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UNIDAD 4: METAFÍSICA.

EL SER HUMANO EN LA HISTORIA.


INTRODUCCIÓN.
Las cuestiones metafísicas referidas a la realidad en su conjunto —origen y finalidad del universo—
inciden, inevitablemente, en la concepción que pueda tenerse sobre el ser humano.
Preguntas radicales como «¿quién soy?», «¿de dónde vengo?» o «¿qué me cabe
esperar?» tendrán una respuesta diferente en función de cómo se entienda ese universo que proporciona
cobijo a nuestra existencia.
Si el universo es fruto del azar, el ser humano también lo será. Si el universo es el resultado de un
proceso creador de Dios, el ser humano podrá ser considerado como un ser especial. Si el universo posee
finalidad, nuestra existencia tendrá un sentido.
Con el ser humano considerado en su totalidad —visión metafísica— ocurre lo mismo. Su origen, y
el hecho de que su existencia posea o no una finalidad, determinarán la respuesta a esos tres interrogantes
radicales planteados.
En esta unidad, y desde el punto de vista filosófico, nos plantearemos dos cuestiones: ¿Qué es el ser
humano? y ¿Tiene sentido su existencia?
La respuesta a la primera implicará la concreción de la segunda.

GRECIA CLÁSICA
PLATÓN
Platón concibe al hombre como un
compuesto irresoluble de alma y cuerpo, en el que la
primera está encarcelada en el segundo. Esta visión
del hombre se corresponde con un dualismo, que, a
su vez, se desprende de su propia visión ontológica.
Para Platón, la realidad se divide en dos
partes: mundo sensible y mundo de las Ideas. El
mundo sensible es material, perceptible por los
sentidos, engendrado y sometido al cambio. El
mundo de las Ideas es inmaterial, cognoscible por el
entendimiento, eterno e inmutable.
El cuerpo es material y pertenece al mundo sensible, mientras que el alma es espiritual y su lugar
natural se encuentra en el mundo de las Ideas. El alma es principio del conocimiento y, al ser propia del
mundo de las Ideas, es eterna, inmortal e ingenerada. Al mismo tiempo, el alma es principio del
conocimiento. Platón otorga, por tanto, primacía al alma sobre el cuerpo, que, en el pensamiento platónico,
merecerá poca atención.
Platón distingue tres funciones en el alma: alma racional, alma irascible
y alma concupiscible. La más noble de ellas es la racional, en la que Platón
sitúa la facultad del conocimiento, y es la propiamente inmortal. Si se ejerce esta
facultad con plenitud, el hombre alcanzará la virtud de la sabiduría.
En el alma irascible se sitúan el valor y la voluntad. (Su virtud es la
fortaleza). En el alma concupiscible, las pasiones. (Su virtud es la templanza).
El alma racional deberá guiar a las otras dos para que la voluntad sea
fuerte y no se desaten las pasiones.
La armonía de estas tres funciones conducirá al hombre justo. Solo así será posible el
conocimiento objetivo, la consecución del bien y, por tanto, la felicidad.
Finalmente, es necesario añadir que, para los pensadores griegos clásicos, el hombre es social
por naturaleza. Por tanto, esa vida justa solo será posible si la sociedad en la que se vive también lo es. En
este sentido, Platón propondrá como principal función del Estado la de formar a sus ciudadanos, ya que el
bien, para ser realizado, debe ser conocido con anterioridad.

