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Mujeres

frente
a la
vorágine
amazónica
Juan David Correa Ulloa Felipe Martínez Cuéllar
Ministro Adriana Martínez-Villalba
Ministerio de las Culturas, Carlos Guillermo Páramo
las Artes y los Saberes Diego Pérez Medina
María Angélica Pumarejo
Luisa Fernanda Trujillo Bernal Marcela Quiroga
Secretaria General Daniella Sánchez Russo
Ministerio de las Culturas, Comité editorial
las Artes y los Saberes Biblioteca Vorágine

Adriana Martínez-Villalba Daniella Sánchez Russo y


Directora Laura Victoria Navas
Biblioteca Nacional Edición y compilación
de Colombia
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marzo de 2024
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Gestor editorial © 2024: Ministerio de las
Biblioteca Nacional Culturas, las Artes y los
de Colombia Saberes - Biblioteca Nacional de
Colombia
Juan Carlos Flórez A.
Ximena Gama Chirolla
Juan Camilo González
María Victoria González
Mujeres
frente
a la
vorágine
amazónica
Edición y compilación
Daniella Sánchez Russo y
Laura Victoria Navas
CIEN AÑOS
DE VORÁGINES
.9.
Juan David Correa Ulloa

PRIMERAS LECTURAS .55.


La vorágine: la voz rota de Arturo Cova
Montserrat Ordóñez .56.
Imagen y experiencia en La vorágine
Jean Franco .94.
El género deconstruido: cómo releer el
canon a partir de La vorágine
Doris Sommer
.121.
.15. PRÓLOGO
Jennifer L. French y
Daniella Sánchez Russo

.167. LECTURAS CONTEMPORÁNEAS


.168. La vorágine: Dialéctica
de la fiebre del caucho
Jennifer French

.271. Un viaje a lo Real de la exportación


Ericka Beckman

La vorágine: novela, mercancía


.345. y acumulación
Erna von der Walde

.378. La selva por cárcel


Margarita Serje

Inseguridad nacional: La vorágine


.425. como ficción de frontera
Lesley Wylie

La vorágine desde el género


.456. María Helena Rueda
MEMORIA, TERRITORIO Y
LITERATURA AMAZÓNICA
.487.
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas
durante y después del genocidio cauchero:
.488.
una historia de resistencia
Fany Kuiru

Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño,


sobreviviente de la época del Caucho en la .558.
Amazonia Colombiana (1904-1934)
Wendi Andrea Kuetgaje Muñoz - Fɨeragɨza

Historias interminables: perspectivismo y


forma narrativa en la literatura .595.
indígena amazónica
Lúcia Sá

BIBLIOGRAFÍAS .647.

SOBRE LAS AUTORAS .691.


CIEN AÑOS DE
VORÁGINES

Juan David
Correa Ulloa
Ministro de las Culturas,
las Artes y los Saberes de Colombia

•9•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Hace un siglo, José Eustasio Rivera, un hom-


bre de clase media, nacido en San Mateo,
Huila (hoy Rivera), publicó una novela llama-
da La vorágine. Corría el año 1924. Las esté-
ticas latinoamericanas buscaban en la ruptu-
ra de las vanguardias, en la mirada hacia los
pueblos originarios —el indigenismo— y en
la reivindicación de lo telúrico, formas para
entender su lugar en el mundo, a un siglo de
haberse creado las primeras repúblicas tras
las emancipaciones coloniales. Rivera había
nacido en 1888. Había viajado como abogado
a Orocué, un pequeño pueblo del Casanare,
para atender un pleito. Sabía, por los infor-
mes que se habían producido desde la década
de 1910, que la Amazonia colombiana y pe-
ruana era el escenario de la empresa colonial
extractivista más cruel que haya existido en
el siglo XX en América Latina. Miles de indí-
genas bora, uitoto, muinane, andoque, entre
otros, fueron esclavizados a través de la eco-
nomía del endeude, que consistía en entregar
bienes —máquinas de coser, radios, etcéte-
ra— a los individuos para atarlos para siem-
pre, al ignorar el monto que debían pagar. Así
se creó una maquinaria para extraer látex
de los árboles, haciendo cortes en los tron-
cos (siringueo), que, debido a la brutalidad

