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AVITÁX- VIVISECCIÓ DEL SER MÒBIL

El pasado 11 de marzo tuve el placer de asistir a un espectáculo de baile que se


realizó en el Teatre Micalet de Valencia gracias al grupo de baile XI de la formación FIC
en la escuela EBCD, un grupo joven de mujeres artistas cuya directora es Eva Bertomeu.
La obra duró poco menos de una hora, pero abarcaba un tiempo mucho más amplio,
puesto que representaba un tiempo generacional contemporáneo. Las bailarinas que
componen el grupo son: Celia Sierra, Alba Elvira, Eugenia Morera, Noa Toboso,
Verónica Morles, María Antón, Ángel Lara, Marina Valle, Irene Úbeda, Laura Morte y
Estefanía Molina.
Fui sin conocer absolutamente nada de la obra: Desconocía el significado del
título, el tema, el espacio... Fui totalmente a ciegas y con lo que me encontré fue con un
espectáculo perfectamente pensado, entramado y trabajado.
El título, para empezar, ya nos da unas pistas enormes: “Avitáx” leído al revés es
“Xátiva” y hace referencia a la estación de metro de Valencia. Luego nos habla de la
“vivisecció del ser mòbil”, es decir, de la exploración del ser vivo, del ser humano. El
título tiene un explícito encubierto, por lo tanto. Nos lanza ideas, pistas, pero no llegamos
a entender qué es lo que vamos a ver hasta que las bailarinas salen a escena.
La primera secuencia de baile la protagoniza por completo la directora, Eva
Bertomeu. Empieza la escena en medio del escenario: sentada en una silla e iluminada
por el foco lateral derecho hace que su sombra se refleje en la pared y, en conjunción con
su sobria expresión facial y la música tensa que se va ralentizando, provoca un efecto de
inquietud en el espectador. Va totalmente vestida de negro para que nos focalicemos solo
en sus movimientos y en nada más. Ya en este primer momento juega con todas las partes
de su cuerpo y se retuerce de maneras sorprendentes. Cuando se levanta, presentimos su
inquietud y esta se acrecienta por los movimientos maniáticos que repite una y otra vez,
combinados con una música que nos confunde porque nos recuerda al de una radio rallada
e incorpora letra inentendible. El agobio aumenta y se quita la blazer retorciéndola de
diferentes maneras como si no supiera muy bien qué hacer con ella.
La música cambia, se vuelve relajada, y los focos naranjas laterales la iluminan
como si ella estuviera en llamas. Ahora ella sonríe y baila con la chaqueta, reconfortada
por ella, por ese compañero que parece guiar su baile. Y, finalmente, la iluminación
cambia a blanca y azul desde el techo y la blazer se transforma en una maleta. Ella,
tranquilamente, se adelanta hasta la silla, desplazada a la izquierda, donde se apoya
momentáneamente mientras suenan violines de fondo.
El final es una danza donde predominan los movimientos con los brazos, que
recuerdan al mar, y ella parece estar poseída, libre, tras la agonía anterior. La música
ahora es pausada, tranquila y esperanzadora. En cuanto ella se adelanta, las luces se
apagan y termina este primer y único solo de baile.
Pero esto solo es el comienzo y, esta historia de dolor inicial, de exploración de
uno mismo, que termina en un sentimiento de libertad, desplaza su discurso principal a la
segunda parte, haciéndolo más general y extendiéndolo a la sociedad actual.
De repente, la música cambia y ahora escuchamos pop. Las luces superiores se
tiñen de rosa e inmediatamente de naranja. El escenario se empieza a llenar de mujeres
con diferentes estilos y color de ropa, así como distintos peinados: la diversidad actual se
ve reflejada de golpe en el escenario. Empiezan a reproducir, repetidamente, en forma de
baile, acciones muy monótonas y habituales: señalar el reloj, mirar el móvil, cara de
sorpresa, de preocupación repentina... Todo son movimientos acelerados, muy vitales, e
incluso llegan a gritar a la vez, para sorpresa del público.
Se nos ubica la escena en el metro: esperan, suben, cogen de una palanca
imaginaria, se balancean como si hubieran turbulencias, se pegan unos a otros. Los focos
