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tensiones
Herder, por otro lado, criticó la uniformidad cultural impuesta por la Ilustración, destacando la
importancia de preservar y celebrar las diferencias culturales, pues “todo grupo étnico
homogéneo es ya un pueblo [y] tiene su cultura nacional” (1794, 31) . Para Herder, la diversidad es
inherente a la condición humana, manifestada a través de un “genio” único que se expresa en la
lengua, las costumbres y las tradiciones.
Las prácticas intelectuales propuestas por Rousseau y Herder no estuvieron exentas de tensiones y
complejidades, reflejando las contradicciones inherentes a la Ilustración y el Romanticismo.
Mientras Rousseau criticó la desigualdad generada por la civilización, su propuesta de un retorno a
un estado de naturaleza igualitario entró en conflicto con la realidad social y política de su época,
ya que sus ideas desafiaban las estructuras y las normas establecidas en la sociedad del siglo XVIII.
Las ideas de Herder, por otro lado, alineadas con el surgimiento del nacionalismo cultural,
chocaron con las nociones ilustradas de universalidad y progreso. La diversidad cultural defendida
por Herder, aunque celebrada en teoría, podía interpretarse como un desafío a la idea de una
cultura superior o universal promovida por la Ilustración.
1
La “piedad natural”, previa al raciocinio, es la cualidad de la que se derivan todas las virtudes sociales, esta
es “tan natural, que hasta las bestias dan a veces signos evidentes de ella” (1754, 80).
2. Naturalismo: Darwin
Si bien Harris (1978) propone que en el auge del racismo, durante la década de 1860, la
antropología y el determinismo racial se entrelazaron, siendo “prácticamente sinónimos” (86).
Esta, incorporó la palabra “raza” sin adoptar posturas necesariamente racistas. Enfoques analíticos
como la “raciología” y el “racismo científico” presentaron grandes diferencias. El racialismo,
desarrollado por Darwin, se enfocó en las relaciones raciales sin determinar aspectos internos,
físicos o culturales, representando un estudio sistematizado que no implicaba necesariamente el
racismo. En cambio, el racismo científico de los darwinianos se ancló en el estudio de las
diferencias en aspectos biológicos a los cuales les asignaban un valor moral, adoptando categorías
fijas y darwinianas.
La teoría de la “selección natural” ofreció una justificación ideológica para “liberarse de la culpa” al
respaldar la existencia de una supuesta superioridad racial. Según Harris (1978), antes de Darwin y
Spencer, ya existían percepciones que ubicaban a las razas “inferiores” como “ramas retrasadas de
la humanidad” (84). La introducción de la doctrina de la supervivencia del más fuerte proporcionó
una justificación científica que permitió al hombre blanco desprenderse de la culpa, reduciendo la
explotación a un proceso natural de la competencia evolutiva. Esto respaldó la narrativa de la
supremacía racial y la explotación colonial, brindando una base moral y científica para la
dominación.
Las prácticas raciológicas del naturalismo darwiniano también se vieron inmersas en tensiones y
relaciones complejas. El énfasis de Darwin en la selección natural y la evolución biológica generó
debates en relación con las teorías previas sobre el origen y la diversidad de las especies,
especialmente las humanas. Como se mencionó, estas tensiones se materializaron en la disputa
entre el monogenismo y el poligenismo, llevando a que “con la publicación en 1859 de Origin of
species la disputa entre los poligenistas y los monogenistas terminara abruptamente” (Harris,
1978, 80).
Su vínculo con el trabajo naturalista de Darwin fue bastante limitado, en parte porque, como
plantea Kuper (1989), el estudio de las sociedades “primitivas” se daba desde el derecho y no la
biología. Ahora bien, mientras los juristas se centraban en la historia de la familia y del estado,
Tylor y Lubbock, se enfocaron en el desarrollo de la tecnología y el intelecto (1989).
Para Tylor, la diferencia es explicada a partir de dos elementos: el proceso de selección natural, el
cual es también cultural, ya que los humanos, al formar colectivos, desarrollan mecanismos de
cooperación que les permiten defenderse del ambiente. Y, la idea de continuidad en la evolución
cultural, la cual plantea que en las culturas modernas continúan presentes las raíces de las culturas
más antiguas. Tylor da un ejemplo cuando se refiere a las ofrendas a los muertos: “Estas ofrendas
a los muertos no sólo continuaron durante la vida bárbara y salvaje, sino durante más elevada
cultura, quedando aún sus huellas en Europa” (Tylor, 1912, 410).
En su secuencia lógica de la religión, Tylor planteó la evolución del animismo al politeísmo y,
finalmente, al monoteísmo, asociándolo con un mayor nivel de racionalidad. “Tylor sugería que el
hombre, a medida que se iba haciendo más racional, iba dejando atrás las supersticiones
irracionales hasta llegar a abandonar totalmente la religión” (Kuper, 1989, 28).
Tylor es considerado padre fundador de la antropología por sus tempranos aportes al proceso de
sistematización de datos e interpretación de la “diferencia” cultural. En el marco de su trabajo,
subordinó el pensamiento espacial al temporal, proponiendo la existencia de un desarrollo gradual
y ramificado de las culturas. De acuerdo con esto, su metodología influyó en la antropología al
poner en paréntesis tiempo y espacio, cuestiones que fueron criticadas por el difusionismo
posteriormente.
En cuanto a la noción de “cultura”, Tylor fue uno de los primeros en aportar una definición. De
acuerdo con Restrepo (2016), Tylor define la cultura como “esa totalidad de lo aprendido y
producido por el ser humano” (78). Llegando, incluso, a equipararla con la noción de civilización
(2016). Su teoría sobre la evolución sugiere que las culturas han progresado desde estados
primitivos hacia mayor complejidad en aspectos como religión, tecnología y organización social.
Las ideas de Tylor provocaron tensiones frente a otras concepciones eurocéntricas y jerárquicas
sobre la noción de “cultura”. Su aporte consistió en desafiar estas perspectivas al afirmar que
todos los seres humanos poseen cultura, sin importar su origen o posición social, cuestionando así
la exclusividad cultural que se le había atribuido a determinados estratos de la sociedad europea.
Lo que significó, también, un cambio hacia una comprensión más inclusiva y relativista de la
diversidad cultural en la antropología.
Al defender a los indios Iroqueses en sus conflictos de tierras, mostró una forma temprana de
antropología activista. Su vida cómoda como inversionista en ferrocarriles no lo alejó de la
realidad de los conflictos sociales, y su adopción por los Séneca simbolizó su conexión con la lucha
indígena. Influenciado por los estudios germánicos de la filología indoeuropea, se interesó en los
orígenes humanos, por lo que su proyecto buscó probar un origen común para las razas humanas
a través de pruebas filológicas, ya que “las distintas tradiciones lingüísticas de la humanidad
mostraban una unidad que sólo podía ser explicada a partir de un origen común” (Kuper, 1989,
26).
Morgan fue uno de los primeros antropólogos en realizar trabajo de campo. En su estudio sobre
los iroqueses, analizó la organización en clanes, destacando el sistema exogámico y la relevancia
del parentesco materno. Su enfoque incluyó explorar cómo diferentes culturas nombran a sus
parientes desde la perspectiva de "ego". Este estudio lo condujo a desarrollar una teoría
referencial del lenguaje, adoptando una visión empirista y relacional. Por otro lado, su enfoque
temporal fue a largo plazo y de gran escala, donde los detalles históricos no tenían relevancia en el
estudio evolutivo. Morgan empleó la analogía de estratos geológicos para ordenar tribus humanas
en períodos étnicos sucesivos, cada uno con una cultura única. Esta metodología posibilitó la
investigación independiente de cada periodo según su nivel de adelanto relativo (Lisón, 1877).
