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Contribuciones a las Ciencias Sociales

Junio 2010
EL BARRIO Y LA CIUDAD, ESPACIOS EN CONFLICTO: ENTRE LA
EXCLUSIÓN Y LA AUTOEXCLUSIÓN
Osvaldo Velázquez Mejía (CV)
rhazihel@live.com.mx

Resumen
Los estudios sobre la habitabilidad en las ciudades se deben contemplar tres grandes dimensiones
espaciales que conforman a una ciudad: a nivel macro, regiones y zonas metropolitanas; nivel
intermedio, espacio público, colonias y barrios; y, nivel micro, la casa habitación. Cada uno de
estos espacios, aparentemente desligados y contradictorios, se concatenan e integran por una
serie de situaciones políticas, sociales y simbólicas que se manifiestan en la práctica ciudadana y
en la manera de apropiarse del espacio de forma material y simbólica. El pasar por alto dichas
dimensiones de la ciudad, tanto por estudiosos y agentes políticos y sociales es negar la escancia
misma de la ciudad, como espacio de construcción de ciudadanía y de identidad, desembocando
en espacios de exclusión y autoexclusión divididos por fronteras simbólicas.

Palabras clave: ciudad, espacio público, identidad, exclusión, autoexclusión, fronteras simbólicas.

Abstract

Studies on habitability in cities must consider three spatial dimensions that make up a city: at the
macro level, regional and metropolitan areas; intermediate level, public spaces, neighborhoods and
districts; and, the micro level, household. Each of these spaces, seemingly unconnected and
contradictory, are concatenated and integrate a series of political, social and symbolic practice
manifested in public and in the way of taking over the space of material and symbolic form. The
overlook these dimensions of the city, both by scholars and political and social actors is to deny the
city pours itself as a space for construction of citizenship and identity, leading to exclusion and self-
exclusion spaces divided by symbolic boundaries.

Keywords: city, public space, identity, exclusion, self-exclusion, symbolic boundaries.

Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:


Velázquez Mejía, O.: El barrio y la ciudad, espacios en conflicto: entre la exclusión y la
autoexclusión, en Contribuciones a las Ciencias Sociales, junio
2010, www.eumed.net/rev/cccss/08/ovm.htm

Introducción

En los estudios sobre habitabilidad en las urbes podemos hacer referencia a tres grandes niveles
de observación, a saber: nivel macro, que corresponde a grandes extensiones geográficas, como
lo son la Ciudad, Zonas Metropolitanas entre otras; el nivel intermedio, en el que encontramos
Delegaciones, Colonias, Barrios etc.; y, nivel micro, que corresponde al espacio geográfico más
pequeño, la vivienda.

La importancia de estudiar la habitabilidad en el nivel intermedio, es qué este es un espacio entre


la ciudad y la vivienda, es el lugar más próximo al que se enfrenta el individuo poco después de
salir de la privacia del hogar. Es el espacio en donde lo público se entreteje, mezcla y choca con
los imaginarios de lo privado. Es también, la arena en la que se proyectan las políticas públicas y
privadas y se disputan los recursos de un territorio determinado.

Efectivamente, el nivel intermedio es el espacio público qué va a ser conformado, por la vida
cotidiana de quienes lo habitan, lo usan y se identifican con él. Por tanto, en este nivel, el barrio, la
colonia o el pueblo son resultado y síntesis de un determinado contexto social. Resultado, porque
es producto de quienes lo construyen y utilizan cotidianamente; síntesis, porque observándolo
podemos inferir ciertas condiciones económicas, sociales y políticas que intervienen en su
construcción, transformación, conservación, diferenciación y/o reproducción. De aquí en adelante
sólo haremos referencia al barrio.

Sí cómo se menciona líneas arriba, que el barrio es un espacio diferenciado del resto de la urbe
por la experiencia de vivirlo cotidianamente y por los significados que le imprimen sus habitantes,
entonces la ciudad, al estar integrada por un sinfín de barrios, se nos presentará cómo una ciudad
fragmentada, caótica. Por tal premisa es pertinente reflexionar en las siguientes preguntas: ¿El
barrio se incluye o se autoexcluye de la ciudad? y ¿Las prácticas barriales favorecen o no a la
integración social de la ciudad en su conjunto?

