Está en la página 1de 245

Importante

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro, por lo cual no conlleva
remuneración alguna. Es una traducción hecha exclusivamente para fans.
Cada proyecto se realiza con el fin de complacer al lector dando a conocer
al autor y animando a adquirir sus libros. Por favor comparte en privado
y no acudas a fuentes oficiales de las autoras a solicitar las traducciones
de fans. Preserva y cuida el esfuerzo que conlleva todo el trabajo.
Sinopsis
Me caso dentro de unos meses y me acabo de enterar hace cinco
minutos.
Mi primera reacción fue: ¡No, gracias!. Pero resulta que mi prometido
es el poderoso Don de NYC, y el 'no' no es una opción.
Christian D'Angelo es tan atractivo que su presencia puede matar, y lo
hace con sus propias manos.
Resulta que soy un peón en un peligroso juego para saldar la deuda de
mi familia.
Pensó que podría poseerme hasta que descubrió que no me silenciaría.
Una cosa llevó a la otra, y nuestras bromas se convirtieron en lujuria, se
convirtieron en amor y se convirtieron en una prueba de embarazo
positiva.
Pero me niego a decírselo porque no voy a ser enjaulada y arrojada a su
calabozo... de nuevo.
En el fondo, tiene un corazón de oro, y me he encontrado locamente
enamorada del hombre más aterrador que he conocido.
Pero no hay manera... Me voy a casar con el Don de la Furia.
Capítulo 1

Daniella
Me caso dentro de unos meses. Y me acabo de enterar hace cinco
minutos.
Tengo la boca abierta mientras miro fijamente a mis padres. Hace
cuarenta y ocho horas, acababa de cerrar un Capítulo importantísimo de
mi vida. Me gradué en la universidad, completando cuatro años de
formación y transformación en el adulto que se supone que debo ser. ¿Y
ahora me dan esta alucinante noticia?
―Espera. Detente ―digo, inhalando profundamente antes de volver a
exhalar―. Papá, no estoy segura de entender lo que intentas decir.
¿Quién se casa?
Las arrugas del rostro de mi padre son mucho más pronunciadas al
mirarme fijamente. O, mejor dicho, mira fijamente a la pared que hay
sobre mi cabeza. No me ha mirado a los ojos ni una sola vez desde que él
y mamá me llamaron a su despacho y me sentaron para una
'conversación seria'. Esto no es una conversación seria, esto es una jodida
locura. Esto me cambia la vida.
―Cariño ―empieza mi padre―, no sabes cuánto lo siento. Este partido
lleva años gestándose, desde el momento en que naciste.
Mi mandíbula se tensa.
―Entonces, ¿por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me preparaste para
ello desde el momento en que nací? O mejor aún, ¿por qué no me
mantuviste bien lejos de un hombre cuyo nombre ni siquiera conozco y
con el que se supone debo jodidamente casarme?
Mi voz sube una octava y ni siquiera necesito mirar a la cara de mi
madre para ver el ceño fruncido de desaprobación, ya sea por mis
palabrotas o por mis gritos. Me educó para ser educada, refinada y
correcta. Sus lecciones nunca me calaron, aunque cuando estoy cerca de
ella, intento fingir que sí. Pero hoy no. Hoy, parece que mis padres la han
cagado astronómicamente. Lo que significa que no les debo una actitud
apropiada o palabras amables.
―No creí que el acuerdo siguiera en pie, dulzura.
Me mofo.
―Esto es ridículo ―les digo, poniéndome en pie.
―Siéntate, Daniella ―ordena mi madre, mirándome bajo unas
pestañas oscuras. Tiene los labios fruncidos y en la cara una expresión de
no me jodas porque estoy sufriendo más que tú. Como si yo no fuera la que
debería estar cabreada.
Puede que mi padre sea el cabeza de familia, pero siempre me ha
tratado como a una niña, incluso me ha mimado. Mi madre, sin embargo,
es la madre con la que no debes enfrentarte. Dudo un segundo antes de
volver a sentarme frente a ellos.
Incluso ahora, mi padre está sentado cuando mi madre está de pie
detrás de él. Pero a pesar de su posición erguida, mi padre no tiene todo
el poder. Yo diría que se lo reparten a partes iguales, son socios iguales.
Siempre he admirado eso, siempre he admirado su relación. Eso no
significa que no haya fallos.
El más flagrante fue prometer a su hija en matrimonio con un hombre
al que no conoce.
―Ni siquiera te has enterado quién es el hombre con el que te casarás
―dice mi madre. Su voz es suave, ligera.
Su mano roza su collar de perlas. Ella es como cualquier otra esposa de
la ton. La ton son los miembros de la élite de la ciudad de Nueva York.
Esposas del Upper East Side que llevan bolsos caros, visten trajes y blusas
de tweed, vestidos largos y sofisticados. Cada uno de sus movimientos es
escrutado por los demás, por lo que todos hacen un gran esfuerzo
asegurándose que su reputación no se vea dañada. En cierto modo, las
esposas protegen a las familias incluso más que los maridos.
Mi madre no es diferente. De hecho, es una de las más fuertes. Pero
ahora mismo sus acciones están poniendo una cosa en perspectiva. Está
tan nerviosa como mi padre. Lo que significa que definitivamente debería
estar enloqueciendo más por esta situación.
―Estoy segura que me lo dirás, mamá ―le digo—. Simplemente estoy
vibrando de expectación.
―Daniella, quiero que sepas que lamento mis acciones ―comienza mi
padre. Solo tenías un año cuando el negocio estaba en un estado terrible y
en extrema necesidad de ayuda. Estaba a punto de quebrar...
Lo ignoro cuando se me revuelve el estómago. No responde a la
pregunta. ¿Por qué no me dicen quién es? Cada segundo que me ocultan
la información me pongo más nerviosa.
¿Es feo?
Sacudo la cabeza. Tengo cosas mucho más importantes de las que
preocuparme. Olvídate de la fealdad: el hombre podría tener sesenta años
o algo peor. No quiero ni pensar en cosas peores. Solo tengo veintidós
años, maldita sea, no debería tener que enfrentarme a algo así. Los
matrimonios arreglados no son raros en mi mundo, pero un matrimonio
arreglado desde el nacimiento ciertamente lo es. Son raros y es una
costumbre bastante anticuada. Por eso me sorprende tanto que mis
padres estuvieran de acuerdo. Me hace sentir ligeramente mal.
―¡Daniella! ―La voz de mi padre me devuelve al presente—. ¿Me
estás escuchando?
Asiento con la cabeza. Suelo perderme mucho en mi cabeza; es un
hábito que siempre han desaprobado. En realidad, han desaprobado
muchos de mis hábitos. Pero mis padres me daban mucha más libertad
que a otros niños en mi situación. Creo que ahora lo lamentan mucho.
―Te he oído, padre, la empresa tenía problemas y necesitabas dinero,
así que fuiste a reunirte con una rica familia aristocrática y te ofrecieron la
ayuda que necesitabas a cambio de la mano de tu hija en matrimonio con
su hijo mayor. ¿Estoy en lo cierto?
Así suelen ser esas historias de matrimonios concertados. Pero cuando
mi padre niega con la cabeza, yo inclino la mía hacia un lado.
―¿Cuál es la historia?
―¡Solo díselo, Lucas! ―suelta mi madre.
Alzo la vista, mirando su expresión inquieta. Sus ojos azules,
extremadamente parecidos a los míos, están levemente fríos e insensibles.
―Muy bien, cariño. ¿Has oído hablar de la familia D'Angelo?
―pregunta mi padre.
Siento que mi tez palidece. De repente, la habitación es demasiado
pequeña y no hay suficiente oxígeno para respirar. Pasan varios
segundos, inmóvil como un cadáver, luchando por moverme y recordarle
al mundo que existe una mujer llamada Daniella Evans. Quizá entonces
siga adelante y esta broma cruel encuentre a algún otro incauto.
Mis padres me miran, con expresión culpable y comprensiva a la vez.
―Por favor, dime que es una broma, papá ―le digo, encontrando
finalmente la voz—. Por supuesto que conozco a la familia D'Angelo.
¿Esperas llegar a algún tipo de acuerdo con ellos? Porque es imposible
que yo haga ese trato. ¿Verdad? No habrías vendido a tu única hija a un
sindicato del crimen.
Mi padre se estremece y mi madre mira hacia otro lado. Siento que me
ahogo. Esta vez, cuando me pongo en pie, ninguno de los dos intenta
detenerme.
―¿Cuál? ―pregunto, con una voz que no suena como la mía—. ¿Con
cuál de ellos tengo que casarme?
―El nuevo Don, mi amor. Christian D'Angelo ―responde mi padre.
Me rio histéricamente, levantando las manos. Así que no solo me
vendieron a la mafia, sino a la peor de todas.
―Daniella, cariño ―empieza mi madre, pero niego con la cabeza.
―Necesito ir a procesar esta información a otra parte, mamá. ¡Por
favor!
Asiente, dándome permiso para irme. Y me voy. De hecho, corro,
atravesando los pasillos de mi casa familiar, bajo la escalera de caracol y
salgo por la puerta. No me detengo a respirar hasta que estoy dentro de
mi Mercedes rojo.
Según salgo de casa, un solo pensamiento resuena en mi cabeza.
Corre.
Capítulo 2

Christian
Temido y respetado.
Las palabras sobre las que se construyó el imperio D'Angelo. Me sigue
a todas partes, en cada pared, en cada superficie despejada. Vive y respira
dentro de mí. Una soga constante, rodeando mi cuello con cada
respiración. Algunas personas se ven obligadas a asumir
responsabilidades, ¿pero yo? Nací para ello, crecí para ello, y a pesar de
no saber hasta hace unos años que yo sería el próximo Don de nuestra
familia, siempre ha estado claro que yo era el único que tenía lo que hacía
falta.
―Soy yo, Chris. ¿Cómo va todo?
Miro tanto el nombre como a la persona que entra en la habitación.
Solo los miembros de mi familia inmediata pueden llamarme así sin
recibir una herida de bala en la cabeza. Y ahora mismo, mi familia
inmediata incluye a mis dos hermanos y a mi madre.
Muy despacio, me desprendo de los guantes de boxeo en mi mano,
preguntándome por un segundo si tendría que usarlos. Christopher
D'Angelo, aunque todos le llamamos Topher. Es mi hermano pequeño,
cualquiera que nos viera a los dos, uno al lado del otro lo vería
claramente. Pelo largo y oscuro y ojos castaños, los signos reveladores de
un hombre D'Angelo. Pero nuestras similitudes se detienen en nuestros
atributos faciales. Topher lleva una camisa desarreglada y su cabello
oscuro está aún más despeinado. No podría parecer menos arreglado,
aunque lo intentara. Todo es un numerito, una forma intencionada de
decir ‘que te jodan’ a las reglas del decoro. Mi hermano menor es lo
opuesto a mí en todos los sentidos. Y aun así, moriría por él. Es mi
hermano.
―¿La has cagado? ―pregunto, quitándome finalmente los guantes de
boxeo y colocándolos sobre la mesa a mi lado.
Mi hermano levanta una ceja gruesa y oscura.
—¿En serio? ¿Hace dos semanas que no me ves y eso es lo primero que
me preguntas?
―Sí, Topher. Porque hace dos semanas que no te veo el culo. A saber
en qué líos te habrás metido desde entonces.
Sonríe.
—Sorprendentemente, esta vez no me he metido en ningún lío. Solo he
venido a ver cómo estaba mi hermano mayor.
No sé qué mirada de incredulidad le lanzo, que pone los ojos en blanco.
―En serio, Chris. Tienes que aprender a confiar en mí.
―Hace dos meses fuiste a Ibiza y te emborrachaste tanto que te
despertaste delante de una comisaría con coca bajo la nariz y sin recordar
cómo habías llegado hasta allí. Confiaré en ti cuando el sol deje de brillar
todos los días.
―Ese no fue mi mejor momento ―admite Topher encogiéndose de
hombros.
―Estoy a punto de retorcerte el pescuezo si no me cuentas en qué
desenfreno te has metido esta vez ―advierto.
―Ya te dije que no hice nada ―Topher dice a la defensiva—.
Simplemente he entrado para echarte un vistazo.
―¿Comprobarme? ¿Por qué demonios crees que necesito que me echen
un vistazo?
Topher me sigue mientras salgo del gimnasio.
―Bueno, acabo de hablar con Ma, y según ella, te vas a casar dentro de
unos meses. Imagínate mi sorpresa cuando me enteré, hermano. Porque
no te he visto con ninguna mujer más de una vez, y menos con una a la
que le pidieras matrimonio o con la que te casaras de buena gana.
Está pescando información, lo que significa que mi madre no le ha
dicho más de lo que necesita saber. Lo cual me viene perfecto, porque el
mundo de la mafia no necesita saber sobre los entresijos de este acuerdo
hasta que yo quiera. Y Topher tiene fama de difundir información
importante sobre nuestra familia. Lo hace para provocar el caos. Solía
volver loco a nuestro padre, y yo no estoy dispuesto a seguir el mismo
camino.
Mi mandíbula se tensa al pensar en nuestro padre. Carman D'Angelo
falleció hace un año y su ausencia aún se siente como un agujero vacío en
mitad de mi pecho. Nunca lo admitiré ante nadie, pero echo de menos a
mi viejo. Echo de menos su mirada dura y su perpetuo ceño, pero, sobre
todo, echo de menos su inquebrantable presencia y la tranquilidad de
saber que, siempre que estuviera cerca, todo iría bien. Ya no tenemos eso.
Solo me tienen a mí.
―¿Vas a contestarme o no? ―exige Topher una vez que estamos en mi
dormitorio.
Toma asiento en mi silla, hojeando las páginas de un libro que había
estado leyendo anoche. Su boca se curva hacia arriba al asimilar el
contenido del libro.
―Estás empezando a cabrearme ―afirmo.
―Siempre te estoy cabreando. ―Vuelve a dejar el libro sobre la mesa
antes de mirarme—. Tienes que decirme qué está pasando.
―Por si no lo sabes, hermanito, yo soy el Don. No necesito decirte
nada.
Topher sonríe burlonamente.
—Sin duda, tu nuevo título está haciendo maravillas con tu ego, ya de
por sí demasiado inflado.
Si fuera cualquier otro el que me dijera algo así, estaría muerto. A
Topher le gusta aprovecharse del privilegio que supone que mi sangre
corra por sus venas. Mantengo la mirada fija en su rostro, asegurándome
de transmitirle lo delgado que es el hielo sobre el que está ahora mismo.
Puede que no sea capaz de matar a Topher, pero puedo hacer que se
arrepienta de sus acciones. Solía estar en el extremo implacable de la vara
de mi padre, no quiere estar en la mía.
Traga saliva con dificultad y me mira fijamente.
―Oye, lo siento, Christian. Solo estoy preocupado, ¿de acuerdo? Todo
esto parece salido de la nada. Solo quería saber un poco sobre mi nueva
cuñada.
Dejo escapar un suspiro rápido antes de apartar la mirada de él.
—Se llama Daniella Evans.
―Ooh, he oído hablar de ella. Es la heredera de Industrias Evans,
¿verdad? Joder, hermano. La he visto por ahí y te podría haber ido mucho
peor. Entonces, ¿cómo la conociste?
De los tres hermanos, Topher es el que tiene menos interés sobre lo que
supone nuestro mundo. Se pasa el día de fiesta, divirtiéndose, viajando
por el mundo y creo que incluso huyendo de la verdad de nuestras vidas.
Es ingenuo cuando se trata del funcionamiento interno de la familia.
Culpo a mis padres por mantenerlo alejado de lo que somos, pero no
sirve de nada llorar por eso. No está en dentro, nunca lo estará, pero
sigue siendo un D'Angelo. Hay ciertas cosas que necesita entender.
―No la conozco ―respondo, quitándome la camiseta negra de tirantes
que llevaba y poniéndome una camisa blanca.
Topher guarda silencio conforme me visto con un impecable traje
negro, sin corbata, por supuesto. Como Don, debo vestir formal,
arreglado, pero la corbata me constriñe y solo aumenta la sensación de
restricción que ya me produce mi nuevo título.
―¿Cómo que no la conoces? ―pregunta mi hermano.
―Ya que eres un idiota que no sabe leer entre líneas, te lo explicaré con
detalle ―le digo, manteniendo mi rostro con un semblante calmado a
pesar de mi creciente irritación. —. Mi boda con la Sra. Evans es un
acuerdo comercial del que no puedo librarme. Mamá me lo contó hace
dos meses, después que el polvo se asentara y hubiera reunido la solidez
que conllevaba mi nuevo cargo.
―¿Un acuerdo comercial? ―pregunta mi hermano, confuso—. Esto no
tiene ningún sentido. Si se trata de tu matrimonio, ¿por qué no te habías
enterado antes?
―Porque, Christopher, al parecer el trato se cerró hace unos veintiún
años, cuando yo era solo un niño. Los términos eran que la hija de los
Evans se casaría con el siguiente Don de la familia después de Padre.
Hasta que Padre murió, no hubo necesidad de mencionármelo, ya que
aún no era el Don, pero ahora que se ha ido, el trato está en pleno vigor.
Nuestro abuelo lo pactó con Lucas Evans. Tiene una deuda con nosotros,
y los D'Angelo nunca olvidan cobrar una deuda.
Esas últimas palabras han estado resonando en mi cabeza durante los
últimos dos meses. Desde que me enteré del acuerdo matrimonial. Al
principio le dije a mi madre a bocajarro que no podía hacerlo. Pero
entonces me sentó y, con su calma exasperante, me explicó lo que
significaría para nuestra familia y lo orgulloso que estaría mi padre si lo
llevaba a cabo. Esas son las palabras mágicas: dime que mi padre estaría
orgulloso y haré literalmente cualquier jodida cosa.
Concerté inmediatamente una cita con Lucas Evans para conocer a su
hija, pero me pidió algo de tiempo. Según él, Daniella aún está en la
universidad. Quiere hablarle de su inminente matrimonio cuando
termine.
Se graduó hace dos semanas.
La expresión de Christopher es sombría.
—La deuda de la que hablas es de una mujer inocente.
―Su padre hizo un trato por el que la vendió. Y no te refieras a ella
como 'inocente' cuando no sabes nada de ella ―le digo.
―Te lo he dicho, Chris, la he visto por ahí. He hablado con ella varias
veces. Daniella es un encanto. Puede ser una jodida loca, pero también es
simpática y todo lo contrario a ti. Es una combinación infernal.
Me pone de los nervios que haya tenido contacto con la mujer que
supuestamente se va a casar conmigo antes de haber tenido la
oportunidad de hacerlo. Apenas puedo evocar un recuerdo vívido de su
aspecto, a pesar de haber coincidido con ella en uno o dos actos sociales.
Nunca me ha atraído y nunca he sentido la necesidad de buscarla,
teniendo en cuenta lo aburridas que pueden ser la mayoría de las
herederas. Ahora tengo que casarme con ella y no sé nada sobre ella.
Podría haberlo averiguado, pero estoy reprimiendo la necesidad de
hacerme a la idea sobre este matrimonio hasta que sea absolutamente
necesario. No hay escapatoria y estoy en paz con ello. Pero eso no
significa que ahora mismo esté dispuesto a dejar que ella ocupe ni un
centímetro de mi espacio mental. Siempre y cuando se integre
perfectamente en mi mundo sin causar ningún trastorno ni problema. Es
una heredera de la alta sociedad, lo que significa que probablemente será
aburrida y complaciente.
Y eso me va perfectamente. Pero la descripción de Topher suena a
problemas.
―¿Qué quieres decir con que está jodidamente loca? ―pregunto,
encarándome con mi hermano.
Topher abre la boca para responder, pero la entrada de Carlo D'Angelo
le interrumpe. Ambos nos giramos para mirar a nuestro hermano mayor.
Enarca una ceja ante la presencia de Topher antes de volverse hacia mí.
―Tenemos un problema ―afirma Carlo, con voz crispada, directo al
grano.
Es todo bordes duros y líneas dentadas, siempre serio y leal hasta la
exageración. El momento en que supe que Carlo recibiría una bala por mí
se produjo cuando fue el primero en jurarme lealtad después de ser
nombrado Don de nuestra familia. No hubo quejas ni negativas: mi
hermano mayor aceptó la decisión de nuestro padre sin hacer preguntas.
Si soy sincero, casi todos sabían que sería yo desde hacía tiempo, pero
también había esperado que luchara por ello. Carlo no lo hizo.
―¿Qué es? ―pregunto, arreglándome los puños de la chaqueta del
traje.
―Novia a la fuga ―responde Carlo. Percibo una leve diversión en su
voz.
Le miro, con las cejas enarcadas. Solo puede estar hablando de una
persona. Hace dos meses, cuando supe que iba a casarme con ella, hice
que Carlo pusiera a algunos hombres a seguir a Daniella. Debían seguirla
en todo momento, sin llamar la atención, e informarme si intentaba algo
fuera de lo normal.
―¿De qué demonios estás hablando?
―Estoy diciendo que tu futura esposa está intentando escapar en avión
a una isla de las Comoras. Ella está planeando salir del país. Con una
identidad falsa.
Maldigo en voz baja con Topher, riendo a mi espalda.
―¿Ves? Te he dicho que está jodidamente loca. Mierda, Chris, creo que
me quedaré por aquí un tiempo. Este lugar se acaba de poner mucho más
interesante ―afirma.
Aprieto la mandíbula, saliendo por la puerta hacia mi dormitorio,
odiando lo complicada que se acaba de volver mi vida.
¿Era demasiado esperar que fuera aburrida y complaciente?
Capítulo 3

Daniella
―Eso es una locura, Dany. Entonces, ¿tienes que casarte con este tío?
Hago una mueca antes de dejar caer el teléfono sobre la cama y ponerlo
en altavoz.
―Este tío es el jefe de una organización mafiosa. Como un sindicato
del crimen, Sky. Probablemente ha asesinado a gente. ―Sacudo la
cabeza— ¿Qué estoy diciendo? ¡Ha asesinado a gente! Este hombre es
realmente infame. Es un asesino, un matón, un rufián, un gilipollas...
básicamente es el diablo.
Sky se burla.
—¿No crees que estás siendo un poco dramática?
―Sé que tiendo a exagerar, pero Christian D'Angelo es la última
persona que quiero cerca de mí. Ni siquiera lo conozco y estoy
aterrorizada. ¿Y ahora tengo que casarme con él?
―Vale, vale, lo entiendo. Todo esto es una locura.
―Gracias ―le digo a mi mejor amiga.
―¿Pero qué opción tienes realmente?
Sonrío.
—Menos mal que me lo has preguntado. Porque tengo un plan
increíble ―anuncio con una floritura.
―Oh-oh, eso no suena bien. ¿Qué estás planeando, Dany?
―Nada descabellado ―le digo—. Solo voy a escapar fuera del país.
―Escapar del país... —Sky se toma un momento para procesar eso—.
Perra, ¿de qué demonios estás hablando?
Me dirijo a mi armario y cojo algo de ropa. Mi equipaje no tiene
organización, orden ni sistema, pero necesito algunas de mis cosas para
largarme de aquí.
―Bien, ¿recuerdas que hablábamos de hacer un viajecito a las Bahamas
después de la graduación? ¿Tú, Zoey y yo?
―Vívidamente ―responde Sky.
―Bueno, yo estaba pensando en irme un poco antes que vosotras. Hoy
mismo cojo un avión. Tengo billetes de clase preferente a Comoras con el
nombre de Skylar Cameron.
―Espera, más despacio. ¿A dónde vas?
Ahora mismo no puedo ver a Sky, pero supongo que la expresión de su
cara es de absoluta estupefacción. No puedo decir que la culpe. Para mí
también es algo inesperado. Técnicamente, llevaba una semana
planeando hacer esto. Me fui de casa hace dos semanas, después que mis
padres me soltaran esa demencial bomba, y solo volví una vez más para
escuchar toda la historia. Después de eso, les dije que necesitaría un par
de días para procesarlo.
'Procesar', significaba encontrar una salida a este lío colosal. Al final,
me conformé con huir. La familia D'Angelo es lo bastante poderosa como
para seguirme la pista, de ahí la adquisición del nombre y la identidad
falsas.
―A Comoras, Skylar. Sígueme ―le digo.
―No, no, no. Esto es una locura, Daniella. ¿Te vas a África? ¿Para hacer
qué? ¿Y ver a quién?
―Ya me las arreglaré. Al menos tengo el billete de avión ―afirmo.
―¡Esto es una locura!
―Ya lo has dicho, Sky.
―¡Porque lo es! ¿No puedes tomarte un minuto para pensar en esto?
Quiero decir, ¿de dónde sacaste una identidad falsa?
Nos conviene a ambas ignorar la última pregunta.
―He pensado en ello. Y ahora mismo, estoy en mi habitación en casa
de mis padres, intentando empaquetar todo lo que pueda de mis cosas,
antes que regresen a casa y se den cuenta de lo que estoy a punto de
hacer.
―Dany, te graduaste de la universidad hace dos semanas. No estás
preparada para mudarte a otro continente tú sola.
―¿Y crees que estoy lista para casarme? ¡Esto es lo último que quiero!
―Lo sé, cariño. Pero si tú no quieres, nadie puede obligarte. ¿Verdad?
Con un suspiro, me dejo caer en la cama y ruedo sobre mi espalda.
Skylar no lo entiende. Es de Brooklyn, nacida y criada, sus padres tienen
una pizzería. Sus raíces son totalmente normales y no hay absolutamente
nada malo en su vida. Ojalá tuviera un poco más de conocimiento sobre
mi vida y de las responsabilidades que conlleva.
Incluso ahora que planeo huir, en el fondo sé que no es una solución
permanente. Porque en algún lugar existe un contrato entre mi padre y el
Don de un sindicato del crimen, y es inquebrantable. Es una promesa, mi
familia tiene una deuda con ellos y hay que cobrarla. Y no podemos
traicionar a la familia D'Angelo. Tendría consecuencias desastrosas. Mi
padre trabajó duro para construir Industrias Evans y me niego a ser la
razón de su destrucción.
Dicho esto, también me niego a casarme hasta que yo quiera.
―¡Hola! Tierra a Dany ―llama mi amiga.
―¿Hmm? ―murmuro.
―Cariño, háblame ―me dice en voz baja Sky.
Me doy la vuelta y miro al techo de mi habitación.
―No es que no quiera, Sky. Sinceramente, el matrimonio siempre ha
sido un acuerdo político o comercial en mi mundo. Con el tiempo, puede
que tuviera que casarme de la misma manera. O no, pero ahora mismo no
tenemos muchas opciones. Tengo que hacerlo. Mi único problema ahora
mismo es el que solo tengo veintidós años y no estoy ni mucho menos
preparada para atarme a un hombre que probablemente dispara a conejos
como hobby.
―De acuerdo, entiendo de dónde vienes ―dice Sky.
―Gracias por tu entenderlo.
―Y apoyo lo que quieras hacer. Solo... ten cuidado, ¿vale, Daniella?
Eres notoriamente buena tomando decisiones malas e impulsivas.
―Oh, esto es definitivamente impulsivo ―le digo—. Pero eso no
significa necesariamente que sea malo.
―Cierto ―dice Sky—. De acuerdo. Se lo diré a Zoey. Tienes que
terminar de hacer la maleta. Adiós, te quiero. No pierdas tu vuelo.
―Yo también te quiero.
―Y no me parece bien que utilices mi nombre para fraudes en viajes
internacionales ―menciona.
para estafar en viajes internacionales ―menciona.
Me rio por lo bajo.
—Aunque solo tu nombre de pila. Usé el apellido de Zoey.
―Aja. No está bien, Dany.
―Adiós, Sky.
Cuelga y me levanto para terminar de hacer la maleta. Treinta minutos
después, salgo de nuestro vecindario y me dirijo al aeropuerto para coger
mi vuelo de las tres de la tarde.
¡Hola, libertad!
Creo firmemente que todo sucede por una razón. Cada movimiento, cada
acción está preparada para satisfacer los caprichos de quienquiera que
esté ahí arriba colgando todas nuestras vidas de una cuerda, como si
fuéramos marionetas. Llámalo suerte, destino, coincidencia, da igual.
Incluso las coincidencias conducen a algo, por lo tanto, suceden por una
razón.
Siguiendo ese razonamiento, estoy casi segura que existe una razón
detrás del hecho por el que mi vuelo no solo se ha retrasado, sino que
además no me han permitido facturar. Alegan que es un problema de
seguridad, pero eso no tiene ningún sentido. No soy una maldita
terrorista.
A menos que.... ¿y si descubren mi identidad falsa?
Pero la persona que me lo hizo me aseguró que era legítimo. Joder. A la
mierda mi vida.
Estoy a punto de salir corriendo o de llamar a mi padre para que me
saque del apuro cuando el guardia de seguridad que tengo delante llama
mi atención. Me giro para ver qué está mirando y me quedo con la boca
abierta. Con los ojos muy abiertos, veo a cuatro hombres trajeados e
impecablemente vestidos acercándose. Y del hombre situado justo en el
centro.
Mi respiración se acelera y empiezo a sentirme un poco mareada. No es
simplemente porque esté convencida que cada uno de los hombres esté
armado en este momento. Es por el hecho de reconocerlos. Sé
exactamente quiénes son. Y sé que el Adonis alto y de cabello negro que
está en medio no es otro que mi querido prometido.
Christian D'Angelo camina hacia mí como si tuviera todo el tiempo del
mundo. Sus ojos se ocultan tras unas gafas de sol oscuras y,
normalmente, algo así sería cursi de cojones. Es como una escena sacada
directamente de una película de acción en la que aparecen los federales y
se cargan al malo, luciendo geniales con trajes negros y gafas. Pero el
hombre que camina hacia mí no es un agente de la ley ni por asomo. Y su
aspecto no tiene nada de cursi. Parece como si estuviera destinado a estar
aquí. Irradia confianza, dominación masculina. Trago saliva suavemente,
intentando armarme de valor para enfrentarme a él.
Podría estar aquí para matarme y mi única opción es suplicar y pedir
clemencia.
―Hola, Christian, ¿verdad? Creo que no nos conocemos ―le digo, con
una risa nerviosa.
No puedo asegurarlo, ya que lleva gafas de sol, pero estoy totalmente
convencida que en sus ojos se esconde una fría indiferencia. Apenas me
dedica una breve mirada antes de dirigirse al guardia de seguridad que
está a mi lado. Christian ni siquiera dice una palabra. Simplemente
extiende una mano y el guardia le entrega mi pasaporte, mi visado y
todos mis documentos. Me quedo con la boca abierta cuando Christian
empieza a revisarlos y yo me quedo delante de él con cara de idiota.
Aun así, me da tiempo a estudiarle. Lleva el cabello oscuro rapado por
los lados y una mandíbula fuerte y angulosa. Su traje se amolda a su
cuerpo tonificado y ancho, y además de confianza, destila precisión.
Me da un vuelco el corazón cuando me devuelve la mirada, con una
expresión más fría que antes.
―Skylar Cameron ―dice. No es una pregunta.
Su tono indiferente recorre mi espina dorsal con un extraño
estremecimiento siguiéndole la estela. Carraspeo y me enderezo hasta
alcanzar toda mi estatura. Incluso así, y a pesar de los tacones de diez
centímetros que llevo puestos, apenas llego a su barbilla. El hombre es
monstruosamente enorme. Parece que podría lanzarme a través de la
terminal del aeropuerto sin apenas esfuerzo.
―Entiendo lo que parece ―empiezo pero me corta.
―Ahórratelo. Te vienes conmigo ―me dice.
De nuevo, me quedo con la boca abierta. ¿Así es como va a ser?
―Ya, eso no va a pasar. Empecemos de nuevo. Hola, soy Daniella y,
obviamente, me gustaría que nos conociéramos en mejores circunstancias.
Pero si me dejaras explicarme y no me dispararas...
No dice ni una palabra durante varios segundos. El aire está teñido de
cierta tensión y de una seca diversión.
―En realidad no me interesa una explicación ―es todo lo que dice
Christian antes de darse la vuelta y enfrentarse a sus guardaespaldas,
supongo que colegas mafiosos.
Seguro que uno de ellos es su hermano. Lo he visto una o dos veces en
algún acto, siempre cinco pasos por detrás de Christian. Aunque no estoy
segura de su nombre.
―Escoltad a la señorita Evans y sus pertenencias al coche ―ordena,
con voz aguda―. Yo me ocuparé de la situación aquí.
Apenas soy capaz de articular palabra antes que dos de los hombres
den un paso al frente y me agarren cada uno por un codo, lanzándome
ambos, miradas diciéndome que no les ponga a prueba. Así que me voy
en silencio. No voy a montar una escena en medio del aeropuerto.
Christian y su hermano se quedan atrás, probablemente para atenerse a
las consecuencias de mi intento por embarcar en un vuelo internacional
con una identidad falsa.
Los hombres me depositan dentro de un Range Rover plateado y azul,
con instrucciones claras, que espere hasta que vuelva su jefe.
Tengo las manos entrelazadas e intento respirar con calma. Es muy
posible que sean las últimas que haga en esta tierra. Porque estoy
prácticamente segura que ese despiadado malnacido va a matarme por
esto.
Capítulo 4

Christian
―Odio ser quien te lo diga, fratello ―dice Carlo―, pero tienes un
problema entre manos.
Aprieto la mandíbula mirando hacia mi coche, los tres hombres que lo
rodean y la exasperante mujer sentada en el asiento del copiloto.
―Ha aparecido con una jodida peluca rubia ―murmuro―. Topher
tenía razón. Está como una puta cabra.
Puede que no tuviera una descripción exacta de mi prometida en la
cabeza, pero podía evocar una imagen suficiente como para recordar que
Daniella Evans es pelirroja. La mujer a la que mis hombres acompañaron
hasta mi coche llevaba una peluca rubia ceniza. Supongo que la peluca
formaba parte de su disfraz, pero no puedo entender cómo se le ocurrió
salir de las fronteras de Estados Unidos con una identidad falsa.
―Es joven ―ofrece Carlo. "Estoy seguro que con el tiempo aprenderá
comportarse correctamente.
Suspiro levemente. A juzgar por los cinco minutos que he pasado antes
en su presencia, lo dudo mucho. Carlo camina detrás de mí cuando nos
dirigimos al coche. Le dirijo un gesto con la cabeza hacia el otro coche en
tanto conduzco el mío propio. Los guardias se dispersan inmediatamente
al abrir yo la puerta de mi coche.
Me fulmina con la mirada. La acción parece casi imposible y
equivocada. Nadie ha tenido las pelotas de mirarme desde que tenía
veinte años. Simplemente, no sucede. Me obligo a mantener la calma
entrando en el vehículo. Ella no me dice ni una palabra y yo tampoco.
Seguimos el trayecto en silencio. La miro de vez en cuando. A juzgar por
los atisbos de su personalidad que he obtenido hasta ahora, no parece ser
una chica tranquila.
Tiene los brazos cruzados sobre el regazo y mira al frente sin moverse
ni un milímetro. Admito que no me esperaba que fuera tan hermosa,
unos ojos inteligentes de color azul océano y una estructura ósea que
ningún dinero podría comprar. Lleva unos leggings negros y un jersey
crema, un atuendo cómodo excepto por los tacones de diez centímetros
que lleva en los pies.
En circunstancias normales, Daniella podría haberme intrigado. Es
evidente que no es una heredera de la sociedad cualquiera. Y es
increíblemente atractiva, pero ninguna belleza borra su hazaña de hoy, ni
el detalle por el que tendremos que pasar el resto de nuestras vidas
juntos.
Pasan diez minutos hasta que finalmente habla.
―¿Me llevas a casa?
―No.
Su mirada me hace un agujero en la mejilla, al tiempo que mantengo la
vista al frente y en la carretera.
―¿Cómo que no?
―Te llevo a mi casa, señorita Evans. Has dejado muy claro que
necesitas mucha más supervisión de la que te proporciona tu padre.
Se burla ligeramente.
―Te das cuenta que no tengo cinco años, ¿verdad?
La miro, mis ojos recorren su rostro, descendiendo por su cuerpo antes
de volver a mirarla a la cara.
―Confía en mí, Sra. Evans. Soy consciente ―declaro.
Sus ojos azules se entrecierran.
―¿Por qué hablas tan apropiadamente? Es lo contrario de cómo
esperaba que me hablaras.
―¿Cómo esperabas que hablara?
―¿No eres el jefe de una banda?
Mi cabeza se inclina un poco hacia un lado, mi atención vuelve a
centrarse en la carretera.
―No. Soy el Don de una organización mafiosa ―le digo.
―Suenas muy orgulloso de ello ―murmura. Levanto la ceja a modo de
pregunta, pero ella continúa su discurso―. En cualquier caso, estás
actuando de forma extremadamente formal y un poco engreída. Esperaba
palabras groseras y modales maleducados.
―Ese no soy yo.
Entiendo lo que quiere decir, pero la familia Angelo no es una
organización mafiosa típica. Nuestras palabras -temidos y respetados-
connotan que hacemos todo lo posible para asegurarnos de seguir siendo
temidos y respetados en la sociedad. Lo que significa llevar a cabo los
negocios de forma que parezca que somos una organización legítima y no
un sindicato del crimen.
―¿Así que no vais a matarme? ―pregunta Daniella esperanzada.
Una sonrisa fantasmal se dibuja en mi boca. Nunca le haría daño, pero
el hecho que ella piense que podría hacerlo podría ser beneficioso para
mí. Tal vez incluso la obligaría a comportarse bien.
―Seamos sinceros, señorita Evans. Tu comportamiento de hoy sí
merece una bala en la cabeza.
Se encoge asustada y observo cómo el color de su rostro se desvanece,
haciendo que me arrepienta inmediatamente de mis palabras. Mi objetivo
no es aterrorizarla.
―Relájate, no te haré daño.
Tengo un código, y eso incluye no poner mis manos sobre ninguna
mujer, nunca. Mis padres me educaron mejor que eso. Todavía parece un
poco indecisa, así que le ofrezco una pequeña sonrisa justo cuando
llegamos a la entrada de mi casa.
―Quizás deberíamos empezar de nuevo ―digo―. Hola, Srta. Evans.
Soy Christian.
Voy a casarme con ella, lo menos que puedo hacer es comportarme
civilizadamente. A pesar del contratiempo. Mira con recelo mi mano
extendida durante dos segundos antes de inclinarse hacia ella y poner su
mano pequeña y delicada sobre la mía. Es cálida y suave, y siento deseos
de estrecharla más de lo necesario.
―Soy Daniella. Dany para mis amigos ―afirma, antes de añadir―, Tú
no eres mi amigo.
Asiento con la cabeza.
―Por supuesto.
Seguimos sentados en el coche y ella no ha hecho ningún movimiento
para salir. Sigue mirando fijamente mi casa como si fuera una especie de
prisión o una instalación de contención. No creo que eso esté mal.
―Por favor, llévame a casa.
Ladeo la cabeza hacia un lado.
―Me temo que no puedo hacer eso, señorita Evans.
―Claro que puedes. Es tan sencillo como arrancar este vehículo y
llevarme de vuelta a un lugar donde me sienta cómoda viviendo.
―¿Por qué no estarías cómoda aquí? ―pregunto.
―Eso, para empezar ―dice, señalando a uno de mis hombres que
pasea por la zona con un arma colgada del hombro.
―Ah ―digo, dándome cuenta de lo que quiere decir.
―¿Ah? ¿Eso es todo lo que puedes decir?
Mi madre siempre decía que toda relación requiere algunas
concesiones. Aunque no pienso entablar ningún tipo de relación con
Daniella, al menos puedo ayudarla a sentirse un poco más cómoda.
―¿Preferirías que echara a todos los guardias?
―Preferiría que me llevaras de vuelta a casa.
―Eso no está sobre la mesa, Daniella.
Me mira fijamente y yo le devuelvo la mirada con expresión dura.
Cuanto antes entienda que esta no es la casa de su padre y que no puede
hacer lo que le dé la gana, antes dejaremos atrás todas estas tonterías.
Asiente una vez y rápidamente cojo el móvil para enviarle un mensaje a
Carlo.
Cinco minutos después, todos los guardias se han retirado del recinto.
―Ahora, ¿estás satisfecha? ―pregunto yo.
―Me daría por satisfecha si me dejaras ir a casa ―murmura.
La miro con incredulidad y ella pone los ojos en blanco antes de salir
finalmente del coche. Uno de los ayudantes aparece inmediatamente para
llevar sus cosas desde la parte trasera del coche.
―Pero, ¿Estará bien? ¿Despedir a tus guardias? ―pregunta Daniella.
―No te preocupes. Nadie es tan estúpido como para intentar traicionar
a la familia D'Angelo.
Ella vuelve a poner los ojos en blanco y yo aprieto la mandíbula. Queda
claro que vamos a tener que tener una conversación seria sobre lo que
implican los buenos modales y sobre cómo debe comportarse
exactamente cuando habla conmigo.
―Entremos ―le digo, poniéndole la mano en la parte baja de la
espalda para dirigirla hacia el interior de la casa.
Sin embargo, Daniella se zafa inmediatamente de mi agarre, actuando
como si mi contacto fuera alguna forma de contaminación. Otra cosa en la
que tendremos que trabajar. Camina hacia delante, observando cada
aspecto de mi casa, y permanezco inmóvil un momento, absorbiéndola.
No es lo que esperaba ni lo que necesitaba. Y menos en este momento de
mi vida.
Acabo de asumir el cargo de Don. No necesito mujeres con pésimos
modales y pelucas rubias que me jodan el cargo.
―Vamos, grandullón. Dame una vuelta por la casa ―me dice Daniella,
girándose al andar. Mis ojos se clavan en sus pies caminando hacia atrás,
asegurándome que no tropiece o se caiga―. Puedes empezar por tu sala
de torturas, o de sexo pervertido. Puedes exponerlo todo allí, de todas
formas ya estoy jodida.
Me guiña un ojo y un gruñido grave suena en el fondo de mi garganta.
Carlo tenía razón. Estoy jodido.
Nada más entrar en la casa, nos topamos con Christopher, quien
claramente ha estado esperando ansiosamente mi regreso. Su mirada se
posa en la pelirroja que tengo a mi lado, su sonrisa se extiende por
momentos.
―Hola, preciosa ―saluda, sonriendo lo suficiente como para que los
dos hoyuelos de sus mejillas hagan acto de presencia―. Bonita peluca.
―Hola, Topher. Ha pasado un tiempo ―dice Daniella amistosamente.
Puedo ver en sus ojos que está aliviada de verle. Bien, él puede hacerle
compañía.
―La última vez que te vi estabas preocupada por un trabajo que tenías
que entregar... y ahora estás aquí, prometida con mi hermano.
―No estamos prometidos ―afirma Daniella, sus palabras gélidas.
―Todavía ―añado. Mis ojos se fijan en el reloj que llevo en el brazo y
carraspeo para llamar su atención―. Tengo que irme. Topher, enséñale el
lugar. Puedes empezar por la sala de torturas.
Topher levanta una ceja interrogante, y Daniella se limita a sonreír
burlonamente cuando salgo de la casa.
Capítulo 5

Daniella
Sus ojos son castaño dorado, tan claros que deberían considerarse
ámbar.
Y son la parte más hermosa de su rostro, ya de por sí increíblemente
apuesto. Resulta un poco desconcertante lo atractivo que es Christian.
Pero su belleza no es algo frágil y suave. Es dura e intimidante, tanto que
casi duele mirarle fijamente durante demasiado tiempo.
Me alegra que se haya ido. Finalmente puedo respirar tranquila sin
tener que mirar a la cara a mi futuro. Literalmente, la idea de tener que
casarme con él y pasar una eternidad a su lado me deja jadeando. Mi
mente vuelve al aeropuerto y a sus impertinentes órdenes.
Definitivamente vamos a tener un maldito problema si cree que voy a
resignarme y aceptar todo lo que me proponga.
Topher agita una mano delante de mi cara.
―Llevas dos minutos mirando fijamente al punto por el que se acaba
de marchar mi hermano ―me dice, divertido.
Levanto la vista hacia él. Christopher D'Angelo es probablemente el
único miembro de su familia de quien no me asusta estar cerca. Sobre
todo porque el tipo es un encanto. Si no fuera por su apellido, no sabrías
que tiene alguna relación con la mafia. Es el tipo que difunde luz allá
donde va, y definitivamente sabe cómo divertirse. Es un placer tenerlo
cerca y las pocas veces que he hablado con él en el pasado, la verdad es
que me ha gustado.
¿Por qué no podían haberme prometido al hermano más simpático?
Sinceramente, solucionaría todos mis problemas y entonces podría
volver a ser una feliz graduada universitaria sin planes especiales para su
vida, excepto pintar y ver arte.
―Estaba contemplando la posibilidad de matarlo ―le digo con calma.
Se ríe divertido.
―Mi hermano tiende a sacar nuestros peores impulsos y deseos.
Esa afirmación me resulta un poco extraña, pero antes de poder
descifrarla, Topher me está guiando hacia una puerta de cristal.
―Vamos. Dijo que te llevara a la sala de tortura.
Siento que la sangre abandona mi cara.
―Eso no existe realmente, ¿verdad?
Topher se ríe.
―No, no lo hace. Tranquilízate. Pero deja que te enseñe la casa, ya que
estoy seguro que pasarás mucho tiempo aquí durante un tiempo.
―Ya, ¿qué pasa con eso? ¿Por qué no me deja ir a mi propia casa? Aún
no estamos casados ―le digo enfadada.
Topher me mira con expresión pensativa.
―¿Quieres mi sincera opinión? ―Asiento con la cabeza y él
continúa―. Estoy casi convencido que te acaban de castigar.
Me quedo con la boca abierta.
―Supongo que es tu castigo por el numerito de hoy. Christian es
bueno en jugadas subrepticias. Una vez le vi estafar a un tipo cien pavos
y el hombre no se dio cuenta hasta que se alejó.
―Espera, ¿entonces no puedo irme?
―Te garantizo que si intentaras salir de esta casa, uno de los capos
estaría allí para detenerte. Lo siento, cognata, pero estás atrapada aquí.
Creo que la palabra correcta es confinamiento.
―Me ha dicho que ha echado a todos los guardias ―digo apretando
los dientes.
―Probablemente sí ―musita Topher―. Pero estoy seguro que hay uno
o dos en la puerta. No se iría a no ser que estuviera seguro que estás bajo
protección. También es probable que haya tenido unos cuantos hombres
siguiéndote los últimos dos meses. En el instante en que Christian se
enteró que se casaría contigo, te convertiste en alguien a quien tenía que
proteger.
―Quieres decir su propiedad ―escupo.
―Tómatelo como quieras. Pero no tienes elección en este asunto.
Christian nunca se rinde. Si quiere retenerte aquí, lo hará. No te
preocupes, yo te haré compañía ―me dice Topher guiñándome un ojo.
―Esto es una locura ―digo, con la sangre latiéndome en el pecho.
―Bienvenida a la familia.