Su propuesta de una conexión entre la evolución cultural y el desarrollo del lenguaje, sugiriendo
que las sociedades progresaban desde formas de comunicación simples hacia otras más
complejas, generó críticas que señalaron su trabajo de reduccionista. Aunque sus ideas fueron
respetadas en Europa, especialmente en Alemania, encontró resistencia entre algunos
evolucionistas ingleses. Estas tensiones se originaron en el contexto de un nacionalismo científico,
sus diferencias teóricas con figuras como Tylor y Spencer (con enfoques más eurocéntricos), y su
posición política como abogado y activista republicano. Su respaldo a la causa indígena americana,
incluyendo la colaboración con la Liga de Iroqueses, también contribuyó a estas tensiones, ya que
divergía de las opiniones políticas y éticas de los evolucionistas ingleses.
La construcción del estado nación y la conquista de territorios al norte y sur, habitados por
indígenas, culminaron con la “Conquista del Desierto” hasta 1884. Esta etapa fue un laboratorio
para los primeros antropólogos argentinos, quienes se enfrentaron a la pregunta de qué hacer con
los indígenas, considerándolos símbolos importantes para la construcción de la identidad nacional.
Por su parte, la etnografía sirvió como herramienta para abordar la cuestión de los pueblos
indígenas. La visión predominante consideraba a estos pueblos como testimonios del pasado,
fósiles vivientes que debían ser estudiados antes de su inevitable desaparición. Frente a la
pregunta de qué hacer con los indios vencidos, la etnografía se convirtió en un medio para
registrar el “salvajismo” y la “prehistoria viviente”, justificando así la Campaña del Desierto como
un paso necesario para ingresar a una etapa evolutiva superior (Madrazo, 1985 citado en
Stagnaro, 1993). Aunque la conquista y pacificación de los pueblos indígenas avanzaron
lentamente en comparación con Estados Unidos, donde ya se habían establecido reservas para los
iroqueses, en Argentina, la ocupación de los territorios indígenas se intensificó a partir de 1890,
después de décadas de acercamiento gradual a los ranqueles y otros pueblos. Esta aproximación
evidencia la aplicación de la perspectiva evolucionista como justificación para la expansión
territorial y la modernización del país.
3.3.1. Dialéctica del romanticismo y recepción del darwinismo: Domingo Faustino Sarmiento
En el contexto del siglo XIX en Argentina, Domingo Faustino Sarmiento, influyente figura política
que ocupó la presidencia, transitó inicialmente por los caminos del romanticismo para luego
sumergirse en perspectivas raciológicas, un cambio de orientación que tuvo su raíz en la compleja
realidad de la conquista de los indígenas.
El año 1810, caracterizado por un ferviente sentimiento de nacionalismo e indigenismo
americanista, gestó un cambio paradigmático en las ideologías predominantes. Este cambio
implicó la renuncia a la idea de “buen salvaje” (asociada al romanticismo), dando paso al
evolucionismo, y a la concepción de los indígenas como fósiles vivientes, testigos de una etapa
anterior. A pesar de mantener posturas liberales en lo mercantil, Sarmiento adoptó una posición
más nacionalista en lo cultural.
Sarmiento adoptó una concepción unilineal progresiva, combinada con el positivismo spenceriano
y la utopía del progreso. Se desmarcó de temáticas como aculturación e inmigración, centrando su
análisis en la oposición entre civilización y barbarie. Esta dicotomía, arraigada en la historiografía
argentina, confrontó lo urbano, europeo y culto (civilización) con lo rural, americano e inculto
(barbarie) (Stagnaro, 1993), contribuyendo así a la construcción de la identidad nacional y cultural
argentina.
Metodológicamente, esta perspectiva dialéctica planteaba que las tensiones entre opuestos, como
individuo y sociedad, naturaleza y cultura, razón y emoción, eran fundamentales para la
experiencia humana. Sin embargo, no buscaba resolver estas tensiones, sino explorarlas y
celebrarlas. Su libro “Conflictos y armonías de las razas en Argentina” se escribió en clave
raciológica y del darwinismo social, utilizando la eugenesia como lucha de clases.
Fue un líder pragmático, que tuvo como objetivo consolidar la ocupación militar del territorio y
asegurar las fronteras contra las pretensiones chilenas (Stagnaro, 1993, 59). Producto de su
trabajo como “perito” del Estado, en 1888, Moreno fundó la sección topográfica y geológica,
colaborando con científicos como Adolfo Metfessel y Enrique Delachaux. Y, contribuyó a la
consolidación territorial argentina, incorporando 40,000 kilómetros cuadrados al territorio
nacional, contrarrestando las pretensiones chilenas (Stagnaro, 1993).
En su trabajo, destacó la extinción rápida del hombre americano y abogó por estudiar las tribus
que aún vivían de manera salvaje, comparándolas con vestigios para reconstruir la historia de los
antepasados fósiles (1881). Moreno se interesó en el estudio etnográfico del indígena vivo
mientras que, paradójicamente, planificó y participó en su extinción. Para esto,
metodológicamente, dio inicio a las primeras etnografías argentinas, utilizando, junto con
Ambroseti, cápsulas etnográficas fundamentadas en relatos de viajes y estampas etnográficas.
Inspirado por lecturas de Buffon, Humboldt, Darwin y D'Orbigny, Moreno concluyó que un museo
debía ser el resultado de viajes exploratorios y de investigación directa en el terreno. Moreno
actuó como un verdadero intermediario entre dos culturas, navegando entre el motivo romántico
del noble salvaje y la política de fronteras, siendo un adelantado en ese contexto (Stagnaro, 1993).
Tomó conciencia de ser un último testigo en el proceso de transición de los nativos americanos de
comunidades vivientes a grupos sobrevivientes. Este papel de testigo último, asumido por muchos
de la época, se manifestó de manera teatral a través de los museos, donde se anunciaba y
demostraba el fin de la historia indígena, siendo la deshistorización la esencia del proceso
(Stocking, 1989 en Stagnaro, 1993). Las revelaciones sobre el Museo Antropológico y los trabajos
de Moreno sugieren que Argentina contaba con destacados intérpretes en antropología y
paleontología, “intérpretes de la altura de Burmeister y Darwin” respaldados por museos que
albergaban una importante colección de huesos fósiles y objetos antropológicos (Sarmiento, 1899,
7).
Esta diferenciación con el evolucionismo, sin embargo, no debe entenderse de manera radical, ya
que, como señala Restrepo (2016), algunos evolucionistas como Morgan y Tylor, no descartaron el
préstamo o la difusión, sin embargo le otorgaron un lugar marginal en la evolución sociocultural.
De hecho, Rivers, al igual que otros, se convirtió al difusionismo.
