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La

historia
de José
Eustasio
Rivera
Juan David Correa Ulloa Felipe Martínez Cuéllar
Ministro Adriana Martínez-Villalba
Ministerio de las Culturas, Carlos Guillermo Páramo
las Artes y los Saberes Diego Pérez Medina
María Angélica Pumarejo
Luisa Fernanda Trujillo Bernal Marcela Quiroga
Secretaria General Daniella Sánchez Russo
Ministerio de las Culturas, Comité editorial
las Artes y los Saberes Biblioteca Vorágine

Adriana Martínez-Villalba Alejandro Merlano Aramburo


Directora Coordinación editorial para
Biblioteca Nacional esta publicación
de Colombia
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María del Pilar Ordóñez Méndez Diseño de colección
Directora General
Corporación Colombia Paula Andrea Gutiérrez
Crea Talento Diagramación

Óscar Medina Sánchez Imprenta Nacional de Colombia


Director Corporativo Impresión
Corporación Colombia
Crea Talento Primera edición: Bogotá, D. C.,
marzo de 2024
Diego Pérez Medina
Líder de Proyectos Editoriales ISBN: 978-628-7666-26-9
Biblioteca Nacional
de Colombia © Isaías Peña Gutiérrez
© 2020, de la primera edición:
Jesús Goyeneche Wilches Resplandor Editorial
Gestor editorial © 2024, de esta edición:
Biblioteca Nacional Ministerio de las Culturas, las
de Colombia Artes y los Saberes – Biblioteca
Nacional de Colombia
Juan Carlos Flórez A.
Ximena Gama Chirolla
Juan Camilo González
María Victoria González
La
historia
de José
Eustasio
Rivera
Isaías
Peña
Gutiérrez
CIEN AÑOS DE VORÁGINES
Juan David Correa Ulloa .11.

Recaída en Purificación
.71.
A Perú, México y Estados Unidos
.75.
La gran polémica .79.
Tres tratados de marco .83.
Nace La vorágine .85.
.19. Comienza la travesía
.25. Los parientes de Tacho
.29. Incomprendido el niño poeta
.35. A la Escuela Normal
.41. Inspector escolar
.47. En la Universidad Nacional
.53. Primer fracaso político
.57. De nuevo, a los Llanos Orientales
.61. Con Franco y Alicia
.67. Amigos, libros y Tierra de promisión
En la frontera con Venezuela
.89.
En plena selva
.95.
Honorable representante Rivera Salas
.101.
Viajes al Caquetá .105.
La Casa Arana .109.

EPÍLOGO
La extraña carrera entre el poeta
.155.
y el aviador: José Eustasio Rivera
y Benjamín Méndez Rey
.113. Las peticiones de Rivera
.117. Termina La vorágine
.119. Los falsos postulados nacionales
.123. Aparece La vorágine
.127. En la Comisión Investigadora de 1925
.137. Para La Habana partió
.139. El novelista en Nueva York
.143. Misterio que mata
.147. La gloria, al regreso
.151. Palabras de despedida
CIEN AÑOS DE
VORÁGINES

Juan David
Correa Ulloa
Ministro de las Culturas,
las Artes y los Saberes de Colombia

•11•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Hace un siglo, José Eustasio Rivera, un hom-


bre de clase media, nacido en San Mateo,
Huila (hoy Rivera), publicó una novela llama-
da La vorágine. Corría el año 1924. Las esté-
ticas latinoamericanas buscaban en la ruptu-
ra de las vanguardias, en la mirada hacia los
pueblos originarios —el indigenismo— y en
la reivindicación de lo telúrico, formas para
entender su lugar en el mundo, a un siglo de
haberse creado las primeras repúblicas tras
las emancipaciones coloniales. Rivera había
nacido en 1888. Había viajado como abogado
a Orocué, un pequeño pueblo del Casanare,
para atender un pleito. Sabía, por los infor-
mes que se habían producido desde la década
de 1910, que la Amazonia colombiana y pe-
ruana era el escenario de la empresa colonial
extractivista más cruel que haya existido en
el siglo xx en América Latina. Miles de indí-
genas bora, huitoto, muinane, andoke, entre
otros, fueron esclavizados a través de la eco-
nomía del endeude, que consistía en entregar
bienes —máquinas de coser, radios, etcéte-
ra— a los individuos para atarlos para siem-
pre, al ignorar el monto que debían pagar. Así
se creó una maquinaria para extraer látex
de los árboles, haciendo cortes en los tron-
cos (siringueo), que, debido a la brutalidad de

•12•
Cien años de vorágines

caucheros de los dos países, como la famosa


Casa Arana, acabaron con la vida de más de
sesenta mil personas.
Aquella matanza está bien documentada
y consignada en Holocausto en el Amazonas:
una historia social de la Casa Arana, de Rober-
to Pineda, uno de los diez libros que, junto a la
novela de Rivera, con el espléndido texto defi-
nido por Erna von der Walde, cedido con gran
generosidad por ella y por Ediciones Unian-
des, componen esta Biblioteca Vorágine que
usted tiene entre sus manos o ante sus ojos.
Esta colección, en conjunto con una serie
de conversaciones nacionales e internacio-
nales, una exposición itinerante, un acto de
perdón ante las comunidades que habitan la
zona conocida como La Chorrera y la invita-
ción de Brasil como país invitado de honor a
la Feria Internacional del Libro de Bogotá
(FILBo) en 2024, para hacer énfasis en la
Amazonia, representan apenas una idea que
buscamos sea apropiada por todas ustedes.
Queremos proponerles al país y al mun-
do una conversación que atraviese asuntos
como la emergencia climática, el racismo, el
extractivismo y la exclusión, pero también,
al decir del profesor Pineda, la esperanza y
alegría que recuperaron pueblos originarios

•13•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

como los andoke, a pesar del arrasamiento


al que fueron sometidos por cuenta de un
sistema inhumano que precisa ser puesto en
cuestión.
Esta Biblioteca Vorágine busca contri-
buir al diálogo sobre los horizontes que nos
abre un libro inmenso para nuestra historia,
que van desde el plano histórico, político y
social, hasta el estético y literario. Horizon-
tes que se materializan en diez libros, los
ya mencionados de Rivera y Pineda y otros
ocho títulos, cuatro que reeditamos por su
importancia histórica: Raíces históricas de
La vorágine, de Vicente Pérez Silva; Historia
de Orocué, de Roberto Franco; Los infiernos
del jerarca Brown, de Pedro Gómez Valde-
rrama, y La historia de José Eustasio Rivera,
biografía escrita por Isaías Peña Gutiérrez.
Y otras cuatro compilaciones, hasta ahora
inéditas y que han sido preparadas especial-
mente para la conmemoración del centena-
rio de publicación de La vorágine: Las vorá-
gines de los hijos del tabaco, la coca y la yuca
dulce, que reúne los testimonios de los cuatro
pueblos indígenas que resistieron a la masa-
cre en sus territorios y que hoy buscan endul-
zar la palabra para resignificar la historia;
Anastasia Candre: Polifonía amazónica para

•14•
Cien años de vorágines

el mundo, antología y homenaje póstumo a la


gran artista ocaina-huitoto que recoge en su
obra el dolor y la resiliencia de sus familiares,
que fueron testigos del holocausto cauchero
en el Amazonas; Vastas soledades: Antología
de viajeros en tiempos de La vorágine, en la
que se recopilan textos que dan cuenta de
la complejidad de los territorios recorridos
por Arturo Cova y que inspiraron a Rivera,
y Mujeres frente a la vorágine amazónica, una
antología crítica de literatas y antropólogas
que estudian La vorágine y el genocidio cau-
chero desde una perspectiva de género y raza.
La Biblioteca Vorágine irá a todas las
bibliotecas públicas colombianas, a biblio-
tecas rurales itinerantes, a sedes diplomá-
ticas del país, con el apoyo del Ministerio
de Relaciones Exteriores, y acompañará las
conversaciones que se realizarán en festi-
vales internacionales como el Hay Festival
en Cartagena y Arequipa, y las ferias de La
Habana, Bogotá, Quito, Santa Cruz de la
Sierra, Madrid, París, Paraty, Guayaquil,
Lisboa, Fráncfort y Guadalajara, así como
las veinticuatro ferias del libro regionales
colombianas. Además, realizaremos un pri-
mer lanzamiento de esta conmemoración en
Mocoa, Putumayo, y contaremos con una

•15•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

exposición curada por Erna von der Walde,


en Bogotá.
Las puertas están abiertas para construir
juntos un relato más incluyente de nación,
en el cual quepan miles de dolorosas exclu-
siones y omisiones. La vorágine es una obra
abierta. Si cada lector la acompaña y la con-
fronta con sus propias lecturas, prejuicios,
filias y fobias, tendrá la opción de pensarla
como más que una ficción —como quisieron
convertirla las élites que repetían el manido
discurso de civilización y barbarie—; podrá
encontrar que se trata del más pertinente
alegato en contra del dolor de un pueblo.
Colombia debe reconocer, en sus profun-
das contradicciones y deudas históricas, el
camino para emprender una transformación
social que tendrá que ser espiritual y cultural.
Releer y reconocer La vorágine es parte de ese
camino.

•16•
“Rivera es un símbolo de
altivez, de independencia, de
compenetración con los latidos
del suelo. Si el país tiene una
conciencia, ella sentirá hoy
la tragedia de los supremos
desgarramientos”.

Armando Solano,
6 de diciembre de 1928

•17•
José Eustasio Rivera, 1915
Fotografía de Daniel Zuluaga Murillo;
Colección Privada José Eustasio Rivera
COMIENZA LA
TRAVESÍA

•19•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

José Eustasio Rivera nació el 19 de febrero de


1888, dos años después de ponerse en vigen-
cia la Constitución Nacional de la República
de Colombia, la de Núñez y Caro, llamada
“del 86”. La mayor parte de sus biógrafos1
coinciden en citar como lugar de su naci-
miento la casa de la calle 8.ª, también cono-
cida como de El Chorro y luego Camellón de
los Almendros, entre las carreras 7.ª y 8.ª, de
la ciudad de Neiva. Sin embargo, Milcíades
Pastrana ha divulgado la segunda hipótesis
acerca de este hecho. Según él,

el día 19 de febrero de 1888 la señora Cata-


lina Salas venía con su esposo Eustacio2 del
caserío Aguascalientes con destino al mu-
nicipio de Neiva, para ser atendida en alum-
bramiento; en el camino enfermó y obliga-

1 Entre ellos, Eduardo Neale-Silva, el más importante


de todos, con su libro Horizonte humano. Vida de José
Eustasio Rivera (México: Fondo de Cultura Económica,
1960), en el cual nos hemos basado, entre otras fuentes,
para elaborar esta breve biografía. Ver, también: David
Rivera, “Síntesis biográfica”, en José Eustasio Rivera
(Neiva: Imprenta Departamental del Huila, 1946), 5.
2 El nombre del padre del novelista se escribe con c y con
esa ortografía fue bautizado su hijo, pero este, cuando
estudiaba en la Escuela Normal, en Bogotá, decidió es-
cribir su nombre con s.

•20•
Comienza la travesía

dos llegaron a la casa de Rafael Quin­­tero,


donde nació un niño a quien más tarde
bautizaron en Neiva con el nombre de José
Eustacio.3

La misma versión fue recogida por el au-


tor de la columna anónima titulada “De lo
real y lo cotidiano”, del Diario del Huila, Nei-
va, 10 de septiembre de 1987, de la siguiente
manera:

Escuchados los planteamientos y razona-


mientos de don Milcíades Pastrana Calde-
rón, hombre de más de 90 años, dentro de la
más envidiable lucidez y todavía con la tea
de la cultura muy en alto en el municipio de
Rivera, a uno no le queda ninguna duda
de que José Eustasio Rivera nació en el lu-
gar que lleva orgullosamente su nombre.
Pruebas al canto: don Milcíades fue
amigo personal del poeta. Una hermana
suya, Virginia, estuvo residenciada en la
casa paterna del viejo servidor de la cul-
tura en aquella población y exhibe con
orgullo una bellísima acuarela brotada de

3 Pastor Polanía, “La imagen de Rivera en la memoria de


Milcíades Pastrana”, Sol Lejano n.º 1 (Neiva: 1986): 8-10.

•21•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

las manos de Ernestina, hermana de José


Eustasio, única supérstite de aquella fami-
lia privilegiada y consentida por la inteli-
gencia.
Don Milcíades lo cuenta y viejos ami-
gos suyos, todavía mayores que Milcíades,
vecinos y también amigos con muchos ne-
xos de la familia Rivera Salas, coinciden
en la revelación de que el Cantor del Trópi-
co vio la primera luz de su vida en un sitio
rural, no muy distante del casco urbano de
la entonces Inspección de Policía de San
Mateo.
¿Que cómo fue la cosa?
Doña Catalina Salas de Rivera era con-
ducida en una hamaca por hombres trabaja-
dores de la finca Aguacaliente, en donde es-
taban residenciados los Rivera Salas. Bajo
los apremios del parto, la ilustre señora se
trasladaba a Neiva, en compañía de los su-
yos. Sin embargo, el parto se precipitó y allí
mismo, a unas pocas cuadras de la casa, fue
necesario prestarle la atención del caso a la
señora. La residencia de la familia Quinte-
ro fue el escenario. Un fuerte niño, que más
tarde habría de conocerse y admirarse en
todo el mundo como uno de los más grandes
poetas y novelistas de habla hispana, José

•22•
Comienza la travesía

Eustasio Rivera Salas, fue el responsable de


aquellos terribles apuros.
No había bautizos en San Mateo. En la
capillita del poblado oficiaba lejos lejos el
padre Bahamón. Todos los asuntos de or-
den curial se tramitaban en Neiva. Fue,
pues, bautizado José Eustasio Rivera Salas
en Neiva, pero su nacimiento fue en Rive-
ra. De esto no hay, no puede haber, ningu-
na duda. Así está testimoniado en forma
irrefutable por viejos amigos de la familia
Rivera Salas, uno de ellos, hombre serio y
equilibrado, don Milcíades Pastrana Cal-
derón.
Rivera, pues, nació en Rivera.4

La familia Rivera Salas vivía, en efecto,


en el caserío Aguacaliente (o Aguacalientes,
como figura en algunos textos), muy cerca de
donde se fundó, en 18885, la población de San

4 “De lo real y lo cotidiano”, Diario del Huila, Neiva, 10 de


septiembre de 1987, 2.
5 Gabino Charry afirma en su libro Frutos de mi tierra
(Neiva: Imprenta Departamental, 1922), 126, que la fun-
dación de San Mateo fue en 1885. Pastor Polanía y Mil-
cíades Pastrana citan la fecha del 9 de julio de 1888, según
escritura pública que reposa en la Notaría 1.ª de Neiva,
por la cual se donaba el terreno para su fundación.

•23•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Mateo, la cual, en 1943, se transformó en el


municipio de Rivera, en honor a José Eusta-
sio, a quince kilómetros del casco urbano de
Neiva. De ahí la confusión, aunque no resul-
ta erróneo decir que su cuna natal sea Neiva,
en cuya jurisdicción se encontraba la finca de
don Eustacio Rivera y doña Catalina Salas,
padres de quien luego de su bautizo en la pa-
rroquia de Neiva llamarían en familia Tacho,
Tachito o el Negro.
De los once hermanos Rivera Salas, tres
murieron, dos antes del año, e Inesita, en su
adolescencia. Con José Eustasio llegaron a la
madurez Luis Enrique, Margarita, Virginia,
Laura, Susana, Julia y Ernestina.

