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Propedéutico Campo General Pedagógico, Campo de la Práctica Docente 2024.

IES N° 28 “Olga Cossettini”

Docentes a cargo: Prof. Paula Marini/ Prof. Julia Osella

Ignacio C. M. Massun (1992) “Para estudiar mejor”. Capítulo 5. Editorial Métodos S.A. Buenos
Aires.

EL USO DEL TIEMPO

Tomar conciencia del problema A todos nos ocurre que el tiempo “se nos vuela”. A veces una
hora se nos hace interminable y si tratamos de recordar qué hicimos ayer, minuto por minuto,
no sabremos en qué empleamos muchas horas. Como estudiante necesito aprovechar bien el
tiempo, que es una moneda muy valiosa e imposible de recuperar cuando se pierde. Horario
semanal Se ha decidido aprender a estudiar bien, debo proponerme, necesariamente, aprender
a aprovechar el tiempo. Lo primero que debo hacer es descubrir cómo lo empleo. Para eso no
hay mejor método que anotar a lo largo de varios días lo que hago, hora por hora. Al revisar lo
que anotamos vamos a descubrir numerosos espacios en los que hemos desperdiciado el
tiempo, y otros, en los que no sabemos en qué lo empleamos. Después de haber analizado cómo
usamos actualmente el tiempo debemos realizar un horario semana en el que consignaremos
nuestras actividades fijas cada día de la semana (asistir a clases, actividades deportivas o
culturales y hasta nuestros programas favoritos de TV.). A partir de esos horarios que no
podemos modificar debernos organizar los espacios que dedicaremos al estudio. El tener
determinadas “horas de estudio asignadas” nos reportará grandes beneficios. Si no tenemos
claramente señaladas las horas que dedicaremos a estudiar, casi sin darnos cuenta vamos
dejando el estudio “para después”. Todo nos aleja de los libros y luego viene el apuro, la falta de
tiempo los fracasos. Tener más horarios de estudio claramente asignados me permite, además,
disfrutar de las demás actividades (recreación, deportes, ir al cine o ver T.V., visitar amigos o estar
en familia). Si yo dejo el estudio “para después” vivo pensando que “debería estar estudiando.
Si, por el contrario, cada cosa tiene su tiempo asignado disfruto de cada momento sin
preocupación. Tener un horario fijo para el estudio es además beneficioso porque nos crea una
estimulante rutina. Los hábitos facilitan realizar aquello que hacemos repetidamente. Si yo veo
todos los miércoles de 15 a 15 un programa de televisión que me agrada y luego de 16 a 20
estudio, al terminar el programa sentiré, naturalmente, que ha llegado el momento de estudiar.
Estos hábitos ayudan y hacen más fácil y efectivo el trabajo. Alguno podrá decir: “No puedo tener
horarios fijos porque a veces tengo mucho que estudiar y otras veces tengo poco”. Algo de cierto
hay en esta afirmación. Algunos días tendré que estudiar más que otros. Sin embargo, no es
cierto que esto me impida tener horarios de estudio. Muchos alumnos ponen esta objeción
porque están acostumbrados a dejar todo para el último momento. Si yo solo estudio una lección
“cuando no me queda más remedio” sufriré grandes fluctuaciones: un día no hay tiempo que
me alcance y otro día no tendré nada que hacer. Es importante organizarse de tal manera que
los días que tengo menos actividades “urgentes” los aproveche para estudiar lecciones que
deberé saber más adelante. Si una semana tengo tres pruebas ó exámenes y la semana anterior
no tengo ninguna será cuestión de que me organice para estudiar ambas semanas con
tranquilidad. Los alumnos desorganizados perderán el tiempo durante la primera semana y se
quejarán contra los profesores en la segunda. Vernos, entonces, que si organizarnos bien el
tiempo no tendremos bruscas fluctuaciones. Sin embargo, tampoco tenemos que ser
excesivamente rígidos en nuestros horarios. Si hemos logrado organizarnos bien podernos en
alguna ocasión llegar a la conclusión de que nos hemos ganado un “recreo extra” cuando no
tenernos trabajo pendiente y, por el contrario, habrá ocasiones en las que una necesidad de
estudio nos obligará a dejar de lado algunas actividades de recreación. La constancia en el
estudio Es demasiado frecuente ver alumnos que no estudian más que unos minutos por día en
las “épocas normales” y que cuando llegan los exámenes estudian mañana, tarde y noche. Se los
ve todo el año disperso y en toda clase de actividades y cuando llegan las épocas de exámenes
“dejan de vivir”, no descansan, no duermen más que lo indispensable, dejan de ver a sus amigos,
no salen de paseo.