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ARISTÓTELES
Aristóteles, discípulo de Platón, compartirá con su maestro la posibilidad de un conocimiento
objetivo, así como el hecho de que el ser humano es capaz de alcanzarlo.
Sin embargo, el camino que Aristóteles propondrá para afirmarlo es novedoso, pues será fruto de su
observación de los distintos seres vivos. Aristóteles distingue así tres facultades del
alma: nutrición, sensación e intelección. Todas ellas se relacionan con los
distintos tipos de seres vivos. Las plantas poseen la facultad de nutrición. Los
animales, de nutrición y sensación. Los seres humanos, de nutrición, sensación e
intelección. Solo este último, por tanto, posee dicha capacidad racional.
Por este motivo, el ejercicio de una vida intelectiva, es decir, vivir conforme
a la razón, será para el hombre el bien supremo. El sabio aparecerá como el
prototipo de hombre feliz, pues su vida se dedicará a la vida intelectual. Según
Aristóteles, la felicidad reside en el saber y no en la búsqueda afanosa de placeres.
Debido a la crítica que realizará al dualismo ontológico platónico, su visión del hombre
presentará rasgos propios.
No existe más mundo que el que nos llega por los sentidos. Por ello, el hombre no puede ser
considerado como un alma encarcelada en el cuerpo —recordemos que, para Platón, la morada propia del
alma es ese mundo de las Ideas—, sino como una unidad sustancial de cuerpo y alma.
Esta apuesta por la unidad frente a la dualidad supondrá una revalorización del cuerpo, pues este
intervendrá en el conocimiento, cuyo proceso comienza con los datos que nos proporcionan los
sentidos (el cuerpo) y finaliza con la formulación de un concepto (operación propia del alma racional).
Para Aristóteles, todo lo existente —sustancias— tiende a un fin propio. El fin propio del ser humano
es vivir conforme a la razón. Una vida racional constituirá el único camino para alcanzar la felicidad y, a
su vez, para lograr esta será necesaria la práctica de la virtud.

LA CONCEPCIÓN MEDIEVAL DE PERSONA.


La Edad Media supone un replanteamiento de la reflexión
filosófica, debido, principalmente, a la expansión del cristianismo y
a su creciente influencia en el orden ético y social de la época.
SAN AGUSTÍN
El pensamiento agustiniano está fuertemente influido por la filosofía platónica. Sin embargo, esta
última necesita ser superada en dos cuestiones esenciales contrarias a la fe cristiana: la negatividad
platónica con respecto al cuerpo y la afirmación de que el alma es eterna.
En cuanto a la primera cuestión —la negatividad del cuerpo—, san Agustín afirmará que todo es
creación de Dios. Por tanto, todo lo creado es bueno. El cuerpo, creación de Dios, no puede ser estorbo,
ni cárcel para el alma. Al mismo tiempo, ese cuerpo posibilitará que el alma pueda realizar sus operaciones.
Sobre el alma, afirmará que esta no ha preexistido en ningún lugar, ya que solo Dios es eterno. El alma,
al ser inmaterial, es inmortal, pero no eterna. Sin embargo, san Agustín no supo ofrecer una explicación
plausible sobre cómo Dios crea el alma de cada uno de los seres humanos.
La identidad humana se sustenta en el alma y, en este sentido, el yo será inteligencia para
conocer, voluntad para amar y memoria para preservar su identidad. Conocer, amar y preservar
constituirán las operaciones esenciales del alma.
La propuesta de san Agustín es sumamente original: el ser humano debe ser definido desde su
interioridad. En cierto sentido, podríamos afirmar que aquel es esa huella impresa en nuestro interior por
todo aquello que hemos conocido, que hemos amado y que recordamos.
SANTO TOMÁS
La propuesta tomista posee una marcada influencia aristotélica. En este
sentido, santo Tomás hará suya la definición de hombre como unidad sustancial de
cuerpo y alma.
Al mismo tiempo, santo Tomás compartirá con Aristóteles ese deseo de
felicidad que todo ser humano posee. Esta no es separable de nuestra especificidad
intelectiva. La inteligencia nos dicta el bien que debemos realizar, y, para que este
sea realizado, necesitamos de la virtud.
Para Tomás, la felicidad plena solo será alcanzable con la visión
beatífica, es decir, gozando de Dios en el cielo. Además, no bastará con la virtud
para perseverar en el bien, necesitaremos, además, de la gracia de Dios, es decir, de su ayuda.

