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CARTILLA FORMACIÓN ÉTICA Completa
CARTILLA FORMACIÓN ÉTICA Completa
CARTILLA
FORMACIÓN ÉTICA Y
CIUDADANA
Curso: 4to año
Régimen de la asignatura: Cuatrimestral (1er
cuatrimestre)
Hs. Cátedras: 4 – cuatro-
Condiciones para cursar: Ninguna materia
regularizada y/o finalizada
Condiciones para finalizar: ninguna materia
finalizada
Docentes de la Cátedra: Acuña Carolina, Rivero
Paula.
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distintas las que conciben y defienden la moral como una búsqueda de la vida buena o como el
cumplimiento del deber.
Las distintas teorías éticas que se han dado a lo largo de la historia pueden dividirse en varios tipos,
no sólo por el fundamento concreto que dan de las normas morales, sino también por el modo
particular de darlo.
ÉTICA GRIEGA.
Intelectualismo moral
Según esta teoría, conocer el bien es hacerlo: sólo actúa inmoralmente el que desconoce en qué
consiste el bien. Puede comprobarse que esta teoría es doblemente cognitivista, ya que no sólo
afirma que es posible conocer el bien, sino que además defiende que este conocimiento es el único
requisito necesario para cumplirlo. El filósofo griego Sócrates fue el primero en mantener dicha
postura ética, Para este pensador, no sólo el bien es algo que tiene
existencia objetiva y validez universal, sino que, además, al ser humano le
es posible acceder a él. Así pues, Sócrates concibe la moral como un
saber. De la misma forma que quien sabe de carpintería es carpintero y
el que sabe de medicina es médico, sólo el que sabe qué es la justicia es
justo. Por lo tanto, para este filósofo no hay personas malas, sino
ignorantes, y no hay personas buenas si no son sabias.
Eudemonismo de Aristóteles.
Muchas veces habrás preguntado para qué sirve tal o cual cosa, pero,
en ocasiones, esta pregunta es absurda. Así, si preguntamos para qué sirve la felicidad, la respuesta
sería que para nada, pues no es algo que se busque como medio para otra cosa, sino que se basta a sí
misma, es un fin. Las éticas que consideran la felicidad (eudaimonía) el fin de la vida humana y el
máximo bien al que se puede aspirar son eudemonistas. Ahora bien, decir que el ser humano anhela la
felicidad es como no decir nada, pues cada uno entiende la felicidad a su modo. Aristóteles fue uno
de los primeros filósofos en defender el eudemonismo. Pero ¿qué entendía Aristóteles por felicidad?
Todos los seres tienen por naturaleza un fin: la semilla tiene como fin ser un árbol; la flecha, hacer
diana... No podría ser menos en el caso del hombre. Como lo esencial del hombre (lo que le distingue)
es su capacidad racional, el fin al que por naturaleza tenderá será la actividad racional. Así pues, la
máxima felicidad del ser humano residirá en lo que le es esencial por naturaleza: la vida
contemplativa, es decir, el ejercicio teórico de la razón en el conocimiento de la naturaleza y de Dios,
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y en la conducta prudente, que se caracteriza por la elección del término medio entre dos
extremos, el exceso y el defecto.
Para llegar a la vida buena, a la vida contemplativa, hay que
comportarse bien, es decir, poseer el conocimiento necesario
(prudencia) para poder practicar las virtudes y adquirir el hábito
de comportarse de acuerdo con las virtudes. ¿Cómo se puede
practicar una vida virtuosa? Para elegir de manera virtuosa entre
placeres y dolores, se requiere aplicar la regla del justo medio y la
prudencia. Aplicar la regla del justo medio consiste en elegir
entre dos extremos, entre dos vicios, de los cuales el uno lo es por
exceso y el otro por defecto. Por ejemplo, se dice que la virtud de
la valentía (el valor) es el justo medio entre dos vicios: la
temeridad (el vicio del exceso) y la cobardía (el vicio de la
deficiencia). Pero la elección del justo medio es “posición
intermedia para nosotros”, es decir, se trata de un justo medio
subjetivo (por ejemplo, hay que comer de acuerdo con nuestras necesidades, evitando prudentemente
comer demasiado o escasamente).
Pero, además de aplicar la regla del justo medio, también es necesario considerar el juicio del
hombre prudente para elegir qué acción es más virtuosa. De ahí que la prudencia (saber cómo tener
en cuenta las circunstancias para aplicar principios generales a las situaciones particulares) sea la
clave de todas las virtudes. Sin ella no es posible tener una vida virtuosa. Por ello, el conocimiento del
justo medio no es sólo el conocimiento de una fórmula, és saber cómo aplicar las reglas a las
circunstancias concretas. Para alcanzar la felicidad se requiere, pues, sabiduría en la elección,
moderación y constancia: no dejarse llevar por el deseo. Porque sin la guía de la inteligencia, las
pasiones desorganizadas, carentes de orden y finalidad, dificultan todo proyecto humano de vida
particular o colectiva excelente.
Hedonismo de Epicuro.
La palabra hedonismo proviene del griego hedoné, que significa placer. Se considera hedonista toda
doctrina que identifica el placer con el bien y que concibe la felicidad en el marco de una vida
placentera. Aunque existen muchas teorías, suelen diferir entre ellas por la definición propuesta de
placer. Los cirenaicos formaron una escuela iniciada por un discípulo de Sócrates, Aristipo (435 a.C).
Según este filósofo, la finalidad de nuestra vida es el placer, entendido en sentido positivo como goce
sensorial, como algo sensual y corporal, y no como fruición intelectual ni como mera ausencia de
dolor. Al igual que los anteriores, el epicureismo identifica placer y felicidad. Sin embargo, a diferencia
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de estos, Epicuro define el placer como la mera ausencia de dolor. No se trata, pues, de buscar el
placer sensual del cuerpo, sino la ausencia de pesar del alma. Esta serenidad o tranquilidad del alma
(ataraxia) es el objetivo que debe seguir todo ser humano. ¿Cómo alcanzarla? El sabio que se conduce
razonablemente y no escoge a lo loco lo que pueden ser sólo aparentes placeres logrará una vida más
tranquila y feliz.
En definitiva, para los epicúreos, todo lo que existe, incluyendo el alma, está formado de átomos
materiales que tienen un cierto grado de libertad en cuanto que pueden desviarse ligeramente en su
caída. No hay ninguna intervención divina en los fenómenos físicos ni en la vida del hombre. Liberado
así del temor religioso, el hombre puede buscar el bien en este mundo (el bien, para Epicuro, es el
placer). Pero hay muchos placeres, y no todos son igualmente buenos. Hay que escoger entre ellos para
encontrar los más duraderos y estables, que no son los corporales (fugaces e inmediatos), sino los
espirituales; es decir, los que contribuyen a la paz del alma. Así, pues, el epicúreo alcanza el bien,
retirado de la vida social, sin caer en el temor a lo sobrenatural, encontrando en sí mismo, o rodeado
de un pequeño círculo de amigos, la tranquilidad de ánimo y la autosuficiencia.
Estoicismo
Para los estoicos, el mundo o cosmos es un gran ser único que tiene como principio, alma o razón, a
Dios, que es su animador u ordenador. En el mundo sólo sucede lo que Dios quiere, y por ello reina en
él una fatalidad absoluta; no hay libertad ni azar. El hombre, como parte de este mundo, tiene en él su
destino. Y, como todo se halla regido por una necesidad radical, lo único que le queda es admitir su
destino y obrar con conciencia de él. Tal es la actitud del sabio. El bien supremo es vivir conforme a la
naturaleza, o sea, de acuerdo con la razón, con conciencia de nuestro destino y papel en el universo, sin
dejarse llevar por pasiones o afectos interiores, o por las cosas externas. Practicando para ello la apatía
y la imperturbabilidad, el hombre (el sabio) se afirma frente a sus pasiones o frente a los golpes del
mundo exterior y conquista su libertad interior así como su autarquía (o autosuficiencia) absoluta. El
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individuo se define así moralmente, sin necesidad de la comunidad como escenario necesario de la
vida moral. El estoico vive moralmente como ciudadano del cosmos, no de la polis.
En un sentido amplio, pueden considerarse estoicas todas las doctrinas éticas que defiendan la
indiferencia hacia los placeres y dolores externos, y la austeridad en los propios deseos. Ahora bien,
en un sentido estricto, se conoce como estoicismo tanto la corriente filosófica grecorromana, iniciada
por Zenón, como la teoría ética mantenida por
estos filósofos La ética estoica se basa en una
particular concepción del mundo: éste se
encuentra gobernado por una ley o razón
universal (logos) que determina el destino de
todo lo que en él acontece, lo mismo para la
naturaleza que para el ser humano. Por lo tanto,
el ser humano se halla limitado por un destino
inexorable que no puede controlar y ante el que
sólo puede resignarse. Esta es la razón de que la conducta correcta sólo sea posible en el seno de una
vida tranquila, conseguida gracias a la imperturbabilidad del alma, es decir, mediante la
insensibilidad hacia el placer y hacia el dolor, que sólo será alcanzable en el conocimiento y la asunción
de la razón universal, o destino que rige la naturaleza, y por tanto, en una vida de acuerdo con ella.
El cristianismo se alza sobre las ruinas de la sociedad antigua; tras de una larga y sostenida lucha se
convierte en la religión oficial de Roma (siglo IV) y acaba por imponer su dominio durante diez siglos.
Al hundirse el mundo antiguo, la esclavitud cede su sitio al régimen de servidumbre, y sobre la base de
éste se organiza la sociedad medieval como un sistema de dependencias y
vasallajes que le dan un carácter estratificado y jerárquico. En esta
sociedad, caracterizada asimismo por su profunda fragmentación
económica y política, debida a la existencia de una multitud de feudos, la
religión garantiza cierta unidad social, ya que la política se halla supeditada
a ella, y la Iglesia -como institución que vela por la defensa de la religión-
ejerce plenamente un poder espiritual y monopoliza toda la vida
intelectual. La moral concreta, efectiva, y la ética -como doctrina moral- se
hallan impregnadas, asimismo, de un contenido religioso que encontramos
en todas las manifestaciones de la vida medieval.
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La ética cristiana -como la filosofía cristiana en general- parte de un conjunto de verdades reveladas
acerca de Dios, las relaciones del hombre con su creador y el modo de vida práctico que aquél ha de
seguir para salvarse en el otro mundo.
Dios, creador del mundo y del hombre, es concebido como un ser personal, bueno, omnisciente y
todopoderoso. El hombre, como criatura divina, tiene su fin último en Dios, que es para él el bien más
alto y el valor supremo. Dios reclama su obediencia, y la sujeción a sus mandamientos, que tienen en
este mundo humano terreno el carácter de imperativos supremos. Así, pues, en la religión cristiana, lo
que el hombre es y lo que debe hacer se definen esencialmente no en relación con una comunidad
humana (como la polis) o con el universo entero, sino, ante todo, en relación con Dios. El hombre
viene de Dios, y toda su conducta -incluyendo a la moral- ha de apuntar a él como objeto supremo. La
esencia de la felicidad (la beatitud) es la contemplación de Dios; el amor humano queda subordinado
al divino; el orden sobrenatural tiene la primacía sobre el orden natural, humano.
La doctrina cristiana de las virtudes expresa también esta superioridad de lo divino. Aunque hace
suyas -como virtudes cardinales- la prudencia, fortaleza, templanza y justicia, ya proclamadas por
Platón, y que son las propiamente morales, admite unas virtudes supremas o teologales (fe, esperanza
y caridad). Mientras las cardinales regulan las relaciones entre los hombres y son, por ello, virtudes a
escala humana, las teologales regulan las relaciones entre el hombre y Dios, y son, por ende, virtudes a
la medida divina.
El cristianismo pretende elevar al hombre del orden terreno a un orden sobrenatural en el que
pueda vivir una vida plena, feliz y verdadera, sin las imperfecciones, desigualdades e injusticias
terrenas. Al proponer la solución de graves males mundanos en un más allá, el cristianismo introduce
una idea de una enorme riqueza moral: la de la igualdad de los hombres. Todos los hombres sin
distinción -esclavos y libres, cultos e ignorantes- son iguales ante Dios y están llamados a alcanzar la
perfección y la justicia en el mundo sobrenatural.
El mensaje cristiano de la igualdad es lanzado en un mundo social en que los hombres conocen la
más terrible desigualdad: la división entre esclavos y hombres libres, o entre siervos y señores
feudales. La ética cristiana medieval no condena esta desigualdad social e incluso llega a justificarla.
La igualdad y la justicia son transferidas a un mundo ideal, mientras que aquí se mantiene y sanciona
la desigualdad social.
ÉTICAS MODERNAS
Formalismo
Son formales aquellos sistemas que consideran que la moral no debe ofrecer normas concretas de
conducta, sino limitarse a establecer cuál es la forma característica de toda norma moral. Según
Inmanuel Kant, sólo una ética de estas características podría ser universal y garantizar la
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autonomía moral propia de un ser libre y racional como el ser humano. La ley o norma moral no
puede venir impuesta desde fuera (ni por la naturaleza ni por la autoridad civil...), sino que debe ser la
razón humana la que debe darse a sí misma la ley. Si la razón legisla sobre ella misma, la ley será
universal, pues será válida para todo ser racional. Esta ley que establece como debemos actuar
correctamente, sólo es expresable mediante imperativos (mandatos) categóricos
(incondicionados). Estos de diferencian de los imperativos hipotéticos, propios de las éticas
materiales, que expresan una norma que sólo tiene validez como medio para alcanzar un fin. Por
contra, el imperativo categórico que formula Kant es: Obra de tal modo que tu acción pueda
convertirse en ley universal. Este imperativo no depende de ningún fin y, además, no nos dice qué
tenemos que hacer, sino que sirve de criterio para saber qué normas son morales y cuáles no.
Establece cuál es la forma que debe de tener la norma para ser moral: sólo aquellas normas que sean
universalizables serán realmente normas morales.