Esta manera de encarar los estudios es totalmente equivocada por varias razones: 1. Quien no
tiene hábitos de estudio no puede estudiar bien. Si me pasé todo el año disperso cuando llegan
los exámenes me costará muchísimo concentrarme al estudio. 2. El conocimiento no se adquiere
de un sólo golpe. Requiere una paciente elaboración, una adquisición pausada. Quienes estudian
todo a último momento no asimilan bien. 3. Para estudiar es muy conveniente realizar una vida
sana y normal. Para estar bien dispuesto para al estudio es conveniente que dedique un buen
número de horas diarias al descanso, al sueño y a la recreación. Quienes tratan de recuperar el
tiempo perdido estudiando a último momento 16 horas diarias están nerviosos cansados y así
no aprovechan bien el tiempo de estudio. Pocas cosas perjudican tanto al alumno durante el
examen como llegar nervioso y cansado. Planificando mi trabajo podré estudiar a lo largo del
año de manera constante y así aprenderé más con menos esfuerzo, viviré mejor y no llegaré al
examen agotado. Cómo usar el tiempo para preparar una materia Vamos a ver cómo debemos
organizar el tiempo cuando debemos preparar una materia para un examen o prueba.
Supongamos que tenemos que rendir un examen de historia dentro de 35 días. ¿Cómo nos
organizamos? Lo primero es, precisamente, organizarnos. Realizar un “cronograma”, es decir una
planificación por escrito, del tiempo disponible y del modo cómo lo emplearemos. Debemos
dividir el tiempo en cuatro etapas: 1. Exploración: Como su nombre lo indica en esta etapa
haremos una rápida exploración de toda la materia. Comenzaremos por ver los temas que
comprende, el material que utilizaremos para estudiar (libros, apuntes, documentos, artículos
periodísticos, etc.). En esta etapa confeccionaremos el cronograma de estudio Lógicamente la
exploración es muy breve en comparación con las demás etapas (en el ejemplo, si disponemos
de un total de 35 días le dedicaremos a lo sumo, un día). 2. Adquisición: Es la etapa central del
estudio. Nos dedicaremos a leer el material tratando de aprender. Subrayaremos los textos,
haremos resúmenes, fichajes, cuadros sinópticos y esquemas. Es la etapa más extensa (en el
ejemplo de 35 días emplearemos alrededor de 20 días para la adquisición). Es conveniente en el
cronograma organizar la adquisición estableciendo día por día una tarea. Podemos asignarnos
un número de hojas por día, o un número de temas o una bolilla cada dos o tres días. De esta
manera podernos ir viendo si vamos bien o nos estamos retrasando. Si cumplimos con el
cronograma impuesto, el día señalado tendremos todo el material leído, subrayado el texto,
resumida la materia, y dispondremos de los cuadros sinópticos y esquemas que hemos realizado.
3. Repaso y Fijación: En esta etapa nos dedicarnos a releer los resúmenes. Cuando alguna idea
no nos queda clara en el resumen volvemos al libro. También releeremos las fichas, los cuadros
sinópticos y los esquemas. Podemos dedicar a esta etapa la mayor parte del tiempo que nos
resta (en el ejemplo de 35 días dedicaremos alrededor de 10 o 12 días). También es conveniente
