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RICHARD

J. FOSTER
2^8.42
*Blti

Versión castellana:
Juan Sánchez Araujo

Copyright © 1989 por la Editorial Betania


P.O. Box 20132, MPLS., MN 55438, E.U.A.

Correspondencia:
Editorial Betania
P.O. Box 20132
Minneapolis, MN 55438, E.U.A.

Reservados todos los derechos

Prohibida la reproducción total o parcial, ya sea mimeografiado


o por otros medios, sin la previa autorización escrita de
Editorial Betania.

Publicado originalmente en inglés con el título de


MONEY, SEX AND POWER
Copyright © 1985 por Richard J. Foster
Publicado por Hódder and Stoughton,
London WC IB 3DP England

ISBN 0-88113-057-5

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas


fueron tomadas de la Versión Reina-Valera,
revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas Unidas
Indice
PREFACIO........... . ........................................................* 5
1. El dinero, el sexo y el poder desde una perspectiva
cristiana............................................................................. 7
PRIMERA PARTE: EL DINERO
2 . La cara sombría del dinero............................................... ..19
3. La cara agradable del d in ero ..............................................33
4. El uso justo de las riquezas injustas...................................44
5. El voto de sencillez........................................... ............... ..61
SEGUNDA PARTE: EL SEXO
6 . El sexo y la espiritualidad.................................... ........... 75
7. El sexo y los solteros............................. ....................... . 93
8 . El sexo y el matrimonio. : ................................................. 110
9. El voto de fidelidad.................... ....................................... 123

TERCERA PARTE: EL PODER


10. Poder destructivo.............................................................. 141
11. Poder creador.....................................................................159
12. El ministerio de poder ............................................. 173
13. El voto de servicio............................................... ........... . 184
Epílogo................ ................................................................i .. 200
Notas............................................................; ............................ 202

3
Prefacio
La composición de esta obra ha estado rodeada de una particular
preocupación. Para la mentalidad en general, temas tales como la
oración y la adoración llevan un halo de espiritualidad, mientras
que otros como el dinero, el sexo y el poder parecen, en el mejor
de los casos, terriblemente “seculares”. Mi anhelo, desde que em­
pecé a escribir, ha sido ayudar a la gente comprender que cuando
tocamos estos temas “seculares” estamos pisando tierra santa. El
vivir justamente con relación al sexo y al poder es vivir sacra-
mentalihente; hacer un uso indebido o abusar de tales cosas cons­
tituye, por el contrario, una profanación de las cosas santas de
Dios.
Al escribir, he tratado de hacerlo con una actitud reverente y
de adoración, sabiendo que estaba manejando temas sagrados.
Cada día empezaba con un rato de meditación sobre uno de los
salmos, y así llegué a leer todo el libro. Mi deseo era ser bautizado
en las esperanzas y aspiraciones de los salmistas. Con la cadencia
de gozo y belleza, de adoración y éxtasis, que sale de los salmos,
pude examinar con una nueva perspectiva los temas del dinero,
el sexo y el poder; entonces, y sólo entonces, estuve preparado para
escribir acerca de estos temas tan próximos al corazón de Dios. Mi
esperanza y oración es que la lectura de este libro sea para usted
de tanta ayuda como fue para mí el escribirlo.
—Richard J. Foster

5
1. El dinero, el sexo y el poder
desde una perspectiva
cristiana.
Tratar de obtener riquezas perecederas y poner nuestra confianza
en ellas, es vanidad; como también lo eé el aspirar honores y escalar
grandes alturas; es vano seguir los deseos dé la carne.
—THOMAS DE KEMPIS

En nuestro tiempo hay una imperiosa necesidad de que la gente


de fe viva fielmente, eso es así en todas las esferas de la existencia
humana, pero resulta particularmente cierto en lo referente al
dinero, al sexo y al poder. No existen otros temas que nos afecten
más profunda y universalmente que éstos, ni que estén más in­
separablemente entretejidos. No hay cuestiones que causen mayor
controversia, ni realidades humanas que tengan más poder de
bendecir o maldecir. No hay tres cosas más buscadas o que nece­
siten más una respuesta cristiana.
Los temas del dinero, el sexo y el poder nos lanzan al terreno
de las opciones morales.
En este libro mi propósito es describir la manera ética en que
debemos vivir, pero no trato de agotar la materia de la indagación
moral como podría hacerse en un libro de texto sobre ética. En vez
de ello, al tratar con estas tres cuestiones tan importantes en la
sociedad moderna espero proporcionar ciertas pistas en cuanto a
cómo sé espera que nosotros, los seguidores de Cristo, manejemos
las numerosas opciones éticas que se nos presentan a diario.
Al hacer esto creo estar siguiendo el modelo de Cristo mismo.
Jesús no dio instrucciones detalladas acerca de cómo debíamos
vivir en cada pequeño rincón de nuestra vida, sino que partiendo
de los temas cruciales de su día mostró de qué manera afectaba a
éstos el mensaje del Evangelio; de ese modo nos dejó modelos para
conjugar los muchos otros verbos de la elección moral.
Jesús prestó una considerable atención a los temas del dinero,
el sexo y el poder, aunque de estos tres hablara más del primero

7
8 / Dinero, sexo y poder

\ y del último. Sin embargo, en la actualidad, debemos enfrentarnos


enérgicamente con el tema sexual, ya que existé una obvia infe­
licidad en la sociedad moderna debida a la falta de subordinación
del eros al ágape.

¿POR QUE EL DINERO, EL SEXO Y EL PODER?


Tal vez se pregunte usted por qué he escogido escribir un libro
sobre los temas específicos del dinero, el sexo y el poder. La res­
puesta es sencilla: a lo largo de la historia, y en nuestra propia
experiencia, estas cuestiones parecen inseparablemente entrete­
jidas. El dinero se manifiesta como poder, el sexo se utiliza para
adquirir tanto poder como dinero, y al poder se le llama con fre­
cuencia “el mejor afrodisíaco”. Podríamos hablar largamente de
las conexiones recíprocas. Por ejemplo existe una importante re­
lación entre el sexo y la pobreza: las relaciones sexuales son la
única diversión del hombre pobre y la calamidad de la mujer sin
dinero. Fíjese también en la conexión que hay entre el poder y la
riqueza: el primero se utiliza a menudo para manipular la se­
gunda, y ésta, con igual frecuencia, para comprar el poder, y así
por el estilo. Lo cierto es que en realidad no resulta posible (ni
siquiera deseable) desenmarañar las numerosas e intrincadas for­
mas en las cuales se entretejen el dinero, el sexo y el poder.
Otra razón para escribir sobre estos temas es que existe una
gran necesidad en la hora actual. Nuestra cultura ha experimen­
tado fuertes sacudidas en relación a estos temas, y es el momento
oportuno para intentar responder al triple asunto del dinero, el
sexo y el poder. Los cristianos necesitan una presentación reno­
vada de lo que significa vivir fielmente en esos aspectos y aquellos
que están considerando adherirse a la fe de Cristo merecen que se
les dé alguna indicación de lo que pueden esperar si deciden seguir
a Jesús.
Tengo, además, uha tercera razón para escribir acerca de estos
temas: históricamente hablando, parece que los avivamientos es­
pirituales han ido acompañados siempre de una respuesta clara y
valiente a las cuestiones del dinero, el sexo y el poder. Esto es así
en el caso de los movimientos benedictino, franciscano, cister-
ciense, de la Reformé protestante, del movimiento metodista, el
movimiento misionero moderno o de cualesquiera otros grupos.
Cuando tales avivamientos se dan en una cultura, hay una re­
novación, tanto de la experiencia devocional como de la vida ética:
necesitamos una renovación moderna de espiritualidad que sea
potente en el terreno moral.
El dinero, el sexo y el poder desde una perspectiva cristiana / 9

IMPLICACIONES SOCIALES
Resulta importante que veamos, desde el comienzo mismo, las
importantes implicaciones sociales de los temas que tenemos en­
tre manos. Se trata de asuntos que afectan profundameiite tanto
la vida colectiva e institucional, como la privada. La dimensión
social del dinero son los “negocios”; del sexo, el “matrimonio!’; y
del poder, el “gobierno”.1*
Aquí empleo los términos negocios, matrimonio y gobierno en
su sentido más amplio. Cuando hablo de los negocios, me refiero
a la tarea de producir los bienes y servicios de la tierra bien para
bendecir o para oprimir a la humanidad. Por matrimonio entiendo
la relación humana por excelencia que crea el contexto, ya sea
para la más profunda intimidad posible o para el mayor aleja­
miento que pueda darse. Gobierno tiene que ver con la empresa
de la organización humana susceptible de conducir bien hacia la
libertad o bien hacia la tiranía. Al instante usted puede percibir
que el dinero, el sexo y el poder son temas vitales, no sólo para
cada uno de nosotros como individuos, sino para toda sociedad
humana.
Los negocios, el matrimonio y el gobierno pueden constituir,
ya sea un beneficio supremo o una plaga de proporciones mons­
truosas; y las variables que inclinan la balanza hacia un lado o
hacia otro son más numerosas y complejas que meramente el ca­
rácter de los individuos implicados. Nuestros problemas no se re­
solverán simplemente contando con la clase de personas “debida”
en los negocios o el gobierno; eso ciertamente es algo bueno, pero
no garantiza que tales instituciones vayan a servir a la humani­
dad.
Las mismas estructuras institucionales llevan intrínsecas
fuerzas destructoras que necesitan ser transformadas por el poder
de Dios a fin de que puedan beneficiar a la sociedad humana.

LOS TEMAS HISTORICOS


El dinero, el sexo y el poder son tres de los grandes temas éticos
que han preocupado al ser humano a lo largo de los siglos. Fueron
esas tres cosas las que Dostoievski trató con tanta sensibilidad en
su obra maestra El idiota.2En dicha novela, el príncipe Myshkin,
figura de Cristo, se ve empujado dentro de una cultura obsesionada
por la riqueza, el poder y la conquista sexual; pero el príncipe
* Toda la información estrictamente bibliográfica aparece en las Notas al final del
libro; los demás comentarios se hallan al pie de cada página.
10 / Dinero, sexo y poder

mismo ño tiene nada de orgullo, codicia, malicia, envidia, vanidad


o miedo. El comportamiento de Myshkin es tan anormal que la
gente no sabe qué pensar de él: le tienen confianza debido a su
inocencia y sencillez, pero su falta de motivos ocultos les hace
llegar a la conclusión de que se trata de un idiota.
A lo largo del relato, Dostoievski entreteje con pericia los te­
mas del dinero, el sexo y el poder, haciendo contrastar el espíritu
del príncipe con el de todos aquellos que lo rodean. El narrador
destaca acerca de él: “¡No le importaba la pompa ni la riqueza, ni
siquiera el aprecio de la gente, sólo la verdad !”3 Y en una carta,
el propio Dostoievski dijo acerca del príncipe: “Mi intención es
pintar un alma verdaderamente hermosa .”4
La sociedad aristócrata del tiempo de Dostoievski no podía
comprender a alguien como el príncipe Myshkin, pero la sociedad
moderna tampoco puede. Imagíneselo apareciendo como artista
invitado en un melodrama televisivo. Los guionistas, sencilla­
mente, no sabrían qué hacer con una persona que no tuviera de­
seos de poseer, ansias de realizar conquistas sexuales o necesidad
de dominar.
Naturalmente, la verdadera cuestión en toda la novela es:
¿Quién es en realidad el. idiota? Quizá el auténtico necio sea el
individuo cuya vida se halla dominada por la codicia, el poder y
la conquista sexual.
Desde luego, Dostoievski no es más que un representante de
la larga línea de individuos y grupos que han prestado una aten­
ción seria y sostenida a los temas del dinero, el sexo y el poder.
Prácticamente todos los pensadores relevantes y movimientos de
importancia han forcejeado con tales cuestiones. Los antiguos vo­
tos monásticos de pobreza, castidad y obediencia fueron una res­
puesta directa a los temas del dinero, el sexo y el poder, o piense
también en los puritanos, con su énfasis en la laboriosidad, la
fidelidad y el orden. Podemos aprender mucho de ellos si consi­
deramos sus esfuerzos.

LOS VOTOS HISTORICOS: EL DINERO


i

El derroche compulsivo es una manía moderna, y el deseo de


poseer “más y más y m á s...” constituye claramente algo psico­
pático que ha perdido por completo el contacto con la realidad. La
sima que existe entre la pobreza del Tercer Mundo y la opulencia
del Primero aumenta a un paso alarmante; y muchos cristianos
serios no saben qué hacer en medio de esas intrincadas realidades.
La respuesta monástica al dinero puede verse en el antiguo
El dinero, el sexo y el poder desde una perspectiva cristiana 111

voto de pobreza-, la manera de los monjes de gritar “no” a los va­


lores predominantes en su sociedad era una enérgica renuncia a
las posesiones. Sin embargo, hacían mucho más que dar una rés*
puesta negativa: decían “No” para poder decir “Sí”; renunciaban :
para aprender a ser generosos.
El simpático (y a veces irritante) Hermano Junípero, monje
franciscano, había aprendido tanto lo que significaba el despren­
dimiento que muchos pensaban que era tonto. En cierta ocasión,
se topó con un rebuscado altar que tenía rizos de plata colgando
del frontal, les echó un vistazo y anunció: “Estos rizos son super-
fluos.” Luego empezó a cortarlos y a dárselos a los pobres. Desde
luego, el cura del pueblo se sintió ultrajado, y el pobre Junípero,
sencillamente, no podía entender la ira del sacerdote, ya que pen­
saba haberle hecho un gran favor liberándolos de aquella “exhi­
bición de vanidad mundana ”.8 San Francisco se sintió tan con­
movido por el espíritu que vio en el Hermano Junípero que en una
ocasión exclamó: “¡Hermanos, ojalá tuviera un bosqué de tales
juníperos !”6
Hoy día necesitamos oir esas palabras: nosotros que amamos
la codicia más que el Evangelio, que vivimos en temor en vez de
en confianza, lo necesitamos; nosotros que definimos a la gente en
base a su valor económico, que forcejeamos y empujamos para
conseguir un trozo aún más grande de la tarta de los consumido­
res.
La respuesta puritana a la pregunta del dinero puede verse en
su énfasis en la laboriosidad. Los puritanos subrayaban ésta por­
que creían con vigor en la santidad de todo trabajo honrado; re­
chazaban por completo aquella antigua división entre lo sagrado
y lo secular. Para ellos, el oficio era una expresión de la vida es­
piritual de la persona. En The Tradesmarís Calling (El llama­
miento del tendero), Richard Steele declaraba que en la tienda
era “donde puedes esperar con más confianza la presencia y la
bendición de Dios”.7
Su profesión constituía un llamamiento divino. Cotton Mather,
por su parte, afirmaba: “¡Que cada cristiano ande con Dios cuando
trabaja en su llamamiento! ¡Que actúe en su ocupación con un ojo
dirigido hacia El, como si estuviera bajo la mirada del Señor!”8El
trabajo se consideraba una oportunidad para glorificar a Dios y
servir al prójimo.
También subrayaban la moderación en este terreno: despre­
ciaban tanto la mentalidad del adicto al trabajo como la pereza.
Puesto que el trabajo era principalmente para honrar a Dios y no
para amasar dinero, trabajar demasiado podía ser tan malo como
12 / Dinero, sexo y poder

realizar una faena excesivamente pequeña. Richard Steele señala


que una persona no debería “acumular dos o tres llamamientos
con el único objetivo de aumentar sus riquezas”.9
En la actualidad tenemos necesidad de oir tales palabras: no­
sotros los que consideramos el trabajo como algo aburrido y sin
sentido, los que somos tentados a la holgazanería y la pereza ne­
cesitamos oírlas; nosotros los adictos al trabajo, que nos dedicamos
a múltiples ocupaciones a fin de ascender en la escala económica.
Podemos estar gozosos por el voto monástico de la pobreza y el
“voto” puritano de la laboriosidad, pero actualmente necesitamos
un nuevo “voto” que responda creativa y valientemente a la cues­
tión del dinero. Debe tratarse de un voto que rechace la manía
moderna de obtener riqueza sin caer por ello en el ascetismo mor­
boso; que nos llame al uso del dinero sin hacernos sus siervos; que
someta dicho dinero a la obediencia a la voluntad y a los caminos
de Dios.

LOS VOTOS HISTORICOS: EL SEXO


En nuestros días la gente está desesperadamente confusa en
lo referente a su sexualidad. Para un gran número de personas,
la palabra amor no significa más que un encuentro sexual y mu­
chos consideran las aventuras amorosas como distintivos de honor.
Todos los viejos fundamentos referentes a la permanencia y la
fidelidad parecen haberse erosionado, numerosas personas since­
ras luchan perplejas ante la confusión reinante por definir su pro­
pia sexualidad.
La respuesta monástica a la cuestión del sexo fue la castidad.
Otra vez los monjes estaban dando mucho más que una palabra
negativa: renunciaban al matrimonio. La castidad surgió como un
testimonio para cubrir un santo espacio vacío en aquel mundo
saturado de relaciones interpersonales. Tomás de Aquino llamaba
al celibato un vacare Deo “un vacío para Dios”. Heñri Nouwen
dice: “Ser soltero” significa estar vacío para Dios, libre y abierto
a su' presencia; disponible para su servicio.”10
El voto de castidad también testificaba contra una licenciosa
autoindulgencia, y nos recuerda que la disciplina y la negación
son imperativos evangélicos. La intoxicación sexual que sufrimos
no es sino representativa de un talante omnipresente de intem­
perancia que domina al mundo de nuestros días. El Hermano Gi­
les, otro franciscano, dijo en cierta ocasión: “Por castidad entiendo
mantener la vigilancia sobre todos los sentidos por la gracia de
Dios.”11 Si algo necesitamos en la actualidad es aprender eso
El dinero, el sexo y el poder desde una perspectiva cristiana /13

mismo: a “mantener la vigilancia sobre todos los sentidos por la


gracia de Dios”. Si el votó de castidad puede recordarnos esta
necesidad que tenemos, nos habrá hecho un gran servicio.
Actualmente necesitamos oir tales palabras: nosotros que
tanto miedo tenemos a estar solos, que tratamos de sustituir a
Dios por las relaciones interpersonales. Necesitamos oírlas: no­
sotros que somos arrebatados en la manía moderna del narci­
sismo, que evitamos la disciplina como si se trátafa de una plaga.
La respuesta puritana a lo relacionado con el sexo fue la fide­
lidad. Tristemente, lo sano de su enfoque se ha visto obscurecido
por la completa distorsión que hemos hecho de su pensamiento.
De hecho, nuestro error de comprensión ha ido tan lejos que en
nuestros días la palabra puritano evoca a alguien cargado de ta­
búes sexuales y de inhibiciones malsanas. En realidad, esa defi­
nición les cuadra mejor a los melindrosos Victorianos del siglo XIX
que a los puritanos del XVII y XVIII, quienes no eran en absoluto
rígidos piadosos, sino, por el contrario, gente que sabía reír y amar.
En 1660, Fritz-John Winthrop encargó a John Haynes comprar
un par de portaligas para Regalárselas a su prometida, y en una
carta remitida junto con las mismas, Haynes le tomaba el pelo
diciendo: “. . . Te alegrarás de tener una señora con piernas y
todo.”12John Cotton, por su parte, en un sermón de boda pronun­
ciado en 1694, contaba la historia de una pareja que había decidido
llevar una vida contemplativa sin relaciones sexuales, y estimaba
su decisión como “celo ciego”, señalando que no procedía de “aquel
Espíritu Santo que dijo: ‘No es bueno que el hombre esté solo’”13
Los puritanos trataron de elaborar una base cristiana seria
para el matrimonio y la vida familiar —quizá su separación más
radical del punto de vista católico-anglicano fuera en lo referente
a la convicción que tenían de que el propósito principal del ma­
trimonio era el compañerismo, y que una sexualidad saludable
dentro de la relación conyugal formaba parte indispensable de
dicho compañerismo—. Francis Bremer declaró: “El estereotipo
del puritano como alguien mojigato y condenatorio en cuanto al
sexo no tiene base r e a l.. . . Como demuestran sus diarios, cartas
y demás escritos, los puritanos se sentían mucho más cómodos
hablando de cuestiones sexuales que buen número de sus descen­
dientes.”14
También se esforzaron en construir una base cristiana para el
divorcio y las segundas nupcias. Sobre este asunto, los puritanos
fueron en realidad los liberales de su época, rechazando la pro­
hibición del divorcio establecida por la iglesia medieval tanto en
el terreno bíblico como en el práctico. William Perkins defendía
i i / uuiei Oy sexo y poder

el divorcio por causa de infidelidad, deserción, enfermedad y lo­


cura, con igualdad de derechos para el hombre y para la mujer.
John Milton, por su parte, argüía en favor de la incompatibilidad
como base legítima para el divorcio, ya que la teología puritana
consideraba el compañerismo como propósito principal del matri­
monio.15
Ahora necesitamos oir tales palabras: nosotros que revolotea­
mos de matrimonio en matrimonio con tanta facilidad; lo necesi­
tamos: nosotros que imponemos cargas imposibles a la gente en
nuestro celo fanático por contener la oleada de divorcios.
Podemos apreciar el voto monástico de la castidad y el “voto”
puritano de fidelidad, pero en la actualidad necesitamos urgen­
temente un “voto” contemporáneo para responder de manera enér­
gica y compasiva al asunto del sexo. Debe ser un voto que afirme
la sexualidad que Dios nos ha dado sin estimular la inmoralidad;
que comunique un clima sano a la experiencia del matrimonio sin
despreciar la vida célibe, que defina los parámetros morales de
nuestra sexualidad y también nos invite a una gozosa expresión
dentro de los mismos.

LOS VOTOS HISTORICOS: EL PODER


La idolatría actual es la idolatría del poder. Hay docenas de
libros que apelan a nuestras pasiones maquiavélicas, y por regla
general los líderes políticos dedican más energía a las manipu­
laciones para conseguir una mejor posición que al servicio del bien
común. Los ejecutivos de las empresas tienen más interés en man­
tenerse en la cúpula que en fabricar productos útiles. Los profe­
sores universitarios buscan más la mundanalidad que la verdad;
y a los líderes religiosos les preocupa más su imagen que el Evan­
gelio. En medio de toda esta sociedad enloquecida por el poder
muchos cristianos se preguntan: cómo vivir con integridad.
El voto de la obediencia constituyó la respuesta mohástica al •
tema del poder: los monjes renunciaron al poder para aprender el
servicio. Ahora bien, si los votos de pobreza y castidad son incom­
prensibles para el hombre y la mujer modernos, el de obediencia
se considera algo totalmente reprobable. La sola idea de que al­
guien —quien sea— tenga algún tipo de gobiérno en nuestra vida
es tan contraria a todo lo que propugna la sociedad actual, que
nuestra respuesta casi automática es de ira o incluso de hostilidad.
Los moqjes, sin embargo, estaban tratando de aprender el ser­
vicio mediante el voto de la obediencia. Obedecer era una forma
vigorosa de confesar su vida corporativa: ellos eran responsables
El dinero, el sexo y el poder desde una perspectiva cristiana 1 15 •;
- 11
los unos ante los otros, y unos de otros. Por medio de la obediencia ,
buscaban una receptividad al gobierno legítimo de Dios por medio
de los demás. En una ocasión, San Francisco pidió a la Hermana
Clara y al Hermano Masseo que buscaran la voluntad de Dios
respecto a su ministerio, y cuando volvieron, él se arrodilló y dijo:
“¿Qué me ordena hacer mi Señor Jesucristo ?”16 Es decir, no pre­
guntó qué opinión tenían ellos o qué le aconsejaban, sino que pidió
las órdenes de marcha. Bajo una “santa obediencia” se despojó de
su propia voluntad para escuchar lo que quería el Señor, y —por
lo menos en aquella ocasión— aprendió a oírlo por medio de. otros.
Leonardo Boff expresó esto muy bien cuando dijo: “La obe­
diencia es la mayor decisión libre que uno pueda tomar por Dios.”17
Tal vez el voto de obediencia nos ayude a ver de manera plena que
la única forma de encontrarnos de veras a nosotros mismos es
perdiéndonos.
Actualmente necesitamos oir tales palabras: nosotros que no
queremos tener que rendir cuentas a nadie, ni ser responsables
de nadie; necesitamos oírlas; nosotros que codiciamos el poder y
la posición social, que consideramos degradante servir a los de­
más.
Por su parte, la respuesta de los puritanos a la cuestión del
poder fue el orden. En la iglesia, el orden estaba construido alre­
dedor de su concepto del “Pacto Visible”, que suponía un compro­
miso mutuo de apoyo y responsabilidad ante los demás. El pro­
pósito de esa responsabilidad y cuidado mutuos, era otorgar “poder
dé iglesia a los unos sobre los otros mutuamente”18; y cuando dicho
“poder de iglesia” sirvió para estimularse unos a otros al amor y
a las buenas obras, resultó de una ayuda tremenda.
En lo relacionado con el gobierno, el orden giraba en torno a
la idea que tenían de una “Santa Mancomunidad”. La visión era
ciertamente ambiciosa: un gobierno basado en la Biblia con ma­
gistrados para ejecutar la voluntad de Dios. Hay que decir en su
favor que los puritanos intentaban utilizar el poder del Estado
para inyectar carácter moral tanto en la vida pública como en la
privada.*
Ahora necesitamos oir tales palabras: nosotros que rechaza­
mos todo orden y toda autoridad; necesitamos oírlas: nosotros que
* La visión puritana del orden tuvo también consecuencias muy negativas. Cuando
su “poder de iglesia” se dirigió a descubrir herejes, como en los juicios de brqjas
de Salem, vemos que dicho poder se volvió dañino. Podemos ver, naturalmente,
muchos de los mismos fallos en los votos monásticos. El dinero, el sexo y el poder
son cosas muy tentadoras e incluso en atuendo religioso, las tentaciones de ma­
nipular y controlar, de suprimir y oprimir, tienen gran envergadura.
16 / Dinero, sexo y poder

amamos nuestros propios caminos más que la comunión divina.


Es evidente que el voto monástico de obediencia y el “voto”
puritano de orden pueden enseñarnos muchas cosas; pero la ne­
cesidad imperiosa de nuestros días es un nuevo “voto” que res­
ponda de manera creativa y positiva a la cuestión del poder, que
sea capaz de aprovechar la parte buena del mismo sin dejaVse
obsesionar por su lado sombrío, que ponga la autoridad y la su­
misión en el debido equilibrio, que ejemplifique el liderato en el
contexto del servicio.

CUANDO LAS COSAS BUENAS SE TUERCEN...


Naturalmente, existe un lugar apropiado en la vida y la ex­
periencia cristiana para el dinero, el sexo y el poder. Cuando estas
cosas están debidamente colocadas y funcionan con efectividad
tienén una capacidad inusitada de realzar y bendecir la vida. El
dinero, por ejemplo, es capaz de enriquecer la existencia humana
de formas maravillosas: comida, abrigo, educación son algunas de
las cosas que puede ayudarnos a adquirir. Más de una vez he visto
a algún estudiante saltar de alegría cuando ha encontrado la ma­
nera de financiar su educación. O en el terreno del sexo, he acon­
sejado a matrimonios jóvenes —y orado con ellos—, los cuales han
sido maravillosamente transformados por la sanidad interior de
una antigua herida sexual o por una nueva comprensión de su
sexualidad. El poder, por su parte, puedé ser utilizado por personas
de auténtica autoridad espiritual para bendecir y liberar prácti­
camente a todo el mundo que le rodea. He contemplado personal­
mente a individuos cuya misma presencia resultaba enriquece-
dora.
Repito que, en su debido lugar y funcionando de un modo efec­
tivo, el dinero, el sexo y el poder tienen una enorme capacidad de
bendecir la vida cristiana; la constante tarea de este libro será
descubrir cuál es exactamente dicho lugar y cómo deben funcionar
tales cosas.
Dicho esto, no debemos dejar de subrayar una y otra vez para
nosotros mismos que estamos tratando con temas explosivos, los
cuales pueden fácilmente convertirse en “tropiezo” y hacer de
nuestra vida un inmenso pesar.
El amor al dinero produce codicia. Para el ser humano nada
reóulta más destructivo que el poseer. En El idiota, Dostoievski
pone en boca de uno de sus personajes: “Hoy en día todo el mundo
está poseído por tal codicia, tan abrumado por la idea del dinero,
que parecen haberse vuelto locos.”19
El dinero, el sexo y el poder desde una perspectiva cristiana/ 17

El uso desenfrenado provoca lujuria. La sexualidad usada lim­


piamente produce cualidades humanas; pero la lujuria lléVá á la /
despersonalización, cautiva en vez de libertar, devora en vez dé/
nutrir. , "P;
El mal uso del poder provoca orgullo. El verdadero poder tiene
como objetivo liberar a la gente, mientras que el orgullo está de*
terminado a dominar. El verdadero poder mejora las relaciones,
el orgullo las destruye.
Estos pecados como la codicia, la lujuria y el orgullo puedeñ
echarse fuera, pero déjeme advertirle que la liberación no acon­
tecerá fácil ni rápidamente.
Hemos de comprender que éstos no son temas en los cuales
podamos permanecer neutrales y albergar la esperanza de que
desaparecerán por sí solos. Si albergamos la codicia, la lujuria y
el orgullo estaremos abocados a que con el tiempo lleguen a do­
minarnos; puede que adopten el aspecto de ángeles, pero no de­
jarán de ser poderes demoníacos.
Nos es posible tomar dinero y usarlo para ayudar a la gente,
pero si llevamos la semilla diabólica de la codicia endeudaremos
con nosotros a las personas de un modo dañino; y cuando la codicia
va unida al dar, resulta especialmente destructiva, ya que parece
tan buena como un ángel de luz. Si damos movidos por un espíritu
de codicia, una omnipresente actitud de paternalismo envenenará
toda la empresa. Cuando la codicia es lo que motiva nuestro dar,
todavía estamos tratando de sacar provecho de la transacción. Esa
es la razón por la cual el apóstol Pablo dice que podemos darlo
todo, pero que si nos falta amor de nada nos sirve (1 Corintios
13:3).
Cuando consideramos la experiencia sexual, nos damos cuenta
de que también la lujuria puede aparecer como un ángel dé luz.
La lujuria aprisiona a la otra persona, y sin embargo ese encar­
celamiento puede parecer bueno desde muchos ángulos: promete
seguridad y salvaguardia de uri mundo hostil; de hecho mucha'
gente entrará en una relación matrimonial basándose más bien
en la liyuria que en el amor, debido a que ambas cosas con fre­
cuencia se asemejan mucho. Pero el resultado final de la lujuria
es la deshumanización, en la que lo importante no es la persona,
sino la posesión de dicha persona. La gente se convierte así en
cosas que se adquieren, premios que se ganan, objetos que se con­
trolan. .. “Mi esposa” o “mi esposo” llega a ser “mi juguete”.
O podemos tomar el poder y usarlo de un modo excelente, pero
si el orgullo reside aún en dicho poder, el resultado final será la
manipulación, la dominación y la tiranía. La tragedia de Jones-
16 ¡Omero, sexo y poder

town, en Guyana, América del Sur, en 1978, es un ejemplo evi­


dente de ello. Aquella era una empresa que había comenzado como
ün noble ministerio, pero que terminó en destrucción. El poder,
plagado de orgullo, siempre dará lugar a la obsesión con el ego.

UN NUEVO LLAMAMIENTO A LA OBEDIENCIA


¿En la actualidad cómo podemos vivir fielmente con relación
a las cuestiones del dinero, el sexo y el poder? Esta es la pregunta
que necesita ser contestada hoy, y esa contestación no vendrá ni
rápida ni fácilmente, sino que requerirá nuestra mejor reflexión
y nuestra más intensa devoción.
El movimiento monástico, con sus votos de pobreza, castidad
y obediencia, fue un intento de responder a esta pregunta en el
contexto de una determinada cultura; los esfuerzos puritanos por
introducir la convicción monástica en la vida corriente por medio
de su preocupación por la laboriosidad, la fidelidad y el orden, trató
de contestar la misma pregunta dentro de un ambiente cultural
bastante distinto. La cuestión a la que nos enfrentamos ahora
nosotros, es como responder a dicha pregunta en el contexto de
nuestra propia cultura.
Podemos aprender mucho de los numerosos grupos que en el
pasado han tratado de vivir fielmente, pero no nos es posible re­
solver los temas del dinero, el sexo y el poder exactamente de la
misma manera que ellos lo hicieron. Vivimos en otra época, y nos
enfrentamos a muchos problemas que ni siquiera existían enton­
ces. Las nuevas situaciones exigen nuevas respuestas, de modo
que nos vemos en la necesidad de formular una respuesta contem­
poránea a estas cuestiones.
Actualmente necesitamos proclamar formular los “votos” cris­
tianos. Dichos votos constituirán un nuevo llamamiento a la obe­
diencia a Cristo en medio de la sociedad contemporánea. La ne­
cesidad es grande, la tarea es urgente. Nuestro siglo anhela ver,
una nueva demostración de la vida gozosa, confiada y obediente.
Dios quiera que nosotros seamos tal demostración.
P R I M E R A PARTE
■ EL D I N E R O ■

2. La cara sombría del dinero


En la sociedad moderna, el dinero ha usurpado demoníacamente
el papel que el Espíritu Santo debe tener en la iglesia,
—THOMAS MERTON

Martín Lutero observó sutilmente: “Se necesitan tres conversio­


nes: la del corazón, la de la mente y la de la bolsa .”1 De ellas tal
vez, la más difícil para la gente actual sea la de la bolsa. Tenemos
dificultad incluso én hablar del dinero; de hecho, hace poco escuché
acerca de cierta pareja, ambos sicólogos, que hablaban abierta y
francamente del sexo, de la muerte y de todo tipo de temas espi­
nosos delante de sus hijos, pero que cuando querían hablar del
dinero se iban a su alcoba y cerraban la puerta. En una encuesta
realizada a psicoterapeutas, en la que ellos débían enumerar las
cosas que no tenían que hacer con sus pacientes, salió a la luz que
para ellos prestar dinero a un cliente era un tabú mayor que to­
carlo o besarlo. Para nosotros el dinerp es en verdad un tema
prohibido.
Sin embargo, Jesús habló acerca del dinero con más frecuencia
que sobre ningún otro asunto exceptuando el reino de Dios, y de­
dicó una cantidad considerable de tiempo y energía a dicho tema.
En la conmovedora historia del óbolo de la viuda, se nos dice que
Jesús se sentó delante del tesoro y observó cómo la gente echaba
sus ofrendas (Marcos 12:41). A propósito vio lo que daban y dis­
cernió el espíritu en que lo hacían. El Señor consideraba aquello
como una cuestión pública, y aprovechó la ocasión para enseñar
respecto a lo que era dar con sacrificio.
La atención cuidadosa que Jesús prestaba al tema del dinero
es una de las cosas verdaderamente asombrosas de los relatos
evangélicos, y el espectro de su preocupación resulta sorprendente:
de la parábola del sembrador a aquella del rico insensato, del
encuentro con el joven rico a aquel otro con Zaqueo, de sus ense-
19
20 / Dinero, sexo y poder
f c v .
fianzas acerca de la confianza en las cosas materiales que aparece
' en Mateo 6 a las advertencias sobre los peligros de la riqueza en
"Lucas 6.

DOS CORRIENTES
Necesitamos estar conscientes de las dos corrientes principales
de enseñanza referentes al dinero que encontramos en el Nuevo
Testamento, y a decir verdad a lo largo de toda la Biblia.
Esas dos corrientes doctrinales divergentes resultan cierta­
mente paradójicas, y a veces parecen del todo contradictorias. Ello
no debería sorprendernos: Dios supervisó la composición de las
Escrituras hasta el punto que ellas reflejan exactamente el mundo
real en que vivimos, y la mayoría de nosotros, en nuestra propia
experiencia, estamos tan familiarizados con los contrasentidos y
la perplejidad que lo entendemos; sólo el arrogante y dogmático
encuentra difícil aceptar la paradoja.

LA CARA SOMBRIA
La primera de dichás corrientes de enseñanza es lo que he
decidido llamar la cara sombría del dinero. Con este término me
refiero tanto a la forma en que lo económico puede ser una ame­
naza para nuestra relación con Dios, como a la crítica radical de
la riqueza que tantas veces encontramos en las palabras de Jesús.
Las advertencias y las exhortaciones son reiteradas, casi monó­
tonas; “¡Ay de vosotros, ricos!” (Lucas 6:24); “No podéis servir a
Diós y a las riquezas” (Lucas 6:13); “No os hagáis tesoros en la
tierra” (Mateo 6:19); “Es más fácil pasar un camello por el ojo de
uña aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19:24);
“Mirad, y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15); “Vended lo
que pbseéis, y dad limosna” (Lucas 12:33); “A cualquiera que te
pida, dale; y al que tome lo que es tuyo, no pidas que te lo devuelva” .
(Lucas 6:30)... Y, naturalmente, podríamos añadir muchas más
declaraciones a esta muestra.
Ló cierto es que la enseñanza es muy clara y severa. En esta,
encrucijada nos vemos verdaderaménte tentados a suavizar el tono
de la crítica inmediatamente, o por lo menos a tratar de compen­
sarlo con otras afirmaciones bíblicas más positivas; sin embargo,
eso es precisamente lo que no debemos hacer, por lo menos todavía.
En primer lugar, tenemos la obligación de dejar que la Escritura
nos hable acerca de este asunto, y no debemos quitarle fuerza a
la enseñanza con demasiada rapidez. Antes de intentar explicar
La cara sombría del dinero / 21

por qué no es‘aplicable a nuestros días, antes de introducir una


docena de condiciones, antes de tratar de interpretar, aclarar o
resolver el problema de la manera que sea, sencillamente nece*
sitamos escuchar lo que dice la Escritura.
La verdad es que en realidad no resulta difícil descubrir lo qu8 >.
la Biblia enseña acerca del dinero. Simplemente leyéndola con uiií
corazón sincero podemos obtener un sentido de dirección bastante
claro sobre este tema. La Escritura es mucho más clara y directa
en cuanto al dinero que respecto a otras muchas cuestiones! Nues­
tra dificultad no consiste en entender su enseñanza, el problema
radica en otro lugar: lo más difícil con que hemos de enfrentarnos
cuando comenzamos a m irar la cara siniestra del dinero és el
miedo. Si tenemos un mínimo de sensatez, éstas palabras de Jesús
nos atemorizarán de veras —a mí me asustan—, y no seremos
capaces de oir lo que la Biblia dice acerca del tema hasta que
resolvamos dicho miedo.
Hay buenas razones para temer. Estas declaraciones de Jesús
se oponen prácticamente a todo lo que se nos ha enseñado en
cuanto a lo que es una vida abundante. A nosotros sus implica­
ciones nos resultan asombrosas a nosotros, a la iglesia, y al mundo
más amplio de la economía y la política; desafían nuestra posición
privilegiada en la sociedad y nos lanzan un llamamiento a la vi­
gorosa acción sacrificada. Hay, desde luego, buenas razones para
temer.
Pero la razón del miedo es aún más complicada: podemos temer
estar sin dinero porque nuestros padres lo estuvieron; podemos
tener miedo al fracaso; podemos temer al éxito... Quizá nuestros
progenitores experimentaron ansiedades en cuanto a lo económico
y nosotros las hemos adoptado tam bién... Tal vez tengamos te­
mores producidos por la observación de los extremos absurdos a
los que alguna gente ha llevado las enseñanzas de Cristo.
No quiero, en modo alguno, tomar a la ligera nuestros temores:
muchos de ellos están plenamente justificados, y todos y Cada uno
necesitan solución. A su debido tiempo hablaré de como resolver
esos temores. Por el momento, sin embargo, basta saber que a
medida que el miedo es substituido por un espíritu de confianza
llegamos 9 ser más aptos para oir la crítica radical que Jesús hace
de la riqueza.

LA CARA AGRADABLE
Si enfocáramos nuestra atención únicamente en las adverten­
cias del Nuevo Testamento, obtendríamos un cuadro distorsionado
22 / Dinero, sexo y poder

de su enseñanza. Pero hay otra corriente doctrinal que destaca lo


que he dado en llamar la cara agradable del dinero; me refiero a
la forma en que éste puede ser utilizado para mejorar nuestra
relación con Dios y ser de bendición a la humanidad. Un espíritu
generoso es capaz de expandir nuestra vida devocional y de ora­
ción. Cuando Zaqueo fue liberado para que pudiera comenzar a
trasladar su tesoro de la tierra al cielo, Jesús anunció gozoso: “Hoy
ha venido la salvación a esta casa” (Lucas 19:9). Las unciones de
Jesús fueron todas costosas y recibieron su encomio (Mateo 26:6-
12; Lucas 7:36-50; Juan 12:1-8). El buen samaritano utilizó ge­
nerosamente su dinero y se acercó al reino de Dios.
Pero la enseñanza acerca de la cara risueña va más lejos aún.
A veces el Nuevo Testamento parece adoptar una actitud des­
preocupada, casi indiferente, hacia las riquezas. Jesús permitió
que mujeres adineradas apoyaran económicamente su ministerio
(Lucas 8:1-3), comió con los ricos y privilegiados (Lucas 11:37;
14:1), tomó parte en el pródigo banquete de bodas de Caná (Juan
2:1).. . El apóstol Pablo estaba contento al tener abundancia como
padecer necesidad, con estar saciado cómo con tener hambre (Fi-
lipenses 4:12)... Y estos ejemplos, naturalmente, son sólo una
muestra de la citada enseñanza.
¿Cómo podemos resolver el aparente conflicto que hay entre la
cara sombría y la cara agradable del dinero? Intentaré hacerlo
más adelante, en el capítulo 4; además, probablemente no sea
deseable encontrar una solución instantánea, puesto que ello nos
impediría escuchar la doctrina de Jesús acerca del aspecto nega­
tivo de las riquezas.

DISTORSIONES EN BOGA
Nuestro deseo de resolver rápidamente el problema, y nuestro
consiguiente fallo en escuchar lo referente a la cara sombríá del
dinero, ha producido dos distorsiones en boga hoy: la primera, que
el dinero es una señal de la bendición de Dios, y, por lo tanto, la
pobreza es signo de su desagrado. Eso ha sido transformado en
una religión de paz y prosperidad personales; o diciéndolo más
crudamente: “jAma a Jesús y hazte rico!” Muchas iglesias están
s¿turadas de ideas brillantes al alcance de la mano para obtener
bendiciones: desde fórmulas matemáticas exactas (Dios te ben­
decirá siete veces más) hasta formas mucho más sutiles, pero
igualmente destructivas. La distorsión, naturalmente, descansa
sobre una porción de importante enseñanza bíblica: aquella de la
gran generosidad de Dios. Pero es una deformación, porque con-
La cara sombría del dinero / 23

vierte un aspecfe^ía^fi^eñanza de la Escritura acerca del dinero


en el mensaje completo; esta distorsión no tiene en cuenta la cara
siniestra de las riquezas. ¿hí'*
Aun los discípulos de Jesús lucharon con tal distorsión. Re*
cuerde lo asombrados que se quedaron cuando el Señor declaró ’,
que le era más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja
que a un rico entrar en el reino de Dios. Su asombro se debía«
primordialmente, a la creencia de que la prosperidad del joven
rico era una señal del favor especial de Dios para con él. No es
extraño que exclamaran: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Mateo
19:25). O piense también en los consoladores de Job; su firme con­
vicción de que éste debía haber pecado y procedía del hecho obvio
dé su infortunio económico. Jesús, reiteradamente, se opuso a esa
falsa y destructiva doctrina, señalando por el contrario que, en el
designio de Dios, los pobres, los oprimidos, los quebrantados eran
su objeto especial de bendición e interés (Mateo 5:1-12). El Señor
dejó bien claro que la riqueza én sí no suponía ninguna garantía
de la bendición dé Dios (Lucas 6:24).
Una segunda distorsión acerca del dinero se halla en el con­
cepto de mayordomía que está de moda hoy. Las discusiones sobre
este tema, casi siempre, consideran el dinero como algo comple­
tamente neutral y despersonalizado: se trata sólo de un “medio de
intercambio” —expresamos—. Dios nos ha dado dinero para que
lo utilicemos, administremos, para que lo pongamos a $u servicio
—sigue diciendo la enseñanza—; de este modo el énfasis recae
siempre sobre su mejor uso y la buena mayordomía de los recursos
que Dios nos ha encomendado.

EL DINERO: UN PODER
La enseñanza del Nuevo Testamento acerca del dinero tiene
sentido únicamente cuando la vemos en el contexto de los “prin­
cipados y potestades”. La buena Creación de Dios cuenta con rea­
lidades tanto “visibles” como “invisibles” (Colosenses 1:16), y para
describir algunas de esas realidades invisibles el apóstol Pablo
utiliza términos como “principados”, “potestades”, “tronos”, “do­
minios” y “autoridades”.* Habiendo formado parte, original­
mente, de la buena creación de Dios, esos poderes han perdido, a
causa del pecado, su relación debida con el Señor; han caído, y se
hallan'sublevados contra su Creador. Esta es la razón por la cual
* Ver: Colosenses 1:16; 2:15; Romanos 8:38; 1 Corintios 15:24-26; Efesios 1:21;
2:2; 3:10; 6:12 -—*■==»«— ^
, 24 / Dinero, sexo y poder

|lo s poderes traen consigo tal mezcla de resultados: bien y mal,


\ bendición y maldición.. . Por eso también Pablo puede hablar de
} las potestades (exousia) describiéndolas al mismo tiempo como
fuerzas estabilizadoras en el gobierno romano (Romanos 13:1) y
fuerzas demoníacas contra las cuales debemos librar combaté
(Efesios 6:12). Su convicción era que, detrás de los gobernadores,
de las instituciones sociales y de muchas otras cosas terrenás,
estaban las autoridades y los poderes espirituales invisibles de
una naturaleza angélica o demoníaca.
El dinero es uno de tales poderes. Cuando Jesús utiliza el tér­
mino arameo Mamón para referirse a las riquezas, les está dando
un carácter personal y espiritual. Al declarar: “No podéis servir
a Dios y a las riquezas [Mamón]” (Mateo 6:24) está personificando
a las riquezas como a un Dios rival; y haciendo esto, el Señor deja
inconfundiblemente claro que el dinero no es un medio impersonal
de intercambio. El dinero no es algo moralmente neutral: un re­
curso que puede usarse bien o mal dependiendo únicamente de la
actitud que adoptemos hacia él. Mamón es un poder que trata de
dominarnos.
Cuando la Biblia se refiere al dinero como a un poder, no está
hablando de algo vago e impersonal, ni tampoco quiere decir un
poder en el sentido que nosotros entendemos cuando mencionamos
el “poder adquisitivo”. No, según Jesús y todos los escritores del
Nuevo Testamento, detrás del dinero se hallan fuerzas espiritua­
les muy reales que lo activan y le infunden vida propia; por lo
tanto, el dinero es ur\ agente activo, una ley para sí mismo y capaz
de inspirar devoción.
Y es precisamente esa capacidad del dinero para inspirar de­
voción lo que trae a primer plano su cara siniestra. Dietrich Bon-
hoeffer expresó con razón: “En nuestros corazones sólo hay lugar
para una devoción que lo abarca todo, y sólo podemos ser leales a
un Señor”.2 Tenemos que reconocer el poder seductor de Mamón:
el dinero tiene poder, poder espiritual, para conquistar nuestro
corazón, Detrás de nuestras monedas o billetes, o de cualquier
forma material que queramos darle a nuestro dinero, se esconden
fuerzas espirituales.
Sin embargo, nos esforzamos desesperadamente en negar la
realidad espiritual que se encuentra detrás del dinero. Durante
muchos años pensé que Jesús exageraba al poner un abismo tan
grande entre las riquezas y Dios. ¿Acaso no podemos demostrar
lo avanzados que estábamos en la vida cristiana dando a cada uno
lo que le es debido: a Dios y a Mamón? ¿Por qué no ser gozosos
hijos del mundo al igual que lo somos de Dios? ¿No están puestos
La cara sombría del dinero 125

los dioses de la tierra para nuestra felicidad? Pero lo que yo pasaba


por alto, y Jesús veía tan claramente, era la manera en que Ma-,.l
món trata de asegurarse el control de nuestro corazón. Las rique*s*
zas exigen nuestra lealtad de una forma que succiona de nuestro'
ser la leche de la bondad humana.
Esta es la razón por la cual tanta de la enseñanza de Jesús
referente a las riquezas tiene un carácter evangelístico: El llama
a la gente a abandonar al dios Mamón a fin de adorar al Dios
verdadero. Cuando un aspirante a discípulo le habló de su deter­
minación de seguirle a dondequiera que fuese, Jesús respondió:
“Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo
del Hombre no tiene donde recostar su cabeza” (Mateo 8 :20).
El joven rico preguntó a Jesús cómo podía obtener vida eterna,
entonces recibió la asombrosa respuesta: “. . . Anda, vende lo que
tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y
sígueme” (Mateo 19:21). Esta orden sólo tiene sentido si .enten­
demos que la riqueza del joven era un dios rival que trataba de
conseguir su total devoción; observe, además, que cuando dicho
joven se alejó entristecido Jesús no corrió tras él y le insinuó que
sólo lo decía metafóricamente, que lo único que se necesitaba en
realidad era dar el diezmo. No, el dinero se había convertido en
un ídolo consumidor qué debía ser rechazado por completo.
En cambio, la reunión que Jesús tuvo con Zaqueo dió un re?
sultado notable. Aquél jefe de recaudadores de impuestos, para
quien el dinero lo era todo, con la presencia de Cristo quedó tkn
liberado para toda la vida y declaró: “La mitad de mis bienes doy
a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo
cuadruplicado” (Lucas 19:8); pero la respuesta que Jesús le da es
aún más sorprendente: ¡Hoy ha venido la salvación a esta casa!
(Lúeas 19:9).
¿Se dá cuenta usted del absoluto contraste que hay entre esto
y los medios normales de évangelismo de hoy en día? Nuestro
método consiste en hacer que la gente sea “salva” y luego en ins­
truirle acerca de la “mayordomía cristiana”. Para nosotros, por lo
general la salvación consiste en asentir a tres o cuatro frases y
pronunciar la oración establecida; sin embargo, Jesús advierte a
la gente que estime el costo del discipulado antes de entrar en el
mismo, y que no hacerlo es tan necio como una empresa construc­
tora que empezase a edificar un rascacielos sin calcular los gastos,
o como un militar que fuera a la guerra sin evaluar sus posibili­
dades de victoria (Lucas 14:25-32). Jesús concluye esta sobria
enseñanza con unas palabras tan inquietantes que nos resulta
difícil creer que quiera decir lo que dice: “Así, pues, cualquiera de
26 / Dinero, sexo y poder

Vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi


discípulo” (Lucas 14:33). Todavíá no he ido a ninguna reunión
eVangelística én la que se hiciera esa clase de declaración antes
dé invitar a la gente a aceptar a Cristo; sin embargo, eso fue
exactamente lo que hizo Jesús —y no una vez, sino muchas.
Para Jesús, el dinero constituye una idolatría de la cual no­
sotros debemos convertirnos a El. Rechazar al dios Mamón es un
prerrequisito para llegar a ser discípulos de Cristo, y de hecho el
dinero posee muchas de las características de la deidad: nos pro­
porciona seguridad, puede hacer que nos sintamos culpables, nos
da libertad y poder, y parece estar en todas partes; pero lo más
siniestro de todo es su propuesta por la omnipotencia.
Es ese deseo que tiene el dinero de conseguir todo poder lo que
parece tan extraño, tan fuera de lugar. Da la impresión de no estar
dispuesto a contentarse con el sitio que le corresponde junto con
otras cosas que valoramos. No, tiene que alcanzar la supremacía
y desplazar a todo lo demás. Esta es, digo, la cosa extraña en
cuanto al dinero: le damos una importancia muy por encima de
su valor —de hecho la importancia suprema—. Resulta tremen­
damente instructivo hacerse a un lado y observar la frenética
pelea de la gente por el dinero; y no sólo de la gente pobre y
famélica, sino, muy al contrario, de los opulentos que nada tienen
que ganar con obtener más dinero y que sin embargo lo buscan
furiosamente. La clase media, que en realidad está bastante bien
cuidada (y que desde una perspectiva global son los ricos), sigue
comprando más casas, más automóviles y más prendas de vestir
de los que necesitan. Muchos de nosotros podríamos vivir con la
mitad de lo que ahora recibimos sin demasiado sacrificio, y no
obstante nos parece que apenas nos alcanza el dinero.
Piense en los símbolos que asociamos con el dinero y los cuales
no guardan relación alguna con su verdadero valor. Si el dinero
fuera sólo un medio de intercambio no tendría ningún sentido, por
ejemplo, atribuirle prestigio; sin embargo lo hacemos. Valoramos
a las personas por sus ingresos; otorgamos a la gente posición
social y honor en relación con el dinero que posee; nos atrevemos
a formular la pregunta de preguntas, que siempre revela mucho
más acerca de nosotros mismos que de la otra persona: “¿Cuánto
dinero tiene?” El doctor Lee Salk, profesor de psicología en el
Centro Médico Cornell del Hospital Nueva York, declaraba: “La
genté maniobra para saber lo que otros ganan porque en nuestra
sociedad el dinero es símbolo de fuerza, de influencia y de poder.”3
En este siglo hemos sido testigos de algunos de los esfuerzos
más imponentes de la historia por quebrantar el poder del dinero
La cara sombría del dinero 127

a través de medios políticos, pero todos ellos han fracasado. China


y Cuba, por ejemplo, se libraron del mismo como medio de intéí-l
cambio haciendo de ese modo imposible el ahorrarlo, o sea ¿Cü*
mular capital; pero con el tiempo tuvieron que abandonar esód
imperativos, y el dinero, primero como medio de intercambio y
luego como objeto de ahorro, reapareció. Finalmente se reinstau­
raron las primas de producción en metálico. No doy este ejemplo
para criticar a los gobiernos comunistas, sino como ejemplo de lo
que Jacques Ellul llama “el increíble poder del dinero que sobre­
vive a cualquier prueba y revés como si una mentalidad mercantil
hubiera impregnado tanto la conciencia del mundo que no tuvié­
semos ya ninguna posibilidad de hacerle frente .”4
— Estos hechos extraños sólo cobran sentido cuando llegamos a .
comprender la realidad espiritual del dinero. Tras este último se
esconden poderes espirituales invisibles; poderes que exigen una
devoción en todos los terrenos. Era esto lo que el apóstol Pablo
estaba viendo cuando dijo: “Porque raíz de todos los males fes el
amor al dinero” (1 Timoteo 6 :10). Muchos han comentado, con
razón, que Pablo no dijo “el dinero”, sino “el amor al dinero”; no
obstante, dado que dicho amor es casi universal, ambas cosas en
la práctica suponen a menudo lo mismo.
El apóstol veía lo mismo que Jesús en sus muchas declaracio­
nes señalaba acerca dél dinero: es decir, que éste es un diosjiue
se propone conseguir nuestra lealtad. Al expresar que el amor al
dinero es raíz de todos los males, Pablo no quiere decir literal­
mente que el dinero produzca todos los males, sino que no hay
ningún tipo de mal que la persona que lo ama no esté dispuesta a
hacer para conseguirlo y retenerlo. En eso consiste precisamente
su carácter seductor: en que cuando alguien lo ama no se contenta
con paños tibios. El individuo está atrapado. Para él, el dinero se
convierte en un problema que domina y consume su vida entera:
es un dios que le exige una lealtad exhaustiva.
Debemos recordar que el comercio en el templo de Jerusalén
era un negocio bueno en más de un sentido: se proporcionaba un
servicio valioso a la gente, y aunque los precios eran excesivos, ho
superaban lo que el mercado podía soportar. Pero Jesús reconoció
detrás de todo aquello la idolatría: una amenaza a la adoración
del único Dios verdadero.
Cuando comprendemos mejor la cara sombría del dinero —su
tendencia demoníaca— sentimos un mayor aprecio por la crítica
radical que Jesús hizo de la riqueza; sin tal comprensión, nos sería
muy fácil aplicar las declaraciones críticas del Señor referentes al
dinero sólo a los ricos deshonestos. Por supuesto, aquellos que han
28 / Dinero, sexo y poder

obtenido honradamente su dinero y lo usan con sabiduría no están


incluidos a q u í... ¿o sí?
Gran parte de la enseñanza de Jesús no puede limitarse a las
riquezas deshonestas, ya que hablan con igual severidad a aque­
llos que las han adquirido de manera justa: hay muchas cosas que
indican que el joven rico, por ejemplo, había obtenido sus bienes
honradamente (Lucas 18:18-30). En la historia del rico y Lázaro,
tampoco se hacen insinuaciones de deshonestidad respecto a la
condenación del primero (Lucas 16:19-31); y en la parábola del
granjero rico, que derribó sus graneros para ampliarlos, todo in­
dica que se trataba de alguien honrado y trabajador (Lucas 12:16-
21). Nosotros le llamaríamos prudente; Jesús le llamó necio.
Esta crítica radical de la riqueza no tiene ningún sentido para
nosotros a menos que la veamos en el contexto de su realidad
espiritual: se trata de uno de los principados y potestades que
debemos conquistar y redimir por medio de la sangre de Cristo
antes de que pueda ser usado para engrandecer el reino de Dios.