Utilitarismo
Es una teoría ética muy cercana al eudemonismo y al hedonismo, pues defiende que la finalidad
humana es la felicidad o placer. Por ello, las acciones y normas deben ser juzgadas de acuerdo con el
principio de utilidad o de máxima felicidad. Al igual que las anteriores, constituye una ética
teleológica, pues valora las acciones como medios para alcanzar un fin y según las consecuencias que
se desprendan de ellas: una acción es buena cuando sus consecuencias son útiles (nos acercan a la
felicidad) y es mala cuando sus consecuencias no lo son (nos alejan de ella). Según John Stuart Mill,
la principal diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico (epicureismo) es que el primero
trasciende el ámbito personal: no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino el máximo
provecho para el mayor número de personas. El placer es un bien común. Mill distingue entre
placeres inferiores y superiores: hay placeres más estimables que otros según promuevan o no el
desarrollo moral del propio ser humano.
LA ÉTICA CONTEMPORÁNEA-POSMODERNA.
En estas páginas intentamos llevar adelante una revisión de las principales teorías éticas
contemporáneas.
Con el propósito de dilucidar los aportes que ellas ofrecen para orientar decisiones que
comprometen a las personas en diferentes dimensiones de sus vidas: en el ámbito de lo cotidiano, en la
dimensión pública dada por la condición de ciudadano y/o miembro de una comunidad, y más
específicamente, en el campo de la actividad profesional.
En la tradición del pensamiento occidental es posible diferenciar al menos, dos modos básicos de
entender la moralidad, cada uno de los cuales ha sido modulado de acuerdo con criterios diferentes a
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través del tiempo, dando nacimiento a teoría y doctrinas éticas heterogéneas. Con el propósito de
realizar una revisión sintética diremos que esos modos básicos son: la moral como búsqueda de la
vida buena y la moral como cumplimiento del deber. En el primer caso, el logro del objetivo, la vida
buena, es entendido como sinónimo de “felicidad”.
En el segundo caso, es decir cuando la moral es entendida como cumplimiento del deber, la
preocupación central radica en fundamentar la “universalidad” de la ley o norma moral. Los distintos
criterios a partir de los cuales se intenta garantizar dicha universalidad dan lugar a posiciones
disímiles entre las que cabe mencionar el estoicismo, la ética formal de Kant, las éticas
procedimentales y dialógicas, las éticas basadas en las tesis del contractualismo y neocontractualismo.
En este sentido, Marx muestra que tanto “el ser” como “el deber ser” están mediados por el trabajo,
es decir por la posición de los hombres en las relaciones sociales de producción. No es la moral, en
cuanto contenido de conciencia, la que modifica las condiciones de desigualdad, injusticia e
inhumanidad de las que son víctimas la mayoría de los hombres, sino la transformación de las
circunstancia reales lo que permitiría a los hombres superar la situación de alienación. En esta
perspectiva, la filosofía moral, como producto histórico, debe hacerse cargo de los conflictos y
contradicciones de la realidad, desde la cual y para la cual elabora sus principios, valores y normas. En
este sentido, la tarea de la ética no se agota con la mera declaración de principios; desempeña, además,
una función crítica respecto de las objetivaciones históricamente producidas.
A su vez, Freud expresa en El malestar de la cultura la paradoja del ser humano que se afana por
crear una civilización en vistas de un mayor bienestar, cuyo resultado, sin embargo, ha sido negativo
pues las instituciones destinadas a regular las relaciones humanas, la religión, el derecho y también la
ética, son causa de represión y malestar, ya que por medio de ellas la razón impone deberes sin tomar
en cuenta las posibilidades de los individuos y la búsqueda natural del placer.
Así, tras las críticas de los pensadores de la sospecha, el panorama que se presenta para la ética en
la primera mitad del siglo XX es sumamente complejo y problemático. La crítica, que resume a las
antes señaladas y que se presenta como constante del pensamiento contemporáneo, se endereza
contra la conciencia como reducto racional del que brotan los valores y contra la posibilidad de
elaborar y sostener un sistema ético a partir de la racionalidad subjetiva. Los acontecimientos de la
primera mitad del siglo XX: la primera y la segunda Guerras Mundiales, el uso de la energía atómica
con fines bélicos, los campos de concentración, las persecuciones por motivos raciales, religiosos o
ideológicos, son muestras más que evidentes de las limitaciones y contradicciones de la razón. Los
episodios de Auschwitz, Hiroshima, Gulag pueden ser tenidos como símbolos de la potencia
destructiva desatada por los hombres contra la propia Humanidad.
No obstante este impasse por el que atraviesa la Ética desde fines del siglo XIX y durante buena
parte del siglo XX, a partir de los años „60 se asiste a una recuperación de la teoría ética, al punto que
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la filosofía práctica ha llegado a constituir el meollo de la reflexión filosófica como en otros tiempos lo
fuera la metafísica o la teoría del conocimiento. La búsqueda de la felicidad y la necesidad de encontrar
criterios universales del obrar son todavía hoy cuestiones que movilizan la reflexión ética. No sólo las
llamadas ciencias duras, sino también la sociología, la economía, el derecho, la historia –que tras el
impacto del positivismo se habían afianzado en su pretensión de "estar libres de valores"– se
reconocen hoy como discursos humanos complejos que reclaman una discusión valorativa.
En este trabajo se consideran cuatro posiciones éticas contemporáneas, estimadas como las más
representativas dentro del actual debate de la filosofía moral. Las mismas recuperan y actualizan
tradiciones de la filosofía clásica antigua y moderna.
El marxismo.
El marxismo como doctrina ética aporta una explicación y una crítica de las morales del pasado al
mismo tiempo que señala las bases teóricas y prácticas de una nueva moral. Los fundamentos de la
teoría marxista de la moral se encuentran en los intentos de Marx de reconquistar también al hombre
concreto que se había convertido en una serie de abstracciones: en Hegel (como
predicado de la Idea), en Stirner (como yo absoluto o el único), y en Feuerbach
(1804/72) (como el hombre en general).
El hombre real, para Marx es, una unidad indisoluble, un ser espiritual y sensible,
natural y propiamente humano, teórico y práctico, objetivo y subjetivo. El hombre es,
ante todo, praxis; es decir, se define como un ser productor, transformador, creador;
mediante su trabajo, transforma la naturaleza exterior, se plasma en ella y, a la vez,
crea un mundo a su medida, es decir, a la medida de su naturaleza humana. Esta objetivación del
hombre en el mundo exterior, por la cual produce un mundo de objetos útiles, responde a su
naturaleza como ser productor, creador, que se manifiesta también en el arte, y en otras actividades.
El hombre es, además, un ser social. Sólo produce, produciendo a su vez determinadas relaciones
sociales (relaciones de producción) sobre las cuales se elevan las demás relaciones humanas, entre
ellas las que constituyen la supraestructura ideológica, de la que forma parte la moral.
El hombre es, además, un ser histórico. Las relaciones diversas que contrae en una época dada
constituyen una unidad o formación económico-social que cambia históricamente bajo el impulso de
sus contradicciones internas y, particularmente, cuando llega a su madurez la contradicción entre el
desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Al cambiar la base económica,
cambia también la supraestructura ideológica, y con ella, la moral.
La historia del hombre -como historia de la producción material y de la producción espiritual en las
cuales el hombre se produce a sí mismo- se presenta como un proceso objetivo e inevitable, pero no
fatal. Son los hombres los que hacen su propia historia, cualquiera que sea el grado de conciencia con
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que la realicen y de su participación consciente en ella. Pero, en cada época histórica, el agente
principal del cambio es la clase o clases cuyos intereses coinciden con la marcha ascendente del
movimiento histórico. De estas premisas se deducen las siguientes tesis fundamentales para la ética:
a. la moral, como toda forma de la supraestructura ideológica, cumple una función social;
en su caso, sancionar las relaciones y condiciones de existencia de acuerdo con los intereses de
la clase dominante. En las sociedades divididas en clases antagónicas, la moral tiene, por ello,
un carácter de clase.
b. Han existido hasta ahora diferentes morales de clase, e incluso en una misma sociedad
pueden coexistir varias morales, ya que a cada clase corresponde una moral peculiar. Por ello,
mientras no se den las condiciones reales de una moral universal, válida para toda la sociedad,
no puede existir un sistema de moral válido para todos los tiempos y todas las sociedades.
c. La moral de cada sociedad, o de cada clase, tiene un carácter relativo, pero en la medida
se dan en ella, junto a sus elementos caducos, elementos vivos, las morales particulares se
integran en un proceso de conquista de una moral verdaderamente humana y universal. La
moral proletaria es la moral de una clase que está destinada históricamente a abolirse a sí
misma como clase para dar paso a una sociedad verdaderamente humana; por ello, prepara
también el tránsito a una moral universalmente humana.
d. La historia se halla sujeta a una necesidad objetiva, y las morales surgen en ese proceso
histórico necesario que determina, a su vez, su aparición. Los hombres necesitan la moral como
necesitan la producción; la necesidad de la moral se explica por la función social que, de
acuerdo con la estructura social dada, cumple.
e. Una nueva moral -que ya no sea expresión de las relaciones sociales enajenadas- se hace
necesaria para regular las relaciones de los individuos tanto con vistas a la transformación de la
vieja sociedad como con vistas a asegurar la unidad y la armonía entre los miembros de la
nueva sociedad, socialista. Puesto que tanto la transformación del viejo orden social como la
construcción y el mantenimiento del nuevo requieren la participación consciente de los
hombres, la moral -con sus nuevas virtudes- se convierte en una necesidad.
f. La necesidad de la moral en la transformación radical de la sociedad no significa caer en
un moralismo -propio del socialismo utópico- que aspira a esa transformación por una vía
moral, apelando a principios de justicia o a sentimientos morales. Pero esto no quiere decir
tampoco que se desdeñe -Marx no las ha desdeñado- las apelaciones morales. En efecto, una
vez que se toma conciencia de que el hombre es el ser supremo para el hombre, y de que éste se
halla humillado, abandonado, la transformación de las relaciones sociales que lo mantienen en
ese estado se convierte para él -como dice Marx- en un imperativo categórico.
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La ética comunicativa.
Heredera y continuadora de la ética kantiana, la ética del discurso o ética dialógica es formal
y procedimental, pues no establece normas concretas de acción, sino el procedimiento para
determinar qué normas tienen valor ético. El criterio es similar al kantiano, pero formulado de modo
distinto. Si en Kant tenía validez aquella norma que podía convertirse en ley universal, para las éticas
discursivas es norma moral aquella que es aceptable por la comunidad de diálogo, cuyos
participantes tienen los mismos derechos y mantienen relaciones de libertad e igualdad, esto es, a la
que se llega a través del diálogo y no del monólogo. Para Jürgen Habermas, sólo tienen validez
aquellas normas aceptadas por un consenso en una situación ideal de diálogo. Esta situación de
diálogo debe de cumplir una serie de requisitos: todos los afectados por una misma norma deben
participar en su discusión; todos los participantes deben tener los mismos derechos y las mismas
oportunidades de argumentar y defender sus posturas; no puede existir coacción de ningún tipo y
todos los participantes deben intervenir en el diálogo teniendo como finalidad el entendimiento.
La ética discursiva intenta a su manera llevar adelante el proyecto emancipatorio moderno,
estableciendo un marco de mínimos éticos de justicia desde el que es posible criticar cualquier
situación dada que no encarne los ideales de autonomía, igualdad y solidaridad.
El supuesto antropológico de las éticas comunicativas está dado por una noción de persona
entendida como interlocutor válido, cuyos derechos a la réplica y a la argumentación tienen que ser
pragmáticamente reconocidos para que la argumentación tenga sentido.
En síntesis, el retroceso de las imágenes religiosas del mundo como forma de cohesión social, que
se verifica a partir de la modernidad, produjo la sensación de que no era posible una moral
compartida, capaz de aglutinar a los ciudadanos. Sin embargo, en los países democráticos se logra
consenso fáctico en torno a determinados valores: parece que es preferible la tolerancia a la
intolerancia, la no-esclavitud a la esclavitud, el respeto de los derechos humanos a su infracción.
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Desde una ética discursiva se apuesta fuertemente a esas posibilidades. Para ello es necesario
reconocer a los demás como seres dotados de competencia comunicativa, es decir, como personas;
estar dispuestos a participar en los diálogos que nos afectan y fomentar tales diálogos, así como la
participación de todos los afectados; comprometerse a respetar la vida de los afectados y evitar que se
les fuerce a tomar posiciones y/o decisiones bajo presiones físicas o morales, respetar los derechos de
libertad de conciencia, de reunión, de expresión, buscar de entendimiento, empeñarse en conseguir la
elevación material y cultural de los afectados de modo que puedan debatir en condiciones de simetría,
evitar las decisiones que no defiendan intereses universalizables, esforzarse por sentar las bases de una
comunidad ideal de habla, con conciencia de que la racionalidad comunicativa deba ser mediada por la
estratégica cuando ella sea el único modo de preparar el camino hacia la racionalidad comunicativa,
asumiendo la responsabilidad por las consecuencias. Priorizar, así, valores como la libertad, la
autonomía, la solidaridad, la justicia, la defensa de los derechos, el respeto a los ideales de felicidad,
que es el modo de expresar el respeto a las diferencias. Se trata, en fin, de las actitudes (el carácter)
que deberían asumir los ciudadanos en un país si quieren llevar adelante un proyecto democrático
participativo.
La ética neocontractualista
Desde la perspectiva ética del neocontractualismo se asume la tradición moderna del contrato
social, cuya formulación clásica se desarrolló en los siglos XVII y XVIII, con pensadores tales como
Thomas Hobbes, John Locke, Jean-Jacques Rousseau, Inmanuel Kant. Hoy, el lenguaje de los
derechos y las libertades de los individuos, la idea de un acuerdo racional basado en el interés y la
reciprocidad, constituye el atractivo de esa tradición cuyo postulado básico es que las relaciones
sociales libres adoptan la forma de un contrato aceptado libremente y
reconocido públicamente.
El momento de mayor relevancia del neocontractualismo se
produce en circunstancias socio-históricas concretas: la crisis del
Estado de bienestar.
Lo novedoso de esta orientación ético-política es la acentuación de
la noción de justicia, y la búsqueda de una explicación filosófica del
contrato social como modelo de razonamiento sobre la justicia. Tal es
la propuesta de Rawls en su Teoría de la justicia (1971). Sostiene que
la tarea principal de la ética es dar una explicación del razonamiento
moral válido.
La idea de contrato social remite a una “posición original”, o
situación original hipotética, en la que un conjunto de seres humanos
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carentes de interés los unos por los otros se reúnen para construir una sociedad en la que a todos los
contratantes les resulte conveniente vivir. Es decir, los individuos deben establecer las condiciones en
que están dispuestos a vivir en sociedad, esto es, las normas de justicia que están dispuestos a adoptar.