Dentro de sus principales aportes, esta escuela introdujo el análisis geo-histórico, anticipándose a
la noción contemporánea de “circulación”, ya que resaltó la diversidad de orígenes y recepciones
culturales producto de las migraciones, el comercio y las guerras entre sociedades. De acuerdo con
esto, promovió el establecimiento de cronologías y rutas de difusión, buscando identificar las
áreas de expansión y evidenciar los procesos históricos que influyeron en la configuración de
áreas culturales específicas. Para esto, promovió el uso de mapas como herramientas empíricas
asociadas al espacio, los cuales permitirían visualizar la difusión de los rasgos o complejos
culturales en su totalidad (Restrepo, 2016).
Respecto a la división de los estudios sobre “pueblos con historia” y “pueblos sin historia”, Ratzel
rechazó esta separación, argumentando que todos los pueblos, independientemente de si
guardaban los sucesos en la memoria, o no, eran resultado de los mismos. Por esto, su concepción
de la historia se centró en los hechos ocurridos, más que en su recuerdo, recalcando cómo la
historia de la humanidad representaba un avance constante de un estadio a otro (Ratzel, 1885).
Su noción de determinismo geográfico, introdujo una metodología que fusionó el análisis de las
circunstancias externas de los pueblos, es decir, sus características geográficas, con su evolución
histórica. Desde esta perspectiva, abogó por examinar las disparidades en el progreso gradual de
los acontecimientos de los pueblos, identificando las condiciones externas que obstaculizaron su
avance. De acuerdo con esto, dicho “estancamiento” solo podía entenderse en función de las
especificidades del lugar, incluyendo su ubicación y clima (Ratzel, 1885). En consonancia con esta
premisa, Ratzel postuló que atributos de los grupos sociales, como su autonomía y su dominio
sobre el entorno, estaban condicionados por factores naturales, los cuales resultaron ser
determinantes en procesos como la acumulación de riqueza y el desarrollo cultural (1885).
Ratzel argumentó que la periferia de un Estado, o lo que también denominó frontera, influía en su
poder y actuaba como la epidermis de un ser biológico. Según el politólogo Kaldone G. Nweihed
(1990), para Ratzel los Estados fuertes mantenían conexiones sólidas entre la periferia y el núcleo,
mientras que los débiles carecían de dicho control, afirmando que las fronteras de los Estados
poderosos eran más orgánicas que las fronteras de los estados más débiles (1990).
Aunque Durkheim invitó a Ratzel a aceptar la etiqueta de sociólogo y a alinear su trabajo con las
ciencias sociales, Ratzel defendió la relevancia del factor geográfico en la comprensión de la
sociedad, criticando la falta de atención hacia el territorio en la sociología contemporánea
(Carvalho, 1997). Esta divergencia evidencia una disputa fundamental sobre la relación entre el ser
humano y su entorno, así como sobre los límites y enfoques de las disciplinas sociales en la
comprensión de la complejidad humana.
Influenciado por los estudios de Ratzel sobre las migraciones y su relación con la difusión de la
cultura, Frobenius argumentó que las culturas evolucionaban en círculos independientes, en lugar
de seguir un único camino. Estos círculos culturales se extienden por regiones no necesariamente
continuas, trascendiendo las fronteras continentales, y se les puede asociar a macroestructuras
civilizatorias, las cuales le imprimen una lógica o regularidad a la forma en que las migraciones se
dan y en cómo se mantienen ciertas prácticas culturales a lo largo del tiempo y en diferentes
regiones geográficas.
En el segundo período, Frobenius transitó hacia una perspectiva más intuitiva, destacando que las
dos concepciones del mundo (la mecanicista, centrada en leyes causales, y la intuitiva, enfocada
en comprender la estructura general del devenir) coexisten, por lo que el mundo no puede
concebirse exclusivamente de una u otra manera (Frobenius, 1934).
Cada civilización posee su propio Paideuma, o genio cultural, es por esto que, el Paideuma de una
cultura debe ser considerado como una entidad superior a los individuos que la componen. Existen
dos formas básicas de Paideumatias para Frobenius: el “mundo caverna”, asociado con la ley y
representado por oriente, los judíos, los franceses y los árabes; y el “mundo lontananza”, asociado
con la libertad y la espiritualidad, donde se revela la verdad última de la vida, la cual asocia con
occidente, Egipto, los griegos, los germanos y África (Frobenius, 1934)
El análisis de Fabian (1997) sobre el informe de Frobenius “A la sombra del estado del Congo”
(1907) revela varias tensiones producto de las prácticas antropológicas de su época. Aunque
Frobenius se presenta como una figura poderosa en su informe, su comportamiento paternalista y
violento hacia sus ayudantes africanos refleja el racismo de la época. Fabian analiza cómo
Frobenius utiliza la objetividad del reportaje para legitimar la violencia colonial, destacando cómo
el pensamiento imperialista permea la etnografía, cuestionando la autoridad moral de los
etnógrafos y su relación con la violencia política colonial (1992).
Aunque su trabajo generó tensiones, como señala Fabian, debido a su reproducción del
pensamiento colonialista, y a la crítica hacia su método comparativo por su falta de rigurosidad
científica al basarse en análisis cualitativos y especulativos en lugar de datos empíricos y análisis
cuantitativos, el enfoque holístico de Frobenius hacia el estudio de las culturas humanas, su
énfasis en la importancia de la comparación cultural y su metodología de trabajo de campo siguen
siendo relevantes y continúan inspirando a el trabajo antropológico hoy.
Su conexión con Italia ejerció una influencia significativa en su nacionalismo cultural argentino. Es
importante destacar que el italiano común que emigraba a Argentina en ese período era afín al
nacionalismo italiano, y al encontrarse con la figura de Perón, adoptaba el nacionalismo argentino.
El trabajo de Imbelloni refleja este cambio, ya que incorpora elementos del nacionalismo italiano,
adaptándolos al contexto del “orden social” promovido durante el primer peronismo (antes de la
introducción de la “justicia social” por parte de Eva Perón).
Los estudios de Imbelloni sobre las poblaciones indígenas y su protección en reservas se enmarcan
en una postura de rescate (o salvataje), motivada por la desaparición de los indígenas durante las
masacres llevadas a cabo en el contexto de la llamada “conquista del desierto”. Esta brutal
campaña contribuyó a la desindianización de Argentina y promovió el blanqueamiento de la
identidad nacional, fusionando elementos criollos y europeos. En este contexto, Imbelloni abogó
por preservar a las poblaciones indígenas en reservas donde pudieran ser estudiadas y valoradas
por su importancia científica. Su enfoque refleja la urgencia de rescatar y proteger lo que quedaba
de estas comunidades ante su casi extinción debido a la violencia colonial y las políticas de
asimilación.
En el enfoque de Imbelloni, influenciado por las ideas de Frobenius, la cultura se concibe como
una entidad viva y autónoma, que abarca dimensiones metafísicas. Sin embargo, reconoce que no
todas las culturas alcanzan el mismo nivel de “maduración”, lo que sugiere la posibilidad de que
algunas culturas sean absorbidas o suprimidas por otras más dominantes. En ese sentido,
Imbelloni sostiene las culturas experimentan un apogeo seguido de una decadencia, desafiando
así la noción de una evolución ascendente unidireccional.
En su estudio del hombre espiritual, Imbelloni se alejó del racionalismo del iluminismo y del
método científico, empirista y positivista, y, desarrolló un tipo de conocimiento “intimista”" o
intuitivo, caracterizado por ser directo y no mediado. Para él, comprender el verdadero sentido de
las culturas implicaba permitir que ese sentido surgiera intuitivamente en la mente del
investigador, en lugar de seguir un enfoque arbitrario o racionalista.