•24•
LOS
PARIENTES
DE TACHO

•25•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Su ascendencia paterna estuvo vinculada a


los destinos políticos, militares y educativos
del Tolima Grande y del país.
Pedro Rivera (1862-1925), ingeniero, ge-
neral de la república, tercer gobernador del
Huila, senador, diputado, representante a la
Cámara de Representantes (aunque no al-
canzó a ocupar el cargo, siendo reemplazado
por su sobrino Tacho); Napoleón Rivera, tío,
general, rector del colegio Santa Librada de
Neiva; Toribio Rivera, tío, general, gober-
nador del Tolima; Olegario Rivera, primo
hermano de don Eustacio, gobernador del
Tolima, ministro de guerra, representante
y senador, intelectual inquieto. Todos ellos
fueron conservadores militantes, actitud que
no compartían los padres de Tacho, alejados
de la política, conservadores, pero no secta-
rios (alguna vez, se cuenta, escondieron a dos
amigos liberales perseguidos en la Guerra de
los Mil Días). Entre su descendencia colate-
ral se destacaron, como dramaturgo y cuen-
tista, Gustavo Andrade Rivera (1921-1974), y
como periodista, Jorge Andrade Rivera.
La línea ascendente de doña Catalina
Salas proviene de los coroneles del ejército
patriota Benito y Fernando Salas, hacenda-
dos y comerciantes pudientes cuyas familias

•26•
Los parientes de Tacho

herederas fueron confinadas a la pobreza


por el ejército pacificador de Morillo. En
este siglo, algunos de ellos fueron excelentes
artesanos, como Valentín Salas, maestro de
zapatería, a quien tanto quería Tacho, su pri-
mo. Y otros descollaron en las letras y en las
leyes, como Julián Motta Salas (1891-1972),
estudioso de Miguel de Cervantes, traductor
del griego y del latín, diplomático, sobrino
de doña Catalina. Hoy siguen sus huellas los
historiadores y escritores Camilo Francisco
Salas, Reynel Salas, Sergio Calderón Rivera,
Martha Cecilia Andrade y Mauricio Rivera
Ramírez.

•27•
INCOMPRENDIDO
EL NIÑO
POETA

•29•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

En la finca de Aguacaliente, nombre que alude


a las aguas termales de esa zona, pasó Rivera
su primera niñez, entre 1890 y 1894. Con su
madre aprendió las primeras letras y luego en
San Mateo estudió con su maestro Juan Anto-
nio Ortiz. En 1895, lo enviaron al colegio San-
ta Librada de Neiva, sin que pudiera amoldar-
se al nuevo modo de vida en el internado que
regentaban los Padres Maristas. Al finalizar
el año, doña Catalina fue a recogerlo a Neiva
y el padre José le recomendó no volverlo a ma-
tricular ahí. El mismo Rivera recordaría des-
pués sus escapadas a prenderle candela a las
basuras de la plaza de mercado.
Su familia salió de la finca, en 1896, y se
instaló en la casa que don Eustacio le com-
prara a Vicente Perdomo, en el marco de la
plaza principal de San Mateo. Ahora tenían
que trabajar en La Esmeralda, propiedad
más cercana al caserío. Ahí continuó Ta-
cho su aprendizaje de la naturaleza, de los
animales y de las plantas. Entre las labores
del campo y las lecturas en la casa de San
Mateo, que allá dirigía don Eustacio y acá
doña Catalina, fue fraguándose la persona-
lidad ciudadana y literaria del futuro poeta
y novelista. Mientras tanto el país sufría
dos descalabros: uno interno, el de la Guerra

•30•
Incomprendido el niño poeta

de los Mil Días, declarada en julio de 1899,


con triunfo de los liberales en la batalla de
Peralonso (diciembre de 1899) y derrota a
manos de los conservadores en la batalla de
Palonegro (mayo de 1900), y cancelada me-
diante los tratados de Neerlandia (octubre
de 1902), de Wisconsin (noviembre de 1902)
y de Chinácota (del mismo mes); y otro exter-
no, la secesión de Panamá, el 3 de noviembre
de 1903, con la oposición de todo el país, de
liberales y conservadores, y el reconocimien-
to oficial de los Estados Unidos —quince
días después de provocada la rebelión— al
nuevo gobierno panameño.
En este interregno, José Eustasio había
sido matriculado, por segunda vez, en el co-
legio Santa Librada de Neiva, en febrero de
1900, ya no interno, pues su familia lo acom-
pañaba —la guerra los había regresado a la
ciudad—. De 12 años, con su tío Napoleón en
la rectoría, sin embargo, Tachito no entraba
por la disciplina militar de los generales Ri-
vera, y un día lo encontró el tío Pedro volado
de clase, cazando pájaros con guaraca. Vino
el castigo físico del rector y el retiro inme-
diato del colegio a instancias de don Eusta-
cio. Dos años más tarde, en 1902, doña Cata-
lina logró matricularlo en el colegio San Luis

•31•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Gonzaga de la Mesa de Elías, que dirigían los


Hermanos Maristas en el mismo edificio del
Seminario Menor. Interno, lejos de su casa,
al sur del Huila, Rivera, con 14 años, no dejó
de ser el muchacho campesino, alegre, jugue-
tón, de amplio humor y fina ironía, que com-
ponía coplas, acrósticos y poemas. Y pronto
los religiosos no soportaron los corrillos que
él encabezaba y explotaban en carcajadas
“lúbricas”. Su hermana Virginia, después de
la dura jornada a caballo entre Neiva y Elías
(unos ciento sesenta kilómetros), lo trajo de
regreso a su casa. Nadie, de nuevo, le dijo
nada, y, por fin, esto hizo llorar a Tachito.
Ya casi tenía 15 años y su temperamento no
coincidía con las normas de los colegios.
Volvió al campo en 1903. Reemplazó a su
padre en muchas ocasiones. Vendió su caba-
llo para comprarle zapatos a su madre y otros
regalos a sus hermanas. Pasó la guerra y en-
tonces le consiguieron un puesto de portero
y escribiente en la Gobernación de Neiva,
en 1904. Ahí duró poco: prefirió renunciar
antes que soportar las burlas de sus compa-
ñeros. Su sentido del humor nunca admitiría
el abuso del ridículo, ni la ofensa con la que
jamás castigó a nadie. Su refugio, una vez
más, fue La Esmeralda en San Mateo, junto

•32•
Incomprendido el niño poeta

a su padre y a su hermano Luis Enrique, pues


las mujeres ahora residían en Neiva. Hasta
1906, cuando ayudados por Rafael Puyo (pri-
mer gobernador del recién creado departa-
mento del Huila, en 1905) y Gabriel Perdomo
Cuenca, padre de monseñor Ismael Perdomo,
obtuvieron una beca oficial para ir a estudiar
a la nueva Escuela Normal de Bogotá.

•33•
A LA ESCUELA
NORMAL

•35•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Teniendo como “acudiente” a Próspero Pati-


ño, Rivera y su padre se presentaron a la Es-
cuela Normal de los Hermanos Cristianos a
sentar la matrícula el 9 de febrero de 1906,
en vísperas de cumplir sus 18 años y de cam-
biar la c por s de su segundo nombre. En ese
caserón de la calle 15, entre carreras 15 y 16
de Bogotá, bajo la rectoría del hermano Juan,
Rivera principió sus estudios a partir del 2.º
año de Normal “en vista de su buena letra, su
facilidad para la lectura y sus conocimientos
de aritmética”6, hasta terminar su secunda-
ria pedagógica.
La vida de Rivera en la Normal, entre
1906 y principios de 1909, transcurrió en me-
dio del curso regular de sus estudios, en los
que se destacó por sus altas notas, impuso su
reciedumbre calentana ante los demás com-
pañeros, no admitió que siquiera el hermano
Juan lo gritara y cuando una vez lo hizo, este,
el rector, tuvo que apaciguarlo entregándole
el Quijote para que volvieran a hablar des-
pués de que lo leyera. A propósito de guías,
en la Normal conoció Rivera al hermano
Luis Gonzaga, conocido como Pacífico Co-
ral, cuyo verdadero nombre era Julio Vera

6 Neale-Silva, Horizonte humano…, 59.

•36•
A la Escuela Normal

Coral, historiador y escritor de la época,


quien suministró todos los libros de literatu-
ra conseguibles en ese momento. A él le mos-
tró José Eustasio sus primeras poesías, y fue
él quien lo presentó a dos grandes escritores
colombianos: Antonio Gómez Restrepo, su
benefactor posterior y a quien dedicaría la
primera edición de La vorágine, y Miguel
Antonio Caro. Ambos, por cierto, recibieron
al muchacho —al escucharle sus poemas—
con entusiasmo y emoción. Algunos de estos
poemas, por gestión de su condiscípulo Elías
Quijano, fueron editados en el periódico Sur
América y en El Artista. Quizás el primer
poema publicado por Rivera —a petición
suya— fue “Águila andina”, el 27 de julio
de 1907, en Sur América, que dirigía Adolfo
León Gómez. Cuenta Ricardo Charria Tovar
que ese día Rivera compró “una docena de
ejemplares” para regalarlos a sus superiores
y compañeros7.
En los días de vacaciones leía, jugaba bi-
llar o atendía sus noviazgos pasajeros. Cuan-
do la plata le alcanzaba iba a teatro. De espíri-
tu jocoso, nunca desperdiciaba oportunidad

7 Ricardo Charria Tovar, José Eustasio Rivera en la intimi-


dad (Bogotá: Ediciones Tercer Mundo, 1963), 59.

•37•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

para improvisar décimas o coplas. Siempre


cumplió un papel de líder. En los Juegos Flo-
rales de Tunja de 1908, ganó “La flor natural”
—equivalente a un tercer puesto— en el con-
curso de poesía, y la revista Tricolor lo invitó
a leer en el Teatro Municipal de Tunja, el 6 de
agosto, su poema premiado “El mirlo viudo”,
al lado de los sí consagrados intelectuales
Juan Clímaco Hernández y Pío Vélez-Malo.
La Normal le dio permiso para el viaje. En
San Mateo había principiado sus borrado-
res poéticos; ahora, en Bogotá y Tunja, co-
menzaban a sentirse los ruidos de la fama, la
misma que él llamara “gloria” en un cuarteto
escrito en la Normal:

Cuando a la sierra como agreste incienso


se alza en la niebla en ascensión tranquila,
y en los halagos de la gloria pienso,
tiende la tarde en el ocaso inmenso
con tierna dejadez su manto lila.

Su liderazgo impactó durante las jorna-


das políticas del famoso “13 de marzo” de
1909. Había terminado su Normal el pasado
26 de noviembre de 1908, con la presencia de
Víctor Mallarino y Diego Fallon como pre-
sidentes de grado, y concurría al 5.º curso,

•38•
A la Escuela Normal

que lo habilitaría como director de Norma-


les. El quinquenio del presidente Rafael Re-
yes (1904-1909) se cerraba con el escándalo
del tratado que legalizaba la separación de
Panamá. Nadie lo aceptaba, menos los estu-
diantes que, convocados el jueves 11 de mar-
zo por José Eustasio, salieron por la tarde a
darle abajos al gobierno y fueron detenidos
por la policía y llevados al cuartel principal,
mientras cantaban el himno nacional, donde
permanecieron hasta el 13 por la tarde, cuan-
do fueron liberados al caer el gabinete minis-
terial de Reyes.
Al poco tiempo, Rivera abandonó sus estu-
dios. Su mala salud, “un tenaz dolor de cabeza
y un decaimiento general”, dice Neale-Silva,
fueron la causa. Regresó a Neiva. Su herma-
na Inés comenzaba a morir, en Bogotá; su
iluso noviazgo con la hija de la famosa viuda
de Chía, también, moría8. Las dificultades

8 La vida sentimental de José Eustasio Rivera solo parece


tener alguna estabilidad en la relación que mantuvo, hacia
1927, con Lolita Durán, hija de su gran amigo Lisandro
Durán, de Sogamoso. Ver la entrevista de Hugo Montero
Quintero con ella: “Lolita, la presentida”, El Tiempo, Bogo-
tá, 13 de abril de 1990. Según la nota de prensa de El Tiem-
po, de esa misma fecha, Rivera y Lolita planeaban casarse el
2 de agosto de 1929 en Sogamoso, cuando ella cumpliera 17
años. Lolita Durán murió el 12 de agosto de 2004.

•39•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

económicas lo empujaban hacia su primer


cargo en el sector educativo. En Bogotá, en
agosto de 1909, recibió la oferta. Y partió.

•40•
INSPECTOR
ESCOLAR

•41•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Para llegar a Ibagué a ocupar su cargo de


inspector escolar, viajó en tren hasta Madrid
(Cundinamarca) y luego a caballo, pasando
por Apulo y Girardot, en dos días. Debía vi-
sitar a los maestros, enterarse de sus proble-
mas y proponer soluciones. En Ibagué exis-
tían la Escuela Normal, el Conservatorio de
Música y el Colegio San Simón. En septiem-
bre asumió su cargo con entusiasmo, pero
pronto vinieron el desaliento y las malas no-
ticias. Volvió a Bogotá a los funerales de su
hermana Inés el 6 de noviembre. Duro golpe
para él. Escribió su poema “Diva, o la virgen
muerta”, con algún sabor a José Asunción Sil-
va. Como su novia de Chía reincidió en su in-
diferencia, escribió: “Sufrí, sufrí, sufrí, solo,
agrandando mi dolor por la indiferencia de la
mujer de quien yo esperaba el más pequeño
de los alivios”.
De nuevo, en Ibagué, tuvo sorpresas,
como la vez en que la niña Leonor Arteaga
le recitó al inspector escolar un poema sobre
la garza y él tuvo que alzarla en sus brazos
para decirle, sin impedir las lágrimas, que
ese poema era suyo porque él era José Eusta-
sio Rivera.
Aquí, el círculo de sus amistades estuvo
integrado por Álvaro Velandia, Luis Enrique

•42•
Inspector escolar

Ramírez, Delio Suárez y Custodio Morales.


Ellos conocieron algunas de las publicacio-
nes de Rivera: el ensayo “La emoción trágica
en el teatro” (El Nuevo Tiempo Literario, Bo-
gotá, 1911), su cuento “La mendiga de amor”
(revista Tolima, Ibagué, 1911) y algunos de
los sonetos de Tierra de promisión que, por
entonces, escribía en borrador o declamaba
de memoria sin que los hubiera escrito toda-
vía, como fue su costumbre. Custodio Mo-
rales mantuvo especial amistad con Rivera,
porque le gustaba la literatura, la cacería, las
excursiones, conocía la Amazonia colombia-
na y muchos ríos. Con Custodio leyó a Vic-
tor Hugo en un francés incipiente, y con él
aprendió las primeras nociones del yagé y de
las amenazas de la Casa Arana. Cuenta Mo-
rales que el soneto sobre la paloma torcaz na-
ció en una excursión al cerro Pan de Azúcar,
al pie de un guáimaro, al que había llegado
solo Rivera (otros dicen que fue en Aguaca-
liente). Y, también, Morales dice que alguna
vez le preguntó a Rivera:
—Mira, Tacho, ¿cuándo te casas?
Y él le había contestado con el repentismo
humorístico que ya hemos anotado y que le
caracterizarían toda la vida:
—De aquí a unos veinte mil pesos.