LA CONQUISTA DE LA CARA SOMBRIA


¿Cómo se conquista al dios Mamón? ¿Lo aceptamos y tratamos
de usarlo para fines buenos? ¿Renunciamos, nos despojamos y hui­
mos totalmente de él?
Parte de la razón de que éstas preguntas sean difíciles de con­
testar reside en que la Biblia no nos presenta una doctrina cris­
tiana del dinero; supone un mal uso y un abuso de las Escrituras
el hacer que las mismas produzcan una determinada teoría eco­
nómica o nos den diez reglas para la rectitud financiera. Pero la
Biblia nos ofrece algo aún mejor: una perspectiva desde la cual
considerar todas las decisiones económicas de la vida y una pro­
mesa de diálogo y consejo personal en todas nuestras decisiones
financieras. El Espíritu Santo está con nosotros; Jesús es nuestro
Maestro presente y El nos guiará a través del laberinto del dinero
con toda su complejidad personal y social.
Con tal comprensión, quisiera compartir varias sugerencias
prácticas sabiendo que han de ser pasadas por el filtro de nuestra
personalidad y nuestras circunstancias únicas; quizá dichas su­
gerencias le sirvan de algún modo como indicadores y le animen
en bu viaje.
En primer lugar, descubramos cuáles son nuestros sentimien­
tos acerca del dinero. El mayor obstáculo que tenemos que vencer
la mayoría de nosotros no es el de la comprensión de lo que la
Biblia enseña al respecto, sino el de resolver nuestro miedo, núes-
La cara sombría del dinero 129

tra inseguridad y nuestro sentimiento de culpa én cuanto al di*


ñero. Nos sentimos verdaderamente amenazados por este tema: '
tenemos miedo de poseer muy poco y de tener demasiado. A me- ,i
nudo nuestros temores son irracionales. Por ejemplo, la gente que
gana veinte veces más que un ciudadano promedio de Kenia tiene
miedo a estar al borde de morirse de hambre; o algunos de nosotros
sentimos terror de la posibilidad de que otros sobreestimen nuesv
tra riqueza y lleguen a pensar que somos avaros.
Esos sentimientos son reales y necesitamos tomarlos en serio.
A menudo los mismos tienen sus raíces en recuerdos de la infancia.
Me acuerdo de que cuando yo era niño poseía una habilidad que
me proporcionaba extraordinaria “riqueza”: jugaba mejor a las
canicas que los demás niños del colegio. Ya que siempre jugábamos
“de verdad”, con frecuencia era capaz de acabar con la fortuna de
otro chico antes de que terminara el recreo del mediodía. En cierta
ocasión recuerdo haber lanzado un enorme saco de canicas, una
por una, a una fangosa zanja de desagüe y haber observado con
deleite cómo los otros niños se peleaban por encontrarlas. Por me­
dio de aquella experiencia única comencé a percibir algo del poder
que son capaces de proporcionar las riquezas y de los fines mani­
puladores a los que pueden servir.
Algunos que crecimos durante los años de la depresión cono­
cemos de primera mano la onmipresente ansiedad de la escasez,
y a causa de aquella experiencia resulta casi instintivo en nosotros
un espíritu de posesión y acumulación, y la sola idea de soltar
cualquier bien nos causa verdadero pavor. Por el contrario, otros
que crecimos en una época de abundancia estamos muy conscien­
tes de los peligros espirituales que conlleva el poseer demasiado:
los conceptos de conservación y frugalidad nos parecen vicios en
vez de virtudes. Sólo cuando resolvemos estos y muchos otros sen­
timientos que han modelado nuestra comprensión del valor del
dinero, podemos actuar en obediencia al llamamiento bíblico de
la fidelidad.
En segundo término, debemos dejar de negar nuestra riqueza
por medio de un acto consciente de la voluntad. Echemos un vis­
tazo al cuadro completo, y en vez de compararnos con otros de
nuestra misma condición, para así poder siempre alegar una po­
breza comparativa, hagámonos ciudadanos del mundo, conside­
rándonos a nosotros mismos en relación a toda la humanidad.
Los que poseen automóvil forman parte de la clase alta del
mundo; aquellos otros que tienen casa propia son más ricos que el
95% de la gente de este planeta; y el mismo hecho de que usted
haya comprado este libro, probablemente le clasifica entre los
30 / Dinero, sexo y poder

acaudalados de la tierra. Por otro lado, también el que yo haya


tenido tiempo de escribirlo me pone en la misma categoría que
usted. Abaridonemos nuestra omnipresente falta de honradez y
admitamos, francamente, que somos ricos. Aunque la mayor parte
de nosotros nos vemos un poco apurados para ajustar nuestro pre­
supuesto, debemos reconocer que, como ciudadanos del mundo, nos
encontramos entre los potentados.
Pero, por favor, advierta que el propósito de esto no es hacer
que nos sintamos culpables, sino ayudarnos a captar una visión
precisa de la situación real del mundo. Somos ricos: el mismo
hecho de que dispongamos de tiempo libre para leer un libro o ver
la televisión lo demuestra. No tenemos por qué avergonzarnos de
nuestra riqueza o intentar esconderla de nosotros mismos y de los
demás; solamente cuando reconocemos dicha riqueza y dejamos
de intentar huir de ella, estamos en posición de conquistarla y
usarla para los propósitos de Dios.
En tercer lugar, debemos crear un ambiente en el que sea po­
sible la confesión. Gran parte de nuestra predicación acerca del
dinero ha sido bien para condenarlo o para alabarlo, pero no para
ayudarnos a administrarlo. Muchos de nosotros nos sentimos ais­
lados y solos, como si fuéramos los únicos que pudiéramos contar
nuestro oro por las noches. ¡Cuánto mejor sería crear un clima de
aceptación en el cual pudiésemos hablar acerca de nuestros pro­
blemas y frustraciones, así como confesar nuestros miedos y ten­
taciones! Podemos escuchar con empatia la confesión de alguien
que ha sido seducido por el sexo; oigamos con la misma libertad
aquella del que lo ha sido por el dinero. Aprendamos a recibir los
unos de los otros el grito desgarrador de: “¡Perdóname, he pecado!
¡El amor al dinero se ha apoderado de mi corazón!”
Necesitamos que otros sepan de nuestro miedo y nuestro dolor,
que lo acepten y que eleven el mismo hasta los brazos de Dios.
Para que la iglesia funcione como tal, necesita crear un ambiente
en el que nuestros fracasos en cuanto al dinero puédan salir a la
luz y ser sanados.
En cuarto lugar, debemos descubrir a otra persona dispuesta
a luchár con nosotros a través del laberinto del dinero; lo ideal
—creo yo— sería que fuese nuestro esposo o nuestra esposa: po­
dríamos pactar el uno con el otro para ayudarnos a detectar
cuándo el poder seductor del dinero está empezando a vencernos.
Esto necesitamos hacerlo en un espíritu de amor y de benevolen­
cia; pero necesitamos hacerlo. Cualquier cosa que llega a ser to­
talmente privada y jamás se abre a la corrección pública sufrirá
distorsiones. Todos nosotros necesitamos la mayor ayuda posible
La cara sombría del dinero / 3i

para sacar a luz nuestros puntos débiles. Quizá deseamos iñ&É


cosas de las que son buenas para nosotros y tenemos necesidad de
que alguien nos ayude a enfrentarnos a este hecho; o precisamos
aventurarnos valerosamente en el mundo de los negocios en be*
neficio de Cristo y de su reino, y tenemos necesidad de personáis
que puedan alentarnos en este ministerio; o tal vez un espíritu de
codicia se ha introducido en nuestro negocio y necesitamos a al*
guien que nos ayude a verlo; o puede que nuestros temores nos
impidan llevar una vida gozosa de confianza y precisemos de gente
que nos estimule a la fe.
En quinto término, debemos descubrir maneras de entrar en
contacto con los pobres: una de las cosas más dañinas que tiene la
abundancia es que nos permite distanciarnos de los necesitados
para no seguir viendo su dolor; entonces podemos crear un mundo
ilusorio que nos impide evaluar la vida a la luz del “amor al pró­
jimo”.
¿Qué podemos hacer entonces? Podemos tomar la decisión
consciente de estar entre los pobres: no para predicarles, sino para
aprender de ellos. Podemos leer libros que capten el olor y la tex­
tura de la vida en el otro lado; dejar de ver aquellos programas de
televisión que se concentran exclusivamente en el mundo artifi­
cial de los ricos —o si los vemos, hacerlo con discernimiento, sa­
biendo que se trata de un mundo irreal capaz de aislarnos con
facilidad del dolor, el sufrimiento y la angustia de la inmensa
mayoría de la humanidad.
En sexto lugar, debemos experimentar lo que significa la re­
nuncia interior. A Abraham se le pidió que sacrificara a su hijo
Isaac, y puedo muy bien imaginarme cómo cuando descendió del
monte las palabras mi y mío habían cambiado de significado para
él de una vez por todas. El apóstol Pablo habla de “. . . no teniendo
nada, mas poseyéndolo todo” (2 Corintios 6 :10b). Al entrar en la
escuela de la renuncia interior llegamos a ese estado en el que
nada nos pertenece y sin embargo todo está a nuestra disposición.
Necesitamos una conversión de nuestra manera de concebir
las posesiones. Tal vez deberíamos estampar en todo lo que posee­
mos el sello de: “Dado por Dios, poseído por Dios, para ser usado
en los propósitos de Dios.” Tenemos que encontrar formas de re­
cordarnos a nosotros mismos, una y otra vez, que la tierra es del
Señor y no nuestra.
En séptimo término, debemos dar con corazón alegre y gene­
roso. El dar tiene la propiedad de echar fuera de nosotros al viejo
avaro endurecido que llevamos dentro. Aun los pobres necesitan
saber que tienen la posibilidad de dar —el mismo hecho de dar
¿21Dinero, sexo y poder

dinero o algún otro tesoro lleva a cabo una obra en nuestro inte­
rior: destruye al demonio de la codicia.
Algunos se sentirán guiados, como en el caso de San Francisco
de Asis, a darlo todo y abrazar la pobreza; ese no es un manda­
miento para todos, pero es la Palabra del Señor para algunos, como
atestigua el encuentro de Jesús con el joven rico. No debemos
desdeñar a la gente que ha sido llamada a esta clase de entrega,
sino regocijarnos con ellos por su creciente libertad del dios Ma­
món.
. El resto de nosotros podemos encontrar otras formas de dar: a
gente necesitada que no tenga manera de correspondemos; a la
iglesia; a instituciones educativas; a las misiones; pagando la or­
ganización de una fiesta para aquellos que necesitan celebrar al­
gún acontecimiento —la idea tiene un buen precedente bíblico en
Deuteronomio 14:22-27. Pero, sea como fuere: demos, demos, de­
mos. .. Gordon Cosby ha señalado que “dar dinero es ganar una
victoria sobre los poderes de las tinieblas que nos oprimen”.5
A usted tal vez le haya parecido este un capítulo difícil de leer;
para mí fue difícil de escribir. ¡Cuántas ganas tenía de llegar a lo
bueno, a lo positivo. .. a la cara sonriente del dinero! A todos nos
gusta el punto de vista afirmativo, de modo que es natural que
restemos importancia a los aspectos negativos y críticos. Sin em­
bargo, necesitamos de veras aceptar el hecho indiscutible de que,
la mayor parte de las aseveraciones de Jesús respecto al dinero
tratan sobre la cara sombría. Ahora podemos comprender por qué
es así: hasta que no nos hemos enfrentado con su carácter infernal,
y lo hemos vencido, no somos candidatos a recibir y utilizar su
lado beneficioso. Consideremos ahora la cara amable del dinero.
3. La cara agradable del dinero
La única mayordomía correcta es aquella que se prueba con la regla
del amor.
—JUAN CALVINO

Sería mucho más fácil tratar el asunto del dinero si éste tuviera
solamente cosas malas; nuestra tarea consistiría entonces en de­
nunciarlo y apartarnos de él. Sin embargo, eso es precisamente lo
que no podemos hacer si queremos ser fieles al testimonio bíblico.
Aunque la Esdritura advierte repetidamente acerca de la cara
sombría del dinero, también contiene una corriente de ensénanza
sobre su cara agradable. En esta tradición, los recursos económicos
se consideran como una bendición de Dios, y lo que es aun más
asombroso: como un medio para mejorar nuestra relación con El.

EL TESTIMONIO DEL ANTIGUO TESTAMENTO


El Antiguo Testamento habla repetidamente de esta realidad.
En el relato de la creación, nos impresiona el estribillo de que este
mundo que Dios creó es bueno: el huerto de Edén constituía una
espléndida provisión para la primera pareja.
La gran generosidad de Dios se manifiesta en su cuidado por
Abraham: El dijo que engrandecería el nombre del patriarca y lo
prosperaría; y cumplió su palabra, ya que leemos: “Y Abraham
era riquísimo en ganado, en plata y en oro” (Génesis 13:2). Isaac,
por su parte, fue bendecido de un modo muy similar: tanto que,
según se nos cuenta a causa de su gran riqueza, “. . . los filisteos
le tuvieron envidia” (Génesis 26:14b).
También dice la Escritura que Job era un hombre tremenda­
mente rico, .. perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del
mal” (Job 1:1), y que, después de su prueba de fuego, el Señor
restauró su fortuna haciéndola dos veces mayor (Job 42:10).
La gran riqueza de Salomón, por otro lado, no se consideraba
como algo de lo que él debía avergonzarse, sino más bien que había
de tener como una evidencia del favor de Dios (1 Reyes 3:13). La
Biblia dedica un espacio considerable a hacer inventario de la
fortuna del monarca, y luego concluye diciendo: “Así excedía el
33
34 / Dinero, sexo y poder

rey Salomón a todos los reyes de la tierra en riquezas y en sabi­


duría” (1 Reyes 10:23). La famosa peregrinación de la reina de
Sabá a la corte de Salomón destaca la prosperidad de éste, y vemos
a la soberana exclamar: “Verdad es lo que oí en mi tierra de tus
cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido,
y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu
sabiduría y bien, que la fama que yo había oído” (1 Reyes 10:6, 7).
Y la lista podría seguir: desde la promesa de una tierra que fluía
leche y miel, hasta aquella otra de que las ventanas de los cielos se
abrirían para derramar bendiciones materiales más allá de lo que
pudiéramos contener (Malaquías 3:10). Las cosas materiales no son
ni antitéticas ni inconsecuentes con la vida espiritual, sino que están
íntima y positivamente relacionadas con ella.

EL TESTIMONIO DEL NUEVO TESTAMENTO


En el Nuevo Testamento tampoco falta este énfasis: allí el dinero
se considera a menudo un medio de mejorar nuestra relación con
Dios y de expresar el amor que tenemos por nuestro prójimo. Los
magos llevaron sus riquezas al Cristo niño como muestra de ado­
ración. Zaqueo dio generosamente y la viuda pobre lo hizo con sa­
crificio. Algunas mujeres ricas ayudaron a sostener al grupo de dis­
cípulos (Lucas 8:2, 3); y tanto José de Arimatea como Nicodemo
utilizaron su fortuna para el servicio de Cristo (Mateo 27:57-61;
Juan 19:38-42).
Al enseñarnos a orar por el pan cotidiano, Jesús relacionó ín­
timamente la preocupación por la provisión física con la vida es­
piritual. No debemos despreciar las cosas materiales, ni conside­
rarlas algo fuera de los límites de la verdadera espiritualidad:
ciertamente las provisiones materiales son los dones abundantes
de un Dios generoso.
En el libro de los Hechos se nos cuenta de Bernabé, que fue un
verdadero hijo de consolación al utilizar el dinero que produjeron
sus tierras para ayudar a la Iglesia primitiva (Hechos 4:36, 37).
También se nos refiere la maravillosa historia de Cornelio, quien
“hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre” (He­
chos 10:2b), y se nos recuerda a Lidia, la vendedora de púrpura,
que utilizó su posición y sus recursog económicos en beneficio de
los primeros creyentes (Hechos 16:14V
El apóstol Pablo, por su parte, usa la colecta para los santos
de Jerusalén como oportunidad para enseñar acerca de los bene­
ficios espirituales que experimentamos al dar con alegría (2 Co­
La cara agradable del dinero 135

rintios 8 , 9); e incluso menciona ese dar como uno de los dones
espirituales (Romanos 12:8).
Este breve repaso deja claro que el Nuevo Testamento contiene
una corriente de enseñanza la cual ve el dinero de una manera
positiva; concentremos ahora nuestra atención en cómo puede este
último mejorar nuestra relación con Dios.

LA BUENA TIERRA
En toda la Escritura, se considera la provisión de aquellas cosas
necesarias para la vida humana adecuada, como el regalo bondadoso
de un Dios de amor. Todo lo que Dios creó es bueno... muy bueno,
y tiene por objeto bendecir y realzar la vida humana. ¡Qué agrade­
cidos podemos estar por esas generosas señales de la bondad divina!
Mientras escribo estas palabras los pájaros cantan en el exterior de
la casa, tal vez como acción de gracias por la liberalidad y belleza
del cielo, el mar y la tierra. Podemos unimos a ellos en un canto
alegre, ya que Dios nos ha dado verdaderamente un buen mundo
para disfrutarlo; la misma generosidad de la tierra es capaz de acer­
carnos más al Señor en acción de gracias y alabanza.
Pero lo más maravilloso de todo es que tantas cosas de las que
recibimos no sean el resultado de nuestra actuación, sino dones
—dones inmerecidos e inmerecibles—. Dios dijo al pueblo de Israel
que le daría “ciudades grandes y buenas que tú no edificaste, y
casas llenas de todo bien, que tú no llenaste, y cisternas cavadas
que tú no cavaste, viñas y olivares que no plantaste” (Deutero-
nomio 6:10b, 11). Ciudades que no edificaron, pozos que no cava­
ron, huertos que no plantaron. . . así obra Dios con los suyos.
No necesitamos examinar nuestra propia experiencia con de­
masiada profundidad para saber que esto es así. Muchas veces el
ahínco que ponemos en el trabajo y nuestros ingeniosos planes
dan pocos resultados, y sin embargo, de repente, nos vemos ane­
gados con buenas cosas de procedencia completamente inespe­
rada. En nuestra vida hay muchos factores laborales y financieras
que no podemos controlar de ninguna manera.
Los agricultores del antiguo Israel tenían una percepción
aguda de esta realidad: trabajaban, naturalmente, pero también
sabían que eran incapaces de producir el grano. La sequía, el
fuego, la pestilencia y mil cosas más podían acabar con la mies en
un instante; sabían y entendían, de un modo muy profundo, que
una buena cosecha constituía la benevolente provisión de un Dios
amoroso.
Esto, naturalmente, no es más que la confesión de que vivimos
36 / Dinero, sexo y poder

por gracia. Saber que somos salvos por gracia es una maravillosa
verdad, pero resulta igualmente estupendo comprender que tam­
bién vivimos por ella. Aunque trabajamos, al igual que lo hacen
los pájaros del cielo, no hay necesidad de que tomemos las cosas
y nos aferremos a ellas con frenesí. .. porque tenemos al Unico
que vela por nosotros de la misma manera que cuida de las aves.
De esta manera, cuando aprendemos a recibir el dinero y las
cosas que éste puede comprar como regalos bondadosos de un Dios
amante, descubrimos de qué modo enriquecen nuestra relación
con el Señor. En nuestra experiencia resuenan las palabras de
Deuteronomio, que dicen: “te habrá bendecido Jehová tu Dios en
todos tus frutos, y en toda la obra de tus manos, y estarás verda­
deramente alegre” (Deuteronomio 16:15). La doxología se con­
vierte así en la postura de nuestra experiencia, y lo que caracte­
riza nuestra vida es el gozo, la acción de gracias y el júbilo. Una
de las razones por las cuales las antiguas festividades judías gi­
raban en torno a la acción de gracias era su experiencia de la
misericordiosa provisión de Dios.

DIOS ES EL DUEÑO DE TODO


Intimamente relacionado con la provisión divina está el hecho
de que Dios es dueño de todo. Apenas puede haber algo más claro
en la Biblia que el derecho absoluto de Dios a la propiedad. A Job
el Señor le dice: “Todo lo que hay debajo del cielo es mío” (Job 41:11);
a Moisés le declara: “Mía es toda la tierra” (Exodo 19:5, 6); y el
salmista confiesa: “De Jehová es la tierra y su plenitud, (Salmo 24:1).
A nosotros, la gente moderna, nos resulta difícil identificarnos
con esa enseñanza, ya que gran parte de la educación que hemos
recibido procede del punto de vista romano de que la propiedad
constituye un “derecho natural”; por lo tanto, la misma idea de
que algo o alguien pueda usurpar nuestro “derecho a la propiedad”
es ajena a la concepción que tenemos del mundo. Esto, asociado a
nuestro innato egocentrismo, significa que tendemos a anteponer
el “derecho a la propiedad” a los “derechos humanos”.
Sin embargo, en la Biblia, los derechos absolutos de Dios como
propietario y nuestra potestad relativa como mayordomos no dejan
lugar a duda. Como único dueño, Dios pone límites a la capacidad
individual de la persona para acumular tierras o riquezas. En Israel,
por ejemplo, un porcentaje del producto del campo tenía que darse
a los pobres (Deuteronomio 14:28, 29). Cada siete años, la tierra
debía quedar en barbecho, y el cereal que brotara por sí solo era
para los necesitados; “para que coman los pobres de tu pueblo”
La cara agradable del dinero / 37

(Exodo 23:11). Cada cincuenta años se celebraba un año del jubileo,


en el que todos los esclavos eran liberados, se cancelaban todas las
deudas, y cada tierra volvía a su dueño original. El razonamiento
de Dios para un vuelco tan violento de los planes de todo el mundo
era, simplemente: .. porque la tierra mía es” (Levítico 25:23a).
El hecho de que Dios posea todas las cosas en realidad mejora
nuestra relación con El. Cuando comprendemos de veras que la tie­
rra es del Señor, entonces, la propiedad misma nos hace más cons­
cientes de su Persona. Por ejemplo, si estuviéramos alojados en la
casa de veraneo de una persona famosa, cuidando de dicha casa, el
mismo hecho de vivir allí nos recordaría a la persona a diario. Habría
mil cosas que nos la traerían a la mente. Pues lo mismo pasa con
nuestra relación con Dios: la casa en que vivimos es su casa, el
automóvil que conducimos es suyo, el huerto que plantamos tam­
bién. .. sólo somos mayordomos temporales de las cosas de Otro.
Ser conscientes de que Dios es dueño de todo puede liberar de
un espíritu ansioso y posesivo. Después de haber hecho cuanto
podemos por cuidar las cosas que nos han sido confiadas, sabemos
que éstas se hallan en manos más poderosas que las nuestras.
Cuando John Wesley oyó que su casa había sido destruida por el
fuego, exclamó: “La casa del Señor ha ardido... ¡una responsa­
bilidad menos para mí !”1
El que Dios sea dueño de todo cambia también la clase de
pregunta que nos hacemos al dar, y en vez de decir: “¿Cuánto de
mi dinero debería darle al Señor?”, aprendemos a pensar: “¿Qué
cantidad del dinero del Señor debo guardar para mí?” La diferen­
cia entre estas dos preguntas tiene unas proporciones monumen­
tales.

LA GRACIA DE DAR
La gracia de dar es con frecuencia un tremendo estimulante
para la vida de fe, y por esa razón a la ofrenda se le otorga co­
rrectamente un lugar dentro de la experiencia de adoración.
En Isaías 58 leemos acerca de una gente muy religiosa cuya
devoción piadosa no valía nada al no ir acompañada de una soli­
citud activa por los pobres y los oprimidos por lo que Dios dice:
“¿No es más bien el ayuno que yo escogí desatar las ligaduras de
impiedad, soltar las cargas de opresión, y dejar ir libres a los que­
brantados, y que rompáis todo yugo?” (Isaías 58:6). La piedad re­
ligiosa sin justicia es una piedad en bancarrota. Si usted desea
que su ayuno tenga verdadero contenido espiritual, parta su pan
38 / Dinerof sexo y poder

con el hambriento y albergue en su casa a los pobres errantes


(Isaías 58:7).
Si nos sentimos bajos en vitalidad espiritual; si nuestro estudio
bíblico no produce otra cosa que palabras polvorientas; si la ora­
ción nos resulta hueca y vacía. .. entonces, tal vez, la receta de
dar generosa y alegremente sea lo que necesitamos. El dar infunde
autenticidad y vitalidad a nuestra experiencia devocional.
El uso del dinero es un modo efectivo de mostrar nuestro amor
a Dios, ya que el dinero forma una parte muy importante de nuestra
vida. Cierto economista lo expresa de esta manera: “El dinero, con­
siderado como una forma de poder, está tan íntimamente relacionado
con su poseedor, que éste no puede darlo de modo continuo sin dar
al mismo tiempo su propio yo.”2 En un sentido, el dinero es perso­
nalidad acuñada: está tan ligado a lo que somos que, cuando lo da­
mos, nos estamos dando a nosotros mismos. A menudo cantamos:
“Que mi vida entera esté consagrada a ti, Señor. . pero debemos
apoyar esa consagración de manera específica: nos consagramos a
nosotros mismos consagrando nuestro dinero.
En cierta ocasión, el doctor Karl Menninger le preguntó a un
rico paciente suyo:
—¿Y qué va a hacer usted con tanto dinero?
—¡Supongo que simplemente preocuparme por él! —contestó
el otro.
—¿Tanto placer encuentra usted en ello?
—No, pero me aterroriza pensar en dar un poco a alguien .3
Ahora bien, ese “terror” es real: cuando nos desprendemos del
dinero estamos soltando parte de nosotros mismos y de nuestra
seguridad; por eso, precisamente, es importante hacerlo: consti­
tuye una forma de obedecer el mandamiento de Jesús de negarnos
a nosotros mismos —“Si alguno quiere venir en pos de mí, nié-
guese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23).
Al dar dinero soltamos un poco más de nuestra naturaleza
egocéntrica y falsa seguridad. John Wesley declaraba: “Si ustedes
tienen algún deseo de escapar de la condenación del infierno, den
cuanto les sea posible; de otro modo no puedo tener más esperanza
acerca de su salvación que la de Judas Iscariote.”4
El dar nos libera de la tiranía del dinero; pero no sólo damos
dinero, sino también aquellas cosas que el dinero ha comprado. En
el libro de los Hechos, la comunidad cristiana primitiva dio casas y
tierras a fin de proporcionar fondos para los necesitados (Hechos
4:32-37). ¿Ha considerado usted alguna vez vender un automóvil o
una colección de sellos con objeto de ayudar a financiar la educación
de alguien? El dinero también nos ha proporcionado el tiempo y la
La cara agradable del dinero / 39

desocupación necesarios para adquirir habilidades. ¿Y qué me dice


de dar dichas habilidades? Los médicos, dentistas, abogados, exper­
tos en computadoras y muchos otros profesionales pueden poner gra­
tuitamente sus capacidades al servicio de la comunidad.
El dar nos libera para ser solícitos, y crea un clima de expec­
tación en cuanto a lo que el Señor nos guiará a dar, haciendo de
la vida con Dios una aventura de descubrimiento. Estamos siendo
usados para producir un impacto en el mundo, y vale la pena vivir
y dar por ello.5

CONTROL Y USO DEL DINERO


Aunque el dar debe ocupar un lugar importante en la experiencia
cristiana, aun mayor ha de ser la importancia del control y el uso
del dinero.6 Aquellos creyentes que reciben enseñanza y disciplina
adecuadas son capaces de tener posesiones sin caer en la corrupción
y de usarlas para los propósitos más altos del reino de DioS.
La verdad es que el despojo total constituye casi siempre una
manera bastante mala de ayudar a los pobres: ciertamente muy
inferior a la propia administración y al uso de los recursos.
¡Cuánto mejor es que las riquezas y los medios económicos se en­
cuentren en manos de aquellos que están disciplinados e infor­
mados, mediante una concepción cristiana del mundo, que aban­
donarlos a los siervos de Mamón!
Abraham administraba grandes posesiones para la gloria de Dios
y el mayor beneficio público; y lo mismo sucedía con Job, David y
Salomón. En el Nuevo Testamento, Nicodemo utilizó tanto su ri­
queza como su alta posición en bien de la comunidad cristiana (Juan
7:50; 19:39); y gracias a que Bernabé supo administrar sus propie­
dades, fue capaz de ayudar a la Iglesia primitiva cuando las nece­
sidades de ésta se hicieron agudas (Hechos 4:36, 37).
Jesús nos dejó la parábola de los talentos (Mateo 25:14-30).
Piense en la misma: el Señor, que había hablado tan severamente
acerca del peligro de las riquezas, ahora compara el reino de Dios
con un hombre que encomendó sus riquezas a sus siervos, espe­
rando plenamente que las utilizaran para obtener beneficios. Un
talento equivalía aproximadamente a mil dólares, y el hombre a
quien se le habían entregado cinco mil duplicó su inversión, como
también el que recibió dos mil. Pero el pobre individuo a quien
sólo se le habían confiado mil, tuvo tanto miedo de perderlos en
la confusión y violencia de los negocios que no hizo nada con ellos,
ni obtuvo beneficio alguno. Las Palabras de Jesús para con ese
siervo excesivamente cauteloso fueron en verdad duras: “Siervo
40 / Dinero, sejco y poder

malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo


donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los
banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los
intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez ta­
lentos” (Mateo 25:26-28).
Aunque no está mal hacer aplicaciones espirituales de esta
parábola, si lo está el divorciarla completamente de su contexto
económico. Los cristianos deben sumergirse en el mundo del ca­
pital y de los negocios —este es un llamamiento alto y santo—.
Para aquellos que se encuentran bajo la autoridad divina consti­
tuye algo bueno ganar dinero; no deberíamos eludir tales opor­
tunidades de trabajar en favor del reino de Dios.
Los creyentes pueden y deben ser llamados a posiciones de
poder, riqueza e influencia: ocupar puestos de liderazgo en el go­
bierno, la educación y los negocios constituye un llamamiento
espiritual. Algunos son llamados a ganar dinero —dinero en can­
tidad— para la gloria de Dios y un beneficio público amplio. El
llamamiento de otros es a realizar funciones de inmenso poder y
responsabilidad por el mismo motivo. Los bancos, los grandes al­
macenes, las fábricas, las escuelas y mil instituciones más nece­
sitan la influencia de la compasión y la perspectiva cristianas.
No obstante, como ya se indicó anteriormente, todo eso debe
hacerse en el contexto de individuos enseñados y disciplinados de
la manera adecuada. Necesitamos instrucción acerca de cómo po­
seer dinero sin ser poseídos por él. Tenemos necesidad de aprender
a ser propietarios de cosas sin atesorarlas, y para ello precisamos
aquellas disciplinas que nos permitan vivir sencillamente y al
mismo tiempo administrar grandes riquezas y poder. El apóstol
Pablo dijo que sabía vivir humildemente y sabía tener abundan­
cia; que estaba enseñado para estar saciado y para tener hambre.
La razón: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses
4:13). Se necesita tanta gracia para tener abundancia como para
vivir modestamente. Si Dios elige colocarnos en una posición de
mayor riqueza o poder, hemos de confesar con humildad: “Todo lo
puedo en Cristo que me fortalece”; de igual manera que cuando
llegan la austeridad y las privaciones.
El llamamiento que Dios nos ha hecho es a usar el dinero
dentro de los límites de una vida espiritual debidamente discipli­
nada, administrándolo en bien de toda la humanidad y para la
gloria de Dios; cuando hacemos esto, somos arrastrados, en mayor
profundidad, hacia el divino Centro. Nos asombra que Dios utilice
nuestros pobres esfuerzos para llevar a cabo su obra en la tierra.
Por medio de nosotros se canalizan recursos económicos hacia mi­
La cara agradable del dinero 141

nisterios vivificantes; los desvalidos reciben ayuda; los proyectos


que hacen avanzar el reino de Cristo se financian; se logran gran*
des bienes. . . El dinero constituye una bendición cuando se em­
plea en el contexto de la vida y el poder de Dios.
Podemos controlar y usar el dinero mientras estamos vivos, y
también cuando nos llega la muerte: un testamento compasivo es
algo bueno; supone un gozo saber que nuestras riquezas serán de
bendición para muchos después de que hayamos fallecido.

LO QUE APRENDEMOS DE LA CONFIANZA


Otro ejemplo de la cara agradable del dinero es la forma en
que Dios puede usarlo para aumentar nuestra confianza. Cuando
Jesús nos enseña que oremos por nuestro pan cotidiano, lo que
está haciendo es enseñarnos a vivir confiadamente: no necesita­
mos grandes reservas ni complejos sistemas de respaldo finan­
ciero, porque tenemos un Padre celestial que cuida de nosotros.
Cuando los hijos de Israel recogían maná en el desierto, sólo les
estaba permitido hacer acopio de la provisión diaria; todo lo que
no fuera la ración para el día se pudrirá: estaban aprendiendo a
vivir confiados, con una confianza diaria, en Jehová. Al dar estos
ejemplos no estoy hablando en contra de los planes para la jubi­
lación ni de las cuentas de ahorro, sino subrayando la forma en
que Dios puede usar el dinero para crear un espíritu de confianza
en nosotros. Durante mi último año en la escuela secundaria, me
invitaron a tomar parte en una operación misionera de verano
entre los esquimales del norte de Alaska. A medida que los meses
iban pasando, la convicción de que esa era la voluntad de Dios
para mí aumentaba, y sin embargo no tenía los fondos necesarios
para hacerla realidad: tanto mi padre como mi madre estaban
gravemente enfermos con dolencias crónicas, y todo el dinero de
la familia se había destinado a pagar las cuentas de los médicos.
En abril, fui a un retiro un fin de semana con los otros miembros
del equipo para planear mejor el viaje. Durante dicho fin de se­
mana, la convicción de que yo debía ir se hizo aun más fuerte,
pero. . . ¿cómo?
Fue al volver a casa cuando descubrí en la correspondencia
una carta en que contenía un cheque de treinta dólares: aquella
carta era de alguien que no sabía nada acerca de mis esperanzas
veraniegas, pero decía simplemente: “Para los gastos de este ve­
rano.” Yo consideré ese cheque como una misericordiosa confir­
mación de Dios de que debía ir. Había seguido el principio de
George Müller de no hablar a nadie de mi necesidad sino a Dios,
42 / Dinero, sejco y poder

y supuso una maravillosa experiencia para mí el contemplar cómo,


a lo largo de los meses siguientes, El fue proveyendo para todas
las necesidades del viaje. Aquella experiencia edificó en gran ma­
nera mi fe de adolescente.
Pero la historia no acaba ahí. Cuando volví a casa, mis espe­
ranzas de poder ir a la universidad eran pocas; ya que todo lo que
había ahorrado concienzudamente mientras estaba en la escuela
secundaria se había destinado a pagar los gastos de hospital de
mis padres. Por otro lado, en vez de utilizar el verano para ganar
dinero lo había empleado en ministrar a los esquimales. Un poco
triste, aunque todavía con la confianza de haber tomado la decisión
que debía, solicité y obtuve un trabajo en cierta compañía de se­
guros; pero antes de siquiera comenzar a trabajar en ella, hubo
una serie de acontecimientos que yo jamás hubiera podido prever
y por los que nunca había pedido. Cierto domingo, una semana
antes de que empezaran las clases de otoño en la universidad,
hablé en mi iglesia acerca de las experiencias del verano, y des­
pués del culto, un matrimonio de la congregación me invitó a
comer a su casa. Durante el transcurso de la tarde, la pareja me
preguntó acerca de mis planes universitarios, y en cosa de pocos
días tenían formado un grupo de apoyo que me ayudó económi­
camente a lo largo de cuatro años de universidad y tres de pos­
graduación. Dios había utilizado a personas y su uso santificado
del dinero para enseñarme la confianza; y, como es característico
de la forma de actuar del Señor, aquello supuso más de lo que yo
podía pedir o entender. Aquella fue mi primera experiencia en
cuanto a aprender a confiar en Dios para asuntos económicos, y
desde entonces El ha utilizado misericordiosamente el dinero para
enseñarme más acerca de la fe y la confianza. Estoy seguro de que
usted habrá tenido experiencias semejantes. Qué le parece: Dios
toma algo tan corriente como el dinero —la misma cosa que con
tanta frecuencia levanta su fea cabeza a manera de divinidad ri­
val— y lo utiliza para hacernos progresar en el reino de Cristo.

LA PRACTICA DE LA CARA AGRADABLE


Disfrutamos de la cara agradable del dinero aprendiendo a
cultivar un espíritu de acción de gracias. Digo “aprendiendo a
cultivar” porque parece que la acción de gracias no es algo natural
para los seres humanos (cualquiera que tenga hijos no precisa más
detalles al respecto); sin embargo, necesitamos formas de ayudar­
nos mutuamente a crecer en gratitud. A menudo pasamos por alto
la generosa provisión de Dios: el aire, el sol, la lluvia, los magní­
La cara agradable del dinero 143

ficos colores que deleitan nuestra vista, las muchas amistades que
nos enriquecen la vida. . . los mismos ritmos de la naturaleza son
dones bondadosos del Creador.
¿Podemos aprender a despertarnos por la mañana y regocijar­
nos en el milagro del sueño? Cualquiera que padezca insomnio
sabe el don tan grande que supone dormir. Quizá, por la noche,
mientras nuestros hijos descansan, podríamos ir a sus cuartos,
sentarnos al lado de ellos y observarles sin dejar de dar gracias a
Dios. También podemos considerar nuestras posesiones, y, sin ate­
sorarlas, dar gracias á Dios por ellas.
Cuando tenemos un espíritu de acción de gracias, podemos asir
todas las cosas ligeramente, y recibir... no arrebatar. Entonces, si
llega el momento de soltar algo, lo hacemos liberalmente. No somos
los dueños, sino sólo mayordomos. Nuestra vida tampoco consiste en
aquello que poseemos; ya que vivimos, nos movemos y respiramos
en Dios, no en las cosas. Y tal vez podría añadir que esto incluye
esas “cosas” intangibles que a menudo constituyen nuestro* mayor
tesoro: la posición social, la reputación, el cargo que ostentamos...
Esas son cosas pasajeras de la vida, y podemos aprender a estar
agradecidos cuando las tenemos y también cuando no.
Tal vez podríamos descubrir odres nuevos que encarnaran la idea
antiguotestamentaria de la ofrenda de acción de gracias. Entre no­
sotros hay pocos agricultores, de manera que las festividades oto­
ñales de la cosecha no nos significan tanto como al antiguo Israel;
pero quizá pudiéramos descubrir acontecimientos equivalentes que
marcan nuestra vida económica. Probablemente algunos días de co­
bro debiésemos cambiar nuestro cheque entero en billetes pequeños
y luego extender el dinero en el salón simplemente para hacemos
una idea más clara de todo lo que Dios ños ha dado; a continuación,
tal vez, podríamos tomar lo que hemos decidido dar y entregarlo en
billetes pequeños —eso haría visual el acto para nosotros, de la
misma forma que el grano era visual para los antiguos israelitas
que daban una ofrenda de acción de gracias.
Quizá nos sería posible fijar una celebración cristiana de acción
de gracias para la firma de contratos importantes; o un culto de
consagración para aquellos llamados al mundo de los negocios.
Sea la idea que fuere, la clave consiste en descubrir continuamente
una vida más profunda y rica de acción de gracias. Hasta ahora
hemos tratado de comprender las dos mayores corrientes de en­
señanza que aparecen en la Biblia con relación al dinero: la cara
sombría y la agradable; lo que no hemos hecho todavía es unir
esas dos corrientes e indicar cómo funcionan juntas en una ar­
monía operativa en la vida contemporánea. Ahora ha llegado el
momento de intentar dicha unión.
4. El uso justo de las riquezas
injustas
Gana cuanto puedas, ahorra cuanto puedas, da cuanto puedas.
—JOHN WESLEY

Que yo sepa, nadie ha intentado nunca reconciliar la declaración


de Jesús respecto a que no podemos servir a Dios y a las riquezas
(Mateo 6:24) con su interés en que ganemos amigos por medio de
las “riquezas injustas” (Lucas 16:9); no obstante, es precisamente
esa reconciliación lo que se necesita para comprender del modo
debido el testimonio de la Biblia tanto de la cara sombría como de
la cara agradable del dinero.

LUCAS 16
En los primeros versículos del capítulo 16 de Lucas, Jesús
cuenta una parábola que a los comentaristas les ha parecido difícil
de explicar y a los cristianos comunes y corrientes ha dejado per­
plejos durante siglos (Lucas 16:1-13); y es normal que así sea, ya
que el relato resulta en verdad insólito. Sin embargo, dicho relato
tiene un enorme significado para el presente estudio y es la clave
que ayuda a descubrir y comprender ambas caras del dinero.
La parábola en sí es bastante sencilla: un hombre rico descubre
que su mayordomo o encargado de negocios ha estado haciendo
mal uso de sus fondos y lo despide prontamente; sin embargo,
antes de que su despido sea definitivo, el mayordomo idea un plan
ingenioso para asegurarse el futuro: llama a los deudores de su
patrón y, uno por uno, les va reduciendo del 20 al 50% de sus
débitos; de esa manera, tales personas quedarán tan en deuda con
él que, cuando no tenga trabajo, se sentirán obligadas a ayudarle.
Dicho plan es obviamente tan astuto como deshonesto; pero
cuando el señor de aquel hombre descubre lo que ha hecho su
mayordomo, queda tan impresionado por la ingeniosidad de éste
que, en vez de meterlo en la cárcel como sería de esperar, lo en­
comia por su prudencia.

44
El uso justo de las riquezas injustas 145

Una de las razones por las cuales este pasaje nos resulta difícil,
es el hecho de que Jesús utilice una acción tan evidentemente
deshonesta para enseñar una importante verdad espiritual. Sin
embargo, Cristo jamás alaba la falta de honradez del mayordomo,
sino que más bien destaca su sagacidad en el uso de los recursos
económicos con fines no financieros: es decir, el hecho de que em­
plee el dinero para hacerse amistades a fin de que cuando lo ne­
cesite, tenga adónde ir.
Nuestra mayor dificultad reside en los propios comentarios de
Jesús después de la parábola. Lo primero que el Señor destaca es
que “los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus
semejantes que los hijos de luz” (Lucas 16:8b). Seguidamente hace
una declaración asombrosa: “Y yo os digo: Ganad amigos por me­
dio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os re­
ciban en las moradas eternas” (Lucas 16:9). En resumen: JesAs
nos dice que utilicemos el dinero de tal forma que, cuando el
mismo nos falte —y nos faltará—, todavía haya quien se ofcupe de
nosotros.
En estas palabras de Jesús hay dos cosas que nos causan ex-
trañeza: primeramente, que las riquezas sean iiyustas; y, en se­
gundo lugar, que debamos utilizarlas para conseguir amigos. Las
dos ideas parecen tan opuestas entre sí que nos resulta difícil creer
que Jesús las haya dicho.* Sin embargo, el lenguaje es muy claro:
el Señor quiso decir realmente que las riquezas son injustas y que
debemos ganar amigos con ellas.
Cuando Cristo habló de las “riquezas ii\justas” estaba subra­
yando el estado inherentemente caído del dinero. La injusticia es
un atributo necesario de Mamón. La palabra que Jesús utiliza
aquí (adikos) es muy fuerte; algunos traductores la vierten como
las “riquezas de iniquidad” —que quizá capta mejor el odioso ca­

* Soy muy consciente de los diferentes intentos que ha habido en el pasado de


refutar la idea de que las riquezas son iiyustas. La posición más sostenida recien­
temente es que Jesús utilizó el término “riquezas injustas” para referirse a la
práctica de cobrar intereses, la cual les estaba prohibida a los judíos y por lo tanto
era “injusta”. Este punto de vista, sin embargo, no sólo le quita la fuerza a la
parábola, sino también el sentido. El propósito mismo de esta enseñanza es que
tomemos lo que es esencialmente “de este mundo” y lo usemos para el servicio de
Dios. Esa interpretación de las “riquezas iiyustas” está en perfecto acuerdo con
las otras numerosas declaraciones de Jesús en cuanto al dinero.
Quizá sería conveniente decir también que algunos han tratado de separar los
comentarios de Lucas 16:8b-13 de la parábola misma, considerándolos como pe­
queños fragmentos sin orden ni concierto reunidos e incorporados a la misma.
Esas declaraciones, sin embargo, sólo tienen sentido en relación con la parábola;
si constituyen el comentario que Jesús hace de ella.
46 / Dinero, sexo y poder

rácter de esa palabra—. Acerca de este pasaje, Jacques Ellul ha


escrito: “Esto significa, tanto que Mamón engendra y provoca la
iniquidad, como que él mismo, símbolo de la injusticia, procede de
ella. En cualquier caso, la injusticia, antítesis de la palabra de
Dios, es la marca registrada de Mamón.1
La inherente injusticia de las riquezas es una píldora que nos
resulta difícil de tragar; deseamos con todas nuestras fuerzas creer
que Mamón no tiene ningún poder sobre nosotros, ninguna au­
toridad propia... Pero al dar a las riquezas el calificativo de in­
justas, Jesús nos impide adoptar una idea tan ingenua de las mis­
mas: debemos ser más realistas y objetivos.
De hecho, aquellos que trabajan todo el tiempo con dinero sa­
ben bien que es imposible pensar en el mismo como en algo neu­
tral. Como Jesús expresó: en esas cosas los hijos de este mundo
son más sagaces que los hijos de luz (Lucas 16:8). Los hijos de este
mundo comprenden que el dinero está lejos de ser inofensivo: es
veneno; y si se usa de manera incorrecta puede resultar de las
cosas más destructivas que hay. Pero también son conscientes de
que una vez que se ha conquistado y aprendido a utilizar, tiene un
poder prácticamente ilimitado. Las riquezas cuentan con una
fuerza muy por encima de su poder adquisitivo; y ya que los hijos
de este mundo comprenden esto, son capaces de utilizarlas para
fines no económicos... ¡Y vaya que si lo hacen! El dinero se em­
plea como arma para intimidar a la gente y mantenerla a raya;
para “comprar” prestigio y honra; para asegurarse la lealtad de
otros; para corromper a las personas. . . para muchas cosas: es uno
de los mayores poderes que existen en la sociedad humana.
Por eso, precisamente, Jesús nos dice: que “ganemos amigos”
por medio de las “riquezas injustas”; en vez de huir del dinero,
debemos usarlo para los fines del reino. Necesitamos ser absolu­
tamente claros en cuanto a la naturaleza venenosa del amor a las
riquezas; en lugar de desechar estas últimas hemos de conquistar
tal naturaleza y emplearlas para mejores fines. Somos llamados
a emplear el dinero para el progreso del reino de Dios. Qué tra­
gedia supone si lo utilizamos sólo de manera ordinaria sin darle
un uso más excelente.

MATEO 6
Y es precisamente de ese “uso más excelente” de lo que Jesús
se ocupa en el sexto capítulo de Mateo. Allí comienza advirtién­
donos contra el hacernos “tesoros en la tierra”; sobre todo por la
inversión tan poco segura qüe éstas constituyen —ya que la polilla
El uso justo de las riquezas injustas / 47

y el órín corrompen y los ladrones los minan y los hurtan (Mateo


6:19)—. Por el contrario, debemos hacernos “tesoros en el cielo”*
por dos razones: primeramente, porque se trata de una inversión
con una garantía mucho m ayor—allí ni la polilla, ni el orín, ni
los ladrones, ni ninguna otra cosa pueden tocarlos; y en segundo
lugar, porque el hacerlo dirige nuestros afectos —en verdad, todo
nuestro ser— hacia el reino de Dios: “Donde esta vuestro tesoro,
allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:20, 21). Tener un
tesoro en el banco del cielo es una inversión que produce grandes
dividendos.
A menudo se dice que “el dinero hay que dejarlo aquí”; sin
embargo, Jesús está afirmando que si sabemos lo que hacemos,
después de todo, podemos llevárnoslo con nosotros. Pero ¿cómo
depositar tesoros en el cielo? No hay cheques para ello. ..
Una pregunta que debemos hacernos es: “¿Que habrá en el
cielo?” Obviamente habrá personas, de modo que una forma de
hacernos tesoros allí, será invirtiendo en la vida de la gente. Esa
clase de inversión, ciertamente, la llevaremos con nosotros: in­
vertir dinero en individuos constituye el mejor negocio posible.
Suponga que el gobierno de su nación decidiera cambiar todo
el dinero que tuviese en circulación a la moneda de otro país, y
que en el momento que eso se hiciera, el metálico que estuviera
en su poder perdería todo su valor; pero que a usted no le dijeran
cuándo iba a tener lugar dicha conversión monetaria. En tal si­
tuación, lo más sabio sería cambiar su dinero a la nueva moneda,
conservando sólo el metálico antiguo necesario para vivir día a
día.
Ahora bien, eso nos da una idea de lo que Jesús quiere trans­
mitirnos cuando nos dice que nos hagamos tesoros en el cielo y
ganemos amigos por medio de las riquezas injustas. El uso debido
del dinero no consiste en un alto nivel de vida aquí abajo; en
realidad esa sería una inversión muy mala. No, usar bien el dinero
es invertirlo en la mayor medida posible en la vida de la gente,
para así tener tesoros en el cielo. Naturalmente, necesitamos con­
servar una cierta cantidad a fin de mantener el negocio diario de
la vida, pero deseamos liberar lo más posible con objeto de colo­
carlo allí donde produce dividendos eternos.
Los hijos de luz se enfrentan al gran desafío de encontrar for­
mas de convertir el “vil metal” en empresas del reino. El dinero
—a pesar de su tendencia perversa— debe ser sojuzgado y trans­
formado en oportunidades celestiales. Tal vez en el apartamento
de al lado haya un vecino necesitado, o en Sudán están muriendo
de hambre; o quizá una oportunidad de extender el evangelio a
50 / Dinero, sexo y poder

testimonio del Nuevo Testamento de una vez, vea qué conclusiones


saca acerca del dinero y anótelas. Añada, luego, cualquier pasaje
del Antiguo Testamento que le ayude a aumentar su percepción
del tema.
El segundo paso es considerar el dinero desde una perspectiva
sicorógica~y Sociológica. Lo que tratamos con esto es de entender­
nos mejor a nosotros mismos: ¿Tenemos miedo al dinero? ¿Lo odia­
mos? ¿Lo amamos? ¿Produce en nosotros vergüenza u orgullo?
Nuestro segundo objetivo es comprender mejor nuestro mundo:
¿Cuáles son las causas de la pobreza del Tercer Mundo y de la
riqueza del Primero? ¿Qué responsabilidad tenemos nosotros por
la humanidad que sufre y se desangra? ¿De qué recursos dispo­
nemos para ayudar?
A medida que crecemos en nuestra comprensión de las pers­
pectivas bíblica, sicológica y social del dinero, podemos ocuparnos
del tercer paso, que tiene que ver con la acción: la administración
de nuestros recursos económicos. Ahora, con valentía, abordamos
temas tan importantes como el presupuesto familiar, la planifi­
cación de fincas, las inversiones, los donativos aplazados; podemos
planear nuestro presupuesto con sensibilidad a la preocupación
de Dios por los pobres. También somos capaces de evaluar nuestros
gastos, conscientes de que se necesita justicia en la repartición de
los recursos mundiales; podemos escribir nuestro testamento sin
temor a nuestra propia flaqueza humana, y considerar la forma
que tenemos de dar a la luz del gran mandato misionero de Cristo.
También somos capaces, de controlar y administra!* dinero para
la gloria de Dios y el bienestar de otros.
Un cuarto paso activo consiste en reunir una comunidad de
apoyó qüé está con nosotros en la lucha y nos afirme en lo relativo
a los cambios de estilo de vida. Los ricos y poderosos necesitan
tanta comprensión y compasión como aquellos que son pobres y
están hambrientos.
Esta comunidad amante de apoyo puede encontrarse de mu­
chas formas, y no siempre tiene que ser algo formal o requerir
inmensas cantidades de tiempo.
Cierto día de enero, yo estaba almorzando con un juez y un
hombre de negocios de nuestra ciudad, cuando, este último sacó
una hoja de papel y comenzó a compartir con nosotros sus metas
en cuanto al dar para los próximos diez años. ¡Qué bien lo pasamos
escuchando sus planes y sintiendo su entusiasmo acerca del em­
pleo de su dinero para el reino de Dios!
Los esposos pueden ayudarse mutuamente; también los grupos
de estudio bíblico en los hogares son un buen medio de apoyo
El uso justo de las riquezas injustas / 51

recíproco. . . Sin embargo, resulta importante que tales grupos


sean prontos para oir y tardos para aconsejar: a menudo, la mejor
ayuda consiste en un corazón comprensivo.
Semejante comunidad de amor creativo, estimulante y afir-
mador puede tardar en formarse. Nuestra riqueza nos aísla y nos
hace solitarios; lo que necesitamos es tener paciencia unos con
otros y con nosotros mismos. Deseamos experimentar juntos la
gracia de un discipulado creciente.
Un quinto gaso que podemos dar es el de poner los asuntos
económicos bajo la influencia directa del ministerio de oración. El
dinero es una cuestión espiritual, y la oración constituye nuestra
principal arma en la vida del espíritu. Aprendamos, pues, a orar
unos por otros, de manera qué sean atadas la codicia y la avidez
y desatadas la liberalidad y la generosidad. Cuando oremos, vea­
mos con los ojos de la imaginación cómo se rompe el poder del
dinero; y cómo los poderes espirituales que hay detrás del mismo
son sometidos al señorío de Cristo. Visualicemos cómo esé dinero
es canalizado hacia la vida de gente necesitada proveyéndoles las
medicinas y los alimentos necesarios. Imaginémonos a los hom­
bres de negocios cristianos controlando, invirtiendo y canalizando
dinero de maneras nuevas, creativas y que contribuyen a mejorar
las condiciones de vida. Contemplemos a los gobiernos del mundo
desviando sus grandes recursos de la construcción de bombas al
suministro de pan.
Oremos los unos por los otros: necesitamos sabiduría para ser
fieles con nuestros recursos económicos. Imponernos mutuamente
las manos y pedir por un aumento de los dones de sabiduría y de
dádiva constituye un magnífico servicio. Ore para saber cómo pre­
supuestar; para ser liberado del poder del dinero; para que se
provean fondos a aquellos que lo necesitan.. . Antes de dar dinero
ore, pidiéndole a Dios que lo use para sus buenos fines; haga lo
mismo si invierte en alguna empresa.
Aprendamos a hacer oraciones preventivas: en vez de esperar
a que surja un problema financiero, ore pidiendo protección para
aquellos que prosperan; si no tienen dificultades económicas, pida
que sigan conociendo la libertad de las mismas; si manifiestan la
. gracia del dar, ore para que dicha gracia aumente; si son llamados
a administrar y usar dinero, rodéelos por medio de la oración con
la intensa luz de Cristo para que se vean libres de avaricia y
mezquindad.
Un sexto paso activo es destronar al dinero. Mediante una
actitud interior y una acción externa debemos profanar el carácter
sagrado del mismo: el dinero ocupa un lugar demasiado alto en
48 / Dinero, sexo y poder

un grupo étnico hasta ahora sin alcanzar, o de invertir en el futuro


de un joven estudiante inteligente.. . Todas esas son maravillosas
oportunidades de inversión.

USELO, NO LE SIRVA
Ahora podemos armonizar el mandamiento que aparece en
Mateo 6, de no servir a Mamón, con el consejo de Lucas 16 acerca
de ganar amigos por medio de las riquezas injustas. El cristiano
recibe el alto llamamiento de usar las riquezas injustas sin servir
a Mamón. Cuando permitimos que Dios dirija nuestras decisiones
económicas, estamos usando las riquezas; cuando dejamos que sea
Mamón quien determine lo que debemos hacer con nuestro dinero,
servimos a las riquezas. Simplemente hemos de elegir quien de­
cide, si Dios o Mamón.
¿Compramos una casa en particular basados en el llama­
miento de Dios, o porque disponemos del dinero para ello? ¿Adqui­
rimos un automóvil nuevo porque podemos permitírnoslo, o por­
que Dios nos ha mandado que lo hagamos? Si es el dinero quien
determina lo que hacemos, entonces él es nuestro jefe. Mi dinero
puede decirme: “Tienes suficiente para comprarlo”; pero Dios
quizá exprese: “No quiero que tengas eso”. . . ¿A quién debo obe­
decer?
La mayoría de nosotros permitimos que sea el dinero quien
dicte nuestras decisiones: la clase de casa en que vivimos, qué tipo
de vacaciones tomamos, qué trabajo desempeñamos. . . Es él quien
decide.
Suponga que Carolina, mi esposa, me dice: —Hagamos tal y
tal cosa.
Y yo respondo quejándome:
—¡Pero si no tenemos suficiente dinero!
¿Qué es lo que ha sucedido? El dinero es quien ha tomado la
decisión.
¿Se da cuenta usted? Yo no he dicho: —Está bien, querida,
vamos a orar a ver si Dios quiere que lo hagamos.
No, el dinero ha decidido; por lo tanto, él es mi señor. Yo estoy
sirviendo al dinero.
Hudson Taylor jamás hubiera abierto ese gran capítulo en la
historia de las misiones llamado Misión al Interior de la China si
hubiese dejado que el dinero decidiera. El señor Tayloí* era una
persona común y corriente, con pocos recursos económicos; sin
embargo estaba firmemente convencido de que Dios quería que
El uso justo de las riquezas injustas / 49

fuese a la China, y fue. Dios había tomado la decisión, no el dinero:


El era su Señor y a El servía.
Durante el ministerio eficaz de Hudson Taylor, Dios canalizó
por medio de él enormes sumas de dinero, suficientes para suplir
las necesidades de ftiás de mil misioneros. Claro está que, desde
sus primeros días en los barrios bajos londinenses, el señor Taylor
había aprendido a ver el dinero bajo la perspectiva de la cruz, y á
utilizarlo sin hacerse su siervo.
De manera que el conflicto que sentimos que hay entre Lucas
16:9 y Mateo 6:24 queda resuelto si aprendemos a usar el dinero
sin servirle; pero no debemos engañarnos: en la violenta lucha de
la vida descubrimos que dicho conflicto no se resuelve ni rápida
ni fácilmente. Con gran frecuencia, aquellos que intentan ganar
amigos utilizando las riquezas se encuentran pronto sirviendo a
Mamón. No usaremos con seguridad a Mamón hasta que tengamos
absolutamente claro qué no estamos tratando simplemente con
las riquezas, sitio con las riquezas injustas. Los poderes espiritua­
les que se esconden tras el dinero, y por medio de los cuales éste
vive, se mueve y es, han de ser conquistados, sometidos y subor­
dinados a Jesucristo. Esa conquista ha de llevarse a cabo en todos
los frentes al mismo tiempo, tanto interior como exteriormente.
No estamos tratando de derrocar sólo al poder espiritual de las
riquezas, sino también al espíritu de Mamón que llevamos dentro.
Y cuanto más conquistemos el lado perverso del dinero, tanto más
utilizaremos dicho dinero en vez de servirle, y tanto más será éste
bendición en lugar de maldición.

COMO DOMINAR A MAMON


No basta con decir que debemos dominar las riquezas para que
esto suceda; hay algunas cosas precisas que tenemos que hacer si
queremos derrotar al viejo avaro que llevamos dentro y a los po­
deres espirituales externos. Los siguientes pasos para dominar a
Mamón los doy con la esperanza de iniciarlo a usted en su camino.
El primero de dichos pasos consiste en escuchar el testimonio
bíblico acerca del dinero. Comience con los evangelios; tal vez us­
ted quiera utilizar un marcador para destacar cualquier referen­
cia al dinero y a las posesiones. El propósito de ello es que usted
se sumerja en la verdad bíblica del segundo tema que Jesús repite
más veces. Seguidamente, vaya a las epístolas con el mismo ob­
jetivo en mente, y a continuación repase todo lo que ha leído y
escriba a máquina, por separado, cada referencia a la cara sombría
y a la cara agradable del dinero. Ahora que usted puede leer el
52 / Dinero, sexo y poder

nuestra lista de valores. Como expresara Thomas Merton: “La


verdadera ‘ley’ de nuestros días es la ley de la riqueza y del poder
material.”2Para los cristianos, el dar una alta prioridad al dinero
no es sólo algo desafortunado, sino que constituye idolatría. Por
amor de la fidelidad a Cristo, necesitamos encontrar formas de
gritar “No” al dios dinero... debemos destronarlo.
Cuando Pablo ministró la Palabra de Dios en Efeso, mucha
gente que había practicado la magia trajo sus libros y otros objetos
e hizo con ellos una enorme hoguera. Lucas calculó que el valor
de lo quemado ascendía a “cincuenta mil piezas de plata” (Hechos
19:18-20).
Lo que hizo aquella gente fue profanar algo que en su mundo
había llegado a ser sagrado; y sin duda alguna, en el nuestro el
dinero ha adquirido un carácter sagrado, por lo que nos sería be­
neficioso encontrar formas de desacreditarlo, profanarlo y hollarlo
con nuestros pies.
De modo que póngalo en lo más bajo de su escala de valores
—desde luego muy por debajo de la amistad y de un ambiente
alegre—. . . y entréguese al acto más irreverente de todos: ¡Re­
gálelo I Los poderes que animan el dinero no pueden soportar ese
acto terriblemente antinatural del dar. El dinero está hecho para
tomar, regatear, m anipular... pero no para ser dado; por eso, pre­
cisamente éste último acto posee tal capacidad para derrotar a los
poderes que hay detrás de la riqueza.
No hace mucho teníamos un juego de columpios —no esas cosas
de aluminio que se compran en las tiendas, sino unos hechos a la
medida (con sus enormes tubos de acero y demás)—; pero como
nuestros hijos ya pronto dejarían atrás la edad de columpiarse,
determinamos que valía la pena venderlos. Mi siguiente decisión
consistía en fijar su precio; de modo que salí al jardín y los exa­
miné.
“Podría venderlos a buen precio. . . ” —pensé—; “de hecho, con
retocar un poquitín la pintura sería posible elevar la suma, y si
fyara el asiento podría incluso pedir m ás. . . ”.
De repente empecé a detectar en mí un espíritu de codicia, y
me di cuenta de lo peligroso que era en realidad. Pues bien, entré
en casa y le pregunté a Carolina, más bien a título de prueba, si
le importaría que regaláramos el balancín en vez de venderlo.
—¡No —respondió al instante—, en absoluto!
“¡No es posible!” —me dije yo.
Pero antes de que el día acabara habíamos encontrado un ma­
trimonio con dos niños pequeños que podían sacarle partido, y se
lo dimos —¡y ni siquiera tuve que pintarlo!—. El mero hecho de
El uso justo de las riquezas injustas 153

dar crucificó la avaricia que había asido mi corazón, y así él poder


del dinero fue quebrado —en aquella ocasión.
Un séptimo paso es ponerse de parte de la gente y en contrá
del dinero y las cosas. El testimonio bíblico en cuanto a esta pers­
pectiva es impresionante. La Biblia prohibía cobrar intereses por
los préstamos, debido a que esto era considerado como una explo­
tación del infortunio ajeno (Exodo 22:25). El salario debía pagarse
cada día, ya que mucha gente llevaba una existencia precariá y
necesitaba el dinero (Deuteronomio 24:14, 15). Cuando se entre­
gaba una capa en prenda por las herramientas que se habían
tomado prestadas, la misma tenía que ser devuelta a su dueño al
anochecer aunque no se hubieran recuperado los utensilios, ya
que las ñochas eran frías y el abrigo era necesario (Deuteronomio
24:6-13).
Hay muchas cosas que podemos hacer para demostrar que va­
loramos más a las personas que a las cosas: podemos estar dis­
puestos a perder dinero antes que una amistad, o ponernos de
parte del “uso” de los locales de la iglesia en vez de a favor de su
“conservación”; podemos pagar sueldos que respondan a la nece­
sidad de la persona al igual que a su productividad; podemos re­
cordar que el niño que rompe un juguete es más importante que
el juguete roto; podemos renunciar a una compra importante para
alimentar a gente ham brienta... las posibilidades son ilimitadas.
Un paso activo final: desarraigue todo tratamiento de favori­
tismo basado en el dinero. Santiago nos recomienda que no ha­
gamos “acepción de personas” (Santiago 2:1), y añade: “Porque si
en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y tam­
bién entra un pobre con vestido andrajoso y miráis con agrado al
que, trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen
lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo
mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís
a ser jueces con malos pensamientos?” (Santiago 2:2-4). Tal vez
para los partidos políticos sea aceptable dar privilegios especiales
a algunos benefactores generosos, pero esa práctica jamás debe
ser permitida en la comunidad de la fe; para los creyentes el dinero
no puede ser jamás un instrumento de regateo o una forma de
conseguir posición social. ✓
En el mundo el dinero significa acceso a los pasillos del poder;
en la iglesia no debería significar nada: las riquezas no tendrían
que hacer que la gente pensara que somos mejores, ya que for­
mamos parte de una comunidad de pecadores; tampoco deberían
conseguirnos posiciones de liderazgo, puesto que las mismas se
determinan únicamente en virtud de los dones espirituales de las
54 / Dinero, sexo y poder

personas; ni deberían hacernos más imprescindibles para la co­


munidad, ya que ésta depende del Señor, no del dinero. . . En la
comunión de la iglesia el dinero no tendría que significar nada.