que organicemos el repaso en el cronograma de manera tal que nos alcance para una o más
revisiones de todo lo aprendido. Cada revisión de la materia nos llevará mucho menos tiempo
que la adquisición porque ya conocemos los temas y porque no necesitamos releer lo que ya
hemos resumido y expresado en cuadros sinópticos y esquemas y si debemos volver al libro
podremos leer sólo lo subrayado. 4. Autoevaluación: Los últimos días (a (a veces el último día o
aún las últimas horas de estudio) debemos dedicarlas a examinarnos a nosotros mismos.
Imaginarnos que estamos en el examen y hacernos preguntas. No hasta hacerse una pregunta y
responder: “si eso lo sé’, debo responder con todas las palabras. Expresarlo en voz alta o por
escrito. De esa manera detectaré los puntos más oscuros o aquello que en realidad aun no
enciendo. La auto-evaluación debe ser permanente. Cerrar el libro y tratar de expresar lo que
comprendí, debo hacerlo durante todo el proceso de estudio: en la adquisición, en el repaso.
Pero es conveniente al finalizar el repaso, cuando estamos frente al examen, dedicarnos
exclusivamente a esto por dos razones: para averiguar qué es lo que debemos repasar a último
momento y para darnos cuenta de lo que sabemos. Así como muchas veces al estudiar creemos
saber lo que en realidad no sabemos, también ocurre a veces, al finalizar una larga etapa de
estudio, que tenemos la sensación de no saber nada. Esta angustiante sensación suele crear
inseguridad (cuando no desesperación) en el alumno. Esta auto-evaluación ayudará, a quien ha
estudiado bien a descubrir que sabe la materia y a enfrentar el examen con mayor seguridad.
Esta división del tiempo disponible cuatro etapas es aplicable, proporcionalmente, cuando
debemos estudiar una lección en unas pocas horas. Si dispongo de dos horas debo dedicar los
primeros minutos a la exploración, algo más de una hora a la adquisición, una media hora al
repaso y la fijación y los últimos minutos a autoevaluarme. La división del tiempo de estudio en
estas cuatro etapas puede parecerte demasiado complicada y hasta “artificial”. Sin embargo, es
muy importante practicarla. De no hacerlo caerás en un error muy común: algunos alumnos
cuando disponen de dos horas para preparar una lección la leen una vez de punta a punta,
cuando terminan vuelven a comenzar y la leen por segunda vez, y así por tercera o por cuarta.
Si no realizamos ninguna elaboración, si no hacemos resúmenes ni cuadros ni esquemas, si
leemos de corrido una y otra vez generalmente lo único que recordaremos será lo último que
leímos y olvidaremos lo anterior. En cambio, organizarse como hemos visto nos permite tener
primero una visión general (exploración) luego una visión pormenorizada (adquisición) y luego
volver a ver la materia en su conjunto (repaso y fijación, utilización de los resúmenes cuadros
sinópticos y esquemas). Es como estudiar un bosque: si lo recorro en un helicóptero, desciendo,
lo estudio árbol a árbol, y luego vuelvo a recorrerlo desde el aire, lo conoceré mucho mejor que
aquél que dedico todo el tiempo a mirar cada árbol sin ver el bosque en su conjunto.