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MODERNIDAD: DUALISMO CARTESIANO.
DESCARTES
La Edad Moderna supondrá, por su parte, un cambio en los intereses de la reflexión filosófica. Se
producirá un giro de lo ontológico a lo epistemológico y de lo religioso a lo estrictamente filosófico.
Descartes —filósofo racionalista— concibió el universo mecánicamente, como un todo ordenado
regido por las leyes de la naturaleza.
Su visión del hombre defiende que este estaría compuesto por la suma de
dos sustancias: la «sustancia pensante » (res cogitans) y la «sustancia
extensa» (res extensa), es decir, alma y cuerpo. Estas dos sustancias
serían independientes la una de la otra, lo que traerá consigo una nueva visión
dualista del ser humano.
El alma, como cosa pensante, es inmaterial; el cuerpo, como cosa extensa,
material. Todo lo material está sometido a las leyes mecanicistas del universo. El
alma, al ser inmaterial, no. Por este motivo, el ser humano se situará a caballo
entre el determinismo del cuerpo —si todo es expresable mediante leyes, no existe
la libertad— y la libertad del alma.
Lo novedoso de la propuesta cartesiana estriba en lo que implica esa libertad de la sustancia
pensante. Para Descartes, nuestra voluntad es libre y lo será más cuanto más elija. Esta elección, al mismo
tiempo, ha de estar regida por el entendimiento, que debe decidir, de manera clara y distinta, lo que
nos conviene. El ideal de hombre cartesiano viene presidido, pues, por esta simbiosis entre libertad y
voluntad.

EL SER HUMANO COMO SER AUTÓNOMO: LA ILUSTRACIÓN.


IMMANUEL KANT.
La propuesta antropológica de Kant no puede disociarse de su ideal ético.
Para Kant, debemos actuar de tal forma que nuestro obrar se convierta en
ley universal, es decir, en ley válida para todos los seres humanos (imperativo
categórico). Así, por ejemplo, «no robar» debe ser una ley universal, pues no sería
concebible un mundo —ni sería posible la existencia— en el que se robara.
Al aplicar esta máxima al ser humano, Kant afirmará que debemos actuar de tal
manera que siempre tratemos al otro como un fin en sí mismo y nunca como medio para otra cosa.
Que otro ser humano sea medio para la consecución de algo supondrá despojarlo de su dignidad.
Todo ser humano —hombre y mujer—, por el hecho de serlo, merece ser tratado con
dignidad.
Las cosas, sin embargo, sí pueden ser empleadas como un medio. Utilizamos un bolígrafo para
escribir, un móvil para comunicarnos, un vehículo para desplazarnos; pero no podemos usar a un ser
humano como medio para, por ejemplo, conseguir buenos apuntes si faltamos a clase.
Utilizar las cosas implica que estas tienen un precio. En función de para qué sirven, serán más o
menos caras o baratas, pero al ser humano no se le puede poner precio, porque no es un instrumento
que se pueda usar.

LA EDAD CONTEMPORÁNEA
En el plano de las ideas, supondrá el progresivo abandono y la desconfianza hacia el uso de la
racionalidad como herramienta explicativa de la realidad y, por tanto, del ser humano.
Los principales filósofos de la denominada «filosofía de la sospecha» son Karl Marx, Friedrich
Nietzsche y Sigmund Freud. Sus propuestas, con diversas transformaciones, constituyen el caldo de
cultivo de la reflexión sobre el hombre en nuestros días.

KARL MARX
Para Marx el ser humano no sería racionalidad, sino actividad material. Esta tendrá como objetivo
satisfacer sus necesidades, o transformar las situaciones que impidan dicha satisfacción, mediante el
trabajo.
La época en la que Marx desarrolló su pensamiento estuvo marcada por una Revolución Industrial
que socavó las condiciones dignas de trabajo y de existencia de la clase trabajadora, del proletariado. Por

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este motivo, y siendo fiel a su definición de hombre, Marx considerará esencial cambiar esas estructuras
que impiden que el ser humano pueda tener una vida digna.
El hombre solo podrá hacerse a sí mismo en el seno de una ideal sociedad transformada,
la «sociedad comunista», que estará caracterizada por la abolición de la propiedad privada, de las
clases sociales y del Estado. Solo de esta manera será posible la igualdad de todos los seres
humanos.
En esta nueva sociedad, solo si se busca el beneficio de la sociedad en su conjunto, y no el
personal, será posible la igualdad efectiva y real de todos sus miembros.