En esta situación, para asegurar la existencia de condiciones de imparcialidad y de universalidad que
permitan llegar a un consenso en la determinación de los principios de justicia, Rawls introduce el
concepto del "velo de la ignorancia". Es decir, quienes se encuentran en la posición original, se
hallan privados de ciertos conocimientos y poseen otra serie de ellos.
No deben saber:
A. el lugar que ocupan en la sociedad (si serán hombres o mujeres, si se hallaran en la
pobreza o en la riqueza, si pertenecerán a la clase empresarial o a la trabajadora, si ocuparán
puestos de trabajo ejecutivos o de mano de obra no cualificada);
B. Su suerte en la distribución de capacidades naturales (inteligencia, fuerza física, etc.);
C. Los datos particulares de su plan racional de vida;
D. los rasgos especiales de su psicología (pesimismo,
optimismo, etc.);
E. las condiciones de su sociedad: situación económica y
política, nivel de civilización y cultura; a qué generación
pertenecerán.
Deben saber:
A. que su sociedad está sujeta a las condiciones de la justicia,
es decir, a una serie de factores objetivos y subjetivos, que hacen
que la cooperación humana sea posible y necesaria:
- Las condiciones objetivas vienen dadas por el
hecho de que una pluralidad de personas debe coexistir en un
territorio geográficamente limitado, donde los recursos
naturales no son ilimitados, de manera que se hace necesaria la cooperación.
- Las condiciones subjetivas consisten en que tales personas son
aproximadamente similares en capacidad física y mental, son vulnerables a los ataques de
las demás y sus planes de vida pueden ser bloqueados por la fuerza unida de las otras.
B. los hechos generales acerca de la sociedad humana;
C. los principios de la economía política;
D. las bases de la organización social;
E. las leyes de la psicología humana.
Quienes deciden, conversan, dialogan y contratan tras el velo de la ignorancia,
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La teoría contractual supone una caracterización de las personas como participantes en un sistema
de prácticas e instituciones cuya base para el reconocimiento de los demás es la reciprocidad. La
persona es concebida como sujeto de derechos. Dado que cada persona es igualmente soberana, el
sentido de justicia forma parte necesaria del reconocimiento de la dignidad de las mismas. Lo valioso
es la dignidad de la persona, que es anterior y distinta de su capacidad de disfrute. La justicia requiere
constreñimientos morales que responden al reconocimiento del otro como persona con intereses y
sentimientos similares. El sentido de justicia motiva a los miembros de una sociedad a no seguir los
dictados de sus propios intereses. La sociedad es una empresa cooperativa caracterizada tanto por el
conflicto como por la identidad de intereses, que ha de estar regulada por una concepción común de
justicia.
Dos principios regulan la estructura básica de la sociedad justa:
Primero: Cada persona ha de tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas
iguales que sea compatible con un esquema semejante de libertad para los demás. (Ibídem, 82)
Segundo: Las desigualdades económicas y sociales han de satisfacer dos condiciones: a- deben estar
asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en condiciones de una equitativa igualdad de
oportunidades; y b- deben procurar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la
sociedad. (Cfr. Rawls, J., 1996).
El primer principio (principio de iguales libertades) ha de tener prioridad sobre el segundo; y la
primera parte de éste (principio de justa igualdad de oportunidades) ha de tener prioridad sobre la
segunda parte (principio de diferencia). Es decir que se admite una distribución desigual de los
ingresos, las riquezas y los bienes, siempre que ello favorezca a los sectores menos aventajados de la
sociedad.
El resultado buscado por Rawls es que nadie admita, por ejemplo, instituciones y normas fundadas
en que las privaciones de algunas personas se compensen mediante un mayor bien para todas en
general, ya que el hecho de que algunas deban tener menos con objeto de que otras prosperen puede
ser ventajoso, pero no justo.
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Bibliografía:
- http://www.filosofia.net/materiales/sofiafilia/eec/eec_26.html (Pagina Web)
- Arpini Adriana. Teorías éticas contemporáneas. Cuatro respuestas ante los
desafíos sociales y políticos de nuestro tiempo. Revista confluencia, Año 1, Número 4,
Otoño, 2.004. Mendoza, Argentina.
- Sanchez Vázquez Adolfo. Doctrinas éticas fundamentales.
Dr. Joaquín M. Jiménez Ferrer
HUMA3022 (Manifestaciones culturales)
a) Dios como origen o fuente de la moral. Las normas morales derivan aquí de una potencia
suprahumana, cuyos mandamientos constituyen los principios y normas morales fundamentales. Las raíces
de la moral no estarían, pues, en el hombre mismo, sino fuera o por encima de él.
b) La naturaleza como origen o fuente de la moral. La conducta humana moral no sería sino un
aspecto de la conducta natural, biológica. Las cualidades morales—ayuda mutua, disciplina, solidaridad,
etc.— tendrían su origen en los instintos, y por ello, podrían encontrarse no sólo en lo que hay en el hombre
de ser natural, biológico, sino incluso en los animales. Darwin llega a afirmar que los animales conocen
casi todos los sentimientos morales de los hombres: amor, felicidad, lealtad, etcétera.
c) El Hombre (u hombre en general) como origen y fuente de la moral. El hombre de que aquí se
habla es un ser dotado de una esencia eterna e inmutable, inherente a todos los individuos, cualesquiera que
sean las vicisitudes históricas o la situación social. De este modo de ser, que permanece y dura a lo largo de
los cambios históricos y sociales, formaría parte la moral.
Estas tres concepciones del origen y fuente de la moral coinciden en buscar éstos fuera del hombre
concreto, real, es decir, del hombre como ser histórico y social. En un caso, se busca fuera del hombre, en
un ser que es trascendente a él; en otro, en un mundo natural, o, al menos, no específicamente humano; en
un tercero, el centro de gravedad se traslada al hombre, pero a un hombre abstracto, irreal, situado fuera de
la sociedad y de la historia. Frente a estas concepciones hay que subrayar el carácter histórico de la moral
en virtud del propio carácter histórico-social del hombre. Si bien es cierto que el comportamiento moral se
da en el hombre desde que éste existe como tal, o sea, desde las sociedades más primitivas, la moral cambia
y se desarrolla con el cambio y desarrollo de las diferentes sociedades concretas. Así lo demuestran el
desplazamiento de unos principios y normas por otros, de unos valores morales o virtudes por otras, el
Dr. Joaquín M. Jiménez Ferrer Adolfo Sánchez Vázquez, Moral e historia, pág. 2
HUMA3022 (Manifestaciones culturales)
cambio de contenido de una misma virtud a través del tiempo, etc. Pero el reconocimiento de estos cambios
históricos de la moral plantea a su vez dos problemas importantes: el de las causas o factores que
determinan esos cambios y el del sentido o dirección de ellos. Para responder a la primera cuestión,
habremos de retrotraer nuestra mirada a los orígenes históricos—o, más exactamente, prehistóricos—de la
moral, a la vez que—sobre la base de los datos objetivos de la historia real—trataremos de encontrar la
verdadera correlación entre cambio histórico-social y cambio moral. La respuesta a esta cuestión primera
nos permitirá abordar la segunda; es decir, la del sentido o dirección del cambio moral, o dicho en otros
términos, el problema de si existe o no, a través del cambio histórico de las morales concretas, un progreso
moral.
2. Orígenes de la moral
La moral sólo puede surgir—y surge efectivamente—cuando el hombre deja atrás su naturaleza
puramente natural, instintiva, y tiene ya una naturaleza social; es decir, cuando ya forma parte de una
colectividad (gens, varias familias emparentadas entre sí, o tribu, constituida por varias gens). Como
regulación de la conducta de los individuos entre sí, y de éstos con la comunidad, la moral requiere
forzosamente no sólo que el hombre se halle en relación con los demás, sino también cierta conciencia—
por limitada o difusa que sea—de esa relación a fin de poder conducirse de acuerdo con las normas o
prescripciones que lo rigen.
Pero esta relación de hombre a hombre, o entre el individuo y la comunidad, es inseparable de otra
vinculación originaria: la que los hombres—para subsistir y protegerse—mantienen con la naturaleza que
les rodea, y a la cual tratan de someter. Dicha vinculación se expresa, ante todo, en el uso y fabricación de
instrumentos, o sea, en el trabajo humano. Mediante su trabajo, el hombre primitivo establece ya un puente
entre él y la naturaleza, y produce una serie de objetos que satisfacen sus necesidades. Con su trabajo, los
hombres primitivos tratan de poner la naturaleza a su servicio, pero su debilidad ante ella es tal que, durante
larguísimo tiempo, aquélla se les presenta como un mundo extraño y hostil. La propia debilidad de sus
fuerzas ante el mundo que les rodea, determina que para hacerle frente, y tratar de dominarlo, agrupen
todos sus esfuerzos con el fin de multiplicar su poder. Su trabajo cobra necesariamente un carácter
colectivo, y el fortalecimiento de la colectividad se convierte en una necesidad vital. Sólo el carácter
colectivo del trabajo y, en general, de la vida social garantiza la subsistencia y afirmación de la gens o de la
tribu. Surgen así una serie de normas, mandatos o prescripciones no escritas, de aquellos actos o cualidades
de los miembros de la gens o de la tribu que benefician a la comunidad. Así surge la moral con el fin de
asegurar la concordancia de la conducta de cada uno con los intereses colectivos.
La necesidad de ajustar la conducta de cada miembro de la colectividad a los intereses de ésta,
determina que se considere como bueno o beneficioso todo aquello que contribuye a reforzar la unión o la
actividad común, y, por el contrario, que se vea como malo o peligroso lo contrario; o sea, lo que
contribuye a debilitar o minar dicha unión: el aislamiento, la dispersión de esfuerzos, etc. Se establece,
pues, una línea divisoria entre lo bueno y lo malo, así como una tabla de deberes u obligaciones basada en
lo que se considera bueno y beneficioso para la comunidad. Se destacan así una serie de deberes: todo el
mundo esta obligado a trabajar, a luchar contra los enemigos de la tribu, etcétera. Estas obligaciones
comunes entrañan el desarrollo de las cualidades morales que responden a los intereses de la colectividad:
solidaridad, ayuda mutua, disciplina, amor a los hijos de la misma tribu, etc. Lo que más tarde se calificará
de virtudes, así como los vicios, se halla determinado por el carácter colectivo de la vida social. En una
comunidad que se halla sujeta a una lucha incesante con la naturaleza, y con los hombres de otras
comunidades, el valor es una virtud principal ya que el valiente presta un gran servicio a la comunidad. Por
razones semejantes, se aprueba y exalta la solidaridad, la ayuda mutua, la disciplina, etcétera. La cobardía,
en cambio, es un vicio terrible en la sociedad primitiva porque atenta, sobre todo, contra los intereses
vitales de la comunidad. Y lo mismo cabe decir de otros vicios como el egoísmo, el ocio, etcétera.
El concepto de justicia responde también al mismo principio colectivista. Como justicia distributiva,
implica la igualdad en la distribución (los víveres o el botín de guerra se distribuyen sobre la base de la
igualdad mas rigurosa; justicia significa reparto igual, y por ello en griego la palabra dike significa
originariamente una y otra cosa). Como justicia retributiva, la reparación del daño inferido a un miembro
de la comunidad es colectiva (los agravios son un asunto común; quien derrama sangre, derrama la sangre
de todos, y por ello todos los miembros del clan o de la tribu están obligados a vengar la sangre
derramada). El reparto igual, por un lado, y la venganza colectiva, por otro, como dos tipos de justicia
Dr. Joaquín M. Jiménez Ferrer Adolfo Sánchez Vázquez, Moral e historia, pág. 3
HUMA3022 (Manifestaciones culturales)
primitiva, cumplen la misma función practica, social: fortalecer los lazos que unen a los miembros de la
comunidad.
Esta moral colectivista, propia de las sociedades primitivas que no conocen la propiedad privada ni la
división en clases es, por tanto, una moral única y válida para todos los miembros de la comunidad. Pero, al
mismo tiempo, se trata de una moral limitada por el marco mismo de la colectividad; mas allá de los límites
de la gens, o de la tribu, sus principios y normas perdían su validez. Las tribus extrañas eran consideradas
como enemigas, y de ahí que no le fueran aplicables las normas y principios que eran válidos dentro de la
comunidad propia.
Por otra parte, la moral primitiva implicaba una regulación de la conducta de cada uno de acuerdo con
los intereses de la colectividad, pero en esta relación el individuo só1o se veía a si mismo como una parte
de la comunidad o como una encarnación o soporte de ella. No existían propiamente cualidades morales
personales, ya que la moralidad del individuo, lo que había de bueno, de digno de aprobación en su
conducta (su valor, su actitud ante el trabajo, su solidaridad, etc.) era propio de todo miembro de la tribu; el
individuo sólo existía fundido con la comunidad, y no se concebía que pudiera tener intereses propios,
personales, que entraran en contradicción con los colectivos. Esta absorción de lo individual por lo
colectivo no dejaba, en rigor, lugar para una verdadera decisión personal, y por tanto, para una
responsabilidad propia, que son índices como veremos de una vida propiamente moral. La colectividad
aparece como un límite de la moral (hacia afuera, en cuanto que el ámbito de ella es el de la comunidad
propia, y hacia sí mismo, en cuanto que lo colectivo absorbe lo individual); por ello, se trata de una moral
poco desarrollada, cuyas normas y principios se aceptan, sobre todo, por la fuerza de la costumbre y la
tradición. Los rasgos de una moral más elevada, basada en la responsabilidad personal, sólo podrán
aparecer cuando surjan las condiciones sociales para un nuevo tipo de relación entre el individuo y la
comunidad. Las condiciones económico-sociales que habrán de hacer posible el paso a nuevas formas de
moral serán justamente la aparición de la propiedad privada y la división de la sociedad en clases.
Victoria
da en su título: el problema fundamental que tiene la (.)
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educación en nuestros días es la falta de fe. La educa- (.)
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ción ha perdido el norte, ha caído en la indefinición y "'C
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por encima de todo, hay que cambiar de perspecti- •••
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va, eliminar tópicos y asumir que estos valores, estas >
actitudes, se pueden y deben enseñar. No podemos
inhibirnos de la responsabilidad colectiva que supone
educar. El futuro y el bienestar de la sociedad depen-
den de nuestro compromiso.
