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DIANA PALADINO
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Recuerdo que el ingreso de Libertad Lamarque a Argentina Sono Film, fue debido a una estrategia
que preparé con motivo de vislumbrar ya en ese tiempo, allá por el año 1933, que Libertad sería la es-
trella máxima del cine argentino, latinoamericano y del de cualquier país del mundo en que se conozca
el idioma castellano.
Atilio Mentasti (Productor-Argentina Sono Film)
la reina de
ta trayectoria y la industria cinematográfica argentina terminaba su primera etapa.
Sin embargo, todavía estaba todo por hacerse. Esta particular situación favoreció a
Lamarque pues, sin los condicionamientos de una industria institucionalizada, pudo
modelar libremente su imagen sin más designios que el gusto del público.
Durante los dos primeros años del sonoro (1933-34), los estudios habían focali-
zado su atención en la inversión y la capacitación técnica. Eran tiempos de pruebas y
tanteos. No había fórmulas establecidas ni actores que con su solo nombre atrajeran
la lágrima
al público, mucho menos un star system. Así que para evitar riesgos económicos, y
siguiendo en parte el modelo de Hollywood, los estudios se las ingeniaron buscando
en la radio, el teatro y la revista porteña, figuras populares que se pudieran transpo-
ner al cine. Para entonces Libertad Lamarque sólo había hecho una fugaz interven-
ción en el film Adiós Argentina (Mario Parpagnoli, 1930) pero su voz alcanzaba sema-
nalmente a todo el país por Radio Belgrano, había sido consagrada como la “Reina
del tango” en el concurso de 19311, tenía más de medio centenar de discos graba-
dos para la RCA Víctor y llevaba varias temporadas con éxito en el teatro, el Nacio- 1. Libertad Lamarque ganó el Primer
nal primero y luego en el Maipo. Con todo ello Ángel Mentasti (gerente-productor Premio en el concurso que la Municipali-
de Argentina Sono Film) no dudó en contratarla como “primera protagonista” para dad de Buenos Aires había organizado
¡Tango! (Luis Moglia Barth, 1933), film inaugural de su empresa y, también, del sonido en el Teatro Colón para elegir a la “Rei-
en el cine argentino. Todo parecía augurar un excelente lanzamiento de Lamarque na del tango” en 1931.
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62 Libertad Lamarque, la reina de la ágrima
dori, 1938)
todo el esfuerzo del estudio. Si en la trilogía de SIDE se habían pergeñado los ras-
gos generales de su imagen fílmica, Argentina Sono Film tenía ahora la tarea de
pulirla, de estilizarla, de darle brillo. Esta etapa se inicia con Madreselva (Luis César
Amadori, 1938), film en el que la cancionista de antaño aparece convertida en pri-
ma donna del bel canto, en diva mimada y admirada, en una mujer que luego de un
largo periplo por las principales capitales del mundo vuelve a la casa de “su viejo”
envuelta en pieles de visón y cubierta de joyas. Al año siguiente Puerta cerrada
(Luis Saslavsky, 1939) continúa con esta labor transformadora. El público argentino
y el latinoamericano festejaban este proceso apoyándolo desde la taquilla. Los ex-
hibidores y distribuidores se disputaban sus películas. En relación a esto Atilio
Mentasti recordó:
A veces anunciábamos más películas de ella que las que sabíamos que íbamos a pro-
ducir, pero como su nombre entusiasmaba a los empresarios aprovechábamos esto para
conseguir mejores precios para las restantes películas del lote4.
