, me encontraré con algún
culo borracho intentando entrar en mi dormitorio para echar un polvo. Después
de hacer otra ronda, me dirijo a la cocina y salgo al patio trasero, donde se está
reuniendo más gente.
—Ky, hijo de puta drogado. ¿Cómo demonios estás? —Josh Perring me
sujeta de la mano y me abraza. Se graduó el año pasado y fue centro de segunda
y tercera línea durante cuatro años. Odiaba respaldarme, pero soy mejor y todo
el mundo lo sabe. Se enorgullece de ser agresivo en el juego y no veía la hora
de salir de la universidad para poder patearle el culo a alguien en las ligas
menores.
—Sabes que no consumo drogas, ¿verdad?
—Sí, hombre —dice, pinchándome en las costillas—. Siempre pareces
colocado.
—No, siempre parece cabreado. —Esta pelirroja se sienta a mi lado y me
rodea la cintura con el brazo—. Creo que necesita una buena y adecuada...
—Mamada —grita Josh.
—Te aseguro —digo mientras la aparto del brazo—, que no me quitaría el
ceño fruncido.
—Eso lo veremos más tarde. —Se lame los labios como si fuera a incitarme
a bajarme los calzoncillos hasta los tobillos y dejar que me la chupe.
—¡Eso es un reto, Ky! —Josh parece demasiado feliz por esto, y no
entiendo por qué.
—Uno que voy a ganar. Nos vemos, Josh. —No hace falta mucho para
recordarme por qué soy tan reservado. Vuelvo a la cocina y reconozco a Thea
inmediatamente. No sabe que estoy detrás de ella, mirándola mientras prepara
una bebida. Me río al pensar que me está sermoneando sobre la salud cuando
está a punto de tomarse una bebida azucarada llena de zumo y ron de coco.
Me acerco a ella y aspiro su dulce perfume. ¡Joder! Mi polla salta a punto.
Está dispuesta y es capaz, al igual que yo, pero lo de Thea y yo no puede suceder
nunca. Cada pensamiento que tengo sobre ella es pura tortura y, por mucho que
lo odie, lo disfruto igualmente. Retrocedo antes de que pueda sentirme.
—¿Así que no bebes chocolate caliente, pero el ponche de frutas dulce y
enfermizo está bien? —pregunto, alertándola de mi presencia.
Thea se vuelve, sus mejillas se sonrojan y su boca se ensancha en una
sonrisa. Maldita sea, es preciosa.
—Oye, puede que coma sano, pero no soy una santa. Me sorprende verte
aquí.
Me encojo de hombros como si no fuera gran cosa que haya hecho acto de
presencia.
—Puede que sea un solitario, pero no me faltan todas las habilidades
sociales. Además, Jude dijo que esta fiesta era tu inauguración, así que aquí
estoy, dándote la bienvenida a la casa.
Thea vuelve a sonreír y asimilo su aspecto por completo, desde sus ricos
ojos castaños hasta los zapatos que lleva alrededor de sus dedos perfectos.
—Bueno, te lo agradezco. ¿Quizás podrías incluso empujar el barco y
unirte a nosotros para cenar un día de esta semana?
—No tientes a la suerte. —Necesito volver a sentirme cerca de ella. Es
como si mi cuerpo anhelara su esencia. La rodeo y recojo una botella de agua de
la mesa. Ya he bebido suficiente por esta noche. Quiero mantener la cordura,
sobre todo si ella bebe. Pasaré la noche protegiéndola si lo necesita.
Estoy a punto de sugerir que salgamos, pero un tipo se le acerca por
detrás. Le rodea la cintura con el brazo y tira de ella hacia él.
—Hola nena, ¿por qué tardas tanto?
Thea me mira. No puedo mantener el contacto visual con ella. Aprieto los
puños y me dan ganas de estrellar a este cabrón contra el suelo por tocar lo que
es mío. No, no es mía. Nunca lo será.
—Oh hola —dice este tipo—, soy Adam, ¿y tú eres...?
Thea se adelanta un poco y dice:
—Este es Kyler, mi cuarto compañero de piso. Kyler también está en el
equipo con Jude y los demás. Kyler, este es Adam, mi novio de casa.
¿Novio? ¡Novio! ¿Cómo es que nadie me dijo esto?
Porque no es asunto tuyo.
Mi mandíbula se aprieta. Me palpita. Asiento en dirección a este chico.
—Encantado de conocerte. Perdonen, tengo que ir a hacer una llamada.
—Me doy la vuelta y me dirijo hacia las escaleras, tomándolas de dos en dos
hasta llegar a mi puerta. Tanteo el pomo. Cuando la abro, cierro de golpe con
tanta fuerza que suenan los cuadros de la cómoda. No debería molestarme que
Thea tenga novio, pero así es. Está claro que a Jude no le importa, o le mandaría
a tomar por culo, así que ¿por qué iba a importarme a mí? No debería. No debería
importarme una mierda ni ella, ni su novio, ni nada de lo que le pase. Es una
compañera de piso y debe ser tratada como tal. Y es adulta y puede cuidar de sí
misma. Lo que tengo que hacer es ocuparme de mí mismo. Abro la cómoda y
muevo los calcetines hasta que tengo en la mano la botella de vodka que uso
para adormecer el dolor. Después de quitarle el tapón, me aprieto la botella
contra los labios y echo la cabeza hacia atrás. El ardor es instantáneo y acogedor.
Trago dos, tres y cuatro veces antes de rendirme y volver a poner el tapón.
Vuelvo a guardar la botella y bajo las escaleras con una mentalidad
completamente distinta.
Nada más bajar, veo a Thea. Nos miramos fijamente durante un largo rato
antes de entrar en la cocina y dirigirme hacia el licor. Me preparo una copa, me
la trago y vuelvo a llenarla.
—Oye, ¿puedes prepararme algo de beber? —pregunta una joven rubia.
Parece demasiado joven para estar en esta fiesta. La miro de reojo y le preparo
algo con muy poco alcohol. Toma un sorbo—. Está delicioso. Gracias.
—No aceptes bebidas de nadie excepto de mí, ¿de acuerdo? Me llamo Ky.
Todos me conocen aquí. Búscame cuando quieras otra.
Me sonríe.
—Gracias. Soy Cher.
—Encantado de conocerte. Ve a mezclarte. —Ella asiente y se dirige a la
otra habitación. Acabo de pie en la barra, mezclando bebidas durante las dos
horas siguientes, diciéndole a cada chica lo mismo que a Cher. Y con cada chica
coqueteo como un loco, porque cada vez que levanto la vista, veo a Thea y a su
novio con cara de comadreja, y cada vez que me mira, me aseguro de ignorarla.
Ella no significa nada para mí.
Excepto, que tengo la sensación de que va a significar todo.
siete

A
la mañana siguiente, bajo las escaleras para empezar a preparar el
desayuno. El sábado es el único día que los demás pueden dormir
hasta tarde, así que también quiero empezar a recoger los restos
de la noche anterior. En general, la fiesta fue muy divertida. Conocí a más chicos
del equipo de hockey —algunos de los cuales viven a pocos metros de
nosotros— y, a pesar de la advertencia de Kyler, todos parecían bastante
amistosos. Lo irónico es que, de todos ellos, el único que me da vibras extrañas
es Kyler. Un minuto es relativamente amistoso, y al siguiente es frío como el hielo.
No consigo entenderlo y, sinceramente, empieza a ser un poco agotador intentar
seguirle el ritmo a sus cambios de humor. El otro día le pregunté a Jude y, aunque
me dijo que no era su historia, me dijo que Kyler tiene algunos problemas
personales con los que tiene que lidiar. Me pregunto si está relacionado con la
familia, en cuyo caso lo entiendo. No todo el mundo tiene la suerte de venir de
un entorno familiar estable. Aun así, sé que si yo estuviera en su lugar, querría
rodearme de tantos amigos como fuera posible, aunque solo fuera como método
de escape del drama que intento ocultar.
Para mi sorpresa, la cocina está impecable. Es obvio que mis compañeros
de piso han tenido la precaución de limpiar antes de irse a la cama y se los
agradezco. Durante la semana tenemos una regla no escrita, yo cocino y ellos
limpian, que nos va bien, pero no habría pensado que se aplicara a la noche de
ayer, ya que tuvimos una gran fiesta. Sin embargo, no me quejo y empiezo a
hacer suficiente masa de panqueques para alimentarnos a todos. Aunque solo
desayunemos Adam y yo, confío en que los demás sepan cómo funciona una
sartén y puedan valerse por sí mismos.
Después de desayunar, llevo a Adam a dar una vuelta rápida por el
campus. Ya ha estado en la pista de hockey, porque el año pasado me acompañó
varias veces a ver jugar a Jude. Le enseño la facultad de nutrición, el
polideportivo, las pistas de tenis, el campo de béisbol, el comedor y el exterior
de los dormitorios. Aunque vivir en el campus no era una opción para mí, algunos
de los alojamientos en el lugar son bastante agradables, y hay un bloque de casas
adosadas enclavadas en su propia pequeña calle hacia la parte trasera del
campus. En comparación, el campus de Silver Lake es minúsculo y no es la
primera vez que doy gracias a mi suerte por haberme arriesgado y cambiado de
rumbo. Adam no comenta mucho sobre el terreno; de hecho, ha estado bastante
callado toda la mañana, lo que no es habitual en él.
Después de la visita al campus, nos dirigimos a la rambla para almorzar.
Esta es una zona popular de Northport y está repleta de turistas y residentes que
vienen a pasar el día en la playa. Hay algunas tiendas de surf y de recuerdos. Lo
mejor de todo es que en un extremo hay una serie de pequeños restaurantes y
bares independientes, lo que supone un agradable cambio con respecto a las
habituales cadenas de restaurantes que se encuentran en el centro de la ciudad.
Decido llevar a Adam al famoso bar de cangrejos de Northport, famoso por su
sopa de almejas y sus cubos de cangrejo. Vivir en una ciudad pequeña como
Silver Lake significa no tener la posibilidad de comer en un lugar como éste, así
que espero que realmente disfrute de la comida.
Nos sentamos fuera, con una buena vista de la playa, y pedimos. Siguiendo
la recomendación de Millie, me decido por un plato de muestra con langostinos,
cangrejo y una variedad de salsas, y Adam elige la sopa de pescado. Pedimos
refrescos y patatas fritas y esperamos a que llegue la comida.
—¿Lo pasaste bien anoche? —le pregunto a Adam.
—Sí, así es. Millie es todo un personaje —responde.
—Sí, lo es. No tiene filtro, pero me gusta que diga las cosas como son.
Sabes a qué atenerte con ella, eso es seguro.
—Tus compañeros de piso parecen chicos decentes, sobre todo Devon y
Nolan, pero Kyler, en cambio... —Adam se interrumpe sin terminar la frase, pero
me doy cuenta de que hay algo que quiere decir y se está conteniendo.
—Kyler en cambio, ¿qué? —pregunto.
—Simplemente no me gusta el tipo, Thea. Hay algo en él. Me pone de los
nervios.
—Solo es callado, eso es todo, y tiende a quedarse solo. —No sé por qué
tengo ganas de empezar a defender a Kyler, pero no puedo contenerme. Adam
no lo conoce, así que no está en posición de juzgarlo.
—No es solo eso. No lo viste anoche, parado en las esquinas, solo
mirándote todo el maldito tiempo. Como si, estuvieras donde estuvieras, él
estaba allí, observándote como un halcón. No sé T, es solo que grita acosador o
algo así —dice Adam sacudiendo la cabeza.
La mesera nos trae la comida, así que espero a que lo ponga todo en la
mesa antes de continuar la conversación.
—Creo que lo estás pensando demasiado, amor. Ky no es así en absoluto.
—Sí, bueno, no me gusta el tipo, y creo que deberías mantener las
distancias con él.
Dejo el tenedor, un poco desconcertada, y miro fijamente a Adam. Seguro
que no me acaba de decir que me aleje de una de mis compañeros de piso.
Nunca antes le había molestado ninguno de mis amigos o compañeros de clase.
—Adam, no me estarás diciendo en serio que me aleje de Kyler.
Compartimos casa, no es como si pudiera evitarlo. Te parece bien que viva con
Devon y Nolan.
—Sí, porque Devon y Nolan no te miran como si quisieran atacarte o
clavarte contra la pared. No soy estúpido, Thea, soy un hombre, puedo
reconocer a un tipo posesivo y lleno de lujuria cuando lo veo y ¿Kyler? Sus
intenciones hacia ti, cualesquiera que sean, no son del tipo de los mejores
amigos que se cuidan mutuamente. Te pido, como mi novia, que por favor te
mantengas alejada de él.
Me quedo momentáneamente sin palabras. En nuestros cuatro años juntos,
Adam nunca ha sido del tipo celoso. Verlo reaccionar así es completamente fuera
de lo común. Y, fuera de carácter.
—Okey, no sé qué te pasa, así que voy a achacarlo al cansancio o a lo que
sea, pero Adam, nosotros no hacemos esto. No nos decimos el uno al otro a quién
podemos y no podemos tener como amigos.
—Podemos cuando no nos vemos todos los días. No tengo ni idea de lo
que pasa cuando no estoy aquí.
Y ahora estoy cabreada.
—Entonces, ¿qué, no confías en mí?
Adam suelta la cuchara, se echa hacia atrás en la silla y se cruza de brazos.
Ya veo que no vamos a estar de acuerdo en este tema.
—No. ¡Estoy diciendo que no confío en él!
—No, Adam —le respondo—. Estás diciendo que no confías en mí, porque
independientemente de lo que diga o haga Kyler; o cualquier otra persona, para
el caso, crees que no tengo la inteligencia para cuidarme y enfrentarme a la
situación.
Respiro hondo y cuento hasta cinco antes de continuar.
»Mira, no quiero discutir contigo. ¿Quién sabe cuándo volveremos a
vernos? ¿Podemos dejar el tema?
Adam suspira y mira hacia la playa, parece pensárselo, antes de contestar.
—Claro. Lo que sea.
Terminamos de comer en relativo silencio, manteniendo una conversación
cortés e incómoda aquí y allá antes de pagar la cuenta. Adam me deja en casa,
recoge sus cosas y emprende el camino de vuelta. Me deja con un rápido beso
en la mejilla y un «hasta pronto» y lo veo marcharse con un sentimiento de pesar
por cómo quedaron las cosas entre nosotros.
Una hora más tarde, la puerta se abre de golpe y entra Jude, seguido de
otros miembros del equipo de hockey y de Millie, que viene detrás. Levanto una
ceja porque, al parecer, ella y el hockey no se llevan bien; sin embargo, aquí
está, pasando el rato con la mitad del equipo.
—¿Qué? —dice encogiéndose de hombros—. Iba de camino a verte y tu
hermano me vio y me llevó. Me ahorró caminar el resto del camino.
—Claro, Mills —respondo—. Sigue diciéndote eso. —Tal vez ella y el
hockey se mezclan más de lo que le importa admitir.
—¡Eh! —Jude grita mientras está de pie en el pasillo—. ¡Dev, Nole, Ky!
¡Hockey callejero en diez!
No sabía que había alguien más en casa, así que me sorprende oír fuertes
pasos bajando las escaleras. Devon y Nolan aparecen, ambos vestidos con
pantalones cortos y camisetas rojas.
—¡Síiiii! —dice Nolan con entusiasmo—. Necesito algo que me saque de
esta depresión post-fiesta. Hola Millie, Thea. ¿Les apetece ser animadoras hoy?
—Cantar y dar volteretas, no —le dice Millie—. Pero se me puede
convencer para que me siente en el jardín delantero y ofrezca mi apoyo, ¿verdad
Thea?
—Claro —le digo—. Me parece bien. Puede que incluso haga algo de
limonada si creo que han jugado lo suficientemente bien como para ganársela.
—¿La limonada casera de Thea? Sin duda, un incentivo para ganar —añade
Devon.
Oigo otro par de pasos bajando las escaleras y me sorprendo al ver a Kyler
aparecer en la puerta. Es raro verlo a la luz del día, y más aún si decide ser
sociable y unirse a la diversión. Aun así, supongo que estos son sus compañeros
de equipo y se siente cómodo pasando el rato con ellos. Está vestido de forma
diferente a Devon y Nolan y lleva pantalones de chándal grises y una camiseta
azul oscuro. Obviamente, ha decidido que hoy juega para el equipo contrario.
No saluda a nadie, sino que va al armario del pasillo donde guardan todo su
equipo de hockey y saca cuatro palos de hockey, uno para cada uno. Nadie lo
saluda mientras pasa con la cabeza gacha y sale por la puerta principal.
—Ooo-key entonces, supongo que está decidido. El juego está a punto de
empezar. —Nolan se ríe mientras sigue a Ky y a los demás fuera. Millie y yo
recogemos unas mantas después de preparar rápidamente un par de jarras de
limonada, las colocamos en el césped y nos sentamos mientras los demás
deciden los equipos.
A diferencia del hockey sobre hielo, el hockey callejero se juega sin
equipo protector, y los equipos se deciden por camisetas y sin camisetas. Nolan
y Devon forman equipo con Brad March y Mike Dowling; y Jude y Ky, con Saul
Frisch y Mikko Fox. Como Brad, Mike, Saul y Mikko viven tan cerca, el hockey
callejero es algo habitual entre las dos casas. Nolan y su equipo se dejan puestas
las camisetas, mientras que Jude y los demás se quitan las suyas.
Aunque intento no darme cuenta de que Kyler se quita la camiseta, mis
ojos no captan el mensaje e inmediatamente se fijan en él. Su mano derecha se
extiende hacia atrás para agarrar la tela entre sus hombros y, con un movimiento
fluido, se quita la camiseta por encima de la cabeza y la deja caer al suelo. Tiene
el cuerpo de un nadador, bien definido, pero no lleno de músculos. Tiene un
tatuaje en el hombro, un intrincado diseño de enredaderas que se entrelaza con
el tatuaje del león en el bíceps. Mi respiración se entrecorta cuando mis ojos
continúan su recorrido hasta sus antebrazos, uno de mis puntos débiles, porque
el porno de brazos es algo real. El único indicio de vello en su torso es la línea
marrón oscuro que lleva a su cinturón de Adonis. Aprieto la mandíbula e intento
mantener una expresión lo más neutra posible. El aire que me rodea se ha vuelto
de repente insoportablemente caliente y, con un movimiento subrepticio de la
mano para abanicarme la cara, me obligo a mirar lo que ocurre a mi alrededor.
Después de construir unas porterías improvisadas con toallas que Jude
trae de fuera, cada uno se coloca en su sitio: Jude y Brad en la portería y los
demás repartidos por la calle. En el centro, Ky se enfrenta a Mike con el disco —
una pelota de tenis— a sus pies. Después de golpear sus palos tres veces,
comienza el juego y Ky llega primero a la pelota, golpeándola con fuerza hacia
Saul, que la corre hacia Mikko. Mikko dispara a puerta y la pelota pasa volando.
Si pensaba que el hockey sobre hielo era rápido, el hockey callejero le sigue de
cerca. Estos chicos conocen bien su juego y son una fuerza a tener en cuenta.
Aunque todo esto es por diversión, sé que cada uno de ellos se lo toma en serio.
Especialmente el alto, moreno y desaliñado que está en el centro. El partido
continúa, y los equipos están igualados, lo que nos promete una tarde
entretenida y emocionante. Después de treinta minutos de juego exhaustivo,
Jude pide un descanso de diez minutos para refrescarnos, servimos limonadas y
las repartimos. Todos, menos uno, toman un vaso de buena gana. Está de pie al
otro lado de la calle, sosteniendo su palo de hockey detrás de la cabeza y
apoyándolo en ambos hombros, con un brillo de sudor cubriendo su cuerpo bajo
el sol de la tarde. Mis ojos no pueden evitar seguir el tatuaje de su hombro y me
pregunto si habrá alguna historia detrás de la intrincada tinta.
—¿Qué pasa contigo y Kyler? —Millie me pregunta en voz baja,
interrumpiendo mi ensoñación.
—¿Qué quieres decir? —le pregunto.
—Chica, por favor. ¿No me digas que no te has dado cuenta de que te mira
cada vez que hay una pausa en el juego? Es como si intentara hacer como Jacob
de Crepúsculo e imprimirse en ti o algo así.
—No seas ridícula —le respondo—. Probablemente solo está mirando a
uno de los otros por algún tipo de dirección en el juego o algo así.
Millie se ríe en respuesta.
—Claro, cree lo que quieras, pero te lo aseguro. Ese chico no puede
apartar los ojos de ti. Es como si estuviera obsesionado. Y tú pareces estar
haciendo todo lo que está en tu mano para ignorarlo.
—¡No, no lo estoy! —respondo rápidamente.
—Sí, así es. Los veo a los dos. Él con su mirada intensa, tú con tus tácticas
de evasión. Es ridículo. Honestamente, la carga eléctrica entre ustedes dos es lo
suficientemente feroz como para causar un apagón en toda la calle.
Miro hacia Kyler y me doy cuenta de que se ha movido de su posición y ya
no está de pie al otro lado de la calle. Echo un vistazo rápido a ambos lados y no
lo veo por ninguna parte. Tal vez ha decidido que ya ha tenido suficiente por hoy.
—¿Eso es para mí? —suena su voz grave detrás de mí, despertando
rápidamente un manto de piel de gallina en mi cuello. Miro a mi derecha para
comprobar dónde está Millie antes de darme la vuelta. Lo último que necesito es
alimentar su ridícula fantasía.
—Claro —le digo mientras le tiendo el vaso de limonada fría. Lo acepta y
se lo bebe de un trago. No rompe el contacto visual conmigo en ningún momento
y siento que es el momento más intenso y aislante entre nosotros. Los demás
desaparecen y solo estamos Kyler y yo en una pequeña burbuja. Sin embargo,
en cuanto empieza, se disipa rápidamente, y Jude da una palmada y pide que
empiece la segunda parte. Kyler deposita el vaso en la bandeja y vuelve al centro
de la calle sin decir ni una palabra más, dejándome con la duda de qué demonios
acaba de pasar.
—No pasa nada, ¿eh? —susurra Millie en voz baja a mi lado, y yo me limito
a poner los ojos en blanco en respuesta, porque está claro que no va a dejar pasar
esto.
El juego continúa y cada vez que mis ojos encuentran a Kyler, me doy
cuenta de que Millie tiene razón. Cuando no está en juego, me mira a mí; no se
mueve, no presta atención a nada a su alrededor. Solo cuando la pelota viene
lanzada hacia él, se concentra en el juego sin pestañear. Es desconcertante, pero
también emocionante. Y cuanto más lo miro, más deseo que la intensa burbuja
vuelva a formarse a nuestro alrededor, como ocurrió cuando se bebió la
limonada.
Al cabo de una hora, el partido termina con la victoria del equipo de Jude,
para alegría de mi hermano. Grita y anima junto con los demás, y todos se dan
palmadas en la espalda.
—Hagamos una barbacoa —sugiere Devon mientras los demás empiezan
a recoger las porterías improvisadas.
—Buena idea —responde Jude.
—Estoy de acuerdo —digo—. Estoy bastante segura de que tenemos
suficientes cosas en la nevera para hacer una ensalada o dos.
—Genial, iré a la tienda por otros suministros para que podamos
instalarnos —ofrece Nolan. Devon acepta y se ofrece a acompañarle.
El resto se amontona en la casa y sale directamente al patio trasero.
Empiezo a recoger las mantas en las que estábamos sentadas y veo que Kyler
abre el coche y deja sus cosas en el asiento del copiloto.
—Por favor, ¿no me digas que esto significa que vas a volver a saltarte la
hora de comer? —le pregunto con un tono juguetón en la voz.
—Tengo que ir a un sitio —dice mientras se sienta en el asiento del
conductor y se abrocha el cinturón—. ¿Me guardas un plato? —pregunta,
cerrando la puerta y sin darme la oportunidad de responder. Enciende el motor
y sale marcha atrás de la entrada.
Estoy frustrada porque incluso después de todo este tiempo, sigue siendo
un libro cerrado, aparentemente solo participa en el mínimo de actividades. Y
estoy enfadada conmigo misma porque sé que, aunque esté enfadada, le voy a
emplatar las sobras y se las voy a dejar para cuando decida volver a casa esta
noche.
ocho

—¡T
ienes que estar bromeando! —No tengo que ser un
científico de cohetes para saber lo que está pasando
arriba. Pero soy un idiota por pensar que Thea no
tendría sexo con su novio en la casa. Eso es lo que hice, la mayor parte de la
noche, mientras fracasaba en no vigilarla. Me hago un infierno imaginando al
enclenque poniendo sus manos sobre su piel desnuda. Gimo y recojo el móvil.
La pantalla indica que son poco más de las cuatro de la madrugada y que no
pienso volver a dormirme hasta que terminen... y espero que sea pronto. Nunca
quiero que mis amigos tiren y las echen fuera, pero hombre, estoy de rodillas
rezando para que este tonto no dure más de treinta segundos.
Pasan los treinta segundos y continúan los chirridos de la cama de Thea.
—A la mierda mi vida. —Le doy vida a mi teléfono y voy a su página en las
redes sociales. El otro día me agregó como amigo y esperé hasta medianoche
para aceptar, aunque lo vi enseguida. No sé por qué no miré su página antes
porque si lo hubiera hecho, el novio no habría sido una sorpresa. Hago clic en
sus fotos y estudio su lenguaje corporal. Thea parece interesada en él, pero él
parece distante. Por supuesto, probablemente estoy buscando razones por las
que no deberían estar juntos. Lo cual no entiendo. Ella no significa nada para mí.
Thea es compañera de cuarto y hermana de uno de mis mejores amigos. Estos
pensamientos que tengo sobre ella tienen que parar. La única razón por la que
sigue apareciendo en mi cabeza es porque es una buena cocinera.
Y está jodidamente buena.
El chirrido se detiene.
—Vaya, un minuto entero. Seguro que la pobre Thea ni se ha corrido. —
Sigo desplazándome y finalmente hago clic en su nombre. Me sorprende que su
página no sea privada. Este tipo me está dando acceso total a su vida, y ni
siquiera le importa. Ni siquiera sé por qué le odio. Oh, sí, lo odio. Es jodidamente
rico. Conduciendo el Maserati de papá. Ni siquiera miré para ver en qué tipo de
coche llegó hasta aquí. Estoy seguro de que es un BMW o alguna mierda así. Algo
que no me puedo permitir, al menos por el momento.
Está tocando a Thea ahora mismo, moviéndose entre sus piernas,
besándola en lugares por los que mi mente ha vagado. Lo odio. Odio cada
segundo de lo que está pasando arriba. Quiero una noche con ella, donde nada
en nuestras vidas afecte a lo que hacemos. Ella no me conoce. Yo no la conozco.
Y entonces, nada más. No volveré a necesitar nada de ella.
—Te estás mintiendo a ti mismo —le digo a mi habitación vacía—. Y estás
hablando solo.
Necesito dormir un poco, pero estoy en la cúspide de una inmersión
profunda en la página de este imbécil. Hay fotos de él con otras chicas y cuando
miro a quién le gustó la foto, no aparece el nombre de Thea. Interesante.
Casi todas las fotos tienen comentarios y el mismo aparece una y otra vez:
«¿Dónde está Austin?» ¿Quién demonios es Austin? Hago clic en algunos perfiles
más para intentar averiguar quién es este tipo misterioso, pero no aparece nada.
Me doy por vencido y vuelvo a poner el teléfono en el cargador. Estoy a punto
de cerrar los ojos cuando oigo movimiento en el piso de arriba. Como empiecen
otra vez, voy a dar de golpes contra el techo.
Excepto que nunca lo haría. Lo último que quiero hacer es avergonzar a
Thea. Golpear el techo o decir algo sin duda la mortificará. El suelo cruje, se oyen
voces amortiguadas y luego se cierra una puerta. Me pongo de lado y me llevo
la almohada. Mañana le pediré prestados a Devon los auriculares anti ruido.
Necesito dormir.

Un fuerte golpe me despierta y Jude grita:


—¡Dev, Nole, Ky! Hockey callejero en diez minutos.
Joder. Ruedo sobre mi espalda y miro al techo. Un techo que ahora odio.
Sé demasiado sobre lo que pasa en la habitación de arriba y me encantaría
encontrar una forma de borrar mis conocimientos. Me visto con lo primero que
encuentro en el suelo: un pantalón de chándal gris y una camiseta azul oscuro.
Opto por no llevar camiseta una vez que empezamos a jugar, ya que acabaremos
dividiendo los equipos y uno de los bandos tiene que ir completamente vestido.
Mis pasos son pesados. Espero que quienquiera que esté en mi equipo
esté preparado para llevarnos porque no estoy seguro de poder salir de mi
propio camino ahora mismo. Necesito dormir, pero tampoco quiero dejar pasar
la oportunidad de relajarme con mis amigos.
Qué agradable sorpresa me llevo cuando al bajar encuentro que el niño
rico no está. De hecho, estoy seguro de que sonrío ante el hecho. Hasta que veo
a Thea mirándome. Hago como que no la veo y voy directo al armario a recoger
mi equipo y unos palos de hockey. No saludo a ninguno de mis compañeros. ¿Por
qué iba a ser ella especial?
Lo preparamos todo, elegimos los equipos y la mitad de nosotros nos
quitamos la camiseta. Por supuesto, Jude está en mi equipo, lo que significa que
mi trabajo consiste en marcar y el suyo en impedir que esta maldita pelota
amarilla cruce la línea imaginaria. Miro detrás de mí y saludo con la cabeza a mi
portero, y luego miro a Mike. Golpeamos nuestros palos tres veces para empezar
el partido. Mike es demasiado lento y envío la pelota hacia Saul, que la maneja
hasta que Mikko se libera. Saul pasa y Mikko envía la pelota a través de la
portería. El juego va y viene, hasta que Jude pide a gritos un descanso. Estos
chicos se están esforzando demasiado solo por presumir. Me conformo con
quedarme atrás y dejar que ellos hagan todo el trabajo.
Thea y Millie están repartiendo vasos de limonada. Necesito poner un
muro entre nosotros y decido quedarme al otro lado de la calle. Tengo los
hombros tensos y necesito estirarlos. Coloco el bastón detrás de la cabeza,
cuelgo las muñecas sobre el borde y me inclino ligeramente hacia atrás, a la
izquierda y luego a la derecha. Millie no es tímida a la hora de mirar. Sé
exactamente cuándo le dice algo a Thea sobre mí porque levanta la cabeza e
intenta actuar como si no estuviera hipnotizada por mí. Es cómico, la verdad.
Intenta no quedarse embobada y sigue mirando hacia otro lado. En cuanto lo
hace, me escabullo detrás de un coche y espero un segundo. A través de la
ventanilla del coche, la veo buscarme frenéticamente. Con ella distraída, vuelvo
al patio y me acerco sigilosamente por detrás.
—¿Eso es para mí? —Señalo el último vaso de limonada de su bandeja.
—Claro. —Me pasa el vaso. Me lo llevo a los labios y bebo sin dejar de
mirarla. Este es probablemente el mejor maldito vaso de limonada que he
tomado en mi vida, y estoy seguro de que es porque lo ha hecho ella. Realmente
necesito poner distancia entre nosotros porque mi mente está fuera de control si
juzgo una bebida de frutas.
No, la estoy juzgando. O al menos intento no hacerlo, pero cada vez que
miro, Thea me mira fijamente. Sinceramente, me gusta. Me hace sentir deseable
de una forma distinta a cuando me coquetean. Esas mujeres buscan una cosa,
que es lo que yo quiero de Thea y nunca tendré.
El juego vuelve a empezar y, al cabo de un rato, el otro equipo marca y yo
voy a quitarle el balón a Jude.
—Tengo que irme, hombre.
—De acuerdo. Llamaré a juego.
Vuelvo al centro y me dispongo a dejar la pelota en el suelo cuando Jude
grita:
—Terminamos. —Se pone a dar saltos. Nos burlamos de los otros chicos y
chocamos los cinco. Devon grita que la casa va a hacer una barbacoa y me
cabreo al instante. No he visto al idiota en todo el día, lo que me lleva a pensar
que se ha ido, y aunque me encantaría la tortura de estar cerca de Thea, tengo
que trabajar. Anoche me tomé libre, y las propinas perdidas me van a costar
caro. Me dirijo hacia donde dejé la camisa y la recojo junto con la cartera y las
llaves del suelo.
Mi coche es un Camry antiguo. No tiene nada del otro mundo, salvo los
elevalunas y los seguros eléctricos. Si quiero escuchar música, tengo que usar
un cable auxiliar y si cierro las puertas, tengo que usar una llave. No hay llave a
distancia para mí. Supongo que Thea está acostumbrada a las cosas buenas de la
vida si sale con el niño rico. Desbloqueo y abro la puerta, tiro la cartera y la
camisa en el asiento del copiloto.
—Por favor, no me digas que esto significa que te vas a saltar la hora de
comer otra vez.
Miro por encima del auto y veo a Thea de pie. Espero que se ponga las
manos en la cadera para regañarme. Aunque parece relajada, sus ojos se tensan
y me da la impresión de que está un poco enfadada.
—Tengo que ir a un sitio —le digo mientras me deslizo detrás del asiento
del conductor—. ¿Me guardas un plato? —Ni siquiera sé por qué se lo he
preguntado, porque tengo la sensación de que lo hará a pesar de todo, aunque
yo esté siendo un imbécil colosal con ella. Todo sería más fácil si me rechazara,
así no tendría que tratar de alejarla o mantener este muro de hormigón entre
nosotros. Sinceramente, es lo mejor.
Cuando llego a The Crease, el bar en el que trabajo, el estacionamiento
está vacío. Hoy hago doble turno, ya que necesitaba la noche libre. Esa es la
regla por aquí. Si quieres una noche libre, cámbiala con alguien. Si dices que
estás enfermo, estás despedido. Gino, el dueño, no se anda con chiquitas. Los
trabajos en la rambla son difíciles de conseguir, especialmente en verano. Le
agradezco a Gino que me diera una oportunidad cuando salí de la liga juvenil de
hockey, aunque no tenía ninguna experiencia. Es un antiguo jugador y tiene
debilidad por los chicos como yo.
Dentro, el sol brilla a través del gran ventanal que da al paseo marítimo.
Hay vistas a la playa y las dos mesas situadas frente a la ventana son las más
solicitadas del lugar. No puedo culparles. La vista es increíble, sobre todo por la
noche, cuando todo está iluminado. Tenemos dos televisores. Una enorme
pantalla en la parte de atrás está mostrando la segunda ronda de un torneo de
golf, y hay una en el bar para los veteranos que todavía vienen a ver el Fútbol de
Lunes por la Noche que está emitiendo el canal de noticias las veinticuatro horas
del día. Aunque The Crease intenta estar a la moda, le queda mucho camino por
recorrer. Gino se niega a equipar su local con más televisores. No quiere ser un
bar de deportes, sino un lugar de encuentro para locales y turistas.
En cuanto enciendo el cartel de abierto, empieza a entrar gente. La
población turística disminuye en septiembre, pero aún quedan algunos
rezagados. La mayoría de los lugareños me conocen por mi nombre y vienen a
los partidos a animar a Northport. Cada vez viene más gente y, por fin, una hora
después de abrir, la mesera de primera hora de la tarde empieza su turno, lo que
me permite quedarme detrás de la barra.
No soy el típico camarero. No me paso horas charlando con los clientes.
No doy consejos sabios y, desde luego, no me siento a escuchar las historias
tristes de nadie. Todos las tenemos y ya las he oído antes. Nada me molesta más
que cuando alguien empieza a beber y suelta todos sus secretos. Northport es
una ciudad pequeña y sé mucho más de lo que debería sobre sus habitantes.
Durante todo el día y hasta la noche, hay un flujo constante de clientes.
Cada vez que recojo un par de dólares de la mesa o proceso una tarjeta de
crédito con propina, mi estado de ánimo se anima un poco más porque el dinero
que tengo en el bolsillo está dando de comer a mi sobrina, vistiendo su espalda
y manteniendo encendida la luz de mi madre. Algún día, no tendré que
preocuparme de un cheque o de que una persona generosa me dé cinco dólares
más porque le gustó cómo preparé su té helado Long Island. Cuando esté en la
NHL, le compraré una casa a mi madre. Lo que me pueda permitir, para sacarla
del parque de casas rodantes y meterla en algo que sea suyo. Si sigo jugando
como el año pasado, al final de esta temporada seré una gran promesa del draft.
No tengo ninguna duda de que dejaré la universidad y jugaré profesionalmente.
Siempre puedo terminar la carrera por Internet o algo así.
Una vez que el cielo se oscurece, salen los locos. Los juerguistas. Los
borrachos que compran rondas para todo el bar sin darse cuenta de lo que les
va a costar. Mi favorito es cuando algún mocoso se acerca a la barra y dice que
quiere abrir una cuenta y yo le pido su tarjeta de crédito. Ponen cara de sorpresa
cuando les pido que me entreguen su preciada tarjeta. No sé muy bien qué
esperan cuando hacen una petición, pero sus expresiones son siempre cómicas.
Mientras el niño bonito de turno rebusca en su cartera de mil dólares en busca
de la tarjeta Amex negra de papá o mamá, yo ayudo a otros clientes. Los clientes
que pagan en efectivo son mis favoritos.
—Hola hombre, ¿qué te sirvo? —Este tipo parece que ha pasado por el
escurridor. Un ojo morado, su nariz podría estar rota, y tiene un labio gordo.
—Bud Light.
Recojo un vaso de medio litro, lo limpio por dentro y le sirvo la cerveza.
Después de dejársela delante, le sirvo un chupito de tequila porque parece que
necesita algo más fuerte.
—Gracias —dice antes de beberse el chupito—. Deberías ver al otro tipo.
Me río entre dientes.
—En este caso, espero que sea mucho peor.
Intenta esbozar una sonrisa.
—Lo es. He ganado.
—Oh, sí, ¿cómo se llama? —pregunto, en contra de mi buen juicio.
—Ben Franklin, unos diez.
Tardo un momento en asimilar sus palabras y, cuando por fin lo hago, llego
a la conclusión de que al tipo que tengo delante le han dado una paliza de mil
dólares.
—Estás de broma, ¿verdad? ¿Dejaste que alguien te golpeara en la cara
por mil dólares?
Asiente con la cabeza y sorbe su pinta con cautela.
—Todos los sábados por la noche.
—¿Dónde?
Se encoge de hombros.
—La ubicación cambia. Ya sabes, porque la lucha clandestina es ilegal.
—Parece una locura. ¿No tienes miedo de hacerte daño?
Otro encogimiento de hombros.
—Pararé cuando me quede sin deudas.
Sin deudas. Esas palabras suenan bien. Lo dejo en paz y vuelvo con el chico
de la fraternidad que quiere abrir una cuenta. Me da su tarjeta, me dice que nadie
puede poner nada en su cuenta y pide un gin-tonic. Casi me da la risa, porque
tiene pinta de ser de los que beben vino con soda.
El luchador callejero me hace señas para que me acerque y me pide otra.
No sé si lo hace a propósito o no, pero me enseña los billetes de Bejamín Franklin
de los que me habló. Me tira un cien y me dice que me quede con el cambio. No
sé cuánto tiempo me lo quedo mirando entre las yemas de los dedos. Me tiene
completamente hipnotizado. Sé que hay muchas cosas que podría hacer por
dinero extra, pero esto me intriga.
—¿Puedes contarme más sobre estas peleas?
Lo hace. Me informa de todo y envía un mensaje a un número de cinco
dígitos. Me enseña su teléfono.
Pelea de prueba, 3 a.m. 500 por victoria. 1k por nocaut. Tú acompañas.
—¿Te apuntas? —pregunta.
Sin dudarlo, asiento.
—Claro que sí, me apunto.
nueve

C
uando éramos pequeños, a mi madre siempre se le ocurrían dichos
para animarnos a portarnos bien. Ya fuera diciéndole a Jude que
sentarse demasiado cerca de la televisión le estropearía la vista o
diciéndome que si me tragaba un chicle se me quedaría en el estómago durante
siete años, siempre se le ocurrían esos cuentos. De niños, le creíamos. ¿Por qué
no íbamos a creerle? Cuando tienes seis y ocho años, te crees cualquier cosa que
te cuenten tus padres. Algunos de esos cuentos eran refranes milenarios que
habían pasado de generación en generación y que no tenían sentido. Otras,
seguro que se las inventaba. Ahora recuerdo uno en particular. Cuando hacía
mucho frío y nevaba, me encantaba volver del colegio y darme un baño muy
caliente. El vapor salía a borbotones, había condensación en la ventana y no
podía ver mi reflejo en el espejo. Siempre me decía que no se puede poner el
desierto del Sahara en el océano Ártico, porque uno sobrevive al otro. Supongo
que era su forma de decir que bañarme en agua hirviendo justo después de
entrar en casa en un día helado no era bueno para mí, porque o me quedaba fría
o mi cuerpo se recalentaba. Nunca lo entendí y estoy segura de que es una
analogía que se inventó. Para mí, mientras el baño me calentara, todo iba bien.
Aun así, siempre prometía que la próxima vez me aseguraría de que el agua
estuviera más fría.
Ahora pienso en el dicho y no puedo evitar aplicarlo a Kyler. Es un ejemplo
perfecto del Sáhara y el Ártico. Caliente en un momento, socializando,
divirtiéndose, hablando con la gente en las fiestas; y frío al siguiente, cerrado,
con el ceño fruncido, respuestas de una sola palabra e inclinándose de repente.
Me pregunto qué pasaría si mezclara las dos cosas, qué parte de él sobreviviría
a la otra. Por supuesto, la otra analogía sería decir que es el maestro del latigazo
cervical, pero Kyler es mucho más complejo. Hay capas en él a las que se aferra,
sin querer que nadie las descubra. Hay una vulnerabilidad en él que estoy
segura de haber visto la otra noche. Pero, sobre todo, tiene un instinto de lucha
o huida que se activa con facilidad. Si no le gusta cómo progresa una situación,
la cierra. Es la única conclusión que puedo sacar de que ayer se marchara tan
repentinamente del partido de hockey callejero. Todos lo estábamos pasando
bien, llevándonos bien y disfrutando. Pero, en cuanto se propuso continuar la
fiesta con una barbacoa, salió de allí como si le ardieran los pies. Tal vez lo estoy
pensando demasiado y él simplemente no es sociable. En cualquier caso, tengo
que dejar de pensar en ello y en él. No soy estudiante de psicología y no hay
forma de que pueda entenderlo. Está claro que Kyler Rose me ocupa demasiado
tiempo y tengo que dejar de hacerlo.
Miro el móvil y veo que están a punto de dar las cinco y media de la
mañana. Aún no ha amanecido, pero necesito despejarme y una carrera
mañanera me vendrá bien. Me pongo rápidamente unos leggings, un sujetador
deportivo con una camiseta por encima y me calzo las zapatillas antes de bajar
lentamente las escaleras. Estoy segura de que puedo correr unas cuantas
manzanas y volver antes de que los demás se despierten. Hoy tenemos planeado
hacer una gran compra antes de ir al cine a ver el último estreno.
Recojo mi botella de agua y la lleno, me como rápidamente una barrita de
cereales y me dirijo hacia la puerta principal, solo para detenerme en seco
cuando veo una figura, vestida toda de negro y con la capucha puesta,
apoyándose en la manija de la puerta. Kyler.
—Mierda, ¿qué demonios, Kyler? ¿Acabas de volver? —le pregunto y solo
cuando me acerco, me doy cuenta de que dondequiera que haya estado,
claramente ha tenido una noche dura. Tiene un corte reciente encima de la ceja
y el ojo empieza a amoratarse. También tiene un corte en el labio, parece que le
hayan dado varios puñetazos en la nariz y lleva el brazo enrollado con cuidado
alrededor del torso.
—¿Qué demonios ha pasado? —vuelvo a preguntar, pero él niega con la
cabeza.
—Estoy bien, Thea —dice, evitando mi pregunta. Su voz es áspera, ya sea
por el mal uso o porque se está conteniendo debido a que le duele mucho.
—No pareces estar bien. Parece como si estuvieras a punto de
desmayarte. Vamos a sentarte —le digo mientras lo sujeto del brazo. Retrocede
un poco para quedar fuera de mi alcance, pero enseguida se da cuenta de que,
sin el apoyo de la puerta, lo más probable es que se caiga. Lo intento de nuevo
y esta vez se deja agarrar. Caminamos despacio hasta la mesa del comedor, en
un rincón de la cocina, y le ayudo a sentarse en una de las sillas.
—Toma esto —le digo mientras le tiendo mi botella de agua. Levanta una
ceja dudoso, sin duda preguntándose si es uno de esos batidos de proteínas
raros que guardo en uno de los armarios.
—Es agua —le tranquilizo. Acepta la botella y bebe dos largos tragos antes
de dejarla sobre la mesa.
—Te sangra la ceja. —Mi voz es apenas un susurro. Lentamente, alargo la
mano para detener el hilillo de líquido rojo que se abre paso lentamente por un
lado de su cara. Rápidamente me agarra del brazo, impidiéndome hacer
contacto.
—No... —empieza a decir, antes de hacer una pausa para poder tragar
saliva—. Lo siento, quiero decir, es un poco doloroso.
—Eso parece. —Hago una pausa antes de continuar—. Quédate ahí, creo
que Jude tiene un botiquín en alguna parte. —Me dirijo hacia los armarios que
hay bajo el fregadero y busco la caja verde que estoy segura de haber visto
antes. Una cosa de vivir con jugadores de hockey es que siempre hay un
pequeño alijo de material médico para limpiar algún que otro corte o labio
partido que se ha hecho en el hielo. Encuentro la caja, la saco, junto con un
cuenco de agua y unas toallitas de papel, y vuelvo a la mesa.
—No tienes que curarme, Thea. Puedo arreglármelas solo —me dice Kyler
en voz baja. Su voz está cargada de angustia y traga saliva por el evidente dolor
que siente.
—Seguro que puedes, Ky, pero por favor, ¿me dejas hacer esto? Aunque
solo sea para que pueda poner en práctica los primeros auxilios que aprendí en
el instituto —digo, intentando relajar el ambiente. En los labios de Kyler se dibuja
una pequeña sonrisa y la tomo como una victoria. Después de dudar un momento,
asiente con la cabeza.
—Bien, enfermera Thea, haz lo tuyo.
Me pongo delante de él y saco un algodón del estuche. Tras mojarlo en el
cuenco de agua, se lo paso suavemente por la ceja y limpio la sangre que
empieza a coagularse. Kyler cierra los ojos para permitirme un mejor acceso y
la dureza de su mandíbula indica que está conteniendo el escozor del agua que
lava la herida. Lo repito varias veces hasta que estoy segura de que está
completamente limpia. Tiene un corte definido que, estoy segura, le dejará una
bonita cicatriz en la frente una vez curada, lo que aumentará su imagen de chico
malo que tanto parece gustarle.
—Parece que va a quedar una cicatriz —murmuro mientras aplico una
pequeña cantidad de Neosporin en el corte para mantenerlo húmedo y evitar
que se infecte.
—He oído que a las chicas les gustan —responde en un susurro.
Ignoro su comentario y me dirijo al corte de su labio, limpiándolo del
mismo modo que hice con su ceja. Kyler me pone una mano en la cadera y sus
dedos se clavan en mí. Me acerca para que me sitúe entre sus piernas.
Interrumpo mis ministraciones y subo la mirada. Sus ojos, de un verde claro con
reflejos dorados, siguen todos mis movimientos, suben lentamente desde la bola
de algodón que tengo en la mano, suben por mi brazo, cruzan mi cuello y llegan
a mi cara. Recorren cada centímetro de mi cuerpo, como pequeños pinchazos en
la piel. Su intensa mirada me fulmina con una ferocidad inesperada; es como si
mi cuerpo cobrara vida de repente con cada mirada abrasadora que me dirige.
Es una sensación que nunca antes había experimentado, increíblemente íntima
y extrañamente reveladora, y me encuentro en estado de alerta y pidiendo más
atención. El momento está cargado de energía estática y se me erizan los pelos
de la nuca, lista para escandalizar a la siguiente persona que entre en contacto
conmigo. Kyler levanta la mano y me pasa suavemente un mechón de cabello
por detrás de la oreja antes de apartarla lentamente, recorriéndome ligeramente
el cuello. Su contacto me enciende la piel y deja tras de sí un frenesí de
sensaciones. No tardo en recordar la analogía de mi madre: él es el Sáhara y yo
el Ártico, y uno de los dos sobrevivirá al otro.
—Thea —susurra Kyler con reverencia, cerrando los ojos una vez más,
como si estuviera memorizando el momento. Inhala profundamente y, cuando
vuelve a abrir los ojos, veo que se han oscurecido ligeramente a medida que el
dolor de las heridas se apodera de él. Sisea mientras se aprieta el costado y yo
retrocedo un poco.
—¿Puedes levantarte la camisa? —le pregunto y lo hace sin rechistar.
Tiene marcas rojas en las costillas y no hace falta ser un genio para darse cuenta
de que, haya pasado lo que haya pasado, le ha causado algún tipo de lesión. En
el mejor de los casos, se trata de un hematoma; en el peor, de una costilla rota.
Le presiono la piel con cuidado y vuelve a sisear, esta vez más agudamente.
—Eso duele, joder —dice, mordiéndose el labio para evitar gritar de
dolor.
—Lo siento —digo rápidamente—. Tus costillas parecen muy magulladas.
Puedo limpiártelas y ponerte una pomada para aliviar los hematomas, pero
deberías ir a que te las revisen.
Kyler niega con la cabeza antes de que termine la frase.
—No, nada de hospitales. Estaré bien.
—Ky, puede que te hayas roto una costilla...
—No, Thea —interrumpe con vehemencia—. Además, ¿qué ha pasado con
eso de que eres una socorrista entrenada? Estoy seguro de que puedes curarme
perfectamente.
Suspiro y asiento antes de buscar alcanfor en el botiquín. Mi madre
siempre lo usaba en los moratones que Jude y yo nos hacíamos por diversos
rasguños y caídas cuando éramos más pequeños, y jura que ayuda a reducir los
hematomas mejor que ninguna otra cosa. Aplico un poco en las costillas
lesionadas de Kyler, frotando suavemente cada una hasta cubrirlas con el
ungüento. Él observa cada uno de mis movimientos y respira entrecortadamente
cuando toco un punto especialmente dolorido. Esta vez, a Kyler se le pone la piel
de gallina cuando mis dedos rozan su piel y, cuando no puede aguantar más el
dolor, me agarra lentamente la mano y me la levanta, haciendo que levante la
vista hacia él. Esta vez, sus ojos ya no son el verde prado de antes, son grandes
charcos fundidos de lava negra.
—¿Qué ha pasado esta noche, Ky? —pregunto una vez más, esperando
que después de confiar en mí lo suficiente como para atender sus heridas, confíe
en mí lo suficiente con una explicación.
—Thea, por favor, no es nada por lo que debas preocuparte. No quiero
mentirte, así que por favor no hagas preguntas.
—¿Por qué no confías en mí? —pregunto, casi suplicándole que me dé
algún tipo de avance.
—Lo hago. Más de lo que debería —dice en voz baja.
—¿Qué quieres decir con “más de lo que debería”?
No contesta, sino que sacude la cabeza una vez antes de levantarse
despacio, apoyándose en la mesa. Voy a ayudarlo, pero retrocede hasta quedar
fuera de mi alcance, y al instante sé que la conexión que habíamos establecido
se ha perdido.
—¿Qué quieres de mí, Thea? —pregunta con dolor en la voz.
—Quiero que seamos amigos —le digo rápidamente.
—No puedo ser tu amigo —responde y, una vez más, me quedo con una
confusión que no puedo comprender. ¿Por qué no? ¿Por qué insiste en mantener
las distancias?
El sonido de movimiento en las escaleras me hace retroceder, poniendo
más distancia entre mí y el hombre torturado que está de pie frente a mí, la
tristeza mezclándose con el dolor en sus ojos. Lo que acaba de pasar entre
nosotros, la conexión que acabamos de compartir, se está disipando ante mis
ojos y sé que Kyler hará todo lo posible para asegurarse de que nunca vuelva,
levantando esos muros de nuevo. Jude entra en la cocina y se detiene de repente
al darse cuenta de que no es el único despierto. Mira de mí a Kyler y al ver el
estado de Ky, se mueve rápidamente hacia él.
—Mierda, hombre, ¿qué demonios ha pasado? —le pregunta.
Kyler se encoge de hombros lo mejor que puede antes de responder:
—Hubo una pelea en el trabajo y se nos fue de las manos. Intervine como
pude, pero me llevé la peor parte. Chicos estúpidos abriendo una cuenta y
bebiendo más de la cuenta.
No puedo creer que en menos de un minuto Jude haya conseguido
sonsacarle a Kyler más de lo que yo había conseguido en una hora, y la
frustración crece en mi interior. Cómo se atreve a agraciar a Jude con una
explicación y a mí con nada cuando nuestras intenciones eran asegurarnos de
que estaba bien.
—¿Estarás bien para el entrenamiento de mañana? El cap se enfadará si
no. —Jude continúa mientras abre un armario y recoge un bol para cereales.
—Estaré bien —le tranquiliza Kyler—. No es nada que una aspirina, un
ibuprofeno y un par de horas de sueño no puedan arreglar. —Se vuelve hacia mí
antes de continuar—. Gracias por la ayuda, Thea —dice mientras sale de la
cocina sin mirar atrás y se dirige escaleras arriba, dejándonos solos a Jude y a
mí.
—¿Debo preocuparme por lo que sea esto? —Jude pregunta, señalando a
la puerta que Kyler acaba de salir y de nuevo a mí.
—Solo lo he ayudado con los cortes —explico, guardando rápidamente el
botiquín y recogiendo mi botella de agua.
—Ten cuidado, Thea —me dice Jude cuando salgo de la cocina.
Una cosa sé con certeza, la causa de preocupación de Jude no es algo que
tomaré a la ligera, pero me temo que ya es demasiado tarde. He empezado a
pelar las capas de Kyler Rose y bajo el exterior de tipo duro, estoy convencida
de que hay un alma sensible y frágil que solo necesita tener a alguien a su lado.
Y si tengo que ser yo, que así sea.
diez