―¡Dos semanas, madre! ―grito―. ¡Llevo dos semanas atrapada en


este lugar!
Dos jodidas semanas sin ver al cabrón que me encerró aquí. No ha
vuelto a verme, ni una sola vez. Tardé exactamente un día en darme
cuenta que Topher tenía razón. Estaba aburridísima e intenté salir de
casa, pero uno de los guardias estaba en la puerta, impidiéndome el paso.
A pesar de mis intentos de persuadirle con promesas de volver e incluso
un sutil soborno, se negó a dejarme pasar. Órdenes del jefe.
Volví a la casa con los brazos cruzados y ganas de encontrar a su puto
jefe y clavarle las uñas en los ojos. Nunca nadie me había provocado
pensamientos tan violentos, pero Christian sí, y eso que solo lo he visto
una vez.
Una parte de mí admitirá a regañadientes que se le da bien esto de los
castigos. Después de dos semanas, estoy dispuesta a arrodillarme a sus
pies, rogándole que me deje marchar. Me estoy volviendo loca aquí
dentro y no ayuda a mi situación el que no tenga conmigo ninguna de
mis herramientas artísticas. Llevo dos semanas sin pintar y eso, más que
nada, me está volviendo loca.
―Lo sé, cariño. Entendemos lo exasperante que debe ser ―me dice mi
madre en voz baja. Su voz increíblemente tranquila me pone de los
nervios.
―¿Papá y tú estáis haciendo algo para sacarme de esta situación?
―No hay forma de salir de ella, Daniella. Ojalá no hubieras intentado
huir del Don. Puso a tu padre en una situación difícil.
La risa que brota de mí es seca y amarga.
―¿Está en una posición difícil? ¡Soy yo la que está encerrada en casa de
un asesino!
―No me levante la voz, jovencita.
Pongo los ojos en blanco ante su tono. A veces, juraría que cree que
tengo cinco años y no veintidós.
―Mamá, ya no puedo más ―le digo, con voz desesperada.
―Hacemos lo que podemos, querida. Tu padre ha quedado con él para
convencerle que al menos te deje volver a casa y recoger tus materiales de
arte y tus cuadros. Estoy segura que comprenderá que son artículos de
primera necesidad.
Siempre podrían enviármelos, pero soy quisquillosa con que la gente
toque mis obras de arte. Mis padres nunca entran en mi estudio y eso me
viene muy bien.
―De acuerdo ―digo, respirando hondo―. Gracias.
―De nada, cielo. Y Daniella ―añade―. Nos ahorrarías a todos muchos
disgustos si dejaras de pensar en tu futuro marido como en un asesino.
Casi me rio. Un asesino es un asesino, ¿qué otra cosa se supone que
debo pensar de él? Pero antes de poder decir eso, mi madre cuelga. Me
pongo en pie, quitándome un poco de polvo imaginario de mi vestido
azul conservador, de manga larga y cuello alto. Según el ama de llaves,
Christian eligió toda la ropa que pusieron a mi disposición. Al menos
tengo algo de mi ropa, así no tengo que conformarme siempre con su
horrible gusto.
Pulso un botoncito que hay junto a la puerta de mi habitación y, unos
segundos después, una de las criadas irrumpe en ella, dispuesta a atender
mis necesidades. Esta es mi vida ahora: que me atiendan y me impidan
mover un dedo. Ni siquiera se me permite cocinar. Lo intenté y me lo
impidieron inmediatamente. Por lo visto, la mujer del Don no pasa
tiempo en la cocina. Creí que a los italianos les gustaban las comidas
caseras hechas por su familia, pero supongo que me equivocaba. La
cocinera hace todas las comidas. Mientras yo estoy relegada al deber de
sonreír y estar guapa del brazo de mi marido.
Si es que alguna vez se molesta en aparecer.

Estoy hojeando un libro que encontré en la biblioteca cuando se abre


mi puerta. No levanto la vista, pensando que es una de las criadas que
quiere limpiar. Nunca me hablan ni me saludan, y he resuelto hacer lo
mismo con ellas.
―Mi único amor surgió de mi único odio ―recita una voz profunda―.
No creí que te gustara Shakespeare.
Mi corazón se acelera, deteniendo mi respiración. Aún no levanto la
vista hacia él. Sigo hojeando el ejemplar de Romeo y Julieta, leyendo las
palabras, pero sin asimilarlas, no con su presencia delante de mí. Inunda
la habitación, la domina. Su presencia es como una mordaza contra mi
ira, ahogándola, transformándola hasta convertirla en algo tan visceral,
siendo todo lo que puedo sentir.
Suspira quedamente.
―Daniella...
―Dos semanas, veintiséis horas y cinco minutos ―digo en voz baja.
―¿Qué?
Finalmente lo miro. Una parte de mí esperaba que fuera menos
doloroso mirarlo, pero no lo es. Bordes duros y belleza afilada. De pie
ante mí, apenas parece real. Aunque tiene un aspecto algo cansado. Lleva
algo de barba incipiente en el mentón y el cabello ligeramente crecido.
Tiene el aspecto de un cuadro imperfecto y, sin embargo, perfecto.
Dejo el libro sobre la mesa, me pongo en pie, prestándole toda mi
atención.
―Ese es el tiempo que has estado fuera. Dos semanas, veintiséis horas
y cinco minutos.
Me mira con los ojos entrecerrados.
―No era consciente que me echaras de menos.
Y entonces cuando estallo.
―¿Me estás jodidamente tomando el pelo? ―grito―. Me dejaste aquí
en esta maldita casa durante semanas, sin llamadas, sin mensajes, sin
nada. No me dejaste recibir visitas y tampoco salir. Me convertiste en una
maldita prisionera.
Ladea la cabeza.
―A los presos no se les trata como a reinas ni se les atiende
atentamente.
Antes incluso de parpadear, mi mano está en su pecho. Le empujo
hacia atrás, pero apenas se mueve un centímetro.
―Daniella... ―Su voz es una advertencia, una amenaza, baja y
peligrosa.
Una mujer más inteligente le habría hecho caso.
―¡No puedes tratar así a la gente! ¡No puedes encerrarme así! ―Mi ira
es algo bruta, visceral. Christian ni siquiera se inmuta al sentirla.
Introduce las manos en los bolsillos de su pantalón y su mirada se
clava en mi rostro. Parece tranquilo, imperturbable, y eso solo sirve para
enfurecerme aún más. Intento sofocar la rabia que crece en mi interior.
―¿No tienes nada que decir? ―exijo.
―Le pedí a Topher que te hiciera compañía ―dice tras varias
respiraciones silenciosas.
Se me escapa una risita irónica.
―Ambos sabemos que tu hermano es tan poco fiable como un cenicero
en una maldita moto.
Topher me abandonó al tercer día. Según él, tenía que hacer una
llamada social importante y prometió volver más tarde ese mismo día.
No lo he visto desde entonces.
Si no lo supiera, diría que Christian se divierte. Y en este momento,
cuando estoy a punto de perder los nervios. Abro la boca para decir algo
mordaz, pero él me calla con sus siguientes palabras.
―¿Quieres ir a casa o no?
Cierro la boca. Levanta una ceja, haciéndome saber que necesita una
respuesta verbal a su pregunta. Así que me obligo a decir las palabras.
―Sí, quiero ir a casa.
―De acuerdo, bien. Un chófer llegará para llevarte a tu casa dentro de
una hora exactamente. Recogerás todas las cosas que tus padres parecen
considerar importantes para ti y a continuación volverás aquí.
Me quedo con la boca abierta. No puedo evitarlo, la sorpresa es un
estado constante siempre que este hombre está cerca.
―Acabas de decir que puedo irme a casa. ―Mi voz sale baja y débil.
Asiente con la cabeza.
―Sí he dicho eso. Pero no dije que pudieras irte permanentemente.
Mi ira vuelve a burbujear.
―¡Escucha, gilipollas narcisista y controlador! No voy a quedarme
aquí. Me niego a quedarme aquí contigo, y no puedes retenerme aquí
contra mi voluntad. Esto es básicamente un secuestro.
Me lanza una mirada que sugiere que mi arrebato es una mera rabieta
y no algo que le importe una mierda. De pronto, algo cambia en su
mirada y se acerca a mí. Debería moverme, dar un paso atrás, pero me
mantengo firme, negándome a que me vea asustada.
La mano de Christian se acerca a mi rostro y su pulgar acaricia mi
mejilla, el movimiento es casi reverente. Mis ojos se encuentran con los
suyos, ámbar sobre azul, hielo sobre fuego.
―Por si no te has dado cuenta, señorita Evans, vamos a casarnos. ―Las
palabras las dice despacio, como si hablara con un niño de preescolar―.
Al final viviremos el uno con el otro, ¿por qué no empezar ahora?
La tensión en la sala sube varios grados, acortando mi respiración.
―No quiero vivir contigo. Y teniendo en cuenta que desapareciste
durante dos semanas, tengo la certeza que tú tampoco quieres vivir
conmigo.
Sonríe.
―Estaba ocupado. Ser un gilipollas narcisista y controlador da mucho
trabajo.
Mi mirada se estrecha.
―No eres mi dueño, Christian D'Angelo.
―Oh, pero lo soy ―me dice, justo cuando da un paso atrás para
alejarse de mí. Se lleva consigo su calor―. En el momento en que tu
padre firmó ese contrato con tu abuelo, te convertiste en mía, Daniella.
Sus palabras son como un mordisco despiadado contra mi piel. Mis
ojos le siguen todo el camino hasta la puerta. Antes de girar el pomo y
abrirla, vuelve a mirarme.
―Y recuerda, esposa ―su tono es burlón, sarcástico―, si vuelves a
intentar huir de mí, dos semanas de encierro serán el menor de tus
problemas.
Acto seguido, sale por la puerta. Se cierra tras él y el ruido reverbera en
mi cabeza. Y en mi alma, porque por primera vez me doy cuenta de lo
desesperada que es realmente mi situación.
Capítulo 6

Christian
Mi puño golpea con fuerza y precisión el estómago de mi hermano. La
adrenalina bulle en mí al tiempo que Carlo se queja, pero dura poco
cuando contraataca con un golpe en mis costillas inferiores. Es un golpe
que me deja sin aliento. Me detengo unos segundos para recuperar el
resuello antes de sacudírmelo de encima.
―¿Estás bien, fratello? ―pregunta Carlo―. Pareces un poco distraído.
Me cae sudor por la frente y, con un gruñido, me lo seco. Carlo y yo
llevamos aquí una hora, intentando asestar golpe tras golpe. Así
resolvemos nuestras frustraciones. Llevo entrenando con mis hermanos
desde que tenía cinco años.
―Estoy bien ―gruño.
Carlo me lanza una mirada diciendo que no me cree. Luego se pasa
una mano por el cabello y me hace un gesto con la cabeza, señal
inequívoca de haber terminado. Alzo una ceja.
―Pegarme no va a solucionar lo que sea que te moleste, Chris ―me
dice.
Me froto la mandíbula, aún dolorida por el puñetazo que me ha dado
antes. Siempre le digo que no me pegue en la cara, pero nunca me hace ni
puto caso.
―Está en una puta huelga de hambre ―murmuro.
Los ojos castaños de Carlo se iluminan.
―Perdona, ¿me lo repites? ―pregunta, divertido.
―Daniella no ha comido nada desde ayer ―refunfuño―. Me está
cabreando de cojones.
Aprieto los dientes, aumentando la diversión de Carlo. El cabrón está
disfrutando realmente de esta nueva situación imposible en la que me
encuentro. De hecho, muchos de mis hombres lo están haciendo. Me he
topado con unas cuantas conversaciones sobre 'la guapa prometida del
Don'. Es enloquecedor.
―¿Y qué vas a hacer al respecto? ―pregunta―. No puedes dejarla
morir de hambre. Te hará quedar mal.
―¿Crees que no lo sé? ―gruño.
Carlo sonríe antes de acercarse y darme una palmada en el hombro.
―Ya te darás cuenta. Eres Christian D'Angelo. Don de los D'Angelo.
No has conocido un problema que no hayas podido resolver. Una mujer
no seré el primero.
Mi cuello se mueve hacia un lado, una, dos veces, mientras dejo que
sus palabras se asienten sobre mí. Mi hermano tiene razón. Pensaba que
dejar que recogiera algunas de sus cosas la apaciguaría, pero parece que
la mujer es más difícil de complacer de lo que pensaba. Aun así, hay
varias razones por las que soy el jefe de una de las mayores
organizaciones mafiosas de Nueva York. Y una de ellas es mi maldita
resistencia.
Acabaré doblegando a Daniella Evans.
Cuando abro la puerta de la habitación de Daniella esa misma noche,
está en medio de la cama, con los ojos cerrados y el cuerpo tan inmóvil
que seguramente está durmiendo. Entonces abre un párpado, me mira,
suspira y vuelve a cerrarlo.
―Vete ―murmura.
―Eso no es muy amable ―le digo―. ¿No sientes curiosidad por lo que
tengo que decir?
―En realidad no. Ahora vete, estoy intentando conservar la energía
que me queda en el cuerpo y prefiero no agotarla hablando contigo.
No voy a ninguna parte y, tras varios segundos, abre los ojos,
sentándose con expresión resignada.
―¿Qué demonios quieres? ―pregunta ella―. ¿Y por qué sigues
entrando en mi habitación sin invitación?
Levanto una ceja.
―Nos vamos a casar.
―Eso no significa que puedas irrumpir aquí sin más. ¿Y si hubiera
estado desnuda? ¿Jugando con un juguete sexual?
A veces tengo que detenerme, contemplarla y dar sentido a las palabras
que salen de su boca. La mujer es un jodido enigma. Y, sin embargo, un
ardor entona mi sangre cuando mi mente intenta pintar el cuadro de lo
que acaba de mencionar. Disipo esos pensamientos, optando por
centrarme en la situación que nos ocupa.
―La próxima vez llamaré a la puerta ―le digo.
―Te lo agradezco mucho ―me dice secamente―. Ahora, si pudieras
irte...
―No saldré de esta habitación hasta que me expliques por qué has
decidido comportarte como una cría de dos años. ¿Una huelga de
hambre? En serio, Daniella, tienes veintidós años. Tácticas como esta
están por debajo de ti.
Sus ojos se oscurecen, profundidades de un azul helado por la ira.
―¿Qué? ¿Ahora intentas controlar lo que puedo y no puedo comer?
¿Cuándo debo y no debo comer?
―Intento asegurarme que no mueras bajo mi jodido techo.
Siempre que estoy con ella, siento que se me escapa el control, y lo
odio. Malditamente demasiado.
―Cuidado, Christian. Casi suenas como si te importara.
Entrecierro los ojos.
―¿Qué tengo que hacer para que dejes tus payasadas infantiles?
―¿Considerar nulo el contrato y me dejarme libre? ―sugiere, con un
deje esperanzado en su voz.
Lo acallo inmediatamente.
―Eso nunca va a suceder, Srta. Evans.
Pone los ojos en blanco.
―Bien, entonces al menos déjame salir. No permanentemente, sino
para ver a mis amigas. Quizá tomar un café o comer algo. Y si me dejaras
asistir a una o dos fiestas, estaría bien.
―Es bonito que pienses que te dejaré ir a alguna fiesta. Jamás
―afirmo―. Pero sí a la primera petición. Puedes salir de casa, siempre
que lo hagas con tus guardaespaldas. Te los presentaré mañana. A partir
de ahora, te seguirán. Dondequiera que vayas, irán ellos.
Sus puños se aprietan en torno al edredón que sostiene entre sus
manos. Quiere luchar, lo veo en sus hombros tensos y en la mirada
desafiante de sus ojos. Pero, al final, debe entender que esto es lo mejor
que va a conseguir de mí.
―Bien ―dice ella―. Asegúrate que los guardaespaldas sean al menos
agradables a la vista.
Con esas palabras, se pone en pie y pulsa el botón para llamar al
servicio. Permanezco en completo silencio hasta que llega una sirvienta y
Daniella le pide que traiga algo de comida. Espero a que se haya
zampado una buena cantidad antes de salir de la habitación.
Esa noche, cuando le asigne guardaespaldas, me aseguraré que sean los
hombres menos atractivos que tengo.
El tintineo del teclado invade mi oído al pulsar letra tras letra, mis
manos se mueven con un movimiento suave y un ritmo al que solo yo
estoy acostumbrado. Mi mirada está fija en la pantalla, intentando captar
un solo desliz del hombre al que estoy observando.
Se llama Lorenzo Grus. Desde anoche, es un maldito enemigo de los
D'Angelo. Quiso lo que no debía y ahora pagará el precio. Carlo se
adelanta para apoyarse en la silla a mi espalda, mirando la pantalla con la
misma atención.
―¿Sigue en el hotel? ―pregunta mi hermano.
―El cabrón está tardando una eternidad en explotar ―murmuro
irritado.
―No puedo culparle, Don ―me dice Nico, uno de mis primos―. La
mujer que llevó allí estaba buenísima.
Son las siete de la tarde y estamos dentro de una furgoneta, aparcada
en un callejón oscuro, esperando a que llegue Lorenzo. El hombre pasa
por aquí todas las noches de camino a su antro de juego favorito y
estamos decididos a atraparlo esta noche.
―Me importa una mierda si la mujer estaba que ardía. Si no sale en
diez minutos, entraremos ahí dentro ―afirmo.
Nico me mira.
―Tranquilo, jefe. Estamos en territorio Santos, recuérdalo.
Me froto la nuca. Lo recuerdo, y aunque lo último que quiero empezar
es una puta guerra de bandas, también detesto las traiciones. ¿Por qué no
pudo Lorenzo limitarse a hacer la mierda que le ordenaron?
―¿Qué vas a hacer con él? ―me pregunta Carlo.
―¿A ti qué te parece? ―digo en voz baja―. Lo voy a joder. Así, a nadie
se le ocurrirá volver a meterse con nosotros.
Afortunadamente, Lorenzo sale del hotel cinco minutos después.
Observo a través de la cámara de CCTV que he pirateado cómo se
tambalea. Es evidente que ha bebido demasiado y no se encuentra en
buen estado de ánimo. Mi boca se curva en una sonrisa.
―Nico, Brut ―comienzo. Ambos hombres están inmediatamente
atentos, esperando oír mis órdenes―. Traedle aquí. En silencio.
Cuando se marchan, cojo mi arma, una 45 plateada que me regaló mi
padre y la única arma que atesoro. Carlo me da un silenciador para que el
disparo no haga ruido, alertando a la gente de nuestra ubicación.
Aunque, a juzgar por el vecindario, los disparos son probablemente lo
menos preocupante que se pueda oír.
Para cuando terminamos de prepararnos y de coger nuestras armas, el
sonido de una refriega proviene del exterior de la furgoneta. Carlo y yo
salimos.
―Lorenzo. Ha pasado mucho tiempo ―saludo, con una sonrisa
mordaz en el rostro.
El hombre palidece al mirarme y sus manos empiezan a temblar
visiblemente. Nunca me ocupo de estos asuntos en persona. Que un Don
te imponga personalmente un castigo significa que la has cagado de una
forma que te dejará suplicando por tu madre. Lorenzo se arrodilla, con
los ojos verdes muy abiertos y temerosos.
―Jefe ―llora―. Sé que la he cagado.
Me apoyo en la furgoneta, esperando que termine su alegato.
―Tienes que entender, mi madre está enferma. Muy enferma, y tengo
otros tres hermanos de los que cuidar. No tenía muchas opciones.
Mi mandíbula se tensa.
―Tenías todas las opciones, excepto robar algo de nuestra droga,
Lorenzo.
Era nuestro hombre infiltrado en Desantos, nos enviaba información si
intentaban hacer algo contra nosotros. Y se aseguraba de mantener
estrechas relaciones comerciales entre nosotros. Desantos nos
proporciona armas, nosotros les proporcionamos drogas. Así es como
funciona. Pero esas relaciones son frágiles ahora gracias a él. Desantos no
recibió ayer su pedido completo y no está contento. Tengo que negociar
una nueva paz.
―¿De verdad creías que no nos íbamos a enterar? Tenemos otros
hombres dentro, Lorenzo. No solo tú ―le digo―. Y deberías alegrarte
que me ocupe de esto yo mismo. Si Desantos se enterara, una bala sería la
menor de tus preocupaciones.
Asiente con la cabeza en señal de comprensión y veo cómo una sola
lágrima rueda por su rostro. El hombre sabe que ha llegado al final del
camino.
―Yo ...tenía que cuidar de mi madre.
Me pongo en cuclillas, mirándolo directamente a los ojos.
―Podrías haber acudido a mí, decirme que tu madre estaba enferma y
necesitabas dinero extra. Y yo te habría ayudado. Ya lo sabes. En lugar de
eso, robaste. No aprobamos el robo.
Mira al suelo.
―Lo sé, jefe.
―Bien ―le digo, levantándome de nuevo y apuntándole con la
arma―. ¿Cabeza o corazón?
―Dispárame en la cabeza. ―Sus ojos se cierran.
―No te preocupes, me aseguraré que cuiden bien de tu madre y tus
hermanos. Ahora serán de D'Angelo.
―Gracias, Don ―dice el hombre exhalando con dureza.
Cuento mentalmente. Un segundo, dos segundos. Pero al tercero,
vacilo, la parte incorrupta de mi alma quiere detenerse, mostrar piedad,
dejarle marchar. Pero la piedad es un privilegio que no se aplica en mi
mundo. La piedad es un signo de debilidad. Y como líder, no puedo
permitirme demostrar ninguna forma de debilidad. Así que dejo volar la
bala, alcanzándole justo en el centro de la cabeza.
Apenas un sonido o gemido, y Lorenzo Grus cae, muerto.
Mi respiración sale dolorida. Me vuelvo hacia mi hermano.
―Entiérralo bien ―le ordeno―. Y asegúrate de ver cómo están su
madre y sus hermanos. Ocúpate de todo con discreción, Carlo. No
queremos que Desantos se entere de todo esto.
Mi hermano asiente. Dejo escapar otra áspera exhalación antes de
dirigirme a mi coche, estacionado a unos metros. Al alejarme de todo,
respiro con más calma, una vez asegurado que el alma que acabo de segar
se ha ido directamente al infierno o al cielo, dondequiera que tuviera que
ir.
Capítulo 7

Daniella
No entiendo a Christian D'Angelo. Lo cual no debería sorprenderme,
teniendo en cuenta que apenas conozco a ese hombre. Esta mañana, envió
a una de las sirvientas pidiendo que bajase, alegando que había llegado el
momento de nuestra primera comida juntos.
Llevamos tres semanas viviendo bajo el mismo techo y no hemos
comido juntos ni una sola vez. De hecho, apenas le he visto, yendo y
viniendo a horas intempestivas. Me ha venido muy bien, ya que cada
interacción termina con mi sangre hirviendo. Su insistencia en que
compartiéramos una comida ya era extraña. Más extraño aún fue su
negativa a reconocer mi presencia o a decirme una sola palabra.
Intento llenar el silencio.
―Anoche llegaste tarde a casa ―le digo, cortando un trozo de mi
tortita con el tenedor antes de masticarlo lentamente.
Christian me mira finalmente. Como siempre, va completamente
arreglado, formidable, todo un caballero. Traje negro, sin corbata, me he
dado cuenta que no las lleva. No tiene ni un cabello oscuro fuera de
lugar. Tiene el mismo aspecto que siempre. Pero hay una oscuridad en
sus ojos que me deja sin aliento.
―Llegué a casa sobre las once. ¿Qué hacías despierta? ―pregunta,
dando un sorbo a su zumo de naranja.
Aprieto los dientes, pero me trago mi irritación.
―Estaba pintando. Espero que no te importe, pero estoy utilizando una
de las habitaciones extra, ya que no hay estudio de arte en esta casa.
―Asiente una vez y continúo―. Estaba en la habitación cuando te oí
entrar.
―Aunque 'entrar a hurtadillas' es más exacto. ―Observé desde lo alto
de la escalera cómo entraba, sus pasos ligeros y silenciosos, como si
intentara no llamar la atención.
―Era tarde y no quería despertar a nadie ―me dice, adivinando con
precisión la dirección de mis pensamientos.
―Oh, está bien ―digo torpemente porque no estoy segura cómo
expresar lo que realmente quiero decir. Pero noté la tensión en su
mandíbula y la expresión de su cara cuando llegó por la noche. En pocas
palabras, tenía un aspecto lamentable.
Christian me arquea una ceja.
―¿Quieres pedir algo?
―No, ¿por qué lo preguntas?
Se encoge de hombros.
―Parece que estés buscando alguna cosa.
―Solo intento entablar conversación porque este es uno de los
desayunos más incómodos que he tenido nunca. Y además, con un
hombre con el que se supone voy a pasar el resto de mi vida.
―Bien, ¿de qué quieres que hablemos? ―pregunta mirándome
fijamente.
Ser objeto de su atención me hace sentir una oleada ardiente. Parpadeo,
incapaz de sostenerle la mirada demasiado tiempo. Así que observo mi
desayuno, empujando el beicon en el plato.
―¿Dónde estuviste anoche?
Su mandíbula se tensa y aparta la mirada. Veo cómo su mano se tensa
en torno a los cubiertos que tiene en ella.
―Negocios ―es su cortante respuesta.
―¿En serio? ¿Eso es todo?
Christian deja caer el tenedor y el cuchillo. Su expresión es
repentinamente impaciente.
―Lo estoy intentando, Daniella.
―No, no lo estás haciendo. Me invitas a desayunar y te pasas todo el
tiempo sin dirigirme la palabra.
―Porque cada vez que hablo contigo, de alguna manera termina en
una discusión. Eres incapaz de ser civilizada.
Mi mandíbula cae abierta.
―¿Soy incapaz de ser civilizada? ¿Yo? ―pregunto con una breve y
amarga carcajada―. Tú eres quien se comporta como un bicho raro
después de hacerte una simple pregunta sobre anoche.
―No es asunto tuyo ―me dice en voz baja.
Entrecierro los ojos.
―En contra de lo que puedas creer, las parejas funcionales se esfuerzan
por involucrarse en la vida de su pareja. Así es como funcionan las
relaciones.
―Entonces es bueno que no seamos una pareja funcional y que esto no
sea una relación auténtica ―me dice Christian, poniéndose en pie y
ajustándose el botón de la chaqueta del traje.
―¿Así que me mantienes en esta casa y la única otra persona que
puede hablarme realmente se niega a hacerlo? ―pregunto amargamente.
―Sí, Daniella. Esa es tu vida ahora, y nos convendría a ambos que te
acostumbraras a ella ―le dice, antes de salir del comedor.
Mi pecho arde de indignación y siento el repentino impulso de
apuñalar a alguien. Me tiemblan las manos. No he llorado ni una sola vez
desde que me enteré de este matrimonio y no voy a empezar ahora. Pero
tengo terror de volverme loca si no encuentro una salida para todos los
sentimientos que me invaden.
¿Y lo peor? Estoy segura que a Christian no le importaría. Parece
encajar bien en casa con las cosas dañadas. Probablemente porque él está
igual de dañado.
―¿Debo recoger la mesa, señorita? ―pregunta una de las empleadas,
acercándose.
Se me escapa una risa irónica.
―Haz lo que quieras.
Me pongo en pie y me dirijo a mi habitación. Christian y yo ni siquiera
hemos podido sobrevivir juntos a toda una comida. ¿Cómo vamos a
sobrevivir el resto de nuestras vidas?

―Hola, cielo ―saluda Zoey, sentándose a mi lado y dándome un


abrazo―. ¿Estás bien?
Al preguntarlo, sus ojos se desvían hacia los dos imponentes hombres
que están detrás de nuestra mesa y que atraen innecesariamente
demasiada atención. Miro fijamente a mi amiga de ojos verdes,
intentando transmitir con una mirada lo desgraciada que me siento.
―Por supuesto que no estoy bien, Zoe ―le digo secamente.
Suspira suavemente.
―Lo sé, cielo. No puedo creer que tus padres permitan que esto ocurra.
¿No puede tu padre negociar otros términos del acuerdo que no acaben
contigo casándote con él?
A diferencia de Sky, Zoey entiende mi mundo un poco mejor. Sus
padres son diplomáticos ingleses que viven en Estados Unidos. Es
británica, tiene el cabello rubio rojizo, los ojos verdes y un corazón de oro.
También es una de mis mejores amigas. La conocí a ella y a Sky en
nuestro primer año de universidad, cuando nos asignaron la misma
habitación. La amistad floreció a partir de ahí.
―Eso podría haber funcionado si estuviéramos hablando de gente
normal, Zoe. Pero no lo somos. No se trata de unos aristócratas o de gente
con dinero de una antigua familia, es la mafia. Se rigen por códigos de
violencia y crueldad. No atienden a razones.
Incluso cuando digo eso, una parte de mí sabe que no es exactamente
cierto. A pesar de lo exasperante que puede llegar a ser, Christian no ha
sido en modo alguno violento ni grosero conmigo. De hecho, ha sido un
perfecto caballero: tranquilo, sereno, razonable sería exagerar, pero no es
un auténtico rufián.
―¿Así que no tienes elección?
Sacudo la cabeza.
―En un par de meses, me llamarás Sra. D'Angelo. Esposa del Don.
―Me suena bien ―dice Zoey con una sonrisa.
La fulmino con la mirada.
―No tiene gracia.
Sky aparece finalmente veinte minutos más tarde. Juro que se empeña
en llegar tarde a todas partes. Siempre dice que la puntualidad es un
espectro que varía de una persona a otra. Yo siempre digo que es mentira.
Se sienta frente a nosotros en el reservado quitándose las gafas de sol y
la chaqueta negra.
―Caramba, Dany, si tu futuro marido te iba a asignar guardaespaldas,
¿no podrían haber sido al menos guapos a la vista? ―pregunta Sky.
Me rio al tiempo que Zoey se asusta, mirando detrás de nosotras a los
imponentes hombres que permanecen inmóviles como estatuas.
―¡Estoy segura que han oído eso! ―exclama Zoey en un susurro.
―Aunque una parte de mí está de acuerdo contigo ―le digo a Sky―,
sé amable con Zack y Brody.
―Bien, lo siento. Hola, Zack, Brody ―saluda Sky, levantando la mano
hacia ellos en señal de reconocimiento.
Asienten una vez, pero no dicen nada. Al igual que el resto de la gente
que contrata Christian, parecen haber prestado juramento de permanecer
mudos a mi alrededor. Es molesto.
―Hablando de tu futuro marido ―comienza Sky―, ¿cómo te trata
ahora? ¿Sigue siendo un gilipollas?
Pongo los ojos en blanco.
―Hace tres días que no le veo.
Zoey frunce el ceño.
―Eso no es sano. ¿No se supone que deberíais estar intentando
solucionar vuestros problemas?
―Esa es la cuestión, no creo que le importe especialmente. Está
empeñado en ignorar mi existencia excepto cuando le beneficia. Viviendo
en su casa, estoy a su entera disposición y, sinceramente, estoy harta.
―Entonces, enfréntate a él ―dice Sky.
―Lo he intentado, Sky.
Se cruza de brazos y me dirige una mirada de reproche.
―No, no lo has hecho. Eres la maldita Daniella Evans. Una vez faltaste
a un examen porque te fuiste a hacer piragüismo y, en lugar de dejarlo
pasar, seguiste al profesor durante días, rogándole que te dejara hacer un
examen de recuperación. Nunca lo dejas. Nunca.
―Tienes razón ―admito―. Pero Christian no es la persona más fácil
con la que hablar.
―¿Y tú lo eres? ―se burla Zoey.
―¿Qué se supone que significa eso? ―La fulmino con la mirada.
―Estoy diciendo que te conozco, cielo. Puedes ser un poco impulsiva.
Entrecierro los ojos.
―¡Por favor, dime que no estás realmente de su parte! Ni siquiera le
conoces.
―No hay bandos en esta situación, Dany. Estamos hablando de lo que
es mejor para ambos. Además, lo he visto, una vez. Y fue un perfecto
caballero, guapo, además ―añade Zoey.
¿La hija de un diplomático y un jefe de la mafia en una misma estancia?
Parece el principio de un chiste malo.
Cruzo los brazos.
―¿En serio? Así que, ¿solo porque tiene una cara bonita debo ignorar
todas sus señales de alarma?
―Yo no he dicho eso ―afirma Zoey.
―Uh ...seguro que te he oído, Zoe ―dice Sky con una sonrisa―. Pero
eso en realidad no importa. ―Se enfrenta a mí―. Has llamado guaperas a
tu marido.
―Porque es irritantemente atractivo ―refunfuño.
Sky se echa hacia atrás en el reservado con una expresión engreída en
la cara.
―Bueno, al menos te sientes atraída por él. Ahí queda eso. Tenía tan
claro que estabas condenada al fracaso.
Me aseguro que mi cara transmite suficiente irritación por su
suposición.
―¿Cuándo he dicho yo que me sienta atraída por él? Tiene una cara
bonita, pero su personalidad me hace querer morderme las uñas y
tragármelas.
―Estarás bien, Dany. ―Sonríe.
―No, deja de poner esa cara.
―¿Qué cara?
―Esa cara que pones cuando estás planeando algo retorcido.
Los ojos castaños de nuestra amiga prácticamente centellean. De las
tres, Sky es la más cínica y la que más probabilidades tiene de acabar en
la cárcel antes de los treinta. Siempre se está metiendo en líos peligrosos.
Es fuerte, segura de sí misma y nunca acepta mierdas de nadie. Por eso
me cabrea tanto que ni ella ni Zoey estén de mi parte en este asunto.
Si estuviera Sky en mi lugar y Christian la tuviera encerrada, le habría
echado líquido limpiador por la boca mientras dormía. No es que tenga
constancia alguna en que realmente duerma. Por lo que sé, podría ser un
vampiro que espera chuparme la sangre en nuestra noche de bodas.
―Todo lo que voy a decir es que me interesa mucho cómo se desarrolla
la situación de Daniella.
―Te diré cómo se desarrolla ―afirmo―. Con uno de los dos en una
bolsa para cadáveres.
―Has hablado de asesinato más veces en los últimos treinta minutos
que en los cuatro años que hace que te conozco ―menciona Zoey.
―Ves, Christian ya se me está afectando de mala manera ―gruño.
―Puede que acabe gustándote. ―Sonríe Sky.
―Y si no, no me importaría ir a por él.
Miro fijamente a Zoey, horrorizada por esa sugerencia.
―¿Qué? ―dice ella, ajena a cómo se me revuelven las entrañas―. Está
claro que no has visto al hombre, Sky. Es magnífico.
―¡Te comería viva!
―Probablemente diría gracias ―dice guiñando un ojo Zoey.
Me quedo con la boca abierta.
―Asqueroso, Zoe. Qué asco. ―Señalo a Sky―. Vosotras dos no
ayudáis en nada a mi situación.
―Eso es porque no podemos hacer nada. O te reconcilias con tu futuro
marido o rompes ― dice Sky.
―Pero no puedes romper, así que... ―Zoey se detiene.
Estoy muy jodida, pero también entiendo su punto de vista. Dejando a
un lado la extraña proposición de Zoey, Christian y yo no tenemos
realmente ninguna otra opción en este escenario. Bueno, él tiene una
opción, y es tan sencilla como rescindir el contrato. Pero no lo hará, así
que no tenemos otra opción. Si queremos que esta relación funcione,
ambos tendremos que esforzarnos más. Pero para ello, uno de los dos
tiene que dar un paso primero.
Está bastante claro que no él tiene planes de hacerlo. Por lo tanto, yo
tengo que ser la madura.
Capítulo 8

Christian
Lo primero que veo cuando vuelvo a casa esa noche es a Daniella,
profundamente dormida y sentada al pie de la escalera. La contemplo
durante unos segundos. Se la ve tan tranquila dormida. Recorro con la
mirada su rostro, largas pestañas, pómulos suaves, labios prominentes.
Tiene una pequeña marca de nacimiento en la comisura de los labios. Es
injusto lo ridículamente hermosa que es. Hace que sea mucho más difícil
no pensar en ella. Nuestra situación ya es bastante complicada. Y estoy
demasiado ocupado para pensar en fantasías que la involucren.
―Daniella ―la llamo.
Se remueve lentamente y levanta la cabeza para mirarme con ojos
soñolientos y entrecerrados. Siento un impulso protector en el pecho. Es
tanto una bendición como una maldición que siempre haya sido
irracionalmente protector con las cosas que poseo. Desgraciadamente
para Daniella, se ha convertido involuntariamente en una de esas cosas.
Gime suavemente antes de cruzarse de brazos y cerrar los ojos para
volver a dormirse. Con un suspiro, me acerco a ella y toco su hombro.
Esta vez, cuando gime, es más fuerte y lleno de frustración.
―¿Qué haces aquí? ―pregunto.
Uno de sus ojos se abre para mirarme.
―Un caballero me habría echado una chaqueta por encima, me habría
levantado en brazos y me habría llevado a la cama.
―Lees demasiadas novelas. Nunca he pretendido ser un caballero,
Daniella.
Ahora tiene los ojos abiertos y la mirada fija en mí.
―Lo eres ―me dice en voz baja―. Debajo de ese título y esas
bravuconadas, creo que hay un corazón humano real ahí dentro. Quizá
seas una buena persona.
La tensión se enrosca en mi pecho y un frío glacial me recorre.
―No lo soy. Tuviste la idea correcta la primera vez, Evans.
―Mi idea de ti es que eres un asesino de corazón frío ―afirma.
―Como he dicho. Es la correcta.
Nuestras miradas se cruzan y, aunque una parte de mí esperaba miedo,
todo lo que veo en sus ojos es aceptación y resignación a regañadientes.
No es lo ideal, pero es mejor que nada.
―¿Qué haces aquí en lugar de estar en tu cama? ―vuelvo a preguntar.
―Te estaba esperando ―responde, poniéndose en pie. Bosteza
suavemente y se tapa la boca con una cuidada mano. Mis ojos se
entrecierran ante sus palabras.
―Sea cual sea la pelea que planeas, ¿no puede esperar hasta mañana?
Son las doce de la noche ―le digo, pisando la escalera para dirigirme a mi
habitación.
Me cierra el paso.
―No quiero buscar pelea. Me quedé despierta para hablar contigo, ¿no
puedes escucharme?
―Hace cinco minutos estabas roncando en la escalera, Daniella. Estás
cansada, vete a dormir.
Ella suelta un grito indignado.
―¡Yo no ronco!
La miro secamente.
―¿Podrías dejarme solo, por favor?
―No ―insiste ella.
Decido ignorarla y subo las escaleras.
―¿Por qué me sigues? ―refunfuño unos segundos después.
―Quizá quiero ver cómo es tu cueva masculina ―me dice desde
detrás.
Está claro que no hay manera de eludirla. Cuando abro la puerta de mi
habitación, me sigue.
No hay mucho que ver. No paso mucho tiempo aquí, así que
básicamente es una habitación que alberga toda mi ropa y una cama en la
que rara vez duermo. Sin embargo, Daniella se siente atraída por la
mesilla y los libros que hay sobre ella. Aprieto la mandíbula cuando coge
uno del medio de la pila ordenada, derrumbando así la pila que yo había
formado.
Sus ojos se iluminan mientras los examina.
―Ya veo. Tú eres el que lee demasiado.
―No lo hago―murmuro.
―John Grisham, libros de autoayuda, libros de cocina. Tío, eres un
empollón total ―me dice alegremente.
―No toques eso ―le digo, acercándome y recogiendo uno de los libros
de su mano.
Se queda completamente en silencio mientras vuelvo a colocar la pila,
asegurándome que no haya ni un solo libro fuera de su sitio.
―¿Así que no solo eres un gilipollas, sino que además eres un
gilipollas con TOC? ―pregunta Daniella.
Cuando la miro, sonríe.
―No tengo TOC. Simplemente me gusta que mi mierda esté en el sitio
correcto.
―Lo que tú digas.
―¿Alguna vez me vas a decir lo que quieres de mí?
―Bien. Tenemos que avanzar en nuestra relación. Ya ha pasado un
mes. Hemos superado la etapa de conversaciones incómodas, en nuestro
caso poca conversación. Ahora es el momento de las citas y las salidas en
pareja.
Ladeo la cabeza confuso, intentando encontrarle sentido a las palabras
que salen de su boca.
―¿Se supone que debo entender lo que acabas de decir?
―Lo que intento decir es que esta situación de no hablarnos ni vernos
ya no me va. Según tú, nos casaremos dentro de unos meses. Y si lo
vamos a hacer, más vale que intentemos tener una relación civilizada.
―¿Y cómo se supone que vamos a hacerlo? ―pregunto quitándome la
chaqueta del traje.
―Podrías empezar por no ser tan engreído todo el tiempo. Podemos
hablar entre nosotros. Sobre nuestros intereses, aficiones, ese tipo de
cosas. Básicamente, estoy diciendo que lleguemos a conocernos.
Estoy seguro que no quiere saber nada de mis aficiones o intereses.
―Ajá. ¿Y qué ha provocado esto? ―Inconscientemente, empiezo a
desabrocharme los botones de la camisa. Daniella abre los ojos y
carraspea. Levanto la vista hacia ella.
―Si te molesta, puedes marcharte.
Sonríe dulcemente.
―No me molesta en lo más mínimo. Continúa. ―Hace un gesto con los
dedos.
Tan pronto como me quito la camisa, sus ojos se centran en mi pecho.
Capto un destello apreciativo en sus ojos, justo antes de fijarse en algo en
mi brazo. Suelta un suave jadeo y señala la zona.
―¿Es una herida de bala?
Casi sonrío. A veces pienso que la mujer tiene una idea clara de lo que
significa estar en mi mundo, y entonces empieza a decir gilipolleces como
esta y me doy cuenta que no tiene ni puta idea. Es una ingenua. Es algo
bonito y refrescante.
―¿Nunca habías visto una, Evans?
Ella sacude la cabeza.
―¿Cuánto te dolió? ―exclama.
Esa no era la pregunta que esperaba que me hiciera. Dudo antes de
responder.
―Como el infierno. Me dolió muchísimo.
―¿Es malo que sienta curiosidad por lo dolorosa que puede ser una
herida de bala? En realidad, ¿crees que duele más que los calambres
menstruales?
Su rostro está tan jodidamente serio en este momento que no sé si
reírme o no.
―¿Cómo demonios voy a saber yo cómo son los calambres
menstruales? ―pregunto atónito―. ¿Es esa una pregunta de verdad?
―¿Qué? ―Se encoge de hombros―. Los calambres menstruales
pueden ser muy dolorosos. Todos los meses acabo arrastrándome y
pidiendo un poco de alivio. Ahora que lo pienso, probablemente me
vendrá la regla la semana que viene ―musita.
Mis ojos recorren su rostro, preguntándome qué voy a hacer con esta
mujer que definitivamente no tiene un puto filtro.
―¿Siempre dices lo que se te pasa por la cabeza?
―Normalmente ―me dice sonriendo―. Entonces, ¿desayunamos
mañana? Y dejarás tu actitud engreída y molesta en tu cama, donde debe
estar.
En este momento diría cualquier cosa con tal de sacarla de mi
habitación.
―Sí, ahora vete por favor. Buona notte.
Me mira sin comprender.
―No hablas italiano.
―No.
Suspiro suavemente.
―Eso habría que subsanarlo. Buenas noches, Evans.
Tras conseguir que salga de la habitación, me dirijo a mi cama. Hace un
año que no descanso bien. No desde que murió mi padre y yo me hice
responsable como Don. E incluso antes de eso, mis noches estaban
atormentadas por los rostros de las personas cuyas vidas robé.