FRIEDRICH NIETZSCHE "EL FILÓSOFO DEL MARTILLO"


La propuesta filosófica de Nietzsche supone una crítica demoledora
contra la tradición filosófica, cultural y religiosa de Occidente. La filosofía
no deberá entenderse ya como el paso del mito al logos, sino como todo lo
contrario: no ha sido más que una apuesta por la mentira de la razón en
detrimento de la verdad del mito.
Según Nietzsche, en las narraciones mitológicas de las tragedias
griegas, se puede apreciar el verdadero sentido de la existencia humana. Este
consistiría en un equilibrio entre dos fuerzas contrarias encarnadas por los
dioses Apolo y Dionisos.
La filosofía, por tanto, estaría viciada desde sus orígenes. La vida, debido a la propuestas filosóficas
de Platón, ha perdido toda su vertiente dionisiaca. Ha dado más importancia al “más allá” del mundo de
las ideas, que al “más acá” de la autentica realidad
Y el cristianismo, no es sino un “platonismo para el pueblo”, el cielo no es sino el mundo de las
ideas de Platón. Además, introduce el sentimiento de culpa que surge al imponer una moral antinatural
que condena toda manifestación dionisiaca de la existencia. El cristianismo rechazará cualquier
manifestación corporal e instintiva del ser humano por considerarla pecaminosa. Lo dionisíaco nos
apartaría, pues, de nuestro propio fin, que es el cielo.
Solamente con la muerte de Dios, será posible el advenimiento de un nuevo dios terrenal: el
«superhombre». Suprimido Dios, ¿qué nos queda? Solo esta existencia, una vida que deberá ser vivida con
todas sus consecuencias, una vida que, al vivirse, constituirá el único criterio posible de todo juicio moral. El
superhombre, por tanto, creará nuevos valores y tendrá plena autonomía.
La vida terrenal es la única vida, no hay un más allá. No debemos esperar finalidades en esta vida,
pues el único sentido tiene es la de ser vivida con todo lo bueno y con todo lo malo que pueda depararnos.

COMENTARIOS DEL TEMA “EL SER HUMANO”


A) “Es, pues, semejante el alma a cierta fuerza natural que mantiene unidos un carro y su auriga, sostenidos por alas. Los
caballos y aurigas de los dioses son todos ellos buenos y constituidos de buenos elementos; los de los demás están mezclados.
En primer lugar, tratándose de nosotros, el conductor guía una pareja de caballos; después, de los caballos, el uno es hermoso,
bueno y constituido de elementos de la misma índole; el otro está constituido de elementos contrarios y es él mismo contrario. En
consecuencia, en nosotros resulta necesariamente dura y difícil la conducción.
Hemos de intentar ahora decir cómo el ser viviente ha venido a llamarse “mortal” e “inmortal”. Toda alma estáal cuidado de lo que es
inanimado, y recorre todo el cielo, revistiendo unas veces una forma y otras, otra. Y así, cuando es perfecta y alada, vuela por las
alturas y administra todo el mundo; en cambio, la que ha perdido las alas es arrastrada hasta que se apodera de algo sólido donde
se establece tomando un cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo a causa de la fuerza de aquella, y este todo, alma y
cuerpo unidos, se llama ser viviente y tiene el sobrenombre de mortal.” (Platón, Fedro)

B) “Advierto en primer lugar que hay una gran diferencia entre el alma y el cuerpo en el hecho de que el cuerpo sea
siempre divisible por naturaleza y el alma indivisible; ya que cuando la considero a ella o a mí mismo en tanto que soy una cosa que
piensa, no puedo distinguir en mí ninguna parte, sino que veo que soy una cosa una e íntegra; y aunque el alma parezca estar unida
a todo el cuerpo, al cortar un pie o un brazo o cualquier otra parte del cuerpo, conozco sin embargo que nada ha sido quitado al
alma, y tampoco se puede decir que las facultades de querer, de sentir, de comprender, etc., sean partes de ella, porque es una y la
misma el alma que quiere, que siente, que comprende. Al contrario, no puedo pensar ninguna cosa corpórea o extensa que no
pueda dividir fácilmente en partes con el pensamiento, y por esto mismo sepa que es divisible; y sólo esto bastaría para enseñarme
que el alma es en absoluto diferente del cuerpo, si aún no lo supiese con suficiencia de otra manera.”
(Descartes, Meditaciones metafísicas, meditación sexta)

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“El mito de la caverna”: Platón, República, VII, 514a–521b