Para dilucidar dichas preguntas el presente escrito pretende hacer un ejercicio reflexivo en donde
se abordarán las características del barrio, sus tipos y su proceso de exclusión/inclusión a la gran
urbe con respecto a los límites geográficos-jurídicos y los simbólicos, qué al ser trastocados
afectan la habitabilidad de su habitantes y de la urbe en su conjunto.

El barrio, entorno y vida social

El barrio se erige como una fracción de ciudad que acoge y contiene a una comunidad íntimamente
relacionada por fuertes lazos de convivencia vecinal, tal cómo: visitas reciprocas, camaradería,
vínculos afectivos, reuniones, fiestas religiosas o sociales y expectativas reciprocas que dan vida,
cimientan y le imprimen continuidad a las relaciones entre vecinos, fortaleciendo la vida barrial.

El barrio es también un fragmento, relativamente, autónomo de la gran ciudad. En él sus habitantes


pueden acudir a cines, teatros, ir de compras, jugar, esparcirse, estudiar, trabajar; en fin, en él
quienes lo habitan pueden vivir la ciudad sin necesidad de recorrer grandes distancias. El barrio es,
pues, extensión y síntesis de la gran ciudad. Extensión, porque es parte de ésta y se vincula a
ésta; y, síntesis, porque en él se puede concentrar la ciudad.

Por otra parte, lo que distingue al barrio de otros espacios de la ciudad, como las zonas dormitorio,
es la frecuentación de los espacios y, sobre todo, la apropiación de las calles, los entornos y el
equipamiento (Ledrut, 1968). Luego entonces, entorno y habitante se fusionan en una relación
dialéctica, construyendo pertenencia y vínculo a través del uso cotidiano: “voy al cine de mi barrio”,
“estudio en la escuela de mi barrio” “trabajo en mi barrio”.

¿Pero todos los barrios son iguales? No precisamente, y los podemos agrupar según Ledrut en
tres tipos principales, a saber: barrios viejos, los cuáles fueron asentados en tiempos muy remotos
y guardan una significación muy fuerte en su territorio; los barrios que fueron construyéndose en
épocas más modernas, originados dentro del contexto de las ciudades y vinculados con mayor
fuerza a ésta; y, los barrios nuevos, aún no consolidados, dispuestos en la periferia de las
ciudades. Pero todos ellos con un común denominador: todos y cada uno de ellos cuentan con
prácticas diferenciadas y una identidad propia (Cfr. Ledrut, 1968: 123).

Por tanto, el barrio se construye a través de la experiencia cotidiana de vivirlo y por los significados
que al espacio le dan los individuos, delimitándolo del resto de la gran urbe, por cuestiones
subjetivas y simbólicas; esbozándose una identidad local, diferenciada con necesidades
particulares y prácticas específicas, construyendo un ellos y un nosotros. Los de afuera y los de
adentro.

Julia Flores y Vania Salles nos mencionan al respecto, cuando estudian las condiciones de los
Xochimilcas: “[...] los habitantes de Xochimilco hablan de nosotros, los xochimilcas, guardando una
separación con los otros, es decir con los no xochimilcas, que pueden ser tanto los que habitan la
ciudad de México como en delegaciones distintas” (Flores y Salles, 2001: 65).

Identidad y pertenencia barrial

Al argumentar que el barrio es un fragmento, relativamente, autónomo de la gran ciudad, nos


obliga a decir qué el barrio en cuestiones históricas es también relativamente independiente de la
ciudad. Independencia que parte de una memoria colectiva anclada en un símbolo, icono,
construcción o evento específico, que alimenta un imaginario colectivo y mediante el cuál se
identifican, se reconocen y autonombran individuos y colectividades, a través del tiempo;
diferenciándose de otros y construyendo una forma de relacionarse con ellos mismos y los otros (la
urbe).

Por otra parte, el territorio es de suma importancia en la construcción del sentido de pertenencia,
puesto qué éste es el espacio físico, la delimitación geográfica en donde ocurrieron y ocurren los
eventos históricos. Es también el espacio en el que se enmarcan los símbolos, iconos y
construcciones representativas y vivenciales que permanecen en la memoria colectiva. Por tanto
es el lugar físico donde las prácticas sociales se llevan a cabo.