Daniella ya me está esperando en el comedor cuando llego abajo. Está


claro que acaba de despertarse. Lleva el pelo rojizo recogido en un moño
desordenado, pantalones cortos de pijama y una camiseta negra, y ha
bostezado tres veces desde que entré. Le lanzo una mirada.
―Podrías haberte quedado durmiendo ―le digo, tomando asiento en
la cabecera de la mesa.
Ella sacude la cabeza.
―¿Y echarte de menos antes de irte a trabajar? Tenemos un acuerdo,
Christian, y pienso cumplir mi parte del trato.
―De acuerdo, entonces.
Sigo sin saber por qué está tan interesada en que nuestra relación
funcione, pero lo intenta. Lo menos que puedo hacer es corresponderle.
―La respuesta es no, por cierto ―le digo en respuesta a la pregunta
que me hizo anoche.
Daniella parpadea confundida.
―¿Qué?
―La cuestión de la herida de bala. Recibir un disparo es
significativamente más doloroso que los calambres. Aunque eso puede
variar de una persona a otra, teniendo en cuenta que mencionaste algo
sobre tener menstruaciones dolorosas. Sin embargo, la maternidad parece
ser más dolorosa que un disparo. Estoy seguro que es sin duda más
doloroso que lo mío. Apenas lo sentí en el momento, pero después me
dolió como una perra…
―Christian ―me llama, deteniendo mi explicación―. ¿Cómo es que
hablar de heridas de bala es una conversación normal de desayuno?
―Me preguntaste ―digo encogiéndome de hombros.
Se queda callada un instante, con una expresión que no distingo en su
rostro.
―¿Cómo sabes todo eso?
―Investigué un poco después de marcharte ―le digo en tono
despreocupado, inclinándome hacia delante para echar un poco de
comida en mi plato. Pido a la sirvienta que envíe mis saludos al chef.
Daniella se queda un poco callada, aunque sus ojos están fijos en mi cara.
―¿Así que investigaste los calambres menstruales, el parto y los
disparos después de irme anoche? ¿Porque te lo pedí? ―pregunta ella.
―No, lo hice porque tenía curiosidad.
―Oh, vale. Eso sí que es raro.
Me reclino en la silla y la miro.
―No tienes derecho a juzgarme, teniendo en cuenta que tú eres la
razón por la que caí en la madriguera del conejo en primer lugar. Ahora
sé más de lo que necesitaba saber sobre el aparato reproductor femenino.
―Amigo, yo no te pedí que hicieras eso.
―Sí, pero me metiste la idea en la cabeza y tuve que buscar una
respuesta a tu pregunta.
Daniella sonríe.
―Tienes un trastorno obsesivo-compulsivo.
―¿Me he perdido la parte en la que tienes un título en psicología y eres
capaz de diagnosticar trastornos mentales?
―Cursé una asignatura en segundo año. Sé un poquito.
―No soy obsesivo, Daniella. No tengo TOC.
―¿Ni siquiera un poco?
Aprieto los dientes.
―¿Eres incapaz de no cabrearme?
Le brillan los ojos.
―Eso depende, ¿eres incapaz de no ser un capullo? ¿Sabes qué?
Olvídalo. ―Se pone en pie, el movimiento tan brusco que su silla cae al
suelo―. No voy a perder más el sueño por esto.
Mi mandíbula se tensa mientras la miro fijamente.
―Siéntate, Evans.
―Oblígame.
Mis labios se curvan en una sonrisa.
―Realmente no quieres ponerme a prueba ahora, tesoro.
Su mirada se enciende irritada.
―¡No, tú no quieres ponerme a prueba! He terminado con esta mierda,
Christian.
―Tú eres quien intenta que esta relación funcione. Ten un poco más de
paciencia. Cómete el desayuno.
―No seas condescendiente conmigo ―replica ella.
―Siéntate. Daremos-otra-oportunidad-a-esto-de-conocernos ―le digo.
Finalmente, coge su silla del suelo y la coloca en posición vertical antes
de sentarse. Me inclino hacia delante.
A riesgo de cabrearla otra vez, tengo que decir...
―Sabes que eres un poco inmadura, ¿verdad?
―Sabes que eres un gilipollas, ¿verdad?
―Sí.
―Entonces sí también a tu pregunta ―asiente―. ¿Podemos pasar a la
parte de conocernos?
―¿Qué quieres saber? ―le pregunto.
―Algo fácil. Dime cómo es un día normal para ti. Puedes omitir todas
las partes de asesinato ya que son muy delicados.
Casi sonrío.
―Muy bien, un día normal para mí empieza a las seis de la mañana.
Salgo de la cama, me visto, bajo aquí a desayunar y me voy antes de las
ocho.
―¿A dónde?
―Los D'Angelo tienen un pub en la calle Bleeker. Casi siempre llevo el
negocio desde allí.
―Un pub ―musita Daniella―. ¿Puedo acompañarte alguna vez?
―No se admiten mujeres, Evans. Especialmente las mujeres de la
familia.
―Pero aún no soy de la familia ―contesta ella―. ¿Y las mujeres no
están permitidas? ¿Qué clase de norma anticuada y misógina es esa?
Chorradas.
Levanto una ceja.
―Aunque la regla no la he puesto yo, los D'Angelo la sigues a
rajatabla. No te acercarás a ese pub.
―Haré lo que me dé la gana.
Suspiro interiormente. Es tan jodidamente testaruda. Y al parecer aún
no ha aprendido la lección. En el instante en que me enteré del acuerdo
entre su padre y mi familia, perdió toda autonomía a la hora de tomar sus
decisiones.
―Sigue diciéndote eso.
―Así que te pasas todo el tiempo en tu pub haciendo negocios. ¿Eso es
todo?
Me encojo de hombros.
―A veces voy al gimnasio. Hay uno cerca del pub y otro en casa.
―¿Esta casa? ―pregunta sorprendida.
―Por supuesto, Evans. Está en el sótano. Me sorprende que no hayas
bajado.
―No me gusta hacer ejercicio ―me informa.
―Honestamente, eso no me sorprende. Eres perezosa.
Entrecierra los ojos.
―¡No soy perezosa!
―Literalmente no haces nada excepto estar sentada todo el día,
navegando en tu teléfono. Luego coges algún libro de vez en cuando.
―¡Tendría más vida social pero cierto gilipollas misógino intenta
restringir mis movimientos!
―Estoy tratando de mantenerte a salvo.
―Tampoco es que tengas mucha vida. ¡Todo lo que haces es leer,
trabajar, hacer ejercicio y matar gente! No estás en posición de juzgarme.
―No te he juzgado. Te he llamado perezosa.
―¡Es lo mismo! ―exclama.
Por alguna razón, me rio.
―¿Estamos realmente seguros de poder hacer que esto funcione?
―O lo hacemos o uno de los dos acaba en una bolsa para cadáveres
―dice Daniella en voz baja.
La miro.
―Deja de hablar de matarte o de matar a alguien. Nunca dejaría que
nadie te hiciera daño. Y mucho menos a mí.
―¿Pero te casarías conmigo contra mi voluntad? ―pregunta en voz
baja.
Sus palabras me hacen reflexionar. ¿Realmente se trata de eso? Si se
opone tanto a la idea de casarse conmigo, ¿estoy realmente dispuesto a
obligarla? Me doy cuenta que podría liberarla tan fácilmente. No hemos
hecho ninguna aparición pública juntos, nadie conoce el acuerdo. Sería
tan fácil ponerle fin. Pero estaría deshonrando a mi padre.
―¿Quieres que le ponga fin? ―le pregunto en voz alta.
Me mira fijamente, sin comprender la pregunta durante varios
segundos. Cuando finalmente lo hace, suelta un pequeño grito de
sorpresa.
―¿Harías eso?
―No estoy seguro. Pero, no quiero forzarte a un matrimonio, Daniella.
Si dices que no, entonces... esto se acabó.
Ella vacila, con expresión pensativa.
―No lo sé.
Asiento una vez antes de ponerme en pie.
―Piénsalo, Evans. Si no quieres esto, entonces eres libre.
Incluso al decir la palabra, siento una aguda punzada de
arrepentimiento. Porque si no es Daniella, tendrá que ser otra mujer.
Como Don, tengo la responsabilidad de casarme, y no con cualquiera.
Tengo que casarme bien, y casarme con la familia Evans daría a nuestra
familia acceso a algunos recursos y conexiones que no tendríamos de otro
modo.
Además, ahora que me enfrento a la posibilidad de un final, me doy
cuenta que no me importa casarme con ella. Me vuelve loco, pero
también mantiene las cosas interesantes. Mi propio enigma personal.
―Christian ―me dice, levantando la vista hacia mí, con voz suave y
vulnerable―. Gracias.
Capítulo 9

Daniella
―Querida, solo voy a decir esto una vez y necesito que lo entiendas.
No puedes decir que no.
Miro a mi madre con los ojos muy abiertos. Cuando la llamé, esperaba
que me diera algún consejo sobre qué hacer. Christian se ha marchado
esta mañana después de darme a elegir con respecto a este matrimonio. Y
después de pasarme toda la mañana sin saber qué hacer, la he llamado.
Medio esperaba que Christian no autorizara su visita, pero como es de la
familia, supongo que decidió ser indulgente.
―¿Cómo que no puedo decir que no? ―No soy capaz de disimular mi
irritación―. Este sería el mejor momento para decir que no. Aún no ha
salido la noticia, no hemos hecho ninguna aparición pública. Demonios,
ni siquiera se ha declarado. Solo he estado viviendo aquí, intentando
conocerle, pero ahora que me ha dado una oportunidad, ¿por qué no iba
a aceptar?
Su expresión es tranquila mientras me mira.
―Daniella, tu padre y yo te queremos mucho. Queremos lo mejor para
ti. Y ahora mismo, Christian D'Angelo es exactamente eso.
La miro confusa.
―¿Qué significa eso? Es el jefe de un sindicato del crimen. ¿En qué
mundo es lo mejor para mí?
―Desde mi punto de vista, el único contratiempo que pareces tener
con Christian es su trabajo. Dime, en el mes que llevas aquí, ¿te ha tratado
mal de alguna manera?
―¿Estás de broma? Prácticamente estoy prisionera aquí y, cuando él
está, nos peleamos constantemente.
―Eso me suena a discusiones sin trascendencia. Y conociéndote,
probablemente estés presionando a ese joven.
―¿Joven? ―Me rio irónicamente. ¿Mi madre está loca? ―Mamá, ha
matado a gente. Me lo ha confesado literalmente.
―Todo el mundo hace cosas terribles cuando tiene que hacerlas.
―No, es un jodido asesinato ―digo, estupefacta―. ¿Qué está pasando?
Como mi madre, deberías decirme que acepte la oferta de Christian y me
largue mientras pueda. ¿Quieres que acabe muerta?
Las palabras salen más estridentes de lo que pretendía.
―Te quiero, Dany. Y siempre trato de hacer lo correcto para ti. No te
empujaría voluntariamente a una situación que no fuera beneficiosa para
ti.
―No, pero me empujarías a la mafia ―digo secamente.
―Estarías bien protegida. Querida, en esta vida hay más cosas de las
que imaginas y solo hacemos lo que consideramos mejor ―contesta
ella―. Christian parece un hombre honorable. Y tiene mucho poder en
Nueva York. Sé que estarías segura, cómoda, quizá incluso feliz.
―¿Quieres que me case con alguien por quien no siento nada?
Se inclina hacia delante para tomar mi mano entre las suyas.
―Encontrar el amor antes del matrimonio es un privilegio que no
existe en nuestro mundo, mi amor.
―¿Por qué no lo dices abiertamente? ―pregunto, mi pecho
acalorándose―. Quieres que lo haga por papá. Porque a pesar de cómo
me afectaría, al final, este matrimonio sería beneficioso para Industrias
Evans. Me está vendiendo para construir su imperio.
Se me llenan los ojos de lágrimas al decir estas palabras. Me recrimino
haberme sentido herida en primer lugar. Debería haber esperado esto,
haberlo previsto. Si ahora no es Christian, al final me encontraría en un
matrimonio concertado con algún otro hombre con dinero y contactos.
―Tu padre te quiere. Yo te quiero. Y este acuerdo se hizo hace tanto
tiempo y pensamos que era el mejor acuerdo posible. Sé que no es lo que
querías, pero aprenderás a ser feliz. Tienes un deber para con tu familia
―me dice mi madre en voz baja.
―Mamá, ¿podrías irte? ―pregunto, mi voz grave, pero fría.
―¿Qué?
―Necesito que te vayas, ¿vale? Ni siquiera puedo mirarte ahora
mismo.
Me mira con sus rasgos contraídos. Frunce el ceño.
―Mira a tu alrededor, cariño. Aquí te tratarán como a una princesa.
Puede que sea un poco tosco, pero Christian es un joven muy apuesto.
Toma la decisión correcta, Daniella.
Recoge su bolso y, tras mirarme por última vez, se marcha. Vuelvo a
caer en la cama, acurrucándome en posición fetal y mirando fijamente a la
nada. Al final, mi madre me ha dejado con más preguntas que antes y
ninguna respuesta.
Finalmente, me pongo en pie y me dirijo por el pasillo hacia una puerta
que he declarado vedada a todo el mundo excepto a mí. Se abre con un
clic y me permite entrar en mi santuario personal. Inhalo suavemente, el
aroma de la pintura y los productos químicos tóxicos me llega a la nariz.
Mi mirada se dirige al lienzo en blanco del caballete. No he sido capaz de
pintar nada bueno desde que me mudé aquí.
Es porque no me he sentido cómoda ni relajada. No he aceptado este
lugar como mi hogar. En lugar de enfrentarme a mi indecisión, me vuelvo
hacia mis otras obras terminadas. Una vez pinté durante seis horas
seguidas sin detenerme para ir al baño o comer. El resultado fue algo tan
caótico y genuinamente mío, que me estremece hasta la médula cada vez
que lo contemplo.
En mi opinión, el cuadro es una genialidad. Pero me daba mucho
miedo enseñárselo a otra persona porque quizá no lo viera igual. Es mío
para admirarlo, mío para contemplarlo, y no necesito las opiniones de los
demás para reforzar lo que sé en lo más profundo de mi ser.
Una tarde nublada en la ciudad, y en medio un ciclón. Y se dirige
directamente hacia mí. Un psicólogo probablemente tendría algunas
palabras que decir sobre el significado del cuadro.
Todo lo que sé es que encarna mis verdaderos sentimientos.

―¿Qué haces?
Casi doy un respingo del susto al oír la voz detrás de mí. Lo que no
habría sido ideal teniendo en cuenta que ahora mismo estoy en una cinta
de correr.
―¿No es obvio? ―pregunto sin aliento.
Christian se mueve hasta situarse frente a la cinta, con la mirada
clavada en mi rostro.
―Dijiste que no hacías ejercicio ―afirma.
―No lo hago, pero a veces es bueno sudar todas tus frustraciones y
confusiones ―digo, jadeando.
Él arquea una ceja a modo de pregunta. Tras unos segundos más de
carrera, apago la máquina y me bajo. Christian me observa cogiendo una
toalla pequeña y secándome el sudor. No había planeado bajar aquí. Pero
después de encontrarme con un bloqueo mental cuando intenté pintar,
decidí que era necesario un nuevo mecanismo de supervivencia.
Pero ha sido horrible. Mis entrañas están revueltas. No volveré a
subirme a esa cosa.
―Bebe un poco de agua ―me ordena Christian. Le lanzo una
fulminante mirada por el tono, pese a coger la botella de agua y beber un
buen trago―. Ahora, ¿vas a decirme qué te empujó a hacer ejercicio
teniendo en cuenta que lo odias tanto?
―Tú. Y tu pregunta tonta de esta mañana.
―¿Te refieres a la pregunta tonta que bien podría decidir tu destino y
tu futuro? ―pregunta, divertido.
―Sí, eso. ¿Por qué tuviste que darme a elegir? Era mucho más fácil
cuando no tenía ninguna. Lo único que tenía que hacer era seguir con
ello, de mala gana, pero al menos no era yo quien tomaba ninguna
decisión. Ahora todo recae sobre mí y es tan exasperante que me duele la
cabeza.
Christian levanta una mano para acariciarse la mandíbula. La acción
hace que sus músculos se flexionen y se tensen bajo el material de la
chaqueta de su traje. Lo admito, me estoy cansando de verle siempre de
traje. Entonces recuerdo que le he visto con mucho menos. La imagen de
su torso desnudo se me viene a la cabeza sin avisarme, haciendo que se
me seque la boca. El hombre no tiene por qué ser así de sexy.
―No es una decisión tan difícil, Evans. Si no quieres esto, di que no y
se acabó.
Frunzo el ceño.
―Los dos sabemos que no es tan fácil. Esto no funciona así.
―Ah ―dice Christian, sus ojos brillando de reconocimiento―. Tu
familia, la empresa de tu padre.
―Exactamente. Siento que tengo que hacerlo, por mi familia.
―Cristian asiente en señal de comprensión, y de pronto me doy cuenta
que no le he hecho una pregunta muy importante―. ¿Y tú? ¿Quieres
hacerlo?
Christian se encoge de hombros. "No me importa.
Parpadeo antes de reírme por lo bajo.
―Acabo de preguntarte si quieres casarte conmigo y esa es tu
respuesta. Vaya, Christian, qué romántico.
―Solo estoy siendo sincero, tesoro. Casarme contigo no sería lo peor del
mundo. No me importaría.
―No sé si debería sentirme insultada o no.
―Lo que debes hacer es tomar una decisión. La oferta no estará sobre
la mesa eternamente.
―Es que es tan difícil ―digo, gimiendo de frustración.
Christian se cruza de brazos.
―¿Quieres saber cómo fue la primera vez que maté a alguien?
Mis ojos se abren de par en par. No esperaba un giro así en la
conversación. Trago saliva y asiento con la cabeza. Llámalo fascinación
morbosa, pero una parte de mí siente curiosidad por este hombre que
tengo delante y por los momentos que le llevaron a convertirse en la
persona que es hoy.
―Solo tenía dieciséis años ―dice Christian, dejando escapar un fuerte
suspiro. No me sostiene la mirada al relatar la historia―. Mi padre entró
en mi habitación, creo que yo estaba jugando a algún videojuego, no me
acuerdo. Entró y me dio un arma. Luego me dijo que, para ser un hombre
de verdad, tenía que aprender a utilizarla.
Su mirada está desenfocada, como atrapada en el recuerdo.
―Antes de eso, había practicado tiro al blanco, por supuesto. Siempre
supe que algún día tendría que utilizar un arma. Supongo que no
esperaba que fuera tan pronto. Se llamaba Morelli Knox y tenía cuarenta
años. Tenía una hija que entonces solo contaba trece años. Era el
encargado de uno de nuestros casinos. Hasta el día en que se le fue un
poco la mano con el gatillo y mató a tiros a uno de mis primos. Mi padre
me pidió que tomara venganza por todos nosotros.
Se me hiela el pecho ante lo terrible de la situación. Hacerle pasar por
eso a los dieciséis años fue horrible.
―Podría haberme largado ―continúa Christian―. Tenía elección, pero
me quedé allí, mirándole a los ojos y a continuación a mi padre, que
estaba a mi lado. Sabía que tenía que pasar por ello. Por la familia, por los
D'Angelo, tenía que demostrar que era lo bastante fuerte. ¿Sabes por qué
te estoy contando esto?
Sacudo la cabeza lentamente, sintiéndome un poco entumecida.
―Porque cuando es por mi familia, Daniella, lo sacrificaría todo. Ya lo
hice.
Suelto un trémulo suspiro.
―¿Qué le pasó a su hija?
Los labios de Christian se curvan en una mueca.
―Mi familia pagó sus estudios en el instituto y en la universidad.
Ahora está en Derecho en Harvard.
Siento alivio en el pecho. Al menos cuidaron de ella. Se hace un silencio
tenso, no sé qué decir.
―También te he contado esa historia porque, si dices que sí, quiero que
sepas exactamente en qué te estarías metiendo. Esto no es un cuento de
hadas. Mi vida conlleva mucho peligro y sangre. No te culparía si
eligieras no involucrarte en eso.
―Necesito sentarme ―le digo. Ya tengo la espalda pegada a la pared,
así que me deslizo por el suelo y levanto las rodillas hasta la cabeza.
―¿Quieres que te dé algo de tiempo? ―pregunta Christian.
Le miro. Se siente tan sólido, irrompible, inamovible.
―No.
Arquea una ceja.
―He tomado mi decisión ―le digo en voz baja―. Me casaré contigo.
Sus ojos parpadean con alguna emoción desconocida que podría ser
alivio.
―¿Por qué?
―Porque mis padres me criaron. Cuidaron de mí durante veintidós
años de mi vida. Ahora me toca a mí corresponderles. Quiero ser una
persona que lo sacrifique todo por mi familia.
―Esa gente suele ser infeliz.
―Entonces supongo que haríamos una buena pareja.
Sonríe.
―¿Así que es eso? ¿Te casas conmigo por el deber familiar?
―No solo eso. ―Alzo la mano, haciéndole un gesto indicándole que
me levante. Su mano se cierra sobre la mía, su agarre fuerte cuando me
levanta. No me suelta inmediatamente y yo tampoco―. Has sido sincero
conmigo, Christian. Me ha gustado que fueras sincero conmigo.
Él asiente, su mirada suave.
―Esperemos que no te arrepientas.
―Oh, tengo la sensación que lo haré. Pero al menos entonces no tendré
elección.
Capítulo 10

Christian
―¿Dónde demonios estás? ―gruño por el teléfono.
Hace un mes que no veo a Christopher y una ausencia prolongada
suele significar que se ha metido en algún lío del que probablemente
necesite ayuda para salir.
―Chris, son las 7 de la mañana donde estoy. Es demasiado temprano
para que me estés gritando.
―¿Dónde estás?
Me dice dónde está y paso inmediatamente la información a Carlo.
―Quédate ahí. Dos de nuestros hombres irán a buscarte.
―No ―gime―. Me estoy divirtiendo mucho.
―Topher, tienes resaca, de alcohol, drogas, no tengo ni puta idea. Y
francamente, me importa una mierda. Pero vas a traer tu culo de vuelta a
EEUU ahora mismo. Y ya que estamos, quizá puedas atornillarte la
cabeza ―añado apretando los dientes.
―Eres un aguafiestas ―murmura Topher―. ¿Cómo está Dany? ¿Has
conseguido asustarla ya?
No lo he conseguido, y eso es en sí mismo un alivio y un completo
misterio. Estaba tan seguro que diría no a la proposición de matrimonio,
cortaría por lo sano y seguiría adelante. Pero me ha sorprendido.
―Está bien ―es mi cortante respuesta a su pregunta.
Topher canturrea divertido.
―Así que ha estado contigo durante un mes y todavía no se ha
largado. Maldita sea. Elogiaría su capacidad de supervivencia, pero no
puedo. No tiene ninguna.
Aprieto la mandíbula. Todo lo que está diciendo mi hermano es
exactamente lo que me he dicho a mí mismo varias veces en la última
hora. Me ha contado por qué no se ha ido y, aunque entiendo por qué,
una parte de mí desearía que nos hubiera ahorrado el trabajo a los dos.
Porque en el fondo, no puedo quitarme la sensación de estar condenados
al fracaso.
―Carlo quiere hablar contigo ―le digo, ignorando su afirmación.
Mi hermano mayor coge el teléfono. Apoyo la espalda en la silla,
haciendo girar un bolígrafo entre los dedos. Estaba firmando unos
documentos cuando Carlo entra pidiéndome que averigüe dónde está
Christopher. Por alguna razón, soy el único al que escucha.
Aunque escuchando su conversación con nuestro hermano, está
bastante claro que soy el único que lo trata con mano firme. Tanto Carlo
como mi madre son jodidamente blandos con él. No me extraña que
escapara de la vida en la mafia. Nadie le obligó a meter una bala en la
cabeza a un hombre cuando tenía dieciséis años.
Me deshago de ese pensamiento mezquino y vuelvo a centrar mi
atención en los papeles que tengo delante. Esa noche, más tarde, vuelvo a
la mansión solo para encontrar a Daniella exactamente en la misma
posición en la que la encontré hace unos días: profundamente dormida en
los escalones.
―Tienes que dejar de dormir aquí ―le digo.
Abre los ojos y me echa un vistazo antes de ponerse en pie.
―No puedo evitarlo ―dice bostezando―. Nunca llegas pronto a casa y
mi cuerpo está preparado para dormir a las diez de la noche.
La miro secamente.
―¿Eres una mujer adulta que se acuesta a las diez de la noche? Eso es
triste.
Me fulmina con la mirada.
―Perdona, ¿de quién es la culpa? En la universidad, me habría pasado
las noches en discotecas o bares, bailando y de fiesta, pero ya no puedo
hacerlo.
―Sí, no puedes. Porque ya no estás en la jodida universidad.
―Y porque se supone que debo casarme con un gilipollas misógino.
―No soy misógino ―le digo, subiendo las escaleras.
―¿En serio? Porque es difícil creerlo cuando actúas como un idiota
todo el tiempo.
Con un suspiro, abro la puerta de mi dormitorio.
¿Puedes dejar de seguirme hasta aquí? ―le pregunto. Cada vez que
entra en mi dormitorio, se las arregla para estropear algo que he
arreglado meticulosamente―. ¡Por el amor de Dios, pareces un puto
cuciollo!
―¡Acabas de llamarme maldito cachorro!
Hago una pausa, vacilo, frotándome la cara con la mano.
―Creí que no sabías italiano.
―Obviamente mentí. Sé lo suficiente como para saber que acabas de
insultarme.
Se me encoge ligeramente el corazón al ver que entiende italiano.
Aunque también me cabrea que me haya engañado así. Y me alegro de no
haber cometido un desliz delante de ella, diciendo algo peor en italiano y
pensando que no lo entendería.
―Te he llamado maldito cachorro. Madura, seguro que te han llamado
cosas peores.
―Oh, ¿En serio? ¿Cómo qué? Vamos, Chris, ¡ilumíname sobre el tipo
de cosas que probablemente me han llamado!
―No lo sé. Estoy segura que alguien te ha llamado jodida loca alguna
vez. Estás desquiciada, mujer ―le digo exasperado.
Se queda callada.
―Solo intento hablar contigo, Christian. No tenemos muchas opciones,
teniendo en cuenta que sales de casa al amanecer y solo vuelves cuando
ya es de noche.
Joder. Ahora me siento mal. Parece ser la única que lo está intentando y
no me gustaría que sus esfuerzos fueran unilaterales.
―Lo siento, tesoro. Estoy listo para hablar. ¿Qué necesitas?
―¿Dónde está tu madre? ―pregunta inmediatamente.
Casi sonrío.
―Esa es una pregunta que llega un mes tarde.
Se encoge de hombros.
―Siempre he sentido curiosidad, pero no quería preguntar por si no te
sentías cómodo contestando.
―No es ningún secreto. Mi madre está en Venecia. Se fue hace dos
meses para recuperarse.
―¿Está enferma?
―No, pasando el duelo ―rectifico―. La muerte de mi padre la afectó
mucho. Realmente fuerte.
―Oh ―dice Daniella. Su rostro adquiere esa expresión que pone
cuando tiene algo que decir.
―Escúpelo, Evans ―promociono.
―¿Tus padres se querían?
―Su amor era asquerosamente obvio. No puedo contar las veces que
los vi intercambiando saliva. ―Hago una mueca.
Daniella se ríe dulcemente, aunque hay algo de tristeza en sus ojos.
―Mis padres son compañeros de convivencia en el mejor de los casos.
No sé si alguno de los dos ha sido infiel alguna vez, pero su matrimonio
es básicamente una asociación.
Como lo será el nuestro. No dice las palabras, pero el silencio al final de la
frase lo insinúa.
―No te preocupes. Te garantizo que nuestro matrimonio no será una
asociación. Soy el Don, te supero en rango.
Pone los ojos en blanco.
―Eres tan engreído.
Me rio disimuladamente.
―Pero mi madre volverá pronto. Disfruta de tus días sin ella mientras
puedas. Tiene... una gran presencia.
Los ojos azules de Daniella centellean.
―Suena intrigante. Estoy deseando conocerla.
―Lo que tú digas, Evans ―le digo―. Me alegra que hayas venido.
Me lanza una mirada.
―Después de armar tanto alboroto porque te seguí.
―Primero, tienes que ir a una tienda a comprar algo mañana. Un
chófer te llevará ―le informo. Rebusco en la cartera, saco mi tarjeta de
crédito y se la entrego.
―¿Qué voy a comprar? ―pregunta entusiasmada.
―Tu anillo de compromiso. El dinero no es problema.
Se queda boquiabierta. La cierra y me lanza una mirada glacial.
―Estás de broma ―le dice secamente.
―¿Hay algún problema? ―pregunto sin comprender.
―No, pero... ―Hace una pausa, respirando hondo―. Quieres que me
compre yo misma el anillo de compromiso. La mayoría de las mujeres
reciben propuestas románticas con hombres que se arrodillan.
―No voy a hacer eso ―declaro a bocajarro.
Un músculo hace tic en su mandíbula.
―No esperaba que lo hicieras. Pero tampoco esperaba que me dieras
una maldita tarjeta para comprarme mi propio anillo. ¡Qué frialdad! ¿Es
que no tienes sentimientos?
Parpadeo.
―¿Qué quieres de mí, Evans?
Empuña su cabello pelirrojo y me fulmina con la mirada.
―Dios, no tienes remedio.
―¿Quieres que te acompañe a comprar el anillo? Puedo despejar mi
agenda ―sugiero, aunque realmente no veo cuál es el problema con mi
sugerencia anterior.
―¡No quiero comprarme yo misma mi anillo de compromiso!
―Eso es ridículo, ¿y si te compro algo que no te gusta? ¿O algo que no
te queda bien?
―Eso es... ―balbucea―. Los hombres llevan comprando anillos a sus
novias desde el principio de los tiempos. ¿No puedes hacer algo tan
sencillo?
―No eres mi novia, Daniella.
―No, no lo soy. ¡Solo soy una mujer a la que mi familia vendió para
vivir contigo!
Con esas palabras, se da la vuelta y sale de la habitación. Suspiro
suavemente, frotándome la nuca. Ha sido una discusión totalmente
innecesaria y confusa. Espero treinta minutos antes de decidirme a ir en
su busca. Cuando finalmente lo hago, está de pie en el porche del
segundo piso, mirando el cielo despejado de la noche. Me muevo para
colocarme a su lado.
―¿Te sientes tranquilo ahora?
Me mira durante un segundo.
―Puede que haya sido un poco dramática ―admite.
―¿Un poco?
―Cállate. Eres tan inconsciente de los sentimientos de la gente que te
rodea.
―No soy inconsciente... solo práctico ―le digo―. Realmente no puedo
comprarte un anillo yo solo, Evans. No sabría por dónde empezar.
Suspira suavemente.
―Lo sé.
―Pero iré contigo. Si quieres.
―Está bien. Iré con Zoey y Sky. Estoy seguro que les encantará.
No digo nada para rebatirla. Nos quedamos callados varios segundos
hasta que ella habla.
―¿Por qué quieres que me compre un anillo de compromiso?
―pregunta ella.
―Mañana por la noche tenemos un acto benéfico.
―¿Un acto benéfico? ¿Como una fiesta? Pensé que habías dicho que no
podía ir a ninguna fiesta. Sinceramente, empezaba a sentirme como
Rapunzel, salvo que ella tiene una torre y yo una maldita mansión.
―Dije que no podías ir a ninguna fiesta, pero nunca mencioné lo que
pasaría si fuera contigo. Además, es una función social, Daniella. Nuestra
primera aparición juntos como pareja. Ha pasado un mes, y ahora que
estamos en la misma página, podemos salir en público juntos.
Hace una pausa, con expresión pensativa.
―¿Será peligroso?
Me gusta que me lo haya preguntado: demuestra que, en cierto modo,
sabe conservar las cosas. Mis ojos se cruzan con los suyos mientras mi
mano se acerca a su cara. Sus labios están teñidos de rojo, como si fuera
sangre.
―Todo es peligroso cuando estás casada con un Don, tesoro.
Traga saliva suavemente y asiente una vez para mostrar que lo
entiende.
―Sin embargo, daría mi vida por protegerte.
Mis palabras son una promesa, un voto. Ella es mía y no dejaré que
nadie le haga daño. Jamás.
Capítulo 11

Daniella
―Probablemente seas la primera mujer de la historia que ha tenido que
comprarse ella misma su anillo de compromiso ―le dice Zoey con una
pequeña sonrisa.
Gruño y mis ojos se fijan en un bonito anillo azul y dorado que hay
expuesto, pero no me parece correcto.
―Por favor, te garantizo que el setenta por ciento de esas propuestas
que vemos por todas partes están planeadas ―afirma Sky, la cínica de
siempre―. Probablemente la mujer elige el anillo, sus atuendos y el
momento exacto en que el hombre debe proponerle matrimonio. Luego,
cuando llega la hora del espectáculo, finge llorar ante las cámaras y
recoge el anillo. Todos estos ritos matrimoniales tradicionales son muy
poco realistas.
Zoey y yo nos miramos un segundo antes de mirar a Sky y reírnos.
―Eres un rayito de sol, ¿sabes? ―pregunto con sarcasmo.
Pone los ojos en blanco.
―Nadie aprecia mi sabiduría.
―Te apreciamos, cariño ―le digo, enlazando mis brazos con los
suyos―. Pero menos hablar de matrimonios irreales mientras estamos
eligiendo un anillo para el mío, que es muy realista.
―No puedo creer que hayas dicho que sí ―Sky dice.
Me encojo de hombros.
―Si voy a casarme con alguien, mejor que sea con él. Para ser sincera,
no sé qué es ese 'trato' que mis padres hicieron con su familia, pero no
quiero que ni yo ni mis padres acabemos en la lista negra de la mafia.
Además, ya le he conocido un poco en el último mes, y aunque sigo
queriendo darle un mazazo en la cabeza el noventa por ciento de las
veces, ya no le odio.
La relación entre Christian y yo se ha suavizado hasta convertirse en
una relación de incómoda amistad y respeto mutuo.
―Ahora incluso me deja salir de casa sin guardaespaldas
―menciono―. Estamos en una buena situación.
Zoey entona una ruidosa protesta.
―Odio tener que reventar tu burbuja, Dany, pero de ninguna manera
ese italiano de metro noventa, moreno y protector como el demonio te
dejará salir sin algún tipo de protección.

Frunzo el ceño.
―Me aseguró que Zack y Brody no vendrían conmigo hoy.
―Eso no significa que no te estén siguiendo en secreto.
La miro.
―¿Has visto a esos dos? Están construidos como luchadores de sumo.
Es imposible que puedan permanecer ocultos.
Sky no responde, dando por terminada la conversación. Nuestras
compras llegan a su fin cuando un anillo en la esquina más alejada del
expositor llama mi atención.
―Es perfecto ―digo con una pequeña sonrisa.
Lo pago y, como mi prometido se ha negado a ponerse de rodillas y
proponerme matrimonio, Zoey se ofrece amablemente a hacerlo por mí. Y
sin más, estoy prometida.
Es emocionante y aterrador a la vez. Estamos saliendo de la tienda y
estoy tan distraída con mis pensamientos que no miro delante de mí
hasta que topo con alguien.
―Vaya ―exclama, y su voz me resulta tan dolorosamente familiar que
mi garganta se resiente.
La voz es rica y profunda, de esa clase que te hace sentir como si su
dueño te hubiera visto desnuda solo por la forma en que la palabra sale
de su boca. Y desgraciadamente, en este caso, el dueño me ha visto
desnuda. Mis ojos se alzan para encontrarse con los suyos castaños.
―¿Dany? ―dice sorprendido, con los ojos muy abiertos.
―Joshua ―digo, con mi voz mucho menos entusiasmada.
Me alejo un paso de él. Zoey y Sky siguen a mi lado, mirándolo con la
misma conmoción.
―Tío, ¿cuándo has vuelto a la ciudad? ―pregunta Sky.
―También me alegro de verte, Sky ―se burla. Sky pone los ojos en
blanco, soltando un suspiro, molesta. Nunca tuvieron la mejor relación.
Zoey, sin embargo, es otro tema. Da un paso adelante y abraza a Josh.
Sigo mirando como una idiota.
―Bienvenido, Josh ―saluda ella.
―Gracias. Me alegro de verte. A todas.
Su mirada se posa en mí y el encuentro es inmediatamente incómodo.
Sky se aclara la garganta.
―Zoey y yo vamos a tomar un helado ―dice, cogiendo el brazo de
Zoey y apartándola antes que pueda decir nada.
Ojalá no me hubieran dejado sola.
―Bueno... ―se interrumpe Josh―. Estás increíble, Dany. Realmente
bien.
―Gracias ―murmuro―. Tú tampoco tienes mal aspecto.
Hace dos años que no veo a Joshua Hart. No desde que desapareció en
mi primer año de universidad, un mes después de romper. Lo último que
supe de él es que dirigía una sucursal de la empresa de medios de
comunicación de sus padres en Inglaterra. Al parecer, ha vuelto.
No ha cambiado nada. Una ligera barba cubre su mandíbula. Su cabello
es tan oscuro como su camisa, peinado intencionadamente de una forma
desordenada que antes me derretía. Mi pulso se agita en mi garganta.
―Escucha, quería hablar contigo ―comienza Josh―. He oído algunos
rumores en relación contigo y Christian D'Angelo.
―Es mi prometido ―digo. Mejor arrancar la tirita rápido.
Los ojos castaños de Josh se amplían.
―¿Cuándo demonios ha pasado eso?
―En realidad no te debo una explicación, Joshua ―digo encogiéndome
de hombros.
―Pero es peligroso. Está en la jodida mafia.
―Estoy al tanto. ¿Algo más que quieras decirme sobre el hombre con el
que voy a casarme?
Mi tono es defensivo, un poco duro. Cuando Joshua y yo rompimos,
me quedé fatal. No puedo culparle de la ruptura, ya que fue una decisión
mutua, pero tengo derecho a sentirme amargada por ello, maldita sea. Y
realmente no tiene derecho a opinar sobre mi relación actual.
―Tienes razón, lo siento, Dany ―gruñe, frotándose la nuca―. Es que...
me alegro de verte. Te he echado de menos.
―Yo también me alegro de verte, Joshua. ―Sonrío levemente.
La conversación cambia a una charla trivial, simplemente poniéndonos
al día hasta que Sky y Zoey regresan. Josh se marcha poco después, no sin
hacernos prometer que nos mantendremos en contacto. Mis amigas y yo
apenas nos hemos movido cuando mi teléfono suena con un mensaje de
texto entrante. Es de un número desconocido, pero el contenido del
mensaje deja claro de quién se trata exactamente.

Desconocido: ¿Quién demonios era ese?

Ignoro el texto, aunque siento que mi tez palidece ligeramente. Sky me


echa un vistazo y sus ojos se agrandan.
―Lo sabe ―adivina con precisión―. Te dije que de ninguna manera te
dejaría ir a ninguna parte sin supervisión, Dany.
―Esa no es la cuestión ―dice Zoey tranquilamente―. Christian es el
jefe de una organización mafiosa. Tienen fama de tener tolerancia cero
con los hombres que rondan a sus mujeres.
Quiero decirle a Zoey que está haciendo el ridículo, pero no puedo.
Estoy preocupada... por Josh, por la reacción de Christian ante esto.
Porque por mucho que intente disimularlo con un traje y buenos
modales, es tan malo como los rumores que he oído sobre él.
Nos dispersamos inmediatamente después, mis amigas se dirigen a
casa y yo vuelvo a la mansión que me cuesta aceptar como hogar. Sobre
todo, cuando no tengo libertad ni dentro ni fuera de ella.
―¡Me prometiste que no me seguirías! ―digo furiosa, irrumpiendo en
el dormitorio de Christian.
Él se detiene en sus acciones, que incluían ponerse los pantalones. Mis
mejillas se encienden durante una fracción de segundo antes de sofocar la
emoción en favor de la ira. Christian apenas reconoce mi presencia antes
de volver a vestirse. Mi ira aumenta con cada momento que dedica a
ponerse la ropa.
Permanezco en silencio, observando cómo se abotona la camisa.
Cuando termina, se vuelve mirándome con calma. Pero hay un trasfondo
oscuro en su expresión por el que sé que se está esforzando por reprimir
sus sentimientos.
―¿Quién era?
―No es asunto tuyo.
―Por si se te ha pasado por alto, Evans, en el momento en que
aceptaste casarte conmigo, todo lo que haces pasa a ser asunto mío. Eso
incluye a la gente que conoces.
―No es nadie ―digo, cambiando de táctica―. Nadie por quien debas
preocuparte.
―Te pasaste treinta minutos hablando con él, Daniella. ¡No me digas
que no es jodidamente nadie! ―Un tic muscular asoma por su
mandíbula.
―Maldita sea, Christian. Al menos déjame tener algo de privacidad.
No puedes tener gente siguiéndome sin que yo lo sepa.
Su mirada se endurece.
―Esta conversación no va de eso. Podría enterarme, ¿sabes? Dame una
hora y lo sabré todo sobre él, desde su lugar de trabajo hasta su número
de la seguridad social. No me pongas a prueba, Daniella, dime quién
coño es para ti.
―Es mi ex novio. ―Exhalo bruscamente.
―Me lo imaginaba ―murmura Christian―. Ve a vestirte, tesoro.
Vamos a llegar tarde.
El cambio en el ritmo de la conversación es tan sorprendente que me
siento ligeramente mareada.
―¿Qué? ―susurro―. ¿Ya está?
―La gala benéfica, Daniella. Odio llegar tarde.
―No, dime qué vas a hacerle.
Christian me mira fijamente a los ojos.
―Podría meterle una bala en la cabeza.
Mi corazón se desploma hasta los dedos de los pies. Instintivamente,
doy un paso atrás, apretando los puños.
―No puedes.
―¿Por qué no?
―Porque... ―No sé qué decir. Lágrimas se agolpan en mis ojos. Es la
primera vez que me enfrento con su lado más oscuro. La parte de él que
me da miedo, aunque nunca lo admitiré.
Christian maldice en voz baja.
―Por el amor de Dios, Evans. ¡No voy a matar a ese maldito hombre!
―Acabas de decir...
―No hablaba en serio. No le haré daño ni a un solo cabello de su
cabeza. Lo único que ha hecho hoy ha sido hablar contigo. No soy
irrazonable.
―¿Y si...? ―Hago una pausa y humedezco mis labios secos―. ¿Y si
hace algo más que hablarme?
La mirada de Christian relampaguea con algo francamente aterrador.
Empiezo a caminar hacia atrás y él me sigue, paso a paso, hasta que mi
espalda choca contra la pared.
―Es una pregunta peligrosa, Evans. ―Aprieta las manos contra la
pared a ambos lados de mí.
Mi pulso salta.
―Respóndeme. Dime que no vas a matarlo. Prométemelo.
Christian sonríe. Por primera vez vislumbro la susurrante oscuridad,
arremolinada en la profundidad de sus ojos ámbar.
―No hago promesas que no pueda cumplir. Si llega a tocarte, sin duda
será su último día en la Tierra.
La aspereza de su voz eriza el vello de mis brazos. A pesar de la
amenaza violenta, mi cuerpo responde a su cercanía. Trago saliva al
sentir como me recorre un escalofrío.
―No le matarás ―le digo, intentando mantenerme firme.
―Lo que le haga depende totalmente de ti. ―Se acerca más haciendo
algo totalmente inesperado. Besa mi frente―. Ve a vestirte. Nos vamos
dentro de treinta minutos.
Parpadeo, confundida, la niebla de mi cerebro se despeja cuando él se
aparta de la pared y se aleja de mí.
―Y Evans ―dice, al dirigirme hacia la puerta―. Bonito anillo.
Mi mirada se desplaza hacia el diamante esmeralda de mi dedo. Parece
que lo compré hace una eternidad, pero solo ha pasado una hora. Vuelvo
a mirar a Christian y salgo corriendo de su habitación para entrar en la
mía, con el corazón latiéndome a cada paso.
No tengo ni idea de lo que acaba de pasar.
Treinta minutos después, salgo de mi habitación, vestida y lista para
salir. No sé muy bien cómo me he vestido, teniendo en cuenta el revuelo
que tengo en la cabeza. Pero lo he hecho. Con cuidado, bajo las escaleras
hacia Christian, quien ya me está esperando en su Range Rover plateado
y azul. Nada más salir, su mirada encuentra la mía. Como si él no tuviera
elección. Como si pudiera percibirme y se sintiera atraído por mí.
Apenas se mueve. Se limita a mirarme. Llevo un vestido largo rojo sin
mangas con una abertura lateral dejando entrever mi pierna y unos
tacones de aguja plateados de quince centímetros. Habría optado por algo
mucho más ostentoso teniendo en cuenta lo que tenemos preparado para
esta noche, pero después de todo lo que ha pasado hoy, lo único que
quiero es acabar con esta noche y volver a casa.
Christian se acerca finalmente, con los brazos extendidos para dejarme
entrar en el coche.
―Sei bellissima ―me dice, su voz ligeramente ronca.
Sonrío por el cumplido. Y luego frunzo el ceño, porque no debería estar
sonriéndole ahora. No hemos terminado la conversación de antes, pero
está claro que Christian la da por zanjada. Entro en el coche con la mirada
fija en el parabrisas. No digo una palabra en todo el trayecto hasta el
evento. Y cuando llegamos, salgo de su brazo y hago exactamente lo que
él necesita que haga.
Sonreír y verme hermosa de su brazo.
Capítulo 12

Christian
Siempre me ha atraído el concepto sobre el miedo. Es como si el
cerebro humano segregara algún tipo de sustancia química que en ese
momento ejerce un gran poder sobre esa persona. El miedo desafía toda
lógica y razón. En el momento en que está ahí, perdemos la capacidad de
pensar en otra cosa que no sea la causalidad del sentimiento. La forma en
que se siente. Algunas personas tienen la sensación de huir, otras de
sobrevivir, otras de luchar. Pero al final, está ahí. Siempre listo para
desencadenar esa respuesta de huir o luchar.
Casi todos los presentes en esta sala tienen algo que temer. Y lo que es
aún más emocionante es el hecho de ser yo quien tiene la llave de esos
miedos. Lo que significa que, llegado el momento, todos en esta sala me
temen.
Temido y respetado. Mi padre estaría orgulloso.
Aunque hay una persona aquí que estoy seguro que no me teme.
Aunque no quiero ni necesito que lo haga. Daniella está molesta. No
puedo decir que la culpo. Objetivamente, puedo haber causado parte de
su ira, pero en última instancia soy yo la persona que tiene algo por lo
que estar jodidamente molesta. Ella no puede ir por las calles de Nueva
York hablando con los hombres del pasado en su vida.
La perspectiva de un encuentro entre ella y Joshua Hart hoy me
provoca una nueva oleada de furia que consigo contener. Carlo tardó
treinta minutos en averiguar información básica sobre el hombre.
Heredero de la industria Hart Media. Su familia pertenece a los ricos de
la vieja guardia y Joshua es tan genérico como el resto de ellos. El típico
hombre con una riqueza generacional a punto de caer en sus manos.
Estudió dos años en la Universidad de Nueva York, donde seguro que
conoció a Daniella, antes de trasladarse a una universidad en el
extranjero. Su expediente es impecable. Y va por la vía rápida para
convertirse en el Director General más joven de la empresa de sus padres.
Sobre el papel, Joshua Hart es perfecto.
Pero necesito algo más, sus pequeños y sucios secretos. Algo que pueda
utilizar para inclinar la balanza del poder. Algo que le haga temerme.
El brazo de Daniella roza mi costado y mi atención se dirige
inmediatamente hacia ella.
Suspiro suavemente, decidiendo poner fin al silencio.
―Probablemente sea la vez que más tiempo has estado sin decir una
palabra.
Sus ojos se encuentran con los míos.
―Nunca haces una promesa que no puedas cumplir.
―Y no lo hago ―digo asintiendo.
―Pero esta mañana me dijiste que Brock y Zack no irían conmigo
cuando fuera a comprar el anillo.
―Dicho es la palabra clave, tesoro. Además, no eran Brock ni Zack.
―Así que hiciste que uno de tus otros matones me siguiera todo el día
―dice secamente.
La miro.
―Ya hemos hablado de esto, Daniella. Ahora estás asociada a mí. Lo
que significa que mis enemigos son tus enemigos. Solo intento
mantenerte a salvo.
―O estás tratando de espiarme.
Por extraño que parezca, mi sangre bulle aprobando su furia. Me
encanta verla enfadada y exaltada, eso solo realza su belleza. Sobre todo,
cuando me fijo en su vestido. Al verla con él, siento una oleada ardiente
en la entrepierna. He perdido la cuenta del número de hombres a los que
he tenido que fulminar con la mirada esta noche, recordándoles que es
mía.
―No puedes ir a ninguna parte sin protección, Daniella. Fin de la
historia.
Sus ojos brillan dolidos, lo que me produce una extraña opresión en el
pecho. Lo hago por su bien. Ojalá lo entendiera.
―¿Quieres dirigirte a la mesa de donativos y entregar nuestro cheque?
―le pregunto, sabiendo que necesita algo de espacio en este momento.
Asiente una vez con la mandíbula tensa. Le entrego el cheque y se
marcha inmediatamente. Cojo una copa de champán de un camarero que
pasa, deseando tener algo más fuerte. No suelo beber, pero Daniella
podría empujar a un santo al asesinato. Como si lo hubiera conjurado, mi
hermano aparece ante mí, coge mi copa de champán y la coloca sobre la
mesa.
―Tú no bebes, fratello. Y menos si es champán ―murmura, sus ojos
parpadean divertidos.
Tiro de la corbata que llevo al cuello. Estaría mal visto no llevar corbata
en un evento de etiqueta, que es la única razón de llevarla. Pero siento
que apenas puedo respirar con ella puesta. Me está cabreando.
―Te lo estás pasando bien, ¿verdad? ―le digo irritado.
Los ojos de Carlo recorren el vestíbulo antes de posarse en Daniella, al
otro lado. Está hablando con el responsable de las donaciones. Tiene una
sonrisa cálida en el rostro. La primera de la noche.
―No puedo decir que no sea divertido ver cómo te altera. Necesitas a
alguien que te ayude con esa personalidad seria, Chris.
Pongo los ojos en blanco.
―Sabes que eres peor que yo, ¿verdad?
―Sí, pero no soy yo quien planea casarse dentro de un par de meses
―afirma―. Giovanni está aquí.
Levanto una ceja ante ese anuncio. Señala la barra libre, donde el
hombre está sentado, bebiendo una cerveza en silencio.
―Creí que estaría en China un par de semanas más.
―Ha vuelto antes. Tienes que ir a hablar con él.
Exhalo agitadamente y asiento con la cabeza. Daniella decide volver en
ese momento. Ahora tiene los ojos mucho más claros y está más tranquila.
―Hola, Carlo ―saluda a mi hermano.
Él le ofrece una media sonrisa.
―Necesito ir a ocuparme de unos asuntos, tesoro. Habla un rato con
Carlo, ¿de acuerdo? ―le pregunto.
Me dispongo a marcharme, pero ella me agarra del brazo.
―No sé qué decirle a tu hermano ―me susurra―. Literalmente no
tenemos nada en común y da miedo.
―Ya lo descubrirás, Evans. ―Sonrío.
Mi conversación con Giovanni es breve e improductiva. Es un hombre
testarudo y duro de corazón es incapaz de entrar en razón. Me estoy
quedando sin métodos para obligarle a ceder a nuestras exigencias.
Cuando vuelvo con mi prometida y mi hermano, están de pie, incómodos
uno al lado del otro. Daniella bebe champán mientras Carlo recorre la
habitación con la mirada, como si buscara un peligro inminente. Siempre
está nervioso. Puede que yo sea malo, pero mi hermano no conoce el
significado de la palabra 'relajarse'. Cuando se da cuenta que me acerco,
asiente una vez con la cabeza antes de apartarse y salir del salón de baile.
Daniella está mirando a las parejas que bailan en el centro de la sala y
sonrío cuando capto cierta melancolía en sus ojos.
―¿Quieres bailar? ―pregunto una vez llego a su lado.
―¿Contigo? Paso.
Le ofrezco una cautivadora sonrisa.
―Teniendo en cuenta que no tienes otras opciones, yo lo
reconsideraría, tesoro.
―Deja de hacer eso. No puedes mirarme así y llamarme tesoro y
esperar que simplemente caiga rendida y chupe tu polla.
Mis ojos se cierran de golpe tragándome un gruñido.
―Cuidado con lo que me dices, Daniella.
La palabra 'polla' no debería formar parte del vocabulario de una
mujer. De hecho, voy a tener que prohibirla.
No estoy seguro de la expresión de mi rostro, pero sus ojos se agrandan
al ver mi mirada. Entonces su expresión se vuelve traviesa.
―¿Es porque he hablado de chuparte la polla? En algún momento
tendremos esta conversación, teniendo en cuenta que nos vamos a casar.
¿Qué vamos a hacer con el sexo?
La miro fijamente, incrédulo.
―No voy a hacer esto contigo aquí.
Se encoge de hombros.
―Simplemente pensé que podríamos tener la misma opinión.
―¿Misma opinión? ―pregunto secamente―. No te preocupes, Evans.
No te follaré a menos que me lo supliques. Tampoco te tocaré.
Ahora le toca a ella ponerse nerviosa. Sus mejillas se encienden, su
rostro hace juego con el color de su cabello.
―¿Quieres bailar o no? ―Vuelvo a preguntar.
―No, bailaré con otra persona.
Mi mirada se estrecha.
―¿De verdad? Por si no ha quedado claro, tocas a otro hombre y está
muerto.
―¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un sociópata? ―pregunta
ella.
―¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres irritante?
―Sí ―responde ella―. ¿Y a ti?
―Sí ―le digo en respuesta a su pregunta anterior.
Finalmente, sonríe.
―Supongo que un baile no me vendría mal. Con una condición.
―Contigo nada es sencillo, tesoro ―le digo suspirando―. ¿De qué se
trata?
―Hay algo por lo que tengo curiosidad. Y tienes que responderme con
sinceridad.
Me froto la mandíbula durante un minuto. Conociéndola, la pregunta
probablemente se desviará mucho hacia un terreno incómodo para mí.
Pero después de las altas tensiones del día, me siento obligado a dejarla
vencer al menos una vez.
―Vamos, tesoro. ―Le hago una seña para que tome mi brazo. Ella
asiente una vez, dejándome llevarla a la pista de baile, justo cuando la
canción cambia a algo lento.
Mis brazos rodean su espalda, atrayéndola hacia mí. Sonríe
inclinándose hacia delante y entrelazando las manos alrededor de mi
cuello. Estamos increíblemente cerca, su aroma es embriagador, y lo que
es aún más enloquecedor es sentirla entre mis brazos. Empezamos a
mecernos suavemente. Siento varios pares de ojos clavados en nosotros,
esperando, observando, curiosos.
―¿Qué quieres preguntar, Evans?
Parpadea y me mira. Con sus tacones de quince centímetros, apenas me
llega a la barbilla, pero sigue siendo más alta que la mayoría de las
mujeres que tengo delante. Me parece perfecta.
―Oh, eh... ―se muerde el labio inferior―. ¿Recuerdas cuando me
dijiste que siempre serías sincero conmigo? Dejando a un lado la
situación del guardaespaldas de hoy.
Pongo los ojos en blanco.
―Nunca te dije que no habría nadie siguiéndote. Pero sí, recuerdo que
prometí ser sincero. ¿Qué quieres saber?
―Tu negocio. ¿En qué consiste exactamente?
―¿Tienes dudas? ―Sonrío.
―Solo quiero saber en qué me estoy metiendo ―murmura.
―Es la mafia, tesoro. Lo que hacemos no es legal, ni de lejos.
―Por supuesto, lo sé. Pero, ¿qué es exactamente?
Empiezo a enumerar las nefastas actividades.
―Estamos en el negocio de la droga, la adquisición de armas de fuego,
el contrabando, el juego, algún secuestro ocasional.
―Asesinato ―continúa en un suspiro áspero―. ¿Tráfico?
Esa es toda una pregunta, y en sus ojos veo claramente que no estaría
conforme con ello.
―No traficamos con personas, Daniella. Mi padre lo prohibió. Todo lo
que tenga que ver con la venta del cuerpo humano, por ejemplo, la
prostitución, no es algo a lo que nos dediquemos.
Ella asiente.
―De acuerdo, supongo que puedo vivir con eso.
Sonrío inclinándome para hacerla girar una vez antes de acercarla.
―No es que tengas elección.
Tenía una y la rechazó. Ahora, nada en este mundo la alejará de mí.
Su mirada se desvía hacia dos mujeres, junto a la mesa de postres. La
inquietud oscurece sus ojos y eso me inquieta.
―¿Qué es? ―le pregunto.
Suspira.
―Les he oído hablar de nosotros. La gente está convencida que esta
boda es una farsa. Decían algo sobre que los D'Angelo nunca se
vincularían a Industrias Evans.
Mi mandíbula se tensa.
―Que se vayan a la mierda.
―Estoy de acuerdo, pero ¿podemos culparles? Acabamos de aparecer
así, comprometidos, sin haber aparecido anteriormente juntos.
Naturalmente, sospechan. Creo que deberíamos hacer algo para disipar
sus dudas.
―¿Algo como qué?
Sus mejillas se tiñen de rojo cuando sus ojos se encuentran con los
míos.
―Quizá podrías besarme. Solo una vez, un picotazo muy rápido o algo
así.
―Un picotazo rápido ―digo secamente aun cuando mi cuerpo se
acalora ante la sugerencia.
―Sí, en mis labios.
Mi mano abandona su cintura acercándola a su mejilla, acariciándola
suavemente.
―Cuidado con lo que pides, tesoro. Si te beso, no va a ser un jodido
picotazo.
Sus ojos se agrandan y sonrío ante la evidente muestra de nerviosismo
en su rostro.
―Hazlo.
No debería ceder a su exigencia. Pero me interesa ver si un beso será la
respuesta a la pregunta que ronda mi cabeza todas las noches. La
respuesta a la enloquecedora conexión que siento con ella y a la
electrizante energía de la que no puedo escapar en su presencia. La acerco
aún más, inclinando su cabeza hacia la mía. Sus labios se entreabren y sus
ojos se cierran cuando me inclino hacia delante.
Chispas recorren mi piel cuando nuestros labios se tocan, y la sangre
me retumba en el oído cuando el aire entre nosotros se caldea. Me rodea
el cuello con los brazos, apretándome contra ella. Un gemido sordo vibra
en mi boca cuando acaricio con la lengua el borde de sus labios, exigiendo
entrar.
Sabe a fresas, a deseo y a enloquecedora lujuria. Acaricio su nuca,
inclinando la cabeza para profundizar el beso, pero Daniella se aparta.
Aprieto los dientes ante el repentino frenazo. Ella respira con dificultad,
ambos lo hacemos.
―Creo que hemos disipado sus dudas ―dice finalmente.
Y entonces recuerdo que estamos en público, en una sala llena de
socios, miembros de la alta sociedad y algunas de las personas más
peligrosas de Nueva York. No puedo creer que perdiera así el control. Lo
único que hizo ese beso fue confirmar lo que ya sabía desde el principio.
Daniella Evans es perjudicial para mi cordura.
Capítulo 13