–Y a continuación –seguí–, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o a la
falta de ella, se halla nuestra naturaleza. Imagina una especie vivienda subterránea provista de una larga entrada,
abierta a la luz, que se extiende a lo ancho de toda la caverna, y unos hombres que están en ella desde niños,
atados por las piernas y el cuello, de modo que tengan que estarse quietos y mirar únicamente hacia adelante,
pues las ligaduras les impiden volver la cabeza; detrás de ellos, a la luz de un fuego que arde algo lejos y en
plano superior, y entre el fuego y los encadenados, un camino situado en alto, a lo largo del cual suponte que ha
sido construido un tabique parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por encima de
las cuales exhiben aquéllos sus maravillas.
–Ya lo veo –dijo.
–Pues bien, imagínate ahora, a lo largo de esa pared, unos hombres que transportan toda clase de objetos, cuya
altura sobrepasa la de la pared, y estatuas de hombres o animales hechas de piedra y de madera y de toda clase de
materias; entre estos portadores habrá, como es natural, unos que vayan hablando y otros que estén callados.
–¡Qué extraña escena describes –dijo– y que extraños prisioneros!
–Iguales que nosotros –dije–, porque en primer lugar, ¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí
mismos o de sus compañeros sino las sombras proyectadas por el fuego sobre la parte de la caverna que está
frente a ellos?
–¿Cómo –dijo–, si durante toda su vida han sido obligados a mantener inmóviles las cabezas?
–¿Y de los objetos transportados? ¿No habrán visto lo mismo?
–¿Qué otra cosa van a ver?
–¿Y si pudieran hablar los unos con los otros, ¿no piensas que creerían estar refiriéndose a aquellas sombras que
veían pasar ante ellos?
–Forzosamente.
–¿Y si la prisión tuviese un eco que viniera de la parte de enfrente? ¿Piensas que, cada vez que hablara alguno de
los que pasaban, creerían ellos que lo que hablaba era otra cosa sino la sombra que veían pasar?
–No, ¡por Zeus! –dijo.
–Entonces no hay duda –dije yo– de que los tales no tendrán por real ninguna otra cosa más que las sombras de
los objetos fabricados.
–Es enteramente forzoso –dijo.
–Examina, pues –dije–, qué pasaría si fueran liberados de sus cadenas y curados de su ignorancia, y si, conforme
a la naturaleza, les ocurriera lo siguiente. Cuando uno de ellos fuera desatado y obligado a levantarse súbitamente
y a volver el cuello y a andar y a mirar a la luz, y cuando, al hacer todo esto, sintiera dolor y, por quedarse
deslumbrado, no fuera capaz de ver aquellos objetos cuyas sombras veía antes, ¿qué crees que contestaría si le
dijera alguien que antes no veía más que sombras inanes y que es ahora cuando, hallándose más cerca de la
realidad y vuelto de cara a objetos más reales, goza de una visión más verdadera, y si fuera mostrándole los
objetos que pasan y obligándole a contestar a sus preguntas acerca de qué es cada uno de ellos? ¿No crees que
estaría perplejo y que lo que antes había contemplado le parecería más verdadero que lo que entonces se le
mostraba?

–Mucho más –dijo.