Si bien Imbelloni promovió un enfoque más intuitivo y subjetivo en su estudio del hombre
espiritual, el cual le permitiera captar la esencia espiritual y significativa de las distintas
manifestaciones culturales, esto entró en tensión con las corrientes dominantes de pensamiento
que privilegiaban un método más científico y racionalista.
En las primeras dos décadas del siglo XX, una emergente corriente antropológica que se carateriza
por su énfasis en la reconstrucción histórica cultural particular de cada sociedad, surge en los
Estados Unidos (Restrepo, 2016, p. 21). Tiene como antecendete el proceso en marcha de
profesionalización de la antropología, que se viene concretizando con la fundación de la Bureau of
American Ethnology (BAE), como un departamento de la Smithsonian Institution en 1879 (una
iniciativa completamente financiada por el Estado -ciencia gubernamental). Aunque durante esta
época comienza a surgir el pago de salarios por la actividad laboral de los antropólogos y
amateurs, no existía aún un campo académico como tal; no se impartían cursos específicos de
antropología.
Un caso bastante representativo de este proceso fue el de John Wesley Powell, mayor del ejercito
y antropologo amateur. Powell exploró todo el territorio norteamericano y realizó un estudio de
las tribus nativas cuando aún estaban dispersas y no habían logrado ser sometidas en su totalidad.
Este esfuerzo quedó registrado en “Mapping America”, un estudio topográfico en el que trató de
hallar la potencialidad de los territorios, además de estudiar la población y su clasificación en
términos lingüísticos (siguiendo el estudio filológico ya presente en el trabajo de Morgan).
Además, el relativismo cultural constituye otro de los postulados teóricos centrales del
particularismo histórico. Desde el relativismo cultural se argumenta que no hay culturas superiores
a otras sino que cada cultura es valorable sólo en sus propios términos. Esto cuestiona la premisa
evolucionista de que las fases de evolución constituyen una escala de valoración donde la
civilización europea ocupa la cúspide del proceso evolutivo. (Restrepo, 2016, p.21)
Conocer estas particularidades históricas y cultares, para esta corriente antropológica, implica
situar el trabajo de campo como herramienta metodología indispensable. El particularismo
histórico parte de la idea de que se debe conocer desde el corazón (herzensbildung), es decir, que
debe haber una disposición afectiva y dialogo por parte del antropólogo. De acá se desprende la
etnometodología de los años 90, según la cual la interacción permite descubrir los conocimientos
ocultos, en este contexto el punto de vista nativo empieza a cobrar relevaciá, se desarrolla una
hermenéutica del punto de vista del autor. La conclusión a la qeu se llega es que el trabajo
etnográfico se debe “imitar”, ponerse al mismo nivel del nativo para enteder su mundo.
En otros palabras, la cultura es una creación accidental de elementos que implica conocer la
necesidad de las realidades efectivas para poder realizar un estudio riguroso. Pero también es una
totalidad espiritual que les da forma de manera singular , es decir, que el antropólogo debe tomar
la forma del cosmógrafo que capta esa unidad subjetiva del genio/patrón de la cultura. La cultura
es, siguiendo la perspectiva sintomática de Freud, un fenómeno inconsciente.
Con respecto a las objeciones que se le han hecho a la corriente del particularismo historicista,
encontramos una crítica que le realiza el pensamiento posmoderno con relación a la ausencia del
análisis de las relaciones de “poder” en sus estudios. Esta limitación implica que, si uno se rige por
los preceptos del particularismo histórico, cuesta ubicar a alguna cultura en lo que hoy se
denomina “posición colonial”. Además, parece que sigue atrapada en lo que se conoce como
antropología salvaje, es decir, que sólo se interesa por las tensiones del pasado y los elementos
explicativos de la desaparición de una cultura, abandonando su implicación en el presente como
parte de su compromiso intelectual.
Por otro lado, se ha señalado que el particularismo histórico que se desarrolla, es propuesto en
términos de un relativismo histórico. Al renunciar a la producción de concpetualizaciones de
caracter más general, se expone a una incomprensión de las relaciones históricas globales que
sirven de plataforma para el surgimiento de las histórias particulares.
Franz Boas es la figura más destacada de la corriente del particularismo histórico y, para muchos,
el verdadero padre fundador de la antropología moderna en los Estados Unidos. Nace en
Alemania, hijo de judíos liberales asimilados (progresistas). Se forma originalmente en ciencias
biológicas como un antropólogo físico, sin embargo, dada su tradición germánica, combina una
mezcla entre poética, intuición y positivismo, en la que el científico se entiende como poeta en
última instancia.
En 1883 viajó al Ártico con la intensión de realizar una serie de mapas geográficos así como de
estudiar los efectos del clima en la vida de las poblaciones locales. En su formación de geógrafo
había sido discípulo de Friedrich Ratzel, quien era uno de los defensores del determinismo
ambiental, esto es, una convicción sobre el modo en que el entorno determina los modos de vida
y las formaciones sociales y culturales. No obstante, sus observaciones sobre las poblaciones
locales del Ártico no concordaban con este determinismo, lo que lo distanción de esta perspectiva.
(Restrepo, p.21).
Migra en 1889 a Estados Unidos debido a los topes profesionales que empiezan a imponer a los
judíos con el surgimiento del sionismo; 20 años después de su llegada se instala y en 1901 funda el
primer departamento de antropología en la universidad de Columbia (donde enseñó hasta 1941).
Consolidandose como el maestro de una generación destacada de antropólogos que se
convirtieron en los representantes más reconocidos de la disciplina en ese país (Restrepo, 2016,
p.22).
Con relación a sus avances teóricos, uno de sus más desafiantes objetivos fue el de realiza un
estricta distinción entre los conceptos de raza, cultura y lenguaje en tanto campos autónomos. En
su intento por refinar el difusionismo, buscó identificar el origen de cada uno de estos campos, el
modo como se emparentan, y la forma en que surgen las divergencias entre ellos. Esto implicó una
cuestión arqueológica: aprender las lenguas, preguntarle a la gente por su historia, y promover el
desarrollo de estudios sobre la distribución de rasgos culturales: “se acostumbra describir la
cultura como cultura material, relaciones sociales, arte y religión. Las actitudes éticas y las
actividades racionales fueron tratadas muy superficialmente, en general, y rara vez se incluyó el
lenguaje en la descripción de la cultura”. (Boas, 1943, p.160)
Además, como una novedad sin precedentes en el campo metodológico de la antropología, Boas
fue el único practicante de los 4 campos de lo que se suponía eran la combinación que daba vida a
la antropología, esto es: la física, la geografía, la historia, la etnología y la lingüística. En la biología
se centró en la razalización y la humanización; en la lingüística analizó los pueblos sin lenguaje
escrito; en la etnografía/etnología, analizó los pueblos sin registro histórico; y en la arqueología,
clasificó en, prehistórica, las sociedades de 10000 años atrás, menos desarrolladas, y
precolombina, a las de 2000 años atrás. Se le llamo ásí, antropología de las grandes síntesis: el
hombre biológico, el hombre cultural, el hombre lengua.