Daniella
Calor líquido, ojos dorados y palabras sucias susurradas en mi oído por
la noche.
Es aterrador y asombroso a la vez. Pero todo es un sueño, un deseo.
Christian no me ha tocado desde la noche de la gala benéfica. Y no estoy
segura de querer que lo haga. Han pasado dos días y, si no lo supiera,
diría que me ignora. Pero estoy casi convencida que también me he
esforzado por evitarle, por lo tanto cada cual anula al otro. Esto es un
punto muerto, y hasta que uno de los dos no dé un paso adelante, nuestra
relación se reducirá a miradas hacia atrás y saludos en forma de
gruñidos.
Y todo por culpa de un besito.
Uno estremecedor y alucinante, seguro. Pero eso es irrelevante.
Por supuesto, unido a mi ya de por sí mierda de semana,
fastidiosamente confusa, mi cuerpo decide traicionarme cuando me
despierto por la mañana con la regla. Maldigo suavemente en voz baja,
rodando hacia un lado y cubriéndome la cabeza con el edredón.
Supongo que hoy no saldré de la cama.
Cuando llega la noche, soy prácticamente una ermitaña, ventanas
cerradas, luces tenues y silencio me rodean. No he comido nada en todo
el día, pero apenas tengo apetito. Mi cuerpo trabaja en mi contra.
―¿Qué te ocurre, Evans?
Me doy la vuelta para mirarle fijamente. Traje negro, sombras negras,
mirada penetrante.
―Hola cariño ―saludo, mi tono seco―. Llegas pronto a casa.
―Parece que estés en tu lecho de muerte.
―Créeme, me siento como si estuviera en mi lecho de muerte.
―¿Calambres menstruales? ―pregunta frunciendo el ceño.
Christian es tan perspicaz que podría leer la mente. A veces me
preocupa que sepa exactamente lo que estoy pensando con solo mirarme
a la cara. Es molesto.
―Mi útero me está castigando por no haberme quedado embarazada
este mes ―gimo, encogiéndome en posición fetal cuando me golpea una
dolorosa oleada de dolor que me atraviesa como una hoja dentada,
obligándome a doblarme sobre mí misma.
Creo que Christian quiere sonreír ante mis palabras. El pulso me ruge
en los oídos y gimo de dolor, lo que hace que sus ojos ambarinos se
oscurezcan.
―Te está doliendo ―me dice en voz baja.
―Sí, eso es lo que connota el término «calambres».
Sacude la cabeza.
―Ni siquiera ahora puedes evitar mostrarte listilla, ¿verdad?
―Deja de hablarme. Ahora mismo no puedo soportar tu voz.
Para mi sorpresa, se calla. Cierro los ojos para soportar el dolor y,
cuando vuelvo a abrirlos, la puerta se está cerrando tras él.
Por favor, dime que no me ha dejado cuando estoy a punto de morir.
Una parte de mí se ha alegrado un poquito porque haya venido a ver
cómo estaba. Significa que le importo, y tal vez, solo tal vez, ocupo más
espacio en su cabeza de lo que dice. A Christian no parecía importarle
mucho más que su familia, los D'Angelo y el trabajo. Pero de vez en
cuando, me asomo a la persona que hay debajo de todas sus obligaciones
y, en cierto modo, esa persona me gusta.
Con un resoplido, me entierro de nuevo bajo el edredón, dispuesta a
dormir. Pero seamos realistas, no hay forma de conciliar el sueño esta
noche. No cuando me están destrozando por dentro.
Es genial ser mujer.
Christian vuelve una hora después. Abro un párpado y lo veo entrar en
mi habitación con dos bolsas de la compra en la mano. Mis ojos se abren
desmesuradamente y me obligo a incorporarme al tiempo que deja las
bolsas sobre la mesa. Arqueo una ceja en señal de pregunta.
―¿Qué es todo eso? ―pregunto cuando me mira de frente.
Exhala un suspiro.
―Un kit de cuidados. No estaba seguro de lo que usabas, así que hablé
con un médico y me sugirió ibuprofeno para el dolor. De modo que te he
traído unos cuantos.
Se me encoge el corazón cuando abre una de las bolsas. Saca una
botella de agua y un frasco de pastillas. Se acerca y me las da. Las cojo
con cautela.
―No tenías por qué hacer esto ―le digo con recelo, aceptando las
pastillas y el agua.
Me mira a la cara mientras tomo las pastillas antes de devolverle el
frasco.
―Quise hacerlo ―responde ásperamente―. ¿Cuál es tu chocolate
favorito?
―¿Qué? ―pregunto, estupefacta.
―He leído que a algunas mujeres les gusta comer chocolate para
aliviar la menstruación.
Me quedo mirándolo durante varios segundos incómoda.
―Has investigado y has llamado a un médico... ―Me quedo
pensativa―. ¿Por qué?
―Porque tienes dolores. No iba a quedarme sentado viéndote
agonizar. Quería ayudarte a sentirte mejor.
―Pero, ¿por qué? ¿Por qué quieres ayudarme a sentirme mejor?
―En serio, tesoro, esta línea de preguntas es tediosa. ¿Quieres chocolate
o no? Tengo dos bolsas llenas.
Mi boca se curva en una sonrisa.
―Un Snickers estaría bien.
Coge una barrita y me la da. Rompo el envoltorio y la muerdo con un
suave gemido. Christian sigue mirándome mientras engullo toda la
barrita. Cuando acabo, recoge el envoltorio. No me avisa cuando presiona
mi frente húmeda con el dorso de la mano.
―Tienes fiebre ―dice en tono acusador.
―Estaré bien. Seguro que el ibuprofeno ayudará.
―Túmbate ―ordena.
Frunzo el ceño.
―Sabes, no tienes que ser tan mandón.
―Daniella.
Con un suspiro, caigo de espaldas, mirándolo fijamente. Parece tan
intimidante, más grande que la vida. A la escasa luz del atardecer, sus
ojos se oscurecen al evaluarme casi clínicamente. Se acerca para pasarme
la mano por la frente, esta vez no para tomarme la temperatura.
Agradezco el contacto, el calor que emana de su cuerpo me distrae del
dolor.
―¿Te vas a ir ya? ―pregunto bostezando, sintiendo que el sueño
empieza a arrastrarme.
―No, tesoro. Me quedaré.
Cuando me duermo, vuelvo a soñar. Calor líquido, ojos dorados y
palabras sucias susurradas en mi oído por la noche.
Cuando llega la mañana, ya se ha ido. Pero sé que se ha quedado. Hay
una manta en la silla, junto a mi cama. Una sonrisa adorna mis labios al
ponerme en pie. Me siento mucho mejor. Entonces mi mirada se fija en el
cuenco y el paño húmedo de la mesilla de noche. Christian debe haber
intentado bajarme la fiebre cuando dormía.
Lo primero que hago es ducharme y luego bajo en busca de comida.
Mis pasos se detienen cuando entro en el salón, porque él sigue aquí. Son
las diez de la mañana y Christian no se ha ido a trabajar. Eso es
prácticamente inaudito.
―¿Por qué sigues en casa? Me mira, sus ojos recorren mi rostro y mi
cuerpo como buscando indicios, haciéndole ver que estoy bien. Mis
calambres suelen durar solo un día, gracias a Dios. Así que debería estar
bien.
―Quería asegurarme que estuvieras bien ―me dice bruscamente antes
de volver a centrar su atención en el teléfono. Juro que lleva el aparato
pegado a la mano.
Sigo de pie en la entrada, sin saber qué hacer. Ayer por la noche se
comportó de la manera menos Christian posible y no sé qué hacer.
―Hola a ti también, Dany. Me complace que me hayas saludado ―me
dice secamente Topher, interrumpiendo mis pensamientos.
Mi mirada se desvía hacia él. Está sentado a la izquierda de Christian,
con el cabello oscuro más allá de los hombros y unos ojos castaños
rebosantes de picardía.
―Bonito bigote ―le digo, dando un paso adelante y tomando asiento
frente a él.
Topher se acaricia el cabello alrededor de la boca con una sonrisa.
―Me alegra que te guste.
―Eso ha sido sarcástico. Lo odio.
Frunce el ceño.
―Cuando se trata de mi nivel de atractivo, cognata, tú no cuentas.
Sobre todo, desde que te metes en la cama con mi hermano.
Mis mejillas arden. Christian ignora el comentario, fingiendo que ni su
hermano ni yo estamos en el comedor con él. No me molesto en corregir
la idea de Christopher de acostarme con su hermano.
―¿Dónde has estado? ―pregunto, cambiando de tema.
―Argentina ―responde―. Ha sido un infierno de diversión.
―Debe ser agradable viajar de un sitio a otro y gastarte todo el dinero
que quieras sin tener trabajo ―musito.
Sus ojos se entrecierran ante el golpe y Christian pone los ojos en
blanco.
―Tú tampoco tienes trabajo, tesoro.
―Sí, ¿y de quién es la culpa? Obtuve un título y seguidamente me
encadenaron con un matrimonio. Además, si te dijera ahora que quiero
conseguir un trabajo, ¿me dejarías?
Se lo piensa un momento antes de frotarse la mandíbula.
―No.
―Exactamente a lo que me refiero.
―Cómete el desayuno ―me ordena―. No has comido nada desde
ayer.
A regañadientes, cumplo. Pero solo porque me muero de hambre.
Christopher mira de su hermano a mí y luego de nuevo a su hermano.
Sonríe.
―Ci tieni a lei 1 ―le dice a su hermano.
Los ojos de Christian brillan irritados.
―Ella entiende italiano, lo stupido.
―En realidad ―digo―, no tengo idea de lo que acaba de decir Topher.
Tomé algunas clases, pero mi italiano no es tan bueno.
Me lanza una mirada.

1 Ci tieni a lei: Te preocupas por ella.


―¿Por qué tengo la sensación que estás mintiendo, tesoro? Es
suficientemente bueno como para que hayas entendido lo que significa
cuciollo.
―Sí, porque esa palabra se me quedó grabada por alguna razón, pero
te juro que no sé mucho. Aunque pienso aprender ―le digo con tono
apaciguador.
Entrecierra los ojos, pero no insiste.
―Entonces, ¿qué dijo Topher?
―Me preguntó si me preocupo por ti ―cede.
―Técnicamente, no he preguntado ―interviene su hermano.
―¿Y, ¿lo haces?
Nuestras miradas se cruzan, el aire de la sala aumenta unos grados.
Christian aparta primero la mirada y la dirige hacia su teléfono.
―Cómete el desayuno, Evans ―gruñe.
Suspiro suavemente. Los ojos de Christopher prácticamente centellean
emocionados. Es a él a quien hay que comparar con un maldito cuciollo.
―He tenido una idea ―comienza.
―No me interesa ―afirma su hermano.
―Vamos, fratello, escúchame.
Christian suspira antes de levantar finalmente la vista.
―Deberíais celebrar una fiesta de compromiso ―dice.
Incluso antes de responder, ya sé que Christian va a rechazar esa idea.
―Eso no va a pasar, Toph.
―Vamos, Chris, escúchame. Daniella está encerrada aquí,
probablemente aburrida como una ostra. Hacer una fiesta estaría bien.
―Solo quieres una excusa para ir de fiesta.
―No, lo sugiero porque os conviene a ambos. Dany puede invitar aquí
a sus padres y amigas, y nosotros podemos llamar a algunos miembros
de la familia. Un acto formal que signifique la alianza entre las familias.
Tiene razón, pero a Christian no le gusta tener gente en casa. Es su
trastorno obsesivo-compulsivo, y estoy convencida que se sentiría muy
incómodo con tantos cuerpos aquí dentro.
―No tenemos que hacer una fiesta ―afirmo.
Topher frunce el ceño.
―Oh, vamos, cognata. Te prometo que será divertido. Yo me encargaré
de todos los preparativos.
―¿Se supone que eso debe convencerme? ―pregunto secamente.
Me fulmina con la mirada. Christian se aclara la garganta antes de decir
simplemente.
―Puedes celebrar la fiesta.
Mis cejas se alzan.
―¿Qué?
―He dicho que una fiesta está bien, Daniella ―repite, su tono cortante.
Mis ojos se encuentran con los suyos.
―¿Estás seguro? Porque si no quieres hacer una fiesta, estoy bien sin
ella.
Christian levanta una ceja.
―¿Quieres celebrar la fiesta?
―Sí.
―Entonces haremos la fiesta ―afirma―. Pero tú te encargarás, no
Toph.
―Duro, fratello ―dice su hermano con un mohín.
―Mamá volverá en un par de semanas ―anuncia Christian momentos
después.
Christopher sonríe.
―¿Se cansó finalmente de Venecia? Echo de menos a esa anciana.
―Eso la convertiría en alguien igual a ti. Siempre se mete en mi mierda
―refunfuña Christian.
―Así es como demuestra que se preocupa.
Christian sonríe.
―Eres un niño de mamá.
―Si yo soy un niño de mamá, supongo que eso te convierte a ti en un
niño de papá.
Nada más decirlo, desearía que no lo hubiera hecho. Puede que Topher
no se dé cuenta, pero el más mínimo indicio de tensión se arrastra por la
postura de Christian. Topher tuvo suerte, al ser un niño de mamá, pudo
escapar. Ser un niño de papá probablemente hizo que Christian perdiera
partes de su alma que jamás recuperará.
Se pone en pie.
―Hasta luego, tesoro.
Asiento con la cabeza y lo veo marcharse con un suspiro. Topher se
vuelve hacia mí.
―¿Qué tiene que hacer un tipo para recibir reconocimiento aquí?
Sus palabras me hacen sonreír.
―¿Ser menos hermano pequeño irritante? ―sugiero.
Pone los ojos en blanco antes de continuar con su desayuno. Después
de eso, Christian no deja de darme vueltas en la cabeza. Se ha convertido
en un problema. Es como un virus del que no puedo librarme,
arrastrándose por los bordes de mi cerebro.
Cuando vuelve a casa esa noche, estoy en las escaleras esperándolo.
Pero esta vez no estoy dormida.
―Es más de medianoche, Daniella ―comenta, fijándose en mi
posición.
No podía dormir. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, una inquietud
jugaba bajo mi piel.
―Odio las conversaciones sin resolver ―le digo―. Me carcome.
―¿Qué conversación no está resuelta? ―pregunta curioso.
Lo miro fijamente a los ojos, los latidos de mi corazón agitados. Está
frente a mí, una sombra formidable envuelta en negro. A veces me
pregunto cómo sería ser su enemigo. La palabra 'desagradable' parpadea
en mi mente, pero sé que no sería tan fácil.
―Me besaste ―afirmo.
―Porque tú me lo pediste ―bufa―. ¿Qué pasa, tesoro? ¿Piensas en ello
a menudo?
Mis mejillas se acaloran y niego con la cabeza. La mirada oscura de
Christian baja hasta mis muslos desnudos y, de repente, el aire entre
nosotros se carga de un cosquilleo ardiente. Me pongo en pie, dejando
que la camiseta grande que llevo caiga sobre mis pantaloncillos.
―Ya te gustaría ―replico.
Me lanza una mirada seca.
―Bien, Evans. Eso ha sido muy maduro.
―¿Qué quieres que te diga?
Se apoya en la barandilla de la escalera.
―Tú eres quien ha iniciado esta conversación. ¿Qué tienes que decir?
―Yo... ―Me detengo―. Estoy confundida, ¿vale? Un día me besas y
luego no te veo durante días. Después me cuidas y actúas como si te
importara.
―Me voy a casar contigo, Daniella. ¡Por supuesto que me importa!
―Esa no es la cuestión ―digo ásperamente, sintiendo cómo se
acumula la tensión en mi interior.
Ladea la cabeza.
―¿Cuál es la cuestión?
―Solo quiero saber qué significa este acuerdo.
―¿Qué significa este acuerdo?
Mis ojos se entrecierran.
―Sabes, ahora estás actuando lentísimo.
Christian suelta una risita oscura.
―Eres tú la que está intentando averiguar si voy a follarte.
Me quedo con la boca abierta.
―Eso... eso no era lo que quería decir, maldita sea.
―¿En serio, Daniella?
Puede que Christian parezca un caballero y suene como tal, pero es en
momentos como este cuando veo quién es en realidad. Debería
ofenderme por sus palabras groseras y bruscas, pero lo único que
consigue es avivar el ardor que recorre mi espalda.
―No importa ―le digo como la cobarde que soy. Me muevo para subir
a mi habitación, pero se acerca cogiéndome de la muñeca.
―No corras.
No estoy segura si lo dice en general o si está diciendo que no huya de
él. En cualquier caso, la sensación de su mano sobre la mía me mantiene
en mi sitio.
―Esto también es confuso para mí, Evans ―murmura.
―Pero puedes sentirlo, ¿verdad? ¿Esta loca atracción?
―Loca ―susurra en voz baja―. Enloquecedora es más apropiado,
tesoro.
Cuando mis ojos se encuentran con los suyos, son dos charcos oscuros.
La mirada de su rostro es abrasadora, candente y fría como la quemadura
de un cubito de hielo sobre la piel.
―Podríamos hacerlo ―dice―. Sacarnos a ambos de nuestra miseria.
Me arde el estómago con la pregunta.
―Pero no lo haré ―continúa Christian―. Que seas mi prometida
complica mucho más las cosas que dos personas encaprichadas la una de
la otra.
Tiene razón. Sé que tiene razón. Claro que quiero acostarme con él,
pero hacerlo difuminará las líneas de nuestra ya confusa situación.
―Vale ―finalmente digo.
―¿Vale? ―pregunta, con alivio brillando en sus ojos.
―Sí. Olvida lo que he dicho. Buenas Noches.
Esta vez, cuando intento irme, no me lo impide. Sin embargo, siento
que sus ojos me persiguen, y no ayuda que cada fibra de mi ser quiera
volver corriendo hacia él.
Definitivamente, estamos muy jodidos.
Capítulo 14

Christian
Mi mandíbula se endurece mientras miro a mi hermano a la cara.
Parece que la visita de Topher a Argentina no fue tan inocente como él
hizo parecer. En estos momentos, es ajeno a la tormenta que se está
gestando bajo mi calma.
Recojo una carpeta de mi mesa y la abro, entregándole algunas fotos.
Arquea una ceja interrogante, pero finalmente acaba hojeándolas.
Cuando vuelve a mirarme, tiene los ojos muy abiertos y la cara un poco
más pálida que cuando entró aquí. Carlo está de pie a un lado, con el
rostro cuidadosamente inexpresivo. Me está dejando que me ocupe de
nuestro hermano pequeño.
―Christian ―comienza Topher, pero hasta ahí le dejo llegar.
―Te follaste a una mujer casada y conectada.
Sus manos se cierran en puño.
―Fue un accidente. Estaba jodidamente borracho. No supe quién era ni
que estaba casada hasta la mañana siguiente.
Topher retrocede cuando me pongo en pie, rodeo la mesa y me coloco
frente a él.
―¿Una mujer casada? ¡Papá se habría cabreado, Topher!
―¡He dicho que no lo sabía! ―replica.
―¡Cierra la puta boca! Sé que eres inmaduro, pero no creí que también
fueras estúpido. Y de todas las mujeres casadas a las que follarte, tenías
que elegir a una cuyo marido tiene vínculos con Desantos. Tu estúpido
error de mierda puede llevar a una guerra. ¿Lo entiendes?
―¿No puedo disculparme? ―pregunta.
Ni siquiera me lo pienso, echo la mano hacia atrás y le doy un
puñetazo en la mandíbula. Se tambalea hacia atrás antes de enderezarse,
frotándose la zona que sin duda se le hinchará en unas horas.
Una vena me palpita en la sien cuando él sigue imperturbable.
―¿No tienes nada que decir?
Su mirada se cruza con la mía, dura e inquebrantable. En momentos así
parece un verdadero D'Angelo.
―Estoy convencido que sabrás manejarlo, Chris. Igual que manejas
todas las demás mierdas que salen mal en nuestras vidas.
Estoy a punto de golpearle de nuevo, pero un leve movimiento de
cabeza de Carlo me detiene. Una terrible calma desciende sobre mí,
mirándolo fijamente.
―Estás desvinculado. A partir de hoy, no tienes acceso a los fondos de
la familia.
Topher se queda con la boca abierta. Ahora que está viendo las
consecuencias de sus acciones, definitivamente no le gustan.
―¿Cómo demonios se supone que voy a sobrevivir?
―Consigue un trabajo. ―Me encojo de hombros.
―¡No pienso trabajar jodidamente para ti! ―suelta.
Me invade una rabia explosiva.
―Nunca te lo he pedido, joder. De todas formas, no me servirías para
nada.
A Topher le gusta ir por ahí actuando como si fuera mejor que yo o
Carlo por el simple hecho de no tener las manos manchadas de sangre, y
aunque es jodidamente injusto, he intentado que no me importe una
mierda. Me pusieron aquí para ser responsable de él, no para
corromperlo. Si no le interesa, no lo obligaré.
Se calla, su expresión amotinada al mirarme.
―Vas a darle un buen uso a ese bonito título de ingeniero que te
sacaste hace unos años y vas a conseguir un trabajo. Estoy seguro que
Carlo te ayudará. Ahora, lárgate.
Tras un largo silencio, tensa la boca y se da la vuelta para marcharse.
Pero antes se vuelve para mirarme.
―Te gusta actuar como si fueras juez, jurado y verdugo, pero un día
eso te va a morder en el culo, Chris. No puedo decir que no disfrutaré
viéndolo.
Me recorre una rabia mortal. Entonces Carlo da un paso adelante y
dirige a Topher una mirada dura.
―Discúlpate. No se habla así al Don.
Mi hermano menor se ríe.
―Esta es la razón por la que es así. Le ha crecido un puto complejo de
Dios porque sigues comiéndole el culo.
Los ojos castaños de Carlo se entrecierran y, más rápido de lo que
puedo parpadear, intenta lanzar un puñetazo de los suyos a la cara de
Topher, pero este lo esquiva.
―Le mostrarás respeto al Don.
―¡El Don es mi puto hermano! ―explota Topher.
Resoplo ante la escena. Nunca quise que llegara a este extremo.
―¿Crees que mamma estaría orgullosa de vernos así? ―pregunta,
mirando de mí a Carlo.
―Mamma no estaría orgullosa si se enterara que te has follado a esa
mujer casada ―afirmo.
Se hace el silencio. La cara de Topher se pone blanca ante mis palabras.
Después de todo, ha hecho algo indebido. Y que se comporte así por su
castigo es una clara señal de su inmadurez. Me arreglo la chaqueta del
traje, rodeo mi escritorio y tomo asiento.
―Lárgate, Toph ―musito.
No hace falta que se lo diga dos veces. Sale de mi despacho dando un
portazo.
Jesús, es un jodido crío.
―Pon a alguien tras él ―le digo a Carlo―. Antes que cometa una
estupidez aún mayor que la que nos ha metido en este lío.
―Iré tras él ―dice mi hermano, saliendo a toda prisa.
Consigo quedarme en mi despacho treinta minutos más, a pesar de mi
fuerte dolor de cabeza. Decido volver a casa, pero al salir al bar me
encuentro con otro problema.
―Jefe ―ronronea Loretta, pasando sus largas uñas por mi camisa―. Te
he echado de menos.
La miro. Pelo largo y oscuro, labios pintados de un rojo carmesí. Lleva
unos minúsculos pantalones cortos y una camiseta que definitivamente
no es apropiada para este tiempo. Sus tetas están literalmente en mi cara
en este momento. Loretta solía trabajar aquí, sirviendo bebidas a los
hombres, hasta que una noche de borrachera cometí el error de meterme
en la cama con ella... No era propio de mí, y teniendo en cuenta que no
cagaba donde comía, decidí despedirla. Y luego, como el sexo era tan
bueno y ella volvía a por más, decidí seguir complaciéndola.
Sin embargo, el arrepentimiento es una perra. Y me está mirando a la
cara.
―Loretta ―contesto―. Ha pasado tiempo.
―Pienso exactamente lo mismo ―dice con una sonrisa burlona―.
¿Quieres que vayamos a mi apartamento a conocernos de nuevo?
Entrecierro los ojos. La chica tiene pelotas. Sin duda se ha enterado de
mi compromiso, pero sigue haciéndome proposiciones a la vista de todos
mis hombres. Gruño y agarrándola del brazo la acompaño de vuelta a mi
despacho.
―Pareces enfadado ―le dice con un mohín.
―¿Realmente necesitas que te lo deletree?
―¿Es por esa mujer que tienes en tu casa? Tienes una nueva mujer y
me has apartado, ¿es eso?
―Sí ―digo sin rodeos.
Sus ojos verdes brillan doloridos. No debería haber dejado que se
encariñara tanto. Normalmente no cometo ese error, pero la chica es tenaz
Simplemente no se rinde, joder.
―¿Intentas herir mis sentimientos? ―grita ella.
Suspiro pasándome las manos por el cabello.
―¿Chupa la polla mejor que yo? ¿es eso?
Mi mandíbula se aprieta cuando mi polla se endurece ligeramente al
oír eso. Debo sentirme muy frustrado sexualmente si eso es todo lo que
hace falta. O quizá sea la imagen de Daniella arrodillándose ante mí.
Conociéndola, tendría que pelear antes de hacerlo voluntariamente. No
es que quiera que lo haga. Mierda, no lo sé.
Anoche, estaba hablando con el culo, quitando el sexo de la mesa. Pero
ella me sorprendió. Podría haberla besado entonces, llevarla a mi
habitación y follármela como he querido desde hace tiempo, pero
Daniella es para siempre. Y para siempre es mucho tiempo. No puedo
estropear las cosas tan pronto.
―No hables así de mi prometida ―afirmo, con voz áspera.
―Estás siendo malvado, Christian ―se queja.
Joder, ¿qué piensa esta mujer de mí?
―Siempre soy malvado contigo.
―Sí, pero eso es en la cama ―me dice, agitando las pestañas. Da un
paso adelante, colocando su mano en mi cuello. ―. ¿Recuerdas lo bien
que nos lo pasábamos?
Me pasa un pulgar por la mandíbula.
―Eso es historia, Loretta.
Su mirada se enciende, justo antes de empezar a besarme el lateral del
cuello. Normalmente, esto me excitaría, pero me siento frío. Vacío. No es
la mujer que quiero.
―No tiene por qué ―susurra Loretta, cerca de mis labios.
La empujo.
―Escucha, Loretta. Lo hemos pasado bien, realmente. Pero esto está
acabado, joder. Teniendo en cuenta que ya no trabajas en este pub, no
quiero volver a verte en un radio de quince kilómetros. ¿Lo entiendes?
Ella quiere decir algo en respuesta, pero debe ver algo en mi expresión,
porque asiente entrecortadamente, mirándose los pies. Estoy a punto de
salir del despacho, pero me lo pienso mejor antes de detenerme a
susurrarle al oído.
―Y si vuelves a hablar de Daniella o a faltarle al respeto de alguna
manera, te arrepentirás.
Sus ojos se agrandan y se vuelven temerosos al encontrarse con los
míos.
―Odiaría estropear esa cara tan bonita que tienes.
Se marcha y, al cabo de unos minutos, yo también. Pensar tanto en
Daniella me está trastornando la cabeza y ahora quiero verla. Así que me
dirijo a casa, a pesar de ser mediodía.
No está en su habitación cuando llego. Reviso el gimnasio del sótano,
pero tampoco está allí. Una asistenta pasa a mi lado y le digo que se
detenga.
―¿Dónde está? ―pregunto yo, sin necesidad de aclarar de quién estoy
hablando.
―Está en su sala de arte, señor.
Mi cabeza se inclina hacia un lado. Según la asistenta, Daniella no deja
entrar a nadie en la habitación, y admito que siento curiosidad por saber
qué hace ahí dentro.
―¿Qué habitación? ―pregunto.
Me lleva hasta allí y, justo cuando estoy a punto de abrir la puerta, sale
Daniella. Sus ojos se amplían al verme.
―¿Ha pasado algo? ―pregunta ella―. Llegas a casa a una hora
intempestiva.
―Son las tres, Evans.
―Quise decir intempestiva para ti. A la mayoría de la gente normal no
le importa dar la cara por la tarde. Yo solo consigo verte por la noche o
por la mañana. ¿Seguro que estás bien? ¿Y si te fundes?
La diversión me invade.
―¿Fundirme?
―A los vampiros no les gusta el sol.
―¿Así que ahora me estás comparando con un vampiro?
―Aún no he visto ninguna prueba de lo contrario.
―Los vampiros tienen colmillos, ¿no? Pero yo no muerdo, tesoro.
―Mentiroso.
Una sonrisa se dibuja en mis labios.
―No te morderé a menos que me lo pidas.
Entrecierra los ojos, aunque el rubor de sus mejillas delata que mis
palabras la afectan.
―De verdad, ¿qué está pasando? Topher y Carlo han aparecido hace
unos minutos. Topher estaba gritando y se ha ido con su maleta.
Me encojo de hombros.
―No le pedí que se mudara, pero supongo que el castigo será más
efectivo así.
―¿De qué estás hablando?
―De nada ―digo, exhalando bruscamente. Mis ojos se fijan en un poco
de pintura amarilla en un lado de su cara y sonrío, acercándome para
limpiarla―. ¿Me dejarás entrar alguna vez?
―Dudosamente ―gruñe―. Nadie puede ver mis cuadros.
―Fuiste a la universidad para aprender, ¿no? Seguro que entonces
tuviste que enseñar tus cuadros.
―Cierto, pero no estos cuadros concretamente.
Eso despierta aún más mi curiosidad.
―¿Por qué no estos?
―Porque son especiales para mí. Son... ―Se detiene y, su mirada se
dirige a mi camisa―. Llevas algo de zorra encima ―me dice, su voz
mortalmente calmada.
Señala el cuello de mi camisa y mis ojos se fijan en la mancha roja.
Pintalabios.
Maldita Loretta.
―Daniella ―comienzo a explicarle pero ni siquiera me oye.
―¿Sabes qué, Christian? Vete a la mierda.
Pasa a mi lado, alejándose en dirección a su habitación. Mi pecho se
llena de frustración.
Hoy no es mi puto día.
Capítulo 15

Daniella
Te juro, antes de mudarme con Christian, era una persona mucho más
tranquila.
Pero cada vez que estoy cerca de él, siento como si estuviera en una
batalla perdida contra mi cordura. Cuando se abre la puerta de mi
habitación, me giro hacia él.
―¡Entiendo que nunca tuvimos la conversación sobre la monogamia,
pero creí que lo habías dejado bastante claro cuando explotaste contra mí
por hablar con mi ex! ―grito.
Su mirada se endurece ante la mención de Joshua.
―No te conviene hablar de él en este momento.
―Cierra la maldita boca, Christian.
Su mandíbula se aprieta.
―Y tú, definitivamente, no me hables así.
Cruzo los brazos sobre mi pecho, mirándolo.
―Si tú no vas a ser fiel, entonces yo tampoco.
Cruza la habitación hacia mí. Antes siquiera de poder parpadear, me
tiene contra la pared, con sus ojos llameantes y asesinos. Trago saliva, con
el corazón acelerado en mi pecho.
―Cuidado, Daniella. Decir cosas así puede llevarte a situaciones con
las que no te sentirías cómoda. Si tocas a alguien que no sea yo, está
muerto.
Me rio amargamente.
―Esa es tu reacción visceral a todo. ¡Armas, asesinatos!
―¿Cómo prefieres que reaccione?
―¡Me importa una mierda! Solo desearía que el hombre con el que
pensaba casarme no estuviera jodiendo a mis espaldas. Pintalabios,
Christian. Hablando de clichés. ¡Te creía más listo!
Me suelta y da un paso atrás. Veo cómo se arregla los puños de la
camisa.
―No me he estado follando a nadie a tus espaldas.
―¡Mentira!
Deja escapar un suspiro frustrado.
―No sé cómo se supone que tengo que demostrártelo, Evans.
―¡Eso es probablemente porque eres un cabrón, infiel y mentiroso!
―¡Nunca te he sido infiel, joder! ―grita Christian.
Por un momento, me quedo en silencio. Nunca levanta la voz. Nunca
tiene que hacerlo; ya es bastante aterrador sin tener que gritar. Parpadeo
una, dos veces, antes de suspirar.
―¿Sabes qué? No importa. Supongo que no puedo culparte. Nunca
dijimos nada de ser exclusivos.
Sus ojos se vuelven más oscuros.
―Somos jodidamente exclusivos, tesoro. El pintalabios es de una mujer
llamada Loretta.
Realmente no necesitaba saber su nombre.
―Ni una palabra hasta que termine de explicarme ―me advierte
sombríamente. Me trago mi réplica y lo miro sin comprender.
―Hoy me ha tendido una emboscada en el pub…
Tengo que interrumpir... ¿El mismo pub en el que no se admiten
mujeres?
―Solía trabajar allí. Joder, Evans. Es una larga historia.
―Estoy escuchando.
Se lanza a una explicación detallada sobre Loretta y su relación.
Desgraciadamente, cuando termina, no estoy de ninguna manera
satisfecha.
―Así que te acostaste con ella varias veces y hoy ha venido a
proponértelo y la has rechazado ―afirmo.
―Eso es exactamente lo que he dicho.
―Ya, lo siento, no te creo. Ningún hombre rechaza el sexo.
Se ríe secamente.
―Créeme, fue duro de cojones.
Mi mirada se estrecha.
―No estoy hablando de Loretta, Evans. Hablo de ti, de anoche.
Oh.
―Pero actuaste como si acostarte conmigo fuera lo peor que pudieras
hacer.
―¡Porque la alternativa era dejarte ver cuánto te metes bajo mi piel!
Por supuesto que quiero dormir contigo, Daniella. Es lo único en lo que
puedo pensar estos días.
El aire entre nosotros está sobrecargado eléctricamente. Su mirada me
clava y me trago el nudo que tengo en la garganta.
―No te acostaste con Loretta.
―Y no voy a hacerlo. La única mujer con la que quiero acostarme eres
tú.
―Qué romántico ―digo secamente.
―Cállate ―murmura, justo antes de agarrarme por la nuca y atraer mi
boca hacia la suya.
Jadeo, el calor estalla como fuego entre mis piernas y lame cada célula
de mi cuerpo. Me derrito en su abrazo, perdiéndome en el ardiente
deslizamiento de su lengua contra la mía. Mis pezones se tensan al rozar
su pecho, enviando chispas hacia abajo. Gimo contra su boca y Christian
gime en voz baja, tirando de mi labio inferior entre sus dientes.
Estoy temblando de necesidad, ardiendo con cada presión de sus
labios.
Se retira para susurrar contra mi boca.
―Somos exclusivos, Daniella. Nadie te toca, salvo yo. ¡Dilo!
Respiro con dificultad, mirándole fijamente, confusa por la lujuria.
―Mientras no toques a nadie más ―jadeo―. Nadie me toca salvo tú.
Christian se ríe sombríamente.
―Estoy deseando sacarte toda esa mierda de la boca.
―Me gustaría ver cómo lo intentas ―afirmo.
―¿Siempre tienes que tener la última palabra?
―Christian, céntrate ―le digo, dándole una palmadita en la mejilla―.
Estabas a punto de follarme.
Sus ojos se iluminan y hay un brillo en ellos, que me hace tragar saliva
nerviosamente. Nunca he sido una persona tímida, pero ahora, ante la
inminente aparición de lujuria a nuestro alrededor, no soporto mirarlo.
Mi mirada desciende hasta el suelo. Christian exhala fuertemente. Su
pulgar se acerca a mi barbilla y alza mi rostro.
―Mírame, Daniella. Mírame siempre ―me ordena en voz baja.
Sus manos ahuecan mi rostro y su mirada se vuelve turbulenta cuando
lo agarro del cabello y arrastro su boca hacia la mía, deslizando la lengua
entre sus labios. Christian sisea, elevándome para envolver sus caderas
con mis piernas. Presiona mi espalda contra la pared y me lame los labios.
Un fuego comienza a gestarse en mi interior, un deseo abrasador recorre
mi cuerpo. Me restriego contra él, desesperada por obtener más, incapaz
de encontrar la fricción que necesito.
―Tienes un sabor tan devastador, tesoro. Sabes a mí ―susurra entre
besos.
Algo caliente y feroz relampaguea en mi pecho.
―No soy tuya ―digo con obstinación.
Se ríe suavemente.
―Lo lamentarás. ―Se aparta y yo gimo al perder su calor.
―¿Qué haces? ―exijo con dureza.
―¿Qué quieres que haga?
―¡Ya lo he dicho! ¡Quiero que me folles! Quiero que me excites.
Intenta deslizarme por su cuerpo, pero mis piernas se tensan a su
alrededor. Puedo sentir lo duro que está bajo el material de su pantalón,
lo mucho que me desea. No me importa cuánto control tenga; no podrá
escapar de esto. Ni yo tampoco.
Christian se inclina, susurrándome al oído.
―Suplícamelo, Daniella.
Me resisto a sonreír. Si cree que me voy a someter tan fácilmente, es
que no me conoce bien.
―No ―murmuro, acercando mis labios a su cuello y succionando
suavemente. Arrastro mis labios hasta los suyos y, tras un segundo de
besar sus tibios labios, él me devuelve el beso, deslizando su lengua
contra la mía. Un dolor vacío palpita entre mis piernas a medida que me
restriego contra él.
Consigue deslizarme de nuevo hasta mis pies, apretando su cuerpo
contra el mío. Mi cuerpo se tensa cuando mete la pierna entre mis
rodillas, separándolas. Christian desliza sus dedos por mi muslo en una
perezosa caricia. Mis dientes se hunden en su labio inferior, la lujuria y el
desafío libran una guerra en mi interior. Veo la promesa en los ojos de
Christian. La seguridad en sí mismo, la confianza. Es irritante, pero ahora
mismo no puedo hacer nada al respecto.
Sus dedos rozan el material humedecido de mis bragas. Me agarro a su
hombro, clavándole las uñas en la espalda, cuando desliza mi ropa
interior a un lado y frota el pulgar sobre mi clítoris hinchado. Mi cuerpo
se sacude, me recorren temblores cuando Christian me besa con más
intensidad.
―Estás goteando sobre mi mano, tesoro ―dice Christian, con voz
áspera y oscura como el pecado―. ¿Seguro que no vas a suplicar?
―Vete al infierno. ―Jadeo.
Desliza un dedo en mi interior y mis ojos se cierran por sí solos. El
dedo me llena, estirándome, acariciándome y enroscándose, y justo
cuando creo que no puedo soportar la presión, añade otro. Mi cuerpo
empieza a temblar, en mi frente se acumulan gotas de sudor y lucho
contra el impulso de suplicarle que vaya más deprisa.
La presión empieza a aumentar. Y entonces, todo se detiene.
Abro los ojos y me encuentro con los suyos. Sonríe, aunque en sus ojos
hay una expresión extasiada. Su mano sigue en mi clítoris, acariciándolo
suavemente, pero no es suficiente.
―¿Quieres más? ―pregunta, pellizcándome ligeramente el clítoris con
los dedos.
Mis muslos se aprietan alrededor de su mano.
―Todo lo que tienes que hacer es decirlo, cariño ―me insiste sin dejar
de provocarme, rodeando ligeramente mi clítoris. Él da y él quita, sus
movimientos amenazando con volverme loca. Cuando desliza su mano
desde mi clítoris hasta el orificio de mi centro, jadeo suavemente.
Las palabras salen antes de poder detenerlas.
―¡Por favor, Christian! ―gimo.
La mirada que me dirige es la de un hombre que sabe que tiene el
control total y absoluto. Sus labios y sus dientes recorren mi garganta,
arrancándome un suspiro. Toda incertidumbre, todos los pensamientos
se olvidan cuando se pone de rodillas y me empuja el vestido hasta la
cintura presionando su rostro entre mis piernas.
Hay algo completamente edificante y fortalecedor en tener a un
hombre de rodillas delante de ti. Ningún hombre se me había arrodillado
así antes, pero ver a Christian y toda su bruta energía masculina
descender delante de mí es casi suficiente para hacerme alcanzar el
clímax en el acto.
Me aparta el tanga y desliza su lengua dentro de mí. Gimo. Mis caderas
se arquean y mis manos buscan su cabello. Mis piernas se abren más
cuando lame mi clítoris, un estremecimiento me recorre.
―Oh, Dios ―respiro, mis dedos se agarran a su cabello para sujetarlo.
Se libera de mi agarre y su boca desciende hasta mi entrada. Se me
escapa un gemido cuando empieza a follarme con la lengua. Se retira
para bajar mi tanga por mis piernas, tirando la tela hacia el suelo antes de
volver a presionar su cara entre mis piernas con un sonido satisfactorio.
Cuando se lleva el clítoris a la boca, se me ponen los ojos en blanco.
―¿Cuántos hombres te han hecho esto? ―gruñe, echándose hacia atrás
para mirarme.
Apenas le oigo. Las palabras se pierden en una nube de lujuria y deseo.
―¡Daniella! ―grita Christian, agarrándome de los muslos y deteniendo
sus caricias.
Mis ojos se agrandan y lo golpeo con las uñas. Una orden silenciosa
para que continúe. Sonríe.
―No hasta que me digas cuántos hombres te han comido.
―¿Quieres una maldita lista? ―Suelto un chasquido.
―¿Cuántos? ―gruñe.
Mi mandíbula se tensa.
―¿A cuántas mujeres se lo has chupado?
Sus ojos se oscurecen, pero quiero estrangularlo. Las cosas iban tan
bien. ¿Qué le pasa?
―Christian, juro por Dios que si tú...
―Dime cuántos hombres te han comido―insiste.
Mi cabeza vuelve a caer contra la pared mientras pienso en ello.
―No sé. Diez, quince ―digo, lanzando algunas cifras.
Sus manos me rodean con firmeza y desliza un dedo dentro de mí.
Sonrío ante el gruñido grave que emana de él.
―Dos ―confieso finalmente cuando añade otro dedo, entrando y
saliendo suavemente. Jadeo―. Solo dos hombres me la han metido.
Además de ti.
Parece satisfecho con esa respuesta, lo que resulta molesto.
―¿Quién fue el primero?
Mi primer instinto es gritarle y llamarle capullo pomposo. Luego
cambio de opinión, sonriendo satisfecha y mirándole a los ojos.
―¿De verdad quieres que esté pensando en mi ex ahora mismo?
Sus ojos brillan con algo feroz y peligroso. Se pone en pie, me da un
beso rápido en los labios antes de deslizarlos por mi cuello y succionar un
punto lo bastante fuerte como para dejarme un chupetón. Te juro que
nunca he conocido a un hombre más territorial. Intenta marcarme de
todas las formas posibles.
―No quiero que pienses en nadie más, salvo en mí ―me dice en voz
baja.
Mi corazón se aflige ante esa afirmación ya que puedo captar un
trasfondo emocional bajo sus palabras. Es un destello de Christian que le
gusta mantener oculto. Algo que probablemente considera una debilidad.
Pero la mirada vulnerable desaparece y de repente vuelve a ser Christian,
todo asperezas y palabras oscuras y aterciopeladas. Sus dedos se dirigen
hacia mi coño. Todo su cuerpo hace de jaula, manteniéndome encerrada
en este calor, esta lujuria y este deseo enloquecedor.
―Dime a quién pertenece esto ―murmura―. ¿A quién pertenece este
dulce coñito?
―Es mío ―jadeo, jadeando cuando su pulgar alcanza mi clítoris.
Desliza un dedo dentro de mí, arremolinando la humedad acumulada
y apretando aún más el clítoris con el pulgar.
―Si quieres correrte, tesoro, vas a tener que decirme a quién pertenece
esto.
Ojalá pudiera decir que tengo una voluntad de hierro y que me niego a
darle la satisfacción de doblegarme a su voluntad. Pero apenas desliza
otro dedo dentro de mí, llenándome y tocando un punto capaz de
ponerme los ojos en blanco, me rompo.
―A ti. Te pertenece.
Sonríe, satisfecho tras sus ojos ámbar.
―Vente para mí, cariño.
Sus palabras son un detonante haciéndome caer hacia la liberación.
Chispas arden detrás de mis párpados cuando estalla la presión. Me corro
tan fuerte que mis oídos pitan y me cuesta recuperar el aliento. Lo único
que me sostiene es Christian. Si se apartara, estoy segura de caerme al
suelo.
―Sei cossi bella ―dice en voz baja.
Esa es otra palabra que entiendo en italiano. Bella. Acaba de llamarme
bella. Mi corazón se contrae y el movimiento es tan doloroso que cierro
los ojos un momento. Al abrirlos, encuentro los suyos sobre mí. Su
respiración es irregular y su mirada está llena de algo suave y oscuro,
algo que no estoy segura de querer entender. Aparto la mirada y se
rompe el hechizo llenándose el aire de una repentina frialdad.
Ninguno de los dos se mueve ni hace ruido. Entonces Christian se
aclara la garganta y se aleja. Por suerte, mis miembros ya funcionan.
Consigo bajarme el vestido, esperando que mis mejillas no estén tan
coloradas como las siento. No reconozco la expresión en el rostro de
Christian. Sus ojos están cuidadosamente inexpresivos, eludiendo toda
emoción.
Pero si algo me ha enseñado esta situación es que se preocupa. En lo
profundo, se preocupa. Y puede que eso le disguste. No obstante, no me
resisto a esperar que pueda significar algo para nosotros.
―¿Puedo preguntarte algo? ―pregunto en voz baja.
―Me lo vas a preguntar independientemente de lo que yo diga, tesoro
―responde, con voz rasposa.
Trago saliva antes de hablar.
―Cuando terminé la universidad tenía un plan. Ahora soy consciente
que es un plan que nunca se va a realizar. Pero albergaba grandes
esperanzas.
―¿Cuál era tu plan?
―Viajar al extranjero durante un año. Ir a Venecia, a Roma,
simplemente pintar y buscar inspiración. Iba a explorar Europa y, cuando
volviera, esperaba haber pintado lo suficiente para tener mi propia
exposición.
―Como tú has dicho, eso ya no es posible. Aunque es un buen plan.
―Pero podría ser ―sugiero―. Podrías dejarme ir. Un año, Christian. Y
luego volveré a ti.
Sus ojos arden ahora, calor y rabia en sus ambarinas profundidades.
―No vas a ir a ninguna parte, Daniella. Eres mi prometida. Todo el
estado de Nueva York sabe que estamos jodidamente prometidos.
―Pero no estaré en Nueva York. Estaré a miles de kilómetros, en otro
continente.
―¡No! También estarás a miles de kilómetros de mí. No podré
mantenerte a salvo.
―¿Por qué te da tanto miedo ceder el control?
Sus ojos se entrecierran.
―No tengo miedo de nada.
―Bueno, yo digo que es mentira. La única razón por la que no dejas
que me vaya es porque te volvería loco que no estuviera cerca de ti y no
pudieras mangonearme a tu antojo. No te pertenezco, Christian.
Sonríe. Es una sonrisa mordaz, cruel, sarcástica.
―Me parece recordar cómo decías que eras mía cuando mis dedos
estaban en tu interior y gritabas mi nombre.
Mi corazón se detiene. No puedo creer que ya esté utilizando lo que
acaba de ocurrir contra mí. Aprieto los puños mirándolo.
Si tú caes bajo, yo caigo más bajo.
Respiro hondo, sin apartar la mirada de la suya.
―Eso es algo que he dicho para conseguir correrme más rápido. Tenía
que acariciar tu ego de alguna manera. Después de todo, nada de lo que
decimos durante el sexo es real. Solo palabras sin sentido en plena pasión.
Y así, sin más, todo lo que hemos hecho, todo lo que nos ha llevado a
este momento entre nosotros se deshace. Christian no dice una palabra.
Se ajusta los puños de la camisa, intenta arreglar el desastre que le he
causado en el cabello. Cuando se da cuenta que es imposible, sale de mi
habitación. Sin mirar atrás ni una sola vez.
Cuando se ha ido, tomo asiento en mi cama, mirando fijamente a la
nada durante mucho tiempo. Y preguntándome qué demonios acaba de
pasar.
Capítulo 16