COMO ENFRENTAR EXAMENES Y PRUEBAS

Todos sabemos que los exámenes y las pruebas no son un fin sino un medio, que no estudiamos
para el examen sino para saber. Sin embargo, ¡qué difícil es tenerlo presente cuando estudiamos!
Muchas veces los alumnos fracasan porque llegan al examen demasiados nerviosos. Si yo estudio
“para el examen” esa ansiedad exagerada es inevitable ya que sentiré que si salgo aplazado
habré perdido todo el esfuerzo. Es como hacer una apuesta, si pierdo no me queda nada, salvo
la sensación de haber perdido. Si, en cambio, me ubico en la realidad de que estudio para saber
y el examen es una medición de cuanto he aprovechado, un aplazo no significará haber perdido
todo sino un indicador de que necesito estudiar más. Quisimos comenzar el tema con estas
sencillas reflexiones porque pensamos que el éxito o el fracaso en un examen tiene mucho que
ver con la actitud con la que comenzamos a estudiar. El examen, generalmente es el fruto de
toda una postura frente al estudio. Veamos paso a paso cómo prepararnos para el examen, como
rendirlo bien y qué hacer después del mismo. La preparación para el examen Nos preparamos
para el examen desde el momento en que empezamos a estudiar. Los alumnos se preguntan:
“Concretamente, ¿qué debo hacer para prepararme para un examen?” Obviamente, lo primero
será estudiar bien. Para eso hemos dedicado todo el libro. El alumno que ha leído bien, ha
subrayado el texto, hizo resúmenes, cuadros sinópticos, esquemas y fichas, tomó apuntes en
clase, organizó bien su tiempo y, sobre todo, comprendió bien los temas, sabe expresarlos con
sus palabras y se autoevalúa permanentemente, hace comparaciones, busca ejemplos
originales, hace transferencia, sabe valorar, criticar y es creativo, naturalmente va a salir bien de
la prueba.

Sin embargo, hay algunos consejos que lo pueden ayudar: 1. Conocer al profesor: Si yo conozco
al profesor que va a tomar el examen puedo saber qué es lo que él considera más importante,
cómo encara el examen, qué espera del alumno. Asistir a exámenes anteriores, escuchar o leer
las preguntas que se hacen a otros alumnos es de gran utilidad, en especial si lo hago antes de
terminar mi tarea de estudio. Algunos alumnos piensan que el profesor va a preguntar lo mismo
que en el examen anterior y pueden llevarse una sorpresa, pero otros van al examen sin tener la
menor idea de cómo va a ser. Hay que evitar ambos extremos: conocer la materia en su totalidad,
pero no desaprovechar toda la información que pueda disponer sobre cómo será el examen. 2.
Auto-examinarse y reflexionar: ya hemos dicho muchas veces que es muy importante evaluarse
uno mismo cuando estudia. Al acercarse el examen es muy importante imaginarnos que estamos
frente a los profesores o rindiendo un examen para ver qué sabemos. Pero estas auto-
evaluaciones, no deben ser mecánicas sino reflexivas: debemos tratar de imaginarnos nuevas
preguntas, nuevos problemas, inventar objeciones a nuestras ideas, tratar de contestar a estas
objeciones. 3. Ir descansado: lo que se puede aprender a memorizar la última noche, antes del
examen, nunca compensa lo que significa llegar al examen cansado. Si he organizado bien el
tiempo no tengo porqué llegar al examen exhausto. Cuando un deportista tiene una prueba
importante, el día anterior al encuentro practicando, lo que mejoraría su preparación física jamás
compensaría el cansancio. Lo mismo ocurre al estudiar. Llegar al examen cansado significa una
perdida mucho mayor que lo que puede ganarse en unas horas de estudio. Muchos alumnos