•10•
Cien años de vorágines

de caucheros de los dos países, como la famo-


sa Casa Arana, acabaron con la vida de más
de sesenta mil personas.
Aquella matanza está bien documentada
y consignada en Holocausto en el Amazonas.
Una historia social de la Casa Arana, de Rober-
to Pineda, uno de los diez libros que, junto a la
novela de Rivera, con el espléndido texto defi-
nido por Erna von der Walde, cedido con gran
generosidad por ella y por Ediciones Unian-
des, componen esta Biblioteca Vorágine que
usted tiene entre sus manos o ante sus ojos.
Esta colección, en conjunto con una serie
de conversaciones nacionales e internacio-
nales, una exposición itinerante, un acto de
perdón ante las comunidades que habitan la
zona conocida como La Chorrera y la invita-
ción de Brasil como país invitado de honor a
la Feria Internacional del Libro de Bogotá
(FILBo) en 2024, para hacer énfasis en la
Amazonia, representan apenas una idea que
buscamos sea apropiada por todas ustedes.
Queremos proponerles al país y al mun-
do una conversación que atraviese asuntos
como la emergencia climática, el racismo, el
extractivismo y la exclusión, pero también,
al decir del profesor Pineda, la esperanza y
alegría que recuperaron pueblos originarios

•11•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

como los andoque, a pesar del arrasamien-


to al que fueron sometidos por cuenta de un
sistema inhumano que precisa ser puesto en
cuestión.
Esta Biblioteca Vorágine busca contri-
buir al diálogo sobre los horizontes que nos
abre un libro inmenso para nuestra historia,
que van desde el plano histórico, político y
social, hasta el estético y literario. Horizon-
tes que se materializan en diez libros, los
ya mencionados de Rivera y Pineda y otros
ocho títulos, cuatro que reeditamos por su
importancia histórica: Raíces históricas de
La vorágine, de Vicente Pérez Silva; Historia
de Orocué, de Roberto Franco; Los infiernos
del Jerarca Brown, de Pedro Gómez Valde-
rrama, y La historia de José Eustasio Rivera,
biografía escrita por Isaías Peña Gutiérrez.
Y otras cuatro compilaciones, hasta ahora
inéditas y que han sido preparadas especial-
mente para la conmemoración del centena-
rio de publicación de La vorágine: Una tribu
cosmopolita. Memoria de la Gente de Centro,
que reúne los testimonios de los cuatro pue-
blos indígenas que resistieron a la masacre
en sus territorios y que hoy buscan endul-
zar la palabra para resignificar la historia;
Anastasia Candre. Polifonía amazónica para

•12•
Cien años de vorágines

el mundo, antología y homenaje póstumo a la


gran artista ocaina-uitoto que recoge en su
obra el dolor y la resiliencia de sus familia-
res, que fueron testigos del holocausto cau-
chero en el Amazonas; Vastas soledades. An-
tología de viajeros en tiempos de La vorágine,
en la que se recopilan textos que dan cuenta
de la complejidad de los territorios recorri-
dos por Arturo Cova y que inspiraron a Rive-
ra, y Mujeres frente a la vorágine amazónica,
una antología crítica de literatas y antropó-
logas que estudian La vorágine y el genocidio
cauchero desde una perspectiva de género y
raza.
La Biblioteca Vorágine irá a todas las
bibliotecas públicas colombianas, a biblio-
tecas rurales itinerantes, a sedes diplomá-
ticas del país, con el apoyo del Ministerio
de Relaciones Exteriores, y acompañará las
conversaciones que se realizarán en festi-
vales internacionales como el Hay Festival
en Cartagena y Arequipa, y las ferias de La
Habana, Bogotá, Quito, Santa Cruz de la
Sierra, Madrid, París, Paraty, Guayaquil,
Lisboa, Fráncfort y Guadalajara, así como
las veinticuatro ferias del libro regionales
colombianas. Además, realizaremos un pri-
mer lanzamiento de esta conmemoración en