De tal suerte, identidad y pertenencia son binomios que no pueden ir desligados del territorio,
puesto qué éste los contiene y reproduce, y a la inversa identidad y pertenencia delimitan y
salvaguardan la integridad del territorio, ante los embates de agentes externos. Así pues, identidad
colectiva y sentido de pertenencia son los límites subjetivos y simbólicos del territorio.

Fronteras Barriales: lo formal Vs lo simbólico

Las ciudades modernas se delimitan a través de espacios geográficos-administrativos, para facilitar


el ejercicio de gobierno. La expansión de las ciudades obliga a anexar y a crear, en la mayoría de
las ocasiones de modo discrecional, territorios, pueblos, colonias o barrios que, por una parte,
permanecieron fuera de la lógica de la modernidad y de los contextos jurídicos que sancionan y
ordenan a la ciudad; o bien nacieron con la gran ciudad, pero qué por su dinámica se vinculan a
ésta de forma muy particular. En cualquiera de los dos casos, entran en pugna dos dimensiones
organizacionales opuestas: lo local y lo general, lo homogéneo y lo heterogéneo.

Dentro de este contexto encontramos que los límites y colindancias formales de la gran ciudad no
corresponden a los límites y colindancias de los barrios. Aún y cuando estos nazcan como
producto de la ciudad. En primera instancia, porque la anexión de los barrios ya consolidados se
da de manera forzada, masificando y homogenizando lo heterogéneo; ya sea en nombre de la
modernidad o del bien común. En segunda instancia, porque los barrios vinculados con la urbe han
construido sus límites y colindancias por medio de mitos, tradiciones o prácticas cotidianas muy
locales. Situación qué trasciende cualquier limite o restricción jurídica, política o formal exterior a
los contextos barriales.

Tal situación representa un obstáculo para la integración social, ya qué obliga, en el caso de los
barrios más antiguos, a fortalecer sus colindancias y limites geográficos y hacer más compactos y
excluyentes sus símbolos identitarios. Isabel Flores y Vania Salles nos mencionan al respecto: “una
vez borradas las fronteras geográficas se crean disposiciones a reconstruir las derrumbadas
fronteras en términos subjetivos” (Flores y Salles, 2001: 64).
Para el caso de los barrios ya consolidados y nuevos, las propias dinámicas y las diversas
problemáticas de la ciudad y los procesos de ésta, obligan a los habitantes de los barrios a
adaptarse y a protegerse, aislándose ya sea por medios físicos, rejas o retenes; o por violencia
simbólica o física construida por el imaginario colectivo entorno a su esencia identitaria, barrio de
ricos, de pobres, barrio de peleoneros, de rateros, entre otros.

A modo de cierre

Tras el conjunto de argumentaciones antes planteadas, las respuestas a las preguntas expuestas
al principio del texto, serían las siguientes: que los barrios al tener una construcción relativamente
independiente de la gran urbe éstos se autoexcluyen, porque sus intereses chocan con los
intereses de la ciudad; pero al mismo tiempo la ciudad excluye a los barrios, porque en el trajín de
la expansión ésta no observa lo heterogéneo, puesto que la ciudad gobierna para todos y tiene que
homogenizar, con la problemática que resulta de esto.

Por otra parte, las prácticas barriales al estar cimentadas en una identidad local con símbolos y
significados restringidos a su localidad, éstos no pueden admitir, no al menos en un alto
porcentaje, la unión de otras identidades qué ante los ojos de los localismos son extraños, intrusos
que pueden acabar y poner en peligro sus tradiciones y forma de vida.

Ante este panorama, es importante destacar las categorías de ciudadanía, democracia y proyecto
común. Ya qué si pensamos a la ciudad como un todo, entonces se deberían construir símbolos y
significados que vayan más allá de localismos e intereses particulares y de grupos. Símbolos y
significados que se enmarquen en lo general a tendiendo lo particular, pero sobre todo el bien
común.