acostumbran estudiar poco o nada las horas anteriores al examen y es algo muy sano. Quienes
son desorganizados en el uso del tiempo sentirán que el tiempo no les alcanza y tratarán, con
gran ansiedad, de estudiar hasta el último minuto. Todo docente ha presenciado a algún alumno
que le pide un instante cuando se lo llama para rendir examen, para terminar lo que está
leyendo. Esa actitud de ansiedad no sólo no beneficia al examen, sino que lo perjudica
notablemente. 4. Estar tranquilo: el nerviosismo, la ansiedad y hasta la angustia, son indeseables
compañeros de muchos exámenes. ¿Cómo hacer para estar tranquilos? Atacando las causas y
los efectos de la ansiedad. Ataco las causas de la ansiedad cuando las descubro y trato de
modificar aquellas actitudes personales que la generan. Ya vimos una probable causa: tomar el
examen como un fin en si mismo. Pero debemos analizar otra: temor a nuestros padres,
inseguridad, deseos exagerados de triunfar o de obtener buenas notas, excesivo temor de ser
aplazados, e innumerables causas más. Si nos ponemos demasiado nerviosos en los exámenes
debemos analizar a qué se debe ese estado de ánimo para corregir las actitudes que lo generan.
El examen es muy importante, pero ser aplazados no es una derrota irrecuperable. Si considero
el examen como parte del estudio y el estudio como parte de la vida, no magnificaré
excesivamente la importancia de un posible aplazo y con eso iré mejor dispuesto… y tendré
mejores chances de salir bien. Así como el ser despreocupado e indolente para estudiar es
perjudicial, el tener demasiada ansiedad por triunfar puede arruinar un examen e incluso toda
una carrera. Si he estudiado metódicamente, debo tener la seguridad de que probablemente
saldré bien en el examen, y que si así no ocurriera podré superar el escollo en una posterior
oportunidad. El haber estudiado bien da tranquilidad porque estoy seguro de lo que sé. Los que
estudian de manera desordenada o insuficiente piensan que no pudieron contestar porque
estaban nerviosos porque no sabían contestar. No debemos engañarnos. También debemos
atacar los síntomas del nerviosismo. ¿Por qué? Porque los síntomas del nerviosismo: tensión
muscular, pulso y respiración acelerada, transpiración, son a su vez causa de nuestro estado de
ánimo. Hagamos la experiencia de apretar los puños, morder los labios, fruncir el ceño, poner
tenso el abdomen, y respirar aceleradamente, y de inmediato y sin motivo nos sentiremos
incómodos y nerviosos. Por el contrario, aflojemos todos nuestros músculos, los de la cara, de
las extremidades y los abdominales, y respiremos pausadamente y sentiremos que los nervios
se calman. Para eso conviene que observemos y relajemos los principales músculos que
interesan para esto: los de la frente, los labios, los párpados, las mandíbulas, las manos, los
brazos y las piernas. Dejemos que se vayan relajando poco a poco, aflojémonos un instante sobre
la silla. La respiración debe ser pausada y para eso debemos aprender a respirar con el diafragma.
Muchas personas respiran moviendo la caja toráxica cuando en realidad la respiración debe ser
abdominal. Si respiro bien notaré que, al aspirar el aire, es el vientre y no con el pecho el que se
dilata. Ejercitarse en este tipo de respiración y aprender a hacerlo de manera lenta y profunda
es un instrumento de inmensa utilidad para el estudiante. Unos minutos relajando músculos por
músculo, y respirando con el diafragma lenta y pausadamente nos permitirá sentirnos mucho
mejor, más tranquilos y más seguros. Aunque parezca mentira, si hacemos la experiencia lo
comprobaremos.

