En la actualidad existe una globalización cultural muy marcada a nivel
mundial como consecuencia del movimiento migratorio constante en varios países. Esto ha traído como consecuencia cierto desorden sociocultural al chocar las identidades culturales entre las personas. Unos de los factores que provocan dicho desorden son la falta de tolerancia y respeto en las relaciones interpersonales, provocadas por los diferentes modos de pensar, actuar y de conducirse hacia los demás o, en su defecto, de apartarse de ellos. Este hecho no deja indiferente a la Iglesia Católica y, como solución factible, recurre a la llamada vía de la interculturalidad, la cual busca conjuntar a los pueblos buscando un bien común para todos, conservando cada pueblo su peculiaridad.
Es un hecho que la cultura es parte esencial en la vida del hombre, pues le
permite crecer como persona y a identificarse dentro del mundo. Pero, para que pueda haber una verdadera autorrealización en el hombre, éste debe relacionarse con las demás personas. ¿Por qué? Porque es mediante la apertura al otro como el hombre va conociéndose a sí mismo, va desarrollando sus potencialidades y es precisamente dentro de la sociedad donde puede ponerlas en práctica. Por lo tanto, el hombre necesita de la relación con los demás, su mismo ser-persona lo mueve a ello. Pero es sabido que las relaciones interpersonales no suelen ser sencillas, y más cuando la globalización cultural entra en juego. ¿Esto a que se debe? Cada pueblo o región tiene una identidad cultural muy marcada y, al entrar en contacto mediante la convivencia con otras culturas, puede encontrar ciertas incompatibilidades entre sí, ya sea en ámbitos filosóficos, políticos, religiosos, etc.
Quizá para “calmar las aguas” pueda aceptarse el multiculturalismo o
pluriculturalismo, donde una persona reconoce las diversas identidades culturales existentes, aceptándolas como tales y relacionándose con ellas, pero sin la intención de vincularse entre sí para que se dé un crecimiento mutuo. La única intención sería la de resaltar la propia identidad cultural por encima de las demás anulando así la reciprocidad, es decir, la capacidad de percibir y aceptar que tanto la propia identidad cultural como las demás son valiosas y tienen la misma riqueza. Es por este motivo por el que la Iglesia no puede partir del paradigma del multiculturalismo, pues le estaría negando la posibilidad de crecimiento y desarrollo a las culturas en general. Debe tener como punto de partida la relación entre culturas no como multiculturalidad, sino como interculturalidad, es decir, no como un montón de culturas que interactúan entre sí sin darle importancia a las demás, sino como una gran familia universal constituida como pueblo de Dios situada en un ambiente común, o como el papa Francisco menciona, en la casa común, en donde la Iglesia se inserta en una realidad pluricultural en camino hacia otra intercultural.
No hay hombre o pueblo sin cultura, la cultura es intrínseca al hombre y, por
lo tanto, el hombre tiene derecho a ella, exigido por la dignidad personal y el cual puede defender; pero, al ser un derecho en todo hombre, a su vez se convierte en un deber: el deber de respetar y aceptar la cultura de otros hombres sin ninguna distinción. Por esta razón, la Iglesia tiene la tarea de vincularse a las diferentes culturas sin intentar cambiarlas o imponerles alguna forma de pensar; más bien podría intentar adaptar sus enseñanzas acordes a las costumbres o tradiciones de dichas culturas, pero sin dejar que dichas culturas tergiversen las enseñanzas de la Iglesia. Como ya se dijo, la cultura es vital en el autoperfeccionamiento del hombre o de un pueblo y la misma Iglesia lo sabe, pues en la Gaudium et Spes se menciona que la cultura permite al hombre cultivar su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b). Es por eso que apuesta a la interculturalidad, pues ésta no es una amenaza para la diversidad cultural, pues no tiene la intención de colocar a una cultura por encima de otra, sino de fomentar el diálogo desde visiones culturales diferentes que creen una nueva realidad para todas, realidad que enriquezca y haga crecer a todas mediante una simbiosis.
Una vez analizado lo anterior, ¿qué papel debe jugar la Iglesia en la
interculturalidad? En primer lugar, el papa Francisco recalca que se debe responder con un modelo pastoral de Iglesia en salida e «insertarse en la experiencia nacional de un pueblo y discernir acerca de la acción liberadora o salvífica de la Iglesia desde la perspectiva del pueblo y sus intereses» 1, es decir, vivir en carne propia la situación del pueblo para que, mediante la acción salvífica de la Iglesia, se le pueda dar una solución sin perder de vista los aspectos culturales de dicho pueblo. Por lo tanto, la relación de la Iglesia con los pueblos y sus culturas es parte de la identidad y misión eclesiales, su razón de ser y modo de estar en el mundo; tiene la ardua labor de construir 1 FRANCISCO, Viaje apostólico al Paraguay. Discurso a los representantes de la sociedad civil en el estadio León Condou, 11 de julio de 2015. puentes entre las diversas culturas de los pueblos mediante una praxis pastoral intercultural que dé lugar a la empatía movida por el amor entre personas. Dicha interculturalidad no busca suprimir o reprimir la propia identidad cultural, sino que diversos pueblos caminen juntos armónicamente en busca del bien común.