Este antecedente lo llevó a considerar los pueblos como resultado de una contingencia histórica, y
apartir de este principio, en tanto judío no practicante, realizar una crítica de la idea de pueblo
“elegido” no es esencialista. Por Influencia de Dilthey, consideraba que cada individualidad
histórica tiene su propia visión del mundo su cosmovisión (weltschaaung), lo que lo acercaba a un
punto de vista relativista cultural por época y por geografía.
Con relación al concepto de cultura, durante su formación y desarrollo intelectual fue cambiando
en su obra: primero, con Bastian y Virchow, cuando trabajó en el museo de Berlín, se entendida
como una totalidad. Luego, con la influencia de Herder, la asocició a cada pueblo de manera
específica. Específicamente, Boas “como la totalidad de las reacciones y actividades mentales y
físicas que caracterizan la conducta de los individuos componentes de un grupo social, colectiva e
individualmente, en relación a su ambiente natural, a otros grupos, a miembros del mismo grupo y
de cada individuo hacia sí mismo, los productos de estas actividades y su función en la vida de los
grupos” (Boas, 1943, p. 160). Sin embargo, él advierte que “la simple enumeración de estos varios
aspectos, de la vida no constituyen empero, la cultura. Es más que todo esto, pues sus elementos
no son independientes, poseen una estructura” (Boas, 1943, p.160)
Ahora bien, sus objeciones a las escuelas que le preceden deben ser bien matizadas. La crítica de
Boas al evolucionismo, por ejemplo, puede verse como una parte de la reacción alemana contra
Darwin, una aplicación en una nueva esfera de las teorías que Boas tomó de su maestro Virchow.
(Kuper, 1989, p. 34). Para él, no hay divisiones, no hay jerarquías en el desarrollo de las culturas,
todas las culturas son válidas, solo que hay unas creativas, y otras que no, con lo que rompe con la
idea de la colaboración entre las culturas (difusión). En este sentido, no es propiamente un
antievolucionista, no lo deslegitima, solo critica las limitaciones del método (la cuestión de la
serie).
Está en contra de todo intento raciológico por determinar un tipo asociado a una raza específica.
De que hay tipos fundamentales de razas: no es que no existan, sino que, según su criterio, en su
interior hay una variedad monstruosa en donde ciertos tipos se parecen a otros sin que haya
mestizaje. Si bien hay una continuidad, no se pueden trazar los niveles, umbrales, ni otorgar
valores morales asociados al fenotipo. En resumen, para Boas no existe las razas en el plano de la
apariencia, es decir, en el fenotípico.
Entre los alumnos más destacados que siguieron la senda de Boas se encuentran: Herskovits,
Margaret Mead, Ruth Benedict, Sapir, Lowie y Kroeber. Sin embargo, fue Edwar Spair quien
desarrolló su análisis sobre el lenguaje, estudiando el parentesco de las lenguas y su forma
original.
Sapir escribe su obra a inicios del siglo 20, en el contexto del surgimiento de la lingüística como
disciplina. Con este texto, el autor propone una lectura integral del lenguaje, explorando temas
como la fonética, la morfología, la sintaxis, la semántica y la psicología del lenguaje, haciendo un
especial énfasis en la relación que existe entre el lenguaje y la cultura, y su mutua influencia..
Sapir afirma que con la cultura ocurre lo mismo que con la raza. En una misma cultura entran a
menudo lenguas disímiles, y otras veces ocurre que lenguas muy emparentadas —o aun una sola
lengua— pertenezcan a esferas culturales distintas (Sapir, 1921. Pp. 241-242) Según él, hay una
diversidad lingüística que genera mundos diferentes, estas son las estructuras gramaticales básicas
de una lengua. Bajo esta premisa, él sostiene que las lenguas generan mundos, y que estos
mundos, no están hablando del mismo mundo. Lo que propone entonces es una suerte de
“relativismo lingüístico”, que lo lleva a la conclusión de que el lenguaje es influenciado, de manera
directa, por la forma en que se percibe y conceptualiza el mundo (Spair, 1921)
Uno de sus más grandes aportes tiene que ver con su planteamiento del concepto de “fonema”.
Para Sapir, elistema fonológico de la lengua se adquiere de manera inconsciente. Cada hablante
reconoce un sonido psicológico de manera inconsciente, con un valor diacrítico, de modo que los
sonidos y conceptos no se pueden separar.
Para Sapir, el “genio fonético” solo puede ser comprendido a partir del análisis de todos factores
dinámicos de un idioma, y su propio “sistema sonoro”. Señalando que, “los elementos fonéticos o
ciertos rasgos dinámicos como la cantidad y el acento, tienen “valores” psicológicos variables”
(Sapir, 1921. p. 66). Esto no significa que la estructura de una lengua sea inmutable (puede
contraerse, ensancharse, cambiar su complexión funcional), sin embargo, el ritmo de su cambio es
menos rápido que en de los sonidos en cuanto tales. Así, pues, cada idioma está caracterizado no
sólo por una estructura gramatical definida, sino también, y en la misma proporción, por su
sistema ideal de sonidos y por la estructura fonética subyacente (sistema de átomos simbólicos…)”
(Sapir, 1921. p. 68).
Hay cultura genuina en la cultura occidental, pero también en e los pueblos (kwakuilt), lo cual se
ve reflejado en la integración entre la cultura, el grupo e individual. Cuando no se satisfacen los
deseos de la cultura que ella misma creó son culturas inauténticas o espuria. Están alienadas. No
las piensa en clave evolutiva. En este sentido, va más allá del relativismo cultural, y da el primer
paso hacia la antropología cognitiva. Según Sapir, el error de los lingüistas en campo es confundir
sonidos de otras lenguas, estos antropologos traducen dentro de su propio patrón psicológico.
El funcionalismo considera que es posible ofrecer una explicación antropológica al margen del
cambio, simplemente haciendo énfasis en el examen de las funciones. Esto conlleva que se haga
énfasis en el estudio sincrónico de la articulación de los diferentes elementos de una sociedad o
de una institución entre sí, la manera como forman un sistema y la función que cada uno
desempeña dentro de éste. Por tanto, en el análisis funcional lo que cuenta es la identificación y
comprensión de la función que desempeñan los diferentes componentes de la cultura. (Restrepo,
2016, p.32)
Otro de los postulados de la escuela funcionalista radica en que considera que la sociedad, o la
cultura, deben ser estudiadas como si fueren organismos. Este postulado del funcionalismo puede
ser llamado el de la analogía organicista. Tanto en Malinowski como en Radcliffe-Brown la biología
es una fuente de inspiración teórica, derivando de ésta la idea de que debe estudiarse la sociedad
o la cultura como si fuese un organismo individual. (Restrepo, 2016, pp. 29-30)
El grueso del trabajo de los primeros funcionalistas son etnografías de una gente en concreto. Esto
es conocido como microanálisis y contrasta con la perspectiva de los evolucionistas y difusionistas
de hacer énfasis en la historia evolutiva o la cultura de la humanidad en general. Lo que está en
juego es la idea de que la cultura o la sociedad, están pensadas en términos de equilibrio; de
orden, más o menos, en equilibrio. No están pensados como sistemas intrínsicamente dinámicos,
que están en perpetuo cambio. (Restrepo, 2016, pp. 32-33)
Para algunos críticos, como Lévi-Strauss, la afirmación de que una sociedad o cultura funciona es
una perogrullada (una trivialidad y obviedad), pero decir que todo en esta sociedad o cultura
funciona es realmente un absurdo teórico que no se demuestra empíricamente. (Restrepo, 2016,
p. 35)
Otra de las críticas más recurrentes que se le ha hecho al funcionalismo británico es su asociación
con el colonialismo (Leclerc, 1973). Su asociación no es sólo en cuanto los antropólogos británicos
funcionalistas realizaron gran parte de su trabajo de campo bajo el amparo de la administración
colonial de su país en territorios coloniales ni que sus conocimientos fueron utilizados por el
aparato colonial para implementar modalidades de control y dominación más efectivas, sino
también en que las premisas teóricas del funcionalismo son ideológicamente compatibles con el
colonialismo. Pocos antropólogos británicos funcionalistas consideraron relevante incluir
sistemáticamente en sus estudios el hecho mismo de la dominación colonial. En la misma
dirección, al pensar en términos de funciones y de totalidades en relativo equilibrio en un
momento determinado, las relaciones de poder exteriores y los conflictos inmanentes caen por
fuera de lo pensable. (Restrepo, 2016, pp. 35-36)
En su reconocido trabajo sobre la división del trabajo social (1983) se pregunta ¿qué mantiene la
unidad social? . Para responderlo divide las sociedades en sociedades simples: homogéneas,
donde el yo y el nosotros son lo mismo, debido a la solidaridad mecánica. Y las sociedades
complejas: diversas, donde el origen debe ser orgánico, no artificial.