Christian
―Anoche estalló una reyerta cerca de la calle Elm. Algunos de nuestros
capos se enzarzaron en una pelea con unos policías. Hubo disparos
―dice Carlo.
Solo escucho su informe a medias. Pero tengo suficiente sentido común
para lanzar una pregunta.
―¿Ha muerto alguien? ―pregunto, fingiendo que mi mente está aquí y
no en la pasada noche con cierta pelirroja aficionada a joderme.
Carlo dice algo en respuesta, pero no le oigo. Mis ojos se dirigen hacia los
cuadros que cubren las paredes de nuestra casa. Mierda, ¿por qué
Daniella tenía que hablarme de su amor por el arte? Ahora, cada vez que
vea un cuadro, me recordará a ella.
Siento el corazón como si alguien le hubiera dado un mazazo después de
lo de anoche. Me recorren tantos sentimientos contradictorios. Pero, sobre
todo, reconozco que ambos nos hicimos daño, y si nos lo hicimos tan
fácilmente, ¿qué esperanza tenemos realmente?
―Fratello ―dice bruscamente Carlo, llamando mi atención―. No me
estás escuchando.
Parpadeo, levantando la vista hacia él, e inmediatamente me siento
mal. Se ha levantado al amanecer y ha venido a casa esta mañana,
tendiéndome una emboscada antes de siquiera haber podido desayunar.
Estamos en el salón para contarme nuestro último problema, pero no
consigo concentrarme.
―Estoy escuchando ―digo despacio.
Me lanza una mirada que dice que no se lo cree, pero por mi bien,
vuelve a empezar.
―Anoche algunos capos resultaron heridos. Por suerte, ninguno murió
y los médicos que tenemos disponibles ya los están remendando. Pero
dispararon a policías, Christian. Es un asunto importante.
Mi mandíbula se tensa.
―¿Quién empezó?
―Por lo que he oído, la policía los detuvo por posesión ilegal.
―Son nuestros chicos. ¿Los policías no sabían que eran D'Angelo?
―Creo que esos polis en concreto buscaban problemas. He oído
rumores acerca de un detective que anda husmeando alrededor nuestro.
Creo... ―Carlo vacila.
Una mirada a la puerta del salón y ya sé por qué. Daniella entra con
una expresión inocente y desenvuelta en el rostro.

―No me prestes atención ―dice con ligereza.


Me recuesto en el sofá y una sonrisa se dibuja en mis labios.
―Sí, no le prestes atención, Carlo. Podemos hablar delante de ella.
Después de todo, ella sabe dónde se metía.
―En realidad, no sabía que me relegarían a esclava cuando acepté esto.
―Los esclavos no pueden andar por ahí como si fueran los dueños.
Me fulmina con la mirada. La ignoro y miro a Carlo, que nos observa
con expresión perpleja.
―¿Os habéis peleado? ―pregunta él.
―Déjalo, Carlo ―murmuro.
Al más puro estilo de Carlo, no insiste. Se aclara la garganta,
aparentemente a punto de continuar su informe, lo que no sería ideal
delante de Daniella. Contrariamente a lo que he dicho, no me sentiría
cómodo con ella escuchando todos los pequeños detalles sucios del
negocio.
Me pongo en pie y me llevo la mano al cuello de la camisa para alisar
las arrugas. Carlo hace lo mismo. Los ojos de Daniella siguen nuestros
movimientos, con las manos cruzadas sobre el pecho y mirándonos
fijamente.
―¿Dónde está Topher? Estoy preocupada desde que se fue así ayer
―dice ella.
Está claro que no dirige la pregunta a mí, sino a mi hermano mayor. Yo
también miro a Carlo, curioso por el paradero de la oveja negra de
nuestro hermano. También me recuerda que tengo que ocuparme de la
cagada de Topher. Todo está a punto de implosionar en mi cara. Por eso,
lo que sea que esté pasando con Daniella no puede estar en el primer
plano de mi mente ahora mismo.
―Está bien ―responde Carlos con brusquedad―. Se aloja en uno de
los apartamentos de la familia.
―¿Estará a salvo?
―No te preocupes, cognata. Mantendré a mi hermano a salvo ―le dice
con una sonrisa. Se adelanta, dejándome a solas con Daniella.
―Está claro que te aburres ―digo entre dientes.
―¿Porque me preocupa tu hermano? ―se burla.
―No. Porque te estás ocupando de asuntos que no te conciernen.
Sabías que Carlo y yo teníamos una conversación privada y viniste aquí a
pesar de todo.
Sonríe.
―Si no quieres que me meta en tus conversaciones privadas, busca
algo para mantenerme ocupada.
―De buen grado ―le digo, metiendo la mano en el bolsillo de la
chaqueta.
Dejo caer mi tarjeta sobre la mesa, delante de ella. Ella suspira.
―¿Otra vez?
―Tienes que organizar una fiesta, ¿recuerdas? No escatimes en gastos.
―Voy a aceptar tu oferta.
El brillo de sus ojos azules me preocupa por un segundo, pero no digo
nada al respecto. Doy un paso atrás y otro, reprimiendo la sensación en
mis entrañas de haber una conversación pendiente entre nosotros y que,
si seguimos ignorándola, se producirá un daño irrevocable. Aun así, me
alejo y, a juzgar por el dolor que relampaguea en los ojos de Daniella
mientras me marcho, sé que está sintiendo todo lo que yo siento.

―Oficial Powers ―digo, rodeando la mesa para situarme frente al


hombre de mediana edad aficionado a cobrar sobornos de los D'Angelo.
Suele ofrecernos información a cambio, pero hoy está resultando difícil.
El hombre levanta la nariz, cruza los brazos y mira hacia otro lado.
―Ya te lo he dicho, Don. No hay nada que pueda decirte. El detective
de tu caso está muy arriba. Debe tener un respaldo muy poderoso. No sé
quién es ni para qué comisaría trabaja.
Sutilmente, lanzo a Carlo una mirada frustrada. Él me sigue el juego, se
acerca al agente y le pone una mano en el hombro. Los ojos pardos del
hombre se abren al percibir la presencia de Carlo a sus espaldas. Mi
hermano nunca se involucra a menos que haya tortura u otros medios
indecorosos de por medio.
―No te preocupes. No te hará daño ―le digo para calmarlo―. Solo
quiere llevarte a un sitio.
Carlo conduce al agente hasta el lugar donde se encuentran los cuatro
hombres tiroteados anoche. Tal vez si comprueba los daños por su
cuenta, se sienta más inclinado a averiguar el origen. Cuando se han
marchado, me pongo a atender unas llamadas telefónicas muy
importantes y atrasadas. Una de las cuales implica decidir el destino de
mi hermano.
El jefe de Desantos tiene una voz nítida y clara cuando contesta al
teléfono. Es un made man, como yo. Pero es mucho mayor, lleva más
tiempo en su puesto.
―No hay necesidad que ninguno de los dos perdamos el tiempo en
charlas, Christian.
Dice mi nombre con desprecio, con burla. Como si estuviera por debajo
de él y no mereciera ningún respeto. Es porque soy más joven, soy nuevo
y no he hecho nada para merecer su respeto. Todavía.
―Exactamente lo que pienso, Romano.
―Entrega a tu hermano. Te prometo que no lo matarán ―afirma.
Suelto una carcajada.
―Si crees que voy a echar a mi hermano a los lobos, es que no me
conoces. Y no conoces a mi familia.
―Tu hermano profanó a la mujer de un capo. Va a recibir lo que se
merece. Depende de ti si es una bala en la cabeza o una bala en el brazo.
Aprieto la mandíbula. Ambas sugerencias suenan completamente fuera
de lo posible. Topher la ha cagado. No va a recibir un balazo por ello.
―Estoy abierto a negociar ―digo, echándome hacia atrás en la silla―.
Pero no vas a acercarte a Topher. Seguro que puedes encontrar otra cosa
para calmar el ego herido de tu capo.
Romano guarda silencio durante varios segundos. Cuando finalmente
habla, su voz es grave y calculadora.
―Escuché que los D'Angelo recibirán una entrega en un mes. Algunas
armas de fuego, lingotes de oro, parece un buen trato.
Mi mano se tensa alrededor del teléfono.
―¿Qué quieres?
―El veinte por ciento de lo que haya en ese barco.
―Cinco ―digo bruscamente.
―Sabes regatear, Pequeño D'Angelo. Eso es bueno. Tu padre te enseñó
bien. Pero quiero el quince por ciento.
Uno de estos días, voy a hacer que se arrepienta de llamarme Pequeño
D'Angelo.
―Seamos razonables, Romano.
―Diez por ciento ―arroja.
―Ocho por ciento o no hay trato.
Sabía desde el principio que su petición no era razonable. Esto es lo
mejor que va a conseguir. Romano no es idiota.
―Bien ―dice finalmente.
―Di a tus capos que se mantengan alejados de mi hermano.
―Entendido, Christian. Tienes suerte que el capo al que ofendió tu
hermano no sea de los que quieren vengarse.
Traduzco lo que está diciendo. Topher se acostó con la mujer de un
hombre que apenas pertenece a la banda, así que nunca hubo amenaza de
violencia o peligro. Romano vio una forma fácil de sacarnos dinero y la
aprovechó. Debería haberme tirado un farol. Mi mandíbula cruje.
―Un placer hacer negocios contigo, Romano ―le digo.
Cuelga justo antes que la puerta de mi despacho se abra de golpe.
Estoy a punto de abalanzarme sobre la persona que se ha atrevido a
entrar sin invitación, pero mis ojos se topan con unos castaños claros. Mi
madre está de pie en la puerta, con una masa de cabello oscuro rizado y
una maleta azul claro detrás. Me pongo rápidamente en pie.
―Mamá ―le digo a modo de saludo, acercándome a ella―. Podías
haber llamado para decir que volvías.
―Mi pequeño ―llora a su manera exageradamente dramática. Se
acerca a mi cara―, Lascia che ti veda 2.

2 Lascia che ti veda: Déjame verte.


Un suspiro se me escapa cuando desliza su mano por mi cara y cabello.
Se lo permito, porque no se puede discutir ni detener a Martina D'Angelo
cuando quiere hacer algo. Tiene unos cincuenta y tantos años, pero no
parece tener más de treinta y cinco. Siempre dice que el secreto de su
juventud es el amor de un buen hombre. Y ahora que papá ya no está,
puedo ver cuánto ha envejecido en un año.
―También te he echado de menos, madre ―le digo secamente―. No
deberías estar aquí.
Ella da un paso atrás, sus ojos aún continúan su evaluación crítica.
―Cuando tu padre vivía, iba y venía a mi antojo. No puedes
detenerme, Caro.
Una migraña empieza a formarse en mi cabeza. Tengo el
convencimiento que aumentará con cada instante que pase en presencia
de mi madre.
―¿Al menos has cogido la puerta trasera y no la delantera?
El pub tiene normas estrictas, una de las cuales es que no se admiten
mujeres, especialmente las de la familia. La norma es mantenerlas a salvo.
En el pub se celebran reuniones de negocios. Si a eso le sumamos la
cantidad de hombres y mujeres peligrosos que entran y salen a diario, no
es de extrañar que se estableciera esta norma. Es para garantizar que
nuestras mujeres sean menos reconocibles. Por supuesto, a mi madre le
gusta fingir que está por encima de las normas y mi padre prácticamente
le dejaba hacer cualquier cosa cuando vivía.
―Non sono stupido, Christian ―me dice con los ojos entrecerrados.
Entiendo que ha tomado las precauciones necesarias. Eso espero―.
Ahora, ¿dónde están tus hermanos?
Me apoyo en el escritorio y la asimilo durante un segundo. No
bromeaba cuando decía que la echaba de menos. Topher tiende a no
volverse tan loco cuando mamá está cerca e incluso Carlo se relaja a su
alrededor. Ella hace que todo sea mejor, a pesar de estar convencido que
Topher heredó de ella la mayor parte de su exasperante personalidad.
―Tu hijo pequeño vuelve a causar problemas. Probablemente el mayor
esté en algún lugar sembrando el terror y la perdición.
―¿Y mi hija mediana? ―pregunta arqueando una ceja―. ¿Cómo está
mi nuora?
―Está bien ―respondo, mi respuesta entrecortada.
Desvío la mirada porque mi madre tiene la extraña habilidad de
distinguir y comprender cualquier expresión que se dibuje en mi rostro.
Emite un tarareo grave en el fondo de la garganta y sus ojos recorren mi
despacho.
―Caro, verás, lo que he podido sacar de lo que me has contado es que
Toph me necesita. Y aparentemente tú también me necesitas.
Me pongo rígido.
―No te necesito.
Ella gime.
―Tú y tu padre sois iguales. Siempre negándose a aceptar que
necesitan ayuda. Entonces, ¿cuál es? ¿El problema entre Daniella y tú?
Dice el nombre de Daniella con cariño, con calidez. Ni siquiera se
conocen, pero a mi madre ya le cae bien. Así es ella siempre, dispuesta a
dar una oportunidad a alguien sin saber nada de él. Por otro lado, no
quieres estar al otro lado de esa amabilidad. Nunca acaba bien para la
gente que traiciona a Martina D'Angelo.
―No hay problema, Mamma. Ve a reunirte con Toph. Está en su
apartamento ―le digo.
Me mira y suspira.
―Llama primero a Carlo. Me iré después de hablar con él.
La reunión familiar es digna de unas cuantas lágrimas, y para cuando
Carlo y mi madre se marchan, estoy agotado y más que dispuesto a
acostarme por hoy. Pero la idea de volver a casa hace que algo se me suba
a la garganta.
Al besar a Daniella y casi acostarme con ella, me desvié del plan. Bajé la
guardia. Se suponía que debía mantenerme alejado de ella al menos hasta
después de la boda. Se suponía que el control nunca se me escaparía de
las manos tan pronto. No se suponía que se metiera en mi cabeza, ni en
todo mi ser. Casarme con ella debía ser una transacción comercial, algo
fácil, sencillo, directo. Pero todo eso ha saltado por los aires.
Una noche de pasión alimentada por la lujuria y ahora ambos nos
ahogamos en un mar de incertidumbre. No sé lo que quiero y ella
tampoco. Ambos vamos camino del desastre. Y no tengo ni idea de cómo
detenernos.
Capítulo 17

Daniella
―Cuidado con eso, es muy caro ―digo a uno de los trabajadores.
Oigo pasos ligeros detrás de mí, seguidos de un aroma que solo
conozco de una persona.
―¿Realmente necesitamos una fuente con forma de perro? ―pregunta,
sonando horrorizado.
Es lo primero que me dice en tres días. Me giro para mirarle.
―Es una fiesta de la alta sociedad neoyorquina, Chris ―digo. Sus ojos
se entrecierran cuando acorto su nombre. Lo ignoro―. Nuestra primera
de muchas. Tenemos que presentarnos en sociedad con estilo.
Christian aprieta la mandíbula. Respira hondo, tratando visiblemente
de controlar su ira. Me pregunto qué pasaría si se dejara llevar. Está tan
tenso todo el tiempo. Además, ya da miedo cuando controla su ira y sus
emociones. ¿Cómo sería un Christian D'Angelo desatado?
―Daniella, te dije que organizaras una cena para amigos y familiares.
No invitar a todo el estado de Nueva York.
Le doy la espalda, ocultando mi sonrisa.
―¿Lo hiciste? ―pregunto, fingiendo inocencia―. Debo haberlo
olvidado. Pero no te preocupes, cariño. Intentaré que la lista de invitados
no supere los quinientos.
A Christian prácticamente se le tuerce el ojo derecho.
―¿Quinientas personas? ―pregunta, exasperado―. ¿Dónde vais a
meter a toda esa gente?
―Hay un gran salón de baile en la casa. Estoy segura que funcionará
espléndidamente.
Me mira.
―Te divierte irritarme, ¿verdad?
―No puedo negar que me produce unos sentimientos muy cálidos
―confieso.
Suspira. Oigo que está a punto de marcharse, así que me dirijo
rápidamente a él.
―Necesito tu ayuda con la lista de invitados por tu parte.
Christian arquea una ceja.
―es decir, sé que estarán tus hermanos, pero eso es todo ―digo,
esperando a que me explique quién vendrá de su familia.
―Vendrán otros miembros de la familia. Los capos, y mi madre ha
vuelto ―me dice y mis ojos se amplían―. Volvió hace dos días.
―¿Y me lo dices ahora? ―exclamo.
Él se encoge de hombros. Jodidamente se encoge de hombros, como si
no creyera importante mencionar que una mujer supuestamente mi
suegra ha vuelto. Las suegras son famosas por hacer la vida imposible a
sus nueras. Quiero caerle bien a esta mujer, maldita sea. Pero no sé casi
nada de ella. Solo sé cómo es gracias a las fotos que hay en las paredes de
la casa.
―La oportunidad no se presentó ―dice Christian―. Además, está
fuera lidiando con Toph así que no deberíamos verla por un tiempo.
―¿Lidiando con Toph? ¿Y cuál es, por favor, el problema con Toph que
tu madre fue directamente a él después de un largo viaje en lugar de
volver a casa? ―pregunto.
Christian me mira fijamente a los ojos.
―Es información reservada, Daniella. Y tú no necesitas saberlo.
Desearía que no fuera así, pero mi corazón palpita dolorosamente al
oírlo. Aparto la mirada.
―Solo por curiosidad... ¿cuándo va a cambiar eso? Quiero decir, vivo
aquí contigo, a pesar de tus numerosas ausencias. Y me paso todo el
tiempo en esta casa, conociendo al personal, cuando debería estar
conociéndote a ti. Llevo un anillo de compromiso que simboliza el
comienzo de una relación, aunque no lo parezca. ¿Cuándo va a cambiar
eso exactamente? ¿Cuándo se sentirá como tal?
¿Cuándo vas a abrirte a mí, Christian?
Podría fingir que tengo paciencia para esperar, pero no soy así. No
puedo esperarle eternamente. Y el problema de esta relación es que se
supone que es para siempre. Estamos firmando para siempre, y realmente
no creo que él lo entienda.
―Estás siendo dramática ―comienza.
Sí, al diablo con ser paciente. Esas tres palabras son suficientes para
hacerme estallar en su cara.
―¿Perdona? ―grito―. ¿Estoy siendo dramática? Eres tú quien no
puede molestarse en pensar que la mayoría de la gente tiene un alcance
emocional mucho mayor. Tienes la cabeza tan metida en el culo que ni
siquiera te das cuenta que los demás tienen sentimientos.
Lo más molesto de enfadarse con Christian es que permanece tranquilo
todo el tiempo. Así que ahora soy yo la que parece una loca. Cruza los
brazos sobre su pecho.
―Bueno, esta es una conversación interesante en la que inmiscuirse
―dice alguien, llamando la atención de ambos.
Christian se da la vuelta para mirar al interlocutor mientras mis ojos se
abren de par en par. Sé que solo hablaba de ver a su madre, pero ahora
que está aquí, ojalá no hubiera aparecido.
Es más bajita de lo que esperaba. Martina D'Angelo no puede medir
más de metro sesenta, tiene el cabello rizado y oscuro y unos ojos
parecidos a los de Christian, salvo que los suyos son mucho más claros.
Con solo mirarla, me doy cuenta de dónde ha sacado Christian su belleza.
Va ataviada de pies a cabeza con ropa de diseño, y el pañuelo de Gucci
que lleva al cuello es una clara señal que se trata de una mujer que sabe
de moda y se permite ir de compras con bastante frecuencia. Permanece
erguida y regia, con todo el aspecto de la esposa de un Don. Me muevo
incómoda. Nunca habría pensado que una mujer de mediana edad me
cohibiría. Pero llevo pantalones cortos vaqueros y un top corto, mientras
que ella parece recién salida de la portada de Vogue Italia.
Nos mira a ambos por debajo de sus pestañas oscuras, sus labios
fruncidos y la expresión de su cara con la mirada universal de, tienes
problemas con la mamma.
Trago saliva con suavidad y doy un paso adelante para ir a su
encuentro.
―Sra. D'Angelo. Encantada de conocerla ―le digo con calma,
fingiendo que no acabo de gritarle a su hijo hace unos segundos.
Mira mi mano como si tuviera bichos en ella y sus ojos castaños se
iluminan al encontrarse con mi cara.
―No seas ridícula, Cara ―resopla, tirándome de la mano y
rodeándome con los brazos―. Estoy encantada de conocerte
Su voz es suave y alegre. Parece tan emocionada como dice. Sonrío.
Quizá me preocupé en vano. Entonces su mirada se agudiza y se dirige a
su hijo.
―Un mes, Chris. Un mes y ya estás volviendo loca a mi nuora. ¿Así es
como te he criado?
Dice algunas palabras más en italiano que no entiendo, pero a juzgar
por la expresión de Christian, entiendo lo esencial.
―Ni siquiera sabes lo que ha pasado, mamma ―suelta Christian.
―Seguro que te comportas como un imbécil ―replica su madre. Sigue
sujetándome el brazo, con un agarre cálido y firme. No puedo evitar la
sonrisa que se me dibuja en la cara al ver cómo regañan a Christian.
―¿Y tú? ―me dice, girándose para mirarme. Trago saliva. La mujer es
aterradora―. Si Christian te molestaba, ¿por qué no me llamaste? Lo
habría enderezado por ti.
―¿No sabía que tenía esa opción? ―digo las palabras como una
pregunta―. Me aseguraré de llamarla a partir de ahora, señora.
Pone los ojos en blanco.
―Déjate de tonterías con lo de 'señora'. O me llamas Martina o me
llamas mamma. ¿De acuerdo?
La calidez me recorre y mi mirada se suaviza al mirarla.
―De acuerdo. ―Asiento.
―Reunión familiar en el salón ―Anuncia de repente Martina.
Los ojos de Christian se entrecierran.
―Mis hermanos no están aquí. No podemos celebrar una reunión
familiar sin ellos.
Martina se burla.
―Mi hijo está aquí, y mi nuera también. No me digas lo que puedo o
no puedo hacer, Christian. Puede que tú seas el Don, pero yo sigo siendo
tu madre. Ahora, ¡mueve el culo hasta el salón!
Me invade una arrogante satisfacción. Estoy segura que Martina
D'Angelo se acaba de convertir en mi nueva persona favorita en todo el
mundo.
―Aún no es tu nuera ―murmura Christian, pasando junto a nosotros
camino del salón.
Al oírlo, se me congela el corazón. Martina me mira y por un momento
veo un destello preocupante en su expresión. Pero no se detiene a pensar
en ello, y su característica sonrisa se apodera rápidamente de mí mientras
me lleva al salón. Me guía hacia el sofá, justo al lado de Christian.
―Siéntate ―me ordena. No pierdo ni un segundo y aprieto el culo
contra el sofá. Pone las manos en las caderas y nos mira a cada uno por
turno.
―Ahora, decidme cuál es el problema.
―No hay ningún problema ―dice inmediatamente Christian―.
Estábamos teniendo una discusión. Una que me aseguraré de resolver
apenas te vayas, mamma.
―¿Irse? ―pregunto incrédula―. ¿Por qué iba a marcharse?
No puede irse. Ya la veo en mi futuro, actuando de amortiguador entre
Christian y yo eternamente. Es mi nuevo activo. ¡No puede irse!
―No pensarías que iba a vivir aquí contigo, cara ―contesta Martina―.
Los dos os vais a casar, necesitáis intimidad.
Eso me pone de mal humor. Me reclino en la silla y cruzo las piernas.
―Genial ―murmuro con apatía.
Christian comprueba la hora en su reloj, obviamente impaciente y
dispuesto a irse.
―Vosotros... no habéis tenido sexo todavía. ¿No?
Creo que me atraganto con la saliva. Christian se pone en pie.
―¡Madre! ―suelta.
―¿Qué? ―dice la mujer mayor encogiéndose de hombros, con una
expresión inocente en el rostro―. Sois adultos. A punto de casaros, claro
que tengo curiosidad.
―No. No vamos a hacer esto contigo. De ninguna jodida manera.
Su mirada se agudiza.
Si vuelves a decir palabrotas delante de mí, Christian, tendremos una
conversación muy difícil, ¿capito?
La tensión recorre el cuerpo de Christian.
―Si.
―Esto es lo que vamos a hacer ―comienza Martina, su
comportamiento cambia en un instante―. Voy a ser vuestra terapeuta
sentimental.
Disimulo mi sonrisa. ¿Qué va a hacer? Christian se sienta a mi lado,
obviamente harto de luchar contra ella.
―Evidentemente, los dos tenéis algunos problemas. Os ayudaré a
superarlos. Háblame ―me incita.
Silencio. Ni Christian ni yo decimos una palabra. Martina suspira
suavemente.
Ella me mira.
―Cuando entré, mia cara, parecías estar hablando de cómo Christian
tiene el, ¿cómo era? ¡Ah! 'El rango emocional de una cucharilla'. ―Sonríe
como si fuera algo gracioso―. Me temo que eso lo heredó de su padre,
cariño. A los hombres D'Angelo les gusta fingir que son tan duros todo el
tiempo. En el fondo, en realidad se preocupa.
―Lo sé ―aventuro, ignorando cómo Christian se pone rígido a mi
lado―. Sé que le importa, él mismo lo ha dicho. Ese no es el problema,
Martina.
―Entonces, ¿cuál es?
―Es que es... frío. Como si fuera incapaz de sentir algo profundamente.
Puede que se preocupe por mí, pero dudo que ese interés vaya más allá
de lo relacionado con el deber y la responsabilidad ―digo sinceramente.
Ni siquiera puedo mirarle ahora mismo, temerosa de lo que encontraré
en esos ojos ambarinos. Probablemente nada.
Martina mira a su hijo, lo estudia.
―Figlio mio, ¿qué tienes que decir? ―pregunta en voz baja.
Christian me mira y puedo notar que quiere hablar. Que finalmente
quiere dejarme entrar. Entonces sus cejas se fruncen y se pone en pie.
―Me parece ridículo, madre. Acabas de volver de tu viaje y luego has
tenido que lidiar con Toph. Tómate un descanso. Puedes quedarte aquí
unos días antes de ir a tu apartamento. Seguro que a Daniella no le
importará la compañía.
Con esas palabras, se marcha. Me quedo mirando a Martina D'Angelo,
sintiendo el extraño deseo de decirle que se lo había dicho. En lugar de
eso, se sienta a mi lado y se ríe suavemente.
―Oh, cariño, ¿qué le has hecho a mi hijo? ―pregunta ella.
Mis cejas se fruncen, confusa.
―¿Qué?
―Se está deshaciendo. Confía en mí, Cara. Christian es un hombre a
punto de quebrarse. Es solo cuestión de cuándo.
Reflexiono sobre esas palabras, preguntándome cómo puede estar tan
segura. Antes de poder interrogarla, se vuelve hacia mí, con los ojos
castaños brillantes.
―Vamos a que el chef nos prepare unos martinis. Puedes contarme
todo sobre ti.
Y así es como paso el resto del día. Cuando acaba el día, estoy segura
de haberme enamorado un poco de ella.
Capítulo 18

Christian
Daniella me ha llamado cobarde innumerables veces, y empiezo a darme
cuenta que quizá tenga razón. Llevo una semana sin ir a casa, en parte
porque he estado ocupado con el trabajo, pero también porque he estado
evitándola. Su mirada, ese fuego, esa belleza desenfadada. No he querido
enfrentarme a cómo me hace sentir. Tampoco he estado de humor para
discutir. Así que me he mantenido alejado, y ella se ha conformado con
que lo hiciera.
Salgo a la ligera lluvia y me dirijo hacia la puerta roja y brillante del
piso en el que vive mi hermano. Tengo órdenes estrictas de nuestra
madre de, según sus palabras, reconciliarme con él. Básicamente me está
diciendo que le pida disculpas cuando, para empezar, él fue el causante
de todo este asunto. Aprieto la mandíbula y llamo a la puerta.
Topher abre la puerta sin más ropa que unos bóxers con un estampado
del océano y ballenas nadando. Suspiro quedamente, cruzando los brazos
sobre el pecho, cuando se niega a dejarme entrar.
―¿Puedo ayudarte? ―gruñe Topher. Tiene el cabello oscuro revuelto,
demasiado largo y colgando desordenadamente
―Pareces un vagabundo ―digo yo.
Arquea una ceja.
―¿No se supone que es una visita para disculparte?
Ah, veo que mamma ya le ha dicho que venía.
―No, idiota. Esto es una inspección involuntaria a la casa ―le digo,
empujándolo y entrando en ella, que, como sospechaba, está hecha un
desastre―. Estoy aquí para asegurarme que no guardas ninguna droga
ilegal en la casa.
―No seas hipócrita, Chris. Tu trabajo es, literalmente, vender esas
drogas ilegales.
Mirándolo de frente, respiro hondo.
―Fue una estupidez acostarte con esa mujer.
Pone los ojos en blanco.
―Todo lo que hacen los demás menos tú te parece estúpido, Christian.
Eres un perfeccionista y esperas que todos los que te rodean sean iguales.
No entiendes que a veces la gente la caga. Demonios, ni siquiera
entiendes que, a veces, meter la pata puede ser necesario.
―¿Cómo y por qué sería necesaria una cagada? ―pregunto frunciendo
el ceño.
―Porque aprendes a partir de ella ―dice Topher
Mis labios se crispan.
―¿Estabas viendo el canal Hallmark antes que llegara? Porque esto es
una mierda romántica a lo Yoda.
―Stronzo ―murmura, fulminándome con la mirada.
―Puedes llamar imbécil a tu hermano mayor, pero eso no significa que
no tenga razón, el noventa y cinco por ciento de las veces ―le digo,
apoyándome en la pared.
―¿Qué pasa con el otro cinco por ciento?
―Eso está reservado para esas escasas situaciones en las que hago algo
como gritarle a mi hermano pequeño y echarlo de casa.
Los ojos de Topher se entrecierran. Esa es la mejor disculpa que va a
obtener de mí. Él lo sabe, yo lo sé, demonios, hasta mamma lo sabe. Así
que cuando suspira y se dirige al sofá, lo sigo y me siento a su lado. Coge
el mando a distancia y echa un vistazo a los canales antes de decidirse por
el canal Hallmark. Pongo los ojos en blanco y lo miro.
―Lamento los problemas que causé a la familia. En retrospectiva, mis
acciones fueron imprudentes y estúpidas.
Levanto una ceja.
―¿En retrospectiva?
―Cállate, fratello ―refunfuña.
―Acepto tus disculpas. Pero no voy a ver una cursi comedia romántica
contigo. Vamos a...
Mis siguientes palabras se ven interrumpidas por la melodía de mi
móvil. Saco el teléfono de la chaqueta y frunzo el ceño al ver el
identificador de llamadas. Es la jefa de personal de la casa. Y solo llaman
cuando hay una emergencia.
―¿Qué pasa? ―pregunto descolgando.
―Es la Srta. Daniella, señor ―aclara.
Eso es todo lo que necesito para incorporarme. Estoy seguro que mi
corazón se detiene.
―¿Qué le pasa?
―Ha entrado corriendo en su sala de arte unos minutos después de
comenzar a llover. Parecía un poco angustiada.
¿Llueve?
Me acerco a la ventana del piso de Topher, apartando las persianas.
Cuando entré aquí, apenas llovía. Una pequeña llovizna. Pero ahí fuera
empieza a parecer una tormenta en toda regla. Me froto la nuca,
preguntándome por qué afectaría eso a Daniella.
―Intenta llamar a ver si sale ―le digo a la mujer de la otra línea.
Oigo crujidos y golpes.
―Srta. Daniella ―llama. No hay respuesta, silencio total―. No
contesta, señor. Y la puerta está cerrada.
Mi aliento sale resoplando
―Voy para allá ―le digo antes de colgar.
Me vuelvo hacia mi hermano, que me mira con curiosidad.
―¿Qué? ―pregunto.
―Nada ―responde, apartando la mirada―. Tienes que estar en algún
sitio, fratello. Así que vete.
Asiento con la cabeza y me dirijo a la puerta principal. Pero las
palabras de Topher antes de salir me detienen en seco.
―¿Y Christian? No olvides lo que he dicho de aceptar cagarla de vez
en cuando.
―No voy a seguir tus tontos consejos del canal Hallmark ―le digo,
saliendo de casa y dirigiéndome a mi coche.
Hago el viaje de treinta minutos a casa en veinte, porque cuanto más
tiempo paso lejos de Daniella, más me preocupo y me pregunto qué le
puede pasar. Podría no ser nada, podría tratarse simplemente de una
necesidad de espacio y de una exageración del personal, pero no me
importa verla un poco antes.
Sigue lloviendo a cántaros cuando llego a la entrada de casa. En el
horizonte se divisan relámpagos, seguidos rápidamente por fuertes
truenos. Estoy empapado desde el instante en que salgo del coche. Lanzo
las llaves del coche a uno de los capos que vigilan la casa antes de entrar
corriendo. Inmediatamente se me acerca la jefa de personal.
―Buenas noches, señor.
―¿Dónde está? ―pregunto, con voz más áspera de lo necesario.
Ya estoy nervioso. Me indica que suba las escaleras hacia la sala de arte
y me da una llave. Supongo que es la llave maestra para abrir la
habitación. Al llegar, vacilo ante la puerta. Una vez dijo que no le gustaba
que nadie viera sus cuadros. Y no me gustaría entrometerme en algo que
podría ser especial para ella.
Llamo a la puerta, pero no contesta. Vuelvo a llamar, pero sigue sin
contestar. Desbloqueo la puerta y entro. No la veo inmediatamente. En su
lugar, mis ojos recorren los distintos cuadros que cubren las paredes. Y
luego se posan en el que está justo en el centro. Hay algo en el cuadro que
me da escalofríos. Es grande, más grande que la vida. La pintura es
espesa y texturizada sobre el lienzo, casi tridimensional. Los trazos son
ásperos y visibles. Es una genialidad. Pero no es eso lo que detiene mis
pasos.
Daniella está en el cuadro. Se ha pintado a sí misma de pie en medio de
una carretera muy transitada. Su rostro está ligeramente girado en el
cuadro, por lo que únicamente llego a ver la mitad de su expresión. Pero
sus ojos están muy abiertos y aterrorizados mirando algo. Algo que viene
hacia ella, algo que se acerca rápidamente. Un ciclón. Y aún peor que la
expresión aterrorizada de sus ojos, hay algo más que me asusta.
Satisfacción. Como si una parte de ella sintiera que se lo merece. El
cuadro se siente casi vivo.
Un crujido llama mi atención y me giro justo cuando Daniella se
incorpora. Estaba tumbada en un sofá que ni siquiera me había percatado
que estuviera aquí. A primera vista, parece estar perfectamente, pero
entonces advierto los temblores que ascienden por sus brazos. Y lo pálida
que tiene la cara, y aprieto la mandíbula. Doy pasos lentos hacia ella que
me mira con fijeza.
―¿Estás bien? ―pregunto.
―No deberías estar aquí. ―Su voz tiembla al pronunciar la última
palabra.
Cuando llego hasta ella, la dirijo lentamente hacia el sofá. Se estremece
cuando la toco.
―Tu mano está fría ―susurra Daniella.
Suspiro, me quito la chaqueta y empiezo a desnudarme, quitándome
también la ropa mojada. A Daniella casi se le salen los ojos de las órbitas.
―¿Qué haces?
Mis ojos se encuentran con los suyos.
―No puedo quedarme con la ropa mojada todo el tiempo, tesoro ―le
digo, tomando asiento en el sofá.
Aún llevo los pantalones, así que puede dejar de mirarme como si
acabara de desnudarme. Tras un suspiro, se tumba en el sofá a mi lado.
No la toco. Ambos nos quedamos mirando la nada durante un rato. Yo
sigo mirando el cuadro que hay en medio de la habitación. Hay otros
cuadros aquí, maravillosamente pintados, pero ninguno de ellos me atrae
como lo hace este.
―Deja de mirarlo ―suelta Daniella, interrumpiendo mis
pensamientos.
La miro con calma. Ha cerrado y abierto el puño diez veces en pocos
minutos desde que estoy aquí. Pero no puedo obligarla a que me diga qué
le pasa.
―Es precioso ―le digo en voz baja.
―Está dañada ―responde ella, su voz es apenas un susurro―. Igual
que yo.
Mis ojos se cruzan con los suyos bruscamente.
―No estás dañada ―le digo con convicción.
Daniella sonríe, cruzando los brazos sobre el pecho.
―¿Y cómo lo sabes? A la menor señal de intimidad o de algo real entre
nosotros, huyes. Te escondes.
Me froto el labio inferior, apartando la mirada de sus penetrantes ojos
azules.
―No vamos a hacer esto hoy.
―No, no lo haremos ―acepta, recostándose en el sofá y cerrando los
ojos―. Ahora mismo no estoy mentalmente capacitada para discutir
verbalmente contigo, Chris.
Algo se agita en mi pecho al oír sus palabras, y mi preocupación
aumenta.
―¿Qué quieres que haga? ―pregunto.
Sus ojos se abren ligeramente al mirarme.
―Quédate.
Eso es muy fácil. Asiento una vez y ella vuelve a cerrar los ojos. Fuera
sigue lloviendo a cántaros. Es ruidoso y soy muy consciente de ello.
Daniella también. Cada relámpago en la ventana, cada vez que truena, le
tiemblan las pestañas y algo vulnerable cruza por su rostro. Aún tiene los
ojos bien cerrados, pero sé que puede sentirlo todo.
Me pongo en pie y me dirijo al ventanal, el único que hay en la
habitación. La cierro y bajo las persianas. Me da igual que las quiera
abiertas, está claro que le molesta. Cuando vuelvo hacia ella, ya tiene los
ojos abiertos.
―¿Por qué has hecho eso? ―pregunta ella.
―No te gusta la lluvia. ―Es una mera observación, aunque por la
forma en que entrecierra los ojos, cualquiera diría que la he amenazado o
algo así.
―Es lluvia, Christian. No pasa nada. ―se burla.
―No me mientas, Evans.
Debe percibir en mi voz que no bromeo, porque se sienta erguida,
mirando el cuadro que hay en medio de la habitación con la mandíbula
apretada. Sus siguientes palabras me ponen tenso.
―Tuve un ataque de pánico antes que entraras ―me dice con
indiferencia.
―¿Qué?
―Un ataque de pánico, Chris. Es un ataque repentino de miedo y
ansiedad intensos que puede hacer que una persona sea incapaz de
respirar, debido a una amenaza percibida que ni siquiera existe.
―Sé lo que significa ―suelto.
―Por supuesto que lo sabes ―murmura―. Porque tú lo sabes todo.
―No ―suelto un suspiro, frotándome el puente de la nariz―. Daniella,
por una vez, necesito que bajes la guardia y hables conmigo.
―¡Lo hago todo el tiempo! Tú eres el único incapaz de hacerlo.
―Quizá tengas razón, pero aun así quiero saber qué te provocó el
ataque de pánico.
―Esa información es reservada, D'Angelo. ―Sus palabras son crueles y
mordaces cuando sus ojos encuentran los míos―. Y tú no necesitas
saberlo.
Está bien, me lo merecía. Completamente, al cien por cien.
―¿Qué ha pasado? ―vuelvo a preguntar, esta vez en voz baja.
Ella mira hacia otro lado, su pecho exhala un suspiro.
―Hacía años que no tenía uno. No sé qué lo ha provocado.
―Mentirosa ―le digo, interpelándola―. Los dos sabemos que tiene
algo que ver con la tormenta.
―Muy bien. Así que los truenos me dan miedo. Puedes reírte de lo
ridículo que es. Soy una mujer adulta a la que asustan los truenos.
Me sorprende ese comentario.
―Nunca me reiría de algo que te causara sufrimiento.
―Lo sé ―resopla sin mirarme―. Y ahora estoy bien, así que no tienes
por qué preocuparte. El ataque de pánico ya ha pasado. Llamaré a mi
terapeuta mañana por la mañana. No tienes por qué preocuparte
―repite.
―¿Tienes un terapeuta?
―¿Tú no? ―replica. Entonces sonríe y ya sé cuáles serán sus siguientes
palabras―. Eso está mal, Chris. Tú sí que necesitas un terapeuta para
ordenar esos pensamientos dañados que tienes en la cabeza.
Está bromeando a medias y no muerdo el anzuelo. Mi mirada es firme,
férrea, observando un lado de su rostro. Su mirada se desplaza hacia la
mía e inmediatamente se suaviza.
―Sabes, la mayoría de las veces pienso internamente que, nunca te
preocuparás realmente por mí más allá del deber y el honor. Entonces me
miras así y no sé qué pensar.
―Yo …―Hago una pausa, inseguro sobre cuáles deben ser las
siguientes palabras que salgan de mi boca.
Ella tiene razón. No debería preocuparme por ella más que por deber y
honor, pero luego están esas grietas, momentos en los que quiero hacerlo.
En los que quiero dejarla entrar, pero eso sería darle poder sobre mí. Y no
estoy preparado para dejar que nadie tenga tanto control sobre mí.
Daniella me dedica una media sonrisa. Seguro que le gusta verme tan
alterado. Está deslumbrante en la escasa luz de la habitación, como una
sombra que he conjurado y, de algún modo imposible, como un ángel
salido de mis sueños.
―Gracias por ayudarme ―dice crípticamente.
―No he hecho nada. ―Parpadeo.
―Entraste aquí y me distrajiste ―Daniella dice, poniéndose de pie―.
Además, realmente no me importaba la vista.
Mi mirada baja hasta mi pecho desnudo. Había olvidado por completo
que me había desnudado y, por la forma en que me está mirando,
empiezo a pensar que fue una mala idea.
―¿Has oído eso? ―pregunta Daniella. No oigo nada, así que niego con
la cabeza―. Silencio. Ha dejado de llover, D'Angelo. Así que deja de
jugar al héroe y vete.
―No estoy jugando a nada. Y no voy a dejarte.
―Estoy a unos sesenta segundos de machacarte y subirme a ti como a
un árbol. Así que si no quieres eso. Te sugiero que te vayas, cariño ―se
burla.
Una oleada ardiente comienza en mi pecho y se extiende hasta mi
polla, endureciéndola. Una mirada de esta mujer y me voy. Es
enloquecedora.
―No eres como ninguna otra mujer que conozco ―le digo, con la
mirada fija en sus labios.
Ella guiña un ojo.
―Naturalmente que no. Como mínimo tengo que ser especial para
volverte loco todo el tiempo.
¿A quién no le gusta una mujer consciente de sí misma?
―En serio, Christian. Vete ―dice ella.
Mi mirada se estrecha.
―No vas a echarme ni a enviarme lejos. Me necesitas.
―No te necesito ―dice, pero las palabras que salen de sus labios están
en guerra con la tensión de sus hombros.
Daniella utiliza las bromas y el sarcasmo para sobrellevar su dolor.
Cuando se siente acorralada, dice tonterías para que nadie se fije en lo
que hay bajo la superficie. Por eso, aunque me diga que ahora está bien,
sé que no es cierto.
―Bien, tal vez no me necesites. Pero quiero ayudarte.
―Puedes ayudarme marchándote de aquí ―sugiere.
―No. No voy a dejarte aquí.
Si me voy, me preocuparé toda la noche pensando que va a tener otro
ataque de pánico. Además, empieza a hacer frío.
―Entonces, ¿qué sugieres? ―Jadea y se le iluminan los ojos―. No me
digas que el todopoderoso Don me va a llevar a su cama.
―Sí ―respondo y sus ojos se abren enormes―. No me mires así, no
tengo intenciones nefastas. Solo quiero cuidar de ti.
Sus ojos se suavizan.
―Estás lleno de contradicciones, ¿verdad?
―Sí, lo sé ―le doy la razón―. Ahora ven, vamos.
Le hago un gesto para que me coja de la mano y, con una mirada de
soslayo, me deja conducirla fuera de la habitación. Damos pasos lentos y
medidos hacia mi habitación. La mano de Daniella se estrecha en torno a
la mía.
―¿Alguna vez vas a decirme por qué te asustan los truenos? ―le
pregunto.
―Lo haré. Cuando decidas contarme la verdad sobre lo que realmente
sientes por mí.
Mis ojos se cruzan momentáneamente con los suyos y se me corta la
respiración. ¿Cómo puedo decirle la verdad si yo tampoco la sé? Da un
paso hacia delante, mirando a mi alrededor.
―¿Quieres saber lo primero que me dijo mi padre después de matar a
ese hombre? ―pregunto en voz baja.
Se gira y sus ojos se amplían cuando se da cuenta que le estoy dando
información sobre mí. Asiente una vez y yo respiro hondo.
―Me dijo que no lo dejara entrar. Me quedé horrorizado después de
hacerlo. Prácticamente salí corriendo de la habitación, pero él me siguió.
Mi padre me miró a los ojos y me dijo que todo lo que estaba sintiendo no
haría más que debilitarme. A partir de ese momento ya no era un niño,
sino un hombre con las manos manchadas de sangre. Y el hombre que
debía ser era uno capaz de mirar a la muerte a los ojos y no acobardarse.
Me paso la mano por la mandíbula. Odio verme transportado a aquella
noche, pero es el centro de lo que soy. La cúspide del Don de hoy.
―No sé cómo sentirme, Daniella. Durante mucho tiempo, he
mantenido mis emociones fuertemente atadas tras las puertas cerradas de
mi mente. Entiendo lo que me pides, pero es difícil dejarme llevar cuando
me han condicionado desde el principio a hacer cualquier cosa menos
eso.
Se acerca, colocándose frente a mí. Siento un hormigueo en cada nervio
de mi cuerpo cuando alza la mano para apartarme un mechón del rostro.
Soy plenamente consciente de su proximidad, de cada respiración, de
cada centímetro de ella. Me consumen las ganas de acercarme a ella y
besarla hasta que nos falte el aire.
―Lo entiendo ―dice Daniella en voz baja.
―Sé que lo entiendes. Por eso necesito que me des tiempo. ―Hago una
pausa antes de decir mis siguientes palabras―. Por supuesto que me
importas, tesoro. Siento algo por ti. Solo tienes que darme un poco de
tiempo para comprender esos sentimientos, ¿de acuerdo?
Ella sonríe suavemente y asiente. Y como no puedo evitarlo, porque la
tengo delante y solo puedo pensar en ella, deslizo la mano hasta la base
de su cuello y acerco mi boca a la suya. El beso es temerario y devorador.
Lo doy todo, sabiendo que voy en contra de todo lo que digo. Sabiendo
que esto solo sirve para complicar más nuestra relación. Sabiendo que no
ayuda a los confusos sentimientos que bullen en mi interior.
Mi lengua lame su boca con una urgencia que ella devuelve, tratando
de penetrarme más profundamente. No hay nada vacilante en la forma en
que reclamo su boca, nada cauteloso en el dolor que late en mi estómago.
Solo rompo el beso cuando ambos jadeamos y apoyo la frente en la suya.
―Ahora dormiremos ―susurro en voz baja.
Daniella se ríe, y el sonido es suficiente para calentar cada resquicio de
mi cuerpo y tranquilizarme.
―Bien, pero primero tienes que ponerte una camiseta. ¿Por favor?
Cuando me deslizo en la cama junto a ella, estrechándola entre mis
brazos, la siento tan perfecta, que la comprensión llega a lo más profundo
de mi mente.
En algún momento entre conocerla, no gustarme y discutir
constantemente, empecé a enamorarme de ella. Y aunque va en contra de
todo lo que me han enseñado y de todo lo que me hace ser quien soy, las
razones para alejarme de ella se desvanecen. Con cada momento que
paso en su presencia, ella desprende parte del hielo que rodea mi
corazón.
Tal vez, solo tal vez, ella me ayude a descongelarme.
Capítulo 19