•43•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

En Ibagué estaba Rivera cuando se pro-


dujo el combate de La Pedrera, del 10 al 12 de
julio de 1911, sobre el río Caquetá, en el que
la guarnición colombiana fue desalojada por
cuatro cañoneras peruanas. Rivera consultó
a Morales. Por el sur, ahora, como por el nor-
te, en 1903, el país se dejaba cercenar, y eso
al poeta le preocupaba. Morales le contó los
misterios de la selva y los de la Casa Arana.
Entonces, Rivera leyó el libro Las crueldades
en el Putumayo y en el Caquetá (Bogotá, 1910),
de Vicente Olarte Camacho, como habría de
leer, después, El libro rojo del Putumayo, reco-
pilación de testimonios sobre las atrocidades
de la Casa Arana, y De París al Amazonas, de
Cornelio Hispano, ambos editados en 1913.
Dos hechos más fueron importantes en su
paso por Ibagué. Uno, haber ganado, en 1910,
la medalla de plata en el concurso de poesía
de los Juegos Florales del centenario de la in-
dependencia con su “Oda a España”, siendo
superado solo por el famoso gramático y es-
critor vallecaucano Manuel Antonio Bonilla,
y haber recibido de Miguel de Unamuno una
carta en que le decía: “Lo felicito, señor mío y
poeta, por su altísima y noble ‘Oda a España’”.
Y dos, haber dictado en 1910 una con-
ferencia sobre “La conciencia del yo”, en la

•44•
Inspector escolar

antigua Escuela de Varones, a un público de


artesanos que se agrupaban alrededor del
relojero Antonio García, colaborador del pe-
riódico La Cohesión, que resumía los aires re-
novadores que traían los libros “revoluciona-
rios” del momento y que Rivera había leído.
A finales de 1911, Rivera fue invitado a
pronunciar las palabras de despedida en la
clausura de un colegio de señoritas en Neiva,
y ahí habló de la integración entre la escuela y
la familia, del civismo, de la educación mixta,
de la modificación de programas y reglamen-
tos que exigía la pedagogía moderna, de una
mayor libertad para los estudiantes y de las
doctrinas de Galileo. La sociedad neivana se
escandalizó y enviaron una carta al ministro
de Educación, Marco Fidel Suárez, y este lo
mandó a llamar. En Bogotá la entrevista fue
agria y gracias al hermano Juan, quien acom-
pañó a Rivera, no pasó del grito con que el
calumniado conferencista respondió al mi-
nistro. El resultado de este altercado benefi-
ció al poeta, que deseaba abandonar el buro-
cratizado y anacrónico aparto educativo del
país. Consiguió un puesto en el Ministerio de
Gobierno, y en 1912 viajó a la capital con el
fin de estudiar Derecho.

•45•
EN LA
UNIVERSIDAD
NACIONAL

•47•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Entre 1912 y 1916, José Eustasio Rivera cur-


só su carrera de Derecho y Ciencias Políticas
en la Universidad Nacional.
En esos cinco años, mientras trabajaba
en el Ministerio y pasaba de los 24 a los 28
años, el país era gobernado por Carlos E.
Restrepo y José Vicente Concha, este último
profesor de derecho penal en la Universidad
Nacional. En 1914, el 15 de octubre, cayó ase-
sinado el caudillo liberal Rafael Uribe Uribe.
Por la misma época, el país discutía el trata-
do Urrutia-Thompson, en virtud del cual Es-
tados Unidos, por la separación de Panamá,
pagaba a Colombia veinticinco millones de
dólares y le permitía algunos privilegios en el
uso del canal. El tratado aprobado en Colom-
bia por el Congreso no fue admitido en el de
Estados Unidos: el “sincero pesar” que exigía
Colombia a Estados Unidos no fue aceptado
por el expresidente Theodore Roosevelt. To-
das estas discrepancias debieron acentuar el
nacionalismo de Rivera, a tiempo que seguía
leyendo autores como Teófilo Gautier, Le-
conte de Lisle, François Coppée, José María
Heredia y José María de Heredia. Concurrió
al nacimiento del teatro social y nacionalista
de Antonio Álvarez Lleras (Víboras sociales,
Como los muertos), presenció el estreno de

•48•
En la Universidad Nacional

Los intereses creados de Jacinto Benavente en


el Teatro Colón, pero no pudo nunca estrenar
su único drama escrito, tantas veces anun-
ciado y leído en tertulias, Juan Gil, que tenía
desde 1911. De estos años es su épico “Canto
a San Mateo”, todavía influido por José Joa-
quín de Olmedo.
En enero de 1916, Rivera visitó por pri-
mera vez los Llanos Orientales. A caballo
y mula recorrió el largo camino: Chipaque,
Cáqueza, Monte Redondo, Buena Vista, Vi-
llavicencio y, más adentro, la hacienda Ba-
rrancas. Con Rubén Vásquez se encontra-
ron y se dedicaron a la cacería y a la pesca.
La inusitada importancia de este viaje, lleno
de inéditas y buscadas experiencias, puede
deducirse de la extensa carta que el 22 de fe-
brero de 1916 Rivera escribiría a sus amigos
caleños, excondiscípulos en la Normal, Elías
Quijano y Guillermo Arana9, verdadero e in-
sólito anticipo de su futura novela. Al final
de ella, Rivera cuenta, como si fuera un ca-
pítulo intuido de La vorágine, la muerte del
mayordomo Montoyita, ahogado por efecto

9 Ver la carta en el suplemento “Pretextos”, Diario del


Huila, Neiva, 30 de agosto de 1987, 14-16. También, en
Isaías Peña Gutiérrez, José Eustasio Rivera (Bogotá: Pro-
cultura, 1989).

•49•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

de un temblador, “un pez eléctrico que inmo-


viliza cuanto toca”, aunque desde su inicio la
carta impresiona por el que será el tono ma-
yor de Rivera:

Imposible relatarles ahora todo lo que ex-


perimenté en aquellas soledades agobian-
tes, melancólicas, y fuera de ser infinitas
y monótonas por lo imponentes. Desde
que el viajero remonta el último estribo
de la cordillera oriental, ya al descender a
Villavicencio, presiente la enormidad del
paisaje hasta en el aire que respira, pues
como a Heredia, le acontece que a través
de las distancias inconmensurables absor-
be su nariz el olor penetrante de las resinas
y de los pajonales onduladores: de repente
al sesgar una quiebra, halla la inmensidad
ante sus ojos, vasta, colosal, infinita.

Dos meses después de esta carta premo-


nitoria que dejaba ver el genio narrativo de
Rivera, el 12 de abril de 1916, desde Bogotá
escribió otra carta de tipo político a su ami-
go Simón Arboleda Cuéllar, residente en Pi-
talito (Huila). Es una pieza singular donde
dejó constancia de su humor irónico, pican-
te, fresco y espontáneo. Como su famosa

•50•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

frase “Me barrieron de un sotanazo”, del año


1917, esta carta revela el poder expresivo y
creativo de Rivera, en un formato epistolar
muy especial. Y es en su forma de escribir-
lo, también, donde encontramos su geniali-
dad. Esta es su copia facsimilar, tomada del
artículo “Carta de José Eustasio Rivera Salas
al laboyano Simón Elías Arboleda Cuéllar”,
de Marcelino Triana Perdomo10:
El 3 de marzo de 1917, Rivera se graduó
de abogado con la tesis Liquidación de las
herencias, que le había dirigido Antonio José
Uribe. Los diarios de la capital se refirieron
de manera elogiosa al poeta normalista que
ahora llegaba a los estrados judiciales.

10 Revista Fundación por la Huilensidad Jorge Villamil


Cordovez n.º 12 (Neiva: mayo de 2023): 15-18.

•52•
PRIMER
FRACASO
POLÍTICO

•53•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

La vocación literaria de Rivera nunca se se-


paró de su acentuada sensibilidad social, y
la política —como siempre había sucedido
en Latinoamérica— fue la mejor vía para
expresarla. Por eso, cuando en abril de 1917
le ofrecieron desde Neiva una curul en la Cá-
mara de Representantes, él aceptó sin pen-
sarlo mucho.
Pero pronto un telegrama dio al traste
con esa oportunidad. Lo firmaba el obispo de
Garzón, monseñor Esteban Rojas, y decía:

Señores doctores José Ignacio Fernández,


presente, doctor José Eustasio Rivera, Nei-
va; general don Alejandro Villoria, Neiva.
Con la mira de obtener completa unión en
los católicos, suplico a ustedes me digan
si estarían dispuestos a renunciar a sus
candidaturas para representantes, con ese
mismo fin. Esperando una pronta respues-
ta, me repito, Afmo., servidor, esteban,
Obispo.

A los pocos días, desencantado, Rivera


viajó a Bogotá y contestó con este telegrama:

Bogotá, 2 de mayo de 1917. Ilustrísimo


Obispo Garzón. Candidatura a que refié-

•54•
Primer fracaso político

rese su telegrama del 27 de abril ofrecié-


ronmela espontáneamente. Acepto lo que
la junta popular resuelva. No creo produ-
cir discordia entre católicos, pues también
lo soy. Atento servidor, rivera.

Cuenta Félix Dussán Vargas que Rivera


había dicho, para resumir gráficamente su
derrota:
—Me barrieron de un sotanazo.
Las divisiones del conservatismo en el
Huila, que correspondían a las de la nación,
tenían sus respectivos representantes en la
Iglesia. Y, esta vez, por demás injusta, casti-
gó al educador y abogado que deseaba llegar
al parlamento con fines altruistas.

•55•
Manuscrito original de “Bajo nevadas moles”,
de Tierra de promisión
Fotografía de Daniel Zuluaga Murillo;
Colección Privada José Eustasio Rivera
DE NUEVO, A
LOS LLANOS
ORIENTALES

•57•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Por segunda vez, Rivera, esta vez en función


de su profesión de abogado, viajó a los Lla-
nos Orientales y vivió allá dos años cortos,
entre abril de 1918 y febrero de 1920.
José Nieto vino de Casanare a buscar un
abogado para que lo representara —así re-
sultó ser, aunque en principio dijo hablar en
nombre de terceros— en un proceso civil de
liquidación de la herencia de Ramón Orope-
za y Jacinto Estévez, en el que Nieto y Alfre-
do Santos habían sido designados “deposita-
rios” de la herencia a nombre de Francisco
Hurtado, sobrino de Jacinto Estévez. Rivera
aceptó el negocio, pero cuando llegó a Oro-
cué, luego de largas jornadas a caballo hasta
Puerto Barrigón y en bongo por el río Meta,
en duros días de invierno, se encontró con que
Nieto no le había dicho toda la verdad. Sus
pretensiones acerca del ganado comprado a
la sucesión no eran claras. Rivera, guiado
más por su sentido moral de la justicia que
por las formalidades de los códigos, pasó a
defender en el proceso sucesorio a quien, en
principio, era su contraparte, Josefa Estévez
viuda de Oropeza. El juicio de “Mata de Pal-
ma” (llamado en La vorágine “Hato Grande”)
y “Mata Vaquero” fue fallado en el Tribunal
Superior de Santa Rosa de Viterbo a favor de

•58•
De nuevo, a los Llanos Orientales

Nieto el 24 de septiembre de 1919, después de


haber pasado en su primera instancia por las
manos de seis jueces.

•59•
Portadilla de la primera edición
de Tierra de promisión
Biblioteca Nacional de Colombia
CON FRANCO
Y ALICIA

•61•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Mas no todo se había perdido. Rivera, un


hombre que toda su vida la recorrió en con-
travía, había dado un paso más en la crea-
ción de su novela a pesar de todo. Al pelear
con José Nieto, se encontró con quien sería
uno de sus mejores amigos, tanto como Cus-
todio Morales en Ibagué. Se trataba de Luis
Franco Zapata, perito en el juicio sucesoral
de Estévez. Era un paisa de Manizales, de su
misma edad, que había llegado al Vaupés en
1909 y en 1912 se había escapado con Alicia
Hernández Carranza, natural de Guateque
(Cundinamarca), desde Bogotá, donde ella
trabajaba como empleada en una tienda,
hasta llegar al fondo de la Amazonia, entre
Colombia y Venezuela, e instalarse en las
caucheras del brazo Casiquiare —el que une
los ríos Negro y Orinoco al suroeste venezo-
lano—, cerca de Colombia y Brasil. Luego
habían vivido en Puerto Carreño, Casualito
y Ciudad Bolívar. En 1918, se encontraban
en Orocué, y ahí le contó todas sus historias
a Rivera, desde las más íntimas hasta las de
índole social, sin dejar por fuera las mitoló-
gicas, de aventura y sangre. La mayor parte
de los personajes de La vorágine surgieron de
los relatos de Luis Franco Zapata, incluidos
sus nombres —que poco variaron, excepto el

•62•
Con Franco y Alicia

de Franco y el de Rivera al encarnar en Artu-


ro Cova—.
Franco Zapata, no lejos de Orocué, le
tomó a Rivera la foto que después aparece-
ría en la primera edición de La vorágine con
esta leyenda: “Arturo Cova en las barracas
de Guaracú. Fotografía tomada por la mado-
na Zoraida Ayram”. El ingenio de Rivera, su
carácter juguetón, utilizaba nombres lejanos
(Guaracú dista cuatrocientos kilómetros de
Orocué) para mejorar la fantasía literaria.
Franco y Alicia, además, fueron testigos
(porque Rivera vivía con ellos) de la segun-
da cefalea de Rivera. “Estando de caza en un
lugar cercano a Orocué tuvo una especie de
ataque que le hizo perder el sentido. (…). Se
le puso la cara casi negra y le dolía mucho la
cabeza. Al llegar a casa ya él me había supli-
cado que a nadie le contase lo que había ocu-
rrido”, contó Franco Zapata en una carta a
Neale-Silva11. Síntomas que volvió a sufrir a
finales de 1919 en la casa de Soledad Muri-
llo, en Sogamoso, donde estuvo dos meses en
convalecencia. Al regresar a Orocué, las fie-
bres del paludismo lo atacaron y en cerca de
veinticinco días lo curaron Franco y Alicia.

11 Neale-Silva, Horizonte humano…, 153.

•63•
Con Franco y Alicia

Rivera sintió, de nuevo, el frío bogotano a


finales de febrero de 1920. Algunos escribi-
rían, entonces, muchas anécdotas de su esta-
día en Casanare, como la de Julio Vives Gue-
rra, quien nos muestra el perfil quijotesco de
Rivera. Iba a caballo por el llano y vio que un
rico ganadero hería a látigo a una india. Al
interponerse Rivera, el hombre le contestó
amenazándolo con el revólver:
—¡Para usted también hay… y para su
madre!
Rivera le echó el caballo encima, tumbán-
dolo; bajó y tomó su revolver, que había roda-
do a un lado, y le gritó:
—¡Voy a darte diez latigazos en la cara:
uno por esa pobre india, otro por todos los
indios… y los ocho restantes por mi madre!
Al segundo latigazo, el hombre le pidió
perdón arrodillado y, entonces, José Eusta-
sio le arrojó el revólver y le dijo:
—Tome su revólver y asesíneme, si quie-
re, por la espalda. Le perdono los ocho lati-
gazos en nombre de mi madre12.