nes comenzaron a bajar. O, como aclara Lamarque en sus memorias, “no tuvieron el
éxito al que Sono ya se había acostumbrado; ninguna dejó pérdidas, sólo menos ga-
nancias”5. Lo cierto es que, como cuenta también la misma Lamarque, por cada uno
de esos films ella cobró el equivalente a diecinueve autos Ford de esa época. Sólo
que el pago que se justificaba sobradamente entre 1938 y 1940 no lo hacía en 1941
y 1942. Para entonces, gracias a “la cadenera”, Argentina Sono Film ya había hecho
pie en el mercado latinoamericano y se había munido de un plantel de figuras estela-
res encabezado por Niní Marshall, Pepe Arias y Hugo del Carril. Sin embargo, el re-
vés definitivo para Lamarque en sus negociaciones con Sono fue la aparición de una
camada de actrices adolescentes, que de la noche a la mañana le robaron el favor
del público y, en consecuencia, también el de los directivos del estudio. Ellas eran las
mellizas Mirtha y Silvia Legrand (Soñar no cuesta nada; Luis César Amadori, 1941),
María Duval (Cada hogar un mundo; Carlos Borcosque, 1942) y Elisa Galvé (Vacacio-
nes en el otro mundo; Mario Soffici, 1942). Con todo ello, Mentasti consideró que Li-
bertad Lamarque ya no era necesaria, al menos, no a ese precio.
Me ofreció menos dinero para celebrar un nuevo contrato (esta acción es legal) al
mismo tiempo que me confesaba que había hecho un acuerdo con todos los productores
argentinos para que mi cachet por película no pasara de los $30.000. No contó con la
posibilidad de que Don Miguel Machinandiarena, otro importante productor (…) iba a
olvidarse del acuerdo… (no será ético pero también es legal) y me contrató para su se-
llo, San Miguel, por sólo dos autos Ford menos de lo que estaba ganando6.
je del film Lamarque y la actriz secundaria Eva Duarte (poco después Eva Perón)
tuvieron una serie de desencuentros, los cuales terminaron con una cachetada que
la estrella le dio a la futura Primera Dama. En la frontera entre la realidad y la fá-
bula, entre lo privado y lo público irrumpe esta peculiar “escena”. Una escena que
pronto se instaló en el imaginario popular y que metonímicamente definió/catalo-
gó a Lamarque como antiperonista.
Los episodios entre Eva y Libertad nunca fueron del todo esclarecidos. Luego
del rodaje de Romance musical (Ernesto Arancibia, 1947), San Miguel “la libera” de
su contrato y la estrella emprende una gira haciendo presentaciones en vivo,
como cantante, por toda Latinoamérica: Cuba, República Dominicana, Puerto
Rico, Venezuela, México, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica
y Panamá. En cada uno de estos lugares fue reconocida y ovacionada por el públi-
co. Ella, por su parte, haciendo honor a su apodo de la novia de América, vistió
los ropajes autóctonos, habló con los modismos regionales y cantó y bailó los te-
mas típicos de cada país. De algún modo, esta vuelta al color local (después de sus
sofisticados trabajos para San Miguel) rememora elípticamente sus comienzos en
el cine. Aún como parte de esta gira, a su paso por México, filmó dos películas:
Gran Casino (Luis Buñuel, 1946) y Soledad (Miguel Zacarías, 1947). En ambas inter-
preta a una argentina en México (cantante en una, sirvienta en la otra), estigma
del que sólo se deshace, a medias, en la década de los cincuenta. Al regresar a
Buenos Aires, en 1947 (pleno gobierno peronista), no consigue insertarse en nin-
gún estudio. Como se comentaba que su nombre aparecía en una lista negra, los
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Salvat, 1987, págs. 140-164. El auditorio bramó de furor ante cada perrada de que fue víctima (la protagonista),
8. L IBERTAD L AMARQUE : Op. cit., lloró compartiendo sus sufrimientos y se desarmó oyéndola cantar10.
pág. 180.