•13•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Mocoa, Putumayo, y contaremos con una


exposición curada por Erna von der Walde,
en Bogotá.
Las puertas están abiertas para construir
juntos un relato más incluyente de nación,
en el cual quepan miles de dolorosas exclu-
siones y omisiones. La vorágine es una obra
abierta. Si cada lector la acompaña y la con-
fronta con sus propias lecturas, prejuicios,
filias y fobias, tendrá la opción de pensarla
como más que una ficción —como quisieron
convertirla las élites que repetían el manido
discurso de civilización y barbarie—; podrá
encontrar que se trata del más pertinente
alegato en contra del dolor de un pueblo.
Colombia debe reconocer, en sus profun-
das contradicciones y deudas históricas, el
camino para emprender una transformación
social que tendrá que ser espiritual y cultural.
Releer y reconocer La vorágine es parte de ese
camino.

•14•
Prólogo
JENNIFER L. FRENCH Y
DANIELLA SÁNCHEZ RUSSO

Desde su inicio, La vorágine relega a las mu-


jeres a un lugar secundario, señalando con
las primeras palabras iteradas por el narra-
dor Arturo Cova que la experiencia femenina
será mediada por la voz de un sujeto mascu-
lino tan extravagante como egocéntrico, un
sujeto que prioriza valores y actividades que
entiende como propias del hombre y luce lo
que hoy en día se calificaría como una mas-
culinidad tóxica. “Antes que me hubiera apa-
sionado por mujer alguna”, reza Cova en su
famosísima frase inicial, “jugué mi corazón
al azar y me lo ganó la Violencia” (79)1. Sin
embargo, como pone en evidencia esta co-
lección de textos escritos por mujeres que
giran en torno a La vorágine, editada por la
1 Las autoras queremos expresar nuestro agradecimiento
a María Helena Rueda (Smith College, ee. uu.) por su
invalorable apoyo en la redacción del prólogo.

•15•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Biblioteca Nacional en homenaje al cente-


nario de la novela de José Eustasio Rivera,
esta obra no solo ha sido investigada, inter-
pretada y analizada continuamente por mu-
jeres académicas, sino que son precisamente
esas lecturas las que han producido algunas
de las interpretaciones más novedosas e ilu-
minadoras de la novela en su larga e inten-
sa historia de recepción. Si bien durante las
primeras décadas desde la publicación de La
vorágine predominaban —como en el ámbito
de la literatura occidental en general— las
interpretaciones establecidas por “hombres
de letras”, a partir de los años sesenta del si-
glo pasado surgen importantes lecturas que
han sido escritas por mujeres, algunas de las
cuales se recogen en Mujeres frente a la vorá-
gine amazónica.
Efectivamente, el contraste entre el tono
que desde un principio caracteriza la voz de
su narrador y personaje principal y la aten-
ción crítica brindada por lectoras eruditas
nos hace preguntar: ¿qué llevaría a que mujer
alguna se dedicara a leer, investigar y luego
escribir sobre una novela tan aparentemente
misógina como La vorágine?
Cada uno de los ensayos recogidos aquí
ofrece su propia respuesta a la pregunta:

•16•
Prólogo

las autoras se acercan a la novela desde una


variedad de perspectivas interpretativas y
a través de una gama de metodologías que
incluyen el estructuralismo y la intertextua-
lidad, el feminismo deconstruccionista, el
neomarxismo y los nuevos materialismos,
para no mencionar las obras de índole más
bien antropológica que aparecen en la sec-
ción final. Quien se atreve a generalizar ante
tanta variedad corre riesgos; sin embargo,
para ofrecer una respuesta muy provisoria y
parcial, podemos decir que parte del atracti-
vo de La vorágine para las lectoras es enten-
der la misoginia de la novela como una condi-
ción más aparente que real; dicho de manera
más precisa, la misoginia expresada no es
necesariamente un atributo de la novela y tal
vez es todo lo contrario. Como bien revelan
los ensayos recogidos aquí, la novela mani-
fiesta la misoginia del personaje principal
como un rasgo violento y destructivo, para
que las lectoras y los lectores la perciban así
y sean capaces de juzgarla como parte de un
sistema cultural y socioeconómico degra-
dado, degradante y corrupto, un sistema
que, como La vorágine demuestra sin lugar
a dudas, contribuye de manera directa a una
necropolítica y a otras formas de violencia