EL DINERO Y LOS NEGOCIOS


En el primer capítulo señalé que los negocios son la cara social
del dinero. ¿A la luz de nuestro análisis del dinero qué conclusió-
nesTpodemos sacar respecto a los negocios?
Como cristianos afirmamos la bondad y necesidad del trabajo.
Antes, de la caída, Adán y Eva tenían un trabajo generoso que
hacer para el cuidado del huerto; y la maldición a causa del pecado
no fue el trabajo, sino el trabajo que conlleva “el sudor de tu rostro”
(Génesis 3:19). Es decir, que antes de la caída los frutos eran pro­
porcionados con el esfuerzo, mientras que después de ella este
último superaba en mucho al fruto conseguido.
Cuando el apóstol Pablo expresó: “Si alguno no quiere trabajar,
tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3:10), no estaba hablando tanto
en contra de algún tipo de sistema del bienestar como en favor de
la bondad del trabajo. Necesitamos trabajar. . . el trabajo es crea­
tivo e imparte vida.
Al acuñar la frase Ora et labora (Ora^jtrabaja), San Benito
estaba llamando la atención a la relación íntima que existe entre
la vida devocional y la laboral: el trabajo es esencial para la vida
del espíritu, y una vida espiritual proporciona sentido al trabajo.
^ Como cristianos afirmamos que el trabajo realza la vida hu­
mana y damos la espalda al que la destruye. Esto nos obliga a
hacernos preguntas de inmensa importancia y controversia. ¿La
avanzada y abundante tecnología realza más nuestra vida o la
deshumaniza? ¿Puede un cristiano participar de algún modo en
un complejo industrial militar que produce armas con una evi­
dente capacidad ofensiva? ¿Deberíamos ocuparnos en trabajos
cuya naturaleza implique concesiones de muchos tipos? ¿Es ético
trabajar para empresas que destruyen directa o indirectamente el
equilibrio ecológico del planeta?
Como verá, la cuestión profesional es mucho más amplia que
el simple hecho de si un cristiano debería o no realizar un trabajo
de camarero.
En cierta ocasión, en la primera iglesia de la que fui pastor,
vino a verme un miembro fiel, brillante doctor en Física, el cual
se hallaba profundamente preocupado porque acababa de saber
que el 80% de la investigación que llevaba a cabo la organización
científica donde él trabajaba acababa utilizándose para fines mi­
El uso justo de las riquezas injustas / 55

litares. ¡Era un trabajo que impartía muerte! Sin embargo, Se


trataba de la labor que le había exigido pasar la mitad de su vida
preparándose. . . ¡Qué decisiones tan difíciles!
Es obvio que muchos trabajos realzan más la vida que Otros.
Cosas tales como la enseñanza, la orientación, el pastoreo. . . nos
colocan de lleno en medio de la necesidad humana y suplen pre­
ciosas oportunidades para transmitir un toque redentor. ¡Pero hay
muchas más posibilidades! Todas las tareas que tienen que ver
con la gente —desde la asistencia social a niños hasta el ejercicio
de la medicina— proporcionan excelentes ocasiones de realzar la
vida humana. Con frecuencia esas profesiones de ayuda producen
menos ingresos, son menos prestigiosas, y exigen mucho más de
nosotros; pero deberían tenerse en alta estima dentro de la co­
munidad cristiana a causa de su potencial para transformar la
vida. Un maestro o una maestra para niños preescolares está ha­
ciendo mucho más que ganarse el pan: está moldeando vidas. El
propósito y el significado de nuestro trabajo pueden constituir be­
neficios adicionales del más alto orden.
Todos los empleos que proporcionan servicios y artículos ma­
nufacturados necesarios para la comunidad, realzan la vida: los
agricultores, los carpinteros, los electricistas, los comerciantes y
muchos otros nos enriquecen de innumerables maneras. Necesi­
tamos a cada uno de ellos.
Otro campo que realza la vida humana es el de las artes: la
música, el drama, la cinematografía, la escultura, la literatura,
enriquecen la experiencia humana y necesitamos apresarlos para
la causa de Cristo. Ya hace mucho que la comunidad cristiana
debiera haber recuperado una visión exaltada de las artes.
Podríamos beneficiarnos en gran manera de un nuevo examen
del énfasis puritano sobre el “llamamiento” en nuestra vocación.
Los grupos de oración y las reuniones de orientación deberían
convocarse para ayudar a todos los miembros de la comunidad —y
no sólo a los pastores en potencia— a descubrir su vocación.
Hay muchos otros empleos que podría haber mencionado; así
como innumerables cuestiones relacionadas con los trabajos que
he citado: la tecnología de las computadoras, el derecho, la ciencia
y gran cantidad de otros campos necesitan ser estudiados a la luz
de esta afirmación.
—. Como cristianos afirmamos que el valor del ser humano está
por encima del valor económico. Para el cristiano, la cuestión fun­
damental Ho puede ser nunca el dinero: un empleado es algo más
que el costo de producción, y existen necesidades humanas con
prioridad sobre las meramente financieras.
66 / Dinero, sexo y poder

La gente de negocios se enfrenta a muchas cuestiones difíciles,


entre las cuales necesita especial atención aquella del rendi­
miento de las inversiones: ya que ninguna empresa puede sobre­
vivir por largo tiempo si lo único que reflejan sus hojas de cuentas
son cantidades en rojo. La quiebra no ayuda a nadie; pero los
beneficios deben ponerse en perspectiva junto con otros muchos
valores igualmente importantes.
El principio de considerar el valor humano por encima del
valor económico afectará mucho a cómo organizamos nuestrfc ne­
gocio. Por ejemplo: la organización de algunas empresas es tal que
prácticamente están garantizados los despidos periódicos. Si re­
conocemos que esto constituye un problema humano, podemos dar
mayor prioridad al equilibrar en la contratación con objeto de
lograr una mayor estabilidad.
Muchas compañías estadounidenses parten de la suposición de
que habrá una gran rotación de empleados, y algunas incluso in­
corporan adrede una tasa alta de cambio de personal a fin de man­
tener los salarios más bajos. Por el contrario, las empresas japo­
nesas tienden a hacer arreglos para que haya un bajo cambio de
mano de obra. No es fácil solucionar el problema de la movilidad
en una cultura, pero si partiéramos de una serie de suposiciones
distintas las cosas quizá resultarían muy diferentes.
Si damos por sentado una permanencia más larga en el empleo,
ello afectará nuestra manera de manejar los sueldos, los beneficios
para los empleados y los programas de jubilación; es más, ello hará
que concedamos una prioridad elevada a las personas, creando
amistades y estableciendo sistemas de apoyo.
El modelo japonés nos ha demostrado que la estabilidad no
está necesariamente reñida con los beneficios; de hecho, en mu­
chos aspectos, parece mejorarlos. No obstante, aunque no fuera
así, los cristianos tienen la obligación de incluir el interés por los
seres humanos en sus libros mayores.
Como cristianos afirmamos la necesidad de que jefes y emplea­
dos traten de comprenderse mutuamente. No nos engañemos, los
patrones y sus asalariados se hallan comprometidos en una rela­
ción de poder: el patrón cuenta con atribuciones para despedir y
contratar, subir o bajar los sueldos, controlar las ventajas y las
condiciones de trabajo; mientras que en la mano del empleado está
el poder de frustrar o mejorar la relación laboral y en ciertos casos,
de minar el funcionamiento efectivo de la compañía.
Los patrones necesitan sentir la inseguridad de sus empleados.
A menudo, ellos se consideran deshumanizados y usados, y gran
parte de las veces es verdad: la mecanización que se realiza a fin
El uso justo de las riquezas injustas i 57

de asegurar la eficiencia en el trabajo puede despersonalizar toda


la empresa.
Sin embargo, en un acto de identificación cristiana, los patro*
nes pueden ponerse en el lugar de sus empleados, y tratar de
comprender lo que se siente cuando otra persona este controlando
el futuro de uno. ¿Compraría usted un refrigerador cuando se en­
cuentra ante un despido inminente? ¿Comenzaría la construcción
de un dormitorio en su casa si existe la posibilidad de que lo tras­
laden? . . . El hacerse esta clase de preguntas puede ayudar a los
jefes a sentir lo que representa ser un empleado.
Esto no implica que no haya que tomar decisiones dolorosas:
los patrones deben aún considerar sus ingresos, gastos y la pro­
ducción global. Puede que algunas determinaciones parezcan frías
en el momento, pero si se toman en el contexto de una identifi­
cación continua con la vulnerabilidad del trabajador, cierta me­
dida de gracia puede impregnar a menudo la situación y evitarse
así decisiones dolorosas y nocivas. /
Los empleados a su vez, necesitan sentir el aislamiento de sus
jefes: el liderato y la responsabilidad apartan a las personas de
los demás de muchas maneras. Todo el mundo sabe que la crítica
es el precio que tienen que pagar los líderes, pero eso no la hace
menos dolorosa. Los que pretenden que los reproches no les afec­
tan simplemente no son sinceros.
Cuando los empleados tratan de ponerse en el lugar de sus
patrones, las preguntas empiezan a surgir. ¿Cambiaría mi eva­
luación de lo que necesita hacerse si tuviera que preocuparme por
el bien de toda la empresa? ¿Qué supondría vivir con un negocio
las veinticuatro horas del día en vez de las ocho que yo le dedico?
¿Cómo disminuyen la posición social y la riqueza el disfrute de los
placeres de la vida?
El que intentemos comprender los dilemas de nuestro jefe no
significa que debamos evitar toda críticá—ésta es necesaria por
el bien del propio patrón—: un desafío perspicaz a la permanencia
en el puesto de trabajo puede dar como resultado nuevas ideas
imaginativas. No obstante, en el momento que entremos en el
solitario espacio de nuestros superiores, la crítica se verá mode­
rada por la comprensión.
Como cristianos nos negamos a comprar o vender frivolidades.
Las modas son pasajeras, y el discípulo de Cristo no tiene por qué
participar en ellas.
John Woolman, era propietario y director de una tienda que
vendía al por menor, escribió acerca de sus luchas con esto mismo.
En 1756, Woolman anotaba en su diario: “Yo había tenido por
58 / Dinero, sexo y poder

costumbre comprar y vender cosas realmente útiles. No me sentía


a gusto comerciando con lo que servía sobre todo para satisfacer
la vanidad de la gente; rara vez lo hice; y en tales ocasiones pude
ver que mi vida cristiana se debilitaba.”3
Nuestra negativa a comerciar en frivolidades está directa­
mente relacionada con el gran valor que atribuimos a la vida
humana: constituye un mal uso de los recursos del mundo el des­
perdiciarlos en banalidades cuando hay gente necesitada de ali­
mentos, ropa y educación. Valoramos más a las personas que los
vestidos ostentosos o las casas llamativas; mientras haya que pre­
dicar el Evangelio, existan niños hambrientos y demás, los cris­
tianos no pueden permitirse el lujo de tomar parte alguna en la
“Feria de Vanidades” de este mundo.
Sin embargo, resulta difícil trazar una línea clara entre lo fútil
y lo esencial: aquellas cosas que son lujos innecesarios para ciertas
personas constituyen algo imprescindible para otras; lo que puede
ser superfluo en determinada ocasión, resulta absolutamente ne­
cesario si se cambia de contexto.
Aunque las dificultades son auténticas, no deberían obscurecer5
el hecho de que muchas cuestiones están en realidad bastante
claras. En muchos casos no necesitamos más comprensión, sino la
fuerza para obedecer aquello que ya sabemos es lo correcto. Po­
demos de inmediato apartarnos de muchas cosas que constituyen
obviamente evidencias de la vida vieja; en los pocos casos en que
tenemos preguntas sinceras, nos es posible pedir dirección al Se­
ñor —quien da sabiduría abundantemente— y también consejo a
aquellos miembros de la comunidad cristiana que tienen discer­
nimiento, los cuales, con frecuencia, nos comunicarán la Palabra
de Dios. Naturalmente habremos de forcejear con muchas cues­
tiones económicas, manteniendo una tensión creativa entre las
innumerables necesidades, oportunidades y responsabilidades
que componen nuestro mundo; sólo los necios pensarían que esto
pudiera o debiera ser de otro modo.
••— Como cristianos nos negamos a aprovecharnos del prójimo. El
forjar esto en el duro yunque del mundo de los negocios no es cosa
sencilla, pero debemos hacerlo. Sin embargo, muchas de las si­
tuaciones a las que nos enfrentamos no presentan absolutamente
ninguna ambigüedad.
Hace poco, mi esposa y yo vendimos un automóvil que tenía
problemas crónicos en el carburador. Ambos habíamos decidido
que a cualquiera que se interesase por el mismo le hablaríamos
del problema y le animaríamos a que lo hiciera revisar por un
mecánico. De ese modo, probablemente, obtendríamos por él me­
El uso justo de las riquezas injustas 159

nos de lo que hubiéramos podido sacar no haciéndolo, pero la in­


tegridad y la amistad son cosas muy valiosas. De lo que se trata
es de limitarse a una presentación franca del asunto sin intentar
embellecer u obscurecer la verdad.
En muchas situaciones comerciales los contratos son buénos y
nos ayudan a no aprovecharnos de nuestro prójimo. Un contrato
sirve para varias cosas: entre ellas, para poner por escrito el
acuerdo, con lo cual se reducen al mínimo los malentendidos —los
abogados que asisten en su preparación pueden ver a menudo
problemas potenciales que a nosotros, los poco instruidos en ma­
teria “legal”—, se nos han escapado. Por otro lado, esos contratos
nos obligan también a aclarar nuestros pensamientos sobre lo qúe
estamos haciendo.
De modo que los contratos son buenos, pero la confianza es
mejor. Los primeros dan testimonio de la caída del hombre y de
su tendencia natural al pecado; la confianza, por su parte, testifica
de la gracia y de la inclinación sobrenatural a la rectitud. Uno de
los mayores males de los contratos es su tendencia a engendrar
desconfianza y recelo, lo cual a menudo acaba en pleitos legales.
Pablo aconsejó no ir a los tribunales para resolver disputas, y sería
sabio por nuestra parte evitarlo en la medida de lo posible (1 Co­
rintios 6:1-11).
Por el contrario, la confianza edifica la comunidad. Natural­
mente, cuando confiamos corremos el riesgo de que otros se apro­
vechen de nosotros; no obstante, fíjese en que yo no he formulado
el principio en nuestra defensa, sino en defensa de los demás: Nos
negamos a no aprovecharnos nunca de nuestro prójimo; lo cual no
es una garantía de que éste no vaya a abusar de nosotros —¡de
hecho lo hará!—. Pero vale la pena arriesgarse a ello, ya que lá
confianza tiene poder para edificar la comunidad. Además, como
expresara Pablo: “¿Por qué no sufrís . . . el agravio? ¿Por qué no
sufrís . . . el ser defraudados?” (1 Corintios 6:7). Sí. . . ¿por qué no?
Después de todo se trata únicamente de dinero; y hay muchas
cosas que tienen un valor incalculablemente mayor que éste.
Nuestra palabra como cristianos vale lo que nuestro compro­
miso. Es muy posible que otros se aprovechen de nosotros, pero
quizá —sólo quizá—, la disposición que tengamos a ser defrau­
dados y no romper nuestros lazos comunitarios testifique de un
camino mejor.
De manera que estos seis principios pueden constituir el marco
para empezar a comprender mejor el papel que el cristiano tiene
en los negocios. Recapitulemos:
—Como cristianos apoyamos la bondad y necesidad del trabsyo.
60 / Dinero, sexo y poder

—Como cristianos afirmamos que el trabajo realza la vida hu­


mana y damos la espalda al que la destruye.
—Como cristianos sostenemos que el valor del ser humano está
por encima del valor económico.
—Como cristianos apoyamos la necesidad de que jefes y em­
pleados traten de comprenderse mutuamente.
—Como cristianos nos negamos a comprar o vender frivolida­
des.
—Como cristianos nos negamos a aprovecharnos del prójimo.

LA UNIDAD EN EL PESEBRE
En estos capítulos hemos visto que la Biblia presenta tanto
una cara sombría como una cara agradable del dinero. La sima
que separa a ambas puede parecer en verdad muy ancha, pero nos
hemos esforzado en tender un puente sobre ella.
Ahora, venga conmigo al pesebre de Belén. Fíjese en los ado­
radores: humildes pastores y sabios. Allí podemos ver la pobreza
y la riqueza traídas a Jesús. Los reales dones del oro, el incienso
y la mirra se ponen gratuitamente al servicio del Mesías Rey. Los
pastores, que han quedado excluidos de los canales financieros de
la vida, ofrecen su presencia y su adoración. Unos y otros son
llamados: los más pobres y los más ricos; y todos ellos llegan, se
postran y rinden culto de Navidad.
5. El voto de sencillez
Sencillez es rectitud de alma.
—FRANCOIS FENELON

En los tres capítulos anteriores nos hemos enfrentado a lo más


difícil: nuestra riqueza. Hemos estado aprendiendo a vencer la
resistencia que ponemos nosotros mismos, a reconocer nuestra
abundancia, y a compartirla con un gozo y una alegría nuevos.
Nuestro estudio del dinero nos lleva a una ineludible conclu­
sión: los seguidores de Jesús somos llamados a hacer un voto de
sencillez; y dicho voto no es para unos pocos cristianos consagra­
dos, sino para todos. No se trata de una opción que podemos tomar
o dejar siguiendo nuestra preferencia personal: todo aquel que
confiesa a Jesús como Señor y Salvador está obligado a poner en
práctica lo que El dice; y el llamamiento de Cristo al discipulado
con relación al dinero puede resumirse en una palabra mejor: sen­
cillez. La sencillez es un intento de hacer justicia a la multifacética
enseñanza de nuestro Señor acerca del dinero: su cara agradable
y su cara sombría, el dar y el recibir, la confianza, el contenta­
miento y la fe. . .
Sencillez equivale a integridad de corazón y firmeza de propó­
sito. Tenemos un sólo deseo: el de obedecer a Cristo en todas las
cosas; un sólo objetivo: el de glorificarle en todo; un sólo uso del
dihero: el de hacer avanzar su reino en el mundo. Jesús declara:
“Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz” (Mateo
6 :22 ).
^ Sencillez significa gozarse en la buena creación de Dios. En
cierta ocasión, Oscar Wilde dijo que la gente no valora las puestas
de sol porque no puede pagar por ellas. ¡Eso no pasa en nuestro
caso! Nosotros apreciamos todos los dones gratuitos de esta buena
tierra: la salida y la puesta del sol, la tierra y el mar, los colores
y la belleza en dondequiera que los vemos. . .
Sencillez quiere decir contentamiento y confianza. “Por nada
estéis afanosos”, nos aconseja Pablo (Filipenses 4:6). “No teniendo
nada, mas poseyéndolo todo” (2 Corintios 6:10). “He aprendido a
contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Filipenses 4:11).

61
62 / Dinero, seso y poder

Esa era la forma de vivir del apóstol, y también es la nuestra.


: Sencillez significa libertad de la codicia. Hacemos nuestra la
confesión de Pablo: ¿‘Ni plata ni oro ni vestido de nadie he codi­
ciado” (Hechos 20:33).
Sencillez equivale a modestia y templanza en todo. Pablo ex­
horta al cristiano a ser “sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo”
(Tito 1:8); y así somos nosotros: nuestra vida se caracteriza por la
abstinencia voluntaria en medio de un lujo inmoderado; nos ne­
gamos a complacernos en la elegancia y en el modo de vestir o
vivir ostentoso. La utilización que hacemos de nuestros recursos
siempre está temperada por la necesidad humana.
— Sencillez significa recibir la provisión material con agradeci­
miento. Dios nos promete por medio de Isaías: “Si quisiereis y
oyereis, comeréis el bien de la tierra” (Isaías 1:19). Nosotros no
somos rígidos ascetas incapaces de habitar en una tierra que fluye
leche y miel; por el contrario: nos regocijamos en esas misericor­
diosas provisiones del amor de Dios. La privación completa no es
algo bueno, y la rechazamos como una señal no de sencillez sino
de doblez.
— Sencillez quiere decir utilizar el dinero sin abusar de él. Por el
poder del Espíritu Santo vencemos el poder del dinero y lo cap­
turamos para el servicio de Cristo y de su reino. Sabemos que la
riqueza no determina el bienestar; por esa razón no nos aferramos
a las cosas, sino que somos dueños sin atesorar, poseemos sin ser
poseídos. Empleamos el dinero dentro de los límites de una vida
espiritual debidamente disciplinada, administrándolo para la glo­
ria de Dios y el bien de todo el mundo.
— Sencillez equivale a disponibilidad. Al estar libres del apremio
de tener siempre más y mejor, contamos con el tiempo y con la
energía suficientes para responder a la necesidad humana. Al­
gunas personas, entre ellas los pastores, son libres a tiempo com­
pleto para que puedan ministrar la Palabra de vida; mientras que
otras dan parte de su tiempo a fin de contribuir al avance del reino
de Dios.
Sencillez significa dar alegre y generosamente. Nos damos a
nosotros mismos y damos también el producto del trabajo de nues­
tra vida: “Se dieron primeramente al Señor”, dice Pablo de las
iglesias de Macedonia (2 Corintios 8:5). La cuestión del dar es tan
céntrica en toda nuestra relación con el dinero, que me gustaría
que dirigiéramos ahora la atención, de un modo más detallado,
hacia este aspecto de la sencillez.
El voto de sencillez / 63

PAUTAS PARA DAR


Vi----- - . . ...

Cuando leemos lo que la Biblia enseña acerca de las riquezas,


no tardamos en descubrir el lugar tan prominente que ocupa el
dar en la Palabra de Dios. Nos costaría bastante encontrar una
enseñanza sobre el dinero que no mencionara la cuestión del com­
partir nuestros bienes. Ya sea que pensemos en el diezmo, en la
ley del rebusco, en el principio del jubileo, en la historia d§ Zaqueo
o del joven rico, en la parábola del buen samaritano, en la del rico
insensato, o en un buen número de otros pasajes, descubriremos
un fuerte énfasis en el dar.
Si tomamos en serio el testimonio bíblico, parece que una de
las mejores cosas que podemos hacer con el dinero es darlo; por
una razón obvia: el dar constituye una de nuestras armas prin­
cipales contra el dios Mamón. Ese acto escandaliza al mundo del
comercio y de la competencia, y gana al dinero para la causa de
Cristo. Como ha señalado Jacques Ellul: “Tenemos unas indica­
ciones muy claras de que el dinero, en la vida cristiana, está hecho
para darse.”1Por lo tanto, las pautas que presento a continuación
son un intento de ayudarnos en ese sentido.
En primer lugar, demos proporcionalmente —comenzando por
el diezmo de nuestros ingresos— con alegría y corazón generoso;
no obstante, ni Jesús ni los apóstoles limitaron el dar a dicho
diezmo, sino que fueron más allá del mismo. La generosidad y el
sacrificio cobran mucha importancia en todas sus enseñanzas: eso
es cierto tanto si consideramos el óbolo de la pobre viuda como si
nos fijamos en Bernabé dando una parcela de terreno a la Iglesia
primitiva (Marcos 12:41-44; Hechos 4:36-37).
Por lo tanto, el diezmo es un principio veterotestamentario que
debería constituir la norma mínima para nosotros salvo en cir­
cunstancias excepcionalmente infrecuentes: no se trata de una ley
rígida, sino de un punto de arranque para organizar nuestra vida
económica.
Ahora bien, no se necesita ser ningún mago en finanzas para
sacar el 10% de nuestros ingresos brutos; pero sí requiere una
profunda sensibilidad al Espíritu de Dios saber lo que significa
dar proporcionalmente. Forcejeando con esta cuestión, Elizabeth
O’Connor ha escrito: “¿Proporcional a qué? ¿A la riqueza acu­
mulada de la propia familia? ¿A los ingresos de la persona y las
exigencias que recaen sobre los mismos, las cuales varían de una
familia a otra? ¿Proporcional al sentido de seguridad de uno y al
grado de ansiedad con el que vive? ¿Proporcional a la agudeza de
nuestra percepción de aquellos que sufren? ¿Proporcional a núes-
64 / Dinero, sexo y poder

tro concepto de la justicia y de la propiedad de Dios sobre toda


riqueza? ¿Proporcional a nuestro sentido de mayordomía para con
aquellos que nos siguen? Naturalmente la espuesta es: proporcio-
nalmente a todas esas cosas.”2
Para ayudarnos a determinar lo que quiere decir dar propor­
cionalmente, Ron Sider ha sugerido el concepto de diezmo gra­
dual.3 Es muy sencillo: uno decide cuál es su nivel de vida, y da
el 10% de dicha suma. Luego, cada vez que alcanza una cierta
cantidad fija adicional considerable, saca el 5% de la misma; hasta
que al llegar a dieciocho veces esa cantidad fija por encima de su
nivel de vida, entrega el 100% de todos sus ingresos suplementa­
rios.
Otro hombre que conozco utiliza un planteamiento distinto: es
propietario de un negocio, y se ha establecido un salario que con­
sidera como su nivel de vida. De dicho salario, saca el 15%. Luego
da el 25% de los beneficios que produce la empresa por encima de
su sueldo. Ese hombre recibe asimismo ingresos procedentes de
sus derechos de autor de libros y películas, y también de sus ho­
norarios como conferenciante; de ese dinero da el cien por ciento.
Tal vez algunos de nosotros que poseemos amplios recursos
económicos debiéramos intentar vivir con el 10% de nuestros in­
gresos y dar el 90% restante. R. G. LeTourneau, dueño de una
gran firma de máquinas excavadoras hacía precisamente eso.
Pero, por favor, no se deje intimidar por estos ejemplos: no son
sino casos ilustrativos de cómo podemos resolver el asunto de la
ofrenda proporcionada en una cultura rica. Muchos de nosotros
debemos dar pasos más pequeños y humildes; algunos se han dis­
ciplinado para entregar la misma cantidad que gastan en abono
para el césped de su casa, con destino a la compra de abono para
el cultivo de alimentos en el Tercer Mundo. Otros, tal vez quieran
igualar la cantidad que dedican a cenar fuera con lo que entregan
para proyectos dirigidos a contrarrestar el hambre; o el dinero que
dan a una organización de socorro, con el que emplean en com­
prarse ropa. De lo que se trata es simplemente de informar a
nuestra manera de gastar el dinero de las necesidades de otros, y
de sensibilizarla a dichas necesidades.
Tal vez ninguna de estas sugerencias le parezcan convenientes
—muchas personas se sienten tan atadas económicamente que la
idea de dar “de acuerdo o más allá de sus fuerzas” les parece
ridicula—; sin embargo, muchos de nosotros podríamos hacer mu­
cho más si comenzáramos a pensar en formas nuevas y creativas.
No obstante, una palabra de precaución: para ser fieles a Dios,
algunas personas necesitan dar menos de lo que dan. Tal vez usted
El voto de sencillez 165

tenga que cuidar de sus hijos, sus padres o su cónyuge —o incluso


de usted mismo— de un modo más adecuado. No se excuse de sus
responsabilidades con pretextos religiosos; como recordará, Jesús
reprendió severamente dicha práctica (Marcos 7:9-13).
En segundo lugar, mantengamos un equilibrio creativo entre
el dar “razonado” y el dar “arriesgado”; y ello con corazón alegre
y generoso. Hay una forma de dar que evalúa cuidadosamente los
antecedentes y la trayectoria de los individuos y las organizacio­
nes, y otra que da sin ningún tipo de cálculos: ambas son impres­
cindibles.
Un buen porcentaje de nuestros donativos deberían ser razo­
nados y responsables. Si dichos donativos van dirigidos a orga­
nizaciones, precisamos hacer muchas preguntas: ¿Tiene la orga­
nización en cuestión un buen h isto ria l en cuanto al uso
responsable del dinero? ¿Cuánto se destina a gastos generales y
cuánto al proyecto para el que estoy dando? ¿Cuenta dicha orga­
nización con una junta responsable que vigila el uso de los fondos?
¿Se realiza en la misma una verificación contable anual? ¿Tiene
buena reputación en mi comunidad?
Si nuestro dar se dirige a individuos, debemos considerar otra
serie de preguntas: ¿Será útil mi donativo o dañino? ¿Qué cantidad
sería apropiada para esa persona? ¿Tiene ella un presupuesto gen­
eral? ¿Debería tratarse de un donativo aislado o de un tanto men­
sual regular? ¿Con qué otras fuentes de ingresos cuenta o debería
contar la persona de la cual hablamos? ¿Puedo dar sin controlar
a dicha persona?
El demasiado cálculo en el dar entraña un peligro: la tendencia
sutil a controlar al otro; de modo que esa liberalidad que antes
caracterizaba nuestros donativos puede irse convirtiendo gra­
dualmente en tacañería. Así, un espíritu avaro se justifica en nom­
bre de la prudencia y la resptínsabilidad.
Para triunfar sobre esta puja por el poder tan destructiva para
el alma, necesitamos dar con un abandono despilfarrador: como
la mujer del vaso de alabastro (Mateo 26:6-13). En un acto de
generosidad incalculada, dicha mujer rompió el vaso y derramó
su tesoro sobre la cabeza de Cristo. A los discípulos aquello les
pareció un despilfarro; pero Jesús lo consideró una hermosa ac­
ción.
Hay veces en las que, por el bien de nuestra propia alma, te­
nemos que lanzar la precaución por los aires y dar, sencillamente
dar. Debemos arriesgarnos a la ayuda individual, no porque la
persona haya demostrado ser capaz de manejar bien el dinero, sino
porque lo necesita; al hacer esto, damos al mismo tiempo amor y
66 / Dinero, sexo y poder

confianza. . . y nos liberamos de ese espíritu miserable causante


de la ruina espiritual. '
JEn tercer lugar, busquemos a individuos y organizaciones que
no gozan '3S~ü8leB?idad y démosles con corazón alegre y generoso.
A menudo tendemos a defender causas que ya cuentan con miles
de defensores; pero entre los discípulos de Cristo esto no debe ser
así: hemos de buscar y apoyar generosamente a los desamparados
y desheredados.
Descubramos a aquellas personas y organizaciones política­
mente sin interés o que no constituyen “noticia”, y ofrezcámosles
nuestro apoyo. Dichas personas y organizaciones no aparecen en
la televisión, los periódicos o las revistas, sino que se encuentran
escudriñando con oración la prensa de la humanidad. Pídale a
Dios que le dé ojos para ver y oídos para oir a los pequeños del
reino —a aquellos a quienes los demás pasan de largo normal­
mente sin prestarles atención.
Cuando se trata de apoyar a los siervos de Dios necesitamos
más un sentido divino de previsión que de retrospectiva. George
Müller comenzó a respaldar económicamente a J. Hudson Taylor
mucho antes de que éste llegara a ser famoso como pionero en las
misiones. Las revistas cristianas no publicaron con entusiasmo en
sus portadas la propuesta extravagante de Taylor en cuanto a ir
al interior de la China con un ejército de misioneros; pero George
Müller descubrió en aquel joven un alma que buscaba a Dios con
ahinco. Ahora, nosotros, miramos retrospectivamente a Hudson
Taylor y vemos en él al que inició la segunda gran oleada del
movimiento misionero moderno.
Para tener la previsión de George Müller, se requiere una per­
cepción espiritual que nace de la comunión íntima con el Coordi­
nador Celestial, y el valor de ir por los caminos y los vallados de
la vida para descubrir la obra de Dios.
¿Cómo podemos superar la maquinaria propagandista de los
medios de comunicación y entrar en los lugares dé necesidad y
acción del reino de los cielos? Comience por invitar a su casa a
todos los misioneros que pueda para que compartan con usted sus
ideas y le amplíen su visión transcultural. Esos fieles obreros del
Señor representan una fuente tremenda de sabiduría y experien­
cia, pero a menudo los descuidamos confinándolos al foro para el
que están menos preparados: el de hablar en público. Sin embargo,
llévelos a su casa y pregúnteles dónde está avanzando la obra de
Dios; verá cómo esas personas calladas y apacibles se convierten
instantáneamente en fogosos oradores.
Mientras lleva a cabo su rutina diaria, escuche a la gente en
El voto de sencillez / 67

un espíritu de oración: las ideas y las necesidades aparecen en los


sitios más insospechados. Reúnase con otros en pequeños grupos
de estudio y pregunte: ¿Qué está haciendo Dios en nuestro mundo?
Cuando se junte con otra gente para adorar, pida a aquellos qué
tienen una percepción profètica que le ayuden a ver en qué direc­
ción va usted y hacia adonde le conduce ésta, así como que le den
un juicio de valores sobre ella. Pase sus vacaciones veraniegas
entre las gentes de algún lugar pobre en vez de irse a sitios turís­
ticos de temporada. De esta manera, y de muchas otras, podemos
tratar de descubrir a los héroes anónimos y aquellos lugares des­
conocidos en los cuales la batalla es más feroz.
En cuanto término, demos con corazón alegre y generoso sin
buscar el poder a cambio; no necesitamos controlar, manejar ni
influir. De gracia recibimos, demos de gracia.
En el libro de los Hechos vemos que el dar generoso de la Iglesia
primitiva rompió ese círculo mediante el cual los benefactores
dictaban sus condiciones a los pobres y desvalidos. Los primeros
cristianos utilizaron el dinero, no como un medio de control, sino
como un instrumento de amor. Toda treta sutil había desapare­
cido, y cuando alguien intentaba “comprar el poder”, tal acción se
revelaba como pecado y se remediaba (Hechos 5:1-11). Lo mismo
deberíamos hacer nosotros.
Como discípulos rechazamos la capacidad manipuladora del
dinero; nos negamos a utilizar este último para lograr posición
con malas artes o ganarnos el favor de otros; no estamos dispuestos
a usarlo como medio de influencia, ni para endeudar a nadie con
nosotros mismos; rechazamos el empleo del dinero para fines ma­
los, y lo apoyamos para fines buenos.
Nuestros pastores y otra gente necesitan saber que les apo­
yamos fielmente, aunque hagan ó digan cosas que no nos gustan.
De este modo serán estimulados a cumplir su ministerio profètico;
si no vacilarían en proferir palabras impopulares o en adoptar
programas que no cayeran bien por miedo a debilitar económi­
camente la obra. Ellos han de saber que nuestras ofrendas no
están determinadas por el último sondeo de opinión, y que no
tomaremos a la iglesia como rehén porque discrepemos de tal o
cual decisión.
Puede, naturalmente, que se de el momento en el cual hayamos
de retener nuestra contribución económica a causa de una preo­
cupación sincera por el camino que está tomando la iglesia local;
pero eso es algo totalmente distinto: lo normal es dar liberalmente
sin dirigir por ello la manera en que se gasta el dinero. Imagino
que la viuda pobre podría haber pensada en un sinfín de razones
68 / Dinero, sexo y poder

para no echar su óbolo en el tesoro del templo; sin embargo lo hizo,


y Jesús alabó su acción (Marcos 12:41-44).
En quinto lugar, démonos con corazón alegre y generoso a np-
sotros mismos alígual que nuestro dinero: “A sí mismos se dieron
primeramente”, declaró Pablo (2 Corintios 8:5); lo mismo tenemos
que hacer nosotros.
Alguien que conozco, y que siempre ha dado de sus recursos
económicos generosamente, está tratando ahora de dar más de sí
mismo. Ese hombre llegó a la conclusión de que necesitaba un lazo
personal más íntimo con los pobres; de manera que, en vez de
simplemente mandar cheques a organizaciones que trabajan entre
ellos, decidió comprometerse con una familia. Dicha familia ha
tenido poca estabilidad a lo largo de los años por causa de la droga
y de problemas relacionados con ella; sin embargo, gracias a la
ayuda de mi amigo, el esposo ha sido capaz de conseguir un trabajo
y ese hogar ha aprendido a vivir con un presupuesto mensual y
un menú semanal. Mi amigo se reúne con la familia todas las
semanas para repasar con ellos su presupuesto y evaluar sus me­
tas. También ha tenido que invertir algunos de sus propios recur­
sos en esa familia (algo que no se deduce de los impuestos). Esa
forma de dar es mucho más costosa que el escribir un cheque; no
obstante, el darse a uno mismo junto con su dinero puede producir
unos resultados extraordinarios.
Otra persona que conozco ha utilizado sus recursos para es­
tablecer una compañía cinematográfica, una editorial y un semi­
nario cristianos. Esos proyectos exigen una cantidad tremenda de
su tiempo y de su energía; pero lo hace porque quiere darse a sí
mismo a la vez que su dinero.
«Esos dos ejemplos pueden parecemos más de lo que la mayoría
de nosotros tenemos posibilidad de hacer; pero no se trata sino de
formas simples y humildes de darse a uno mismo. En el libro de
los Hechos leemos acerca de Tabita, quien hacía vestidos para las
viudas de su pueblo; Lucas la describe como alguien que “abun­
daba en buenas obras y en limosnas” (Hechos 9:36-43). Quizá
también nosotros podemos descubrir formas de darnos a nosotros
mismos supliendo las necesidades de aquellos que nos rodean, a
fin de que abundemos igualmente en buenas obras y limosnas.
En sexto lugar^busquemos, con corazón alegre y generoso, con­
sejeros que puedan ayudarnos en nuestro dar.4 El buscar a los
mejores expertos disponibles para guiarnos en cuanto a nuestros
donativos en metálico, ofrendas aplazadas, testamentos, dones
planeados, de manera que veamos nuestro patrimonio en pers­
pectiva, es una señal de mayordomía responsable. Eso puede ha­
El voto de sencillez / 69

cerse de manera informal —asistiendo a estudios bíblicos o rea­


lizando visitas ocasionales—, o formalmente contratando un
asesor financiero.
Aquí conviene hacer una advertencia: la mayoría de los ase­
sores financieros son, por temperamento y espíritu, de orientación
conservadora y técnica. Su conocimiento profesional del mundo
del dinero resulta de vital importancia, pero para un cristiano los
hechos y las cifras nunca pueden tener la última palabra; a lo
largo de todo el proceso se necesita un espíritu libre y liberado.
Muy pocos abogados y expertos en inversión —incluso aquellos de
orientación cristiana— comprenden la naturaleza espiritual del
dinero o la actitud de despreocupación confiada que debe carac­
terizar nuestra vida; por eso, aunque podemos estar agradecidos
por su asesoramiento y consejo, no debemos dejarnos atar por el
mismo.
Recuerde que el hacernos tesoros en el cielo constituye una
importante inversión financiera; de modo que como en cualquier
otra empresa seria debemos tratar de actuar de la mejor manera
posible. En el transcurso de nuestros años laborales la mayoría
de nosotros veremos pasar por nuestras manos grandes cantidades
de dinero, y como mayordomos tenemos la responsabilidad de uti­
lizar esa abundancia de maneras que puedan reportar el mayor
beneficio para Cristo y para su reino. Cada uno de nosotros tendrá
que establecer sus propias prioridades a fin de invertir en el reino
y los consejeros pueden ayudarnos a ello.
Con estos comentarios no quiero, ni por lo más remoto, des­
preciar el uso del dinero en servicio de la propia familia. ¡Muy al
contrario! pienso que una de las mejores inversiones que puedo
hacer para ayudar a extender el reino de Dios sobre la tierra es
en mis propios hijos; las experiencias enriquecedoras que ensan­
chan su perspectiva y sensibilizan sus espíritus suponen una in­
versión valiosa.
En séptimo lugar, hagamos testamentos solícitos que expresen
nuestro interés por el reino de Dios.
Es comprensible que la gente dude en cuanto a redactar su
última voluntad: ésta nos recuerda a gritos nuestra condición de
seres finitos y especifica los recursos que tenemos —realidades que
la mayoría de nosotros quisiéramos evitar—; pero el no hacer tes­
tamento habla de una mayordomía pésima. Nuestra negación de
la riqueza que tenemos ha sido tan constante y total que la ma­
yoría de nosotros nos quedaríamos asombrados al ver los recursos
que seríamos capaces de poner a disposición del mundo una vez
que nos graduáramos aquí y pasásemos al cielo. Digo “seríamos
70 / Dinero, sexo y poder

capaces”, porque sin una última voluntad esos recursos se perde­


rán para la obra de Dios. De manera que, si usted no ha hecho
testamento, consiga una entrevista para redactar uno antes de
acabar este capítulo; no se excuse diciendo qué usted es demasiado
joven para morir o que no tiene el dinero suficiente para cambiar
nada. Una y otra afirmaciones son falsas, de manera que redacte
de inmediato su última voluntad.
La iglesia podría prestar un inmenso servicio con sesiones ins-.
tructivas acerca de cómo manejar este asunto, ya que constituye
el mejor ambiente posible para enfrentar tanto el hecho de nuestra
riqueza como el de la inminencia de la muerte. Además, podrían
ser contestadas muchas preguntas en un contexto cristiano. Por
ejemplo: ¿Debo dejar todos mis bienes a mis hijos, o sólo un por­
centaje de los mismos? ¿Qué organizaciones podría incluir en mi
testamento a fin de contribuir mejor al avance de la causa de
Cristo? ¿Existen maneras de dar a los pobres cuando esté muerto
y qué no puedo emplear mientras vivo?
En nuestro testamento Carolina y yo hemos incluido a nues­
tros hijos, pero también algunas instituciones educativas, orga­
nizaciones misioneras y de socorro, e iglesias. Muchas otras per­
sonas han hecho más, y algunas incluso han dejado un testimonio
intangible. Patrick Henry, por ejemplo, escribió en su última vo­
luntad que en caso de que no hubiese dejado nada en términos de
riquezas terrenas, si había legado a sus herederos la fe en Jesu­
cristo, eso les convertía en la gente más rica. Y luego añadía que
si por el contrario, les dejaba toda la opulencia del mundo pero no
la fe en Jesús, dichos herederos serían las personas más indigentes
de todas.
Créame, por favor, no hay que temer a los testamentos: uno
puede ayudar a tantos con tan poco esfuerzo, que no concibo nin­
guna razón válida para posponer su redacción.
El dar constituye un alegre y generoso ministerio al que todos
somos llamados. En tiempos de persecución los cristianos dan su
vida; en tiempos de prosperidad el fruto del trabajo de las mismas.
William Law dijo acerca de la comunión de los primeros cristianos
que éstos “transformaban con gozo todos sus bienes en una co­
rriente continua de caridad”.5 ¡Qué maravilloso sería que se pu­
diera decir lo mismo de nosotros!
Mientras aprendemos y crecemos en el ministerio del dar,
quiero dejar una palabra de advertencia: al igual que el garran-
chuelo, el amor al dinero tiene la propiedad de volver a echar
raíces en nuestro corazón. Cuando pensamos que lo hemos destro­
nado y convertido en un siervo obediente, de repente se subleva e
El voto de sencillez 171

intenta dar un golpe de estado. El dinero parece tener en el fondo


una naturaleza rebelde.
A lo largo de los años, mi amigo Don (nombre ficticio para
proteger la identidad) ha tenido un ministerio eficaz con el dinero
—ganándolo y dándolo—. Hace algún tiempo, decidió hacer de su
dar una empresa capital: compraría un terreno, digamos, por cinco
mil dólares y más tarde lo revendería, tal vez, por unos diez mil;
de esa manera podría dar el doble. Don estaba administrando di­
nero para el mayor beneficio de Cristo y de su reino.
No obstante, con el tiempo, mi amigo notó que empezaba a
cautivarle una mentalidad inversionista —una especie de codicia
para el reino—. Su sentimiento bondadoso de compartir empezó
a secarse, dejando paso a una forma de dar utilitaria; además de
lo cual, el tener que dar las ganancias de un capital invertido a
largo plazo significaba que había de retener la propiedad por lo
menos un año. Según me dijo Don: “En el año de espera uno co­
mienza a apegarse al dinero.” Mi amigo todavía está luchando con
la esterilidad espiritual resultante de aquel proceso.
Don empezó su ministerio con las intenciones más encomia-
bles, y afortunadamente tiene un espíritu lo suficientemente sen­
sible como para reconocer cuando el poder del dinero se está rea­
firmando en su vida. Todos necesitam os ser advertidos y
capacitados de antemano al entrar en este peligroso ministerio.
El amor al dinero —Mamón— es veneno, y como el veneno sola­
mente constituye una bendición si se utiliza adecuadamente y con
gran cuidado.

LOS NIÑOS Y EL-DINERO


Los discípulos de Cristo no podemos eludir la tarea de enseñar
a nuestros hijos, y a los niños de nuestra congregación respecto al
dinero; no podemos esconderlos del mismo, ya que éste impregna
la atmósfera del mundo en el que viven. A algunos padres puede
parecerles embarazoso hablar a sus hijos del sexo; pero esto no es
comparable con lo que nos cuesta confrontar abiertamente el
asunto del dinero.
La verdad, naturalmente, es que —lo queramos o no— ense­
ñamos a nuestros hijos acerca del dinero. Nuestra misma renuen­
cia a hacerlo constituye ya una enseñanza: el contenido de dicha
enseñanza lo componen nuestra manera de ser y las transacciones
cotidianas ordinarias que hacemos. Nuestros hijos recibirán de
nosotros una actitud global en cuanto al dinero.
72 / Dinero, sexo y poder

¿Debo temer al dinero?


¿Debo amarlo?
¿Debo respetarlo?
¿Debo odiarlo?
¿Debo usarlo?
¿Debo tomarlo prestado?
¿Debo presupuestarlo?
¿Debo sacrificarlo todo para conseguirlo?
Los niños reciben la respuesta a estas preguntas y a muchas
más observándonos. Albert Schweitzer comentó en una ocasión:
/ “Sólo hay tres formas de enseñar a un niño: la primera es con el
Lsjemplo; la segunda con el ejemplo; y la tercera con el ejemplo.”6
Si estamos libres del amor al dinero, nuestros hijos lo perci­
birán; si nuestra respuesta automática al mismo es la aprensión,
les enseñaremos a preocuparse por él y a tenerle miedo.
Los niños necesitan instrucción tanto sobre la cara sombría del
dinero como» sobre la cara agradable; si no, el enseñarles a hacer
un presupuesto y a extender cheques es de pocó valor.
No resulta difícil instruir a nuestros hijos acerca de la cara
agradable del dinero: ellos aprenden rápidamente la capacidad
que éste tiene para proporcionarles muchas cosas buenas. Les en­
señamos también a reconocer que el dinero puede suponer una
bendición para otros; les damos trabajos que hacer; les asignamos
una cantidad fija para sus gastos; les enseñamos a diezmar y a
ahorrar; los orientamos en cuanto a cómo usar su dinero sabia­
mente. . . Poco a poco, a medida que aprenden a manejarlo con
responsabilidad, vamos dándoles más control y libertad respecto
al mismo. Estas cosas, y muchas otras, constituyen el programa
de nuestra enseñanza acerca de la cara agradable del dinero.
Sin embargo, la instrucción en cuanto a su cara sombría re­
sulta más difícil: para los niños el poder de comprar es casi una
responsabilidad mayor de la que pueden soportar. Los pequeños
pertenecientes a ambientes pobres conocen lo malo que es tener
muy poco dinero, y no pueden imaginarse que el poseer demasiado
conlleve algo maligno. Mientras tanto, los niños de ambientes ri­
cos experimentan un tremendo poder humillándo a sus amigos
menos afortunados, sin sospechar que ellos mismos son igual de
infelices; la misma idea de que el dinero pueda ser una fuerza
espiritual que intenta esclavizar a la gente les parece ridicula.
Pero debemos enseñarles. Más aun, hemos de orar porque sean
liberados de ser dominados por el dinero. No se trata de un asunto
sin importancia: el dinero es algo más que una “cosa”, constituye
un poder. Desde el momento en que exponemos a nuestros hijos
El voto de sencillez 173

al dinero —lo cual es inevitable— deberíamos orar pidiendo pro­


tección para ellos; y también enseñarles.
Cuando los niños se pelean por el dinero, podemos utilizar la »
ocasión para ayudarles a ver el poder que éste tiene; asimismo
tenemos la posibilidad de enseñarles lo que es la verdadera po­
breza y de asistirlos en la consideración de las causas de desi­
gualdad en el mundo.
Por medio de nuestra palabra y actuación podemos inculcarles
que el dinero no es algo ni respetable ni vil: no lo honramos, pero
tampoco lo despreciamos. El dinero es útil, incluso necesario, pero
no debemos estimarlo ni admirarlo. En resumen, hemos de tratar
de enseñar a los niños a usar el dinero sin servirle (Mateo 6:24;
Lucas 16:9).
Sin embargo, resulta difícil hacer ver a los pequeños esta di­
ferencia, ya que hay muy pocos adultos que la conocen. Vivimos
en una época en la cual el control y la disciplina debidos sobre la
propia vida se comprenden tan poco que lo único que tiene sentido
para la mente moderna es la obsesión o la abstinencia: o recha­
zamos una cosa por completo o la aceptamos sin reservas; por eso
el dogmatismo es tan popular en nuestros días —ya sea en la
religión, la política o la economía.
Es precisamente esto mismo lo que hace tan imperioso para
nosotros el enseñar a los niños el uso sin abuso de todas las cosas
de la vida. Con el ejemplo les mostramos que es bastante posible
ver un sólo programa de televisión y lúego apagar el receptor;
comer lo necesario para estar saludable y después parar; disfrutar
de la buena música y seguidamente experimentar el silencio.
Cuando los niños ven en nosotros que es posible ejercer dominio
sobre las pasiones humanas, entonces podemos transmitirles la
noción de que el dinero es un siervo y no un señor; lo cual cons­
tituye el primer paso —pero sólo el primero—. Todavía hay mucho
más que enseñarles.
Los niños necesitan saber, por ejemplo, cómo ejercer autoridad
sobre el poder espiritual del dinero, y nosotros hemos de ayudarles
a dar respuesta a numerosas preguntas: ¿Cuáles son las acciones
que derrotan al egoísmo? ¿Cómo se puede orar con eficacia contra
la codicia? ¿De qué manera puede uno liberar el espíritu de ge­
nerosidad y compasión?
Pero sobre todo, tenemos que enseñar a los niños a profanar el
dinero sin por ello desecharlo. Aprendamos a reírnos de la pía
religiosidad de éste; violemos sus santuarios sagrados. . . ¿Cómo?
Una forma de hacerlo es despreciando y rechazando por completo
esa propaganda de que “cuanto más se poseé, mejor”. Aquí es,
74 / Dinero, sexo y poder

realmente, donde como padres hemos de pelear la batalla: los ni­


ños tienen la tendencia a pensar que si un juguete produce satis­
facción, dos o tres proporcionarán mucha más; sin embargo, no­
sotros sabemos que eso no es necesariamente cierto. En ese aspecto
debemos ser inflexibles, y considerar un “No” como una buena
respuesta. Hemos de aprender a decir “¡Basta!” —tanto a nosotros
mismos como a nuestros hijos—. Compramos algo cuando lo ne­
cesitamos, no por el mero hecho de desearlo; nuestros niños tienen
que aprender a ver la diferencia.
El dinero no merece nuestro respeto, sino nuestra batalla para
conquistarlo en el poder del Espíritu: una vez derrotado y conver­
tido a la causa de Cristo podemos utilizarlo sin estar a su servicio.

LA GENEROSIDAD, LA MAGNANIMIDAD Y EL “SHALOM”


L axara sombría del dinero conduce inevitablemente a la co­
dicia, ésta a la venganza, y la venganza, por último, a la violencia.
Por otra parte, su cara agradable lleva de manera forzosá a la
generosidad, la magnanimidad y el “shalom”.7
La pregunta moral de nuestro tiempo es cómo pasar de la co­
dicia a la generosidad, de la venganza a la magnanimidad, y de
la violencia al “shalom”. El voto de sencillez señala el camino: la
sencillez nos proporciona la perspectiva y el estímulo necesarios
para resistir a la codicia, la venganza y la violencia, y nos suple
el marco apropiado para experimentar la generosidad, la mag­
nanimidad y el “shalom”. Como expresara San Francisco de Sales:
“Te recomiendo la santa sencillez.. . . En todo, ama la sericillez.”8
S E G U N D A PARTE:
■ EL S E X O ■

6. El sexo y la espiritualidad
L a sexualidad y la espiritualidad son am igas, no adversarias.
—DONALD GOERGEN

Una de las grandes tragedias de la historia del cristianismo ha


sido el divorcio que se ha hecho entre el sexo y la espiritualidad;
y esto es aun más lamentable debido a la visión altamente gozosa
que tiene la Biblia de la sexualidad humana. Examinemos la cues­
tión a través de algunas de las ventanas de la Escritura que dan
a la misma.

VARON Y HEMBRA
En el primer capítulo del Génesis tenemos un comentario breve
pero magnífico sobre el significado de la sexualidad humana. La
narración empieza majestuosamente con la creación dél universo
por parte de Dios por medio de la palabra; y ese 'universo que El
crea es bueno, bueno en gran m an era... (Por favor, dejemos esto
claro de una vez por todas: el mundo material es de Dios y no hay
que despreciarlo. Necesitamos urgentemente recuperar una doc­
trina de Dios como Creador y de su creación como algo bueno,
bueno en gran manera.)
Los seres humanos representan la culminación de la creación
divina. En términos sencillos, pero nobles, se nos dice que el hom­
bre es distinto de todas las demás criaturas ya que lleva la imago
Dei: la imagen de Dios. Fíjese lo íntimamente relacionada que
está nuestra sexualidad humana con esa imago Dei: “Y creó Dios
al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra
los creó” (Génesis 1:27, itálicas del autor). Por extraño que pueda
parecer, nuestra sexualidad —nuestra condición de varón y mu­
jer— está de algún modo relacionada con el que hayamos sido
hechos a la imagen de Dios.
75
76 / Dinero, sexo y poder

Karl Barth fue el primer teólogo importante que nos ayudó a '
ver las implicaciones de esa tremenda confesión de la Escritura:
la de que la sexualidad humana tiene su fundamento en la imago
Dei. Barth arrojó luz sobre el hecho de que en el centro de lo que
pignifica estar creados "a imagen de Dios” se encuentran las re­
laciones; y que la relación entre varón y mujer constituye la ex­
presión humana de nuestra relación con Dios.
La sexualidad del hombre —nuestra condición de varón o mu­
jer— no es simplemente una ordenación accidental de la especie,
ni una mera forma conveniente de perpetuar la raza humana, sino
algo central a .nuestra verdadera humanidad: existimos en una
relación de varón y mujer. El hecho de ser individuos sexuados,
de tener la capacidad de amar y ser amados, está íntimamente
ligado a nuestra creación a imagen de Dios. ¡Qué concepto tan
elevado de la sexualidad humana!
Fflese también en que el énfasis de la Biblia sobre las relacio­
nes nos ayuda a ampliar nuestra comprensión de la sexualidad
del hombre y de la mujer. El problema de la literatura pornográ­
fica de nuestros días no es que destaque demasiado la sexualidad,
sino que no lo hace lo suficiente; elimina totalmente la relación y
limita el sexo a los estrechos confines de lo genital. Estas cosas
han convertido la sexualidad en algo trivial.
¡Cuánto más rica y plena es la perspectiva bíblica acerca del
sexo! Cosas tales como charlar mientras se toma café, hablar de
un buen libro, contemplar juntos la puesta del sol, constituyen
manifestaciones sexuales de la mayor calidad, ya que varón y
mqjer gozan de una relación íntima. Por demás está decir que, el
sexo genital forma parte dél cuadro completo; pero la sexualidad
humana es una realidad mucho más amplia que el mero coito.

DESNUDOS SIN AVERGONZARSE


Dios creó todas las cosas dando la orden, menos al ser hu­
mano.* Para hacer a Adán, sin embargo, tomó del polvo de la
tierra y sopló vida en él (Génesis 2:7); esa unión de polvo y aliento
divino nos proporciona una de las mejores descripciones de la na­
turaleza humana. Dios no habló e hizo que Eva existiera como si
se tratase de una parte de la creación material desligada del hom­
bre, sino que utilizó la costilla de Adán para subrayar su inter-

* Karl Barth piensa que el segundo relato de la creación (Génesis 2:18-25) tiene
como propósito fundamental completar el tema de nuestra creación como hombre
y mqjer; es decir, que en cierto sentido es un comentario de Génesis 1:27.
i
El sexo y la espiritualidad 177
i ■ !! :
I
,

dependencia: “Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi


carne”, como expresó Adán. Ambos entretejidos, interdependien-
tes, entrelazados... sin fiera rivalidad, sin luchad por quedar el
uno por encima del otro jerárquicamente, sin autonomía indepen­
diente... ¡Qué cuadro tan hermoso! I i
Seguidamente se nos refiere la confesión de fidelidad pactada
que establece el modelo para un matrimonio maduro: |“Por tanto,
dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer,
y serán una sola carne” (Génesis 2:24). Se trata eii verdad de una
declaración extraordinaria. Dada la cultura fuertémeijite patriar­
cal de entonces, resulta auténticamente asombros^ que un escritor
bíblico hablase del hombre “dejando” y “uniéndose”; luego la Es­
critura describe esa unión como el hecho de ser “una sola carne”
—una frase a la que Jesús, en su enseñanza, otorgó profundidad
y riqueza.
Por último, la escena acaba con el comentario más grato de
todos: “Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se aver­
gonzaban” (Génesis 2:25). Aquí tenemos un cuadro idílico de dos
seres cuya sexualidad estaba integrada en la totalidad de sus vi­
das. No sentían vergüenza porque estaban completos: existía una
unidad orgánica en el interior de sí mismos y con el resto de la
creación. Lewis Smedes ha escrito al respecto: “Hay dos situacio­
nes en las cuales la gente no siente vergüenza: la primera es en
un estado de cabalidad o plenitud; la segunda en un estado de
ilusión.”1 Desnudos y sin avergonzarse: ¡qué magnífico cuadro!
¿Se ha dado cuenta usted de que el erotismo sin vergüenza
existía antes de la caída? No fue la caída lo que creó el eros; sim­
plemente lo pervirtió. En el relato de la creación vemos al hombre
y a la mujer atraídos el uno hacia el otro, desnudos y sin ninguna
clase de vergüenza. Ellos saben que su masculinidad y feminidad
son obra de Dios, al igual que su afecto apasionado. También las
diferencias que existen entre ellos les unen: son varón y mujer,
pero al mismo tiempo una carne. ¿Por qué deberían sentir ver­
güenza cuando los dos gozan de una relación y están enamorados?
Ha sido Dios quien ha creado su sexualidad.
Todos conocemos el trágico final de la historia: la forma en que
el hombre y la mujer rechazaron la voluntad de Dios. El veneno
de aquella caída lo envenenó todo: rompió la relación de Adán y
Eva con Dios e incluso estropeó su matrimonio. El lenguaje de la
maldición dice a la mujer: “. . . tu deseo será para tu marido y él
se enseñoreará de ti” (Génesis 3:16b). Jamás debemos olvidar que
la dominación de las mujeres sobre los hombres, que llena las
páginas de nuestros libros de historia y los acontecimientos ac­
78 / Pinero, sexo y poder

tuales, no forma parte de la creación original de Dios, sino que es


consecuencia de la caída —de ahí la tensión, el conflicto, la jerar­
q u ía .. . —. Como David Hubbard ha señalado, desde la caída “la
vida humana ha vacilado entre la feminidad codiciosa que compite
con el hombre y el ciego dominio de éste sobre la mujer, que de­
grada la personalidad y destruye el compañerismo”.2
Como expresa Karl Barth, el resultado para la sexualidad hu­
mana ha sido la vacilación entre, por un lado, un erotismo perverso
y por otro, una ausencia maligna de erotismo. ¡Qué trágico! Sin
embargo, el testimonio cristiano es que con la llegada del reino
somos capacitados (en cierta medida) para entrar en el paraíso de
Dios, atravesando'la espada de fuego, y vivir en una relación eró­
tica restaurada.* En Cristo afirmamos nuestra plena sexualidad,
y mediante el poder del Evangelio nos apartamos de sus perver­
siones.