La asignatura
pendiente
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APRENDER A SER LIBRE
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que no todo el mundo lo alcanza. Mejor dicho, la convenciones semánticas que señalen qué nombre
mayoría de los mortales nos movemos irremisible- tiene cada cosa, la comunicación sería imposible, no
mente entre las etapas convencional y posconven- nos entenderíamos. Hablar implica respetar unas
cional, con una gran tendencia a permanecer en la reglas.
primera para evitar problemas. Pero, aun así, el ob- Pero lo más importante de todo lo dicho es que
jetivo último es llegar a ser autónomos, decidir y ac- la madurez se identifica con la autonomía, la capaci-
tuar libremente y no sólo movidos por imposiciones dad de imponerse normas a uno mismo, escogerlas,
externas. preferirlas y ser capaz de razonarlas. Alcanzar la ma-
Las teorías psicológicas de referencia demues- durez es complicado y todavía lo es más cuando,
tran que no puede haber libertad sin reglas, que la como ya hice notar, la inmadurez parece más atrac-
libertad no es contraria a las constricciones y con- tiva para todos, niños, jóvenes o adultos. Ser adulto
tenciones que vienen de fuera, sino que las necesita. implica tener una clase de auto dominio que consis-
Incluso biológicamente se diría que las reglas son te en no actuar sin antes pensar si conviene hacerlo,
imprescindibles para vivir. Una persona que viviese especialmente cuando la actuación tiene una cierta
fuera de la sociedad, sola en una isla, un robinsón importancia y compromete a otras personas. Ser li-
que no se relacionase con ningún otro ser humano, bre implica reflexionar antes de decidir, pensar que
no tendría que desarrollar una conciencia moral por- quizá tengamos que dar explicaciones de lo que he-
que no tendría la posibilidad de hacer daño a nadie mos hecho o dejado de hacer. A esto se le llama res-
y, por tanto, no podría actuar incorrectamente. Lo ponsabilidad, una consecuencia de la condición de
que, aun así, no podría dejar de hacer, seguramente, ser libre. La libertad es un componente de la «dig-
sería organizarse de acuerdo con una regularidad nidad» de la persona, que es la capacidad de escoger
autoimpuesta para poder ir sobreviviendo con un la mejor manera de vivir. Del mismo modo, ellen-
mínimo orden conveniente para su salud física y guaje y la capacidad de razonar constituyen un rasgo
mental. El hombre es un ser que vive conforme a específico de los humanos. Los griegos utilizaban la
unas reglas. La prueba más clara es el lenguaje, que misma palabra para denominar el lenguaje y la ra-
es la característica humana más específica y que, zón: lagos.
como decía el filósofo vienés Ludwig Wittgenstein,
«es un comportamiento sujeto a reglas». Sin respe-
tar las reglas de la gramática y la sintaxis, sin unas
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Luis Rigal3
Introducción
Sobre las implicancias de esta nueva configuración social y los desafíos que genera en la
reflexión sobre la relación entre educación y ciudadanía versa este trabajo.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Coincidimos con García Canclini cuando afirma que «la cuestión decisiva no es si este
continente es moderno o postmoderno, sino cómo y por qué la modernidad híbrida alcanzada
durante los últimos siglos está desintegrándose, las innovaciones económicas, tecnológicas y
socioculturales más recientes benefician a pequeñas minorías y las posiciones conquistadas por
algunos países latinoamericanos en el desarrollo moderno internacional se pierden o se
transforman en condiciones cada vez más regresivas y dependientes»9.
4Este punto retoma temas tratados en Rigal, Luis: El sentido de educar. Crítica a los procesos de transformación educativa en
Argentina, dentro del marco latinoamericano, Buenos Aires, Miño y Dávila, 2004, cap. 2.
5 cfr. Stavenhagen, Rodolfo: «Treinta años después», en Rev. Crítica Educativa Nº 3, Buenos Aires, 1997.
6 García Canclini, Néstor: Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad, México, Grijalbo, 1990, pg. 20
7 cfr. Brunner, J. J.: América Latina: cultura y modernidad, México, Grijalbo, 1992, pgs. 15 - 17.
8 Feinmann, José Pablo: «América latina, ahora», en Diario Página 12, Buenos Aires, 2003.
9 García Canclini, Néstor: Imaginarios urbanos, Buenos Aires, Eudeba, 1997, pg. 20.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Además, esta desmodernización incluyó el desguace del Estado Benefactor y con ello la
desaparición de su papel regulador de la vida económica y social y de su aporte –sin bien en
muchos casos limitado– a la cohesión y el bienestar sociales, y a una relativa disminución de las
desigualdades.
El modelo neo-neo –como afirma Sirvent– ha generado múltiples pobrezas, no sólo una
pobreza económica. «Estas pobrezas se relacionan con carencias en la satisfacción de otras
necesidades humanas como, por ejemplo, una pobreza de protección referida no sólo a cuestiones de
inseguridad y violencia cotidiana sino a la violencia que significa una cultura de la amenaza y el
miedo a la pérdida del empleo, a la inestabilidad laboral, a la sanción por el disenso; una pobreza
política o de participación social en relación con los factores que aún hoy en día reprimen e
intentan desarticular nuevas formas de organización social fomentando el individualismo, la
fragmentación, el escepticismo político y la desmovilización; una pobreza de comprensión que hace
referencia a los factores sociales que dificultan el manejo reflexivo de la información y la
construcción de un conocimiento crítico sobre nuestro entorno cotidiano11.
10 Para un tratamiento más detallado de los rasgos del modelo neo-neo cfr. Rigal, Luis: op. cit., pgs. 37 a 49
11 Sirvent, M. T: «La investigación social y el compromiso del investigador : contradicciones y desafíos del presente momento
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Pero a medida que el capitalismo se consolida la educación vuelve a ser pensada por las
clases dirigentes como mecanismo de control social. Los teóricos de la economía política la
recomiendan para evitar desórdenes. Más tarde, Durkheim justificará la necesidad de una
educación moral en función de la división del trabajo y de la cohesión social. El presupuesto
básico era que el pueblo instruido fuera ordenado, obediente a sus superiores y no cayera preso
de supersticiones religiosas y místicas.
La ciudadanía, así, pasa a tener una connotación eminentemente moral, como obligación,
como disciplinamiento para la convivencia social armónica con ciudadanos semejantes.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
La dimensión política abarca la libertad para participar en la cosa pública, ya sea en forma
directa o delegada.
12 cfr. Gohn, Maria da Glória: Movimentos sociais e educaçao, Sao Paulo, Cortez Editora, 1992, .pgs. 11 a 15.
13cfr. Nun, José: Democracia ¿gobierno del pueblo gobierno de los políticos?, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2000, pgs. 57 a
60.
14 Marshall, Thomas: «Ciudadanía y clase social», en Marshall, T. y Bottomore, T: Ciudadanía y clase social, Madrid, Alianza, 1998.
15 cfr. Svampa, Maristella: La sociedad excluyente: la Argentina bajo el signo del neoliberalismo, Buenos Aires, Taurus, 2005, pgs. 73 a 76.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
El modelo neo-neo propone una democracia restringida, que se consolida con el paulatino
debilitamiento del aparato político del estado y de la sociedad civil y su consiguiente escaso
control de las reformas políticas y económicas que se desarrollan.
• como ciudadanía acrítica, «práctica social no problemática que hace una lectura no crítica
de su herencia cultural»17;
• como ciudadanía fragmentada y apática, producto de una sociedad con débiles tramas
asociativas, muy impregnada de la ética neo-darwinista;
• como ciudadanía consumidora cultural, para un modelo que necesita receptores pasivos e
individuales de los numerosos y heterogéneos flujos de información y de bienes18.
16 Cfr. Huntington, Samuel P.: The crisis of democracy, New York, University Press, 1991.
17 Giroux, Henry: La escuela y la lucha por la ciudadanía, México, Siglo XXI, 1993, pg. 85.
18 cfr. Rigal, Luis: «Escuela, ciudadanía y postmodernidad progresista», en Revista Crítica Educativa Nº 3, Buenos Aires, 1997.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Para intentar mitigar los efectos de esta verdadera no-ciudadanía en nuestros países se han
aplicado políticas sociales compensatorias y focalizadas que apoyadas en la autoorganización
comunitaria y la creación de redes de sobrevivencia promovieron una ciudadanía mínima bajo la
mirada vigilante y controladora del Estado.
Pero, ¿cómo propone el discurso neoliberal superar esta falsa homogeneización? Según
algunos autores, «las transformaciones sociales que se produjeron en las últimas décadas del siglo
XX crearon el contexto social, ideacional y político que permitió introducir el concepto de equidad
21 Para un tratamiento más pormenorizado, cfr. Rigal, L.: op. cit., pgs. 151 a 159.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
como complementario y, para algunos sectores, superador del de igualdad, centrado en la propuesta de no dar
lo mismo a los que son diferentes, para grupos sociales en los que el rasgo más destacado es la
distancia social y no la homogeneidad. Situación que requiere sustituir políticas comunes para
todos, por otras que atiendan de manera específica carencias desiguales»23.
El efecto aparentemente democrático de dar más al que menos tiene corre el riesgo de
diluirse frente al efecto discriminador de la operacionalización de la equidad, que obliga a la
escuela a un asistencialismo imprescindible. El imperativo de la equidad, aparece por lo menos
tan contradictorio para la construcción de una ciudadanía de derechos, como el de la igualdad
defendida desde una supuesta homogeneidad social, si bien este discurso, aunque ilusorio, creaba
conciencia de derechos.
23 cfr. Feijoo, M: Equidad social y educación los los años 90, Buenos Aires, iipe-unesco, 2000, pg. 15.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 29
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
los recursos que se requieren para el autosostén y se constituye, por lo tanto, en potencial
receptor de la asistencia que proporcionan las agencias estatales.
Esta conversión del pobre en carenciado resulta un desplazamiento que diluye sus
derechos como ciudadano, muchos de ellos constituidos históricamente a través de largas luchas
que lo tuvieron como protagonista.
2.2. Algunos rasgos de la nueva sociedad que se constituyó en Argentina durante los
últimos 15 años
25 «El 19 y 20 de diciembre de 2001 fue la culminación de un proceso de varios días que desencadenó la renuncia del entonces
presidente de la nación, Dr. Fernando de la Rúa, y todo su gabinete. En la noche del 19 de diciembre, en respuesta al estado de
sitio decretado por el gobierno, se congregaron miles de argentinos en distintas plazas y calles del país, sobre todo en Capital
Federal, donde una multitud de personas de los diversos barrios de la ciudad de Buenos Aires salieron “caceroleando” por las
calles y llegaron hasta Plaza de Mayo. Desde estos sucesos comenzaron a generarse en Capital Federal y todo el país asambleas
barriales constituidas por una diversidad de sectores sociales. A partir de estas manifestaciones se constituyen nuevas formas de
expresión de la protesta popular y de búsqueda de instancias alternativas de participación social, y se consolidan otras formas
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 30
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Estas rupturas –como señala Boaventura de Sousa Santos– expresan la necesidad de «...
superar esta democracia que restringe el espacio público al político, que vacía al espacio político
de las luchas político ideológicas y que deja que el poder social embista a la sociedad de una
manera salvaje, no regulada, porque la liberalización de la economía, lo que se ha dado en llamar
la desregulación, se da, exactamente, para que este poder salvaje siga cada vez más fuerte...»26.
Para entender este fenómeno desde lo más estrictamente estructural conviene tener en
cuenta que las mencionadas propuestas estatales de autoorganización comunitaria y de participación en
redes de sobrevivencia generaron una importante expansión de organizaciones de base territorial28.
Paradojalmente, instaurados como espacios para el control y la donación a través de políticas
sociales focalizadas y compensatorias se constituyeron –al igual que en otros países de América
Latina– en gérmenes de nuevos movimientos sociales.
nuevas de organización popular que ya venían desarrollando su historia, como la de los movimientos piqueteros, conformados
principalmente por trabajadoras y trabajadores desocupados», Sirvent, M. T.: op. cit.
26 Santos, Boaventura de Sousa: «Las tensiones de la modernidad», en Monereo, M. y Riera, M (eds): Porto Alegre. Otro mundo es
27 cfr. Martínez Bonafe, Jaume: «Escuela pública, democracia y poder», en AAVV: Ciudadanía, poder y educación, Barcelona, Graó,
2003, pgs. 7 y 8.
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Otra manifestación de estos nuevos movimientos han sido las asambleas barriales que, con
predominante participación de la clase media, aparecieron en la ciudad de Buenos Aires, en el
Conurbano bonaerense y en algunas ciudades del interior del país como un espacio de
organización y deliberación que rompió con las formas tradicionales de representación política,
procuró otra forma de autoorganización de lo social, con aspiraciones a la horizontalidad y
proclive a la acción directa.
Pese a su efímera existencia masiva –sólo han perdurado pocas de ellas– confirman la
gestación de un nuevo modelo de militancia, marcado por la acción directa, la democracia por
consenso y la construcción de colectivos y estructuras de organización flexibles y
antiburocráticas, de carácter local y barrial29.
31 Wainfeld, Mario: «Una sorpresa que se venía venir», en Diario Página 12 Nº 6224, marzo 2006.
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Como corolario podemos afirmar que ya sea que la identidad de estos nuevos actores
sociales aparezca más ligada a movimientos reivindicativos o a movimientos antagónicos, de
todos modos expresan una lucha por la desnaturalización de las desigualdades sociales32.
Estos movimientos que surgieron en América Latina en las décadas de los 70 y los 80,
resultaron novedosos en relación con el movimiento obrero clásico porque expresaban
públicamente temáticas y conflictos que tradicionalmente se habían considerado como propios
del ámbito privado –respeto por las diferencias de género o de etnias; preservación del medio
ambiente– y promovían el desarrollo de formas organizativas más democráticas. En nuestro país,
además, las organizaciones de derechos humanos tuvieron una especial relevancia con su aporte
a la articulación multiorganizacional.
Como hemos visto, lo sucedido desde los año 90 lleva a complejizar el concepto de
movimiento social, en la medida que muestra la incorporación de nuevos actores sociales y de
múltiples acciones colectivas, encarnando cada uno de ellos una modalidad de resistencia a las
estructurales vías de exclusión social vigentes.