9. Ibídem, pág. 181. Pese al éxito de público, en su época, la crítica tachó al film de artificioso. En el
10. D OMINGO D I N UBILA : Historia aspecto discursivo Ayúdame a vivir potenció al máximo la fórmula gardeliana hacien-
del cine argentino, Buenos Aires, do no sólo que el personaje irrumpa sin solución de continuidad con un tango, sino
Cruz de Malta, 1959, vol. I, pág. 81. que además se codifique a la canción como un vehículo de acción que resuelve o
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complica el conflicto y hace avanzar la trama. A tal punto se confía en la potenciali-
dad narrativa de este recurso que es un tango cantado por la protagonista el que
revierte el drama en happy end, cuando el infiel marido arrepentido (Floren Delbe-
ne) escucha en la estrofa final el ansiado perdón de su mujer. En 1937, Besos brujos
reeditó aún con mayor éxito este modelo fílmico. Lo que antes se calificó de “artifi-
cioso”, un año después resultaba un hallazgo:
Todavía no habíamos encontrado una película en que las canciones fueran intercala-
das con tanta naturalidad, formando sin esfuerzo parte de la trama11.
El tango anduvo soltero por largos años…y a ese soltero con voz de hombre lo perso-
nificó Carlos Gardel, que le dio a la canción porteña un estilo, un sello, un timbre sono-
ro…casi diríamos un método, creando la imagen por excelencia del cantor de tangos.
(…) Pero como todo bicho que camina va buscando su pareja…el tango necesitaba la
suya… femenina…claro…Y apareció. (…) Todo en ella armonizaba, su voz, sus manos,
su imagen…Desde esa noche el tango tuvo su novia. Gardel y Libertad son el él y el ella
del tango porteño. Como burbujas en alegre ascensión su voz se hizo familiar y conquistó
para el tango aquellos hogares cuyas familias lo rechazaban antes13.
Desde El alma del bandoneón en adelante los films protagonizados por Liber-
tad Lamarque fueron vehículos para su exclusivo lucimiento. En ellos se construye
y alimenta su imagen de estrella a partir de un único rol, el de víctima, y de una
gama limitada de caracterizaciones textuales. No obstante, esas caracterizaciones
textuales —entre las que se destacan la de cantante y la de madre— tienen mu-
chísimas variantes.
A comienzos de la década de los treinta Libertad Lamarque ya estaba posicio-
nada como la cantante de tangos favorita a nivel popular. El cine, obviamente, no
podía desaprovechar esta veta. Entonces, la cuestión fue dar con la estrategia que
resolviera la inserción de las canciones. Para ello, la ópera tanguera se había vali-
do de un procedimiento narrativo que le daba gran libertad de acción a los per-
12. Carlos Gardel murió prematura- sonajes, pues al no necesitar justificar la presencia de las canciones desde la pers-
mente en un accidente de aviación en la pectiva “realista” se evitaba caer en la solución argumental de caracterizar
ciudad de Medellín (Colombia) el 24 de siempre a sus personajes como “cancionista”. Así, por ejemplo, la actriz tanto po-
junio de 1935. día encarnar a una esposa engañada que de pronto cantaba un tango para recha-
13. Texto que aparece en el interior zar o perdonar a su infiel marido (Ayúdame a vivir) como a una supuesta madre
del álbum aniversario por los cincuenta soltera que frente a la condena social del vecindario rezaba cantando a la Virgen
años de Libertad Lamarque como can- María (La ley que olvidaron). Pero, al cambiar de sello productor y pasar a Argenti-
tante de la RCA Víctor. na Sono Film, la verosimilitud fílmica de la trilogía tanguera es dejada de lado. Ni
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Amadori ni Saslavsky tenían la desinhibición formal de Ferreyra. Así que finalmen-
te se optó por la caracterización textual de “la cancionista”. Ahora bien, esto, que
en principio surge por comodidad de los guionistas, muy pronto cobra otros sen-
tidos y se vuelve casi una impronta personal en sus películas. Sus personajes de la
pantalla comienzan a mimetizarse con la Lamarque actriz y cantante que hace
presentaciones en vivo, graba discos y es escuchada por la radio. Este cruce entre
la actriz y el personaje, de algún modo, ya había sido anticipado en 1936, en una
de las escenas de Ayúdame a vivir cuando el personaje de la joven Luisita (Liber-
tad Lamarque) toma un disco y sentada junto a una victrola dice “Libertad La-
marque…bah! Yo canto mejor que ella. ¿Apuestan algo? ¿Qué apuestan?” e inme-
diatamente canta el tango “Tu cariño” a dúo con Libertad Lamarque en el disco.