ahora son verdes y las acciones siguen ubicadas en el interior del metro. Así, vemos como
todos miran a un punto de manera “disimulada” (esta escena me recordó mucho al hecho
de ir en transporte público y no poder evitar fijarte en la gente, en los móviles, en las
conversaciones...) La música se detiene y, de repente, el panorama cambia.
Ahora encontramos a las bailarinas haciendo movimientos deportivos, con una
música más electrónica, simulando el ambiente de un gimnasio. Todo es frenético y, sin
previo aviso, la escena empieza a convertirse en una pelea con parejas alineadas a cámara
lenta, mientras la música sigue sonando frenética. El tecno aparece en escena y la
iluminación azul destaca a las bailarinas que, de nuevo, reflejan el mundo del gimnasio,
de la competitividad.
La música cambia y se hace más vibrante. Los movimientos de baile son muy
amplios, como si cada uno reclamara su propio espacio. Las bailarinas tienen los
movimientos sincronizados y buscan algo que cogen a la vez: una pastilla que se toman.
Poco a poco, algunas bailarinas se retiran de escena y los focos cambian a amarillo.
Tras esto, encontramos tres parejas que entrelazan sus brazos y empiezan un baile
tranquilo al son de la música con movimientos que obligan a un trabajo en equipo con
posiciones imposibles de hacer si no se confía en la compañera: cargar con la otra,
mantener el equilibrio, sostenerse... Se refleja de manera clara la confianza y el apoyo
necesario en el otro dentro del proceso de recuperación de las drogas. La iluminación azul
y blanca, así como el murmullo del agua de fondo, ayudan a crear un ambiente de calma,
de liberación y de ascensión.
Finalmente, encontramos que todas entran de nuevo en escena de forma
sincronizada, con movimientos acelerados y música de percusión. Los bailarines van
apareciendo y desapareciendo en escena: primero aparecen todos, luego tres, luego seis...
Esto imprime dinamismo y fuerza. Un movimiento repetido que participa en este
dinamismo son las manecillas del reloj, simuladas con los propios brazos. Finalmente,
con los focos laterales amarillos y la luz roja enfocándoles, conforman un semicírculo
central y empiezan a hacer una guerra de baile, pero no como la anterior, esta vez sin ese
aire de competitividad, sino con un ambiente de jubilo y de compañerismo. Tras esto,
todos se alinean y la música se detiene, con los focos rojos y los superiores blancos
iluminando la escena. Cuando todos empiezan a aplaudir, la luz vuelve a cambiar a azul,
marcando el fin de la Danza.
Está claro que no es lo mismo narrarlo que verlo y es imposible poner por palabras
esa tensión inicial que se va rompiendo, esa sensación de estar viendo un reflejo de tu
contemporaneidad bajo la presión de ese agobio constante, con ese juego de máscaras en
fiestas donde las drogas son algo normal, con ese compañerismo tan necesario y difícil
de encontrar, con esa competitividad constante a la que nos sometemos... Es un
espectáculo que te hace cuestionarte tu propia personalidad individual en la sociedad
frenética actual donde rige el tiempo y la constante productividad.
Es curioso porque, al salir del teatro, todas estábamos sin palabras al principio y,
poco a poco, pudimos armar nuestras ideas entre fascinaciones. Lo más interesante es que
se abrían diferentes interpretaciones donde se notaban las experiencias personales de cada
una en la mirada con la que se había visto la obra y creo que ese es otro de los encantos
de este espectáculo de danza porque estoy segura de que cada uno tendrá su propia mirada
y sus propios sentimientos encontrados.
En general, me pareció un espectáculo muy bien pensado, donde todo aportaba
algo necesario y, sobre todo, una obra que no te deja indiferente. Además, quiero destacar
mi admiración por las bailarinas que debieron prepararse en cada escena no solo el baile,
sino también un personaje propio, unos gestos y unas actitudes diferentes, puesto que en
el escenario esa diversidad se reforzaba con unas poses, unas actitudes corporales y unas
expresiones faciales totalmente distintas entre sí.

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