3.1. La ciudadanía colectiva: el modelo construido por los nuevos actores sociales
33 Cfr. Santos, Boaventura de Sousa: Entrevista en Diario La Jornada, México, Julio 2005.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 33
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Como señala Maristella Svampa, «ni pueblo ni clase trabajadora como antaño; ni ejército
industrial de reserva ni nuevo lumpenproletariado: carácter multiforme y heterogéneo,
informalidad, tradición obrera y militancia política, rabia juvenil y talante antirrepresivo y
anticapitalista, protagonismo femenino y trabajo comunitario»34.
No olvidar tampoco que esta reflexión crítica se da en medio de una disputa hegemónica
en la cual los mecanismos del poder siguen operando en la construcción de categorías
distorsionadoras para pensar la realidad –los trabajadores desocupados reducidos a piqueteros
obstructores y violentos; la inseguridad urbana analizada desde una perspectiva individualista,
reduccionista y represora– que descalifican actores y luchas pero, fundamentalmente, tratan de
debilitar y negar las demandas sociales.
Por otro lado, aparece una demanda social y educativa y la realización concreta de
instancias formales de educación alternativa dirigidas a la infancia, la adolescencia y los adultos en
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 34
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
situación de pobreza educativa, a cargo de los protagonistas de los movimientos sociales y «...
con la impronta del movimiento»36.
Son proyectos educativos de diversa naturaleza, generados por los integrantes de los
movimientos sociales. Como por ejemplo: espacios de alfabetización, talleres de educación
popular, apoyo escolar, jardines de infantes, escuelas etc.
Sociología de la Educación (International Sociological Asociation/Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires,
Agosto 2004). cfr. Sirvent, M. T.: op. cit.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 35
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Las experiencias del pasado, la memoria de las luchas contra la opresión y la negación de
derechos, la represión, son rescatadas en el imaginario colectivo en forma que favorezca la
lectura del presente. La fusión del pasado y el presente se transforma en fuerza social colectiva
organizada.
Plantea la reconstitución de una dimensión que supere la visión dicotómica que enfrenta
de manera absoluta «lo estatal» con «lo privado». Esa dimensión es lo público, entendido como un
«espacio que pueda asegurar en los más extendidos ámbitos de la vida colectiva una mayor
información, participación y descentralización de las decisiones»39, espacio, además, facilitador de
organización.
En este sentido, los movimientos sociales organizan fuerzas políticas en los que podemos
llamar espacios públicos alternativos, que no son facilitados por la política oficial sino que son
conquistados por las bases sociales.
39 Portantiero, Juan Carlos: «La múltiple transformación del estado latinoamericano», Revista Nueva Sociedad Nº 104, Caracas, 1988.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 36
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
En esta línea, dicen Awad y Mejía que empoderamiento «que es sujeto y que es verbo, se
refiere al desarrollo en cada persona de potencialidades (individuales y sociales) y de niveles de
autonomía que de manera conciente son colocados en función de la construcción de un proyecto
social fundado en la vida y la solidaridad (...) Reconocemos que en toda relación entre sujetos
está presente el poder, reproduciendo la dominación –exclusión–. Por eso es necesario visibilizar
el poder y develarlo cuando aparece como opresión en los procesos de saber y conocimiento en
la vida social, para construir un poder diferente»40.
40 Awad, M. y Mejía M. R.: Pedagogías y metodologías en educación popular, Bogotá, CINEP, 1998, mimeo, pg. 18.
41 cfr. Shor, Ira: Empowering education, Chicago, The University of Chicago Press, 1992, cap. 1.
42 cfr. Laclau, E. y Mouffe, Ch.: Hegemonía y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI, 1989, pgs. 188 a 217.
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Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Esta posición redefine el papel teórico del concepto de hegemonía: apunta ahora a no
dispersar las posiciones del sujeto y entre los sujetos, sino a articularlos. Es decir, contribuir a establecer
vínculos históricos, contingentes y variables. La articulación hegemónica se puede dar desde las
posiciones de subalternidad y subordinación (en términos económicos, de género, de etnia,
generacionales, etc.)
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 38
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
La conciencia del sujeto será entonces siempre parcial, incompleta, producto de esas
múltiples determinaciones que en general son contradictorias. Esto tiene algunas consecuencias
pedagógicas: no es posible, por ejemplo, el dualismo de pasaje postulado en la concepción
tradicional –de conciencia ingenua a conciencia crítica– en la medida que tal oposición binaria
queda superada por una perspectiva dialéctica y compleja de la constitución de la subjetividad.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 39
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
Desde las nociones de empoderamiento político y democracia radical podemos formular algunos
aportes para una teoría educativa de la diferencia y la igualdad, aplicables sustantivamente a una
reflexión teórica sobre la relación educación-movimientos sociales.
Una pedagogía acorde con esta perspectiva debe ser una pedagogía de los límites, centrada en
las representaciones y prácticas culturales de los que se sienten diferentes en el marco de
fronteras geográficas, ocupacionales, de género, lingüísticas y étnicas46. Pedagogía que reconoce
la diversidad y multiplicación de identidades sociales, sin relegar la importancia que los
condicionamientos materiales tienen en la construcción de las mismas, poniendo freno a las
posibilidades de transformación y gestión de los sujetos.
De este modo, la reconstrucción del sentido la educación para una democracia plural tiene
que hacerse partiendo de los valores de igualdad, libertad y diferencia, y aceptando la tensión
dinámica existente entre ellos47.
La resistencia –concepto central en una teoría crítica de la educación– hay que entenderla
como una mirada dialéctica de la intervención humana. Revaloriza el papel de los sujetos, los
movimientos sociales, tanto en sus confrontaciones cotidianas como en sus propuestas y
prácticas sociales.
46 cfr. Giroux, H. y Flecha, R.: Igualdad educativa y diferencia cultural, Barcelona, El Roure, 1992, cap. 5.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 40
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
En fin, de lo que se trata, una vez más, es de diseñar un futuro distinto. Paulo Freire
afirmaba «si no hay sueño, si no hay lucha, si no hay esperanza, no hay educación, sólo hay
adiestramiento instrumental»46. El sueño, la lucha, la esperanza la convierte en un momento de
la praxis social destinada a ser productora de sentido, con intencionalidad de transformación social. Sólo así
la educación puede ser crítica y emancipadora.
Nuestra convicción es que la escuela para nuestra época debe ser profundamente crítica y
democrática y cumplir tres tareas centrales:
• Criticar la injusticia.
Confrontada esta escuela con la realidad de los movimientos sociales, desde sus tareas
centrales debe:
48 Idem.
49 Freire, Paulo: «Escuela pública y educación popular», en Freire, P: Política y educación, México, Siglo xxi, 1992.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 41
Luis Rigal: Educación, democracia y ciudadanía en la postmodernidad latinoamericana...
que más de una década de desindustrialización y desocupación no han dado por olvidadas las
tradiciones vinculadas con la ocupación estable y sus derechos, así como no han perimido las
expectativas puestas desde amplios sectores subalternos en la escolarización»50.
La escuela es concebida así como una forma de política cultural que conforma una
introducción, una preparación y una legitimación de formas particulares de vida social y la
pedagogía que emerge de esta concepción crítica se funda en la convicción que para la escuela es
una prioridad ética dar poder al sujeto social facilitándole la atribución de sentido crítico al dominio
de habilidades cognoscitivas y técnicas53.
50 Neufeld, M. R: op. cit., pg. 10. Cfr. Sirvent, M. T.: op. cit.
51 cfr. Sirvent, María Teresa: «Estilos participativos: sueños o realidades», Revista Argentina de Educación, AGCE. Año III, Nº 5,
53 Cfr. Rigal, Luis: «La escuela popular y democrática: un modelo para armar», Revista Crítica Educativa Nº 1, Buenos Aires, 1996.
rase Revista de la Asociación de Sociología de la Educación, vol. 1, núm. 3, septiembre 2008 pág. 42
Los valores y las normas sociales
en la escuela
Una propuesta didáctica e institucional
Por
Norberto Boggino
Rosario – Santa Fe
(Argentina)
CAPÍTULO I
Los contenidos actitudinales en la escuela
y en el aula……………………………………………………….…………………………………………19
CAPÍTULO II
Como se construyen las normas y los valores
en la escuela yen el aula………………………………………….………………………………35
CAPÍTULO III
Asamblea, contrato pedag6gico y convivencia escolar.
Experiencia de la Escuela Cooperativa Casaverde……………………………..51
CAPÍTULO IV
Violencia, conflicto y convivencia escolar…………………………………………….67
CAPITULO V
Como prevenir la indisciplina y la violencia en la escuela……………..…87
CAPITULO VI
Diversidad y convivencia escolar……………………………………………………….…107
BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………………………….117
I
Para pensar y trabajar en y para la diversidad en la escuela y en el
aula, es necesario comprender que se entiende por diversidad:
II
Tal como afirma López Melero (2002: 15), la cultura de la diversidad es
la cultura de la cooperación, del respeto, de la solidaridad, de la justicia, de
la libertad, de la ética y de la democracia. Y, en este sentido, una de las
grandes paradojas es cómo atender a la diversidad en el marco de una
sociedad con rasgos fuertemente competitivos, discriminadores, sectarios,
insolidarios, machistas, consumistas y oportunistas.
Evidentemente, no basta con tomar un slogan (de moda) y enarbolar
banderas ni sostener, simplemente, un discurso categórico.
1
Párrafo extraído de ideología, diversidad y cultura: una nueva escuela para una nueva civilización de
Miguel López Melero en "Equidad y calidad para atender a la diversidad", Fundación Claudina Thevenet,
Espacio Editorial, Buenos Aires, 2002.
2
Este subtitulo hace referencia a la denominación del libro Una escuela en y para la diversidad de Alicia
Devalle de Rendo y Viviana Vega, Buenos Aires: Aique, 1999.
Hay que comprender que el
discurso de la diversidad, es el
discurso de la legitimidad del otro
(Cfr. López Melero, 2002: 14).
3
Esta caracterización se encuentra en “Ideología, Diversidad y Cultura: una nueva escuela para una nueva
civilización” de Miguel López Melero en Equidad y calidad para atender a la diversidad. Fundación
Claudina Thévenet, Espacio, Buenos Aires, 2002.
• Consumismo: que expresa nuevos modos de ser (a través del
tener).
• Individualismo: que conlleva la superficialización de los
sentimientos y de los vínculos.
• Oportunismo u ocasionalismo: que sobredimensiona el presente
(el aquí y ahora) en detrimento del futuro y del pasado.
• Ahistoricismo: que desecha la comprensión de la historia y, en
consecuencia, la proyección del futuro a partir de ella.
III
Se trata de un nuevo y controvertido escenario donde debe actuar el
docente y en el que tendrá que procurar encontrar respuestas a preguntas
relevantes:
4
"Aprendizaje, obstáculo y diversidad" constituye un capitulo del libro La escuela par dentro y el
aprendizaje escolar, Norberto Boggino y Fernando Avendaño (Comp.), Homo Sapiens, Rosario, 2000.
Los alumnos no eligen el lugar de nacimiento ni su grupo social ni su
propio nombre. Los alumnos llegan a la escuela con lo propio, con lo único
posible, y este constituye el único punto de partida para aprender
significativamente y, por lo tanto, el único punto de partida de la
enseñanza.
La falta de reconocimiento de lo singular y propio de cada alumno trae
aparejado dificultades en los aprendizajes cuando la distancia cognoscitiva
no es adecuada. Y, pasado el tiempo, las dificultades podrán ser mayores
porque las posibilidades de comprensión del material que presenta el
docente se agudizan. Y así, luego de un "par" de años, se provocan
problemas en el aprendizaje que suelen ser "leídos" como problemas
sociales, familiares o de conducta.
Entonces, ¿por qué no preguntarse sobre estas diferencias antes de
provocar los problemas en el interior del aula y la escuela? ¿Por qué no
partir del respeto por el otro con el propósito de generar autonomía y dejar
viejas practicas coactivas?.
Lo nuclear de la autonomía es decidir según los propios principios,
decidir por sí mismo y no ser gobernado por las pautas del otro. Por lo
tanto, no podrá haber autonomía si sólo se tiene en cuenta el punto de vista
propio.
Por lo tanto, (como señaláramos) la ética tiene que constituir el pilar
que sostenga la práctica pedagógica, y ello conlleva:
3. ACCIONES DIDÁCTICAS
BIBLIOGRAFÍA
LÉVIAS, E. (1993). Entre nosotros: ensayos para pensar en otro. Valencia: Pre-Textos.
Quisiera proponerles ahora una reflexión sobre la noción misma del concepto de
formación.
Cuando utilizamos la palabra “formación”, no todos le damos el mismo sentido. Para muchos
la formación consiste e dispositivos. Por ejemplo se dice: “acaso la formación docente debe hacerse
en institutos, en la universidad”…”¿para la formación docente va a haber una formación inicial, una
formación de postgrado, o una formación en forma permanente?”. Cuando se habla de formación
permanente se hace referencia a un dispositivo.
Ésta es la primera acepción de la palabra “formación”. En lo que a mí respecta, voy a decir
que cuando se habla de dispositivo se habla de ciertas condiciones de la formación que son
los soportes de la formación. Pero esto no es la formación.
Segunda acepción: se dice que una formación consiste en la implementación de programas
y contenidos de aprendizaje. Por ejemplo, se dice que en ingeniería los alumnos reciben una
importante formación. Escuchen bien esta frase: “reciben una formación”. Lo que remite a una
imagen de algo que se consume, que se recibe del afuera, del exterior, y que se dirige más o menos
bien.
Y bien, un programa de aprendizaje, el currículo, que hace que haya cierta cantidad de etapas
fijadas de manera racional, es también algo que es indispensable para la formación, forma parte de
los soportes y condiciones de la formación, pero no es la formación.
Entonces ¿qué es la formación? Es algo que tiene relación con la forma. Formarse es
adquirir cierta forma. Una forma para actuar, para reflexionar y perfeccionar esta forma. No sé si se
puede decir así en español, pero formarse es “ponerse en forma”, como el deportista se pone en
forma. La formación es entonces completamente diferente de la enseñanza y del aprendizaje. O sea
que la enseñanza y el aprendizaje pueden entrar en la formación, pueden ser soportes de la
formación, pero la formación, su dinámica, este desarrollo personal que es la formación consiste en
encontrar formas para cumplir con ciertas tareas para ejercer un oficio, una profesión, un trabajo,
por ejemplo.