12 Ibíd., 152.

•65•
AMIGOS,
LIBROS Y
TIERRA DE
PROMISIÓN

•67•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Al llegar a Bogotá, Rivera ocupó el aparta-


mento del costado sur de la calle 15 con carre-
ra Novena13. Ahí volvió con la biblioteca que le
había guardado su amigo Luis Alzate Noreña:
la Eneida, la Odisea, la Ilíada, que decía haber
leído once veces, la Divina Comedia, Los Mise-
rables de su Victor Hugo, Hermann y Dorotea
y Fausto de Goethe, Don Quijote de la Mancha,
los dramas de José Echegaray y de Henrik Ib-
sen, Los siete tratados de Juan Montalvo, Ariel
de Rodó, María de Isaacs, Pax de Marroquín,
Tabaré, La Araucana, y libros de poesía de
Leopoldo Díaz, Juana de Ibarbourou y Delmi-
ra Agustini, entre otros.
Después de un corto viaje a Neiva, se dedi-
có a llevar algunos negocios de marcas y pa-
tentes en Bogotá. Para esta fecha, la famosa
tertulia del “Olimpito” (como algunos la lla-
maban con sorna) se reunía en el café Wind-
sor o en el Inglés, como la del grupo Cultura,
dirigido por Luis López de Mesa, lo hacía en
las casas de sus integrantes. Todos ellos cono-
cían a Rivera. Los mayores configuraron “la
generación del centenario”. Casi todos escri-
bían poesía, o comenzaban a hacerlo, como

13 Charria Tovar, José Eustasio Rivera en la intimidad, 101;


Neale-Silva, Horizonte humano…, 162.

•68•
Amigos, libros y Tierra de promisión

Rafael Maya o Luis Vidales. Sin ser un activo


contertulio cuando estaba entre muchos, ni
ser un aficionado a las bebidas alcohólicas,
menos un trasnochador, Rivera asistía a aque-
llas reuniones como el poeta de una nueva vi-
sión americana de la literatura. Algunos nom-
bres de quienes agitaron ese cálido ambiente
cultural de los años veinte fueron Eduardo
Castillo, Miguel Rasch Isla —el gran amigo
costeño de Rivera—, Roberto Liévano, López
de Mesa, Armando Solano, Ángel M.ª Cés-
pedes, Daniel Samper Ortega, Abel Marín,
Delio Seravile (Ricardo Sarmiento), Carlos
Villafañe, Joaquín Güell, Ricardo Nieto, Gui-
llermo Manrique Terán, Luis Alzate Nore-
ña, Tomás Márquez (Lope de Azuero, según
testimonio de Rivera), Luis Eduardo y Agus-
tín Nieto Caballero, Raimundo Rivas, Luis
Cano, Eduardo Santos, Carlos Arturo Torres
Pinzón, Mario Carvajal, Alberto Sánchez
(Doctor Mirabel), Tomás Carrasquilla, Ricar-
do Hinestrosa Daza, Samuel Delgado Uribe,
Luis María Mora, Antonio Gómez Restrepo,
Carlos García Prada, León de Greiff, etc.
En este momento brillante de la cultura
nacional, de feroces y atinadas polémicas lite-
rarias, auspiciadas por el Gil Blas, El Tiempo,
El Espectador, El Nuevo Tiempo Literario,

•69•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

El Gráfico, apareció el primer libro de José


Eustasio Rivera, su poemario Tierra de pro-
misión: cincuenta y cinco sonetos en total, di-
vididos en tres partes (las que pensó, al prin-
cipio, dedicar a sendos volúmenes): la selva,
las cumbres o montañas y el llano. El libro se
puso en librerías en enero de 1921, como el
de su amigo Rasch Isla, Para leer en la tarde.
No se parecía a Castillo, ni a Valencia, ni a
Luis Carlos López. Iba más allá del romanti-
cismo y del modernismo amanerado, sin que
abordara el vanguardismo que ya llegaba de
Europa14.
Su éxito aumentó con los días. Sin embar-
go, su autor pensaba que podía escribir pági-
nas mucho más calificadas, que esta era una
meta superable. Antes había aplicado este
mismo rasero autocrítico a Juan Gil, su drama
bautizado con el nombre del religioso que lu-
chó y obtuvo la libertad de Cervantes.

14 Isaías Peña Gutiérrez, Estudios de literatura (Bogotá:


Ediciones El Huaco, 1979), 45-70 (descripción e inter-
pretación de Tierra de promisión).

•70•
RECAÍDA EN
PURIFICACIÓN

•71•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Para descansar del trajín literario y jurídico,


Rivera salió de Bogotá la primera semana de
marzo de 1921, en viaje de cacería hacia el
sur. Lo acompañaba Alberto Ángel Monto-
ya, cuya familia poseía la hacienda Laboyos,
cerca de Pitalito. Llevaba una escopeta euro-
pea, revólver y un vestido ajustado al cuerpo
que usaba para la cacería. En Girardot, em-
barcaron por el río Magdalena arriba y en
sus riberas alcanzó a matar algunas palomas
torcaces. Al acercarse a la población de Puri-
ficación, se internó en un llano canicular. El
sol lo abrazó. “De repente —cuenta Charria
Tovar—, llevándose las manos a la cabeza,
cayó en una especie de shock, con estupor
e inconsciencia, acompañado más tarde de
convulsiones y subdelirio. En tal estado se le
condujo a Purificación”15. Las Hermanas de la
Caridad no lo atendieron más en el hospital,
pues, en medio del delirio, gritaba palabras
violentas. Una junta médica en Bogotá se co-
municó telegráficamente con los médicos de
Purificación. Luego lo trasladaron a Girardot
en balsa. Ahí lo vio el Dr. José M.ª Lombana
Barreneche, profesor de clínica interna de la
Universidad Nacional. Las dos últimas sema-

15 Charria Tovar, José Eustasio Rivera en la intimidad, 116.

•72•
Recaída en Purificación

nas de marzo de 1921 las pasó en Girardot, y


tan pronto pudieron lo llevaron a Neiva, don-
de estuvo hasta fines de mayo.
De esta recaída quedó en claro una cosa:
sus ataques a la cabeza no tenían nada que
ver con el paludismo.
El 2 de junio de 1921, Rivera regresó a Bo-
gotá. Lo esperaba la primera misión diplo-
mática fuera del país.

•73•
José Eustasio Rivera, 1921
Fotografía de Daniel Zuluaga Murillo;
Colección Privada José Eustasio Rivera
A PERÚ,
MÉXICO Y
ESTADOS
UNIDOS

•75•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

A las fiestas centenarias de la independencia


de Perú y México, Colombia envió una dele-
gación diplomática encabezada por Antonio
Gómez Restrepo y José Eustasio Rivera. Par-
tieron de Bogotá el 4 de julio de 1921. En Pa-
namá transbordaron al Essequibo, barco que
llevaba las delegaciones de Gran Bretaña,
Bélgica, México y Holanda.
A más de los actos centrales del 18 de ju-
lio, Rivera asistió a varios de los homenajes
ofrecidos debido a su prestancia literaria.
Lo hicieron miembro honorario de la So-
ciedad Geográfica de Lima. Conoció la ter-
tulia literaria de Carlos Ledgard, donde se
reunían escritores reconocidos como José
María Eguren, Raúl Porras Barrenechea,
Óscar Miró Quesada, Juan B. Lavalle, José
Gálvez y Luis Alberto Sánchez. Este último
publicó en Mundial la más controvertida de
todas las entrevistas hechas a Rivera en su
vida.
A finales de julio, José Eustasio permane-
ció dos días en cama, perdido el conocimien-
to y en medio de convulsiones.
La delegación se despidió el 16 de agosto.
Pasaron por Cartagena y La Habana, y el 6
de septiembre llegaron a Ciudad de México.

•76•
A Perú, México y Estados Unidos

En nuevas entrevistas, habló Rivera de Mé-


xico como “defensora de los fueros latinoa-
mericanos”. Se sorprendió con la magnitud
de la cultura azteca. Asistieron a una sesión
del Congreso Jurídico, a los Juegos Flora-
les y a la Academia de la Lengua. Investigó
el régimen petrolero mexicano. Habló con
y de los escritores mexicanos: Manuel José
Othón, Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador
Díaz Mirón, Amado Nervo, Juan de Dios
Peza, Luis G. Urbina.
Luego, por tierra, entraron a los Estados
Unidos, visitaron Nueva York, y a mediados
de noviembre del mismo año 21, de nuevo, es-
taban en Barranquilla.

•77•
LA GRAN
POLÉMICA

•79•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

El descanso de Rivera a su regreso a Bogo-


tá fue enfrentar todos los ataques escritos a
raíz de la publicación, el 21 de septiembre de
1921, en el Gil Blas, de su entrevista concedi-
da en Lima a Luis Alberto Sánchez. Tomada
al oído, en ella aparecieron conceptos desco-
medidos con los escritores colombianos, más
del ingenio del periodista que de Rivera, pero
eso nadie lo entendió. Eduardo Castillo ini-
ció la polémica el 24 de septiembre en Cromos
de manera personal y violenta: “Pero todo
eso se explica en boca del señor Rivera, cuya
cultura mental es de una deplorable deficien-
cia”, decía. El 29 de noviembre, en El Tiempo,
Rivera comenzó su defensa frente a Castillo
(cada uno escribió tres artículos). Y a las nue-
ve críticas de Atahualpa Pizarro, el 3 de di-
ciembre, en El Tiempo, Rivera inició su serie
de cinco artículos de respuesta, que Américo
Mármol contrarreplicaría con cinco artícu-
los más. Estos dos últimos nombres corres-
pondían a seudónimos de su antiguo conten-
diente en el concurso de poesía de Ibagué,
Manuel Antonio Bonilla.
De sus respuestas, estas dos apreciaciones
resultan útiles para analizar a Rivera: “Los en-
gañados acerca de mi obra son otros, yo no; sé
a cuánto aspiro”, y “Todas mis culpas podrán

•80•
La gran polémica

enmendarse, pero esta de la independencia de


criterio ha formado en mí una segunda natu-
raleza y nunca saldrá de mi condición”16.
Y la polémica hubiera continuado si el 9
de febrero (el 8 había publicado Castillo otra
respuesta) de 1922 Próspero Patiño, su “acu-
diente” en la Normal, no hubiera colocado
en un bolsillo de Franco Zapata, sin que se
diera cuenta Rivera, un telegrama que, luego
en su apartamento, le dieron a conocer junto
con Antonio Gómez Restrepo y Luis Eduar-
do Nieto Caballero, en que se le anunciaba la
muerte de don Eustacio en Neiva. Moría su
padre a la edad de 74 años. Doña Catalina
Salas moriría a la misma edad, en 1935.

16 Ver Eduardo Neale-Silva, “Rivera polemista”, Revista


Iberoamericana 14, n.º 28 (octubre de 1948). La polémica
con Castillo se publicó en Hojas de Cultura Popular n.º 30
(Bogotá: 1953). Y todas las polémicas fueron recogidas,
con introducción y notas, por Vicente Pérez Silva, en el
libro José Eustasio Rivera, polemista (Bogotá: Instituto
Caro y Cuervo, 1989).

•81•
TRES
TRATADOS
DE MARCO

•83•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

1922 fue un año importante para el país por


la aprobación del tratado con los Estados
Unidos (sin el sincere regret), en virtud del
cual Colombia recibiría veinticinco millones
de dólares como indemnización por la se-
paración del istmo de Panamá; por la firma
del tratado Salomón-Lozano —insuficiente,
según Rivera—, que establecía los límites
con el Perú “reconociendo como territorio
colombiano la región entre el Putumayo y el
Caquetá, y el trapecio de Leticia”; y porque
se anunció que el Consejo Federal Suizo or-
denaba la demarcación de límites con Vene-
zuela.
Estos tres hechos de naturaleza jurídica
internacional, con sus más y sus menos, en-
marcaron la génesis de la escritura de La vo-
rágine.

•84•
NACE
LA VORÁGINE

•85•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

En enero de 1920, al salir de Orocué, Rivera


había negociado un lote de novillos con Ma-
rio y Daniel Reyes, y hacía dos años no tenía
razón de ellos. Esta fue la causa por la cual
viajó a Sogamoso en marzo de 1922. Con-
siguió un abogado, el Dr. Policarpo Neira
Martínez, director del semanario político
La Idea Liberal, para que él se encargara de
iniciar la acción judicial contra los Reyes. Y
así principiaron una gran amistad alrededor
de la literatura, la cacería y las excursiones
al campo.
Allá en Boyacá, alejado del corrillo políti-
co bogotano, del ajetreo judicial y de la chis-
mografía literaria, Rivera debió pensar en lo
que Luis Franco Zapata le había dicho con
imprudencia:
—Sí, pero no hagás más versos, que esos
los hace todo el mundo. ¿Sabés? Allá en mi
tierra había un negrito ignorante que hacía
enjalmas y que también hacía versos muy
buenos. Escribite un buen libro.
El sábado 22 de abril de 1922, en Sogamo-
so, Rivera comenzó a escribir, en efecto, con
su letra precisa y clara, la primera página de
la novela que con la ayuda de Neira Martínez
titularía La vorágine: “Antes que me hubiera
enamorado profundamente de mujer alguna,

•86•
Nace La vorágine

jugué mi corazón al azar y me lo ganó la vio-


lencia”, principiaba. Después la cambiaría,
dice Neale-Silva, por la frase que lo inmorta-
lizaría: “Antes que me hubiera apasionado por
mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me
lo ganó la Violencia”17.
Volvió a Bogotá en corta estancia, y la
ansiedad por continuar la novela lo obligó a
regresar a Sogamoso. A mediados de junio de
1922 estaba instalado donde su vieja amiga
y protectora, Solita Murillo de Martínez, en
una “casona antigua, acogedora y plácida,
con un enorme brevo en la mitad de un espa-
cioso patio”, junto al cual Rivera, sentado en
una cómoda mecedora, “en un cuaderno lar-
go y angosto de pasta de cartón carmelita y
folios amarillos”, terminó la primera parte
de su novela18.
El 13 de septiembre del mismo año recibió
un telegrama de Antonio Gómez Restrepo en
el que lo llamaba con urgencia. Y partió.

17 Neale-Silva, Horizonte humano…, 223.


18 Policarpo Neira Martínez, “Cómo se escribió La vorági-
ne”, Sábado, Bogotá, 26 de agosto de 1944.

•87•
Portada del manuscrito original
de La vorágine
Biblioteca Nacional de Colombia
EN LA
FRONTERA
CON
VENEZUELA

•89•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Pendiente, como estaba siempre Rivera de los


asuntos limítrofes de Colombia y tratándose
de volver llano adentro hasta los confines de
la selva —que apenas conocía por libros y re-
latos de sus amigos—, ninguna oferta podía
ser más atractiva que esta de servir como se-
cretario jurídico de la 2.ª Comisión demar-
cadora de límites con Venezuela. Interrum-
pía su libro sin saber que lo estaba alargando.
Atrás quedaban sus días en el apartamento
de la calle 15 (antes había vivido en la carrera
8.ª, costado occidental, entre calles 16 y 17, y
en la carrera 10.ª, números 16-15 y 16-17 de la
actual nomenclatura), en Bogotá.
Los límites con Venezuela estaban sin de-
finir desde la disolución de la Gran Colombia.