L
a advertencia de Jude a su hermana se repite en mi mente. No creo
que esperara que lo oyera. De hecho, sé que no lo hizo porque actúa
como si nada hubiera cambiado. No necesito que mi compañero de
habitación y de equipo, por no hablar de uno de mis mejores amigos, advierta a
su hermana pequeña sobre mí. Sé que soy problemático. Soy un error alto, que
camina y habla. Pensé que Jude confiaba en mí. Supongo que no. Es más, ni
siquiera me ha preguntado dónde he estado. Desde aquella fatídica mañana, no
he entrado en casa más que para cambiarme de ropa. Ni siquiera me he
molestado en mirar en la nevera para ver si Thea me había dejado algo porque
no quiero sentirme peor de lo que ya me siento cuando se trata de ella. Sin duda
es la persona más dulce que conozco, y lo último que necesita es enredarse con
un tipo como yo.
Me aseguro de ocultar cualquier prueba de que he dormido en el sofá de
los vestuarios. No era mi plan, pero me quedé dormido estudiando y, cuando me
desperté sobre las tres de la madrugada, lo último que quería era que los de
seguridad me interrogaran sobre por qué estoy paseando por el campus en
mitad de la noche. No quiero que nada ponga en peligro mi beca. Tampoco es
mi primera noche aquí. Desde que Jude pronunció las palabras que pensé que
nunca tendría que pronunciar, he dormido en casa de mi madre, en el despacho
del bar y en este sofá. Curiosamente, dormir en el vestuario ha sido el sueño más
tranquilo que he tenido desde la llegada de Thea. No tengo que oírla en mitad
de la noche. No tengo que oler su perfume ni esperar encontrarla en la cocina
cuando llego del trabajo. Y no tengo que preguntarme qué pasa en su habitación.
Está fuera de mi vista, fuera de mi mente.
Excepto que no lo está.
No he podido dejar de pensar en ella y preguntarme qué estará haciendo.
Odio no poder quitármela de la cabeza. Y justo cuando creo que se ha ido de mis
pensamientos, pasa a mi lado en el campus, sin darse cuenta de que estoy allí.
Puede que me haya escondido detrás de un árbol alguna que otra vez, pero solo
para no tener que dar explicaciones y poder observarla libremente sin que me
acusen de estar al acecho. Estoy más que agradecido de que no tengamos clases
juntos y de que Marty no la haya mencionado desde que le metí el miedo de Dios.
Tengo la tentación de preguntar, pero no tiene sentido. Se lo advertí a Marty y
sería una tontería por mi parte sacar el tema.
Mis cuchillas cortan el hielo recién preparado. El estadio sigue a oscuras.
Esta es la ventaja de dormir en el vestuario: soy el primero en llegar al hielo. Es
el único momento en el que me siento en paz. Solo estoy yo, mi palo, el disco y
la fría superficie que espero que me proporcione estabilidad económica.
Cuando esté en la NHL, podré hacer muchas cosas. Dejo caer el disco y muevo
el palo de un lado a otro. Me encanta el sonido de mis cuchillas cortando el hielo.
El silbido me emociona.
Cuando cruzo la línea central, acelero e imagino el estadio lleno de padres
y alumnos, animando. Me encanta el rugido del público cuando marcamos y
oírlos corear NU una y otra vez. Necesito que empiece esta temporada. Necesito
llevar mi uniforme, escuchar el himno nacional y centrarme en ganar. Perder no
es una opción. Quiero otro Campeonato Nacional. Lo necesito.
Se encienden las luces y detengo mi persecución hacia la portería. El
cuerpo técnico sale primero y arroja un cubo de discos al hielo. Patino hacia el
banquillo y me detengo cerca de las tablas.
—Hola, entrenador. —Apoyo mi bastón contra la tabla y busco mi agua.
No tengo sed, pero necesito hidratarme. Una cosa de no estar en casa todo el
tiempo es que estoy raspando cuando se trata de mi estado físico. No puedo
contar con mi madre para que me prepare algo decente. Su idea de una comida
sana es ramen y perritos calientes. Otra razón por la que trabajo tanto, para que
siempre haya comida en la alacena para Lacey.
—Rose —dice el entrenador—. Me gusta verte en el hielo temprano.
—Gracias.
—Asegúrate de estirar bien. —Me echa una última mirada y se va. Hasta
que empiece la temporada, no puede entrenarnos, pero aún tenemos un
entrenamiento de capitanes. No es obligatorio, pero si no te presentas, más vale
que tengas una buena explicación de por qué. El trabajo, los estudios... nada de
eso importa, lo que importa es que estés en el hielo y que mejores.
Los chicos empiezan a salir de los vestuarios. En cuanto tocan el hielo,
bajan los palos y están golpeando los discos. Empiezo a estirarme porque el
entrenador tiene razón. Tengo que hacerlo. La espalda me está matando y me
siento mal, lo que significa que tengo que quedar con el asistente para que me
estimule. Todo está tenso y es una buena forma de lesionarse.
—Oye hermano, Thea está preocupada por ti. Dice que no te has comido
la comida que te deja en la nevera. —Jude patina y empieza sus ejercicios de
estiramiento a mi lado.
Maldita sea, le dije que parara.
—Ella no necesita preocuparse.
—Claramente, no conoces a mi hermana. Es como una madre de
habitación o una mamá gallina. No estoy seguro de cuál es peor. De todos modos,
ella se preocupa y quiere que comamos bien y todo ese tipo de mierda. Así que,
come su comida.
—No puedo permitirme pagarle por ello.
—No hay nada que pagar. El dinero que mis padres se ahorran por tenerla
viviendo en casa, se lo dan a ella para comprar comida. Es el intercambio. Come
la maldita comida, Ky. A menos que no te guste. Si es así, llévate el plato a tu
cuarto y cuando ella no mire, tira de la cadena.
Me río y sacudo la cabeza.
—Es una buena cocinera.
—Sí, lo es, y está preocupada por ti. Así que... No sé, deja de preocuparla.
—Las palabras de Jude me confunden. Le advirtió que se alejara de mí, pero
quiere que me esfuerce por complacerla. Sé que las situaciones no son ni
remotamente iguales, pero aun así...
—De todos modos —empieza—, ¿dónde has estado?
—Mi habitación —digo, pero lo miro interrogante.
—Mentiroso. Devon, Nolan y yo sabemos que no te has estado quedando
en la casa. Han pasado unas semanas, no Ky. ¿Es por Thea?
—No.
—¿Entonces qué?
Miro a mi alrededor para ver quién me escucha. Solo estamos Jude y yo en
la esquina, y los demás están tirando a puerta o dando vueltas como bailarinas.
Cuando sea capitán, este tipo de mierdas no ocurrirán.
—Hay mucha mierda en casa. Es difícil estar en varios sitios todo el tiempo.
Diablos, es difícil ser yo y luego la persona que mi madre necesita que sea. Le
está pasando algo en el parque y probablemente pierda su casa, lo que no
parece preocuparla porque sabe que ya se me ocurrirá algo. Está
constantemente ahogada en deudas, lo que, de nuevo, no le molesta porque
espera que firme algún contrato multimillonario para que pueda sacarla de
apuros.
—Lo siento, Ky.
—Lo sé —le digo—. Solo intento ser el mejor aquí, en el hielo y en la
escuela. Desearía mil veces haberme ido a otro estado para la escuela porque
así no tendría que lidiar con ella, pero entonces sería un desastre
preguntándome si pagó la cuenta de la luz o si tiene dinero para la comida.
Jude suspira. De todos mis compañeros, él es el único que sabe cómo vive
mi madre y el único que ha estado en su casa. Me daría vergüenza que mis
compañeros se presentaran allí y vieran dónde vivimos.
Los tres capitanes pitan para que empiece el entrenamiento. Jude me da
unas palmaditas en la espalda y me dice que todo saldrá bien y que le envíe un
mensaje a su hermana para que sepa que sigo vivo y respirando. Probablemente
sea algo bueno, ya que la última vez que la vi me curó los cortes de la cara y me
puso la crema milagrosa en las costillas. Por suerte, cuando luché por dinero la
semana pasada, me las vendé bien y no sufrí ningún daño. Me juego mi carrera
por los mil dólares que gano cada vez que dejo que alguien me golpee.
Cuando terminamos, me cambio y me dirijo al entrenador asistente. Me
masajea la espalda y me quita los nudos. Todo va bien hasta que llega a las
costillas.
—Es un feo moretón —dice—. ¿Te diste un mal golpe?
—Más o menos —le digo. No puedo ser sincero. Diablos, ni siquiera le he
dicho a mi madre cómo he podido pagarle el alquiler del mes que viene—. No
duele. —Miento y lo odio.
El entrenador sigue trabajando mi espalda hasta que se afloja.
—No especulo, pero si tienes problemas, avísame.
—Gracias. —Me bajo de un salto y vuelvo tambaleándome a los vestuarios.
Por suerte, la mayoría de los chicos se han ido, pero también la mayor parte del
agua caliente. Debería haberme duchado antes, pero da igual, me conformo con
el agua tibia. Me enjabono rápidamente, me lavo el cabello, me enjuago y cierro
el grifo. En mi taquilla, sigo con mi rutina y, una vez vestido, saco el móvil del
bolso y veo un mensaje.
JUDE:
Envíale un mensaje a Thea o ven a casa.
Aunque sus palabras tienen algo de verdad, no creo que entienda lo
hirientes que fueron. Sé que no estaban destinadas a mis oídos, pero las escuché,
no obstante. ¿Realmente soy tan mala persona que debe advertir a su hermana?
La respuesta es sí. Le advertiría a mi hermana que se alejara de alguien como yo
sin pensarlo dos veces. Hago una digresión y le envío un mensaje.
Siento no haberme comido las cenas.
Ni siquiera me da tiempo a guardar el móvil antes de que aparezcan las
burbujas del chat.
THEA JENSEN:
¿Dónde has estado? Te espero despierta y nunca vienes a casa. ¿Te
encuentras bien? Estoy preocupada.
¿Por qué se preocupa si ni siquiera me conoce? Miro el teléfono con el
ceño fruncido. Lo último que quiero es que piense en mí, que se preocupe por
mí, que se pregunte siquiera por mí. Tiene que vivir su vida, disfrutar de la
universidad y pensar en mí como un chico que duerme en el segundo piso. No
uno que llega a casa a todas horas de la noche, golpeado y maltratado.
Debes obtener su sueño de belleza ☺
THEA JENSEN:
¿Estás diciendo que soy fea?
Estás muy lejos de ser fea.
Nunca. Y cualquier tipo que diga que lo eres, no vale tu tiempo.
Allá voy, modo hermano mayor.
THEA JENSEN:
Echo de menos verte, Ky.
Ahí está otra vez, esta vez de manera escrita. El otro día me llamó Ky y casi
me da un patatús. La forma en que acortó mi nombre envió ondas de choque
directo a mi ingle. Y ahora lo tengo por escrito. Me golpeo la cabeza contra la
taquilla y gimo.
—¿Qué demonios me pasa? —No hay nadie que responda, probablemente
porque nadie sabe qué decir. Me encantaría ser el tipo de hombre que ella se
merece, pero no está en nuestras cartas. Estoy dañado, soy responsable de dos
mujeres adultas y una pequeñita, que van a seguirme dondequiera que vaya.
¿Cómo se puede construir una relación con tanto equipaje?
Dejo que su texto se consuma a fuego lento. No sé cómo responderle sin
parecer grosero o darle a entender que me gusta. Estoy en una situación difícil
y no importa lo que diga, va a salir mal de su parte.
Al final, no le devuelvo el mensaje. Me meto el móvil en el bolsillo, cierro
la taquilla y me dirijo a cualquier sitio menos a casa.
once

S
eptiembre se convierte en octubre y Northport cobra vida con los
colores del otoño. Si antes pensaba que este lugar era pintoresco,
ahora es realmente otra cosa con los toques de rojos, naranjas y
amarillos que adornan los árboles de las calles y del campus. El semestre está
en pleno apogeo y estoy disfrutando mucho de mis clases. Hay un buen grupo
de estudiantes en mi clase de nutrición y todos nos llevamos bien, lo cual es un
alivio. Bueno, aparte de Marty Edwards, que a veces hace algún que otro
comentario malicioso, pero no es nada que no pueda manejar. Todos conocemos
a un tipo como él. El tipo que piensa que es el deportista superpopular con la
gente cayendo a sus pies, o el tipo gracioso con los chistes de los que todo el
mundo se ríe. En realidad, es el tipo que se esfuerza demasiado por ser el payaso
de la clase y las risas son probablemente por simpatía. Lo siento por él. Puede
que su apariencia despreocupada y divertida oculte algo más serio en su vida
privada, así que soy paciente con él. Nunca se sabe si puede ser un grito de
ayuda. Y ahí voy con el pseudo análisis psicológico. ¿Qué me pasa por tratar de
entender el funcionamiento interno de los chicos complicados?
Hablando de eso, después de su intercambio de mensajes de texto
conmigo hace unas semanas, una vez más, Kyler Rose se ha convertido en un
fantasma. O eso, o simplemente me está fantasmeando. Hace tiempo que dejé de
intentar entenderlo. He tenido que hacerlo, porque me estaba consumiendo día
tras día, y me estaba volviendo loca. Lo último que necesito es obsesionarme con
alguien que claramente quiere que le dejen en paz. Jude me asegura que no soy
yo, que es Kyler quien tiene el problema, y una vez más dice que tiene algunas
cosas en su vida personal que le están quitando mucho tiempo y lo mantienen
alejado de la casa. Lo entiendo. Todos tenemos cosas en nuestra vida personal
que nos consumen de vez en cuando, pero ¿cuál es su excusa para intentar
evitarme en la universidad? Puede que piense que es lo suficientemente sigiloso
como para saltar detrás de un árbol cuando me ve, pero lo sigo viendo
acechando en las sombras. Si así es como quiere jugar, que así sea. Es una
distracción que no necesito.
Como es tradición en esta época del año, las fiestas de Halloween están en
la mente de todos y en casa no es diferente. Al parecer, nos toca celebrar la fiesta
en nuestra casa, ya que Mikko, Brad, Saul y Mike la celebraron en la suya el año
pasado. Tiene sentido que lo hagamos por turnos, ya que vivimos en la misma
calle, y al menos esto significa que podemos controlar las bebidas y los
aperitivos. Por suerte, no va a ser demasiado salvaje —mis compañeros de piso
no son de los que dicen que es invitación abierta— y la lista de invitados incluye
al equipo de hockey, mis compañeros de clase y algunos otros amigos de los
chicos. Millie también tiene sus propias invitaciones, ya que está aquí la mayor
parte del tiempo y es compañera de piso honoraria. Sinceramente, también
podría mudarse y ocupar la habitación aparentemente vacía del segundo piso,
pero supongo que desalojar a alguien porque nunca está en casa es motivo de
demanda.
—Así que necesitamos un tema para este año, ¿alguna idea? —Jude
pregunta mientras tenemos una reunión improvisada alrededor de la barra del
desayuno.
—¿Médicos y enfermeras? —sugiere inmediatamente Nolan, provocando
gemidos y un grito unánime de «vetado» por parte del resto.
—Literalmente, no entiendo por qué esta sugerencia es rechazada todos
los años —se queja.
—Porque, imbécil, lo de la enfermera sexy es tan de la década pasada.
Además, solo lo sugieres para poder ver a las chicas con sus conjuntos ajustados
y escuetos, mientras que todos los chicos pueden salirse con la suya llevando
una camisa y una corbata barata y pidiendo prestada una bata blanca a un
estudiante de medicina. —La respuesta de Millie es un poco mordaz, y no puedo
culparla; tiene razón.
—Muy bien, Mills, que no se te enreden las bragas —se burla Nolan.
—Ya quisieras que se me enredaran las bragas por algo que dijiste, Noles.
Sigue intentándolo, cariño.
Rápidamente me he dado cuenta de que este tipo de idas y venidas entre
Millie y Nolan es habitual entre ellos y es una combinación de ingenio mordaz y
bromas coquetas. Sin embargo, ninguno de los dos se ofende por las pequeñas
indirectas, así que tendemos a dejar que sigan con ello.
—¿Alguna otra sugerencia? —Jude continúa pacientemente.
—¿Qué tal héroes y villanos? —Devon ofrece—. Sé que ya se ha hecho
antes, pero con la reciente avalancha de películas de cómics que se están
estrenando, al menos estará de moda. Lo que significa que habrá más donde
elegir en cuanto a disfraces.
—Me parece bien —acepto—. De hecho, estoy segura de que vi algunos
disfraces en el centro comercial el otro día, que podemos recoger para nosotros.
¿Asumiendo que están contentos de que elijamos por ustedes?
—Sí, por favor. Nos ahorrarías un montón de tiempo —dice Jude—. Sobre
todo, porque tenemos un par de partidos a la vuelta de la esquina, así que nos
costará un poco intentar conseguir algo.
—No hay problema. Déjenlo en nuestras manos.
—Pero nada de jodernos, Thea. Y sobre todo a ti, Mills —nos advierte
Nolan. Millie le guiña un ojo en respuesta.
—Puedes confiar en nosotras, cariño —le dice, y recogemos nuestros
bolsos y salimos de casa.

Resulta que la tienda de disfraces tiene un montón de disfraces para


nuestro tema, así que no tenemos mucho donde elegir. Es la prueba de que vale
la pena organizarse y doy gracias por no tener que buscar disfraces de última
hora y tener que conformarnos con lo que quede. Millie se conforma con un traje
de gata negro todo en uno con orejas y cola de gato, porque va de Gatúbela. Yo
opto por un bonito traje de la Mujer Maravilla que viene con una cuerda de
verdad y puños. En cuanto a los chicos, la elección fue bastante fácil. Elegimos
un disfraz de Joker para Jude, de Capitán América para Devon y de Thor para
Nolan. Millie tuvo el placer de elegir el de Nolan, diciendo que la peluca de
cabello largo y las botas hasta las rodillas le sentarán bien. No estoy del todo
segura de que esté de acuerdo, pero conociendo a Nolan, aceptará el reto y le
encantará.
—Así que, sin querer hablar del elefante, o elefantes, en la habitación, pero
¿vamos a conseguir disfraces para el melancólico y tu novio? —pregunta Millie.
Levanto las cejas antes de responder.
—Kyler, tu suposición es tan buena como la mía. Adam, no. Por lo visto,
tiene que trabajar todo el fin de semana, así que no puede venir en coche.
La verdad es que no he visto a Adam desde la fiesta de inauguración.
Claro, hemos hablado por teléfono y hecho FaceTime, pero no es lo mismo que
verlo cara a cara. No es como si pudiera conducir para verlo, ya que no tengo mi
propio coche. Me hace gracia pedirle a uno de los chicos que me preste el suyo,
sobre todo porque están muy ocupados todo el tiempo y tienen que transportar
su enorme cantidad de equipo de hockey a todas partes. Además, no es que no
le haya pedido a Adam que venga a visitarme. Lo he hecho muchas veces. Pero
cada vez, siempre recibo un «no estoy seguro» o un «tengo que terminar un
proyecto este fin de semana» y me quedo con un tal vez sin compromiso y una
cancelación de última hora. No estoy segura de cuándo empezaron a cambiar las
cosas entre nosotros, pero es obvio que han cambiado. Ya no somos los mismos
Thea y Adam que éramos en Silver Lake y eso me entristece.
—Uh-oh, ¿hay problemas en el paraíso? —Millie continúa.
—Está muy ocupado. Su padre lo ha nombrado jefe de su propio equipo y
están trabajando en un proyecto enorme. Dentro de unas semanas se celebra una
reunión del ayuntamiento y Adam tiene que prepararlo todo. Con suerte, cuando
esté hecho, tendrá más tiempo. Además, me voy a casa en Acción de Gracias, así
que podré pasar algo de tiempo con él entonces.
—¿Y el Sr. Melancólico? ¿Qué pasa con él?
—¿Qué pasa con él? —digo y, en cuanto lo digo, me doy cuenta de que
suena un poco brusco.
Millie no muerde el anzuelo y continúa.
—¿También tenemos que comprarle un disfraz?
—Lo dudo. Probablemente ni se dé cuenta de que estamos de fiesta, ya
que nunca está en casa. No sé, Mills, mi tiempo pensando en Kyler Rose ha
terminado. Él puede hacer lo suyo, lo cual me parece bien.
—¿Estás segura de eso?
—¿Qué? Sí, claro que sí. Me parece bien —le digo rápidamente.
—Claro, vale. Sigue diciéndote eso Ross —dice ella, refiriéndose al
episodio de Friends que vimos la otra noche en el que Ross insiste en que le
parece bien que Rachel y Joey salgan juntos cuando claramente no es así—.
Mientras tanto, yo estaré aquí, esperando a escuchar lo que de verdad quieres
decir sobre Kyler Rose.
—Sinceramente, no hay nada que decir. Nunca está en casa, no lo veo
mucho en el campus. Es un fantasma que ignora a la gente. Así que, bien. Una
boca menos que alimentar y de la que preocuparse.
Pero no es así, porque sigo preparando comida suficiente para él y
emplatando una ración cada noche, aunque la mayoría de las veces el plato no
se toca y la comida se desperdicia.
No digo nada más por miedo a decir demasiado y dar a Millie una idea
equivocada. Esperamos a que la dependienta empaquete todos nuestros
disfraces y nos los entregue después de pagar. Una vez terminado esto,
compramos algunos adornos para la casa y unos cuencos de plástico para los
caramelos que tendremos para los que pidan dulces. Los chicos son los
encargados de comprarlos, y sin duda se habrán pasado el día en Walmart
comprando las bolsas especiales de Halloween que siempre tienen a la venta.
Decidimos comer algo en el centro comercial antes de volver a casa para
empezar a decorar. Nos sentamos en la zona de restaurantes, Millie opta por una
hamburguesa con patatas fritas y yo por un enrollado y una ensalada. Estoy a
punto de darle un sorbo a mi refresco cuando Millie da un grito ahogado y deja
caer un puñado de patatas fritas en su plato.
—¡Santo cielo! —exclama.
—¿Qué? —digo, mirando a mi alrededor, preguntándome qué demonios
ha visto.
—No mires ahora, pero Kyler está allí y no está solo.
Miro discretamente por encima del hombro hacia donde Millie me indica.
Tiene razón, Kyler está fuera de una juguetería, cerca de donde estamos
sentadas, y desde luego no está solo. Sentada sobre sus hombros hay una niña
de unos tres o cuatro años, vestida con jeans, una bonita camiseta y zapatillas
azules. Pero esto no es lo que más me sorprende. Lo que me choca es el hecho
de que esta niña, que ríe despreocupadamente, es la viva imagen del hombre
sobre cuyos hombros está sentada. Hasta el color de su larga melena oscura,
atada desordenadamente a ambos lados de la cabeza. Kyler se acerca y le hace
cosquillas suavemente en los costados y la niña estalla en una risa incontrolable
y es lo más adorable que he visto. Es como una persona completamente
diferente. Parece tan relajado y feliz. Está claro que ella es la luz de su vida por
la forma en que se comporta con ella.
Kyler la levanta de los hombros y la deja en el suelo, agachándose a su
lado y rodeándola con el brazo. Observo, hipnotizada, cómo señala algo en el
escaparate: un pequeño disfraz de Spiderman rosa y azul claro con su
correspondiente máscara. Obviamente, es algo que los fabricantes han
introducido para atraer a sus jóvenes fans femeninas. Kyler le pregunta algo y
ella asiente con entusiasmo. Se levanta y le sujeta la mano antes de dejar que le
guíe dentro de la tienda. Parece que esta niña va a tener el mejor disfraz este
Halloween.
—Vaya —dice Millie, interrumpiendo mi hilo de pensamiento—. Es
idéntica a él.
—Sí, lo es —murmuro, sin apartar la vista de la tienda en la que han
entrado.
—Supongo que esto explica las ausencias entonces.
Me doy la vuelta y miro a Millie.
—¿Eh, qué?
Mira fijamente hacia la tienda antes de volver a centrar su atención en mí.
—Kyler. Esa es la razón por la que nunca está en tu casa. Porque está
cuidando a su hija, ¿verdad?
Vuelvo a mirar hacia la tienda y caigo en la cuenta. Sí, claro. Millie tiene
razón. El hecho de que nunca esté en casa: las noches que se queda hasta tarde,
el trabajo a todas horas, los problemas personales que Jude dice que tiene, todo
encaja. Es porque tiene una familia de la que necesita ocuparse. Lo que no
entiendo es por qué no nos lo ha contado a los demás. No es como si fuéramos a
cambiar nuestra opinión sobre él. En todo caso, estoy segura de que todos
nosotros nos ofreceríamos a ayudarle si lo necesitara.
Kyler y su hijita salen de la tienda, y ella salta feliz mientras él agarra una
bolsa de la compra y una pequeña mochila rosa con una sirena en la parte
delantera. Si no estuviera tan conmocionada, mis hormonas se volverían locas al
ver a este hombre alto, hosco y con el ceño fruncido que claramente adora a su
hija. Un Kyler melancólico es una cosa, pero ¿un Kyler papá de una bebita,
sonriendo felizmente sin preocuparse por nada? Es realmente un espectáculo
para la vista.
—Sí —digo, dándome cuenta de que aún no he respondido al último
comentario de Millie—. Supongo que sí explica las ausencias. Aunque me
sorprende que nunca haya dicho nada.
Millie se encoge de hombros.
—Tal vez no quiera que el hecho de ser padre le quite protagonismo a la
idea de ser reclutado para la NHL. Ese es su objetivo, ¿no? Es lógico que quiera
triunfar si tiene una familia joven a la que cuidar.
—Supongo que tienes razón —respondo distraída. Vuelvo a mirar por
encima del hombro, pero Kyler y su hijita ya no están a la vista.
Terminamos de comer y Millie recoge nuestras bandejas y las ordena.
Mientras lo hace, saco rápidamente el móvil, abro el último mensaje de texto que
le envié hace unas semanas y le escribo un mensaje.
No deberías mantener a tu hija en secreto, Kyler. Por cierto, es adorable.
Antes de pensármelo demasiado y cambiar de opinión, pulso enviar. Es
poco probable que reciba una respuesta, pero es mi forma de hacerle saber que
ser un padre joven no es algo de lo que haya que avergonzarse. Las tres burbujas
aparecen casi de inmediato, indicándome que no solo ha leído mi mensaje, sino
que también está escribiendo una respuesta. Contengo la respiración, algo
nervioso por lo que dirá.
KY:
Quien sea ella no es asunto de nadie.
doce

D
espués de leer el mensaje de Thea, levanto a Lacey en brazos y me
la pongo en la cadera. Por alguna razón, mis pasos son urgentes,
casi como si Thea me pareciera una amenaza, cuando en el fondo
sé que no lo es. Llevo años sobreprotegiendo a Lacey, sobre todo por culpa de
mi hermana y de su negativa a decirnos quién es su padre.
—Es un mal tipo —es todo lo que Ally dice, y teme que su familia se la
lleve. Es mi trabajo mantener a Lacey a salvo. Nunca podría perdonarme si
alguna vez le pasara algo.
—Tío Kyler, ¿qué pasa? —La pequeña mano de Lacey se apoya en mi
mejilla. Me invade una sensación de calidez que embota mi gélida conducta.
—Nada, Osita Lacey.
—Pareces enfadado.
Estoy enfadado. ¿Por qué? ¿Es porque Thea está en el centro comercial?
Es un lugar público y seguro que me encuentro con alguien que conozco. ¿Es
porque Thea me vio con mi sobrina? No, es porque asumió que Lacey era mi hija
y no me preguntó. Thea parece tener la costumbre de hacer muchas
suposiciones sobre mí. En cierto modo, es culpa mía. Sé que soy reservado, un
libro cerrado. Sé que no le doy nada a la gente. Probablemente porque no quiero
su simpatía. No me apetece divulgar mi drama familiar y cómo mi padre me
abandonó, cómo mi madre y mi hermana son imanes de vagos, y cómo ambas
me hacen sentir culpable por todo. Y lo último que quiero es que alguno de mis
amigos intente ayudarme. Mis problemas son mi carga y de nadie más, y la gente
como Thea me vería como un caso de caridad y saltaría ante la oportunidad de
arreglarme. No estoy roto. Estoy gravemente agrietado, y ninguna cantidad de
pegamento va a evitar que me haga añicos.
Lacey y yo entramos en una tienda de ropa infantil. Por fin la dejo en el
suelo y le permito recorrer los estantes de ropa. Elige un puñado de camisetas,
faldas, jeans y un par de pares de zapatos nuevos. Salta entusiasmada hacia el
mostrador, donde yo dejo todo y ella observa cómo la dependienta le pasa la
ropa nueva. Cada prenda doblada tiene una historia en el mundo de Lacey. Le
cuenta a la dependienta por qué la camiseta morada es su favorita y que mañana
se pondrá la falda rosa. A Lacey le encanta cómo se iluminan los zapatos que ha
elegido y le pregunta al dependiente si tiene un par. Hay un momento durante
este proceso en el que quiero disculparme con la dependienta, pero parece tan
experimentada y versada en tratar con niños de esta edad que lo dejo pasar y
permito que mi sobrina viva la gloria de comprar cosas nuevas. Cuando aparece
el total en la caja registradora, entrego el dinero y espero el cambio.
Con tres bolsas nuevas en la mano, Lacey y yo salimos de la tienda.
—Tengo hambre.
—¿Quieres ir por pizza?
—No, McDonald's —me dice.
Por supuesto, hay uno en el patio de comidas, pero realmente no quiero ir
allí. Una vez más, Thea está en mi mente, y ahora me encuentro mirando por
encima del hombro. No entiendo por qué me molesta que me haya visto con
Lacey, pero así es. Es una parte de mi vida que quiero mantener en secreto, pero
estoy al descubierto, donde cualquiera puede verme. Mis propias inseguridades
y razonamientos me están dando latigazos.
—Okey, vamos al que tiene el palacio de juegos y jugamos un rato.
Lacey salta y casi me arranca el brazo de cuajo. Podría soltarle la mano,
pero el miedo irracional que siento me pesa en el pecho. Sinceramente, me
sorprende que Lacey no haya mencionado el agarre mortal que tengo sobre su
mano.
En cuanto salimos del centro comercial, vuelvo a recogerla en brazos. Ella
no se resiste y apoya la cabeza en mi hombro.
—Te quiero, tío Kyler.
—Soy el que más te quiere —le digo.
—¿Soy tu favorita?
Su pregunta me hace reír.
—Claro que sí. ¿Ves a alguna otra sobrina merodeando por aquí?
Mueve la cabeza y suelta una risita. Recuerdo la primera vez que se rió de
algo que hice. Tenía unos meses y oírla reír fue literalmente el mejor momento
de mi vida. Fue entonces cuando empecé a verla como un ser humano y no como
una masa amorfa que lloraba y no dormía cuando yo lo hacía.
Todavía estaba en la escuela cuando Ally llegó a casa y nos dijo a mamá y
a mí que estaba embarazada. Mi madre no le reprochó, apenas le dijo nada a mi
hermana, salvo que tenía que encontrar la manera de cuidar de su bebé. Abracé
a Ally toda la noche mientras lloraba. Estaba asustada. Yo también lo estaba. No
quería que mi madre la echara de casa. Cuando se acercaba mi graduación,
estuve a punto de quedarme en casa en vez de ir a los juniors. Mi mentor me
animó a dejar Northport y desplegar mis alas en el hielo. Cada día que me iba,
llamaba para hablar con Lacey. No quiero que piense que no la quiero o que no
puedo estar a su lado. Cuando me vaya a la NHL, mi equipaje vendrá conmigo,
lo que es otra razón para mantenerme cerrado a todo el mundo. El lugar en el
que estoy con mi familia no permite ninguna interferencia externa. Por mucho
que me gustaría salir con alguien como Thea, eso nunca sucederá porque nunca
podré ponerla en primer lugar.
Mi madre se inclina hacia mí y me susurra:

—Estoy nerviosa.
—Lo sé —le digo mientras le acaricio la pierna. Yo también estoy nervioso.
Hoy conoceremos el destino del parque de autocaravanas y cuándo tendrán que
mudarse todos. Los promotores han invitado a todos a una reunión en un
restaurante elegante. Uno pensaría que tendrían un buffet o algo así, pero no. Si
quieres comer, que es lo que hace todo el mundo porque es la hora de cenar,
tienes que pedir por tu cuenta. Eché un vistazo al menú y le dije al camarero que
tomaríamos café. Un sándwich aquí cuesta más que uno de mis libros de texto.
Me molesta que un establecimiento pueda salirse con la suya cobrando de más
por dos rebanadas de pan, un poco de tocino, un tomate y mayonesa genérica.
Entra un grupo de trajeados y pongo los ojos en blanco. Cada uno lleva un
maletín en lugar de las bolsas de mensajero, mucho más pomposos. Gruño y mi
madre me mira de reojo. No sé qué resultado espera, pero ha escrito un discurso
sobre por qué necesita vivir donde vive y cómo sus planes de desarrollo
perjudican a la gente como ella. Le advertí de que no la escucharían ni se
preocuparían; a las grandes empresas lo que les importa es el dinero. El
propietario del parque ya vendió y no se preocupó por sus inquilinos. De hecho,
creo que ya ha cobrado el dinero y ha huido de la ciudad. No lo he visto
merodeando, mirando por las ventanas. Nunca me ha caído bien y me alegro de
que se haya ido, salvo por el hecho de que mi madre, mi sobrina y mi hermana
están a punto de quedarse sin casa.
Un trajeado se levanta y se aclara la garganta. No una vez. Ni dos veces.
Sino tres malditas veces y no puedo averiguar si lo hace porque tiene algo
atascado o si no consiguió la atención que quería las dos primeras veces. Cuando
los asistentes a la reunión no se callan, recoge un tenedor y un vaso de agua,
golpea el utensilio contra el vaso y grita:
—¡Silencio!
Qué pomposo.
El resto de sus secuaces se instalan. Uno coloca pilas de papeles delante
de los cinco asientos vacíos, mientras otro nos reparte la información inútil a los
peones. Agarro el de mi madre y hojeo las páginas, un galimatías. Nada más que
planos de la urbanización, cuánto les está costando a esta gente la inversión en
Northport y cuánto les va a costar a los posibles inquilinos alquilar espacio para
sus negocios.
Una vez que todos se han acomodado, los secuaces se sientan junto a su
temeroso líder. Clavo los ojos en el que se sienta a la derecha y se me corta la
respiración. ¿Qué demonios pasa? Uno de estos pedazos de mierda no es otro
que el novio de Thea, Adam. Lo fulmino con la mirada, esperando que levante la
vista para poder transmitirle mi total y absoluto asco.
Cuando el impaciente empieza a hablar, me centro en Adam. Y por
primera vez en mi vida, desearía ser un estúpido superhéroe. Lo quemaría con
mis ojos láser y lo estrangularía con mis brazos extralargos.
El trajeado sigue hablando. Capto fragmentos, pero me cuesta apartar la
atención de Adam y de la mujer sentada a su lado. No se dan cuenta de que hay
gente delante de ellos y de que podemos verlos tomados de la mano por debajo
de la mesa. Seguro que saben que todos los que están enfrente pueden ver
cuando Adam desliza la mano entre las piernas de ella. Ahora, no solo quiero
mutilar a este hijo de puta porque trabaja para la empresa responsable de
desplazar a mi familia, sino que este imbécil está engañando a Thea.
Hago lo mismo que el trajeado y carraspeo en voz alta, hasta que el
hombre deja de hablar.
—¿Puedo ayudarle? —Su tono es mordaz. Es sarcástico y
condescendiente. Cree que estoy por debajo de él porque estoy en este lado de
la habitación y no en el suyo.
—No —digo, sacudiendo la cabeza—. Solo intento asegurarme de que
Adam me ve. —Guiño un ojo y hago un gesto con la cabeza hacia su mano. Adam
ni se inmuta. El trajeado mira a su protegido, se encoge de hombros y sigue
parloteando sobre nuevas tuberías de alcantarillado y conducciones de agua. Y
aun así, después de que le llamaran la atención delante de una sala llena de
gente, este pedazo de mierda sigue tocando a la mujer que tiene al lado.
En cuanto levanto el teléfono, se detiene, arruinando toda la alegría que
estaba a punto de darme. Probablemente sea algo bueno porque no quiero
hacerle daño a Thea, pero se lo diré a su hermano con mucho gusto. De ninguna
manera Jude permitirá que esta mierda continúe.
Intento prestar atención, pero la monótona palabrería que sale de la boca
de este tipo me aburre. Levanto la mano y espero a que me responda. Cuando
llega, pregunto:
—¿En qué momento de este paquete va a llegar al quid de la cuestión?
—¿Cuál es?
—Oh, no lo sé —digo con incredulidad—. ¿Cree que toda esta gente está
aquí para escucharle hablar sobre qué tipo de iluminación va a utilizar en su
estacionamiento? Están desplazando a gente. Están perdiendo sus casas para
que puedan construir un centro comercial lleno de salones de manicura.
—¿Y prefieres que haga qué? —pregunta. Antes de que pueda responder,
vuelve a hablar—. ¿Poseer un parque de caravanas mugriento y destartalado,
con calles de tierra y casas en ruinas? Este espacio es una propiedad de primera
y tengo la firme intención de recuperar mi dinero. Ahora lo siento si no estás de
acuerdo con mi plan de negocio o si crees que voy a anteponer las necesidades
de otras personas a las de mi negocio. Hice a cada persona del parque una oferta
generosa. Algunos la aceptaron, otros no. Tal vez pensaron que podían
engañarme, pero les aseguro que soy tan directo como el que más. —Hace una
pausa y mira alrededor de la sala—. Si están aquí porque creen que vas a
sacarme otra moneda con una historia triste, piénsenlo otra vez. La oferta que
hice hace meses tiene fecha de caducidad. La excavadora empezará a excavar
en unos meses. Les sugiero que paren en la tienda de camino a casa y compren
algunas cajas.
Me muerdo el interior de la mejilla para no estallar. Miro a mi madre con
la cabeza gacha y sé, sin confirmación, que ha ignorado la oferta de ese hombre.
—Me voy —le digo apretando los dientes—. Tengo entrenamiento.
No me satisface nada levantarme en mitad de la reunión y empujar la silla
hacia delante porque la moqueta lo amortigua todo. Salgo de allí dando portazos.
Y, para mi suerte, mi coche no arranca ni al primer ni al segundo intento. Golpeo
el volante con las manos y grito. Quiero que vuelvan a realizar la puta lotería
familiar. No merezco que me echen toda esta mierda sobre los hombros. Solo
quiero jugar al hockey y hacerme profesional. Esa es la vida que quiero.
Finalmente, mi coche arranca. Lo pongo en marcha y empiezo a levantar
el pie del freno, pero me detengo. Parece que Adam me ha seguido o ha
decidido aprovechar mi distracción para excusarse de la reunión. Él y su juguete
se besan camino de su coche. Aparco el coche y salgo.
—¡Oye, maldito pedazo de mierda! ¿Qué va a pensar Thea cuando
descubra que la estás engañando?
Adam se da la vuelta, le pone el dedo encima a este juguete y se acerca a
mi coche. Me bajo, dispuesto a darle una paliza a este imbéciñ. Mantiene las
manos en los bolsillos y parece muy engreído.
—Bastante fácil —dice—. Tengo dinero. —Adam se encoge de hombros—
. Tú no lo tienes. ¿De verdad crees que alguien como Thea te va a creer a ti antes
que a mí? ¿Su novio de cuatro años? —Sacude la cabeza—. Díselo, a ver qué pasa.
—Es tan engreído que me guiña un ojo antes de darse la vuelta. Pienso en ir por
él, machacarlo, hasta que mi futuro aparece en mi mente y me doy cuenta de que
no merece la pena.
trece

E
l rugido de la multitud es ensordecedor. Si alguien que pasara por
el estadio pudiera oír el ruido, pensaría que los espectadores están
viendo la final de la Copa Stanley. Pero así de apasionados son los
seguidores de NU. Apoyamos a nuestro equipo y los animamos hasta los últimos
segundos. Estoy segura de que así es como animan todos los seguidores a su
equipo, pero de alguna manera esto se siente especial, como si nos hubieran
invitado al santuario interior de nuestros jugadores y estuviéramos allí para
ofrecerles a todos y cada uno de ellos todo lo que necesitan para ganar el partido,
ganar la liga y ganar los trofeos.
Estamos en el último tiempo y la Universidad de Northport está ganando a
la Universidad de Ashbridge. Ha sido un partido reñido, pero NU es el equipo
superior y en estos momentos va ganando por tres goles. Solo tenemos que
aguantar cinco minutos más y habremos ganado. En general, ha sido un partido
limpio. Digo esto vagamente porque no ha estado exento de algunos jugadores
enviados al banquillo, pero el hockey universitario está relativamente libre de
peleas. Las reglas no lo permiten. Devon y Nolan, junto con Mike, Saul y Brad han
patinado bien, sus pases han sido precisos y los goles han entrado sin problemas.
¿Y Kyler? Ha estado agresivo, decidido y concentrado. Sin él, estoy segura de
que el marcador contaría una historia diferente. Cuando suena la bocina del
tercer periodo, la megafonía entona la canción de la victoria de NU. Quienquiera
que haya elegido “What a Feeling” de Irene Cara debería darse una palmadita
en la espalda. La canción es apropiada para una victoria. Los chicos se reúnen en
el centro del hielo y se felicitan unos a otros antes de formar una fila para
estrechar la mano de Ashbridge. Todos menos uno, que ha patinado fuera del
hielo sin ninguna fanfarria.
Mientras recojo nuestras cosas, siento que mi teléfono suena en el bolsillo
y lo saco rápidamente. Para mi alegría, hay un mensaje de texto de Adam.
ADAM:
Estoy afuera. ¿Puedes reunirte conmigo?
Admito que estoy un poco sorprendida. Es un día laborable, así que no es
normal que Adam haya hecho un viaje de tres horas hasta Northport, pero no
puedo ocultar que también estoy emocionada. La última vez que lo vi fue en
nuestra fiesta de inauguración, y no nos despedimos precisamente en buenos
términos. Le digo a Millie que la veré fuera y corro a buscar a Adam. Tardo unos
minutos, porque no está junto a la puerta, sino junto a su coche, aparcado al fondo
del estacionamiento y mirando atentamente el móvil.
—¡Hola! —grito al acercarme—. Qué agradable sorpresa.
Adam guarda rápidamente el teléfono y levanta la vista, pero no me recibe
con la habitual sonrisa amplia que estoy acostumbrada a ver. En lugar de eso,
frunce el ceño y mira detrás de mí antes de volver a verme a los ojos. Cuando
llego hasta él, me inclino para darle un beso, pero lo hago a destiempo porque
se gira un poco y le doy un beso en la mejilla. Es raro, pero le sigo la corriente,
porque está claro que algo le preocupa. También me doy cuenta de que lleva
pantalones, camisa de botones y corbata, así que es obvio que ha venido
directamente del trabajo.
—¿Estás sola? —pregunta a modo de saludo, lo que me desconcierta un
poco.
—Estaba viendo el partido con Millie, así que seguro que saldrá pronto...
—respondo, pero en forma de pregunta, porque no sé cómo tomarme su actitud.
—Necesito que vengas conmigo —dice Adam rápidamente, mientras
vuelve a mirar por encima de mi hombro. Su tono es apagado, parece agitado y
me pongo en guardia al instante con preocupación.
—¿Qué ha pasado, va todo bien? —pregunto y también miro por encima
del hombro hacia las puertas del estadio. La gente empieza a marcharse y estoy
segura de que Millie aparecerá en breve.
—No. No todo está bien. Necesito que confíes en mí y necesito que vengas
conmigo. Ahora.
—Okey, bueno, tengo que esperar a Millie; ella tiene mis cosas —le digo.
—¡Deja tus cosas! —responde Adam, alzando la voz. Mi preocupación se
convierte en actitud defensiva y se me erizan los pelos de la nuca. Está claro que
algo va mal.
—Adam, ¿qué está pasando?
—Mira, tienes que mudarte a uno de los dormitorios, así que tenemos que
ir a hablar con la oficina de administración y ver si podemos conseguirte una
habitación.
—¿Qué demonios? —digo, completamente sorprendida por la petición
inesperada de Adam—. Tengo un lugar donde vivir, ¿por qué querría mudarme?
Adam se frota la nuca y se pasea antes de ponerse las manos en la cadera
y responderme.
—Porque, Thea, no confío en ese tal Rose y no te quiero cerca de él. Es
temperamental y claramente tiene problemas de ira. Por no mencionar el hecho
de que te mira como una especie de depredador. No estás segura cerca de él y
me sentiría mucho mejor si mantuvieras las distancias.
Me quedo con la boca abierta y sin habla. No puede estar hablando en
serio. Creía que lo habíamos hablado la última vez que estuvimos juntos, ¿y ahora
vuelve a sacar el tema? Doy un paso atrás para separarnos un poco mientras
comprendo el significado de sus palabras. Mi sorpresa se convierte en rabia
cuando sus palabras calan hondo. ¿Quién demonios se cree que es para decirme
lo que tengo que hacer?
—No vas en serio con esto Adam, ¿verdad? Pensé que habíamos discutido
esto. Estoy feliz en la casa. Tengo una bonita habitación, vivo con mi hermano y
tenemos un buen acuerdo entre nosotros. ¿Por qué demonios necesitaría
mudarme? Además, Kyler casi nunca está allí, no es que sea una amenaza en
absoluto. No estoy segura de por qué piensas que es un, ¿qué has dicho? ¿Un
“depredador”? Pero puedo garantizarte que no lo es. Y ciertamente no tiene
problemas de ira.
—¿Todo bien, T? —Millie llama desde detrás de mí, manteniendo una
corta distancia para darnos algo de intimidad. Asiento y vuelvo a centrarme en
Adam.
—Dime Adam, ¿qué te hace pensar que Kyler es una amenaza? —continúo.
Adam se ríe una vez, sin humor, con una mueca en la cara. Es una faceta
suya que nunca había visto y que no me gusta especialmente.
—¿Por qué es tan amenazador? —Adam sisea, las palabras que salen bajo,
agudo, y con desdén—. Tal vez es el hecho de que él estaba en la reunión del
consejo municipal de ayer cuando no fue invitado a asistir. O puede que fuera
porque montó una escena delante de todo el mundo portándose mal,
interrumpiendo a la mínima oportunidad, y luego se marchó, avergonzando a su
familia. O tal vez, solo tal vez, porque me amenazó, me insultó y me agredió
físicamente.
Las palabras de Adam me dejan en silencio y cruzo los brazos sobre el
pecho, frustrada. Claro que Kyler puede ser un poco temperamental, pero me
cuesta creer que agrediera a alguien. ¿Lo haría? Si acaso, defendería a alguien
si estuviera en apuros; las heridas que sufrió a consecuencia de la pelea en el
bar son la prueba. Pero entonces, ¿por qué iba a mentir Adam? Mi cabeza
empieza a dar vueltas con las palabras de Adam mientras intento
correlacionarlas con la personalidad de Kyler. ¿Podría ser verdad? Seguro que
no; es imposible que Jude, Nolan y Devon sean amigos de alguien así, y mucho
menos que compartan casa con ellos. Me froto la frente, deseando que
desaparezca el inminente dolor de cabeza que amenaza con aparecer. Estoy muy
confundida y la agitación de Adam no ayuda.
—Adam, ¿estás seguro de que no te equivocas? —le pregunto, intentando
mantener el tono tranquilo.
—¡NO! ¡NO ME EQUIVOCO! —ruge. La brusquedad me acelera el pulso.
Doy un pequeño paso atrás, pero Adam se da cuenta y avanza hacia mí,
agarrándome del brazo.
—¡No te lo voy a repetir, Thea, te vienes conmigo y te sacamos de esa
maldita casa!
—No, Adam. No me voy a mudar a los dormitorios. Lo que pasó en la
reunión con Kyler suena como que estaba fuera de carácter. No es una amenaza.
—¿Por qué demonios defiendes a ese pedazo de mierda? —Adam brama,
su cara se contorsiona de ira—. Soy tu novio. Deberías escucharme, estar de mi
lado y respetar mis deseos.
—¡Y yo soy mi propia persona y tú deberías respetar la mía! —le grito.
Adam no responde, sino que vuelve a tirar de mí hacia atrás, esta vez con
más fuerza, y yo intento soltar mi brazo de su agarre, sin éxito.
—Adam, para —digo mientras clavo los talones en el suelo para ofrecer
algún tipo de resistencia, en vano—. Para, Adam, me estás haciendo daño.
—Te sugiero que hagas lo que ella dice, colega —suena una voz grave
detrás de mí. Adam se detiene bruscamente y tropiezo un poco con él antes de
recuperar el equilibrio y girarme para ver a Nolan de pie junto a Millie.
Cualquiera que no lo conociera pensaría que está de pie, despreocupado, a
punto de entablar una conversación cualquiera. Pero para los que lo conocen de
cerca, verían que estaba en guardia, con los brazos a los lados y las manos en un
puño; los pies separados y listo para moverse de un momento a otro si era
necesario intervenir para calmar una situación. En este caso, mi situación.
—Esto no tiene nada que ver contigo, Nolan —le dice Adam.
—Oigo lo que dices, pero ahora te digo que Jude no anda muy lejos detrás
de mí y si sale y te ve arrastrando a su hermanita detrás de ti como un trozo de
carne, tendría mucho que decir al respecto. Así que te sugiero que sueltes a
Thea, des un paso atrás y te calmes.
El enfrentamiento entre los dos se prolonga unos instantes antes de que
Adam me suelte el brazo y dé un paso atrás, cubriéndose la cara con las manos
mientras inspira profundamente y exhala un par de veces para calmarse. Se frota
la cara con las manos y me mira.
—Thea, yo...
—No —le interrumpo antes de que pueda pronunciar una disculpa a
medias. Lo que acaba de pasar y cómo me ha hablado, merece algo más que un
patético “lo siento”. Necesito saber qué hay detrás de su arrebato, pero ahora
no es el momento. Estoy demasiado confundida, demasiado enfadada para
escuchar sus palabras y entenderlas ahora mismo.
—Podemos hablar de esto dentro de unas semanas, cuando vuelva a casa
para Acción de Gracias —continúo—. Solo... vete, Adam. Vete. Es un largo viaje
de vuelta a Silver Lake. Te prometo que te escucharé cuando vuelva, pero
¿puedes dejarlo estar por ahora?
Adam no contesta durante unos instantes, antes de asentir una vez.
—Entiendo, claro —dice, con los hombros antes tensos y ahora caídos por
el cansancio, mientras se acerca a su coche y abre la puerta.
—Solo piensa en lo que dije. Tal vez estar más alerta ¿de acuerdo? ¿Solo
para tranquilizarme? —pregunta antes de subir al lado del conductor.
Esta vez es mi momento de hacer una pausa antes de responder con un
movimiento de cabeza.
—Entiendo, claro —digo, repitiendo sus palabras.
Mientras Adam sube a su coche y arranca el motor, observo que Nolan y
Millie mantienen una conversación tranquila e intensa a un lado mientras Devon
se acerca a nosotros cargado con un montón de bolsas.
—Eh, cabrón, dejaste todo el equipo junto a la taquilla —se queja, mientras
deja caer una de las enormes bolsas a los pies de Nolan.
—Lo siento, hombre, quería despedirme de esta belleza antes de que
huyera hacia la noche —contesta Nolan con una sonrisa fácil y sin rastro de la
actitud tensa que tenía hace unos minutos. Tiene a Millie en un fuerte abrazo para
disgusto de ella, a juzgar por la mueca exagerada de su rostro.
—Qué asco, Nolan. Mantén tu sudor de hockey lejos de la mercancía —le
dice mientras la suelta.
Devon ignora sus payasadas mientras continúa.
—Jude tiene que quedarse atrás y hablar con el entrenador. Chicas, ¿les
parece bien volver con nosotros?
Millie y yo asentimos y nos dirigimos al coche de Devon, apilándonos en
la parte de atrás mientras los dos chicos suben delante. Charlan sobre el partido
y hacen sus propios análisis, y Millie me toma de la mano y me da la fuerza que
necesito para intentar descifrar qué demonios ha pasado.