Con el tiempo, la caracterización de la cancionista tuvo variantes y sufrió mo-
dificaciones. Una de las variantes más significativas es la de la cantante de tangos.
Si bien para mediados de la década de los treinta la llamada música ciudadana ya
había sido admitida socialmente y tenía una amplia aceptación popular, el cine ar-
gentino había normativizado que, en el marco del melodrama, el tango era para
la mujer sinónimo de mala vida, vicio y perdición. En suma, la cantante de tangos
estaba condenada de antemano. Pero esta normativa funcionaba sólo a nivel in-
trafílmico, pues para el público la manipulación del punto de vista en favor de la
cancionista la convertía en el foco de identificación y de afinidad afectiva.
Dada esta convención, uno de los conflictos melodramáticos más frecuentes
que se plantearon en torno a la cantante de tangos es el del tipo “amor intercla-
sista”. Tempranamente, El alma del bandoneón presenta ya este conflicto (la can-
tante de tangos, interpretada por Lamarque, se casa con un compositor, hijo de
estancieros: a esa unión se opone el padre del joven, que hace todo lo posible
por separarlos). Así, valiéndose del maniqueísmo también propio del género, es-
tos films enfrentaron la figura de la buena y frágil cancionista con la familia bur-
guesa del pretendiente. Pese a que en algunos casos se sigue el canon tradicional
y la oposición a la unión de la pareja viene advertida por la ley paterna (El alma
del bandoneón; Yo conocí a esa mujer, Carlos Borcosque, 1942) en otros, el grupo
opositor está constituido predominantemente por mujeres. Ejemplo de ello son
Besos brujos, el único de los films de la trilogía tanguera en el cual Libertad inter-
preta a una cantante, y Puerta cerrada (Luis Saslavsky, 1939). El primero, se inicia
con la noche de la última presentación de Marga (Libertad Lamarque), una exi-
tosa cantante de tangos que renuncia a su carrera para casarse con Alberto
(Floren Delbene), un heredero terrateniente. A esta relación se oponen la prima
y la madre del joven, quienes le exigen abandonarla para “volver a casa donde la
gente de su rango lo espera con los brazos abiertos”14. En el segundo se parte
de un esquema similar. También en éste Lamarque encarna a una cantante de 14. Fragmento de un diálogo del film
tangos que deja su carrera para casarse con un joven de familia acomodada. Besos brujos.
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Aquí son las tías del novio quienes se oponen a la unión de la pareja y, en repu-
dio a la cantante, le sentencian que la puerta de la casona familiar para ella siem-
pre estará cerrada.
Ya en México la cantante de tangos pierde la carga normativa que tenía en el
cine argentino. Es más, podríamos decir incluso que hasta gana en reconocimien-
to social. Esta transformación de la caracterización de la cantante de tangos no
sólo responde a un cambio geográfico y cultural, sino también a una época distin-
ta: son los años cincuenta. Para entonces habían pasado más de dos décadas des-
de que Lamarque protagonizara los primeros melodramas tangueros. A estas al-
turas ya era casi imposible sostener un conflicto interclasista impulsado por un
grupo opositor de madres, tías o abuelas. La misma Libertad había pasado los
cuarenta años. Se produce entonces una inversión generacional y una transfigura-
ción del conflicto. La cancionista se las tiene que ver ahora con el edipo de jóve-
nes adolescentes que se declaran fervientes admiradoras suyas mientras no enta-
ble relación con el apuesto padre de ellas (Rostros olvidados, Julio Bracho,1952;
Amor en la sombra, Tito Davison, 1960). Pero ya aquí la potencialidad conflictiva
que contenía el personaje de la cantante de tangos se ha desvanecido.
