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SESIÓN 02: Aplicamos las macrorreglas para identificar la

información relevante de un texto

Competencia: Lee diversos tipos de textos en su lengua materna.

Propósito: Las y los estudiantes, a través de las macrorreglas, identifican información


explícita, relevante y complementaria de un texto argumentativo relacionado al
dengue en el Perú.

NOS INFORMAMOS SOBRE LAS MACRORREGLAS


PONEMOS EN PRÁCTICA LO APRENDIDO
Instrucciones: Lee atentamente el texto propuesto “«El regreso del dengue». Luego:

1. Aplica técnica del subrayado para identificar ideas principales e ideas secundarias.
2. Identifica el tema y subtemas del texto dado.
3. Aplica las macrorreglas para sintetizar la información relevante que identificaste en un organizador
visual.

TEXTO ARGUMENTATIVO:
26 MAY 2023

[COLUMNA] «El regreso del dengue», por Marcos Cueto


Lee la columna de nuestro investigador, Marcos Cueto, escrita para El Diario El Comercio
► https://bit.ly/3qdHfz1

Tras el trágico recrudecimiento del dengue en el Perú hay una historia de desidia y negligencia.
Hace 40 años el dengue no era un problema de salud pública. Inclusive en 1958, el Perú recibió
de la Organización Panamericana de la Salud un certificado por haber erradicado el mosquito
Aedes aegipty en su territorio (lo que supuestamente controlaba el dengue y la fiebre amarilla
urbana). Toda esta ilusión generó una secuencia de complacencia. En 1984 apareció de nuevo el
mosquito en Iquitos, en 1990 se registraron en Iquitos y Tarapoto epidemias de dengue
hemorrágico –la más letal de las versiones de la enfermedad–, y al asomarse el siglo XXI el dengue
era endémico en la costa norte del Perú. Recuerdo que cada uno de estos acontecimientos fue
banalizado por las autoridades con frases falaces como “se trata de un mosquito aislado o casos
importados”, “lo normal es que tengamos solamente la versión no letal del dengue” y “no existe
posibilidades que se extienda a Lima porque la capital tradicionalmente ha tenido baja
transmisión”. Otra ridícula explicación era que en realidad no había nada local que cobijase al
insecto porque se trataba del mosquito “narco” que había venido con las avionetas de cocaína
que aterrizaban en la selva después de haber partido del Caribe donde la enfermedad era
endémica. Y que todo acabaría felizmente con la guerra a las drogas en la que nos estaba
ayudando los Estados Unidos.
Además de banalizar el peligro, se apeló a medidas insuficientes y voluntaristas como recolectar
latas y llantas, así como otros desechos “inservibles” que –aunque parecen no tener valor– son
guardados como un tesoro por los más pobres, el uso de mosquiteros, incursiones irregulares de
los trabajadores de salud –y hasta de soldados– para hacer fumigaciones o la buena voluntad de
las familias por limpiar el agua contaminada que usaban. Pero poco o nada se hizo para resolver
una causa que sostiene la enfermedad: la debilidad de la vigilancia epidemiológica y de los
programas de control de mosquitos en los cada vez más precarizados sistemas de salud que no
fueron una prioridad para los ajustes de los programas estructurales neoliberales ni un tema
pertinente para los servicios médicos privados.

Por otro lado, la mala calidad en el consumo de agua, la desnutrición y la mala nutrición –claves
en la respuesta inmunológica negativa al dengue– han seguido siendo un grave problema. A ello
se le sumó el proceso de urbanización sin sanidad básica adecuada en el que el país se ha
empecinado, el incremento de los viajes nacionales e internacionales sin regulaciones sanitarias,
la ganadería, la ilícita tala de árboles y la minería ilegal que crean las condiciones en las que
florecen las larvas del Aedes. Además, las autoridades políticas mundiales permitieron un grave
deterioro ambiental que hizo que los veranos fuesen más intensos, las lluvias más largas y la
deforestación más extendida destruyendo los depredadores naturales de los mosquitos como
son las ranas y las aves y, con ello, dejaron que el insecto transmisor extendiese su distribución
territorial.

Ahora, el dengue está en Lima y en casi todas las regiones del Perú sobrecargando los hospitales,
revelando los factores de riesgo y vulnerabilidad socioambiental del país y ensañándose con la
población más pobre. Está, porque desde hace unos años, las autoridades y –a veces– nosotros
mismos, tendemos a resignarnos a las epidemias como si fuesen fatalidades naturales
inevitables, a consolarnos identificando un chivo expiatorio al que podemos culpar, desdeñamos
la educación de nuestros compatriotas, así como la participación comunitaria en las acciones de
salud, o nos creemos a ciegas en soluciones incompletas e inmediatistas. De esta manera, la
historia de la salud es una metáfora de la historia política del Perú: el país tiene la vocación de
regresar a sus problemas para no resolverlos. Como si nos deleitase vivir atrapados en un ciclo
de crisis, parches y olvidos que nos impiden progresar realmente y vislumbrar el largo plazo.
La crisis sanitaria actual fue recrudeciendo con el COVID-19 como una epidemia invisible que
toleramos porque parecía escondida dentro de una pandemia gritante. La cuarentena hizo casi
imposible las fumigaciones y el mal diagnóstico se agravó porque algunos síntomas del COVID-
19 –como los dolores de cabeza– son similares a los del dengue. Al final del 2020 habían más de
38.000 casos de dengue en el país, una cifra preocupante si se recuerda la epidemia del 2017 en
la que hubo 68.000 enfermos de ese mal. Asimismo, el coronavirus dejó a miles de personas
desempleadas, expuestas a la desnutrición y al Aedes. Según la Organización Mundial de la Salud
(OMS) la situación del dengue hemorrágico latinoamericano en el 2021 es especialmente grave
en el Perú, Venezuela, Brasil, las Guyanas y Colombia. Toda es parte de un problema mayor: el
número de casos de dengue en la región aumentó en las últimas cuatro décadas, pasando de 1,5
millón de casos acumulados en la década de 1980 a 16,2 millones en la década del 2010 al 2019.

¿Hasta cuándo se va a repetir la historia? ¿Hasta cuándo la salud seguirá su patrón de


emergencia recurrente?

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