En 1881 el litigio fue sometido a juicio y


sentencia del Rey de España; diez años
más tarde, la Reina María Cristina dio el
laudo arbitral, pero el trabajo de delimi-
tación quedó pendiente hasta 1916, año
en que se encargó a una comisión suiza
determinar los límites precisos de ambos
países.19

19 Neale-Silva, Horizonte humano…, 229.

•90•
En la frontera con Venezuela

Ahora, tres comisiones, dos en la frontera


y una en Bogotá, realizarían ese trabajo. La
2.ª Comisión, integrada por Justino Garavi-
to (ingeniero), Melitón Escobar Larrazábal
(ingeniero agrónomo) y José Eustasio Rivera
(abogado), demarcaría la línea entre los ríos
Atabapo y Guainía, en una diagonal que debía
ir desde Santa Cruz en el Atabapo (treinta y
seis kilómetros al norte de Yavita) hasta Vic-
torino (treinta y seis kilómetros al occidente
de Pimichín), y estudiaría el Apostadero del
Meta, en la confluencia con el Orinoco. Los
costos de la Comisión 1.ª corrían por cuenta
de Colombia y los de la 2.ª por cuenta de Ve-
nezuela. En cada comisión iban miembros de
ambos países e ingenieros suizos. Por fin, Ri-
vera encontraba la forma de apersonarse de
los destinos de su país, nada menos que en sus
fronteras.
El 19 de septiembre de 1922, salieron para
Girardot rumbo a Barranquilla, vía Puer-
to Cabello y La Guaira hasta llegar a Puerto
España, capital de Trinidad. Aquí, frente a la
Gran Sabana, esperaron algunos días el vapor
Venezuela, que los llevó Orinoco arriba hasta
Ciudad Bolívar (la histórica ciudad de Angos-
tura, antes). A finales de octubre, Venezuela
todavía no había entregado los instrumentos

•91•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

necesarios para la delimitación (teodolitos,


mapas, papelería, toldas, medicinas, alimen-
tos, etc.), y, sin embargo, continuaron el viaje
en el vapor Arauca hasta Caicara, en la mar-
gen derecha del Orinoco. Ya Rivera sospe-
chaba que, a pesar de ser una misión oficial,
tendrían que sufrir la negligencia de los dos
gobiernos. Pasó una nota a la Comisión vene-
zolana solicitando los materiales de trabajo,
y le fueron negados. Y así, siguieron Orino-
co arriba, luchando contra el calor en botes
inadecuados para una comisión de límites,
hasta llegar a los raudales de San Borja, un
poco antes de la confluencia del Orinoco con
el Meta. Ahí, no pudo Rivera resistir más el
desobligante trato de los gobiernos y redac-
tó su renuncia irrevocable. Palpaba en carne
propia el abandono oficial de los territorios y
habitantes de las zonas limítrofes de su país.
Y resolvió irse solo por el río. En Puerto Ca-
rreño contrató una canoa o “curiara”. Al pa-
sar por el raudal de Atures se echó a la espal-
da parte de la carga, mientras los bogas por
la orilla maniobraban la canoa. Así sucedió,
también, en el siguiente raudal de Maipu-
res. El 10 de diciembre entró a la población
de Maipures y el 20 del mismo mes llegó a
San Fernando de Atabapo, pueblito donde el

•92•
En la frontera con Venezuela

Orinoco llega de territorio venezolano y re-


cibe las aguas de los ríos Atabapo y Guatire.
Picado por los mosquitos, quemado, lleno
de barro, con su revólver y algunas latas de
conserva, durmiendo en playas desoladas,
con aguaceros torrenciales o con lunas lim-
pias, había llegado antes que su compañero
de grupo, Melitón Escobar, quien —al ver la
increíble actitud del Ministerio de Relacio-
nes Exteriores de Colombia en querer aban-
donarlos en la inhospitalidad de los ríos y la
selva— decidió, también, renunciar como
Rivera, el 27 de diciembre de 1922. Rivera
enfermó por el cansancio, la mala alimen-
tación, el clima y el paludismo. En el diario
de Escobar quedó este testimonio del 26 de
diciembre: “Al amigo Rivera lo ha cogido la
fiebre. Poco a poco la malaria invade nues-
tros campamentos. Ya comenzamos a adqui-
rir aspecto de desenterrados (piel marchita,
terrosa y opaca, ojos vidriosos y amarillos,
andar inapetente, desaliento y decadencia
general)”.
En San Fernando de Atabapo recogió Ri-
vera todos los datos que necesitaba sobre la
legendaria y criminal figura del coronel To-
más Funes, de quien dijera luego en La vo-
rágine: “Funes es un sistema, un estado de

•93•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

alma, es la sed de oro, es la envidia sórdida.


Muchos son Funes, aunque lleve uno solo el
nombre fatídico”. Rivera descubrió el “archi-
vo de Funes” —según carta suya—, el cual
pudo haber sido el expediente o sumario que
se le debió seguir a Funes para justificar su
muerte, el 30 de enero de 1921, cuando el ge-
neral Emilio Arévalo Cedeño, guerrillero y
enemigo del dictador Juan Vicente Gómez,
ordenó la ejecución pública de quien había
sido nombrado gobernador del Territorio
Amazonas (Venezuela) por Gómez. Es bueno
destacar que Rivera hizo aparecer a Funes en
su novela como personaje vivo, a pesar de la
dictadura vigente de Gómez en 1924.
El 15 de enero de 1923, enviaron nuevos
telegramas a Bogotá reclamando atención
para las comisiones de límites. El resultado
fue negativo. Mientras tanto, Rivera decidió
navegar el río Guaviare adentro hasta llegar
al río Inírida, acompañado de dos indios.
Quince, veintiún o cuarenta días —según
las distintas versiones— permaneció Rivera
(¿perdido?) en esta excursión por el Orinoco,
Guaviare, Inírida y Atabapo, alimentándose
de caza y pesca que él mismo practicaba.

•94•
EN PLENA
SELVA

•95•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

A fines de enero, salieron de San Fernando


de Atabapo, pues, engañados, habían resuel-
to atender una comunicación del ministro de
Relaciones Exteriores, Dr. Jorge Vélez, quien
les pedía reincorporarse a la Comisión. Ba-
jaron a Yavita, Maroa y Victorino —la zona
que debían delimitar en plena selva—. A ori-
llas del río Temi, afluente del Atabapo, en
Yavita, Rivera recordó el aniversario de la
muerte de su padre, el 9 de febrero. Ahí tuvo
una recaída de paludismo.
Méndez-Llamozas, médico venezolano de
la Comisión, escribió sobre ese momento:
“Fue en los largos y tediosos días de perma-
nencia en Yavita cuando José Eustasio Ri-
vera escribió muchos de los capítulos de La
vorágine, y fue allí donde le oí leer algunas
páginas de la obra (de la tercera parte)”.
Y fue con el Dr. Manuel Tiberio Arreaza,
entre los venezolanos, con quien más conge-
nió: hablaban de literatura, política, muje-
res, y nunca quisieron a los ingenieros sui-
zos, “cuya conducta con los indios les parecía
abusiva y brutal”. Las protestas de Rivera por
esta causa lo separaron del grupo europeo.
La Comisión trazó los límites sin los instru-
mentos apropiados (que nunca llegaron). Rive-
ra y Escobar regresaron a San Fernando a fines

•96•
En plena selva

de mayo de ese año 23. El 8 de junio enviaron


el informe al Ministerio. Ya el invierno ane-
gaba las sesenta casitas de San Fernando, y
decidieron salir por el sur, ríos abajo, contra
la orden de Garavito —con quien nunca se
entendió Rivera—. Para entonces, José Eus-
tasio había investigado la venta de setenta y
dos colombianos hecha por Julio Barrera, en
1910, al “Turco” Miguel Pezil, cauchero bra-
sileño, de los cuales quedaban vivos, en 1922,
solamente siete. Por eso, le interesaba entrar
al Brasil. Entonces, tomaron la ruta del Ori-
noco arriba, en Venezuela, se atravesaron
por el Brazo Casiquiare —dejando atrás a
San Fernando, Minicia, Cariche, El Gallo,
Solano— y, antes de caer al Guainía, se detu-
vieron en San Carlos. Ahí, Ángel María Bus-
tos le facilitó toda la documentación sobre
los colombianos “enganchados” por Barrera
y vendidos a Pezil, que Rivera remitiría luego
al Ministerio en Bogotá.
Continuaron por el Guainía abajo, ya
transformado en el río Negro, todavía en la
frontera venezolana. El 29 de junio avista-
ron la Piedra del Cocuy y entraron a Brasil.
Rivera notó de inmediato la diferencia de los
dos países en la asistencia de sus fronteras.
En Carapaná, confluencia del río Negro y el

•97•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Vaupés, en territorio brasileño, supo Rive-


ra de las explotaciones feudales de Leonidas
Norzagaray Elicechea con la balata (goma
más blanda que el caucho) en el Vaupés colom-
biano y brasileño, en las que, sin necesidad,
tumbaba los árboles, se hacía pasar por agen-
te oficial colombiano, esclavizaba a los traba-
jadores y tenía moneda acuñada por su em-
presa. La denuncia de estos hechos, después,
le granjearon a Rivera serias amenazas de
muerte por parte de Norzagaray en Bogotá.
En lancha siguieron por el río Negro: San
Gabriel, Umarituba, San José, Castanheiro y
Santa Isabel. Aquí embarcaron el 7 de julio
en el vapor Inca, y a mediados del mismo mes
llegaron a la ciudad de Manaos. Rivera visitó
el consulado colombiano, puso quejas, rin-
dió informes. Y aumentó su documentación
sobre una de sus grandes preocupaciones: la
penetración peruana en Colombia y el lento y
criminal avance de la Casa Arana en las zo-
nas del Putumayo y Caquetá, en Colombia.

Cuando estuve en Manaos —diría a la


prensa el 12 de abril de 1924—, tomé de
colombianos, peruanos y brasileños el
dato de que los caucheros de la Casa Arana
habían ocupado ambas orillas del Caque-

•98•
En plena selva

tá, sin pasar por nuestra avanzada de La


Pedrera.

El informe sobre estos hechos lo envia-


ron Rivera y Escobar, desde Manaos, el 18
de julio de 1923, al Ministerio de Relaciones
Exteriores. Ante de salir de ahí, Rivera visi-
tó la tumba del cónsul colombiano, general
Luis María Terán, sepultado en septiembre
de 1921 (allí se hizo retratar por Escobar).
A fines de julio, partieron por el Amazo-
nas para Belem do Pará, y el 21 de agosto se
hospedaron, de nuevo, en Puerto España, en
el Queens Park Hotel. Desde ahí, le escribió
a Buenaventura Bernales para que le enviara,
desde Ciudad Bolívar, su equipaje, sus perros
(que había dejado a la ida). El 7 de septiembre
redactaron con Escobar el último informe a
Bogotá y se separaron, definitivamente, de la
Comisión. Llegaron a Puerto Colombia el 21
del mismo mes, pasaron a Panamá a unos exá-
menes médicos sobre enfermedades tropicales
y regresaron a Barranquilla el 30 de septiem-
bre de 1923.
Habían salido el 19 de septiembre de 1922
y, maltrechos, regresaron el 12 de octubre de
1923 a Bogotá. Sobre los atropellos y muertes
a los colombianos, Rivera hablaría enseguida

•99•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

a la prensa y al Congreso. Los resultados se-


rían nulos, pero su novela se convertiría en
patrón moral y estético incontrovertible con
todo lo visto y aprendido en el viaje.

•100•
HONORABLE
REPRESENTANTE
RIVERA SALAS

•101•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Una sorpresa esperaba a José Eustasio al lle-


gar a la capital: había sido elegido primer su-
plente a la Cámara de Representantes de su tío
Pedro Rivera. En julio de 1923, apareció su
nombre en las actas de la Cámara, y ya pose-
sionado, el 6 de noviembre. De familia conser-
vadora, Rivera, sin embargo, había adoptado
posiciones que superaban los criterios tradi-
cionalistas de ambos partidos. Podía pensarse
que era un conservador republicano, o un re-
publicano liberal. Por eso, el 8 de noviembre
citó al ministro de Relaciones Exteriores para
que respondiera ante la Cámara por negligen-
cia e infidencia en el caso de la 2.ª Comisión
Demarcadora de Límites con Venezuela. El
ministro asistió y pidió que se concretaran
los cargos. Rivera —sin pensar en partidos—
denunció ante la prensa y la Cámara lo que al
otro día El Espectador resumió así:

El ministro de Relaciones Exteriores en-


gañó a la Comisión de límites enviándola
sin equipo de ninguna clase, sin darles a
los ingenieros teodolitos, niveles, cua-
drantes, brújulas, mapas, sin proveerla
siquiera de toldas, ni de lo más indispen-
sable para aquellas regiones desérticas,
so pretexto de que de todo esto seríamos

•102•
Honorable representante Rivera Salas

atendidos de manera abundante por la Co-


misión venezolana.

El ministro, entonces, pidió que la Cáma-


ra se reuniera en sesión secreta. Los liberales
se retiraron del recinto, lo mismo que Rivera.
Días después dijo al periódico El Tiempo: “Ya
manifesté en plena Cámara que al hacerle
inculpaciones al señor ministro, no me mue-
ve otro interés que el altísimo de velar por el
bien de la Patria y por el buen nombre del go-
bierno nacional”.
El cargo de infidencia se refería al infor-
me secreto que rindió Rivera al Ministerio
sobre los atropellos de Leonidas Norzagaray
en el Vaupés, y que alguien llegó a revelárselo
haciendo que este tratara de matar a Rivera
en las gradas del Capitolio, primero, y en su
apartamento de la calle 15, después.
Al final, dos efectos obtuvo Rivera de su
denuncia: uno, que por ley reconocieran los
sueldos debidos a los de la Comisión, y dos,
que la Cámara expidiera una declaración
absolviendo al ministro y reconociendo, “así
mismo, que el H. R. Rivera ha procedido pa-
trióticamente en defensa de los intereses na-
cionales”. Es decir, nada de lo que él, en reali-
dad, perseguía, que era la salvaguardia de la

•103•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

soberanía y la dignidad nacional. Aturdido,


Rivera viajó ese diciembre a Neiva a descan-
sar con su familia. Es posible que haya sido
en esta oportunidad cuando Rivera decidió
la estructura total de La vorágine. La litera-
tura sería su último recurso; él tenía la mejor
arma: la palabra creadora.