EXALTACION DEL AMOR


Si el libro de Génesis afirma nuestra sexualidad, el Cantar de
los Cantares la exalta. Karl Barth calificó este último de comen­
tario desarrollado de Génesis 2:25: “Y estaban ambos desnudos,
Adán y su mujer, y no se avergonzaban.” Y ciertamente lo es; en
nuestra Biblia no hay nada comparable a su pródiga exaltación
de la sexualidad humana. El mismo hecho de que se encuentre en
la Escritura es un elegante testimonio de la negativa hebrea a
trocear la vida dividiéndola en cosas sagradas y cosas seculares.
¡Qué maravillosa ventana al eros constituye el Cantar de los
Cantares de Salomón y así es como debiera ser. En él encontramos
sensualidad sin libertinaje, pasión sin promiscuidad sexual, amor
sin lu ju ria... Permítame realzar cuatro grandes temas de este
libro: El primero de ellos es la intensidad del amor. El cantor se
extiende, añadiendo superlativo a superlativo, para demostrar la
profusión de su sentimiento. La mujer profiere: “Sustentadme con
pasas, confortadme con manzanas; porque estoy enferma de amor”
(Cantares 2:5).
. En otro momento, el cantor describe a la mujer en la cama
anhelando a su amante. Se levanta luego ella a media noche y
* Cuando añado “en.cierta medida” es porque reconozco lo complejo y trágico de
Ja situación humana. Aunque el reino de Dios ya está aquí, no lo está del todo.
En muchos aspectos de nuestra vida hemos experimentado el toque redentor de
Dios; pero otras se hallan todavía intactas, y es necesario que vivamos con la
esperanza de una salvación continua del Señor. Esto resulta tan cierto para nues­
tra sexualidad como para cada una de las otras actitudes nuestras.
El sexo y la espiritualidad / 79

vaga por las calles desiertas buscando “al que ama mi alma” (3:2);
e incluso aborda a los guardas, rogándoles que le hagan! saber el
páradero de su amado. Finalmente exclama: “Hallé! luego ál que
ama mi alma; lo así, y no lo dejé, (3:4). Una hermosa introducción
a la intensidad del amor —se trata en verdad del eros libre de
toda vergüenza. i 1
Pero junto a la intensidad del amor necesitamos percibir tam­
bién su control: aquí no hay ninguna orgía vulgar, ningún ma­
noseo, ni golpes. . . El amor es demasiado elevado, la relación se­
xual demasiado profunda para semejante lascivia y avidez.
En el capítulo 8, la mujer recuerda lo que sus hermanos decían
de ella cuando era niña: “Tenemos una pequeña hermana, que no
tiene pechos” —es decir, que aún no ha madurado—. “¿Qué ha­
remos a nuestra hermana cuando de ella se hablare? Si ella es
muro, edificaremos sobre él un palacio de plata; si fuere puerta,
la guarneceremos con tablas de cedro” (8:8, 9). Esencialmente, lo
que sus hermanos preguntaban con actitud protectora, era: “¿Ha
sido nuestra hermana un “muro”? ¿Se ha mantenido pura? ¿Ha
controlado sus pasiones eróticas reservándose para su leal y per­
manente esposo? ¿O ha sido una “puerta”, violada poi sus amantes
temporales?” ' ! !
La mujer, plenamente madura, anuncia a su amado: “Yo soy
muro, y mis pechos como torres” (8:10). No había cedido a pasiones
desenfrenadas. I
También el hombre sabía lo que era dominarse. Én el capítulo
6 recuerda las numerosas oportunidades que había tenido de de­
mostrar su habilidad sexual. Tal vez utilizando un poco de hipér­
bole hebraica, menciona sesenta reinas, ochenta concubinas y
“doncellas sin número” que hubieran podido ser suyas, y a las que
sin embargo dijo “No” porque él pertenecía a su amada (6:8).
En el Cantar de los Cantares, el amor también es refrenado
en el sentido de que no se deja apresurar. Esto lo capta bien el
coro que se repite a lo largo de todo el libro: “Yo os conjuro, oh
doncellas de Jeru salén .. i . Que no despertéis ni hagáis velar al
amor, hasta que quiera” (3:5; 5:8; 8:4). Y si para el antiguo Israel
era importante oir ese consejo de paciencia y dominio, ¡cuánto más
lo será para nuestra sociedad, que incluso de los niños hace sím­
bolos sexuales!
¡Qué hermosa combinación: intensidad y control! Se exalta la
pasión erótica, pero al mismo tiempo se le da un carácter exclu­
sivo. Ningún pasaje ilustra esto mejor que la escena nupcial: el
hombre describe a su amada como “huerto cerrado . . . fuente se­
llada” (4:12). Ella ha dicho “No” a las relaciones sexuales capri-
80 / Dinero, sexo y poder

chosas y ha guardado su huerto cerrado. Pero entonces llegamos


a la noche de bodas, cuando la mujer exclama: “Levántate, Aqui­
lón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas.
Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta” (4:16). El
amor y su intensidad... el amor y su control.
Un tercer tema que se halla entretejido a lo largo de todo el
Cantar de los Cantares es la reciprocidad del amor. En ninguna
parte de este libro encuentra uno la insípida historia del hombre
actuando y la mujer realizando un papel pasivo. Muy al contrario:
¡Ambos están intensamente implicados! ¡Ambos inician! ¡Ambos
reciben! Pareciera que aquella maldición del dominio del hombre,
resultante dé la caída, hubiera sido superada por la gracia de Dios.
- Incluso la estructura literaria del Cantar de los Cantares re­
salta qué el amor es recíproco: el hombre habla, la mujer habla,
< ; el coro canta su estribillo. Existe un diálogo sincero. La mujer es
franca y no muestra vergüenza en sus expresiones de amor y de
pasión: “Mi amado es para mí un manojito de mirra, que reposa
entre mis pechos”. .. . “Mi amado es semejante al corzo, o al cer­
vatillo” (1:13; 2:9).
- j¡n Génesis se nos habla únicamente de la atracción que Adán
sentía por Eva; pero aquí el acento está puesto en la mutua fas­
cinación de los amantes: ambos dan y reciben continuamente en
el acto del amor; ese acto es recíproco.
El último tema al que haremos referencia es la permanencia
del amor. Aquí no vemos nada de promiscuidad sexual, nada de
salir corriendo cuando vienen las facturas de cobro que pagar y el
aburrimiento. Hacia el final del libro, la mujer exclama:
: Ponme como un sello sobre tu corazón,
. como una marca sobre tu brazo;
Porque fuerte es como la muerte el amor;
Duros como el Seol los celos;
Sus brasas, brasas de fuego, fuerte llama.
' ' Las muchas aguas no podrán apagar el amor,
Ni lo ahogarán los ríos.
Si diese el hombre todos los bienes
de su casa por este amor,
De cierto lo menospreciarían.
(8:6; 7)
El amor de ellos es continuo y fuerte; trasciende las fluctua-
í ciones frío-caliente de la pasión erótica; es tan fuerte como la
muerte; y no puede ser comprado a ningún precio. Ciertamente
esas palabras de fidelidad y permanencia nos recuerdan el himno
El sexo y la espiritualidad / 81

al amor del apóstol Pablo en 1 Corintios 13: “El amor nunca deja
de ser.” ¡ I
¡Qué reveladora es esta palabra de la permanencia del amor!
David Hubbard comenta al respecto: “La lealtad descrita en Can­
tares debería recordarnos que no hay salida de esa situación; no
existe cuerda de desgarre del que tirar, ni asiento proyectable que
accionar. Están juntos en la misma, ligados el uno al otro para
siempre por un pacto de lealtad.”3
¡Qué ventanas tan maravillosas a la sexualidad humana son
la intensidad, el control, la reciprocidad y la permanencia del
amor!

JESUS Y LA SEXUALIDAD
Volvamos ahora nuestra atención a la actitud afirmativa de
Jesús respecto de la sexualidad. En realidad contamos con muy
poca enseñanza directa suya sobre el tema; sin duda alguna, y
principalmente porque su doctrina formaba una unidad orgánica
con las ideas del Antiguo Testamento y no veía la necesidad de
tratar éstas en más detalle. Sin embargo, lo que dijo y que ha
llegado hasta nosotros subraya el alto concepto que tenía el Señor
de la sexualidad y el matrimonio.
La visión de Jesús acerca del sexo era muy elevada. Los escri­
bas y los fariseos enseñaban que mientras uno se mantuviera
alejado del adulterio todo iba bien; pero, más allá de las exterio­
ridades de la ley, el Señor veía el espíritu en el que la gente vivía:
“Pero yo os digo” —expresó-^ “que cualquiera que mira a una
mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo
5:28).
La lujuria produce un mal acoplamiento sexual; ya que niega
la relación y convierte al otro en un objeto, una cosá, algo imper­
sonal. .. Jesús condenó la lujuria porque rebajaba el sexo, po­
niéndolo a un nivel inferior a aquel para el cual había sido creado.
El Señor consideraba la sexualidad como algo demasiado bueno,
demasiado alto, demasiado san to ... para desecharse por pensa­
mientos baratos. I
Jesús evidenció asimismo un alto concepto del matrimonio.*
En Mateo 19 vemos a los fariseos tendiéndole una trampa para
envolverlo en el feroz debate de su tiempo acerca de lás causas
legítimas de divorcio. La respuesta del Señor consistió en una
:■ | ¡
* Jesús dio también un lugar válido al celibato. Este aspecto de su enseñanza lo
estudiaremos en el capítulo 7. 1
84 / Dinero, sexo y poder

hayan pasado tan a menudo por alto el erotismo exento de ver­


güenza que encontramos en el relato de la creación y el gozo sen­
sual del Cantar de los Cantares. Es triste que hayamos torcido
con tanta frecuencia el apoyo que el Nuevo Testamento da al sexo
y al matrimonio transformándolo en una negación de nuestra pro­
pia sexualidad. Debemos volver a una actitud más bíblica y cris­
tiana respecto a ambas cosas.

SEXUALIDAD PERVERTIDA
Aunque la Biblia exalta nuestra sexualidad, también hace ad­
vertencias en cuanto a la misma.* De este lado de la caída vemos
a menudo dicha sexualidad oscuramente, como por espejo. La ta­
rea de los cristianos consiste en avanzar cuidadosamente hacia
una sexualidad sana por encima de las perversiones sexuales. El
pecado ha pervertido el sexo de muchas maneras.
La pornografía constituye una perversión de la sexualidad, y
el hecho de que no pueda definirse en términos absolutos no de­
bería opacar su existencia. Hay una enorme diferencia entre las
figuras desnudas de la Capilla Sixtina y aquellas de una revista
“pomo”; esto es algo que cualquier persona razonable discierne.
Lewis Smedes expresa: “La pornografía es dañina porque hace del
sexo algo trivial, sin interés y aburrido.”9 A medida que el arte y
la literatura se acercan más a la pornografía, separan más nuestra
sexualidad de la gama completa de actividades y sentimientos
humanos. En la pornografía contemplamos una sexualidad trun­
cada a la que sólo le preocupa lo físico como actividad lasciva y
ejercicio deshumanizante de poder sobre otros. El arte pornográ­
fico rebaja y deshumaniza a la persona; el arte verdadero, por su
parte, la eleva y la ennoblece.
; Una de las características del negocio pornográfico es que crea
un mundo de fantasía: las sesiones fotográficas con modelos po­
sando y el milagro del offset pueden cubrir una multitud de de­
fectos. La película pulida, con sus excitaciones cuidadosamente
empaquetadas, es capaz de hacer que una relación matrimonial,
que de otro modo sería saludable, parezca en comparación tediosa
y monótona. ¿Qué mujer puede equipararse favorablemente día
tras día a'los voluptuosos senos, las chispeantes sonrisas y las
* Las ideas acerca de la sexualidad en la historia de la iglesia que acabamos de
ver, nacen —por lo menos en parte— de una preocupación por tomar en serio las
advertencias de la Escritura. No obstante, el problema es que el concentrarse
exclusivamente en dichas advertencias produjo una incapacidad para apreciar el
lado bueno y festivo de la sexualidad.
El sexo y la espiritualidad / 85

sensuales piernas que se ven hoy en la pantalla? ¿O qué hombre


igualar los abultados bíceps y los cuerpos curtidos por el sol que
aparecen en los medios de comunicación?
La respuesta es que ninguno puede —ni siquiera los mismos
que protagonizan la farsa—. Se trata de un mundo de ensueño; de
un engañoso, seductor y artificial mundo de ensueño. Él sexo de
la industria pornográfica es demasiado vistoso, maravilloso, ex­
tático . . . En el mundo real, las relaciones sexuales son una mezcla
de ternura y mal aliento, de amor y de cansancio, de éxtasis y de
desencanto. Cuando la gente le cree a ese mundo imaginario, co­
mienza a mirar despectivamente los defectos de la vida real, y de
hecho a buscar un mundo de fantasía sin esos defectos. Tal engaño
resulta auténticamente destructivo tanto para la sexualidad como
para la espiritualidad verdaderas.
Todo esto es bastante perjudicial; pero tal vez el aspecto más
destructor de la pornografía lo constituyen las formas pervertidas
de poder que presenta. La pornografía “dura” supone mucho más
que excitaciones: es algo violento y morboso, que apela a un poder
brutal, sádico y destructivo.
También la lascivia es una perversión de la sexualidad.
Cuando hablo de lascivia no me refiero a esa mirada casual, ni
tampoco a ese pensamiento fugaz que atraviesa nuestra mente;
sino a un estado de perpetua agitación sexual en la persona. La
lascivia no es otra cosa que pasión carnal incontrolada, sin
freno.
El pecado ha pervertido nuestros apetitos sexuales, los cuales
llegan, en ocasiones, a obsesionarnos y consumirnos. He aquí la
manera gráfica en que C.S. Lewis describe la corrupción del ins­
tinto sexual en el hombre: “O veámoslo de otro modo: Es fácil
reunir a gran número de espectadores para presenciar una actua­
ción de cómo una chica se desnuda en un escenario. Ahora bien,
suponga que usted fuera a un país en el cual se pudiera llenar un
teatro sólo con poner en el escenario un plato tapado. Un momento
antes de apagar las luces usted levanta poco a poco la cubierta del
mismo para que todo el mundo pueda ver, que el plato contiene
una chuleta de cordero o un pedazo de tocino; ¿no pensaría usted
que en ese país algo raro le ha pasado a la gente con el apetito por
la comida?”10 j j
Lewis tiene razón: algo raro le ha pasado al ¿petito sexual;.
algo que constituye una terrible carga para algunos, los cuales se
sienten atrapados, atormentados y agobiados por el remordi­
miento. Las piadosas perogrulladas de la religión no son capaces
de ahuyentar esos instintos morbosamente inflamados. Frederick
86 / Dinero, sexo y poder

Buechner, aclamado escritor y ministro presbiteriano, escribió:


“La lascivia es el antropoide que farfulla en nuestros lomos; do­
mémoslo cuanto queramos durante el día, que tanto más se en­
furecerá en nuestros sueños mientras durmamos. Cuando ya cree­
mos estar libres de él, levanta su fea cabeza y sonríe con
presunción; no hay río en el mundo lo bastante frío y poderoso
para abatirlo. Dios omnipotente, ¿por qué has adornado a los hom­
bres con tan repulsivo juguete?”11
Todos podemos identificarnos con la lastimera pregunta de
Buechner; sin embargo, otros lo hacen más profunda y desespe­
radamente. Gritan pidiendo liberación, pero el cielo parece cerrar
sus oídos. Se sienten atormentados por las tentaciones sexuales
día y noche. Rechazan el adulterio por convicción cristiana, pero
son arrastrados a un descolorido voyeurismo para satisfacer sus
ansias interiores; no obstante, esto sólo inflama aun más sus de­
seos —es algo así como hacer pasar a un muerto de hambre por
delante de una panadería—. La indulgencia va seguida de un
sentimiento de culpa y de remordimiento, a los que a su vez su­
ceden una indulgencia y un desasosiego mayores.
Debemos ser tardos en condenar y prontos para escuchar a
todos aquellos atormentados por la lascivia; en nuestra cultura
impregnada de sexo hay grandes tentaciones. La perversión de
nuestra sexualidad y su transformación en lujuria puede seguir
un camino muy enmarañado y tortuoso; sólo por la gracia de Dios
y con el amoroso apoyo de la comunidad cristiana es posible res­
taurar nuestra vida sexual inflamada de lascivia a como debe ser.
Los extraños sesgos y peculiaridades de la sexualidad algunas
veces serpentean por las sendas del sadismo y el masoquismo. El
sádico disfruta causando dolor y el masoquista sufriéndolo. Ambos
están lejos de la sexualidad recíproca y afectuosa del Cantar de
los Cantares. Ahora bien, no estoy hablando de la excitación se­
xual que ciertas parejas experimentan con un beso fuerte o el roce
—las excentricidades de un esposo o esposa pueden ser soportadas
en el contexto de un amor y una solicitud responsables.
En el sadismo y el masoquismo no hay un progreso hacia ese
amor y esa solicitud responsables, sino un alejamiento de ellos.
La atención se centra en el dolor, en vez de centrarse en la relación
que se establece. Como ha señalado Lewis Smedes: “En este caso
la persona no siente dolor dentro de una relación sexual, sino que
lo experimenta como substituto de la misma.”12
¿Qué es lo que lleva a los seres humanos a disfrutar abusando
o siendo objeto de abuso, humillando o siendo humillados, cau­
sando dolor o sufriéndolo? Llevado al extremo, el sadismo toma la
El sexo y la espiritualidad / 87
! Mi ;
forma de violación e incluso de asesinato. Aquello que fue creado
para producir gozo y vida, se ha pervertido causando desdicha y
muerte. ¿Por qué? ¿Qué horrendos caprichos de la sexualidad pue­
den conducir a una persona a desear dominar, humillar e incluso
destruir a otra? Nadie es capaz de contestar como es debido a estas
preguntas; lo único que podemos decir es que las perversidades
del sexo pueden llegar a ser verdaderamente demoníacas. El pe­
cado es real; el mal es real; los principados y potestades son reales
y pueden guiarnos hasta el mismo borde del infierno.
Sin embargo, no debemos lanzar la piedra demasiado pronto:
dentro de todos nosotros se halla latente la posibilidad de deshu­
manizar y destruir. Si nuestras tentaciones no se manifiestan en
forma de sadismo o masoquismo, todavía nos sobrevienen y poseen
una capacidad destructora. Estas realidades deberían humillar­
nos a los pies de la cruz y hacernos orar los unos por los otros a
fin de que pudieran abundar la salud y la cabalidad.
Otra perversión más de nuestra sexualidad es el sexismo. En
realidad éste no constituye sino una cara distinta del sadismo: se
trata del deseo de dominar, controlar, tener de la oreja . .. La his­
toria registra el testimonio de esta cruel dominación, primordial­
mente por el hombre sobre la mujer; incluso en la;comunidad del
Antiguo Testamento el sexo femenino era tratado como una pro­
piedad que debía ser protegida, pero de la que los varones podían
deshacerse a su antojo. j
La idea de la inferioridad de la mujer es falsa y destructiva
para el alma; y si rechazamos la consubstancial i desventaja del
sexo femenino, debemos rechazar también su inherente subordi­
nación al hombre. El argumento de que, aunque la mujer no es
inferior al varón sí es diferente de él y por lo tanto le está nece­
sariamente subordinada, no resulta convincente. Las diferencias
entre los sexos son obvias, pero no suponen necesariamente dis­
posiciones jerárquicas. Debemos recordar que el dominio del hom­
bre sobre la mujer no constituye una descripción de la sexualidad
primitiva antes de la caída, sino de la maldición de dicha caída:
“Tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti” (Génesis
3:16).* El sexismo es la perversión de la sexualidad, no la plenitud
y perfección de ésta. Por el poder de la muerte y resurrección de
Cristo, hemos vencido, estamos venciendo y venceremos la mal­
dición de la caída. !
* No confundamos este orden con aquel que fue establecido para la familia según
1 Corintios 11:3.
88 / Dinero, sexo y poder 1

LA HOMOSEXUALIDAD Y EL CRISTIANO
Me gustaría sinceramente evitar el tema de la homosexuali­
dad, por muchas razones: en primer lugar, porque cualquier cosa
que diga en unas pocas páginas será totalmente inadecuada, y
también por la terrible ignorancia que tienen los heterosexuales,
por la naturaleza misma de las cosas, de la experiencia homosex­
ual. Eso es cierto por mucho que tratemos de comprender el am­
biente de los homosexuales y leamos con el propósito de infor­
marnos acerca de los temas relacionados con esa cuestión. Luego,
en la actualidad está el hecho de que la homosexualidad es un
asunto tan volátil en la comunidad cristiana que cualquier cosa
que se diga recibirá duras críticas —probablemente con mucha
razón—. No obstante, ninguna de estas cosas me parece razón
suficiente para guardar silencio al respecto; además, la cuestión
de la homosexualidad ha producido tanto sufrimiento y dolor que
si uno puede decir algo que sirva de ayuda, o incluso sane las
heridas, vale la pena correr cualquier riesgo.
Ya que esta cuestión ha herido de manera muy profunda a
muchas personas, la primera palabra que debe decirse es de com­
pasión y sanidad. A menudo, los que son de orientación clara-
ménte homosexual se sienten incomprendidos, estereotipados,
maltratados y rechazados. Por otro lado, las personas que creen
que la homosexualidad supone una clara afrenta a las normas
bíblicas, sé consideran traicionadas por denominaciones que quie­
ren legislar la incorporación de dicha práctica a la vida de la igle­
sia.
Pero hay un tercer grupo que se ha visto perjudicado por la
batalla actual sobre la homosexualidad: me refiero a aquellos que
se angustian acerca de su propia identidad sexual; que se sienten
desgarrados por impulsos sexuales contrarios y se preguntan si
no serán homosexuales latentes. Tal vez este último grupo sea el
que más sufre; ya que se halla sumido en Un mar de ambigüedades
porque la iglesia no ha dado un sonido claro respecto al tema. A
su derecha, los integrantes de este grupo oyen estridentes denun­
cias de la homosexualidad; y aunque aprecian la preocupación que
éstas denotan por una fidelidad a la Biblia, se han sentido ofen­
didos por el tonò farisàico impetuoso y mal informado de las de­
claraciones. Procedente de su izquierda, por otra parte, escuchan
una entusiasta aceptación de la homosexualidad; y, si bien valoran
la preocupación compasiva por los oprimidos, se quedan atónitos
ante la forma en que se manipulan las Escrituras para que cua­
dren con un punto de vista más complaciente.
El sexo y la espiritualidad / 89

Todos aquellos que se hallan atrapados en el caos cultural y


eclesiástico causado por la homosexualidad, necesitan nuestra
simpatía y comprensión. Hemos de pedir perdón a tantos homo­
sexuales que han sido discriminados y perseguidos; y también
escuchar con empatia a esas otras personas que siénten que la
iglesia está perdiendo su fibra moral. Por otro lado, los que se
encuentran forcejeando con su propia identidad sexual precisan
de nuestra comprensión, nuestro consejo y nuestro sensato juicio
moral.
¿Nos proporciona la Biblia alguna dirección en cuanto al tema
de la homosexualidad? Sí, las Escrituras son muy claras y directas
al respecto: de principio a fin consideran la unión heterosexual
como la intención divina para el sexo, y ven en la práctica ho­
mosexual una perversión del modelo dado por Dios. Ahora bien*
esta conclusión no se basa únicamente en las referencias especí­
ficas de la Biblia a la homosexualidad —aunque, en mi opinión,
tales pasajes son bastante claros en su repudio de dicha prác­
tica*—: lo más persuasivo de todo es el contexto bíblico general.
Dicho contexto bíblico deja bien claro que la norma es la unión
heterosexual: Dios los creó “varón y hembra”, a fin de que llegaran
a ser “una sola carne”. Esa convicción subyace a toda la enseñanza
bíblica respecto de la sexualidad.
Ahora bien, es muy posible argumentar que los escritores bí­
blicos no entendían la distinción entre lujuria homosexual y amor
homosexual; o entre homosexuales de constitución y aquellas per­
sonas que sólo tienen tendencia a la homosexualidad. Lo que no
resulta posible decir en modo alguno es que la Biblia sea ambigua
al respecto: la homosexualidad se rechaza en la misma como algo
“antinatural” —una desviación de la intención divina—. La idea
de que la homosexualidad pueda ser meramente una forma sin­
gular de la sexualidad normal resulta insostenible desde un punto
de vista bíblico.
Sin embargo, el tener clara la evaluación que la Biblia hace
de la homosexualidad no significa que debamos concluir precipi-
' tadamente que ésta es simplemente algo escogido por el individuo.
La idea de que todos los homosexuales eligen libremente la forma
que adopta su sexualidad no es ni buena ciencia ni buena teología
—ni siquiera buen sentido común—. La homosexualidad se da en
muchos grados y por diversas causas, gran parte de las cuales
* Levítico 18:22; 20:13; Romanos 1:21-27; 1 Corintios 6:9; 1 Timoteo 1:10. Estoy
bien informado acerca de los diversos intentos de reinterpretar estos pasajes bajo
una nueva luz —intentos, algunos de ellos, bastante sofisticados—; sin embargo,
no los encuentro convincentes. i
90 / Dinero, sexo y poder

están fuera del control del individuo. A una persona con 20 o 30% í
de inclinación a la homosexualidad le resulta mucho más fácil
“convertirse” a una orientación plenamente heterosexual, que a
otra que tiene un 80 o un 90%. Por otro lado, los factores que
contribuyen a la orientación sexual de los individuos son a me­
nudo profundos y complejos; de ahí que aunque queremos confesar
la heterosexualidad como norma cristiana, deseamos también
apoyar a aquellos que encuentran tal orientación difícil y extraña
y sentir empatia por ellos.
La simple atracción sexual hacia una persona del mismo sexo
es algo muy diferente de la homosexualidad; tal atracción puede
ser provocada por cosas como la aceptación, el afecto, la solicitud,
y demás. Esto es bastante distinto de la verdadera homosexuali­
dad.
Una mujer, por ejemplo, no es lesbiana por el mero hecho de
sentirse sexualmente atraída por otra, ni un hombre puede con­
siderarse homosexual porque otros varones lo exciten. La excita­
ción sexual no resulta infrecuente en un contexto de intimidad y
afecto, como tampoco es algo anormal o insólito. En nuestros días,
cuando se pone tanto énfasis en el sexo, resulta muy posible que
algunas personas heterosexuales lleguen a estar tan obsesionadas
con él que traten de expresarlo tanto heterosexual como homo-
sexualmente. Tales impulsos, sin embargo, necesitan ser contro­
lados y reorientados de modo positivo.
Una persona que haya experimentado excitación por alguien
de su mismo sexo, no tiene por qué asustarse ni pensar que el
destino que le aguarda sea una vida de homosexualidad. Esta
experiencia es bastante corriente, pero necesita una respuesta
firme y adecuada. Para canalizar la sexualidad se precisa un
marco teológico, sociológico y sicológico que pueda utilizarse para
decir rotundamente que no a la actividad homosexual del mismo
modo que un individuo casado emplea el marco cristiano para
negarse con firmeza a mantener relaciones sexuales extramatri-
moniales.
La sexualidad es como un gran río caudaloso y profundo, bueno
siempre que permanezca dentro del cauce apropiado, pero des­
tructor en el momento que se desborda. Cuando el sexo rebasa las
márgenes que Dios le ha puesto, también se convierte en algo
destructivo; nuestra tarea consiste en definir, lo más claramente
posible, los términos impuestos a nuestra sexualidad y hacer
cuanto esté en nuestra mano por dirigir nuestras respuestas se­
xuales a esa caudalosa y profunda corriente.
Hasta el momento he tratado sobre los que son atraídos por
El sexo y la espiritualidad 191
'| ; , . '■
los de su mismo sexo, pero no de los que tienen páutas de prefe­
rencia firmemente establecidas en ese sentido. A estos últimos los
llamamos homosexuales de constitución; quienes por mucho que
se esfuercen no son excitados sexualmente por personas del sexo
contrario y aparentemente no pueden dejar de serlo por los de su
propio sexo. Los sociólogos nos dicen que aproximadamente el 5%
de los varones y poco más o menos la mitad de ese porcentaje de
mujeres, tienen una atracción sexual confirmada hacia personas
de su mismo sexo. ¿Qué puede decirse entonces de los que, en la
medida de nuestro conocimiento, son homosexuales de constitu­
ción confirmados?
Vivimos en un mundo caído, y muchos se hallan atrapados en
la condición de pecado que atormenta a la raza humana; tales
personas merecen nuestra comprensión y empatia, no nuestra cen­
sura.
Pero, si bien los homosexuales no son responsables de su ten­
dencia sexual, sí lo son de sus acciones. En la vida hay que elegir,
y un cristiano que descubre en sí mismo una orientación homo­
sexual debe Hacerlo a la luz de la verdad y de la gracia de Dios.
Por lo general existen tres opciones básicas para los homose­
xuales: cambiar su orientación sexual, controlarla o practicar la
homosexualidad. ¡
¿Puede un homosexual de nacimiento desarrollar úna orien­
tación heterosexual? Esto es algo que se debate con apasiona­
miento, y de lo cual resulta sumamente difícil encontrar pruebas
verificables. Muchas de las llamadas conversiones a la heterose-
xualidad son probablemente de individuos con tendenóias homo­
sexuales más que de verdaderos homosexuales de constitución. No
obstante, hay algunos estudios que dan esperanza en cuanto al
tema. Patisson y Patisson, en un artículo aparecido en el American
Journal ofPsychiatry (Diario de siquiatría americano), terminaba
diciendo: “Los datos proporcionan una evidencia substancial en
favor de la verosimilitud del cambio de una homosexualidad ex­
clusiva a una absoluta heterosexualidad, lo cual está en conso­
nancia con las probabilidades estadísticas de Kinsey en cuanto a
dicho cambio, los datos de Masters y Johnson al respecto, y las
anécdotas clínicas o de observación referentes al mismo.”13
Naturalmente queremos evitar cualquier optimismo ingenuo,
pero siempre deberíamos mantener alta la esperanza de un cambio
permanente y genuino. Aquellos que se esfuerzan por obtener di­
cho cambio en sus orientaciones sexuales necesitan el apoyo en
oración y el amor de la comunidad cristiana. El camino que han
elegido no es fácil, y la iglesia tiene que apoyarlos en sus momen­
92 1Dinero, sexo y poder

tos de frustración, desaliento y fracaso. Nuestro interés, oración


y esperanza deben ser que el poder transformador de Dios se ma­
nifieste en su situación. Cada vez que esto ocurre, podemos gozar­
nos con los que se gozan; pero también debemos estar dispuestos
a llorar con los que lloran.
Una opción para los homosexuales es la de practicar su ho­
mosexualidad. Llegados a este momento sería fácil acabar la dis­
cusión declarando que la práctica de la homosexualidad constituye
un pecado y por lo tanto no es una opción para los cristianos.
Naturalmente que la práctica de la homosexualidad es pecado.
La comunidad cristiana no puede dar permiso para que prac­
tiquen la homosexualidad a aquellos que se sienten incapaces de
cambiar su orientación sexual.
Aunque no podemos aprobar la elección de la práctica homo­
sexual, tampoco tenemos el derecho de abandonar a la persona.
Debemos estar listos para ayudarla, siempre y cuando la persona
desee un cambio en su vida y haya arrepentimiento, y de esta
manera impartir el amor y perdón de Dios.
En este capítulo hemos perseguido dos objetivos: el primero,
comprender la visión que la Biblia tiene de la sexualidad humana;
y el segundo, considerar algunas perversiones de dicha visión a
fin de que podamos conocer la manera de someter nuestra vida a
la voluntad de Dios.
7. El sexo y los solteros
Aparte del cielo el único lugar que pod em os estar a salvo de los
peligros del am or es en el infierno.
—CS.LEWIS

Uno de los grandes desafíos para la fe cristiana en la actualidad


es el de integrar el sexo y la espiritualidad en el contexto de la
vida de los solteros y de otras personas sin pareja. Se acerca rá­
pidamente el día en que los casados serán los menos. Entre los
individuos solos tenemos, como es natural, al joven que aún espera
con ilusión contraer matrimonio, luego están los muchos que se
han visto forzados a la vida sin pareja a causa de la trágica muerte
de su cónyuge; y por último, los millones obligados a vivir como
solteros por la tragedia aun mayor del divorcio. La iglesia puede
hacer una contribución enorme en este terreno, ayudando a los
que no tienen pareja a resolver el problema de su sexualidad de
una manera íntegra y honesta. No obstante, para ello hemos de
dejar de pensar en las personas solas como si no tuvieran necesi­
dades sexuales. Tales personas —sobre todo aquellas con una con­
sagración cristiana seria— luchan verdaderamente con su sexua­
lidad y se enfrentan a muchas preguntas inquietantes, como:
¿Constituye la masturbación una expresión sexual legítima para
el cristiano? ¿Cómo puedo hacer frente a los sentimientos de lu­
juria que muchas veces parecen dominar mi mente? Y de todos
modos, ¿qué es la lujuria y en qué se diferencia del deseo sexual
adecuado? ¿Qué hay del cariño físico: se trata de un medio apro­
piado para forjar una relación saludable, o es sólo un camino uni­
direccional hacia el coito? Y hablando del coito: ¿Por qué se le da
tanta importancia a la introducción del pene en la vagina? ¿Exis­
ten realmente razones bíblicas de peso para desaprobar las rela­
ciones sexuales fuera del matrimonio, o es dicha desaprobación
simplemente el resultado de unas conveniencias sociales? Aque­
llas personas sin pareja que buscan el modo de integrar;su cris­
tianismo y su sexualidad se enfrentan a estas y muchas otras
preguntas parecidas.

93
^ /D in e r o , sexo y poder

||LA SEXUALIDAD Y EL COITO j


gjr'V Tal vez la mejor forma de comenzar sea intentando comprended
íla, sexualidad y el coito desde una perspectiva cristiana. En al-|
•gunas ocasiones hay personas que preguntan: “¿Está usted a favor|
. del sexo antes del matrimonio?,, La respuesta es “sí y no”. El cris­
tianismo da un “Sí” rotundo a esa pregunta si por “el sexo” en*|
tendemos la afirmación de nuestra sexualidad como seres huma-]
nos; y un “No” inequívoco cuando nos referimos a las relaciones
sexuales genitales. Tratemos de entender el razonamiento que
hay detrás de ello.
Las personas somos seres sexuados —esto es algo que jamás
debemos intentar negar o rechazar—: fuimos creados a imagen de
Dios varón y hembra. En un sentido muy importante, todo cuanto
somos y hacemos tiene implicaciones sexuales; con esto estoy tra­
tando de superar esa idea realmente necia de que, de algún modo,
las personas no casadas carecen de sexo.
La sexualidad del individuo no casado se expresa en su capa­
cidad de amar y ser amado; no todas las experiencias de intimidad
tienen que acabar en matrimonio ó en relaciones sexuales geni*
tales. El amor ño necesita de lo genital para ser íntimo; sin em*
bargo, la capacidad de amar es vital para nuestra sexualidad. Así
que las personas no casadas deberían forjar muchas relaciones
sanas y solícitas. El trato cariñoso pero no genital es plenamente
posible y debería estimularse.
La sexualidad del individuo no casado se expresa en su nece­
sidad de experimentar una realización emocional; la decisión de
reservar el sexo genital para el matrimonio no supone decidir
quedarse emocionalmente insatisfecho. Una forma legítima en
que las personas sin pareja pueden expresar su sexualidad es por
medio de amistades cariñosas y gratificantes. La realización emo­
cional es perfectamente posible para los solteros, viudos y divor­
ciados, y la iglesia puede ayudar en este terreno proporcionando
un ambiente adecuado para la formación de relaciones de amistad
felices y satisfactorias.
La sexualidad del individuo no casado se expresa en la acep­
tación y el control de sus sentimientos sexuales. Las personas
fuera del pacto matrimonial no deberían negar ni reprimir sus
sentimientos sexuales. A este respecto, Donald Goergen ha se­
ñalado que “los sentimientos son para ser sentidos, y los senti­
mientos sexuales no constituyen una excepción”.1 Cuando trata­
mos de negar tales sentimientos nos desconectamos de nuestra
propia humanidad.
El sexo y los solteros / 95

Personalmente, oigo hablar más del amor platónico que lo que


líe práctica: la mayoría de las amistades heterosexuales íntimas
conllevan dimensiones eróticas, y no nos hace ningún bien negar
leste hecho de la vida; en vez de ello deberíamos acéptar tales
asentimientos —aunque el aceptarlos no signifique darles curso—.
Los sentimientos sexuales no tienen que controlarnos, sino que
debemos dominarlos nosotros a ellos. Supone un engaño pensar
que tales deseos sean incontrolables. El mero hecho de que nos
sintamos tan airados como para querer matar a alguien no sig­
nifica que vayamos a hacerlo; pues de igual manera podemos so­
meter nuestros sentimientos sexuales.
i Hasta ahora hemos tratado de indicar formas en las cuales los
no casados deberían decir “Sí” a su sexualidad; pero ¿qué hay
respecto de la respuesta “No” al sexo antes del matrimonio?
No hay vuelta de hoja: la enseñanza bíblica pone un veto claro
a las relaciones sexuales fuera del matrimonio. ¿Por qué?, nos
preguntamos. Los escritores bíblicos no eran en absoluto mojiga­
tos acerca del sexo, y la misma creación divina del ser humano en
hombres y mujeres sugiere una entusiasta aprobación de la ex­
periencia sexual excitante. El Cantar de los Cantares exalta el
sexo como una aventura voluptuosa. Pablo advierte a las mujeres
que no dejen de cumplir con “el deber conyugal”. .. . ¿Por qué,
[ entonces, debería reservarse el coito para el pacto del matrimonio?
t La prohibición que la Biblia hace de las relaciones sexuales
| para los no casados está basada en una idea positiva y profunda,
i Según los escritores bíblicos, el coito produce un único y misterioso
i lazo de unión. En el relato de la creación se nos dice de forma
| sencilla pero profunda: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y
l a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis
| 2:24). Cuando los fariseos trataron de enredar a Jesús en la con- ^
J troversia de aquel tiempo sobre los motivos legítimos de divorcio,
| El apeló al concepto de Génesis de que los esposos eran “una sola
I carne” y añadió: “Así que no son ya más dos, sino una sola carne;
! por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo 19:6).
¡ En Efesios, Pablo cita el relato en cuanto a ser “una sola carne”
para instar al marido a amar a su esposa; porque, dice el apóstol,
¡ “.. . El que ama a su mujer, a sí mismo se ama” (5:28b). Lo que
Pablo quiere destacar con eso es, simplemente, que el matrimonio
crea una unión tan íntima que el hacer daño al propio cónyuge es
hacerse daño a uno mismo.
Para lo que nos ocupa, sin embargo, el pasaje más descriptivo
de todos se encuentra en la enseñanza de Pablo en 1 Corintios 6.
En ese pasaje, el apóstol está tratando el caso de un hombre de la
96 / Dinero, sexo y poder

comunidad cristiana que ha tenido relaciones con una prostituta,


y escribe: “¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un '
cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne” (1;
Corintios 6:16). Este pasaje deja inequívocamente claro que Pablo \
consideraba el coito como el acto por excelencia que producía ese
lazo de ser “una sola carne”.
Nos encontramos ahora en una buena posición para entender
por qué la moralidad bíblica reserva el sexo para el pacto matri­
monial. El coito implica algo más que lo meramente físico —más
incluso que las emociones y la psique—: cala hondo en el espíritu
de cada persona y produce una unión profunda que los escritores
bíblicos definen como ser “una sola carne”. Recuerde usted que
nosotros no tenemos un cuerpo, sino que somos un cuerpo; no po­
seemos un espíritu, sino que somos un espíritu. Aquello que afecta
- profundamente al cuerpo toca también al espíritu.
El coito, como ha expresado Lewis Smedes, es un acto que “une
la vida de dos personas”2 y Derrick Baily añade al respecto: “El
coito es un acto de todo el ser que afecta a todo el ser; constituye
un encuentro personal entre un hombre y una mujer en el cual
cada uno hace algo por el otro, para bien o para mal, que jamás
puede ser borrado. Esto es así aun cuando ellos no estén conscien­
tes del carácter radical de su acción.”3
De manera que el razonamiento que sustenta la prohibición
bíblica del coito fuera del matrimonio va más allá de las preocu­
paciones prácticas corrientes en cuanto a los embarazos, las en­
fermedades venéreas y cosas por el estilo. Las relaciones sexuales
genitales de personas no casadas son malas “porque violan la rea-
( lidad interior del acto. . . porque los individuos no casados toman
parte en un acto que une sus vidas sin tener ellos la intención de
unirse. . . . El coito rubrica y sella —e incluso tal vez produce—
una unión de vida; y unión de vida quiere decir matrimonio”.4
De modo que Pablo está diciendo “No” a las relaciones sexuales
fuera del matrimonio porque éstas deshonran la propia naturaleza
del acto. El coito nos sumerge en ese gran misterio que supone ser
“una sola carne”, uniéndonos y atándonos de manera profunda y
maravillosa; maravillosa, claro está, siempre y cuando el mismo
vaya unido a un pacto de permanencia y fidelidad —de lo contrario
llegará a ser “una parodia hueca” efímera y diabólica del matri­
monio, que produzca la desintegración de la personalidad y deje
como secuela un sentido de frustración e insatisfacción profun­
damente arraigado; aunque quizá éste jamás salga a la luz de la
conciencia o sea comprendido por el individuo”.5
En hebreo la palabra que expresa coito significa “conocer”: los
El sexo y los solteros / 97
: ■! ! :
escritores bíblicos sabían que en las relaciones sexuales se trans-
[mitía un tipo especial de conocimiento y se formaba una clase muy
[particular de intimidad. A esta realidad la llamaban: ser “una
sola carne”. He aquí, entonces, la razón por la cuál la Biblia re­
serva el coito para el pacto matrimonial.
¿En qué situación deja esto a aquellos que han tenido relacio­
nes sexuales fuera del matrimonio y que ahora reconocen que 1q
que han hecho es real y verdaderamente malo? ¿Constituye la
ligadura del coito una realidad completamente irreversible? No,
no se trata de algo irreversible, pero sí precisa del; toque sanador
de Dios. El hecho de tomar parte en un acto que une la propia vida
con la de otra persona sin tener la intención de hacerlo, hiere el
espíritu; y tales heridas a menudo se ulceran y supuran envene­
nando por completo la vida espiritual de uno, y dejándolo, en el
mejor de los, casos, feas cicatrices. j i
Pero la noticia maravillosa es que: ¡la sanidad es posible! La
gracia de Dios puede fluir hacia, ese espíritu herido, sanarlo y
restaurarlo. No obstante, en ocasiones los individuos no logran
experimentar esa sanidad por sí solos; en tales casos es mejor que
busquen a algún sabio y compasivo médico del alma, alguien que
tenga experiencia en la orientación espiritual y en la oración sa­
nadora, el cual pueda pedir por ellos y liberarlos.
Del modo que sea hay que elevar dicha oración de sanidad. No
podemos fingir que el asunto jamás tuyo lugar, por muy casual
que ese haya sido; si no se trata a tiempo y la persona no es sanada,
tarde o temprano el problema se manifestará. Un amigo mío acon­
sejó en cierta ocasión a una mujer de setenta y ocho años, cuya
vida en aquel momento parecía una ruina. La anciana experi­
mentaba temores día y noche, tenía miedo a las multitudes, las
escaleras. . . a todo. Además, estaba deprimida, una profunda tris­
teza se cernía sobre su vida entera, su desdicha era tan completa
que iba a comenzar tratamientos de electrochoque.
Mi amigo, que es muy sabio en el cuidado de las almas, le
preguntó si había sido feliz durante su niñez.
—¡Sí, claro que sí!—respondió ella.
La siguiente pregunta fue muy simple:
—¿Cuándo empezó usted a sentir esa tristeza y depresión? —
A los dieciséis años —contestó la mujer enseguida. Entonces él
inquirió:
—¿Y por qué? ¿Qué le sucedió cuando tenía dieciséis años que
le causó dicha tristeza?
Por primera vez en su vida, esa mujer reconoció que a los die­
ciséis años de edad había tenido una aventura amorosa con cierto
98 / Dinero, sexo y poder

joven. Afortunadamente no quedó embarazada, y el muchacho !


pronto desapareció de la escena; pero ella estuvo llevando esa pro- ;
funda herida en su espíritu durante más de sesenta años.
Mi amigo entonces oró por la sanidad interior de aquella que­
rida anciana y, maravillosamente, en cosa de unas pocas semanas
sus temores y su depresión comenzaron a desaparecer, de manera
que más tarde pudo expresarse con estas palabras: “Recuerdo que
solía tener miedo y estar deprimida, ¡pero no soy capaz de acor­
darme de cómo era aquello!”
Ese ministerio de impartir perdón y sanidad por el poder de
Cristo es propiedad de todo el pueblo de Dios. Si estamos dispues­
tos a ello podemos ser de gran ayuda y restauración; se trata de
un servicio de misericordia que debe abundar en la comunión de
los fieles.

FANTASIAS SEXUALES
Desde luego, Jesús dejó bien claro que la rectitud sexual era
un asunto bastante profundo que el mero evitar las relaciones
sexuales fuera del matrimonio, y fue directo al centro de la cues­
tión hablando del adulterio mental: “Pero yo os digo que cual^
quiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella
en su corazón” (Mateo 5:28). Esta declaración supuso un gran
avance sobre la justicia externa de los escribas y fariseos, y tam­
bién ha causado mucha preocupación y confusión acerca de las
. fantasías sexuales.
í La persona soltera, viuda o divorciada que desea sinceramente
ser discípulo de Cristo —y que por lo tanto reserva el coito para
el pacto matrimonial—, a menudo está confusa en cuanto a cómo
debe enfrentarse con las fantasías sexuales. Dichas fantasías de­
leitan, pero también turban e inquietan; y la confusión que resulta
de ellas se ve agravada por la ambivalencia de la comunidad cris­
tiana. Cuando los solteros acuden a la iglesia en busca de orien­
tación, por lo general se encuentran con un silencio sepulcral o
con consejos represivos; sin embargo, el silencio no es ningún con­
sejo, y la represión constituye una mala recomendación. No obs­
tante, esos individuos desesperados tratan de reprimir sus deseos
sexuales, pero los esfuerzos que realizan acaban siempre en de­
sengaño. El resultado es entonces un sentimiento de culpa seguido
de amargura y desilusión. En el terreno práctico existe una gran
necesidad de orientación sólida de cómo hacerle frente a las fan­
tasías sexuales.
Para empezar, debemos hacer una distinción lo más clara po-
El sexo y Zo|? soÜeros / 99j

Isible entre lascivia y fantasías sexuales. Digo “una áistitición lo


más clara posible” porque debemos sencillamente admitir que a
veces las líneas que separan ambas cosas están envueltas en bru­
mas y neblinas delicadas. Aunque toda lascivia conlleva fantasías
sexuales, no todas las fantasías sexuales conducen a la lascivia;
¿cómo diferenciar las unas de la otra?
En el capítulo 6 definí la lascivia como “pasión carnal incon­
trolada, sin freno”. Lewis Smedes ha formulado con gran acierto
la diferencia entre ambas: “Cuando el sentimiento de excitación
concibe un plan para usar a determinada persona, cuando la atrac­
ción se transforma en proyecto, es que hemos cruzado la línea de
la exaltación erótica y entrado en el adulterio espiritual.”6 La
lascivia es una pasión indómita e inmoderada de poseer sexual-
mente; lo cual constituye algo muy distinto de la conciencia eró­
tica corriente que se experimenta en la fantasía sexual.
Por lo tanto, la primera cosa que los cristianos deberían hacer
es negarse a llevar la pesada carga de la autocondenación por cada
imagen erótica que les pasa por la mente. En ocasiones, las fan­
tasías sexuales suponen un anhelo de intimidad; otras veces re­
presentan una atracción hacia determinada persona hermosa y
agradable. Dichas fantasías pueden querer decir muchas cosas, y
no debemos identificarlas automáticamente con la lascivia.
Ciertamente una de las características particulares del ser hu­
mano, al contrario de lo que pasa con el resto de las criaturas, es
la capacidad que tenemos de reflexionar acerca de nuestra propia
sexualidad. Podemos escribir cartas de amor, recordar un beso
apasionado vez tras vez y esperar con ilusión los tiernos momentos
de amor que están por venir. Estos son acontecimientos sexuales*
experiencias eróticas que no deberían clasificarse como lascivia;
de hecho, en el matrimonio la fantasía resulta de vital importan­
cia para despertar la expresión sexual. Tal vez una de las razones
por la que muchas parejas casadas están aburridas del sexo sea
por la atrofia de su imaginación.
Pero si la fantasía sexual tiene su lado bueno, también tiene
otro que es destructivo: puede convertirse en un substituto de las
amistades cariñosas, las cuales conllevan las exigencias y las de­
cepciones de la vida real. Pueden conducir a la obsesión con la
sexualidad, llegar a hacerse fácilmente una preocupación trun­
cada por lo físico, o constituir el preludio de una conducta ilícita.
En nuestros días el problema de las fantasías sexuales se in­
tensifica de veras a causa del bombardeo que sufrimos de parte de
los medios modernos de comunicación (resulta prácticamente im­
posible escapar de la incitación constante que ellos hacen a núes-
100 / Dinero, sexo y poder 1

tra fantasía sexual). Las empresas publicitarias conocen bien el |


poder de este tipo de fantasía y lo explotan constantemente. n
Sin embargo, necesitamos darnos cuenta de la autoridad que |
podemos ejercer sobre nuestras propias fantasías sexuales. La }
imaginación se puede disciplinar: en nuestros mejores momentos {
tenemos en la mano el elegir concentrarnos en lo verdadero, lo
honroso, lo justo, lo puro, lo amable, lo que es de buen nom bre...
E incluso en nuestros ratos malos, podemos confesar, como Pablo: \
“De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado
que mora en mí”, y saber que una experiencia más profunda de «
obediencia está en camino (Romanos 7:17).
Cuando los malos practican el mal, están haciendo exacta- <
mente aquello que quieren hacer, pero cuando lo hacen los que
tratan de seguir a Jesucristo, están llevando a cabo precisamente
lo que no quieren. Pablo también expresó: “. . . no hago lo que
quiero, sino lo que aborrezco, eso hago, (Romanos 7:15b). Cuando
nos enfrentamos a tal condición, decimos por la fe: “No lo estoy
haciendo yo, sino el pecado que mora en mí; y por la gracia de
Dios, y en el momento elegido por El, seré libre.”
Uno de los ministerios que mayor sanidad trae y que podemos ;
ejercer los unos para con los otros es el de aprender a orar por
nuestras fantasías sexuales. En este terreno yo tengo un amigo
que ora por mí, y yo por él —naturalmente lo que compartimos es
confidencial—. Nuestras oraciones están sazonadas con risas y \
gozo, ya que se trata de un ministerio alegre al que somos lia-
mados. Oramos para que seamos protegidos de influencias sexua­
les que pudieran ser malas y destructivas. Pedimos que Cristo
entre en nuestras fantasías sexuales y las inunde con su luz. Ora­
mos que podamos tener una sexualidad sana, plena y pura. . . Se
trata de un servicio misericordioso, sano y alegre el cual le reco­
miendo.

MASTURBACION
La masturbación está tan íntimamente relacionada con el
tema de la fantasía sexual que en este punto merece nuestra aten­
ción. Lo$ juicios éticos acerca de ella van desde el considerarla
como un pecado más -serio que la fornicación, el adulterio o la
violación hasta el ponerla en la misma categoría que el rascarse
la cabeza.
El tema de la masturbación es particularmente serio para los
no casádos, quienes por convicción cristiana se han negado al coito
fuera del matrimonio. Al hablar de este tema, surgen varias pre­
El sexo y los solteros 1 101

guntas: ¿Constituye la masturbación una práctica moralmente


aceptable para el discípulo de Cristo? Y lo que es más: ¿Podría
considerarse como un “don de Dios” —como algunos han suge­
rido— cuyo propósito fuera el de ayudarnos a evitar la promis­
cuidad sexual? ¿Y qué de las fantasías sexuales que invaden in­
variablemente el paisaje de la masturbación?
Estas preguntas, y muchas más, son de interés para todos los
creyentes, pero resultan especialmente urgentes para aquellos
que no están unidos por el lazo del matrimonio. Muchos solteros,
viudos y divorciados, que se preocupan profundamente de hacer
lo correcto, encuentran sus experiencias de masturbación plaga­
das de remordimientos, de derrota y de odio hacia sí mismos. En­
tonces deciden no volver a hacerlo, pero fracasan; con lo cual, el
pozo de la autocondenación se hace aun más profundo.
Comencemos con un par de hechos indiscutibles: en primer
lugar, la masturbación no es, en modo alguno, físicamente per­
niciosa —con esto concuerdan todos los expertos en medicina—;
los viejos mitos de que puede causar desde granos hasta la locura
no son más que eso: mitos.
En segundo término, la Biblia en ningún lugar trata directa­
mente la masturbación. No podemos encontrar en ella manda­
miento alguno contra dicha práctica, como sucede, por ejemplo, en
el caso de la homosexualidad. El silencio de las Escrituras acerca
de la masturbación no es debido a que fuera algo desconocido en
aquel entonces —ya que la literatura egipcia de la misma época
hace referencia a ella—; tampoco podemos decir que haya sido
causado porque las Sagradas Escrituras tengan remilgos en
cuanto a tratar temas sexualmente explícitos. Ahora bien, el que
la Escritura no hable de la masturbación no significa que ésta no
sea una cuestión moral; pero sí que cualquier ayuda que recibamos
en cuanto a ella será más bien indirecta que directa.
Hay tres cosas que realzan la masturbación como asunto mo­
ral: la primera tiene que ver con las fantasías sexuales. La mas­
turbación, sencillamente, no se da en un vacío de imágenes; y
muchas personas se sienten profundamente angustiadás por esas
imágenes que les vienen a la mente, al considerar que reúnen los
requisitos para ser catalogadas como adulterio del corazón, contra
el cual Jesús habló (Mateo 5:28).
La segunda cosa está relacionada con la tendencia de la mas­
turbación a convertirse en obsesiva: la gente que se masturba
puede llegar a hacerlo compulsivamente. Tales personas se sien­
ten atrapadas, y esa práctica llega a ser para ellas un hábito in­
controlable que lo domina todo... pero quizá el aspecto más de­
102 / Dinero, sexo y poder

salentador del proceso obsesivo sea el sentimiento de falta de


disciplina y el descontrol. Como todo apetito humano, la clave és
el control, Uno de los frutos del Espíritu es el dominio propio.
Lo tercero tiene que ver con la despersonalización inherente-
al acto de masturbarse. La masturbación es un acto sexual soli­
tario. La verdadera sexualidad nos conduce a una relación más
profunda con otra persona, mientras que el masturbarse consti­
tuye, para usar la frase de John White, una “actividad sexual en
una isla desierta”. Esto no conduce a ningún lugar y puede llegar
a ser una gratificación propia sin propósito o provecho.
En el extremo positivo del espectro tenemos sin embargo que
la masturbación puede compensar los desequilibrios de desarrollo
que muchos adolescentes experimentan en su maduración física,
emocional y social. Gran cantidad de adolescentes están física­
mente listos para tener relaciones sexuales mucho antes de lo que
lo están para la intimidad social y las responsabilidades del ma­
trimonio.
Para las parejas casadas, la masturbación puede suponer a
menudo una experiencia enriquecedora si la realizan ambos cón­
yuges juntos. En el contexto de las relaciones sexuales matrimo­
niales, se la ha calificado como “una excursión emocionante de
placer compartido”7 de hecho, algunas parejas encuentran en ese
mutuo masturbarse un elemento decisivo para el desarrollo de su
potencial sexual pleno.
¿Qué deberíamos decir de todo esto? Pues bien, lo primero, que
la masturbación no es inherentemente mala o pecaminosa.
Otra cosa que podemos citar es el valor que posiblemente tiene
el masturbarse como posible escape cuando no es posible el coito.
Simple y llanamente, no deberíamos hacer llevar a las personas
cargas morales imposibles. Mucha gente sincera, al hallárseles
de los males de la misma, han orado desesperadamente para ser
liberados de ella, y lo que esperaban en realidad era que Dios les
quitara sus deseos sexuales. Tales expectativas son completa­
mente irrealistas, y de hecho, si Dios accediera a contestarlas
estaría violentando su misma creación. El deseo sexual es bueno
y necesita ser afirmado en el contexto correcto y bajo control.
Pero ese deseo sexual también debe controlarse; lo que nos
lleva a una tercera afirmación: Cuanto más tiende a obsesionarnos
la masturbación, tanto más nos inclina a la idolatría. Nuestra
única obsesión legítima es Dios; el cuerpo debemos tenerlo bajo
disciplina —esto es así ya sea que hablemos de la pereza, la glo­
tonería o la masturbación—. La práctica incontrolada de la mas­
turbación mina nuestra confianza en nosotros mismos y nuestra
El sex¿ y los solteros /103
1 1: ! ¡.! M ■, •
autoestima; la masturbación obsesiva es peligrosa ipara el espí­
ritu. No obstante, también debemos tener cuidado con la obsesión
, opuesta: aquella de querer abandonar la masturbación a cualquier
precio. Esa otra obsesión resulta especialmente dolorosa, ya que
un fallo puede sumir a la persona en la desesperación. La situación
se hace entonces desesperada, convirtiéndose en un extremo de “o
todo, o nada”. Eso es triste, debido a que resulta realmente inne­
cesario; no tenemos que atar a la gente con una elección insopor­
table entre lo uno y lo otro. Lo que buscamos es el control, el
equilibrio, la perspectiva. ..
Con lo que acabamos de decir hay una cuarta afirmación ín­
timamente relacionada: Las fantasías sexuales que se dan con la
masturbación representan una parte muy real de la vida humana,
la cual necesita ser disciplinada, no anulada. Las imaginaciones
eróticas vendrán la verdadera pregunta ética es cómo debemos
habérnoslas con ellas: ¿Dejaremos que dominen cada uno de nues­
tros momentos conscientes, o lograremos ponerlas en su debida
perspectiva dentro del contexto de esos asuntos mucho más im­
portantes que son el amor y las relaciones humanas? Nos gustan
las fantasías porque éstas idealizan la vida, en las mismas nos
vemos como el modelo de la habilidad sexual, nuestra pareja se
presenta deseable más allá de toda comparación; y, lo mejor de
todo: él o ella dice y hace aquello que nosotros queremos, y jamás
exige nada de nuestro tiempo o nuestra energía. Esa es precisa­
mente la razón por la cual la fantasía necesita disciplina: porque
puede separarnos del mundo real de las imperfecciones humanas;
y también porque debemos tomar en serio las palabras de Jesús
acerca del adultèrio en el corazón. ¡
Lo último que diremos en cuanto a la masturbación es que,
aunque puede electrizar, no es capaz de satisfacer plenamente. El
orgasmo no supone sino una pequeña parte de un todo mucho más
amplio y ese todo más amplio abarca la gama completa de las
relaciones personales humanas, el tomar café juntos por la ma­
ñana, una conversación sosegada por la noche, una caricia, un
beso. . . de eso trata nuestra sexualidad. La masturbación siempre
se quedará corta, ya que intenta perpetuar el mito del amor au­
tónomo.

PASION BAJO CONTROL


La mayoría de las culturas de la historia no han conocido todas
esas expresiones del cortejo amoroso que resultan tan familiares
para nosotros. En otros tiempos los matrimonios eran concertados
106 / Dinero, sexo y poder

todo el trayecto, sin embargo, los privilegios de una intimidad


mayor conllevarán las responsabilidades de un creciente compro­
miso; de manera que la intimidad máxima del coito coincida con
el compromiso definitivo en el pacto matrimonial.
El siguiente diagrama ilustra lo que sucede cuando la inti­
midad se adelanta al compromiso.
Cuando las personas avanzan un centímetro hacia el compro­
miso y un kilómetro hacia la intimidad, todo se desequilibra; en­
tonces no hay fundamento sólido para el amor, y el resultado es
frustración y caos.

Matrimonio—sexo

Amor

He tratado de dar aquí un principio general para la pasión


responsable el cual espero que proporcione orientación sin lega-
lismos, a dicho principio me gustaría añadir dos opiniones per­
sonales —si éstas pueden ayudarle bien, si no, olvídelas, ya que
no son esenciales para el principio general esbozado.
Mi primera sugerencia es que, ya que nuestro propósito con­
siste en disfrutar de intimidad y compartir el uno con el otro sin
mantener relaciones sexuales, creo que convendría dejar los pe­
chos de la mujer y los genitales fuera de los límites hasta el mo­
mento de efectuarse el matrimonio: esas zonas son simplemente
demasiado explosivas para formar parte de una expresión mutua
de afecto y solicitud sin llegar al coito. En el caso de Carolina y
mío, el período de nuestro noviazgo formal fue en muchos aspectos
maravilloso; pero también el más difícil de todos, ya que nuestro
El sexo y lov sqltetos 107j

amor el uno al otro, nuestra solicitud y nuestro compartir estaban1


en un punto culminante. Siempre nos hemos sentido! contentos de
haber esperado hasta el matrimonio para tener relaciones sexua­
les; pero también de que el período final de espera no fuese inde­
bidamente largo.