–Y si se le obligara a fijar su vista en la misma, ¿no crees que le dolerían los ojos y que escaparía, volviéndose
hacia aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que éstos son real- mente más claros que los que
le muestra.
–Así es –dijo.
–Y si se lo llevaran de allí a la fuerza –dije–, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le dejaran
antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una
vez llegado a la luz, tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de las cosas a las que
ahora llamamos verdaderas?
–No, no sería capaz –dijo–, al menos por el momento.
–Necesitaría acostumbrarse, creo yo, para poder llegar a ver las cosas de arriba. lo que vería más fácilmente
serían, ante todo, las sombras; luego, las imágenes de hombres y de otros objetos reflejados en las aguas, y más
tarde, los objetos mismos. Y después de esto le sería más fácil el contemplar de noche las cosas del cielo y el
cielo mismo, fijando su vista en la luz de las estrellas y la luna, que el ver de día el sol y lo que le es propio.
–¿Cómo no?
–Y por último, creo yo, sería el sol, pero no sus imágenes reflejadas en las aguas ni en otro lugar ajeno a él, sino
el propio sol en su propio dominio y tal cual es en sí mismo, lo que él estaría en condiciones de mirar y
contemplar.
–Necesariamente –dijo.
–Y después de esto, colegiría ya con respecto al sol que es él quien produce las estaciones y los años y gobierna
todo lo de la región visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos veían.
–Es evidente –dijo– que después de aquello vendría a pensar en esto otro.
–Y que cuando se acordara de su anterior habitación y de la ciencia de allí y de sus antiguos compañeros de
cárcel, ¿no crees que se consideraría feliz por haber cambiado y que les compadecería a ellos?
–Efectivamente.
–Y si hubiese habido entre ellos algunos honores o alabanzas o recompensas que concedieran los unos a aquellos
otros que, por discernir con mayor penetración las sombras que pasaban y acordarse mejor de cuáles de entre
ellas eran las que solían pasar delante o detrás o junto con otras, fuesen más capaces que nadie de profetizar,
basados en ello, lo que iba a suceder, ¿crees que sentiría aquél nostalgia de estas cosas o que envidiaría a quienes
gozaran de honores y poderes entre aquéllos, o bien que le ocurriría lo de Homero, es decir, que preferiría
decididamente «trabajar la tierra al servicio de otro hombre sin patrimonio» o sufrir cualquier otro destino antes
que vivir en aquel mundo de lo opinable?
–Eso es lo que creo yo –dijo–: que preferiría cualquier otro destino antes que aquella vida.
–Ahora fíjate en esto –dije–: si, vuelto el tal allá abajo, ocupase de nuevo el mismo asiento, ¿no crees que se le
llenarían los ojos de tinieblas, como a quien deja súbitamente la luz del sol?
–Ciertamente –dijo.
–Y si tuviese que competir de nuevo con los que habían permanecido constantemente encadenados, opinando
acerca de las sombras aquellas que, por no habérsele asentado todavía los ojos, ve con dificultad –y no sería muy
corto el tiempo que necesitara para acostumbrarse–, ¿no daría que reír y no se diría de él que, por haber subido
arriba, ha vuelto con los ojos estropeados, y que no vale la pena ni aun de intentar una semejante ascensión? ¿Y
no matarían, si encontraban manera de echarle mano y matarle, a quien intentara desatarles y hacerles subir?
–Claro que sí –dijo.
–Pues bien –dije–, esta imagen hay que aplicarla toda ella, ¡oh amigo Glaucón!, a lo que se ha dicho antes; hay
que comparar la región revelada por medio de la vista con la vivienda-prisión, y la luz del fuego que hay en ella,
con el poder del sol. En cuanto a la subida al mundo de arriba y a la contemplación de las cosas de éste, si las
comparas con la ascensión del alma hasta la región inteligible no errarás con respecto a mi vislumbre, que es lo
que tu deseas conocer, y que sólo la divinidad sabe si por acaso está en lo cierto. En fin, he aquí lo que a mí me
parece: en el mundo inteligible lo último que se percibe, y con trabajo, es la idea del bien, pero, una vez
percibido, hay que colegir que ella es la causa de todo lo recto y lo bello que hay en todas las cosas; que,
mientras en el mundo visible ha engendrado la luz y al soberano de ésta, en el inteligible es ella la soberana y
productora de verdad y conocimiento, y que tiene por fuerza que verla quien quiera proceder sabiamente en su
vida privada o pública.

CUESTIONES SOBRE EL TEXTO


1. Resume con tus palabras el «mito de la caverna».
2. En este pasaje se describen varios estados sucesivos del hombre "con respecto a la educación y a la falta
de ella". ¿Podrías especificar cuáles son?
3. Explica qué simboliza Platón con la luz del fuego, las figuras que pasan detrás del muro y las imágenes
que se proyectan en la caverna.
4. ¿Cómo explica Platón en este mito el proceso del conocimiento? ¿Cómo expresa el mito la relación
entre el mundo de las Ideas y el mundo de las cosas?
5. ¿Qué representa el prisionero liberado que, tras contemplar el mundo exterior, regresa a la caverna?
6. Según este mito ¿la ciencia (episteme), es decir, un saber adecuado de la realidad, es algo que está al
alcance del hombre común o es fruto exclusivo de la actividad del «sabio»?
7. Explica el siguiente párrafo: «Entonces no hay duda –dije yo– de que los tales no tendrán por real
ninguna otra cosa más que las sombras de los objetos fabricados».
8. ¿Cómo aparece simbolizada la idea del bien y qué papel juega en la epistemología de Platón?

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