Daniella
No me sorprende que Christian ya no esté cuando me despierto. Es su
estilo, su acto de desaparición cada vez que consigo abrirme camino más
allá de las barreras que se pone a sí mismo. No aparece durante el resto
del día, hasta que me visto para la fiesta.
Mis ojos se cruzan con los suyos a través del espejo de mi tocador. Está
apoyado en la puerta, mirándome con un ardor y una lujuria apenas
disimulados. Me doy la vuelta en la silla para mirarle.
―Hey, cariño ―saludo, con los labios curvados en una sonrisa.
Pone los ojos en blanco ante el cariñoso gesto antes de apartarse de la
puerta y dar varios pasos hacia delante, acortando la distancia que nos
separa. Mis ojos recorren su cuerpo. Va vestido con un impecable
esmoquin negro de Armani, sin corbata. El hombre tiene una obsesión
por el color negro y una profunda aversión por las corbatas.
―La fiesta está en pleno apogeo abajo ―dice―. Mamá me ha enviado
para acompañarte.
Su tono es un claro indicador de lo que piensa de la recomendación de
su madre. Conociendo a Martina, no tenía muchas opciones. Me pongo
en pie y la mirada de Christian se fija en mi vestido. Hay puro anhelo en
sus ojos cuando recorre todo mi cuerpo, desde los dedos de los pies hasta
el cuello. Me hice el vestido a medida para la fiesta de compromiso. Es un
vestido a lo Marilyn Monroe que abraza cada una de mis curvas,
confeccionado en un tejido azul del color de mis ojos. Aliso el vestido
sobre mis caderas, un poco cohibida mientras la mirada de Christian
sigue recorriéndome. No soy tan tonta como para ignorar el hambre que
hay en su expresión.
―Te ves hermosa, tesoro ―dice Christian―. Siempre estás preciosa.
Sonrío ante el cumplido. Este hombre no tiene ni idea del poder que
ejerce sobre mí.
―Gracias. Ahora, venga. Vamos a la fiesta. Es mejor no hacer esperar a
nuestros admiradores. ―Agito las pestañas en su dirección.
Sonríe, claramente divertido. Pero no dice una palabra, aguarda
pacientemente a que coja mis tacones de aguja plateados y me acomode
en la cama para atarme la hebilla. En cambio, Christian se arrodilla frente
a mí, robándome el aliento de los pulmones y sorprendiéndome cuando
me abrocha las hebillas. Mis ojos siguen cada momento, cada vez que su
mano roza mi piel desnuda.
Esta tensión nos va a fundir.
Cuando se incorpora, me ayuda a ponerme en pie y me tiende su
brazo. Toda la fiesta se acalla en el momento en que atravesamos las
puertas que dan acceso a la sala. Contrariamente a lo que le dije a
Christian, no me pasé de la raya e invité a toda la alta sociedad del estado
de Nueva York. Pero sí invité a algunos de mis compañeros de
universidad, a unas cuantas personas de la sociedad que estoy segura se
habrían sentido afrentadas si no hubieran recibido una invitación, y a
nuestros amigos íntimos y familiares. El silencio se disipa tan rápido
como apareció, y todo el mundo se mezcla, haciendo lo que mejor sabe
hacer. Varias personas se nos acercan para felicitarnos por nuestro
compromiso.
Christian se muestra perfectamente educado, tranquilo y sereno
mientras responde a todas las preguntas. Es un hombre de negocios hasta
la médula. Si no fuera el Don, podría verle como director general de
algún grupo empresarial. La gente le respeta, y aunque estoy segura que
el miedo es el factor motivador de ese respeto, es muy eficaz. La mitad de
los hombres quieren ser él, la mitad de las mujeres quieren estar con él, y
sin embargo yo soy la mujer que elige llevar del brazo. No puedo negar
que me llena de excitación.
Finalmente, nos dirigimos hacia mi familia. Mis padres estaban
hablando con las élites de la sala, pero nos prestan atención cuando nos
acercamos.
―Mamá, papá ―con tono despreocupado.
Hace más de un mes que no veo a mi padre y no veo a mamá desde
que se fue de casa de Christian después de decirme que me casara con él.
Mi padre prácticamente ha ignorado mi existencia desde que me mudé
aquí. Quiero creer que es porque se siente culpable, que en realidad
debería. Nunca estaría en esta situación si no fuera por él.
―Hola, cariño ―me dice mi madre cariñosamente.
―Corazón ―añade mi padre, adelantándose con los brazos extendidos
para abrazarme.
Se lo concedo, porque de ninguna manera voy a montar una escena
delante de toda esta gente. Tenemos que mantener todas las apariencias.
Nunca mostrar debilidad ante la incertidumbre. Y ahora mismo, no tengo
ni idea sobre cuál es mi relación con mis padres. Vuelvo al lado de
Christian y su mano acaricia brevemente mi muñeca, un gesto casi
reconfortante. Entonces les dirige una mirada.
―Lucas ―le dice a mi padre―. Me complace verte aquí.
Hay un aire de superioridad en la voz de Christian que yo nunca
alcanzaré. Se considera completamente por encima, literalmente de todos
los demás. Y yo soy muy mala persona porque eso me parece
absolutamente sexy.
―D'Angelo ―saluda mi padre con una inclinación de cabeza―. Yo
también me alegro de verte. Dany tiene buen aspecto. Me agrada que
hayas estado cuidando de ella.
―Por supuesto. Alguien tiene que velar por sus intereses ―bufa
Christian.
Mi corazón se estremece ya que entiendo que toda esa animadversión
es por mi culpa. No aprueba lo que hicieron mis padres, lo cual es extraño
porque es él quien se beneficia de la situación. ¿O es al revés? Sea como
sea, los ojos de mi padre se entrecierran y aprieta la mandíbula.
―Bien. De hecho, quería hablar contigo. Un asunto importante
―afirma papá.
La expresión de Christian es anodina al mirarlo fijamente.
―Es mi fiesta de compromiso, Lucas.
―Como he dicho, es importante. Estoy seguro que Daniella podrá
concederte unos minutos.
Queriendo rebajar la tensión, asiento una vez a Christian.
―Ve. Estará bien pasar unos minutos de la fiesta sin tu insufrible culo
―bromeo, bajando la voz para que mis padres no puedan oírme.
Sus labios se curvan ligeramente.
―No hables a nadie que pueda parecer del equipo, excepto con Carlo.
Puede que los capos me sean leales, pero no quiero que hablen mierda
contigo.
―Sí, sí, lo tengo. Ahora vete.
Se marcha después de mirarme por última vez, quedándome de pie,
incómoda, junto a mi madre. Maldita sea, ¿de verdad he sobrevivido
veintidós años con esta mujer solo para que ahora nuestra relación esté
resquebrajada? Ni siquiera sé cómo hablar con ella.
Mamá abre la boca para hablar, pero se interrumpe cuando un
resplandor rubio se abalanza sobre mí. Suelto un gruñido, rodeando
instintivamente a Zoey con los brazos. Ella se ríe. Una mirada a su cara y
suelto un suspiro.
―¿Cuánto has bebido, Zoe? ―pregunto, entrelazando sus brazos.
―Mucho ―responde ella con una risita―. Skylar decidió empezar la
fiesta antes de llegar a la fiesta.
Al oír su nombre, nuestra amiga morena aparece, acercándose. Algo
me detiene en seco. Y no es el flagrante desprecio de Sky por el código de
vestimenta que decía atuendo formal, teniendo en cuenta que lleva un
vestido negro halter extremadamente corto y botas hasta los muslos.
Parece dispuesta a salir de marcha, no a asistir a un acto de sociedad. No,
lo que me detiene en seco es el hombre que lleva del brazo.
Joshua Hart camina hacia mí como si este no fuera el último lugar del
mundo en el que debería estar. Y mi sangre se convierte en hielo.
―¿Me estás jodiendo? ―digo furiosa una vez que están al alcance de
mi oído.
Me doy la vuelta para observar la expresión de mi madre al ver a Josh,
pero debe haberse alejado cuando apareció Zoey y en estos momentos
está secuestrada entre un grupo de mujeres mayores. Bien. Mis padres
nunca aprobaron que saliera con Josh, por eso su entrada aquí es tan
jodidamente estúpida en muchos aspectos.
―Yo también me alegro de verte, Dany ―dice Sky, con la mirada
entrecerrada y desenfocada al mismo tiempo.
Genial, está jodidamente borracha. En circunstancias normales, no me
opondría a presentarme en una fiesta incapaz de distinguir mi cabeza de
mi culo. En circunstancias normales, habría estado a su lado, pero ya no
soy esa persona. Y Christian va a matar a Josh. El corazón me retumba en
el pecho. Oh, Dios. Tengo que sacarlo de aquí.
―Te das cuenta que entrar aquí era lo peor que podías haber hecho,
¿verdad?
Sus ojos están limpios y no arrastra las palabras, así que solo puedo
suponer que está sobrio.
―Tenía que verte, Dany. Tenía que asegurarme que estabas bien.
Mi corazón se enternece ante el gesto, pero le va a traer muchos
problemas.
―Y te lo agradezco. Pero también me gustaría mucho que siguieras
vivo, así que vete, por favor ―le ruego.
Me mira fijamente, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Te inquieta que tu prometido pueda matarme. Y verdaderamente te
preocupa, a juzgar por la expresión de tu cara. ¿No lo ves, Dany? Esta no
es una vida de la que debas formar parte. Te dejé ir una vez y te
abandoné cuando no debía. Me niego a volver a hacerlo. Tienes que
dejarle, Dany.
Es valiente, lo reconozco. Por el rabillo del ojo, veo a Carlo acercarse a
nosotros, con los ojos entrecerrados en dirección a Joshua. Christian aún
no ha aparecido y me aterra lo que pueda pasar cuando lo haga. Con los
ojos muy abiertos, presa del pánico, me vuelvo hacia Sky.
―¿Cómo pudiste traerlo aquí? ―exclamo.
Hace un mohín.
―Visto a posteriori, probablemente fue una mala idea. Pero estaba
borracha y prácticamente me lo suplicó.
Joshua pone los ojos en blanco. Le miro.
―Josh, aprecio lo que estás haciendo. Pero tienes que irte. Por favor.
Hay un momento y un lugar para una conversación como esta.
Nada más decir eso, siento un cosquilleo en la espalda y el aire de la
habitación baja varios grados. No tengo que girarme para saber que está
detrás de mí.
―Ilumíname, tesoro. ¿A qué hora y en qué lugar?
Capítulo 20

Christian
Daniella se gira lentamente para mirarme. Observo al pequeño grupo
reunido a su alrededor. Sus mejores amigas no suponen ninguna
amenaza para mí. Pero es el hombre que me mira abiertamente el que
despierta mi interés. Joshua Hart no es nada cobarde, lo reconozco. Pero
también es completamente estúpido. Si no lo fuera, no pensaría que es
buena idea entrar en mi casa, en mi fiesta de compromiso, y hablar con
mi prometida, por la que se siente claramente atraído.
La tensión se enrosca en mis entrañas al mirarle fijamente, con las
últimas palabras de Daniella reverberando en mi cráneo. ¿Iba a concertar
una cita con él? Por encima de mi cadáver.
―¿Y bien? ―pregunto de nuevo, con la voz calmada, aunque se
percibe un filo cortante.
―Christian ―dice Daniella, poniéndose delante de mí y apartando a
Hart de mi vista―. Solo estábamos hablando.
Casi sonrío ante su evidente intento de distraerme.
―¿Lo estabais? Entonces no te importará que hable con él un
momento, ¿verdad?
―En realidad, sí me importa ―me dice.
Casi sonrío ante su evidente intento de distraerme.
―¿Lo estabais? Entonces no te importará que hable con él un
momento, ¿verdad?
―En realidad, sí me importa ―me dice.
Asumo la obstinación de su mandíbula y la mirada feroz de sus ojos.
En momentos así es cuando más me atrae. Nunca se echa atrás en una
pelea, nunca. Y aunque es demasiado sexy, eso es lo último que tengo en
mente al contemplar su postura protectora. Frente a él.
―Lástima. Déjanos, Daniella ―le ordeno. Siento un nudo en la
garganta al decir las palabras.
―No.
―¿De verdad quieres que le pida a Carlo que te saque de aquí?
―pregunto. Sé que no querría montar una escena delante de todos los
invitados a su fiesta.
Sus hombros se hunden y me mira, con los ojos llenos de pánico. Su
amiga Sky se adelanta rodeando sus hombros con los brazos.
―Vamos, Dany. Necesitas una copa. Seguro que Josh puede
arreglárselas solo ―dice con sensatez, llevándosela.
Asiento a Carlo, indicándole con la mirada que se ocupe de ella, y él
sigue a las mujeres. Y entonces me quedo a solas con Joshua Hart. Tiene
los brazos cruzados sobre el pecho y una postura desafiante. Podría
bajarle los humos. Si fuera a matarlo, no lo haría delante de todos los
invitados. Además, sospecho que Daniella nunca me perdonará si lo
hago. Y tengo un gran interés en mantenerla feliz.
―Así es como va a ir, Hart ―comienzo―. Te mantendrás alejado de
Daniella. Si te pillo a menos de treinta kilómetros de ella, te arrepentirás.
Mis palabras son desganadas, despreocupadas, pero lo digo
jodidamente en serio. Y él se da cuenta.
―¿O qué? ¿Vas a matarme?
El hombre no teme por su vida. Eso es bonito. Y una mentira. Aunque
hay peores formas de destruir a un hombre que con la muerte.
―He oído que Industria Hart se ha enfrentado a algunos problemas
últimamente. Evasión de impuestos, sospechas de fraude.
Sus ojos castaños se dilatan al mirarme.
―Tú... ―titubea―. Has estado jodiendo a la empresa de mi familia.
―No. Eso es algo que has hecho tú solo. Es una información que ha
caído en mis manos, pero si crees que no te destruiría a ti y a tu familia
sin pestañear, estás delirando.
―Creo que eres tú el que está jodidamente inseguro. ¿Todo esto
porque hablé con Daniella? O tal vez porque en el fondo sabes que ella
preferiría estar conmigo.
El hombre realmente no tiene neuronas. Suelto una risita, pero el
sonido carece de gracia.
―Engañarme es todo lo contrario de lo que deberías estar haciendo
ahora, Joshua.
―Deja marchar a Daniella. Puedes tener a la mujer que quieras.
―Pero la quiero y la tengo.
―Ella no es tuya. Daniella y yo... ―Sus siguientes palabras terminan
antes que consiga pronunciarlas.
Antes que pestañee, le rodeo el cuello con la mano. El gesto me resulta
tan fácil. Tener la vida de un hombre en mis manos. Muy despacio, ejerzo
presión.
―No hay Daniella y tú ―le digo, mi voz mortalmente calmada.
Por el rabillo del ojo, la veo acercarse, pero Carlo la detiene. El resto del
grupo se aleja de la escena. Lo asimilo todo sin dejar de intentar exprimir
la vida del hombre que tengo delante.
―Christian ―dice bruscamente mi madre, poniéndose detrás de mí.
Topher va del brazo de ella, y mi hermano la observa con diversión
apenas disimulada―. No matarás a nadie en esta fiesta de compromiso
―Me ha cabreado ―le digo, aun apretando. Joshua empieza a ponerse
ligeramente colorado.
Me empuja el brazo, pero sus intentos son inútiles. Aplico un poco más
de presión. Sus ojos empiezan a adquirir ese brillo que reconozco. El que
me produce un estremecimiento. Miedo.
―¡Christian! ―grita mi madre.
―Déjale que lo haga, mamma ―dice Topher en un tono que me crispa
ligeramente los nervios―. A juzgar por la expresión de Daniella, puede
que esto sea lo que la aleje finalmente. Quizá entonces entre finalmente en
razón.
Con la mandíbula apretada, suelto a Joshua. Él cae al suelo, jadeando, y
me vuelvo hacia mi hermano.
―¿Qué? ―pregunta inocentemente Topher.
Mi mirada se dirige a Daniella, pero no está allí. Carlo hace un gesto
hacia las puertas del salón de baile y su forma en retirada es lo último que
veo. ¡Joder! Perder los nervios de esa manera ha sido definitivamente un
error.

―No lo he matado ―digo, entrando en la sala de arte tenuemente


iluminada.
Daniella está delante de un caballete, con un pincel en la mano. Veo la
tensión vibrar en su cuerpo por la forma en que su mano se agita
alrededor del pincel.
―Vete a la mierda, Christian ―me dice, sin mirarme.
―Podría haberlo hecho, pero no lo hice.
―Dadle una medalla al hombre ―afirma, el sarcasmo goteando de sus
palabras.
―No lo hice porque no quiero perderte.
Esas palabras la hacen callar. Suelta el cepillo y se gira para mirarme.
Sus ojos azules se entrecierran.
―¿No quieres perderme? ¿O no querías parecer débil delante de toda
esa gente? Todo esto es eso, ¿no? En definitiva, se trata de guardar las
apariencias, de asegurarse que todos recuerden que no pueden
traicionarte sin consecuencias. Asegurarte que todos recuerden que deben
temerte.
―¿Me temes? ―Lanzo la pregunta como si el corazón no me diera un
vuelco esperando su respuesta.
Daniella se lo piensa un buen rato antes de negar con la cabeza.
―Ojalá fuera así, pero he visto partes de ti que nadie más ha visto. He
visto cuánto quieres a tu familia, cuánto luchas por protegerla. Sé cuánto
te ha costado. Y sé lo que te ha costado llegar hasta aquí. Así que no,
Christian, no te temo. Nunca podría hacerlo.
Mi corazón prácticamente ronronea de satisfacción por su respuesta.
Esta mujer será mi muerte algún día. Debería temerme, le conviene
hacerlo. Pero el hecho de no hacerlo me estremece. Y traspasa aún más
mis defensas hasta que siento la necesidad de desnudar mi corazón ante
ella.
―La situación de Hart no se debe realmente a que intentara no parecer
débil ―le digo―. Es porque estaba…
Aprieto los dedos mientras lucho por completar la frase. Los ojos de
Daniella son cálidos y alentadores. También veo la necesidad en ellos.
Necesita que la termine. Necesita saber cuánto me importa.
―Tenía miedo, tesoro. Miedo de perderte. Miedo que al final te dieras
cuenta que esto es un error. Tenía miedo que lo eligieras a él.
Daniella da un paso hacia mí.
―El Don no se asusta. El miedo es una emoción que está muy por
debajo de ti.
Esas palabras suenan como si las hubiera dicho mi padre. Daniella no
lo conocía, nunca lo conoció. Pero me conoce a mí.
―Cuando se trata de ti, siento cada emoción ―digo
apasionadamente―. Miedo, deseo, lujuria.
―Me deseas ―dice con sencillez.
―Más de lo que nunca he deseado a ninguna mujer, que cualquier
jodida mierda. Pero tengo...
―Miedo ―termina―. Lo sé. Tienes miedo de arruinarnos.
Está lo suficientemente cerca como para que pueda acercarme y
acariciar su mejilla.
―¿No crees que nos arruinaré? ―pregunto, en voz baja.
―Estoy dispuesta a apostar. Merecerá la pena.
Merecerá la pena. Siento como si toda mi vida hubiera sido una
apuesta y, hasta este momento, nunca hubiera sabido si ganaría.
―No más falsas pretensiones ―digo.
―No más mentiras.
―No más peleas.
Me lanza una dura mirada.
―¿En serio?
Suelto una risita, mi mano va a su cintura y tira de ella para acercarla.
―No más peleas innecesarias ―enmiendo.
Su mirada se desvía hacia mis labios y sus ojos rebosan pasión.
―Me tienes, Christian. No tienes que tener miedo de perderme ―me
dice.
Lo sé. Pero no puedo decirlo. Porque significaría que sabe lo
inquebrantable que es mi fe en ella. Perder esa fe me destrozaría.
―Bésame ―susurra Daniella.
No pierdo ni un segundo en hacerlo. Todo su cuerpo me responde. Se
acerca como si no pudiera soportar la distancia entre nuestros cuerpos.
Profundizo el beso, paso la lengua por su suave labio inferior y chupeteo
suavemente la tierna curva. El deseo inunda mi organismo, ardiente y
exigente.
No desperdicio ni un suspiro antes de hacerlo. Todo su cuerpo me
responde. Se acerca como si no pudiera soportar más distancia entre
nuestros cuerpos. Profundizo el beso, paso la lengua por su suave labio
inferior y chupo suavemente la tierna curva. El deseo me inunda, caliente
y exigente.
Espero que Daniella nunca descubra cuánto poder ejerce sobre mí.
Porque en este momento, estoy acojonado ya que saltaría de un
acantilado si esta mujer me lo pidiera.
Capítulo 21

Daniella
Nuestras bocas chocan, el beso es ardiente y duro y está
completamente fuera de nuestro control. La necesidad me recorre todo el
cuerpo cuando agarra mi culo con las manos y me empuja contra sus
caderas; mi columna roza los rebordes de la puerta a mi espalda y la
utilizo como punto de apoyo para acercarme a él.
Rodeo su cintura con las piernas y cierro los tobillos. El vestido se me
sube con el movimiento, el material me oprime y me impide acercarme.
La caricia de su boca y los movimientos de su lengua me roban todo
pensamiento lógico y mi mundo se reduce a este momento, a este beso, a
él.
Su boca se desliza por mi cuello en un sensual asalto, haciéndome
gemir.
―Joder, ¿cómo he podido mantenerme alejado de ti tanto tiempo?
―pregunta, contra mi garganta.
―Lo sé, ¿cierto? ―jadeo―. Tienes tanto autocontrol. Es molesto.
Christian sonríe contra mis labios. Entonces me arrastra hacia la mesa
de la habitación. Parte de mi equipo de arte se estrella contra el suelo
mientras mi culo golpea el escritorio. Apenas me importa. Se inclina
sobre mí, sus dedos se entrelazan en mi cabello y vuelve a tomar mi boca.
Le devuelvo el beso, intentando devolverle todo el deseo y el hambre que
me hace sentir.
―No. Hay. Nada. Que. Quiera. Más. Que. Esto. ―Acompaña cada una
de sus palabras con un beso a lo largo de mi mandíbula hasta llegar a mi
oreja. Me muerde suavemente el lóbulo y todo mi cuerpo se derrite.
Mierda, se siente tan bien.
Cada roce de su boca con mi piel me inflama. Toma mi mano y la
desliza entre nuestros cuerpos, por debajo de su pantalón, que ni me
había percatado que se había desabrochado.
―Quiero que sientas cuánto te deseo.
Gruñe cuando aprieto su dura polla. Alzando la cabeza, mi mirada se
cruza con la suya, y ambos reconocemos el salvaje deseo reflejado en
nuestros ojos. Christian tira de la tela de mi vestido y esta cede lo
suficiente para succionar mi pezón y llevárselo a la boca. Prácticamente
mi sangre arde, y empuño su cabello en mi mano, necesitando algo a lo
que aferrarme, algo que me ancle.
Jadeo cuando Christian tira de mi cabello hacia atrás y presiona sus
labios contra mi cuello.
―Estás muy callada, Evans ―musita.
―No puedo hablar ―jadeo cuando hace girar su pulgar alrededor de
mi húmedo pezón―. Necesito que me folles.
―Pídemelo amablemente.
Esta vez, ni siquiera me molesto en provocarle. Lo miro directamente a
los ojos.
―¡Por favor, fóllame, Christian! ―ruego.
―Lo haré a su debido tiempo. Primero quiero probarte. ―Sonríe.
Entonces desciende hasta quedar frente a mí. Jadeo cuando me arrastra
hasta el borde del escritorio y empuja mi vestido hasta la cintura. Se
deshace rápidamente de mis bragas, dejándome desnuda para él.
No duda en sumergir su cabeza y lamerme desde la entrada hasta el
clítoris. El gruñido de satisfacción que emite me hace vibrar. Ya siento mi
inminente orgasmo y él apenas ha empezado. Christian desliza una mano
áspera por mi pierna, tirando de mi muslo por encima de su hombro. El
gesto es tierno, cálido, haciendo que el corazón me dé un vuelco, aunque
intente volverme loca.
―No tienes idea de lo adictivo que sabe este bonito coñito ―murmura
Christian, con asombro en la voz.
Me recuesto contra la pared, mi mirada se dirige hacia el techo
mientras hago todo lo posible por no romperme. Christian separa más
mis piernas, hurgando en mí y devorándome como un hombre
hambriento. Mi clítoris está hinchado y sus caricias son el tipo de intenso
placer aumentando la presión en mi interior.
―¡Oh, Dios! ―grito.
Se ríe contra mi coño.
―Dios no tiene nada que ver con esto, cariño.
Me retuerzo y agito, rogándole que pare un segundo y luego
pidiéndole que no lo haga jamás. Su lengua me penetra y, cuando se
retira y me folla con los dedos, estallo.
―Cristian ―gimo, casi tirándome de la mesa mientras mi orgasmo
hace temblar todo mi cuerpo.
Se incorpora, tirando de mi cuerpo contra el suyo y sujetándome frente
a la avalancha de intenso placer. Cuando finalmente dejo de temblar,
Christian se inclina y besa mi mejilla.
―No tienes idea de lo hermosa que estás ahora mismo, tesoro.
Me besa entonces, haciéndome saborear hasta qué punto lo deseo. Sus
movimientos se vuelven frenéticos al ayudarle a quitarse la ropa y él me
saca el vestido por la cabeza. Se inclina para capturar un pezón en su
boca, chupando suavemente hasta que prácticamente me retuerzo bajo él.
Me muerde el otro pezón una vez y es todo el aviso que recibo antes de
penetrarme.
―Christian ―jadeo, con los ojos desorbitados al sentirlo dentro de
mí―. Preservativo.
Hace una pausa y sus movimientos se calman. El aire de la habitación
parece haber sido succionado. Pasa una eternidad en la que nos miramos
fijamente a los ojos.
―Los preservativos están en mi habitación ―me dice con cautela ―.
Podría ir a buscarlos, pero…
No tiene que terminar. Yo tampoco estoy segura de poder dejar que se
aleje de mí en este momento.
―Estoy tomando anticonceptivos ―le digo.
Técnicamente, he tomado las píldoras de forma bastante casual durante
los últimos meses, pero estoy segura que me tomé una hace unos días.
Intento calcular mentalmente cuándo debería estar ovulando. No
deberíamos tener problemas. Christian busca en mis ojos cualquier señal
que me incomode seguir adelante. Asiento con la cabeza una vez para
asegurárselo, deslizando los dedos por su rostro.
Vuelve a penetrarme de un solo empujón, hasta el fondo. Me ahogo
mientras él sisea, con los ojos fijos en el lugar donde estamos conectados.
―Oh, Dios, despacito, Christian. Poco a poco. ―Suplico, agarrándome
a sus brazos.
Es tan grande, demasiado, y prácticamente tengo palpitaciones al
intentar acostumbrarme a su tamaño.
―Scusami tesoro ―se disculpa, rozando sus labios con los míos.
Sus brazos prácticamente tiemblan por el esfuerzo que le está costando
no moverse. Intenta ser paciente por mí, dándome la oportunidad de
adaptarme. Tras unas cuantas respiraciones rápidas, le levanto el pulgar.
Christian sonríe. Los dos temblamos cuando sale y vuelve a entrar. El
placer abrasa mis venas y gimo, deslizando los dedos por su pecho. Me
agarro a sus hombros y me folla lentamente.
Sus ojos están fijos en mi cuerpo y observa cómo su longitud entra y
sale de mí. Sus movimientos son controlados, poderosos. Me folla como
yo sabía que lo haría. Todo en su personalidad es preciso.
―Estoy limpio ―gruñe Christian.
Tardo unos segundos en comprender esa afirmación.
―Lo sé. Alguien como tú nunca se equivocaría y contraería una ETS.
Sus ojos se acercan a los míos y se entrecierran. Acompaña su
contrariedad con una violenta embestida que me hace jadear. Luego me
penetra más deprisa, y cada embestida me provoca una oleada ardiente.
El orgasmo me golpea con fuerza, lanzándome estrellas tras los ojos y
dejándome sin aliento.
―¡Cristian! ―grito, cuando el placer amenaza con arrastrarme.
Él sigue moviéndose cuando yo vuelvo a tierra.
―No te imaginas lo perfecta que te sentías hace un momento,
corriéndote alrededor de mi polla.
Gimo, incapaz de responder, rebotando contra la mesa con la fuerza de
cada embestida. Christian sigue golpeando un punto tan profundo e
intenso, que me está llevando a un punto al que nunca había llegado.
Acabo de correrme, pero mi cuerpo no parece registrarlo. Me agarro al
brazo de Christian, aferrándome por mi vida.
―Córrete dentro de mí ―suplico.
Presiona su cara contra mi cuello, ahogando un gemido. Está tan
dentro de mí que lo siento por todas partes. Se echa hacia atrás y sus ojos
buscan los míos durante uno o dos latidos antes de destrozarme con otro
beso que me obliga a pedir más, balanceando las caderas contra las suyas.
―Dime de quién es este coñito ―exige Christian.
Aprieto la mandíbula.
―Mío. ¿De quién si no? Está pegado a mi cuerpo, así que es mío.
No le satisface mi respuesta. Sus embestidas disminuyen de ritmo y mi
inminente orgasmo retrocede al follarme lenta y pausadamente.
―Si quieres que te folle duro y rápido, Daniella, me dirás a quién
pertenece este coño.
Jadeo, mis manos rozan sus brazos mientras intento reunir la fuerza de
voluntad para resistirme a él. Cuando coloca un dedo en mi clítoris y
empieza a acariciarme ligeramente, me vuelvo loca.
―Tuyo ―sollozo―. Soy tuya.
―Bien ―susurra Christian, justo antes de acelerar el ritmo.
Mi mente gime en señal de protesta, y mi cuerpo grita su aprobación al
follarme con tanta fuerza que estoy convencida que lo sentiré durante
días.
―Eres tan jodidamente hermosa, tesoro. Déjate ir para mí.
El placer me invade en oleadas, recorriéndome una y otra vez, hasta
que lo único que puedo hacer es agarrarme a los hombros de Christian
sujetándome con fuerza. Empuja una vez, dos, y a la tercera se rompe,
estremeciéndose al acabar dentro de mí, llenándome hasta el fondo.
Se apoya en mí y ambos respiramos agitadamente. Sigo aferrada a él
cuando Christian besa mi mejilla, con un movimiento tierno y dulce. Lo
cual está tan reñido con su personalidad, que sonrío como una idiota.
―Eso ha sido... ―Hago una pausa porque literalmente no tengo
palabras.
―¿Alucinante? ―sugiere con una sonrisa.
―Esa es una palabra para describirlo. ―Lo asimilo, las líneas
musculosas de su pecho, su rostro diabólicamente atractivo. Este hombre
podría destruirme y no me importaría mientras pudiera mirarle fijamente
para siempre―. Hagámoslo otra vez ―propongo, aún mareada por el
subidón postorgásmico.
Christian me pasa un mechón de pelo por detrás de la oreja y me mira
a los ojos.
―Tenemos toda una fiesta esperándonos ahí abajo, Evans ―me
recuerda.
Mis ojos se agrandan. ¡La fiesta! Mierda, me había olvidado por
completo de la fiesta.
―Seguro que no nos echarán de menos ―digo encogiéndome de
hombros.
―Claro que no ―asiente Christian con una sonrisa―. Solo somos los
invitados de honor y los anfitriones. Seguro que no se darán cuenta que
hemos desaparecido.
―Exactamente ―le digo, rodeándole la cintura con los brazos. Sonrío
tanto que me duelen las mejillas. El buen sexo te hace eso―. Vamos a tu
habitación y deja que te vuelva loco.
Sus ojos se calientan ante la insinuación. Acaricia mi mejilla, su
expresión dice mil palabras que no puede decir por sí solo.
―Eso suena infinitamente más interesante que la fiesta.
―¿Verdad? A la mierda la fiesta.
―Eres una influencia terrible, tesoro ―murmura.
―Me lo tomaré como un sí ―le digo, deslizándome hasta ponerme de
pie. Desafortunadamente, mis piernas aún no se han despertado y
tropiezo ligeramente. Christian me abraza inmediatamente.
―Tranquila ―me dice riéndose divertido.
―Esto está haciendo maravillas con tu ego, ¿cierto? ―pregunto.
Literalmente me folló tan fuerte que no puedo caminar.
―No podría decirte que no escuece.
Pongo los ojos en blanco antes de inclinarme hacia delante para rozarle
la boca con un beso.
―Imbécil ―digo cariñosamente.
―Venga, vamos.
Intento ignorar el que su semen recorre aún mis muslos. Pero es un
claro indicador por el que acabamos de mantener relaciones sexuales
completamente desprotegidas. Excepto las píldoras anticonceptivas que
rara vez he estado tomando. Definitivamente necesito una ducha, y él
definitivamente usará un preservativo la próxima vez. De ninguna
manera estoy dispuesta a correr este riesgo de nuevo.
Ambos nos vestimos lo mejor que podemos antes de salir de mi sala de
arte y dirigirnos a su dormitorio. Un pensamiento me asalta subiendo las
escaleras. Miro nuestros dedos entrelazados con una sonrisa.
―Sabes, me acabo de dar cuenta de algo ―digo.
―¿Qué es?
―Tenemos una relación. Como una relación romántica de verdad.
Caray, tengo novio ―me digo incrédula.
No he salido con nadie desde Jack, hace dos años. Pero me guardo ese
pequeño detalle para mí. No sirve de nada enfadarlo cuando está siendo
tan amable.
Christian me aprieta la mano una vez. No puedo ver su expresión
porque camina delante de mí, pero oigo el placer en su voz.
―Soy tu prometido, Daniella. Estamos prometidos ―me recuerda.
―Sí, pero nuestro compromiso ha quedado atrás. Ahora al menos
podemos empezar por el principio. Como una pareja normal.
―Lo que te haga feliz, tesoro.
―Hablando de cosas que me harían feliz...
Christian se tensa, y tengo la sensación que le preocupa que pregunte
de nuevo por mi viaje. No tiene por qué preocuparse. No volveré a sacar
el tema.
―¿Puedo prepararte la cena mañana? El personal no me ha dejado
entrar en la cocina desde que llegamos y echo de menos cocinar.
Se vuelve para mirarme con una ceja arqueada.
―¿Te gusta cocinar?
―Sí. Soy una chica misteriosa, señor D'Angelo. Hay muchas cosas que
aún no sabes de mí.
―Estoy deseando aprenderlo todo ―me dice, y esas pequeñas palabras
son suficientes para acelerar mi corazón―. Respecto a la cocina, no me
imaginaba que te interesaría. Contratamos a un chef porque mi madre es
un desastre en lo que se refiere a la cocina.
―Eso es inesperado, definitivamente me dio vibraciones culinarias ―le
digo, sonriendo. Pero completamente a favor de Martina D'Angelo.

―Háblame de ello ―murmura Christian―. De todas formas, puedes


cocinar todo lo que quieras, tesoro. Se lo haré saber al personal para que te
dejen un poco de espacio.
Sonrío.
―La cena de mañana.
―¿Qué tal desayuno, comida y cena? ―sugiere, abriendo la puerta de
su habitación.
Me quedo paralizada en la puerta, mirándolo con incertidumbre.
―¿Estarás en casa todo el día?
―Síp, me tomo vacaciones. Mañana me tienes todo para ti.
―El Don no se toma vacaciones ―le digo.
Me dedica una sonrisa radiante, de infarto.
―Cuando se trata de ti, sí.
Capítulo 22

Christian
En un día normal, duermo unas cinco horas, si tengo suerte. Mi cuerpo
ya está preparado para levantarse mucho antes de la salida del sol. Y
nunca me duermo antes de las 2. Anoche, gracias a Daniella, me dormí
mucho antes. En un momento estaba besándola y disfrutando de la
sensación de su cuerpo desnudo bajo el mío, y al siguiente estaba
dormido con ella entre mis brazos.
Cuando me doy la vuelta para comprobar la hora, son las 7 de la
mañana y estoy tan sorprendido que no me muevo en varios segundos.
Hacía siglos que no dormía tan bien. Y las pesadillas que suelen acosarme
se han mantenido a raya. Sonrío suavemente, apartando mi cuerpo del de
Daniella para poder ir al baño. Cuando vuelvo, mi mirada recorre la
cama.
Un cabello largo y pelirrojo, una piel suave y hermosa, y un rostro que
podría contemplar eternamente. Daniella ya se ha dado la vuelta en el
tiempo que me he ido. Está boca abajo, con una mano bajo la almohada.
Mi pecho se agita cuando percibo su expresión suave y la sonrisa
soñolienta de su rostro. Supongo que estará soñando, y más vale que sea
jodidamente conmigo.
No espero que se despierte hasta dentro de unas horas, después del
ejercicio de anoche, así que me acomodo en el sofá de mi habitación y cojo
el portátil para ponerme a trabajar. Estoy tan absorto que mi cuerpo se
tensa cuando unas manos envuelven mi cuello por detrás. Entonces
percibo su aroma enloquecedor y toda la tensión se disipa. Besa mi
mejilla, respirando dulcemente.
―Buenos días ―murmura, abrazándome más fuerte.
La sonrisa que se forma en mis labios es instantánea e imposible de
detener. Girándome ligeramente, levanto a Daniella por encima del sofá y
la subo a mi regazo. Deja escapar un grito sorprendida antes de posar mis
labios sobre los suyos. Me devuelve el beso, rozándome el labio inferior
con los dientes. Podría besarla durante horas. Y no me importaría que me
despertara así todas las mañanas.
―Hola, preciosa ―saludo, algo jadeante mirándola fijamente.
Se ha puesto una de mis camisetas al despertarse y verla con ella
puesta hace que surjan en mi mente pensamientos cálidos e imprevistos.
―Quería despertarme contigo ―hace un mohín, mirándome fijamente
a los ojos como si apenas pudiera creer que esté aquí―. Son las nueve de
la mañana, Christian, y hemos pasado una larga noche. Seguramente
podrías haberte dormido más.
La miro.
―Me desperté sobre las siete, tesoro. En mi vida, eso se considera
dormir hasta tarde.
―Entonces empezaste a trabajar. ―Señala el portátil―. ¿Qué pasó con
'hoy es día de vacaciones'?
―Es un día de vacaciones. Pero eso no significa que no pueda trabajar
desde casa.
Suspira suavemente y yo me rio, acercándola aún más y disfrutando de
su calor.
―Creo que me prometieron desayuno, cena y comida ―le digo,
rozando suavemente su mejilla con la nariz.
―Supuse que unas vacaciones significaban que te tendría sin todas
las... ya sabes... cosas del trabajo ―replica ella―. Vamos, Christian. Se
acabó el trabajo.
Mis siguientes palabras quedan ahogadas por el tono de llamada de mi
teléfono cortando el aire. Le dedico una pequeña sonrisa antes de cogerlo
y descolgarlo.
―Mantén ese pensamiento ―le digo, colocándola suavemente a mi
lado en el sofá cuando me doy cuenta que es mi hermano.
―Tenemos un problema ―dice Carlo, apenas descuelgo.
―Desde luego que lo tenemos ―murmuro, poniéndome en pie para
que Daniella no pueda oír la conversación.
―Dos de nuestros hombres han muerto.
Suelto un fuerte suspiro y cambio rápidamente al italiano.
―¿Qué ha pasado?
―Alguien ha reventado nuestro negocio de drogas. Ese detective va a
por la sangre de D'Angelo, Christian.
Carlo parece bastante cabreado y a mí también se me hiela la sangre. Ni
siquiera comenta que le respondo en italiano. Puedo oír la frustración en
su voz.
―¿Quién? ―pregunto, refiriéndome a los hombres muertos. Todos y
cada uno de los hombres que trabajan para la familia son mi
responsabilidad, lo que significa que actualmente tengo entre manos a
dos hombres muertos y a sus familias.
Me dice sus nombres y mi puño se cierra alrededor del teléfono.
―Hay que investigar a ese detective, fratello ―dice Carlo, cambiando
también al italiano, probablemente inconscientemente.
―Lo sé ―le digo, mis ojos se encuentran momentáneamente con los de
Daniella. Parece enfadada, pero esto no está en mis manos―. Escucha,
Carlo. ¿Podrías ocuparte de los funerales y de reunirte con sus familias
por mí? Hoy no puedo.
Mi hermano hace una pausa.
―Nunca has delegado algo así.
―No ―estoy de acuerdo―, pero le prometí a Daniella que pasaría el
día con ella.
Otra larga pausa.
―Bueno, maldita sea. Hace años que no te tomas un día libre.
―Lo sé. Por eso necesito que te ocupes de esto por mí. Yo me ocuparé
del detective. Averigua quién es, dónde vive y... ―Mi mirada conecta con
la de Daniella y la aceleración de los latidos de mi corazón es una clara
señal de lo que descubrí anoche. Estoy muy jodido―. Vamos a destruirle
―le digo a mi hermano.
Deja escapar un sonido de aprobación antes de colgar. Me vuelvo hacia
mi prometida, cambiando al inglés.
―Cada vez que me miras así, Evans, solo puedo pensar en lo mucho
que deseo besarte.
Sus ojos se entrecierran.
―Dijiste que no habría más secretos.
―Cierto, pero hay algunos aspectos del negocio de los que no deberías
preocuparte ―le explico, dejándome caer en el sofá a su lado.
Se burla, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Voy a repasar mi italiano, cariño. Cuando eso ocurra, ¿qué vas a
hacer? ¿Cómo vas a tener entonces tus conversaciones secretas?
Le beso el cuello. Su respiración se entrecorta y se agarra a mi cuello.
―No te preocupes, mi amor. Hablo otros idiomas ―le aseguro.
Me empuja y me rio.
―Bien, de acuerdo. ―Me reclino en el asiento―. Era una llamada de
Carlo, diciéndome que dos de nuestros hombres murieron anoche.
Abatidos a tiros durante un asunto de drogas. ―Mi mandíbula se tensa al
pensarlo.
La cálida mano de Daniella cubre la mía, sus ojos azules comprensivos.
―Lo siento. Sé que eso debe afectarte.
―Sí. ―Exhalo un suspiro.
―¿Quieres que te haga sentir mejor? ―pregunta.
Mis ojos brillan y asintiendo una vez, ella se arrodilla delante de mí.
Pone una mano en mi polla y esta se endurece inmediatamente. Joder,
apenas tiene que intentarlo para que esté listo. Me mira y estoy seguro
que su mirada quedará grabada en mi mente para siempre.
Me estremezco cuando introduce la mano en mis bóxers y extrae mi
polla. Se balancea delante de ella. No hace nada más que frotármela
durante unos segundos, acariciándome lentamente. Casi me vuelvo loco
cuando se lame el labio inferior, mirándola con avidez. Empiezo a
impacientarme.
―Chúpamela, tesoro ―le digo con calma, a pesar de los rápidos latidos
de mi corazón.
Una gota de excitación se filtra por la punta de mi polla. El primer
deslizamiento de su lengua sobre mi miembro me golpea con fuerza. El
calor me sube por el estómago y oprime mi pecho. Vuelvo a apoyar la
cabeza en el sofá, apretando los dientes para no emitir ningún sonido
cuando ella lame mi polla como si fuera una piruleta.
Su mano libre se desliza hasta mis tensos abdominales. Tiene las uñas
pintadas de rojo, como el pecado. No sé si es el color que me obsesiona o
ella, pero verlo en sus labios o en sus manos me vuelve loco. La presión
de sus uñas sobre mi estómago quema tanto como su boca. Su mirada se
cruza con la mía al acariciar con su lengua la cabeza de mi polla.
Contengo un gemido al torturarme con pequeños lametones y succiones
que me ponen a cien.
Se inclina y me mira con una diversión apenas disimulada.
―Estás muy callado, cariño.
―Lucho contra las ganas de follarme esa dulce boquita con ganas ―le
digo, apretando los dientes.
Le brillan los ojos.
―Haz lo que quieras, Christian. Puedo soportarlo.
No es consciente de lo que acaba de aceptar. Paso el pulgar por la
suave piel de su mejilla. Inhala antes de meterme en su boca. Esta vez, se
desliza hasta el fondo, consiguiendo abarcar cada centímetro.
―Joder ―gruño.
Se retira y respira entrecortadamente. Se le humedecen los ojos cuando
vuelve a meterme hasta el fondo. Introduzco la polla suavemente,
tratando de penetrarla lentamente. Daniella me introduce una y otra vez.
―Diablos, cariño. No sabes lo perfecta que te ves, cogiendo cada puto
centímetro de mi polla.
Hace un sonido de aprobación alrededor de mi polla y se frota los
muslos. Está tan excitada como yo. Cuando su garganta se contrae a mi
alrededor, sé que estoy a punto de correrme.
―¿Puedo correrme en tu boca, tesoro? ―pregunto jadeante.
Parpadea en señal de asentimiento. Son sus ojos los que me dominan.
El calor estalla en mi interior con tanta violencia que me pitan los oídos al
correrme en su boca. Se traga cada descarga, con los ojos todavía un poco
llorosos. Hago un sonido áspero en el fondo de mi garganta, cada célula
de mi cuerpo llena de satisfacción y de algo más. Una emoción que ahora
no puedo nombrar.
Se retira de mi polla limpiándose la boca con el dorso de la mano. Su
cabello es un revoltijo de rizos que casi alcanzan su cintura. La agarro por
el cuello y atraigo sus labios hacia los míos, besándola profundamente,
deslizando mi lengua en su boca. Sus dedos se introducen en mi cabello y
gruño quedamente al sentir un escalofrío.
―Ahora tu turno ―le digo, echándome hacia atrás―. Siéntate en mi
cara.
Suspira suavemente.
―Christian, si esto sigue así nunca llegaremos al desayuno.
―El desayuno está sobrevalorado ―le digo, con la necesidad
imperiosa de saborearla.
Vuelve a suspirar y sonrío. No sabe lo hermosa que está ahora. Cuando
la llevo a la cama, deslizo sus bragas a un lado y tiro de ella para que se
siente a horcajadas sobre mi cara, cada sonido que sale de su boca es un
gemido y una súplica para que no pare nunca.