Estoy sentada en la cafetería, empujando la comida por el plato e


intentando reunir el apetito para comer. Han pasado un par de días desde mi
discusión con Adam y todavía me siento inquieta. No puedo dejar de pensar en
lo fuera de lugar que fue para él aparecer y exigir que me mudara a los
dormitorios. Siempre ha sido un tipo tranquilo, así que tiene que haber algo entre
bastidores para que reaccione así.
Antes de que pueda darle más vueltas, Millie coloca su bandeja delante
de mí y toma asiento.
—Mi querida Thea, tu hada madrina Millie ha llegado y trae regalos —
canta mientras coloca un pequeño sobre delante de mí. Lo agarro y miro dentro.
—¿Una identificación falsa?
—Sí, señora —asiente—. Te mereces una noche fuera, y por eso vengo a
asegurarme de que así sea. De nada.
Levanto la licencia de conducir falsa que me ha hecho y la examino. Debo
decir que quien lo haya fabricado ha hecho un buen trabajo. Es bastante exacta,
salvo por mi fecha de nacimiento, a la que se han añadido dos años. Para el ojo
inexperto, parece real. No me opongo a tener una identificación falsa, al fin y al
cabo es un rito de iniciación, así que me la guardo rápidamente en la cartera para
cuando la necesite.
—De acuerdo, me apunto —le digo. Millie tiene razón. Necesito salir una
noche después de los días de mierda que he tenido. Necesito olvidarme del
drama que parece estar afectándome y emborracharme un poco en un bar me
parece lo más adecuado.
—¿Cuándo y dónde? —le pregunto.
—Esta noche. Y vamos a ir a The Crease en la rambla. No es demasiado
lujoso para no llamar la atención, pero es un local bastante bueno para pasarlo
bien y emborracharse.
—¿Quién se emborracha? —pregunta Nolan mientras él y Devon se
sientan en la mesa junto a nosotros. Me sorprende verlos aquí, dado que sus
horarios no suelen coincidir con los nuestros. La mirada que lanza a Millie no
pasa desapercibida y recuerdo la pequeña charla que tuvieron la otra noche. Sin
duda hay algo entre ellos y me prometo mentalmente que le preguntaré a Millie
más tarde.
—Parece que sí —le informo—. Esta noche. ¿Quieren unirse a nosotras?
Cuantos más seamos, mejor.
—Depende de adónde vayan —responde Nolan—. Soy una superestrella
de la NHL con una reputación que mantener. No me pueden ver en cualquier bar
de mala muerte.
Millie pone los ojos en blanco antes de contestar.
—Vamos a ir a The Crease. ¿Te parece bien? Si no, mala suerte, no vamos
a cambiar de opinión.
Devon y Nolan comparten una mirada cargada entre ellos antes de que
Devon intervenga.
—¿Están seguras de que es una buena idea?
—Claro —le digo—. ¿Por qué no? No somos las primeras en salir un
viernes por la noche a tomar unas copas. Además, después de la semana que he
tenido, me vendrían bien unas copas y una buena noche.
—¿Tienen identificación? —Nolan nos pregunta.
—Sip —Millie le dice, con énfasis en la p—. Cortesía mía. Y antes de que
te pongas como el Sr. Pantalones Protectores de Pánico, todos sabemos que
comprabas cerveza barata con una cuando tenías diecisiete años, así que no
puedes decirnos que no es una buena idea.
Nolan levanta las manos en defensa antes de responder.
—Oye, no iba a decir nada más que, estoy dentro. Un par de cervezas esta
noche suena bien, en realidad. ¿Cierto, Dev?
—Sí, por qué no —Devon dice después de darle otra mirada cómplice a
Nolan.
—Genial —les digo a los dos—. En ese caso, nos vemos esta noche. Espero
que se arreglen bien, chicos.

Millie y yo estamos en mi habitación dando los últimos retoques a nuestros


trajes. A pesar de que no vamos a ir a ningún sitio elegante, las dos hemos
decidido arreglarnos, y yo llevo un vestido ajustado sin espalda en verde
esmeralda, mientras que Millie ha optado por un vestido azul bebé de cuello
halter. Tras retocarme el cabello ligeramente rizado y recibir un rápido tutorial
de maquillaje de Millie —ahora soy una experta en el delineado cat eye—, nos
ponemos los tacones y bajamos las escaleras, donde nos esperan Devon y Nolan.
Jude no nos acompañará esta noche, porque tiene una cita con una chica a la que
ha conocido hace poco. No me hago ilusiones de que mi hermano sea un santo,
pero tampoco necesito conocer los entresijos de su vida sexual.
Cuando entramos en la cocina, Devon emite un leve silbido de apreciación
y nosotras lo aplaudimos mientras damos vueltas para que puedan ver el fruto de
nuestro trabajo. Los chicos lo tienen fácil; todo lo que tienen que hacer es
ducharse y afeitarse, ponerse unos pantalones y una camisa y echarse producto
para el cabello y ya está. Las chicas, en cambio, tienen que dedicar al menos dos
horas a prepararse para ducharse, afeitarse, lavarse, secarse y peinarse,
limpiarse, tonificarse, hidratarse y luego ponerse capas de maquillaje. Algunos
pueden considerar que el proceso es demasiado, pero hacemos lo necesario
para sentirnos cómodas y seguras de nosotras mismas, y ahora mismo me siento
como una reina.
Después de que Millie haga un par de fotos y las suba a su cuenta de
Instagram, subimos a un taxi y nos dirigimos a la rambla. Aunque ya he estado
aquí antes, aún no he caminado hasta el otro extremo, donde se encuentra The
Crease. Devon nos abre la puerta y sigo a Millie hasta una mesa frente a la barra.
Saul y Brad ya están allí —parece que Nolan les ha llamado y han decidido pasar
la noche allí— y ya tienen una ronda de chupitos sobre la mesa. Todos decimos
«¡Salud!» y bebemos el líquido —que resulta ser tequila— antes de golpear
nuestros vasos contra la mesa. Cuando estoy a punto de dejar el mío, tengo la
extraña sensación de que me observan y me doy la vuelta lentamente para
encontrar el par de ojos verde prado que frecuentan mis sueños, mirándome con
rabia. Al instante sé que la noche está a punto de ponerse interesante.
Mordiendo el anzuelo, me ofrezco a pagar la siguiente ronda y me acerco
a la barra, donde Kyler está sirviendo. Si voy a pagar yo, que sea él quien me
sirva. Aunque me ve acercarme, atiende primero a otro cliente, haciéndome
esperar un poco para hacer mi pedido. Me tomo mi tiempo para estudiarlo. Lleva
su atuendo habitual de jeans negros, esta vez con un paño de cocina metido en
el bolsillo trasero y una camisa negra remangada. Tiene el ceño un poco fruncido
y no da la impresión de ser el camarero más simpático de la ciudad, así que solo
puedo suponer que sus habilidades para preparar bebidas son de primera.
Finalmente, termina de servir a su cliente y apoya ambas manos en la
barra, con la cabeza agachada, y respira hondo antes de levantarme la vista y
acercarse.
—¿Qué haces aquí, Thea? —pregunta, con voz baja y mesurada y no muy
acogedora.
—Pidiendo bebidas, por supuesto —le digo, aunque debería ser obvio
dado que estoy en la barra.
—Eres menor de edad.
—Según esto, no —le digo mientras le enseño mi documento falso.
—¡Joder! —maldice en voz baja mientras me quita rápidamente la tarjeta
de la mano y se la mete en el bolsillo—. ¿De dónde demonios has sacado esto?
Estoy un poco cabreada porque ha tomado mi documento falso y no me lo
ha devuelto.
—No es de tu incumbencia, así que ¿puedes devolvérmelo, por favor? —
le digo moviendo las pestañas. Mejor ser lo más educada posible para que me
atiendan.
—Y un carajo. Esta mierda de identificación puede meterte en problemas
y hacer que nos cierren el local. Tienes que irte. No te voy a servir y nadie más
aquí lo hará tampoco.
Y ahora estoy furiosa. ¿Qué tiene que hacer una chica para conseguir una
maldita bebida por aquí? ¿Y quién es él para decirme que tengo que irme? No
es mi dueño, no es mi padre y puedo hacer lo que me dé la gana. Estoy
completamente harta de que la gente me diga lo que puedo y no puedo hacer.
Primero fue Adam con sus estupideces sobre dónde debería vivir; y ahora es
Kyler, diciéndome cómo pasar mi tiempo libre. Si quiero tomar una copa, lo haré.
Si quiero comprar una copa en el bar en el que él trabaja, lo haré, y él no tiene
derecho a decirme lo contrario.
—¿Estás hablando en serio? ¿Quién te crees que eres para decirme lo que
puedo hacer? ¡No tienes derecho, no eres mi dueño! Devuélveme mi maldita
licencia y sírveme mis bebidas. ¡O me quejaré al gerente y haré que te despidan!
—No, Thea. Recoge tus cosas y vete a casa —dice Kyler. Su mandíbula
palpita de tensión y flexiona los dedos contra la barra, insinuando la ira que se
acumula en su interior. Me da la espalda, y que me aspen si cree que puede salir
de esta conversación sin servirme.
—¡Vete a la mierda, Kyler! —le grito, sin importarme quién pueda oír
nuestra conversación. Quizá sus compañeros de trabajo necesiten saber que se
niega a servir a un cliente que paga, y si eso significa montar una escena, que así
sea. Estoy cansada y cabreada de que la gente, no los chicos, piensen que pueden
decirme lo que tengo que hacer. Soy lo suficientemente mayor como para
decidir por mí misma y no voy a aguantar este tipo de estupideces de nadie.
Por desgracia, Kyler no parece captar el mensaje. En lugar de aceptar mi
pedido, me mira un poco más, con los ojos encendidos de ira. Hay un fuego que
arde de rabia dentro de ellos y estoy segura de que es exactamente lo que ve en
mis ojos, porque la furia que recorre mi cuerpo está creando una energía
nerviosa reprimida que está a punto de desatarse en cualquier momento. Le
murmura algo a uno de los camareros y, antes de que pueda comprender lo que
está pasando, Kyler rodea la barra, me agarra del brazo y me saca por una puerta
que da a la parte de atrás.
Al instante sé que esta conversación no ha terminado.
catorce

N
ecesito encontrar algo nuevo que decir porque ¿Qué te traigo? o
¿Qué tomas esta noche? son tan mundanos que me aburro cada vez
que abro la boca. Sin embargo, a mi cerebro no se le ocurre nada.
Literalmente, las dos cosas más tediosas que puede decir un camarero se repiten
constantemente. Créeme, hay veces en las que un universitario de fraternidad
está en mi barra y me dan ganas de decirle: ¿Qué diablos quieres? pero mi
trabajo es demasiado importante como para perder los nervios por cómo me
dirijo a los clientes.
Alguien decide que es la noche de los dramas suaves y pone baladas
potentes en la gramola. Cuando mi jefe la instaló, le rogué que la dejara
desenchufada. No está aquí todos los fines de semana para escuchar las
nauseabundas canciones de amor que se repiten o para ver a los borrachos
agruparse para cantar y sostener sus botellas de cerveza como si fuera su última
noche juntos. Lo entiendo, la gente es sentimental y yo no. Culpo a mi madre.
Parece que últimamente hago mucho eso y probablemente debería dejar de
hacerlo. Mi vida no tiene por qué girar en torno a ella, aunque probablemente
nunca deje de hacerlo. Lo juro, yo soy el adulto en esta relación y ella es la niña
que no escucha. No puedo cambiarla, lo cual es lamentable.
La noche va bien. Las propinas fluyen y los clientes parecen contentos,
excepto el grupo del fondo, que en estos momentos está rockeando al ritmo de
“I'd Do Anything For Love” de Meat Loaf y haciendo hincapié en eso cada vez
que Meat Loaf lo canta. Apuesto a que la mitad de los que están cantando ahora
mismo ni siquiera saben a qué están accediendo, ya que la mayoría nunca
entiende la letra. Para mí son tan claras como el agua si escuchas la canción.
Nunca va a mentir, va a estar ahí hasta el final, y nunca va a engañar. En mi
opinión, son palabras para vivir.
The Crease se está llenando para ser viernes por la noche. Todo el mundo
me felicita por la victoria del miércoles por la noche. Aunque no marqué, di tres
asistencias, que también cuentan en las estadísticas. Si no soy yo el que empuja
el disco a través de la línea de gol, estoy más que contento de ser el que se lo
pasa a un compañero. Jude terminó la noche con un gol en contra. Otro más que
añadir a su creciente lista. Su objetivo para la temporada es conseguir la mayor
racha de imbatibilidad de la división, algo que el equipo apoya plenamente.
Nuestra defensa es de lo mejor ahora mismo y solo mejorará cuando los novatos
encuentren su fluidez. Decir que estoy entusiasmado con esta temporada sería
quedarse corto.
Estoy inmerso en una ronda de chupitos cuando levanto la vista y veo a
Devon y Nolan dirigiéndose a la mesa donde Brad y Saul se han instalado. Se me
abren los ojos cuando veo a Millie y Thea detrás de ellos. No puedo apartar los
ojos de Thea, y es por cómo va vestida. El vestido verde que lleva apenas le
cubre el cuerpo y hace volar mi imaginación. Joder, odio saber cómo suena
cuando tiene sexo y esos ruiditos están sonando bastante fuerte en mi mente
ahora mismo. Al diablo con Meat Loaf. Miro hacia la puerta, esperando a que
entre el imbécil de su novio, pero no entra. Probablemente esté aparcando su
Lambo con el aparcacoches calle abajo, temeroso de que los pueblerinos le
toquemos sus preciosidades. Joder, lo odio. Quería darle una paliza cuando lo vi,
pero sabía que Thea nunca me miraría igual. No es que necesite que me mire.
Quiero que me mire.
Y acaba de hacerlo.
No sé quién rompe antes el contacto visual, si ella o yo. Pero cuando veo
que se levanta, vuelvo a la tarea que tengo entre manos con los chupitos y añado
el coste a la cuenta. Siento que Thea me mira fijamente, clavándome puñales en
la espalda. Hace semanas que no estoy en casa y lo último que le dije fue bastante
inmaduro, pero su mensaje me pilló desprevenido y tiendo a disparar cualquier
reacción instintiva que pueda en el calor del momento. En lugar de ayudarla, me
dirijo al final de la barra y procedo a atender a los clientes que hay allí, con la
esperanza de que alguno de los meseros venga a atender la barra un momento.
No lo harán, a menos que se lo pida, y no voy a pedírselos, así que no tengo
elección. Además, no quiero que nadie le sirva nada a Thea.
Coloco ambas manos en el borde de la barra y doy un paso atrás,
apoyando todo mi peso en las palmas de las manos.
—¿Qué haces aquí, Thea? —Me aseguro de que sepa que no es
bienvenida.
—Pidiendo bebidas, por supuesto.
Y yo que pensaba que había venido a arreglarse el cabello. Que se ve
jodidamente fantástico, por cierto.
—Eres menor de edad. —Siento que tengo que señalarlo, aunque ambos
sabemos la verdad. La he visto beber, pero solo en casa y solo donde nadie va a
delatarla o aprovecharse de ella. Aquí, a menos que esté pegada a los costados
de Nolan y Devon, los tipos van a estar sobre ella como moscas sobre la mierda,
y no puedo permitir que eso suceda. No mientras estoy trabajando.
—Según esto, no.
Thea enseña su carné falso a todo el mundo.
—Joder —murmuro, le quito rápidamente la tarjeta de la mano y me la
meto en el bolsillo trasero—. ¿De dónde demonios has sacado esto?
—No es de tu incumbencia, así que ¿puedes devolvérmelo, por favor? —
Empieza enfadada, pero al final se vuelve dulce. Junto con el hecho de que saca
la mano y mueve las pestañas, casi me rindo. Pero no. Aquí no.
—Y un carajo. Esta mierda de identificación puede meterte en problemas
y hacer que nos cierren el local. Tienes que irte. No te voy a servir y nadie más
aquí lo hará tampoco.
Thea insiste en que no puedo decirle lo que tiene que hacer y que no soy
su dueño. Tiene razón porque, aunque es ilegal ser dueño de un ser humano, si
fuera mía, sería yo quien estaría pegado a ella como si fuera chicle. Estaría en el
bar, le traería bebidas, la vigilaría por la noche mientras se divierte con su
amiga, bailaría con ella y me aseguraría de que estuviera a salvo. Thea amenaza
con decírselo a mi jefe, lo cual es cómico. ¿Qué va a decir: «¿Lo siento, pero traje
un documento falso y el idiota de Kyler no quiso servirme?» Me daría un puto
aumento.
—No, Thea —digo apretando los dientes, para demostrarle que hablo en
serio—. Recoge tus cosas y vete a casa. —Empiezo a alejarme cuando oigo lo
impensable salir de su boca.
—¡Vete a la mierda, Kyler!
No solo lo dice, sino que lo grita a pleno pulmón. Me giro y miro a Thea.
Mis ojos se clavan en los suyos mientras intento mantener la compostura. Cuando
uno de los meseros pasa a mi lado, le digo que vuelvo enseguida. Doy la vuelta
a la barra, agarro a Thea del brazo y la arrastro a la parte de atrás, donde
podemos mantener una conversación adulta sin que nadie nos escuche. Todo el
tiempo intenta zafarse de mí. Solo aflojo lo suficiente para poder deslizar mi mano
en la suya. No quiero que la gente piense que le estoy haciendo daño, porque
nunca lo haría. Su mano se funde perfectamente con la mía, algo que no
esperaba. Creía que seguiría resistiéndose, pero no es así.
Cuando llegamos a la parte de atrás, continúo hasta que estamos en el
despacho. Tiro de ella y cierro la puerta tras nosotros.
—Tienes mucho valor para venir a mi trabajo y comportarte como una
mocosa.
—Claramente, si hubiera sabido que trabajabas aquí, Millie y yo nos
habríamos mantenido alejadas. Lo último que quiero es tener que lidiar contigo.
—¿Entonces por qué no te fuiste cuando te lo dije, joder? —Nuestras voces
se elevan, pero por suerte nadie puede oírnos por encima de la música—. Todo
lo que tenías que hacer era irte en cuanto me vieras, pero sentaste tu bonito culo
pensando que podías salirte con la tuya porque compartimos la misma casa. Eso
no va a pasar.
—¿Compartir la misma casa? ¿Me estás tomando el pelo? Ni siquiera estoy
segura de por qué tienes una habitación allí. Deberías mudar tus cosas y dárselas
a alguien que realmente quiera estar allí.
—Quiero estar allí...
—Claro, excepto cuando estás con la mamá de tu bebé. Debe de tenerte
muy atado, ¿eh? —Thea cruza los brazos sobre el pecho, pero no sobre nada,
sino debajo de sus pechos turgentes. Por dentro, la rabia crece. Sus suposiciones
sobre mí son tan erróneas que quiero corregirla y decirle que se equivoca, pero
no tengo fuerzas. Esgrime el mismo tono vitriólico que su novio. Dos guisantes
en una vaina, creyéndose mejores que los demás.
—No sabes una mierda de mí. —Me dirijo a la puerta, decidido a poner la
mayor distancia posible entre nosotros. Mañana me mudaré y ella nunca tendrá
que preguntarse si volveré a casa.
—Detente. ¡No te atrevas a alejarte de mí! —Thea grita a mi espalda—.
¿Por qué no te gusto?
Miro fijamente la pintura desconchada y recorro todos los escenarios que
puedo, buscando el momento en que ella supuso que no me gustaba.
—Thea...
—No —ladra. Thea se mueve hasta interponerse entre la puerta y yo. Me
mira con sus ojos marrones, suplicando que la deje entrar. Me apoya la mano en
el pecho y mi corazón late desbocado, algo que estoy seguro de que ella puede
sentir—. Ky —dice mi nombre en voz baja y eso me debilita las rodillas y me
desgarra el alma.
—A la mierda. —Me inclino ligeramente y rodeo con mis manos la parte
trasera de sus piernas para levantarla. Nuestras bocas chocan antes de que la
apriete contra la puerta. Thea abre la boca, invitándome a entrar. Es una
invitación que voy a aceptar. En cuanto mi lengua la toque, estoy acabado. Lo
que siento cuando ella está cerca se multiplica por diez. La deseo. Todo de ella.
Nuestras bocas y manos se mueven en sincronía. No hay duda de que
ambos deseábamos que llegara este momento. Cuando empiezo a besarle el
cuello, me agarra el cabello con los dedos. Con una mano aún en su muslo, mis
dedos se clavan en su carne. Ella gime y el sonido me llega directamente a la
polla. Sin dudarlo, empujo dentro de ella, mostrándole lo que me hace.
Thea aprieta las piernas en torno a mi cintura y se estremece. Su mano
pasa de mi cabello a mi hombro y se mete por debajo de mi camisa. Su tacto me
quema la piel. Aspiro una bocanada de aire, saboreando el tacto de su mano
alrededor de mi estómago. La subo un poco más para que pueda llegar adonde
quiere ir. A donde necesito que esté. Thea gime, y no es como la mierda falsa
que me he convencido de que hace con su novio...
Me detengo y aparto sus piernas de mí. La sujeto hasta que me doy cuenta
de que se mantiene en pie, me aparto de ella y respiro hondo.
—Deberías irte —le digo.
—¿Y si no quiero? —me reta.
—Thea, por favor.
Se queda callada, probablemente contemplando mi muerte.
—Me iré si me prometes una cosa.
Odio hacer promesas.
—¿Qué? —Ahora mismo, le prometería cualquier cosa si deja esta
habitación y el bar.
—Ven a casa esta noche, Ky. —La oigo moverse por la habitación. Me
aprieta la espalda y sus manos serpentean alrededor de mi cintura—. Ven a casa
para que podamos hablar.
Asiento sin vacilar y no digo nada. Permanezco de pie, mirando la pared,
hasta que oigo cerrarse la puerta.

Después de cerrar el bar, me siento un rato en el coche, preguntándome


cómo he llegado a la situación en la que estoy ahora. Se supone que tengo que ir
a una pelea. Se supone que estoy en un ring improvisado, en un almacén
escondido, luchando por dinero. Después de que Thea saliera del bar, le envié
un mensaje a mi amigo y le dije que no podía ir. Por supuesto, esto no hizo muy
feliz a nadie de los implicados, excepto al tipo al que planeaba darle una paliza
esta noche y al que prometí compensar.
Ahí está esa palabra otra vez, prometer. No es una palabra que use a menos
que sea con Lacey. Por ella, nunca faltaré a mi palabra, pero por nadie más,
nunca quiero decirla. Thea me obligó a hacerlo esta noche y por ella, tuve que
hacer otra promesa, una que no puedo romper por mucho que quiera.
Podría pensarse que Thea me apuntó con una pistola, pero lo único que
hizo fue pedirme que volviera a casa y no pude decirle que no. Su voz... ha sido
mi debilidad desde el principio. Es la forma en que me pide las cosas o cómo
dice mi nombre. Es más, cuando me llama Ky no puedo decirle que no. Ojalá
pudiera. Desearía ser lo suficientemente fuerte para alejarla, para mantenerla
fuera de mis pensamientos. Soy débil cuando se trata de ella, y lo odio. No por
cómo me hace sentir, sino por mi vida y la suya. Es la hermana menor de mi
amigo. Está prohibida.
Por no mencionar que tiene novio.
—Sí, eso es —me digo.
Finalmente arranco el coche, salgo a la carretera sin tráfico y, en menos
de diez minutos, subo las escaleras de la casa. Cuando entro, la luz del pasillo
ilumina la figura sentada en la escalera.
—Hola —digo en voz baja.
—Hola.
—¿Dónde está Jude?
—No está en casa —dice Thea—. Alguna cita o algo.
Asiento, pero espero que no pueda verme. Cuando llego a los escalones,
se levanta.
—¿Tienes hambre?
—¿Cocinaste? —le pregunto.
—No, pero podría prepararte algo.
—No, está bien. —Nos quedamos parados un segundo, ninguno de los dos
sabiendo qué hacer. Ella quiere hablar y yo le dije que lo haría. Nunca dijimos
dónde ni cuándo, aunque el cuándo está implícito en el hecho de que me esté
esperando levantada—. Tengo que cambiarme. —Subo las escaleras y llego a mi
habitación, solo para encontrarla pisándome los talones. Cuando enciendo la luz
de mi habitación, está exactamente como la dejé hace semanas... hecha un
desastre—. Joder —murmuro.
—Podemos ir a mi habitación —dice.
—¡No! —digo demasiado alto y con demasiada fuerza. Me apresuro a
recoger la mierda del suelo y a echar las mantas hacia atrás. No está muy mal,
pero no está muy bien tampoco—. Ahora vuelvo —le digo. Recojo un par de
sudaderas de la cómoda, sabiendo que al menos están limpias, y le tiro una
camiseta. Lleva un top de tirantes que hace que sus pechos me llamen demasiado
la atención—. Ponte esto si vamos a hablar. —Porque eso es lo que vamos a
hacer: hablar.
Cuando vuelvo a mi habitación, Thea está sentada en mi cama, con la
camiseta que le di. Nunca me molesté en mirar qué era y ahora que la lleva
puesta, mi polla está lista para la acción. Lleva una camiseta réplica de mi
camiseta de hockey. La única vez que llevé esta camiseta fue para un acto
benéfico el año pasado.
Thea suelta una risita y yo la miro extrañado hasta que sigo su mirada. A la
mierda mi vida. Puede ver que estoy empalmado a través del chándal.
—Me alegro de que pienses que esto es divertido para mí.
—Me río porque te has puesto pantalones de chándal grises. Esos son
imanes para la atención.
—¿Ah sí?
Thea asiente.
—Sí, a la población femenina le encantan los hombres en chándal gris.
Cuanto más fino sea el material, mejor.
—Tomo nota. Mañana compraré unos negros —le digo.
—No, por favor. —Su voz risueña es ahora suave y dulce—. ¿Puedes
sentarte a mi lado?
Me acerco a mi cama y me siento en el borde. Solo que estoy jodidamente
cansado y quiero tumbarme. Espero que Thea capte la indirecta y me diga que
podemos hablar mañana, pero no lo hace. Se tumba a mi lado. Cuando se pone
de lado, yo hago lo mismo. Nos miramos el uno al otro, una mano bajo la cabeza
y la otra a un lado.
—No sabía que trabajabas en The Crease.
—Me lo imaginaba.
—¿Trabajas por la pensión alimenticia?
La pregunta me escuece. Pienso en no contestar, pero no soy un
mentiroso.
—La niña con la que me viste es mi sobrina. Se llama Lacey. Estábamos
comprando su disfraz de Halloween.
—Se parece a ti.
—Pobrecita. —Thea sonríe y se ríe—. Tiene cinco años, y sí, es una de las
razones por las que trabajo. La otra es ayudar a mi madre, y a mi hermana cuando
necesitan ayuda, que últimamente parece siempre. A excepción de Jude,
ninguno de los chicos conoce realmente a Lacey ni la situación de mi familia, y
me gustaría que siguiera siendo así.
—Eres un buen hombre —dice Thea mientras asiente.
—Pero no lo soy, ¿verdad? Besé a sabiendas a una mujer que tiene novio.
—Ella ha querido ser besada por ti desde la primera noche que te conoció.
—No debería —le digo—. Estoy dañado y vengo con más equipaje que un
vuelo de avión lleno.
Thea deja que mis palabras calen hondo. No debería querer estar con
alguien como yo, no cuando tiene al imbécil de oro.
—¿Cómo te has hecho estos moratones? —Sus dedos pasan como
fantasmas sobre los moratones que me hice la semana pasada.
Inspiro con fuerza y dejo salir el aire de mis pulmones lentamente.
—Lucha clandestina, Thea. A mi madre la van a desalojar de su casa y no
tiene dinero para mudarse. El dinero es bueno.
—Kyler. —Se le llenan los ojos de lágrimas.
Sacudo la cabeza.
—Estoy bien. No me duelen.
—Pero te vas a hacer daño.
En eso no puedo discutir con ella. Lo he pensado un millón de veces. Un
puñetazo en la cabeza y podría acabar con mi carrera. Antes de que pueda
detenerla, presiona sus labios contra mi pecho desnudo. Cierro los ojos y mi
mano se convierte en un puño. Cuando sus suaves y apetecibles labios tocan los
míos, dejo que me bese. Y cuando su lengua entra en mi boca, le doy la
bienvenida. Pero cuando engancha su pierna en mi cadera, tengo que detenerla.
—No podemos hacer esto, Thea.
—¿Por qué no?
—Porque tienes novio, y aunque sea el mayor idiota del planeta, no quiero
que te arrepientas de mí si pasara algo.
Thea vuelve a tumbarse y suspira.
—No entiendo esta pelea entre Adam y tú. Él es la única razón por la que
he salido esta noche. Después del partido de la otra noche, me estaba esperando
en el estacionamiento y me dijo; no, me exigió que me mudara a una residencia
por tu culpa. ¿Se conocen o algo?
Le paso el cabello por detrás de la oreja y dejo que mi mano se quede allí
un momento.
—Thea, soy muchas cosas, pero mentiroso no es una de ellas. Me guardo
muchas cosas porque no me gusta herir los sentimientos de la gente. Quiero que
lo entiendas y que recuerdes lo que te he dicho porque voy a contarte algo y no
quiero que me odies. —Expongo todo, desde quién está desalojando a mi madre
y por qué, hasta lo que vi hacer a Adam. Thea llora y yo me siento como si midiera
medio metro. La estrecho entre mis brazos y me disculpo profusamente.
—Adam dijo que lo agrediste —murmura en mi pecho.
—Hubiera querido —digo para aligerar el ambiente—. Porque es tu
novio… no te haría eso.
—Ves, Ky, eres un buen hombre.
Me ajusto ligeramente para poder mirarla. Qué no daría ahora mismo por
mandar todo a la mierda y hacerle el amor, por demostrarle cómo puede hacerla
sentir un hombre de verdad. Me resigno a vivir una fantasía y aprieto los labios
contra su frente.
—Duérmete, Thea.
Se acurruca contra mí y me rodea con el brazo. Cuando estoy a punto de
dormirme, desliza su pierna entre las mías y suelta un pequeño suspiro. A estas
alturas, estoy jodido hasta seis veces y más me vale disfrutar de ella mientras
pueda. Giro lo suficiente como para seguir sujetándola, pero ella está de
espaldas y puede sentir cada centímetro de lo que me gustaría darle.
—Buenas noches, dulce Thea —le susurro al oído antes de cerrar los ojos.
quince

M
i mente está revuelta. Llevo varios días así desde la noche con Ky.
Nunca imaginé que lo que empezó como unas inocentes copas en
un bar, se convertiría en una discusión, y luego, sin duda, en el
beso más caliente de mi vida, que terminó con una charla íntima en su dormitorio.
Las complicaciones de la vida de Ky están claras ahora, pero siguen presentes,
y aunque ha compartido la carga, sé que sigue llevando el peso sobre sus
hombros. Ni siquiera sé por dónde empezar para intentar descifrar lo que me
ronda por la cabeza.
La información más fácil que me dio fue que tiene una sobrina, no una hija,
y que es claramente la niña de sus ojos. Esto era obvio por la forma en que estaba
con ella en el centro comercial el otro día, pero el hecho de que haya admitido
que básicamente la mantiene me muestra un lado de él que no conocía antes. El
cuidadoso, protector, hombre de familia. El que haría cualquier cosa para cuidar
de sus seres queridos.
Luego está la lucha clandestina. Me revuelve el estómago cada vez que
pienso en ello. Claro, todos hemos visto El Club de la Pelea, sabemos cómo
Hollywood representa este tipo de cosas con sangre y sangre y, me atrevería a
decir, muertes. No soy ingenua y sé que estas representaciones son exageradas
en beneficio de la gran pantalla y del entretenimiento del espectador. Pero
también sé que, en la vida real, las peleas clandestinas conllevan peligros muy
reales, y si las heridas de Ky de la otra noche son solo la punta del iceberg, me
temo que habrá más. Me preocupa que una noche no tenga tanta suerte y sufra
un golpe en la cabeza que le provoque una conmoción cerebral que ponga en
suspenso su carrera en el hielo o, peor aún, arruine su vida por completo. Dice
que necesita el dinero y lo entiendo; necesita ayudar a su madre, pero seguro
que hay otras formas más seguras de conseguirlo. Ojalá pudiera hacerle entrar
en razón, pero sé que no me escuchará. En su mente, esta es la única manera de
ganar suficiente dinero para arreglar la vida de su madre y, cuando se trata de
la familia, uno hace lo que puede para ayudar.
Esto me lleva a la última información que me dio. La que todavía me cuesta
entender. El hecho de que Adam tiene una mano en el desarrollo de desalojar a
la madre de Kyler y el resto de los residentes del parque de casas rodantes. Sé
que su padre está en la industria de la construcción y el desarrollo.
Contrucciones Nelson, LLC son famosos por regenerar zonas degradadas de
varias ciudades y convertirlas en prestigiosos y codiciados apartamentos con sus
gimnasios de alta gama y piscinas cubiertas exclusivas para residentes. Tal vez
sea tan ingenua como para no darme cuenta de que dirigir una empresa de éxito
significa ser implacable en la toma de decisiones y dejar el corazón y la buena
voluntad en la puerta para que la mente pueda ser despiadada. Lo que sí sé es
que tengo que hablar con Adam para saber exactamente qué está pasando.
Espero que si puedo poner de relieve la situación de la madre de Ky, él intente
ayudar de alguna manera. Puede que él y yo discrepemos sobre Kyler, pero
seguro que no sería tan cruel como para echar a su madre a la calle.
Por supuesto, la otra cosa que tengo que plantearle a Adam es lo que
estaba haciendo con su compañera de trabajo. Cuando Ky me dijo que vio a
Adam con las manos encima de quienquiera que sea esta mujer, no quería
creerlo. Pero entonces, pienso en nuestros recientes intercambios y en el hecho
de que hay una evidente distancia entre nosotros —no solo física sino
metafóricamente— y no puedo evitar temer que pueda haber algo de verdad en
lo que dijo Kyler. Lo único que sé es que Adam y yo tenemos que hablar para
saber la verdad de una forma u otra. Si está viendo a alguien más, necesito
saberlo para poder lidiar con ello apropiadamente.
También necesito lidiar con mis acciones apropiadamente. Fue un error
besar a Kyler. Todavía estoy en una relación y a pesar de mi atracción por él —
sí, ahora me he admitido a mí misma que me siento atraída por Kyler, a pesar del
hecho de que lo he estado negando durante tanto tiempo— no puedo volver a
ponerme en esa situación. Pero también me sentí bien. Sentí como si la cerilla se
hubiera encendido y un fuego se hubiera encendido en mi vientre. Sentí que
caminaba sobre el aire y sobre brasas al mismo tiempo. Encajaba perfectamente
en su cuerpo y nos envolvíamos mutuamente en nuestro pequeño capullo,
protegidos del mundo exterior. Si pudiera, nos llevaría de vuelta al espacio
seguro de su dormitorio y no volvería a salir, pero la vida no funciona así y tengo
que asumir mis responsabilidades como una adulta y afrontar las consecuencias.
Desafortunadamente para mí, lidiar con las consecuencias va a suceder más
temprano que tarde, ya que actualmente estoy en mi camino de regreso a Silver
Lake para las vacaciones de Acción de Gracias.
—Oye soñadora, estás preocupantemente callada por ahí. ¿Va todo bien?
—me pregunta Jude, interrumpiendo mis pensamientos y devolviéndome al
presente.
—Sí, lo siento, supongo que estoy cansada —le digo, con una excusa a
medias que se me escapa de los labios.
—¿Cansada? ¿O temiendo pasar las vacaciones con el Sr. Negocios?
Jude y yo pensamos lo mismo de Carl Nelson, el padre de Adam. Lo
toleramos. No es que sea mala persona, desde luego no para nosotros ni para
nuestros padres, pero tiene una mentalidad muy empresarial y solo habla de
trabajo. Nunca estuvo realmente presente en la vida de Adam y su hermano,
siempre estaba en la oficina y se perdía las cenas familiares. Una vez le pregunté
a Adam si eso le molestaba y me dijo que, aparte de perderse algún que otro día
de deporte, no le molestaba porque su padre estaba construyendo un imperio
para su familia, así que ¿cómo podía culparlo? Normalmente saldría en defensa
del Sr. Nelson y le diría a Jude que no fuera tan mezquino, pero sabiendo lo que
sé ahora, es obvio que las prioridades de Carl Nelson han cambiado y es un poco
más despiadado y un poco menos padre de familia. En lugar de eso, me encojo
de hombros.
—Solo espero que la Sra. Nelson traiga pastel de pistacho en lugar de
calabaza este año, eso es todo.
—Ah, problemas del primer mundo, ¿eh?
—Es que su pastel de calabaza es tan...
—¡Secooooo! —decimos los dos a la vez antes de disolvernos en
carcajadas y mi humor se aligera al instante.
Jude vuelve a centrar su atención en la carretera y yo aprovecho para sacar
el móvil y enviar un mensaje rápido a Ky. Desde la otra noche, hemos mejorado
nuestra comunicación. Sigue viniendo poco a casa —por razones que ahora
comprendo—, pero hace el esfuerzo de al menos comerse el plato de comida
que le guardo cada noche y me manda un mensaje informándome de cuánto le
ha gustado.
Le envío un mensaje, haciéndole saber que estoy pensando en que pase
el tiempo con su familia.
Espero que pases un buen Día de Acción de Gracias.
KY:
Gracias. Tú también. Espero que IA se comporte.
Aunque no es tímido a la hora de ocultar sus sentimientos hacia Adam, es
lo suficientemente respetuoso como para no hablar mal de él cada vez que tiene
la oportunidad. Aun así, sé que piensa que Adam es un imbécil, así que IA
(Imbécil Adam) es lo más respetuoso que se puede ser con ellos dos.
Seguro que lo hará. ¿Te mando un mensaje luego?
KY:
Lo espero con impaciencia. Aunque estoy trabajando, así que las
respuestas pueden retrasarse.
¿Me prometes que no pelearás esta noche?
Aparecen los tres puntos, pero el mensaje tarda un poco en llegar, lo que
me hace preguntarme si está pensando detenidamente su respuesta.
KY:
Que tengas un buen Día de Acción de Gracias, Thea.
Su respuesta es corta y sencilla y no hace referencia alguna a mi mensaje
anterior. Sé que he perdido la batalla para que deje de luchar. Vuelvo a meter el
móvil en el bolso y decido que necesitamos algo que nos distraiga durante el
resto del viaje y recurro al juego de la infancia al que solíamos jugar cuando
éramos más pequeños.
—Hey Jude —le digo, refiriéndome a la conocida canción de los Beatles
que le da nombre. Veo que se le dibuja una sonrisa en los labios y, antes de que
pueda continuar, empieza a seguirme la corriente. Pasamos el resto del viaje
siguiendo el consejo de la canción: intentando… y fracasando estrepitosamente,
como siempre, cantar letras tristes con música alegre en un intento de
mejorarlas.

Mi familia es la anfitriona de Acción de Gracias este año, lo que significa


que los Nelson están de camino. Anoche llegamos tarde, así que hoy es el primer
día que vuelvo a ver a Adam desde nuestra discusión. Dada la información
adicional que ahora sé sobre él, estoy un poco nerviosa, por no decir otra cosa.
Suena el timbre a mediodía y mi madre da la bienvenida a Carl, a su mujer
Andrea y a Adam. Por desgracia, Andrea lleva una tarta de calabaza y no de
pistacho y Jude me lanza una mirada cómplice al pasar, y tengo que reprimir la
risa. Tomamos asiento, damos las gracias y comemos lo que mis padres llevan
preparando desde el amanecer. A pesar de la tensión que hay entre nosotros,
Adam se sienta a mi lado y me besa en la mejilla. Como fotógrafo designado,
Jude hace un par de fotos de nuestras familias juntas. El pavo está delicioso, al
igual que toda la guarnición, y me doy cuenta de cuánto he echado de menos las
comidas caseras de mi madre. La nostalgia me invade con una ligera tristeza,
porque aunque me he encargado de cocinar en casa, nunca llegaré al nivel de
mi madre. Quizá le robe algunos de sus libros de cocina cuando me vaya para
adaptarlos a nuestros propósitos. El postre está servido y, por suerte, mamá ha
preparado otros platos que me sirvo yo misma.
—Bueno, Carl —dice mi padre—, ¿qué es eso que he oído de que se
acerca la audiencia sobre la libertad condicional de Austin?
La conducta de Andrea cambia instantáneamente al mencionar a su hijo
mayor. El día que lo metieron entre rejas, ella pasó de ser la principal
organizadora de los eventos de la ciudad a abandonar todos los grupos sociales
a los que pertenecía. Tener un convicto en la familia no sentó bien a la comunidad
de esposas perfectas de Silver Lake y no pudo soportar ser el tema de los
chismes del pueblo en las semanas siguientes.
—Pfft —responde el Sr. Nelson—. Tendrá suerte si le rebajan un año de su
condena. El chico merece cumplir el castigo por sus crímenes. El dolor que ha
hecho pasar a su madre es imperdonable.
—Seguro que se ha dado cuenta y está arrepentido de lo que ha hecho —
dice mi madre, siempre optimista a la que le gusta ver lo bueno de la gente.
—Lo dudo mucho, Lauren. Austin solo piensa en sí mismo, que se jodan los
demás. De hecho, lo único bueno que ese chico ha hecho por esta familia es
mezclarse con una basura de un parque de caravanas y llamar mi atención sobre
el parque en el que viven, lo que, por suerte, ha hecho que compre el terreno
para urbanizarlo.
—Jesús —murmura Adam en voz baja a mi lado y me pregunto si es porque
a él también le está resultando incómoda esta conversación o es porque también
está trabajando en este proyecto.
—Vamos, Carl —dice mi padre riendo—, seguro que no todo son negocios
y te gustaría reconciliarte con tu hijo.
—Puedo asegurarte, Neal, que se trata en gran medida de negocios —
responde Carl—. Aprendí a una edad temprana que no se llega a ninguna parte
en la vida sin una actitud ambiciosa y, aunque Austin haya elegido un estilo de
vida… cómo se diría “despreocupado”, por suerte tengo un hijo que tiene la
misma férrea determinación de triunfar que yo.
Supongo que parece que el Sr. Negocios, de hecho, se presentó hoy para
Acción de Gracias, dejando a su alter-ego, el Sr. Nelson, de vuelta en el rancho.

Después de cenar, cada uno se va por su lado: el Sr. y la Sra. Nelson se


despiden y mi madre y mi padre se sientan en el sofá a ver una película. Jude
decide reunirse con unos viejos amigos del colegio, lo que nos deja solos a Adam
y a mí. Normalmente, anhelo estos momentos en los que estamos los dos solos,
pero hoy los he estado temiendo. Estamos en mi habitación y hay un silencio
incómodo entre nosotros, ninguno sabe qué decir primero.
—Entonces —acabo diciendo porque el silencio entre nosotros es
ensordecedor—, ¿supongo que deberíamos hablar?
Adam suspira ruidosamente antes de responder.
—Sí, supongo que deberíamos. ¿Quieres ir primero?
Asiento y respiro hondo antes de lanzarme a lo que tengo que decir.
—Hablé con Kyler.
—Joder, Thea, ¿con eso empiezas? ¿Con ese tipejo? ¿De verdad? —Adam
sacude la cabeza mientras mira más allá de mí y por la ventana.
—Quería preguntarle por qué te agredió. Es curioso, dice que no lo hizo.
De hecho, dijo cosas muy interesantes sobre cómo actuaste en la reunión del otro
día.
—Oh sí, seguro que lo hizo. ¿Qué clase de mierda te inventó?
—¿Sabías que el proyecto en el que trabajas implica desalojar a su madre?
—pregunto, interesada en saber cuánto sabe Adam.
—Nadie va a ser desalojado, Thea.
—¿No? Entonces, ¿simplemente van a construir la urbanización alrededor
de su casa rodante y dejar que siga viviendo allí?
—No me refiero a eso. A cada residente se le ofreció un paquete de
mudanza muy generoso. La mayoría lo aceptó. Algunos no. No sé quién lo aceptó
y quién no, pero si no firman antes de una fecha determinada, entonces sí,
tendrán que buscarse su propio alojamiento antes de la fecha límite para la
mudanza. Así de sencillo.
—¡Nada de esto es sencillo, Adam! —protesto, exasperada—. Básicamente
les estás diciendo que se busquen otro sitio donde vivir. No es tan fácil como
entrar en una inmobiliaria, decirles que quieres comprar una propiedad y
entregarles algo de dinero. Estas personas están luchando por llegar a fin de mes
y tú y tu padre se están abriendo paso sin preocuparse lo más mínimo por ellos.
—Joder, ¿qué quieres que haga? ¿Que le pida a mi padre que retire el
proyecto? Sabes que él no es así. Ve una oportunidad y la toma. Mis manos están
atadas aquí.
—¿Lo están? —le pregunto—. ¿O solo quieres seguir los pasos de papá y
ser como él?
—Eso no es justo. Sabes que no tengo más remedio que trabajar para él.
No es que Austin me haya dejado otras oportunidades. Alguien tiene que heredar
el negocio, y si tengo que ser yo, haré lo que haga falta para aprender.
—¿Incluyendo enrollarte con otra becaria? —desafío, la determinación
tomando el control de mí.
Adam se atreve a poner cara de asombro, casi como si lo hubieran pillado
con las manos en la masa, pero no niega mi acusación de inmediato, sino que
toma aire antes de responder.
—¿Qué? Ni siquiera sé de qué estás hablando.
—¿No es así? Entonces, ¿no estabas sentado junto a una pelirroja en la
reunión del pueblo con tu mano bajo su falda? ¿O no le metiste la lengua en la
garganta después de irte? Te vieron Adam. No puedes negarlo, así que por qué
no me dices la verdad.
—¿Me vio quién? ¿Kyler? ¿Ese pedazo de mierda? ¿Le crees a él antes que
a mí? ¿En serio? —Adam empieza a pasearse, pasándose las manos por el cabello
mientras lo hace.
—No tiene motivos para mentirme, Adam.
—¿Y YO SÍ? —ruge Adam, acercándose rápidamente a mí y obligándome
a retroceder un par de pasos.
—No lo sé, ¿los tienes? —respondo, la determinación en mi vientre ahora
se convierte en ira—. No puedes negar que las cosas no han sido iguales entre
nosotros desde que me mudé. Estás distante, es difícil localizarte. Apenas nos
vemos y no es que tenga coche y pueda ir a verte. Dijiste que te encantaría venir
a visitarme los fines de semana y has ido dos veces. Y una de ellas fue cuando
me ayudaste a mudarme.
—¿Y de quién es la culpa? No te pedí que te mudaras. Ni siquiera quería
que lo hicieras, pero lo hiciste de todos modos, al margen de mis sentimientos.
Entonces, ¿qué se supone que debo hacer? ¿Esperar aquí como un niño bueno,
hasta que vuelvas corriendo a mí? ¡A la mierda con eso, me sentía solo! Así que,
mientras tú te lo pasabas en grande con tus nuevos amigos y jugabas a las casitas
con Kyler, yo estaba atrapado aquí. Así que sí, encontré a alguien que me hiciera
compañía. Encontré a alguien que mostró interés en mí, ¡que es más de lo que tú
has hecho en los últimos meses!
Las palabras de Adam me dejan en silencio y las lágrimas se me acumulan
en los ojos. Parpadeo furiosamente para mantenerlas a raya porque no son
lágrimas de tristeza. Son lágrimas de rabia por cómo ha cambiado Adam y por
cómo ha admitido que ha encontrado a otra persona. Y aunque pensaba que la
daga en mi corazón sería un dolor inexplicable del que nunca me recuperaría,
en realidad siento que ha cortado los lazos que sujetaban los pesos sobre mis
hombros. Siento que puedo respirar de nuevo y que la asfixia de una relación a
distancia por fin se ha disipado. Me enjugo los ojos y asiento una vez con la
cabeza antes de responder.
—Entonces supongo que esto es todo —concedo.
—¿Qué?
—No eres feliz, Adam. Y honestamente, yo tampoco. Somos personas
diferentes. Vivimos en lugares diferentes. Esto ya no es el colegio. Tal vez es
hora de que nos demos cuenta.
—Entonces, ¿qué, estamos rompiendo? —Adam pregunta incrédulo.
—Sí. Creo que sí.
La falta de lucha de Adam me dice todo lo que necesito saber. Él quiere
salir de esta relación tanto como yo. La pareja que éramos en la secundaria es
diferente a la pareja que somos ahora. Hay un romanticismo sobre novios de
colegio que permanecen juntos, se casan, tienen una familia y son felices y están
enamorados hasta una edad madura, pero la realidad es que a medida que la
vida avanza, las parejas se distancian. El chico en el campo de fútbol ya no es el
hombre con su traje de negocios, y la chica con su uniforme de animadora no es
la mujer que está aquí ahora. El sueño de mi vida se desvanece frente a mí y, en
lugar de sentir la devastación que esperaba, siento una sensación de cierre.
Al cabo de unos minutos, Adam me mira con los ojos enrojecidos.
—Espero que te haga feliz, Thea —me dice en voz baja, antes de darse la
vuelta y salir de mi habitación, dejándome sola con mis recuerdos y un nuevo
capítulo a punto de empezar.
dieciséis

C
omo todo el mundo se ha ido, invito a mi madre, a Ally y a Lacey a
casa para la cena de Acción de Gracias. No será gran cosa, porque
ninguno de nosotros es de los que cocinan, pero estaremos juntos
y Lacey necesita tener a su familia cerca, sobre todo durante las fiestas. Nolan
bromeó con que debería pagarle a Thea para que hiciera la comida, pero no
puedo imaginarme pidiéndole que haga algo así, aunque haya dinero de por
medio. Sin embargo, revisé sus libros de cocina hasta que encontré lo que
necesitaba y copié las recetas. Vamos a comer pavo, puré de patatas (sin duda
grumoso), mazorcas de maíz, judías verdes, panecillos y salsa. Por supuesto, la
salsa viene de un tarro que se calienta en el microondas, pero da igual. Es
comida, y estoy algo orgulloso de lo que he creado.
Lacey se lo pasa en grande subiendo y bajando las escaleras. Chilla de
alegría y el sonido resuena por toda la casa. La última vez que vi a mi madre,
estaba sentada en el sofá viendo el desfile de Acción de Gracias de Macy's y
haciendo todo lo posible para que Lacey lo viera con ella.
Ally se sienta en la pequeña mesa de la esquina de la cocina. Ha traído un
mantel, servilletas, platos y vasos de papel, todo decorado con un pavo. Incluso
los utensilios de plástico que ha traído son de color naranja y marrón.
—A Lacey le gusta mucho estar aquí.
Miro por encima del hombro hacia la puerta.
—Sí, lo tiene. Lástima que no haya apartamentos con escaleras.
—No podemos permitirnos nada aquí, Kyler. Vamos a tener que mudarnos
al interior, más hacia la capital, donde el alquiler es más barato.
—Me lo imaginaba. —Por mucho que me duela decirlo y aceptarlo, sé que
es la realidad a la que se enfrentan. Es caro vivir cerca del mar, y a menudo los
lugareños no pueden permitírselo. No importa que mi madre no pueda mantener
un buen trabajo fijo. Y mi hermana intenta criar a su hija con las propinas que
gana en la cafetería. Desde que terminó la temporada turística, apenas le alcanza.
Si se mudan... no, no “si” sino “cuándo” apenas veré a Lacey durante la
temporada debido a la distancia, y eso no me gusta.
—Estaría bien tener una casa grande como esta —dice mi hermana.
—No lo hagas.
—¿No qué, Kyler? ¿Que no sueñe?
—No, sueña todo lo que quieras, pero ni se te ocurra preguntarme si
puedes mudarte aquí. Ni siquiera es factible. Esta ha sido una casa de hockey
desde que tengo uso de razón, y cuando me gradúe, se mudarán nuevos chicos.
Ni siquiera voy a abordar el tema con Jude, Nolan y Devon. Además, no hay
espacio.
Ally se acerca y se pone a mi lado. Me quita el pasapurés y empieza a
empujar las patatas.
—Tienen toda la habitación del ático. Lo he visto.
Sacudo la cabeza.
—Thea vive ahí arriba. —Decir su nombre en voz alta me hace darme
cuenta de lo mucho que la echo de menos. No pensé que lo haría, pero algo ha
cambiado entre nosotros después de pasar la noche con ella. Fui un estúpido al
besarla, pero ella pudo impedírmelo y no lo hizo. Si no hubiera conocido al
imbécil de su novio, probablemente me habría tirado a Thea en la oficina, y si no
allí, sin duda en mi cama, porque con ella vestida con una réplica de mi camiseta,
la visión me hizo cosas. Me hizo sentir como si ella y yo estuviéramos en un
mundo completamente diferente, desconectados del que vivimos actualmente.
Hasta la otra noche, nunca había dormido con alguien en brazos. La abracé hasta
que salió el sol y la eché de menos cuando se escabulló a su habitación. Cuando
subió, oí el familiar crujido de su cama y sonreí, sabiendo que seguía en mi
camiseta y oliendo a mí.
—¿Thea? —pregunta ella—. ¿Quién es Thea y por qué dices su nombre
como si estuvieras enamorado de ella?
—No dije su nombre de otra manera que no fuera diciendo su nombre. —
Claro, dije su nombre de la forma más normal posible.
—Eso no tiene sentido. Cuéntame.
—No hay nada que contar —le digo. Le quito la batidora y termino el
trabajo. Las instrucciones que copié dicen que hay que añadir un trozo de
mantequilla. ¿Qué diablos es un trozo? Después de añadir lo que creo que es la
cantidad adecuada, vuelvo a tapar la olla y la dejo a un lado—. ¿Puedes terminar
con las verduras y la mesa mientras corto el pavo?
—No —dice y se pone delante de donde tengo el pavo descansando—.
Algo pasa. Estás cocinando, cosa que nunca habías hecho. No estás de mal humor
como de costumbre. Y has dicho su nombre con cierto regocijo. Te gusta,
¿verdad?
—Lo que me gustaría es que hicieras lo que te he pedido.
—¿Por qué no me hablas?
—Porque eres una hermana pesada y quiero comer —le digo. La razón por
la que no hablo con ella es porque, de hecho, es una hermana molesta, aunque
tenga buenas intenciones. El problema es que a Ally no le importa lo que piense
la gente de dónde vivimos, y a mí sí. No hay nada malo en que la gente viva en
parques de casas rodantes, pero cuando la tuya está destartalada, es vergonzoso.
Además, nunca sé a quién tiene mi madre viviendo allí en un momento dado. O
es uno de sus novios perdedores o algún chico que acaba de conocer y que
necesita un lugar donde quedarse. No quiero someter a ninguna chica a mi vida
allí.
—Entonces, ¿dónde está tu nueva conquista?
—Vete a la mierda, Ally —digo lo más bajo posible. Lo último que quiero
es que Lacey me oiga—. No es una conquista. Es la hermana de Jude.
—Ah, así que fuiste por la hermana de tu mejor amigo, ¿eh? Creo que vi
una película en Lifetime sobre eso. Ten cuidado. Podría ser una asesina con
hacha.
—Lo dudo mucho. —Llevo el pavo cortado a la mesa y luego vuelvo y
empiezo a poner los demás platos en tapetes. La casa de hockey no es más que
una casa de fraternidad glorificada, y nuestros manteles dejan mucho que
desear. Dejo las patatas en la olla y busco cuencos para las demás guarniciones.
Por último, saco los panecillos del horno y los pongo en un plato.
—Solo respóndeme a esto, ¿te la estás tirando a espaldas de Jude?
Suspiro.
—No estamos haciendo nada. Nada. Y punto.
—Pero quieres, me doy cuenta.
—Tiene novio, Ally. Es un imbécil, pero no obstante, su novio. Y yo soy...
bueno, ya sabes.
—Kyler, no te das suficiente crédito. Eres un buen partido. Vas a llegar
lejos en la vida. Nunca tendrás que depender de la asistencia social para pagar
tus facturas o poner comida en la mesa para tu familia. Pero tienes que tener
cuidado. Las conejitas de hockey solo quieren una cosa.
—Soy consciente. —No necesito decirle que Thea no es como las chicas
que pasan el rato en la pista o vienen a las fiestas, y tampoco lo son todas las
mujeres con las que hablo. Pero hay algunas por ahí. Ally podría haber sido
fácilmente una de ellas. Solía pasar el rato en la pista todo el tiempo, esperando
a que yo terminara de entrenar. Sé que salió con algunos de los chicos mayores
antes de involucrarse con el padre de Lacey.
—Me preocupo por ti —me dice—. No quiero que nadie se aproveche de
ti. —Lo que realmente quiere decir es que no quiere que alguien le quite tiempo
a Lacey. Quiero a mi hermana, pero como mi madre, depende demasiado de mí.
—¿Puedes avisar a mamá y a Lacey que es hora de comer?
Ally asiente y me besa en la mejilla antes de marcharse. Miro la bandeja y
hago una foto de todo. Estoy muy orgulloso de mí mismo y sé que Thea apreciará
el esfuerzo que he hecho. También le alegrará saber que hoy no estoy solo. Me
ha preguntado media docena de veces qué iba a hacer hoy, y todas las veces la
respuesta ha sido nada. No somos una gran familia que celebra las festividades
junta. Cuando creces tan pobre como nosotros, estos días no significan nada más
que angustia. No era un niño que se emocionara por Navidad o por mi
cumpleaños. Para nosotros solo son días de la semana. Sin embargo, Ally y yo
hacemos todo lo que podemos para asegurarnos de que Lacey esté bien cuidada.
Ella sabe lo que es celebrar una fiesta de cumpleaños y tener regalos bajo el
árbol. La Navidad con mi sobrina es mágica y algo que espero con impaciencia.
Además, los regalos hechos a mano que me hace son los mejores, y los tengo
colgados en la pared.
Lacey y mi madre entran en la cocina. Mi madre abre los ojos al ver lo que
tiene delante. Hoy está sobria, lo cual es genial. Pero, la mayoría de los días,
inclina demasiado el vaso. Me molesta porque es dinero que podría estar usando
en otra cosa. Pero nunca ha ahorrado un maldito centavo en su vida. Llega el
cheque y se acabó, nada para la semana siguiente, excepto la bebida.
—Tío Ky, ¿hiciste todo esto? —Lacey pregunta mientras le tiendo la silla.
—Sí.
—Eh, yo ayudé —suelta Ally.
—Aplastar unas patatas no es ayuda. —Señalo—. Además, solo estabas
aquí para chismosear.
—Me encantan los chismes —dice Lacey entusiasmada—. ¿Me das un
poco?
Los tres nos reímos. Lacey aporta tanta risa a nuestras vidas. Es difícil
imaginar dónde estaría sin ella. Definitivamente me ha dado un propósito para
trabajar más duro y ser un hombre mejor, y me ha mostrado un poco de lo que
será cuando sea padre. Si alguna vez tengo la oportunidad.
Mi madre insiste en dar las gracias, lo que hace reír a Lacey. Pero, por
desgracia, sus risitas son contagiosas, y mi madre acaba resoplando a mitad de
sus palabras. En cuanto mi madre dice «amén» Ally y yo también lo hacemos,
pero Lacey murmura algo parecido a jamón.
—Bueno, vamos a comer —digo, para satisfacción de las mujeres que me
rodean.