•104•
VIAJES AL
CAQUETÁ

•105•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Viviendo entre la realidad y la ficción, que él


siempre supo distinguir como haces de una
misma unidad humana, quiso apoyarse en
más datos sobre la verdad de la frontera con el
Perú. Lo necesitaba para su novela y para su
regreso a la Cámara. Por cuenta propia, partió
para Florencia por la vía Garzón-Guadalupe.
Todo a caballo. Investigó más sobre la Casa
Arana y la navegación por el Caquetá. A prin-
cipios de marzo, estuvo de regreso en Neiva,
y, ahora, tomaba otro camino para llegar a la
misma Florencia, el de Campoalegre-San Vi-
cente del Caguán, pasando por La Cocorra,
Los Alpes y Guacamayas (el viejo camino
abierto por la Compañía Perdomo Falla a fi-
nales del siglo pasado). No alcanzó a llegar al
río Caquetá ni a Florencia, pero ya sabía que
esta vía era mucho más rápida para llegar al
sur que la de Garzón, en caso de que los pe-
ruanos invadieran a Colombia. Así lo dijo a
El Tiempo en crónicas inmediatas publicadas
entre abril y mayo de 1924 (“El avance de los
peruanos”, “Las penetraciones peruanas en
el Caquetá”, “La concesión Arana y los asun-
tos con Venezuela. El chauvinismo de un Re-
presentante”, “J. E. R. habla sobre la invasión
peruana al Putumayo y al Caquetá”, “Los
caminos del Caquetá”, “Necesidad de la na-

•106•
Viajes al Caquetá

vegación por el Caquetá”), y, también, en El


Espectador y El Nuevo Tiempo. Y pidió que el
gobierno abriera la carretera a Florencia por
San Vicente del Caguán, y no por el sur. El 13
de abril organizó un mitin en el Consejo Mu-
nicipal de Neiva. Con Reynaldo Matiz aren-
garon a las gentes, y se creó una Junta Patrió-
tica de Defensa Nacional de doce personas,
entre ellas Rivera. Pero todo fue inútil. El go-
bierno ordenó abrir la vía por Guadalupe, y
ocho años más tarde el Perú invadió, el 1.º de
septiembre de 1932, a Colombia por el puerto
de Leticia20.

20 La actitud de Rivera frente al imperio de la Casa Ara-


na no era chauvinismo ni antiperuanismo. Cuando un
periodista de El Tiempo le preguntó a Rivera si él había
redactado el mensaje de saludo al presidente Augusto B.
Leguía —según apareció en la entrevista “Hablando con
J.E.R.”, el 20 de octubre de 1924—, así le contestó: “Eso
es cierto, y lo hice con gusto porque soy admirador de las
virtudes del pueblo peruano. Yo he condenado y conde-
no en toda forma las invasiones caucheras del señor Ara-
na y los desmanes de éstas, y he visto que el pueblo del
Perú no se solidariza con ellos; por el contrario, los ha
reprobado. Basta recordar el telegrama que el presiden-
te Billinghurst le dirigió al prefecto de Ipiales, en que le
ordenaba que amparara al juez Valcárcel, quien sumarió
a Arana y a sus áulicos por los horrendos crímenes del
Putumayo”.

•107•
Detalle del manuscrito original
de La vorágine
Biblioteca Nacional de Colombia
LA CASA
ARANA

•109•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Desde 1891 se conocían las atrocidades de la


Casa Arana, propiedad de Julio César Ara-
na, natural de La Rioja en el departamento
de Loreto, Perú. De comerciante de sombre-
ros en las orillas del Marañón, Arana pasó a
ser “perro de presa del Putumayo” o “socio de
Dios”, como lo bautizaron sus compatriotas.
A partir de 1904, la empresa tuvo un nuevo
socio, el colombiano Juan Bautista Vega,
cónsul en Iquitos, y se llamó Arana, Vega y
Cía., y en 1907 se ensanchó con capital inglés
para llegar a ser The Peruvian Amazon Co.,
con sede en Londres.
Sus centros caucheros estaban en los
afluentes del Putumayo y otros ríos. Sus ex-
tensas propiedades se llamaban La Chorre-
ra y El Encanto. Sus capataces —entre ellos
Víctor Macedo, Miguel Loaiza, Miguel Fló-
rez, Abelardo Agüero y Augusto Jiménez,
según las denuncias del periodista peruano
Benjamín Saldaña Rocca en 1907, incluidas
en El libro rojo del Putumayo—, se dedica-
ban, como entrenamiento o para presionar
el rendimiento de sus esclavos, a practicar el
tiro al blanco con los indios, o los envolvían
en sacos impregnados de petróleo para lue-
go prenderles candela, obligándolos a que
se ahogaran en el río, o los sepultaban a me­-

•110•
La Casa Arana

didas, o los mutilaban en las orejas, narices,


manos y pies, o los mataban a latigazos, o
les incendiaban sus ranchos. Uno de los de-
nunciantes de estos hechos, el explorador
francés Eugenio Robuchon, fue desapareci-
do cuando se supo que con fotografías iba a
contarlo a todo el mundo. Otros como el juez
peruano Carlos A. Valcárcel, tuvo que ser
protegido por las autoridades colombianas.
Disuelta la Peruvian Amazon Co., por el
gobierno inglés, la Casa Arana continuó, en
menor escala, la explotación del caucho. En
1927, por intermedio de su dueño, el ahora
senador Arana se opuso a la aprobación del
tratado de límites entre Colombia y Perú,
“Lozano-Salomón”, que desde 1922 se encon-
traba firmado. Y pudo no haberse aprobado
porque, en 1924 —como lo denunció Rive-
ra—, la Casa Arana “había obtenido del go-
bierno peruano una concesión de cinco mi-
llones de hectáreas en tierras colombianas”21
y con ese título estuvo buscando socios en los
Estados Unidos de Norteamérica.

21 Neale-Silva, Horizonte humano…, 284.

•111•
Detalle de un mapa de José Eustasio
Rivera en sus viajes al Caquetá
Biblioteca Nacional de Colombia
LAS
PETICIONES
DE RIVERA

•113•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Con base en las siguientes entrevistas y tex-


tos de José Eustasio Rivera: “Los caminos
del Caquetá”, El Nuevo Tiempo, 6 de mayo de
1924; “Necesidad de la navegación por el Ca-
quetá”, El Nuevo Tiempo, 23 de mayo de 1924;
“J. E. R. habla sobre la invasión peruana al
Putumayo y al Caquetá”, El Espectador, 12 de
abril de 1924; “El avance de los peruanos”,
El Tiempo, 6 de abril de 1924; “Las penetra-
ciones peruanas en el Caquetá”, El Tiempo,
13 de abril de 1924; “La concesión Arana y
los asuntos con Venezuela. El chauvinismo
de un Representante”, El Espectador, 26 de
mayo de 1924, que aparecen referenciados en
el capítulo “Yo acuso” del libro Horizonte hu-
mano. Vida de José Eustasio Rivera, su autor,
Eduardo Neale-Silva, sintetiza en seis pun-
tos los alegatos y debates de Rivera relacio-
nados con la Casa Arana, nuestro abandono
de las fronteras y los preludios de lo que sería
la invasión peruana al sur de Colombia. Aquí
los resumo así:

1. defensa de la soberanía nacional en


las fronteras;
2. paz para los colonos y trabajadores co-
lombianos, respaldada por el ejército;

•114•
Las peticiones de Rivera

3. cambio de las autoridades colombia-


nas incapaces o desleales a su país;
4. libre navegación pactada en tratados
para los habitantes de los afluentes de
los ríos limítrofes;
5. alertar al país por las acciones inhu-
manas y violatorias de las fronteras
de la Casa Arana;
6. llevarles a todos estos territorios los
servicios elementales de una comuni-
dad civilizada22.

La historia le daría la razón a Rivera años


más tarde, incluso muy tarde, como la orden
de construir la vía Neiva-San Vicente del Ca-
guán para llegar al Caquetá, dada en 1987
por el gobierno del presidente Virgilio Barco,
sesenta y tres años después de solicitada por
Rivera.

22 Ibíd., 285.

•115•
TERMINA
LA VORÁGINE

•117•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Dos años exactos después de haberla inicia-


do el 22 de abril de 1922, José Eustasio Rive-
ra Salas terminó, en Neiva, La vorágine, el 21
de abril de 1924.
“Para ustedes, sí, para ustedes —les dijo a
sus hermanas—. He terminado La vorágine”.

•118•
LOS FALSOS
POSTULADOS
NACIONALES

•119•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Se encontraba, de nuevo, en la Cámara de


Representantes y preparaba la publicación
de su novela, cuando Rivera, a mediados de
agosto de 1924, encontró la coyuntura para
una nueva polémica sobre las fronteras co-
lombianas. En una conferencia, Hermes Gar-
cía —ex encargado de negocios de Colombia
con Venezuela— había sostenido que los ríos
fronterizos no eran navegables, ni era ne-
cesario concertar tratados de libre navega-
ción con Venezuela. Rivera refutó a García
con seis extensos artículos publicados en El
Nuevo Tiempo entre el 19 de agosto y el 24 de
septiembre de 1924. En uno de sus artículos,
Rivera le preguntaba a su contendiente:

El doctor García, santandereano, ¿sabe


cuán­to se le ha entregado a nuestra vecina
(Venezuela) por sólo impuestos, desde el
año 1896 a esta parte? Más de 25 millones
de pesos, más de lo que estamos recibien-
do como indemnización americana. Estos,
¿no son motivos para querer que exista un
Tratado de comercio y libre navegación,
aún a costa de sacrificios de otro jaez?

En sus artículos, Rivera fundamenta sus


alegatos con citas de libros especializados

•120•
Los falsos postulados nacionales

en nuestros ríos fronterizos (y que, tal vez,


le sirvieron para escribir páginas de La vorá-
gine), entre ellos, Casanare, de Jorge Brisson;
los Informes, del padre superior de los Misio-
neros de San Marín, José María Guiot; los
diarios de viajes y textos de Humboldt, Cré-
vaux, Michelena y Rojas, Chaffanjon, Ha-
milton Rice, “para no citar sino forasteros”.
Hoy, la defensa de un río como el Meta
sigue vigente, y con el descubrimiento de pe-
tróleo y oro en las fronteras, los argumentos
de Rivera cobrarán mayor actualidad.

•121•
Portadilla de la primera edición
de La vorágine
Biblioteca Nacional de Colombia
APARECE
LA VORÁGINE

•123•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

El 28 de agosto de 1924, se publicó un aviso


(quizá pagado por la editorial Cromos, que
había contratado con Miguel Rasch Isla la
edición de la novela, comprometiéndose la
empresa a pagarle a Rivera sus regalías en
tres contados: uno, a la entrega de los ori-
ginales; otro, al imprimirse, y el último, dos
meses después de ponerla en venta) en el que
se anunciaba la aparición de La vorágine, así:
“Trata de la vida de Casanare, de las atroci-
dades peruanas en La Chorrera y en El En-
canto y de la esclavitud cauchera en las selvas
de Colombia, Venezuela y Brasil. Aparecerá
el mes entrante”.
A más del “Prólogo” (que consiste en una
carta escrita y firmada por “José Eustasio
Rivera” al “Señor Ministro”, devolviéndole
los manuscritos de un libro escrito por Ar-
turo Cova sobre la vida de los caucheros), de
un fragmento de una carta de Arturo Cova
(autor y protagonista del libro), partes que
anteceden al cuerpo de la novela, y, al final
de la novela, un “Epílogo”, que consiste en un
cable del cónsul de Colombia en Manaos al
“Señor Ministro”, que remata diciéndole:

•124•
Aparece La vorágine

Hace cinco meses búscalos en vano Cle-


mente Silva.
Ni rastro de ellos.
¡Los devoró la selva!

José Eustasio Rivera, el autor verdadero,


incluyó, también, en la primera edición de La
vorágine, tres fotos en las que aparecen Cova
(en realidad es Rivera), un cauchero y Cle-
mente Silva (en realidad, es el mismo cauche-
ro anterior), en un alarde de tecnicismo lite-
rario que sorprendería y confundiría, tanto
en su época como muchos años después, a
críticos y lectores del mundo.
Pero la novela no se publicó sino tres
meses más tarde. Rivera había demorado la
corrección de las pruebas y señalado como
fecha definitiva de aparición de La vorágine
la del cumpleaños de doña Catalina Salas, su
madre, el 24 de noviembre. Y así fue.
El 25 de noviembre de 1924, La vorágine
comenzó a venderse en las librerías de Bogotá.

•125•
EN LA COMISIÓN
INVESTIGADORA
DE 1925

•127•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Las últimas actuaciones de Rivera como


miembro de la Cámara de Representantes
fueron en las comisiones de Relaciones Ex-
teriores, de Colonización y, en una especial,
que presidió, llamada Comisión Investigado-
ra, creada por ley de la república en 1925. El
gobierno conservador republicano de Pedro
Nel Ospina quería darle al partido de oposi-
ción (el liberal) las garantías necesarias so-
metiéndose a la fiscalización de comisiones
mixtas, como la citada, que estaba integra-
da por dos conservadores (Rivera y Rafael
Carvajal) y uno liberal (Rafael Campo), de
carácter nacional. Esta comisión investiga-
dora tendría por objeto, según la ley,

la investigación de los hechos de que tenga


conocimiento sobre malversación de fon-
dos públicos, otros hechos delictuosos o
irregularidades de todo género ocurridos
en cualquier Ministerio o Departamento
Administrativo, y que puedan compro-
meter la responsabilidad de funcionarios
acusables por la Cámara ante el Senado.