Se mantiene, en cambio, el tópico del “renunciamiento” de la cantante a su ca-
rrera. Una renuncia que siempre es a medias, puesto que de lo contrario dismi-
nuirían las posibilidades de incluir a Lamarque cantando. A modo de ejemplo vea-
mos dos modalidades diferentes: Huellas del pasado (Alfredo Crevenna, 1950) y
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El cielo y la tierra (Alfonso Corona Blake, 1962). En Huellas del pasado el renun-
ciamiento corresponde a la prehistoria del personaje (Isa es una cantante que
hace varios años renunció a su carrera para casarse con un prominente aboga-
do). El relato comienza con el reencuentro de Isa y sus excompañeros de trabajo
después de mucho tiempo. La presencia de un exnovio provoca los celos del ma-
rido, que la echa de la casa y le prohibe volver a ver al hijo de ambos. Finalmente,
tras una elipsis de más de diez años, encontramos a Isa cantando en un teatro
colmado. Y apenas han pasado unos minutos y unas cuantas escenas desde el co-
mienzo del film. En El cielo y la tierra el renunciamiento también pertenece a la
prehistoria del personaje. Pero, en este caso, la información se da hacia el final del
relato, cuando un grupo de adolescentes proyectan un fragmento de Gran Casino
—Lamarque cantando “El reflector del amor”15— y descubren así el pasado ar-
tístico de Sor Lucero (Libertad Lamarque). Mas, para entonces, la monja ya se ha-
bía despachado con alguna que otra canción de cuna y temas infantiles.
Otro tópico recurrente, relacionado con la caracterización de cantante, es “el
éxito” y la peculiar concepción que se tiene de él en sus películas. Probablemente
con la intención de desarrollar y alimentar la imagen de la estrella per se, las can-
tantes encarnadas por Lamarque no necesitan recorrer un camino de sacrificios
para llegar al éxito, ni siquiera necesitan tener un golpe de suerte para alcanzarlo.
Ya son exitosas (Nunca es tarde para amar, Tito Davison, 1953), fueron exitosas y
pueden volver a serlo cuando quieran (La loca de los milagros, José María Fernán-
dez Unsaín, 1975) o serán exitosas aun sin proponérselo (Romance musical, Er-
nesto Arancibia, 1947). Por lo tanto, el triunfar como cantante aparece, general-
mente, presentado como una cuestión natural, como algo que no implica
esfuerzo. Para sus personajes, siempre embarcados en otras luchas, el éxito artís-
tico no es una meta: “Hay algo en la vida que vale mucho más que el triunfo, más
que el dinero y los aplausos. Sólo que cuando se consigue una cosa se pierde la
otra” (Lamarque como Gloria Selva, una diva de la ópera, en Madreselva, de Luis
César Amadori, 1938).
A diferencia de la caracterización textual de la cantante, que tuvo un desarro-
llo constante a lo largo de toda la filmografía de Lamarque, la caracterización de
la madre sólo alcanzó un desarrollo acabado en sus films rodados en México. Sin
embargo, las bases de este modelo fueron sentadas por dos películas argentinas
de fines de la década de los treinta: La ley que olvidaron y Puerta cerrada.
En La ley que olvidaron, Lamarque es la joven María, la criada de una pensión a
la que le endilgan una hija ajena. Ella va a cuidar, proteger y defender a esa niña
como propia, aunque eso le cueste la cárcel. Surge de aquí, como valor intrínseco
del texto-madre en Lamarque, que el amor maternal es un don y que no es ne-
cesario haber parido un hijo para ser madre. Bajo estos postulados se encuadran
films como Los hijos que yo soñé (Roberto Gavaldón, 1965) y El hijo pródigo (Ser- 15. Vals de Maestro Alonso.