Frente al examen

Llegamos al día del examen. El alumno se sienta frente a los profesores si debe rendir oral o
frente a una hoja si debe rendir por escrito. Hay muchas clases de exámenes, pueden ser escritos
u orales; parciales o finales; eliminatorios o con posibilidad de recuperatorio; de libre exposición
u objetivos; a libro abierto o a libro cerrado. El alumno debe saber bien qué clase de examen
está rindiendo. Pese a esta gran variedad de formas de examinar el rendimiento de los alumnos,
podemos dar algunos consejos válidos para cualquiera de ellas:

1. Prestar mucha atención a las preguntas: muchos alumnos se apresuran a contestar y lo hacen
antes de haber comprendido lo que se preguntaba. La ansiedad por comenzar les hace imaginar
que se les está preguntando algo diferente de lo que realmente se pide. Muchas veces la
pregunta dice “Compare…”, “Analice…”, “Explique brevemente…”, “De un ejemplo…” y los
alumnos no prestan atención. Si me dicen “Compare” no debo “Definir” ni necesariamente dar
un ejemplo y, por el contrario, si se me pide un ejemplo será mal visto que comience por la
definición. 2. Organizar el examen: muchos alumnos comienzan a hablar o a escribir sin tener la
menor idea de lo que van a decir. Antes de comenzar debo organizar mi exposición. Unos
minutos en silencio para programar lo que vamos a exponer e, incluso, hacer un pequeño
borrador de lo que contiene el tema, es de gran ayuda. 3. Expresarse con claridad: algunos
alumnos escriben con una letra ilegible, tachan, borran, intercalan oraciones al margen, y de esa
manera expresan por escrito toda su confusión interior. Si tengo ideas claras debo esforzarme
por expresarlas con claridad. Una prueba escrita desordenada, no sólo demuestra desorden
mental, sino que incomoda al profesor al corregirla y lo predispone mal. También hay que
expresarse bien en los exámenes orales. No apurarse demasiado. La ansiedad empuja a algunos
estudiantes a tratar de decir todo lo que saben en un santiamén. Si yo expreso todo lo que sé en
unas pocas palabras y en contados segundos, a los profesores no les queda más remedio que
buscar, dentro del tema, otras preguntas (y si yo expresé todo lo que sabía esas preguntas me
van a perjudicar). Expresarse lentamente, explicando prolijamente cada idea, dando ejemplos y
comparaciones me ayudará a demostrar lo que se. Debo hablar en voz alta y clara. Los alumnos
que susurran sus conocimientos dan sensación de inseguridad y hacen “sospechoso” lo que
dicen. 4. Organizar el tiempo del examen: tanto en los exámenes escritos como orales debo tener
una idea aproximada del tiempo que dispondré para exponer. En los exámenes escritos suele
estar establecido. Si el profesor no me informa cuánto tiempo puedo utilizar, es conveniente
preguntárselo. Una vez que sé de cuánto tiempo dispongo, deberé distribuirlo entre las diversas
preguntas equilibradamente. Si no organizo el tiempo a lo mejor sólo contestaré las primeras
preguntas y me quedarán otras sin respuesta. Siempre es preferible contestar todas las
preguntas sintéticamente que contestar las primeras abundantemente y omitir las demás. En los
exámenes orales también tengo que medir el tiempo. Algunos profesores dejan exponer
libremente por un tiempo muy prolongado, otros a los pocos minutos interrumpen la exposición
y “bombardean” al alumno con preguntas. Debo conocer estas modalidades y adecuar mi
exposición a ellas. Si el profesor deja hablar mucho debo ir exponiendo con los mayores detalles
y pausadamente. Si, en cambio me da sólo unos segundos, debo aprovecharlos para demostrar
en pocas palabras cuánto sé. 5. No encerrarse en la exposición: en los exámenes orales los
alumnos suelen llevar un “discurso” preparado para cada tema. En ese “discurso” no caben las
preguntas del profesor. Si he captado las ideas, si he logrado una verdadera maduración del
tema, no necesitaré asirme a lo que pensaba expresar. Cuando un profesor me pregunta algo, o
me corrige un error, debo escuchar y comprender lo que me dice para poder seguir adelante.
Estar abierto al “dialogo” con la mesa examinadora, escuchar, analizar y comparar lo que los
profesores me dicen con lo que yo sé, es una manera excelente de demostrar que he asimilado
bien. 6. No desanimarse: a veces las preguntas de un profesor caen sobre un aspecto que nos
resulta inesperado. Otras veces nos preguntan algo que creemos no recordar. ¿Qué hacemos?