Cuando se habla de formación profesional, de ponerse en condiciones para ejercer prácticas
profesionales. Esto supone, obviamente, muchas cosas: conocimientos, habilidades, cierta
representación del trabajo a realizar, de la profesión que va a ejercerse, la concepción del rol, la
imagen del rol que uno va a desempeñar, etcétera. Esta dinámica de formación, esta dinámica de
búsqueda de la mejor forma es un desarrollo de la persona que va a estar orientado según los
objetivos que uno busca y de acuerdo con su posición.
Retomo a una definición biológica de la formación. Cuando se dice “que un adolescente hizo
su formación”, se quiere decir que ya tiene características sexuales que son las de un adulto, que
encontró sus formas. Es importante ver la formación de esta manera: como la dinámica de un
desarrollo personal.
Si esto se ve así, se debe renunciar a ciertas maneras de hablar que son frecuentes. Una
formación no se recibe. Nadie puede formar a otro. se puede hablar de un formador y de un
formado. Hablar de un formador y de un formado es afirmar que hay un polo activo, el formador, y
un polo pasivo, aquél que es formado. Y la mayoría del tiempo éste es el vocablo que se utiliza, creo
que es el mismo aquí que al otro lado del Atlántico. Nadie forma a otro. El individuo se forma, es
quien encuentra su forma, es él quien se desarrolla, diría, de ponerse en forma. Entonces lo que
quiero decir es que el sujeto se forma por sus propios medios.
Es un autor francés que se llama kaËs1 que ha demostrado muy bien que las fantasías
existentes con respecto a la formación se sitúan en dos extremos. Uno dado por la fantasía de
Pigmalión, la de un escultor que crea otro a su imagen , lo moldea, le da su forma, le da forma a una
materia que en ese momento es pasivo, dócil. Un escultor, un modelador que encuentra su placer
cuando terminó, realizó lo que tenía en su imaginación y que, como dios, creó un ser a su
semejanza.
Esta fantasía probablemente exista en todo formador…, en todos nosotros…Nadie escapa de
esto. Sin embargo cuando empezamos a criticar esta manera de representarse el acto de formación,
solemos pasarnos al otro extremo. Nos decimos: “los individuos se forman por sus propios medios, a
través de sus propios recursos”. Los tratamos entonces como otro personaje mítico: el fénix, el ave
que se consume y renace de las cenizas.
Ninguna de estas dos fantasías corresponde a la dinámica formativa. Por un lado, uno se
forma a sí mismo, pero uno se forma sólo por mediación. Las mediaciones son variadas,
diversas. Los formadores son mediadores humanos, lo son también las lecturas, las circunstancias,
los accidentes de la vida, la relación con los otros…Todas estas son mediaciones que posibilitan la
formación, que orientan el desarrollo, la dinámica del desarrollo en un sentido positivo.
RESUMEN
Correspondencia
La formación supone cancelar la frontera entre lo que
José Contreras Domingo sabemos y lo que somos. Y es la relación experiencia-saber
(frente a la tradicional de teoría-práctica) la necesaria en el
Departamento de Didáctica y
quehacer educativo. La noción de experiencia es entendida
Organización Educativa
Facultad de Formación del como lo que nos pasa y nos mueve a pensar el sentido de
Profesorado lo educativo. La idea de saber es entendida como el fruto
Universidad de Barcelona de la experiencia, que tiene siempre un fuerte componente
personal. En el texto se desarrollan estas ideas y se plantean
Tel.: 93 403 50 45
modos de abordar en la formación docente este proceso
E-mail: jcontreras@ub.edu de construcción de la relación personal entre experiencia
y saber.
Recibido: 30/1/2010
Aceptado: 15/4/2010
Palabras clave: Experiencia, Saber, Formación,
Didáctica, Subjetividad.
Abstract
Education means to bridge the gap between what we know and what we are. And the
relationship between experience and knowledge (in contrast to the traditional relationship
between theory and practice) is necessary and important in education. The notion of
experience is understood as what happens to us and leads us to think about the meaning of
education. The idea of knowledge is understood as the result of experience, which always
has a strong personal component. These ideas are discussed in the paper, and ways of
tackling this process of building a personal relationship between experience and knowledge
in teacher education are offered.
ISSN 0213-8646 • Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, 68 (24,2) (2010), 61-81 61
José Contreras Domingo
El sentido de la formación
En un texto dedicado a la lectura como experiencia formativa, dice Jorge Larrosa
que la formación supone “cancelar la frontera entre lo que sabemos y lo que
somos”. Encuentro espléndida y certera esta expresión, porque señala una
dimensión fundamental de la formación a la que no solemos prestar suficiente
atención y que yo querría tomar como preocupación central en este artículo. Pero
antes de ello citaré más extensamente el texto en el que el autor expone esta idea:
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Ser y saber en la formación didáctica del profesorado: una visión personal
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José Contreras Domingo
algo con ello1. Porque al fin y al cabo, aquello que soy, un docente, es justo lo que
trato de ayudarles a entender a mis estudiantes: de qué va este oficio, qué hay en
juego en él, cómo encaminarse hacia el mismo, a partir de lo que son, de quienes
son, de lo que ya poseen, pero yendo también más allá, abriendo otras miradas,
conociendo otras experiencias, explorando otras posibilidades, proyectando sus
deseos. ¿Qué de lo que soy como profesor me ayuda en mi trabajo de enseñar a
ser docente?
Por eso me gustaría poder decir algo desde mi experiencia, esto es, de lo que
me pasa con lo que hago, y de lo que me ha dado que pensar todo ello; de lo
que he podido entender sobre este oficio desde lo vivido, y desde lo hecho cuerpo
en mí2. Pero decir algo desde mi experiencia no es exactamente lo mismo que
decir algo de ella; no es tanto hablar de mí, como intentar expresar algo de lo
que voy entendiendo acerca de este oficio, lo que voy vislumbrando del sentido
de la formación del profesorado, de sus posibilidades, de sus limitaciones, de sus
paradojas y de sus contradicciones, mientras tanteo caminos, modos de hacer que
intentan seguir las pistas de lo que intuyo y no siempre consigo atrapar. Porque
es así como entiendo la naturaleza de la práctica pedagógica: como la búsqueda
de algo sutil, que se te escapa, que nunca está resuelto a priori, que sólo existe
en relación a quienes tienes delante, y que por lo tanto nunca depende sólo de
ti, pero te implica en concreto a ti, en tu modo de estar ahí, en esa relación. Y
precisamente por ser algo que nunca está resuelto a priori, hay que preguntarse
siempre, de nuevo, cada vez, si era eso lo que había que hacer (Van Manen,
2003, 162; 2004).
No descubro nada nuevo si digo que el oficio docente se hace con uno mismo,
con lo que uno es y lleva incorporado. Al enseñar, uno se expone, se enseña; no
sólo enseña un saber, sino la propia relación con el saber; no sólo está allí, entre
estudiantes, sino que es ante todo presencia. Y esto es lo que primero perciben
alumnos y alumnas: la presencia (o la ausencia), el modo de ser alguien que
se muestra (o no) y entabla (o no) una relación, tanto con el propio alumnado,
como con lo que pretende enseñar, o compartir, o estimular e impulsar en esa
relación personal. Hacerse docente tiene por tanto mucho que ver con elaborar
esa presencia: pensar los modos en que establecemos las relaciones; indagar en lo
1. Entre los antecedentes más significativos que me han ayudado a pensar la noción de experiencia
y la relación entre experiencia y saber se encuentran Diótima (2002), Gadamer (1977), Jedlowski
(2008), Skliar y Larrosa (2009), Van Manen (2003), Zambrano (1989; 2000). Puede consultarse
Contreras y Pérez de Lara (en prensa).
2. En diversas ocasiones he tanteado este camino de expresar las preocupaciones y prácticas de la
formación del profesorado a partir de mi experiencia. Véase Contreras (2003; 2006; 2008). Una
versión reducida de Contreras (2008), en Contreras (en prensa).
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Ser y saber en la formación didáctica del profesorado: una visión personal
que tenemos como propio y cómo eso es lo que está vivo y activo, no ya como un
recurso acuñado, sino como un modo propio de vivir las situaciones educativas,
aquellas que nos permiten estar de verdad; descubrir lo que tenemos que hacer
consciente, visible para nosotros mismos, de nuestros modos de ser y estar, para
ver si es eso lo que requiere nuestra acción educativa.
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las expresables, las verbales, o las cognitivas. Y porque remite a sabiduría, que es
una especial disposición anímica en la relación con el mundo. “El saber –como dice
María Zambrano (1989, 107)– es experiencia ancestral o experiencia sedimentada
en el curso de una vida”.
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Ser y saber en la formación didáctica del profesorado: una visión personal
conocimiento teórico que después debe aplicarse: porque es la única función que
pueden ejercer en el modo de organización de la universidad, una función que la
socialización académica reproduce sin fin. Pretendo hacer entender con esto que
el hecho de que yo enseñe Didáctica está atrapado en esta lógica según la cual se
concibe que mi tarea es enseñar una asignatura teórica. Lo que planteo, parte de
este hecho, para mí inevitable, pero busca otra lógica que no es la que siempre
se intenta manejar en esta epistemología institucionalizada, y que es, como ya he
dicho, la de la relación teoría-práctica3.
Todo esto es algo que puedo entender ahora, pero me ha costado mucho tiempo
percibir que aquí radicaba uno de los problemas de mi enseñanza (Contreras,
2008). A lo largo de los años dando clases de Didáctica en Magisterio he estado
preocupado por clarificarme respecto al contenido de esta asignatura necesario
para la formación como docentes de mis estudiantes4. Pensaba que era importante
determinar qué contenidos tenían potencialidad formativa, fuerza intelectual,
chispa provocadora, capacidad de iluminación de las cuestiones importantes sobre
el qué y cómo enseñar. Estaba convencido de que mi tarea consistía en aportarles
un saber para que “se cayeran del caballo” y se transformaran en docentes
lúcidos, críticos, apasionados, entregados, etc. Poco convencido de una idea de
enseñanza magistral, así como consciente de mis pocas dotes como orador, nunca
defendí una enseñanza transmisiva. Sin embargo, siempre estaba a la búsqueda
de aquellos textos que me suplieran a mí en esa tarea; esperaba así, que la
transmisión dependiera de las lecturas y que las clases fueran el lugar en el que,
realizando alguna actividad a partir de las lecturas, éstas pudieran ser asimiladas,
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José Contreras Domingo
de tal manera que, pertrechados con estos nuevos conocimientos, pudieran acudir
a la práctica docente dispuestos a implicarse, a desarrollar los recursos aprendidos,
disponiendo de una visión clarificadora e iluminadora de lo que ocurre en las aulas
y de lo que hacer en ellas. Es decir, durante muchos años, he estado atrapado en
la formulación teoría-práctica: pretendía proporcionarles un buen discurso que
pudieran hacer suyo y que eso les ayudara a disponer del bagaje necesario para
afrontar su trabajo docente. Manejaba una Didáctica como un saber ya fijado
y separado de la experiencia, pero que esperaba que mis estudiantes hicieran
propio, esto es, capaz de guiar su práctica.
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Ser y saber en la formación didáctica del profesorado: una visión personal
Las formas en que se pueden poner en relación los saberes constituidos y los
saberes de la experiencia nos plantean, por una parte, la necesidad de una actitud
en relación a la experiencia y cómo descentrarla con ayuda de estos saberes
constituidos; y por otra parte, nos plantean también la necesidad de pensar
estos saberes constituidos de tal forma que no se construyan desde posiciones
epistemológicas incardinadas en la relación instrumental teoría-práctica. Esto es,
necesitamos saberes constituidos, disciplinas, que sean pensadas para ayudar
a crear esta relación de descentramiento, de capacidad de nombrar, de –como
dice Cifali (ibíd., 181)– “poner palabras a nuestra experiencia”. En este sentido,
lo que necesitamos en la formación docente son saberes que puedan servir
como constituyentes de la experiencia, esto es, como mediadores para encontrar
palabras con las que expresar lo vivido, para descentrarnos, para darle luz a la
experiencia, pero también para problematizarla, para poder ver otras cosas en ellas
y no sólo confirmar lo que ya sabíamos, para ponernos en disposición de vivir
nuestras propias experiencias.
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José Contreras Domingo
Podría decir que lo que me guía en mis clases es que lo que componga el
curso, lo que hagamos, lo que tratemos y lo que busquemos no esté desconectado
de nosotros: de quiénes somos, de cómo nos vivimos, de lo que nos pasa, de
lo que queremos. Lo que me guía es explorar con mis estudiantes lo vivido, lo
que saben (lo que sabemos), lo que hacen (lo que hacemos), lo que quieren
(lo que queremos). Y eso, tanto en nuestras clases como en sus historias, en sus
experiencias. Pero que no esté desconectado de nosotros no es un intento de
repetir y celebrar lo que somos y pensamos; al contrario, la pretensión de las clases
es la de pensarnos entre lo que somos y lo que deseamos, entre lo que sabemos y
lo que nos cuestiona, entre lo que hemos vivido y lo que otras vidas y experiencias
nos muestran como posibilidad. La aspiración es por tanto que al pensar lo vivido,
lo que hacemos, lo que nos pasa, las clases puedan ser un lugar de experiencia,
y a la vez, puedan ser un lugar en el que se vislumbren modos de constituir aquel
saber de la experiencia que nutrirá nuestra disposición pedagógica, porque como
dejó dicho Dewey, prepararse no es dedicarse a realizar algo que se supone que
tendrá sentido en un futuro y no en el presente. “Vivimos siempre en el tiempo que
vivimos y no en algún otro tiempo, y sólo extrayendo en cada tiempo presente el
sentido pleno de cada experiencia nos preparamos para hacer la misma cosa en
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Ser y saber en la formación didáctica del profesorado: una visión personal
el futuro. Esta es la única preparación que a la larga cuenta para todo” (Dewey,
1969, 58-59).