La polémica entre Émile Durkheim y Gabriel Tarde fue un debate fundamental en el campo de la
sociología a fines del siglo XIX y principios del siglo XX. La controversia se centró en dos visiones
opuestas sobre la naturaleza de la sociedad y los métodos de estudio sociológico.
Durkheim sostenía que la sociedad era un ente colectivo con características y propiedades
distintivas que iban más allá de la suma de los individuos que la componen. Para Durkheim, la
sociedad era una realidad objetiva que existía de manera independiente y tenía un impacto
significativo en el comportamiento humano. Además, argumentaba que la sociedad se podía
estudiar utilizando métodos científicos y cuantitativos. Durkheim enfatizaba la importancia de los
hechos sociales, como normas, valores y estructuras institucionales, y cómo influían en la vida de
las personas.
Por otro lado, Tarde se centraba en el individuo como la unidad fundamental de la sociedad.
Sostenía que las interacciones y las influencias sociales se basaban en las acciones y las relaciones
entre individuos, y no en una realidad social objetiva. Tarde argumentaba que la sociedad era el
resultado de las interacciones individuales y que las estadísticas y los métodos cuantitativos no
podían capturar adecuadamente la complejidad de la vida social. En cambio, defendía el uso de
métodos cualitativos y enfatizaba la importancia de comprender las motivaciones y las decisiones
individuales.
Para Durkheim decir que los hechos sociales constituyen una realidad sui generis significa que son
una realidad en sí, que no se puede descomponer en distintas partes sin perder la esencia del
todo: “tiene sus caracteres propios que no se encuentran, o que uno no encuentra bajo la misma
forma, en el resto del universo. Las representaciones que la expresan tienen, pues, un contenido
distinto que las representaciones puramente individuales y se puede estar seguro de antemano
que las primeras agregan algo a las segundas” (Durkheim 1912, p.47).
Marcel Mauss es el reorganizador de la etnografía francesa. Igual que los ingleses y los
americanos, los franceses realizaban estudios de campo y producían datos, sin embargo, solo
hasta 1925, junto con Rivet y Lévy-Bruhl, fundan el Instituto de etnología francés, el cual fue
financiado por parte de las administraciones coloniales.
Él basa este análisis en el “modelo potlatch” del cual nos dice: “Nos queda ahora por comprender
a fondo la institución de la prestación total y del potlatch, buscando la explicación de dos
momentos que le son complementarios, ya que la prestación total comprende no sólo la
obligación de devolver los regalos que se reciben, sino que supone otras dos tan importantes
como: la obligación de hacer, por un lado, y la de devolver, por otro. La teoría completa de estas
tres obligaciones, de estos tres temas de un mismo complejo, serviría de explicación fundamental
suficiente de esa forma de contrato entre los clanes polinesios” (Mauss 1938, p. 169).
Es decir, el ploatch o “regalo”, tiene la triple obligación del don que ya se mencionaba. Según el
autor, esta abstracción permitiría el uso del modelo como un modelo de comparación. Da cuenta
de un sistema de intercambio dentro de la tipología social, de “prestaciones reciprocas totales” de
tipo agonístico entre dos partes. “En este tipo de intercambio, las partes involucradas no solo
intercambian bienes o servicios, sino que también establecen una relación social que implica una
obligación de reciprocidad”
Ahora bien, con relación a sus avances teóricos, Mauss quería superar el lastre metafísico presente
en el trabajo de su maestro y tío, Durkheim, asociado a su análisis (neokantiano) sobre “los
valores”, y resaltar la importancia del componente empírico. Retoma lo concreto, es decir,
categorías como “cuerpo humano”, “persona”, “nación”. Critica la noción de “nacionalidad”, la
cual opera como antecedente del surgimiento del nacismo.
Desde su punto de vista, el hecho social no es una cosa que se impone, es un símbolo. El “hombre
total” representa un puente edificado entre la biografía individual de una persona y todas las
fuerzas sociales. En este sentido Mauss articula un triple punto de vista: biológico, sociológico y
psicológico, e introduce el concepto de “hecho social total”, el cual tiene múltiples dimensiones:
morfológicas, económicas, jurídicas, etc., incluyendo lo individual también.
En cuanto a su metodología, Mauss no tiene propiamente un sistema, plantea un modelo con base
en los elementos que se deben comprobar empíricamente, da algunas instrucciones sobre ¿qué
debe hacer un observador in situ?, pero en su manual etnográfico no aporta una reflexión
metodológica.
En su libro Divisiones y proporciones de la sociología (1927), Masus sostenía que las sociedades
buscan “levantar el velo de los símbolos y sin desgarrarlo, tejerlo de nuevo”, relacionándolo con la
idea de venda como “velo” propuesta por Heidegger. En este sentido, no hay una “revelación”
sino una “develación”. Para esto, el analista debe compartir previamente algo con el mundo que
está analizando.
Desde el punto de Lévy-Strauss, Mauss logra evitar los errores de Durkheim, y presentaría un
método mucho más satisfactorio: “Mauss había comprendido mejor que nadie el carácter
relacional del pensamiento simbólico, y, habría sido el primero en la historia del pensamiento
etnológico en transcender la observación empírica y alcanzar realidades más profundas, pero, en
función del algebra, logrando así la “«matematización progresiva» de las ciencias sociales”
(Cazeneuve, 1970. p. 6).
Bronislaw Malinowski nació en Cracovia (Polonia) el 7 de abril de 1884. Leyó el libro de Frazer La
rama dorada que orienta su interés por la antropología. Realizó estudios en física y química, los
que combina con psicología, e historia económica. Para 1910, empieza sus estudios en Gran
Bretaña, en el London School of Economics y en 1912 consigue fondos para adelantar su primera
investigación de campo en Nueva Guinea. La primera guerra mundial lo sorprende en campo, y
siendo polaco, se le niega la posibilidad de regresar a Inglaterra. Solicita un permiso con el
gobierno Australiano para que se le conceda el adelantar su trabajo de campo, el cual es otorgado.