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La imagen de la estrella
La estrella cinematográfica surge de la articulación de las imágenes concebidas
en los niveles textuales de lo fílmico y de lo público. En el caso de Lamarque, ya lo
hemos señalado, la imagen fílmica se construye, casi excluyentemente, en base a
dos caracterizaciones textuales (la cantante y la madre) y siguiendo un patrón aco-
tado de tópicos recurrentes (el renunciamiento, el éxito, el estoicismo, la abnega-
ción). La imagen pública, en cambio, se constituye en el imaginario colectivo a par-
tir de la información (no siempre homogénea) que los medios difunden de la
estrella. En la imagen pública de Lamarque pueden reconocerse :
1) Las notas de promoción. En éstas se registra el aspecto profesional de la ac-
triz y cantante (rodajes de películas, giras y presentaciones en vivo, ofrecimientos
que recibe de Hollywood) y se resaltan los éxitos de su carrera, destacando espe-
cialmente el rol legitimador del público:
Una vez más se puso de manifiesto que, junto a la admiración conquistada por la
estrella, está el cariño que ha sabido ganar. Porque de cariño indudablemente hablan
todas las manifestaciones recibidas. Tanto a su llegada (a Colombia) como posterior-
mente en ocasión de su debut16.
Libertad Lamarque
trella no es tal en su casa; ella misma acude al llamado del timbre y recibe al cro-
nista”)17. La casa, la familia, la crianza de la niña, sus comienzos como cantante son
los temas que muestran la cotidianeidad de la estrella: es la imagen pública (institu-
cional) de lo privado.
3) Por último, están los acontecimientos de su vida privada que trascendieron a
lo público por canales no institucionales: la separación de Romero (su primer ma-
rido); el secuestro que ella hace de su propia hija en Montevideo para recuperarla;
17. Guión, nº 2, 8 de marzo de el encono con Eva Perón; su noviazgo secreto por diez años con Alfredo Malerba
1939. (su segundo esposo). Todo eso, que no consta en la prensa de la época pero que
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“se sabía” y que, por lo tanto, influyó en la constitución de la imagen pública de la 18. En términos de ANDREW TUDOR
estrella, siempre instalada en el rol de la víctima. (Cine y comunicación social, Barce-
Ahora bien, a diferencia de las estrellas que surgieron como un producto dise- lona, Gustavo Gili, 1975, pág. 89),
ñado por otros, Libertad, la Reina de la lágrima, como suele llamarse a sí misma, en la autoidentificación “la involucración
fue su propia artífice. Esto le dio la seguridad y la autonomía suficiente para permi- llega a un punto en que el espectador se
tirse pasar de un estudio y de un país a otro sin que su imagen y su popularidad se pone en el lugar y la personalidad de la
resintieran. El otro factor de su vigencia fue el gran conocimiento que tuvo del pú- estrella”.
blico. Un público con el que nunca se estableció una relación de culto ni adora- 19. “Fueron personajes que no se
ción, sino de admiración y autoidentificación18. Para ello, Lamarque cuidó al extre- apartaron de mi personalidad. Ya el di-
mo que tanto en su imagen pública como en sus personajes no hubiese rector sabía con quién estaba trabajando.
ambigüedades19. En este sentido, la estrella señaló: Yo no puedo hacer un personaje que no
Mi secreto es mostrarme tal cual soy, siempre…No me desdoblo, no busco una per- femenina, mi voz es aniñada… Toda yo
sonalidad diferente a la mía. hablo de una cosa que no puede ser di-
Fue por este afán de mostrarse “tal cual es” que en 1986 publicó en el prólogo ral siempre escribían los autores con el
de su autobiografía (con su propia letra, en forma manuscrita, como certificado de director o viceversa. Pensando en mí. Es-
autenticidad): cribían para mí”.; en MARIANO CALISTRO,
¿Quién mejor que yo misma podría contarles mi historia con más verdad, con más ANDRÉS INSAURRALDE Y CARLOS LANDINI:
simpleza, así, sencillamente, porque no sé expresarme de mejor modo? Con palabras di- Reportaje al cine argentino: los pio-
chas con toda la modestia de mi escaso y elemental vocabulario; y no es por soberbia neros del sonoro, Buenos Aires,
que no quise ayuda, no, muy por el contrario, es que reconozco mis propias limitaciones ANESA, 1978.
y no quiero engañar a nadie, adornando mis harapos con galas ajenas (aquí, un poco de 20. L IBERTAD L AMARQUE : Op. cit.,
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