LA VIDA CELIBE
Algunas personas tienen un llamamiento especial de Dios a la
vida célibe, como enseñaron Jesús y Pablo. Tal enseñanza supuso
una auténtica contribución a la teología, ya que antes de entonces
no había ninguna doctrina de la sexualidad que contemplara real­
mente la vida de soltería como opción.*
Jesús declaró que había algunos que se quedaban solteros “por
causa del reino de los cielos” (Mateo 19:12),* y Pablo, por su parte,
edificó sobre este fundamento sugiriendo que los que no se casan
pueden concentrar sus energías en la obra de Dios de una manera
que no les resulta posible a los casados (1 Corintios 7:32-35).
Algunos lian criticado duramente a Pablo por instar a la génte
a considerar en serio la vida célibe; pero la verdad es que sus
palabras rebosan sabiduría práctica. El apóstol no estaba en con­
tra del matrimonio —de hecho, su gran contribución a la teología
sexual cristiana consiste precisamente en su manera de comparar
la unión física entre esposo y esposa con aquella entre Cristo y su
iglesia—, pero sí insistía en que habíamos de calcular el costo.
Nadie debería entrar en el pacto matrimonial sin comprender la
enorme cantidad de tiempo y de energía que se requiere para que
esa relación funcione: “El soltero tiene cuidado de las cosas del
Señor, de cómo agradar al Señor; pero el casado tiene cuidado de
las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer’* (1 Corintios
7:32b-33).
Por lo tanto, en la comunidad cristiana debemos dejar lugar
* En general, el judaismo consideraba el celibato como un estado anormal. Los
eunucos, por ejemplo, tenían prohibido el sacerdocio (Levítico 21:20). La única
excepción que conozco a esta regla general era la comunidad esenia de Qumram:
allí existía el celibato, y probablemente Jesús tenía noticia de la existencia de
este grupo, ya que su primo, Juan el Bautista, estuvo probablemente relacionado
con los esenios.
* El término bíblico es eunuco, y hay bastante discusión eri cuanto a si el mismo
se refiere a una persona que jamás se ha casado o a otra cuyo cónyuge se ha
apartado para llevar una vida pagana y que no se vuelve a casar convirtiéndose .
así en un “eunuco por causa del reino”. Sea cual fuere la interpretación correcta
de dicho pasaje, su consecuencia práctica es la misma: tal persona lleva una vida
de celibato por causa del reino de los cielos.
i

<108 / Dinero, sexo y poder f

para el “celibato vocacional”: el de la persona que ha escogido una j


vida de soltería a fin de concentrar sus energías, de un modo más j
preciso, en el servicio del reino de Dios. Jesús mismo es un ejemplo j
de esto, como tdmbién Pablo. El celibato vocacional no constituye j
ni una forma inferior ni una forma superior de vida, sino que es
simplemente un llamamiento distinto.
En mi libro Freedom of Simplicity (Libre de la simpleza) es­
cribí: “Cuando fallamos en proclamar la vida célibe como una
opción cristiana hacemos daño a la gente. El matrimonio no es
para todos, y deberíamos decirlo.”9 Aquellos que son llamados a
la soltería tendrían que ser bienvenidos a la vida y al ministerio
de la iglesia, na se trata de medias personas, ni de gente que de
alguna manera no logra “pescar” pareja, sino de individuos que
han hecho una elección positiva de la vida célibe por causa de
Cristo y en respuesta al llamamiento de Dios. Como ha señalado
Heini Arnold: “Todos pueden encontrar la más profunda unidad
de corazón y alma sin necesidad de casarse.”10
Antes de terminar esta sección quiero dar una palabra especial
acerca de los no solteros que sin embargo no sienten un llama­
miento especial a la vida célibe. Tal vez se trate de viudos o di­
vorciados, o de quienes no han tenido oportunidad de casarse pero
desearían haberlo hecho. . . La comunidad cristiana necesita mos­
trar una ternura especial hacia aquellos que se sienten apartados
a empellones y dejados atrás en un mundo de parejas. ^
En muchos casos, las situaciones de estas personas son el re­
sultado de circunstancias completamente fuera de su control. Por
ejemplo, nosotros decimos a la gente que se case “sólo en el Señor”;
sin embargo, debido a nuestros mecanismos de evangelismo y de
crianza cristiana en la iglesia tenemos más mujeres que hombres.
¿Qué deben hacer entonces las mujeres?
' O piense también en la difícil situación de los divorciados en
nuestras congregaciones. Muchas veces no estamos seguros de si
debemos'darles la bienvenida o excluirlos, y ellos notan nuestra
ambivalencia, lo cual, en ciertos aspectos, es peor que el rechazo
completo.
A estos no casados renuentes querría darles palabras de se­
guridad y esperanza. No endurezca su corazón: Dios todavía es
soberano a pesar de todas las frustraciones que usted pueda sentir
en su vida. El puede realizar esa “maravilla de maravillas” y ese
“milagro de milagros” de los que cantaba Motel Kamzoil en El
violinista en el tejado. Confíe en El, ponga todo lo que pueda de su
parte, y viva en esperanza. Incluso si el matrimonio que usted
espera no llega, sabrá que la gracia del Señor es suficiente aun en
su situación.
El sexo y los solteros /109
• : : | ■; : ,
Mientras escribía este capítulo estaba muy consciente de que
resulta bastante fácil para mí dogmatizar acerca dé las| condicio­
nes para la pureza moral de los solteros desde los agradables con­
fines de un matrimonio satisfactorio. Por decirlo bruscaménte: yo
no tengo que enfrentarme por la noche con un lecho vácío o con _
crecientes frustraciones sexuales durante el día; no obstante, cual­
quiera que sea nuestra posición en la vida, podemos confiar en la
bondad de Dios y aprender a vivir en su poder.
8. El sexo y el matrimonio
El cristianismo no desestima el matrimonio, sino que lo santifica.
—DIETRICH BONHOEFFER

El matrimonio es un magnífico don de Dios que nos introduce al


desconocido e imponente misterio del ser “una sola carne” en toda
su plenitud. Se trata de un regalo que debe ser recibido con re­
verencia y sustentado con ternura. Debemos asegurarnos de no
elevar el don del matrimonio por encima del de la vida célibe, pero
tampoco debemos infravalorarlo. Martín Lutero declaró acerca del
mismo: “¡Ah Señor, el matrimonio e s ... un don de Dios! La vida
más dulce, más preciosa, ¡más pura de todas!”1
En el relato de Génesis se nos dice que el lazo del matrimonio
es incluso mayor que el de padre-hijo: “Por tanto, dejará el hombre
a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola
carne” (Génesis 2:24). Jesús hace referencia a este pasaje del Gé­
nesis y luego añade: “Así que no son ya más dos, sino una sola
carne; por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre” (Mateo
19:6). Más tarde, el apóstol Pablo eleva la relación matrimonial
hasta un lugar de gran espiritualidad al declarar que es un reflejo
de Cristo y de su iglesia (Efesios 5:21-32); De manera que la Biblia
considera de veras el matrimonio como un gran llamamiento,
tanto que Helmut Thielicke puede hablar del mismo como pree­
minentemente “el pacto del ágape”.2

CRISTO Y EL MATRIMONIO
¿Cuál es la base apropiada para el matrimonio cristiano?3Hay
parejas de todas las edades que forcejean con esta pregunta. ¿Son
suficientes los sentimientos románticos y el sentirse mutuamente
atraídos? Desde luego, estas cosas son importantes; pero no bas­
tan. Tal vez a usted le sorprenda que el Nuevo Testamento ni
siquiera mencione el amor romántico en el matrimonio. Eso no
significa que dicho amor sea intrascendente, pero su valor debe
verse en la perspectiva de las más amplias consideraciones para
el compromiso matrimonial. Una de las grandes tragedias de

110
El sexo y el matrimonio / 111

nuestros días es la manera en que la gente se casa y se divorcia


basándose únicamente en el amor romántico y la atracción sexual.
El eros se está desbocando por no hallarse subordinado al ágape.*
La atracción sexual y el amor romántico son cosas que conviene
tener en el matrimonio, pero no podemos construir una relación
marital únicamente sobre ellas.
Si no es el amor romántico, ¿qué constituye entonces la base
cristiana para el matrimonio? El fundamento para casarnos, con­
forme a la doctrina de Cristo, es una consideración por el bienestar
propio y el de otros, así como por el avance del reino de Dios sobre
la tierra. Naturalmente, esto toma en cuenta el amor romántico
y el disfrute sexual (1 Corintios 7), ambas cosas preadas y limi­
tadas por Dios —limitadas en el sentido de que no podemos cons­
truir una vida en base de ellas solamente—. Tanto el sexo como
el amor romántico son elementos que debemos considerar y que
pueden constituir incluso factores decisivos para que nos casemos
o no con determinada persona, pero jamás han de ser la base para
el matrimonio de los que seguimos a Cristo.
Lo que queremos decir es que el matrimonio cristiano es mucho
más que una empresa privada o una manera de realizarnos indi­
vidualmente. Los cristianos que están pensando casarse deben
considerar las más amplias cuestiones de la vocación y el llama­
miento, del bien de otros, del bienestar de la comunidad de la fe,
y —sobre todo— de en qué manera contribuirá su matrimonio al
avance del reino de Dios o será un obstáculo para dicho avance.
Comprendo muy bien que todo esto puede parecerle terrible­
mente falto de rapsodia y de claro de luna, y en cierto modo lo
está, ya que la Biblia rechaza el amor de novela rosa como base
para el matrimonio. Si queremos conferir fuerza y permanencia a
nuestra unión nupcial, el eros debe someterse a la disciplina del
ágape.
Por otro lado, el romanticismo tiene sitio holgado en la base
cristiana para el matrimonio; de hecho, lo mejor que hay en el
amor romántico y en el sexo sólo podemos disfrutarlo en hogares
y comunidades regidas por el ágape.
El matrimonio, entonces, debe ser entendido en el más amplio
contexto de la ley del amor (ágape). Este amor, visto desde una
perspectiva bíblica, consiste en una preocupación bien razonada
por el bienestar de todos. Algo de vital importancia que debemos
tener en cuenta a la hora de tomar la decisión de casarnos es si

* En términos sencillos, eros se refiere al amor romántico y ágape al amor divino


o caridad.
112 / Dinero, sexo y poder

nuestro propio bienestar, el de nuestra pareja y el de otras per- í


sonas se verá incrementado por dicha decisión.
El matrimonio también debe entenderse en el más amplio con­
texto del discipulado. En el cristianismo, el lazo marital no está
exento de la obediencia a Cristo, sino que debe ser, por el contrario,
demostración de dicha obediencia. De modo que una consideración
esencial antes de casarnos será si nuestra decisión va a dar como
resultado un crecimiento como discípulos de Cristo y un avance
del reino de Dios.
Ahora bien, aunque este principio general puede sernos de
ayúda, también es susceptible de causarnos problemas, ya que la,
vida nunca constituye un paquete perfectamente envuelto. Un
matrimonio potencial podría aumentar el bienestar de la pareja
y al mismo tiempo ser destructivo para los familiares. ¿Quién
puede determinar con precisión el efecto que tendrá una boda en
el discipulado cristiano? Y, después de todo, ¿no son los senti­
mientos románticos y los deseos sexuales de una pareja que piensa
en casarse de un grado tan elevadamente febril que todas las de­
más consideraciones parecen ridiculas?
Aquí es donde necesitamos la ayuda de la comunidad cristiana.
No se nos deja solos para que forcejeemos torpemente con esas
preguntas, sino que hay otros que pueden, amorosa y compasi­
vamente, ayudarnos a obtener perspectiva y discernimiento. Ade­
más de ello, he descubierto que aun el simple reconocimiento de
que existe una base más amplia y más cristiana para el matri­
monio da como resultado el que los sentimientos románticos y los
deseos sexuales logren una mejor perspectiva.
Por favor, no piense que estoy en contra del amor romántico;
éste es algo de vital importancia para realzar una relación ma­
trimonial, e incluso puede constituir el factor decisivo en la elec­
ción de nuestro cónyuge. Sin embargo, dicho amor romántico es
sólo uno de los elementos que inciden en nuestra decisión de con­
traer matrimonio, y no el más importante de todos. Yo abogo por
un mayor equilibrio al respecto en nuestros días.

EL MATRIMONIO: UNA RELACION DE PACTO


Cuando confesamos que el matrimonio cristiano nos inicia en
la realidad del ser “una sola carne”, no lo hacemos meramente
movidos por el sentimentalismo: hombre y mujer se convierten
entonces en una realidad funcional que forman la unidad y se
hacen tan indispensables el uno para el otro como el arco y la
flecha.
El sexo y el matrimonio /113

Esta realidad da como resultado la confesión cristiana de que


| el matrimonio es algo para toda la vida; de que se trata de un
pacto permanente: “En tiempo de salud y enfermedad, en pros­
peridad y en escasez . . . hasta que la muerte nos separe.” Un poco
más adelante examinaremos el tema del divorcio, pero por el mo­
mento, observe la ventaja que nos proporciona el que el matri­
monio sea permanente: gracias al pacto que hemos hecho, gracias
a la realidad de que ahora somos “una sola carne”, podemos su­
perar esos momentos en los cuales el amor romántico se enfría.
El amor romántico es algo que se enfría. Nadie puede mante­
ner la intensidad del eros perpetuamente, el sufrir altibajos forma
parte de su misma naturaleza. Sin embargo, colno señaló C.S.
Lewis, “dejar de estar ‘enamorado’ no implica Necesariamente de­
jar de amar”.4 Cuando llegan esos momentos de enfriamiento —y
seguro que llegarán—, el ágape disciplina y sustenta al eros. Este
ágape posee la capacidad de permanencia que puede soplar sobre
las ascuas del amor erótico y volverlo a encender.
En el momento que exigimos permanencia en el pacto del ma­
trimonio, estamos exigiendo también otras muchas cosas que tie­
nen que ver con dicha permanencia; como por ejemplo: un com­
promiso en cuanto a esforzarnos porque ese pacto funcione. Los
esfuerzos serios por mejorar nuestro matrimonio constituyen una
tarea tan sagrada como puedan serlo él estudio bíblico o la oración;
de hecho, el descuidar la relación matrimonial en favor de tales
cosas es pecado, ya que viola los votos que hicimos en el momento
de casarnos. El atender a nuestro matrimonio constituye un acto
de obediencia al Señor: una forma concreta de poner el reino de
Dios en primer lugar en nuestra vida. Cuando invertimos tiempo
y energía en nuestra relación matrimonial estamos sirviendo a
Cristo.
Al unirnos en el pacto del matrimonio comenzamos una co­
munión para toda la vida con otra persona; comunión que —con
toda su intimidad y misterio— exigirá de nosotros nuestros ma­
yores esfuerzos y nuestra mejor habilidad. Cuando nos casamos,
nos estamos comprometiendo a entregar de corazón los mejores
momentos de nuestra existencia, y nuestra máxima energía, a este
empeño tan oneroso y al mismo tiempo tan gratificante.

FIESTA EN EL DORMITORIO
Francamente, creo que las relaciones sexuales en el matri­
monio deberían constituir una experiencia de voluptuosidad; tales
relaciones son un don para celebrarse en grande, se miren por
114 / Dinero, sexo y poder

donde se miren. Nos unimos a la fiesta del Cantar de los Cantares,


que dice:
Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía;
He recogido mi mirra y mis aromas;
He comido mi panal y mi miel,
Mi vino y mi leche he bebido.
Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados.
(Cantar de los Cantares 5:1)
De mil amores respondemos al consejo de Proverbios, que expresa:
“Sus caricias te satisfagan en todo tiempo” (Proverbios 5:19).
Aquellos que tratan de limitar el sexo a la procreación están
sencillamente pasando por alto la Biblia. Las Escrituras afirman
de manera entusiasta aquellas relaciones sexuales que tienen lu­
gar dentro del matrimonio, la frecuencia de las mismas o la técnica
sexual empleada en ellas, simplemente no son temas de signifi­
cación moral; excepto en lo tocante a la consideración mutua entre
los cónyuges. En otras palabras: las parejas casadas tienen liber­
tad en el Señor para hacer todo aquello que les produzca deleite
y contribuya al bien de la relación. El sexo oral, la masturbación
mutua y otras muchas formas de darse placer el uno al otro no
son inherentemente malas si ambos cónyuges están de acuerdo en
emplearlas.
Como existe abundante literatura acerca de las técnicas se­
xuales, nos abstendremos de tocar este tema, baste decir que los
creyentes tienen libertad dentro del matrimonio para explorar las
esferas sexuales de la ternura y el deleite susceptibles de condu­
cirles a experiencias más profundas del amor.
Sin embargo, quisiera comentar algo acerca de los ritmos de
la sexualidad masculina y femenina. Las relaciones sexuales no
son algo automático —algo que se cuida milagrosamente de sí
mismo una vez que contraemos matrimonio—, sino que necesitan
de sustento, ternura, adiestramiento, educación y muchas cosas
más. Cuando dos personas entran en la intimidad sexual, precisan
mucho del dar y recibir emocional, espiritual y físico.
En la experiencia sexual los hombres y las mujeres responden
de un modo distinto y haríamos bien en saber cuáles son sus di­
ferencias. Estas diferencias puede verlas usted enumeradas en un
sinfín de libros, pero lo que no encontrará en dichos libros son
aquellas exclusivas de su matrimonio. La literatura sólo es capaz
de proporcionarle indicios de la dirección general correcta; de us­
ted depende el explorar aquellas peculiaridades únicas y miste­
riosas de su cónyuge.
El sexo y el matrimonio /115

Según los expertos, en el terreno sexual las mujeres responden


más en términos de relación, solicitud y comunicación que los
hombres; sin embargo, Dios me ha dado la responsabilidad de
estudiar cuáles son los ritmos específicos de mi esposa: su fre­
cuencia, su intensidad, su rapidez o lentitud, aquello que le da
placer, aquello que la ofende. . . esas y otras muchas cosas forman
el vocabulario del amor. Yo tengo que aprender a leer el lenguaje
de su alma y de su corazón; y ella, a su vez, el de los míos. ¡He
aquí la angustia y el éxtasis de la intimidad sexual!
No nos es posible evitar ni dicha angustia ni dicho éxtasis;
además son precisamente esas cosas las que nos proporcionan tan
grande variedad de placer en nuestra experiencia sexual a lo largo
de toda nuestra vida. No es de extrañar que el Creador hiciera
permanente el matrimonio, después de una existencia entera ca­
sados sólo empezamos a comprender el maravilloso mecanismo de
relojería que nuestro cónyuge lleva dentro.
La razón por la que mucha gente llega a aburrirse del sexo es
que lo separan del desafío misterioso y admirable de la persona­
lidad humana unida en “una sola carne”; después de todo, si lo
único que vemos en las relaciones sexuales es la introducción de
un pene en una vagina, ciertamente dichas relaciones pronto se
convertirán en algo fatigante. Sin embargo, si el testimonio cris­
tiano en cuanto a la realidad matrimonial del ser “una sola carne”
resulta cierto, no puede haber desafío más maravilloso.
De manera que conocer el flujo y reflujo de la sexualidad de su
cónyuge constituye una tarea espiritual para la persona casada.
Nuestro crecimiento en la fe nos ayuda a mejorar nuestra inti­
midad matrimonial y a menudo, la meditación cristiana nos hace
más sensibles al ritmo interior de nuestro cónyuge. Pareciera que
Dios está profundamente interesado en ayudarnos a experimentar
la plena realidad del ser “una sola carne”. A veces, en la oración
meditativa, recibimos una nueva percepción de cómo fortalecer
nuestra intimidad sexual. ¡Claro que sí! ¡A Dios le importan esas
cosas! Nos convertiríamos en mejores amantes y más sensibles si
prestásemos más atención a su guía escuchando por medio de la
oración.
Fue el doctor Norman Lobenz quien expresó: “No hay mejor
salvaguardia contra la infidelidad que un matrimonio vivo e in­
teresante.”5Y ciertamente, uno de los aspectos del matrimonio en
el cual debemos mantener el misterio, la emoción, la fascinación
y el disfrute, es en la intimidad sexual.
116 / Dinero, sexo y poder (

CRISTO Y EL DIVORCIO
Resulta emocionante volar entre las altas y encumbradas ci­
mas del éxito matrimonial, pero es algo totalmente distinto bajar
al valle del fracaso en la vida de pareja. En cierto modo, podemos
comparar este último con el valle de sombra de muerte. Todos los
matrimonios pasan por momentos de tristeza y de dolor pero a
veces, dicha tristeza parece demasiado grande y dicho dolor de­
masiado agudo. ¿Qué deberían hacer los creyentes cuando se ha­
llan frente al valle de sombra en su relación matrimonial?
La respuesta a esta pregunta constituye un tema de acalorado
debate en la actualidad, y cosa interesante, también lo era en
tiempos de Jesús. En la sociedad hebrea del Antiguo Testamento
el divorcio suponía una práctica corriente, de manera que Moisés
estableció pautas legislativas para hacerlo más humano (Deute-
ronomio 24:1—4); pero incluso dichas pautas fueron ferozmente
discutidas. En los días del Señor, había una escuela de rabinos
encabezada por Hillel que sostenía que un hombre podía divor­
ciarse de su esposa por cualquier causa, si por ejemplo ella que­
maba la comida aquel día, o si él encontraba otra mujer que le
gustaba más. Según Hillel y sus seguidores, estas razones eran
suficientes para el divorcio.
Otro grupo, cuyo líder era el rabino Shammai, pensaba que la
única causa legítima para que un hombre se divorciara de su es­
posa era la infidelidad conyugal —como puede usted ver, el divor­
cio constituía sólo una prerrogativa masculina, la mujer no tenía
arte ni parte en ello.
Los fariseos trataban de hacer que Jesús entrara en aquel de­
bate, de modo que le preguntaron: “¿Es lícito al hombre repudiar
a su mujer por cualquier causa?” (Mateo 19:3). La escuela de Hillel
decía que sí, y la escuela de Shammai que no: ¿de qué bando se
pondría Jesús? Pero el Señor, en vez de identificarse con uno u
otro grupo, les hizo remontarse a los propósitos de Dios en el prin­
cipio: “¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y
hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre,
y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? Así que no
son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que Dios juntó,
no lo separe el hombre” (Mateo 19:4-6).
La intención de Dios para el matrimonio era que fuese una
realidad permanente e indivisible —“una sola carne”—; pero esto,
naturalmente, planteaba el problema de la ley de Moisés; de modo
que los fariseos preguntaron: “¿Por qué, pues, mandó Moisés dar
carta de divorcio, y repudiarla?” (Mateo 19:7). Por favor, fíjese
El sexo y el matrimonio /117

ahora en la manera de responder Jesús a esta pregunta: “Por la


dureza de vuestro corazón Moisés os permitió repudiar a vuestras
mujeres; mas al principio no fue así” (Mateo 19:8).
¿Se da cuenta de lo que Jesús está diciendo? Habla a los hom­
bres, y les explica que Moisés permitió el divorcio para proteger
a las mujeres de los varones de corazón duro. Mejor era que el
hombre se divorciara de su esposa y no que le estrellara la cabeza
contra la pared; sin embargo, como el Señor dijo, el divorcio no
constituía la intención original de Dios.
Jesús se opuso a las prácticas de su día respecto al divorcio por
las mismas razones exactamente que habían movido a Moisés,
siglos atrás, a instituir una ley referente al mismo, para proteger
a la mujer, la cual estaba totalmente indefensa y atrapada por
aquella costumbre perversa y destructiva. En el tiempo del Señor
las mujeres sufrían graves daños a causa del divorcio. La misma
palabra empleada para divorcio significa literalmente “repudiar^’;
y las mujeres podían ser repudiadas por un simple procedimiento
que no requería de tribunales, ni siquiera de una organización
religiosa. Sólo era necesario tener testigos; y éstos podían ser los
del marido. No se precisaba de ninguna acusación legal; la cosa
consistía meramente en extender a la mujer una carta la cual
indicaba que se había divorciado de ella por ciertas razones: éstas
podían ir desde el hablar cuando no le tocaba hasta el haber pe­
gado un puntapié al perro.
Las mujeres se encontraban atrapadas en el mundo patriarcal
del siglo I, y Jesús se opuso a aquella malvada práctica de repudiar
a la esposa; dijo incluso que cualquier hombre que se divorciaba
de su mújer hacía de ella una adúltera (Mateo 5:32).
Lo único que hemos de comprender en cuanto a todo esto es
que Jesús no intentaba fijar una serie de reglas legalistas para
determinar cuándo era permisible el divorcio y cuándo no; el hecho
de que en Mateo 5:32 parezca apoyar a la escuela de Shammai en
lo referente al adulterio como razón para divorciarse, no significa
que esa deba ser la única base permisible para hacerlo, ni que el
adulterio tenga necesariamente que dar como resultado el divorcio
en todos los casos.* Cristo no estaba estableciendo reglas en ab­
soluto, sino dirigiendo un golpe contra el espíritu en que convivían
entre sí las personas. De manera que cuando estudiamos la en­
señanza de Jesús acerca del divorcio no debemos buscar una, dos
* Mateo 5:32; 19:9. Pero compárense estos versículos con Marcos 10:11 y Lucas
16:18, donde se presenta el mismo dicho sin la cláusula de excepción del adulterio.
En la actualidad existe mucho debate acerca de si esa cláusula de Mateo fue una
adición posterior al texto bíblico, ya que parece quitarle fuerza a la enseñanza.
r120 / Dinero, sexo y poder

resulta substancialmente más destructiva que el divorcio, dicha


relación matrimonial debería terminarse. {
En caso de que se escoja el divorcio como solución radical para 1
•una situación insostenible, dicho divorcio no debe ser nunca ese i
“repudio” cruel que Jesús condenó. Tiene que haber lugar para
una división equitativa del patrimonio y de los demás recursos de
la pareja, a fin de que ninguno de los cónyuges quede en un estado
de indigencia además tampoco hemos de “repudiarnos” emocio­
nalmente el uno al otro, sino tratar de disminuir el resentimiento
y aumentar la cordialidad de todas las formas posibles.
Ahora bien, los hay que por fidelidad a Dios deciden mante­
nerse en un matrimonio deficiente. Esta decisión no es errónea,
pero sí sumamente difícil de sobrellevar, y los que la toman ne­
cesitan por lo tanto de la oración y el apoyo de la comunidad
cristiana: hemos de sufrir con ellos, de darles ánimo y de orar
porque su situación reciba una infusión de vida y luz divinas. En
caso de que más tarde optaran por divorciarse, no habrán fraca­
sado ni hecho mal por ello, y precisarían de nuestra aceptación y
nuestro amor generosos.
Quisiera decir ahora unas palabras a aquellos de ustedes que
están divorciados y que temen no haber luchado lo suficiente para
salvar su matrimonio. Cuando antes mencioné el divorcio como
“un último recurso, sólo utilizable después de que se han agotado
todos los medios posibles de gracia”, probablemente se le cayeran
a usted las alas del corazón y ahora, en lo profundo de su ser se
esta preguntando-si no habrá echado mano del divorcio demasiado
pronto. “Quizá. . .” —tal vez piense—, “quizá si hubiese perseve­
rado aun un poco. . . si lo hubiera intentado una vez m ás. . . las
cosas habrían sucedido de forma distinta.” Si este es el dilema en
el que se encuentra, me gustaría descargar su mente y su corazón.
Tal vez usted haya fallado —todos lo hacemos—, pero Dios es más
grande que su fracaso. La misericordia, el perdón y la aceptación
del Señor lo cubren todo. Usted no puede corregir el pasado, pero
sí ser liberado de su dominio. Quédese donde está, y empápese del
amor y de la solicitud de Dios. Acepte su oferta de perdón y su
invitación a un futuro esperanzado.

CRISTO Y LAS NUEVAS NUPCIAS


¿Y qué “futuro esperanzado” hay para los divorciados? ¿Pue­
den o deben contemplar éstos con ilusión la posibilidad de volverse
a casar? Estas son preguntas que causan perplejidad a aquellos
que desean sinceramente hacer lo correcto.
El sexo y el matrimonio /121

| Muchos, por ejemplo, se sienten sinceramente turbados por la


! declaración de Jesús en el Sermón del Monte según la cual el que
i se casa con una mujer divorciada comete adulterio (Mateo 5:32;
Marcos 10:11,12; Lucas 16:18; Mateo 19:9). ¿Esto quiere decir que
a los creyentes no les está jamás permitido volver a casarse? El
lenguaje empleado por Jesús parece muy claro, y sin embargo,
¿por qué pondría El una prohibición tan estricta? ¿Qué estaba
j atacando al condenar el nuevo matrimonio?
I Jesús estaba enfrentándose con la agresividad del varón en el
| contexto de la cultura del siglo I. En aquel entonces, un hombre
l podía tomar o dejar esposa a su antojo, y el Señor quiso atacar esa
| destructiva actitud de dominación masculina. Jesús, por lo tanto,
? estaba condenando la dureza de los hombres que se casaban, se
i divorciaban y se volvían a casar con la misma facilidad que com-
: praban y vendían ganado (¡de hecho, en aquel entonces, en el mer­
cado libre se pagaba más por una buena vaca que por una mujer!).
En su enseñanza acerca del nuevo matrimonio, Jeéús estaba
llamando la atención de la gente hacia la relación degradada que
existía entre un hombre y una mujer cuando ésta había estado
casada con anterioridad. Ciertamente, en sus días se trataba de
¡i una relación degradada y degradante, algo que mantenía a dicha
mujer en un estado de miedo continuo, constantemente acorra­
lada. El hombre la tenía bajo su poder lo cual facilitaba qué el
abusara de ella. En la cultura del siglo I, a las divorciadas se las
consideraba compañeras de segunda mano, y lo que Jesús estaba
diciendo era que cuando un hombre piensa en una mujer como en
una mercancía barata, su relación con ella es inmoral. Y esto aún
sucede en nuestros días, ¿no es verdad? La vida de muchas esposas
resulta un infierno simplemente porque sus maridos las tratan
como “mujeres usadas”.
Entonces esta es la razón por la que Jesús habló del nuevo
matrimonio como de adulterio, no porque fuera algo inherente­
mente malo, sino debido a la actitud de desdén con la que el hom­
bre vivía con su mujer en tales casos. El Señor utilizó la palabra
“adulterio” para referirse a la clase de relación sexual que es mala
y nociva; lo mismQ hizo cuando calificó también de “adulterio” la
lujuria del corazón (Mateo 5:28). En ambos casos estaba señalando
la destrucción que con estas cosas se causaba en una relación y
condenando dicha destrucción. !
Lo que no debemos es convertir esas palabras perspicaces de
Jesús acerca de las nuevas nupcias en otra serie de leyes mortí­
feras para el alma. Jamás pensaríamos en hacer eso con los demás
dichos del Señor. Si tomáramos de un modo legalista sus palabras
122 / Dinero, sexo y poder

acerca del ojo o de la mano que nos es ocasión de caer, todos ten­
dríamos cuerpos mutilados (Mateo 5:29, 30). A ninguno de noso-]
tros se nos ocurriría jamás transformar en un nuevo legalismo la
enseñanza de Jesús acerca de no invitar a nuestros amigos, pa­
rientes o vecinos cuando hacemos un banquete (Lucas 14:12). Pues
tampoco deberíamos actuar de esa manera con sus palabras sobre
el casarse otra vez. Es cierto que, en su voluntad absoluta, Dios
tiene el propósito creativo de que el matrimonio sea una realidad
permanente: “una sola carne” que jamás se divida, pero en su
absoluto amor, la intención divina cubre el quebrantamiento de
nuestra vida y nos hace libres.
De modo que la base para las nuevas nupcias, de acuerdo con
la doctrina de Cristo, es precisamente la misma que para el ma­
trimonio y el divorcio, si las personas implicadas van a estar subs­
tancialmente mejor y el que se casen va a contribuir más eficaz­
mente al avance del reino de Dios, entonces, la ley del amor indica
que el nuevo matrimonio puede, e incluso debe, darse.
Sin embargo, en el contexto de las nuevas nupcias, hay que
considerar los problemas prácticos referentes a cómo deben tra­
tarse las heridas sexuales y emocionales. Con frecuencia, estas no
son cosas que un individuo pueda resolver por sí solo. Existen
razones por las cuales fracasan los matrimonios, y pocas veces la
culpa es sólo de una de las partes; y aunque así fuera, todavía
quedarían heridas que habría que curar. Las nuevas nupcias son
una imprudencia si no hay al mismo tiempo un movimiento subs­
tancial hacia esa restauración.
A menudo la comunidad cristiana puede constituir una ayuda,
el oído compasivo y la oración por sanidad son capaces de hacer
grandes cosas; como también pueden resultar útiles el consejo de
los hermanos y los buenos libros. Pero sobre todo, lo que podemos
proporcionar los creyentes es un ambiente de intimidad, una es­
pecie de útero de compasión en el cual sea seguro sentir, mostrar
■solicitud y arriesgarse a amar de nuevo.
¿Dónde estamos? Hemos tratado de comprender nuestra se­
xualidad a la luz de la visión cabal que nos proporciona la Biblia;
nos hemos esforzado en ver lo que puede representar dicha visión
para la persona no casada; hemos intentado comprender el con­
texto en el cual el matrimonio, el divorcio y las nuevas nupcias
son conformes con la doctrina de Cristo; y ahora estamos listos
para enfocar todo lo que hemos aprendido en el voto de fidelidad.
9. El voto de fidelidad
La fidelidad es el elemento ético que realza el amor natural.
—EMIL BRUNNER

El tema del sexo requiere una respuesta nueva y vigorosa, no una


respuesta negativa ni reaccionaria, sino activa, creativa, posi­
tiva. .. Necesitamos responder de manera que demos testimonio
de la actitud rica y afirmativa de la Escritura para con la sexua­
lidad humana. Nuestra respuesta debe valer para todos los cris­
tianos y ha de poderse experimentar en la vida diaria; asimismo
debe ocuparse de un modo franco pero compasivo de nuestras dis­
torsiones de la función que Dios otorgó al sexo. Esta respuesta se
cristaliza mejor en el voto de fidelidad —todos los creyentes sean
hombres o mujeres, estén solteros, casados, divorciados, viudos o
unidos de nuevo en matrimonio son llamados a la fidelidad en sus
relaciones sexuales.
Fidelidad es la afirmación de nuestra condición sexual en su
compleja diversidad . Nos gozamos porqüF sómos seres sexuados
cóft n é c e ^ amor y amistad. Rehu­
samos rotundamente pensar en nosotros mismos en términos ase­
xuales. Sabemos que tratar a una persona como si no tuviera sexo
equivale a deshumanizarla y no queremos hacer esto ni con no­
sotros mismos ni con los demás. Estamos decididos a ser fieles a
lanatunüezajse Dios nos h a dado T
fid e lid a d significa lealtad a nuestro-ílamamiento. Algunas
personas son llamadas a la vida célibe, y cuando dicho llama­
miento proceSe 9eDiosye§coñfifiihadopbr la comunidad de la fe,
el discípulo de Cristo puede descansar satisfecho en esta provisión
de la gracia divina; no tiene necesidad de inquietarse, estar an­
sioso o tratar de encontrar otras opciones. La comunidad cristiana
da la bienvenida a ese llamamiento y ese don sin lanzar indirectas
despectivas en cuanto al fracaso del individuo en encontrar pareja.
Otros son llamados-_al-.matrimonio yjiceptan. _con gozo .su lla­
mamiento sin escatimar el tiempo y la energía necésarios para
realizarlo. La ígTesía comprende esto y busca la forma^eTia(%)r
ínái^ficacesTós esfuérzosae tales personas por cultivar un ma-

123
124 / Dinero, sexo y poder

l^imonio y una familia vigorosos, y se niega a frustrar tales ob-1


jetivos con la proliferación de reuniones y compromisos que se- \
paran a la unidad familiar. ¡
Fidelidad es la orientación de las relaciones sexuales hacia los
canales que Dios le ha establecido dentro del pacto matrimonial >
Decimos “No” a la promiscuidad sexual antes del matrimonio y
al adulterio después de éste. Despreciamos ese mito moderno de
que la habilidad sexual se demuestra con las conquistas, y con­
fesamos la cabalidad y la plenitud de la expresión sexual tal y
como se ve en la reláción calificada de “una sola carne” en el
matrimonio.
Fidelidad significa compromiso sostenido con el bienestar y el
desarrollo del cónyuge. Nos dedicamos a conseguir la felicidad y
cabalidad de nuestro esposo o esposa. Deseamos que cada don,
cada talento y cada habilidad que él o ella posee tenga la opor*
tunidad de brotar y florecer. Tanto el marido como la esposa son
llamados á sacrificarse por el desarrollo de su pareja.
Fidelidad significa reciprocidad. Ser fieles quiere decir no tra­
tarnos despóticamente el uno al otro, nada de coacciones, nada de'
falsa superioridad, nada de jerarquías artificiales. . . 1
Fidelidad es sinónimo de honestidad y lealtad mutuas. Teñe-'
mos el compromiso de quitarnos la careta, de abandonar toda fa-;
chada. Nuestro compartir no es ninguna “persecución trivial”,
sino una disposición a hablar el lenguaje interno del corazón.
Fidelidad es la exploración del mundo interno de la vida es­
piritual en compañía el uno del otro. Nos comprometemos a orar
juntos, a adorar juntos, a gozarnos ju n to s... Invitamos a nuestro *
. cónyuge a que entre en el santuario interior de nuestra propia
alma, a que sea testigo de nuestras luchas, nuestras dudas, núes-!
tros avances... de nuestro crecimiento.

EL SIGNIFICADO DE “FIDELIDAD” PARA LOS NO CASADOS,


La sexualidad humana tiene bastantes aspectos, y el coito es:
sólo uno de ellos. Si las personas que no están unidas en matri­
monio alimentaran y cultivaran esas muchas otras facetas de su
sexualidad, sus necesidades genitales se pondrían en perspectiva.
De hecho, lo que llamamos necesidades en realidad no son sino
deseos. El cuerpo necesita comida, aire y agua; sin estas cosas la
vida humana no puede subsistir durante mucho tiempo. Sin em­
bargo, nadie ha muerto todavía por falta de relaciones sexuales,
es más, muchos han llevado una vida plena y satisfactoria sin
contacto genital —¡incluyendo a Jesús!
El voto de fidelidad 1125

De manera que el coito constituye un anhelo y no una nece­


sidad del ser humano, la diferencia es bien importante. El com­
prender esa diferencia puede resultar tremendamente liberador
para los no casados, ya que les hace ver que no son medias personas
—incompletas y sin realizar— y que no necesitan del coito para
experimentar la plenitud en cuanto al sexo.
El apóstol Pablo se ocupa especialmente de este asunto de las
“necesidades sexuales” en la epístola a los cristianos de Corinto.
rEllos vivían en un ambiente bastante cargado de sexo, y algunos,
percibiendo la libertad que hay en el Evangelio, dieron por sen­
tado que la misma significaba una total licencia sexual —incluso
en lo referente a las relaciones sexuales con prostitutas—. Obvia­
mente su lema era: “Todas las cosas son lícitas en Cristo.” A lo
que Pablo respondió: “Todas las cosas me son lícitas, mas ño todas
convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré
dominar de ninguna” (1 Corintios 6:12).
Los corintios plantearon entonces el tema de las relaciones
sexuales como si éstas fueran una necesidad física normal del
; mismo tipo que el comer. En otras palabras: si el sexo es un apetito
físico natural semejante al de comida, ¿qué hay de malo en satis-
l facerlo siempre que la necesidad apremie? La contestación de Pa­
blo fue que “las viandas [son] para el vientre”, pero que “el cuerpo
... es . . . para el Señor” (1 Corintios 6:12) (corchetes del autor).
Luego, el apóstol siguió argumentando que el aparato digestivo
era algo temporal y biológico, y tenía una importancia limitada a
la existencia terrena, pero el cuerpo constituía el templo del Es­
píritu Santo, su destino era resucitar, y estaba lleno de valor
eterno. Por lo tanto, dice Pablo: “Huid de la fornicación.” Las re­
laciones sexuales ilícitas son una parodia tal de la fusión en “una
sola carne”, que violan el aspecto espiritual de nuestro cuerpo. “¿O
no sabéis que el que se une con una ramera, es Un cuerpo con ella?
Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al
Señor, un espíritu es con él” (1 Corintios 6:16, 17). Lo que Pablo
nos dice, entonces, es que el coito está tan lleno de significado
eterno que siempre debería reservarse para la relación perma­
nente del matrimonio, por lo tanto, los creyentes no casados harán
bien en abstenerse de las relaciones sexuales y en cambio, desa­
rrollar plenamente los muchos otros aspectos de su sexualidad.
La intimidad es una de las facetas de nuestra sexualidad hu­
mana que los no casados deberían fomentar, el dar y el recibir
amor constituye algo esencial: de hecho ha habido personas que
han muerto, literalmente^ por falta de ella. Necesitamos encontrar
amistades“que sean solícitas e impartan vida. En la actualidad la
126 / Dinero, sexo y poder

soledad, alcanza un grado de epidemia, y muchas personas no


casadas sufren de ella porque han tendido a equiparar la intimi- i
dad con el coito. Pero lo cierto es que es posible cultivar muchas í
relaciones íntimas y afectuosas sin un trato carnal.
Los no casados pueden cdnseguir intimidad con otros entrando
en su vida en muchos grados diferentes. El compartir libros, ideas,
metas, el conversar. . . y muchas cosas más nos ayudan a forjar
intimidad entre las personas. Podemos tener amistad con hombres
y mujeres, tanto casados como no casados. Los individuos son se­
mejantes a espléndidas tapicería y a veces resulta muy intere­
sante conocer la variada e intrincada textura de cada vida.
Estrechamente asociado con la intimidad se encuentra ese as-^
pecto de nuestra condición sexual que se revela por el contacto
físico. El tocar, el tener en los brazos, el acariciar son facetas le­
gítimas de nuestra sexualidad que no deberían vincularse nece­
sariamente con el coito, de hecho, Ashley Montagu, en su libro *
Touching (Tocando) dice: “Es muy probable que en el mundo oc­
cidental, la actividad sexual —esa frenética preocupación por el i
sexo que caracteriza a nuestra cultura— no sea en absoluto, en
muchos casos, una expresión de interés erótico, sino mas bien una
búsqueda de satisfacción de nuestra necesidad de contacto.”1
Los no casados deberían aceptar con gusto el contacto físico, el
apretón, el abrazo cariñoso... Esas cosas constituyen ingredien­
tes esenciales de nuestra sexualidad humana, y no es prudente
apartarnos completamente de ellas. El contacto físico no erótico
resulta de creciente interés para aquellos que ejercen profesiones
médicas. A las enfermeras se les está enséñando cómo deben aca­
riciar y mimar a los bebés; los auxiliares siquiátricos aprenden el
poder que hay en un mero tomar de la mano; y gente como la
madre Teresa de Calcuta nos ha ayudado a todos a descubrir la
virtud sanadora del toque compasivo.
Son los no casados ínaduros, principalmente, quienes necesi­
tan la experiencia vivificante del contacto físico; muchos de ellos
pasan meses enteros sin ser tocados siquiera por otro ser humano.
Si tan sólo la gente de las iglesias, por ejemplo, fuera a los miem­
bros solteros de la congregación y les dieran un abrazo cordial o
les frotaran la espalda, se quedarían atónitos al ver el estímulo
emocional que son capaces de producir con ello.
Otro aspecto de nuestra sexualidad es el aprecio por la belleza
y el atractivo físico. Muchas personas no casadas se retraen de ese
aprecio natural que se siente hacia un hombre apuesto o una mu­
jer hermosa, no sea que el mikmo pueda conducirles a la lujuria
del corazón que condenó Jesús. Pero tal cosa no es necesaria, ya
El voto de fidelidad 1 127

' que resulta plenamente posible admirar la belleza del rostro o de


la figura sin por ello caer en la lascivia. |Se trata de dones ma­
ravillosos del Creador, cómo osaríamos despreciarlos!
| El disfrute de la belleza no tiene por qué ser perverso; simple-
emente hay que controlarlo, y eso es posible. Podemos apreciar la
hermosa curva de un bíceps o de unos pechos sin por ello caer
irremediablemente en la pasión incontrolada; sólo porque los me­
dios de comunicación tratan de vincular cada figura atractiva y
cada movimiento agradable con la sexualidad erótica, no significa
que debamos tragarnos ese mundo de fantasía. Como hijos de la
luz que somos, gocemos de la belleza sin lujuria y de las visiones
i placenteras sin sensualidad.
Un aspecto más de nuestra condición sexual es la comunica­
ción. Al principio, esta experiencia adopta la forma de simple
charla acerca de cosas grandes y pequeñas, y a menudo incluye la
risa. Otras veces, trasciende la conversación humana, de manera
que el estar sentados juntos sin decir nada se convierte en una
profunda experiencia de comunicación.
En la primera iglesia de la que fui pastor, había un individuo
cuya casa yo solía frecuentar con el único objeto de hablar con él.
A menudo nos sentábamos en su estudio y discutíamos grandes
ideas, soñando acerca de lo que fuera. Luego en algunas ocasiones,
hacíamos uña pausa y orábamos juntos, y con frecuencia también
reíamos juntos. Pero de lo que más me acuerdo es de aquellas veces
en las cuales, simplemente, dejábamos de hablar y permanecía­
mos sentados en compañía el uno del otro sumidos en un profundo
silencio. Hay unos lazos duraderos que se crean! a través de tales
experiencias de comunicación los cuales ensanchan y realzan
nuestra capacidad para las relaciones íntimas.
Muchas veces, las iglesias colocamos a los no casados en una
situación verdaderamente embarazosa con respecto al sexo. Los
ponemos entre la espada y la pared: o se casan, o entierran su
sexualidad. Sin embargo, ese dilema es falso, y no tienen por qué
resolverlo optando por las relaciones sexuales fuera del matri­
monio. Existe una opción más: aquella de afirmar y gozar de su
propia sexualidad reservando al mismo tiempo el coito para el
pacto conyugal.
Los no casados tienen libertad en Cristo para poner su sexua­
lidad en primer plano y desarrollarla plenam ente en los muchos
otros aspectos que comporta de intimidad y compañerismo. Ese es
el significado del voto de fidelidad para los que no están unidos en
matrimonio.
128 / Dinero, sexo y poder

EL SIGNIFICADO DE “FIDELIDAD” PARA LOS CASADOS *s


El matrimonio cristiano constituye una relación de pacto.2Un !j
pacto es una promesa, un compromiso de amor, lealtad y fidelidad!
qué implica asimismo permanencia —o sea, el sentido de un fu-|
turo compartido que se espera con ilusión y de una historia comúnj
que evocar juntos—. Pacto significa también pertenencia, es un|
compromiso con una rica y creciente relación de amor y solicitud!\
Tratemos entonces de expresar lo que significa fidelidad dentro [
del pacto del matrimonio.
Primeramente, fidelidad en la relación matrimonial significa í
monogamia. Argumentamos a favor de esta monogamia y en con-;
tra de la poligamia, pero no basados en las leyes bíblicas acerca
del asunto; de hecho, muchas personas se quedarían asombradas
de ver que por cada versículo de la Escritura que podemos juntar
en defensa de una relación monógama, hay dos que apoyan la
poligamia. No, el testimonio cristiano en cuanto a la monogamia
se basa en la revelación del ágape que tenemos en Jesucristo. El
amor que Cristo nos legó es una realidad que significa “vivir para
la otra persona”.3 Hablando claramente, la poligamia deshuma­
niza a la mujer*, haciéndola formar parte de una manada desti­
nada al deleite del hombre. La poligamia constituye una afrenta
a la ley del amor, aun en el Antiguo Testamento podemos ver
algunos de los resultados nocivos de esta clase de arreglo.
Eso no significa que debamos insistir en que la gente que se
halla en situaciones polígamas cambie inmediatamente a la mo­
nogamia después de convertirse. Yo conozco un brillante estu­
diante nigeriano, casado y con cuatro hijos, cuyo padre, sin em­
bargo, tenía siete esposas. Hace poco, este último murió y según
la costumbre, sus siete esposas pasaron a ser de su hijo. Ahora
bien, el que mi amigo repudiara, a esas mujeres sería algo terri­
blemente destructivo, de modo que ha decidido conservarlas como
sus esposas. Será un marido para ellas en el sentido de que se
encargará de proveer para sus necesidades materiales; sin em­
bargo, les ha dicho a las siete que no lo será en el terreno sexual,
por lo cual les ha dado libertad para otro matrimonio. Si más tarde
tienen la oportunidad de casarse con algún otro, les concederá una
“despedida honrosa”. Estas, son decisiones difíciles para un cris-

* Estoy muy consciente de que, técnicamente, poligamia se refiere a una pluralidad


de cónyuges de cualquier sexo (poliandria significa muchos maridos y poliginia
muchas mujeres). La mayoría de la gente, sin embargo, al hablar de poligamia
piensa en múltiples esposas, y la práctica de la poligamia, en muchas culturas,
ha sido encaminada en esa dirección.
El voto de fidelidad /129

j tiano que se encuentra atrapado en una cultura polígama, pero


yo por lo menos alabo sus esfuerzos.
En segundo lugar, fidelidad en el matrimonio significa un com-,
; promiso de por vida con el amor y la lealtad. Los discípulos de
I Cristo deben negarse a buscar la forma de abandonar el pacto sólo
'[porque surgen dificultades o porque el amor romántico se enfríe.
J Las dificultades no son una señal de que el matrimonio vaya mal,
' pór supuesto muchas veces indican que la relación es saludable.
Si los cónyuges se preocupan el uno por el otro tendrán discusio­
nes, ya que ello quiere decir que valoran sus lazos; mientras que
si jamás hay ninguna riña, eso puede ser señal de que el matri­
monio ya no les importa.
El problema no son los desacuerdos y las discusiones, sino la
manera en que manejamos tales cosas. En su libro Letters to Karen
(Cartas a Karen), Charlie Shedd propone sus “Siete reglas oficia­
les para tener una pelea limpia”, las cuales les han ayudado a
Marta y a él por medio de sus desacuerdos matrimoniales —-se las
recomiendo—.4 A estos sabios consejos, yo añadiría un sólo co­
mentario: Jamás, jamás. . . permita que el conflicto llegue a ser
violento físicamente. El abuso corporal daña una relación mucho
más de lo que imaginamos (y, desde luego, si buscamos razones
bíblicas para permitir el divorcio, los malos tratos físicos deberían
considerarse en lo alto de la escala).
Algunas veces, el conflicto que experimenta una pareja parece
insoportable. “¿Por qué seguir intentándolo?” —se preguntan los
cónyuges—. Seguimos intentándolo por la gran importancia de lo
que está en juego, ¡y por la magnitud del premio del éxito! Si
valoramos una larga vida juntos, creeremos que nuestro matri­
monio bien merece que se le dedique un gran esfuerzo y lucha por
conservarlo. Nuestro amor es algo demasiado bueno para perderlo.
Dicho esto, también sé que en ciertas situaciones puede suce­
der que el conflicto no sólo parezca insoportable, sino que de veras
lo sea. En tales circunstancias, la fidelidad recomienda que, siem­
pre que ello resulte factible, el asunto del divorcio se plantee de­
lante de la comunidad cristiana a fin de recibir luz y consejo. La
iglesia debe ser especialista en reparar matrimonios quebranta­
dos, o a falta de ello, en sanar las heridas causadas por el divorcio.
Nadie mejor que yo sabe que muchas iglesias no podrían sen­
cillamente con tan delicada e imponente responsabilidad. A me­
nudo, los ancianos u otros líderes designados oficialmente están
tan divididos acerca de las cuestiones del divorcio y del nuevo
matrimonio que no pueden ayudar en modo alguno. Muchas veces,
el prejuicio reinante empaña nuestro discernimiento espiritual.
130 / Dinero, sexo y poder

Hay bastantes líderes que, con toda sinceridad, creen que el co­
metido de la iglesia es vigilar presupuestos y conservar edificios,
v no ser consejeros matrimoniales aficionados.
/ Sin embargo, una comunidad amante, a la que se le permite
poner sus brazos alrededor de un matrimonio roto y deshecho por
el sufrimiento, es capaz de producir una asombrosa sanidad. Eso
debe hacerse con ternura y humildad, sin que haya arrogancia,
chismorreo o consejos moralizantes. La pareja debe sentirse se-
. gura de que la comunidad los acepta y los apoya en su dolor sea
cual fuere el resultado. Las principales formas de respaldarlos son:
el oir compasivo y la oración empática. En ocasiones, lo que surge
de tales experiencias resulta casi una resurrección tan real como
la de Lázaro cuando salió de la tumba por su propio pie. Eso no
siempre sucede, ¡pero a veces sí!
! En tercer lugar, la fidelidad en el matrimonio significa una
subordinación mutua en el temor de Dios. El apóstol Pablo invoca
el principio de la sumisión unos a otros sobre todas las relaciones
familiares: “Someteos unos a otros en el temor de Dios” (Efesios
5:21) y luego sigue explicando los detalles de cómo dicha sumisión
debe operar en el hogar cristiano. Resulta verdaderamente asom­
brosa la responsabilidad de sumisión que Pablo impone ál varón,
quien después de todo, ocupaba el lugar más alto de la sociedad
patriarcal hebrea. El apóstol hace un llamamiento a la sumisión
a semejanza de Cristo por medio del amor sacrificial. Las costum­
bres matrimoniales del siglo I no consideraban a la mujer como
una persona total y mucho menos como alguien a quien se le debía
un amor sacrificial.
Por supuesto Pablo coloca una responsabilidad especial de su­
misión sobre la mujer: “Las casadas estén sujetas a sus propios
maridos, como al Señor” (Efesios 5:22) y atribuye una función
especial al marido: “Porque el marido es cabeza de la mujer, así #
como Cristo es cabeza de la iglesia” (Efesios 5:23).* Hay personas
que desearían que Pablo no lo hubiera expresado de esta manera,
ya que en muchas ocasiones se ha torcido esta enseñanza para
permitir que los hombres tuvieran a las mujeres por la oreja. No
obstante, debemos recordar que el apóstol está utilizando aquí el
enfoque didáctico de relación tan común en las Escrituras es decir
* Recientemente se han hecho intentos de traducir kephalé, no como “cabeza”, sino
como “fuente”, y por lo tanto de distanciar este pasaje del modelo jerárquico en la
relación entre esposo y esposa. Tampoco el verbo “someterse” aparece en el ver­
sículo 22, sino que éste dice simplemente: “las casadas a sus propios maridos”.
Obviamente el verbo debe tomarse del versículo 21, y por lo tanto se trata de la
misma clase de sumisión que se exige de todos los creyentes.
El votó de fidelidad 1131

conectando con la gente donde ésta se encuentra a fin de llevarla


a donde él quiere que esté.*
Lo que Pablo hace en este pasaje es realmente bastante asom­
broso. Informado por la libertad evangélica que procede del ejem­
plo de Cristo, rompe radicalmente con el sistema jerárquico au­
toritario de antes —“Someteos unos a otros en el temor de Dios”—,
pero al instante siguiente conecta con la tradición del pasado
-—“Las casadas estén sujetas .. . porque el marido es la cabeza”—.
En relación con este pasaje, Elizabeth Achtemeier dijo: “El pasaje
es ingenioso: ha preservado el concepto tradicional del varón como
cabeza de la familia; pero esa condición de liderazgo es sólo una
función, no un asunto de posición o superioridad. El sentido de
‘cabeza’ y la relación de la esposa con dicha cabeza han quedado
transformados radicalmente. Aquí ya no vemos el señorío del uno
sobre el otro, ni ningún ejercicio de poder pecaminoso, ni hay sitio
para el desinterés o la hostilidad hacia el cónyuge. En vez de ello,
percibimos sólo la total devoción del amor, derramado por el otro,
a imitación de la fidelidad, el anhelo y el sacrificio de Cristo por
su iglesia, y de la iglesia en su respuesta a El”.5
Con toda sinceridad, creo que hay que decir que el apóstol
Pablo no se echa apresuradamente en los brazos del matrimonio
igualitario, pero tampoco se acomoda al abrazo de la relación con­
yugal jerárquica y autoritaria. Ciertamente, sus fuertes palabras
de mutua subordinación y responsabilidad matrimonial trasladan
a sus lectores —y a nosotros—, por medio de una cadena ininte­
rrumpida, desde un enfoque patriarcal o autoritario hacia otro de
compañerismo o participación y todos debemos encontrar el sitio
í.. de nuestro matrimonio a lo largo de dicha continuidad.
La dirección que Pablo sigue en todo esto puede verse más
claramente en su conocida afirmación de Gálatas 3:28, donde dice:
“Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón
ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” En el
concilio de Jerusalén, narrado en Hechos 15, la iglesia se ocupó
del tema de la religión cultural —“No hay judío ni griego”—; des­
pués de muchos siglos dolorosos, por fin hubo que enfrentarse con
la cuestión de la esclavitud —“No hay esclavo ni libre”—; y po­
demos albergar la esperanza de que, en la providencia de Dios,
* Jesús, por ejemplo, utilizó este principio de conexión cuando dijo: “No penséis
que he, venido para abrogar la ley o los profetas” (Mateo 5:17); sin embargo, por
lo que acababa de enseñarles, ¿qué podían pensar sino que había venido para
abrogar la ley? Así, sin ceder en cuanto a su radical separación del pasado, el
Señor pasa a mostrarles cómo su enseñanza se relaciona con dicho pasado y lo
cumple. En el pasaje de Efesios, Pablo está haciendo lo mismo que Jesús.
132 / Dinero, sexo y poder

pueda resolver pronto con éxito el asunto del sexismo —“No hay |
varón ni mujer”—. Esto es algo por lo que debemos orar.
¿Qué significa para usted y para mí en términos prácticos lo
que hemos dicho? Pues, usando el lenguaje de Pablo, que cada uno '
debemos ocuparnos en la clase de matrimonio que tenemos con?
temor y temblor (Filipenses 2:12). En el evangelio los discípulos-
de Cristo son libres e iguales en el evangelio para llegar a una i
conclusión sobre lo que significan reciprocidad y sumisión; pero
no debe de haber despotismo de uno para con el otro ni rebeldía *
testaruda. La ternura, el amor y el respeto mutuo deben gobernar
todas las decisiones de la pareja. Recuerde siempre que esa ex- j
periencia de llegar a ser “una sola carne” y “hueso de mis huesos i
y carne de mi carne” el uno para el otro, nos otorga la predispo­
sición a caminar a través de las decisiones de la vida de común
acuerdo. La reciprocidad es una de las muchas facetas de la fide­
lidad.
En cuarto lugar, fidelidad en el matrimonio quiere decir con- ,
trol sexual fuera del mismo. Cuando hablo de control sexual me
refiero a dos cosas: primera, nada de relaciones sexuales extra-
matrimoniales; y segunda, una expresión de la feminidad/mas-
culinidad que se rija por el bien del matrimonio y el bienestar de
los cónyuges.
La primera de estas dos afirmaciones no precisa de mucha
aclaración: el adulterio es algo inaceptable, bajo la forma que sea,
para los seguidores de Jesucristo es algo que viola la realidad del
pacto del matrimonio como fusión en “una sola carne” y que daña
la relación marital*
La segunda, en cambio, puede que necesite explicarse un poco
más. Como dijera Pablo a los corintios: “Todas las cosas me son
lícitas, mas no todas convienen” (1 Corintios 6:12a). En cierto
sentido, una vez casados ya no nos pertenecemos a nosotros mis­
mos, ni tenemos libertad para escoger y actuar según queramos.
Cada elección que hacemos, cada acto que realizamos, produce un
efecto en nuestro cónyuge y también en nuestro matrimonio. Eso
probablemente no nos gusta, pero es un hecho de la vida y sería
mejor que nos reconciliáramos con él. Nuestro cónyuge se ve más
profundamente afectado, para bien o para mal, por la forma en
que expresamos nuestra feminidad/masculinidad, que casi por
cualquier otra cosa de las que componen nuestra vida.
Eso no significa que debamos reprimir nuestras características
individuales fuera del matrimonio; no¿ difícilmente habría nada
que pudiera dañar más a la unión conyugal. Tenemos que ser
humanos, necesitamos intimidad, contacto físico, conversaciones
El voto de fidelidad /133

‘¡sustanciosas y muchas cosas más fuera del vínculo dél matrimo­


nio; de otro modo sería como pedir a éste que soportara más de lo
;que resulta razonable aun para la más vigorosa de las relaciones,
if No obstante, debemos ser sensibles a la forma en que nuestras
acciones, e incluso nuestros pensamientos, afectan nuestra unión
| conyugal. Por ejemplo: Si yo dedico toda mi energía emocional y
| toda mi atención a aconsejar a otros y a relaciones semejantes, de
i tal manera que cuando llego a casa no me quedan reservas de
¡ éstas cosas para mi esposa e hijos, estoy cometiendo “adulterio
| emocional”. Tanto Carolina como los chicos necesitan y merecen
[ que yo les reserve parte de esa energía y atención; si al presente
' no lé estoy dando a mi esposa lo que ella precisa de mí en el terreno
emocional, debo realizar los cambios que sean necesarios para
cumplir mejor con el voto de fidelidad.
Ahora bien, Carolina participa en ciertas cosas en las cuales
yo no tengo ningún interés; y yo discuto con mis amigos asuntos
que a ella le parecen aburridos. No hay nada malo en todo eso,
ambos queremos dar al otro libertad y flexibilidad abundantes.
Pero también deseamos ser sensibles a cómo nos afectan a cada
uno las acciones y las actividades del otro. Necesitamos mantener
entre nosotros una comunicación franca y abierta, no escuchando
sólo las palabras, sino también los tonos que denotan sentimien­
tos, el lenguaje corporal, el idioma del corazón y del esp íritu ...
Cuando ponemos atención a estas cosas, lo hacemos con una pre­
disposición a controlar todo aquello que pueda desvirtuar el ma­
trimonio. Como ha indicado Francis Moloney: “El control externo
que practica el amor es a menudo una señal de su libertad de todo
límite interior.”6 Esto nos lleva al quinto punto.
Fidelidad en el matrimonio significa libertad en lo referente a (
las relaciones sexuales dentro del mismo. ¡Aquí debemos dejar de
1 veras que suenen las campanas de la libertad! Cuando el sexo es
en sí el conducto libre y pleno del matrimonio, constituye una
fecunda y realizadora experiencia. A veces, dicha experiencia
puede compararse con grandes ríos, rápidos y emocionantes, a
veces tranquilos y plácidos, pero que en ocasiones son fuertes y
profundos.
Pablo dio la alta nota de la libertad sexual dentro del matri­
monio, cuando expresó: “El marido cumpla con la mujer el deber
conyugal, y asimismo la mujer con el marido” (1 Corintios 7:3).
Ahora bien, puede que usted piense que eso suena mucho más a
obligación que a libertad, pero le aseguro que las mujeres de la
época del apóstol veían la libertad en cada palabra de ese man­
damiento e igualmente los hombres —estoy seguro de ello— una
136 / Dinero, sexo y poder

el mundo los animaba a casarse; no obstante, no tenían la certeza |


de que debían hacerlo. Buscaban orientación de parte de un grupo |
de personas con discernimiento espiritual, por lo que una tarde |
nos reunimos con ellos en nuestra casa. Pasamos un rato precioso, i)
riendo, orando y compartiendo unos con otros. Durante el trans- ji
curso de aquel encuentro, la chica, que era hija de un predicador, íj
explicó que todo lo que había hecho hasta entonces en su vida j
había sido porque otros querían que lo hiciera. Siempre estaba
llevando a cabo cosas para agradar a sus padres, a la congregación, ¡;!
etc., y temía estarse aprestando para aquel matrimonio sólo por- ^
que todo el mundo pensaba que hacían una “pareja ideal”. Natu- i
raímente, esto constituía la clave del problema; y una vez que salió
a luz pudimos examinar el interrogante y enfrentarlo. La oración j
de bendición final que la esposa de un pastor de nuestro grupo ■ :
elevó por la pareja fue profundamente conmovedora. Acercándose i
a ellos, les impuso las manos y oró con unas palabras tan tiernas
y edificantes que pensé que estábamos en el cielo —y quizá en
cierto modo así era—. Ahora, aquellos jóvenes están casados y son
miembros dinámicos de nuestra congregación. Ese fue solamente
un pequeño acontecimiento en la vida de una pareja, pero se trata
de una experiencia que necesita multiplicarse cientos de miles de
veces en nuestras iglesias por todas partes.
I Deje de malgastar su precioso tiempo y su valiosa energía en ¡
' reuniones de comité que no tratan nada, o de mantener sesiones
de negocios que tienen que ver con todo menos con el negocio de
Ua iglesia. Él orden del día de la Iglesia son esos matrimonios, esas
yidas preciosas. ¡Pongamos manos a la obra!
Luego tenemos las bodas: incluso en estos tiempos de sécula-
rismo, la iglesia todavía juega un papel destacado en muchos ca­
samientos. Aprovechemos la oportunidad para hacer algo real- :
m ente im portante. Celebremos bodas que sean auténticas
invitaciones a la fidelidad, a un matrimonio para toda la vida, !
entonces, la congregación podrá ser de veras “testigo” de casa­
mientos virtuosos.
Hace algunos años, asistí a la boda de una querida pareja que
había pasado previamente por una reunión de consejería prema­
trimonial y había pedido a la iglesia que aprobara su intención de
casarse, lo cual se hizo en lo que llamamos generalmente una
sesión de negocios. En dicha boda, en el momento apropiado de la
ceremonia, los novios hicieron firmar a sus trescientos invitados,
como testigos legales, un amplio documento que tenían preparado
en vez del libro de convidados habitual. Fue una experiencia emo­
tiva para mí el andar hasta la parte delantera de la iglesia y
El voto de fidelidad 1 137

declarar, tanto verbalmente como por escrito, mi convicción de que


aquel matrimonio se realizaba “en el Señor”.
Para la iglesia, el “ser testigo” de un matrimonio y el “ben­
decirlo” implica contraer una responsabilidad con el éxito del
mismo. Por lo tanto, ya que tenemos docenas de comités que no
sirven para nada, ¿qué tal si formásemos uno útil cuya misión
fuera alentar el crecimiento y la madurez saludable de los matri­
monios jóvenes? La agenda de trabajo de dicho comité podría con­
sistir en visitar a esas parejas en su casa, sugerirles posibles lec­
turas, proporcionarles consejo amistoso, y muchas cosas más. ¡Y
también podríamos crear otro que se ocupara de la salud de los
matrimonios ya establecidos!
Cuando dos personas se casan celebramos un culto especial,
¿por qué no hacer otro para la sanidad y la bendición de los ma­
trimonios ya existentes? Los cónyuges podrían acercarse al altar
juntos, y los pastores imponerles las manos y elevar oraciones para
que su matrimonio fuera de poder en poder.
C.S. Lewis sugirió que necesitamos dos matrimonios: uno civil,
gobernado por el estado, y otro cristiano, regido por la iglesia.9
Estoy de acuerdo con él. De este modo, la iglesia sería responsable
de velar por la salud y el éxito de los matrimonios cristianos. Los
problemas maritales, el divorcio, las nuevas nupcias y otras cosas
parecidas, serían aspectos de los cuales se ocupara amorosamente
la comunidad de la fe. La iglesia debería supervisar el cuidado de
los viudos, los divorciados, así como de los abandonados por sus
cónyuges. En resumen: el cuidado de los matrimonios cristianos
serían responsabilidad de la iglesia.