La escritura de la experiencia
Considero que escribir desde sí, explorarse, entenderse en lo que a uno le pasa
en las situaciones educativas está en el núcleo de la tarea docente. La enseñanza es
un oficio muy delicado, no sólo porque tratamos con otras personas, sino también
porque tratamos con nosotros mismos. Lo que siempre está en juego, en cuanto
que docentes, en cualquier situación educativa, es qué significa para nosotros,
cómo nos relacionamos con eso que nos pasa, qué nos surge hacer,… y qué es lo
que realmente hacemos. Y sin embargo, es demasiado habitual encontrarse con
una tendencia a dirigir la mirada hacia fuera, hacia el plan de enseñanza, hacia
los alumnos, hacia lo que le pasa a este, o al otro. Como hay toda una Didáctica
construida con esa mirada hacia fuera.
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José Contreras Domingo
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Ser y saber en la formación didáctica del profesorado: una visión personal
Aprendizaje personal
Entiendo que aprender (la Didáctica y cualquier cosa) tiene que poder ser esto:
poder hacer algo propio con lo que nos llega como novedad. El aprendizaje de
verdad es siempre algo personal (Contreras, 2007). En mi caso, trato de que
la clase pueda ser un lugar en el que poder acoger experiencias, pensamientos,
discursos, relatos, sobre la enseñanza y el aprendizaje, sobre las relaciones con
niñas y niños, sobre lo que hay que poder mirar y ver en la infancia, y en nosotros
al compartir nuestro tiempo con ella; sobre lo que vale la pena que niños y
niñas puedan experimentar y aprender y lo que supone esto para nosotros como
docentes, lo que es posible o no en los espacios escolares y a dónde nos lleva
esta reflexión, etc. Entiendo que mi tarea consiste en ponerlos en el camino en
el que esto pueda ser escuchado, visto, probado y pensado; pero cada uno, cada
una, tiene que hacer después las propias cuentas con todo ello; tiene que hacer su
propio proceso y llegar a sus propias conclusiones. Así, aunque yo les propongo
un plan de trabajo para el curso, con múltiples tareas y lecturas, mi aspiración es
que puedan vivirlas desde los interrogantes e intereses que ya están vivos en ellos
y en nuestras clases.
Ha sido esto, entre otras cosas, lo que me ha conducido a centrar cada vez
más el trabajo del curso en actividades y tareas con las que se tienen que manejar,
que no en transmisiones que yo controlo del contenido del saber. De esta forma,
tener que resolver tareas complejas les hace estar pendientes de la relación entre
la propuesta de la tarea, la documentación que necesitan para ello y sí mismos
asumiendo las direcciones que quieren tomar. Y las clases son para mí el lugar del
sentido: el lugar en el que intentamos ahondar en el sentido de estas tareas para
su formación como docentes. Y lo que espero de ellos y ellas es que puedan poner
la asignatura y sus tareas al servicio de hacerse maestros, maestras.
Para ello es fundamental que las tareas que tienen que realizar requieran nutrirse
de ejemplos y experiencias educativas que les muestren no sólo una posibilidad
pedagógica interesante, sino también, en el contraste con sus posiciones y
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Precisamente por todo esto que vengo diciendo, el espacio del aula, el encuentro
cotidiano en clase es para mí un momento fundamental en todo el proceso que
busco. Ya decía antes que la enseñanza es un oficio delicado, porque tratamos
con nosotros mismos. Pues aún más lo es en unas clases en las que esto de tratar
consigo mismo es algo que procuro que pueda darse, que sea una posibilidad
para quien quiera seguirla, un lugar en el que hay que hacerlo posible, pero
nunca imponerlo… y ni siquiera esperarlo. La oportunidad de que algo suceda,
de que algo nos toque, nos involucre personalmente, nos conduzca a la necesidad
de preguntarnos íntimamente por nosotros mismos y por nuestra relación con
los otros, con lo otro; la posibilidad de ponerse en juego personalmente, hablar
de sí y desde sí, incluso “exponerse”… todo esto, sólo puede cuidarse cuidando
las relaciones de confianza. Por eso para mí el espacio de la vida cotidiana en el
aula es tan importante. Es el auténtico lugar educativo: el de la relación, el de las
múltiples relaciones.
No son sólo las relaciones personales, sino las relaciones de sentido, en el seno
de las relaciones personales. Mi búsqueda cotidiana es cómo hacer para que
podamos vivir el encuentro del aula como un lugar en el que ponernos en relación:
entre lo que decimos y lo que hacemos, entre lo que piensan unos y otros, entre las
nuevas aportaciones de otras experiencias y saberes y lo que pensamos y sentimos;
poder relacionar lo que llego a entender y a saber y lo que quisiera como maestro
o maestra, o lo que ocurre en la clase y ésta me sugiere, y mi propia vivencia. Entre
la vivencia de quien comunica y la de quien escucha. Un lugar para relacionar
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que es siempre una relación en primera persona. Pero puede tratar de ello en el
lenguaje en el que ayude a pensarse. Como tiene que obrar sobre la vivencia,
sobre el experimentar relaciones y atender a lo que tienen, lo que cuidan, lo que
hay en ellas, lo que permiten, lo que abren… o lo que cierran. La formación del
profesorado tiene que estar planteándose siempre en primer lugar esta experiencia,
para que cada uno pueda estar encontrando un lenguaje que le ayude a pensarse,
a mirarse en lo que ayuda y estorba; para que cada uno, cada una, pueda cultivar
su disposición de apertura al otro.
Referencias bibliográficas
ALIOLI, A. (1997). “Una matemática que enseña”. En A. Maria Piussi y otras, Enseñar
ciencia. Autoridad femenina y relaciones en la educación (pp. 55-62). Barcelona:
Icaria.
CONLE, C. (1999). “Why narrative? Which narrative? Struggling with time and place in life
and research”. Curriculum Inquiry, 29 (1), 7-32.
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MECENERO, C. (2003). “Cerca del comienzo”. DUODA. Revista d’Estudis Feministes, 25,
103-109.
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ESCUELA DEL CUIDADO MUTUO
1
por su insensibilidad ante los problemas de los seres humanos y de su hábitat.
No se cuida a sí misma, ni a su entorno. Hoy diversas investigaciones
demuestran que somos seres de apego, de contacto y vinculación, que la
biología del amor (Maturana, 2002, 215 y ss) es central en el desarrollo
humano, que saberse cuidado da seguridad, bienestar y facilita un mayor
desarrollo de todas las capacidades y potencialidades de la personalidad
(López, 2009).
En el proceso evolutivo, hoy pilotado por el ser humano, necesitamos del
cuidado mutuo para preservarnos de la propia autodestrucción. Se trata de
generar una actitud de ocupación, preocupación, responsabilización y
compromiso con el otro. En el celo por la autonomía y la construcción del ser
humano como sujeto se encuentra su hábitat fundamental. Hoy es necesaria
una nueva cultura del cuidado, como una actitud, para seguir avanzando en los
procesos de humanización.
2
esencia en el cuidado dentro de ese “nosotros” inclusivo de toda la especie
humana que hemos de seguir construyendo. Es la esencia del cuidado, la com-
pasión y del prestar-se atención, del comprender-se para que cada uno
podamos ser quienes somos. Y es aquí donde entra en juego la escuela.
3
que la educación hace de él”. Es algo intrínseco a la tarea de educar. Estamos
hablando de la educación holística e integral que incluye en su modelo un ser
humano cuidadoso, sensible, respetuoso, amigable y fraternal. Esto sólo es
posible en el seno de colectivos en los que se construye la democracia y la
fraternidad humana.
Es en la escuela donde se ha de vivir la cultura del cuidado, experimentando
ese tiempo como un tiempo especialmente atento, donde todos y cada uno se
cuida y es cuidado en el proceso de construir su propia autonomía y madurez
como persona. Esta actitud se vive desde que se entra en ella. Se trata del
aprendizaje individual y colectivo del cuidado en el vivir cotidiano. Porque lo
necesitamos todos y siempre. Es un componente esencial del ser humano y
olvidarlo en la educación es una agresión a la vida misma.
El cuidado está en nosotros mismos y engloba diversos conceptos, emociones
y actitudes: apego, empatía, afecto, respeto, tacto, sensibilidad (Max van
Manen, 1998), atención, etc. Acciones cotidianas como prestar atención, mimo,
serenidad, calma, tacto, consideración, conocimiento placentero, seducción por
el saber y dar sentido a lo que se hace podrían ser parte importante del guión
de nuestro trabajo como profesores. El maestro presta especial atención al
crecimiento del deseo y la pasión por el saber, por el conocimiento de la verdad
y de búsqueda como imprescindibles para poder pensar lo que se piensa y lo
que se dice. Anima la creatividad y su promoción, aunque rompa las reglas de
las disciplinas. La escuela del cuidado requiere profesorado comprometido que
sienta verdadera pasión por el conocimiento y que en su relación educativa sea
capaz de dar lo mejor de sí mismo.
Esta escuela cuida que cada uno pueda ser quien es y hacer lo que le
apasiona. Vive y respeta la diversidad. Cuidar y prestar atención son el alma de
la relación educativa y de la convivencia escolar, y por tanto sería el contenido
central de los proyectos de convivencia escolares.
La escuela del cuidado mima el entorno haciendo del espacio y el tiempo
escolar un tiempo de calor humano y un espacio acogedor.
Procura el desarrollo de la consecución de la máxima autonomía. Ello hace que
se entienda el cuidado como el proceso en el que todos están atentos a que se
consiga al máximo el desarrollo de todos como sujetos autónomos, críticos,
4
solidarios, con pensamiento propio, con capacidad de tomar decisiones por sí
mismos y cooperar en los colectivos de los que forma y formará parte.
En esta escuela se crea libertad, da posibilidades, hace pensar. Educa para la
vida y está muy atenta contra toda posible manipulación y amaestramiento para
la sumisión, la docilidad y el mercado.
Presta especial atención a que todos dominen y tengan su propia palabra, al
diálogo y a la conversación. Ello requiere el desarrollo de todas las
dimensiones, poniendo en acción todos los sentidos y gozando de ellos.
Es una escuela que cuida la paciencia, el tacto, la perseverancia frente a una
cultura presentista que cultiva la velocidad y la eficacia. Todo esto es posible a
ritmo lento y pausado (Doménech, 2009). Se pone especial cuidado en el
aprendizaje, la memoria, la voluntad y la reflexión. El diálogo está en el centro
de la relación pedagógica y se reconoce que educar es hacer efectiva la
posibilidad de hacer pensar y sentir para ser libres. Se pone en el primer plano
la solidaridad y la amistad.
Es necesaria una escuela que genere sensibilidad por la vida, por el cuidado
del ser frente a la insensibilidad y el olvido. Es en la educación donde se da el
encuentro con la vida, ya que hay una clara identificación entre vivir, conocer,
aprender y producir. Y hoy más que nunca educar es cuidar y defender la vida
de todos y cada uno de los aprendientes.
El alumno es considerado como un ser de igual dignidad que el maestro y los
padres, no como un párvulo que se ha de mantener siempre en la minoridad.
Por eso le acoge, le quiere, le impulsa lanzándole a la aventura de construirse
a sí mismo como sujeto. Es el espacio y el tiempo donde se aprende a ser.
Cuida el desarrollo pleno e integral de la personalidad de cada uno.
La relación profesor-alumno y alumno-profesor es cordial, amistosa y está
cargada de humanidad. Profesor y alumno se cuidan y se respetan
profundamente.
La relación entre el profesorado implica el cuidado mutuo, el encuentro y el
diálogo cordial donde es posible la regeneración de las energías que se
consumen en la acción educativa que es compleja, conflictiva con frecuencia y
cargada de incertidumbre. Es una escuela que promueve el desarrollo humano
y profesional del docente. Lo acoge, lo cuida, lo mima para que él pueda
acoger, cuidar y mimar la relación educativa.
5
La relación del profesorado con las familias es de apoyo mutuo en la común
tarea de cuidar el desarrollo hacia la madurez y la autonomía de los niños.
También dinamiza la relación entre las familias como coprotagonistas.
La relación de los alumnos entre sí se aprende desde el respeto mutuo, desde
el conflicto y la positividad cotidiana que lleva consigo toda relación humana.
Todos cuidan de todos y todos se cuidan entre sí.
La escuela del cuidado mutuo está en el corazón del modelo de Escuela
Pública que defendemos.
Todo esto nada tiene que ver con la metáfora del pastor que cuida el rebaño. Al
final nos preguntamos si será posible arrancar el significado dominante
paternalista-caritativo-feminizado del cuidar para darle un nuevo significado,
más ajustado al reconocimiento del “cuidado esencial” constitutivo del ser
humano para, asumido por todos y para siempre, poder cuidarnos mutuamente
y cuidar el nicho ecológico que el universo nos ha proporcionado para dar
sentido a la vida. En esta tarea, la escuela del cuidado mutuo es
imprescindible. Hoy ya hay muchas escuelas que lo están haciendo.
BIBLIOGRAFÍA
- BOFF, L. (2002): El cuidado esencia. Ético de lo humano, compasión por
la tierra. Madrid. Trotta..
- COMINS, I. (2009): Filosofía del cuidar. Una propuesta coeducativa para
la paz. Barcelona. Icaria-Antrazyt.
- DOMENECH, J. (2009): Elogio de la educación lenta. Barcelona. Graó
- LLEDÓ, E. (2009): Ser quien eres. Ensayos para una educación
democrática. Zaragoza. Prensas Universitarias de Zaragoza.
- LOPEZ, F. (2009): Las emociones en la educación. Madrid. Morata.
- MATURANA, H. (2002): Transformación en la convivencia. Santiago de
Chile. Dolmen
- MAX VAN MANEN(1998): El tacto en la enseñanza. El significado de la
sensibilidad pedagógica. Barcelona. Paidós.
- ROGERO GARCÍA, J. (2010): Los tiempos del cuidado. El impacto de la
depedencia de las personas mayores en la vida cotidiana de sus
cuidadores. Madrid. Imserso (en prensa)
6
1
Carlos Skliar
La “crisis” de la convivencia.
Es necesario insistir con la pregunta sobre la convivencia, por el estar juntos;
una cuestión quizá curiosa o excéntrica en tiempos en que parece que lo
habitual sea la in-comunión, la desidia, el abandono, el miedo a todo lo que
pueda ser (en apariencia) extraño o intruso o débil o ajeno o, sobre todo,
indescifrable, incognoscible.