Cuando la cocina está limpia y Ally ha llevado a mi madre y a mi sobrina a


su casa, decido que es hora de relajarme. Me imagino que puedo ver el final del
partido de fútbol o algo así, o al menos hacer los deberes. Tengo que entregar
un trabajo la semana que viene y podría adelantarme en vez de dejarlo para la
noche anterior. Puede que mi profesor aprecie el esfuerzo extra. En cuanto me
siento en el sofá, abro mi aplicación de redes sociales y empiezo a navegar. Me
he mantenido alejado del teléfono todo el día para evitar la tentación de enviar
mensajes a Thea. Hemos empezado a charlar amistosamente y, aunque me
encantaría seguir haciéndolo, no quiero interrumpir el tiempo que pasa con su
familia. Estoy seguro de que echa de menos a sus padres. Pero no solo está con
su familia, sino también con Adam y la suya, y parecen muy cómodos. La foto que
tengo delante muestra a la hermosa mujer que quiero conocer mejor. A la que
besé con tanto abandono y junto a la que dormí, en la que tuvo que ser una de
mis mejores noches de sueño en mucho tiempo, sentada al lado de su novio
idiota. Parecen cómodos. Demasiado cómodos si soy honesto. Parece que están
enamorados. En una imagen, están juntos, con el brazo de IA alrededor de Thea,
y en la siguiente, él la mira como si fuera la última mujer en la tierra y estuviera
hecha para él.
Cierro la aplicación e intento quitarme la imagen de la cabeza. No lo
consigo. Lo que Thea y yo compartimos la otra noche no fue más que un rollo
universitario tras una noche de copas. Gracias a Dios no me la tiré y tuve el
sentido común de detener sus manos errantes. Ahora tengo claro que está
intentando ponerlo celoso. Lamentablemente, no va a tener éxito. Yo estaba bien
antes de que ella llegara, y estaré bien mucho después de que ella se haya ido.
En lugar de regodearme en mi autocompasión, subo las escaleras y me
pongo unos jeans limpios y una camisa de manga corta. Me paso un poco de la
gomina de Jude por el cabello. Es lo que él llama “hacer que las chicas se vuelvan
locas”. Personalmente, nunca me ha importado el aspecto de mi cabello, porque
la mayoría de los días tiene vida propia o está cubierto por un gorro o un casco.
O les gusto a las mujeres o no les gusto.
Esta noche, quiero que les guste.
Esta noche, quiero llamar la atención.
El único problema es que la mayoría de los bares están cerrados hoy,
excepto The Crease. El dueño no tiene familia y se asegura de que su personal
tenga la noche libre. Está a punto de devolverme el sueldo que me dio la semana
pasada porque voy a necesitar una tonelada de alcohol para olvidar esas
imágenes.
Dios, ¿cómo pude ser tan estúpido? De ninguna manera alguien como
Thea querría estar con alguien como yo cuando tiene a Ricky Ricón.
Aparentemente, no le importa que él la esté engañando y probablemente la
convenció de que yo inventé toda la historia.
Cuando llego al bar, me alegra comprobar que no soy el único perdedor
que ha salido solo en día festivo. Tomo asiento y le digo a mi jefe lo que quiero.
Frunce el ceño, pero me sirve un whisky con Coca-Cola. Conoce la historia de
mi vida y entiende por qué soy tan huraño todo el tiempo.
Voy por la mitad de mi sexto o séptimo vaso —podrían ser más, porque he
perdido la cuenta— cuando una chica guapa se sienta a mi lado. Pide un spritzer
de vino blanco. Bebe un sorbo y se echa a llorar.
—No puede ser tan malo —le digo mientras acerco mi vaso al suyo.
—Créeme. Lo es.
—No. ¿Sabes lo que es malo? —No espero a que responda—. Es estar
enamorado de la hermana menor de tu compañero de piso. Solo para que ella
esté enamorada de otro. Eso sí que es malo.
—Mi marido tiene una aventura con mi hermana. Los pillé follando en el
baño después de cenar.
Sus palabras me aturden.
—Sí, eso es mucho peor que el que quiera follarme a mi compañera de
piso.
—Te refieres a su hermana.
Sacudo la cabeza.
—No, ella también vive con nosotros. Su hermano también es mi mejor
amigo. No la quiere cerca de mí porque soy un cabrón. —Levanto mi vaso y se
me derrama un poco de líquido—. Joder.
—Kyler, creo que ya has tenido suficiente. —Mi jefe me quita la bebida—
. Te llamaré un taxi.
—Iré andando —le digo.
—No creo que sea una buena idea —afirma.
—Me lo llevo a casa —me dice la chica de al lado, y pienso: Joder, sí, esta
noche voy a echar un polvo. Me toca el brazo y todo se vuelve borroso.
diecisiete

J ude y yo salimos de Silver Lake por la mañana temprano. Después de


romper con Adam, pasé el resto de la tarde con mi madre y mi padre, y
aunque sabían que algo me preocupaba, me contuve de contarles lo que
había pasado. Después de todo, era Acción de Gracias y no quería estropear el
ambiente. Conocen a Adam desde hace mucho tiempo, lo acogieron en su casa
cuando empezamos a salir, y le tienen mucho cariño. Estoy segura de que nuestra
ruptura también les afectará. Solo espero que nuestros padres sigan siendo
amigos. No quiero que la ruptura entre Adam y yo separe también a nuestros
padres. Pero necesito procesarlo todo antes de decírselo, porque sé que
seguramente tendrán preguntas.
Por suerte, mis padres no cuestionaron la necesidad de que volviera a
Northport antes de lo esperado. Hace tiempo que dejé atrás la tradición de ir a
las rebajas del Black Friday, y les dije que quería empezar pronto con mi trabajo
de ciencias de la alimentación que tengo que entregar después de las
vacaciones. La verdad es que espero que la casa vacía me ayude a concentrarme
en medio de todos los pensamientos que revolotean por mi mente. Todavía estoy
tratando de dar sentido a lo que Adam me dijo y el hecho de que no tenía
remordimientos por tener una mano en el desalojo de personas de sus hogares.
Supongo que es cierto lo que dicen: la manzana no cae lejos del árbol. Adam es
más parecido a su padre de lo que pensaba.
Jude aparca el coche en la entrada y apaga el motor. Estoy segura de que
sospecha que algo va mal. Las ojeras me delatan, pero no me hace preguntas.
Nunca exige respuestas, y no es porque no le importe. Sabe que debe esperar a
que esté lista para hablar y entonces me prestará toda su atención y apoyo.
Al abrir la puerta del coche, veo un Camry negro aparcado delante de la
casa: el coche de Kyler. Esperaba que pasara las vacaciones con su familia,
asegurándose de que su sobrina se lo pasara lo mejor posible, así que me
sorprende un poco encontrarlo aquí. Aun así, será bueno verlo sin todo el mundo
alrededor, y mi humor se aligera un poco al pensarlo. Recogemos nuestras
maletas del maletero y Jude abre la puerta principal, dejándome entrar a mí
primero. Como era de esperar, la casa está en silencio, así que ambos subimos
las escaleras hasta nuestras respectivas habitaciones. Al llegar al segundo piso,
miro instintivamente hacia la puerta de Kyler y, al hacerlo, se abre. Jude y yo nos
detenemos y esperamos a que Ky salga para poder saludarlo. Pero no es él quien
sale de la habitación, y me encuentro cara a cara con una mujer alta y rubia,
vestida con lo que claramente es la ropa de la noche anterior a juzgar por las
arrugas que tienen. No se fija en mí, sino que mira por encima del hombro.
—Gracias por ayudarme a olvidar —dice.
Un desaliñado Kyler la sigue, poniéndose una camiseta sobre el pecho
desnudo mientras sale de la habitación. Inmediatamente queda claro que la
noche de Kyler ha sido mil veces mejor que la mía, ya que la ha pasado con una
rubia explosiva con la cara y el cuerpo de una supermodelo. Se me desploma el
corazón y lucho contra las lágrimas que se me llenan de emoción en los últimos
días. Me debato entre querer apartar la mirada y fingir que no he visto nada o
querer disparar rayos láser de muerte desde mis ojos a la cabeza de Ky. Ni Jude
ni yo decimos nada, pero como si sintiera nuestra presencia, Ky levanta la vista
y se detiene bruscamente. Sus ojos se abren de par en par cuando se encuentran
con los míos, y puedo ver el pánico instantáneo que se forma en ellos. Debería
asustarse. Este es el tipo que jura que no tiene aventuras de una noche, que
afirma que no tiene relaciones. Que la otra noche me dijo que no quería que me
arrepintiera si pasaba algo entre nosotros. Y sin embargo aquí está,
demostrando que es exactamente el tipo que hace las tres cosas porque está claro
que ha tenido un rollo de una noche. Era posible que esto se convirtiera en una
relación. Y no hay duda de que me arrepiento de nuestra noche juntos. Si no lo
hiciera, no estaría experimentando el dolor y la decepción que me invaden.
—¡Parece que alguien tiene algo que agradecer! —dice Jude riendo—.
¿Vas a ofrecerle a tu invitada algo de desayunar?
Ky mira desde nosotros hacia las escaleras, por las que ha bajado su recién
encontrada compañera de cama.
—Mierda —murmura en voz baja.
No espero a oír nada más y, en lugar de eso, me doy la vuelta y subo
corriendo las escaleras hasta mi habitación, cerrando la puerta tras de mí. ¿Qué
más podría decir Kyler sin indicar a Jude que ha pasado algo entre nosotros? Es
nuestro pequeño secreto y no podemos compartirlo sin que la gente se forme
una opinión.
Unos minutos después, llaman suavemente a la puerta.
—¿Thea? ¿Estás bien? —Jude pregunta a través de la madera.
—Estoy bien —le digo, pero mi voz me traiciona, sale con un temblor y
toso para aclararme la garganta.
—No lo parece. Por favor, ¿puedo entrar?
En lugar de contestar, me dirijo a la puerta, la abro a modo de invitación y
me siento en la cama. Jude me sigue y se sienta detrás de mí.
—¿Quieres decirme qué está pasando?
Respiro hondo y suspiro antes de responder.
—Adam y yo rompimos anoche —le digo.
—Mierda. Lo siento, Thea. Honestamente pensé que ustedes dos eran el
uno para el otro.
Sonrío tristemente ante las palabras de Jude. Adam y yo solíamos bromear
todo el tiempo sobre cómo seríamos viejos y canosos y estaríamos sentados en
el porche en nuestras sillas de patio viendo la puesta de sol. Es el típico final de
cuento de hadas que los niños desean cuando crecen, y nosotros no éramos
diferentes. En retrospectiva, ambos fuimos ingenuos al creer que realmente
ocurriría, pero no es raro que los novios de la infancia estén felizmente casados
el resto de sus vidas. Supongo que los dos nos equivocamos cuando pensamos
que seríamos una de esas parejas.
—Yo también —respondo—. Supongo que simplemente nos distanciamos.
—¿Eso es todo lo que era?
La pregunta de Jude me toma por sorpresa. Aparte de Kyler, nadie sabe
nada de la indiscreción de Adam con su colega, y estoy segura de que Ky no lo
habría comentado con Jude.
—¿Qué quieres decir? —Le pregunto a Jude, queriendo que me diga lo
que sabe.
Suspira antes de responder.
—Nolan me contó lo que pasó la otra noche. ¿En el estacionamiento
después del partido? Dijo que Adam estaba gritando y siendo un poco duro
contigo. Al parecer, Millie estaba preocupada por lo enfadado que estaba Adam
y le mandó un mensaje a Nolan para que viniera a ayudar. Honestamente, había
planeado hablar con Adam al respecto cuando volviéramos a casa, pero no
quería excederme sin hablar contigo primero. No está bien que nadie te haga
daño físico, Thea.
—Lo sé, Jude. Solo estaba frustrado y molesto por algunas cosas. —Intento
tranquilizarle. Puede que Adam y yo hayamos roto, pero lo último que quiero es
que la relación de Jude con él se vea afectada por ello. Siguen siendo amigos, a
pesar de nuestra relación.
—No le pongas excusas.
—No hago eso. Es que... no sé. A Adam se le metió en la cabeza que Kyler
era una especie de amenaza y por eso me advertía de él.
—¿Kyler? —exclama Jude, incredulidad en su tono—. ¿Por qué demonios
tendría Adam un problema con Kyler? Apenas se conocen.
Sacudo la cabeza.
—Ojalá lo supiera. Dijo que Ky estuvo en la reunión del consejo municipal
sobre la urbanización en la que trabaja Adam. Resulta que es la misma
urbanización que está dejando sin hogar a la madre de Ky. Adam dijo que Ky fue
disruptivo en la reunión, siempre interrumpiendo o lo que sea, y luego agredió
físicamente a Adam después. Le pregunté a Ky y me dijo que no había tocado a
Adam.
Hago una pausa, intentando que mi voz sea lo más firme posible antes de
contarle a Jude la siguiente parte, la que realmente fue el catalizador de mi
ruptura con Adam.
—Ky también dijo que vio a Adam... con otra chica. Tenía sus manos sobre
ella y la estaba besando afuera.
—¿Me estás jodiendo? —Jude gruñe, con voz airada. Vuelvo a sacudir la
cabeza.
—Le pregunté a Adam y no lo negó. Dijo que se sentía solo, ¿qué
esperaba? Que es culpa mía por mudarme.
—Jesucristo, Thea. —Jude se levanta y camina delante de mí con las manos
en las caderas. Se tapa la boca con la palma de la mano y toma aire antes de
continuar—. ¿Es de verdad? ¿Quién demonios se cree que es? No tiene excusa
para enrollarse con otra. Lo juro por Dios, más le vale que esté agradecido de
que no estemos en el mismo código postal en este momento, porque se
encontraría como el mejor amigo de mi puño derecho.
—La violencia no lo resuelve todo, Jude —le reprendo en el mismo tono
que mamá usaría con nosotros. Aunque no me malinterpretes, agradezco que mi
hermano esté dispuesto a defender mi honor.
—¡Lo hace si ese cabrón está engañando a mi hermana! —Jude brama
antes de volver a sentarse en mi cama, con los hombros caídos.
—De todas formas, ahora ya no importa —continúo—, incluso yo sentía
que nos estábamos distanciando. Solo estaba siendo una tonta conmigo misma y
negándolo. Es lo mejor. Estamos mejor el uno sin el otro. Además, en el fondo de
mi corazón, no creo que pudiera seguir siendo cómodamente su novia, sabiendo
que está participando en hacer daño a la familia de uno de nuestros amigos.
—¿Eso es todo? —Jude pregunta y yo giro la cabeza para mirarlp, con los
ojos entrecerrados mientras intento descifrar lo que intenta decir.
—¿Qué quieres decir? —le pregunto.
—Esta cosa entre tú y Kyler. Puedes pensar que no me doy cuenta de nada,
pero veo cosas, Thea. Veo las miradas que se echan. La forma en que tus ojos lo
siguen cuando está en la misma habitación y viceversa. La tensión entre los dos
después de su pelea en el bar.
—Solo estaba ayudando con sus heridas, eso es todo —respondo
rápidamente, tratando de alejar a Jude de esta conversación. Kyler es su mejor
amigo, y sé que no piensa mal de él, pero de todos modos, no quiero que Jude
sepa el alcance de mis sentimientos hacia Ky. Todavía no. Está demasiado
reciente, tanto en relación con mi ruptura con Adam como con el inestable
terreno que estamos pisando Ky y yo. Es decir, si todavía hay algún terreno,
después de lo que presencié esta mañana. Si soy honesta conmigo misma, eso es
lo que está jugando un papel importante en por qué estoy molesta en este
momento.
Jude me mira fijamente durante un rato, sus ojos se mueven de un lado a
otro entre los míos, y sé que está tratando de buscar alguna señal oculta que le
diga que hay algo que le estoy ocultando. Al final, asiente y me pone la mano en
el brazo, dándome un apretón tranquilizador.
—Solo... ¿dime si se convierte en algo más? La vida de Kyler es
complicada, y tú te mereces cualquier cosa menos eso. Desafortunadamente, no
puedo ayudarte si lo mantienes en secreto.
—De acuerdo —le digo, preguntándome en qué momento debo decirle a
mi hermano que, en mi mente, ya se ha convertido en algo más. Y la
“complicación” de la que he sido testigo esta mañana ya ha formado una herida
en mi corazón.
dieciocho

L
a he cagado. Es la única forma de resumir cómo me siento ahora
mismo, y lo único que me va bien es el hockey. Todo —la mierda con
mi madre, mi hermana, Thea y la escuela— parece estar dando
vueltas por el desagüe. No sé si voy o vengo la mitad del tiempo. Uno de los
meseros de The Crease ha renunciado, lo que de alguna manera recae sobre mis
hombros, ya que soy la persona más “veterana” del local, al margen de
entrenamientos y partidos. Uno de los nuevos me pidió que cubriera un turno y,
cuando le dije que tenía un partido, me preguntó legítimamente si tenía que estar
allí. Claramente, no es un fan de NU porque si lo fuera, sabría que soy el máximo
anotador de la división tres en este momento y sí, NU me necesita allí. Retiro lo
dicho. No me necesitan allí porque nuestros segundos y terceros pueden hacer
el trabajo, pero me quieren allí, y a veces sienta muy bien que te quieran.
Aunque sea por un puñado de sudorosos jugadores de hockey. Me quieren
porque soy su compañero de equipo y por el talento que aporto al hielo. Nada
más. Ganar no recae sobre mis hombros, no con nuestra excepcional alineación.
Somos un equipo y ganamos como equipo.
Es viernes y esta noche tenemos partido en casa. Ganemos o perdamos, la
gente se congregará en nuestra casa. Aficionados y compañeros quieren
celebrar o llorar con nosotros. Es curioso, porque si los chicos del hockey están
en alguno de los restaurantes, los lugareños nos compran la cerveza y la cena.
Es como si estuviéramos haciendo la obra de Dios o algo así, cuando en realidad
lo único que hacemos es ganar. Aportamos orgullo a Northport, y eso no pasa
desapercibido.
Soy el primero en despertarme esta mañana. Hace frío en casa y las
escaleras crujen de viejas. Ajusto el termostato cuando llego a la planta principal
y espero a que se encienda la calefacción. Nuestra casa está en mal estado. El
casero no la cuida precisamente porque es la casa del hockey, así que las
reparaciones son mínimas. Lo llamamos si algo no funciona y puede que, si
tenemos suerte, aparezca a tiempo. Durante la temporada, la mención de las
entradas en el mostrador de atención al cliente suele hacer que venga antes.
Cuando el calor empieza a entrar por las rejillas de ventilación, me dirijo a la
cocina. Desde Acción de Gracias, paso más tiempo en casa. He intentado
encontrar la forma de hablar con Thea sobre lo que ha visto, pero es escueta
conmigo. Es un “hola” y un “chau” o me dice que hay un plato esperándome en
la nevera si llego temprano de un turno. Sinceramente, me sorprende que siga
cocinando para mí. Si yo fuera ella, ni me molestaría porque no valgo la pena.
Las noches que voy a pelear, no vuelvo a casa y suelo quedarme a dormir en el
bar, en la oficina en el catre o duermo en mi coche en la entrada de casa de mi
madre. Supongo que ser un solitario tiene sus ventajas.
Abro el grifo, dejo correr el agua un par de segundos antes de llenar la
jarra de cristal hasta la línea superior, y luego la vierto en la cafetera. A
continuación, añado un filtro nuevo, los granos de café y enciendo la cafetera
para que se prepare. Nunca entenderé por qué no ponemos esto en marcha por
la noche. Sé que todos tenemos horarios diferentes, pero la mayoría de nosotros
queremos café antes de empezar a comportarnos como seres humanos
civilizados.
El primer par de pasos son pesados y, cuando Nolan entra en la cocina, se
le iluminan los ojos. Me siento como si estuviera en medio de un anuncio de
Folgers y Peter acabara de llegar a casa por Navidad. Es muy pintoresco ver a
Nolan mirándome fijamente, con los pelos de punta y la bata roja desatada. Me
río entre dientes y le tiendo una taza mientras espero a que se prepare el café.
—Me preguntaba por qué no ponemos el temporizador en esta cosa por la
noche.
—Porque nunca nos acordaríamos y seguiríamos aquí al amanecer,
esperando una taza de Joe.
—Probablemente tengas razón —le digo. Detrás de nosotros se oyen más
pasos, seguidos de un gruñido—. Buenos días —dice Devon al entrar en la
cocina. Abre la nevera, resopla y la cierra—. Voy a desayunar a The Pit.
The Pit es un restaurante local para estudiantes cerca del campus. No es
realmente un poso, en el sentido de la palabra, sino un comedor de última
generación con televisores, sofás alineados contra las paredes, montones de
asientos y probablemente quince opciones diferentes. Tienen cocina
internacional, sándwiches, un bar de helados y lo que quieras. Incluso hay un
mostrador de “dominical” porque el fundador de Northport es británico y quiere
rendir homenaje a sus raíces. No me quejo porque me encanta un buen asado.
—Nos vemos —dice Nolan entre bostezos.
—¿Te trasnochaste?
—Sí, mensajeando.
—¿Cómo se llama? —le pregunto.
Se encoge de hombros.
La mayoría de nosotros pensamos que Nolan tiene una chica en casa, pero
él no lo dice. Nunca coquetea con nadie, a no ser que cuentes a Millie, y parecen
tener una relación más parecida a la de un hermano y una hermana. Él la fastidia
y ella lo tolera.
Cuando el café está listo, saco la cafetera y me sirvo una taza antes de
llenar la de Nolan. Los dos lo tomamos solo, pero a Thea le gusta ponerle crema.
Ahora mismo, hay unos cinco o seis sabores diferentes atascando el interior de
la puerta. De todo, desde especias de calabaza hasta menta y ponche de huevo.
Si hay un sabor, lo tenemos. Y los he probado. Son asquerosos. No me
malinterpreten, me gusta el pastel de calabaza y los caramelos de menta, pero
no en mi café, especialmente cuando ya ha sido tostado y sabe a algo —no estoy
seguro de qué es ese algo— pero tiene su propio sabor. No creo que necesite
ningún saborizante adicional, especialmente de vainilla francesa.
—Café —dice Thea al entrar en la cocina. Le doy una taza porque soy yo
quien está delante del armario y levanto la cafetera para servirle un poco. Está
en bata. Es gruesa, rosa y esponjosa, y me excita. Bueno, la bata no, pero la
persona que la lleva sí. Cada vez que intento hablar con ella, me hace saber que
no le interesa lo que tengo que decir. Thea siempre lleva consigo sus auriculares
con cancelación de ruido o recibe una llamada telefónica. Cualquier cosa para
evitar tener una conversación significativa. Aunque no la culpo. No le he dado
nada significativo desde que la conocí, excepto la noche que pasamos en mi
cama.
—Noche de juego —grita Jude cuando entra en la cocina. Está
completamente vestido y me pregunto si acaba de completar un paseo de la
vergüenza o si realmente está listo para empezar el día.
—¡Sí, lo es! —Choco los cinco con Jude—. El castillo va a caer.
—Skidmore no va a saber qué le golpeó —dice Nolan.
—Bueno, está claro que ustedes no —añade Thea. Los tres la miramos
confundidos. Da un sorbo a su café y tarda un buen rato en tragar—. Ya saben,
ya que ustedes no pueden golpearse y todo eso.
—Pshaw —escupe Jude—. Podemos golpear, pero no podemos pelear.
—Y pellizcamos —dice Nolan.
Le golpeo en el hombro.
—No cuentes nuestros secretos.
Los ojos de Thea se abren de par en par, hasta que los tres empezamos a
desternillarnos de risa.
—Eso ha sido mezquino. Sé que no pueden pellizcar a nadie porque llevan
guantes, así que ¿por qué has dicho eso?
—Porque eres una crédula —dice Jude. Se acerca a su hermana y le tira
de una mata de cabello que sobresale del moño.
—No lo soy —dice, pero en el fondo sabe que lo es. Podemos burlarnos
de ella y le parece bien. Jude y Nolan salen de la cocina y yo aprovecho para
quedarme cerca de Thea.
—Gracias por la cena de anoche. Con el estómago lleno pude quedarme
despierto y terminar mi trabajo.
—Eso está bien —dice. Atrás queda su dulce “de nada” y las notas que
solía dejarme.
Inhalo profundamente y vuelvo a intentarlo.
—¿Te gustaría venir conmigo al campus?
Thea abre el grifo y deja que su taza se llene de agua antes de vaciarla.
—Creo que estoy bien para caminar.
—Eso es una tontería. Los dos tenemos clase a las nueve, en el mismo
edificio. ¿Por qué caminarías?
Thea no dice nada. Me acerco más a ella. Nuestras caderas se tocan. Dejo
mi taza de café en el fregadero y, cuando su mano busca el grifo, pongo la mía
encima de la suya. No se aparta, al menos al principio. Lo que daría por volver a
tocarla, como la noche que pasó en mi cama. Si no hubiera tantos oídos
alrededor, siempre escuchando, soltaría todo lo que quiero decir, pero no
puedo. No puede saber cuánto lo siento hasta que me quede a solas con ella y ha
hecho todo lo posible para que eso no ocurra.
—Thea. —Su nombre, saliendo de mi boca, es suave y dulce—. Déjame
llevarte a la escuela.
No dice nada. Se da la vuelta y se marcha. No sé cuánto tiempo me quedo
en la cocina, pero es mucho después de que ella haya salido por la puerta
principal.

Soy el primero en el hielo. El reloj marca noventa minutos. Una hora y


media para el partido. Me quedo mirándolo hasta que empiezan a correr los
segundos. El otro equipo está en el vestuario de los visitantes preparándose para
enfrentarnos. No tienen nada que demostrar y nosotros tenemos todas las de
perder. Miro hacia arriba y cuento las veinte banderas que cuelgan de las vigas.
Solo hay dos años, en los últimos veintidós, en los que no hemos ganado el
campeonato de la conferencia. Este es el tiempo que NU ha sido una fuerza
prominente en el hockey masculino. En el otro extremo del estadio, donde están
las puertas del puesto de comida, ondean cuatro banderas de campeonatos
nacionales, junto con dos de nuestro equipo femenino. Los jugadores vienen aquí
a jugar para los mejores y a ser los mejores. No hay nada mediocre en nuestro
programa. Ganar es una expectativa que nos hemos impuesto a nosotros mismos.
Sale el resto de mi equipo. Patinamos un par de veces sobre el hielo y
luego nos dividimos en grupos para estirar o practicar movimientos. En el equipo
de sonido suena “Enter Sandman” de Metallica, y sonrío.
—Sabes que este es tu nuevo apodo, ¿verdad? —Jude grita hacia mí.
—Sí, lo he oído.
—Es porque está matando a todo el mundo en el hielo —suelta Marty.
Prefiero su definición al significado real de la canción. Después de cinco minutos,
cambiamos. Jude está en la portería y le disparamos. Nada demasiado agresivo
porque no queremos que se esfuerce antes de tiempo, pero lo suficiente para
que entre en calor. Cuando suena la bocina, abandonamos el hielo y volvemos a
los vestuarios para charlar durante veinte minutos. Repasamos la estrategia,
quién vigila a quién, qué jugadas vamos a hacer y el cambio de líneas. Cuando
nuestro entrenador nos da la señal, volvemos a salir.
Me quedo en la puerta que da a nuestro banquillo. Cuando se apagan las
luces y empieza la música, el equipo sale uno a uno. Choco los cinco con todos
al pasar, y soy el último en salir al hielo. Doy media vuelta y me alineo en la línea,
frente a la bandera estadounidense. Después de cantar el himno, se anuncian las
alineaciones y es hora de dejar caer el disco.
Antes de dirigirme al centro, me detengo junto a mi portero.
—Un tiempo a la vez —le digo a Jude.
—Un gol cada vez —responde.
Patino hacia el centro, doblando la cintura a la mitad. Cuando llego al
centro, miro fijamente a mi oponente. Sabe que soy el mejor y quiere ser yo. Esa
es mi mentalidad y él no puede cambiarla. Nadie puede.
El árbitro hace sonar su silbato. Me centro en el disco negro que tiene en
la mano. Mi palo está preparado, listo, y en el momento en que el disco toca el
hielo la hoja de mi palo lo dirige hacia Brad y mi hombro empuja al otro central
fuera de mi camino. Intenta agarrarme de la camiseta, pero mi brazo se balancea
por encima de sus manos y no tiene más remedio que soltarme.
—Suéltame, joder —le digo por las buenas. Ahora mismo, soy el enemigo
público número uno. Todos en este equipo y en todos los equipos contra los que
jugamos quieren acabar conmigo. Quieren el número uno para ellos solos, pero
de ninguna manera voy a dejar que lo tengan. Me juego demasiado esta
temporada.
Cuando se produce el cambio de fila, tomo asiento en el banco. El
encargado me da una botella llena de agua. Me la meto en la boca y miro por
casualidad a mi derecha. Thea está sentada allí, justo al lado del banco y en
primera fila. No voy a mentir, me encanta que le guste el hockey y me gustaría
encontrar la manera de hablar con ella sobre el fin de semana de Acción de
Gracias. Quizá tenga que recurrir a escribir notas a la vieja escuela, porque todos
los mensajes que le he enviado se han quedado sin respuesta. Esta mujer se hace
la difícil. Tacha eso —es difícil de olvidar—, y algo me dice que lo sabe.
Cuando el locutor nos dice que queda un minuto de juego, me invade el
alivio. Este partido es aburrido. Vamos ganando siete a cero, y yo he añadido un
hattrick a mi currículum, además de dos asistencias. Cuando llegamos a los cinco
minutos del tercer periodo, el entrenador me dice que descanse. También saca
a Jude para dar minutos al portero suplente.
—Buen partido —dice el entrenador mientras baja por la línea,
felicitándonos a todos—. Rose, realmente estás dando un espectáculo.
—Gracias —le digo. Jude me golpea el hombro.
—Con todo, Sandman.
Cuando suena el timbre, todos nos dirigimos al hielo y nos reunimos como
equipo. Después de hablar rápidamente, nos ponemos en fila, nos damos la
mano y nos dirigimos a los vestuarios. El entrenador no dice mucho, salvo que
nos recuerda que no nos pillen bebiendo o sirviendo alcohol a menores de edad.
Este es uno de mis grandes temores, lo que significa que no beberé nada esta
noche y que, después de hacer acto de presencia, probablemente me iré a la
cama porque no quiero participar en el consumo de alcohol de esta noche.
Cuando Jude y yo salimos de la arena, Thea está allí. Una parte de mí
desearía que me esperara, pero sé que está esperando a su hermano, como debe
ser.
—Vaya, han jugado genial.
—Gracias —dice Jude—. Oye, tengo que ir a la tienda, ¿puedes volver con
Kyler?
Sí, por favor.
—Oh, perfecto. Necesito ir a la tienda.
—Muy bien entonces —dice Jude—. Ky, ¿necesitas algo?
Sacudo la cabeza lentamente, sin apartar los ojos de Thea.
—No, estoy bien. Nos vemos en casa. —Estoy dispuesto a apostar que
Thea no necesita nada en la tienda. Simplemente no quiere estar sola en el coche
conmigo. Me quedo allí hasta que se pierden de vista y entonces arrastro mi
lamentable culo hasta mi coche. Tengo que encontrar la manera de arreglar las
cosas, si no por mi cordura, definitivamente por tranquilidad. No me gusta saber
que Thea está cabreada conmigo. La sensación es bastante incómoda.
diecinueve

—¿P
ueden poner el árbol en esta esquina? —les digo a
Devon y Jude mientras pasean un abeto de dos metros
por el salón. Estamos a mediados de diciembre y
Millie y yo hemos decidido que es hora de empezar a decorar la casa para las
fiestas. Dios sabe que esta casa necesita alegrarse, y si se lo dejo a los chicos, o
bien será un trabajo de última hora en Nochebuena, o no se hará en absoluto.
Recogimos el árbol esta mañana temprano y decidimos colocarlo en el centro de
la habitación para decorarlo fácilmente desde todos los lados antes de
trasladarlo a su lugar designado. Todos hemos reclamado una parte del árbol
para colgar adornos, incluida Millie, que es miembro honorario de la casa de
hockey. Se puede decir con seguridad que, aunque no combina, tiene un estilo
ecléctico.
—¿Aquí mismo? —me pregunta Devon desde debajo de las ramas de los
pinos verdes. Está tumbado en el suelo, asegurándose de que el árbol está bien
sujeto, y Jude lo sostiene. Yo estoy de pie en un taburete, preparada para poner
el adorno en la copa, y Nolan y Millie discuten sobre las luces y dónde debe ir
cada bombilla para que la iluminación sea uniforme. ¿Y Kyler? Está colocando
otro juego de luces en la repisa de la chimenea. No me sorprende que participe
en nuestro día de decoración. En los últimos días, ha estado más presente en la
casa, participando en las comidas y no escondiéndose en su habitación. Las
únicas veces que no está aquí es cuando está en peleas. Cree que no sé lo que
hace las noches que no viene a casa, pero no soy tonta. Es obvio por los
moratones del día anterior y las muecas que intenta ocultar cuando alguna de sus
heridas le da problemas. Desde Acción de Gracias, ha intentado hablar conmigo
un par de veces cuando estamos solos, pero siempre lo rechazo. Aún no estoy
preparada para recorrer ese camino y escuchar los sórdidos detalles de cómo lo
ha superado. No es que tenga nada que superar, lo nuestro terminó antes de
empezar. Difuminamos las líneas desde el principio, y sé que tengo que asumir
parte de la culpa por el desastroso impase que hay entre nosotros.
—De acuerdo, inténtalo ahora —vuelve a gritar Devon, y yo levanto la
mano y coloco el adorno, un gnomo navideño de aspecto feo que los chicos
insisten en que tenemos que usar, en el árbol. Al hacerlo, pierdo el equilibrio,
pero antes de que mi vida empiece a pasar ante mis ojos y me caiga hacia atrás,
dos fuertes brazos me agarran por la cintura y me mantienen firme. Miro y veo a
Ky detrás de mí sosteniéndome. Me mira fijamente a los ojos.
—Te tengo —dice en voz baja, y casi me río de sus palabras. Me tuvo
durante unos pocos días, pero luego compartió su cama con otra persona. Me
doy la vuelta y vuelvo a levantar la mano, que Ky no suelta hasta que he
equilibrado precariamente el adorno. Una vez hecho esto, me zafo rápidamente
de su agarre y salto del taburete declinando la mano que me ofrece. Todos nos
apartamos y admiramos nuestro trabajo.
—No está mal —comenta Jude, con los demás tarareando de acuerdo—.
No está nada mal.
—¿Y ahora qué? —pregunta Nolan mientras él, Ky y Devon ordenan las
piezas que hemos decidido no usar y las vuelven a meter en la caja.
—Ahora, haremos el sorteo del amigo secreto, y luego pueden irse —nos
informa Millie mientras saca una pequeña lata de su bolso—. Ya conocen las
reglas, el nombre que elijan es para quién van a comprar. No se discute con
nadie más, y no se le dice a nadie a quién has elegido. Si no, no es un secreto.
—¿Y si elegimos nuestro propio nombre? —pregunta Nolan. Millie pone
los ojos en blanco antes de responder.
—¡Pues lo devuelves y tomas otro, bobo! —le reprende un poco como si
tuviera que decir lo obvio—. ¿Quién quiere ir primero?
—Yo —responde Ky mientras damos vueltas. Millie le tiende la lata y él
saca un pequeño papel doblado que despliega. Al leer el nombre escrito en él,
frunce ligeramente el ceño, lo vuelve a doblar y se lo guarda en el bolsillo. Nolan
y Jude son los siguientes, y luego me toca a mí. Solo hay tres papelitos en la lata,
saco uno y lo abro. El papelito tiene el nombre de Kyler porque, por supuesto
que sí. Por supuesto, elijo su nombre porque el universo intenta castigarme.
Manteniendo una expresión lo más neutra posible, lo doblo y lo meto en el
bolsillo trasero de mis jeans, preguntándome si las normas del amigo secreto me
permiten cambiarlo por otra persona. Sin embargo, Mille se toma estas cosas
muy en serio, así que sé que no merece la pena que se enfade preguntando.
Después de que Devon elija, Millie recoge el papel restante y vuelve a guardar
la lata en su bolsa.
—Bueno, eso fue fácil. Haremos el intercambio y abriremos nuestros
regalos antes de irnos todos a casa de vacaciones. Hasta entonces, nada de
discutir con nadie.
Todos estamos de acuerdo con sus normas y volvemos a decorar el resto
de la casa durante las próximas horas.

Esa misma noche estoy en mi habitación, trabajando en un simulacro de


examen, cuando llaman a mi puerta. Al levantar la vista, veo a Kyler en la puerta
abierta. Ha elegido bien el momento, porque sabe que no puedo esconderme en
mi habitación, a no ser que me encierre en el baño o que salga corriendo
escaleras abajo.
—¿Puedo pasar? —pregunta en voz baja. Hago una pausa de uno o dos
segundos antes de asentir, dándole mi consentimiento para entrar en el único
santuario privado que tengo. Se levanta torpemente, se agarra la nuca con la
mano y mira a su alrededor antes de volver a posar sus ojos en los míos. La
tensión entre nosotros es palpable, y sé que él la siente tanto como yo. Eso hace
que el silencio sea aún más incómodo.
—Así que... —continúa cuando queda claro que no voy a iniciar la
conversación. Ha venido a verme. Tiene que decir lo que tenga que decir—.
Elegí a Millie para el amigo secreto y no tengo ni idea de qué regalarle. Así que
me preguntaba si podrías ayudarme. ¿Darme algunas ideas o algo?
Sin levantar la vista del periódico, resoplo un poco antes de responder.
—¿No recibiste el memorándum sobre las reglas del amigo secreto? Se
supone que no debes hablar de ello con nadie.
—Suena como el Club de la Pelea.
Esta vez levanto la vista bruscamente y le miro a los ojos.
—Tú sabrás.
Kyler suspira y sacude ligeramente la cabeza.
—Supongo que me lo merecía. —Hace una pausa, esperando una
respuesta. Cuando no le ofrezco ninguna, continúa—. Mira, Thea, por favor,
podemos hablar de lo que viste en Acción de Gracias.
Recojo todos los papeles de la cama y los vuelvo a poner en mi carpeta.
Está claro que hoy no voy a estudiar más, no cuando Kyler está a punto de hablar
del elefante que está haciendo acto de presencia en la habitación.
—No hay nada de qué hablar. Me fui a casa y tú hiciste lo tuyo. No me
debes una explicación.
—Pero sí, porque es obvio que estás enfadada conmigo. —Ky toma asiento
en mi piso, apoyando su espalda contra la pared opuesta a mi cama. Agradezco
que haya puesto una distancia segura entre nosotros. No creo que pudiera
mantener mi determinación si él estuviera más cerca. Él y yo somos una mala
idea. No funcionaremos. Es mejor que me diga que ha encontrado a alguien, y
puedo seguir adelante con lo que sea que haya entre nosotros.
—No pasó nada —continúa—, con esa mujer, lo juro. Quiero decir, sí, ella
pasó la noche, pero yo estaba tan borracho. Estoy bastante seguro de que me
quedé dormido en cuanto llegué a la cama. Pero no tuvimos sexo.
—Pero querías —argumento—. ¿Por qué si no la ibas a traer a casa?
—¡Porque estaba tan enfadado contigo, Thea! —Sus palabras calan hondo,
como astillas de cristal afilado presionando mi piel. Respira hondo mientras
continúa—. Vi las fotos que Jude colgó en sus redes sociales. ¿Las de la cena de
Acción de Gracias? Adam y tú parecían muy cómodos sentados juntos con su
brazo alrededor de ti, y no pude soportarlo. Después de nuestra noche juntos y
lo que te dije, no podía entender cómo podías estar con él como si nada hubiera
pasado. Me mataba saber que tú y él estaban juntos, y yo aquí echándote de
menos como un loco. Así que reaccioné. Fui a The Crease y me emborraché. Y
en poco tiempo, me encontré hablando con esta chica. Ella estaba en el mismo
barco que yo, ya que acababa de descubrir que su marido se estaba follando a
su hermana a sus espaldas. O tal vez no es el mismo barco, porque yo no estoy
follando a nadie, pero aun así. Compartimos nuestras historias y, como estaba
tan borracho, me ayudó a llegar a casa. Era tarde, fui un anfitrión de mierda, y
ella se aseguró de que estuviera bien y no muriera ahogado en mi propio vómito.
Kyler hace una pausa mientras recupera el aliento después de su
monólogo, frotándose las manos por la cara mientras intento procesar toda la
información que acaba de descargar.
—Lo que viste fue a ella saliendo de mi habitación después de dormir en
el suelo. Sí, soy un mierda y me dormí en la cama. Por eso su ropa estaba toda
arrugada. ¿Y yo cambiándome de camisa? La que me puse para dormir tenía
baba y tal vez un poco de vómito. No estoy orgulloso de mí mismo, Thea, pero
eso es todo, lo juro. Cuando te vi allí, mi corazón se rompió en mil pedazos. Sabía
que te había decepcionado. Podía verlo en tus ojos. ¿Pero qué podía hacer? Jude
estaba justo ahí, y no podría haber corrido tras de ti sin que él adivinara que algo
estaba pasando. Así que, tomé la opción cobarde y le mostré la salida a mi
invitada. Lamento mucho mis acciones de esa noche. Siento que vieras lo que
viste. Pero no lamento haberme enojado y reaccionado. No lo estoy, Thea.
Esta vez me toca a mí respirar hondo, ponerme los pantalones de chica
grande y confesarme con Kyler. No he sido precisamente muy comunicativa
sobre mi estado sentimental actual, y puedo entender que ver lo que vio le
disgustara, sobre todo porque fue él quien me contó la infidelidad de Adam.
—Adam y yo hemos roto —confieso, empezando con la bomba que sé que
no se esperaba. Por su reacción, sé que tengo razón. Levanta la cabeza
rápidamente al oír mis palabras.
»Probablemente unas horas después de que se hicieran esas fotos, en
realidad —continúo—. Lo que viste fue a mí, poniendo cara de valiente para
nuestras fotos anuales de Acción de Gracias. Debería haberme dado cuenta de
que Jude las subiría. Lo hace todos los años. Después de cenar, Adam y yo
hablamos. Le pregunté por el desarrollo y el lío con su colega, y no lo negó. Te
ahorraré los detalles, pero resumiendo, terminé nuestra relación. Volvimos a
casa temprano porque quería hablar contigo sin los demás alrededor. Quería
contarte lo que había pasado. Así que, cuando vi tu puerta abierta...
Kyler se sienta y me tiende la mano, pero no la tomo. Aún no estoy
preparada para acortar distancias, no hasta que los dos hayamos dicho lo que
teníamos que decir.
—Cuando vi que se abría tu puerta y salían los dos, supongo que todo me
abrumó. Sé que no tengo derecho a estar enfadada, pero verte con esa rubia...
Me hizo darme cuenta de que sea lo que sea lo que hay entre nosotros, es
complicado. Ya tienes suficientes complicaciones en tu vida, Ky. Siento haber
añadido más.
—No eres una complicación, Thea. Eres lo único en mi vida que no es
complicado. —Ky me tranquiliza, esta vez levantándose de su sitio en el suelo y
caminando hacia mí. Cuando está cerca, se agacha para quedar a la altura de mis
ojos y toma mi mano entre las suyas. En cuanto hace contacto, la carga eléctrica
entre nosotros vuelve con fuerza y acojo con los brazos abiertos la sensación de
estar al borde de la ignición.
—¿Amigos? —pregunta, con esperanza en la voz.
Asiento una vez y respondo:
—Amigos.
Permanecemos un rato tomados de la mano, y me invade un momento de
paz al disiparse la tensión de los últimos días. Una vez pasado el momento, me
dirijo a su pregunta inicial, la que utilizó para entrar en mi habitación.
—Entonces, ¿el regalo de Millie? Le gustan los cristales. ¿De esos que te
calman? Ella jura que funcionan. Le compraría algo parecido si fuera tú. Eso o
aceites de aromaterapia.
Kyler asiente mientras me suelta la mano y se levanta, e inmediatamente
lamento la pérdida de nuestra conexión.
—Cristales y aceites. Okey, suena bastante fácil —dice.
—Y ni hablar de que yo te ayude. Recuerda las reglas del amigo secreto
—le recuerdo. Se dirige hacia mi puerta y se da la vuelta antes de salir.
—Mis labios están sellados —dice, haciendo la mímica de juntar sus
labios—. Me alegro de que seamos amigos, Thea.
—Yo también me alegro, Ky.
Kyler deja la puerta abierta al salir de mi habitación, y el significado no
pasa desapercibido para mí, ya que mi corazón también vuelve a abrirse a él.
veinte