Así pues, se debe comprender que la ciudad es un bien, no es una mercancía. La distinción entre
estos conceptos es central para subsistir en la moderna sociedad capitalista. Bien y mercancía son
dos formas distintas de concebir, ver y vivir los propios objetos. Un bien es algo que tiene valor por
si mismo, por el uso que de él hacen, o pueden hacer, las personas que lo utilizan. Un bien es algo
que ayuda a satisfacer las necesidades más elementales: alimentación, cobijo, salubridad; las del
conocimiento aprender y comunicar; las del afecto y del placer, amor, amistad.

Por el contrario, una mercancía es algo que tiene valor solo cuando puedo cambiarlo por moneda.
Es algo que no tiene valor por si mismo, sino solo por lo que puede aportar a la riqueza material, a
al poder sobre los demás. Una mercancía es algo que se puede destruir para formar otra cosa de
un valor económico mayor, es decir, se puede destruir un bosque o una selva o un desierto o una
antigua ciudad histórica para erigir un complejo industrial, comercial o habitacional exclusivo.

Por otra parte, común no hace referencia a lo público, sin embargo, es conveniente que se
convierta en ello. Común significa que pertenece a varias personas unidas por vínculos voluntarios
de identidad y solidaridad. Lo común hace referencia a satisfacer una serie de necesidades que
cada miembro de la comunidad no puede satisfacer sin unirse a los demás y sin compartir un
proyecto comunitario. Cada persona pertenece a varias comunidades: a la comunidad local,
aquella donde nació y ha crecido, donde vive y trabaja, donde viven sus parientes y las personas
que ve día a día, donde están situados los servicios que utiliza cada día. Pertenece a la comunidad
del pueblo, del municipio, del barrio. Pero, al mismo tiempo, toda persona pertenece también a
comunidades más vastas, compartiendo una misma historia, una lengua, una costumbre y
tradiciones. Pertenecer a una comunidad nos hace responsables de lo que en aquella comunidad
sucede, al tiempo que te hace consciente de la propia identidad, distinta de la de los demás. De ahí
la importancia de observar las tres dimensiones de la espacialidad de las ciudades.

La idea de ciudad que se desprende de estas premisas es la de una ciudad que se limita al
“managing” de los conflictos (Petrillo, 2000), sin ofrecer una idea común fuerte, integradora: no en
el sentido de la nivelación de las diferencias en una única gran ideología, sino en el sentido de la
capacidad de garantizar un espacio público que permita la expresión de la diferencia y del
disentimiento contraponiéndose a la exclusión y a la autoexclusión.

Bibliográficas empleada.

J. y V. Salles (2001). “Arraigos, apegos e identidades: un acercamiento a la pertenencia socio-


territorial en Xochimilco”, en Portal, M. (coord.) Vivir la diversidad. Identidades y cultura en dos
contextos urbanos de México. CONACYT y Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa.
México, D.F.

Ledrut, Raymond (1968). El espacio social de la ciudad. Amorrortu editores, Buenos Aires.
Segunda parte. “La vida en los barrios de Toulouse y relación de sus habitantes con el centro de la
ciudad”. pp. 119 a 208.

Petrillo, Agostino. (2000). La città perduta. L’eclissi della dimensione urbana nel mondo
contemporaneo. Dedalo, Bari. Italia.

Referencia bibliográfica no citada.

Coulomb, René. “La democracia ciudadana, entre el barrio y la ciudad” en Álvarez, Lucía, Carlos
San Juan y Cristina Sánchez Mejorada (Coord.) (2006). Democracia y exclusión. Caminos
encontrados en la Ciudad de México. Comité Editorial del CEIICH. UNAM, UAM-A, UACM, INAH y
Plaza y Valdés. pp. 131 a 151.

Portal, María Ana (2006), Espacio, tiempo y memoria. Identidad barrial en la Ciudad de México: el
caso del barrio de La Fama, Tlalpan. Ed. Anthropos y UAM-Iztapalapa. pp. 69 a 85.

Portal, María Ana. “Las fronteras simbólicas y las redes de intercambio entre los pueblos urbanos
del sur del Distrito Federal” en Aguilar, M., C. Cisneros y E. Nivón (Coord.). (1999). Territorio y
cultura en la Ciudad de México. Tomo 2. Diversidad. Plaza y Valdés Editories y UAM-Iztapalapa.
México. pp.19 a 31.

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