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Mateo Bernal Ku-Klux-Klan
Mateo Bernal Ku-Klux-Klan
Los estados sureños estaban bajo ocupación militar, y había pasado poco
tiempo desde que la esclavitud había quedado oficialmente prohibida en EE.
UU. No parecía el mejor momento para fundar una organización que iba a ser
sinónimo de racismo hasta el día de hoy: el Ku-Klux-Klan.
Esa campaña de intimidación tan abierta y salvaje acabó por volverse contra el
grupo. En 1871, horrorizado por las historias que llegaban del sur, el Congreso
aprobó una “ley del Ku-Klux-Klan” que permitía al presidente suspender
algunas garantías constitucionales y enviar tropas a combatirlos directamente.
Ulysses S. Grant la usó para detener a cientos de sus miembros y declaró la ley
marcial en nueve condados de Carolina del Sur. El KKK fue desapareciendo en
los siguientes años, aunque los expertos creen que fue más por la consecución
de sus objetivos que por la presión del gobierno en ese entonces.
En su segunda vida, el klan llegó a los cuatro millones de miembros y tuvo una
gran influencia política. La imagen de 50.000 de sus miembros desfilando por
Washington D. C. en agosto de 1925 es poderosa, pero más aún lo es saber que
miembros del KKK gobernaron algunas ciudades y estados o se sentaron en el
Senado. Todo mientras su organización combinaba la celebración de picnics y
fiestas con sus tradicionales actividades de intimidación: ataques racistas,
agresiones a médicos que practicaban abortos o a mujeres solteras que
quedaban a solas con hombres.
Tal vez fue su discurso moralizante el que hizo que el “segundo klan” acusara
tanto el golpe de David Stephenson. Solo unos meses después de su triunfal
marcha sobre Washington, el KKK tuvo que digerir la incómoda noticia de que
uno de sus líderes más importantes había sido condenado a cadena perpetua por
violar y matar a una chica de veinte años.
El primer KKK había nacido en 1865 en el sur de EE. UU. cuando parecía que
los afroamericanos podían alcanzar los mismos derechos que los blancos, pero
desapareció en cuanto se impusieron las leyes de segregación que, en la
práctica, los mantenían sometidos. En la década de 1950, cuando los veteranos
afroamericanos de la Segunda Guerra Mundial empezaron a exigir el fin de ese
sistema, el Ku-Klux-Klan renació casi de inmediato como un movimiento
extremadamente violento de blancos de clase obrera.
Los cincuenta y los sesenta fueron una sucesión de leyes y sentencias judiciales
que prohibían la discriminación sobre el papel, pero los líderes del KKK sabían
muy bien que una cosa es lo que dice la norma y otra muy diferente la situación
real. Un siglo antes, las reformas constitucionales de la posguerra también
habían consagrado la igualdad entre razas, pero sus abuelos las habían
convertido en papel mojado a través de amenazas, agresiones y desobediencia.
En 1951, el Klan puso una bomba bajo la cama del presidente de la Asociación
Nacional para el Avance de las Personas de Color en Florida y lo mató a él y a
su esposa. El día de Navidad de 1956, dinamitó la casa de otro activista en
Alabama que el día anterior había pedido públicamente la desegregación del
transporte público. Salió ileso, pero sufrió otros cuatro intentos de asesinato en
los siguientes seis años y fue linchado junto a su mujer por intentar matricular a
sus hijas en un instituto donde solo había blancos.
El FBI lanzó entonces una enorme investigación que dio con sus cuerpos en
seis semanas. Como dijo la viuda de uno de ellos, “el asesinato de un negro en
Misisipi no sale en las noticias. La alarma nacional solo ha sonado porque mi
marido y Andrew Goodman son blancos”.
El estado de Misisipi se negó a procesar a los miembros del KKK por asesinato,
así que tuvieron que ser juzgados por el delito federal de violación de los
derechos civiles. Ninguno de los condenados pasó más de seis años en prisión,
y el principal responsable, uno de los líderes del Ku-Klux-Klan en la zona, salió
libre porque uno de los miembros del jurado se negó a condenarle por ser
ministro baptista.
Solo 30 años después del crimen el estado de Misisipi rectificó, reabrió el caso
y lo procesó. Resultó condenado a 60 años por homicidio.
Tal vez fuera por la advertencia del presidente Johnson o porque el crimen puso
al KKK en el punto de mira del famoso Comité de Actividades Antiamericanas
de la Cámara de Representantes, pero la organización empezó una decadencia
que continúa hasta hoy. Con sus problemas, la sociedad sureña ha evolucionado
hasta estar cada vez más lejos del Ku-Klux-Klan, y por eso hoy esa sociedad
secreta es solo un pequeño grupo de racistas violentos disfrazados con túnicas y
capirotes. Lo mismo que antes, pero con menos miembros.