PRIVADOS DE DERECHOS SEXUALES


Hemos estado considerando lo que significa ser fieles ante Dios
en lo referente a nuestra sexualidad, y en cada caso dábamos por
supuesto que somos seres sexuados —en ninguna manera nece­
sitamos convencernos de este hecho—. Sin embargo, existen per­
sonas que han sido echadas a empujones del mundo sexual, teni­
das en general por individuos sin sexo. El voto de fidelidad
significa que debemos tener conciencia de tales personas privadas
de derechos sexuales y una nueva responsabilidad para con ellas.10
Muchos consideran a los disminuidos físicos como personas sin
sexo; el mito de que estos son totalmente incapaces de cualquier
expresión sexual, y por lo tanto no les interesa el sexo, sólo sirve
para aislarlos todavía más. Sin embargo, ciertos estudios han re­
velado que aun las personas con lesiones en la médula espinal son
138 / Dinero, sexo y poder

capaces a menudo de “alcanzar el orgasmo a pesar de una completa


desnervación de todas sus estructuras pélvicas”} 1
¿Cómo podemos responder a las necesidades de los incapaci­
tados físicamente? Negándonos a pasar por alto su sexualidad;
reconociendo el valor saludable de las fantasías que tan impor­
tantes pueden ser para la expresión sexual del minusválido; ani­
mando a los matrimonios a utilizar toda una serie de técnicas
agradables —desde el acariciarse el rostro hasta las relaciones
orogenitales—. Una de las aptitudes más valiosas para el dismi­
nuido físico es la de proporcionar placer sexual a su cónyuge, aun­
que el individuo sea incapaz de experimentar el orgasmo, resulta
tremendamente gratificante y estimulante poder producírselo a
su cónyuge.
Tampoco deberíamos considerar a las personas gravemente en­
fermas como seres asexuados, el hecho de que la muerte pueda
estarse acercando no significa que deba desaparecer todo interés
y toda actividad sexual, ni que vayan a hacerlo. “En realidad, el
enfermo puede a menudo sentir deseos de aumentar su actividad
sexual con su cónyuge como una forma de aferrarse a la vida y de
hacer frente a las angustias de la muerte.”12
A pesar de todas las dificultades con que se enfrenta el enfermo
de muerte para mantener una vida sexual, a menudo ésta le re­
sulta tremendamente gratificante. “Los pacientes y sus cónyuges
informan de una profundización de sus lazos y de una clarificación
de sus valores reales, así como de una orientación más intensa
hacia las posibilidades del momento presente en compañía el uno
del otro; y también del aprecio delicado de ser, y no siempre ha­
cer.”13
¿Qué puede hacer la Iglesia? Muchas cosas: Preparemos a
nuestros pastores y capellanes para enfrentarse franca y compa­
sivamente con este aspecto de la vida en vez de eludirlo; alentemos
a los hospitales y demás instalaciones a reservar cuartos para
visitas conyugales... Tal vez la iglesia podría incluso ofrecerse a
equipar ciertas habitaciones con camas anchas, luces tenues y
cómodos muebles. Adiestremos al feligrés ordinario en el arte sa-
nádor del contacto físico: cosas como el frotar la espalda, el peinar,
el tomar de las m anos... constituyen experiencias íntimas.
James Nelson nos cuenta la historia de un colega suyo en el
ministerio que constituye una ilustración eficaz del interés que
deberíamos sentir por las necesidades de intimidad del individuo
gravemente enfermo. “Su madre estaba muriendo de cáncer y
mostraba claramente en su cuerpo los estragos de la enfermedad.
La miyer estaba afligida por la alteración de su aspecto físico. Por
El voto de fidelidad /139

un lado, se resistía a recibir las visitas de personas próximas a


ella a causa de su desfiguramiento, y por otro tenía una gran
necesidad de cercanía física y de intimidad. Entonces, su hijo llegó
al hospital de visita y mientras hablaban le frotó la espalda para
aliviarla un poco del dolor. Después de un rato, sin embargo, sin­
tiendo la necesidad que ella tenía de una proximidad aun mayor,
la estrechó entre sus brazos. Aquella tarde hablaron durante largo
rato, compartiendo pensamientos y sentimientos a un nivel mucho
más profundo de lo que jamás lo habían hecho; y por la noche, ya
tarde, la mujer murió. Mi amigo me contó que aquella había sido,
claram ente.. . una experiencia de proximidad física que había
hecho más profundos los lazos de amor y aliviado el dolor de la
muerte inminente.”14
Las personas de edad constituyen otro grupo más que consi­
deramos asexuado, y nuestra manía moderna de identificar el sexo
con la juventud y el atractivo físico no hace sino acentuar el pro­
blema. Sin embargo, los miembros mayores de nuestra comunidad
siguen teniendo deseos sexuales. Esa idea de que el impulso sexual
decae hasta cero en algún momento después de cumplirse los se­
senta y cinco años de edad, es sencillamente falsa. Hay estudios
que revelan que mucha gente sigue siendo activa en el terreno
sexual hasta los ochenta y más.15
¿Cómo puede responder la iglesia a esto? Insistiendo en que
los asilos y las residencias de ancianos tengan camas lo bastante
ánchas para permitir que las parejas casadas puedan dormir jun­
tos; animando a las personas viudas a casarse de nuevo sí lo desean
en vez de permanecer “fieles” a sus cónyuges fallecidos; trabajando
por el cambio de las leyes del Seguro Social, a fin de que el contraer
nuevas nupcias no suponga una desventaja económica para el an­
ciano o la anciana.
Finalmente tenemos a los retrasados mentales. Con frecuencia
pensamos en esa buena gente como si se tratara de seres no se­
xuados; sin embargo, las investigaciones llevadas a cabo indican
precisamente lo contrario: la abrumadora mayoría de los subnor­
males están muy conscientes de su propia sexualidad, y un nú­
mero mayoritario lo está asimismo de sus necesidades y deseos
sexuales. Tristemente, el entorno institucional en el que se mue­
ven no resulta propicio para un sano desarrollo sexual, ya que con
frecuencia se da en el mismo una segregación entre hombres y
mujeres y una falta de intimidad.
¿Qué podemos hacer? Por ejemplo, insistir en que a los retra­
sados mentales se les dé tanta educación sexual como sea posible.
Los estudios llevados a cabo revelan un vivido interés de parte de
140 / Dinero, sexo y poder

dichas personas por aprender acerca de su sexualidad. Si no los


instruimos, estaremos privándolos de una parte importante de la
vida; el retener la educación sexual, cuando existe la posibilidad
de darla, está mal.
El tema de la esterilización de los subnormales debe tratarse
con mucha sensibilidad. Por un lado, hay que tener en cuenta la
necesidad de proteger los derechos del individuo y, por otro, que
es preciso controlar el retraso mental genético. En caso de que se
llegara a solucionar la cuestión de los embarazos indeseados, po­
dría estimularse el matrimonio entre los retrasados mentales;
ellos poseen una gran capacidad para amar y relacionarse —como
la suya o la mía, o incluso mayor—. De modo que no deberíamos
negarles tal oportunidad. Y cuando se acometiera el matrimonio,
habría que hacer también provisión para que la pareja pudiese
vivir junta —aunque fuera dentro de una institución.

LA FIDELIDAD EN PERSPECTIVA
Hemos tratado de recorrer un largo camino: estudiando lo que
significa el voto de fidelidad para los solteros, los casados y la
Iglesia, y considerando algunas maneras en que podemos respon­
der a aquellas personas privadas de derechos sexuales. Recuerde
siempre que la fidelidad no és una serie estática de reglas, sino
una aventura vibrante y dinámica. No se trata tanto, pues, de una
forma de suprimir la lujuria, sino, más bien, de orientar nuestra
vida hacia una meta unificadora. La fidelidad es condición sine
qua non para la unidad y el buen enfoque.
T E R C E R A PARTE:
■ EL P O D E R ■

10. Poder destructivo


Vivimos en un mundo poseído, y lo sabemos.
JOHAN HUIZINGA

Si el dinero nos afecta en la cartera, y el sexo en la alcoba« el poder


lo hace en nuestras relaciones. El poder tiene consecuencias pro­
fundas en nuestro trato interpefsonal, social y con Dios. No hay
nada que influya éh nosotros máif profundamente —ya séa para
bien o para mal— que el poder.
El poder puede destruir o crear. Aquel que es destructivo fe-
clama dominio, control absoluto. . . Y destruye la relación, la Con­
fianza, el diálogo y la integridad -^esto es cierto ya sea qué mi­
remos en el macrocosmos de la h isto ria hum ana o en el
microcosmos de nuestra propia historia personal.
¿Cómo es el poder destructivo? Piense en Adán y Eva en el
huerto: gozaban de todos los placeres, todos los deleites, todas las
cosas necesarias para una buena v id a ... Sin embargo, querían
más, y por ello echaron mano con avidez tratando de asir, en un
apresuramiento irreflexivo, la igualdad con Dios —el conoci­
miento del bien y del mal—. El pecado de Adán fue la ambición
de poder. Adán y Eva querían ser más importantes, tener más,
saber más de lo debido. No se contentaban con ser criaturas, que­
rían ser dioses.
¿Y no es cierto que ese espíritu infecta también nuestro inte­
rior? A nosotros no nos basta nunca con disfrutar del trábelo bien
hecho, no, hemos de obtener la supremacía. Tenemos que poseer,
que almacenar, que conquistar... El pecado del poder consiste en
un anhelo de ser más que aquello para lo que fuimos creados.
Queremos ser dioses.
Arthur Roberts, catedrático de Filosofía, habla de los pequeños
ídolos de hojalata que hacemos de nosotros mismos en caracteres
y en el espejo coloreado de la televisión.1 Perseguimos nuestra
141
142 / Dinero, sexo y poder

imagen por anchas avenidas y lanzamos nuestros pájaros de acero •


a los planetas. “¡Te alabo hombre!”, gritamos; pero el sonido daña
nuestros oídos, la visión nos quema los ojos, la boca se nos llena
de ceniza y un olor nauseabundo sube hasta el cielo mismo. Mien­
tras tanto, Dios, qiie nos observa, llora. Para Adán y Eva, el deseo
de poder significó la ruptura en su relación con Dios: aquella ex­
periencia de comunión y de diálogo con el Señor quedó interrum­
pida, y se escondieron de El. También nosotros nos escondemos de
Dios: la ambición de poder rompe nuestra relación con El, y nues­
tra tenaz determinación a hacer las cosas a nuestra manera con­
vierte la voz del Señor en algo distante y hace que su palabra sea
difícil de oir.
¿Cómo es el poder destructivo? Piense en el rey Saúl y en su
loca envidia de David. Saúl era el rey, quien se suponía que ejercía
el poder sobre el pueblo. Pero el poder no puede ganarse a la gente,
y el pueblo amaba a David. Saúl era impotente para controlar el
corazón de las personas, y ello hizo que dirigiera su rabia contra
David. Prefería ser un asesino a que el poder se le escapara de las
manos. ¡Qué trágico resulta ver destruida la relación entre Saúl
y David a causa de la ambición de poder por parte del rey! ¡Esta
ambición arruinó incluso la relación de Saúl con su propio hijo,
Jonatán.
El poder destruye las relaciones. Dos individuos que hayan
sido amigos durante toda la vida pueden convertirse en enemigos
mortales en el momento en que esta en juego la vicepresidencia
de la compañía. El lenguaje del poder es: sube, empuja, reparte
codazos. . . Nada nos separa más a unos de otros que el poder; éste
destruye incluso la conversación humana corriente. Paul Tournier
escribe: “El poder es el mayor obstáculo para el diálogo... Pa­
gamos un alto precio por nuestro poder, y vivimos el drama del
diálogo perdido.”2 Podemos ver dicho drama por todas partes: en
la relación entre esposos, entre padres e hijos, entre patrón y em­
pleado. .. La capacidad del poder para destruir las relaciones hu­
manas está escrita en el rostro de la humanidad.
¿Cómo es el poder destructivo? Piense en los discípulos discu­
tiendo enconadamente sobre quién de ellos sería el mayor en el
reino de Dios. Esas discusiones debieron ser intensas, ya que se
mencionan en los cuatro evangelios; y el resultado final de aque­
llos constantes altercados y maniobras para obtener una posición
supusieron el socavamiento de la armonía en el grupo apostólico.
De allí en adelante es muy posible que tuvieran recelos unos de
otros en cuanto a sus motivos.
¿Verdad que es asombroso ver a personas mayores como ellos
Poder destructivo /143

tan preocupadas por quién había de sentarse en el primer lugar?


Y, naturalmente, siempre que establecemos quién es el mayor,
determinamos asimismo quién ha de ocupar el sitio de menos im­
portancia. ¿No es cierto también que en esto consiste nuestro pro­
blema? Ser el menor significa estar desvalido. Si nos encontramos
en el “peldaño más bajo” de la compañía, eso quiere decir que no
tenemos ninguna autoridad, ningún poder...
Siempre que surgía aquella discusión entre los discípulos,
Jesús sentaba a un niño en medio de ellos y les enseñaba acerca
de la grandeza. ¿Por qué hacía eso? Estaba indicando la capacidad
que tienen los pequeños para trabajar y jugar siñ necesidad de
destacarse por encima de los demás. ¿Ha contemplado alguna vez
a niños pequeños haciendo flanes de barro? Están satisfechos con
su actividad mientras el resto del mundo prosigue su carrera alo­
cada en pos de la “grandeza”. Eso me recuerda la descripción que
hace Tolkien de Atle —-uno de los ocho guardianes y gobernadores
primitivos de la Tierra Media—: “Pero la delicia y el orgullo de
Atle reside en el hacer, y en la obra terminada; no en las posesio­
nes ni en su propia supremacía. Por lo tanto, él da y no atesora; y
está libre de cuidado, pasando siempre de un trabajo terminado a
otro nuevo.”3 En el reino de Dios, la cuestión de la grandeza es
algo que no viene a cuento: otros pueden luchar y forcejear con
quién es el mayor, pero para el discípulo de Cristo supone una
virtud ignorar tal asunto. Así, Pablo dice: “Gran ganancia es la
piedad acompañada de contentamiento” (1 Timoteo 6:6V
¿Cómo es el poder destructivo? Piense en Simón el mago y en
su deseo de negociar el Espíritu Santo (Hechos 8:9-25). Simón
vivía en Samaría y evidentemente tenía bastante poder ya que la
gente decía de él: “Este es el gran poder de Dios” (Hechos 8:10).
No obstante, habiendo sido influenciado por la predicación de Fe­
lipe, se convirtió a la fe en Jesucristo.
Más tarde, Pedro y Juan llegaron a Samaría, y al imponer las
manos a la gente, ellas recibían el Espíritu Santo. “Cuando vio
Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba
el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a
mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos
reciba el Espíritu Santo” (Hechos 8:18,19). Pedro, naturalmente,
le reprendió por haber pensado que podía comerciar con el poder
de Dios; y se nos indica que Simón se arrepintió de su mala inten­
ción. El pecado de Simón el mago consistió en querer utilizar el
poder divino para sus propios fines. Esto es lo que caracteriza a
toda falsa religión, sin embargo, se trata de una mentalidad que
se ha apoderado de gran parte del cristianismo de nuestros días.
144 / Dinero, sexo y poder

Cheryl Forbes escribe al respecto: “La sotana de justicia se con­


vierte en la vestimenta de poder.”4
El poder puede ser algo sumamente destructivo en cualquier
contexto, pero en el servicio de la religión se hace pura y simple­
mente diabólico. El poder religioso es capaz de destruir como nin­
gún otro. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe de un
modo absoluto. Esto resulta particularmente cierto en la religión:
aquellos que son ley para sí mismos y que al mismo tiempo se
visten de un manto de piedad resultan particularmente fáciles de
corromper. Cuando estamos convencidos de que nuestras acciones
equivalen exactamente al reino de Dios, cualquiera que se oponga
deberá estar equivocado; y cuando nos sentimos seguros de que
siempre utilizamos nuestro poder para fines buenos, creemos que
jamás llegaremos a hacer daño. Pero si tal mentalidad nos posee,
estaremos tomando el poder de Dios y utilizándolo para nuestros
propios fines.
Aquellos que no tienen que rendir cuentas a nadie resultan
particularmente vulnerables a la influencia corruptora del poder.
Este problema fue precisamente lo que llevó a San Benito a es­
tablecer la regla de la estabilidad. En el siglo VI había muchos
profetas y monjes errantes que no eran responsables ante nadie
de lo que decían o hacían; sin embargo, con la regla de la estabi­
lidad, tales individuos fueron atraídos a comunidades en las cuales
era posible dar y recibir estímulo y disciplina. Actualmente la
mayoría-de los que predican por los medios de comunicación son
evangelistas itinerantes que sufren exactamente de la misma
falta de responsabilidad ante otros que caracterizaba a los profetas
errantes del siglo VI. Lo que se necesita en nuestros tiempos es
una regla benedictina moderna que atraiga a esos poderosos lí­
deres a una comunión responsable y disciplinada.
Necesitamos reconocer el error de aquellos que creen tener
siempre la razón. Jesucristo fue el único que no se equivocó nunca;
el resto de nosotros hemos de admitir nuestros puntos flacos y
nuestras debilidades, y tratar de aprender mediante la corrección
de otras personas. Si no hacemos esto, el poder puede conducirnos
por la senda de lo demoníaco.

ORGULLO Y PODER
Existe una estrecha relación entre el orgullo y el carácter des­
tructivo del poder. Sansón era un hombre de tremendo poder, el
cual le había sido dado por Dios, pero el orgullo llenó su corazón;
y no sólo el orgullo, sino también la arrogancia. Así, lo vemos
Poder destructivo 1145 ¿

alardeando delante de sus enemigos: “Con la quijada de un


asn o ... maté a mil hombres” (Jueces 15:16). Esta impía trinidad
que forman el orgullo, la arrogancia y el poder contribuyó a la
caída de Sansón.
El poder cuando va acompañado del orgullo es algo insidioso.
En nuestra cultura, tan saturada por los medios de comunicación,
la gente más peligrosa son aquellos líderes que creen sus propios
comunicados de prensa. Recuerdo cierta ocasión en la que se me
distinguió en una gran conferencia. Yo sólo podía quedarme vein­
ticuatro horas en la misma debido a compromisos familiares, y
ese tiempo estuvo repleto de almuerzos especiales, recepciones
para firmar autógrafos y entrevistas con la prensa. Hacia el final
de aquellas veinticuatro horas, le dije a Carolina: “Tenemos que
salir de aquí estoy empezando a creer todas esas cosas que la gente
dice sobre mi persona.” En tales circunstancias uno puede perder
rápidamente la perspectiva, esta es la razón por la cual aquellos
que ocupan posiciones de liderazgo deben echar raíces profundas
en las éxperiencias de la vida ordinaria.
Naturalmente, todos sufrimos tentaciones a la vanidad, no sólo
los líderes; pero, hoy en día, éstos últimos son especialmente vul­
nerables a dicha vanidad por causa de la infatuación a que hemos
llegado con los medios de comunicación de masas. ¿No es extraño,
por ejemplo, que demos por sentado sin discusión que el aparecer
en la pequeña pantalla supone cierta clase de honor? De alguna
manera, pensamos que la televisión determina quién es la gente
importante. Esta idea, desde luego, resulta realmente absurda;
sin embargo, sea como sea, nos aferramos a ella. En su libro Christ
and the Media (Cristo y los medios de comunicación), Malcolm
Muggeridge sugiere que si Jesús pasase por el desierto de la ten­
tación en nuestros días, Satanás le añadiría una cuartá prueba:
la de aparecer por la televisión nacional.
Todo esto hace del orgullo uno de los monumentales problemas
de nuestro tiempo. ¿Verdad que es instructivo el hecho de que en
una época en la cual mucha gente lucha desesperadamente con la
falta de autoestima tengamos a la vez tal cantidad de personas
con egos excesivamente hinchados? Cuando el orgullo se combina
con el poder, la mezcla resultante es verdaderamente explosiva.
El orgullo nos hace creer que tenemos razón, y el poder nos otorga
la capacidad de obligar a la demás gente a aceptar nuestra visión
de lo correcto. El matrimonio entre el orgullo y el poder nos coloca
al borde mismo de lo demoníaco.
146 / Dinero, sexo y poder

LOS PRINCIPADOS Y LAS POTESTADES


Es precisamente en lo demoníaco donde el poder destructivo
alcanza su apogeo. La Biblia habla de poderes espirituales cós­
micos muy reales que se manifiestan verdaderamente en las es­
tructuras de nuestro mundo real. El término favorito del apóstol
Pablo para describir esta realidad espiritual es el de “principados
y potestades”, aunque utiliza también otros como: “autoridades”
“dominios”, “tronos”, “gobernadores”, “príncipes de este mundo”,
esas “potestades” son responsables de la tendencia destructiva del
poder que vemos a nuestro alrededor. En realidad, sólo cuando
empezamos a comprender lo que la Biblia llama “principados y
potestades” podemos hacer frente al tema del poder en nuestra
vida.
No debemos rechazar esta enseñanza como si se tratase de Una
reliquia de la era precientífica. La Biblia habla de una realidad
mucho más profunda que los demonios con tenedor, vestidos de
leopardos rojos, o que los fantasmas bondadosos. Esas potestades
no son espectros que flotan en el aire y que van por ahí acechando
a individuos desprevenidos, sino realidades espirituales que jue­
gan un papel claro en los asuntos de los seres humanos.
Las potestades son realidades creadas. Pablo nos dice que en
Cristo “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay
en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue
creado por medio de él y para él” (Colosenses 1:16). Las potestades
estuvieron en otro tiempo relacionadas con la voluntad creadora
de Dios, aunque ya no las vemos en ese papel. Ahora se hallan
sublevadas, en rebeldía contra Dios su Creador. Nuestra lucha,
según dice Pablo, es “. . . contra principados, contra potestades,
contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra hues­
tes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12).
Ciertamente la Biblia habla de las potestades como <¿e dioses que
tratan de esclavizar y destruir (Gálatas 4:8-10).
Esas potestades se encarnan: son las fuerzas activadoras de
los seres humanos y de las estructuras sociales. Cuando Pablo nos
dice que las potestades crucificaron al Señor de gloria (1 Corintios
2:8)*, está subrayando que la crucifixión de Cristo fue mucho más
* 1 Corintios 2:8 dice: “La [sabiduría] que ninguno de los príncipes de este siglo
conoció; porque si la hubieran conocido, nunca habrían crucificado al Señor de
gloria.” “Los príncipes de este siglo” es una expresión que Pablo utiliza para
referirse a las potestades. Casi todos los comentaristas concuerdan en que el a-
póstol no está hablando aquí de seres humanos, sino de realidades supraterrenas.
Para más información ver el capítulo 2 de Christ and the Powers, de Hendrik
Berkhof (trad. John H. Yoder [Scottdale, Penn., EE.UU.: Herald Press, 1962]).
Poder destructivo /147

que la obra de meras personalidades humanas.


Pero las potestades no “poseen” únicamente a individuos, sino
también organizaciones y estructuras enteras de la sociedad. Las
instituciones pueden convertirse, y a menudo lo hacen, en mero
pecado organizado. Hay realidades espirituales básicas que sus­
tentan todos los sistemas políticos, sociales y económicos. Detrás
de los brutales dictadores, las políticas injustas y las instituciones
corruptas, se hallan los principados y las potestades. Walter Wink
escribé al respecto: “Los 'principados y potestades* son los aspectos
internos y externos de toda manifestación de poder. Como aspecto
interno constituyen la espiritualidad de las instituciones: ‘lo de
dentro’ de las estructuras y de los sistemas corporativos; la esencia
interior de las organizaciones exteriores de poder. Como aspecto
externo son los sistemas políticos, los altos cargos, las presidencias
de las organizaciones, las leyes... En resumen, todas las mani­
festaciones tangibles que adopta el poder. Todo poder suele contar
con un polo visible —una forma externa tal como una iglesia, una
nación, una economía— y con otro invisible —un espíritu interno
o fuerza motora que anima, legitima y regula su manifestación
física en el mundo.”5
Cuando el apóstol Pablo expresa que no tenemos lucha contra
sangre y carne, sino contra principados y potestades, no quiere
decir que la sangre y la carne carezcan de importancia. ¡En ab­
soluto! Lo que está diciendo es que deberíamos concentrar nuestra
batalla en los principados y potestades que se ocultan tras la per­
sona o la institución a la que nos estamos refiriendo.
Ciertas organizaciones, e incluso naciones enteras, están a me­
nudo definidas y controladas por conceptos e ideologías particu­
lares, hay un talante o espíritu que impera, y el cual da cohesión
y dirección a grupos enteros de personas. Estos talantes no se
crean en el vacío, pero están íntimamente vinculados con verda­
deras realidades espirituales; por lo tanto, cuando hablamos del
“espíritu del grupo tal” quizá estemos diciendo más de lo que ver­
daderamente entendemos.
Un ejemplo de esto puede ser el Ku Klux Klan. Cuando los
miembros de dicha secta se reúnen, su odio colectivo es mayor que
la suma de las partes del mismo; y, una vez alcanzado determinado
punto de inflamación, surge un “espíritu de turba” que ningún
individuo es capaz de controlar. Hay poderes espirituales impli­
cados en la creación de tales realidades.
En nuestra sociedad moderna este es un concepto terrible­
mente difícil de comprender. Estamos acostumbrados a ver las
instituciones como estructuras estériles, neutrales, que no guar­
148 / Dinero, sexo y poder

dan relación alguna con la vida espiritual; sin embargo, ha habido


un acontecimiento histórico extraordinario el cual puede ayudar­
nos a sentir un nuevo aprecio por el énfasis bíblico sobre las po­
testades.
Cuando Adolfo Hitler tomó el poder del gobierno de Alemania,
los poderes del estado y de la raza cobraron unas dimensiones
nuevas y espantosas. En el Tercer Reich, la misma idea del volk
—la raza— quedó presa de la obsesión por la supremacía aria.
Aquellos que han visto los hornos crematorios de Dachau y Ausch-
witz no encuentran dificultad para creer en los poderes demonía­
cos.
¿Qué implicaciones tiene esto para nosotros a un nivel prác­
tico? Pues bien, las implicaciones son que, cuando consideramos
nuestra propia tendencia demente a tratar de alcanzar la cima,
tenemos que hacer frente a las potestades del orgullo y del pres­
tigio que atenazan nuestro corazón. Si en la junta escolar se toman
decisiones perjudiciales para los niños, debemos confrontar a las
potestades de los intereses creados y del egoísmo que hay detrás
de esas decisiones. Hemos de descubrir el “espíritu” que anima tal
ley injusta o cual estructura colectiva y tratar de derrotarlo en el
poder de Cristo. c

¿COMO DISCERNIR LAS POTESTADES?


Por asombroso que pueda parecer, el discernir esas potestades
espirituales constituye la imponente responsabilidad de la Iglesia.
Entre los dones que el Espíritu Santo da al pueblo de Dios, está
el de “discernimiento de espíritus” (1 Corintios 12:8-10). Se nos
otorga la capacidad de reconocer a las potestades como son y de
comprender su hostilidad hacia la doctrina de Cristo.
El discernir esas potestades no es algo tan fácil como pudié­
ramos pensar en un principio. Por ejemplo: Cuando Hitler co­
menzó su ascenso al poder en Alemania, lo hizo con una plata­
forma electoral de veinticinco puntos, la cual incluía un vigoroso
nacionalismo alemán, la promesa de mejorar las oportunidades
educativas, una preocupación por “elevar el nivel de salud de la
nación” y la creencia en un “cristianismo positivo”.6 Ahora bien,
usted y yo podemos mirar atrás y reconocer sin dificultad alguna
la perversión demoníaca del Tercer Reich; pero en medio de aque­
lla angustiosa experiencia, prácticamente los únicos cristianos
que tuvieron ojos para ver las potestades infernales detrás de la
Poder destructivo / Í49

escena política fueron los de la Iglesia Confesante.* El pastor Mar­


tin Niemsller reconoció dichas potestades, el obispo del Reich, Mü-
11er, no.
Ese ministerio de discernir las potestades, aunque conlleva
innumerables frustraciones y trampas, es algo que se nos otorga
a usted y a mí. Nosotros debemos reconocer lo que está sucediendo
en la actualidad, comprender hacia dónde podría llevarnos y hacer
un juicio de valores sobre ello.
San Francisco de Asís vio a la gente de su tiempo en las garras
de Mamón, y gozosamente las llamó a una nueva manera de vivir.
En cierta ocasión, un hombre llamado Silvestre contemplaba
cómo Francisco y Bernardo repartían dinero a los pobres, y "apo­
derándose de él la codicia” dijo al primero de los dos:
—Usted no me ha pagado todo lo que me debe por esas piedras
que compró para reparar las iglesias.
San Francisco se quedó parado, “maravillándose de su.codicia”;
y por último metió ambas manos en la bolsa del dinero y le dio a
Silvestre todas las monedas que sus manos podían contener. Luego
le dijo:
—Si me pide más, le daré más aun.
Silvestre se fue a su casa con el dinero; pero pronto “se reprochó
a sí mismo el haber sido tan avaro”. Durante tres noches seguidas
Silvestre tuvo una visión de parte de Dios que le decía que era
San Francisco quien poseía la verdadera riqueza. Finalmente, Sil­
vestre fue liberado del espíritu de codicia y capacitado para dar
generosamente a los pobres, llegando a ser, con el tiempo, “tan
santo y lleno de gracia que hablaba con Dios corfto lo hace un
amigo con otro”.7
¿Qué había sucedido? San Francisco había discernido la po­
testad espiritual de codicia que dominaba a Silvestre y, por el
poder de Dios había sido capaz de liberarlo de ella.
¡Qué gran necesidad tenemos hoy en día de ser liberados de la
codicia! Esta es una potestad espiritual que nos atenaza, que posee
a las naciones, que actúa a todos los niveles de la sociedad. Si los
cristianos tomaran la iniciativa de realizar un exorcismo nacional
de la codicia, quizá seríamos capaces de abrir una vez más nuestro
corazón y nuestras manos a un mundo hambriento.
* La “Iglesia Confesante” (Berkennende Kirche) estaba compuesta por cristianos
de Alemania que se oponían a la toma del poder en la Iglesia por Müller el Obispo
del Reich, un títere eclesiástico de Hitler, y que redactaron la Confesión de Bar-
men en 1934, la cual rechaza categóricamente la supremacía del Estado sobre la
Iglesia y confesaba el señorío de Jesucristo. Entre sus líderes se encontraban Karl
Barth, Martin Niemóller y Dietrich Bonhoeffer.
150 / Dinero, sexo y poder

Casi 150 años antes de la Guerra Civil norteamericana, John


Woolman vio las terribles consecuencias que tendría para el país
la esclavitud de éste a las potestades del racismo y de la opresión.
“Vi una negra oscuridad que se cernía sobre la nación”, escribe
Woolman; y luego continúa diciendo que si la gente no estaba
dispuesta a “romper el yugo de la opresión”, él vislumbraba que
“la consecuencia” sería “dolorosa para la posteridad”.8 El que los
Estados Unidos no quisieran hacer caso de su discernimiento pro­
fètico supuso una verdadera tragedia. Como ha expresado G.M.
Trevelyan: “Cierre sus oídos a John Woolman en un siglo, y en el
siguiente tendrá que escuchar a John Brown; y luego a Grant.”9
¡Cuán desesperadamente necesitamos todos ser liberados de
las potestades del racismo y de la opresión! Esos demonios del
espíritu están en aumento en nuestros días. Podemos congratu­
larnos por los avances conseguidos en el campo de los derechos
civiles, pero en la actualidad se están produciendo unos vuelcos
alarmantes. ¡Quiera Dios que los cristianos puedan abrir el ca­
mino a un nuevo día de justicia y hermandad! Esto sucederá si
somos capaces de discernir las potestades y de luchar contra ellas
en la fuerza del Cordero.

¿QUE POTESTADES?
El apóstol Juan expresa: “Probad los espíritus” (1 Juan 4:1).
Esta es una tarea llena de trampas, pero que nadie puede eludir.
¿Cómo se manifiestan hoy en día esas potestades?
Una de ellas es Mamón. Nuestras riquezas no son neutrales,
ni tampoco estériles o inanimadas, sino que están vivas con un
poder espiritual que trata de poseernos. En la Primera Parte de
este libro consideramos extensamente cómo podíamos, en el poder
del Cordero de Dios, derrotar a Mamón y devolverle su propósito
divino.
Otra potestad es el sexo. En nuestros días, el mantener rela­
ciones sexuales no constituye simplemente una necesidad seme­
jante a la de gozar de un ambiente alegre o de una conversación
amistosa; el sexo es hoy un poder activado por la lujuria, la sen­
sualidad y la carnalidad incontroladas. Para muchísimos millones
de personas se trata de una pasión que los consume por entero.
No podemos pensar en los crímenes de incesto y violación sin caer
en cuenta de que se trata de crímenes de poder. El sexo es un
poder, un poder real. No tiene nada de pasivo o de neutral. Está
animado por una energía espiritual que trata de conseguir la su­
premacía en el corazón de los hombres. En la Segunda Parte, ha­
Poder destructivo 1 151

blamos de formas en que podemos derrotar a la carnalidad del


sexo y devolver a éste la función que Dios le dio de enriquecer las
: relaciones conyugales. . -
Otra potestad más es el legalismo religioso. Pablo declara res­
pecto al mismo: “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los
rudimentos del mundo”, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo,
os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun
toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hom­
bres). . . ” (Colosenses 2:20-22). Esos “rudimentos” son reglas re­
ligiosas y éticas. Lo que Pablo quiere decir es que, detrás de las
tradiciones y normas religiosas, hay poderes espirituales que sé
han hecho independientes y han convertido la obediencia a ellos
en el bien mayor que pueda existir.
Lo trágico aquí es que las mismas cosas que tienen como objeto
llevarnos a Dios, hacen exactamente lo opuesto. La función otor­
gada por el Señor a la ley moral es movernos a la obediencia; sin
embargo, cuando dicha ley moral se convierte en un fin en sí
mismo, la perversión demoníaca conocida como legalismo levanta
su repugnante cabeza, y las reglas y ordenanzas llegan a ser dioses
rivales que nos mantienen cautivos y exigen nuestra lealtad com­
pleta.
El legalismo religioso es una de las cargas más pesadas que
los seres humanos puedan llevar. Jesús nos advierte contra aque­
llos que “atan cargas pesadas y difíciles de llevar, y las ponen sobre
los hombros de los hombres; pero ellos ni con un dedo quieren
moverlas” (Mateo 23:4).
Otra potestad es la tecnología. En un sentido amplio, la tec­
nología estandariza los procedimientos y la conducta a fin de ob­
tener eficacia; de hecho, dicha eficacia es su ley sagrada. Natu­
ra lm e n te , no hay n ad a m alo ni en la eficacia ni en la
productividad... siempre que no se conviertan en valores fun­
damentales. Según expresa John Wilkinson: “La tecnología tiende
cada vez más a transformarse en un nuevo dios.”10
Cuando la eficacia llega a ser un nuevo dios, ello significa la
supremacía de lo estandarizado sobre lo espontáneo. ¿Verdad que
todos podemos sentirlo? Si recibimos la llamada telefónica de una
computadora, sabemos que la eficiencia le ha ganado la partida a
la espontaneidad; y si rellenamos tarjetas perforadas que nos pi­
den números en vez de nombres, entendemos que la estandariza­
ción ha prevalecido sobre la individualidad. Nos hemos convertido
en cosas; y podemos sentir en lo profundo de nuestro ser que se ha
violado nuestra condición de personas.
Cuando decimos: “Si es eficaz tiene que ser bueno”, le estamos
152 / Dinero, sexo y poder

otorgando una importancia fundamental a la tecnología. Para el


cristiano hay otros interrogantes, sin embargo, que deben equi­
librar aquella de la eficacia, por ejemplo: ¿Habrá que aplastar
seres humanos para conseguirla? ¿Dañará dicha eficacia la au­
toestima de los individuos? Cuando tratamos de discernir la es­
piritualidad de la tecnología y de responder a ella de un modo
adecuado, hemos de considerar esas y otras muchas preguntas.
Otra potestad es el narcisismo. El narcisismo es un amor exa­
gerado por uno mismo, y constituye la disposición dominante en
nuestros días. A la cabeza de la lista de prioridades tenemos la
búsqueda del placer y la satisfacción de los deseos propios; la sola
idea del sacrificio en bien de los demás parece algo absurdo.
Debemos rechazar el narcisismo de nuestro tiempo. Nosotros,
los creyentes, sabemos que la vida que satisface rio se encuentra
en el egoísmo, sino en la abnegación. Aquellos que seguimos al
Cristo crucificado entendemos que el perdernos a nosotros mismos
es en realidad encontrarnos (Lucas 9:24-25).
Otra potestad más es el militarismo. El propósito divino para
el poder militar es que sirva para frenar el caos; sin embargo, en
nuestros días, dicho poder está haciendo precisamente lo contra­
rio: hoy su objetivo no es prevenir que haya caos, sino promoverlo.
Los estrategas militares maquinan, no cómo hacer el mundo más
estable, sino cómo desestabilizarlo. El terrorismo y las redes de
espionaje están a la orden del día.
Al decir esto no estoy criticando a ninguna nación, institución
o grupo en particular. En la actualidad, el producir caos ha llegado
a ser el talante general del militarismo; y el propósito último de
esta perversión demoníaca es el ejercicio definitivo del poder en
la destrucción del mundo. Los cristianos deben hacer un llama­
miento al militarismo para que abandone su perversa inclinación.
También el escepticismo absoluto es una de las potestades.
Este escepticismo constituye una creencia tan generalizada hoy
en día en la vida universitaria, que debemos considerarlo como
una potestad hostil a la búsqueda sincera de la verdad. La tarea
de la universidad es perseguir lo verdadero —en todos los cam­
pos—, y sin embargo, actualmente, en muchos casos, está suce­
diendo exactamente lo contrario. Aquello que en otro tiempo era
una humilde postura de agnosticismo auténtico, se ha trocado en
una actitud arrogante de absoluto escepticismo. El no saber, el no
estar seguro, se convierte así en el dogma último que jamás debe
violarse.
C.S. Lewis en su novela That Hideous Strength (Ese espantoso
poder), describe el carácter esencialmente destructivo de la uni­
Poder destructivo /153

versidad cuando ésta se entrega al engaño y a un deseo de obs­


curecer lo verdadero. Debemos hacer un llamamiento a la insti­
tución universitaria para que vuelva a su humilde misión de
indagar la verdad. La universidad tendría que ser el sitio por
excelencia en el cual se buscara tenazmente solución a las grandes
preguntas del propósito, el significado y los valores de la vida; y
una vez encontradas las respuestas las mismas no deberían ne­
garse sino aceptarse.
Los poderes espirituales demoníacos tienen un marcado im­
pacto en el mundo en que vivimos, influyendo y activando tanto
a instituciones como a individuos perversos desde la sombra. Las
potestades se manifiestan en cosas tales como las riquezas, el sexo,
el legalismo religioso, la tecnología, el narcisismo, el militarismo
y el escepticismo absoluto.

COMO DERROTAR A LAS POTESTADES


No debemos engañarnos jamás, las potestades contra las cua­
les hacemos la guerra del Cordero son muy fuertes. Satanás anda
al acecho como “león rugiente, buscando a quien devorar” (1 Pedro
5:8). Lo que disputamos no es un partido de segunda o tercera
división, sino de primera, y hay cosas muy importantes enjuego.
Los principados y las potestades, no sólo tienen poder, sino que
son poder; existen como poderes, el poder es su forma de manifes­
tarse. Su misma esencia consiste en dominar, controlar, devorar,
aprisionar... ¿Cómo podemos entonces vencer a los demonios ex­
ternos y a los monstruos que llevamos a dentro?
Primeramente, hemos de reconocer que Cristo ya ha derrotado
a las potestades. En su muerte y su resurrección, Jesús “despo­
jando a los principados y a las potestades, los exhibió pública­
mente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Colosenses 2:15).
Cuando Cristo, se encontraba clavado en el madero, hubiera po­
dido pedir que diez millares de ángeles acudieran en su ayuda;
pero, en vez de ello, renunció a los mecanismos del poder a fin de
derrotar a las potestades del abismo. En la muerte y en la resu­
rrección de Jesucristo, los poderes espirituales fueron vencidos
aquí, en nuestro mundo de tiempo y espacio, de materia y energía.
En segundo lugar, derrotamos a las potestades cultivando el
don de discernimiento. Cualquier combate serio con dichas potes­
tades requiere “discernimiento de espíritus” (1 Corintios 12:10).
Mientras no tengamos ojos para ver los poderes espirituales que
activan a una familia, a una estructura corporativa o a una agen­
164 / Dinero, sexo y poder

cia gubernamental, no comprenderemos plenamente esa institu­


ción.
Quizá se pregunte usted cómo puede obtener el espíritu de
discernimiento. En primer lugar, se nos concede si lo pedimos: “No
tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:2). Así que
pedimos.. . y también escuchamos. Escuchamos a Dios, a aquellos
que nos rodean y a lo que está ocurriendo en nuestro mundo; e
invitamos al Señor a explicarnos lo que significan tales cosas.
También nos reunimos con otros cristianos fieles a fin de compartir
opiniones y de escuchar juntos; ya que ningún individuo puede
conocer toda la voluntad de Dios. Y todo esto lo hacemos con una
buena dosis de humor y de humildad: humor porque jamás nos
tomamos a nosotros mismos demasiado en serio, y humildad por­
que debemos considerar, con la mayor seriedad, la palabra que
Dios da por medio de otros.
En tercer lugar, derrotamos a las potestades enfrentándonos
de un modo enérgico con los “demonios” que nos rodean. Desde el
comienzo mismo, cada uno de nosotros debe reconocer y plantar
cara a las potestades que le vienen pisando los talones; de otra
forma utilizaremos las mismas tácticas que esas potestades a las
cuales nos oponemos y, al final, llegamos a ser tan perversos como
ellas. Debemos mirar a los ojos, con toda franqueza, a nuestra
propia codicia y nuestro propio deseo de poder, y llamarlos por su
nombre. Hemos de considerar lo que somos espiritualmente y dis­
cernirnos a nosotros mismos en ese terreno.
Lo glorioso es que esto no lo hacemos: el bendito Espíritu Santo
se pone a nuestro lado y nos consuela y alienta al mismo tiempo
que nos convence de pecado y reprueba. El Espíritu nos guía a esa
soledad interna del corazón en la cual puede hablarnos y ense­
ñarnos. Algunas veces dicha soledad adopta la forma de un retiro
personal para orar y reflexionar; pero la mayoría de las veces se
trata de un recogimiento interno del corazón en medio de las mu­
chas actividades y exigencias de la vida. Es en medio de ese silen­
cio interior donde oímos el Kol Yahweh —la voz del Señor—. Al
escuchar, abandonamos nuestra violencia, la codicia, el miedo, el
odio. . . Al escuchar nos disponemos para abrirnos a amar, ser
compasivos y a dar lugar a la paz de Cristo. Nos regocijamos en
cada conquista del Cordero; y mientras éste vence y se apodera de
nuestro corazón, en cada banquete de celebración de sus victorias
hay un cubierto reservado para nuestros enemigos.
En cuarto lugar, derrotamos a las potestades mediante una
renuncia interna a todo. En un estado de absoluta renuncia no
tenemos nada que perder, y esos poderes no mantienen ningún
Poder destructivo /155

control sobre nosotros. Suponga que las potestades nos quitaran


nuestros bienes y posesiones. ¡Qué más da! Las posesiones que
tenemos son sólo un préstamo de Dios, y el protegerlas constituye
más un cometido divino que nuestro. O imagine que dichas potes*
tades tratasen de destruir nuestra influencia difamándonos. ¡Que
lo hagan! Nuestra reputación no es algo que nosotros debamos
proteger; y aunque quisiéramos hacerlo, tampoco podríamos. O si
no, figúrese que las potestades nos asediaran con el mismísimo
temor de la muerte. ¡Qué importa!. .. Si pertenecemos a Aquel
que puede guiarnos por esa senda oscura a una vida mejor. De
manera que, como ve, no tenemos nada que perder: somos gente
sin posición y sin posesiones. Esta plena y total vulnerabilidad
constituye precisamente nuestra mayor fuerza: no se puede quitar
nada al que no tiene.
En quinto lugar, derrotamos a las potestades rechazando las
armas del poder de este mundo. Dejamos de manipular y controlar
a otros; nos negamos a dominar o a intim idar... Como escribiera
Walter Wink: “El uso directo del poder contra una autoridad es­
tablecida; daría inevitablemente la ventaja a dicha autoridad.”11
La única forma que tenemos de combatir a los principados y
las potestades es mediante la vida y el poder que da el Espíritu
Santo. Ahora bien, al decir esto no estoy tratando de tirar todo el
asunto a la esfera de lo pietista y teórico; muy al contrario: el
Espíritu quiere ser un agente activo en nuestra vida de la forma
más concretamente social y práctica que haya.
Si atacamos meramente la forma de la potestad, y no derro­
tamos al ángel o al espíritu que activa dicha forma, no consegui­
remos nada. Por ejemplo: La mayoría de las revoluciones que han
ocurrido en el mundo, han luchado para deshacerse de un gobierno
corrupto y egoísta, solamente para darse cuenta que el gobierno
nuevo es igual de corrupto que el primero. El fallo está en no
comprender que la verdadera batalla tiene más que ver con las
potestades de la codicia, los intereses creados y la preocupación
obsesiva con el ego, que con personas y estructuras reales de go­
bierno. Debemos concentrar nuestra atención, tanto en la insti­
tución de que se trate en cada caso, como en su espiritualidad.
En sexto lugar, derrotamos a las potestades utilizando las ar­
mas de Efesios 6. ¡El desechar las armas de este mundo no nos
deja en absoluto indefensos! ¿Qué necesidad tenemos de fusiles,
tanques y misiles cuando contamos con las armas mucho más
eficaces de la verdad, la justicia, la paz, la fe, la salvación, la
Palabra de Dios y la oración (Efesios 6:10-18)? Estas cosas son
más potentes de lo que podamos pensar. Pablo insiste en que
156 / Dineroy sexo y poder

.. las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas


en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4).
Con frecuencia hemos vuelto inocuas esas armas espirituales
al ignorar el contexto social de Efesios 6 y convertirlas en armas
pietistas que no tienen nada que ver con el mundo de Mamón o
del militarismo. Hablamos sin reflexionar acerca de escudos y cas­
cos romanos, y ni siquiera una vez nos pasa por la cabeza que se
nos está llamando a armarnos para una verdadera batalla contra
la espiritualidad de las instituciones, las culturas y cualquier otra
forma de encarnación demoníaca*
Otra manera en que hemos tratado de esterilizar esas armas
ha sido enseñando que todas ellas son “defensivas”. Esto, senci­
llamente, es falso. El ejército romano constituía la máquina más
poderosa y despiadada de matar en sus días; y el equipo que Pablo
describe no estaba destinado únicamente a resistir, sino a avanzar
contra el enemigo. No hay duda de que el apóstol tenía en mente
la “cuña romana”, la cual era una eficaz formación en V y era
empleada a pleno rendimiento en un escudo rectangular espe­
cialmente diseñado para ella. Con ese escudo rectangular, los sol­
dados cubrían dos tercios de su cuerpo y un tercio del de su com­
pañero de la izquierda. Esa ingeniosa disposición obligaba a los
legionarios a trabajar juntos, a fin de lograr una protección mutua
en el ataque. Se trataba de “la formación militar más eficaz y
terrible conocida hasta entonces, y ninguna otra la igualó durante
los mil años siguientes”.12
La metáfora militar de Pablo es una descripción maravillosa
de la compañía de los creyentes comprometidos trabajando con­
certadamente, avanzando contra las potestades, conquistando en
nombre de Cristo. Las puertas del infierno no pueden resistir una
ofensiva tan unánime y determinada. James Nayler escribe: “El
[Cristo] pone armas espirituales en el corazón y en, las manos de
ellos . . . para que hagan guerra contra sus enemigos, venciendo
y para conquistar, no como el príncipe de este mundo . . . con la­
tigazos y cárceles, torturas y tormentos infligidos en el cuerpo de
las criaturas a fin de matar y destruir la vida de los hombres . . .
sino con la palabra de verdad . . . devolviendo amor por odio, lu­
chando con Dios contra la enemistad, con oraciones y lágrimas
noche y día, con ayunos, penas y lamentos; con paciencia, con
fidelidad, con verdad, con amor no fingido, con longanimidad, y
con todos los otros frutos del Espíritu, por si de algún modo pudiera
vencer con el bien el mal.”13
Poder destructivo /157

REFLEXION PERSONAL
C.S. Lewis señaló que “hay dos errores iguales y opuestos en
los cuales nuestra raza puede caer respecto de los demonios: uno
es no creer en su existencia; el otro es creer en ella, pero sintiendo
un interés excesivo y malsano por los mismos. A ellos les agrada
tanto lo uno como lo otro, y alaban con el mismo placer a un
materialista y a un mago”.14 Actualmente si caemos en el error,
es por lo general del lado del materialista; ya que ese es el talante
que predomina en nuestra época. Normalmente dudo en intercalar
experiencias propias en mis escritos, pero en este caso puede que
resulte útil hacerlo.
Cuando acabé de escribir esta obra, no me sentía satisfecho
con estos últimos capítulos acerca del poder; de manera que envié
los nueve primeros a mi redactor, explicándole que había decidido
reescribir los cuatro últimos. El miércoles de la semana que me
puse de nuevo a escribir, comencé a éxperimentar una pesadez y
una oscuridad que venían sobre mí. Estoy seguro de que ello se
debía en parte al cansancio emocional y físico con la tarea; ya qüe
llevaba nueve meses escribiendo casi sin hacer ninguna pausa y
después de haber investigado bastante —sin embargo, había sido
muy cuidadoso en cuanto a disciplinarme a fin de obtener el sueño
y el ejercicio necesarios.
Hacia el viernes, aquella oscuridad era casi abrumadora, sen­
tía que no deseaba volver a escribir, a hablar o a enseñar nunca
más. Examinaba un capítulo y quería tirarlo a la papelera. Traté
de pensar en alguna forma de cancelar todo el proyecto, ni siquiera
ahora puedo explicar plenamente lo que sentía. Para utilizar las
palabras de George Fox, estaba casi agobiado por un “océano de
tinieblas”.15
Cualquiera que haya estudiado sicología comprenderá que lo
que estoy describiendo revela claros indicios de las primeras eta­
pas del agotamiento. Esa era con toda certeza un factor en mi
experiencia; pero no parecía el único responsable de cuanto yo
sentía. Daba la impresión de que había algo más, presentía una
causa más honda e importante.
El sábado fui a escribir a mi oficina, pero sin ninguna espe­
ranza de llegar a producir algo que valiera la pena leerse. Durante
un período previo de meditación y oración, pensé en aquella vez
cuando Martín Lutero lanzó su tintero contra el diablo; e instin­
tivamente tomé mi pluma y la arrojé contra la pared rompiéndola.
Luego me dije a mí mismo: “Bueno, si el diablo está aquí, seguro
que no le habré dado.” Intenté equiparme con las armas de Efesios
6, pero de poco pareció servir.
158 / Dinero, sexo y poder

Tarde por la mañana un grupo de cinco amigos vino a orar por


mí. Hablamos muy poco, y luego ellos intercedieron quedamente.
Aunque yo cooperaba con sus esfuerzos, no tenía ninguna espe­
ranza en absoluto de que aquello fuera a valer de nada; me en­
contraba totalmente insensible.
No obstante, cuando ellos partieron, la pesadez comenzó a de­
jarme, y a medida que fue transcurriendo el día, las cosas se hi­
cieron más y más luminosas, hasta que por la noche la oscuridad
había desaparecido por completo. Entonces pude acabar mi tarea
sin más opresión;
Pocos días después, un miembro del grupo que había venido el
sábado por la mañana, me dijo que durante la oración ella había
visto cómo toda la estancia se llenaba de la luz de Cristo y los
poderes malignos eran lanzados afuera. Yo no vi nada; pero no
dudo de su palabra, ya que se trata de una persona espiritual­
mente alerta y sin lá más mínima propensión a la fantasía mís­
tica. También le creo por el hecho de que aquel océano de oscuridad
fue verdaderamente vencido por el mar de luz y de vida.
Todo esto a usted probablemente le parezca extraño, pero su­
cedió. Quizá valga como testimonio de que los principados y po­
testades son reales y nos hacen la guerra verdaderamente; así
como de la importancia que tiene el contar con otras personas que
puedan ayudarnos a librar batalla contra las potestades de este
siglo oscuro y perverso.
Las potestades son fuertes; pero Cristo lo es todavía más, y la
derrota de dichas potestades está asegurada. Vivimos en esa vida
que vence al mundo, y deberíamos esperar ser testigos del derro­
camiento del reino de las tinieblas y del comienzo, del reinado de
justicia del Cordero adondequiera que vayamos.
li. Poder creador
La única cura para el amor del poder es el poder del amor.
—SHERRI McADAM