En primer término, debemos tener en cuenta que a veces el tema es menos ignorado de lo que
parece. Al leer o escuchar la pregunta podemos pensar que lo hemos olvidado o que no lo
estudiamos. Esta desagradable sensación produce, en algunos alumnos un “bloqueo”. Se cierran
en sí mismos y dicen: “No lo sé”. Esta categórica afirmación los inhibe de seguir pensando. Debo
pensar, serenamente muy bien antes de decir “no lo sé”. ¿No estará expresado de otra manera?
Reflexionando, asociando esto con otras cosas conocidas, ¿no llegaré a una respuesta? Si pese a
todos los esfuerzos descubro que no sé la respuesta tampoco debo desanimarme. A veces esa
pregunta no es esencial y contestando bien las demás puedo aprobar el examen. Algunos
alumnos después de un “no sé” pierden la esperanza. Imaginan que los profesores ya lo han
aplazado. Que por mucho que traten de demostrar lo que sabe ya el resultado es irremediable.
Esta sensación de fracaso anticipado es, obviamente, nefasta. Conduce a un irremisible y a veces
injustificado aplazo. Reconocer francamente aquello que no sabemos, suele impresionar bien a
los profesores. Si, pese a nuestro reconocimiento, ellos nos dan otra oportunidad, no la
desperdiciemos. Algunos alumnos se desaniman antes de tiempo, pero hay otros que, por el
contrario, no se dan jamás por vencidos. Les preguntan algo sobre lo que no tienen la menor
idea y comienzan a “inventar” o a hablar de cualquier otra cosa. Cuando los profesores le dicen
que puede retirarse, que el examen ha concluido, y tienen la sensación de haber sido aplazados,
insisten hasta el cansancio para que se le hagan otras preguntas. Son esos alumnos que
persiguen a los profesores por los pasillos con una prueba escrita en la mano insistiendo en que
sus respuestas son correctas. Quienes adoptan esta actitud de insistencia infundada, suelen
tener muchos perjuicios y casi ninguna ventaja. Muchas veces estos hábitos conducen a que los
profesores supongan, desde el conocimiento, que el alumno no sabe y que será necesario
demostrarle claramente que ha sido bien aplazado. El alumno que se ha ganado la fama de ser
demasiado insistente, desarrolla en los examinadores una actitud que le será muy difícil revertir.
Debemos lograr, entonces, el equilibrio entre la tendencia a desanimarme anticipadamente y el
error de no reconocer que he sido aplazado. Después del examen El examen no es la conclusión
del estudio. Es una etapa. Cuando rindo un examen, tanto si he sido aprobado como si fui
aplazado, debo aprovecharlo como experiencia. Algunos alumnos cuando son aplazados tratan
de olvidarse de “ese mal momento” cuanto antes y sin hacerse demasiadas preguntas. Otros
cuando aprueban sólo “festejan” el triunfo sin detenerse a pensar si el éxito fue merecido o sólo
obra de la casualidad o de la indulgencia de los profesores. Otros, cuando son aplazados, buscan
culpables y generalmente los encuentran en el cuerpo de profesores. Salir de un examen y culpar
del fracaso al profesor es algo enteramente estéril. No vamos a negar que algún profesor pueda
ser injusto, o cometer un error al evaluar a un alumno. Lo que afirmamos es que, detenernos en
tales injusticias (generalmente inexistentes) resulta infructuoso. No nos sirve para aprobar el
examen. No nos sirve para estudiar mejor. Nos engañamos a nosotros mismos cuando
atribuimos toda la culpa al profesor. Si tuviéramos que elegir una palabra para expresar lo que
debemos hacer después de un examen elegiríamos “autocrítica”. Analizar paso a paso todo lo
que condujo al resultado (sea favorable o desfavorable): ¿elegí bien el material? ¿atendí en
clase? ¿tomé buenos apuntes? ¿utilice esos apuntes al estudiar? ¿leí bien? ¿hice buenos
resúmenes del libro? ¿subrayé el texto? ¿hice cuadros y esquemas? ¿logré captar las ideas?
¿supe hacer “transferencia” de mis conocimientos? ¿organicé bien el tiempo? ¿logré motivarme
por el estudio? ¿puse suficiente constancia y voluntad? ¿actué bien durante el examen? Si
después del examen “pierdo” un par de horas en revisar todo el proceso de estudio y en
interrogarme y evaluar cómo he estudiado, podré sacar provecho tanto de los éxitos como de
los fracasos. Nadie nace sabiendo estudiar. A estudiar se aprende estudiando… y sacando
provecho de aciertos y errores.

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