No conseguimos salir de la habitación a tiempo para desayunar.


Cuando llegamos a la cocina, es mediodía. Estoy hambriento y Daniella
está de mal humor. Se le iluminan los ojos cuando ve la cocina vacía. Me
siento en la encimera y la miro cómo se pone manos a la obra para
prepararnos la comida. Podría mirarla durante horas. El bonito gesto de
sus labios cuando piensa en algo. La forma en que se le nublan un poco
los ojos cada vez que me mira.
―¿Has ido a la universidad? ―pregunta, cogiendo los ingredientes
para la comida.
Arqueo una ceja.
―Eso es un ataque al azar.
―Solo tengo curiosidad. No es que tu carrera requiera un título
universitario.
―No, no lo requiere ―convengo―. Pero mi madre se aseguró que
cada uno de nosotros fuera a la universidad. Carlo fue a la universidad en
el extranjero. Yo fui a Stanford. Topher fue a Princeton.
Sus ojos se abren desmesuradamente.
―Demonios. Tanto tú como Topher fuisteis a universidades de la Ivy
League. ¿Qué estudiasteis?
―Ciberseguridad ―respondo bruscamente―. Toph estudió ingeniería
mecánica. Fue el primero de su promoción.
―¿Así que Topher es un genio? ―pregunta Daniella y yo me rio.
―Bastante. Le encanta hacerse el tonto, pero mi hermano pequeño es
muy listo.
Sus ojos se entrecierran cuando me mira.
―Estudiaste ciberseguridad.
―Sí.
―¿Eso significa que eres bueno con los ordenadores? Como piratear y
cosas así.
Asiento una vez y se queda con la boca abierta.
―Esa es una habilidad tan aterradora para alguien como tú.
―Me hace prácticamente invisible ―me jacto, echándome hacia atrás
en el asiento.
Pone los ojos en blanco.
―Tu humildad es tan conmovedora. ―Entonces sus cejas se arquean
de un modo que me indica lo mucho que está pensando en algo.
―Escúpelo, tesoro ―puntualizo.
―Es solo que... estuviste cuatro años fuera de casa. ¿Fue duro?
No me esperaba esa pregunta. Dudo un segundo, mirándola fijamente
a sus cálidos ojos azules. Cuando respondo, mi voz es baja y un poco
distante.
―No, no lo fue. Fueron los mejores años de mi vida. Volvía a casa
regularmente, por supuesto. Y si la familia necesitaba ayuda, estaba allí.
Pero fue una especie de liberación.
―Me lo imagino.
Me llevo la mano a la mandíbula y me la froto suavemente.
―¿Por qué tengo la sensación que estás convirtiendo a mi padre en una
especie de tipo malo en tu cabeza, Evans?
―No lo hago ―suelta―. Es que... me parece un poco cruel que él te
convirtiera en quien eres hoy.
―Quien soy hoy es quien estaba destinado a ser. Y mi padre fue el
mejor hombre que he conocido. Puede que tuviera carencias en algunos
aspectos, pero luchó mucho por esta familia. Hizo de nosotros lo que
somos y le estoy muy agradecido. Siempre le admiraré por ello.
―Por supuesto que lo harás. Es tu padre. No pretendía juzgarte,
Christian ―dice en voz baja.
Me calmo, abriendo los puños.
―Lo sé, cariño. Sigue preparando la comida.
Ella sonríe, volviendo a centrar su atención en la comida. No hablamos
durante varios minutos y paso ese tiempo mirándola fijamente y
disfrutando de la vista. Ella sigue llevando solo mi camisa blanca,
abotonada al azar. Le llega a medio muslo y, cuando se agacha, le veo las
tetas. Eso hace que se me caliente la sangre, y ahora estoy pensando en
inclinarla y follármela hasta que los dos no podamos pensar con claridad.
No me preocupa que alguien nos sorprenda. He echado a toda la ayuda
por hoy.
―Deja de mirarme como si estuvieras pensando en asesinarme o en
azotarme en el mostrador ―me dice sin mirarme. Sus ojos están fijos en
las verduras que está cortando expertamente con un cuchillo.
―¿En serio soy tan transparente? ―exclamo, inclinándome hacia
delante, sin apartar los ojos de los suyos.
―Sí. Tienes toda esa actitud de hombre tenebroso y melancólico
perfectamente asumida. Sinceramente, no sé qué veo en ti ―afirma,
encendiendo la cocina eléctrica.
―¿En serio? ¿Quieres que te lo recuerde?
―No. Déjame tranquila, Christian. Necesito concentrarme.
―Ni siquiera estaba haciendo nada.
―Me estás distrayendo ―dice apretando los dientes―. Vete a jugar un
rato con el móvil.
Se me escapa una carcajada.
―¿Me estás echando?
―Sí. Vete.
Entrecierro los ojos un segundo.
―Te azotaré el culo por esto más tarde.
―¿Prometido? ―pregunta, dirigiéndome una mirada acalorada.
Mierda, estoy jodido.
Al final, me disculpo y dejo que prepare la comida tranquilamente,
retirándome al salón.
Capítulo 23

Daniella
La comida está lista en menos de treinta minutos gracias a que
Christian se ha ido. Llevo los dos platos al salón y los pongo sobre la
mesa. Él sonríe suavemente y me besa la frente en señal de
agradecimiento.
―Siento que debería advertirte, cariño ―empiezo y él me lanza una
mirada curiosa―. Nadie ha comido mi comida y no se ha enamorado de
mí.
―Hmm ―dice Christian, con un brillo juguetón en los ojos―. Voy a
tener que poner a prueba esa teoría.
Lo miro fijamente a su lado mientras da el primer bocado. Una media
sonrisa se dibuja en sus labios, pero no dice nada y sigue comiendo.
―¿Bien? ―pregunto cuando continúa en silencio.
―Come tu comida, tesoro ―me dice.
Hago un mohín, pero como tengo demasiada hambre para discutir,
hago lo que me dice. Terminamos de comer en silencio, tras lo cual
Christian lleva los platos a la cocina. No vuelve durante varios minutos y
tengo la sensación de estar fregando los platos. Es un maniático de la
limpieza. Me molesta un poco que no haya dicho nada sobre la comida,
pero se la ha terminado, así que eso tiene que significar algo.
Cuando regresa, mi atención está puesta en un melodrama que emiten
en la HBO. Se sienta a mi lado y tira de mí hasta que estoy sentada en su
regazo. Entonces me besa, suave y lentamente, de una forma concebida
para volverme loca.
―Gracias por prepararme la comida, cariño. Ha sido increíble
―susurra contra mis labios.
La felicidad florece en mi pecho, sus palabras se asientan como metal
fundido en mi sangre.
―Sabía que te encantaría ―le digo.
―Estaba delicioso.
―Que no te guste demasiado. Solo quiero cocinar de vez en cuando. Es
uno de mis dos únicas aptitudes. Siempre supe que me convertiría en
pintora o en cocinera. Aunque ―vacilo―, supongo que ahora mismo no
soy ninguna de las dos cosas.
Tengo un título de arte de la universidad y todo, pero nada que
demostrar. Apenas he podido pintar desde que me mudé aquí con
Christian. No le culpo, pero es difícil sentirse inspirada aquí. Las únicas
veces que pinto es cuando me cabrea o cuando siento emociones fuertes
en relación con él. Eso demuestra lo obsesionada que estoy.
Christian debe ver los pensamientos de mi mente claramente en mi
cara, porque una expresión apenada atraviesa la suya. Entonces me besa
suavemente la mejilla, bajando sus besos hasta mi cuello.
―Eres perfecta, tesoro. Y eres todo lo que quieres ser.
―La comida te ha alterado mucho la química cerebral, ¿eh? ―bromeo,
apartando la nube oscura que se cierne sobre mí.
Hoy no podría ser más perfecto y no voy a estropearlo. Me giro, a
horcajadas sobre él, y pronto nos besamos profundamente. La polla de
Christian presiona mi centro y, de repente, estoy húmeda y hambrienta
de él. Sus manos agarran mi culo y chillo cuando me azota una nalga con
fuerza. Le tiro del cabello en venganza y él suelta una risita oscura.
La presión de mi pecho aumenta cuando me besa con dureza y sus
dientes me mordisquean los labios.
―Bueno ―dice alguien―, esto es incómodo.
Grito y salto del regazo de Christian.
―¡Qué mierda! ―gruñe Christian, mirando hacia la puerta del salón.
―¡Topher! ―grito, mirando fijamente a su hermano. Rápidamente
intento ponerme decente, aunque es difícil teniendo en cuenta que solo
llevo una camisa y unas bragas.
―Lo siento ―dice Topher con poca sinceridad, entrando. Tiene el
cabello revuelto y únicamente lleva un pantalón, sin camisa. No me había
percatado que anoche durmió aquí.
―¿Qué haces aquí? ―pregunta Christian, mirando a su hermano con
fastidio.
―Mamá y yo nos quedamos aquí anoche después de la fiesta. Ya sabes,
¿la fiesta en tu honor que vosotros dos abandonasteis?
―Podrías haberme dicho que te quedabas a dormir ―refunfuña
Christian.
―¿Así que finalmente os reconciliasteis? ―pregunta Topher, con sus
ojos castaños llenos de picardía―. Y solo hizo falta que Christian casi
matara a tu ex novio para que ocurriera. No me habría imaginado que
tuvieras esa tendencia a la violencia, cognata. ―Me guiña un ojo y me
quedo con la boca abierta.
Christian fulmina con la mirada a su hermano. Te juro que Topher se
deleita empezando la mierda con él.
―¿Cómo sabes siquiera que es mi ex novio? ―pregunto.
―Supongo ―dice encogiéndose de hombros antes de aclarar―.
Anoche tuve una conversación muy interesante con una morena muy
sexy.
―¿Sky?
Asiente con la cabeza, sonriendo como el gato de Cheshire.
―Aléjate de mi amiga, Christopher ―le digo.
Finge pensárselo un momento.
―Lo siento, Dany, pero no puedes obligarme.
Mis ojos se agrandan. Con un gemido, me vuelvo hacia Christian y le
dirijo una mirada advirtiéndole que más le vale hacer que su hermano se
comporte. Sonríe antes de mirar a Topher.
―Mantente alejado, fratello.
―Sabes ―dice Topher, cruzando los brazos sobre el pecho―, esa
orden tampoco suena mejor viniendo de ti. Me dan ganas de hacer
exactamente lo contrario.
―Escucha a tu hermano o te pego en la cabeza ―le dice Martina,
entrando en el salón.
Mis mejillas se calientan cuando percibe mi cercanía a Christian y
nuestro estado, apenas vestidos con una sonrisa cómplice.
―Supongo que os habéis acostado ―dice con indiferencia.
Christian deja caer la cabeza en el sofá con un gemido incómodo.
―Eso no está bien, mamá. Para nada.
Sonrío. Me da vergüenza, pero adoro la habilidad de Martina para
poner nervioso a Christian en momentos como este.
―¿Qué? Me alegra verte tan feliz ―dice sonriendo―. Aunque me
molesta que os fuerais de la fiesta anoche. Fue una grosería, Christian.
―Lo sentimos, Martina ―me apresuro a decir―. Es que teníamos que
ocuparnos de unas cosas.
Topher se ríe.
―Síp, mi hermano definitivamente 'cuidó' de ti.
Martina se acerca y le golpea la cabeza. Eso me llena de satisfacción.
―¡Ay, Mamma!
Ella le dice algo en un rápido italiano. No entiendo la mayor parte de la
conversación, pero capto lo esencial cuando sale del comedor. Estoy
segura que Martina le ha echado.
―Yo también me voy. Podéis disfrutar los dos de tener la casa para
vosotros solos ―nos dice―. Y Daniella, fue un placer hablar ayer con tus
padres. Aunque tu madre parecía un poco preocupada porque no llamas
a menudo. Deberías hacerlo, Cara.
―Lo haré, Martina ―le digo. Me lanza un beso antes de irse y nos
quedamos solos Christian y yo.
―¿Qué tenía que decirte mi padre? ―pregunto al cabo de unos
segundos.
―Negocios ―responde Christian bruscamente.
Le miro.
―¿En serio, cariño? ¿En qué mundo estaría satisfecha con esa
respuesta?
Gruñe dulcemente, tirando de mí hacia su pecho. Empieza a pasarme
los dedos por el cabello y responde a mi pregunta
―Un envío se ha retrasado en el puerto de China y me ha pedido
ayuda por si las autoridades lo requisan. En realidad, yo tengo el mismo
problema. Hay un cabrón llamado Giovanni que se niega a llegar a un
acuerdo con nosotros. Está dificultando mucho el flujo de negocios desde
China.
―¿Quieres que hable con él? Puedo ser muy persuasiva ―le digo con
una sonrisa.
Sus dedos se tensan en mi cabello.
―No. No quiero que te acerques a él ni al negocio.
―Bien ―suspiro―. Seré una obediente ama de casa.
―Serías un ama de casa sexy ―me corrige y pongo los ojos en blanco.
―No le des a mi padre todo lo que quiere ―le digo―. Cree que ha
ganado concertando este matrimonio. Odio que te utilice así.
―No me está utilizando. Lo hago por ti, cariño. Después de todo, es la
empresa de tu familia.
―Aun así.
―Deberías reconciliarte con tus padres, tesoro. Puede que sus
intenciones no fueran puras, pero te quieren. Y siempre te querrán.
―Lo haré ―le prometo―. Pero no a corto plazo.
Ambos nos quedamos en silencio, con los ojos fijos en el televisor. No
estoy muy segura que Christian esté prestando atención, pero enseguida
me absorbe el drama de la pantalla. Entonces aparece una escena en la
que uno de los personajes lleva a su novia a un restaurante de lujo, y miro
a Christian.
―¿Cómo es que nunca lo has hecho? ―pregunto señalando la pantalla.
Sonríe.
―¿Quieres que lo haga?
―Por supuesto. ¿Qué chica no quiere arreglarse para tener citas?
―Entonces saldremos a cenar esta noche. Haré las reservas.
Aplacada, vuelvo a acomodarme sobre su pecho. Puede que Christian
no quiera pronunciar la palabra 'perfecto', pero en realidad nunca he
sentido nada tan perfecto como este momento. No puedo evitar la brizna
de miedo que me recorre ante la perspectiva que pueda llegar a su fin.

―Eres una brillante burbuja de sol ―observa Sky al deslizarse en el


reservado frente a Zoey y yo.
Me trae recuerdos de hace un mes, cuando estábamos en una situación
parecida. Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Christian y yo
tenemos ahora una relación de verdad y somos felices. Ha habido algunas
disputas desde que nos juntamos hace unas semanas, pero al margen de
eso, finalmente hemos encontrado un ritmo que funciona para ambos.
―No empieces ―digo fulminándola con la mirada―. Nos has hecho
esperar treinta minutos.
―No mola, Sky ―asiente Zoey sacudiendo la cabeza.
―Esta vez tenía una buena razón. La facultad de Derecho no es un
picnic ―afirma.
―Seguro, sin embargo Zoey tiene un trabajo a jornada completa y aun
así ha llegado antes. Admite que no has llegado a tiempo porque no
querías.
Cruza los brazos sobre el pecho y entrecierra los ojos.
―¿Y si lo admito?
―Entonces discúlpate ―interviene Zoey.
Ella gime cuando finalmente se da cuenta que Zoey y yo estamos
realmente molestas.
―Bien. Siento haber llegado tarde. No estaba bromeando acerca de la
escuela es difícil, sin embargo. Es una pesadilla.
―Yo también lo estoy pasando mal en el trabajo. No me imaginaba que
seguir una carrera de diseño sería tan tedioso ―dice Zoey.
Las dos se vuelven hacia mí y yo doy un sorbo a mi café, apartando la
mirada.
―¿Qué?
―¿Tiene el ama de casa algún problema con el que quiera colaborar?
―sonríe Sky.
Aprieto la mandíbula, pero no dejo que sus palabras me afecten. Sky no
ha ocultado su desaprobación por mi incapacidad para seguir mi carrera
artística.
―Estoy perfectamente contenta, Skylar.
―Hay una diferencia entre contenta y feliz ―señala.
―¡Yo también soy perfectamente feliz! Christian y yo nunca hemos
sido tan felices.
―Escucha, cariño, sé que te gusta el chico. Pero tienes que entender
que te está reteniendo. Eres una estrella, Daniella. Necesita dejarte brillar.
Amor duro es la forma que tiene Sky de demostrar afecto. Pero eso no
hace que sus palabras sean más fáciles de escuchar. Zoey está callada a mi
lado, lo que es una clara indicación que está de acuerdo.
―¿Qué queréis que haga? ―Estallo.
―Lo que siempre debiste hacer ―Zoey dice en voz baja―. Recuerda el
plan, Dany.
―El plan no funcionará. Christian tiene problemas de apego
―murmuro.
El hombre es locamente sobreprotector. Incluso ahora que tengo más
libertad sobre mis movimientos, siempre tiene a alguien vigilándome en
todo momento. Bronx es mi nuevo guardaespaldas y chófer. Vino con el
Mercedes rojo que Christian me regaló hace dos semanas.
―Bueno, espero que se recupere pronto ―dice Sky―. Ambos estáis
ahora en la fase de luna de miel de vuestra nueva relación. Pero con el
tiempo, tendrá que entender que necesitas algo más que eso. No puede
ser todo tu mundo.
―Nos vamos a casar.
―Exacto. ¿No puede ser eso suficiente para él?
Zoey habla.
―Un anillo es garantía suficiente. Solo es un año, Dany. Pasará rápido.
La frustración me invade. Ellas no lo entienden. Christian no piensa
como la gente normal. Si a eso le sumamos que es el Don, tengo a un
hombre que no podrá soportar tenerme tan lejos de su alcance.
―¿Y si va contigo? ―sugiere Zoey.
Sky se burla, cruzando los brazos sobre el pecho.
―Eso anula el propósito de escapar, ¿no? Lo único que conseguirá es
distraerte.
Tiene razón, pero también está comenzando a cabrearme.
―¿Podemos pasar de este tema? ―pregunto, irritada.
Sus ojos marrones se suavizan.
―Lo siento. Sé que la verdad es una píldora difícil de tragar. Pero te la
haré tragar hasta que entres en razón.
Suspiro y le doy vueltas a la pajita alrededor de mi café. Zoey
proporciona un cambio de conversación muy necesario.
Desgraciadamente, gira en torno a otro hombre D'Angelo.
―¿Sigues viendo a Christopher D'Angelo?
―No. Nos acostamos una vez y no le he vuelto a llamar desde
entonces.
Hago un sonido repugnante con el fondo de la garganta.
―¿Te acostaste con él? Puaj, Sky, ¡es como mi hermano!
―Cuñado ―corrige ella, echándose el cabello castaño por encima de
los hombros―. Además, es muy bueno en la cama. No te preocupes,
conozco el procedimiento. Los hombres como Topher solo sirven para
una cosa. Y yo estoy demasiado ocupada convirtiéndome en abogada
como para involucrarme con él.
―Chica lista ―digo resoplando―. Aléjate de él, Sky. Todavía estoy
enfadada contigo por presentarte borracha en mi fiesta. ¡Estás sobre hielo
delgado!
―¡Eso no fue culpa mía! ―exclama―. Zoey estaba disgustada después
de romper con el capullo de su novio. Lo hice para hacerla feliz.
La fulmino con la mirada y se encoge de hombros.
―¿Qué? Has roto definitivamente, finalmente puedo odiar al gilipollas
todo lo que quiera. No era bueno para ti, Zoey, y me alegro que
finalmente lo hayas visto.
Con un suspiro, rodeo a Zoey con mis brazos.
―Sky es una zorra, Zoe. Ignórala.
―Tiene razón. Me alegra que el capítulo de Zack en mi vida finalmente
haya terminado.
La conversación cambia a temas más seguros y disfruto del resto de la
tarde en compañía de mis mejores amigas. Aunque las palabras de Skylar
se quedan en el fondo de mi mente, carcomiéndome.
Porque sé sin lugar a dudas que tiene toda la razón.
Capítulo 24

Christian
Puede que el amor sea una palabra molesta y escurridiza que nunca
entenderé, pero en este momento, con Daniella frente a mí, su cuerpo
resbaladizo y húmedo, me encanta la sensación de deslizarme dentro de
ella. Me encantan los pequeños gemidos que emite, la forma en que
siempre recibe todo lo que estoy dispuesto a darle. Me encanta pasar cada
hora, cada segundo del día con ella, aunque la mayoría de las veces no
pueda.
Ella retrocede sobre mi polla y yo suelto un suspiro tenso, agarrándola
de las caderas para detenerla.
―Cariño ―gime.
―Tranquila, tesoro. Ahora mismo te siento tan bien, que intento
tomármelo con calma.
Introduzco mi polla en ella centímetro a centímetro y ella arquea la
espalda, gritando.
―Joder ―respiro. No importa cuántas veces me deslice dentro de esta
mujer, la sensación es alucinante cada vez. La alcachofa de la ducha rocía
agua sobre nuestros cuerpos mientras me introduzco en ella una y otra
vez, y el espacio se llena de una cacofonía sonora de nuestros cuerpos
golpeándose entre sí.
Daniella gime con fuerza al correrse, y su coño aprieta mi polla como
una prensa. Me agarro a su culo, amasando cada nalga por turnos y
penetrándola repetidamente. Cuando siento que estoy a punto de
correrme, la saco y mi hermosa chica se arrodilla inmediatamente. Me
toma en la boca y se traga hasta la última gota. Cuando termina, la
levanto y acaricio sus mejillas con un gesto reverente.
―No te merezco ―susurro.
―Tranquilo, Christian. No hay necesidad de adorar al héroe porque te
la haya chupado.
Se me escapa una estruendosa carcajada.
―Un día de estos, esa boquita te meterá en un lío.
Sonríe, pero no dice ni una palabra mientras cojo el champú y empiezo
a lavarle el cabello. Momentos como este se han convertido rápidamente
en mi parte favorita del día. Noches en las que llego a casa y la encuentro
en mi habitación, nuestra habitación, tumbada en la cama, esperándome.
Noches en las que puedo hacer algo tan sencillo como lavarle el cabello.
O cenar con ella.
Cuando terminamos en la ducha, salimos. Después de secarnos, cojo
unos bóxers y me los pongo. Daniella se envuelve en una toalla y se
acerca al tocador que yo había colocado aquí. Empieza a aplicarse
algunos productos en la cara. Me costó un poco acostumbrarme a que sus
cosas invadieran mi espacio, pero la incomodidad se ha convertido
rápidamente en una picazón que ya sé cómo ignorar. Me gusta
demasiado que esté en mi espacio como para que me importe lo mucho
que lo altera.
Aunque, seriamente, mi prometida puede ser descuidada.
―¿Qué ha pasado hoy en el trabajo? ―pregunta Daniella bruscamente.
Arqueo una ceja.
―¿Qué te hace pensar que ha pasado algo?
―El ceño fruncido en tu cara cuando saliste del coche. Y la forma en
que parecías tenso cuando entraste en casa.
Había estado un poco tenso, pero todas mis preocupaciones se
disiparon en cuanto vi su rostro. Me paso las manos por la parte de atrás
del cabello, contemplando la posibilidad de decírselo.
―Escupe, cariño. Venga.
Con un suspiro, lo hago.
―Tu madre está en el comité organizador de la Gala de Nueva York,
¿verdad?
―Sí... ―dice con curiosidad―. ¿Adónde quieres llegar?
―Necesito una invitación para una fiesta que organiza el general
Colby. ¿Crees que puede conseguirla?
Se vuelve para mirarme de frente, con los ojos llenos de curiosidad.
―¿Vas a decirme para qué la necesitas?
―No necesitas saberlo, tesoro ―refunfuño.
―Pero, cariño ―me dice con una falsa voz quejumbrosa que me hace
sonreír―, no puedo ayudarte si no me das información.
Suelto un suspiro.
―Bien. Necesito hablar con uno de los agentes federales que estarán
presentes.
―¿Un agente del FBI? ―Sus cejas se levantan―. ¿En qué mundo
tendrías negocios con un agente del FBI?
―Un mundo en el que parece decidido a joder las cosas con mi
negocio.
Había pensado que un detective era el responsable de las redadas
aleatorias y de la muerte de dos de mis capos hace unas semanas. Resulta
que el tipo estaba mucho más arriba, y hace poco descubrí exactamente
quién es. Desgraciadamente, es un hombre difícil de conocer.
―Así que este hombre ―declara Daniella―. Piensas acorralarlo en la
fiesta, ¿y para qué?
―Hablar con él ―digo encogiéndome de hombros. Amenazarlo,
sobornarlo, chantajearlo, lo que haga falta para sacarlo de mi caso.
―Claro ―dice ella, incrédula―. Le diré a mamá que necesitamos dos
invitaciones para el evento.
Mis ojos se entrecierran.
―Una. No vas a ir.
―Voy a ir ―afirma, con la nariz levantada de una forma que me indica
que se está preparando para una discusión―. Es un evento de etiqueta,
Christian. Tu prometida te acompañará.
Podría discutir y decirle que no, pero no creo que sea necesario.
―De acuerdo. Pero no te acercarás a Richardson.
―¿Así se llama?
Asiento con la cabeza, me tumbo en la cama y coloco una mano debajo
de la cabeza. Mi mirada se clava en el techo mientras las palabras fluyen
por mis labios. Ella no necesita saber todo esto, pero Daniella es
persistente. Y me interesa asegurarme que no se enfade.
―Asher Richardson ―le digo―. Resulta que él y mi padre estuvieron
liados y sus relaciones se fueron al garete. Quiere vengarse, supongo.
Daniella cae sobre mí y suelto un gruñido antes de rodearle la cintura
con el brazo.
―Seguro que podrás con él ―me dice mirándome a los ojos.
Me besa una vez y yo sonrío.
―Por supuesto que lo haré.
Asher Richardson es la persona más jodidamente molesta que he
conocido.
―Tienes cojones, D'Angelo. ¿Entrar en una fiesta llena de federales y
militares? Tienes agallas, tío ―dice riéndose antes de beberse un trago de
vodka.
Mi mandíbula se tensa. Llevo diez minutos sentado a su lado,
intentando que hable, pero parece empeñado en darle vueltas al asunto.
Empiezo a perder la paciencia.
Casi involuntariamente, mis ojos buscan a Daniella, y la encuentro
inmediatamente. Prácticamente resplandece en medio de la sala hablando
con otra mujer, sus ojos bailan excitados. Entonces se cruzan con los míos
y arquea una ceja en señal de pregunta. Sacudo sutilmente la cabeza antes
de volverme hacia Richardson, pero él ha notado que mi atención
flaqueaba.
―Hermosa mujer ―observa, mirando fijamente a Daniella.
―Gracias ―le digo apretando los dientes―. ¿Estás dispuesto a
decirme por qué me estás jodiendo?
Richardson solo es unos años mayor que yo. No estoy seguro de cuál es
su historia con mi familia, pero según Carlo, solía trabajar para nosotros,
ayudándonos con algunos negocios en la ciudad hasta que su relación
con papá se agrió. Carlo tampoco parecía saber qué había pasado. Mi
mejor suposición es que el poli malo se hizo bueno y ahora intenta acabar
con nosotros.
―Su nombre es Daniella Evans, ¿verdad? Tengo mucha curiosidad por
saber cómo has llegado a comprometerte con una mujer como ella. Por lo
que sé, su familia es bastante honrada. Sin afiliaciones con la mafia hasta
que apareció prometida a ti.
―Esto no tiene nada que ver con Daniella ―le digo, con voz tranquila
a pesar del infierno que arde en mi interior.
―Claro que no ―me dice, echándose hacia atrás en su asiento, con sus
ojos azules fijos en mi rostro―. Se trata de mí acabando con tu pequeño
negocio ilegal.
Sonrío.
―No te hagas ilusiones, Richardson. Puede que hayas acumulado
cierto poder en el FBI, pero mi negocio no es ni mucho menos pequeño. Y
si crees que alguien como tú tiene poder para destruirlo, estás delirando.
Solo estoy manteniendo una conversación con él porque ya ha causado
bastantes problemas.
―Pero estás aquí, ¿no? Me has buscado en una fiesta como esta para
hablar conmigo. Lo que significa que algo estoy haciendo bien.
―Me estás tocando los cojones ―digo.
―Ni siquiera he empezado ―me dice, con los ojos brillantes―. Dentro
de unos minutos, recibirás una llamada o un mensaje de lo que sea. Será
mejor que te prepares.
―¿Qué pasó entre mi padre y tú? ―pregunto.
―¿Honestamente? Nada. Tu padre era un buen hombre. Me ayudó y
por él estoy donde estoy hoy. Pero tengo órdenes de los altos mandos de
frenar el índice de criminalidad en la ciudad, y eso empieza por echaros a
vosotros, los D'Angelo. Si tienes algo interesante para hacerme mirar
hacia otro lado, estaré encantado de oírlo.
Esa era exactamente la oportunidad que buscaba, pero entrecierro los
ojos. No es un hombre de fiar. Ni siquiera en lo más mínimo. Mi teléfono
emite un mensaje y lo abro.
―Hijo de puta ―juro, leyendo el mensaje de Carlo. Acaba de fracasar
un trato sobre armas.
Richardson se ríe.
―Quizá quieras ir a ocuparte de eso, D'Angelo. Seguro que nos
veremos por ahí.
Se da la vuelta, despidiéndome. Mi mandíbula cruje, pero sé que ahora
no puedo hacerle nada.
Me dirijo a Daniella. Hace una pausa en su conversación y se coloca
frente a mí.
―¿Qué te pasa?
―Negocios, cariño. Tenemos que irnos.
Ella frunce el ceño y desvía la mirada hacia la mujer con la que estaba
hablando.
―Quiero quedarme. Hace años que no veo a Cara y estamos
poniéndonos al día.
―Daniella ―digo, dispuesto a luchar.
―Puedes irte, Christian. No me pasará nada. Además, Bronx está fuera
y le llamaré si necesito algo. Vete, ¿de acuerdo?
Me pellizco el puente de la nariz con frustración. No quiero dejarla,
pero tengo que irme. Se levanta para besarme la mejilla.
―Estaré bien, Christian ―me asegura.
―Está bien ―respiro.
Le doy un ligero beso en los labios y me voy.
Capítulo 25

Daniella
―No puedo creer que ese hombre tan guapo sea tu prometida
―suspira Cara.
Éramos amigas en el instituto, pero la mayoría de mis amistades de
entonces se esfumaron, ya que la mayoría se marcharon de Nueva York,
bien al extranjero o a otro estado para ir a la universidad. Cara pasó
cuatro años en Brasil y acaba de regresar hace unas semanas. Su padre es
congresista y su madre tiene una organización benéfica sin ánimo de
lucro. Su abuelo es el General Colby. Esta fiesta es en su honor, por eso
ella está aquí.
―Créeme, a veces me cuesta creerlo ―le digo con una sonrisa.
―Pero pareces feliz. He oído algunos rumores ―dice preocupada.
―Soy feliz ―le aseguro rápidamente―. Mi relación con Christian es
increíble.
Tengo la sensación de tener que defendernos constantemente y,
sinceramente, estoy un poco harta. Pero entiendo que si yo estuviera en el
exterior mirando, sin duda tendría algunas preocupaciones también.
Sobre todo, porque es en relación con alguien que me importa.
―Me alegro ―dice cariñosamente Cara.
Su madre le hace señas para que se acerque y ella me lanza una mirada
de disculpa.
―Adelante ―le digo―. De todas formas, puede que me vaya pronto.
Se marcha y una parte de mí se arrepiente de no haberme ido con
Christian en un principio. Pero él me habría hecho volver a casa en lugar
de llevarme con él, y la noche aún es joven. Estoy considerando sobornar
a Bronx para que me lleve al apartamento de Zoey cuando suena mi
teléfono.
Suspiro y salgo del salón. No contesto a la llamada hasta que estoy
fuera del edificio. Mi coche está aparcado no muy lejos, pero permanezco
oculta entre las sombras.
―Hola, mamá.
―Corazón ―saluda ella―. ¿Qué tal la fiesta? ¿Sigues ahí?
―No, estaba a punto de irme ―respondo.
Mis padres y yo tenemos un largo camino que recorrer antes de
recomponer por completo nuestra relación, pero los he echado de menos.
No me había dado cuenta de cuánto hasta que Christian y yo cenamos
con ellos hace unos días.
―De acuerdo. No quiero retrasarte, cariño. Es que se acerca el
aniversario de Annalise. Me preguntaba cómo estabas.
Mi corazón prácticamente se detiene. Lo había olvidado. El día más
importante de mi vida y se me ha olvidado, maldita sea. Últimamente he
estado tan distraída con todo, con Christian, que ni se me pasó por la
cabeza. Normalmente, en esta época del año, soy un completo desastre.
―Estoy bien, mamá ―le digo, aunque noto que el corazón se me
acelera.
Mis manos empiezan a temblar, el signo revelador de un ataque de
pánico.
―Si tú lo dices ―dice mamá―. También me preguntaba si Christian y
tú habéis elegido una fecha para la boda. Deberíamos empezar a
prepararla.
Siento un nudo en la garganta, pero consigo responder.
―La boda no será pronto. Mamá, tengo que irme. ―Cuelgo y me
apoyo en la pared, intentando estabilizarme―. Uno, dos, tres, cuatro,
Cuento hasta cien, respirando hondo hasta que empiezo a calmarme.
Las lágrimas me nublan la vista durante un segundo. Annalise.
―¿Estás bien? ―pregunta alguien, saliendo de entre las sombras.
Mis ojos se abren enormes al encontrarse con unos gélidos ojos azules.
―Estoy bien ―digo, con las palabras entrecortadas.
―¿De verdad? Parece que estabas pasando por algo.
―No se preocupe, señor Richardson ―afirmo, haciéndole saber que sé
quién es―. No es nada que una rápida visita a la consulta de mi
terapeuta no pueda solucionar.
No estoy bromeando. Realmente debería reservar una cita con el Dr.
Wells. Sin embargo, Asher Richardson sonríe como si hubiera hecho una
broma. Da otro paso hacia mí. Lo que quiera de mí no puede ser bueno.
Estoy a punto de gritar con todas mis fuerzas por Bronx, pero sus ojos se
entrecierran.
―Yo que usted no haría eso ―dice, ajustándose la corbata del cuello―.
Sabe quién soy, señorita Evans. Pero no sabe lo que quiero.
―Sé que no puede ser bueno ―suelto.
Sonríe.
―Ya veo por qué Christian está tan enamorado de ti. Le conocí cuando
era adolescente. Siempre fue un chico muy frío, pero ahora hay algo
diferente en él. Supongo que tiene que ver contigo.
No respondo. No digo ni una palabra, mis ojos se dirigen a mi coche en
medio del aparcamiento. Bronx estará dentro esperándome. Si pudiera
llamar su atención.
―Tu guardaespaldas se ha ido ―dice Richardson y se me hiela la
sangre.
―¿Qué?
―Lo he matado ―me dice orgullosamente―. No puedo permitir que
venga a salvarte.
Siento un nudo en la garganta, pero consigo encontrar las palabras.
―¿Qué quieres de mí?
―¿De ti? Nada. Aunque tu prometido es otra historia. Tengo la
sensación que antes de acabar el día te vas a arrepentir de haber aceptado
casarte con el jefe de una organización mafiosa.
Aprieto los puños mientras miro fijamente en la oscuridad, esperando
que alguien atraviese las puertas del edificio.
―Esa fiesta está plagada de policías y agentes federales. No vas a
matarme tan cerca de ellos.
Entonces sonríe, y la sonrisa es tan desconcertante que se me eriza la
piel. ¿Por qué mierda no me fui a casa con Christian? Si sobrevivo a esto,
nunca me dejará vivirlo. Me mantendrá encerrada para siempre. Voy a
morir en esa mansión, si no muero aquí hoy.
―No voy a matarte, Srta. Evans. En cuanto a los policías y federales del
edificio... ―Me dedica otra sonrisa―. A diferencia de tu prometido, a mí
me consideran uno de los buenos, señorita Evans.
No hay advertencia, ni tiempo para prepararme. Se abalanza sobre mí
y solo tengo una fracción de segundo para fijarme en el pañuelo blanco
que lleva en la mano, justo antes de taparme la boca con él. Mis ojos se
nublan al encontrarse con los suyos.
―Que duermas bien, Daniella ―me dice Richardson, y todo se
oscurece.
Cuando abro los ojos, la luz del sol se cuela por los grandes ventanales
de una sala que reconozco como el interior de un almacén. Tardo un
momento en darme cuenta de los hombres montando guardia alrededor
de la sala. Con el corazón latiéndome en el pecho, cuento al menos una
docena. Richardson está en un rincón. Intento moverme, pero tengo las
manos y piernas atadas a una silla. Al menos no me han amordazado la
boca.
Uno de los hombres se adelanta unos pasos. Lleva traje, pero hay algo
en su forma de andar que me dice que el traje no es para las salas de
juntas. Pertenece a la mafia, igual que Christian. No tengo ni idea de
quién es este hombre. Tiene unos cincuenta años, el cabello corto y oscuro
y los ojos duros. No sonríe cuando se acerca a mí. Su expresión es seria,
casi sombría.
―¡Suéltame! ―grito, intentando tirar de las ataduras que me sujetan.
Me estudia durante unos segundos, con los ojos negros y fríos.
―Me temo que no puedo hacer eso, señorita Evans.
―¿Quién demonios eres?
Finalmente sonríe, una grieta en su gélida fachada.
―Me llamo Romano Santos.
Capítulo 26

Christian
Carlo sujeta al guardia de seguridad por el cuello y le da un puñetazo
en la cara. La sangre y la saliva vuelan por el aire. Mis músculos se tensan
y mis ojos se clavan en el otro hombre arrodillado en el suelo. Me muevo
instintivamente hacia él, pero mi hermano viene a colocarse frente a mí,
apretándome una mano contra el pecho.
―¡No! Lo matarás.
―¡Déjame jodidamente libre! ―grito.
Daniella ha desaparecido. Anoche me llamaron para decirme que
habían encontrado muerto a uno de mis hombres en el aparcamiento de
la fiesta de Colby una hora después de marcharme. En el momento en
que supe que Bronx había muerto, se me heló la sangre. Volví corriendo a
la fiesta, pero fue inútil. Daniella se había ido.
―Necesitas calmarte, Don. La encontraremos.
―Joder ―murmuro en voz baja. El corazón no me late bien desde
anoche.
Son las siete de la mañana y nunca he estado tan aterrorizado. Estoy
acostumbrado a difundir miedo, no a sentirlo tanto que me impida
respirar.
Cuando Carlo me suelta, lo rozo y le doy una patada en las costillas al
hombre al que estaba golpeando. Intenta bloquear los golpes con los
brazos. Maldito error. Mi bota le da en los huevos y su grito de dolor
llena la habitación.
Carlo me aparta.
―¿Qué te pasa, Christian? Esto no es culpa suya.
Me grita algo más en italiano, pero apenas le oigo. Tiene razón, los dos
hombres no son la razón por la que Daniella se ha ido. Pero eran los
encargados de vigilar la puerta que conducía a la fiesta. Y deberían haber
visto algo, joder.
―¿Cómo es posible que nadie viera nada? ―pregunto a mi hermano.
Su expresión es apenada cuando me mira.
―Lo siento, Chris. Era de noche. Ya he interrogado a su amiga Cara y
lo único que me ha dicho es que Daniella le dijo que se iba y se marchó.
Podría haber pasado cualquier cosa.
Podría haber pasado cualquier cosa. Las palabras resuenan en mis oídos y
suelto un gruñido dolorido, apoyándome contra la pared. Si le pasa algo,
juro que no podré soportarlo. Nunca me lo perdonaré.
―Debí estar allí ―dice Carlo.
―No. Nunca debí dejarla sola, joder ―le digo, negándome a que se
culpe por esto.
La culpa es mía. Se ha ido por mi culpa.
―Sigue machacándoles ―murmuro.
Ahora mismo, no soy un Don. Solo soy un hombre que busca a su
mujer y está dispuesto a todo para encontrarla. Carlo se acerca, colocando
una mano en mi hombro.
―Lo sé, fratello. La encontraremos.
―No dejas de decirlo, pero no tenemos pistas. Y tampoco estamos
cerca de encontrar al jodido Richardson.
Recuerdo mi conversación con el hombre. Algo me había parecido raro.
Afirmó que intentaba destruirnos por órdenes de los altos mandos, pero
hice algunas llamadas y descubrí que el Buró no tiene ningún interés en
nosotros. Lo que significa que Richardson recibe sus órdenes de otra
fuente. Pero no consigo averiguar desde dónde.
Suena mi teléfono y lo saco rápidamente. Entrecierro los ojos cuando
veo el nombre de Romano.
―Este es un mal momento ―digo, respondiendo a la llamada.
El hombre se ríe.
―Estoy seguro que no dirás eso dentro de unos segundos.
Mis dientes crujen.
―Tienes a Daniella.
Carlo abre los ojos al oír eso. Romano suena jodidamente complacido.
―Ding, ding, ding ―dice―. Siempre fuiste un chico listo, Christian. Sí,
tengo a tu prometida.
Mi pecho se contrae.
―¿Qué quieres de mí?
Se oye un murmullo en la otra línea antes que hable.
―Probablemente no lo hayas oído, pero mi negocio está atravesando
un momento especialmente difícil ahora mismo. El flujo de caja es una
mierda, los tratos de drogas no llegan, he perdido un cargamento
bastante grande, y ninguno de mis casinos está dando dinero tampoco.
―Suena duro ―digo secamente.
―Realmente lo es, Pequeño D'Angelo. Así que esto es lo que hay.
Necesito dinero y mucho. Si quieres que te devuelvan viva a tu
prometida, lo llevarás al almacén cercano a la central eléctrica de
Glenwood. Y vendrás solo.
Mis dedos aferran el teléfono con tanta fuerza que podría romperse.
―Quiero hablar con ella ―digo―. Dale el teléfono a Daniella.
―Me temo que está ocupada en otras cosas.
Y entonces estallo.
―Escucha, hijo de puta, si no la pones al teléfono ahora mismo, te juro
que cazaré a todas y cada una de las putas personas que te han importado
y les meteré una bala en la cabeza. Y si has hecho algo para herirla, te
mataré lentamente y de una forma que te hará arrepentirte del día en que
tocaste a mi mujer.
Se ríe por lo bajo.
―Joder, casi me dan escalofríos. Te pareces tanto a tu padre, ¿lo sabías?
―Déjame hablar con ella ―le digo apretando los dientes.
―Bien ―me dice―. Ey, encanto, tu novio te está buscando.
Al momento siguiente, su dulce voz está en mis oídos.
―¿Christian? ―pregunta en voz baja. El alivio casi me hace caer de pie.
―Hola, cariño. ¿Estás bien? ¿Estás herida? ―pregunto.
―Bueno, tengo los brazos y las piernas atados y tengo muchas ganas
de hacer pis, pero por lo demás estoy bien.
Incluso estando en peligro no puede evitar hacerse la listilla. Mi boca se
tuerce.
―Voy a por ti, tesoro ―le digo con fiereza.
―Sé que lo harás. Por favor, date prisa ―susurra esas dos últimas
palabras, el único indicio que indica que ahora mismo está muerta de
miedo.
Se esfuerza tanto por ser fuerte cuando no debería tener que serlo. La
furia recorre cada parte de mí.
―Estaré allí pronto. ―La llamada termina y miro a mi hermano. ya
está esperando órdenes―. Necesito diez de los grandes en efectivo ―le
digo.
―Los tienes ―me dice bruscamente.
―Pide todos los favores que tengamos a las autoridades de la zona
triestatal. Romano no saldrá vivo de esta.
Una inquietante calma se apodera de mí a medida que mi cerebro
examina los resquicios del plan que se está formulando en mi cabeza.
Ahora solo tengo una cosa en mente: salvar a mi chica. Voy a hacer todo
lo posible para que así sea.
Romano está a punto de aprender lo que pasa cuando jode con los
D'Angelo.
Capítulo 27