En este marco, Malinowski adelanta, en las Islas Trobrian, con lo que publica en 1922 su libro Los
argonautas del Pacífico occidental y formula algunos de los criterios centrales de lo que se
constituyó la etnografía moderna. (Restrepo, 2016. p.28)
Siembra la antropología social en Gran Bretaña y USA que, en términos generales, es una versión
de la antropología social en la que ya no interesa la biología ni el pasado. Busca delimitar un
campo de estudios a partir de la definición de unas reglas y procesos de legitimización académica.
Esta denominada antropología social, tiene la función de apoyar el diseño de políticas públicas
bajo la lógica del gobierno indirecto colonial británico. Busca una base científica que le permita
guiar a los hombres de gobierno en las colonias, es decir, la forma más humana para establecer las
relaciones de dominación.
En África descubre que la antropología no puede sobrevivir sin una fuente de financiamiento. Para
sostenerse, ofrece sus servicios a los Rockefeller (magnates del petróleo), y los Carnegie
(magnates del acero). Para darle relevancia a sus peticiones, debía probar pará qué era buena la
antropología. Según Malonowski, la antropología permitía comunicar al administrador colonial, a
los funcionarios encargados de reproducir la situación colonial en África de los 30 y 40s, cómo
funcionaban las instituciones nativas, cómo tienen que proceder, cuáles eran las cosas que se
debían conservar del mundo nativo. Todo esto, desde una mirada funcionalista, es decir, una
mirada que considera que todas las instituciones están en relación unas con otras; y, que, si
cambian las reglas de transmisión de la herencia, por ejemplo, se puede generar todo un efecto
domino que puede generar una desestructuración social, una crisis económica, y una crisis política
del dominio colonial.
En cuanto a sus aportes teóricos, Malinowski crítica al evolucionismo de Spencer, Tylor y Frazer, e
introduce visiones alternativas a la teoría de la religión entre los discípulos de Tylor: Marett y Lang.
Procurar la calidad de los datos, según él, es la diferencia entre los amateurs y los antropólogos, es
decir, la metodología, la cual debe estar fundamentada en ellos, y debe reglamentar el cómo y el
qué se deben buscar, esto es, comparaciones con mayor similitud.
Según su propuesta, las “instituciones” son las unidades elementales y concretas en los estudios
antropológicos. Estas unidades deben ser estudiadas no sólo en cuanto a describir cual es la
función que desempeñan, sino también a plantear cómo se encuentran interconectadas con las
demás elementos de la totalidad cultural (Restrepo 2016, p. 32).
Su propuesta metodológica tiene tres vías: La primera vía (la anatomía): Método de
documentación concreta. La estadística permite construir esquemas. La segunda vía (el análisis de
la práctica): Se fijan los imponderables de la vida real y el tipo de comportamiento. La tercera vía:
Colección de informes, narraciones características, expresiones típicas, datos del folklore y
fórmulas mágicas que se agrupan en los corpus inscriptionum, que exponen la mentalidad
indígena.
Dentro de algunas objeciones que se le presentan a su trabajo, se ha señalado que tiene un sesgo
en la comprensión de la reproducción social, asociado a la noción de “equilibrios dinámicos” ya
que interpreta los quiebres como ruido, como anormales. Para Malinowski todo está relacionado
con todo, sin embargo, no lo teoriza. De acuerdo con esto, las prácticas culturales y sociales no
pueden ser entendidas aisladamente, sino que deben ser analizadas en relación con su función
dentro de un sistema más amplio. Aunque su holismo es un paso adelante, no encuentra un
determinante que explique esa lógica global (como la economía en Marx), ya que todo es
multicausal.
Fue una de las figuras más destacadas de la antropología británica de la primera mitad del siglo XX,
y en particular uno de los propulsores del enfoque funcionalista. Dentro de sus aportes a esta
escuela de pensamiento se encuentran la noción de estructura social y su énfasis en el carácter de
ciencia natural de la antropología, considerándola como sociología comparada. (Restrepo, 2016,
p.28)
Su concepto de estructura social contrasta abiertamente con la idea que Lévi-Strauss tiene de
“estructura”, más desde el enfoque formalista del estructuralismo. Para Radcliffe-Brown la
estructura es un hecho empírico, una realidad concreta. La estructura es algo que uno puede
observar, describir y comparar. Argumenta que la estructura social es un hecho real que el
etnógrafo puede registrar a través de su observación. Más aún, para él la realidad de las
estructuras sociales comparten la misma naturaleza de los organismos individuales: “Las
estructuras sociales son tan reales como los organismos individuales” (Radcliffe-Brown, 1952:
190).
Por otro lado, pregunta por cómo se concibe el conflicto. Según él, la sociedad se forma por un
principio de bipolaridad, de fuerzas centrifugas y centrípetas, por procesos de asociación y
desasociación. La sociedad precisa de la diferencia y de desigualdades para reproducirse, pero
debe, al mismo tiempo, guardar el equilibro para que no desaparezca. Se trata de pensar todo el
campo estructural y no una cultura con relación a otra. Hay una relación total, donde una domina
a la otra, y no se puede entender el cambio social como una interacción entre dos cosas
separadas, sino como algo nuevo dentro de un mismo marco.
Ahora bien, Radcliffe-Brown era claro en considerar a la antropología como una ciencia natural
que, como cualquier otra ciencia, recurría para adelantar sus estudios al “método científico”. Al
igual que la química o la biología, la antropología era una ciencia natural porque aplicaba el
‘método científico’ para el estudio de un ámbito de la realidad: “[…] yo considero que la
antropología social es una rama de las ciencias naturales […] Concibo la antropología social como
la ciencia natural teórica de la sociedad humana, es decir, la investigación de los fenómenos
sociales por métodos esencialmente similares a los que se utilizan en las ciencias físicas y
biológicas” (Radcliffe-Brown 1974: 216).La búsqueda de leyes o principios generales, como se
hacía en otras ramas de la ciencia, era el propósito de la labor del análisis funcional: “El objetivo de
la antropología social es reducir toda la vida social a leyes o principios generales sobre la
naturaleza de la sociedad que permitan formular predicciones” (Evans-Pritchard [1962] 1978: 11).
Para él, las relaciones sociales, cuyo continuo entramado constituye la estructura social, no son
uniones de individuos al azar, sino que están determinadas por el proceso social y toda relación es
tal que la conducta de las personas en sus interacciones con cada una de las otras está controlada
por normas, reglas o patrones. De tal modo que, en cualquier relación dentro de una estructura
social, toda persona sabe que se espera que se comporta con esas normas, y se justifica
esperando que otras personas hagan lo mismo. (Radcliffe-Brown, 1949, p. 19).
Radcliffe-Brown cuestionó, tanto la existencia de una escuela funcionalista, como que él mismo
fuese una de sus figuras: “Se ha dicho en más de una ocasión que pertenezco a algo llamado
‘escuela funcional de antropología social’, y hasta que soy su líder. Esta Escuela Funcional no existe
realmente; es un mito inventado por el profesor Malinowski” (Radcliffe-Brown 1974: 215).