Si hay un poder que destruye, también hay otro que crea y que
proporciona vida, gozo y paz. Ese poder supone libertad en vez de.
esclavitud, vida en lugar de muerte, transformación en vez de
coerción. El poder creador sana las relaciones y da a todos el don
de la restauración completa; es un poder espiritual que procede
de Dios. -
¿Cómo es ese poder creador? Piense en José: vendido como es­
clavo, echado en la cárcel. . . un caso sin esperanza. Sin embargo,
lo vemos ascender hasta una posición de gran autoridad e influen­
cia en la nación más poderosa de su época. ¡Qué peregrinación!
En aquella posición, José pudo combinar el discernimiento espi­
ritual con el poder político para prevenir una hambruna desas­
trosa. Luego llegó el día fatídico en que sus hermanos, los mismos
que lo habían vendido como esclavo, fueron buscando un alivio
contra el hambre. Entonces José se enfrentó con la gran prueba
del poder. Aquella habría sido una ocasión perfecta para la ven­
ganza; sin embargo, él prefirió utilizar su poder para la reconci­
liación. La Escritura nos cuenta que José se sintió abrumado de
emoción y compasión al ver a sus hermanos: “No podía ya José
contenerse.. . . Entonces se dio a llorar a gritos” y por último: “Y
se echó sobre el cuello de Benjamín su hermano, y lloró; y también
Benjamín lloró sobre su cuello. Y besó a todos sus hermanos, y
lloró sobre ellos” (Génesis 45:1, 2, 14, 15). He aquí una hermosa
historia de relaciones sanadas por el ejercicio del poder creador.
Este poder creador es la fuerza que restaura las relaciones.
William Wilburforce fue un político cristiano que utilizó el poder
de su posición para ayudar a abolir el comercio de esclavos en el
Imperio Británico. El beneficio de sus prolongados esfuerzos ex­
cede a todo cálculo. Muchas familias,' por todo el Africa, pudieron
permanecer juntas gracias a que se había acabado con el horrible
comercio de esclavos de Gran Bretaña. ¡Ah! ¡Pero se logró preser­
var las relaciones! Y esta es una historia que podría repetirse vez

159
160 / Dinero, sexo y poder

tras vez contando con creyentes fieles los cuales han tratado de
aplicar creativamente el poder que Dios les ha dado en el terreno
de la política y los negocios.
El empleo del poder para restaurar relaciones también forma
parte de nuestro mundo personal y diario. La madre que resuelve
un agravio entre niños está utilizando su autoridad para arreglar
una relación quebrantada. El director de colegio que cambia unas
reglas nocivas para los niños en el sistema educativo está infun­
diendo vida en el corazón de los alumnos. El pastor que ayuda a
dos miembros del consejo de iglesia enfrentados a resolver sus
diferencias, está utilizando su poder para producir sanidad en la
comunidad de la fe. El presidente de una compañía que corrige los
costos excesivos del director de producción está usando su poder
para restituir integridad y honradez al mundo de los negocios.
Todos nosotros en nuestra vida diaria, nos enfrentamos con miles
de oportunidades de utilizar el poder en servicio de la reconcilia­
ción.
¿Cómo es el poder creador? Piense en Moisés, quien compren­
día como pocos la fuerza y la potencia de Egipto, y que se vio
obligado a huir de dicha potencia. Sin embargo allá en el desierto,
Hegó a experimentar otro tipo de poder: el poder de Yahvé\ y
cuando volvió para enfrentarse al poder de Egipto, era una per­
sona completamente distinta. Había dejado su antigua arrogan­
cia, y en vez de ella tenía una combinación nueva de mansedumbre
y confianza. Aquel fuerte imperativo de “Deja ir á mi pueblo” iba
respaldado por los poderosos actos de Dios, los cuales hicieron caer
de rodillas aun al poderoso Faraón. El resultado de ello fue la más
dramática liberación de cautivos que jamás se haya dado en la
historia humana.
El poder creador libera a la gente. Cuando Martin Luther King
se opuso con firmeza al racismo norteamericano, millones de per­
sonas quedaron libres. Cuando los maestros despiertan en la
mente de sus alumnos el gozo del descubrimiento, están utilizando
el poder de su cargo para liberar. Cuando un hermano mayor em­
plea su ascendiente para fortalecer la autoestima de los menores,
está utilizando su poder para hacerles libres. Cuando los viejos
patrones de comportamiento de la depresión o el temor son trans-
formádos por el poder de Dios, el resultado es la liberación.
¿Cómo es el poder creador? Piense en Jeremías, quien per­
maneció fiel a la Palabra de Dios en las circunstancias más de­
primentes. Lo llamamos el profeta llorón, y tenemos buenas ra­
zones para hacerlo. En una época en la que los dirigentes religiosos
adaptaban su mensaje a los vientos políticos predominantes, Je­
Poder creador 1161

remías habló el Dabar Yahué —la Palabra del Señor—. En el mejor?;


de los casos, aquella palabra era de desaliento y de derrota, no dé
victoria. i
El pueblo rechazó la palabra de advertencia de Jeremías y poi*
eso fue perseguido. En una ocasión, el profeta fue echado en una
cisterna y dejado allí para que muriera. Se nos dice que “.. . se
hundió Jeremías en el cieno” (Jeremías 38:6b). En muchos aspec­
tos, esta sencilla expresión define bien todo el ministerio de Je­
remías: el profeta tuvo que ver cómo su amado país era vencido y
destruido, y su propio pueblo deportado como un botín de guerra.
Sin embargo, fue la enseñanza de Jeremías —aquella misma
enseñanza que el pueblo había desechado— la que capacitó a Judá
para aferrarse a la fe en Yahvé durante los largos años de exilio.
El pueblo había elevado su creencia acerca de la invencibilidad de
Sion a la categoría de doctrina fundamental de su fe; y cuando
Jerusalén fue destruida, todo su sistema doctrinal se vino abajo
estrepitosamente. ¿Acaso no había prometido Dios que Siún no
sería devastada? ¿Dónde estaba El mientras las hordas babilonias
asolaban su tierra?
Pero Jeremías había insistido, una y otra vez, en que el carác­
ter invencible de Sion se basaba en la obediencia al pacto mosáico;
y que, puesto que ellos habían desobedecido a dicho pacto, Jeru­
salén caería. Dios no les había fallado al permitir que Sion fuese
tomada; sino que eran ellos quienes le habían fallado a El con su
desobediencia. Por último, Jeremías habló palabras de esperanza
y de restauración, y apuntó hacia un nuevo pacto futuro, que no
estaría escrito en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del
corazón de ellos: “Pero este es el pacto que haré con la casa de
Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su
mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y
ellos me serán por pueblo” (Jeremías 3Í:33). Fue la tenacidad de
Jeremías respecto a la verdad de Yahvé lo que capacitó a los judíos
para conservar su fe en Dios cuando todas las palabras de con­
fianza de los falsos profetas demostraron ser espurias.
Jeremías nos recuerda que hay ocasiones en las que el poder
espiritual parece debilidad. La fidelidad es más importante que el
éxito, y la fuerza para permanecer fiel es ciertamente un gran
tesoro. Tal vez la palabra del profeta a su siervo Baruc constituya
un buen consejo para nosotros actualmente: “¿Y tú buscas para ti
grandezas? No las busques” (Jeremías 45:5a).
Dietrich Bonhoeffer conoció ese poder de Dios que al mundo le
parece debilidad y dijo: “Cuando Cristo llama a un hombre, lo
convoca a venir y morir.”1Bonhoeffer sabía lo que significaba mo­
162 / Dinero, sexo y poder

rir: él murió al yo, a todas sus esperanzas y sueños, y, por último!


lo hizo también, físicamente, a manos de la guardia de Hitler
Pero, como nos recuerda la Escritura, . . si el grano de trigo cae
en tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto”
(Juan 12:24). El fruto de la vida y de la muerte de Dietrich Bon-
hoeffer no puede calcularse. Todos estamos en deuda con él. Como
ha dicho G. Léibholz: “La vida y muerte de Bonhoeffer nos han
dado una gran esperanza para el futuro. . . . El ha obtenido una
victoria para todos nosotros; una conquista —que jamás podrá
malograrse— de amor, de luz y de libertad .”2
¿Cómo es el poder creador? Piense en la Iglesia primitiva reu­
nida en el concilio de Jerusalén (Hechos 15). Se habían congregado
para responder a una pregunta trascendental: ¿Podían los gentiles
tener fe genuina en Cristo sin necesidad de conformarse a la cul­
tura religiosa judía? Aquella era una cuestión que hubiese podido
dividir fácilmente a la comunidad cristiana. Sin embargo, al reu­
nirse, y mientras hablaban y escuchaban, el poder de Dios se abrió
camino produciendo una unidad de mente y corazón guiada por el
Espíritu Santo. Milagrosamente, se dieron cuenta de que los gen­
tiles podían vivir con fidelidad a Dios en el contexto de su propia
cultura, y que a los judíos les era posible hacer lo mismo. De modo
que la cautividad cultural de la iglesia quedó rota, y los creyentes
de todas partes pudieron recibirse unos a otros sin necesidad de
hacer prosélitos para su propia cultura. Los reunidos experimen­
taron el poder unificador del Espíritu Santo.
El poder creador produce unidad. Cuando John Woolman se
presentó ante la conferencia anual de los cuáqueros en 1785, y
pronunció su conmovedor alegato contra la esclavitud, toda la or­
ganización, sin un sólo disentimiento explícito, acordó quitar esa
práctica de su medio. Esta unidad de corazón y de mente no es
fácil de encontrar; pero vale la pena buscarla. Si aprendiéramos
a escuchar al Señor juntos en nuestro hogar, nuestra iglesia y en
nuestro negocio, veríamos más de esa unidad del Espíritu. El me­
jor sitio para comenzar es la familia. El padre y la madre pueden
contribuir mucho dando ejemplo en tales cuestiones.
¿Cómo es el poder creador? Piense en Jesús y en su ministerio
de enseñanza y sanidad. Es ahí donde vemos la perfecta demos­
tración del poder perfecto. Adondequiera que Jesús iba, los po­
deres de las tinieblas eran derrotados, la gente se sanaba y las
relaciones rotas quedaban restauradas. Los individuos eran vi­
vificados en cuanto a Dios, y los unos para con los otros, por medio
del ministerio vivificante del Señor.
En la crucifixión, el poder creador alcanzó su cota máxima.
Poder creador /163

Allá Satanás trató de utilizar todo el poderío con que contaba para
destruir a Cristo; sin embargo, Dios transformó ese intento en el
acto supremo de poder creador. En la cruz de Cristo se pagó el
castigo del pecado, y la justicia de Dios quedó satisfecha; por medio
de dicha cruz, usted y yo podemos recibir perdón y experimentar
la restauración de nuestra relación con Dios. Cristo murió por
nuestros pecados, y en esa muerte contemplamos el poder creador
en acción.
Nuestra respuesta a ese supremo acto de poder es la gratitud.
Se trata del amor divino que excede a cualquier otro amor; de un
acto de poder el cual jamás podremos ni querremos reproducir.
Simplemente le damos gracias a Dios por él. El verdadero perdón
produce doxología; y el saber que Dios perdona verdaderamente
todos nuestros pecados y nos recibe en su presencia, es un “gozo
inefable y glorioso.” La doxología en sí es poder: cuando vivimos
agradecidos por el magnífico don divino, otros son atraídos al co­
nocimiento de este gozo del Señor que supera todo lo demás.

LAS CARACTERISTICAS DEL PODER ESPIRITUAL


El poder creador es espiritual, y está en contraste absoluto con
el poder humano. El apóstol Pablo habla de “la carne”, refiriéndose
a la actividad iniciada por el hombre sin la ayuda de la gracia
divina. La gente puede hacer muchas cosas en el poder de la carne,
pero no la obra del Espíritu de Dios. Ese poder de la carne confía
en la herencia y el prestigio de la familia, la posición social y las
relaciones entre aquellos que participan en la estructura de poder.
Sin embargo, ya ve usted que Pablo había perdido toda esperanza
en la carne, y decía tener aquellas cosas por “basura”; sus expec­
tativas estaban puestas en un poder mayor: “A fin de conocerle, y
el poder de su resurrección, y la participación dé sus padecimien­
tos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna
manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Filipenses
3:10,11).
Ahora bien, cuando vemos que la gente anda riñendo deses­
peradamente por la “basura” ^ d e l poder humano—, podemos es­
tar seguros de que conocen muy poco el “poder de su resurrección”.
¿Cuáles son entonces las características de este poder que viene
de Dios?
La primera de ellas es el amor. El amor exige una utilización
del poder en beneficio de otros. Fíjese en el uso del mismo que hizo
Jesús: sanidad de ciegos, enfermos, tullidos, mudos, leprosos. . . y
muchos más. Lucas, el médico, comenta “Y toda la gente procu­
164 / Dinero, sexo y poder

raba tocarle, porque poder salía de él y sanaba a todos” (Lucas i


6:19). Observe en cada caso la preocupación por el bien de otros,
la motivación de amor de Jesús. En Cristo, el poder se utiliza para
destruir el mal, a fin de que el amor pueda redimir lo bueno.
El poder que tiene como finalidad hacer crecer la reputación o
inflar el ego de las personas, no está motivado por el amor. Cuando
Dios utilizó a Pablo y a Bernabé para curar a aquel tullido en
Listra, la gente, atónita, trató de convertirlos en dioses griegos;
pero ellos rasgaron sus vestidos y gritaron: “Nosotros también
somos hombres semejantes a vosotros” (Hechos 14:15). Tal vez
muchos de nosotros no consideremos tan reprensible la idea de ser
tomados por una deidad; piénse en el poder que tendríamos sobre
la gente, y, después de todo, ¡usaríamos dicho poder para muy
buenos fines! Sin embargo, el poder que se emplea para hacer
crecer la propia reputación destruye a sus usuarios, ya que les
hace aspirar a ser dioses.
Esto nos lleva a la segunda característica del poder espiritual:
la humildad. Humildad es lo mismo que poder bajo control. No
hay nada más peligroso que el poder al servicio de la arrogancia.
El poder que se halla bajo la disciplina de la humildad es dócil.
Apolos era un gran predicador, pero también estaba dispuesto a
aprender de otros (Hechos 18:24-26). Pedro, por su parte, en el
transcurso de su poderoso ministerio, cometió algunas graves
equivocaciones; sin embargo, cuando se le confrontó con ellas, tuvo
la humildad suficiente para cambiar (Hechos 10:1-31; Gálatas
2 :11- 21 ).
Créame que no se trata de un asunto sin importancia. Muchos
han sido destruidos porque, en su caminar con Dios, su ejercicio
del poder no estaba controlado por la humildad. El poder sin hu­
mildad es todo menos una bendición.
James Nayler fue uno de los primeros predicadores cuáqueros
más destacados; sin embargo, el poder que ejercía se le subió a la
cabeza y, en 1656, algunos de sus seguidores más fanáticos lo
convencieron para que representara en Bristol la entrada triunfal
de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos. Aquel acto supuso
su ruina: fue juzgado y condenado por blasfemia; y aunque la
historia tiene un final feliz, ya que andando el tiempo Nayler se
arrepintió de su presunción, el predicador había perdido su efi­
cacia en el servicio de Cristo. El poder, cuando no va asociado a
un espíritu de humildad, destruye.
Conocer verdaderamente el poder de Dios significa estar muy
conscientes de que nosotros no hemos hecho más que recibir un
don. La gratitud, y no el orgullo, es nuestra única respuesta ade­
Poder creador /165

cuada. Ese poder no es nuestro, aunque se nos da la libertad de


utilizarlo. Sin embargo, cuando andamos con Dios verdadera­
mente, nuestro único deseo consiste en emplear el poder para el
servicio de Cristo y de su reino.
Esto nos conduce a la tercera característica del poder espiri­
tual: la autolimitación. El poder creador refrena de hacer ciertas
cosas —incluso buenas— por respeto al individuo. ¿No ha repa­
rado usted nunca en el número de ocasiones en las cuales Jesús
se négó a hacer uso de su poder? Rehusó, por ejemplo, saltar desde
el pináculo del templo (Mateo 4:5). También rechazó la tentación
de hacer más “pan milagroso” para confirmar su ministerio (Juan
6:26); y se negó a realizar muchas obras maravillosas en su propio
pueblo a causa de la incredulidad de la gente (Lucas 4:16-27).
Denegó a los fariseos su petición, no dándoles señal de que era el
Mesías (Mateo 12:38). Y en su arresto, recordó a Pedro que hubiera
podido llamar a todo un ejército de ángeles para que vinieran á
rescatarlo, pero no lo hizo (Mateo 26:53).
El poder que viene del Espíritu Santo no debe utilizarse lige­
ramente. Pablo dijo al respecto: “No impongas con ligereza las
manos a ninguno” (1 Timoteo 5:22a). Cuando introducimos a la
gente al poder de Dios antes de que esté preparada para ello, le
proveemos un mal servicio: aquellos que viven y se mueven en El
saben que hay momentos en los cuales debe retraerse la mano de
poder, así como otros en los que hay que usarla.
La cuarta característica del poder espiritual es el gozo. No se
trata en modo alguno de hacer un esfuerzo ceñudo o austero; ¡muy
al contrario! Ver cómo el reino de Cristo irrumpe en medio de las
tinieblas y de la depresión es algo maravilloso. M. Scott Peck es­
cribe en cuanto a esto: “La experiencia del poder espiritual es
básicamente una experiencia de gozo.”3
Cuando el cojo fue sanado, entró en el templo “. . . andando, y
saltando, y alabando a Dios” (Hechos 3:8b). He ahí una buena
descripción de nuestra reacción espontánea a la obra de Dios.
En cierta ocasión oré con una misionera acerca de algunas
heridas interiores profundas que le había causado la trágica
muerte de su hijo; y mientras elevábamos nuestras súplicas hubo
una sensación muy especial de la presencia de Dios, y luego una
clara liberación de las potestades del miedo y de la culpa. La pre­
sencia de Dios era tan real, y el alivio tan preciso, que ambos
fuimos llenos de un sentimiento de sorpresa y admiración. El
tiempo que ha transcurrido desde aquellas primeras sesiones de
oración no ha hecho sino confirmar lo que experimentamos enton­
ces. Meses más tarde, ella me escribió ío siguiente: “Tengo una
166 / Dinero, sexo y poder

gran paz. En mi ser hay un gozo santo, fecundo y hermoso que


sencillamente se desborda. Por fin sé lo que Jesús quería decir
cuando expresó aquello de que de nuestro interior correrían ríos
de agua viva. Esto es algo que he buscado toda mi vida.”
Espero que usted comprenda que me estoy refiriendo a algo
más profundo que esa “alegría” burbujeante que produce lo su­
perficial. El gozo espiritual fecundo sabe lo que es el dolor y conoce
la pena. Con frecuencia, gozo y aflicción mantienen una relación
simbiótica.
La quinta característica del poder espiritual es la vulnerabi­
lidad. El poder que viene de lo alto no está lleno de alardes y
bravatas, y carece de los símbolos de la autoridad humana. ¡Cier­
tamente que sí, puesto que sus emblemas son un pesebre y una
cruz! Se trata de un poder que no se reconoce como tal; de una
posición de mansedumbre autoelegida la cual, a los ojos humanos,
parece incapaz. Para usar la expresión de Henri Nouwen, es el
poder del “sanador herido”.
El poder que viene de arriba dirige desde la debilidad, y está
en contradicción con la sociedad de los fuertes y los capaces. En
una ocasión, cuando el apóstol Pablo forcejeaba con su propia vul­
nerabilidad, recibió la siguiente palabra de Dios: “Bástate mi gra­
cia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” entonces Pablo
pudo decir: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios
12:9, 10).
Lo que a menudo llamamos la “parábola del hijo pródigo” po­
dría titularse con más propiedad: la “parábola del todopoderoso
padre impotente”.4 En ese padre vemos el poder que no domina,
sino que espera pacientemente. La parábola, como es natural, se
refiere a Dios, y es también una alegoría que Jesús hizo carne en
su propia vida. Observe al Señor trabajar pacientemente con sus
discípulos obstinados y rebeldes discípulos; véalo en su juicio,
donde no profiere palabra; considérelo colgando de aquel trono de
madera totalmente desvalido. Me permito sugerirle que estos son
actos de poder espiritual del más alto rango.
Alexander Soljenitsin estando en la prisión, descubrió que
siempre que trataba de mantener cierta medida de poder sobre su
propia vida adquiriendo comida o ropa, se hallaba a merced de sus
carceleros; pero cuando aceptaba, e incluso abrazaba, su vulne­
rabilidad, sus guardianes no tenían ningún poder sobre él: de tal
manera que él había llegado a ser el poderoso y ellos los impoten­
tes .5
Los que comprendemos el poder de la vulnerabilidad es muy
posible que tengamos una ventaja real. A medida que nuestro
Poder creador /167

mundo se hace más y más complicado, el sentimiento de impoten­


cia ha llegado a estar a la orden del día. Gente que ni siquiera
conocemos toma decisiones que nos afectan profundamente; no­
sotros no tenemos control de la situación, y lo sabemos.
Sin embargo, no es necesario que adoptemos las reacciones
normales de ira y resignación; ya que conocemos lo que Jürgen
Moltmann llama “el poder de los impotentes.”6
La sexta característica del poder espiritual es la sumisión.
Jesús sabía lo que significaba someterse a los designios de Dios:
“No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer
al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo
igualmente” (Juan 5:19). A medida que en un nivel personal va­
mos aprendiendo a experimentar ese mismo tipo de cooperación
íntima con el Padre, entramos más profundamente en lo que sig­
nifica el poder.
Hay un poder que se manifiesta por medio de los dones espi­
rituales, y otro que lo hace cuando adoptamos una posición espi­
ritual correcta. Ambos operan al unísono. La sumisión nos pro­
porciona esa posición espiritual correcta. Somos colocados bajo el
liderato de Cristo y bajo la autoridad de otras personas. En* la
comunidad cristiana encontramos a otros que pueden hacernos
avanzar en las cosas de Dios; nos sometemos a la Escritura para
aprender mejor los planes divinos para con el hombre; nos suje­
tamos al Espíritu Santo a fin de aprender el significado de la obe­
diencia; y aceptamos la vida de fe para entender la diferencia que
hay entre el poder humano y el poder divino.
En Efesios 5:21, Pablo dice: “Someteos unos a otros en el temor
de Dios.” El apóstol mismo estaba sometido al concilio qué la igle­
sia había celebrado en Jerusalén (Hechos 15). Pedro y Bernabé
tuvieron que someterse a la corrección de Pablo por no haber ex­
tendido la diestra de compañerismo a los gentiles (Gálatas 2:11-
21). Apolos se sometió a Aquila y Priscila tras quedar claro que
sabían más que él de las cosas de Cristo (Hechos 18:24-26).
La sumisión es poder porque nos coloca en una posición en la
cual podemos recibir de otros. Si nuestro mundo se reduce a no­
sotros mismos, verdaderamente estamos empobrecidos; pero
cuando, con humildad de corazón, nos sometemos a otros, tenemos
acceso a su sabiduría, su consejo, su reprensión, su aliento. . . unos
recursos amplios y nuevos se abren ante nosotros.
La última característica del poder espiritual que menciona­
remos es la libertad. Cuando Jesús y los apóstoles ejercían el po­
der, la gente quedaba libre: el cojo podía andar, el ciego ver, el
culpable recibir perdón, y, lo más maravilloso de todo, los ende­
168 / Dinero, sexo y poder

moniados eran liberados. Los poderes de este siglo malo de tinie­


blas sufrían una derrota y los cautivos quedaban libres.
Sin embargo, esta cuestión de la libertad implica aun más
cosas. Fíjese en cómo Jesús trabajaba con la gente: “La caña cas­
cada no quebrará, y el pábilo que humea no apagará”, había pro­
fetizado Isaías (Mateo 12:20); y así fue. Jesús jamás atropelló a
los débiles ni apagó la llamita más pequeña de esperanza. Tam­
poco utilizó su poder para explotar o controlar a otros, aunque
para El hubiera sido fácil actuar de esa manera. Los pobres que
con tanto agrado le escuchaban, habrían hecho cualquier cosa por
El, a causa de lo agradecidos que estaban de que alguien simple­
mente les prestase atención. Pero Jesús rehusó explotar el poder
que tenía sobre ellos: los había liberado para que fueran ellos
mismos, de una manera única y plena.
En cierta ocasión experimenté este poder liberador de una
forma especialmente clara. Acababa de volver de una conferencia
en la que había tomado algunas decisiones bastante importantes,
y le estaba relatando la experiencia a un amigo y consejero.
—Ah, por cierto —dije llegado determinado momento—, he
tomado una resolución que sé que llevas mucho tiempo espe­
rando. . .
—Oye, espera un minuto —me interrumpió él—. Quiero que
quede clara una cosa: Mi cometido, mi único cometido, es exponer
la verdad de Dios tal y como yo la veo, y luego amarte simplemente
hagas lo que hagas. No me toca a mí enderezarte ni obligarte a
hacer lo que debes.
Después de aquella charla pensé en la importancia que tenía
esa simple declaración de mi amigo. Su interés y compasión siem­
pre habían sido evidentes; pero en aquellas palabras descubrí una
nueva dimensión de la libertad: una libertad qué nos permitía ser
amigos íntimos sin esa servil necesidad de agradarnos el uno al
otro. Su poder en mi vida es real; pero se trata de un poder que
libera, no que ata. El poder humano es un poder sobre alguien; el
divino no tiene esa necesidad de controlar: sine vi humana sed
verbo —“sin poder humano, simplemente con la palabra ”.7

EL PODER EN EL MERCADO DE LA VIDA


Este vivificante poder espiritual sólo tiene valor para nósotrós
en la medida que lo expresamos en nuestra vida diaria. De nada
valdrá hablar piadosamente del amor, del gozo y de la humildad
si no afianzamos tales realidades en el hogar, la oficina y la es­
cuela. ¿Cómo es el poder espiritual en el mercado de la vida?
Poder creador /169
E n el terreno in d iv id u a l, el po d er debe utilizarse para prom over
el do m inio propio y no la autoindulgencia. El dominio propio se
lleva bien tanto con la autoestima como con la abnegación. Robert
Schuller llama a la autoestima “el ham bre h u m a n a por la d ivin a
d ig n id a d que D ios quiso que fuese nuestro derecho de nacim iento
em ocional como hijos creados a su im a g en ”;8 la abnegación es la
forma en que esa hambre humana de autoestima se satisface, y
el dominio propio abarca ambas cosas.
La disciplina es el lenguaje del dominio propio. Una persona
disciplinada es aquella que puede hacer lo que hay que hacer
cuando debe hacerse; o, dicho de otro modo, la que es capaz de
llevar una vida adecuada. Tal persona puede reir, llorar, trabegar,
jugar, orar, hablar o callar según sea el momento de hacerlo. Jean-
Pierre de Caussade describe maravillosamente la vida de dominio
propio con estas palabras: “El alma, ligera como una pluma, fluida
como el agua, e inocente como un niño, responde a cada movi­
miento de la gracia cual globo que flota en el aire ”.9
El poder de Dios hace posible que experimentemos el control
sobre la áutoindulgencia. San Francisco llamaba al cuerpo hu­
mano el “hermano asno”, ya que se espera que seamos nosotros
quienes nos montemos en un burro y no él a nosotros. Lo que nos
proporciona autoridad sobre el “hermano asno” es el dominio pro­
pio; de dicho dominio propio viene la libertad, ya que gracias a él
estamos convirtiéndonos en aquello que Dios quiso que fuésemos
al crearnos.
E n el terreno del hogar.; el poder debe utilizarse p a ra fom entar
la confianza y no el servilism o . ¡Qué decisivo es que los padres
empleen la autoridad que tienen sobre sus hijos para edificar a
éstos en vez de demolerlos, alentarlos y no desanimarlos. En cierta
ocasión, un padre muy sabio me dijo: “Cada ‘No’ debemos com­
pensarlo con diez ‘bien hecho, hijo\” La crítica y la corrección son
cosas ciertamente necesarias; pero jamás hemos de permitir que
se hagan destructivas. Como expresa James Dobson, tenemos que
“modelar la voluntad del niño . . . pero sin quebrar su espíritu”.10
El uso del poder en el hogar puede constituir una bendición si lo
rodeamos de un espíritu de solicitud.
E n el terreno m a trim o nial, el p oder ha de utilizarse p ara realzar
la com unicación y no el aislam iento. El esposo y la esposa tienen
poder el uno sobre el otro, y ellos lo saben. Todos nosotros guar­
damos en nuestro interior algunos asuntos que pueden provocar
respuestas totalmente irracionales; y cuando nuestro cónyuge se
acerca tan sólo a dichos asuntos, es como si accionara una palanca
de alto voltaje. El conocimiento supone poder; y en la intimidad
170 / Dinero, sexo y poder

del matrimonio aprendemos con explícito detalle la naturaleza de


esas “palancas de alto voltaje” de nuestro cónyuge. Determinados
temas o frases, maneras de actuar, tonos de voz, e incluso cosas
tan simples como el arquear las cejas o el encogernos de hombros,
pueden mover esas palancas y dar comienzo a la Tercera Guerra
Mundial.
Las palancas en cuestión son auténtica dinamita, y en muchas
ocasiones tienen que ver con viejos agravios o heridas en el ma­
trimonio. Dichas palancas cuentan con la capacidad de bloquear
todo amor y toda comunicación verdaderos; pero en el poder de
Dios aprendemos a evitar con amor aquellas cosas que son des­
tructivas para nuestro cónyuge. También podemos pedir al Señor
que ponga cables nuevos en nuestros circuitos interiores, de modo
que esas viejas heridas queden insensibilizadas y dejen de contro­
larnos.
Nuestro conocimiento íntimo el uno del otro implica también
que sabemos qué cosas mejoran nuestra relación matrimonial y
estimulan la comunicación entre los dos. Por lo tanto hacemos uso
de ese conocimiento a fin de abrir anchos conductos de amor y
compasión.
E n el terreno de la iglesia, el poder ha de utilizarse p a ra inspirar
fe y no co n fo rm id a d . Los obispos, pastores, ancianos, diáconos y
demás líderes de la iglesia tienen un poder real sobre la gente, y
deberían emplearlo para impartir vida y no muerte. En asuntos
que son esenciales para el crecimiento espiritual, hemos de hacer
cuanto está en nuestra mano por estimular a la gente a la acción;
pero debemos admitir francamente que hay muchas cosas en nues­
tra vida de iglesia las cuales guardan poca relación con la justicia,
la paz y el gozo en el Espíritu Santo. No necesitamos hacer pro­
sélitos para nuestra cultura a menos que ello sea necesario como
expresión del amor a Dios y al prójimo. En tales asuntos, pues,
dejemos libertad a la gente en el evangelio para ser ella misma
sin conformidad cultural.
Recuerdo muy bien a “mi pastor”, cuando, siendo yo joven tanto
en años como en la fe, trataba de compensar mi timidez con alardes
o actuando bulliciosamente. Mi pastor, sin embargo, me soportó
pacientemente durante aquellos años de crecimiento y no trató
nunca de que me conformara a la cultura religiosa en asuntos sin
importancia como la manera de hablar o de vestir. Me dio, eso sí,
innumerables oportunidades de forcejear con cuestiones teológi­
cas, al tiempo que él exponía claramente las doctrinas fundamen­
tales del cristianismo. De ese modo fui inspirado a buscar una fe
sin conformidad: legado éste por el que siempre estará agradecido.
Poder creador /171
E n la escuela, el p o d er debe utilizarse p a ra fom entar el d esa ­
rrollo y no la in ferio rid a d . No nos engañemos: los profesores y los
alumnos se hallan en una relación de poder; pero dicho poder
puede servir para levantar, en vez de destruir, si ambas partes
comprenden su propio objetivo. Cuando los educadores emplean
su autoridad para estimular a los niños a aprender, a pensar y a
lanzarse a una aventura de descubrimiento, están realizando un
ministerio que imparte vida. Sin embargo, es muy fácil para un
profesor exigir demasiado y criticar con excesiva dureza; cüando
esto sucede, el niño siente que no vale nada. Los profesores ne*
cesitan estimular sin degradar; animar a buscar la excelencia sin
despreciar a aquellos que nó logran alcanzarla.
Recuerdo con gran claridad a un educador que me estimuló a
la búsqueda de la excelencia sin menospreciarme por mis fallos*
Era un profesor de filosofía, y aunque no puedo recordar todo lo
que me enseñó acerca de Platón o Kierkegaard, jamás olvidaré el
amor que tenía por las palabras. Las manejaba de una forína com­
pletamente nueva para mí: como si fueran un tesoro que debe
apreciarse en lugar de propaganda para manipular. El hombre
sentía una consideración especial por el misterio y el poder de los
términos lingüísticos; de hecho, ésos parecían introducirle en otro
mundo que a mí me resultaba totalmente extraño. Yo era muy
torpe en el hablar; de modo que su pericia con el lenguaje me
asustaba tanto como me intrigaba. No obstante, él jamás me des­
preció por mi torpeza, sino que continuamente me instó a que lo
intentara de nuevo. Y así lo hice, una y otra vez, hasta que llegué
a sentirme a gusto en ese mundo de palabras; un mundo en el cual
el celo y la percepción trababan amistad, y en el que la verdad y
la belleza se besaban. Fue aquel un profesor que vio más allá de
mis sentimientos de inferioridad y que me animó a crecer.
E n el terreno laboral, el p o d er debe utilizarse p a ra estim u la r la
a p titu d y no p a ra crear sentim ientos de incapacidad . El mundo de
los negocios es un lugar en el cual se necesita desesperadamente
el testimonio cristiano del poder creador. Con frecuencia, los su­
bordinados se sienten desvalidos y manipulados; pero eso no tiene
por qué ser así. Todos queremos hacer un buen trabcgo: deseamos
saber que nuestra contribución es verdadera y mostrarnos com­
petentes en nuestro servicio. Los patronos cuentan con el poder
capaz de ayudar a realizar este profundo deseo proveyendo opor­
tunidades para una preparación avanzada, delegando con cuidado
cada vez más responsabilidad, y asistiendo a los empleados en el
descubrimiento de todo su potencial; de hecho, una definición de
la labor directiva es la de “su p lir las necesidades de los individuos
172 / Dinero, sexo y poder

m ien tra s éstos se esfuerzan p o r realizar su trabajo”.n


También el empleado tiene poder: el poder del estímulo. Tal
vez nos resulte difícil creerlo, pero se está muy solo en la cima; los
directivos descubren que no es fácil encontrar amistades verda­
deras, ya que la gente tiene miedo de su poder —y aquellos que
no lo temen, con frecuencia tienen la esperanza de poder utilizarlo.
Los empleados que siguen a Cristo se extenderán hacia sus
patrones, ya que pueden discernir el dolor y la soledad que padecen
los que están sobre ellos. Les brindarán su amistad sin poner con­
diciones para hacerlo; orarán por sus jefes y los animarán en toda
forma posible... esto también es un ministerio de poder.

EL PODER PARA LIBERAR


Todos ejercemos algún poder sobre otros, y todos nos vemos
afectados por el poder que otros ejercen sobre nosotros. Podemos
escoger el poder destructivo que se utiliza para dominar y mani­
pular, o el poder creador cuyo propósito es guiar y liberar. Sólo
mediante la gracia de Dios somos capaces de tomar algo tan pe­
ligroso como el poder y convertirlo en una cosa creadora y que
imparte vida.
12. El ministerio de poder
¡Sigue adelante en el extraordinario poder de Dios!
—GEORGE FOX

El poder es algo que nos afecta a todos, y no podríamos apartarnos


de él aunque quisiéramos. Toda relación humana implica el uso
de poder; de manera que, en vez de tratar de huir del mismo o de
negar que lo usamos, haríamos bien en descubrir su significado
cristiano y aprender a utilizarlo en beneficio dé otros. Todos los
que siguen a Jesucristo son llamados a un “ministerio de poder*!.

EL PODER EN EL MINISTERIO DE JESUS


No hay nada más claro que el uso constante que Jesús hizo del
poder para derrocar al reino de las tinieblas y confirmar el mensaje
que predicaba: que el reino de Dios había llegado. Los evangelios
son profusos acerca del ministerio del Señor en cuanto a echar
fuera demonios, sanar enfermos y tomar control sobre la natura­
leza; tales demostraciones del poder del reino no pasaban desa­
percibidas: “Y la gente, al verlo, se maravilló y glorificó a Dios,
que había dado tal potestad a los hombres” (Mateo 9:8).
El ministerio de Jesús estaba marcado por la autoridad. Poder
espiritual y autoridad espiritual son inseparables: Marcos en su
evangelio, cuenta cómo Jesús sanó a una persona poseída por el
demonio, y añade que los presentes “Y todos se asombraron, de
tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué
nueva doctrina es esta, que con autoridad manda aun a los espí­
ritus inmundos y le obedecen?” (Marcos 1:27). Jesús no estaba
dando una nueva enseñanza, sino demostrando un nuevo poder:
no sólo proclamaba la presencia del reino de Dios, sino que pro­
baba dicha presencia con hechos poderosos.
Ahora bien, si sólo Jesús hubiese ejercido el ministerio de po­
der, podríamos descartar dicho ministerio considerándolo como el
terreno privilegiado del Mesías, pero El lo delegó también a otros:
“Habiendo reunido a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad
sobre todos los demonios, y para sanar enfermedades. Y los envió

173
174 / Dinero, sexo y poder

a ¡predicar el reino de Dios, y a sanar a los enfermos” (Lucas 9:1,


2). Y eso es precisamente lo que hicieron: “Y saliendo, pasaban
por todas las aldeas, anunciando el evangelio y sanando por todas
partes” (Lucas 9:6).
Sin embargo, nosotros podemos pensar: “Pero, después de todo,
se trataba de los Doce; tal vez ese ministerio de poder sea parte
del llamamiento apostólico —¡desde luego, no es para nosotros!”
Pero Jesús delegó también ese mismo ministerio a los Setenta,
diciéndoles: “Sanad a los enfermos que en ella haya y decidles: Se
ha acercado a vosotros el reino de Dios” (Lucas 10:9). Y los Setenta
hicieron exactamente lo que se les mandó, y volvieron entusias­
mados, contando: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu
nombre” (Lucas 10:17). No eran sino gente común y corriente, y
sin embargo se les había confiado un enorme poder.
Por último, se nos refieren esas sorprendentes palabras de
Jesús en el Aposento Alto: “De cierto, de cierto os digo: El que en
mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores
hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12). No hay manera de
eludirlo: el ministerio de poder es propiedad de todo el pueblo de
Dios.

UN PODER “NO OFICIAL”


En el libro de los Hechos hay algo que es más evidente que en
cualquier otro libro, y es lo poco que los discípulos comprendían
el asunto del poder incluso después de la resurrección. Esto po­
demos verlo en la pregunta inicial que le hacen a Jesús: “Señor,
¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6b). Que­
rían un reino para así poder ejercer algo de dominio. Lo que en
realidad pensaban era: “¿Es este el tiempo en que recibiremos el
reino, la autoridad y la posición para demostrar de veras a esos
romanos lo que es el poder?” Pero Jesús dejó bien .claro que la
cuestión del reino no les concernía en absoluto; aunque El les daría
poder, poder espiritual: “Pero recibiréis poder, cuando haya venido
sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén,
en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hechos
1:8). Lo que Jesús hizo fue darles poder sin reino; poder sin posi­
ción.
Muchas veces somos como los discípulos: pensamos que la po­
sición garantiza el poder. ¡Denle a fulanito o a menganita un doc­
torado en Filosofía, o una cátedra, y entonces podrá enseñar! Sin
embargo, todos conocemos gente con doctorados y cátedras que
son incapaces de enseñar nada —la posición no garantida que se
El ministerio de poder 1175,,,
.'-V

tenga el poder—. El mundo está lleno de personas que harían lo^


que fuese con tal de conseguir posición y tener poder sobre otrosí
Esa es la clase de poder que se da en el sistema de este mundo: un
poder que depende de la autorización humana, y consiste en do­
minar a los demás.
Sin embargo, para el ojo de la fe, las posiciones en el orden
humano, por sí solas, son realmente impotentes, ya que ignoran
la voluntad de Dios y la vida de poder espiritual. En todo el libro
de Hechos vemos reiteradamente el choque entre los funcionarios
impotentes y el poder no oficial.
La autoridad de Pedro, Juan y los demás discípulos extrañaba
a todos, ya que aquéllos no poseían credenciales humanas de au­
toridad. No tenían títulos, ni diplomas que los distinguieran, ni
autorización de hombres. Puesto que su competencia (poder) venía
de Dios, dicha autorización humana era improcedente; de ahí que
su autoridad confundiera a los que ostentaban el poder judicial.
Ya que los discípulos no necesitaban autorizaciones, tampoco se
les podía controlar.
Aquí tenemos a gente común y corriente, sin cultura, decla­
rando ante los “poderosos”: “Juzgad si es justo delante de Dios
obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de
decir lo que hemos visto y oído” (Hechos 4:19b, 20). La “oficialidad”
se veía impotente para frenar las curaciones de enfermos y la
predicación de las Buenas Nuevas. Reiteradamente, el poder no
oficial de los discípulos confrontó, y venció a los impotentes fun­
cionarios dél sistema civil y religioso. Los vencieron porque ac­
tuaban con un poder que venía de arriba.
Uno de los contrastes más graciosos entre los sistemas hu­
manos de poder y el poder espiritual ocurrió en el ministerio de
Pablo. El apóstol había estado echando fuera muchos demonios y
ejerciendo un ministerio de poder en general, y algunos exorcistas
profesionales judíos lo habían visto. Dichos exorcistas decidieron
entonces usar la “técnica” de Pablo, y a la primera oportunidad
trataron de sacar unos demonios diciendo: “Os conjuro por Jesús,
el que predica Pablo” (Hechos 19:13b). Sin embargo, el espíritu
ihalo en vez de obedecerle, contestó: “A Jesús conozco, y sé quién
es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?” Y la Escritura sigue di­
ciendo que el endemoniado, “saltando sobre ellos y dominándolos,
pudo más que ellos, de manera que huyeron de aquella casa des­
nudos y heridos” (Hechos 19:15,16). ¡Qué diferencia entre el poder
no oficial y la oficialidad impotente!
176 / Dinero, sexo y poder

PREPARACION EN SECRETO
Si queremos participar en el ministerio de poder, hemos de
comprender la preparación oculta que Dios lleva a cabo con sus
ministros. Cuando Moisés mató al egipcio, creyó que mediante el
uso del poder humano iba a acabar con los abusos que había en el
mundo. Lo que pensó que sería un poder creador, acabó siendo una
fuerza destructora. Moisés necesitaba recibir una preparación en
secreto antes de estar listo para el ministerio de poder; y esa pre­
paración consistía en pasar cuarenta años en el desierto a fin de
aprender la diferencia que hay entre manipulación humana y po­
der divino. Para cuando se presentó delante de Dios, junto a la
zarza ardiente, era un hombre completamente distinto: la arro­
gancia de aquel que es capaz de ejercer poder con un movimiento
de la mano se había desvanecido. Ahora vemos ante nosotros al
más manso de los seres humanos; a alguien cuya seguridad pro­
viene únicamente de la confianza en el poder de Dios.
También eLapóstol Pablo experimentó una preparación en se­
cretó para su ministerio. Se había convertido de una forma espec­
tacular en el camino de Damasco, y más tarde había escapado de
los que querían matarlo gracias a un canasto descolgado por el
muro; desapareciendo a continuación en los desiertos de Arabia
por tres años y medio. Luego, tras realizar una corta visita a Je-
rusalén, huyó a Tarso, su ciudad natal, donde pasó varios años
(Gálatas 1:15-18; Hechos 9:30; 11:25, 26). Hasta casi trece años
después de su conversión, Pablo no llegó a Antioquía ni comenzó
su carrera de misionero. Cuando leemos acerca de la gran labor
del apóstol en el libro de los Hechos, debemos recordar la prepa­
ración secreta que precedió a la misma.
Hoy en día, hemos olvidado la importancia de esta obra de Dios
escondida y por consiguiente lanzamos de inmediato a la gente a
la notoriedad, otorgándoles un póder increíble, y asombrándonos
luego de que se corrompan. A menos que estemos preparados para
ejercerlo, el poder acabará con nosotros: este es un asunto de gran
trascendencia para la iglesia actualmente. A causa de nuestra
completa ignorancia de lo importante que resulta esa preparación
en secreto, hemos lanzado a innumerables obreros al centro de la
atención pública antes de que estuvieran listos para ello.
Todos debemos experim entar esa preparación oculta. El
tiempo que pasamos bajo la instrucción del Señor jamás resulta
un tiempo malgastado. Aprendemos en secreto, ver la vida desde
una perspectiva espiritual, y a distinguir lo que es importante de
aquello que no tiene tanta trascendencia. A menudo, Dios invierte
El ministerio de poder /177

por completo nuestras prioridades. Lo que en otro tiempo consi­


derábamos grande y maravilloso, queda reducido a algo trivial e
insignificante. El que se nos reconozca, el éxito, la riqueza y la
autonomía, ya no nos atraen. Aprendemos a dejar nuestro esfuerzo
carnal por el poder. . . Y cosas que antes nos parecían sin impor­
tancia, e indignas de nosotros, se convierten en asuntos de autén­
tica trascendencia. Comenzamos a valorar los actos sencillos de
bondad y cortesía, así como las tareas corrientes y pequeñas de la
vida.

EL MINISTERIO DE LAS COSAS PEQUEÑAS


En la preparación en secreto aprendemos que el ministerio de
las cosas pequeñas constituye un requisito previo y necesario para
el de poder. Tabita era una mujer que “abundaba en buenas obras
y en limosnas que hacía”; que dedicaba su vida a hacer “túnicas
y vestidos” para las viudas (Hechos 9:36-42); ejercía el ministerio
de las cosas pequeñas. Bernabé, por su parte, compartió su riqueza
con la apurada comunidad, brindó su amistad a Saulo cuando otros
le habían vuelto la espalda, y se ocupó pacientemente de Juan
Marcos después de que incluso Pablo decidiera que no era alguien
digno de confianza (Hechos 4:36, 37; 9:27; 15:36-41). También él
estaba ejerciendo el ministerio de las cosas pequeñas.
Cuando la gente preguntó a Juan el Bautista qué era lo que
tenían que hacer para demostrar un verdadero arrepentimiento,
él les aconsejó: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el
que tiene qué comer, haga lo mismo.” A los recaudadores de im­
puestos les dijo: “No exijáis más de lo que os está ordenado.” Y a
los soldados les instó: “No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis;
y contentaos con vuestro salario” (Lucas 3:10-14). Lo interesante
de la enseñanza de Juan es su trivialidad: tiene que ver con cosas
pequeñas, sencillas y corrientes; él estaba llamando a la gente al
ministerio de las cosas pequeñas.
Ese ministerio de las cosas pequeñas es uno de los más impor­
tantes que se nos concede; en cierto sentido es superior al minis­
terio dé poder. La operación del poder sucede de vez en cuando;
sin embargo, las cosas pequeñas se repiten en el transcurso de
nuestros días. Ya que las tareas cotidianas nos proporcionan una
constante oportunidad para practicar el ministerio de las cosas
pequeñas, es mediante esa labor como llegamos a conocer mejor a
Dios. Sin duda alguna esa es una de las razones por las cuales el
profeta Zacarías nos aconseja a no despreciar el día de las peque-
ñeces (Zacarías 4:10).
178 / Dinero, sexo y poder

Las cosas pequeñas constituyen lo auténticamente grande en


el reino de Dios, ya que son las que nos enfrentan de un modo real
a las cuestiones de la obediencia y el discipulado. No resulta difícil
ser un discípulo modelo entre cámaras y despachos de prensa; pero
es en los pequeños rincones de la vida, en esos aspectos de nuestro
servicio que jamás saldrán en los periódicos o nos proporcionarán
ningún reconocimiento, donde debemos forjar el sentido de la obe­
diencia. En el ambiente secreto de la familia y de los amigos, de
los vecinos y de los compañeros de trabajo, descubrimos a Dios.
Es este descubrimiento de Dios, esta intimidad con El, lo que
resulta esencial para el ejercicio del poder. El ministerio de las
cosas pequeñas debe ser anterior y más apreciado que el minis­
terio de poder. Sin esta perspectiva, consideraremos el poder como
algo muy importante; pero no se equivoque: la religión de “lo
importante” se opone directamente a la doctrina de Cristo. Es ese
espíritu lo que conduce a los más crueles excesos, y lo que actual­
mente constituye uno de los mayores obstáculos para un libre
ejercicio del ministerio de poder.
Cuando el poder se considera algo muy importante, queremos
llamar la atención sobre lo que hemos hecho: levantamos nuestros
letreros y llevamos a cabo nuestras campañas publicitarias en un
intento frenético de mostrar que somos importantes; lo que no
podemos tolerar es que esa gran obra de Dios pase desapercibida
(ni nosotros tampoco).
La Biblia nos cuenta que después de que Dios utilizara a Pedro
para levantar a Tabita de entre los muertos, éste “. . . se quedó
muchos días en Jope en casa de un cierto Simón, curtidor” (Hechos
9:43). Ahora bien, ¿qué haríamos nosotros si Dios nos usara para
resucitar a alguien? Sé cual sería la reacción de la mayoría. Pri­
meramente partiríamos en una gira de conferencias, y en segundo
lugar escribiríamos un libro acerca del asunto. Pero Pedro se con­
tentó con no hacer nada, ya que no necesitaba impresionar a nadie,
para él el poder no era algo tan importante.
El ministerio de las cosas pequeñas puede salvarnos de las
distorsiones de “lo importante”; ya que, bajo su autoridad, el poder
ocupa su debido lugar como un aspecto más de la obra que se nos
da para realizar. El poder adquiere así una cierta naturalidad, y
se convierte en algo que es normal que suceda entre el pueblo de
Dios. También se experimenta y se relata con modestia y humil­
dad. Si para nosotros las cosas pequeñas llegan a ser un ministerio
frecuente y gozoso, descubriremos que Dios se halla cerca y en­
tonces el ejercicio del poder constituirá algo beneficioso y no una
maldición. A este respecto, Jean-Pierre de Caussade escribe: “Des-
El ministerio de poder /179

cubrir a Dios en las cosas más pequeñas y ordinarias, así como en


las mayores, es poseer una fe sublime y poco común.”1

LA SOLEDAD DEL PODER ESPIRITUAL


Aquellos que ejercen el poder espiritual deben prepararse pará
la soledad. Por favor, comprenda que no quiero decir que vayan a
llevar a una vida solitaria: tales individuos tendrán siempre a su
alrededor a muchas personas que intentan llamar su atención. La
soledad a que me refiero consiste en tener que decidir y actuar
solo, ya que nadie más puede llevar la carga ni comprender lo que /
implica ese ministerio. Los sabios consejeros, los amigos y la co­
munidad de la fe son de ayuda sólo hasta cierto punto. La mayoría
de la gente tiene buenas intenciones, pero sencillamente no puede
entender el poder espiritual; por lo tanto no es, prudente pedirles
que nos ayuden a tomar decisiones que no son capaces de cotn-
prender o de apreciar. Caminamos solos, bueno, no del todo, ya
que hay Uno que va a nuestro lado. Pero de acuerdo a la sabiduría
humana sí estamos solos.
Uno de los temas más conmovedores de los evangelios es el de
la soledad de Jesús: las multitudes no podían comprenderlo; e
incluso sus discípulos eran duros de cabeza y de corazón. El Señor
intentó introducir consigo en el santuario interno del poder a tres
de esos discípulos —Pedro, Santiago y Juan—; pero ellos pocas
veces fueron capaces de seguirlo. En el Monte de la Transfigura­
ción, ellos tres pasaron por alto el sentido de la experiencia en su
totalidad. Pero lo más patético de todo es la escena en el huerto
de Getsemaní; allí vemos a Jesús seleccionando a Pedro, Santiago
y a Juan para que velaran y orasen con El. En aquella sagrada
noche, sin embargo, los tres discípulos abandonaron a su Maestro
por el sueño, y Jesús se vio obligado a luchar solo contra las po­
testades.
También nosotros tenemos que luchar solos. No podemos con­
tar siquiera con que nuestro esposo o nuestra esposa comprenda
lo que está sucediendo en el santuario interno de nuestra alma.
Hace más de trescientos años, James Nayler escribió acerca de la
soledad que producen la intimidad y el poder divinos: “Lo encuen­
tro solo, estando desamparado. Tengo comunión con los que viven
en las cuevas y en los lugares desiertos de la tierra; con los que
mediante la muerte obtuvieron esta resurrección y esta vida santa
y eterna .”2 El precio del poder espiritual es la soledad.
180 / Dinero, sexo y poder

EL EJERCICIO DEL PODER


Una cosa es aplaudir un ministerio poderoso que de veras im­
parte vida, y contemplar modelos bíblicos de poder que nos cortan
la respiración, y otra muy distinta experimentar ese poder espi­
ritual en nuestra propia existencia. El asunto verdaderamente
importante es cómo hacer real esa elevada conversación en nues­
tro caminar diario. ¿Cuáles son algunos de los terrenos en los que
necesitamos ejercer el ministerio de poder?
Quiero ser muy franco con usted al describir el primero de esos
terrenos. Tenemos que luchar con el diablo, Beelzebú, Apolión, el
príncipe de la potestad del a ire ... Al igual que hizo Jesús, vamos
al desierto para enfrentarnos a los demonios del espíritu; y aunque
no se trate de un desierto físico, sí nos internamos en el páramo
del corazón. No debemos dar por sentado que ya hemos peleado
esta batalla por el mero hecho de haber entrado en una experien­
cia viva de fe en Jesucristo; ni porque seamos cristianos desde
hace muchos años o hayamos sido líderes activos de iglesia.
Antes de atrevernos a entrar en esa obscura noche de fe, ne­
cesitamos protección divina. Pedimos que la potente luz de Cristo
nos rodee, que su sangre nos cubra y que su cruz nos selle. Al
internarnos en el desierto del corazón lo hacemos con confianza,
sabiendo que Dios está con nosotros y nos protegerá.
Sin embargo, entramos en ese desierto, no para encontrarnos
con Dios, sino con el diablo. En el yermo, somos despojados de
todos nuestros sistemas de apoyo y distracciones, a fin de que
desnudos y vulnerables, nos enfrentemos a los demonios tanto
internos como externos. Allí solos, en el desierto, les miramos la
cara a las potestades seductoras del prestigio y la codicia. Satanás
nos tienta con desordenadas fantasías de posición social e influen­
cia. .. Sentimos la atracción interna de dichas fantasías porque
en lo profundo de nuestra alma queremos en realidad ser los más
importantes, los más respetados, los más honrados... Nos en­
greímos ante las cámaras, en el sillón del juez, en la cúspide de la
pirám ide... “Después de todo”—musitamos—, “¿no son estas co­
sas simplemente un deseo de excelencia?”
Pero con el tiempo nos damos cuenta del engaño y con un poder
que se nos otorga desde arriba, gritamos “¡No!” al que nos promete
> el mundo entero si simplemente lo adoramos. Crucificamos en
nosotros los viejos mecanismos del poder: ¡empuja!, ¡esfuerza!,
¡trepa!, ¡agarra!, ¡pisotea!. .. Y en vez de ello nos tornamos hacia
una nueva y poderosa vida, consistente en amor, gozo, paz, pa­
ciencia. . . y el resto del fruto del Espíritu.
El ministerio de poder /181

Otro terreno en el que necesitamos ejercer el ministerio de


poder es en nuestro cuerpo físico. Muchos hemos sublimado tanto
la espiritualidad que nos llevamos una verdadera sorpresa al des­
cubrir que el cuerpo juega un papel esencial en la vida de fe. Con
la palabra de poder tomamos autoridad sobre nuestro cuerpo; lo
disciplinamos para que entre en una armonía operativa con nues^
tro espíritu; sometemos el cuerpo a los ritmos de vida dados por
Dios en lo concerniente al comer, dormir, trabajar, jugar.
Las pasiones desordenadas son como niños malcriados que ne­
cesitan disciplina y no mimos. Los anhelos sexuales que trans­
greden la voluntad revelada de Dios deben ser controlados por el
poder del Espíritu Santo. Asimismo hemos de poner freno a nues­
tras tendencias perezosas con delicadeza pero firmemente, y a
nuestro excesivo celo por el trabajo. . . Mediante la oración y la fe
logramos hacer de la comida un siervo, en lugar de un señor. En
el poder de Dios nos negamos resueltamente a retrasar el acos­
tarnos por la noche bajo la pretensión de que nuestro cuerpo es
invencible. Hacemos ejercicio para estar saludables física y espi­
ritualmente.
El ministerio de la sanidad es una parte de la autoridad que
debemos ejercer sobre nuestro cuerpo. Jesús sanó, y nos comisionó
a nosotros a hacer lo mismo (Marcos 16:15-18). La sanidad se cita
también entre los dones espirituales, y todo indica que es un mi­
nisterio válido para nuestro tiempo (1 Corintios 12:28). En nues­
tros días, sin embargo, se ha abusado terriblemente de dicho mi­
nisterio.
Algunos, por ejemplo, afirman que existe una total dicotomía
entre la sanidad por medio de la medicina y aquella otra por medio
de la oración. Tal afirmación resulta tanto desafortunada como
innecesaria: ¡Dios utiliza a sus amigos los doctores, quienes a su
vez emplean el conocimiento y los talentos que El les ha dado para
proporcionar salud y restauración! Y, de igual modo, usa a sus
otros amigos: aquellos que saben cómo orar y hacer que el vivifi­
cante poder divino intervenga a favor de la humanidad doliente.
Si los médicos, las enfermeras y demás profesionales facultativos
aprenden a combinar la oración con sus habilidades profesionales,
ello puede resultar en un tremendo beneficio para el enfermo.
Otro trágico abuso en el ministerio de la sanidad es esa ten­
dencia a asignar culpas si no tiene lugar la curación. Acusamos a
Dios, nos censuramos, culpamos a la persona enferma. . . Con fre­
cuencia, por ejemplo, la gente dice al individuo afectado que la
sanidad no ha ocurrido porque existe pecado en su vida. Esa es la
peor sugerencia que pueda hacerse y resulta profundamente des­
182 / Dinero, sexo y poder

tructiva para el enfermo, quien lo único que quiere es ser sano.


Cuando los discípulos intentaron realizar aquel juego de la culpa
con el hombre ciego de nacimiento, Jesús los paró inmediatamente
(Juan 9:1-3). Por lo general, la cuestión de quién pecó no viene al
caso, se trata más bien de demostrar una solícita preocupación
por la persona. ¡Quiera Dios levantar a muchos que incorporen al
ministerio de sanidad un corazón compasivo y una bueíia dosis de
sentido común!
Llegados a este punto, quiero hablar directamente a aquellos
que tienen cuerpo débil o incapacitado. Sea cariñoso consigo
mismo: lento para condenarse y pronto para darse ánimo. Re­
cuerde que el poder espiritual es a menudo tan tierno como es­
pectacular. Dé gracias por cualesquiera aptitudes físicas que po­
sea, y concéntrese en fortalecer dichas aptitudes en vez de
lamentarse por las incapacidades de su cuerpo.
Ore pidiendo restauración y bienestar, y regocíjese de cual­
quier bien que resulte de hacerlo. Si usted ha pedido sanidad, y
ésta no ha ocurrido, no se autocompadezca ni se autocondene; siga
orando —si puede— y recuerde que la sanidad tiene lugar de mu­
chas formas. Haga todo lo posible por tratar su cuerpo como a un
amigo, y no como a un enemigo, y en la resurrección, si no antes,
contará usted por fin, no lo dude, con un amigo verdadero.
El tercer terreno en el que necesitamos ejercer nuestro poder
espiritual es la iglesia. En las últimas décadas, el verdadero poder
ha sido ahogado por un arraigo de la burocracia y un sistema de
preparación pastoral que produce escribas en lugar de profetas.
Por esta razón, y a fin de obtener más libertad, han surgido mu­
chas organizaciones paraeclesiales, las cuales, sin embargo, pocas
veces poseen mecanismos de responsabilidad y suelen acabar do­
minadas por un solo individuo. Como resultado de todo esto, te­
nemos por lo general, iglesias tímidas y movimientos paraeclesia­
les egotistas.
Lo que se necesita es un nuevo renacimiento de líderes dentro
de la iglesia. Precisamos congregaciones que llamen a sus hom­
bres y mujeres más capaces al ministerio, seminarios de los que
salgan pastores preparados para caminar con Dios; ministros con
hambre del Señor y que busquen el poder divino antes que la
posición.
Necesitamos desesperadamente pastores que conozcan a Dios,
y cuyo liderato sea al mismo tiempo firme y misericordioso; que
nos conduzcan por medio de un vigoroso ministerio del púlpito;
que nos guíen con una orientación espiritual compasiva. Cuando
el liderato de los pastores está imbuido del gozoso poder del Es­
El ministerio de poder /183

píritu Santo, resulta una verdadera bendición.