Daniella
Christian está de camino. Viene a por mí.
Repito las palabras una y otra vez como un mantra, porque si me
detengo un segundo a pensar en la situación en que me encuentro ahora
mismo, podría echarme a llorar, desmayarme o algo peor.
Sorprendentemente, mis secuestradores me han ignorado en su mayor
parte. Romano se marchó unos minutos después de dejarme hablar con
Christian.
Richardson sigue aquí. Me ha estado mirando como a un trozo de pavo
asado, pero aún no se ha acercado. Creo que tiene órdenes estrictas de no
hacerlo, aunque no puedo estar segura.
Gimo ligeramente cuando la presión sobre mi vejiga aumenta. Incapaz
de aguantar más, me vuelvo hacia el hombre que tengo más cerca.
―Escucha, no estoy segura que entiendas lo que son los buenos
modales, pero cuando una dama necesita ir al baño, la acompañas a un
baño ―le digo.
Sonríe cruelmente, camina hacia mí y me pasa una mano por la cara. Se
me eriza la piel por el asco y muevo la cabeza.
―Estás muy buena. ¿Qué tal si te acompaño a un baño y luego te hago
pasar un buen rato?
Se me revuelve el estómago.
―No, gracias ―me apresuro a decir.
Se inclina hasta quedar a la altura de mis ojos. Su aliento huele a
cigarrillo, lo que aumenta mis náuseas. Juro que si no se mueve le
vomitaré en la cara.
―Eres muy valiente, eso es admirable. Pero yo tendría más miedo. El
jefe tiene planes para tu prometido y esos planes acaban contigo en una
bolsa para cadáveres y él en una cámara de tortura.
Mis ojos se agrandan. Pensar que Christian pueda sufrir algún daño
hace que el miedo se apodere de mi garganta. De repente estoy más
aterrorizada por él que por mí misma. Romano le pidió que viniera solo,
pero seguro que no será tan estúpido.
Seguro que tiene un plan. Christian siempre tiene un plan.
―¿Qué? ―se burla el hombre al verme cansada―. Nada que decir.
―Me aguantaré las ganas de orinar.
Sonríe y su boca se acerca a la mía. Estoy atada, así que no puedo
apartarlo, pero si llega a tocarme...
―Suficiente, Milo ―gruñe Richardson.
Milo se aparta, con un brillo prometedor en los ojos indicando que aún
no hemos terminado. Richardson viene a colocarse frente a mí. Parece tan
fuera de lugar aquí y, sin embargo, de algún modo encaja perfectamente.
Un agente federal y un criminal al mismo tiempo. Oh, qué ironía.
―Te llevaré al baño si quieres ―sugiere.
―He cambiado de opinión. ―No pienso pasar tiempo a solas con
ninguno de estos hombres.
―¿Estás segura?
―Sí. Ahora, por favor, déjame sola.
Sus ojos recorren mi rostro, posándose en mis ojos.
―¿Sabes una cosa? Me gustas, Daniella. Pareces una mujer con mucho
espíritu. Quizá pueda convencer a Romano para que te deje seguir con
vida. Si tú quieres, claro.
―No quiero una mierda de ti.
Se ríe divertido.
―¿Toda tu bravuconería se debe a que Christian te ha dicho que viene
a salvarte? Créeme, cariño, tu prometido va a morir hoy. Y te quedarás
sola. Puedo ayudarte.
―Vete a la mierda, Richardson.
Sus ojos se entrecierran.
―Vaya boca que tienes.
―¿Te gustaría tenerla sobre ti? ¡Estoy convencida que sería capaz de
arrancar una cantidad adecuada de carne antes que me apartaran!
Christian tenía razón. Definitivamente, mi boca va a hacer que me
maten. Eso queda muy claro cuando la amenaza aparece en los ojos de
Richardson. Levanta la mano y me da una punzante bofetada en la cara.
Jadeo, conmocionada y se me llenan los ojos de lágrimas.
Luego se inclina para susurrarme al oído.
―Compórtate, Evans. O te arrepentirás.
Richardson se aleja y yo me quedo con un corte en el labio y la
constatación de estar en una situación peligrosa. En mis entrañas se
asienta la certeza al pensar que hoy podría morir. Y puede que Christian
también.
No estoy segura cuándo caen las primeras lágrimas. Solo siento que
corren por mi cara.
Romano vuelve una hora más tarde. Me echa una mirada y sus pasos
se detienen.
―¿Quién ha sido? ―exige, con ira apenas disimulada en su voz.
Richardson se adelanta.
―Fui yo, jefe. Me ha cabreado.
Un golpe en la cara y oigo crujir algo. El cuerpo de Romano tiembla
con fuerza bruta mientras se alza sobre Richardson, que está en el suelo.
―¿Eres un puto estúpido? Le echará un vistazo a su labio roto y
perderá la cabeza. Estamos tratando con un puto D'Angelo.
Sonreiría, pero me quedo helada de terror cuando Romano saca un
arma.
―Debería matarte por esto.
Richardson se pone en pie, con la mano apoyada en la mandíbula.
―Pero no lo harás. Porque aún me necesitas. Los Santos no
sobrevivirán sin mí.
La mandíbula de Romano hace tictac, pero eso parece aplacarlo porque
se aparta y camina hacia mí.
―Siento lo del golpe, cariño. Tu novio está a punto de llegar.
Ahora tengo la mandíbula bien cerrada. No digo ni una palabra,
apenas le miro. Los hombres de la sala se colocan en posición y mi pulso
empieza a acelerarse mientras todos esperan a que aparezca Christian.
Cuando lo hace, mis ojos se abren desmesuradamente. Lleva un
maletín en la mano y está completamente solo.
Sus ojos encuentran los míos de inmediato, unos ojos ámbar opacos,
increíblemente tranquilos. A mi pesar, siento alivio. Está aquí. Estoy a
salvo. Sus pasos vacilan un instante. La furia de Christian se enfría y me
quema la piel cuando su mirada roza mi rostro.
―¿Quién la ha tocado? ―Su voz es grave, oscura y jodidamente
aterradora. Christian no necesita alzar la voz, cuando habla, la gente
escucha.
Romano se aclara la garganta, agitando despreocupadamente el arma
en su mano.
―Ha sido un accidente, D'Angelo. Te pido disculpas.
Christian no reacciona a sus palabras. Sus ojos se dirigen al hombre que
está más cerca de mí.
―Desátala ―ordena.
En una sala llena de hombres armados y peligrosos, sigue dando
órdenes. No estoy segura si le admiro o quiero pegarle. La sorpresa me
invade cuando Romano se vuelve y asiente al hombre.
―Sí, desátala. Luego ponle una pistola en la cabeza para que se entere
que no estoy jugando.
Mi corazón se detiene y vuelve a latir al ver la expresión tranquila y
relajada de Christian. Lo único que le ha despistado es el moratón de mi
cara. Por supuesto que tiene un plan.
Me corta las cuerdas de las manos y los pies y me arrastra bruscamente
hasta ponerme de pie. Christian aprieta los labios, pero no hace ningún
comentario. Arroja el maletín a los pies de Romano.
―Aquí. Diez mil dólares en efectivo ―afirma.
Uno de los hombres de Romano se adelanta para cogerlo.
―Quiero a Daniella.
Romano le sonríe.
―Desgraciadamente, los planes han cambiado, pequeño D'Angelo.
―Por supuesto. ―Christian sonríe―. Mi padre solía decir que nunca
conoció a un Santos capaz de mantener su palabra.
―Tu padre era un hombre inteligente ―farfulla Romano.
―Lo era, y yo soy hijo de mi padre. ¿De verdad crees que habría
entrado aquí sin un plan?
―Claro que no. Pero yo tengo mi propio plan.
―Sí, soy consciente. Cuando secuestraste a Daniella, lo primero que
pensé fue que seguramente no serías tan estúpido. Secuestrar a una mujer
de mi familia provocaría una guerra de bandas, y tus finanzas ya están en
apuros. Habría sido una guerra que habrías perdido. Lo que significa que
tienes a alguien que te respalda. Alguien poderoso. Y no es ese puto
desperdicio de espacio ―dice señalando a Richardson, quien
inmediatamente frunce el ceño, llevando su mano a la funda de su
pistola.
Más vale que Christian vaya rápido al grano o le dispararán.
―El comisario de policía. Tengo que decir que me impresionó que
consiguieras comprarlo. Pero yo soy un D'Angelo y me temo que ofrecí
un precio aún mejor.
Por primera vez, la chulería de Romano flaquea.
―¿Qué?
―Me temo que esos refuerzos que esperas no llegarán, Romano.
Ríndete.
Las palabras de Christian son interrumpidas por el estallido de la
puerta. Entran varios hombres armados con pistolas y cuchillos. Carlo va
en cabeza y sus ojos se cruzan con los míos. El alivio que veo en ellos me
reconforta el corazón. Puede que no seamos íntimos, pero él también se
preocupa por mí. Se coloca detrás de su hermano.
Las siguientes palabras de Romano son menos confiadas.
―Bien jugado, D'Angelo. Pero, ¿qué te hace pensar que no le pediré a
mi hombre que dispare a tu guapa prometida? ―Los ojos de Christian
parpadean para encontrarse con los míos―. Me matarás a pesar de todo.
―Porque no voy a matarte.
Mis ojos se abren enormes. Incluso Romano se sorprende.
―Los Santos lleva en Nueva York tanto tiempo como los D'Angelo. Si
te mato, ese nombre desaparecerá, y no me interesa acabar con todo un
imperio porque su jefe sea un puto estúpido.
―Entonces, ¿cuál es tu plan?
Christian sonríe.
―Iba a pedirte que te unieras a mí. Si te interesa.
El aire de la sala se hiela. Romano no dice una palabra durante varios
segundos.
―Una inmersión. No acabarás con nosotros, pero sí con nuestro
nombre.
―Exacto. Es la única forma que tiene la organización de sobrevivir,
Romano. Como he dicho, los Santos lleva en Nueva York tanto tiempo
como los D'Angelo. Toma la decisión correcta, no querrás arruinar a tu
familia por orgullo.
Pasan varios segundos. Romano cierra y abre el puño.
―¿Garantizarás mi seguridad?
Christian asiente.
―No te tocaré ni un cabello.
―Bien. Trato hecho.
Ambos hombres se dan la mano. Romano hace un gesto al hombre que
me sujeta para que me suelte. Christian camina hacia mí inmediatamente.
Soy la única que oye su suspiro de alivio cuando me atrae hacia sus
brazos. Y soy la única que siente cómo le tiembla la mano al pasármela
por el cabello.
―Joder, tesoro ―susurra contra mi oído.
―Excelentes dotes diplomáticas, cariño ―le digo.
Se ríe suavemente antes de apartarse para mirarme a los ojos.
―¿Quién ha sido? ―pregunta, su expresión se ensombrece.
Se me amarga la boca al responder.
―Richardson.
Christian ni siquiera parpadea. Saca un arma de su chaqueta y estalla.
El disparo reverbera en las paredes y resuena en mis oídos. Todo menos
mi corazón se queda inmóvil. Veo cómo Richardson cae al suelo. Me
recorre un escalofrío cuando Christian guarda la pistola sin un atisbo de
emoción.
Su mano se estrecha en torno a la mía. Apenas la siento, demasiado
aturdida por el hombre muerto y la sangre que mana de su cabeza.
―Si vuelves a hacer algo así, Romano. Te juro que acabaré contigo
―promete Christian.
―Bueno, bueno. Supongo que ya no eres el Pequeño D'Angelo.
―Nunca lo fui, joder.
Me conduce fuera del almacén y no es hasta que estamos fuera que mis
pies se tambalean. Christian me abraza inmediatamente.
―¿Ahora me tienes miedo? ―pregunta en voz baja.
Entierro la cara en su cuello, inspirando una, dos veces.
―Nunca ―susurro.
Mis palabras son una promesa, un juramento. Uno que pienso cumplir.
Capítulo 28

Christian
No me he separado de Daniella en veinticuatro horas. Ahora está
durmiendo. Cuando salimos del almacén, la llevé a casa. Quería llevarla
al hospital para asegurarme que estaba bien, pero ella se opuso a esa idea.
Así que le puse pomada en el labio.
Aún no puedo mirar su labio roto sin que la furia recorra mi pecho. No
puedo mirarla sin estar avergonzado, joder. Eso nunca debería haberle
ocurrido. Debería haberla protegido.
―Christian ―me dice en voz baja, moviéndose en la cama. Me acerco y
abre los ojos―. Prácticamente puedo oír tus pensamientos.
Mi ceja se frunce.
―Todo esto es culpa mía, bla, bla, debería haber protegido a Daniella
―dice, imitándome terriblemente―. Es mi prometida, mi
responsabilidad y debería haber estado allí, bla, bla.
Mis ojos se entrecierran en una mirada fulminante mientras ella se
incorpora, sus propios ojos brillan con picardía.
―Estás despierta.
―Hace rato que estoy despierta. No quería abrir los ojos.
Mi mente da vueltas intentando encontrar lo correcto para decir.
―Cariño...
Me detiene con un movimiento de cabeza.
―No. No voy a hablar de ello contigo. Para eso está mi terapeuta.
Sonrío.
―¿De verdad quieres contarle al Dr. Wells que te secuestró la mafia?
Ella se encoge de hombros.
―Probablemente no será lo peor que haya oído en esa consulta.
Deberías venir conmigo.
―¿Por qué?
―Porque me preocupa que te culpes y sé que nada de lo que diga
aliviará tu sentimiento de culpa. Quizá si lo hablaras con él, te ayudaría.
―Eso es muy dulce, tesoro. Pero paso.
Mi culpa no es nada ante el alivio que siento por tenerla aquí en mis
brazos. Daniella no insiste en el tema de la terapia y prefiere apoyar la
cabeza en mi hombro.
―¿Quieres que te hable del cuadro? ―pregunta en voz baja.
Mis ojos se abren. Ni siquiera necesito preguntarle de qué cuadro está
hablando.
―Por supuesto que quiero.
No puedo verle la cara y ahora me doy cuenta que ha sido
intencionado por su parte. No quiere que la vea, pero yo siempre quiero
verla entera. Así que me alejo y acaricio su mejilla.
―Soy yo, Daniella. Puedes contarme cualquier cosa. Ayer me viste
matar a un hombre por ti. No hay nada que no haría por ti.
Traga saliva y respira hondo.
―Cuando tenía dieciséis años, tenía una amiga íntima. Se llamaba
Annalise. Era maravillosa. Tenía esa energía a su alrededor que hacía que
todo el mundo la quisiera. Yo hago bromas todo el tiempo para ocultar
cómo me siento en realidad, pero Annalise siempre era brutalmente
honesta, feroz. También era bastante protectora, como cierta persona que
conozco ―dice con los ojos entrecerrados.
―No es momento de bromas, tesoro ―le digo en voz baja. Le dirijo una
mirada alentadora, rozándole la mejilla.
Suspira.
―Anna murió. Éramos dos adolescentes de dieciséis años que íbamos
de paseo en el coche nuevo de mi padre. Yo acababa de sacarme el carné
y ella estaba en mi casa, así que la invité. Le prometí que conduciría con
cuidado, entonces empezó a llover a cántaros, de repente. Anna me hizo
dar la vuelta. Volvíamos a casa. Apenas podía ver. No conducía con
exceso de velocidad ni nada parecido, sino que otro coche chocó contra
nosotros. Un conductor borracho. En un segundo estaba cantando a pleno
pulmón con Anna, y al siguiente había mucha sangre. Lo último que
recuerdo antes de desmayarme fue el sonido de un trueno. Estaba muy
asustada.
Cae una lágrima y la retiro con ternura. Daniella aprieta los puños con
fuerza.
―Cuando me desperté ella ya no estaba. El conductor también murió.
Se rompió el cuello con el impacto. Anna murió debido a una hemorragia
cerebral. Me culpé durante mucho tiempo después del accidente.
Sobreviví con solo un brazo roto, mientras que mi mejor amiga había
desaparecido.
―No fue culpa tuya, cariño.
―Me aficioné a la pintura después de la muerte de Anna. El Dr. Wells
decía que era una salida perfecta para todas las emociones que me
invadían. Pero, sinceramente, durante mucho tiempo me sentí culpable y
vacía. No podía pensar en Anna sin llorar. Entonces, un día me desperté
y me puse delante del caballete. Me obligué a sentir dolor, culpa, todo. Lo
vertí todo en el cuadro.
Mi mandíbula se tensa al pensar en el cuadro.
―Se siente como si te estuvieras castigando. Como si quisieras que el
ciclón te arrastrara. Como si quisieras que el sufrimiento terminara.
―Sabía que eras un hechicero ―dice Daniella secamente. Asimila la
expresión de mi cara y suelta un suspiro―. Ya no soy la persona que
pintaba eso. Estuve en un lugar oscuro tras la muerte de Annalise, pero
ya no soy así. Te lo prometo.
―No fue culpa tuya ―repito, necesitando que ella lo entienda. No
soporto pensar cuánto debe haber sufrido. Cuánto dolor debe haber
pasado.
―Lo sé. Tardé un tiempo en darme cuenta, pero ahora sé que no
podría haberlo controlado. Era una estúpida adolescente sin control sobre
el hombre que se puso al volante y mató a una adolescente.
―Tiene suerte de haber muerto ―digo con fiereza―. Si no, le habría
cazado y..
―Le habrías metido una bala en el cerebro. Sí, sí, lo sé.
Se me escapa una risita.
―Eres demasiado displicente con esto del asesinato. Me preocupa.
―Probablemente sea porque paso mucho tiempo a tu lado. ―Sonríe.
Luego su expresión se suaviza―. Mañana es el aniversario de la muerte
de Annalise. Mi familia visita su tumba todos los años. Allí nos reunimos
con sus padres y todos juntos lloramos y la echamos de menos.
―¿Estarás bien? ―pregunto suavemente.
―Estaré bien. Mientras estés a mi lado.
―No hay lugar en el que prefiera estar, tesoro.
―Bien, porque mi cita con el Dr. Wells es mañana por la mañana. Y ya
que estarás conmigo mañana, podrías venir conmigo.
Gimo suavemente.
―Mañana vas a arrastrarme a ver a esa terapeuta, ¿cierto?
Sonríe.
―Sip.
La beso suavemente, con cuidado debido a su labio roto.
―Bien. Iremos a ver al Dr. Wells por la mañana.
Capítulo 29

Daniella
―Parece que llevas bien el secuestro ―observa el Dr. Wells cuando
termino de narrarle los últimos días.
El Dr. Harrison Wells es un hombre de unos sesenta años, de piel
bronceada y cabello corto y entrecano. Lo conozco desde que era
adolescente. Me ha ayudado en todos mis problemas y, sinceramente, a
veces se siente como un abuelo.
―¿Qué puedo decir, Doc? Supongo que con los años se me ha
endurecido la piel.
Él asiente.
―Desde luego que sí, y estoy muy orgulloso de lo lejos que has
llegado. Aunque quizá nos vendrían bien menos bromas.
Christian hace un gesto de asentimiento. Ha estado callado desde que
entramos, una fuerza de apoyo silenciosa e inamovible a mi lado. Sin
embargo, la atención del Dr. Wells se vuelve hacia él.
―Dany, ¿hay alguna razón por la que hayas traído a tu prometido a
nuestra sesión de terapia? Parece como si no quisiera estar aquí.
Sonrío suavemente.
―No quiere. Pero esperaba que pudieras ayudarnos. Necesitamos
terapia de pareja.
La mirada de Christian gira hacia mí. El doctor Wells parece divertido.
―No soy consejero sentimental, Daniella ―me dice.
―Y no necesitamos asesoramiento ―dice Christian apretando los
dientes.
―En realidad, sí ―le digo, mirándolo a los ojos para que vea lo que
esto significa para mí. Luego me vuelvo hacia el Dr. Wells―. Sé que no
eres consejero, pero siempre das muy buenos consejos. Y espero que
puedas convencer a este cabeza hueca para que haga algo.
―Se trata de tu viaje al extranjero ―dice Christian, con la conciencia
reflejada en los ojos.
―Sí. ―Asiento con la cabeza―. Tienes que dejarme ir, cariño.
Sinceramente, una parte de mí sabe que, si insistiera en irme, Christian
no me lo impediría. Pero no quiero irme a costa de sus sentimientos. Su
negativa a dejarme marchar proviene de una herida psicológica y está
relacionada con cómo le criaron. Por eso necesitamos un terapeuta.
El Dr. Wells mira de mí a él.
―Daniella, ¿es este el viaje del que hablamos hace un rato? ¿El de ir a
Europa y pintar?
―Sí. Desde que me comprometí con Christian, esos planes se han
desbaratado.
A mi lado, los hombros de Christian se hunden y se echa hacia atrás en
la silla.
―No se han desbaratado. Te dije que no podías ir. Por tu propia
seguridad.
―¿Su seguridad? ―pregunta el Dr. Wells.
―La secuestraron hace dos días, doctor, y solo la dejé desprotegida
una hora. No quiero ni pensar en dejarla sola durante todo un año.
―Pero estaría a salvo en el extranjero. Siendo realistas, estaría incluso
más segura allí que en Nueva York. A menos que creas que tu posición te
proporciona enemigos que cruzarían las fronteras internacionales para
hacer daño a alguien que te importa.
―No se trata solo de mi posición. Estará a un millón de kilómetros de
mí y, si ocurriera algo, no estaría allí para ayudarla.
El Dr. Wells se quita las gafas y cruza las piernas. Eso suele ser señal de
quitarse los guantes de seda y dejar atrás la profesionalidad, cosa que
agradezco.
―Daniella es una mujer competente y creo que es capaz de cuidar de sí
misma. ¿Por qué no lo haces tú?
Christian no tiene respuesta para eso. Tiene la mandíbula apretada
mirando fijamente al médico.
―Pareces el tipo de hombre al que no le gusta ceder el control, señor
D'Angelo. Quizá sea porque lo tuviste muy poco al crecer o quizá porque
es todo lo que tuviste, no me corresponde a mí decirlo. Pero tengo una
pregunta para ti. Daniella es tu compañera, y es obvio que sientes algo
por ella. Pero, ¿confías en ella?

Christian está callado durante el trayecto al cementerio. Salimos de la


consulta del Dr. Wells hace treinta minutos y desde entonces no me ha
dicho una palabra. No ha respondido a la pregunta del doctor, y el doctor
Wells parece contentarse con dejarlo así. Hablé con el doctor sobre
Annalise y sobre cómo me está sentando el día y luego nos fuimos.
Le miro fijamente durante un segundo. Parece ensimismado. Tiene los
ojos fijos en la carretera, pero no está totalmente concentrado. Tras dudar
un momento, pongo mi mano sobre la suya, que había estado
descansando a un lado, y entrelazo nuestros dedos.
―¿Estás enfadado porque te obligué a hacer eso? ―pregunto yo.
Su mirada gira hacia la mía durante una fracción de segundo.
―No, tesoro. No estoy enfadado ―promete―. Solo tengo muchas cosas
en las que pensar.
Me aprieta la mano y suelto un suspiro aliviada. Ninguno de los dos
dice una palabra hasta que llegamos al cementerio, y entonces Christian
es solo una roca inquebrantable a mi lado. Me sostiene a través de las
lágrimas y la pena de ver a sus padres. Mis padres también llegan y el día
se convierte en un picnic.
Cuando terminamos, les doy un abrazo a cada uno. Porque a pesar de
sus defectos, vienen todos los años. Creo que lo hacen en parte porque se
sienten culpables y también agradecidos porque su hija haya sobrevivido.
Mis brazos rodean a mi padre.
―Os quiero a los dos ―susurro.
―También te queremos, cariño ―me dice pasándome la mano por el
cabello―. Mucho.
Se van y vuelvo a ver al hombre apoyado en su coche, mirándome
fijamente. Recuerdo la primera vez que lo vi. Caminando hacia mí en la
terminal del aeropuerto, con todo el aspecto del Don, en control, al
mando. Entonces me dio miedo. Pero ahora el miedo es lo más lejano en
mi mente cuando lo miro.
Amor suena mucho más exacto. Me siento enamorada de Christian
D'Angelo y ni siquiera lo odio. A la Daniella de hace dos meses le habría
horrorizado. Estoy casi convencida que ella lo habría llamado síndrome
de Estocolmo.
Sus manos rodean mi cintura cuando llego hasta él, con una mirada
fácil en sus ojos.
―Puedes marcharte ―me dice.
Doy un grito ahogado.
―¿De verdad?
Sonríe.
―Sí. No puedo impedir que alcances tu verdadero potencial. Sería
egoísta por mi parte. Y confío en ti, Daniella. Eres una de las personas
más fuertes que conozco.
Me pongo de puntillas para besarle, con la lengua jugueteando en su
boca.
―Y tú eres una de las más increíbles ―susurro.
Sus manos me rodean con fuerza.
―Prométeme que tendrás cuidado.
―Promesa de meñique. Te llamaré tan a menudo como pueda.
―Nos casaremos en cuanto vuelvas. ―Suspira, acercándome más a su
pecho―. ¿Es raro que ya te eche de menos?
―Sigo aquí ―señalo.
Me abraza más fuerte. Ahora sería el momento perfecto para decirlo.
Debería decirle que le quiero ahora. Pero cuando Christian se retira y me
encuentro con sus ojos ámbar, la necesidad de decir las palabras muere en
mi garganta. Tendremos una eternidad para decirlas. Y a juzgar por la
forma en que me mira, él también lo siente.
―Annalise estaría jodidamente orgullosa de ti ―me dice Christian.
Lágrimas brotan de mis ojos. Tiene razón, lo estaría. Pero ya he llorado
suficiente por hoy, así que parpadeo y lo beso duro. Lo bastante como
para que la sensación de dolor que se apodera de mis entrañas ante la
idea de dejarle empiece a disminuir un poco.

TRES SEMANAS DESPUÉS

Comienzo en París. Mi pincel vuela sobre el caballete, ligeras


pinceladas llenas de color. Mi boca se dibuja en una sonrisa mientras la
fuente que tengo delante cobra vida en mi lienzo. Hay otros artistas a mi
alrededor. Es un lugar popular que consigue calmar una mente artística,
proporcionando el ambiente perfecto. Al menos eso me dijo mi guía de
viaje. Salí de EE.UU. hace una semana y, hasta ahora, las cosas han ido
bien.
―Eso parece fuego ―me dice una mujer por encima del hombro, y me
giro para mirarla con los ojos muy abiertos―. Lo siento, no quería
asustarte.
―Está bien. Solo estoy nerviosa ―le digo, sintiendo un poco de
náuseas.
Estoy sola en un país extranjero. Claro que estoy nerviosa. Si a eso le
sumas las náuseas constantes de las últimas semanas, soy una bola de
nervios. Sin embargo, intento no pensar en ello. Es una táctica que he
perfeccionado a lo largo de los años. Ignorar mis preocupaciones, fuera
de mi vista, fuera de mi mente. Estudio un poco a la mujer. Va vestida
como la típica artista, con un mono vaquero, una camiseta negra y una
boina sobre un pelo corto y oscuro. Sonríe, con una expresión sencilla y
realista.
―Eso está bien. Me llamo Lila ―se presenta.
―Daniella.
―De todas formas, creo que eres muy buena, y corrígeme si me
equivoco pero eres turista, ¿no?
―¿Qué me ha delatado? ―pregunto secamente―. Es la ropa, ¿no?
Llevo vaqueros y un top blanco, lo cual no es un grito de moda
parisina.
―Eso y otras cosas. ¿Has venido a París en busca de inspiración?
―En realidad, estoy de gira por Europa ―digo, y las palabras salen
volando de mi boca antes de poder detenerlas.
A Lila se le iluminan los ojos.
―Es increíble. Toma. ―Me pone una tarjeta en la mano―. Dentro de
una semana o dos me voy a hacer un taller artístico y vamos a dar la
vuelta al continente. Deberías unirte a nosotros, cuantos más seamos,
mejor.
Miro fijamente la tarjeta. Me preocupaba viajar sola. Un taller sería una
forma estupenda de viajar sin dejar de estar segura y de centrarme en la
pintura.
―Lo pensaré. Gracias, Lila.
Me saluda con la mano antes de alejarse. Hago una parada rápida antes
de regresar a mi habitación de hotel más tarde. Es hora de dejar de ser
cobarde. Unos minutos más tarde, estoy sentada en el váter y mirando
fijamente la prueba de embarazo positiva que tengo en la mano.
Mi corazón prácticamente se rompe en mil pedazos. Voy a tener un
hijo. Entonces me doy cuenta y empiezo a llorar.
―Voy a tener un bebé ―digo incrédula.
Justo en ese momento, se me revuelve el estómago y caigo de rodillas,
vomitando todo lo que he comido hoy.
―Mierda ―digo temblando―. Oh mierda, estoy muy jodida.
¿Cómo ha podido pasar esto? Christian y yo hemos sido seguros. Él
utiliza preservativo la mayoría de las veces y yo he tomado mis píldoras
anticonceptivas con regularidad. Excepto la primera vez que nos
acostamos. Cuando le supliqué que se corriera dentro de mí.
Eso significaría que llevo embarazada casi tres meses. Me llevo la mano
al estómago. Seguramente lo sabría. No tengo la menor idea sobre qué
hacer. Salgo del baño y me dejo caer en la cama, con la cara llena de
lágrimas. Por extraño que parezca, no lo niego. Sé que estoy embarazada.
Solo tengo que concertar una cita con el médico para asegurarme que el
bebé está bien.
Mi bebé.
Mío y de Christian. No tengo idea cómo se lo tomará. Nunca hemos
hablado de tener hijos. Sé que los quiere, pero se suponía que no iba a
ocurrir tan pronto en nuestra relación. Acabo de salir de casa.
Suena mi teléfono, interrumpiendo mi espiral descendente. Lo cojo de
la mesilla y suspiro suavemente. Christian es muy inoportuno. Si no lo
cojo, se preocupará, así que hago lo posible por aclararme la voz y sonar
normal al contestar.
―Hola, cariño ―me saluda con la voz rasposa debido al sueño.
A pesar de estar a tres mil kilómetros de distancia, mis muslos se
contraen al oír su voz. Dios, ¿tiene que ser tan sexy? Luego sacudo la
cabeza porque, sinceramente, tengo problemas mucho mayores.
―¿Dany? ―pregunta cuando no respondo, oigo el crujido de las
sábanas.
―Estoy bien, cariño. ¿Te acabas de despertar?
―Sí ―responde―. Anoche llegué tarde. La casa no parece la misma sin
ti.
―Claro que no. Es un placer tenerme cerca.
―Eres mi alegría ―me dice sinceramente y mi corazón se encoge―.
¿Cómo te ha ido el día? ¿Has pintado algo?
Debería decírselo. Tengo en la punta de la lengua decir las palabras,
pero lo cambiaría todo. Acabo de llegar, finalmente me ha dejado ir, y
conozco a Christian. Si se entera de lo del bebé, me hará volver. Y no
estoy preparada para volver.
Mi mirada se desvía hacia la tarjeta de visita que Lila me dio antes y
cierro la boca.
―Sí, lo hice.
―¿Ha pasado algo interesante? ―pregunta.
―No, absolutamente nada.
Nadie habla de lo fácil que es mentir a alguien a quien quieres. Ni de la
sensación de vacío y hielo que florece en tu pecho después de haberlo
hecho.
Capítulo 30

Christian
5 MESES DESPUÉS

Sonrío cuando el nombre de Daniella aparece en la pantalla de mi


teléfono. Llegó a Italia hace unos días. Allí es un poco tarde para ella.
Estaba en medio de una reunión con unos posibles compradores, pero me
excuso saliendo de la oficina.
―Hola, cariño ―saludo.
Mierda, la echo mucho de menos. Todos los días me despierto echando
de menos sentirla entre mis brazos.
―Christian ―dice Daniella con urgencia, el miedo recubriendo sus
palabras―. Te necesito.
Ni siquiera pienso ni pregunto qué ocurre. Todo mi cuerpo se bloquea
hasta que lo único que hay en mi mente es llegar hasta ella.
―Voy de camino.
Una hora más tarde, estoy en un jet privado prestado, volando a través
del Atlántico hacia mi prometida. Cada segundo lejos de ella me parece
una tortura. Antes pensaba que era malo, pero ahora que sé que puede
que le pase algo, un dolor visceral se instala en mi pecho. Sé que no se irá
hasta que ponga mis ojos en ella.
Ocho horas más tarde, aterrizo en Madrid. Inmediatamente me dirijo al
hospital donde Daniella me dijo que estaba. No me dijo por qué estaba
allí, solo me dijo que me diera prisa.
Le hablo en italiano rápido a una de las enfermeras y ella me indica
rápidamente la habitación de Daniella. Hay una mujer morena de ojos
verdes esperando delante de la puerta.
―Tú debes ser su prometido ―dice―. Christian ¿verdad? Soy Lila.
La tensión recorre cada centímetro de mi cuerpo, pero acepto su mano
extendida.
―Sé quién eres. ¿Ella está bien?
―Ella está bien. El médico dice que es una complicación normal
cuando una mujer está tan avanzada.
Lila está diciendo palabras, pero no las entiendo.
―¿De qué estás hablando?
Cierra la boca y abre los ojos como si la hubieran pillado diciendo algo
que no debía.
―Deberías entrar. ―Hace un gesto hacia la puerta.
Doy pasos lentos y vacilantes hasta que me encuentro cara a cara con la
mujer de mis sueños. La mujer de la que estoy jodidamente enamorado. Y
entonces descubro delante de ella el bulto de embarazada. Se me
desploma el corazón.
―Christian ―comienza entre lágrimas―, puedo explicártelo.
―Estás embarazada ―le digo asombrado, mirándole la barriga. Está
sentada en la cama del hospital. Tiene la cara un poco pálida, pero aparte
de eso, está perfectamente. Excepto por el bultito.
Me duele la cabeza. Creo que tengo que sentarme.
―Solo respira y deja que te explique.
―¿Cómo estás embarazada? ―pregunto, confuso. Entonces me doy
cuenta y siento como si alguien me hubiera quitado el suelo de encima―.
¿No es mío?
Tiene lágrimas en los ojos mientras me mira.
―Claro que es tuyo.
Casi me echo a reír.
―Es imposible que estés tan avanzada y no me hayas dicho que estás
embarazada.
Daniella está prácticamente temblando.
―Eso es lo que intento explicarte, Christian. Tuve que hacerlo. No
tenía elección.
Antes lo negaba. Pero cuando capto su expresión y las lágrimas de sus
ojos, me golpean como un puñetazo en las tripas.
―¿Estabas embarazada de mí y no me lo dijiste? ―grito.
Ella hace una mueca de dolor. Y recuerdo que estamos en la habitación
de un hospital. Controlo mi temperamento, me obligo a mantener cierta
apariencia de calma.
―¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás en un hospital? ―pregunto.
―M-me he desmayado. Lila vio una hemorragia y se asustó, pero el
médico me aseguró que no era nada grave.
―¿Y qué? ¿Planeabas dar a luz aquí? ―pregunto, apoyándome
despreocupadamente en la pared. Ahora apenas puedo mirarla―. Es
decir, sé que es medio italiano, pero me parece un poco exagerado.
Un destello de dolor resplandece en el fondo azul de sus ojos. No tiene
ni idea del dolor que siento ahora mismo.
―Iba a volver a casa ―llora―. Tenía un billete reservado para la
semana que viene.
―Cancélalo ―le digo con dureza―. Nos vamos a casa hoy.
Ni siquiera discute.
―Christian...
Intenta levantarse de la cama, pero salgo por la puerta antes incluso
que pueda intentarlo. Su amiga sigue esperando fuera y me ofrece una
sonrisa comprensiva que ignoro. Hoy mi mundo se ha salido de su eje.
Ahora no sé qué pensar.
No le digo ni una palabra a Daniella en todo el vuelo de vuelta. Intenta
hablarme una vez.
―Christian, tienes que escuchar al menos lo que tengo que decir.
―No me hables ―le digo con dureza, poniéndome en pie y cambiando
de asiento para no tener que mirarla.
Al final, se calla. Una hora más tarde, me coloco frente a ella. Está
dormida. Debe estar jodidamente exhausta. Y está jodidamente
embarazada.
No importa cuántas veces me lo diga a mí mismo, hay un puto bebé en
su vientre y es mío. No me lo puedo creer. Hablaba con ella todos los
días. Hablábamos por FaceTime y no dijo ni una palabra.
La traición duele de cojones. Duele aún más cuando viene de alguien a
quien amas. Por eso, por muy guapa que esté ahora, por mucho que me
duela no poder abrazarla o besarla como he querido todo este tiempo, me
alejo.
He vivido mi vida cerrando mi corazón a la gente por miedo a
quemarme. Y la única persona a la que dejé entrar acabó haciendo
exactamente eso. No puedo evitar preguntarme, ¿por qué no me lo dijo?

―¡Christian! ―exclama Daniella cuando entramos en la casa―. Tienes


que hablar conmigo alguna vez. Han pasado horas.
Si hablo con ella ahora, no tendré nada bueno que decir. Soy incapaz de
mantener una conversación racional en este momento, así que tiene que
dejarme solo.
Mi madre sale del salón con Carlo justo detrás.
―Has vuelto ―dice dejando escapar un suspiro aliviado―. ¿Qué le ha
pasado a Daniella?
Me hago a un lado para que puedan atenderla. Los ojos castaños de
mamá se abren desmesuradamente.
―Dios mío ―exclama―. Daniella, estás embarazada.
―Confía en mí, mamá ―resoplo―, ella lo sabe.
Paso rozándolos y subo las escaleras hacia mi habitación. Entonces
recuerdo que también es su habitación y me detengo. Me doy la vuelta y
me dirijo a la puerta principal. Carlo me pone una mano en el hombro.
―¿Estás bien? ―me pregunta.
―Jodidamente bien ―respondo, encogiéndome de hombros.
No vuelvo a casa en dos días. Aún no estoy preparado para
perdonarla. Pero tenía que comprobar que estaba bien.
Mi madre sigue por aquí cuando entro. Me llama a la cocina y tiene
una expresión seria en la cara.
―¿Dónde está? ―pregunto, apoyándome en la pared.
―Está durmiendo en su habitación. Aún se está acostumbrando al
cambio de zona horaria ―responde antes de mirarme―. Christian, te
eduqué mejor como para ignorar a tu prometida embarazada durante dos
días.
―Sabe cuidar de sí misma. Lleva haciéndolo casi seis meses.
―Sé que estás enfadado ―me dice mamá con tono apaciguador.
―Esa es la cuestión, mamá. No estoy enfadado, solo estoy dolido. ¿Por
qué no me lo dijo?
Mi madre se pone delante de mí y me pone una mano en el hombro.
―Tenía sus razones, figilio mio. No eran necesariamente buenas. Pero
tienes que intentar comprenderla. Independientemente de lo que haya
pasado, pronto seréis padres. Tienes que arreglar esto.
Un suspiro me abandona.
―Lo entiendo, mamma.
―Harás lo correcto con la mujer a la que amas ―dice mi madre con
cariño, apartándome un poco de cabello de la frente. Se marcha para
dejarme con la mirada perdida durante mucho tiempo. Al final, me dirijo
a nuestra habitación. Duerme plácidamente y, como no me atrevo a
despertarla, me deslizo a su lado. Se mueve en sueños y su cabeza
descansa en mi pecho. La rodeo con los brazos y, por primera vez en
meses, suelto un suspiro.
Me despierto y veo unos suaves ojos azules. Daniella me mira
fijamente, sus ojos recorren mi rostro como si intentara grabarlo en su
memoria.
―Has vuelto ―respira.
―Por supuesto que he vuelto ―refunfuño, sentándome y apoyándome
contra el cabecero―. Es mi casa.
Mueve los labios, pero no sonríe.
―¿Quieres que empiece con la disculpa o con la explicación?
―Explicación. ¿Por qué demonios pensaste que era buena idea ocultar
tu embarazo?
―Mírame a los ojos, Christian, y dime que no me habrías pedido que
volviera apenas te enteraras que estaba embarazada.
Mi mandíbula se tensa. Yo mismo habría ido a Europa y la habría
arrastrado de vuelta si hubiera sabido que estaba embarazada. Pero solo
porque hubiera querido cuidar de ella. Solo porque me habría asustado
mucho tenerla a ella y a mi hijo tan lejos de mí.
―Exactamente ―dice en voz baja―. Necesitaba ese retiro, Christian.
Necesitaba quedarme. Y odio habértelo ocultado. ¿Crees que no me
destrozaba el corazón cada día que tenía que hacerlo?
―¡Y, sin embargo, lo hiciste! ―digo, con el corazón desgarrado por el
dolor. Me deslizo fuera de la cama en dirección a mi armario. Daniella
también se levanta. Cojo algo y me acerco a ella. Su expresión es
cuidadosamente cautelosa.
―Toma ―le digo entregándole unas llaves. Me mira en busca de una
explicación―. Son las llaves de un edificio que compré hace unos meses.
Pensé que podría ser una galería de arte. Tu galería de arte. Para exponer
tus obras y otras que compres. No quiero que pienses que no apoyo tu
pasión, Daniella. Nunca te frenaría.
Su mano se aprieta alrededor de las llaves y sus ojos se llenan de
lágrimas.
―Sé que me apoyas. Eres el mayor apoyo que tengo.
―¿Entonces por qué? ―pregunto desesperadamente―. ¿Por qué no
pudiste confiar en mí?
―Lamento haberte lastimado Christian, pero lo hice por mí. Necesitaba
tiempo ―dice llorando―. Tal vez fue estúpido e inmaduro y lo siento
mucho, pero no puedo demostrar mi valía a este bebé, ni siquiera a ti si
no puedo demostrármelo a mí misma.
No es consciente del poder que tiene en mí verla llorando. Cierro los
ojos y suelto un profundo suspiro.
―Tienes suerte del amor que te tengo ―le digo bromeando.
Los ojos de Daniella se agrandan al encontrarse con los míos.
―¿Qué?
―He dicho que te amo. Sé que tú también me amas.
Ella resopla.
―Eso es presuntuoso por tu parte.
Una broma, finalmente.
Me acerco hasta situarme frente a ella. Retiro todas sus lágrimas.
―No sé cuándo ocurrió, pero me enamoré completa e
irrevocablemente de ti, Daniella Evans. Desgraciadamente, eso significa
que no puedo vivir sin ti, lo que también significa que enfadarme contigo
sería una pérdida de tiempo tremenda. Siento haber explotado. Intento
comprenderte a ti y a todas tus mierdas, igual que tú me has aceptado a
mí y a todas las mías.
―Entonces, ¿todo bien? ―pregunta esperanzada.
―Supongo que eso debo preguntártelo yo.
Ella asiente.
―Estamos bien.
―Lo siento, te lastimé. Te prometo que no volverá a ocurrir ―le digo.
―Yo también lo siento, Christian.
Deja escapar un audible suspiro de alivio cuando le beso suavemente la
frente. Luego me rodea con los brazos. Los dos nos quedamos de pie en la
intimidad de nuestro dormitorio, abrazados.
―Mañana nos casamos ―anuncio, pasados varios segundos.
―¿Qué haremos qué? ―pregunta Daniella, mirándome como si me
hubiera vuelto loco.
―Hablo en serio, tesoro. Si no te ato ahora, volverás a huir de mí.
Su mirada se suaviza.
―No intentaba huir.
―Me pareció que lo hacías. Y la idea de perderte me produce tanto
dolor que no sobreviviría si realmente ocurriera. Así que creo que
deberíamos casarnos.
―Primero, no me propusiste matrimonio de la forma convencional y
ahora intentas convencerme de celebrar una boda express.
Sonrío.
―Sobre tu proposición. ―Sus ojos se amplían cuando me arrodillo y
saco una cajita de terciopelo de la chaqueta―. Me lo dio mamá hace unos
meses. Dijo que había mandado hacer anillos para que sus tres hijos los
entregaran a las mujeres que amaban. Esto es para ti, cariño.
Daniella jadea cuando abro la caja.
―Es precioso.
―¿Quieres casarte conmigo, Daniella Brienne Evans?
Ya está llorando.
―Si digo que sí, mañana tendrás que celebrar la boda.
―Hecho ―sonrío.
Ella suspira feliz.
―Entonces, sí. Hagámoslo. Me parece una locura, pero sí, Christian.
―Sus ojos se encuentran con los míos, fieros y brillantes―. Sí para
siempre contigo.
Me quita el anillo de la mano y vuelvo a colocárselo antes de
levantarme y besarla profundamente.
―Te amo más de lo que nunca sabrás.
―Yo también te amo.
―¿Cómo lo llamaremos? ―pregunto, poniéndole una mano en la
barriguita.
―Ya he elegido su segundo nombre ―confiesa Daniella―. Tú puedes
elegir el primero.
―Puedo vivir con eso. ¿Cómo le llamas?
―Carman. Como tu padre.
Sonrío. No se imagina lo agradecido que estoy por ello. Sé que tiene
reservas sobre la forma en que me crio mi padre, pero me alegra que
también vea que hoy no estaría aquí si no fuera por él.
―Le pondremos tu nombre ―le digo―. Daniel Carman D'Angelo.
―Eso suena perfecto ―suspira Daniella. Vuelve a besarme, esta vez
despacio, ya que tenemos todo el tiempo del mundo.
Sinceramente, siento como si cada aliento que he respirado me hubiera
conducido a este momento.
Daniella me mira y sonríe.
―No puedo creer que me case con el Don de la furia. ―Sonrío
agarrándola suavemente por la barbilla, comenzando a besar a mi futura
esposa.
Sobre la Autora

Únete a mi viaje
Oh, amor. Qué dulce y reconfortante eres. Lleno de alegría y risas, y
una calma que solo tú puedes proporcionar. Pero espera, ¿es dolor lo que
siento? ¿Cómo puede el amor producir dolor, decepción, vergüenza e
incluso miedo? Acompáñame a explorar la vida amorosa de los muchos
personajes memorables de mis libros. Puede que aún no los conozcas,
pero representan el amor en las muchas formas en que lo conocemos... y
en las muchas formas en que lo tememos.
Te ofrezco amor en todos mis libros para que puedas disfrutar de un
romance sincero o simplemente de una buena lectura tórrida. Quiero
decir, ¿qué es el amor sin un poco de pasión?
Soy esposa y mami de unos cuantos pequeños tesoros increíbles, pero
cuando no estoy con mis deberes de esposa y mami (que no es a
menudo), disfruto escribiendo para vosotros.
Me encantan los animales, pero no tengo mascotas. Solo alfas... y son
exigentes. Cada mes intentaré presentaros a uno de ellos. Elige uno o
elígelos a todos, no te lo diré.
Créditos
Traducción, Diseño y Diagramación

Corrección

La 99

También podría gustarte