E
s el último día de clases hasta las vacaciones de invierno. Todos se
irán a casa, dormirán durante días, comerán toneladas de comida y
lo celebrarán con sus amigos. En momentos como éste es cuando
desearía ir a la escuela lejos de mi familia, porque así tendría algo que esperar,
aunque solo fuera por unos días. El equipo de hockey tiene un par de días libres,
y luego volvemos al hielo para un torneo de vacaciones. Normalmente, no me
importa estar solo durante el descanso, pero este año es diferente. Me gusta
tener a Thea y a Millie cerca, y aunque los chicos volverán al día siguiente de
Navidad, no será lo mismo sin las chicas. Millie es como una hermana pequeña
molesta a la que no te importa tener cerca, mientras que Thea es la fruta
prohibida a la que quieres hincarle el diente. La quiero, pero no puedo tenerla,
y probablemente sea lo mejor.
Antes de que todos se vayan esta noche, la casa celebra la Navidad. Fue
idea de Millie. Dijo que no sería divertido si no nos vemos abrir nuestros regalos.
Estoy de acuerdo con ella. Estoy muy orgulloso de lo que le compré y me
gustaría verla abrir su regalo delante de mí. Además, voy a saber quién es mi
amigo secreto en cuanto deje su regalo bajo el árbol, y si alguien piensa que
estoy esperando a Navidad, está loco. Para mí, es un día más, y aparte de un
dibujo o un collar de macarrones de Lacey, este será mi único regalo. Es más, si
uno de los chicos sacó mi nombre, sin duda me regalará algo relacionado con el
porno, no algo que quiera abrir delante de mi madre o mi sobrina.
Hoy soy el primero en llegar a casa y decido poner música navideña,
encender las luces del árbol y limpiar un poco la casa y, por primera vez en mi
vida, enciendo una vela para que la casa huela a galletas. La compré en el centro
comercial el otro día después de que Lacey me dijera que olía a galleta.
Efectivamente, después de pasarme el día en la cocina, haciendo los deberes
mientras Thea horneaba, solo para poder estar cerca de ella, era un expositor
ambulante del aroma. Echo un vistazo al salón y me siento bien con esta pequeña
celebración. Todos los regalos están bajo el árbol y estoy muy emocionado. Es
mi primer intercambio y creo que va a ser muy divertido.
La puerta se abre y la casa se llena de risas. Thea y Millie están en casa.
Entran en la sala y se paran junto al árbol.
—Vaya, todo se ve muy bien aquí y huele fabuloso. ¿Estás horneando? —
me pregunta Thea.
Quiero doblarme de la risa porque yo, ¿horneando? Quiero decir,
probablemente podría preparar algo, pero seamos sinceros, aparte de la cena
de Acción de Gracias, lo único que puedo hacer y que no se me queme es un
sándwich. Pierdo el hilo cuando hago macarrones con queso, y si no pongo el
temporizador, los fideos se pegan a la sartén.
—No, compré una vela el otro día. Huele muy bien, ¿eh?
—Huele increíble —dice Millie mientras camina hacia él—. Voy a tener
que acordarme de esta marca porque el aroma da en el clavo.
Sonrío de orgullo. ¿Quién me iba a decir que podía elegir la vela adecuada
para la ocasión? Mientras las chicas siguen alborotando, Jude, Nolan y Devon
llegan a casa. Devon anuncia que tiene que cagar y sube las escaleras. Jude le
grita por grosero y Nolan entra en el salón y se pone al lado de Millie. No termino
de entender qué les pasa, pero hay algo. No es que sea asunto mío, pero si Nolan
se cree muy astuto, debería saber que nunca sería un buen espía.
—Bueno, las galletas están en el horno. Estarán hechas en diez minutos.
Empezaremos entonces —nos dice Thea. Me quedo donde estoy, esperando que
Millie y Nolan se lleven su no-fiesta amorosa a otra habitación para poder estar a
solas con Thea, aunque no pase nada. El mero hecho de estar en su presencia me
tranquiliza. Pero no, los “no” tortolitos se quedan donde están y Thea se une a
ellos, dejándome solo. Resulta incómodo estar de pie sin hacer nada, así que me
ofrezco voluntario para preparar a cualquiera mi famoso chocolate caliente, la
única otra cosa que no puedo quemar.
—No, gracias —dice Nolan, al igual que Millie.
—Tomaré una taza —dice Thea. Asiento y me dirijo a la cocina, solo para
encontrarla pisándome los talones. La miro por encima del hombro—. Mis
galletas están casi listas.
—Oh, claro.
Thea y yo en la cocina es una cosa, pero si nos pones a Thea y a mí en la
cocina, trabajando uno al lado del otro, la cosa cambia. Chocamos los brazos,
nos deslizamos de lado, compartimos un guante de cocina y, cuando necesito
algo por encima de su cabeza, ella se da la vuelta y choca contra mi pecho.
—Lo lamento —dice en voz baja.
—No tienes nada que lamentar.
—Listo, vamos a abrir los regalos —grita Devon antes de que se oiga un
fuerte golpe.
—Cristo —digo.
—¿Cuántos pasos crees que saltó? —pregunta Thea.
—Por lo menos cinco. Tiene suerte de no romperse algo.
—Chicos —dice Thea y luego suspira. Tiene razón. Somos tan tontos como
una caja de piedras.
Thea lleva su plato de galletas calientes, y yo la sigo detrás con cuatro
tazas en la mano. Nunca obtuve respuesta de Jude y, con Devon ocupado en sus
asuntos, pensé en hacer dos extras y, si las quieren, que se las queden.
Cuando llegamos al salón, Millie nos indica que nos sentemos en el suelo.
No es lo ideal, pero los muebles no nos permiten reunirnos cómodamente
alrededor del árbol. Me encanta el castigo y elijo sentarme junto a Thea. Quiero
todo lo que pueda de ella antes de que se vaya a casa. Una parte de mí teme que
vuelva a conectar con Adam. Lamentablemente, para mí, no hay nada que pueda
hacer al respecto. Por lo que sé, están hablando y arreglando su relación.
Tendría sentido porque han estado juntos tanto tiempo. Egoístamente, quiero
que esté conmigo, aunque soy la última distracción que necesita en su vida. Así
que suspiraré por ella desde lejos y apreciaré momentos como este cuando esté
sentada a mi lado.
Millie nos dice que cada uno elegirá un regalo y se lo entregará a quien
corresponda. No sé por qué no elegimos los que hemos envuelto, pero da igual.
Es su evento, así que puede hacerlo como quiera.
Devon se sienta a mi lado y recoge el paquete que puse bajo el árbol para
Millie. Lee la etiqueta:
—Para Millie. —Se lo entrega.
Abre el envoltorio y se detiene al llegar a otro papel. Esta vez dice:
—Feliz Navidad, Millie. Me alegro mucho de que ahora seas parte de la
casa. De tu amigo secreto, Kyler.
—Tu etiqueta de regalo ha sido un detalle muy bonito —me dice Thea en
voz baja.
—Oooh, Kyler. Vas a hacer latir mi corazón muerto —dice Millie.
—Me detendré —digo y levanto la mano—. No me gustaría ser
responsable de algo así. —Todos se ríen. Millie no tiene corazón. Ha sido la
mejor amiga de Thea desde que se conocieron.
—Kyler, oh Dios. —Millie sostiene la caja de terciopelo negro que
encontré en una tienda de segunda mano para que todos la vean.
—Ábrela —le digo.
Lo hace y jadea. Dentro, entre el terciopelo, hay cristales curativos.
Aprendí más sobre sus poderes de lo que jamás hubiera imaginado. Por
supuesto, fui estúpido al pensar que podía entrar, llenar la caja de cristales y
seguir mi camino. Pues no. Hay que tener cuidado y no mezclarlos con los
equivocados, así que puede pasar cualquier cosa.
—No sé qué decir, Kyler. Este es el regalo más considerado. Muchas
gracias.
—De nada, Millie.
Me toca elegir un regalo. Recojo la caja que tengo más cerca y leo la
etiqueta.
—Para Nolan, de Devon. —Se la entrego.
—Buen trabajo de envoltura, Devon.
—Me quedé sin tiempo —dice encogiéndose de hombros.
Nolan rasga el periódico y revela una camiseta que dice:
—Si me jodes, te joderé.
—Qué elegante —dice Jude.
—Necesito una —añado y choco los cinco con Devon.
—Todo el equipo lo hace —dice Devon.
—Chicos —murmura Millie—. Okey, Thea, tú eliges.
Thea se inclina hacia delante. Me veo obligado a sentarme sobre mi mano
porque quiero tocarle el trasero. Agarra un regalo y vuelve a sentarse.
—Esto es para Kyler, de mi parte —dice mientras coloca el paquete en mi
regazo.
Mi respuesta automática es decirle que no tenía por qué hacerlo, pero sí
tenía que. Es parte del juego. Abro el envoltorio verde y encuentro un pantalón
de chándal gris y otro regalo. Si su hermano y los demás no estuvieran en la
habitación, le preguntaría si quiere que me los ponga para ella. En lugar de eso,
abro el otro paquete y cae en mi regazo una pulsera de cuero negro.
—Es increíble —le digo—. Gracias.
—Toma, deja que te ayude a ponértelo. —Me lo quita de la mano, y en
cuanto toca mi piel con ella, nuestros ojos se encuentran. Es imposible que no
haya sentido lo mismo que yo. Nuestras miradas se entrecruzan mucho después
de que ella cierre el broche—. Se ve bonito —dice, rompiendo el trance.
—Sí, así es. Gracias de nuevo.
—De nada.
A partir de ese momento, ignoro quién ha recibido qué porque estoy
concentrado en todo lo que hace Thea, desde la forma en que se ríe cuando abre
su regalo de Nolan, que es una gofrera, se pasa el cabello por detrás de la oreja
y me mira despreocupadamente, dedicándome una suave sonrisa.
El ambiente se vuelve sombrío después de abrir todos los regalos, beber
el chocolate caliente y comer las galletas. Nunca pensé que sentiría esto por mis
compañeros de piso, pero la presencia de Thea me ha hecho ver las cosas de
otra manera. Ya no son solo personas con las que comparto casa o con las que
juego en un equipo. Se están convirtiendo en una familia, más de lo que lo es la
mía, y puedo sentir cómo los muros que he levantado cuidadosamente a mi
alrededor se derrumban poco a poco.
Suceden los abrazos y las despedidas. Jude, Nolan y Devon volverán al día
siguiente de Navidad, pero las chicas estarán fuera hasta Nochevieja, cuando
Saul ha prometido dar la mayor fiesta que Northport haya visto jamás. Ya lo
veremos.

Soy el último en salir patinando del hielo tras nuestra victoria. No puedo
explicarlo. Es como si necesitara ver al otro equipo abandonar el hielo antes que
yo. Cuando llego a los vestuarios, todo el mundo aplaude. Están celebrando
nuestra victoria en el torneo. Es cierto que solo han sido dos partidos, pero
hemos vuelto a ganar. Digo otra vez porque hemos ganado este torneo de
vacaciones veinte años seguidos. Algunos equipos nos atacan diciendo que
elegimos al rival más débil. Pero no es así. Los equipos piden venir aquí porque
jugar contra el mejor te hace mejor. Es sentido común. Si quieres que tu equipo
sea el mejor, juega contra el mejor. Jugar contra equipos más débiles para
asegurarse una victoria es una mentalidad débil. Lamentablemente, muchos
entrenadores de categorías inferiores piensan así. Si algún día me convierto en
entrenador, no haré otra cosa que lo mejor para mis muchachos. Cuando
participemos en torneos, siempre buscaremos la grandeza y jugaremos contra
cualquier equipo de alto nivel que quiera darnos un partido. Es la única manera
de que los atletas mejoren.
—Gran partido, Rose —dice el entrenador mientras me da unas
palmaditas en la espalda. He añadido otro triplete a mi lista de logros, lo cual me
alegra. Los reclutadores de la NHL están empezando a interesarse por mí, y ya
he recibido un par de llamadas. Pero todavía no necesito un agente. Cuando
llegue el momento, el entrenador y yo nos sentaremos y discutiremos todas las
opciones. Sin embargo, confío en que uno o dos equipos se interesen por mí en
este nuevo año.
Después de ducharme, vestirme y recoger todo mi equipo, salgo a la calle.
Hace frío, unos cinco grados, y siento un escalofrío. Oigo gritar mi nombre desde
algún lugar en la oscuridad y, tras unos pasos más, encuentro a mi madre allí de
pie.
—Mamá. —No nos hemos visto desde Nochebuena. Fui a su casa, como
había planeado, solo para encontrar un nuevo novio durmiendo allí. Estaba
borracho y actuaba como si fuera el dueño. Se habían conocido una semana antes
y mi madre juraba que era un buen tipo, pero por lo que vi, no era más que otro
aprovechado. Recogí a Lacey, sus regalos y llamé a mi hermana para decirle que
tenía a su hija y que viniera a mi casa después del trabajo. No iba a permitir que
mi sobrina viera su Navidad arruinada por mi madre.
—No me has devuelto las llamadas.
—No tengo nada que decir.
—Kyler...
Levanto la mano.
—Escucha, he hecho todo lo que he podido para ayudarte. Te doy dinero,
pago tus facturas y me preocupo por dónde vas a vivir cuando por fin se concrete
la venta del terreno. Estoy al límite, mamá.
—Es que no lo entiendes.
—Entonces, ¿me lo explicas? Explícamelo, por favor. Dime por qué un
delincuente sin trabajo es mejor que tus hijos o tu nieta. Dime por qué no puedes
salir de esta depresión. Dime por qué no puedes mantener un trabajo. ¿Qué
pasa?
—Tu padre… —Hace una pausa. Tengo la sensación de que no sabe qué
decir porque lo ha utilizado como excusa durante demasiado tiempo. Sacude la
cabeza. En vez de eso, dice—: Me has arruinado la navidad.
Asiento y me muerdo el interior de la mejilla. Hay tantos pensamientos
rondando por mi cabeza en este momento, como por ejemplo cómo arruinó mi
infancia y cómo está haciendo todo lo posible para arruinar mi vida. Debería
sentirme el rey del hockey, pero me preocupa de dónde sacará dinero mi madre
para comprar comida. Oh, ya sé. Tomaré otra pelea y veré cuántas costillas
puedo romper, solo por ella.
En lugar de contestarle, suspiro y paso a su lado. Realmente no hay nada
que decirle ahora que no me haga arrepentirme de mis palabras más tarde.
—¡Kyler!
—¿Qué? —pregunto mientras me doy la vuelta—. ¿Qué necesitas de mí?
Cuando no dice nada, lo digo por ella.
»¿Dinero? ¿Por eso estás aquí?
Asiente, y tardo un minuto en darme cuenta de que esto nunca va a acabar
con ella, sobre todo si llego a la NHL. Doy media vuelta y me dirijo a casa. Si
tengo suerte, ella no me seguirá, pero todos sabemos que ahora mismo soy la
persona con menos suerte del mundo.
De vez en cuando, miro detrás de mí. No está. Eso no significa que no vaya
a aparecer y, por una vez, doy gracias por no estar en casa. No había planeado
ir a casa de Saul, pero ahora es el único lugar donde quiero estar.
La casa de Saul en Nochevieja es todo lo que necesito que sea. Consiguió
pinchar el barril sin mi ayuda y me dijo que solo había cerveza, así que no hacía
falta camarero. Saul me está haciendo un hombre muy feliz esta noche.
Con mi vaso de plástico lleno, compruebo la escena. Los equipos de
hockey masculino y femenino están aquí, así como los dos equipos de
baloncesto. Son los dos deportes de invierno que juegan durante las vacaciones,
y hay unos cuantos no deportistas aquí, lo cual es agradable de ver. Saul y los
otros chicos que viven aquí tienen un sistema de sonido excelente, y la música
suena por toda la casa. Fuera tienen un barril de leña que desprende calor
suficiente para que no te congeles si te aventuras a salir.
En eso estoy, disfrutando de mi cerveza, la música atronadora y el fuego
cuando Thea aparece. Tarda un minuto en verme, pero cuando lo hace, su sonrisa
resplandece. Joder, es preciosa.
—Hola —me dice mientras se sienta a mi lado.
—Hola, tú. ¿Acabas de volver?
—No, estaba en el partido.
—¿En serio? —Esto me toma por sorpresa porque normalmente la veo
sentada junto al banco.
—Sí. Felicidades por el triplete.
Inclino la cabeza.
—Gracias. ¿Dónde está Millie?
—Con Nolan.
—¿Qué les pasa? —pregunto, aunque no es asunto mío.
Thea niega con la cabeza.
—Ni idea. Pregunto y Millie se estremece al pensar en él. No lo entiendo.
Realmente extraño.
—¿Qué estás bebiendo? —le pregunto.
—Cerveza. No es mi favorita, pero nada de licor.
Esto me gusta.
—¿Quieres que vaya a casa y te prepare algo diferente?
Thea mira en su vaso y luego sacude la cabeza.
—Estaré bien. Probablemente sea mejor que no me emborrache.
Nunca dejaré que te pase nada. Ojalá pudiera decirle esto.
—¿Cómo estuvo la Navidad?
—Estuvo bien.
Agradezco que no pregunte por la mía.
—¿Puedo preguntarte algo personal?
—Por supuesto.
—¿Volviste con Adam?
Thea abre mucho los ojos.
—Claro que no. No tengo nada que decirle. Es triste, de verdad, después
de tantos años. —Se encoge de hombros y bebe un trago—. Pensé que estaría
triste, pero no lo estoy. Ni siquiera lo echo de menos. Limpié mi habitación
cuando estaba en casa, guardé todos los recuerdos. Nunca derramé una lágrima
en todo el tiempo. Creo que, en algún momento, a Adam y a mí nos importaba
más nuestra popularidad que cualquier otra cosa. —Thea sacude su vaso: está
vacía—. Voy por otra.
Me paro.
—Iré contigo. —Vierto lo que queda de mi cerveza en la hierba y sigo a
Thea al interior. En el tiempo que llevo fuera, ha llegado más gente. Me cuesta
moverme y aprovecho para poner la mano en la cintura de Thea y mantenerla
cerca de mí. Nos dirigimos al barril y tenemos que hacer cola. Por eso odio las
fiestas.
—Creo que esperaré y me iré a bailar —dice mientras se aleja. Le sujeto
la mano y tiro de ella hacia mí.
—Iré contigo.
—¿Vas a bailar conmigo? —pregunta Thea con una sonrisa coqueta.
No. Asiento.
Thea no me suelta la mano y tira de mí hacia el salón, que ahora se ha
convertido en una pista de baile. Gira y me aprieta la espalda. Mi brazo cae sobre
su pecho, entre sus pechos. A la mierda mi vida. Mueve las caderas contra las
mías, apretándose contra mí. Miro a mi alrededor en busca de su hermano, pero
hay tanta gente que no lo veo.
Seguimos moviéndonos así, con nuestros cuerpos juntos y nuestras manos
tocando donde no deben. Para cualquiera que nos vea, parecemos una pareja.
Parecemos dos personas que rezuman química sexual. Para Thea y para mí,
somos dos personas que no deberían estar haciendo esto. Sin embargo, aquí
estamos. No sé qué me pasa —quizá el hecho de que ya no puedo soportar estar
tan cerca de ella—, pero me inclino y le beso el cuello. Le pellizco la piel y le
chupo el lóbulo de la oreja. Ella responde arqueando la espalda y poniéndome
una mano en el cuello, y utiliza la otra para cubrir mi mano y llevarla a su pecho.
La mantiene ahí y, lo juro, gime.
Permanecemos así durante cinco o seis canciones hasta que ella declara
que tiene sed. Con su mano en la mía, nos entrelazo entre la multitud, ignorando
a cualquiera que quiera hablar conmigo. La cola para el barril no es larga y,
cuando tengo los dos vasos llenos de cerveza, le doy uno a ella. Se lo bebe y me
lo devuelve. He visto a chicas vaciar cerveza de un trago antes, pero no a Thea.
Hago lo que me pide y se la vuelvo a llenar, pero la sujeto y le hago señas para
que esta vez se dirija a la puerta de atrás.
—Necesito aire fresco —le digo.
—Yo también necesito algunas cosas —dice. La miro interrogante.
—Dime.
—Bueno, para empezar, necesito que te emborraches.
Me río.
—¿Y eso por qué?
Thea saca el móvil del bolsillo y me mira.
—Porque dentro de dos minutos será medianoche y tengo muchas ganas
de que me des un beso de Año Nuevo.
Esta es mi oportunidad de ser tan abierto y honesto con ella como pueda.
—No necesito estar borracho para besarte, Thea.
—En unos noventa segundos, voy a necesitar que me lo demuestres. —
Thea se acerca a mí y me pone la mano en la espalda. Da un sorbo a su cerveza
y deja el vaso en el suelo. Yo hago lo mismo. Si voy a besarla, quiero tener las
dos manos libres.
Desde dentro de la casa, empieza la cuenta regresiva. Doy un paso
adelante, sin dejar espacio entre nosotros. Mi mano acaricia su mejilla y mi
pulgar roza su labio inferior. Cuando la cuenta llega a cinco, me inclino hacia
ella.
—Tres, dos… —Al uno, mis labios se pegan a los suyos. Thea abre la boca,
invitándome a entrar. Está hambrienta y quiere lo que yo pueda darle. Cuando
nuestras lenguas se encuentran, es como si estallara una explosión. Todo a mi
alrededor se intensifica y la sensación me hace apartarme.
—Feliz Año Nuevo, Thea.
—Llévame a casa, Ky.
No son las palabras que esperaba oír de ella, pero las escucho. Asiento, la
tomo de la mano y nos encaminamos hacia nuestra casa.
veintiuno

K
yler me conduce a través del jardín y sale por la puerta lateral de la
casa de Saul. Todavía estoy un poco conmocionada por haber tenido
el valor de dar el primer paso. No, tacha eso, no estoy en shock. Es
el siglo XXI, y los tiempos han cambiado. No hay nada malo en dar el primer
paso, seas quien seas. Si ves algo que quieres, debes hacer todo lo posible para
conseguirlo. Y yo quiero a Kyler. Desde nuestro beso antes de Acción de Gracias
y mi ruptura con Adam, ha estado en mi mente veinticuatro horas al día. Así que,
con un poco de coraje líquido, dejé claras mis intenciones. Hace cuatro años,
nunca habría soñado con hacer algo así. Mi yo de quince años me da palmaditas
en la espalda a mi yo de diecinueve.
Kyler camina hacia nuestra casa con urgencia, y una nerviosa expectación
me recorre. Nuestro beso al filo de la medianoche fue solo la punta del iceberg.
Llevamos demasiado tiempo caminando de puntillas el uno alrededor del otro.
Las miradas a través de la cocina y el anhelo de gravitar el uno hacia el otro han
contribuido a la tensión sexual entre nosotros. Es una carga eléctrica que
chisporrotea con ganas de hacer saltar chispas. Una necesidad dolorosa me
recorre el pecho y se apodera lentamente de mi cuerpo, una necesidad que solo
puede satisfacer su contacto. Es la sensación de no tener el control, pero tampoco
de tener miedo, porque quiero perder el control con él. Quiero que caigamos
juntos en caída libre hacia lo que decidamos que queremos ser. Kyler me ha
dicho antes que no necesita estar borracho para besarme, así que sé que mis
sentimientos son recíprocos. Este conocimiento solo aumenta la anticipación de
lo que está por venir... de lo que ocurrirá en cuanto nos encontremos solos en la
casa que compartimos.
Tardamos muy poco en llegar de la casa de Saul a la nuestra, y el corazón
se me sale del pecho cuando Ky abre la puerta y me deja pasar primero. Me paro
en el pasillo a oscuras, con los sentidos en alerta cuando la puerta se cierra con
un suave clic. Sé que no la cerrará porque los demás aún están en la fiesta, pero
ninguno de los dos se mueve a una de las habitaciones. Nos quedamos allí, con
la respiración agitada. Unos segundos parecen toda una vida en este pequeño
espacio cerrado. Estoy a punto de decir algo para romper el hechizo en el que
ambos parecemos estar inmersos cuando siento que se acerca. Su mano se posa
en mi cintura y la otra en mi cuello mientras me hace retroceder hasta que siento
la pared detrás de mí. No intercambiamos palabras ni nos reconocemos hasta
que siento sus labios presionando los míos. Son tentativos durante un segundo,
hasta que la urgencia se apodera de mí.
La boca de Kyler roza la mía antes de que su lengua busque la entrada, y
yo se la doy de buena gana. Llevo mucho tiempo pensando en este momento,
preguntándome si sería una repetición de nuestro primer beso. Mientras que
aquel fue un asalto, una lucha por el dominio, este no lo es. Es una efusión de
sentimientos no dichos. Es él diciéndome que quiere esto tanto como yo. Es él
marcándose en mí con una combinación de ternura y crudeza. Hay posesividad
en la forma en que se apodera de mi boca, en cómo me aprieta contra la pared,
con su cuerpo apoyado en el mío. Hay un sonido de necesidad desesperada en
la forma en que gime en mi boca, despertando cada nervio de mi cuerpo.
Kyler separa su boca de la mía de repente, la necesidad de aire se apodera
de nosotros y nuestros pechos se agitan. El respiro no dura más que unos
segundos antes de que Ky vuelva a acercarse, esta vez a mi cuello, que recibe
toda su atención mientras me mordisquea y me besa hasta el hombro, apartando
el tirante de la blusa. Levanto las manos y las entierro en su cabello, con la
esperanza de recuperar algo de control mientras lo llevo de nuevo a mi boca.
Esta vez, lo ataco con besos y deseo, y me empujo contra él y lejos de la pared.
Nuestro beso se convierte en una guerra por el dominio y el control. Como si se
cansara del tira y afloja, Kyler me levanta con facilidad e instintivamente le rodeo
la cintura con las piernas. La nueva posición hace que me centre en él y me aferre
a su cuerpo.
Sin dudarlo, Ky se da la vuelta y camina hacia los escalones. Es
impresionante cómo lo consigue en la oscuridad, concentrándose únicamente en
mí. Pero conoce sus límites y, en lugar de intentar subir a su habitación, me deja
en la escalera y yo me recuesto mientras él se toma unos minutos para recuperar
el aliento. Al hacerlo, sus ojos recorren todo mi cuerpo. Sigo su lento descenso
de los ojos a los labios, del cuello al pecho. Se toma su tiempo —tiempo del que
probablemente no dispongamos, ya que los demás no tardarán en volver—, pero
no le meto prisa. En lugar de eso, saboreo la atención que me prodiga, como si
estuviera memorizando cada centímetro. Por fin, vuelve a posar sus ojos en los
míos, y son un negro charco de deseo; solo queda visible una pizca del verde
prado que tanto me gusta. Veo su determinación justo antes de que vuelva a
inclinarse y me asalte la boca.
Nos besamos y besamos mientras perdemos la noción del tiempo. Ky
vuelve a bajar por mi cuello, solo que esta vez mueve el tirante de mi top, de
modo que cae de mi hombro. No le da el acceso que necesito, así que me siento
y me lo quito, dejándome solo el sujetador lila. Antes, me vestí con un propósito
y doy gracias en silencio por haber tenido la previsión de elegir un sujetador con
abertura delantera. Ky me empuja ligeramente, de modo que vuelvo a tumbarme
en las escaleras, y mueve la boca hasta chuparme el pecho a través del encaje.
Me muerde y se burla de mí, y yo arqueo la espalda instintivamente para darle
más acceso. Como recompensa, pasa al otro y le dedica la misma atención,
mientras yo pierdo la cabeza con cada caricia que me da.
Le devuelvo la atención y muevo la mano por su cuerpo, buscando el
prominente bulto de sus pantalones. Se agita de repente cuando mi mano entra
en contacto con el grueso material de sus jeans.
—Joder, Thea —sisea mientras entierra la cabeza en mi cuello mientras
intenta hacerse con el control, pero pierde la batalla cuando empiezo a
acariciarlo con determinación.
Nuestros cuerpos siguen moviéndose el uno contra el otro mientras
intentamos conseguir la fricción necesaria para liberarnos. Ky mueve la mano
hacia el broche de mi sujetador y, con un rápido movimiento de los dedos, lo
abre. Aparta el material, liberando mis pechos del encaje. No tarda en
dedicarles toda su atención, chupando, soplando y mordiendo suavemente los
picos que se han formado. Esta vez, soy yo la que gime en su cuello mientras el
dolor entre mis piernas aumenta hasta el conocido clímax insoportable pero
placentero.
Unas fuertes voces en la puerta principal nos devuelven al presente con
un golpe inoportuno, y Kyler interrumpe rápidamente sus caricias, agarra la
blusa y me la da mientras yo intento ponérmela torpemente para proteger mi
dignidad. Doy gracias a Dios por haber tenido la precaución de dejar las luces
apagadas. De lo contrario, quienquiera que estuviera a punto de entrar por la
puerta se encontraría con un espectáculo inesperado. La puerta principal se abre
y Kyler avanza hasta el final de los escalones, y al instante echo de menos la
calidez de su cuerpo sobre el mío. Subo lentamente las escaleras y me alejo de
la vista de los demás. Tanto si prestan atención como si no, estoy segura de que
será obvio que Ky y yo no estábamos hablando del tiempo mientras estábamos
solos. Nuestros labios hinchados son prueba de ello.
Las risas entran por la puerta antes de que aparezcan los cuerpos ebrios
de nuestros compañeros de piso.
—Shhhhhhhhhhhhhhhh —intenta susurrar Nolan pero sale como un fuerte
silbido—. No quiero despertar a KyKy. —Devon y Jude rompen a reír
histéricamente ante esto, y sé que Kyler tendrá las manos ocupadas lidiando con
ellos. Pienso en bajar las escaleras para ayudarle, pero no estoy en condiciones
de hacerlo. Borracha o no, se darán cuenta de que no he estado precisamente en
la cama leyendo, y estoy demasiado nerviosa para ser útil.
—Estoy despierto, Nole. —Oigo que Ky le dice riendo—. Joder, ¿cuántas
te han tomado?
—Demasiadoooooooo —balbucea Jude, lo que provoca más risas entre los
demás.
—Bien, vamos a traerles agua —les dice Kyler.
—Eres tan bueno con nosotros, Sandman. ¡Saaandmannnnn!
Cuando mis compañeros de habitación, ebrios, empiezan a corear el
apodo de Kyler, decido no quedarme más tiempo. En lugar de eso, me dirijo a la
habitación de Ky, donde me siento a esperarlo.
Después de lo que parece toda una vida, Kyler abre la puerta y entra
tranquilamente.
—Ha tardado más de lo que pensaba —dice mientras se sienta en el borde
de la cama. Me arrastro y me arrodillo detrás de él. Me inclino y le beso la nuca,
esperando que podamos continuar desde donde nos interrumpieron. No es que
los otros tres estén lo bastante sobrios como para darse cuenta de lo que ocurre
a puerta cerrada. Ky inclina la cabeza hacia delante y yo sigo besándole el cuello
y los hombros por encima de la camisa. Necesito más acceso, dejo caer las manos
hasta el dobladillo y tiro de la tela hacia arriba, esperando que capte la indirecta,
pero en lugar de eso, el cuerpo de Ky se tensa y sus manos se posan en las mías,
impidiendo que sigan moviéndose.
—Thea, espera.
Una fría y dura oleada de rechazo me golpea de frente, y la sensación es
como si un millón de pinchazos me atacaran la piel, obligándome a sentarme. La
vergüenza se apodera de mí y me levanto rápidamente de la cama, con las manos
cruzadas sobre el cuerpo, para intentar escapar.
—Lo siento, pensé... —murmuro, sin saber muy bien qué decir—: Supongo
que me equivoqué.
El brazo de Kyler se extiende cuando paso y me agarra suavemente,
deteniéndome en seco.
—¿No te vayas, por favor, déjame explicarte?
Suspirando derrotada, me doy la vuelta y me pongo frente a él,
manteniendo las distancias.
»Créeme. Lo deseo. Te he deseado durante tanto tiempo. Y esta noche,
habría sido tan fácil follarte en las escaleras. Pero acabas de salir de una relación
larga, y yo... —Hace una pausa, respira hondo e inhala antes de continuar—. No
quiero ser algo de lo que te arrepientas, Thea.
—No lo serás —le tranquilizo rápidamente, necesitando que sepa que eso
es lo último que pensaría.
—Dices esto ahora, pero piénsalo. Esto no puede ser un rebote, no para
mí.
—Kyler, tampoco lo es para mí. Te lo dije antes, mi relación con Adam
había terminado mucho antes de que a ninguno de los dos nos importara
admitirlo. Estoy lista para seguir adelante.
—¿Pero lo estás? Esto que hay entre nosotros me gusta de verdad. Me
gustas. Más de lo que debería, teniendo en cuenta que eres la hermana de mi
mejor amigo. Diablos, si te soy sincero, me has “gustado más de la cuenta” desde
que me curaste aquella noche. Pero también necesito protegerme. Tienes que
entender que no tengo una figura femenina en mi vida que realmente se
preocupe por mí. ¿Mi madre? Todo lo que quiere de mí es dinero. ¿Y mi
hermana? Para ella, soy una niñera de guardia o alguien que la engancha con mis
compañeros de hockey. Y claro, tengo una sobrina de cinco años que me tiene
comiendo de su mano. Pero entonces te conocí y... —Kyler hace una pausa—:
Thea, tienes el poder de destruirme.
Las palabras de Kyler me rompen el corazón.
Sé que él y su madre no tienen la mejor relación, pero no me había dado
cuenta de lo mucho que le duele que solo quiera su dinero. Y él hace todo lo que
puede para asegurarse de que ella tenga un lugar donde vivir.
Independientemente de sus sentimientos hacia él, es su madre. Siempre tendrá
el deber de cuidarla. Me acerco a donde está sentado en la cama y me siento a
su lado, sujetando su mano entre las mías para darle la seguridad que necesita.
—No te haré daño, Kyler, lo prometo. Pero lo entiendo. Que sepas que tú
también me gustas mucho. Así que, cuando estés listo, estaré aquí. Llevaremos
las cosas a tu ritmo. No me iré a ningún lado.
Permanecemos sentados uno al lado del otro durante horas, tomados de la
mano como un salvavidas. Al final, Ky me lleva de vuelta a la cama y nos
tumbamos de lado, uno frente al otro.
—Supongo que me he echado a perder el ambiente —susurra, mientras
sus dedos trazan suavemente una línea a un lado de mi cara. Me encojo de
hombros con una sonrisa.
—La noche aún no ha terminado.
—No, tienes razón.
Kyler se inclina hacia mí y me besa suavemente en los labios. Puede que
la sensación de urgencia de antes haya desaparecido, pero la ha sustituido la
ternura. Y con ella viene la promesa de que, pase lo que pase en los próximos
días o semanas, haremos todo lo posible para protegernos el uno al otro de
cualquier batalla a la que nos enfrentemos.
veintidós

C
ada mañana, cuando suena el despertador, me levanto de la cama
deseando haberme acostado antes la noche anterior. Es una batalla
interminable. Cada día digo que me acostaré a las ocho o las
nueve, pero acaba siendo medianoche o la una de la madrugada cuando por fin
me meto en la cama. No es culpa mía. Culpo a Thea.
Han pasado unas semanas desde nuestra charla de Nochevieja, cuando le
conté mis temores de ser un rebote para ella y acordamos tomarnos las cosas
con calma. Al principio funcionó, aparte de las miradas y los roces en la cocina.
Pero no soy un santo, y pronto mi determinación decayó. El más mínimo roce se
convirtió en besos robados y sesiones frenéticas de besos, y no me canso de ella.
Como Thea y yo estamos en esa fase de limbo en la que salimos, pero no
tenemos sexo y nuestra relación sigue siendo discreta, no podemos
acurrucarnos en el sofá o encerrarnos en un dormitorio sin que Jude o los demás
sospechen. Así que Thea, como es Thea, ideó un plan que me obliga a estudiar
y, si me porto bien y su hermano no está en casa, me tortura poco a poco
poniéndome las camisetas y los pantalones cortos más diminutos que jamás se
hayan hecho. Y a veces, cuando estoy más concentrado en ella, se asegura de
ponerse la camiseta más ajustada que tiene y se olvida de ponerse sujetador. Te
juro que sus pezones tensos me hacen la boca agua, y ella lo sabe.
Esta mañana no es diferente, salvo que un hermoso ángel duerme a mi
lado. Me pongo de lado, le aparto el cabello de la cara y la miro dormir. Está en
mi cama porque su hermano ha pasado la noche en otro sitio. Cuando le envió
un mensaje de texto diciéndole que no iba a volver a casa, fue como si una
manada atronadora bajara las escaleras con la rapidez con la que ella bajó por
ellas. Aunque sospechaba que venía a mi habitación, me sobresalté cuando
irrumpió por la puerta. Se sentó a horcajadas sobre mí, con aquel pijama tan
endeble, y me dio la buena noticia. Bueno, en parte buenas noticias. Devon y
Nolan estaban en casa, y por mucho que quisiera enterrarme profundamente
dentro de ella, no íbamos a tener sexo por primera vez con los chicos de la otra
habitación. Ellos, de hecho, dirían algo por la mañana, y no quiero que lo sepan
todavía, y no quiero que Thea se avergüence.
Tengo unos treinta minutos para llevar el culo a la pista de patinaje para
entrenar, pero salir a la calle con frío, a unas instalaciones heladas donde tengo
que sudar y pasar aún más frío al salir, no me apetece nada porque prefiero
quedarme acurrucado junto a Thea. Ella se remueve y sus labios se fruncen.
Aprovecho y se los beso. Thea me responde. Cada vez que la toco, gravita hacia
donde le presto atención. Nuestro beso se hace más profundo y ella gime. Está
acabando con mi determinación. Cada día me cuesta más decirle que no.
Thea se acerca y pone su pierna sobre mi cadera. Mi polla salta ante la
oportunidad de estar cerca de su vientre. Estoy duro y preparado, y ella está
dispuesta. Se restriega contra mí mientras seguimos besándonos. Mi mano se
posa en su culo y mis dedos se clavan en su carne, moviéndola hacia delante
contra mí. La follada en seco es una mierda, pero es mejor que nada. Nos muevo
ligeramente, poniéndola de lado. Intento evitar que la cama se balancee. Pero
Thea tiene otras ideas, mete la mano en mis calzoncillos y me agarra el pene.
Jadeo y murmuro:
—Joder… —mientras ella empieza a acariciarme la polla—. Por Dios, voy
a ir al infierno —digo, y ella suelta una carcajada. Aparta su boca de la mía y
cierro los ojos. Sé lo que me espera. Es una descarada y está decidida a meternos
en problemas—. Tengo que hablar con Jude.
—Deja de pensar en mi hermano —me dice mientras me lame la cabeza
de la polla—. Estoy a punto de hacerte una mamada y estás pensando en mi
hermano. Me vas a acomplejar.
—Lo siento, siéntete libre de continuar.
—Con mucho gusto. —Thea cumple su promesa y se ocupa de mi erección
matutina. Por mucho que quiera devolverle el favor, no puedo. Tengo que ir al
entrenamiento y no puedo llegar tarde. Cuando Thea termina, se sienta y sonríe.
Está muy orgullosa de sí misma. La primera vez que me la chupó, tuvo arcadas y
me dijo que mi polla era demasiado grande. Le dije que me lo agradecería más
tarde. Entonces se propuso ser capaz de chupármela sin ahogarse. Y lo ha
conseguido.
—Tengo muchas ganas de probarte ahora mismo, pero no tengo tiempo
—le digo mientras me incorporo.
—¿Por qué no follamos y acabamos con eso de una vez?
Le agarro la barbilla con el índice y el pulgar.
—No solo vamos a follar, Thea.
—¿Puede volver el melancólico Kyler? —pregunta—. Él me follaría bien.
Me río, sabiendo que está bromeando.
—Solo quiero una vez en la que pueda ir despacio y adorarte. Después,
follaremos si es lo que quieres.
Thea se pone de pie sobre la cama, a la altura de mis ojos.
—Una mezcla de ambos —dice—. Que tengas un buen entrenamiento. Nos
vemos a la hora de comer. —Me da un beso largo y burlón antes de salir a
hurtadillas de mi habitación.
Salgo unos minutos después y bajo las escaleras. Devon se está
atiborrando de restos de pizza y Nolan está bebiendo café. No puedo hacer
ninguna de las dos cosas, no antes del entrenamiento. Voy al armario del
vestíbulo, recojo mi equipo y siento náuseas por el olor.
—La temporada no puede acabar pronto. Este armario apesta, joder.
Uno de los chicos se ríe.
—¡No hasta marzo, cariño! —Devon dice desde detrás de mí.
—Las mejores palabras. —Le choco el puño.
—¿Así que alguien te visitó anoche? —Nolan me mira moviendo las cejas.
Levanto la mano y se la tiendo para estrechársela.
—Te presento a Rosie y sus hermanas.
—Puaj, no me toques con tu mano de paja. —Nolan retrocede y actúa como
si tuviera piojos—. Necesitas una novia.
Tengo una, muchas gracias.
—Lo que necesito es ir al entrenamiento. Apuren, vamos.

El entrenamiento ha sido duro. Sobre todo, porque estoy cansado y me


falta energía. Tengo que encontrar la manera de coexistir con Thea, el hockey,
la escuela y el trabajo porque el agotamiento es real. Ahora mismo, apenas
puedo mantener los ojos abiertos durante la clase en la que debería estar
tomando apuntes. En lugar de eso, estoy luchando por mantener la cabeza
erguida y mi atención en mi profesor. Si va a haber un examen sobre lo que sea
que esté diciendo, voy a reprobar. Miro a quien está sentado a mi derecha y
luego a mi izquierda para intentar averiguar si están tomando apuntes o no. Voy
a tener que pedirle una copia a alguien porque no puedo permitirme reprobar.
Decido que la chica de mi derecha es probablemente más detallista que el chico
de mi izquierda. Me inclino hacia ella y le susurro:
—Hola.
Gira lentamente la cabeza hacia mí. No sé si es mala, si me mira mal o si le
sorprende que le hable. Su expresión no dice nada.
»¿Puedo hacer una foto de tus apuntes después de clase?
—Te costará —dice.
Genial, dinero que no tengo.
—¿Cuánto?
—Una invitación a tu próxima fiesta en la casa de hockey.
Fácil.
—No enviamos invitaciones. La gente se presenta sin más. Eres
bienvenida cuando quieras.
Me estudia durante un minuto.
—No es suficiente, entonces. Quiero tener una cita. Contigo.
—Uh, no tengo citas.
—Hazlo si quieres mis notas.
El profesor despide la clase antes de que yo formule una réplica o pida al
chico de al lado que copie las suyas. Sin embargo, esta chica no acepta un no por
respuesta y me pone un papel delante. La letra es femenina, de tinta rosa, con
corazones alrededor de su número de teléfono. ¿Cuándo ha tenido tiempo de ser
tan creativa?
—Hombre, ¿tomaste notas? —me pregunta el de al lado.
Miro de él a mi hoja en blanco y luego vuelvo a mirarle.
—Sí, lo hice. ¿Las quieres? —Arranco el papel del cuaderno y se lo doy.
Me levanto de mi asiento antes de que pueda decirme nada.
Veo a Jude en el pasillo, viniendo hacia mí.
—Oye, vamos a llegar tarde.
—¿Para qué?
—Hoy tenemos un almuerzo del Blue Line.
Mierda. Me pongo al lado de Jude. No es propio de mí olvidarme de los
eventos en los que el equipo de hockey tiene que hacer acto de presencia.
—¿Nos lo recordó el entrenador esta mañana?
—Sí —dice Jude.
Doble mierda. Me paso la mano por la cara para quitarme las telarañas. Por
mucho que me duela tener esta conversación con Thea, tiene que ser cuanto
antes. No puedo permitirme meter la pata.
Jude y yo nos dirigimos a la casa de campo. Dentro hay mesas alineadas
para que nos sentemos a comer. Encontramos nuestra mesa, rodeada por
donantes del Blue Line Club. La mayoría son antiguos jugadores de hockey,
familiares de jugadores de hockey o personas de la comunidad a las que les
encanta apoyar a los deportistas. Sin embargo, de vez en cuando aparece
alguien que nunca llegó a ser jugador profesional, lo cual es una forma de seguir
siendo relevante. Cada vez que el club patrocina un evento, debemos asistir o al
menos hacer acto de presencia.
Nos damos la mano, charlamos con la gente del club y nos sentamos a la
mesa. No puedo creer que me haya olvidado de esto. Le mando un mensaje a
Thea para decirle que no puedo ir a comer con ella y me dice que no hay
problema. Yo sí creo que es un problema porque quiero verla.
Aparecen el resto de los chicos y el equipo de chicas, y el lugar se llena
de ruido. Los miembros del Blue Line Club nos cuentan las mismas historias que
ya hemos oído antes. Sin embargo, nos sentamos y escuchamos, hacemos
preguntas y hacemos felices a todos porque donan un montón de dinero al
programa.
Entre comer y escuchar al anciano sentado frente a mí, la silla de al lado
se mueve. Huelo su perfume antes de posar mis ojos en ella. La mano de Thea se
apoya en mi pierna y, sin pensarlo, empujo la mía hacia la suya. Luego, cuando
se produce una pausa en la conversación, miro hacia ella.
—¿Qué haces aquí?
—He estado en el vestíbulo, pasando el rato. Vi salir a Jude, así que pensé
en entrar a saludar.
—Hola —le digo en voz baja. Quiero besarla, pero sé que eso nunca
sucederá.
—Hola —me responde.
Nos sentamos así durante unos minutos, con ella observando cómo
termino mi conversación. Cuando termina, Thea y yo nos excusamos y nos
dirigimos hacia la puerta. Me alejo de ella cuando veo a Jude, que sigue
caminando y se dirige al baño. Creo que estamos a salvo, pero Jude se detiene
y nos mira a los dos. Joder.
—Oye, ¿puedo hablar contigo? —Hago un gesto hacia una sala de
conferencias que los atletas pueden utilizar para estudiar. Él asiente y me sigue.
En cuanto cierra la puerta, pregunta:
—¿Qué pasa entre tú y mi hermana?
—Me gusta —digo, yendo al grano—. Me gusta mucho, de hecho. Pero, si
me dices que me aleje, lo haré.
Jude se queda ahí, observándome. El silencio es casi insoportable. Se
acerca. Pecho con pecho. Está furioso.
—¿Cuánto tiempo te la has estado tirando?
—No hemos estado tirando, Jude. Ella no es una aventura o alguien que
voy a tirar por la mañana. Nunca he sentido esto por nadie.
—Eres mi mejor amigo, Ky. Pero tu vida...
—Es un lío. Ya lo sé. Y ella lo sabe. Thea lo sabe todo. No voy a tener
secretos con ella.
—¿Qué hay de la chica con la que te enrollaste en las vacaciones de Acción
de Gracias?
Sacudo la cabeza.
—No hubo ningún rollo. Me llevó a casa porque estaba demasiado
borracho para conducir. No hicimos nada. Ni siquiera besarnos. Y Thea lo sabe.
—Ajá...
—Te lo juro, Jude. Lo que siento por Thea, nunca lo había sentido antes.
Pero si me dices que me aleje de ella, lo haré.
Asiente y se aparta.
—Si haces daño a mi hermana, no dudaré en darte una paliza. Mejor amigo
o no.
—Si la lastimo, me quedaré ahí y recibiré la paliza.
—Solo... —Jude hace una pausa y me mira. Hace una mueca—. No quiero
oírlos teniendo sexo.
Me río entre dientes.
—No te preocupes.
veintitrés

E
s sábado por la mañana y, como es tradición en nuestra casa, estoy
en la cocina preparando el desayuno. Es raro que estemos todos
desayunando a la vez, pero la mezcla para los gofres se conserva
bien en la nevera, cualquiera de ellos podrá preparar rápidamente unos huevos
revueltos con beicon y poner la mezcla en la gofrera que Nolan me regaló en
Navidad. Mientras bato los huevos, la harina y la leche, lo siento entrar en la
habitación y sus brazos me rodean la cintura con facilidad mientras se inclina y
me besa suavemente el cuello.
—Ey.
Es curioso cómo una simple palabra puede afectar a cada parte de tu
cuerpo, pero eso es exactamente lo que ocurre cuando Kyler me saluda. El
profundo timbre de su voz convierte mis entrañas en fuego líquido y acaricia al
mismo tiempo cada piel de gallina. Lo que antes era un extraño aleteo se ha
convertido en un caleidoscopio de mariposas alzando el vuelo en mi estómago.
Hay una combinación de nerviosismo y euforia cuando estoy cerca de él. Soy
literalmente el cliché andante de una adolescente mareada enamorada de su
estrella favorita del pop o del cine, y no me avergüenzo ni lo más mínimo de ello
porque pensar en Kyler las veinticuatro horas del día se ha convertido en mi
nuevo pasatiempo favorito.
Le devuelvo el saludo empujando contra él y al instante siento lo duro que
está para mí. Llevamos un par de días en los que los barcos pasan de noche, ya
que Kyler tiene entrenamiento de hockey y trabaja en el bar, y el síndrome de
abstinencia que experimento es ridículo. Literalmente lo anhelo cuando no estoy
con él. Por supuesto, no ayuda que estemos en este extraño escenario de salir-
no-salir. Nos besamos, nos enrollamos, y es jodidamente caliente, pero aún no
hemos tenido sexo, y me está volviendo loca. Sé que hemos acordado ir
despacio, pero si no damos el siguiente paso pronto, voy a explotar
espontáneamente.
Dejo el cuenco donde está y me doy la vuelta para robarle un beso, porque
estar tan cerca y no besarlo debería ser un delito punible. ¿Existe la muerte por
calentura? Si no, debería existir, porque cuando por fin miro a Kyler, siento que
el corazón se me va a salir del pecho. No importa lo que lleve puesto,
simplemente está guapísimo. Kyler vestido de negro cuando trabaja en el bar:
increíble. Kyler vestido con su uniforme de hockey, guapísimo. Pero Kyler
vestido como está ahora, con pantalones de chándal grises y una camiseta blanca
de manga corta, es sensacional. Tiene ese aspecto de recién levantado, con el
cabello revuelto, y sinceramente... Solo quiero saltar sobre sus huesos, aquí y
ahora. Dios, ¿qué me ha pasado? Es como si me hubiera convertido en una zorra
hambrienta de sexo de la noche a la mañana. No puedo decir que me queje.
—Ey para ti.
—Te he echado de menos —susurra contra mis labios. Le devuelvo el
gesto y su lengua se enreda con la mía. Lo que empieza como un beso mañanero
para adultos pronto se convierte en algo mucho más para adultos. Si
estuviéramos solos, no dudo de que la masa estaría ahora mismo en el suelo y yo
sentada en la encimera en su lugar. Así es entre nosotros. Un pequeño e inocente
beso en la mejilla se convierte en algo más a una velocidad vertiginosa porque
queremos aprovechar al máximo nuestros momentos juntos. No voy a mentir,
estar en la clandestinidad apesta.
Suenan dos palmadas cortas pero fuertes y nos separamos de golpe. Que
nos pillen en una posición comprometida no es una de nuestras prioridades en
este momento, y Kyler se va al otro extremo de la barra del desayuno justo
cuando Nolan y Devon entran en la cocina.
—¡Reunión de la casa! —anuncia Nolan en voz alta cuando Jude se une a
nosotros. Me doy cuenta de que mi hermano apenas nos mira ni a Kyler ni a mí
mientras toma asiento en la mesa.
—¿Desde cuándo tenemos reuniones en casa tan temprano? —pregunto
mientras tomo el bol y la batidora y empiezo a mezclar la masa.
—Puesto que tenemos asuntos muy importantes que tratar —responde
Nolan—, y con ello, se levanta la sesión.
—¡Esto no es una audiencia judicial, imbécil! —Devon se ríe y se encuentra
con la mirada de Nolan.
—Como iba diciendo... —Nolan hace una pausa para aclararse la
garganta—. Kyler Anthony Rose...
—Hermano, ¿qué demonios? Ni siquiera es mi segundo nombre.
—¿Puedo terminar mi discurso sin que me interrumpan, idiotas?
Jude y Devon se ríen en voz baja y yo entrecierro los ojos porque me doy
cuenta de que han planeado juntos esta reunión.
—De nuevo, como decía, Kyler, ¿cuáles son tus intenciones con Thea?
Se me cae la mandíbula al suelo porque, ¿qué demonios? A juzgar por la
cara que pone Ky, no soy la única a la que le ha pillado por sorpresa, pero
entonces me fijo en la mirada que intercambian él y Jude, y está claro que ha
pasado algo entre ellos de lo que no soy consciente.
—No estoy seguro de lo que quieres decir —responde Kyler con cuidado.
—Oh, por favor, no creas que no nos hemos dado cuenta de que se
besuquean cuando creen que no miramos...
—¿En serio acabas de decir “besuquear”? —Devon vuelve a interrumpir,
ganándose otra mirada fulminante de Nolan.
—Todo lo que digo es que no necesito ver una repetición de lo que vi en
la lavandería la semana pasada.
—Oh, Jesús —murmura mi hermano en voz baja, claramente incómodo por
esta conversación. No me sorprende. Si Nolan se refiere a lo que yo creo que se
refiere, entonces habría echado un vistazo en el lavadero y habría sido testigo
de cómo la mano de Kyler hacía su magia y me hacía correr nueve veces en el
cielo mientras yo estaba sentada en la lavadora y me follaba con la mano sin
pudor.
Pasándose la mano por el cabello, veo que Kyler se siente nervioso e
incómodo por esta conversación y se esfuerza por elaborar una respuesta
mientras intenta explicar la situación. Pero estoy cansada de esconderme, así
que respondo por él.
—No te tomé por alguien aficionado al voyerismo, Nolan —le digo con una
sonrisa burlona—, pero, si me preguntas si Kyler y yo nos estamos viendo,
entonces la respuesta es sí. Nos estamos viendo.
—¡Lo sabía! —exclama Devon, golpeando el mostrador con la mano—.
Paga, Noles. Lo dije hace años.
—Oye, ¿por qué no participé en esta apuesta? —dice Jude.
—Obvio porque es tu hermana. ¿Crees que querríamos que te metieras en
esto? Escuchen —dice Devon, volviéndose hacia nosotros—, personalmente, me
gustan los dos juntos. Hacen buena pareja, ¿saben? Pero, Kyler, Thea es la mejor
compañera de piso que hemos tenido...
—¡Eh! —protestan indignados los demás, pero Devon levanta la mano para
silenciarlos y continúa.
—… y juro por Dios que si la cagas, no solo tendrás que vértelas con Jude,
sino también conmigo y con Nolan.
—Dios mío, ¿están bromeando? —Me echo a reír—. ¿En serio le están
dando a Kyler “la charla”? —Miro a Ky y veo que se lleva la mano a la nuca
mientras mira al suelo con una pequeña sonrisa en la cara. Pero por el
enrojecimiento de las puntas de las orejas me doy cuenta de que esta
conversación le está resultando difícil de llevar.
—Les estamos dando la charla a los dos —nos dice Nolan—, porque los
queremos y son buenos juntos. Y tengo que decir que es un maldito alivio tener
esto al descubierto porque los dos son pésimos en esconderse.
—Gracias, significa mucho, chicos —dice Kyler, pero me está mirando
mientras lo hace, la sonrisa en su rostro se hace más grande a medida que
continúa. Está claro que sus siguientes palabras van dirigidas a mí—. Porque me
gusta que estemos juntos. Y no voy a hacerte daño, lo juro.
—A mí también me gusta que estemos juntos —repito sus palabras
mientras me acerco a él y me acerco para besarlo.
—Ay, no puedo con toda esa dulzura. —Nolan suspira a nuestro lado, y los
dos nos reímos—. Pero Thea, deberías saber que vas a tener que soportar la ira
de Millie porque está cabreada ya que no sabía lo de ustedes dos.
Ah, mierda. Sabía que tendría que enfrentarme a Millie más pronto que
tarde. Supongo que tendré que encontrar mis pantalones de niña grande y
pronto.
—¿Hemos terminado aquí? —Jude pregunta—. Porque necesito correr. Y
yo evidentemente necesito comprar unos tapones para los oídos. —Todo el
mundo se ríe, lo que provoca que mi hermano nos eche la bronca mientras sale
de la cocina. Me apresuro a correr tras él porque, aunque la reunión de la casa
resultó ser desenfadada, todavía tengo que comprobar si le parece bien que
Kyler y yo estemos juntos.
—¡Jude, espera! —grito tras él.
—¿Sí?
—¿Seguro que estás de acuerdo con esto? ¿Kyler y yo?
Jude hace una pausa.
—¿Estás feliz?
—Sí, lo estoy —le tranquilizo.
—¿Y te trata bien?
—Sí.
—Entonces eso es todo lo que importa, T. Quiero que seas feliz, y si lo eres,
entonces yo también soy feliz.
Jude se inclina y me da un abrazo que yo le devuelvo. Siento alivio, no solo
porque cuento con su aprobación, sino también porque Kyler y yo ya no tenemos
que andar a escondidas. Jude me suelta y está a punto de abrir la puerta principal
cuando se abre de golpe y nos volvemos para encontrar a Millie de pie, con las
manos en la cadera y un pie golpeando el suelo enérgicamente.
—Thea Annabel Jenson, ¿me has estado ocultando algo?
—¡Buena suerte! —Jude susurra al pasar junto a Millie, dejándome a mí
para lidiar con ella.