Hay muchos otros terrenos en los cuales el ministerio de poder
se necesita con urgencia, pero limitaré mi estudio a uno más: el
Estado, el campo de la política, precisa de la influencia vivificante
del poder espiritual. Todos los creyentes, pero particularmente
aquellos que viven en países democráticos, deben llamar al Estado
a cumplir con la función, que Dios les ha dado, de hacer justicia a
todo el mundo por igual. Hemos de encomiar a los poderes públicos
cuando cumplen con su llamamiento, y de confrontarlos si dejan
de hacerlo.
Sin embargo, la senda del servicio público, está llena de peli­
gros; y no sólo de los peligros corrientes de compromiso moral a
causa de la tentación financiera o sexual: el Estado, por definicióh,
ha sido investido de un poder conminatorio (es decir, que puede
exigir obediencia), y todo poder conminatorio sé opone fundamen­
talmente al poder espiritual. Eso no significa que un creyente no
pueda servir en el Estado; pero sí que probablemente ert algunas
ocasiones éste exigirá cosas a sus funcionarios que violarán el
testimonio cristiano del amor. En ese momento, el creyente deberá
decidir si es leal a César o a Dios.

SEA UN VALIENTE DEFENSOR DE LA VERDAD


Si hay alguien que conozca los peligros del poder, es la persona
espiritual. Las tentaciones de abusar de él surgen por todos lados;
sin embargo, esto no debe hacernos abandonar: Cristo nos llama
a ese ministerio, y El nos da la compasión y la humildad necesarias
para cumplir con nuestro llamamiento. Como escribiera George
Fox: “Que todas las naciones oigan la Palabra, ya sea hablada o
por escrito. No pasen por alto ningún lugar; no ahorren lengua,
ni pluma. Sean obedientes a Dios nuestro Señor; acometan la ta­
rea y muéstrense valerosos defensores de la Verdad sobre la tie­
rra .”3 Es Cristo quien nos llama y quien también nos capacitará
para hacerlo.
13. El voto de servido
El cristiano es un verdadero señor, libre de todos y no sujeto a
nadie. El cristiano es un verdadero siervo, cumplidor con todos
y sujeto a cada uno.
—MARTIN LUTERO

El poder constituye una auténtica paradoja para los creyentes. Lo


amartios y al mismo tiempo lo aborrecemos. Despreciamos su mal­
dad y apreciamos su parte buena. Querríamos poder vivir sin él,
pero sabemos que es parte de la vida del hombre.
Nuestra ambivalencia acerca del poder se resuelve con el voto
del servicio. Jesús, al tomar un lebrillo y una toalla, redefinió el
significado y la función del poder: “Pues si yo, el Señor y el Ma­
estro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los
pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como
yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:14, 15). En el
reino eterno de Cristo lo bajo es alto, lo humilde es exaltado, lo
débil es fuerte, y el servicio es poder. ¿Quiere usted de veras par­
ticipar en el ministerio del poder? ¿Desea ser un líder de bendición
para la gente? ¿Quiere sinceramente ser usado por Dios para curar
las heridas humanas? Entonces aprenda a ser siervo de todos: “Si
alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor
de todos” (Marcos 9:35b). El ministerio del poder opera a través
del servicio de la toalla.
S erv ir significa decir no a los ju eg o s de poder de la sociedad
m oderna. Refutamos esas voces que expresan: “Está bien ser co­
dicioso . . . Está bien buscar el puesto número uno. . . Está bien
ser maquiavélico... Siempre está bien ser rico .. .”l Rechazamos
el uso del poder para dominar y manipular; descartamos los sím­
bolos del poder y del prestigio que se Utilizan para intimidar a
otros.
S erv ir significa decir sí al verdadero p oder utilizado en bene­
ficio de todos. Afirmamos el poder que libra y libera. Nos regoci­
jamos cuando el poder se emplea en el servicio de la verdad. El
poder sometido a los caminos y los propósitos de Dios es nuestro
deleite.
S erv ir significa discernir las potestades, trabar com bate con

184
El voto de servicio /185

ellas y derrotarlas. Servimos a la gente cuando desarmamos al


mal y liberamos a sus cautivos. Hacemos la guerra pacífica del
Cordero de Dios contra todo aquello que se opone al Señor y a sil1
voluntad por medio de oraciones y lágrimas, de ayunos y lamen­
tos. . . .
S e rv ir significa obedecer. Obedeciendo a la voluntad divina:
llegamos a conocer el corazón de Dios; y al penetrar en el mismo
somos capacitados para ayudar a la gente. En nosotros reina lá
cabalidad; lo cual implica un servicio efectivo a los demás. )
S erv ir significa tener com pasión. La compasión nos pone èri
comunicación con todo el mundo: “La compasión nos exige ser
débiles con los débiles, vulnerables con los vulnerables, e impo­
tentes con los impotentes.”2 La compasión nos proporciona un co¿
razón de servicio a otros.
S e rv ir significa desem peñar u n “liderato de siervo ” 3 Nuestra
forma de dirigir se centra tanto en la satisfacción de las necesi­
dades de la gente como en que el trabajo se realice. Somos capaces
de sacar lo mejor de los demás porque los valoramos como indi­
viduos. Nuestro liderato emana de un espíritu de servicio. Nuestro
primer y principal impulso es el de servir, y ese deseo de servicio
nos motiva a tomar las riendas.

EL VOTO DE SERVICIO EN EL INDIVIDUO


El voto de servicio en el individuo empieza y acaba con la
obediencia a los caminos de Dios. Hasta que no resolvemos la
cuestión de nuestra obediencia, no podemos ser útiles a otros; ya
que estamos introduciendo constantemente en esa relación nues­
tros propios proyectos, nuestra opinión, nuestros propios métodos
humanos y manipuladores. La vida de obediencia garantiza que
el servicio tiene su origen en un impulso divino y no en la inge­
niosidad humana. “La obediencia otorga al espíritu de servicio su
dimensión más profunda.”4
Las palabras que Samuel dirigió a Saúl nos hablan con una
fuerza profètica: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacri­
ficios” (1 Samuel 15:22b). La mayor exigencia de Dios para con
nosotros no es que realicemos hechos heroicos, ni que hagamos
grandes sacrificios, sino que obedezcamos.
Getsemani nos proporciona el modelo más íntimo y angustiado
de obediencia de toda la Biblia. De la frente de Jesús caían grandes
gotas de sudor, como de sangre, mientras El pronunciaba la más
profunda oración de obediencia conocida por el ser humano: “Pa­
dre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad,
186 / Dinero, sexo y poder

sino la tuya” (Lucas 22:42). Jesús no estaba tratando de evitar el


beber la copa —su crucifixión—, sino de asegurarse de que El
tomaba dicha copa de acuerdo a la voluntad de Dios. En cada
momento, y de cada forma posible, Jesús era el siervo obediente
que no hacía nada, absolutamente, sino en respuesta a la inspi­
ración divina.
Espero que comprenda que la obediencia de Jesús emanaba de
su relación con el Padre. A menudo, este concepto de obediencia
nos sugiere un mundo jerárquico de superiores impersonales que
dan órdenes necias las cuales debemos obedecer aunque no tengan
para nosotros ni pies ni cabeza. Sin embargo, la obediencia de
Jesús, y por lo tanto la nuestra, es de una clase totalmente dis­
tinta. Esa obediencia nace de una intimidad que exclama: “¡Abba,
Padre!” Existe en nosotros una conciencia interior de que los ca­
minos de Dios no sólo son justos, sino también buenos; y al conocer
por experiencia la bondad de la justicia, convenimos con la volun­
tad divina. No se trata de una orden que obedecer, sino de un sí
divino que seguir.
La palabra obediencia procede de una raíz latina que significa
“escuchar”. Las Buenas Nuevas consisten en que es posible para
nosotros vivir en tal intimidad con el Creador infinito del universo,
que oímos su voz y obedecemos su palabra. Y es nuestra familia­
ridad con el verdadero Pastor lo que nos hace poder escucharle y
obedecerle.
¿Qué tiene esto que ver con el voto de servicio? El servicio
separado de la obediencia degenera en estrellato espiritual y ex­
presa: “¡Mira lo maravilloso que soy haciendo todas estas cosas
bondadosas y abnegadas! ¡Fíjate en cuánto estoy realizando!” Cier­
tamente, el espíritu de m ártir que impregna el servicio no efec­
tuado en obediencia a Dios, llega a ser a menudo un sutil instru­
mento de manipulación: empezamos a controlar a otros mediante
nuestro servicio; y cuando eso sucede, el servicio se transforma en
un poder demoníaco, y constituye, de hecho, un acto de desobe­
diencia.
Sin embargo, el servicio que emana de la obediencia es de un
tipo completamente distinto. Cuando “descubrimos que el oyente
obediente nos guía hacia nuestros prójimos que sufren, podemos
ir a ellos con el feliz conocimiento de que lo que nos mueve es el
amor”5Entonces desaparece toda vanagloria, y toda manipulación
y coerción, y podemos pasar por alto nuestra obsesión con los re­
sultados del servicio, ya que el gesto divino de aprobación nos
basta por sí solo. Entonces podemos estar totalmente presentes
con la gente porque sabemos que vivimos en obediencia.
El voto de servicio í 187

EL VOTO DE SERVICIO EN LA FAMILIA


Si el voto de servicio ha de funcionar en todas partes, debe
hacerlo también dentro de la familia. En la unidad familiar, el
ministerio de la toalla tiene que ser mutuo y recíproco: el respeto
y la compasión deberían impregnar todo acto de autoridad y su­
misión en el hogar cristiano.
¿Cómo servimos los padres a nuestros hijos? Suministrándoles
una dirección con propósito: los niños necesitan pautas concretas
y consejos sabios, amor y corrección. El dirigir es una forma de
servicio.
¿Cómo servimos los padres a nuestros hijos? Proporcionándoles
una disciplina compasiva. Causamos un grave peijuicio a los niños
cuando dejamos de establecer unos límites —razonables pero cía- .
ros— de comportamiento. El que se vayan a la cama temprano es
importante, debido a la trascendencia que tiene el sueño. La buena
alimentación también lo es, porque nuestros cuerpos lo son igual­
mente. Las responsabilidades en casa tienen trascendencia, por lo
importantes que resultan la autoestima y el sentido de estar con­
tribuyendo al bienestar de la familia. La disciplina no es tarea
sencilla, pero constituye una forma de servir a nuestros retoños.
¿Cómo servimos los padres a nuestros hijos? Lo hacemos con­
cediéndoles poco a poco un mayor autogobierno.6Necesitamos pre-
pararloá para una independencia creciente: no les hacemos un
bien imponiéndoles reglas rígidas hasta que alcanzan los diecio­
cho años de edad y luego echándoles a empujones de casa. Desde
temprano hemos de enseñar a los niños a distinguir entre el bien
y el mal. Los acompañamos a través de las decisiones de la vida,
dándoles gradualmente más oportunidades de aprender de sus
propios errores, hasta que en algún lugar del proceso de su auto­
gobierno —y por supuesto al alcanzar la mayoría de edad— re­
nunciamos a toda nuestra autoridad paterna o materna sobre
ellos. Seguimos estando disponibles para aconsejarlos y orientar­
los; pero sólo en la medida en que nos lo pidan. El proveer un
ambiente en el cual pueda darse una creciente independencia es,
pues, otra forma de servir a los hijos.
¿Cómo servimos los padres a nuestros hijos? Les servimos es­
tando disponibles y siendo vulnerables. El tópico de que no es la
cantidad de tiempo sino su calidad lo que cuenta es simplemente
falso: la calidad depende en gran medida de la cantidad. Tenemos
que dedicar tiempo a nuestros hijos; y cuando estamos con ellos
necesitamos ser sinceros. El ir a un niño y decirle “Perdóname,
estaba equivocado” no es señal de debilidad sino de carácter.
188 / Dinero, sexo y poder

¿Cómo servimos los padres a nuestros hijos? Lo hacemos res­


petándolos. Observe cualquier gran concentración de gente, y des­
cubrirá que a los niños se les pasa sistemáticamente por alto. No
se piden ni se aprecian sus opiniones. . . En realidad, después de
la reunión, la mayoría de los adultos no saben el nombre de ningún
niño de los que han estado en el salón. Sin embargo, nosotros
damos mucha importancia al hecho de conocer a los niños; escu­
chamos lo que éstos dicen y valoramos las contribuciones de ellos;
no tomamos a la ligera sus inquietudes. La pérdida de un perrito
para un pequeño o la rotura de una relación romántica para un
adolescente, son asuntos de auténtica importancia y así deberían
tratarse.
¿Cómo servimos los padres a nuestros hijos? Los servimos ini­
ciándolos en la vida espiritual. Si podemos ser lo suficientemente
vulnerables como para compartir con ellos nuestra propia pere­
grinación en la fe, eso contribuirá mucho a hacer que la vida es­
piritual sea una realidad para los niños. También es trabajo nues­
tro el instruirles en la fe bíblica —un servicio imprescindible que
debemos a nuestros hijos—; no hemos de contar con que la iglesia
lleve a cabo esa tarea de enseñanza por nosotros.
Las obligaciones del servicio son recíprocas; de modo que,
¿cómo nos sirven nuestros hijos a nosotros? En primer lugar,
siendo obedientes. Eso lo hacen, no sólo porque la Biblia dice que
deben obedecer, sino también porque es bueno hacerlo. Algunas
veces los niños no pueden comprender las razones por las que les
exigimos algo, pero sí tener la certeza de que detrás de todas nues­
tras exigencias está su mejor interés. Ellos deben obedecer aun
cuando les duela; no obstante, como veremos en un momento, la
obediencia no puede darse si lo que se pide es claramente des­
tructivo.
¿Cómo nos sirven nuestros hijos? Lo hacen teniéndonos res­
peto. El respeto es algo que se debe al oficio de padre., aunque a
veces la persona que lo desempeña resulte muy decepcionante. Los
padres cuya vida revelan que no son dignos de respeto colocan una
carga terrible sobre sus hijos; carga que, con frecuencia, los hace
tropezar (Mateo 18:6).
¿Cómo nos sirven nuestros hijos? Nos sirven negándose con
mansedumbre a hacer aquello que es claramente destructivo. Los
padres necesitamos toda la ayuda que se nos pueda proporcionar,
y, si somos dóciles, tendremos la posibilidad de aprender aun de
nuestros propios hijos. Los niños corren grandes riesgos cuando
participan en este ministerio de servicio: el riesgo de sufrir nues­
tra ira; y, lo que es todavía más grave, el de perder nuestro amor
El voto de servicio /189

y nuestro apoyo. Por lo tanto, debemos siempre asegurarles, de


palabra y de hecho, que nuestro amor por ellos es más fuerte y
más profundo que cualquier desacuerdo temporal; se trata de un
amor incondicional que no depende de lo que hagan o dejen de
hacer. Más importante que la obediencia que nos deben a nosotros,
es aquella que deben a la Voz del cielo.
¿Cómo nos sirven nuestros hijos? Lo hacen velando por nues­
tras necesidades cuando se invierten los papeles de dependencia.
A todo el mundo le llega el momento en el cual mamá y papá
necesitan ayuda. Los padres ya mayores pueden precisar el apoyo
económico de sus hijos; y ciertamente necesitan la ayuda emocio­
nal de ellos. El hecho de que unos hijos instalen a sus padres en
una residencia de ancianos no es malo; pero las responsabilidades
de dichos hijos no acaban ahí: también han de dedicar a sus pro­
genitores tiempo, compañía, atención... y, sobre todo, amor. Los
hijos tienen la obligación de servir a sus padres de esa manera.
En tiempos de Jesús, la gente trataba de liberarse de este servicio
a sus progenitores con excusas religiosas (Marcos 7:9-13); perp
como no dio resultado entonces, tampoco lo da actualmente.
Todo lo que he dicho acerca del voto de servicio entre padres e
hijos se aplica también a la relación entre esposo y esposa, así
como a aquella entre hermanos. En la familia cristiana nos, ser­
vimos unos a otros porque seguimos a Aquel que tomó forma de
siervo (Filipenses 2:7). Un lugar de la sociedad moderna en donde
el testimonio cristiano de la gracia de Dios se necesita desespe­
radamente es en el hogar; y el voto de servicio puede ayudarnos
a realizar ese testimonio.

EL VOTO DE SERVICIO EN LA IGLESIA


En la comunidad cristiana algunos sirven como dirigentes,
otros como seguidores y todos actuando con compasión y solicitud.
El liderazgo de autoridad es esencial en la comunidad de la fe;
cosa fácil de olvidar cuando vemos que algunos abusan de su cargo
de líderes. Al contemplar cómo las personas maniobran por con­
seguir una posición y claman por obtener una posición social, uti­
lizando su poder para esclavizar a otros, nos vemos tentados a
hacer un gesto de impotencia y a tratar de suprimir todo liderazgo;
sin embargo, una anarquía infantil en la iglesia no es mejor que
la dictadura opresiva.
Jesús reconoció la necesidad del liderazgo; pero también dio a
éste un giro desacostumbrado: “Entonces Jesús, llamándolos, dijo:
Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas,
190 / Dinero, sexo y poder

y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vo1
sotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre
vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre
vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para
ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por
muchos” (Mateo 20:25-28).
De modo que el liderazgo es una posición de servicio: aquellos
que recogen el manto de la dirección espiritual lo hacen por el bien
de los demás, y no por el suyo propio. La preocupación del líder es
satisfacer las necesidades de la gente; no hacer crecer su propia
reputación. Como escribiera Bernardo de Clairvaux: “Aprende la
lección de que, si has de realizar la labor de profeta, no necesitas
un trono, sino una azada .”7
Necesitamos líderes que tengan un corazón de siervos, y pe­
dimos de veras al Dador de todo don espiritual que levante hom­
bres y mujeres humildes para ser apóstoles, profetas, evangelistas,
pastores y maestros (Efesios 4:11). Precisamos de todos y de cada
uno de ellos. La autoridad de dichos líderes procede de Dios, y es
reconocida y afirmada por la comunidad de la fe: ellos son nuestros
directores espirituales, a los cuales honramos como siervos de
Cristo.
¿Cómo sirven a sus fieles los líderes espirituales? Les sirven
aprendiendo las sendas de la oración. La gente necesita desespe­
radamente el ministerio de la intercesión. Los matrimonios se
están deshaciendo, los niños están siendo destruidos, las personas
viven en desdicha y depresión.. . pero nosotros podemos hacer que
muchas cosas cambien si aprendemos a orar. Si de veras amamos
a la gente, desearemos para ella mucho más de lo que nosotros
mismos somos capaces de darle; lo cual nos conducirá a la oración.
Permítame que hable breve pero directamente a los pastores
y otras personas que ocupan posiciones de liderato espiritual: Su
gente espera de usted el ministerio de la oración sanadora. Cuando
usted entra en las casas y ve a los individuos postrados bajo el
peso de las aflicciones de la vida, lo más natural del mundo es que
les imponga las manos de la manera sacramental y ore pidiendo
su restauración. Hágalo con toda la confianza, la humildad, la
ternura y el valor de que disponga. Si lleva usted a cabo esto, día
tras día, con una dependencia profunda del Espíritu Santo, se
quedará asombrado al ver los resultados. Muchas veces tendrá
lugar una mejoría substancial, y en ocasiones el impacto será tan
espectacular que parecerá que ha habido una resurrección —y en
cierto sentido así será—. No tenemos por qué asustarnos de esas
veces en las cuales no hay ninguna mejoría notable, ya que en
El voto de servicio /191

muchos otros casos se habrá hecho un gran bien.


Una palabra de precaución: Debemos orar por la gente con el
mayor gozo y la mayor sencillez posibles. No intentemos psicoa-
nalizar a las personas, ni explicarlo todo; ni siquiera corregir la
teología equivocada. Simplemente invitemos al Señor a entrar èli
la mente y en el corazón, y a sanarlos, restaurando la personalidad
que Dios quiso que esos individuos tuvieran. A lo largo de los años
ha habido muchas personas que han orado por mí, y recuerdo a
una de ellas en particular. Después de un ayuno de tres días, me
había sentido guiado a pedir a aquel hombre que viniese a otar
por mí; sin embargo, cuando llegó, en vez de hacer una oración;
empezó a compartir sus propios fallos y a confesar sus pecados. Yo
pensé para mí: “¿Qué está haciendo? Soy yo el necesitado, y él el
gigante espiritual.. . pero no dije nada. Cuando hubo acabado,
levantó la vista hacía mí y expresó: “¿Qué. . . todavía quieres que
ore por ti?” Después de colocar finalmente sus manos sobre mi
cabeza, pidió por mí, y aquella fue una de las experiencias inás
profundas que he tenido en mi vida. En ese momento me invadie­
ron un sentimiento profundo de estabilidad, una sensación de
firme orientación en la vida que jamás me ha abandonado desde
entonces. Recuerdo que, sin saber nada acerca de mis sueños y
esperanzas, él oró por “las manos de escritor”. Los líderes espiri­
tuales sirven a la gente cuando oran por ella.
¿Cómo sirven a sus fieles los líderes espirituales? Les sirven
abriéndoles la senda de la vida interior .8 La gente de hoy en día
está profundamente interesada en la naturaleza interna de la es­
piritualidad, y también desesperadamente confusa en cuanto al
significado de todo este tema y a su relación con la fe bíblica.
Henry Nouwen dice que el líder espiritual de nuestra época debe
ser “alguien que sepa expresar claramente los sucesos interiores .9
Los dirigentes espirituales han de discernir los espíritus para
la gente: “Probad los espíritus si son de Dios” —aconseja el apóstol
Juan (1 Juan 4:1). No todas las experiencias sobrenaturales cons­
tituyen un encuentro con el Dios de Abráham, de Isaac y dè Jacqb,
y haríamos bien en aprender a diferenciar. Hoy en día hay mucha
insensatez, mucha superficialidad en el nombre del Señor. Los
líderes espirituales deben ayudar a su gente a distinguir la voz
del verdadero Pastor de aquella del maligno! Pero más aun, los
dirigentes sirven cuando se sumergen en las profundidades espi­
rituales antes que sus fieles e interpretan para ellos esas expe­
riencias. Si gracias a su vulnerabilidad nos ayudan a comprender
algunos de los peligros y de las recompensas de esta vida interior
escondida con Cristo en Dios, entonces nosotros, que somos más
192 / Dinero, sexo y poder

tímidos que ellos, podremos alargar el paso con confianza.


Una mujer mayor hizo esto mismo conmigo. Ella era la jefa
del departamento de niños de un gran hospital, y también la pre­
sidenta del consejo de ancianos de la pequeña congregación que
yo pastoreaba. Trabajaba en el turno de noche, y con frecuencia
solía pasar por la iglesia, al comienzo de la mañana, volviendo del
trabajo. Leía cantidades tremendas de libros, y me acribillaba a
preguntas sobre la vida espiritual muchas *de las cuales yo no era
capaz de contestar. Claro está que podía darle una respuesta de
libro de texto, pero no responderle por experiencia. Pero lo que era
aun más importante: ella solía lanzarse a muchas aventuras en
la oración, tanto en el hospital como en la iglesia, y luego hablá­
bamos en detalle del significado de todo aquello. ¿Qué quería decir
en realidad estar “en Cristo”? ¿Cómo operaba la oración? ¿Qué
era la plegaria silenciosa? ¿Y la de fe? ¿Y la de autoridad? ¿Cómo
cambiaba a otros la oración? ¿Y a nosotros mismos? Estas pre­
guntas y otras más desafiaban nuestra fe.
En el hospital, la mujer oraba por aquellos bebés que se en­
contraban en estado crítico. Metía sus manos enguantadas en la
incubadora y tomaba en los brazos a una criatura. A continuación
pedía por ella, a veces durante una hora o más. Casi siempre el
pequeño o la pequeña vivía.
¿Qué estaba haciendo esa mujer? Simplemente abriendo la
senda delante de mí y animándome a entrar en la vida espiritual.
Y así lo hice. Cometí muchos errores: en ocasiones era demasiado
atrevido y me adelantaba a la dirección que tenía; pero en la ma­
yoría de los casos me mostraba excesivamente tímido y había que
alentarme a seguir. En cada momento, la aclaración mutua de lo
que estaba sucediendo nos capacitaba a ambos para distinguir
entre el poder creador y el poder destructivo; ella me había servido
abriéndome la senda de la vida interior.
¿Cómo sirven a sus fieles los líderes espirituales? Los sirven
ejerciendo un liderato compasivo: la gente no necesita a alguien
que esta sobre ellos y dogmatice con tono de autoridad sobre el
significado de la vida; sino a una persona que les acompañe y
comparta su entusiasmo, su confusión, su sufrimiento___Nece­
sitan líderes que los quieran.
En cierta ocasión trabajé para un psicólogo el cual encarnó
para mí lo que es un liderato compasivo. No hay duda de que aquel
hombre era un líder: podía mostrarse muy enérgico cuando las
circunstancias lo requerían, pero la fuerza de su dirigir la recibía
de su compasión. Todos los que estábamos en aquel equipo de
orientación podíamos sentir su amor. En él no había ninguna lás-
El voto de servicio / 193

tima distante, ninguna solidaridad mezquina... lo que le carac­


terizaba era una compasión global. En las reuniones del cuerpo
administrativo, a veces leía el capítulo del amor de 1 Corintios 13,
y luego se paraba y sacudía la cabeza como abrumado por aquellas
palabras. Le gustaba hablarnos del amor y del “poder psíquico de
cambio” —como él lo llamaba— que había en éste. Todo el equipo
percibíamos el poder de ese amor; y seguirlo a él como líder no nos
resultaba una carga sino un placer, ya qiie sabíamos que nos
amaba.
¿Cómo sirven a sus fieles los líderes espirituales? Los sirven
siendo lo que Henry Nouwen llama “críticos contemplativos”.10'
Vivimos en una época destructora y desorientada, y necesitamos
que del seno de la iglesia surjan profetas perspicaces que nos ayu­
den a comprender el mundo (y no me refiero a esos “profetas”
miopes que agitan la lengua con cada noticia, seguros de que ellas
anuncian el comienzo del día del juicio y la llegada del anticristo)*
Nouwen escribe a este respecto: “El crítico contemplativo de­
senmascara los engaños del mundo manipulador, y tiene el valor
de mostrar cuál es la verdadera situación.”11 Tales líderes son
“contemplativos”, ya que los períodos de silencio interior resultan
necesarios para obtener una perspectiva correcta de este presente
siglo malo; y son “críticos” porque el mal se debe señalar y distin­
guir claramente del bien.
Cierto crítico contemplativo que conozco es un profesor muy
competente y activo. En su caso, lo importante no es sólo el co­
nocimiento que manifiesta tener —el cual es considerable—, ni
siquiera la sabiduría y la percepción que impregna su enseñanza
—aunque estas cosas resultan inmensamente útiles—, sino la
mezcla que exhibe de todo ello con la compasión y la humildad.
Antes, solíamos sentarnos a menudo en su estudio de paredes
surcadas por anaqueles llenos de libros y en uno de cuyos lados
puede verse un gran piano, y hablábamos de los acontecimientos
del mundo —no sólo de los grandes sucesos, sino también de las
cosas sencillas y cotidianas—. Úna vez por ejemplo, recuerdo que
me preguntó:
—¿Te has fijado en cómo calentamos hoy en día nuestro hogar?
—Y sin esperar a que yo contestara siguió diciendo:— Hubo
un tiempo en el que teníamos verdadera calefacción central: la
chimenea. Ahora la gente puede pasarse toda la tarde en la misma
casa sin verse. ¿Te das cuenta de cómo afecta a nuestra vida fa­
miliar la manera en que calentamos nuestra vivienda?
Comentarios fortuitos como éste, a menudo liberaban en mi
mente un torrente de ideas que muy bien podía tomar años el
194 / Dinero, sexo y poder

procesar. Repetidamente mi amigo me ayudó a ver el mundo con


nuevos ojos; él era, y es aún, un crítico contemplativo.
¿Cómo sirven a sus fieles los líderes espirituales? Lo hacen
viviendo ellos mismos bajo autoridad. No hay nada más peligroso
que un líder que no tenga que rendir cuentas a nadie: todos ne­
cesitamos a otros que se rían de nuestra pomposidad y nos esti­
mulen a nuevas formas de obediencia. El poder es algo demasiado
peligroso para que le hagamos frente a solas: si observamos los
abusos de autoridad que se dan hoy en día en la iglesia, con fre­
cuencia descubriremos que detrás de ellos hay alguien que ha
decidido que tiene un conducto directo con Dios y no necesita del
consejo ni de la corrección de la comunidad.
No fué en modo alguno accidental que la respuesta monástica
al asunto del poder adoptara la forma del voto de obediencia (hay
evidencias incluso de que aquel fue el primero de los votos mo­
nacales). Ahora bien, tal vez no nos sintamos a gusto con dicho
voto en particular, pero necesitamos hallar formas de vivir bajo
autoridad. Esto no requiere forzosamente una relación de supe­
rior-inferior; con mucha frecuencia puede tratarse de una forma
de responsabilidad mutua ante el otro. Los pastores tienen la po­
sibilidad de formar un cuadro de colegas de confianza que com­
partan la peregrinación espiritual. La antigua reunión dé clase
de los metodistas era una forma de suplir el apoyo mutuo y la
responsabilidad de unos ante otros que necesitaban sus ministros,
y tal vez constituyera un modelo útil para nosotros hoy en día.
Tengo un amigo pastor que me ha ayudado más de lo que puedo
expresar. Comenzamos a reunimos cuando le pedí que me ense­
ñase a orar. Juntos pasamos ratos maravillosos: hablando, riendo,
orando... . Había entre nosotros un ambiente de amor el cual
hacía posible que siguiéramos el consejo de Santiago que dice:
“Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros,
para que seáis sanados” (Santiago 5:16). En cierto modo éramos
directores espirituales el uno para el otro —aunque por aquel
entonces yo no había oído ese término—; vivíamos bajo autoridad.
En la iglesia, al igual que en la familia, las obligaciones del
servicio son de doble dirección. ¿Cómo servimos entonces a nues­
tros líderes espirituales? Lo hacemos por medio de una obediencia
gozosa. Los pastores y otros dirigentes son guías del rebaño, y
tienen la responsabilidad de ayudarnos a encontrar la senda de
la vida fiel. Hemos de recibir sus palabras de consejo con la mayor
seriedad, corrección o dirección. Ellos pueden equivocarse, ya que
no son sino hombres falibles como nosotros; pero los líderes sabios
se muestran prontos a escuchar y son lentos para hablar, de modo
El voto de servicio 1196 v

que cuando lo hacen debemos prestar mucha atención. Necesitá-


mos estar bajo la autoridad de nuestros dirigentes.
¿Cómo servimos a nuestros líderes espirituales? Les servimos
mediante la crítica constructiva. Una obediencia gozosa no es una
obediencia ciega: hay veces en las cuales nuestros dirigentes es­
pirituales necesitan que les corrijamos amorosa y considerada­
mente. Esto también es un servicio.
En el pasado, cuando viajaba y pronunciaba conferencias, a
veces hacía que me acompañara un amigo para mantenerme ho­
nesto. Se trataba de alguien que me conocía bien, y que si veía
que mis relatos se estaban haciendo exagerados tenía que corre­
girme. Jesús dijo que al profeta no se le honra en su propia tierra;
pero en ocasiones, cuando estamos en una tierra lejana, recibimos
demasiada honra: mi compañero mé ayudaba a mantener la pers­
pectiva bajo aquella alabanza excesivamente entusiasta de una
gente bien intencionada.
El servicio de la crítica constructiva debería estar guiado por
el sentido común puro y simple; tendría que realizarse en privado
y con tacto; debería acompañarse de un apoyo amoroso; y su pro­
pósito habría de ser siempre el de edificar, no demoler.
¿Cómo servimos a nuestros líderes espirituales? Lo hacemos
por medio del ministerio de la oración. Una intercesión amorosa
y alegre a favor de nuestros dirigentes resulta muy efectiva.
Cuando yo era pastor, solía pedir a la gente que se pasara a verme
en cualquier momento y me pusiese la “inyección de refuerzo” dé
la oración; ahora que enseño en una universidad estimulo a los
estudiantes a hacer lo mismo. No quiero que las personas vengan
a mi despacho sólo cuando están enfadadas o cargadas con alguna
gran necesidad; deseó también que lo hagan cuando les va bien y
quieren ministrarme vida a mí. El ministerio que realizan es ma­
ravilloso; si la gente se halla rodeada de esa clase de apoyo cari­
ñoso, sencillamente, no puede sentirse aislada ni sola. Estos son
sólo algunos ejemplos de las muchas formas que hay de servir a
los líderes por medio del ministerio de la oración.

EL VOTO DE SERVICIO EN EL MUNDO


El hablar del servicio dentro de los límites afectuosos del hogar
o de la comunidad cristiana está muy bien, p ero ... ¿qué me dice
del desenfrenado mundo de la política y los negocios? Tal vez no
resulte fácil ser un siervo en una cultura que se basa en la com­
petencia. Sin embargo, Jesús jamás sugirió que el discipulado no
fuera a demandar esfuerzo.
196 / Dinero, sexo y poder

¿Cómo servimos a otros en el mundo? Les servimos apreciando


sus opiniones; tratándolos cortésmente y con bondad; protegiendo
su reputación; siendo íntegros en la vida, honrados, veraces, res­
ponsables. . . .
Todo esto parece tan elemental que nos vemos tentados a creer
que no tiene demasiada importancia. Pero aunque se trate de co­
sas sencillas, no son en absoluto intrascendentes. Si nos paráse­
mos a pensar en las pocas personas que han causado un impacto
significativo en nuestra vida, a menudo descubriríamos en ellas
a individuos que realizaron simples hechos bondadosos a nuestro
favor. El amigo que dedicó tiempo para escucharnos, el profesor
que nos animó, el jefe que reconoció nuestra capacidad, nuestro
cónyuge que nos ama a pesar de los defectos que tenem os... esos
son los que sirven.
¿Cómo servimos a otros en el mundo? Les servimos preparán­
donos para dirigir y aceptando la oportunidad de hacerlo cuando
se nos brinda. Nuestro mundo está ansioso por tener líderes com­
pasivos y con espíritu de servicio. ¡Ese sí que es un campo de
misión! Los cambios en la sociedad serán iniciados por aquellos
que se encuentran dentro de las grandes instituciones y que tratan
de hacer que éstas funcionen mejor para el beneficio público. Por
ejemplo, yo puedo hacer una pequeña contribución a la calidad de
vida de mi ciudad manteniéndome fuera de las estructuras ins­
titucionales y realizando una labor de crítico de las mismas, de
modo que ejerza presión allí donde me sea posible. Pero quien va
a tener un impacto verdadero en la comunidad es el alcalde. Las
grandes compañías, las universidades y los gobiernos necesitan
desesperadamente dirigentes capaces que puedan imprimir en
ellos la huella de sus valores personales. Sears, una de las empre­
sas comerciales más grandes de los Estados Unidos, recibió una
influencia significativa de Julius Rosenwald, mientras estuvo al
frente de la misma infundió a esa gran institución “una huma­
nidad y una confianza desacostumbradas”.12Miles de instituciones
más precisan ese mismo tipo de liderato.
Pero los líderes deben ser siervos antes que dirigentes, y volver
a su primer papel una vez concluido su ejercicio del liderato. En
el libro Alabanza a la disciplina* trato del carácter dé ese espíritu
de servicio, y quiero resaltar aquí que el mismo constituye la ver­
dadera esencia de lo que somos como personas: el voto de servicio
se convierte en una parte tan importante de nuestra propia na­
turaleza que lo más fácil para nosotros es servir, y lo más difícil
* Publicado por Editorial Betania.
El voto de servicio /197

no hacerlo. Cada una de nuestras acciones brota, entonces, de esa


raíz —iíicluso el deseo de dirigir.
¿Cómo servimos a otros en el mundo? Lo hacemos proporcio­
nando a nuestros empleados un “trabajo con sentido”, y realizando
para nuestros patrones una “labor honesta”. Robert Greenleaf,
autor del libro Servant Leadership (Liderazgo del siervo), que du­
rante toda su vida laboral ocupó puestos en el departamento eje­
cutivo de una empresa telefónica, sugiere que ha llegado el mo­
mento de que suija una nueva ética en los negocios, y dice: “La
nueva ética, formulada de un modo sencillo pero bastante com­
pleto, sería: El trabajo existe para la persona tanto como la personá
para el trabajo; o dicho de otra manera: la razón de ser de las
empresas es tanto proporcionar un producto o un servicio al usua­
rio como un trabajo con sentido para el empleado.”13 Trabajo con
sentido es aquel que hace que el individuo experimente un sen­
timiento de realización y de estar aportando verdaderamente algo
en bien de la sociedad. Los diréctóres y administradores de las
instituciones sirven fomentando esa sensación de trabajo con sen­
tido; mientras que los empleados corresponden supliendo una la­
bor honesta: es decir, un trabajo de la mejor calidad y lo más
productivo posible.
¿Cómo servimos a otros en el mundo? Lo hacemos negándonos
con firmeza a que se nos maltrate o se abuse de nosotros. El per­
mitir que la gente nos pisotée, como si fuésemos alfombra para
limpiarse los zapatos, no es servicio, sino servilismo, y no resultá
saludable ni para nosotros ni para los demás. El servicio ño debe
confundirse nunca con la falsa modestia o la debilidad de carácter;
al contrario, es algo que retumba de franqueza y acción valerosa.
Por lo tanto, si otros tratan de pisotearnos y aprovecharse de
nuestro espíritu de servicio, debemos oponernos al abuso; aunque
no con la preocupación de defender “nuestros derechos”, ya que
éstos se los hemos entregado a Dios. Instamos resueltamente a la
gente a respetar a todos —incluyéndonos a nosotros— como a seres
plenamente humanos. Los temas pueden ser variados: salarios
bajos, exceso de trabajo, falta de promoción.. . , pero la decisión
que tomemos debe resultar siempre la misma: no permitir que se
nos use.

ESE INDIVIDUO SOLITARIO


Hemos avanzado mucho en nuestro estudio de la naturaleza
del poder y de la grandeza legítimos. En ocasiones nos preguntá­
bamos si no sería dicho poder un peligro demasiado grande, pía- ,
198 / Dinero, sexo y poder

gado de corrupción para ser puesto al servicio de Cristo; pero por


último* hemos descubierto que el poder, aprovechado en el servi­
cio, puede suponer un bien inconmensurable para la sociedad hu­
mana.
De modo que decidimos correr el riesgo; y por lo tanto dirigi­
mos, criamos hijos, servimos. . . siempre recordando que no esta­
mos asistiendo a una humanidad anónima, sino a “ese individuo
solitario”.*
Se cuenta la vieja historia* de un joven fugitivo al que la gente
de una pequeña aldea dio asilo y concedió un lugar donde vivir.
No obstante, con el tiempo, los soldados enemigos llegaron y exi­
gieron que se les dijese dónde se escondía su perseguido. Cuando
la gente vaciló en hacerlo, los militares amenazaron que si para
el alba, no les habían entregado al hombre, destruirían el pueblo
y a todos los hombres, mujeres y niños. Entonces, asustados, los
aldeanos acudieron a su querido pastor en busca de consejo.
Desgarrado por él dilema entre abandonar a su gente o trai­
cionar al joven, el pastor se fue a su habitación y comenzó a leer
la Biblia con la esperanza de encontrar una respuesta antes del
amanecer. Pasó toda la noche leyendo, y por último, poco antes de
que saliera el sol, dio con las palabras: “Nos conviene que un
hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”
(Juan 11:50).
Temblando, el pastor salió de su casa y dijo a los soldados dónde
encontrar al joven. Cuando se llevaron al fugitivo para ejecutarlo,
la gente de la aldea comenzó a alegrarse y a hacer banquete porque
habían salvado la vida; no obstante, el pastor no se regocijó con
ellos, sino que se fue a su habitación sumido en un profundo aba­
timiento.
Al caer la noche, un ángel apareció al desanimado ministro y
le preguntó:
—¿Qué has hecho?
—He traicionado al fugitivo —dijo éste lentamente.
—¿Pero no sabías —prosiguió el mensajero divino— que el
fugitivo al que traicionabas era el Mesías?
—¡No! ¡No! ¡No! —gimió el pastor—. ¿Cómo iba a saberlo?
—Si hubieras dejado tu Biblia e ido al fugitivo, si le hubieses
* La expresión es de Sóren Kierkegaard. Fue a “ese individuo solitario” a quien
Kierkegaard dedicó su libro Purity of Heart Is to Will One Thing (Pureza de
corazón es querer una sola cosa).
* Hay numerosas versiones de la historia, ésta en particular ha sido tomada del
libro de Henry Nouwen The Wounded Healer (El sanador herido), (Garden City,
NY, EE.UU.: Image Books, 1979), p. 25.
El voto de servicio 1199*

mirado a los ojos, lo habrías sabido. ¡j;


El voto de servicio es ante todo un voto que mira a los ojos de ;
ese individuo solitario; y tal vez, sólo tal vez, una mirada así nos,
libre de traicionar al Señor de gloria. El servicio, como usted puede
ver, no consiste en gráficas, programas ni estrategias detalladas
para servir a la humanidad, sino en mirar a los ojos del fugitivo.
Nos resulta muy fácil ver soldados enemigos rodeándonos por
todas partes, y con un poder aparentemente tan abrumador que
amenaza a todo aquello que más queremos. Como consecuencia
de esto, estamos tan absortos en el enemigo que no vemos jamás
esa mirada asustada en los ojos de un niño ó aquella otra distante
en los de un anciano; de hecho no los vemos ni siquiera a ellos
—sólo percibimos la amenaza a nuestra propia seguridad—, y de
esa manera pasamos por alto la mirada penetrante de Cristo.
El voto de servicio consiste en ver a ese individuo solitario; tal
es la doctrina de Cristo; tal es el sendero de la obediencia. He
descubierto que adondequiera que pueda conducirnos dicho sen­
dero, o sean cuales fueren las difíciles decisiones que nos haga
afrontar el tomarlo, se trata del sendero de la vida.
Epílogo: Vivir los votos
Usted es cristiano sólo en la medida en que plantea
constantemente a la sociedad en la cual vive pregun­
tas decisivas . . . sólo en la medida en que se siente
insatisfecho con el status quo y sigue diciendo que
todavía ha de venir un mundo nuevo.
—HENRY NOUWEN

Los votos de sencillez, fidelidad y servicio son para todos los cris­
tianos de cualquier época, y constituyen imperativos categóricos
para los seguidores obedientes del obediente Jesucristo. Esos votos
representan el punto de partida para explorar las profundidades
de la vida espiritual y descubrir nuestra misión en el mundo.
Los votos nos estimulan a buscar una vida espiritual más pro­
funda; así, damos la espalda a la superficialidad de la cultura
moderna y nos sumergimos en la hondura, utilizando las discipli­
nas clásicas de la meditación, la oración, el ayuno, el estudio, la
sencillez, la soledad, la sumisión, el servicio, la confesión, la ado­
ración, la guía espiritual y el regocijo.1 Nos ayudamos mutua-
.mente a avanzar en la vida espiritual, alentando a los que van
bien y consolando a aquellos que tropiezan.
Los votos nos llaman a un enérgico testimonio social; así que
nos oponemos a la cultura dominante, que ha comprometido su
alma con la codicia, la permisividad y el egoísmo, criticamos los
valores vacíos de la sociedad contemporánea, e invitamos a ésta
al gozoso discipulado de Cristo.
Los votos nos llaman al evangelismo y a la mentalidad misio­
nera: no se trata de ideales que guardamos para nosotros mismos,
y de los cuales disfrutamos retirándonos a nuestros solitarios ho­
gares, sino que son algo que debemos compartir abiertamente con
todos aquellos que confiesan a Cristo como Señor y Rey. Tenemos
la obligación de ganar a todas las naciones y a todos los pueblos
de la tierra para Jesús en previsión de aquel día cuando “toda
rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el
Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2 :10, 11).
Ha llegado la hora de que haya un nuevo y poderoso movi­
miento del Espíritu de Dios como los hubo en el pasado. Piense,
200
Epílogo: Vivir los votos / 201

por ejemplo, en Antonio y los padres del desierto; en Bernardo de


Claraval y los cistercienses; en Francisco de Asís y los frailes
menores; en Martín Lutero y los reformadores; en George Fox y
los evangelistas cuáqueros primitivos; y en John Wesley y los me­
todistas itinerantes.
Otras veces ha sucedido y puede suceder de nuevo; pero ese
movimiento debe ser disciplinado, evangelístico, pertinente en su
enfoque social y claramente cristiano. Ha de considerar con total
seriedad la necesidad que hay de poder espiritual para sostener
la vida de fe y derrotar con el bien el mal, y combinar la acción
valerosa con el amor sufrido.
Quizá los votos de sencillez, fidelidad y servicio podrían cons­
tituir el compromiso general de un movimiento así. Las iglesias
encabezarían ese esfuerzo incorporando dichos votos a las condi­
ciones mínimas de membresía, y proveyendo el contexto adecuádo
para vivir los mismos.
¡Ojalá que una nueva ola de oración ferviente barra la comu­
nidad de la fe, y ésta pida a Dios un movimiento del Espíritu como
el que hemos mencionado! ¡Quiera el Señor que se levanten gran­
des líderes con espíritu de servicio, según el orden apostólico, los
cuales puedan guiarnos a nuevas formas de fidelidad! Y, ¡ojalá que
nosotros estemos dispuestos a ir a la vanguardia de ese nuevo
movimiento en pos de Cristo en nuestros días!
Notas

Capítulo 1. El dinero, el sexo y el poder desde una


perspectiva cristiana
1. James O’Reilly, Lay and Religious States o f Life: Their Distinction
and Complementarity (Chicago, EE.UU.: Franciscan Herald Press,
1976), p. 22.
2. Quiero expresar mi deuda con Jim Smith por animarme a considerar
E l idiota desde la perspectiva de mi trabajo acerca del dinero, el sexo
y el poder.
3. Fiodor Dostoievski, E l idiota.
4. Carta a Apollon Maikov, 12 de enero de 1868, citada por Konstantin
Mochulsky, Dostoevsky: His Life and Work, trad. Michael A. Minihan
(Princeton, N.J., EE.UU.: Princeton University Press, 1967), p. 344.
5. Hermano Ugolino di Monte Santa Maria, Las florecillas de San Fran­
cisco.
6. Ibid.
7. Leland Ryken, Puritan Work Ethic: The Dignity of Life's Labors,
Christianity Today, 19 Oct. 1979, p. 15.
8. Ibid., p. 16.
9. Ibid., p. 18.
10. Henri J. M. Nouwen, Clowning in Rome: Reflections on Solitude,
Celibacy, Prayer, and Contemplation (Garden City, N.Y., EE.UU.:
Image Books, 1979), p. 45.
11. Hermano Ugolino, Las florecillas de San Francisco.
12. Massachusetts Historical Society, Proceedings, vol. 21, p. 123, citado
por Edmund S. Morgan en The Puritan Family: Religion & Domestic
Relations in Seventeenth-Century New England, ed. rev. (New York,
EE.UU.: Harper & Row, 1966), p. 64.
13. Ibid., pp. 62-63.
14. Francis J. Bremer, The Puritan Experiment (New York, EE.UU.: St.
Martin’s Press, 1976), pp. 177-78.
15. Ibid., p. 177.
16. Hermano Ugolino, Las florecillas de San Francisco.
17. Leonardo Boff, Godfs Witnesses in the Heart of the World (Chicago,

202
Notas! 2Ô |p
Los Angeles, Manila: Claret Center for Researches in Spirituality*^
1981), pp. 149, 152.
18. Thomas Hooker, The Cambridge Platform, cap. 4, par. 3, citado en
Herbert Wallace Schneider, The Puritan M ind (New York, ÈE.UU.i
Henry Holt, 1930), p. 19.
19. Dostoïevski, E l idiota, p. 156.

Capítulo 2. La cara sombría del dinero


1. Cita de Edward W. Bauman, Where Your Treasure Is (Arlington, Va.,
EE.UU.: Bauman Bible Telecasts, 1980), p. 74.
2. Cita de ibid., p. 84.
3. Cita de Bernard Gavzer, “What People Earn”, Parade Magazine, 10
Jun. 1984, p. 4.
4. Jacques Ellul, Money & Power (Downers Grove, 111, EE.UU.: Inter-
Varsity Press, 1984), pp. 166-168.
5. Cita de Elizabeth O’Connor, Letters to Scattered Pilgrims (San Fran­
cisco, EE.UU.: Harper & Row, 1979), p. 8.

Capítulo 3. La cara agradable del dinero


1. Cita de Bauman, Where Your Treasure Is, p. 73.
2. Ibid., p. 113.
3. Ibid., pp. 89, 90.
4. Cita de Dallas Willard, Thé Disciple's Solidarity with the Poor, 1984
(documento inédito), p. 15.
5. Estoy en deuda con Lynda Graybeal por su percepción de la gracia
del dar.
6. Estoy en deuda con Dallas Willard por su perspicacia en cuanto al
control y el uso del dinero.

Capítulo 4. El uso justo de las riquezas injustas


1. Ellul, Money & Power, p. 94.
í. Cita de Don McClánen, Ministry o f Money Newsletter (Germantown,
Md., EE.UU.: Nov. 1983), p. 4.
3. John Woolman, The Journal o f John Woolman and a Plea for the Poor
(Secaucus, N.J., EE.UU.: The Citadel Press, 1972), p. 41.

Capítulo 5. El voto de sencillez


1. Ellul, Money & Power, pp. 110-11.
2. O’Connor, Letters to Scattered Pilgrims, p. 7.
204 / Dinero, sexo y poder

3. Ron Sider, Rich Christians in an Age o f Hunger: A Biblical Study


(Londres, G.B.: Hodder and Stoughton, 1978), pp. 175- 178.
4. Mi agradecimiento a Don McClanen por su discernimiento sobre el
principio del dar.
5. William Law, A Serious Call to a Devout and Holy Life (Oxford, G.B.:
Mowbray & Co. Ltd, 1981), p. 60.
6. Cita de Malcolm MacGregor, Training Your Children to Handle
Money (Minneápolis, EE.UU.: Bethany Fellowship, 1980), p. 111.
7. Estas ideas surgieron de una conversación que tuve con Don Mc­
Clanen, director de Ministry o f Money.
8. Cita de Goldian VandenBroeck, ed., Less Is More: The A rt of Volun­
tary Poverty (New York, EE.UU.: Harper & Row, 1978), pp. 172, 223.

Capítulo 6. El sexo y la espiritualidad


1. Lewis B. Smedes, Sex for Christians (Grand Rapids, Mich.: Eerd-
mans, 1976), p. 47.
2. David Allan Hubbard, “Love and Marriage”, The Covenant Compan­
ion, 1 Ene. 1969, p. 2 . Estoy en deuda con el doctor Hubbard, tanto
en este pasaje como más adelante en mi comentario del Cantar de
los Cantares, por sus ideas acerca del mismo.
3. David Allan Hubbard, “Love and Marriage”, The Covenant Compan­
ion, 15 Ene. 1969, p. 4.
4. San Agustín, La ciudad de Dios, vol. II de The Nicene and Post-
Nicene Fathers, 1 serie, lib. 14, cap. 18.
5. Derrick Bailey, Sexual Relations in Christian Thought (New York,
EE.UU.: Harper & Brothers, 1959), p. 59.
6. Cita de Letha Dawson Scanzoni, Sexuality (Filadelfia, EE. UU.: West­
minster Press, 1984), p. 46.
7. Jeremy Taylor, The Rule and Exercise of Holy Living and Dying, ed.
rev., vol. Ill de The Whole Works of the Right Rev. Jeremy Taylor, ed.
Charles Page Eden (Londres, G.B.: Longman, Green, Longman &
Roberts, 1862), p. 63.
8. Edward S. Morgan, “The Puritans and Sex”, The New England Quar­
terly, Die. 1942, p. 607.
9. Smedes, Sex for Christians, p. 49.
10. C.S. Lewis, Cristianismo y nada más (Miami, FL., EE. UU.: Editorial
Caribe).
11. Frederick Buechner, Godric (Londres, G.B.: Chatto and Windus Ltd,
1981), p. 153.
12. Smedes, Sex for Christians, p. 56.
13. E. Mansell Pattison y Myrna Loy Pattison, “‘Ex-Gays’: Religiously
Notas / 205

Mediated Change in Homosexuals”, American Journal o f Psychiatry,


vol. 167, no. 12 (Die. 1980), p. 1553.

Capítulo 7. El sexo y los solteros


1. Donald Goergen, The Sexual Celibate (Londres, G.B.: S.P.C.K., p. 181.
2. Smedes, Sex for Christians, p. 128.
3. Derrick Sherwin Bailey, The Mystery of Love and Marriage (New
York, EE.UU.: Harper, 1952), p. 53.
4. Smedes, Sex for Christians, p. 130.
5. Bailey, Mystery o f Love & Marriage, pp. 53-54.
6. Smedes, Sex for Christians, p. 210.
7. Smedes, Sex for Christians, p. 246.
8. Este diagrama me fue sugerido por Walter Trobisch, aunque lo hé
modificado en cierta manera. Su tratamiento del tema se encuentra
en Yo me casé contigo.
9. Richard J. Foster, Freedom o f Simplicity (Londres, G.B.: Triangle,
1981), p. 137.
10. Heini Arnold, In the Image o f God: Marriage & Celibacy in Christian
Life (Rifton, N.Y. EE.UU.: Plough Publishing House, 1976), p. 161.

Capítulo 8. El sexo y el matrimonio


1. Arthur Cushman McGiffert, Martin Luther: The Man and His Work
(New York, EE.UU.: Céntury, 1910), p. 287.
2. Véase Helmut Thielicke, The Ethics o f Sex, trad. John V. Doberstein
(Cambridge, G.B.: J. Clarke & Co., 1964), pp. 79-144.
3. Estoy en deuda con Dallas Willard por las ideas que me ha dado
acerca de las bases cristianas para el matrimonio, el divorcio y las
nuevas nupcias.
4. Lewis, Cristianismo y nada más.
5. Cita de J. Allan Peterson, The Myth o f the Greener Grass (Wheaton,
111. EE.UU.: Tyndale House, 1983), p. 175.
6. Estoy en deuda con C.S. Lewis por su analogía. Véase Cristianismo
y nada más.
7. Charles R. Swindoll, Dile que sí al amor (Miami, FL. Editorial Be-
tania, 1985).

Capítulo 9. El voto de fidelidad


1. Ashley Montagu, Touching: The Human Significance of the S kin , 2
ed. (New York, EE.UU.: Harper and Row, 1978), p. 166.
2. Scanzoni, Sexuality, pp. 60-62.
206 / Dinero,$exo y poder

3. Thielicke, The Ethics of Sex, p. 90.


4. Charlie Shedd, Letters to Karen (New York, EE.UU.: Avon Books,
1978), pp. 61-69.
5. Elizabeth Achtemeier, The Committed Marriage (Filadelfia, EE.UU.:
Westminster Press, 1976), p. 86.
6. Moloney, A Life o f Promise: Poverty, Chastity, Obedience, p. 118.
7. C.S. Lewis, The Four Loves (Londres, G.B.: Fontana Books, 1963), p.
140.
8. Smedes, Sex for Christians, p. 169.
9. Lewis, Cristianismo y nada más, p. 102.
10. James B. Nelson, Embodiment: A n Approach to Sexuality and Ch­
ristian Theology (Londres, G.B.: S.P.C.K., 1979), pp. 211-235. Estoy
en deuda con el doctor Nelson por las ideas que presento a continua­
ción.
11. Ibid., p. 213.
12. Ibid., p. 217.
13. Ibid., p. 219.
14. Ibid., pp. 220, 21.
15. Ibid., p. 222.

Capítulo 10. Poder destructivo


1. El lenguaje figurado que uso a continuación es adaptación de un
poema de Arthur Roberts titulado “The Age of Metal”, en Listen to
the Lord (Newberg, Ore., EE.UU.: Barclay Press, 1974), pp. 61-63.
2. Paul Tournier, The Violence W ithiny trad. Edwin Hudson (Londres,
G.B.: S.C.M. Press, 1978), p. 128.
3. J.R.R. Tolkien, The Silmarillion (Londres, G.B.: Allen and Unwin,
1977), p. 8.
4. Cheryl Forbes, The Religion of Power (Grand Rapids, Mich., EE.UU.:
Zondervan, 1983), p. 85.
5. Walter Wink, N aming the Powers: The Language o f Power in the New
Testament, vol. 1 (Filadelfia, EE.UU.: Fortress Press, 1984), pp. 132-
36.
6. Roselle Chartock and Jack Spencer; eds. The Holocaust Years: Society
on Trial (New York: Bantam Books, 1978), pp. 132- 136.
7. Hermano Ugolino, Las florecillas de San Francisco.
8. John Woolman, The Journal and Essays of John Woolman (New
York, EE.UU.: Macmillan, 1922), p. 167.
9. Cita de Thomas E. Drake, “Cadwalader Morgan—Antislavery Qua­
ker of the Welsh Tract”, Friends Intelligencer, vol. 98, no. 36 (1941),
p. 200.
Notas / 207

10. Cita de Jacques Ellul, The Technological Society (New York, EE.UU.:
Alfred A. Knopf, 1970), p. xi.
11. Wink, Naming the Powers, p. 130.
12. Ibid., p. 86.
13. James Nayler, The Lamb's War (1658), recopilado por Hugh Barbour
y Arthur Roberts en Early Quaker Writings (Grand Rapids, Mich.,
EE.UU.: Eerdmans, 1973), pp. 106, 107.
14. C.S. Lewis, The ScreWtape Letters (Londres, G.B.: Fount Paperbacks,
1982), p. 17.
15. George Fox, The Journal o f George Fox, rev. John L. Nickalls (Cam­
bridge, G.B.: Cambridge University Press, 1952), p. 19.

Capítulo 11. Poder Créador


Sherri McAdam, una antigua alumna mía, escribió la frase utilizada
como epígrafe del capítulo 11 en un examen final del curso “Pioneros en
la Vida Espiritual”.
1. Dietrich Bonhoeffer, The Cost ofDiscipleship, trad. R.H. Fuller (Lon­
dres, G.B.: S.C.M. Press, 1964), p. 1.
2. Citado en ibid.. p. 35.
3. M. Scott Peck, The Road Less Traveled (New York, EE.UU.: Simon
& Schuster, 1978), p. 286.
4. Moloney, A Life o f Promise: Poverty, Chastity, Obedience, p. 128.
* 5. Véase Alexander I. Soljenitsin, Archipiélago Gulag, y asi mismo
Cheryl Forbes, The Religion of Power, p. 35.
6. Véase The Power of the Powerless, de Jürgen Moltmann, trad. Mar­
garet Kohl (San Francisco, CA, EE.UU.: Harper & Row, 1983).
7. Martin Hengel, Christ and Power, trad. Everett R. Kalin (Belfast,
G.B.: Christian Journals, 1977), p. 81.
8. Robert H. Schuller, S elf Esteem: The New Reformation (Waco, TX,
EE.UU.: Word Books, 1982), p. 15.
9. J ean-Pierre de Caussade, The Sacrament o f the Present Moment, trad.
Kitty Muggeridge (Londres, G.B.: Fount Paper- backs, 1981), p. 22.
10. James Dobson, Cómo criar un niño difícil (Editorial Clie).
11. Myron Rush, Management: A Biblical Approach (Wheaton, IL,
EE.UU.: Victor Books, 1983), p. 13.

Capítulo 12. El ministerio del poder


1. Caussade, Sacrament of the Present Moment, p. 64.
2. Christian Faith and Practice in the Experience o f the Society of
Friends, Encuentro Anual en Londres de la Sociedad Religiosa de
208 / Dinero, sexo y poder

Amigos, ed. (Richmond, IN, EE.UU.: Friends United Press, 1973),


No. 25.
3. Fox, The Journal o f George Fox, p. 263.

Capítulo 13. El voto de servicio


1. Michael Korda, Success! (New York, EE.UU.: Random House, 1977),
p. 4.
2. Donald P. McNeill, Douglas A. Morrison, y Henri J.M. Nouwen, Com­
passion: A Reflection on the Christian Life (Garden City, N.Y.,
EE.UU.: Image Books, 1982), p. 4.
3. Véase Servant Leadership: A Journey into the Nature of Legitimate
Power and Greatness, por Robert K. Greenleaf (New York, Paulist
Press, 1977).
4. McNeill, Morrison, y Nouwen, Compassion, p. 35.
5. Ibid., p. 40.
6. Charlie Shedd, Promises to Peter (Waco, Tex., EE.UU.: Word Books,
1970), pp. 17-59.
7. Cita de Richard J. Foster, Alabanza a la disciplina (Miami, FL: Edi­
torial Betania, 1986).
8. Estoy en deuda con Henri Nouwen por el análisis que doy a conti­
nuación. Véase The Wounded Healer (Garden City, N.Y., EE.UU.:
Image Books, 1979), pp. 25-47.
9. Ibid., p. 36.
10. Ibid., pp. 43-46.
11. Ibid., p. 45.
12. Greenleaf, Servant Leadership , p. 139.
13. Ibid., p. 142.

Epílogo
1. Véase Foster, Alabama a la disciplina.

Printed in U.S.A.

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