Este rechazo responde más a pugnas internas entre estos dos académicos y al modelo de
antropología como ciencia que avalaba Radcliffe-Brown que al hecho de que no existiese el
funcionalismo ni que él no ocupase un lugar destacado en esa corriente del pensamiento
antropológico. Por sus categorías y propuestas, Radcliffe-Brown elabora lo que se puede
denominar un funcionalismo estructural, estando mucho más cercano a los desarrollos posteriores
del estructuralismo francés que el mismo Malinowski.
El más referido origen del estructuralismo se remonta al trabajo del lingüista sueco Ferdinand de
Saussure. Es Saussure quien da origen a la lingüística estructural, y quien sustenta la noción de
lengua como estructura, el cual será la inspiración del movimiento estructuralista, incluyendo a
Lévi-Strauss. El libro de Saussure, titulado Curso de lingüística general (1916), es considerado como
el origen del estructuralismo. (Restrepo, 2016, p.49)
Los efectos de las estructuras consisten en imponer, a los contenidos mentales y socio-culturales,
ciertas formas que son fundamentalmente las mismas para todos los seres humanos, ya sean
miembros de un país europeo, o de un diminuto grupo de cazadores-recolectores en el lugar
apartado de Europa. (Restrepo, 2016, p. 57)
En la estructura no se considera a los términos en sí mismos, sino a sus relaciones, es, por lo tanto,
un sistema de relaciones y transformaciones, regulado por una coherencia interna que se revela
en el estudio de sus transformaciones. La estructura siempre se esconde debajo de la superficie y
es un modelo construido por el antropólogo para dar cuenta del sistema de diferencias subyace
debajo de las apariencias de la superficie. La estructura es algo inobservable directamente, con
frecuencia inconsciente, pero inteligible. Por tanto, el estudio de los fenómenos conscientes debe
de dejar paso al estudio de su estructura inconsciente. (Restrepo, 2016, p. 58)
El modelo de la estructura construido por el antropólogo hace inteligible lo que a simple vista no
se presenta como tal: evidencia un orden de relaciones en lo que parece caótico y arbitrario, y de
esto se trata su metodología y aplicación fundamental. Supone un empobrecimiento y una
inteligibilidad de la realidad. De un lado, el modelo empobrece la realidad pues el analista
selecciona unos aspectos que considera significativos en la construcción de su modelo. Del otro, el
modelo arroja una nueva luz sobre la ‘realidad’ porque permite identificar el sistema de relaciones
fundamentales que opera detrás de la multitud de expresiones en el comportamiento y en el
pensamiento que de otra forma habrían permanecido desconocidas. De esta manera, el modelo
hace inteligible lo que a simple vista no se presenta como tal: evidencia un orden de relaciones en
lo que parece caótico y arbitrario. En este sentido, puede plantearse. (Restrepo, 2016 p. 59)
En este sentido, puede plantearse que Radcliffe-Brown y Lévi- Strauss entienden la noción de
estructura de manera muy diferente. Aunque están usando la misma palabra de estructura, el
sentido no podría ser más diferente. Mientras que Radcliffe-Brown plantea una noción de
estructura en su marco empírico y naturista, Lévi-Strauss entiende por estructura desde una
perspectiva formalista y no empírica. Entre Radcliffe-Brown y Lévi-Strauss las diferencias en sus
respectivas nociones de estructura pueden ser presentadas sintéticamente mediante una serie de
oposiciones: realidad observada / realidad oculta; red de relaciones sociales / sistemas de
términos-relaciones; real / formal; orgánico / lingüístico; consiente / inconsciente. (Restrepo, 2016
p. 59)
En tanto antropólogo, Lévi-Strauss recoge algunos de los planteamientos del análisis estructural
que se derivaban del trabajo de Saussure y de los lingüistas de la Escuela de Praga, para aplicarlo
en temáticas como el parentesco, la prohibición del incesto, el totemismo, el pensamiento salvaje,
el mito y el arte.
Desde la perspectiva de Lévi-Strauss, una estructura no es una realidad empírica observable sino
un modelo explicativo teórico construido para dar cuenta de los hechos registrados. El análisis
estructural propuesto por Lévi-Strauss es un enfoque lógico o formal, no histórico; basado en la
distinción de lo sincrónico y lo diacrónico de la lingüística estructural. Se centra en la identificación
de las estructuras que, en un momento dado, pueden ser inferidas desde unos sistemas de
parentesco o el pensamiento mítico. Ahora bien, para Lévi-Strauss, el análisis estructural
sincrónico no niega el diacrónico que consistiría en mostrar las transformaciones lógicas de una
estructura en otra. No obstante, esto no significa introducir una perspectiva necesariamente
histórica en el análisis, porque una cosa es mostrar las transformaciones lógicas, y otra muy
distinta, los procesos históricos. (Restrepo, 2016, p. 59)
tres planos interrelacionados de los estudios antropológicos dependiendo del nivel de abstracción
en el que operan. La etnografía… Esto sería posible mediante el trabajo de campo, que implicaría
observación participante y un conocimiento profundo de las poblaciones estudiadas por parte del
etnógrafo... la etnología… caracterizado por la utilización del método comparativo para estudiar ya
no una sola población, sino para contrastar varias poblaciones en búsqueda de generalizaciones de
mayor alcance... en un plano de mayor generalización... [y] el plano de la antropología... con el
mayor grado de abstracción dando cuenta de asuntos que son validos para el conjunto de la
humanidad. De esta manera, etnografía, etnología y antropología se enlazan una a otra en
diferentes planos de estudio y comprensión de las formaciones sociales y culturales. (Restrepo,
2016, pp. 55 -56)
Frente a la noción de “cultura”, eso que en Lévi Strauss aparece como “naturaleza/cultura” es
primeramente “/”. La naturaleza humana no es una “base” biológica sobre la cual “surge”
filogenética y ontogénicamente una “superestructura” cultural. No hay continuidad concebible.
Entre 0 y 1 hay un Big Bang de significación que deja flotando significantes en busca de sentidos y
que apareció, si aceptamos el mito de la temporalidad sucesiva, en “algún momento del
paleolítico”. La barra instala, pues, la paradoja de la unión de los opuestos, de la dis-continuidad,
de la “relación diferencial” (y es homóloga a la propia “barra” de Lacan). ¿Qué es el Hombre? Un
efecto de las operaciones recombinatorias de ese corte, el cual es causa inmanente, sin sustancia,
que solamente “actúa” discriminando. Esta es la consecuencia ontológica de radicalizar la
fonología estructural como modelo de la antropología. De aquí procede aquel intercambio de
palabras entre Ricoeur y Lévi-Strauss. (Axel, s.f., p.1)
Lévi-Strauss no pretende decir nada acerca del Origen, no puede conducirse como la
hermenéutica, bajo el supuesto de que se llegará al estrato más profundo y primero de
significación, aquel donde tras varias evoluciones del círculo hermenéutico, los “horizontes de
sentido” de unos y otros podrán comprenderse mutuamente y se hará carne el kerigma, la
anunciación del “hombre (ya no) desnudo”. (Axel, s.f., p. 2)
Tampoco procede como la fenomenología, a pesar del entusiasmo inicial de su amigo Merleau-
Ponty, salvo como momento final y comprobatorio de un análisis estructural en la propia
experiencia, pero nunca tomando a ésta como condición primaria y vital de la situación de
conocimiento. Y mucho menos se asimila al modo de aproximación historizante, sea en versión
marxista, sartreana o historicista que, supuestamente, harían de la Historia la condición ontológica
de lo humano. (Axel, s.f., p. 2)