Unas horas más tarde, estoy tumbada en la cama, intentando adelantar los
deberes para preparar la clase del lunes. Resulta que Millie estaba igual de
contenta que los demás por la relación entre Kyler y yo y solo estaba fingiendo
que le molestaba. Por lo visto, los cuatro se inventaron juntos la farsa de esta
mañana, pero como Millie me dijo tan elocuentemente, el consenso es que
gracias a Dios ya no tienen que aguantar la tensión sexual entre nosotros. Estoy
de acuerdo con ellos. Puede parecer poca cosa, pero contar con la aprobación
de mis mejores amigos y de mi hermano significa mucho para mí. Por supuesto,
también significa que ya no tenemos que escabullirnos, porque al parecer no lo
hacíamos muy bien.
Llaman suavemente a la puerta y levanto la vista justo cuando entra Kyler,
aún con sus pantalones de chándal tan sexys. Se tumba a mi lado, cierro el libro
de texto y me pongo de lado para mirarlo.
—¿Millie y tú están bien? —me pregunta, agarrándome un mechón de
cabello y jugando con él. La pulsera de cuero que le regalé en Navidad está atada
a su muñeca. Me confesó hace unos días que no se la quita y que es el regalo más
significativo que ha recibido en su vida, lo que, a su vez, hizo florecer mi corazón.
—Sí, estamos bien. Está alegre por nosotros.
—Yo también me alegro por nosotros. Se lo han tomado bastante bien,
¿eh?
—¿Honestamente? Me sorprende la reacción de Jude. Habría pensado que
tendría más que decir. —Kyler se incorpora un poco, y supongo que sabe más
de lo que dice.
—Oh, créeme, Jude y yo tuvimos una charla aparte. No te enfades con él,
Thea. Tiene todo el derecho a estar preocupado. Pero dijimos lo que teníamos
que decir, y todo está bien.
—¿Puedo saber lo que dijo? —pregunto, la curiosidad se apodera de mí.
—Todo lo que necesitas saber es que tenemos su bendición. Y significa
mucho para mí.
—Para mí también. —Me inclino y beso a Ky, y como es habitual entre
nosotros, rápidamente se convierte en algo mucho más profundo. En poco
tiempo, estamos entrelazados el uno con el otro y sin aliento de nuestro maratón
de besos.
—Estaba pensando —dice Kyler, mientras me recorre el costado con la
mano, haciéndome cosquillas. Aunque no me importa, porque tener su atención
únicamente en mí es la mejor sensación del mundo—. ¿Qué te parecería venir
conmigo a ver a Lacey mañana?
Me incorporo rápidamente y me giro para mirarlo.
—¿En serio? ¿Quieres que conozca a tu sobrina?
—Sí. Las dos son importantes para mí, y me gustaría mucho que la
conocieras.
—Ky... Será un honor. Gracias. —Si pensaba que mi corazón estaba lleno
antes, ahora está positivamente desbordado. Conocer a Lacey es enorme, y que
Kyler lo sugiera significa que va en serio lo nuestro, lo cual está bien porque sé
a ciencia cierta que me estoy enamorando de él.

Llego a la rambla unos minutos antes. Me ofrecí a ir con Kyler a recoger a


Lacey, pero dijo que sería más fácil si iba solo, y no le presioné porque sé que el
tema de su familia es delicado. A pesar de que se ha ido abriendo y se ha vuelto
más relajado desde que estamos juntos, todavía estoy algo sorprendida de que
me sugiriera que lo acompañara a su “cita con Lacey” como él la llama. No es
exactamente un libro abierto sobre asuntos familiares, y sé que presentarme a
ella es un gran paso. Solo espero que le grade. Los niños pueden ser muy francos
y no tienen filtro, y sé que si no estoy a la altura, Lacey casi segura que lo hará
saber. Así que admito estar nerviosa. Es la persona más importante en la vida de
Kyler. Si decide que no le gusto, estoy jodida.
Gianni's Gelato se encuentra en pleno paseo marítimo, en un lugar
privilegiado para turistas y lugareños. Según Millie, es la mejor heladería de la
ciudad por su variedad de sabores y combinaciones difíciles de superar. Kyler,
sin embargo, dice que está sobrevalorada y es demasiado cara, y que hay
mejores en otros sitios. Pero Gianni's es el favorito de su sobrina, y por eso hemos
quedado aquí. Por suerte, el interior está bastante vacío, dado que es invierno y
no temporada turística, así que elijo una mesa cerca de la ventana y me siento a
esperar. Diez minutos se convierten en veinte, y empiezo a pensar que ha
cambiado de opinión cuando la puerta se abre de golpe y aparece Kyler de la
mano de su diminuta mini-yo. Me descubre inmediatamente y se dirigen hacia
donde estoy sentada. Lacey me cuenta entusiasmada todos los sabores de helado
que piensa comerse hoy, y no puedo evitar sonreír ante su entusiasmo.
—Siento llegar tarde —dice Ky mientras se inclina y me da un beso en la
mejilla.
—No te preocupes —respondo con una sonrisa antes de centrar mi
atención en la adorable niña que está a su lado. Va vestida igual que su tío, con
jeans, una sudadera con capucha y un gorro, solo que el suyo tiene un enorme
pompón de peluche en la parte superior—. ¡Hola! Tú debes de ser Lacey. Estoy
encantada de conocerte.
—Lacey, esta es mi amiga Thea —le dice Kyler mientras la ayuda a subir a
un asiento.
—Hola, señorita Thea —me dice Lacey en el tono alto y entusiasta en que
suelen hablar los niños, y mi corazón se hincha ante la pura adorabilidad de la
niña sentada frente a mí. Tiene la cara salpicada de purpurina y rosa, y la razón
me la explica al otro lado de la mesa.
—¡Te he hecho un dibujo! —anuncia orgullosa con una sonrisa de dientes.
En el papel que tengo delante hay dibujada una figura de palo con el
cabello largo y castaño, una gran sonrisa y un vestido muy brillante. Es una de
las mejores cosas que he recibido nunca.
—Guao, Lacey, esto es increíble. Me encanta, muchas gracias.
—Se ha pasado toda la mañana en ello, ¿verdad, Osita Lacey? —me dice
Kyler, y joder, alguien tiene que salvarme de derretirme en el acto ante el
término cariñoso que utiliza. Olvida sus proezas sobre el hielo o su aspecto de
rompecorazones melancólico. Su forma de ser con su sobrina es sin duda lo más
sexy de Kyler Rose.
Lacey asiente ante la afirmación de Ky:
—No estaba segura de cuáles eran tus colores favoritos, pero los míos son
el rosa y el morado, así que pensé que a ti también te gustarían, así que hice tu
vestido rosa y morado y luego le añadí purpurina porque eres una chica como
yo y me gusta la purpurina porque la purpurina lo hace todo bonito.
La frase sale de un suspiro largo y apresurado, sus palabras se
entrecruzan, y no puedo evitar sonreír ante la pura ternura de esta niña de cinco
años sentada frente a mí.
—Bueno, me encantan el rosa, el morado y la purpurina, así que has hecho
un gran trabajo. Gracias.
Miro rápidamente a Kyler y me doy cuenta de que me observa con una
sonrisa divertida. Pero es la forma en que sus ojos parecen haber perdido la
tensión que suele aparecer a su alrededor lo que me hace darme cuenta de lo
mucho que este encuentro significa tanto para él como para mí.
—Tío Kyler, ¿vamos a tomar helado? —pregunta Lacey mientras tira de su
brazo, atrayendo de nuevo su atención hacia ella.
—Por supuesto. ¿Has decidido qué sabor te gustaría?
—¡Chocolate y chicle y mantequilla de cacahuate y fresa!
Esta vez soy yo la que sonríe divertida porque, caray, es una combinación
de sabores que hasta el más duro de los entusiastas del helado encontraría difícil
de comer. Pero Kyler maneja las exigencias de su sobrina como un profesional.
—No sé, Lacey —dice juguetón mientras le tira suavemente de una
coleta—, son sabores bastante épicos. ¿Y si te los traigo todos y te vuelves aún
más dulce y adorable de lo que ya eres?
—Eres tonto, tío Ky. El helado no puede hacer eso —se ríe, y el sonido es
tan contagioso que no puedo evitar unirme a ella.
—Okey, pero para estar seguro, ¿quizás deberías ceñirte a dos sabores
esta vez?
Lacey suspira dramáticamente, casi como si fuera lo bastante lista como
para darse cuenta de que Kyler está intentando rebajar su consumo de azúcar,
así que le ofrezco un compromiso.
—Oye Lacey, ¿qué tal si yo pido chocolate y mantequilla de cacahuate, y
tú chicle y fresa, y lo compartimos? —Se ilumina inmediatamente ante mi
sugerencia y se vuelve hacia Ky.
—¿Puedo, tío Kyler? ¿Puedo? ¿Por favor?
—¿Segura que no te importa? —Kyler me pregunta.
—Perfectamente segura. Chocolate y mantequilla de cacahuate es mi
combinación favorita.
—Bueno, está decidido. ¿Quieres grajeas también, Lacey?
—Ajá.
—Bien, iré a hacer nuestro pedido.
Cuando Kyler vuelve del mostrador, charlamos sobre el colegio de Lacey
y sobre cómo la señorita Peterson es su profesora favorita. Me cuenta que sus
mejores amigos son Poppy, Ezra y Kehlani, y que la señorita Peterson a veces
tiene que hacer que se sienten en mesas separadas porque siempre están
hablando. Dice que Kehlani ya sabe lo que quiere ser de mayor (una princesa) y
Poppy y Ezra piensan que es una tonta porque no hay princesas en la vida real.
—Pero sé que no es verdad porque la señorita Meghan se casó con un
príncipe y vivieron felices para siempre —me dice Lacey con rotundidad. Para
ser justos, tiene razón.
—¿Tú también quieres ser princesa? —le pregunto, preguntándome qué
príncipe puede ser un candidato probable a la altura de la efervescente
personalidad de Lacey.
Lacey niega enérgicamente con la cabeza.
—¡No! Quiero jugar hockey sobre hielo como mi tío Kyler.
Mis ojos se dirigen a los de Ky, que mira a su sobrina con asombro. Por la
expresión de asombro de su cara, me doy cuenta de que esto es nuevo para él y
de que Lacey no lo había mencionado antes.
—¿Sí? —continúo, incitándola a que nos cuente por qué lo ha decidido.
—Ajá. Le pedí a mi mamá unos patines de hielo para mi cumpleaños, pero
no sé si me los dará porque dice que no podemos cortarlos.
Kyler frunce el ceño mientras mira a su sobrina.
—¿Ha dicho que no pueden comprarlos? —pregunta, corrigiendo la
confusión de sus palabras.
—Ajá.
—¡Maldita sea! —murmura Ky en voz baja, consciente de que hay orejitas
alrededor. El comentario de Lacey lo ha molestado, y no hace falta ser un genio
para saber por qué. El dinero es un problema en la casa de los Rose, y Kyler odia
que su sobrina sufra por ello. No obstante, sin duda hará todo lo posible para que
Lacey cumpla su deseo, y uno de los regalos que abrirá en su cumpleaños serán
los patines de hielo que tanto desea.
—Me ha dicho que puedo tener una camiseta de hockey, pero quiero
aprender a patinar para ser tan buena como el tío Kyler —continúa Lacey como
si no acabara de soltar la bomba del dinero en el regazo de su tío.
—Es un gran patinador sobre hielo, sin duda —estoy de acuerdo con ella.
Es un eufemismo. Kyler es un patinador sobre hielo y un jugador de hockey
excepcional. No tengo ninguna duda de que será reclutado y podrá llegar a
cosas grandes y mejores. Y lo que es más importante, podrá cuidar de su familia
sin la presión a la que está sometido ahora.
—¡Es el mejor! —Lacey sonríe a su tío y mi corazón se derrite un poco más.
Después de comer un poco más de helado, me mira con esos ojos de cachorrito
que les gustan a los niños cuando están a punto de pedirte algo—. ¿Señorita
Thea?
—¿Sí, señorita Lacey?
—Por favor, ¿vendrás a mi fiesta de cumpleaños?
Y ahora soy un charco en el suelo. En el poco tiempo que llevo
conociéndola, Lacey Rose no solo ha conseguido conquistarme por completo,
sino que también se ha consolidado como una de mis personas favoritas. No es
de extrañar que Kyler la adore. Pero también sé que es muy exigente con las
personas que rodean a su familia, así que antes de responder a Lacey, lo miro
para ver si me dice algo sobre lo que piensa de la pregunta de Lacey. Si está
claro que aún no está preparado para que conozca al resto de su familia, le digo
que no, aunque me duela en el alma. Pero me hace un leve gesto con la cabeza
y, en ese momento, sé que no solo está de acuerdo con que vaya a la fiesta, sino
que me está dando una de las cosas más importantes para él: su confianza.
—Me encantaría ir a tu fiesta, Lacey. Gracias por invitarme.
—Está bien. ¿Quieres intercambiar helados?
Me río mientras cambio de cuenco con ella, porque la capacidad de
atención de un niño de cinco años significa que la monumental conversación que
acaba de tener lugar se le ha pasado por completo, aunque a mí me quedará
grabada durante bastante tiempo.
veinticuatro

M
iro el marcador. Perdemos por un gol a falta de tres minutos. Los
hinchas no paran de animar y nos dan el aliento que necesitamos
para marcar un gol. Perder no es una opción, no a estas alturas
de la temporada. En mi opinión, cada victoria cuenta más ahora
que al principio de la temporada. Quiero ver colgada otra pancarta. Demonios,
quiero tres colgadas al comienzo de la próxima temporada, siendo la más
importante el Campeonato Nacional. Si no, sentiré que le he fallado a mi equipo.
Patino hacia la zona de anotación con el palo sobre las rodillas. Mi oponente está
allí, esperando, mirándome con feroz determinación. Quiere llevar el disco al
otro extremo del hielo, lejos de su portero. Quiere controlar el partido y ser él
quien lo celebre en el centro del hielo cuando el reloj llegue a cero. No puedo
permitirlo. Cierro brevemente los ojos e inhalo para intentar centrarme. En
cuanto abro los ojos, cae el disco y me lanzo al ataque. Mi palo golpea primero
el hielo y uno de mis compañeros —no recuerdo quién está en mi línea en este
momento— aparta al otro equipo del camino. Doy las gracias y dirijo el disco
hacia el portero. Éste se desliza y bloquea mi intento con la almohadilla de la
pierna. El disco rebota y Jayson Woodell, nuestro ala derecha, está ahí para
lanzarlo de nuevo hacia la portería. Aquí es donde queremos el disco. Es nuestro
ataque rápido. No hay tiempo para preparar una jugada o perder el tiempo.
Necesitamos dos goles, y el tiempo se acaba.
La luz roja detrás del portero se enciende y gira. Mike Dowling, nuestro
defensa derecho, levanta las manos y vamos hacia él.
—Jodidamente perfecto —le digo antes de patinar hacia nuestro banquillo
para chocar los cinco con nuestros compañeros, y luego nos dirigimos hacia Jude
y golpeamos nuestros palos contra sus rodilleras. Del saque inicial a la portería
han pasado veinte segundos. Es hora de descansar, pero no mucho. Tendré unos
veinte o treinta segundos antes del cambio de línea. Cuando los partidos están
así de reñidos, el entrenador aprieta el banquillo. Empieza con al menos cuatro
líneas, a veces cinco, pero ahora mismo, terminará el partido con dos y media.
Esto es lo que condiciona todo el año, la resistencia que necesitamos cuando el
partido está en juego. Pero sinceramente, estoy agotado. Me duele el costado y
creo que tengo una costilla rota. El entrenador no lo sabe porque me echaría del
equipo si supiera que estoy luchando, sobre todo por dinero. Estoy rompiendo
muchas reglas y me odio por ello. Y una parte de mí odia a mi madre por
ponerme en esta situación, pero no puedo hacer nada. No hasta que me recluten
y pueda permitirme cuidar de mi familia.
Me echo un chorro de agua en la boca y oigo a Thea y Millie detrás de mí.
Les dije que no se sentaran ahí, pero no me hicieron caso. Aunque mucha gente
quiere estar cerca de nosotros durante el partido, apestamos. Sudamos tanto que
nuestro equipo apesta, y el olor nunca desaparece, y por mucho que a alguien le
gustaría pensar que el olor se queda con nosotros, no es así. Se difunde, y lo
último que quiero es que mi novia se chamusque la nariz con mi hedor. Ni
siquiera me importa si está acostumbrada por su hermano. Es diferente cuando
es tu novio.
El entrenador me dice que vuelva a salir. Salto por encima de la tabla y
patino lo más rápido posible hacia el disco. Soy un hombre con una misión, y el
otro equipo intenta detenerme. El caso es que soy rápido, fuerte y solo me
importa subir otro gol al marcador.
Nolan suelta el disco y yo me pongo en marcha, empujándolo con fuerza
por el hielo. El portero sale del área para tentarme y yo me río. Quiere jugar. Le
doy crédito, pero no le doy la satisfacción. Estoy en la zona de ataque antes de
que nadie me alcance. Mi línea hace lo que puede para garantizarme un tiro
directo a la red. No me detengo ni retrocedo. En lugar de eso, llevo el disco hasta
el pliegue y lo envío. Lo veo anidar en la red y bombeo los brazos mientras mi
rodilla cae al hielo. Me deslizo un poco hasta que mis compañeros me detienen,
y entonces seguimos nuestra rutina.
Cuando llego a Jude, me dice:
—Gracias por el comodín. —Hoy Jude no ha estado a la altura de las
circunstancias y, por alguna razón, se siente deprimido. Cuando el entrenador
pidió tiempo muerto, pensé que sacaría a Jude, pero en lugar de eso le dio
ánimos y nos recordó que somos un equipo y tenemos que funcionar como tal.
Cuando juegas como un equipo, eres imparable.
Suena el pitido final y apenas tengo tiempo de respirar antes de que mis
compañeros me pongan en círculo y me den palmaditas en los hombros o en el
casco. Nos reunimos en el centro del hielo, nos felicitamos unos a otros y
esperamos a que el otro equipo se marche para mostrar nuestro agradecimiento
a los aficionados. Cuando el último de nuestros adversarios se ha marchado,
levanto mi bastón en el aire, los demás me siguen y yo doy un golpe en el hielo.
El sonido de los cuarenta palos golpeando el hielo en diferentes momentos es
música para mis oídos.
Después de repartir los elogios en los vestuarios, me ducho y me visto
despacio. Le pido a Thea que me espere en la entrada del calabozo, el largo
pasillo que conduce a la sala de equipos y de entrenadores, los vestuarios y la
entrada al hielo. Esta noche, su hermano no está. Se ha empeñado en decírmelo,
y después a ella, que tiene una cita y no piensa volver. Por supuesto, Thea me lo
recordó cada vez que pudo metiéndose piña en la boca y guiñándome un ojo. Al
principio no entendía por qué de repente comía tanta fruta, pero luego lo
busqué. No soy de las que se avergüenzan fácilmente, pero joder, no estaba
preparado para lo que leí. Y hablar de la ansiedad por el rendimiento de la
puesta en marcha antes de que estemos realmente en condiciones de hacer algo
más que las mamadas que me ha dado o yo conseguir que se corriera con mis
dedos. Nunca he sido de los que rehúyen el sexo, pero tener sexo con Thea es
algo completamente diferente. Me gusta más allá de lo que significa la palabra
gustar, y eso me asusta.
Jude y yo somos los últimos en irnos, lo habíamos planeado así. La cosa es
que Thea y yo no hemos tenido una cita de verdad. No cuento salir a tomar helado
con Lacey como una cita o que Thea me haga la cena todas las noches. Sé que
estamos en la universidad y que las citas son lo que hacemos de ellas, pero
quiero que sienta que significa algo para mí. Con el permiso del entrenador y la
ayuda de su hermano, espero haber planeado bien la noche.
—Bueno, voy a salir. ¿Estás seguro de que está esperando?
—Sí, estará allí. —Jude me choca los cinco y recoge una caja que le he
dado para Thea. Me aseo, vuelvo a ponerme los patines y me dirijo hacia el hielo.
Está oscuro, pero las luces de emergencia iluminan lo suficiente para que no
necesitemos nada más. Dejo el teléfono en el banco y pongo una de las listas de
reproducción que creé para Thea y para mí. Después de patinar hasta el centro
del hielo, espero. No soy el hombre más paciente del mundo, así que los
segundos que pasan me parecen una eternidad, y empiezo a preguntarme qué
pasaría si Thea no me estuviera esperando.
Todos mis pensamientos inseguros desaparecen cuando la veo. Aunque
está oscuro y no puedo verla con claridad, imagino que está sonriendo.
—Hola —le digo cuando entra patinando en el hielo. No he llegado a
preguntarle por qué no juega hockey o practica patinaje artístico, ya que
normalmente, cuando un miembro de la familia se dedica a algún tipo de
patinaje, los demás le siguen. Ally quería entrenar para las Olimpiadas, pero mi
madre nunca pudo permitirse un entrenador ni tiempo para patinar.
Cuando Thea se acerca a mí, la sonrisa que imaginaba está definitivamente
ahí. Lleva mi camiseta de visitante por encima de mi sudadera, que sé que le
queda tres veces grande, pero no parece importarle, y su gorro de punto, junto
con sus manoplas a juego, llevan el logotipo de NU.
Para mí, está perfectamente vestida.
—Hola —le contesto, claramente falto de un hilo de pensamiento
elocuente. Podría darle las gracias por venir al partido o por animarme, pero se
me traba la lengua.
Thea se lanza a mis brazos y yo la atrapo sin esfuerzo. Entierro la cara en
su cabello y aspiro el aroma de su champú. Aprendí pronto que a Thea le gusta
que todo combine. Si el champú que elige huele a flores, también lo harán su
perfume y su loción. Me gustaría decir que hay un olor en particular que me
vuelve loco, pero no es así. Cada pizca de mi atracción por Thea se debe a ella.
Podría estar sudada y cubierta de suciedad, y aun así la querría.
—Un partido increíble —dice mientras la bajo suavemente—. Y antes de
que discrepes, sé que tuvieron que remontar, pero me gusta atribuirlo a que
diste al otro equipo la oportunidad de jugar.
Me río y me inclino para besarla. Me alejo antes de que pueda
profundizarlo porque sé que si empezamos algo aquí, nada podrá impedir que
me la lleve al vestuario. Ni siquiera la amenaza de expulsión de la universidad.
Estaría buenísimo follármela en un banco. Tal vez cuando llegue a la NHL.
—Entonces, ¿qué es todo esto?
—Una cita. —Miro a mi alrededor y me doy cuenta de que no es lo más
romántico del mundo, pero es lo único que tengo en este momento—. Sabes
patinar, ¿verdad?
Thea asiente.
—Esta es una linda cita, Ky.
—Aún no ha empezado.
Thea se encoge de hombros.
—El hecho de que esté contigo es suficiente.
No sé qué decir, así que la tomo de la mano y me impulso con mi espada.
Nos deslizamos uno junto al otro hasta que ella queda frente a mí y me rodea la
cintura con los brazos.
—¿Estás evitando el elefante en la habitación?
—Tal vez.
—¿Por qué?
—Me pones nervioso —le digo sinceramente.
—Yo también estoy nerviosa, pero quiero esto para nosotros.
—Yo también.
Thea aparta los brazos de mi cintura y me rodea el cuello. Me tira hacia
delante para darme un beso, y esta vez dejo que lo profundice. Menos mal que
me sé la pista de memoria y puedo guiarnos. De lo contrario, nos estrellaríamos
contra los tablones.
Cuando termina la canción, nos separamos. Los dos estamos sonrojados y
con ganas de más. Hago un gesto hacia el banco y ella asiente. Nos sentamos en
silencio y nos quitamos los patines. Después de dejarlos en mi taquilla,
caminamos tomados de la mano de vuelta a casa.
Pensé que la ansiedad se apoderaría de mí cuando llegáramos a casa,
pero siento una extraña sensación de calma o alivio. Sigo a Thea escaleras arriba
y entro en mi habitación. No enciende la luz del techo y opta por la de la mesilla
junto a mi cama. Por un momento, mientras la veo desnudarse, siento que esto es
algo que podría hacer todos los días del resto de mi vida. Como si la viera en mi
futuro, saludándome cuando vuelvo a casa de un viaje por carretera y
acompañándome en un baño después de un entrenamiento brutal. Estos
pensamientos me asustan, sobre todo porque somos tan condenadamente
jóvenes, y con el equipaje que llevo, nunca podría pedirle a nadie que lo
asumiera.
Imitando a Thea, me desvisto, agradecido por haberme duchado después
del partido. Viene hacia mí y le tiendo la mano para que me rodee y cierre la
puerta. Me río y ella me guiña un ojo.
—Nadie va a entrar —le digo—. Ellos lo saben mejor.
—No me importa. Si grito, no quiero que nadie venga corriendo, pensando
que estoy herida cuando probablemente esté disfrutando de lo que sea que me
estés haciendo.
No se puede discutir con ella ni con su lógica. Thea me toma de la mano y
nos lleva a la cama. En cuanto se da la vuelta, la tengo en mis brazos con la boca
en la suya. Gime y se agarra a mis muñecas hasta que la parte posterior de sus
piernas toca la cama. Antes de que pueda tumbarla en el colchón, se aparta y se
sienta. Mi polla salta, sabiendo que está a la altura perfecta para metérsela en la
boca.
Thea lo hace y yo gimo cuando sus cálidos labios y su húmeda boca
envuelven mi pene.
—Joder, tengo que sentarme. —Pero no me hace caso y sigue metiéndome
y sacándome de su boca. No puedo evitar que mis caderas se agiten y oigo sus
arcadas. Lo que está haciendo me pone las bolas tan calientes que no tengo más
remedio que apartarme de ella. Thea me mira con una necesidad feroz que nunca
había visto antes. Vuelve a tumbarse en la cama y me hace señas para que me
acerque. Me arrodillo sobre el colchón y la beso en cada tobillo, subiendo hasta
sus muslos. Me sujeta el cabello con la mano y tira de los mechones mientras su
cuerpo empieza a estremecerse.
—¿Qué quieres? —le pregunto mientras mi boca recorre su coño. Ya he
estado aquí antes, follándomela con la boca, pero esta noche podré terminar. La
lamo desde el centro hasta el clítoris y le acaricio el botón con la lengua. Sus
piernas se aprietan y me sujetan con su agarre mortal. Me tumbo en la cama, con
las piernas colgando del borde. En momentos como éste, ser alto es una mierda.
Sigo lamiéndole el coño, absorbiendo su humedad y prestando atención a
su clítoris. Sé que es una parte importante de la anatomía femenina, y lo último
que quiero es molestar a Thea.
Mi mano serpentea entre mi cara y su pierna y la paso por encima de mi
hombro. Ahora no solo puedo respirar, sino que el ángulo de su cuerpo es
perfecto. Introduzco un dedo y luego dos antes de reajustarme y besar su cuerpo.
Cada centímetro de su piel me parece perfecto, hasta sus pecas. Cuando llego a
sus gloriosos pechos, muevo la mano para rozar su clítoris con cada embestida.
—Joder, necesito... —grita.
La ignoro. Sé lo que necesita, pero quiero esperar. Quiero que esté al
límite antes de darle lo que ambos queremos. Deslizo otro dedo dentro de ella,
estirándola para acomodar mi pene. Lo último que quiero es hacerle daño.
Thea tiene las mejores tetas que he visto en una chica. Sus tetas tienen el
tamaño perfecto para mis manos y se me hace la boca agua. Mimo cada pezón
con mi boca y mi lengua y mordisqueo su carne caliente. En momentos así
desearía tener más manos, porque necesito una en cada teta, otra follándola y
otra amasando su piel.
Mi boca por fin llega a la suya. Nuestros besos son diferentes a los de
antes. La pasión y el deseo siguen ahí, pero ahora hay una necesidad carnal.
Nuestros labios están juntos, pero nos tragamos los jadeos y gemidos del otro.
Algo cambia dentro de mí y lo dejo todo. No puedo explicarlo. Thea me
mira con ojos preocupados. Me toma la mejilla con la mano y sonríe.
—Quiero esto contigo —dice en voz baja—. Te he deseado desde el
momento en que te conocí.
—Yo también.
Vuelvo a sentarme sobre las rodillas, sintiendo de inmediato la conexión
perdida, y busco mi mesilla de noche. Dentro, saco una tira de condones de mi
cajón, y Thea se ríe entre dientes.
—Vaya, piensas tenerme de espaldas un buen rato.
—No —digo mientras abro el primero y lo deslizo por mi pene—. Voy a
ponerte de rodillas, vas a cabalgarme hasta el fondo y, si no estoy demasiado
cansado, voy a tomarte contra la pared. Planeo follarte en cada superficie de esta
habitación.
—No me voy a quejar —dice sonriendo. Cierra los ojos cuando la cabeza
de mi polla empuja contra su vientre.
—¿Estás lista? —Me alejo y entierro la cabeza entre sus piernas un
segundo—. Joder, te sientes lista.
—Oh, Dios, sí —grita cuando la penetro. Me muevo despacio hasta que
estoy completamente enfundado y tengo que luchar contra las ganas de
correrme allí mismo. Joder, no tenía ni idea de que cabría perfectamente
alrededor de mi polla.
—Thea, nena… No voy a durar con esta. —Muevo las caderas y encuentro
un buen ritmo para los dos. Thea engancha su pierna sobre mi cadera, dándome
un mejor ángulo, mientras sus manos se agarran a los listones de mi cabecera.
En su mente, esto es probablemente genial, pero para mí, es una tortura. Esas
preciosas tetas suyas rebotan en mi cara, y nunca pensé que me gustaría tanto
que me las abofetearan. Me meto una en la boca, dejando que mi lengua juegue
con su pezón mientras mi polla palpita dentro de ella.
Cada gemido, cada palabra de aliento, cada puto sonido me acerca más,
y tengo que encontrar la forma de aplazar mi erupción pendiente. Me apoyo en
las rodillas para reducir la velocidad. Sus caderas se mueven, buscando la
fricción que desea.
Ante mí, la mujer que nunca pensé que podría tener, lo desnuda todo por
mí. Solo para mí. Sus ojos están cargados de lujuria, su cuerpo tiembla por la
respiración agitada y la parte más preciada de su cuerpo está conectada con la
mía de un modo que solo he soñado.
—Joder —digo mientras mi pulgar acaricia su clítoris—. Eres tan
jodidamente hermosa, y eres mía.
—Solo tuya —dice cabizbaja.
La agarro por las caderas y empiezo a moverme hacia delante y hacia
atrás, viendo cómo mi erección entra y sale de su coño. La visión es mi perdición,
y caigo hacia delante, penetrándola hasta que mi esperma caliente llena el
condón. Al instante, salgo de ella y me arrodillo con sus piernas sobre mi
hombro. Sé que no ha llegado al orgasmo y no voy a dejar que lo finja. Mi lengua
y mis dedos se ponen a trabajar y la escucho cuando me dice que no deje de
hacer lo que estoy haciendo. No lo hago hasta que ella se agita y su cuerpo
intenta sacarme todo lo que valgo. Me trago sus dulces jugos y me arrastro junto
a ella.
—Ahora podemos follar —le digo, para su deleite.
veinticinco

L
as cosas entre Kyler y yo van realmente bien. A pesar de que
acabamos de convertirnos oficialmente en pareja, no hemos entrado
en ese periodo de luna de miel por el que pasan la mayoría de las
nuevas parejas, y definitivamente no estamos “follando como conejos” como
dice Nolan de forma no tan delicada. No es que no queramos —hay momentos
en los que sí queremos—, pero soy consciente de que la habitación de mi
hermano está justo enfrente de la de Kyler y debajo de la mía. Y, a pesar de que
Jude me ha dicho en varias ocasiones que se alegra por nosotros y nos ha dado
su bendición, se me hace raro saber que está cerca mientras estamos, bueno,
teniendo sexo. Además, con los partidos de hockey de los chicos y el trabajo de
Kyler en el bar, no podemos permitirnos el lujo de pasar todo el tiempo juntos, y
me parece bien. Seguimos siendo cada uno nuestra propia persona, así que no
estar unidos por la cadera nos viene bien a los dos. Pero eso no impide que Ky
se meta en mi cama a altas horas de la noche después de terminar su turno. ¿Y
las veces que no lo hace? Bueno, esas son las ocasiones de las que no hablamos,
porque aquí es donde no estamos de acuerdo. Sigue peleando y me gustaría que
dejara de hacerlo. Me dice que tiene que seguir con cada pelea porque el dinero
es una promesa de un futuro seguro para Lacey. Y porque Lacey es su prioridad
y sé que perderé la discusión cada vez. Así que, en lugar de eso, cuido de sus
cortes y magulladuras con toda la ternura que puedo y contengo mis palabras.
Hoy, Kyler está ayudando a su hermana con la finalización de todo para la
fiesta de cumpleaños de Lacey al final de la semana, así que estoy aprovechando
la oportunidad para hacer mi propia unión familiar. Jude y yo apenas nos hemos
visto últimamente y parece como si fuéramos parientes lejanos en lugar de
hermanos cercanos. Al igual que Ky, el hockey ocupa la mayor parte de su
tiempo, pero cuando no está en el hielo, tampoco está en casa, pues dice que
tiene planes en otra parte. Sean cuales sean, parecen dejar a mi hermano
encerrado en sí mismo. No es el mismo de siempre y mi instinto de hermana me
dice que tiene algo en mente.
Cuando llego, ya está en Cool Beans, la cafetería del campus, y nos ha
reservado una de las acogedoras zonas de sofás, así que pido nuestros cafés y
algo de comer. No tendrá tiempo de almorzar más tarde, así que me aseguro de
que tenga algo ahora.
—Hola, hermano —le saludo, inclinándome para darle un abrazo que él
corresponde, y le entrego su americano y un sándwich de pastrami y queso a la
plancha—. ¿Qué tal la clase?
Jude se encoge de hombros mientras bebe un sorbo, la temperatura
caliente de la bebida le hace estremecerse un poco.
—Eh, lo mismo de siempre. El profesor Donnelly estaba de muy mal
humor hoy, lo que siempre es una alegría.
Me siento un poco mal por Jude, ya que el profesor Donnelly es el único
profesor de NU que no da ningún margen de maniobra a los atletas de nuestros
equipos deportivos. Mientras que otros son más indulgentes con la carga de
trabajo o los plazos de entrega de los trabajos, a Donnelly le importa un bledo.
En lo que a él respecta, si asistes a su clase, se espera que te comprometas al
cien por cien con las tareas enviadas; con actividades extracurriculares o sin
ellas.
Doy un sorbo a mi café con leche de avena antes de seguir.
—Su clase fue matadora, ¿eh?
—Lo sabes.
Un silencio incómodo se instala entre nosotros y Jude da un mordisco a su
bocadillo, aparentemente ajeno a la conversación rebuscada. Normalmente no
paramos de hablar o de tomarnos el pelo, y nunca ha habido esta extraña tensión
entre nosotros, no me gusta nada.
—¿Está todo bien, Jude?
Jude da otro mordisco a su bocadillo antes de responder.
—Sí, ¿por qué?
—Es solo que pareces... no sé, preocupado, supongo.
Mira por la ventanilla como para ordenar sus pensamientos, pero no
ofrece una respuesta inmediata, lo que me preocupa aún más.
—Sabes que puedes hablar conmigo, ¿verdad? Sé que he estado un poco
cabezona con Ky, pero siempre tengo tiempo para mi hermano favorito.
Eso me hace levantar un poco los labios.
—Tu único hermano, querrás decir.
—Eh, semántica. —Hago una pausa, esperando a ver si ofrece más
información, pero no lo hace.
—Jude...
—Estoy bien, T. Lo prometo. Solo el malabarismo habitual de hockey y
estudiar y todo eso. Una vez que entregue este trabajo de economía, estaré bien.
—¿Sabes que está bien no estar bien? Si tienes problemas con la carga de
trabajo, o con cualquier otra cosa, está bien que lo digas y pidas ayuda.
—Lo sé.
—Y lo mismo vale para todo lo que no esté relacionado con el trabajo.
Aficiones... vida amorosa... relaciones...
—Okey, ya puedes parar. —Jude me dedica la sonrisa que he estado
buscando desde que llegué y me relajo un poco—. Sinceramente, estoy bien. Un
poco estresado con este trabajo, un poco emocionado por nuestro próximo
partido, pero eso es todo. Y, buen intento con la excavación de la vida amorosa,
pero no hay nada que contar. Pero, gracias, Thea, por cuidarme. Significa mucho.
—Por supuesto —le digo con seriedad—. Somos hermanos, ¿verdad? Eso
es lo que hacemos.
En lugar de asentir, algo llama la atención de Jude detrás de mí y, sea lo
que sea, le hace fruncir el ceño. Estoy a punto de girarme para echar un vistazo,
pero me ahorro la molestia cuando una voz familiar nos saluda.
—Hola.
—Hola, hombre —responde Jude cuando Adam se detiene junto a nuestra
mesa. Es la última persona que esperaba ver aquí; en primer lugar, porque no es
estudiante y, en segundo lugar, desde que rompimos, cortamos todo contacto
entre nosotros. Así que decir que me sorprende verle es quedarse corto, lo que
se hace evidente en mi respuesta hacia él.
—¿Qué haces aquí?
—Yo... eh... Iba a buscarte a la casa, pero me encontré con Saul, ¿creo que
fue? En fin, me dijo que Jude se encontraría contigo aquí, así que probé suerte y
aquí estás. —A su favor, Adam parece un poco avergonzado por su confesión,
pero sigue sin responder a mi pregunta.
—Ya, pero ¿qué haces aquí, en Northport? —vuelvo a preguntar,
esperando una respuesta mejor.
—Tuve una reunión de obra —dice, lo que explica el traje y la corbata que
lleva—, y, bueno, sinceramente... Esperaba que pudieras ayudarme con algo.
Mis cejas se levantan hasta el nacimiento del cabello, sorprendidas. No se
me ocurre para qué querría mi ayuda, sobre todo después de cómo quedaron
las cosas entre nosotros. No fue precisamente agradable con sus palabras, y
sinceramente, yo tampoco.
—¿Quieres que te ayude? —digo con tono severo y me encojo un poco al
salir un poco más duro de lo que pretendo.
—Thea —dice Jude en voz baja—, escúchalo.
Adam asiente en dirección a Jude, dándole las gracias por haber
intervenido, y se pasa la mano por el cabello. Es un tic nervioso que tenía hace
años, cuando empezamos a salir, y me invade un extraño sentimiento de
nostalgia. No importa cómo acabaran las cosas entre nosotros, una vez fuimos
una buena pareja, nos queríamos, y le debo escuchar lo que tiene que decir.
—En realidad —continúa Adam—, es más un favor para todos nosotros,
también para mi madre y mi padre. El caso es que hace poco nos enteramos de
que Austin tiene un hijo. Recordarán que papá hizo un comentario
despreocupado en la cena de Acción de Gracias, pero ninguno de nosotros,
bueno, yo no lo tomé en serio y pensé que solo estaba siendo tan grosero como
de costumbre. Resulta que es verdad. Austin tuvo una relación con una chica de
fuera de la ciudad y acabó embarazada justo antes de que lo condenaran. Ante
la inminente vista para su libertad condicional, nosotros, o más bien su abogado,
estamos intentando conseguir toda la información necesaria para presentar un
caso favorable a la junta de libertad condicional, y eso incluye presentar a Austin
como un hombre de familia, arrepentido por todo el tiempo que se ha perdido.
Su abogado ha conseguido concertar una reunión con la madre y cree que sería
buena idea contar con la presencia de una mujer, en lugar de tres hombres. Ya
sabes, para que se sienta un poco más tranquila.
Exhalo lentamente, pero estoy un poco desconcertada por todo lo que
Adam nos está contando. Mi mente todavía está atrapada en el hecho de que
Austin tiene un hijo. Aun así, dejo que Adam continúe.
—Mi mamá... está tan conflictuada y abrumada por todo. Ella misma se
tomó mal la sentencia de Austin, por la mala fama que dio a la familia. Por mucho
que quiera, no cree que sea buena idea asistir a la reunión porque no quiere
ponerse demasiado emocional y tener que volver a depender de los
antidepresivos. Ya sabes lo mal que estaba después de la sentencia. Y,
sinceramente, necesitamos que la reunión salga bien y que Austin tenga
posibilidades.
Poco a poco, las piezas empiezan a encajar y me doy cuenta de para qué
quiere Adam mi ayuda antes de que las palabras salgan de su boca.
—Entonces, déjame adivinar, ¿quieres que vaya a esta reunión contigo? —
pregunto y me encuentro con el asentimiento de Adam.
—No te lo pediría si no fuera tan importante para Austin. Y sé que las cosas
entre nosotros terminaron mal y lo lamento. Pero, por favor Thea, nos estarás
ayudando mucho. Es solo para esta reunión inicial para que podamos conocerla,
y a ella a nosotros.
—¿No hay un asistente social o alguien que haga este tipo de cosas?
—Intentamos que esto quede entre familias, para no asustarla. No
queremos que piense que le vamos a quitar a su hijo, porque no es así. Es solo
por el bien de la libertad condicional de Austin.
Dudando, miro a Jude para ver si puedo hacerme una idea de cómo se
siente al respecto, pero lo único que me da es un pequeño encogimiento de
hombros. Probablemente esté tan sorprendido como yo por las revelaciones de
Adam.
Pero aun así acude a mi ayuda y me pregunta:
—¿Cuándo es la reunión?
—Este domingo por la mañana —nos dice Adam. Inmediatamente sé que
no puedo ayudarle, aunque quisiera, porque la fiesta de cumpleaños de Lacey
es el domingo y de ninguna manera voy a defraudarla, ni a ella ni a su tío, no
asistiendo.
—Lo siento, Adam, tengo algo este domingo y no puedo cambiarlo —le
digo con sinceridad.
—Por favor, Thea —vuelve a pedir—, solo serán treinta minutos. Una hora
como mucho. Y tendrá lugar aquí, así que no tendrás que viajar de vuelta a Silver
Lake.
—¿Puedes hacer las dos cosas? —me pregunta Jude, y esta vez me
encuentro maldiciéndole en silencio por interferir. Sabe que voy a la fiesta de
Lacey y que no empieza hasta después de comer, lo que me daría tiempo
suficiente para ir a la reunión por la mañana y volver a la fiesta por la tarde. La
debilidad que solía tener por Adam está claramente empezando a aparecer de
nuevo.
—Te prometo —dice Adam—, que puedo tenerte de vuelta aquí a tiempo
para lo que sea que necesites ir.
Suspiro mientras jugueteo con la correa del bolso, preguntándome cómo
voy a abordar el tema con Kyler. Finalmente vuelvo a mirar a Adam y, al ver al
chico del que me enamoré hace tantos años, mi determinación se resquebraja.
—Mira, ahora no puedo darte un sí o un no definitivo. Primero tengo que
comprobar algunos horarios. ¿Puedo hacértelo saber en un rato?
Adam respira aliviado, con los hombros caídos por la tensión que no me
había dado cuenta de que tenía.
—Sí, por supuesto, sería estupendo, gracias, Thea. He cambiado mi
número; pásame tu teléfono y actualizaré mis datos.
Veo cómo Adam actualiza rápidamente sus datos de contacto y me
devuelve el teléfono.
—Entonces, ¿me avisarás si puedes venir?
Asiento.
—Estaré en contacto.
Con un rápido «gracias» Adam se despide y nos deja a Jude y a mí con
nuestros pensamientos y nuestras tibias bebidas.
—¿Qué vas a hacer? —Jude por fin me hace la pregunta que supongo tenía
en la punta de la lengua.
—Hablar con Kyler, supongo.
Resulta que Kyler está más dispuesto a ir a la reunión que yo, lo que me
deja estupefacta. Me dice que si fuera al revés, y le pidieran que fuera a una
reunión con el padre de Lacey porque eso ayudaría a Ally, lo haría sin dudarlo.
Claro que no está muy contento con el hecho de que Adam vaya a recogerme,
pero sabe dónde están mis lealtades y no pasará nada. Además, dudo mucho que
Adam haga algo que le haga perder a Austin la oportunidad de salir en libertad
condicional. Le envío un mensaje a Adam para avisarle de que iré, y él me
responde con un “gracias” y un emoticón sonriente y me confirma que me
recogerá el domingo a las nueve de la mañana.
Ky es muy atento por la noche y se toma su tiempo para prodigarme beso
tras beso. Me lleva al precipicio varias veces antes de sacarme del borde,
negándome la oportunidad de caer en el abismo del éxtasis. Cuando por fin me
deja perder el control, lo hace al unísono con sus propios gritos de deseo y nos
aferramos el uno al otro mientras volvemos flotando a la tierra. Aún no hemos
dicho esas tres palabras, pero lo siento en cada caricia, cada beso y cada palabra
susurrada.

Antes de que me dé cuenta, llega el domingo y estoy lista ridículamente


temprano. No estoy segura de si es culpa de los nervios o del miedo, o tal vez
una combinación de ambos, por prepararme al amanecer, pero me encuentro
sentada en la cocina con casi una hora para matar mientras espero a que Adam
me recoja. Por suerte, mis compañeros de piso me entretienen mientras intentan
envolver el regalo de cumpleaños de Lacey antes de irse al gimnasio. ¿Cuántos
hombres adultos se necesitan para envolver un par de patines de hockey?
Aparentemente, tres. Uno para sujetar el papel de regalo, otro para cortar la cinta
y otro para asegurarse de que quede lo más perfecto posible. A juzgar por la
cantidad de palabrotas, diría que no va demasiado bien. Hacen falta al menos
dos intentos más y mucha más cinta antes de que los tres den un paso atrás y
admiren orgullosos su obra maestra. Los felicito con un aplauso y les digo que es
el regalo mejor envuelto que he visto nunca. Spoiler: no lo es, pero a Lacey le
hará mucha ilusión abrirlo y eso es lo que cuenta.
Ky tira de mí hacia él, envolviéndome en un cálido abrazo mientras deja
caer un beso en mi cuello:
—¿Crees que le gustarán?
—Le encantarán. Todo lo que quería eran patines de hockey y se los vas a
dar. Hoy será la niña más feliz del planeta.
—Le pregunté al entrenador si podía traerla a la pista y darle unas clases.
—Es una gran idea. ¿Qué ha dicho?
—Me dijo que quizá una o dos veces, pero que no lo convirtiera en un
hábito. Pero me dio el número de su amigo que da clases los fines de semana en
una de las escuelas cercanas. Dijo que le debía un favor y que podría hacer un
hueco a Lacey.
—Le encantará, Ky.
—¿A qué hora te recoge? —Ky deliberadamente no dice el nombre de
Adán. Él puede entender por qué estoy asistiendo a esta reunión, pero su
desprecio por Adam no ha disminuido. Miro el reloj y me doy cuenta de que son
las nueve y diez y Adam ya debería haber llegado.
—Hace unos diez minutos, en realidad.
Abro la aplicación de mensajería de mi teléfono y envío un mensaje a
Adam pidiéndole un tiempo estimado de llegada, pero no oigo nada como
respuesta.
—Probablemente llegará pronto.
Ky asiente y da un largo trago a su botella de agua. Hay tensión en su rostro
debido a la inminente llegada de Adam.
—No tienes que esperar conmigo si quieres ir al gimnasio con los demás
—le digo con la esperanza de tranquilizarlo un poco. En lugar de eso, suelta una
carcajada.
—¿Y dejarte sola en casa con ese puto imbécil? No, gracias.
—No me dejarás sola en casa. Va a recogerme y vamos a una reunión,
¿recuerdas?
—Como quieras. Aun así, esperaré contigo hasta que aparezca.
Resulta que Adam no aparece, a pesar de mis intentos por localizarle. La
hora de la reunión ya ha pasado y sigo esperándole en la sala de estar. Al final,
mi teléfono recibe un nuevo mensaje.
ADAM:
Lo siento, cambio de planes. Reunión aplazada.
Respondo rápidamente y le digo que espero que todo vaya bien, pero no
oigo nada más. Me molesta un poco que me haya hecho esperar, pero no hay mal
que por bien no venga y, con la mañana libre y Kyler aún sentado en el sofá con
la casa para nosotros solos, buscamos otras formas de entretenernos hasta que
tenemos que irnos a la fiesta de Lacey.