El 11 de febrero de 1925, fueron elegi-


dos los miembros de la Comisión, pero el
representante liberal no aceptó por quedar

•128•
En la Comisión Investigadora de 1925

en minoría. Y fue necesaria la intervención


inmediata y convincente de Rivera para que
retirara su renuncia.
Presidir esta comisión en aquel momento de
grandes inversiones públicas (el país gastaba
los veinticinco millones de dólares de la indem-
nización norteamericana), de grandes debates
políticos y jurídicos, de radicalización de la
oposición liberal, se convirtió en la mejor oca-
sión de Rivera para demostrar que su credo éti-
co se fundaba en la honradez, la imparcialidad,
la justicia sin partidos, en fin, en su vocación
patriótica al servicio de todos los ciudadanos
por encima de cualquiera otra consideración.
Rivera realizó dos investigaciones desta-
cables, entre otras: una, sobre las irregulari-
dades en el Ministerio de Guerra, y, otra, so-
bre el contrato de construcción del oleoducto
de Cartagena a Barrancabermeja.
La primera le trajo como consecuencia el
veto posterior del ministro de Guerra, gene-
ral Carlos Jaramillo Isaza. Por eso, Rivera no
figuró en las listas de candidatos a la Cámara
o Senado de la siguiente legislatura. (El veto
fue reiterado desde la diócesis de Garzón por
monseñor José Ignacio López).
No obstante, la investigación más impor-
tante fue la del oleoducto. La apertura del

•129•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

mercado petrolero colombiano al exterior se


mostraba como una imperiosa necesidad al
comenzar la década del veinte. Nuestro de-
sarrollo económico lo exigía y la aprobación
del tratado con Norteamérica se prestó para
presionarla. Aprobamos el tratado —dijeron
en Washington— si nos permiten explotar
el petróleo colombiano, y aprobemos el tra-
tado —dijo el gobierno colombiano— para
que nos paguen los veinticinco millones y
nos presten otros más para la construcción
de ferrocarriles. Entre tanto, muchas irregu-
laridades se fraguaron.
Las acusaciones sobre el contrato del oleo-
ducto Cartagena-Barrancabermeja, que Luis
Cano presentó ante la Comisión Investigado-
ra, y que Rivera comprobó en su mayoría, en
apretada síntesis, fueron las siguientes:
Que Carlos Adolfo Urueta, embajador li-
beral de Colombia en Washington durante
los gobiernos de José Vicente Concha (1914-
1918) y Marco Fidel Suárez (1918-1921), man-
tuvo siempre una actitud vigilante mientras
se ventilaba la aprobación del tratado Urru-
tia-Thompson, pero al finalizar el gobierno
de Suárez pasó a ser consejero secreto de la
Standard Oil Co. de New Jersey, y desde en-
tonces, cambió radicalmente su actitud en la

•130•
En la Comisión Investigadora de 1925

defensa de los intereses colombianos, tanto,


que luego de dejar la embajada en Washing-
ton, entró a desempeñarse como el abogado
de la Andian National Corporation, contra-
tista del oleoducto en mención.
Que el capitán James W. Flanagan, repre-
sentante directo de la Andian en los Estados
Unidos, había sostenido con Carlos Adolfo
Urueta y miembros del gobierno del presi-
dente Pedro Nel Ospina (1922-1926) comu-
nicaciones cablegráficas utilizando claves
secretas, desconociendo y violando el man-
dato constitucional colombiano.
Que los dos, Flanagan y Urueta, habían
sostenido que la Andian era una empresa ca-
nadiense, y no una filial de la Standard Oil Co.
Que la Andian había recibido la concesión
del muelle de Cartagena en condiciones rui-
nosas para los intereses del fisco nacional.
Que en el contrato se estipulaban condi-
ciones onerosas para Colombia, como eran
las que estipulaban los artículos 4 y 43, se-
gún los cuales la compañía “domicialiada en
Ottawa, dominio de Canadá (…), transpor-
tará mensualmente por el oleoducto, a título
gratuito, una cantidad de petróleo y sus deri-
vados de propiedad del gobierno, equivalente
a la capacidad transportadora del oleoducto,

•131•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

hasta por diez y ocho (18) horas, las cuales


no serán acumulables de un mes a otro” (art.
4), y “al terminar el contrato, los materiales
empleados en el oleoducto y sus dependen-
cias o anexidades, quedarán de propiedad
de la Compañía, la cual tendrá libertad de
exportarlos en las condiciones señaladas en
el artículo 38” (es decir, “sin pagar por ello
derechos de exportación”)23.
La mayoría de las acusaciones fueron
comprobadas, como dijimos. La compañía
no era canadiense, utilizó códigos de comu-
nicación en clave secreta, y las condiciones
del contrato lesionaban al país. Rivera, des-
de el primer momento y en forma sorpresi-
va, ordenó sellar los archivos y muebles de la

23 Informe de la Comisión Investigadora (Bogotá: Impren-


ta Nacional, 1925), 3, 5 y 15 (la Biblioteca Nacional de
Colombia conserva un ejemplar de esta única edición).
Para entender mejor por qué era lesiva la condición del
artículo 4.º, sobre el transporte mensual de dieciocho
horas no acumulables, es indispensable leer este párrafo
de Jorge Villegas en su libro Petróleo colombiano, ganan-
cia gringa (Bogotá: 1971): “Al gobierno se le señalaron 18
horas mensuales no acumulables para transportar el pe-
tróleo de sus regalías. Pero como la Tropical, de acuerdo
con su contrato, sólo entregaba cada 6 meses el petróleo
de la regalía, resultaba que el gobierno sólo tenía derecho
a 18 horas semestrales, perdiendo las restantes, por no
ser acumulables” (44).

•132•
En la Comisión Investigadora de 1925

Compañía; examinó el contrato que de ma-


nera sistemática Urueta y Flanagan habían
sustraído a la vigilancia del Congreso; llamó
a declarar a los funcionarios comprometi-
dos y a quienes de alguna manera resultaron
vinculados a la investigación. No escaparon,
ante la mirada de Rivera, detalles grandes
ni pequeños: ni el automóvil Ford que le re-
galó la Andian al párroco de Ventaquemada
—consejero espiritual del consejero de Esta-
do, Dr. Sixto A. Zerda, quien se oponía a la
firma del contrato en esas condiciones—, ni
la beca que se le concedió al hijo del Dr. Zer-
da para que fuera a estudiar con el hijo del
capitán Flanagan en Estados Unidos, ni los
dos mil dólares que le dieron al exministro
de Estado, Esteban Jaramillo, quien siendo
ministro de Obras Públicas había discutido,
en febrero de 1920, las cláusulas del contra-
to, y, sin embargo, en 1923 veía conveniente
su firma para el desarrollo del país, siendo
su concepto decisivo para que el presidente
Pedro Nel Ospina lo aprobara el 30 de agos-
to de 1923 y el 1.º de octubre del mismo año
se firmara en Bogotá la escritura pública
correspondiente entre el Ministro de Obras
Públicas, Dr. Aquilino Villegas, y el capitán
James W. Flanagan.

•133•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

La investigación se realizó a fondo, pero


las funciones de la Comisión cesaron con la
nueva legislatura. De todas maneras, el in-
forme se rindió en septiembre de 1925, e im-
pactó tanto que la Cámara ordenó publicar
“el acta de la sesión secreta en que consta el
voto nominal sobre la publicación del infor-
me del oleoducto” y, desde luego, el informe
mismo. Así, fue editado por la Imprenta Na-
cional en 1925, firmado por José Eustasio Ri-
vera y Rafael Campo, con el salvamento de
voto del representante conservador Rafael
Carvajal, y bajo el título “Informe de la Co-
misión Investigadora y documentos relacio-
nados con el contrato del oleoducto, celebra-
do entre el Gobierno Nacional y la Andian
National Corporation, Limited”. Son ciento
sesenta páginas que reflejan la ambición de
justicia para su país en Rivera (y el anuncio
de su documentación para la creación de su
segunda novela, La mancha negra, que al-
canzó apenas a redactar, con ribetes cómi-
co-dramáticos, se ha dicho). Con ellas, por
paradoja, hundió sus aspiraciones políticas,
aunque jamás nadie dejó así sembradas en
los recintos del parlamento colombiano las
semillas de una ética sin sombras, sin vaci-
laciones, vertical y pura. Cuando más tuvo la

•134•
En la Comisión Investigadora de 1925

razón, ni los partidos, ni la iglesia, ni el ejér-


cito, entendieron sus ideales de una justicia
universal, de una moral sin credos, de la pa-
tria como una sola causa.

•135•
José Eustasio Rivera, 1928
Fotografía de Daniel Zuluaga
Murillo; Colección Privada
José Eustasio Rivera
PARA
LA HABANA
PARTIÓ

•137•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Luego de prestar sus servicios como miem-


bro de la Junta Directiva del Ferrocarril del
Pacífico, en 1926, de haber criticado la len-
titud de las obras públicas y la excesiva tra-
mitología que retrasaba las mismas, Rivera,
llamado por el gobierno, viajó a Cuba a re-
presentar al país en el Congreso Internacio-
nal de Inmigración y Emigración que se reu-
niría en La Habana el 31 de marzo de 1928.
El Espectador lo despidió así el 25 de marzo:

Para La Habana, a donde va como presi­


dente de la Legación de Colombia al Con-
greso Internacional de Inmigración y
Emigración, partió ayer en el expreso de
la tarde, nuestro querido amigo y colabo-
rador muy apreciado, el doctor don José
Eustasio Rivera. Hermosa carrera la suya,
que, en plena juventud, fuerte y lozana, le
ha permitido ya destacarse tan señalada-
mente así en la literatura como en el foro,
en el parlamento como en la diplomacia…

Esta fue su última intervención oficial en


representación de Colombia.

•138•
EL NOVELISTA
EN NUEVA
YORK

•139•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Por cuenta propia, gastando, tal vez, los di-


neros que había ganado, después de siete
años de espera, a los hermanos Reyes en el
juicio de Sogamoso, desembarcó Rivera en
Nueva York hacia la última semana de abril
de 1928. Primero se hospedó en el Hotel Le
Marquis y luego se radicó en el apartamento
114 West 73rd. Street, muy cerca del parque
Central, de la plazuela Verdi y a cuatro cua-
dras del Museo de Historia Natural —que
tantas veces visitó—, según sus cartas a Li-
sandro Durán, su gran amigo de Sogamoso.
En Nueva York, fundó la Editorial Andes
(que quiso, también, llamar Cóndor), porque
su ambición era divulgar desde la capital del
mundo la literatura de nuestra América para
que todos se dieran cuenta de “lo que vale-
mos” (“usted sabe que vivimos en una desco-
nexión absoluta y… debemos situar puntos
de referencia para conocernos y para que
nos conozcan”, le decía en una carta al cos-
tarricense Joaquín García Monge); echó a
rodar con dificultades —según Ángel Flórez
y Earl K. James— la traducción de su novela
al inglés, porque Rivera no admitía empresas
capitalistas intermediarias; luchó por pasar
La vorágine al cine (sueño que había empe-
zado en Colombia: en Cali se disgustó con

•140•
El novelista en Nueva York

su gran amigo Franco Zapata porque no lo


quiso acolitar en ese empeño); y en Nueva
York publicó la 5.ª edición, definitiva, de La
vorágine con la ayuda del impresor Frank
Mayans. A José A. Velasco le dijo de su no-
vela sobre el petróleo, La mancha negra, que
ese libro “habría de aparecer al marcharse
al África porque allí se sentiría más seguro
que en su propia tierra” 24.
El 29 de octubre de 1928, recibió un ho-
menaje, junto con su amigo y novelista cata-
lán Bartolomé Soler, en el Philosophy Hall de
la Universidad de Columbia, promovido por
el Instituto de las Españas, y al responder al
oferente, el maestro Federico de Onís, dijo
Rivera:

Ligarse a la patria es vincularse al univer-


so y a la vida porque el suelo donde vimos
la luz forma parte de nuestro destino (…).
Poco o nada se sabe de nuestra historia,
que es continuación de la epopeya hispá-
nica, ni de nuestras aspiraciones ideales,
ni de nuestras leyendas y tradiciones, ni
de lo que somos y de lo que ambicionamos,
ni de lo que podemos. Casi todo lo que al

24 Neale-Silva, Horizonte humano…, 424.

•141•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

alma de nuestra América se refiere, está


oculto o silencioso, como los lagos que re-
posan sobre la espalda de las cordilleras;
pero cuando lleguen allá los zapadores de
su porvenir… y provoquen el milagroso
desbordamiento, se derramará sobre to-
das las civilizaciones una onda inagotable
y fecunda que circulará en el poema, en el
libro, en la palabra del escritor, en la prédi-
ca del apóstol, en el diapasón de la música,
en la paleta del artista. Y entonces nacerá
el concepto justo de lo que significamos en
la cultura universal.25

25 La reseña completa de los preámbulos, desarrollo y fi-


nal de esta singular renión con Rivera ocupa en el libro
Horizonte humano. Vida de José Eustasio Rivera, de la
página 433 a la 438.

•142•
MISTERIO
QUE MATA

•143•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Rivera dictaba conferencias y se mantenía


atento de todos los proyectos colombianos en
Nueva York. Se rumoró, inclusive, que sería
nombrado cónsul. En este momento presen-
ciaba, por primera vez, el invierno en el he-
misferio norte. El 20 de noviembre de 1928,
asistió a la cena que Carlos Puyo Delgado,
Ricardo y Germán Olano, el diario Mundo al
Día y el gobierno colombiano le ofrecían en el
Hotel Astor al piloto Benjamín Méndez, dos
días antes de emprender su vuelo entre Nue-
va York y Bogotá. Rivera, a pedido del públi-
co, improvisó un discurso que impresionó a
todos.
El 22 de noviembre, sin embargo, Rivera
llegó tarde, con abrigo pesado, guantes de
cuero y sombrero gris, al Park Inn Hotel de
la playa de Rockaway, a la despedida final de
Méndez. A Puyo Delgado le dijo que se sen-
tía “muy enfermo”. Esa noche se quedaron
en el hotel, y a las seis de la mañana siguien-
te vieron partir el avión Ricaurte-Mundo
al Día, que por primera vez en la historia
se comprometía en esa hazaña. Al piloto,
Rivera le había llevado dos ejemplares de
La vorágine para que los entregara en Bo-
gotá, uno al presidente de la república y el
otro a la Biblioteca Nacional. Ese día, 23 de

•144•
Misterio que mata

noviembre, Rivera descansó en su aparta-


mento. El 24, sábado, salió a almorzar con
sus amigos. El 25 volvió a sentirse mal, con
dolor de cabeza, y el doctor Eduardo Hurta-
do, su médico, le recetó algo para lo que pa-
recía una gripe. El lunes 26 llamó a su editor
para decirle que había encontrado un error en
la nueva edición de la novela. El martes 27 se
recuperó un poco y recibió la visita de las hijas
de doña Teresa Patiño de Rosas. A la una de
la tarde sintió fiebre y mareo y fuerte dolor de
cabeza. Luego perdió el conocimiento y entró
en estado convulsivo. Lo llevaron al Polycli-
nic Hospital de Nueva York y ahí permaneció
cuatro días en estado comatoso hasta el 1.º de
diciembre, día en que murió a las 12:50 p. m.,
sin que jamás los médicos diagnosticaran con
certeza la causa de su deceso.

•145•
Portada de la quinta
edición de La vorágine,
última revisada
por Rivera
Biblioteca Nacional de
Colombia
LA GLORIA,
AL REGRESO

•147•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Después de varios contratiempos (no per-


mitieron la autopsia, hubo dificultades para
pagar la cuenta del hospital, que el gobierno
solo autorizó el 5 de diciembre), el cuerpo de
Rivera comenzó su largo viaje de regreso en
el barco Sixaloa, de la United Fruit Com-
pany. Al llegar a Barranquilla, sonaron las
sirenas de los periódicos, le celebraron una
misa de réquiem y mientras permaneció en
la iglesia de San Nicolás, en capilla ardiente,
hubo una retreta fúnebre. Luego, en el va-
por-correo Carbonell González, subió al río
Magdalena en medio de los honores que ja-
más las gentes le rindieron en vida. Por eso,
su paso por La Dorada, Honda, Mariquita,
Ambalema, y después por Ibagué, Flandes
y Girardot, retrasó, de manera increíble,
su arribo a la estación del ferrocarril —la
Estación de la Sabana—, en Bogotá, el 7 de
enero de 1929, a las 8 p. m. Una hora después
lo velaban en el Capitolio Nacional. Más de
quince mil personas desfilaron al otro día
frente a su ataúd. Ahí, en medio de la mul-
titud, Rafael Maya —el amigo que le había
ayudado a “descabezar endecasílabos” en La
vorágine— pronunció un brillante discurso
sobre Rivera y su obra. Y el 9 de enero fue en-

•148•
La gloria, al regreso

terrado en el Cementerio Central, en una de


las más grandes y sentidas despedidas a un
escritor que se recuerden en Colombia.