No es de extrañar que se diga y se escuche con demasiada frecuencia: hay
crisis de convivencia, cuesta la convivencia, duele la convivencia, hay mal de
convivencia. Y es que quizá no hemos sido lo suficientemente fraternos ni
amistosos y por eso la convivencia suena, al menos en las grandes urbes -con
sus enormes instituciones y su ritmo desenfrenado- una suerte de lamento por
la pugna entre vecinos desconfiados, una especie de inevitable peligrosidad; en
fin, la imagen de una batalla de desdichados contra desdichados.
Sin embargo, hay un equívoco desde el inicio: ni la convivencia, ni el estar-
juntos, pueden ser signos, o símbolos, o indicaciones que señalan
directamente hacia la armonía, hacia la no-conflicitividad, hacia la empatía
inmediata, el consenso instantáneo y, por añadidura, hacia la plena satisfacción
educativa. Quizá en ello radique la principal desvirtuación de toda noción de
convivencia: si partiéramos de la idea que se trata de relaciones de afección,
de contradicción, fricción, contigüidad, no buscaríamos resolver la vida en
común a partir de fórmulas solapadas de buenos hábitos y costumbres,
didácticas del bien-estar y del bien-decir, necios y banales experimentos de
diálogos ya pre-construidos.
1
Fernando Bárcena. Aprendices del tiempo. La educación entre generaciones. Revista
Todavía, Buenos Aires, núm. 21, 2009, pp. 8-11, 2008.
4
En la convivencia hay, ante todo, una pregunta que sólo adquiere sentido en el
interior de la convivencia, cuando la convivencia se revela como dificultad,
como imposibilidad, como aquello existente y no existente al mismo tiempo:
Porque: ¿Qué otra cosa podríamos hacer sino poner en cuestión los modos de
relación que habitamos y que nos habitan? ¿No será que convivir consiste en
interrogarse sobre lo que nos pasa con los demás, entre los demás? ¿Y cómo
hacer para responder a esa cuestión si las primeras imágenes que sobrevienen
expresan un inhóspito espacio de cotidiana ajenidad, la amargura extrema por
la indiferencia y el padecimiento por una comunión a veces tan forzada como
forzosa?
Una de las trampas que se deriva del pensar la convivencia como problema es,
precisamente, la tentación de tener que responder cómo, al fin, dar solución a
su aparente “crisis”, prometer una nueva convivencia en las escuelas y tensar
hacia delante la complejidad del asunto. Inclusive, si podría pensar que la única
solución a la exclusión, al abandono, al rechazo, o también a esa aceptación a
regañadientes hacia el desconocido, es la inclusión. Pero si lo que ocurre es
que ni siquiera estamos juntos, si muchos no están dentro de las escuelas:
¿cómo hablar de una de una crisis de lo que no hay o que hay pero en
pequeñas pócimas?
Justamente uno de los modos más eficaces y quizá menos atractivo para
comenzar a hablar de “los tiempos que corren” en la educación, es el remitirlo
todo, absolutamente todo, a la vaga idea de “crisis”: crisis de las instituciones,
crisis en las condiciones de trabajo, crisis en la profesionalización de los
docentes, crisis de la didáctica, crisis intergeneracional, crisis de accesibilidad
de la población a la enseñanza, crisis de la transmisión, crisis de autoridad,
crisis de repitencia, crisis en los paradigmas de aprendizaje, crisis curricular.
Pero no siempre la descripción de la crisis es aguda o interesante, no siempre
es conmovedora, audaz, paciente. Ello ocurre, sobre todo, cuando el lenguaje
de la crisis comienza a teñir de más y más crisis cada uno de los espacios y los
tiempos educativos y no dan ni dejan margen para sentir y pensar otras cosas.
La sensación de “crisis” parece ocupar toda la extensión de la mirada, sin dejar
margen alguno para mirar eso que nos pasa en la educación.
Tal vez la crisis se extrema y se revela con crudeza en esa suerte de
incomprensión abundantemente ejemplificada en los textos especializados
5
sobre los tiempos de crisis. Allí, el discurso habitual de la crisis es, sobre todo,
un miedo irremediable y un desconcierto generalizado frente a la crisis: miedo a
un desorden humano que nunca fue sino desordenado, miedo a esos otros que
se transforman en pura alteridad por ignorancia o por desprecio, miedo a no
vivir ni convivir sino sólo a durar, miedo a que el mañana educativo pierda su
estirpe redentora.
Ya es una tradición consagrada que ese tipo de discurso arroje, impunemente,
un epílogo anunciado: cuánto más infernal sea la crisis, cuanto más calamitosa,
desgarradora, inmoral e inhumana, siempre habrá a mano, como tenaz
contrapartida, un discurso de salvación, ese trazado inconfundible de un hilo
metálico hacia delante, de un hilo metálico capaz de resistir toda crisis y
conducirnos hacia un mañana candoroso, hacia ese futuro inexcusablemente
mejor. “De todo lo que hemos vivido – escribe Clarise Lispector- sólo quedará
este hilo. Es el resultado del cálculo matemático de la inseguridad: cuanto más
depurado, menos riesgo correrá; el hilo metálico no corre el riesgo del hilo de la
carne”. 2
El riesgo del discurso habitual sobre la crisis es su propia habituación a la
crisis, su comodidad apelativa en medio de lo que es esencialmente
ininteligible, su aletargamiento frente al riesgo, el dolor y el padecimiento, su
constante invención de una realidad ya corroída por el estrechamiento de
aquello que considera, para sí misma, lo real. Su agotamiento ocurre bien
antes de su propia formulación: se nota en el hartazgo por los travestismos
discursivos.
2
Clarise Lispector, “Discurso de inauguración”, En: Para no olvidar. Crónicas y otros textos,
Madrid: Editorial Siruela, 2007, p. 128.
6
nadie encarna la huella que dejan otras palabras, otros sonidos, otros gestos,
otros rostros.
Esta dificultad o imposibilidad de conversación en educación tiene que ver en
parte con el vaciamiento del lenguaje de la disciplina pedagógica. Hay una
clara sensación de vacuidad y la percepción de que todo se ha vuelto
impronunciable. Vale la pena citar aquí a Jorge Larrosa: “Cuando digo que ese
lenguaje parece vacío, me refiero a la sensación de que se limita a gestionar
adecuadamente lo que ya se sabe, lo que ya se piensa, lo que, de alguna
forma, se piensa sólo, sin nadie que lo piense, casi automáticamente (…)
Cuando digo que ese lenguaje se está haciendo impronunciable, me refiero,
por ejemplo, a su carácter totalitario, al modo como convierte en obligatorias
tanto una cierta forma de la realidad (…) como una cierta forma de la acción
humana”. 3
La vacuidad y lo impronunciable se refieren, casi en el límite de la
desesperación, una filiación esquiva entre el qué decir, quién lo dice y cómo se
disemina lo dicho. Deberíamos prestar una atención más escrupulosa a las
máscaras institucionales con que se pretende regular, administrar y de ese
modo destruir la conversación. Pues se percibe la incomodidad mayúscula en
relación a los simulacros de conversación que ocurren, a diario, en el interior de
ese lenguaje pretendidamente académico. Miguel Morey nos dice que toda
conversación debería desafiar a ese “porque lo digo yo” y el “tú qué”, para
poder ser, justamente, una conversación4. Como si se tratara de un esfuerzo
por quitarse de la idea de que conversar es apenas un doble monólogo de dos
“yoes” que siempre están en paralelo y nunca se tocan, es decir, que nunca se
afectan, nunca se mueven, nunca se quiebran. Así, la conversación se vuelve
una impostura, una manera paradojal de quitarse de la conversación, aún
haciendo de cuentas que estamos conversando.
3
Jorge Larrosa, Una lengua para la conversación, En Jorge Larrosa & Carlos Skliar
(Coordinadores) Entre pedagogía y literatura, Madrid - Buenos Aires: Miño y Dávila, 2006, p.
31.
4
Miguel Morey. De la conversación ideal. Decálogo provisional. En: Pequeñas doctrinas de la
soledad. México: Editorial Sexto Piso, 2007, pp. 413-440.
7
5
Jean-Luc Nancy, La comunidad enfrentada, Buenos Aires: ediciones La Cebra, 2007, p. 51.
6
“La práctica de la relación va más allá de la tolerancia; va más allá de la tolerancia porque no
se limita a dejar existir a los demás sino que entra en el juego delicadísimo de dar y dejarse
dar: del amor, pues. [...] La práctica de la relación, de la relación que tiene en cuenta el amor,
se sitúa así más allá de la tolerancia; más allá, nunca en contra de la tolerancia”. En: Milagros
Rivera, Mujeres en relación: feminismo 1970-2000, Barcelona, Icaria, 2001, p. 69.
8
7
Jean Luc Nancy, Ibídem, pp. 51-52.
9
- Estar juntos no tiene sentido en sí mismo, sino implicara sentir y pensar que
pasa entre nosotros.
- Estar juntos no tiene valor moral por sí.
- Estar juntos incluye desde la amorosidad hacia alguien hasta el enojo, pero tal
vez no la indiferencia.
- Estar juntos habla de un límite (es una relación entre dos cuerpos) no de una
fusión o una asimilación (de un cuerpo en otro cuerpo).
- Estar juntos no proviene de la determinación de una relación jurídica obligada,
sino de la potencialidad y la singularidad de una pasión ética.
- Estar juntos refiere más a lo político que a la política.
- Estar juntos supone a la vez hospitalidad y hostilidad.
- Estar juntos impide o suspende la idea de tolerancia.
- Estar juntos significa ir más allá de lo uno (y de su relato de identidad) y de lo
otro (y de su relato de identidad).
8
Ibídem, p. 56.
10
9
Jorge Larrosa, Una lengua para la conversación, ob. cit., p. 30.
12
10
Jacques Derrida, Aprender (por fin) a vivir, Buenos Aires: Amorrortu Editores, 2007.
11
Graciela Frigerio, Acerca de lo inenseñable, en Carlos Skliar & Graciela Frigerio, Huellas de
Derrida. Ensayos pedagógicos no solicitados, Buenos Aires: Del Estante Editorial, 2006, pág.
140.
12
George Steiner & Cécile Ladjali, Elogio de la transmisión. Madrid: Editorial Siruela, 2005,
pág. 79.
13
en tono de amenaza, voy a formarte, incluso voy a enderezarte (…) ¿Se puede
aprender a vivir? ¿Se puede enseñar? ¿Se puede aprender, mediante la
disciplina o la instrucción, a través de la experiencia o la experimentación, a
aceptar o, mejor, a afirmar la vida?”. 13
Las preguntas de Derrida acerca de si es posible enseñar a afirmar la vida, sólo
encuentran un cierto tipo de respuestas si, con anterioridad, se piensa la
educación no ya bajo la urgencia mezquina del utilitarismo de una cierta
obligación moral a ser padecida, sino como aquel tiempo y aquel espacio que
abre una posibilidad y una responsabilidad frente a la existencia del otro, a toda
existencia, a cualquier existencia.
Afirmar la responsabilidad y el deseo por una convivencia educativa trae
consigo la intención manifiesta de confrontarla tanto con aquella infertilidad de
los novedosos planteamientos jurídico/educativos –que sólo reemplazan texto
legal por otro texto legal aggiornado- como con algunos de aquellos típicos
relatos de cuño integracionistas y/o inclusivos -que parecen obsesionarse,
apenas, por la presencia literal de algunos otros concretos que, un poco o
mucho antes, no estaban dentro de los sistemas institucionales-.
Entre el sobre-exceso de razón jurídica y la mera suposición de una promesa
inclusiva parece dirimirse el relato actual acerca de qué es y qué debería ser la
educación. Y en medio de ello vuelve a emerger la invención de un realismo
pedagógico que exige la presencia de todos, la presencia universal, pero que
muchas veces ahoga toda pretensión de existencia de un otro, de cualquier
otro, de otro cualquiera.
Pero: ¿de cuál crisis nos habla la “inclusión”? ¿Qué introduce en la escena
pedagógica como realidad del presente y como presunción remediadora de
futuro? Se habla de una crisis en la noción y la percepción de homogeneidad,
de una crisis en la exacerbada unicidad de los recursos pedagógicos, de una
crisis en la enseñanza de lo mismo dirigida hacia todos, de una crisis en el
diseño de los ambientes de aprendizaje, de una crisis en la formación
tradicional de las maestros y los maestros, etc. Aún así, las respuestas dadas a
este conjunto desordenado y siempre proclamado de problemas obtiene a
cambio la aplicación de la fórmula conocida del “más vale más”: si hay
13
Jacques Derrida, Aprender (por fin) a vivir, ob. cit., págs. 21-22.
14
14
Jacques Rancière. El maestro ignorante. Barcelona: Editorial Laertes.
15
Expresión acuñada por José García Molina en su libro Imágenes de la distancia. Barcelona:
Editorial Laertes, 2008.
15
16
Joan-Carles Mèlich, La persistencia de la metamorfosis, Ensayo de una antropología
pedagógica de la finitud, Revista Educación y Pedagogía, Medellín, Universidad de Antioquia,
Facultad de Educación, Vol. XVI, núm. 42, (mayo-julio), 2005.
16
tenemos tiempo, necesitamos tiempo”. Por todo ello, quisiera terminar este
texto tomando unas palabras que nos llegan desde la literatura y que apuntan
hacia la tragedia del no tener tiempo para estar-juntos y, así, la preeminencia
de lo normal como la instauración de un mirada que todo lo regula y todo lo
juzga: “Lo cierto es que si tuviéramos tiempo para hablar, todos nos
declararíamos excepciones. Porque todos somos casos especiales. Todos
merecemos el beneficio de la duda. Pero, a veces, no hay tiempo para
escuchar con tanta atención, para tantas excepciones, para tanta compasión.
No hay tiempo, así que nos dejamos guiar por la norma. Y es una lástima
enorme, la más grande de todas”.17
Referencias bibliográficas.
Larrosa, Jorge. Una lengua para la conversación, En Jorge Larrosa & Carlos
Skliar (Coordinadores) Entre pedagogía y literatura, Madrid - Buenos Aires:
Miño y Dávila, 2006.
Derrida, Jacques. Aprender (por fin) a vivir, Buenos Aires: Amorrortu Editores,
2007.
17
J. M. Coetzee. La edad de hierro. Barcelona: Mondadori, 2002, p. 94.
17