—¡Mira, mamá, mira lo que me ha regalado el tío Ky! —Lacey corre hacia
su mamá llevando sus nuevos patines de hockey. Cuando los abrió, chilló tan
fuerte que fue difícil no dejarse tragar por la emoción. Quería ponérselos de
inmediato, pero Ky consiguió disuadirla, diciéndole que el mejor momento para
probarlos sería en la clase de patinaje a la que la llevará dentro de unas semanas.
Creo que chilló aún más fuerte cuando oyó eso.
—Son muy geniales, cariño —le dice Ally a su hija, enviándole una mirada
de gratitud y pronunciando un «gracias» en dirección a su hermano. Aunque Ally
y su madre dependen mucho de Kyler para varios asuntos relacionados con el
dinero, siempre es él quien decide hacer un esfuerzo extra cuando se trata de
Lacey. Es evidente en la fiesta que ha ayudado a organizar para su sobrina. Ha
contratado los servicios de un centro local de juegos blandos, que no solo se ha
ocupado de la fiesta, sino que también les ha dado bolsas de fiesta para los
invitados. Incluso hay un pastel de cumpleaños de dos pisos, con una pequeña
niña con uniforme de hockey sentada en la parte superior, sin ninguna princesa
a la vista.
—Ella realmente lo adora, ¿sabes?
La voz de Ally suena antes de llegar a mí. Hasta ahora no nos conocíamos
oficialmente, y me alegro de tener la oportunidad de conocerla.
Se me dibuja una sonrisa en los labios al ver a la cumpleañera y a sus
amigos en un pequeño castillo hinchable, trepando por encima de Kyler. Kyler
se lo toma como el deportista que es, sin rechistar.
—Y él realmente la adora. —Volviéndome hacia Ally, aprovecho para
presentarme ante ella—. Soy Thea. Encantada de conocerte.
—Yo también me alegro de conocerte por fin. Le he estado insistiendo a
Kyler para que nos presentara cuando no paraba de hablar de ti hace todos esos
meses, pero siempre encontraba una razón para no hacerlo. Es bueno verlo feliz.
Sus palabras se me quedan grabadas. El hecho de que Ky le hablara de mí
a su hermana antes de que empezáramos a salir es como un reconfortante abrazo
de tranquilidad que recorre mi cuerpo, sobre todo porque durante esos
primeros meses fue un libro cerrado.
—A mí también me hace feliz —le confieso—. Esta es una gran fiesta.
Ally suspira:
—Ojalá pudiera llevarme el mérito, pero todo esto es de Kyler. No sé cómo
podré seguir así cuando él no esté aquí para ayudar.
—Siempre estará aquí para ayudar, Ally. Eres su familia.
Una sonrisa triste se dibuja en los labios de Ally, como si guardara un
secreto que aún no está dispuesta a compartir.
—Espero que tengas razón.
—¿Sobre qué? —Siento los brazos de Ky a mi alrededor antes de verlo, y
me pregunto si se ha tomado un descanso de ser un trepador humano porque
siente curiosidad por lo que estamos hablando. Hasta ahora, el único miembro
de su familia que he conocido es Lacey, y una parte de mí no puede evitar pensar
que nos ha mantenido a distancia porque le preocupa cómo actuarían su madre
y su hermana conmigo.
—Sobre que eres el mejor tío del mundo —responde Ally, cambiando
rápidamente de tema, para no alertar a su hermano de sus preocupaciones—. No
puedo creer que hayas conseguido alquilar este lugar. Lacey estaba más que
emocionada cuando llegó. Gracias, Ky.
—Merece tener lo que nosotros no tuvimos. —Mi novio no se anda con
rodeos en su respuesta.
—Sí, así es. Y en ese sentido, creo que es hora de cortar el pastel.
Cuando Ally nos deja para reunir a los niños, agarro la mano de Ky y me
la llevo a la boca, besando ligeramente cada uno de sus nudillos.
—Sabes que tiene razón. Eres el mejor tío que Lacey podría tener.
Definitivamente vas a ser recompensado por tus esfuerzos en tu próxima vida.
Una sonrisa traviesa se dibuja en su rostro y su otra mano me agarra del
cuello, atrayéndome hacia él.
—Me interesa más saber cómo seré recompensado en esta vida.
Sus labios se encuentran con los míos y, con un movimiento de su lengua,
le concedo el acceso. Nuestro beso empieza casto, pero rápidamente se
convierte en algo que unos ojos pequeños no deberían presenciar a plena luz del
día. Antes de que nos dejemos llevar demasiado, me separo y agacho la cabeza
contra su pecho. La risita de Ky resuena en mi interior y me da un ligero beso en
la cabeza.
—Continuará —susurra.
Antes de que pueda responder, algo llama la atención de Ky y noto que su
cuerpo se tensa mientras levanta rápidamente la vista hacia la entrada y maldice,
lo que me hace girarme. Inmediatamente veo la razón del cambio: caminando
hacia nosotros está Adam.
—¿Adam? —pregunto, con confusión en mi voz. No hay razón para que
esté aquí—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Te lo dije, necesitaba tu ayuda para nuestra reunión. —Su
comportamiento dista mucho del que tenía en la cafetería durante la semana.
Este Adam no es la persona nerviosa y charlatana que pedía favores. No, en su
lugar hay un hombre de negocios frío y burlón, con los ojos entrecerrados por la
determinación y la boca en una línea tensa.
—La reunión tenía que ser esta mañana, cabrón, pero no apareciste. —La
rabia que desprende Kyler es palpable, y le pongo una mano en el pecho para
intentar calmarlo... o al menos impedir que arremeta contra mí. Sus puños ya
están curvados a los lados, listos para entrar en acción en cualquier momento.
A su favor, Adam no se enfada por el comentario de Ky y lo ignora.
—Ky tiene razón, te esperé esta mañana, pero me dijiste que la reunión se
había pospuesto.
—Ya ha ocurrido —nos dice Adam—, está ocurriendo ahora mismo.
Frunzo el ceño porque no puede tener razón. Adam sabía que yo no estaba
disponible esta tarde, así que ¿por qué iba a preguntarme si podía ir con él? Se
lo vuelvo a repetir.
—Te dije que no podía ir contigo esta tarde.
Adam se ríe, con un toque de malicia en el sonido.
—Realmente eres boba, ¿verdad Thea?
Esta vez Ky empuja contra mi mano y da un paso adelante, inclinándose
hacia el espacio de Adam.
—Cuida tu puta boca —le dice, con los labios curvados y las fosas nasales
encendidas. La ira le recorre el cuerpo.
—En realidad, creo que te conviene vigilar la tuya. —Adam se vuelve hacia
mí y continúa—. Verás, Thea, realmente necesitaba tu ayuda. Es cierto, hemos
encontrado a la madre del bebé de Austin. Solo que no sabíamos cuál sería su
ubicación exacta este fin de semana. Tu problema es que eres demasiado
confiada. Con qué facilidad me diste tu teléfono para que actualizara mis datos
de contacto. Y con qué facilidad me las arreglé para activar la función “Buscar a
mis amigos”.
»Y tú… —Adam está hablando con Kyler ahora, una sonrisa de satisfacción
se forma en su rostro—. Sabía que te reconocía. Había visto tu cara antes, y me
molestó mucho. Así que desenterré algunas pertenencias de Austin y ahí estás.
En el fondo de una foto que tiene de una chica que le sonríe cariñosamente a
través del lente de la cámara.
Poco a poco, y de forma espeluznante, las piezas empiezan a encajar: las
veces que Adam mencionó que creía haber conocido a Ky antes, y cómo lo
descarté; el desprecio inmediato que Adam sintió por Ky sin conocerlo
realmente; el comentario que el Sr. Nelson dijo en Acción de Gracias sobre la
“basura del parque de caravanas” y cómo está urbanizando el parque de casas
rodantes en el que ella vive. Es como una bofetada en la cara y se me cae el
estómago al suelo.
—No, Adam...
—¿De qué demonios estás hablando?
Las palabras de Kyler y las mías chocan entre sí, pero es el grito ahogado
detrás de nosotros, seguido del sonido de los platos chocando contra el suelo, lo
que llama nuestra atención.
La cara de Ally está blanca como el papel, pero es el terror en sus ojos lo
que nos hace seguir su línea de visión hacia la entrada y hacia Carl y Andrea
Nelson, que acaban de entrar.
—Ese hombre —grita ella—, No, no, no... lo prometió. No puede
llevársela. No puede.
—Ally, está bien, haremos que se vaya. —Ky está junto a ella ahora,
trayéndola en un abrazo protector y metiéndola en su cuerpo.
—No, Kyler, no lo entiendes. ¿Ese hombre? —Ally levanta lentamente la
mano y señala al señor Nelson—. Es el abuelo de Lacey.
veintiséis

E
l Sr. Nelson y yo nos miramos fijamente. Es engreído, pomposo y
cree que puede hacer lo que le dé la gana porque tiene dinero. Ally
llora detrás de mí y repite el nombre de Lacey entre sollozos.
Cuando miro a Thea, y posteriormente a Adam —que es tan arrogante como su
padre—, no veo más que rojo. Puro puto odio.
—Thea, lleva a Ally y a Lacey al baño y cierra la puerta. No abras a nadie
más que a mí. —Por el rabillo del ojo, la veo asentir y marcharse. Adam hace un
movimiento para seguirla, pero yo me adelanto—. Un movimiento más y acabaré
contigo. —El bastardo engreído se burla y yo me acerco. Soy más alto que él y
mucho más fuerte—. ¿Quieres saber si puedo hacerlo? Incluso te daré el primer
puñetazo.
—No te tengo miedo.
—Deberías. —De nuevo, doy un paso hacia él, cerrando la brecha entre
nosotros.
—Muy bien, chicos, esto no es un concurso de meadas. —El Sr. Nelson me
toca el hombro para alejarme de su hijo. Mi brazo vuela hacia arriba y lo aparta
de un golpe. Se queda mirando al suelo y resopla. No me importa si mi reacción
lo cabrea. Detrás de él, su mujer mira con cara de asombro o desprecio. No
pretendo que me importe lo que esté pensando. Pronto saldrá de nuestras vidas.
Vuelvo a centrarme en él y le miro a los ojos sin alma.
—¿Qué clase de hombre interrumpe la fiesta de cumpleaños de una niña?
—le pregunto—. ¿Qué clase de hombre intenta asustar a una madre? ¿Qué clase
de hombre...?
Levanta las manos.
—Puede que no haya llegado a tiempo, pero me aseguraron que éste sería
el mejor sitio. —Mira a su hijo y, por un instante, veo un atisbo de sinceridad en
sus ojos, pero desaparece en un instante. Planearon esta emboscada y lo hicieron
con la ayuda de mi novia.
—¿Todo bien por aquí? —El encargado se acerca a nosotros. Sacudo la
cabeza lentamente.
—Esta gente está acosando a mi familia y me gustaría que llamaran a la
policía.
—¿Qué demonios? —suelta Adam mientras su padre levanta las manos.
—Espera, solo queremos hablar —dice.
—Este no es el momento ni el lugar. Este pedazo de mierda al que llamas
hijo sabe dónde vivo. Te sugiero que me visites allí si quieres hablar de mi
sobrina.
El Sr. Nelson se burla.
—En realidad, puedo hablar con Ally cuando quiera.
—En realidad —digo con el tono más duro que puedo mientras doy un paso
hacia él—. No puedes. Acércate a ella y presentará cargos. Acércate a mi sobrina
y acabaré contigo. ¿He sido claro? —Ninguno de los dos reconoce la amenaza
que no debería haber hecho, pero he dicho lo que he dicho.
—Señor, voy a tener que pedirle que se vaya. —El encargado se interpone
entre nosotros y extiende los brazos como si pudiera detener una agresión.
Como no se mueven, saca su teléfono—. Muy bien, la policía entonces.
—Nos vamos —espeta el Sr. Nelson—. Estaré en contacto.
—Algo me dice que eso es lo único honesto que has dicho en toda tu vida.
El Sr. Nelson sonríe y dice:
—Probablemente tengas razón. Vamos, hijo. —Indica a Adam y a su mujer
antes de dirigirse a la puerta.
Adam me mira y niega con la cabeza. El hecho de que se crea mejor que
yo me saca de quicio. No es nada, solo un niño pequeño jugando con el dinero
de su padre. Los sigo, manteniendo suficiente distancia entre nosotros hasta que
salen del edificio. El gerente se pone a mi lado y suspira.
—Lamento todo esto —le digo mientras veo a mis enemigos jurados subir
a su Escalade negro.
—Me alegro de no haber tenido que llamar a la policía. —Suspira y se da
la vuelta.
—Yo también —digo al espacio que me rodea. Espero a que los Nelson
abandonen el estacionamiento antes de darme la vuelta. No necesito más
sorpresas, ya que esta me ha bastado para toda la vida.
Me dirijo al baño de la parte trasera del edificio. Al menos, aquí es donde
espero que estén Ally, Thea y Lacey. Es la dirección hacia la que las vi huir, pero
tampoco les presté mucha atención porque no quería apartar la vista de Adam y
su padre.
Cuando llego al fondo, hay una pequeña fila de chicas haciendo el famoso
baile del orinal. Al instante, me siento mal porque he provocado esto, pero
también, me hace preguntarme por qué no hay otro baño en este lugar.
—Les abro la puerta —les digo al pasar. Un par me vitorean, y para ellas
probablemente sea un héroe: el tío de Lacey salvando el día. Golpeo la puerta
con los nudillos—. Soy yo. No hay moros en la costa.
La cerradura de la puerta se desliza y doy un paso atrás. Lacey sale
primero y saluda a sus amigas, casi como si no tuviera ni idea de lo que acaba de
pasar. Ally es la siguiente. Tiene los ojos hinchados y el cabello recogido en
coletas. La miro extrañado, pero no dice nada mientras hunde la cara en mi
pecho.
—Se ha ido.
—¿Y si viene a la casa? ¿Y si intenta quitarme a Lacey?
—Hablaremos de esto más tarde, Ally. Créeme, tengo muchas preguntas
y necesito algunas respuestas, pero ahora no es el momento ni el lugar. Ve a
pedirle platos nuevos al encargado y vamos a cortar el pastel. —No me molesto
en preguntar por las coletas que ahora lleva porque creo que ha sido una táctica
de distracción para mantener a Lacey tranquila, cosa que agradezco.
Cuando Thea y yo hacemos contacto visual, mi alivio por saber que Lacey
y Ally están bien se convierte en ira. En el fondo, estoy furioso. Thea permitió
que Adam jugara con ella, y eso no está bien. Me rodea la cintura con los brazos
y, en lugar de abrazarla como ella quiere, me quedo parado. Ella retrocede
lentamente y me mira.
—¿Ky?
—Creo que deberías irte a casa, Thea.
—¿Q-qué?
—Ya me has oído. Creo que deberías irte a casa.
—Ky, yo no...
Levanto la mano para interrumpirla y niego con la cabeza. No quiero oír
excusas. No de ella y menos ahora. Ella causó esto al permitir que Adam usara
su teléfono. Para ser alguien que la hirió tan profundamente, confió demasiado
en él, y eso me molesta. Me hace daño. Sus acciones han puesto a mi hermana y
a mi sobrina en una situación en la que no estaban hace horas.
—Tú hiciste esto. Dejaste que ese pedazo de mierda siguiera en tu vida.
Nunca debí confiar en ti. Vete. No te quiero aquí, y no te quiero cerca de Lacey.
Thea se aleja de mí y asiente. Me duele verla alejarse, pero lo hago. Busco
a Lacey y la encuentro riéndose con una de sus compañeras, ajena a todo lo que
ocurre a su alrededor. Y luego busco a Ally. Ella y mi madre preparan los platos
y se disponen a cortar el pastel de Lacey. Me dirijo hacia ellas, necesito hablar
con Ally. Hay algo más en la historia, en lo que ha pasado aquí, y quiero
respuestas. No quiero esperar porque lo que sea que esté pasando me afecta en
más de un sentido. Acabo de decirle a mi novia que se vaya porque ella ha
provocado esto, pero también Ally y sus malditos secretos.
Cuando llego a la mesa, toco ligeramente a Ally en el brazo y le hago señas
para que me siga. Ahora mismo, odio mi vida. Odio ser el protector, el que tiene
que arreglarlo todo. Ally y mi madre dejan las cosas a un lado y viven con la idea
de que yo me encargaré de cualquier problema. Estoy cansado de eso y quiero
salir.
—Suéltalo —le digo a mi hermana—. Quiero oírlo todo, o me voy de aquí
y no vuelvo. —Es una amenaza, pero nunca la cumpliré por Lacey. Si ella no
estuviera en la foto, me habría ido hace mucho tiempo.
Ally inhala profundamente y luego asiente.
—Austin Nelson es el padre de Lacey. Salimos un tiempo, fue de vez en
cuando, y justo después de enterarme de que estaba embarazada, todo se fue a
la mierda, y rápido.
—¿Dónde está Austin? —le pregunto—. ¿Es el chico que está en la cárcel?
Ally asiente.
—Después de que lo encerraran, su padre me visitó. Me dijo que
mantuviera la boca cerrada sobre quién era el padre de Lacey, si es que su hijo
era su padre. Me dijo que no era más que basura de parque de caravanas y que
nunca vería un céntimo de la fortuna de los Nelson si insinuaba siquiera que
Austin era el padre de Lacey. Me dijo que tenía el dinero para quitarme a mi hija
y hacer de mi vida un infierno. —Ally se seca las lágrimas caídas.
—¿Has hablado con Austin?
Ella sacude la cabeza.
—No desde que me llamó la noche que lo arrestaron. —Hace una pausa y
se recompone—. El día que ocurrió todo, yo trabajaba de recepcionista. Austin
me llamó y me dijo que lo habían detenido por traficar. Yo sabía que
suministraba a los obreros de la construcción en las obras de su padre, pero me
dijo que no me metiera en sus asuntos, así que eso hice. Una semana después,
me quedé en la calle porque mi nombre no figuraba en el contrato de alquiler, y
su padre se negó a ayudarme, incluso después de que le dijera que estaba
embarazada. Y unos días después, mientras guardaba mis cosas en el coche, se
me acercó en el estacionamiento del complejo en el que vivíamos y me dijo esas
cosas. Así que le hice caso. Empaqué lo que pude y volví a casa de mamá.
Ally se apoya en mí y llora.
—Ni siquiera sé cómo se enteró de que estábamos aquí o por qué
apareció. No le he hablado a nadie de Austin, nunca.
—Te encontró gracias a Thea —le digo. Ally se pone rígida en mis
brazos—. Siento haberla traído a nuestras vidas.

El último lugar donde quiero estar ahora es en el hielo. Perdemos por dos
goles, ambos resultantes de jugadas de poder cuando me enviaron al banquillo.
Toda la noche, este imbécil me ha hablado al oído, diciéndome mierda para
cabrearme. Lo entiendo, es una táctica normal, pero esta noche no es la noche
para joderme. Debería haberle dicho al entrenador que no podía patinar, pero
tendría que ser un frío día en el infierno para que yo pronunciara esas palabras.
Desde que tengo memoria, el hockey ha sido mi vida. La pista suele ser el único
lugar donde puedo escapar de todo, pero esta noche no. En cuanto entré en los
vestuarios, Jude me echó la bronca por hacer llorar a su hermana. Que se joda.
Y que se joda ella. Puso a mi sobrina en peligro. Siguió viendo a su ex a mis
espaldas, incluso llegó a pedirme permiso para salir con él. Debo ser un idiota.
La línea cambia y yo salgo del hielo.
—Rose, ¿piensas jugar esta noche o solo estás perdiendo espacio en el
hielo? —pregunta el entrenador. No respondo porque no tengo una buena
respuesta—. Respóndeme —me dice mientras me golpea el casco. Me pongo de
pie y lo miro. Incluso sin los patines puestos, soy más alto que él, y ahora mismo,
sobresalgo por encima de él.
—No me toque, joder.
—Fuera de mi puto banquillo —grita y señala hacia la puerta que da a
nuestros vestuarios. Hago lo que me dice sin vacilar, sin hacer preguntas. No me
molesto en ducharme y ni siquiera espero a que termine el partido para salir por
la puerta y dirigirme al coche. La voz de Thea suena detrás de mí. La ignoro y
sigo hacia mi coche, alargando la zancada para alejarme de ella.
—Kyler, por favor.
Puede suplicar todo lo que quiera. No voy a parar. Llego al coche, abro y
cierro la puerta mientras arranco el motor. Mis faros iluminan a Thea justo cuando
salgo del estacionamiento. Miro por el retrovisor y la veo de pie en medio del
estacionamiento, viéndome marchar. No me equivoco. Le dije desde el principio
que no dejo que la gente entre en mi vida porque no confío en nadie. Cometí el
error de confiar en ella, solo para ser defraudado. Lección aprendida.
En lugar de ir a casa, donde sé que Thea y los demás pueden encontrarme,
conduzco hacia el sur de la ciudad, al almacén donde se celebran los combates
de esta noche. A lo largo de mi corta relación con Thea, me suplicó que parara.
Me alegro de no haberle hecho caso, porque esta noche necesito golpear a algo
o a alguien.
Me registro en el mostrador y me dirijo al ring improvisado, formado por
cientos de hombres reunidos en círculo. Los dos que se pelean ahora se rodean
mutuamente. Cuando uno amenaza con un puñetazo, el otro retrocede. Esto dura
unos cinco minutos, hasta que alguien del público empuja a uno de los
luchadores contra el otro, y entonces empieza todo. Finjo que soy yo y practico
mis movimientos con cada puñetazo. No es que seamos profesionales ni nada de
eso. Solo somos un puñado de cabrones tontos que buscan emoción y ganarse
unos dólares extra.
Me tocan el hombro y, cuando me giro, el “dueño” me hace señas para
que le siga. Acabamos en un rincón y me dice que soy el siguiente. Acepto y me
quito los zapatos y la camiseta. Doy gracias por haberme puesto pantalones
cortos al salir de los vestuarios, porque luchar en jeans es un asco. Necesito todo
el movimiento posible.
Cuando termina el combate en curso, piso las viejas colchonetas de
gimnasio que alguien lleva consigo a cada pelea. Están llenas de sangre seca,
rasgadas y casi sin acolchado. Se utilizan para evitar que los cráneos se rompan
al caer.
El tipo que me precede me mide. Lo dejo. Es un poco más bajo que yo y
tiene los brazos rechonchos, lo que me da ventaja. Giro los hombros, levanto las
manos y avanzo hacia él. Me lanza un golpe y conecta, aturdiéndome. Y es en ese
momento cuando decido que necesito el dolor y le permito que me golpee hasta
que me desmayo.
Hay ruido a mi alrededor. Alguien habla rápido mientras algo me pincha.
Oigo sirenas, gritos y luego siento algo frío contra mi pierna. Una luz brillante
me ilumina los ojos e intento apartarla, pero mis brazos no se mueven. Estoy
atrapado. Quiero apartar la cabeza, pero algo la mantiene en su sitio. ¿Qué es?
Gimo. Es lo único que puedo hacer.
—¿Puedes oírme? —dice una voz.
Otro gemido.
—Te vas a poner bien. Estás de camino al hospital.
Otro gemido.
—Sé que estás sufriendo, pero vamos a cuidar de ti. Aguanta un poco. Ya
casi llegamos al hospital.
Gemido.
—Me gustaría que te despertaras y me dijeras tu nombre —dice la voz—.
Me gustaría llamar a tu familia y decirles dónde pueden encontrarte. Seguro que
están preocupados.
No le importo a nadie.
—Muy bien, amigo mío, ya estamos aquí. Vamos a arreglarte.
Bip. Bip. Bip.
Algo me pellizca la mano. Me duele y me molesta. Busco lo que sea y grito
de dolor. Abro los ojos, me llevo la mano a la cabeza y vuelvo a gritar. Entablo
mi segunda pelea de la noche, esta vez con mi conciencia, pero también la
pierdo rápidamente.
—Buenos días —me dice un hombre con bata azul. Lo miro con la vista
nublada.
—Buenos días. —Mi voz es áspera—. ¿Dónde estoy?
—El hospital Northport General —dice—. Te trajeron en mi ambulancia
hace dos noches.
—¿Dos noches?
—Sí, parece que te asaltaron y te dejaron a un lado de la carretera.
—¿Me asaltaron?
—¿Cómo te llamas?
—Kyler —digo—. Rose.
—Genial, ahora podemos ponerle un nombre a tu ficha y dejar de llamarte
John. Definitivamente no pareces un John, pero imagino que tampoco te pareces
mucho a un Kyler en este momento. —Me ilumina los ojos y los cierro.
—Todo duele.
—Me lo imagino. Te han dado una paliza, pero no hay nada roto. Te
retendremos otra noche y luego podrás irte a casa. ¿Hay alguien a quien pueda
llamar por ti?
Empiezo a mover la cabeza, pero me duele demasiado. El enfermero
asiente como si lo entendiera y me dice que volverá con analgésicos. Cuando
vuelve, me pone algo en la vía y es un alivio. Tarda unos cinco segundos en
dejarme inconsciente.
Cuando vuelvo a despertarme, el mismo enfermero está en mi habitación.
—¿Cómo te encuentras?
—Mejor —digo mientras intento incorporarme. Hago una mueca de dolor.
—El médico ha venido varias veces a comprobar tus constantes vitales.
Tus escáneres no muestran ningún daño interno. Tienes mucha suerte.
—Sí.
—La policía vendrá más tarde para presentar un informe.
Asiento pero sé que no voy a presentar nada.
—¿Puedo comer?
—Haré que traigan el almuerzo.
—¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Hace cuatro días —dice.
Cuatro días.
—¿Hay alguien a quien pueda llamar? —pregunta.
Sacudo la cabeza.
—No, estoy bien.
Asiente y se marcha.
Estoy hojeando los canales de televisión mientras picoteo mi almuerzo
cuando se abre mi puerta. Si alguna vez hubo un momento para llamar a una
enfermera, es ahora. A los pies de mi cama está Adam Nelson.
—¿Qué demonios quieres?
Sonríe como el psicópata que es.
—Estoy aquí con una oferta.
—Sea lo que sea, no quiero oírlo.
—Creo que sí —dice. Se pasea por delante de mi cama con las manos en
los bolsillos—. Con esto te enfrentas a una factura del hospital… —Hace una
pausa y me señala—. Quiero que te mantengas alejado de Thea y, a cambio,
cubriré esta factura del hospital y te daré veinte mil en efectivo.
—Vete a la mierda.
Se ríe entre dientes.
—¿Quieres pensártelo? Es una buena oferta. No tendrás cobradores que
te llamen o vengan a llevarse tu coche chatarra. Nadie te embargará el sueldo,
suponiendo que vuelvas al trabajo. Y todo lo que tienes que hacer es alejarte de
una chica que apenas conoces.
—¿Y tu familia se mantiene alejada de Lacey? —añado.
Adam parece sorprendido.
—Claro, por qué no. —Se encoge de hombros y me tiende la mano. Nos
damos la mano, saca un fajo de billetes y me lo pone en la bandeja—. Puedes
contarlo si quieres. Lo pagaré a la salida.
Se va, y el arrepentimiento se filtra.
veintisiete

—G
alletita, tienes que comer. —Nolan me pone delante un
plato de sopa y un sándwich de queso a la plancha e
inmediatamente el olor me revuelve el estómago.
Han pasado días desde la última vez que vi a Kyler. Incluso más desde que
hablé con él. No me dio ni la hora cuando aparecí después del partido hace unas
noches; en lugar de eso, se subió a su coche y se marchó a toda velocidad. Lo
entiendo. Está cabreado. Una bomba fue lanzada en la fiesta de cumpleaños de
Lacey y los efectos de su detonación todavía se sienten ahora. Esa es la cosa, sin
embargo. No solo le afecta a él, nos afecta a todos, solo que él no se quedó el
tiempo suficiente para darse cuenta.
—No tengo hambre —digo mientras alejo el cuenco—. ¿Y por qué me
llamas “galletita”?
Nolan me devuelve el cuenco.
—Pensé que si tenía un término cariñoso para ti, te haría sentir un poco
mejor. Y tú eres la única que hornea galletas en la casa, ergo, “galletita”.
—Bueno, esta soy yo vetándolo oficialmente.
—Bien, pero tienes que comer. Esto no es negociable. No me hagas
alimentarte, Thea. No estoy por encima de entrar en el modo de cuidado
completo.
—Tiene razón, Thea —añade Millie mientras entra en la cocina desde la
lavandería con un cesto de ropa limpia. No sé en qué momento ha llegado, pero
mi mejor amiga ha asumido el papel de madre gallina de la casa; un papel en el
que normalmente me deslizo con facilidad.
Con un suspiro de exasperación, recojo la cuchara que tengo delante y la
sumerjo en la sopa, removiéndola distraídamente antes de dar un sorbo. El sabor
del tomate apenas se percibe en mis papilas gustativas, pero mi estómago me
dice que está deseando comer aunque no me apetezca.
—¿Han oído algo ya? —pregunto, sumergiendo el bocadillo en la sopa y
observando cómo se filtra lentamente por el líquido rojo.
—Todavía no. No te preocupes, Thea, pronto estará en casa.
Jude recibió una llamada del entrenador esta mañana temprano.
Encontraron el coche de Kyler junto a un viejo almacén a las afueras de la ciudad
y quien lo encontró reconoció la camiseta de hockey de NU que Ky tenía en el
asiento trasero. Jude y Devon recogieron las llaves de repuesto y fueron a
recuperarlo. Todo lo que sabemos hasta ahora es que el equipo de hockey de Ky
estaba en la parte trasera, y nada parece haber sido robado o dañado, lo que
significa que Kyler lo condujo hasta allí él mismo. ¿Por qué lo hizo? Aún no lo
sabemos, pero no puedo evitar tener la persistente sensación de que el almacén
era el lugar donde se celebraban las peleas ilegales a las que acude
regularmente. Y si estoy en lo cierto, no puedo evitar pensar que ha ocurrido lo
peor: ¿por qué si no abandonaría Kyler su coche? Espero que los chicos puedan
averiguar más información cuando se pasen por casa de su entrenador en el
camino de vuelta.
—No tiene sentido. ¿Por qué no ir a casa de su madre? ¿Por qué no volver
aquí? ¿Por qué no ha ido a la universidad? Es que... estoy preocupada por él.
Preocupada es un eufemismo. Pasar días sin comunicarse con ninguno de
nosotros está fuera del carácter de Kyler. Por no hablar de no presentarse a los
entrenamientos. Vive y respira hockey y ha dicho muchas veces que quería ser
profesional porque era su billete para salir de aquí; así que no presentarse y
poner su carrera en peligro es motivo de preocupación. Estoy casi segura de que
me culpa de la llegada de Adam y sus padres a la fiesta de Lacey. Es probable
que piense que soy yo quien lo planeó todo y le engañó para que me dejara
acercarme a su familia, y así poder pasar la información a los Nelson. Por
asociación a mí, asumo que también culpa a Jude. ¿Pero cortar con Nolan y Devon
cuando no han hecho nada malo? No me cabe duda de que hay más en el silencio
de Kyler de lo que parece. Y cada vez que pienso en ello —que es casi todo el
tiempo—, siento una punzada de ansiedad en la boca del estómago. Algo va muy
mal, puedo sentirlo, y el miedo y el pánico se están cociendo a fuego lento bajo
la fachada de calma a la que me aferro. Una fachada que se desvanece
lentamente a medida que pasan los minutos, las horas y los días.
—Estará bien, T. Estamos hablando de Kyler. Sabe cuidar de sí mismo —
dice Millie con aire de confianza mientras se sienta a mi lado y me abraza.
Ella tiene razón, Kyler puede cuidar de sí mismo, pero se está perdiendo
el punto. Todos lo están. No es él mismo. Está enfadado y se siente traicionado.
Ya tenía el peso del mundo sobre sus hombros, ¿y ahora? Ahora es peor porque
piensa que podrían quitarle a su sobrina a su madre —y a su familia— sin previo
aviso. Jude ya ha mencionado que Kyler estaba furioso en su último partido y que
parecía que tenía la cabeza en otro sitio y no se concentraba en la jugada. Acabó
en el banquillo más veces que ningún otro jugador aquella noche y el entrenador
tuvo que expulsarlo del hielo. Sentí el resentimiento que rezumaba cuando pasó
a mi lado fuera del estadio y me quedó claro que toda la rabia y la ira que sentía
hacia los Nelson se estaba acumulando en su interior. Estaba a punto de explotar
y necesitaba una válvula de escape para dejar salir todo su odio. Sin embargo,
solo yo sé que esa salida probablemente sea una pelea ilegal. Y, una vez que se
lo diga a los demás, existe el riesgo de que se lo cuenten a su entrenador y el
tiempo de Kyler en el equipo se vea truncado. No voy a ser yo quien le arruine
las cosas y le dé otra excusa para odiarme.
El ruido de las puertas del coche me hace soltar la cuchara en el plato de
sopa y girarme en el asiento. Devon entra primero por la puerta principal,
seguido de Jude, y ambos entran en la cocina.
—¿Alguna novedad? —pregunto con impaciencia, mis ojos siguen cada
uno de sus movimientos.
Jude se sienta pesadamente en la mesa del rincón, parece haber
envejecido diez años en cuatro horas. Devon no tiene mejor aspecto y la
desesperación, el miedo y el pánico se apoderan de mi cuerpo.
—Hablamos con el entrenador —nos dice Devon—. Kyler está en el
hospital.
Apenas puedo contenerme y el calor se acumula detrás de mis ojos,
trayendo consigo una inoportuna humedad. Me tapo la boca con la mano, pero
no consigo contener el grito ahogado y las preguntas que se me escapan.
—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué? ¿Está bien?
—Todo lo que sabemos es que fue ingresado hace cuatro días...
—¿Cuatro días? —Sé que mis interrupciones no ayudan, pero no puedo
evitar que la conmoción y la preocupación se apoderen de cualquier
pensamiento coherente que tenga. Devon se aclara la garganta antes de
continuar.
—Pero estaba malherido y por eso lo sedaron. No llevaba identificación,
así que no pudieron avisar a nadie hasta que recobró el conocimiento. Todo
apunta a que sufrió un ataque, una pelea o algo así, pero fuera lo que fuera, no
fue justo. El entrenador no conoce el alcance de sus heridas, ya que no es el
pariente más cercano de Ky, pero es la persona a la que Ky pidió que llamaran.
—¡Jodeeeeeer! —Nolan maldice en voz baja y se me escapa un sollozo
antes de que pueda detenerlo.
Solo me doy cuenta de que estoy temblando cuando Millie me estrecha en
sus brazos a modo de consuelo.
—¿Está bien? ¿El entrenador ha hablado con él? —Nolan continúa.
—No lo había hecho cuando lo vimos. Creo que iba a llamar a la madre de
Ky y hacérselo saber.
—Tengo que ir a verlo.
Cuatro pares de ojos me miran inmediatamente.
—Thea...
Oigo la voz de Jude en el fondo de mi mente mientras camino sin pensar
por la cocina recogiendo barritas de proteínas, agua, algo de fruta, cualquier
cosa que Kyler pueda necesitar. Busco en el armario del pasillo y recojo una
mochila que puedo llenar con varios artículos.
—Thea, para.
Estoy concentrada en lo que tengo que hacer. Es probable que Ky también
necesite ropa limpia y algunos artículos de aseo y que los esté esperando. No
puedo imaginarme lo que es tener solo una bata de hospital o la ropa con la que
le trajeron. Puede que ya le haya pedido al hospital que se las pida al entrenador,
así que alguien tiene que llevárselas y ese alguien debería ser yo.
—¡Thea!
Esta vez siento que los brazos de Jude sujetan los míos, impidiéndome
continuar. Me gira para que lo mire y, por la expresión de arrepentimiento de su
cara, sé que no quiero oír las palabras que está a punto de decir.
—Lo siento T, pero no quiere verte.
—¿Por qué no? ¿Por qué no? —Me tiembla la voz y me tiembla el labio
inferior.
—No está listo todavía. No después de todo lo que pasó en la fiesta de
Lacey. Necesita tiempo, Thea, y tenemos que dárselo.
—Pero… necesita ropa y comida. Y... —Me cuesta encontrar las palabras
y, en lugar de eso, la divagación se apodera de mí—. Y probablemente necesite
afeitarse y refrescarse y todo eso, y tenemos que llevarle esas cosas. No
podemos dejarlo con una bata de hospital de mierda. ¡Y un cargador! Necesitará
un cargador para su teléfono.
—Y eso se lo llevará su familia. —Jude me trae a sus brazos y me abraza
con fuerza—. Kyler le dijo específicamente al entrenador que no quiere vernos a
ti ni a mí. Todavía no y no hasta que esté preparado. Lo siento, T.
Sé que tiene razón. Sé que tiene sentido. Kyler está molesto y herido, tanto
mental como físicamente. Si lo viera ahora, sin duda arremetería y ambos
diríamos cosas de las que nos arrepentiríamos. Pero eso no ayuda a quitarme el
amargo escozor del rechazo que se apodera de mi cuerpo. Me aparto de Jude y
me limpio rápidamente la cara con la manga del suéter.
—¿Por qué no le mandas un mensaje? Al menos sabrá que piensas en él.
—sugiere Millie, pasándome un pañuelo mientras lo hace.
—Sí, claro... —Mi voz está cargada de emoción y me aclaro la garganta.
Agarro el móvil y abro la aplicación de mensajes y la última conversación que he
tenido con Kyler.
Espero que estés bien. Te echo de menos. Por favor, avísame cuando
estés listo para hablar.
Las tres burbujas aparecen inmediatamente, pero la respuesta tarda un
poco más en llegar. Cuando lo hace, una chispa de esperanza se enciende en mi
interior.
KY:
Volveré más tarde. Hablaremos entonces.
Se me revuelve el estómago cuando miro el reloj del salón por enésima
vez. Ky no ha dicho a qué hora llegaría a casa y han pasado horas desde que
envió el mensaje. Mis compañeros de casa se han ausentado para darnos la
intimidad que necesitamos, pero el tiempo corre y no hay mucho tiempo que
puedan estar fuera de casa. Devon y Jude han ido a hacer ejercicio en el
gimnasio, afirmando que sería una distracción bienvenida de preocuparse por
su compañero de equipo. Nolan y Millie fueron a... a algún sitio juntos, lo que en
cualquier otra circunstancia no solo me parecería extraño, sino que también
levantaría sospechas sobre cómo de repente se han vuelto muy amigos. Y yo me
quedé en casa, paseando frenéticamente y sin duda desgastando la alfombra, ya
desgastada, hasta dejarla hecha un trapo irreparable.
Decir que estoy ansiosa sería decir poco. Apenas he comido desde el
medio plato de sopa que probé antes; mis piernas están inquietas, de ahí la
necesidad de caminar; y tengo las palmas de las manos húmedas. No dejo de
repetirme que es Kyler, mi Kyler. La persona que es tan tierna con sus palabras
y acciones en las noches más oscuras. La persona que es desinteresada y
siempre pone a los demás primero. La persona que no lastimaría a los que ama.
Espero que esto me incluya, aunque sé que debo prepararme para lo que viene.
Aunque el dolor no vendrá en forma física, debería esperarlo en sus palabras.
El sonido de la puerta al abrirse me aprieta el pecho y la sensación de
agitación en el estómago se amplifica. Kyler tarda unos segundos en aparecer
por la puerta y, cuando lo hace, no puedo contener el grito ahogado que emite.
Tiene un aspecto horrible. Tiene la cara cubierta de moratones y el ojo izquierdo
tan hinchado que apenas puede abrirlo. Su mandíbula tiene varios tonos de
amarillo y azul. También tiene un corte en la ceja derecha sujeto con puntos de
mariposa. Se rodea el cuerpo con el brazo derecho, como para impedir cualquier
movimiento brusco, y tiene una venda alrededor de la mano. Mis ojos recorren
rápidamente el resto de su cuerpo en busca de otros signos evidentes de lesión
o dolor, pero, aparte de la ligera curvatura de su estatura, no encuentro nada.
Esto está bien, pienso, es igual que cualquiera de las numerosas peleas en las
que ha participado. Unos días de reposo y se recuperará.
—Kyler —exhalo, un pequeño hilo de alivio reemplaza parte de la
ansiedad que aún hay en mí—. ¿Estás bien?
—Estoy bien, Thea. —Las palabras de Kyler son afiladas y hay un
reconocible trasfondo de ira en ellas.
—Deja que te ayude a sentarte, aquí apóyate...
—He dicho que estoy bien. Puedo hacerlo yo mismo.
Se dirige lentamente hacia la cocina y saca una botella de agua antes de
apoyarse en la barra del desayuno. Observo cómo bebe un trago, seguido de
otro, y deja la botella medio vacía sobre la encimera.
—Voy a hacer esto rápido, porque solo quiero recoger mis cosas y
largarme de aquí. —Su voz es áspera, o tal vez sea la tensión de su mandíbula, y
puedo oír la ira contenida en sus palabras.
»¿Tú y yo? Hemos terminado...
—Ky, por favor... —interrumpo rápidamente.
—¡No! Tienes que escucharme. —Kyler respira hondo y con calma, pero
la opresión de sus ojos, unida a su mirada fría y dura, indica que no sirve de nada
para calmar su furia—. Confié en ti, Thea. Tontamente dejé que te acercaras a mí,
y luego dejé que te acercaras a Lacey. Debería haberlo sabido, debería haberme
dado cuenta de que alguien como tú no estaría interesada en alguien como yo.
—No, Ky, eso no es verdad. Nunca haría nada para lastimarte.
—¿No lo harías? —Los ojos de Kyler parpadean una vez, y mira hacia el
techo mientras sacude la cabeza—. ¡Me has utilizado! ¿Cómo si no iban a saber
tu estúpido novio Abercrombie y su padre de los bajos fondos dónde
encontrarnos? Está claro que lo tenías planeado desde el principio. Quiero
decir... —Se ríe una vez, amargamente.
»¡Piensa en ello! Los dos sabían quién era yo por mi amistad con tu
hermano. Todo lo que necesitaste fue sumar dos y dos a partir de la foto que
tenían de Ally conmigo al fondo y la conexión estaba hecha. Pudiste poner en
marcha tu estúpido plan. ¿Te divertiste tramando todas las formas de acercarte a
mí? ¿Tu novio fantaseaba con que te follabas a otro tipo?
—¡No! —Mi respuesta es mitad jadeo y mitad sollozo—. Ky, no es así...
—Entonces, ¿cómo es, Thea? Dímelo. Si no es así, ¿por qué le entregaste
tu teléfono sin preguntar? ¿Por qué le dejaste rastrear dónde estabas? ¿Por qué
sigues confiando en él después de todo lo que sabes de él?
—Kyler, te juro que no sabía nada de esto. No sabía que Adam o sus padres
sabían que Lacey era hija de Austin. No sabía lo de la foto.
—¿No? Entonces, ¿supongo que tú tampoco sabías lo del cheque?
Kyler saca un pedazo de papel y lo tira sobre la encimera. Lo recojo y lo
abro, con los ojos abiertos de incredulidad mientras una sensación de mareo se
apodera de mí.
—¿Qué... qué es esto? —pregunto.
—¿No es obvio? Es el pago por mi cooperación. Veinte mil dólares por
mantenerme alejado de ti. Tu novio de mierda tuvo el gran placer de especificar
los términos. Ahora pueden huir juntos hacia el atardecer y vivir su vida perfecta
y dejarme en paz de una puta vez.
—Ky, por favor créeme. Todo esto son Adam y su padre. Ellos son los que
planearon todo esto. Todo lo que sentí-siento por ti, lo que tenemos juntos, todo
es real.
Ky se ríe una vez, amargamente, y sus ojos se encuentran lentamente con
los míos. Su mirada es fría y oscura. Saca otra cosa del bolsillo y enseguida
reconozco el cuero negro del brazalete que le regalé en Navidad. Una vez más,
lo tira sobre la encimera y se detiene frente a mí.
—Sí, bueno, no siento nada por ti. Se acabó, Thea. ¿Lo que sea que
tuvimos? Se acabó. Sabes, la cosa es que si solo estuvieras jugando conmigo,
probablemente podría manejarlo. Aceptarlo y seguir adelante. Pero metiste a mi
familia en esto. Mi sobrina, que es inocente en todo esto. La has puesto en
peligro. Mi hermana vive con miedo de que le quiten a Lacey. ¿Y eso? Eso es
imperdonable. Te dije antes que tenías el poder de destruirme. Pues felicidades,
lo has conseguido. Me has aniquilado. ¿Tú y él? Se merecen el uno al otro.
Las palabras de Kyler me atacan como un depredador mata a su presa.
Una y otra vez, picotean, dañan, perforan y hieren hasta que sucumbo al dolor.
Se me aprieta el pecho y me tiemblan los miembros mientras respiro hondo para
intentar calmar el efecto cáustico que sus palabras han tenido en mí. Las lágrimas
ruedan por mi rostro y mis intentos de contener el sollozo agitado que se agolpa
en el fondo de mi garganta fracasan.
—Por favor, Ky, ¿por favor? Solo dame una oportunidad para arreglar esto.
Para probarte que los Nelson hicieron todo esto por sí mismos. Te juro que no
sabía nada de esto. No haría nada para lastimarte a ti o a tu familia.
—No, Thea. De ninguna manera. —Ky me mira de nuevo, y la frialdad de
sus ojos tiene un carácter definitivo en su decisión. Se da la vuelta y camina hacia
las escaleras, deteniéndose al final para asestar el último golpe devastador.
»No tienes que preocuparte por andar de puntillas a mi alrededor por el
bien de los demás; me mantendré fuera de tu camino. Ya no soy tu problema.
Con sus últimas palabras, me doy cuenta de que lo he perdido.
veintiocho