•149•
Portadilla de la primera edición
en inglés de La vorágine
Biblioteca Nacional de Colombia
PALABRAS
DE DESPEDIDA

•151•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Entre los oradores que intervinieron en las


honras fúnebres de Rivera, Silvio Villegas
representaba a las juventudes conservado-
ras. Y él interpretó al poeta y novelista hui-
lense de esta manera:

La tumba de José Eustasio Rivera es un


claro símbolo para la juventud de nuestro
tiempo. Silencioso y solitario, paseó entre
los hombres, como el joven héroe de Zara-
thustra, moviéndose por las alturas, por-
que sabía que el camino más corto es el que
va de cima en cima (…). Contra todos los
poetas nocturnos que viven tan solo para
cantar su hastío y su miseria, Rivera signi-
ficaba una victoria sobre la vida.26

Y Rafael Maya, uno de los maestros de la


literatura colombiana, recogió en estas fra-
ses el sentir del país respecto a Rivera, en
1953, cuando se rememoró el 25.º aniversa-
rio de su desaparición física:

Defendamos la obra de Rivera porque cons­-


tituye una preciosa parte de nuestro patri-

26 Silvio Villegas, “Discurso”, en “Suplemento Literario Ilus-­


trado”, El Espectador, Bogotá, 10 de enero de 1929, 3.

•152•
Palabras de despedida

monio moral, y porque ella sola contiene


más elementos de soberanía nacional que
la ficción misma del Estado, ya que allí
está encerrado el espíritu de la raza y de
la tierra, no en letra muerta, sino en leyes
perdurables de ritmo y armonía.
Defendamos esa obra, como los pas-
tores nocturnos defienden su campo a la
hora de las tinieblas, porque es un terri-
torio precioso de donde no manan fuentes
industriales sino invisibles energías que
fortifican las almas, imágenes hermosas
que se abren como árboles del paraíso re-
flejando la juventud del cielo y de la tierra,
y paisajes eternos, labrados en pura luz
como el espíritu del poeta que un día fue
carne y habitó entre nosotros.27

27 Rafael Maya, “José Eustasio Rivera”, Hojas de Cultu-


ra Popular Colombiana n.º 30 (Bogotá, D. E.: junio de
1953).

•153•
Detalle del manuscrito original
de La vorágine
Biblioteca Nacional de Colombia
EPÍLOGO
La extraña
carrera entre el
poeta y el aviador:
José Eustasio
Rivera y Benjamín
Méndez Rey*1

* Crónica publicada, inicialmente, en Revista Credencial n.º 25


(Bogotá: diciembre de 1988): 67-69.

•155•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

La despedida entre el poeta y narrador José


Eustasio Rivera y el teniente Benjamín Mén-
dez Rey se convirtió en una fatal apuesta
nunca convenida. Fue una neblinosa mañana
de noviembre, en la estación naval de Roc-
kaway, Estados Unidos. Los dos, el uno vivo
y accidentado —por el aire—, y el otro muer-
to y embalsamado —por el agua—, partici-
parían de la más extraña y prolongada com-
petencia por llegar a la gloria, de regreso a
Colombia.
Los dos apuntaban hacia una meta remo-
ta, con tal de conseguir la esquivísima gloria.
Méndez Rey la pretendía con su inaugural y
atrevido viaje de Nueva York a Bogotá en el
hidroplano Ricaurte, programado para cua-
renta horas. Rivera había ido a Norteamé-
rica a buscarla con la edición definitiva de
La vorágine, con su traducción al inglés y su
paso al cine en Hollywood. Ambos estaban al
borde de sus realizaciones. Solo que la gloria,
fantasma de lo real maravilloso, llegaría por
otro camino.
Los preparativos del vuelo y las despedi-
das habían comenzado el 13 de noviembre de
1928 en Washington, con presencia del fu-
turo presidente de Colombia, Enrique Olaya
Herrera, y el 20 del mismo mes en el Hotel

•156•
Epílogo

Astor de Nueva York. Allí, Rivera había im-


provisado un discurso que había impactado
al grupo de colombianos que agasajaban a
Méndez Rey. Sin embargo, el 22 por la no-
che, víspera de la anunciada hazaña aérea,
Rivera no llegó a tiempo al Park Inn Hotel
del Rockaway, donde se le brindaba la última
cena al piloto. Cuando apareció, muy retra-
sado, le dijo a su amigo (y patrocinador de
Méndez Rey) Carlos Puyo Delgado: “Estoy
muy enfermo”.
Pero el 23, a la madrugada, José Eustasio
Rivera, muy abrigado, con sombrero de paño
y guantes de cuero, de todas maneras, acom-
pañó al piloto a subir al Ricaurte y lo vio le-
vantarse graciosamente entre las neblinas
invernales. Así lo dirían los diarios bogota-
nos en primera página a ocho columnas.
El equipaje de Méndez Rey y su mecánico,
Tod Hunter, no pasaba de un bote salvavi-
das de caucho, la bandera colombiana, un
termo de plata —que le habían regalado
un poco antes, lleno de café colombiano ca-
liente—, una docena de emparedados, agua,
más café, muchas cartas y tres ejemplares de
La vorágine, recién editada, que Rivera en
su versión definitiva enviaba como primicia
al presidente Miguel Abadía Méndez y a la

•157•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Biblioteca Nacional (el tercero, autografia-


do, se lo había regalado a Méndez Rey).
La primera etapa del Ricaurte terminó
en Jacksonville, Florida, con éxito. Y tan
pronto el invierno lo permitió, saltó a La
Habana, donde la prensa recibió a Méndez
como “El Lindberg suramericano” y “El cón-
dor neogranadino”. De ahí salió cuatro días
después, el 29 de noviembre, para Puerto
Barrios, Guatemala. Ahora llevaba una car-
ta más, la que el general Machado le enviaba
al presidente Abadía. El 30 partió, muy tem-
prano, para Colón, Panamá, sin saber que en
el aire descubrirían un mal cálculo de la ga-
solina que lo obligaría a intentar un frustra-
do amarizaje en Puerto Cabezas, Nicaragua.
El 1.º de diciembre volaron a Bluefields, aún
en Nicaragua, y de ahí sí a Colón, pasando
por Puerto Limón, en Costa Rica, a las 2:20
de la tarde. Y les sobrevino, entonces, el peor
de los desastres, porque al caer el día —eran
las 4:45—, los vientos vespertinos desperta-
ron las olas que arrollaron al valeroso pero
frágil hidroplano de la Falcon Curtis. Una
lancha de vapor los rescató en medio del sus-
penso de las gentes que los esperaban en la
bahía. Un ala y uno de los flotadores habían
quedado inutilizados.

•158•
Epílogo

Ese mismo día, el 1.º de diciembre de


1928, en Nueva York, sin que Méndez Rey
lo sospechara, había muerto el novelista que
ocho días antes lo había despedido con estas
palabras:

Usted simboliza para mí aquel hondo an-


helo de hazaña que late en el pecho de cada
hombre, la aspiración a lo extraordinario, el
ansia de señalar con una proeza memorable
la trayectoria de nuestra vida efímera. (…).
Cuando, al término de la jornada, revuele su
avión sobre la multitud aclamadora, y haga
soplar sobre sus cabezas el aire de las altu-
ras, esté seguro de que esa misma onda lle-
gará a nuestros pechos, como si el Ricaurte
fuera descendiendo sobre nuestros brazos.

A partir del ascenso a los aires del Ricaur-


te, el 23 de noviembre, Rivera había comen-
zado a descender hacia la muerte, atacado
por el misterioso mal que siempre lo había
perseguido —intenso dolor de cabeza, fie-
bres, convulsiones e inconsciencia—, que lo
regresaría pronto a su patria.
El 5 de diciembre, el cadáver de Rivera fue
embarcado en el Sixaloa, vapor de la United
Fruit Company, compañía que en ese preciso

•159•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

momento copaba las primeras páginas de los


diarios colombianos a raíz del enfrentamien-
to de los huelguistas de la zona bananera con
el ejército nacional. Así, mientras Rivera na-
vegaba por el Caribe hacia Colombia, Mén-
dez Rey esperaba sus repuestos de Nueva
York, en Colón. El 15 de diciembre, nombra-
ron los comités de recibimiento al cuerpo de
José Eustasio Rivera en Barranquilla, Honda
y Girardot. Los de Méndez ya venían actuan-
do. Luego organizarían los de Ambalema,
Mariquita, Ibagué y Flandes.
Como héroes victoriosos serían recibidos
los dos. El 17 de diciembre fue anunciada la
llegada de Rivera a Barranquilla por las si-
renas de los barcos, fábricas y periódicos.
Misa solemne, retreta fúnebre, oraciones
sentidas, una lira de flores naturales le ofre-
cieron en la iglesia de San Nicolás. Y así sería
en toda su calurosa ruta, lejos ya del invierno
mortal de Nueva York, sobre el vapor-correo
Carbonell González. Increíble, pero Rivera,
en ese instante, llegaba primero a Colombia
que sus libros. El 25 salió de Barranquilla.
Tres días después, Benjamín Méndez Rey
reanudó su vuelo y llegó a Cartagena el 28,
haciéndoles los inocentes a los barranquille-
ros, que también lo esperaban y solo pueden

•160•
Epílogo

agasajarlo al día siguiente. El 30, Méndez Rey


acuatiza en Girardot a las 2:30 de la tarde,
no sin antes luchar con el río Magdalena, que
quiere aprovechar la inexperiencia del piloto
frente a las corrientes fluviales y deja apagar
los motores antes de tiempo. Se hubiera en-
contrado con Rivera, que venía ya por el Mag-
dalena Medio. A esta fecha, Méndez llevaba
cincuenta y cinco horas de vuelo efectivo.
Mucho. Por eso, desea llegar a Bogotá el 1.º de
enero. Y despega en seguida, pero a la altura
de Agua de Dios le falla un motor y regresa; no
puede acuatizar —un tren de aterrizaje reem-
plaza ahora sus flotadores—, y al descender
en Flandes se accidenta. Definitivamente, el
Ricaurte no podría descender sobre los brazos
del poeta, ni sobre la multitud aclamadora. El
aire de las alturas lo soplaría, sobre las cabe-
zas de los bogotanos, el avión 103 del ejérci-
to colombiano, que Camilo Daza le llevaría a
Méndez hasta Flandes para que culminara su
osada travesía. El 2 de enero, en medio de una
delirante manifestación de diez mil personas
y cuatrocientos autos, Méndez Rey aterrizó
en el aeródromo de Madrid (Cundinamarca).
Con su pueblo, en su país, había vislumbrado
la gloria, como le había anticipado Rivera en
Nueva York.

•161•
· La historia de José Eustasio Rivera ·

Por esos días, José Eustasio recorría en


tren los pueblos del Tolima, burlándose de
su muerte prematura. A Ibagué llegó el 5 de
enero, y a Flandes, el 6. Luego, en tren expre-
so comenzó a subir al altiplano. El lunes 7 de
enero de 1929, a las 8 de la noche, en la Es-
tación de la Sabana, lo recibieron. Y, luego,
en el salón principal del Capitolio Nacional,
más de seis mil personas —que llenaban los
pasillos y alcanzaban la plaza de Bolívar—
lo aplaudieron cuando el joven maestro Ra-
fael Maya terminó su memorable discurso de
bienvenida. Era evidente que Rivera seguía
vivo.
Un hombre delgado, de 28 años, el ascen-
dido a capitán Benjamín Méndez Rey, mien-
tras tanto observaba a Rivera tras el vidrio
de su caja mortuoria, vestido de frac y con
un clavel en la solapa. Él, más que todos los
asistentes, entendía esos aplausos y el duro
silencio de la cámara ardiente, y pensó que,
al otro día, el del entierro —al que invitaban
El Tiempo, El Espectador, El Nuevo Tiempo,
Mundo al Día, El Debate, El Diario Nacional,
El Gráfico, la Facultad Nacional de Comer-
cio, los exnormalistas de Bogotá, los hui-
lenses—, cumpliría con las palabras de des-
pedida de ese hombre en contravía que a los

•162•
Epílogo

40 años había querido conquistar el mundo


desde Nueva York, de donde había comenza-
do su regreso —con su muerte— hacía cua-
renta días, los mismos cuarenta días que él,
“El cóndor neogranadino”, de manera caba-
lística, por el aire, había gastado en su vuelo
glorioso. Esa noche lo decidió y así sucedería
al otro día.
El 9 de enero, a las 12:45 del día, Benja-
mín Méndez Rey sobrevoló el cortejo fúne-
bre desde la Catedral Primada de Colombia
hasta el Cementerio Central de Bogotá. Pa-
recía que —como lo anticipara Rivera en la
despedida al piloto— el Ricaurte descendie-
ra y se posara sobre los brazos del poeta. Y,
en medio del ruido de su vuelo, sobre las ca-
bezas de las quince mil personas que acudie-
ron a la última despedida del poeta, resueltas
sus propias quimeras, ganadas en una extra-
ña carrera en la que todo se ganó y todo se
perdió, el piloto debió escuchar más fuertes,
de nuevo, las palabras de la otra despedida en
Nueva York para decírselas ahora a José Eus-
tasio Rivera, quien descendía a la eternidad:
“Usted simboliza el ansia de señalar con una
proeza memorable la trayectoria de nuestra
vida efímera”.

•163•
TÍTULOS DE LA
BIBLIOTECA
VORÁGINE
1. La vorágine
José Eustasio Rivera

2. Holocausto en el Amazonas. Una historia


social de la Casa Arana
Roberto Pineda Camacho

3. Raíces históricas de La vorágine


Vicente Pérez Silva

4. La historia de José Eustasio Rivera


Isaías Peña Gutiérrez

5. Historia de Orocué
Roberto Franco García
6. Los infiernos del jerarca Brown
seguido de “Ruido y desolación”
Pedro Gómez Valderrama

7. Las vorágines de los hijos del tabaco, la


coca y la yuca dulce
Edición y compilación
Marcela Quiroga y María Angélica Pu-
marejo

8. Vastas soledades. Antología de viajeros


en tiempos de La vorágine
Edición y compilación
Carlos Guillermo Páramo

9. Mujeres frente a la vorágine amazónica


Edición y compilación
Daniella Sánchez Russo

10. Anastasia Candre. Polifonía amazónica


para el mundo
Edición y compilación
Juan Carlos Flórez
Peña Gutiérrez, Isaías, 1943- , autor.
La historia de José Eustasio Rivera / Isaías Peña
Gutiérrez ; comité editorial Juan Carlos Flórez… [y
otros diez]. -- Primera edición. -- Bogotá, Colombia :
Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes ; Bi-
blioteca Nacional de Colombia, 2024.

168 páginas. -- (Biblioteca Vorágine ; 4)

ISBN: 978-628-7666-26-9 (obra impresa)


ISBN: 978-628-7666-18-4 (obra digital)

1. Rivera, José Eustasio, 1888-1928 – Biografías


2. Literatura colombiana – Historia y crítica – Siglo XX
3. Autores colombianos – Siglo XX 4. Historia en la lite-
ratura I. Flórez, Juan Carlos, editor II. Título III. Serie

CDD: 928.61 CO-BoRNBP


A •100• AÑOS DE SU PUBLICACIÓN,
LA BIBLIOTECA VORÁGINE
ES UN HOMENAJE A UNA GRAN
OBRA Y A TODOS LOS SERES
QUE AÚN REPRESENTA.

Fue compuesta con tipografías


Alpina y Nuevo Espíritu, en la ciudad
de Bogotá, en 2024.

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