E
l sofá de casa de mi madre es jodidamente incómodo, y la comida
apesta. Echo de menos mi cama, mi casa, mis malditos compañeros
de equipo y, por desgracia, echo de menos a Thea. Echo de menos
su sonrisa, la comida, el sexo. Pero sobre todo, echo de menos estar en su
presencia. Nunca pensé que mi frío y oscuro corazón pudiera romperse, pero lo
ha hecho, y no sé qué dolor es peor: si el que siento en la cara o el que siento en
el pecho.
La puerta principal se abre y Lacey corre hacia mí, apenas deja caer su
mochila antes de revisarme. Desde mi incidente, como ella lo llama, Lacey está
decidida a ser doctora en lugar de jugadora de hockey. Sinceramente, me
entristece, porque tener a otra Rose en patines sería genial.
Lacey me mira. Me toca suavemente y me mueve la cabeza de derecha a
izquierda.
—¿Te duele? —me pregunta.
—No —le digo sinceramente.
Recoge su mochila y la tira al sofá, abre la cremallera y saca un cuaderno.
Intento no reírme cuando destapa un bolígrafo y empieza a escribir.
—¿Has tomado la siesta?
—Sí.
—¿A qué hora?
—¿Creo que después de comer?
—Okey, bien.
Lacey anota esto.
—¿Jugaste videojuegos?
—No, mi doctora dijo que necesitaba descansar.
—Sí, lo hice —murmura mientras garabatea en su bloc de notas—. ¿Te has
tomado todas las medicinas?
—Sí.
Deja el bloc a un lado.
—Ahora vuelvo. No te muevas.
No te preocupes, chica.
Cuando vuelve, tiene paquetes de gasas y esparadrapo. Ya habíamos
acordado que podía jugar a la doctora, pero vendarme estaba descartado por
varias razones. Una, no necesita ver lo horripilantes que son algunas de mis
heridas. Dos, no necesito que accidentalmente me arranque los puntos. Y tres,
aunque sea amable, me duele todo el cuerpo y no quiero que me toquen.
Acordamos que me vendaría el brazo, la única parte de mi cuerpo que no está
magullada.
Extiendo el brazo y dejo que me ponga la venda y la gasa. El esparadrapo
está un poco apretado, pero no se lo digo. Es algo que puedo arreglar cuando
ella no esté. No hace falta herir sus sentimientos cuando lo único que hace es
cuidar de mí.
—Ya está —dice—. Todas tus heridas están mejorando.
Sí, excepto una.
—¿Crees que Thea puede venir? —Lacey pregunta mientras se sienta a mi
lado—. Tal vez podamos ir a patinar sobre hielo.
—Thea tiene la universidad y yo no puedo patinar ahora.
—¿A qué hora sale?
—No estoy muy seguro.
—¿Podemos llamarla?
—Mi teléfono está muerto.
Lacey se levanta del sofá y recoge mi teléfono de la mesilla. Pulsa la
pantalla y la estúpida cosa se enciende.
—Funciona.
Sí, claro. Sé que debería decirle que no, por mi propia cordura, pero no
puedo. Es una niña inocente atrapada en el estúpido juego de la vida. No va a
entender por qué Thea ya no es parte de nuestras vidas, ni tengo el corazón para
decírselo. Lacey no va a entender la magnitud de lo que Thea hizo o cómo la
afecta.
—Más tarde —le digo mientras le quito el móvil. Un dolor agudo me
atraviesa las costillas y hago una mueca.
—Oh, no, tío Ky.
—Estoy bien.
Lacey hace un mohín y yo le hago señas para que se acerque. Se arrastra
cautelosamente hasta mi regazo y apoya la cabeza en mi pecho.
—¿Quieres ver una película?
Ella asiente.
Pulso play en su reproductor de DVD y Aladino cobra vida. Ojalá eligiera
otra película y no una sobre un tipo que no tiene nada a su favor, excepto estar
enamorado de la princesa. Eso es lo que siento por Thea y yo. Ella es la princesa
y yo soy el ladrón. Supongo que esto convierte a Lacey en mi mono.
Me doy cuenta de que Ally no está aquí, lo que no tiene sentido.
—¿Dónde está tu mamá?
Lacey se encoge de hombros y miro hacia abajo y veo que se chupa el
dedo. Le he sugerido a Ally que haga algo al respecto, pero Ally se niega y dice
que Lacey tiene que arreglárselas sola. No estoy de acuerdo, pero Lacey no es
mía y Ally se pone firme si trato de criarla demasiado. Aparto suavemente la
mano de Lacey de su boca. No protesta, lo cual es bueno.
—¿Te recogió tu madre del colegio?
—Sí.
—¿Se fue después de dejarte?
Lacey sacude la cabeza.
—Está al teléfono.
Miro hacia la ventana, como si tuviera visión de rayos X y pudiera ver el
exterior. Estoy seguro de que hay un nuevo novio al otro lado, alguien más para
quitarle tiempo entre Lacey y Ally. Todos los días deseo que Ally sea
independiente y no se parezca en nada a nuestra madre.
Se abre la puerta y entra Ally. Lleva unas cajas y me recuerda que tienen
que mudarse pronto. Todavía no han encontrado un lugar donde vivir, al menos
uno que puedan permitirse, y parece que voy a tener que mudarme con ellas, lo
que significa que necesito más horas en el bar. Lo que significa... bueno, una
larga lista de cosas que no podré hacer.
Ally se sienta en el sofá y suspira.
—¿Qué tal el trabajo?
—Nada bueno. Hice un total de cuarenta dólares en propinas.
—Son cuarenta más de los que tenías esta mañana.
—Sí, pagué parte de la factura del teléfono para que al menos no me lo
desconecten. —Ally se tapa la cara y sé que intenta contener las lágrimas. Para
ella sería más fácil trabajar de noche, en un bar o en un restaurante más grande
donde pudiera ganar un par de cientos en propinas. Pero también tendría que
pagar a una niñera, lo que iría en contra del objetivo. Las familias
monoparentales no lo tienen fácil.
Pienso en el cheque que me dio Adam Nelson y en cómo lo dejé en la mesa
de casa. Ese dinero ayudará mucho a Ally, pero la idea de cobrarlo me revuelve
el estómago. No quiero que ese cabrón engreído piense que soy de su
propiedad. No es así. Puedo hacer mi propio dinero, de alguna manera.
Llaman a la puerta. Ally y yo nos miramos con nerviosa inquietud. Aquí
nunca viene nadie. Ally no invita a nadie y yo nunca he traído a nadie. Vuelven a
llamar.
Lacey suspira y se baja de mi regazo. Antes de que me dé cuenta, tiene la
mano en el pomo y está abriendo la puerta. Ally la sigue, pero no lo bastante
rápido. Lacey dice:
—Hola… —Pero Ally se queda de pie, mirando a quienquiera que esté al
otro lado y mirándome a mí.
—¿Puedo pasar? —La voz femenina me resulta desconocida, pero no a
Ally. Me mira, como si tuviera que hacer o decir algo.
—Eh... mi hermano. No se encuentra muy bien ahora mismo. ¿Quizás en
otro momento?
—Lo que tengo que decir, no tomará mucho tiempo.
—¿Quién es, Ally? —pregunto por fin, cansado de tanto rodeo.
—Es la Sra. Nelson —dice mientras se le quiebra la voz.
La mera mención de ese apellido me levanta del sofá, sin importar las
heridas. Doy una zancada hacia la puerta, apartando a Lacey del camino.
—¿Qué quiere?
La Sra. Nelson palidece. Ya sea por mi tono áspero o mi apariencia. Ambos
son bastante malos. Se mantiene erguida, parece que no le afecta.
—Me gustaría hablar contigo y con Ally; solo será un minuto.
Asiento, pero no estoy de acuerdo con ella.
—Ally, lleva a Lacey a tu habitación.
Ally hace lo que le digo. Cuando oigo cerrarse la puerta, miro a la señora
Nelson.
—Mire, no somos tan estúpidos o ingenuos como para dejarle entrar para
que pueda usar esto en su lucha por la custodia. Creo que debería irse.
Empiezo a cerrar la puerta, pero la Sra. Nelson estira la mano,
deteniéndola.
—Por favor —dice—. Entiendo que no me quieres aquí. Pero tengo
algunas cosas que decir, y me gustaría tener la oportunidad de decirlas. Solo
será un momento.
—Déjala entrar, Ky.
En contra de cada fibra de mi ser, mantengo la puerta abierta para la
mujer. Ally tiene la audacia de disculparse por la situación en la que vive
mientras pausa Aladino.
—Por favor, siéntese.
La señora Nelson se sienta en el sofá, también conocido como mi cama,
mientras Ally se sienta en el otro extremo, lo que no me deja más remedio que
ponerme de pie. Quiero gritarle a Ally y recordarle que estoy adolorido, pero
me imagino que ahora no es el momento. Tenemos que mostrar un frente unido,
por el bien de Lacey.
—Tengo mucho que decir, así que si pudiera tener la palabra un momento.
Ally asiente. La fulmino con la mirada.
Se aclara la garganta e intenta sonreír, pero sus labios apenas se mueven.
—Quiero pedirte disculpas, Ally, porque no tenía ni idea de la existencia
de Lacey hasta que mi marido paró en la plaza de patinaje y entramos. Durante
toda la mañana, él y mi hijo no pararon de decirme que tenían una sorpresa para
mí, y por mi vida que no podía entender por qué estábamos en una pista de
patinaje. Cuando vi... —Hace una pausa e inhala profundamente—… el miedo en
tu cara cuando mi marido se te acercó. —Sacude la cabeza—. Ni que decir tiene
que ese día me di cuenta de que estoy casada con un hombre muy malvado, y no
uno que quiera en mi vida.
—Yupi —digo sarcásticamente.
Los ojos de la Sra. Nelson se dirigen a los míos y veo bondad mezclada con
dolor.
—Descubrir que tengo una nieta así es impensable. Descubrir hasta dónde
han llegado mi marido y mi hijo para que mi nieta sufra es incomprensible y
repugnante. No quiero formar parte de sus juegos.
—¿Por qué está aquí entonces? —le pregunto.
—Vengo con una muy apreciada ofrenda de paz.
Me burlo y Ally me lanza dagas.
—Tienes todo el derecho a sospechar, yo lo haría si estuviera en tu lugar.
Lo lamento. Pero por favor, déjame decir lo que necesito.
—Adelante —le dice Ally.
—Sé lo del derribo del parque y que mi marido no está dispuesto a
negociar. Esto es más que inaceptable y francamente me pregunto si a mi marido
le queda una pizca de decencia humana. Así que estoy aquí con una petición.
Quiero ser parte de la vida de Lacey. Me encantaría ser su abuela o el título que
quieran darme, y también quiero apoyarlos a los dos. Si Austin... —Vuelve a
hacer una pausa y respira hondo—. Si no estuviera en el aprieto en el que está,
te habría cuidado. Te habría traído a casa con nosotros.
—¿Qué quiere decir con apoyarnos? —Ally pregunta.
—Pensión alimenticia y un lugar donde vivir. No toleraré que mi nieta y su
madre vivan en la calle, en un albergue o en un barrio infestado de drogas.
Necesitas un lugar seguro para criarla, nutrirla. Necesita un lugar al que llamar
hogar. No me importa el coste, donde quieran vivir, yo lo pagaré.
—Lo sabía —digo—. Ustedes los Nelson compran a todos con su dinero.
—No sé a qué te refieres —dice la Sra. Nelson.
—De acuerdo. ¿Va a fingir que no sabe que Adam vino a mí con un cheque
para mantenerme alejado de Thea?
La Sra. Nelson abre mucho los ojos. Sacude la cabeza y mira al suelo.
Finalmente, sujeta la mano de Ally.
—Por favor, piensa en mi oferta. No va a ir a ninguna parte. Ya sea hoy,
mañana o dentro de un año, siempre estará ahí.
—No quiero al Sr. Nelson cerca de Lacey. No confío en él.
Se ríe.
—Oh, cariño. No te preocupes. No se acercará a esa niña ni a ti.
—No lo entiendo —dice Ally—. ¿Por qué?
—Es simple. Estoy decepcionada con el estilo de vida que ha elegido
Austin. No necesitaba vender drogas para ganarse la vida, y ahora me he
enterado de que tiene una hija. Una niña a la que tengo muchas ganas de conocer
y querer. Pero si esto no es algo con lo que te sientas cómoda, lo entiendo. El
dinero todavía va a llegar a tus manos. Mi hijo te lo debe.
—¿Va a pagarme, aunque no le deje ver a Lacey? —Ally pregunta.
—Por supuesto —dice ella—. No me parezco en nada a mi marido. No doy
ultimátums. Hago lo que es correcto, y esto es correcto. Te debo una pensión
para ayudar a criar a tu hija. —Busca en su bolso y le da a Ally un sobre—. Mi
número está delante. Cuando encuentres un sitio, llámame y yo me ocuparé del
resto.
La Sra. Nelson se levanta y se echa el bolso al hombro.
—En cuanto a Adam y el cheque, cóbralo, pero no te atrevas a renunciar a
Thea. Es única y una verdadera joya. Si tienes la suerte de que ella te quiera,
tómalo y corre. —Ella asiente a los dos y luego sale por su cuenta.
Cuando la puerta se cierra, Ally abre el sobre y jadea.
—Ky, hay tanto aquí.
—Bien, pero tiene un precio.
—¿Y si el precio es auténtico?
¿Y si...? Por desgracia, la única persona que lo sabría es con la que no quiero
hablar.
¿Y si...?
veintinueve

¿Podemos hablar?
Me quedo mirando las dos palabras en la pantalla de mi teléfono durante
lo que parecen horas. Me las envió en mitad de la noche, hace tres noches, y aún
no he contestado. No encuentro las palabras adecuadas para expresar lo que
siento: dolor, frustración, culpa, tristeza, furia, decepción, determinación. Soy
una montaña rusa de emociones. Si estuviera leyendo sobre mí como
protagonista de un libro, estaría gritando que me controlara. Que me controlara
y tomara las riendas. Que manifestara el resultado ideal para la situación en la
que me encuentro. Son todos buenos consejos, pero todavía estoy intentando
dominar el arte de manifestar. O eso, o el mundo no quiere escuchar ahora
mismo.
Cierro la aplicación de mensajería y vuelvo a guardar el teléfono en el
bolso, con la esperanza de que el hecho de que esté fuera de mi vista signifique
que está fuera de mi mente y pueda concentrarme en la lección de la Dra.
Carmichael. Durante las últimas semanas, siento que he estado yendo a toda
velocidad por la escuela y no prestando atención a la plétora de conocimientos
que se nos arrojan. Mis apuntes son notablemente escasos y mi cerebro no
retiene ninguna información. Llego a tiempo y me siento en varias clases, pero
cuando salgo, tengo la sensación de haber pasado por un vacío en el día. Un
lugar donde mi memoria se borra de la información que necesito para aprobar
esta clase, y todo lo que queda es una repetición de la devastación de las últimas
semanas. ¿Es esto lo que significa estar enfermo de amor? Si la agitación en mi
estómago y el dolor en mi corazón, los dolores de cabeza por la noche y las
constantes preguntas de qué pasaría si no, entonces quiero bajarme del tren del
mal de amores rápidamente.
La Dra. Carmichael señala el final de la clase recordándonos que tenemos
que entregar nuestro próximo trabajo antes del fin de semana. Espero que le
encante la angustia, de lo contrario se llevará un buen susto cuando lea mi trabajo
sobre la teoría de la gestión de los alimentos. No estoy segura de si el monólogo
interior de “yo soy el infortunio” que me ronda por la cabeza las veinticuatro
horas del día se traducirá bien cuando se trate de carbohidratos, proteínas y
calorías.
Millie me espera cuando salgo de clase y me sujete del brazo mientras
caminamos por el pasillo.
—¿Ya le has contestado? —me pregunta. Millie es la única que sabe lo del
mensaje. No me apetecía compartirlo con el resto de mis compañeros, sobre
todo porque no estaba segura de cómo reaccionarían. A pesar de que todos me
han apoyado mucho desde la fiesta de Lacey, sigo siendo prudente.
—Todavía no —le digo.
—Sinceramente, creo que deberías hacerlo. Envíale un mensaje, dile lo
que tengas que decirle y ya está, y no tienes que darle más vueltas.
Entramos en The Pit y, tras pedir algo de comida y bebida, nos instalamos
en una mesa escondida en un rincón. Saco el móvil, abro la aplicación de
mensajes y vuelvo a leer el mensaje.
—Sí, tienes razón. Es solo... encontrar las palabras adecuadas para que
sepa exactamente cómo me siento.
—Así que escribe cómo te sientes y luego editaremos.
Sigo el consejo de Millie y escribo y reescribo lo que espero que sea una
respuesta perfectamente sucinta antes de darle a enviar.
No tengo nada que decirte Adam. Me usaste y lo que hiciste es
imperdonable. Deja de mandarme mensajes. No quiero volver a verte. Te estoy
bloqueando/borrando. Lo menos que puedes hacer es respetar mis deseos.
No espero a ver si aparecen los tres puntos que indican que se está
escribiendo una respuesta. En lugar de eso, bloqueo el número de Adam y lo
borro de mi teléfono y, con suerte, de mi vida.

Una vez terminadas las clases, decidí dar un lento paseo hasta casa y parar
en el supermercado a comprar algunas cosas para la cena. Últimamente he
estado flojeando en mi papel de cocinera autoproclamada de la casa, y decidí
que tenía que compensarlo preparando un pastel de pollo, junto con algunas
verduras asadas, judías verdes y patatas asadas. No es el plato más nutritivo,
pero todos necesitamos comida reconfortante de vez en cuando, y ésta es la mía.
Acabo de cubrir el pastel con la masa y le estoy echando un poco de huevo por
encima cuando se abre la puerta y entran los chicos. Está claro que hoy han
practicado mucho. Les presto muy poca atención, prefiero concentrarme en
terminar el pastel y respondo automáticamente cuando Jude, Nolan y Devon me
saludan. Pero noto una presencia en el umbral de la puerta y, cuando levanto la
vista, dejo caer el pincel sorprendida. Kyler está allí de pie, estoico, con los
nudillos blancos de tanto agarrar el bolso. Rápidamente hago balance de cómo
está. Los moretones de su cara se han desvanecido y le han quitado los puntos
de la ceja, dejando una cicatriz a su paso, y al instante me acuerdo de la noche
en que le curé los cortes en la cocina hace tantos meses. Su comentario de que a
las chicas les gustan las cicatrices en las cejas parece de hace toda una vida. No
parece tener problemas para mantenerse en pie, pero en lo que respecta a Ky,
me he dado cuenta rápidamente de que eso no significa que no oculte ningún
dolor, tanto físico como mental.
—Hola, has vuelto. —Trago saliva por la sequedad de mi garganta y me
doy una patada interna por decir lo obvio. A su favor, Kyler disimula bien su
expresión y no da ninguna señal de lo que le pasa por la cabeza. No veo odio en
sus ojos, pero tampoco afecto. De alguna manera, creo que es peor enfrentarse
a la indiferencia porque no sabes a qué atenerte. Preferiría saber con certeza si
estoy perdonada o no. Al menos así sabría cómo actuar al hablar con él. Es obvio
que no me va a responder, así que relleno el incómodo silencio y empiezo a
divagar.
»Estoy haciendo la cena, pastel de pollo con algunas verduras. Habrá
suficiente para ti, así que seguro que puedes comer algo. Quiero decir, si
quieres. Si no, puedes guardártelo. O, si ya has comido, entonces estoy segura
de que uno de los otros felizmente tendrá otra porción. Porque, ya sabes cómo
son, ¿verdad? Siempre comiendo para reponer todas esas calorías que han
quemado. Quiero decir, por supuesto, lo sabrías porque estarías haciendo lo
mismo, así que...
—No... —La voz ronca de Kyler interrumpe mi monólogo de una sola mujer
y en el momento en que le oigo; siento una sensación de añoranza al estar
ausente de mi vida durante las últimas semanas. Sus palabras susurradas en la
oscuridad de la noche, mientras recorre mi cuerpo con sus labios. La reverencia
con la que pronuncia mi nombre cuando me saluda. Su risa ante una broma
privada entre nosotros dos. Son todas cosas que he echado de menos tan
desesperadamente que, cuando pronuncia esa única palabra, basta para
ponerme de rodillas.
—¡Hijo de puta! —La repentina exclamación de Jude impide a Ky continuar
con lo que fuera a decir. Los dos miramos hacia la puerta mientras Jude la abre
de un tirón y sale gritando improperios a quienquiera que esté fuera.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí?
La curiosidad se apodera de los dos y Nolan y Devon se unen a nosotros
para ver de qué se trata todo este alboroto.
—Quiero verla, Jude. Solo déjame hablar con ella.
La voz de Adam hace que me detenga bruscamente e instintivamente miro
a Ky. Su mirada de indiferencia ha sido sustituida por una de ira. Sé
inmediatamente por la dureza de su mandíbula y la mirada fría y dura de sus
ojos, que cualquier progreso que estuviéramos a punto de tener en nuestra tensa
relación ha sido eliminado de la mesa. Sin decir nada más, Kyler se da la vuelta
y nos pasa a los tres por delante, subiendo las escaleras de su dormitorio de dos
en dos.
—¡Te dijo que la dejaras en paz, así que déjala en paz de una puta vez! —
Jude sigue gritándole a Adam y, cuando me vuelvo, veo que le empuja
bruscamente en el hombro—. Después de todo lo que has hecho, ¿qué demonios
te hace pensar que puedes aparecer por aquí? Ella confiaba en ti. Yo confiaba en
ti. Pensaba en ti como en un hermano menor. Te tomé bajo mi protección cuando
metieron a Austin en la cárcel, y todo el tiempo, te estabas convirtiendo en un
jodido cloncito de tu padre, haciendo su trabajo sucio para poder seguir con sus
inmorales negocios.
Adam intenta devolverle el empujón a Jude, pero claramente lo subestima
porque Jude contraataca lanzándole un puñetazo que golpea a Adam de lleno en
la mandíbula, haciéndole retroceder unos pasos. Al instante, Nolan y Devon
salen por la puerta e intentan interrumpir lo que podría convertirse en una pelea.
Devon se esfuerza por contener a Jude y Nolan se interpone entre él y Adam.
—No eres bienvenido aquí. No te acercas a ella. No te acercas a mí.
¿Entiendes? ¡Fuera de mi maldito césped!
—Te sugiero que hagas lo que te dice, colega —le dice Nolan a Adam
cuando éste no hace ningún intento por moverse. No se me escapa que Nolan
utiliza exactamente las mismas palabras, en exactamente el mismo tono, que
hace unos meses, fuera del estadio de hockey, cuando Adam intentaba
advertirme sobre Kyler. Los ojos de Adam se desvían hacia mí como si buscara
mi última palabra en el asunto. El mensaje de Jude fue suficientemente claro,
pero si necesita que se lo repita, lo haré. Pero no por él, sino por la persona que
está en su habitación.
—Vete, Adam —digo decidida—. Ya te he dicho antes que no quiero
volver a verte. Lo menos que puedes hacer, después de todo lo que has hecho,
es respetar mis deseos.
—Te arrepentirás de esto, Thea —grita Adam mientras Nolan le acompaña
a su coche—. ¡Volverás corriendo a mí, cuando se te pase la novedad de follar
por simpatía con un don nadie! —Esta vez Nolan le da un puñetazo a Adam. Los
dejo para que se deshagan de “la basura” y vuelvo a la cocina.

Los días siguientes al regreso de Kyler y al incidente con Adam no tienen


incidentes. Vamos a la escuela. Hacemos los deberes. Los chicos juegan sus
partidos de hockey. Y comemos juntos en casa cuando podemos. Bueno, la
mayoría lo hacemos. Todavía hay una silla vacía en la mesa y los platos de comida
que guardo para él no se tocan. Es como si estuviera aquí, pero no está aquí. Sé
que debería parar, pero no me atrevo. Parar significa aceptar que lo nuestro se
ha acabado de verdad y no puedo perder la esperanza, todavía no. Mis
compañeros de piso intentan suavizar el rechazo diciéndome que no es tan malo
como creo, y que han tenido varias conversaciones con Kyler que indican que
solo será cuestión de tiempo que volvamos a estar juntos. Devon me dice que Ky
ha vuelto porque echaba de menos verme. Nolan intenta convencerme de que
Ky pregunta por mí en los entrenamientos. Jude dice que Kyler aún siente algo
por mí y que solo necesita tiempo para ordenar las cosas en su mente. Incluso
Millie intenta hacerme sentir mejor, diciéndome que Ky la buscó un mediodía y
le preguntó si estoy saliendo con alguien. Casi parece como si estuvieran
siguiendo a un juego infantil; ese en el que estás sentado en una fila y el niño de
un extremo le dice algo a la persona sentada a su lado, y el mensaje va pasando
por la fila hasta que llega al final, y te das cuenta de lo mucho que ha cambiado
el mensaje. Puede que Kyler esté hablando a mis amigos de mí, pero dudo que
sea favorable.
Mis pensamientos se confirman una noche, casi dos semanas después de
que Kyler regrese, cuando mi teléfono emite un pitido que indica un nuevo
mensaje.
KY:
Tienes que dejar de dejarme comida. Nada ha cambiado entre nosotros,
Thea.
Supongo que esto confirma que mis amigos y sus teorías están
equivocados, y vuelvo a subirme al tren del mal de amores. Solo que esta vez
hace una parada extra en la estación central, donde me siento apenada.
A la mañana siguiente, decido que tengo que tomar las riendas de la
situación, porque este impase o lo que sea que tengamos entre nosotros, no solo
nos está afectando a nosotros, sino también al ambiente de la casa. No es justo
que los demás sientan que tienen que tomar partido. Aunque me prometan que
no llegaremos a eso, no soy tan ingenua como para pensar que al menos la
lealtad de Nolan y Devon estará con Kyler, ya que lo conocen desde hace más
tiempo. Eso, y que son compañeros de equipo. Jude es el que realmente está
dividido entre su hermana y su mejor amigo. Una vez más, estoy en una novela
romántica y el tema esta vez es enamorarse del mejor amigo de tu hermano.
Abro el chat de grupo en mi teléfono e inicio un nuevo mensaje.
Necesito tu ayuda.
JUDE:
¿Todo bien, hermanita?
DEVON:
¿Sabes qué hora es? Algunos estamos intentando dormir.
NOLAN:
Amigo, no seas grosero.
MILLIE:
Uh-oh. ¿Tiene esto algo que ver con el Sr. Melancólico?
Sí y dejar de llamarlo así.
MILLIE:
Pero sabías a quién me refería, ¿verdad?
Mills…
JUDE:
¿Cómo podemos ayudarte?
Necesito un gran gesto. Algo para recuperar a Kyler.
DEVON:
¡Mierda, está sacando la artillería pesada!
NOLAN:
Me encanta un buen gesto romántico.
MILLIE:
*rueda los ojos* sí, claro…
Chicos…
NOLAN:
¿En qué tipo de gesto romántico estás pensando? ¿Como pequeñas y
discretas notas de amor para que las encuentre? ¿O algo grandioso tipo osos de
peluche y flores y mierda para que todo el mundo vea? ¿Ese tipo de cosas?
MILLIE:
Si lo supiera, no nos pediría ayuda.
DEVON:
Sí, lo que ella dijo, imbécil.
*suspiro* ¿podemos tener una reunión en casa para que podamos
aportar ideas?
DEVON:
Depende. ¿Proporcionas comida?
MILLIE:
¡Devon! La chica tiene el corazón roto y necesita nuestra ayuda para
arreglarlo. Deberíamos proporcionarle comida.
Haré un brunch. ¿Trato hecho?
DEVON:
¡Diablos, sí!
NOLAN:
Me apuntooo.
JUDE:
No tienes que hacer eso, T.
DEVON:
¡Sí, lo hace!
MILLIE:
Nos vemos en una hora.
Estoy poniendo tocino en un plato cuando Devon y Nolan se unen a mí en
la cocina y Jude les sigue poco después. A pesar de que les he dicho que es de
buena educación esperar a Millie antes de comer, ya han comido la mitad de su
primer plato antes de que ella llegue. Por suerte, ya estoy acostumbrada a sus
hábitos alimenticios y saco del horno una bandeja extra con los burritos que he
preparado para el desayuno.
—¡Eh, no es justo! —exclama Devon con la boca llena de comida a medio
comer—, te quedaste con parte de la mercancía.
Millie responde dándole un ligero golpe en la nuca mientras pasa junto a
él y recoge el plato que le tiendo.
—La vida no es justa, acostúmbrate —dice antes de dar un mordisco a un
poco de tocino.
—Entonces —Jude da un sorbo a su zumo antes de continuar—, ¿en qué
tipo de gran gesto estabas pensando?
—Bueno, por eso necesito su ayuda —respondo—. No estoy del todo
segura. No quiero que sea cursi ni un cliché. Pero al mismo tiempo, quiero hacer
una declaración y demostrarle que mis sentimientos son auténticos. Además,
necesito que sepa que lamento haber metido a Adam en nuestras vidas. Aunque
yo no sabía nada de las intrigas de Adam, Kyler sigue creyendo que si no fuera
por mí, los Nelson nunca habrían encontrado a Lacey.
—Esta es la cuestión, T. —Jude me señala con el tenedor, mientras
contempla sus próximas palabras—. Ky ha crecido sin que nadie le haya
demostrado que se preocupa por él. Su padre se fue cuando era pequeño y,
claro, tiene a su madre y a su hermana, pero ellas dependen de él. Solo le
muestran afecto cuando quieren algo. Ha pasado la vida desconfiando de todo el
mundo.
—Tienes que enseñarle que no todo el mundo es así. No todas las mujeres
cercanas a él lo utilizan —dice Millie.
—Lo entiendo —les digo—, y sé que le cuesta mucho confiar en la gente.
Y sé que tengo que demostrarle que puede volver a confiar en mí y en lo que
siento por él.
—Creo que necesitas ir por la ruta cursi y cliché. —Nolan levanta las
manos para evitar que todo el mundo se entrometa—. No, escúchenme. Jude
acaba de decir que a Kyler nunca le han mostrado verdadero afecto. Así que
demuéstraselo. Haz todos los grandes gestos. Mímalo. Enamóralo. Muéstrale lo
que sientes por él. Déjale notas de afecto. Haz como en “Realmente Amor” dile
lo que sientes en tarjetas enormes y enséñaselas delante de todo el mundo.
Demuéstrale que es digno de amor. Y demuéstrale que es digno de tu amor y, a
cambio, confiará en ti. Eso es lo que necesita. Así es como lo recuperarás.
—En realidad, no es mala idea —dice Millie, con un deje de consternación
en la voz.
—Tu constante habilidad para no darme crédito por saber ser romántico
me hiere, Millicent. —Millie le enseña el dedo medio como respuesta.
—Creo que Nole está en algo —Devon dice—, y creo que hay una
oportunidad perfecta para hacer ese gran gesto tan bien que Kyler no tendrá más
remedio que tomar de nuevo.
—¿En qué estás pensando? —le pregunta Jude.
—Este fin de semana. Es el partido del Campeonato Nacional contra
Augsburg. Estará lleno y así todo el mundo será testigo de cómo lo recuperas.
Será un gran gesto ya que le estarás demostrando, que es amado frente a un
estadio lleno de gente. Ya han visto propuestas en esos grandes eventos
deportivos. Siempre son un gran éxito.
—Esto solo me da unos días para prepararlo todo. ¿Cómo podemos estar
seguros de que se quedará el tiempo suficiente para verme? —pregunto, los
nervios se apoderan de mí.
—Déjanos eso a nosotros —me dice Jude—. Hablaré con el entrenador y
se nos ocurrirá algo.
—Y nosotros… —Nolan se señala a sí mismo y a Devon—, podemos
ayudarte a prepararlo todo.
—Y yo —dice Millie—, te ayudaré a conseguir los suministros que
necesitas para hacer de esto la mejor disculpa de todas las disculpas. Chica, te
apoyamos.
Y así de fácil, la Operación Recuperar a Kyler está en pleno apogeo.
treinta

E
ste es el día que he esperado todo el año, la oportunidad de ganar
el Campeonato Nacional de la División III de hockey. Decir que una
victoria nos abrirá puertas es quedarse corto. Cada vez que NU está
presente en el partido final, demuestra lo poderosos que somos en el hockey.
Demuestra a los posibles compañeros de equipo que estamos aquí para
competir, y lo hacemos cada año. Pero este escenario es diferente. Los
reclutadores de todos los programas de la NHL estarán presentes, tomando notas
y vídeos de lo que hacemos en el hielo, de lo que yo hago en el hielo. Mañana
mismo podría recibir una oferta para incorporarme a un equipo, o podría decidir
presentarme oficialmente al draft. En cualquier caso, una victoria cambia las
cosas para todos los implicados. Seguro que levantaremos la bandera de la
conferencia por decimoquinta vez cuando vuelva a empezar la temporada en
otoño, pero lo que queremos es la codiciada bandera del campeonato. Es por lo
que nos hemos esforzado al máximo toda la temporada. Los golpes, las
magulladuras y el agotamiento nos han llevado hasta aquí.
Soy el primero en salir a patinar. Necesito este tiempo para concentrarme,
para imaginar el partido en mi cabeza, para imaginar una tanda de penaltis
conmigo y el portero. Puedo verlo todo. Yo patino a la izquierda, él a la derecha,
pero disparo y meto el disco por la escuadra izquierda de la portería. La luz que
hay detrás del portero se vuelve roja y éste agacha la cabeza, sabiendo que el
partido ha terminado. En cuestión de segundos, mis compañeros están a mi lado.
Guantes lanzados al aire y palos olvidados.
Solo que no quiero que ocurra así. Aunque acojo con satisfacción el reto
de la prórroga y la tanda de penales, quiero un partido sin fisuras. Quiero goles.
Quiero un marcador abultado para que el otro equipo no pueda remontar. No
quiero mirar el marcador a falta de tres minutos y ver que estamos empatados.
Es una sensación incómoda, y odio la presión. Los entrenadores y los
compañeros pueden decir que no hay presión, pero no es así. Llevo el peso de
ganar sobre mis hombros. Es el resultado de ser uno de los mejores centros de
la división. Se espera de mí que marque y que lo haga a menudo.
El sonido de mis cuchillas cortando el hielo me tranquiliza. Ver cómo
salpican fragmentos de hielo contra la tabla cuando me detengo me excita.
Necesito estas emociones en este momento porque me pesa el corazón. Me
enamoré estúpidamente de Thea, hasta el punto de que las palabras te amo casi
salen de mi boca. Tantas veces quise decírselo, pero ahora agradezco haberme
contenido. Decirle esas palabras, y que todo pasara, me habría destruido aún
más porque no habrían significado nada para ella. Son palabras que ha
escuchado repetidamente de Adam Nelson.
Me estremezco al oír su nombre. ¿Cómo pueden Jude y Thea relacionarse
con gente como los Nelson? Y mucho menos mi hermana. Desde la revelación de
que Lacey es una Nelson, me cuesta creer que alguien tan dulce como ella pueda
ser la mitad de esa familia demente. Aunque, supongo que no todos son
dementes. La señora Nelson parece ser la única simpática, aunque me cuesta
creer que no tuviera ni idea de lo que tramaba el pedazo de mierda de su marido.
Tal vez así es como funcionan las cosas en su familia: en secreto. Si alguna vez
me caso, no quiero ser alguien que le oculte cosas a mi esposa.
Hablando de la Sra. Nelson, estará presente en el partido de esta noche,
después de haber hecho el viaje a Nueva York para vernos jugar. Cuando me
pidió una entrada, lo primero que pensé fue que no, pero es difícil negársela a
alguien que ha dado un paso adelante por Lacey y mi hermana. La señora Nelson
ha cumplido su palabra y el mes que viene Ally, Lacey y mi madre se mudarán a
una casa de tres habitaciones. Tiene un patio vallado, está enfrente de un parque
y se puede ir andando al colegio de Lacey. Ally también tiene un coche nuevo, y
la señora Nelson le ha encontrado a mi madre un trabajo estable. También me ha
animado a cobrar el cheque de su hijo. Aún no lo he hecho porque temo las
ramificaciones. No necesito que nadie me diga que me aleje de Thea. Puedo
hacerlo por mi cuenta. Temo que Adam vea esto como algo que le pertenezco, y
yo no le pertenezco a nadie.
Jude patina sobre el hielo y me saluda con la cabeza. Nuestra relación está
tensa desde que ocurrió todo. Sé que me culpa de las lágrimas de su hermana.
Lo entiendo porque tiene el corazón roto, y en parte soy culpable de ello, pero
también lo es ella. ¿Él también la culpa, o soy yo el único culpable? Jude no
entiende la situación. No sabe lo que es luchar, que te lo arrebaten todo, o tener
una madre que no puede funcionar como una persona normal. Jude y Thea vienen
de un hogar biparental lleno de amor, donde siempre tenían comida en la mesa,
un techo sobre sus cabezas y no tenían que depender de nadie para sobrevivir.
Cuando descubrí que Thea confió en Adam, aunque fuera por un segundo, me
mató y destruyó toda la confianza que había construido con ella. En un momento,
Thea permitió que Adam destrozara a mi familia, una familia a la que hago todo
lo posible por proteger.
Jude da un par de vueltas sobre el hielo y luego se dirige hacia mí. Sobre
el hielo, estamos bien. Somos buenos compañeros de equipo y tenemos el mismo
objetivo: ganar. En casa, me quedo en mi habitación y evito las cenas. Sé que no
tengo por qué hacerlo, pero es más fácil que estar cerca de Thea. Jude se levanta
el casco y empieza a decir algo cuando el sonido de unos discos golpeando el
hielo llama nuestra atención. Miro por encima del hombro y veo que el resto de
nuestros compañeros están saliendo de los vestuarios. Nuestra charla, o lo que
sea que estuviéramos a punto de tener, tendrá que esperar. Tenemos un partido
que jugar.
Suena la bocina y termina el segundo periodo. Miro el marcador y sonrío
al ver nuestra ventaja de dos goles. Después de cuarenta minutos de juego, Jude
no ha permitido ni un solo gol, y eso hay que celebrarlo. Cuando llegamos a los
vestuarios, somos ruidosos y bulliciosos. Todo el mundo se anima. Podemos
saborear la victoria. Solo quedan veinte minutos y levantaremos el trofeo del
Campeonato Nacional de la NCAA.
En veinte minutos pueden pasar muchas cosas.
El entrenador nos dice que nos sentemos y empieza a dibujar en la pizarra.
Dibuja las jugadas que nos sabemos de memoria, recordándonos dónde tenemos
que atacar. Clava el rotulador en la pizarra para enfatizar, y cada punto azul nos
recuerda que estamos muy cerca de conseguir el título. El entrenador intenta
ocultar su emoción, pero está ahí, burbujeando bajo la americana que lleva.
—Tres minutos —dice el taquillero.
—Agrúpense —dice el entrenador. Nos reunimos lo mejor que podemos
a su alrededor, y cada uno de nosotros levanta una mano en alto—. Todo se
define en veinte minutos.
—¡Hagámoslo! —grito, y los chicos me siguen con un—: ¡NU!
Nos dirigimos hacia el hielo y esperamos a que suene el timbre. Entonces,
a falta de un minuto para el intermedio, salimos al hielo. Patinamos, rompemos
el hielo limpio y calentamos las piernas. Jude frota el pliegue para asegurarse de
que está como a él le gusta. Da unos golpecitos a cada lado del poste de la
portería con su palo cuando está listo. Patino hacia él y le doy una palmada en las
espinilleras.
—Esto es nuestro —dice.
—Sí, lo es. —Es entonces cuando me fijo en el cartel que hay detrás de
Jude y en el que hay a su derecha. Giro lentamente y veo que hay un cartel en
cada cristal, cada uno con mi nombre. Intento leer los que están cerca de mí,
pero no distingo las palabras porque las luces me deslumbran. Suena el silbato
y patino hacia el centro, mirando a izquierda y derecha.
El árbitro está de pie en el centro del hielo, preparado para dejar caer el
disco. Miro al central de la Estatal de Augsburg y sonríe.
—Probablemente yo también te engañaría —dice justo cuando el árbitro
hace sonar el silbato y lanza el disco al suelo.
Me olvido del disco y bajo el hombro para pillar desprevenido al central.
Se queja cuando entramos en contacto y cae con fuerza sobre el hielo. Espero un
silbido, pero no pasa nada. Brad March tiene el disco y patina hacia el portero.
Mike Dowling bloquea a uno de los defensas justo cuando Jayson Woodell le
quita el disco a Brad. Me lanzo hacia delante, bombeando las piernas con todas
mis fuerzas. Llevo del palo hacia atrás y Jayson pasa el disco. La sincronización
es perfecta. El palo y el disco chocan, y el disco negro viaja por el aire. Todo se
detiene mientras esperamos a ver qué hace el portero. La luz roja parpadea y, al
instante, mis compañeros se reúnen a mi alrededor. No parece real hasta que el
locutor grita por el micrófono:
—¡GOL!
Conduzco al equipo más allá de nuestro banquillo, chocando los guantes
con nuestros compañeros, y luego hasta Jude.
—Buen gol —me dice.
—Gracias, hombre.
El entrenador me hace señas para que me dirija al banquillo. Con una
ventaja de tres goles, me va a dejar descansar. No estoy seguro de querer
hacerlo, pero es mejor tener las piernas frescas en la recta final si hace falta. Me
siento en el extremo y doy las gracias a mis compañeros por sus elogios. Siento
que alguien me mira y me giro para encontrar a Thea allí, con un cristal
separándonos. Va abrigada con gorro, bufanda y guantes y lleva puesta una de
mis sudaderas con capucha. Maldigo a mi corazón por haberse dado un vuelco,
porque está guapísima.
—Buen trabajo —dice.
—Gracias —respondo, intentando mantener la voz neutra—. ¿Qué pasa
con los carteles? —Hago un gesto con la cabeza hacia el que tengo más cerca.
Solo he captado algunas palabras como mi nombre, lo siento, por favor
perdóname, patea culos y eres el mejor. No sé lo que dicen todas, pero ha sido
suficiente para que el otro centro reciba un golpe de hombro en las tripas.
—No me hablas en la casa, así que tuve que hacer algo.
—Esto sí que es algo —le digo, y esta vez no puedo evitar que se me dibuje
una sonrisa en la cara. Vuelvo a ver el partido.
Quedan treinta segundos en el reloj cuando el entrenador me envía de
vuelta. Nolan marca un gol, nos pone cuatro arriba y me da más tiempo en el
banquillo. Por mucho que quiera jugar, agradezco que tengamos una ventaja
gorda y que no haya estrés en este partido.
El banquillo de NU se despeja cuando suena la bocina final, y nuestros
guantes y cascos vuelan. Patinamos hacia Jude y lo placamos. Todo el mundo
grita y suena nuestra canción principal.
—Puta madre —sostengo la cara de Jude entre mis manos—. ¡Santa
mierda!
—Lo hicimos, hombre. ¡Lo hicimos, joder!
Nolan y Devon nos encuentran y lo celebramos. Son los chicos a los que
estoy más unido y no querría esta victoria con nadie más. Felicito a cada uno de
mis compañeros y, finalmente, a nuestro entrenador. Nos abrazamos y él llora.
—Te lo has ganado, Rose.
—No podría haber hecho nada de esto sin usted.
Tras unos minutos de celebración, el personal del estadio extiende una
alfombra y comienza la entrega de trofeos. El representante de la NCAA se sitúa
detrás de una mesa con tres trofeos frente a él.
—Quiero darles las gracias a todos por venir al Campeonato Nacional de
la División III de hockey. También quiero felicitar a la Universidad de Northport
y la Estatal de Augsburg por sus tremendas temporadas y por el partido que
acaban de jugar. Sé que los equipos están ansiosos por celebrarlo con sus
familias y volver a casa. Así que, sin más preámbulos, el jugador más destacado
del torneo es Jude Jenson, que solo permitió dos goles en todo el torneo.
Jude patina hacia delante y recoge su premio. Lo sostiene por encima de
su cabeza, y todas las personas de NU en el público y en el hielo aplauden por
él. Me alegro de que Jude haya ganado. Se lo merece.
—Y a continuación, la presentación de nuestros subcampeones, la Estatal
de Augsburg. —Su capitán patina hacia delante y recoge su trofeo. Lo sostiene,
pero sus aplausos son tenues.
—Y por último, la presentación para nuestros campeones nacionales, la
Universidad de Northport. —Patino hasta la mesa, estrecho la mano del
representante y acepto el trofeo. Lo levanto y patino hacia la sección familiar.
Todo el mundo aplaude y la gente golpea el cristal. Es entonces cuando veo a
Thea con un cartel que se lee: «Para ellos, eres un campeón. Para mí, eres el amor
de mi vida. Te amo, Ky.»
Mierda, está enamorada de mí. Esta vez, no puedo evitar sonreír.
Mis compañeros se reúnen a mi alrededor y cada uno sostiene el trofeo
por turnos. Luego, nos reunimos en el centro del hielo para hacernos la foto de
rigor, y cada uno levanta el dedo índice. Lentamente, nos dirigimos hacia los
vestuarios. Veo a mi madre, a mi hermana y a Lacey con Thea. Me acerco a Lacey
y la tomo en brazos.
—Estoy muy contenta —dice mientras patino con ella sobre el hielo.
—Yo también, Osita Lacey.
—¿Has visto el cartel de Thea? —me pregunta, y yo asiento como
respuesta.
—¿Estás enamorado de ella? —pregunta.
—Creo que sí —digo sinceramente.
Lacey asiente.
—Deberías decírselo, tío Ky, porque te quiere mucho.
La vuelvo a dejar junto a Ally y me deslizo hacia Thea.
—Así que estás enamorada de mí, ¿eh?
Ella asiente.
—Eso es bueno, porque definitivamente estoy enamorado de ti.
—¿Ah, sí?
—Sí, pero tenemos que aclarar una cosa entre nosotros si vamos a estar
juntos.
—¿Qué es eso? —pregunta.
—No más secretos. No más mentiras. Y definitivamente, no más Adam.
—Esa es una promesa que definitivamente puedo cumplir.
Tiro de Thea entre mis brazos y la beso, ignorando los gritos y silbidos de
algunos de mis compañeros. Menos mal que sé mantener el equilibrio sobre
cuchillas, porque cuando salimos a tomar aire, estamos a unos metros del
banquillo.
—Te amo, Thea. Nunca pensé que le diría esas palabras a alguien.
—Yo también te amo, Ky. Gracias por mostrarme cómo se siente el
verdadero amor.
La beso de nuevo y le doy vueltas.
Dicen que las cosas malas vienen de tres en tres, pero las buenas también.
NU ganó el campeonato, potencialmente tengo algunas ofertas sobre la mesa, y
tengo a mi chica de vuelta.
Hoy ha resultado ser el mejor día de todos.
treinta y uno

—D
ilo otra vez.
Me pongo a horcajadas sobre el regazo de Ky y
apoyo las manos en sus hombros. Está apoyado en el
cabecero, con los restos del desayuno en una bandeja
a nuestro lado. Poco después de que nos reconciliáramos tras el partido del
Campeonato Nacional, le revelé mi plan de hacerle engatusarlo con mi gran
gesto en un intento de recuperarlo. Se sintió conmovido, pero también intrigado
por saber qué más me guardaba en la manga, así que ahora mi misión es
demostrarle lo mucho que lo amo. Además de los carteles en el estadio, le
preparo el desayuno en la cama las mañanas que no tiene que salir corriendo,
cenamos a la luz de las velas cuando vuelve del bar y anoche le di un masaje para
aliviar sus músculos doloridos. Todavía me estoy recuperando de las secuelas, y
ahora me duelen los músculos de la forma más placentera.
—I love you —le susurro mientras dejo pequeños besos sobre su cara. Otro
de los grandes gestos que decidí fue decirle “te amo” en tantos idiomas como
fuera posible. Empecé dejándoselas en el bolsillo o en el coche, para que las
encontrara y supiera que pensaba en él. En una ocasión, se me hizo tarde y perdí
la oportunidad de dejarle la última nota, así que grabé un mensaje y se lo envié.
Desde entonces, empieza cada día pidiéndome que le diga esas palabras en otro
idioma. Hoy, en inglés. Sé que mi pronunciación deja mucho que desear, pero la
intención es lo que cuenta.
—Joder, Thea, no sé qué me excita más, oír tu sexy voz mañanera
susurrándome dulces naderías en cualquier idioma, o frotar tu dulce coño contra
mí en esas diminutas bragas.
Me río y exagero mis movimientos, lo que hace que Ky gima y busque mi
boca para besarme. Se lo permito, pero solo durante unos segundos.
—Tranquilo, tigre. Nos espera un gran día.
—Seré rápido —promete. Sus dedos tiran del elástico de mis bragas. Le
doy un beso en la nariz y salto de la cama, arrancándole una maldición.
—Tú y yo sabemos que “rápido” no está en nuestro vocabulario cuando
estamos juntos en una cama. Pero estoy deseando continuar más tarde. —Le
guiño un ojo y me desnudo completamente antes de correr al baño a darme una
ducha. Antes de cerrar la puerta, oigo sus palabras de dolor detrás de mí.
—¡Serás mi muerte, Thea Jenson!
—¿Vamos a un parque de atracciones? —pregunta Ky, con los ojos muy
abiertos en una mezcla de asombro y emoción.
—¡Adivinaste! —Aparco el coche y lo apago. Nos he llevado a una ciudad
a unas dos horas de distancia, para que podamos ir al parque de atracciones del
muelle.
—¡Lacey va a estar tan celosa!
—La traeremos aquí pronto. Hoy se trata de ti y de mí.
Desde que empezamos a salir, Ky y yo solo hemos tenido una cita oficial,
que fue en la pista de hielo después de uno de sus partidos. Una y media si
cuentas la cita del helado con Lacey. Una cita en una atracción turística puede
que no sea la idea más original, pero el asombro que brilla en los ojos de Ky
indica que esto es algo que se perdió mientras crecía. Caminamos tomados de
la mano hasta la taquilla y compro dos pases de adulto que nos dan derecho a
atracciones ilimitadas, junto con un talonario de tickets para los puestos de
comida. Dejo que Ky nos guíe a lo largo del día y su primera elección es la
montaña rusa, donde grita a pleno pulmón. Nos subimos a los carritos chocones,
a la centrífuga, a la caída libre y al orbiter, y ahora estamos a punto de probar
uno de los juegos. El encargado nos explica rápidamente las reglas: tenemos que
apuntar con la pistola de agua a la cara de dibujo animado que tenemos delante
y disparar el agua a la boca que se abre y se cierra. Gana el primero que
consigue elevar la bola del tubo de la mano del personaje hasta la cima.
Comienza una cuenta regresiva y, cuando suena la sirena, me apresuro a salir
disparada. Mi puntería es firme, gracias a años de jugar contra Jude cuando
visitaba las ferias de niño, y aunque Ky intenta desanimarme empujándome un
par de veces, mi puntería de acero me da la victoria. El encargado me pregunta
qué quiero de premio y le señalo un gran unicornio de peluche. Me lo entrega e
inmediatamente se lo doy a mi novio.
—De ninguna manera. —Ky ríe contagiosamente.
—Sí —le respondo—, ya te lo he dicho, pienso mostrarte todos los grandes
gestos que te mereces y ganar un peluche es uno de ellos. También es un rito de
iniciación. No has vivido hasta que has intentado llevar una de estas cosas todo
el día.
—¿No debería ser yo quien luchara con uñas y dientes para ganarte un
juguete?
—No, estamos en el siglo XXI. Hoy en día, todo gira en torno a la igualdad.
—No voy a discutir eso. —Ky se lleva mi mano a la boca y me besa los
nudillos, luego acepta el unicornio gigante y sobredimensionado y lo sostiene
con orgullo delante de él. Me detengo rápidamente para hacer una foto y
enviarla en el mensaje del chat de grupo a los demás.
NOLAN:
¿Le ganaste un juguete? Estoy taaaan celoso.
JUDE:
Bien hecho, Thea. Parece que te entrené bien.
DEVON:
El primero en abrazar a ese cabrón cuando vuelvas.
Millie no contesta, pero sé que hoy tenía cosas que hacer, así que no le
hago caso.
Después de comer algo (perritos calientes y pasteles fritos) y de pasar la
tarde en algunas atracciones más, nos dirigimos a la noria para dar nuestro
último paseo del día cuando el sol empieza a ponerse. Dejamos a Eunice el
Unicornio, como cariñosamente se la conoce ahora, con el encargado y nos
sentamos en el carrito mientras empieza a girar lentamente. Puede que sea el
gesto romántico más cliché de todos, pero no cambiaría nada. Kyler se ha
perdido esto y yo estoy feliz de mostrarle todos los clichés existentes si eso
significa tenerlo sonriendo sin ninguna preocupación en el mundo.
Desde que la Sra. Nelson se convirtió en una figura frecuente en la vida de
Lacey, es como si se hubiera quitado de encima la responsabilidad y las
preocupaciones que pesaban sobre los hombros de Ky. Además de encontrarle
a la madre de Ky un trabajo estable, la ha ayudado a dejar de beber. Ally ha
dejado la cafetería y ahora trabaja como recepcionista en un bufete de
abogados, los mismos que están llevando el divorcio de la Sra. Nelson de su
marido. Por lo visto, le puso las cosas difíciles al Sr. Nelson y se puso furiosa
porque le ocultó lo de Lacey. Carl y Adam han sido expulsados y ahora viven en
un apartamento de una de sus urbanizaciones recién terminadas. La Sra. Nelson
planea vender la casa en algún momento y mudarse más cerca de Northport,
pero con la distancia suficiente para que no parezca que se está imponiendo en
la vida de los Rose. ¿Y Lacey? Bueno, está prosperando. Empezó sus clases de
hockey hace un mes y, según cuentan, es un demonio sobre el hielo, igual que
su tío. Y adora a su nueva abuela, como la llama, y chatea por vídeo con ella dos
veces por semana. Lacey tiene su primer partido de hockey sobre hielo juvenil
el fin de semana y todos vamos a estar allí: La madre y la hermana de Ky; la Sra.
Nelson, Jude, Nolan, Devon y Millie; Ky y yo. Seguro que seremos los mejores y
más ruidosos animadores que pueda desear.
También me alivia decir que Kyler también ha dejado las peleas y ya no
tiene cortes ni moratones que cuidar. Ha recibido cierto interés de algunos
equipos de la AHL, pero no ha decidido si quiere jugar ahora o intentar otro
campeonato. Ky cree que otra temporada estelar aumentará sus posibilidades en
el draft. También quiere graduarse y recibir el diploma por el que ha trabajado
tanto. Y, después de mucha persuasión, finalmente cobró el cheque de Adam y
utilizó el dinero para comprar un coche nuevo. Atrás quedó el Camry y en su
lugar hay un Toyota RAV4. Por mucho que quería conseguir una camioneta o
algún tipo de coche deportivo, también tiene Lacey que pensar y tenía que ser
un poco sensato. El RAV4 es su compromiso.
Hablando de Adam, no solo lo he borrado de mi vida, sino también de la
de mi familia. Jude también lo ha bloqueado y, después de informar a mis padres,
ellos han hecho lo mismo, cortando todos los lazos con los Nelson, excepto con
Andrea. De hecho, mis padres dejaron que Andrea se quedara con ellos mientras
su marido y su hijo se mudaban.
Cuando nuestro carrito se acerca a la noria, Ky me acerca a él y me besa
suavemente en los labios. Lo profundizo y no tardamos en separarnos, los dos
jadeando.
—Thea, esto es... increíble. Me lo he pasado de maravilla. Muchas gracias
—dice, apoyando la frente en la mía—. Estoy profundamente enamorado de ti,
Thea. Desde que te conocí, mi mundo se ha iluminado y siento que mi vida ha
empezado. No puedo ni imaginar cómo he podido pasar veintiún años de mi vida
sin conocer un sentimiento como éste. Solo he conocido el amor que viene con
condiciones, pero ¿contigo? Me has enseñado lo que es ser amado de verdad.
Ya sea un simple plato de comida o cuidando de mis moretones, es un afecto que
nunca antes había experimentado. Es abrumador y adictivo y lo consume todo y
nunca quiero estar sin él. Nunca quiero estar sin ti. Me has despertado, Thea.
Toda una vida amándote no será suficiente para expresar lo agradecido e
indigno que estoy de tenerte en mi vida. Lo eres todo para mí. Eres mi propósito.
Y haré todo lo que esté en mi mano para darte el mundo, cuando y donde lo
necesites. Jesús… —se interrumpe con una carcajada y sacudiendo la cabeza—,
¿quién está siendo cliché ahora?
Le vuelvo la cabeza hacia mí y le miro fijamente a los ojos.
—Ser cliché es lo que somos ahora, Ky. Tú, con tu look de héroe torturado.
Yo, enamorándome del tipo melancólico y silencioso. Toda la tensión sexual
entre nosotros. Mi desagradable ex. La ruptura y la reconciliación. Esos clichés
nos han convertido en lo que somos. Son todo lo que necesitamos ser en este
momento, para poder desarrollar nuestros propios clichés con el tiempo. Y
además, al esforzarnos siempre por ser originales, tendemos a olvidar que no
hay nada malo en una rosa roja, o en una nota de amor, o en encontrar “nuestra
canción”.
Lo beso de nuevo, antes de continuar.
»Yo también te amo, Ky. Siempre te amaré. —Seguimos besándonos
mientras el carrito desciende y el empleado tiene que aclararse la garganta para
devolvernos a tierra. Mientras bajamos de la atracción y recogemos a Eunice,
Kyler señala hacia el puesto de palomitas.
—¿Esa es Millie? —pregunta.
Miro hacia donde señala y, efectivamente, es ella, y no está sola.
—Sí que lo es. Y está siendo muy amistosa con alguien que no es Nolan.
—Ja —comenta Kyler—, supongo que eso significa que definitivamente no
son una cosa.
Echo otro vistazo a Millie y No-Nolan. Sí, parecen muy cariñosos, pero
también parece que es unilateral. La expresión de la cara de Millie me indica que
el afecto no es totalmente recíproco. Supongo que tendré que enterarme de lo
que esté pasando más tarde.
Kyler y yo nos dirigimos al coche, sosteniendo a Eunice entre los dos. En
cuanto a grandes gestos de amor, el de hoy ha sido un éxito. Pero, aunque no lo
fuera y Kyler odiara la feria, estoy segura de que tenemos toda una vida de
grandes gestos por delante y, cursi o no, estoy deseando explorarlos todos.
acerca de heidi
mclaughlin

es autora de los bestsellers del New York Times, Wall


Street Journal y USA Today La serie Beaumont, Los chicos del verano y Los
arqueros.
En 2012, Heidi convirtió su pasión por la lectura en una carrera literaria en
toda regla, escribiendo más de veinte novelas, entre ellas la aclamada Forever
My Girl.
La primera novela de Heidi, Forever My Girl, ha sido adaptada al cine con
LD Entertainment y Roadside Attractions, protagonizada por Alex Roe y Jessica
Rothe, y se estrenó en cines el 19 de enero de 2018.

También podría gustarte