•17•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dirigida contra las mujeres y otros seres cuyo


valor intrínseco se nulifica en comparación
con el de los hombres blancos de ascendencia
europea2.
Este prólogo, escrito a cuatro manos des-
de las montañas verdes del estado de Ver-
mont (EE. UU.) y desde la urbe bogotana, ofre-
ce una mirada preliminar de la novela que
tiene como principal criterio organizador el
género. No pretendemos imponer una falsa
uniformidad de propósito sobre las obras
recogidas aquí, ni mucho menos resaltar el
valor de algunas contribuciones por encima
de otras. Al contrario: aunque algunos de
los artículos incluidos en Mujeres frente a la
vorágine amazónica representan lecturas ex-
plícitamente feministas de la novela y otros
no, fueron elegidos porque son intervencio-
nes decisivas en la historia de la recepción de
la novela, como explicaremos en más detalle
en el panorama de capítulos con el cual ter-
minaremos. Sin embargo, ya que el género es
el criterio primordial de la selección de obras
incluidas —una novedad importantísima de
la publicación—, es oportuno ofrecer una ex-

2 El término “necropolítica” es de Achille Mbembe, el


cual desarrolla en su libro Necropolitics (2019).

•18•
Prólogo

plicación preliminar de cómo las cuestiones


de género y de sexualidad se manifiestan en
la novela misma. En lo que sigue, entonces,
se encuentran tres secciones. En la primera,
“El hombre versus la naturaleza. El régimen
discursivo de La vorágine”, situamos la no-
vela de José Eustasio Rivera en el contexto
del regionalismo latinoamericano para con-
tinuar nuestra discusión de cómo revela, a
través de las locuciones de Arturo Cova y sus
otros narradores, un sistema cultural que
termina subvirtiendo: el patriarcado moder-
no que asimila a las mujeres a la esfera de la
naturaleza para ser sometidas al control del
hombre occidental. En la segunda sección,
“Extractivismo y el cuerpo femenino. Vio-
lencias de género en La vorágine”, considera-
mos más de cerca lo que La vorágine pone en
evidencia en cuanto a la explotación de mu-
jeres, especialmente mujeres de los pueblos
originarios amazónicos, durante el boom del
caucho, y leemos esta evidencia en relación
con obras canónicas y recientes de la teoría
marxista-feminista. La tercera sección es el
“Panorama de capítulos”, en el cual resumi-
mos los criterios que organizan cada sección
del libro y algunas de las mayores innovacio-
nes y aportes de las obras incluidas.

•19•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El hombre versus la naturaleza.


El régimen discursivo de La vorágine
Una de las tristes lecciones aprendidas por
quien se atreve a recorrer la tradición de la
crítica sobre La vorágine es que la misoginia
y la masculinidad tóxica han sido tan gene-
ralizadas en el campo de las letras del mundo
occidental que, entre las primeras generacio-
nes de lectores, la ironía a la cual la novela
y su autor someten al protagonista Arturo
Cova parece haber pasado desapercibida.
Como Sharon Magnarelli observó en “La
mujer y la naturaleza en La vorágine: A ima-
gen y semejanza del hombre” —obra de 1985
que consideramos un punto de inflexión en la
recepción de la novela—, “al revisar los es-
tudios de la crítica sobresale el hecho de que
hasta el momento Cova ha sido tratado en
forma muy benigna por los lectores, quienes
lo han visto como un héroe romántico y épi-
co” (337). Por su parte, Montserrat Ordóñez,
quien recorrió como nadie más aquella tra-
dición crítica mientras preparaba una pres-
tigiosa edición de la novela así como la com-
pilación La vorágine: Textos críticos (1988)
y otras obras, observó con agudeza que lo
escrito sobre uno de sus personajes femeni-
nos, la mercante de caucho conocida como

•20•
Prólogo

“la madona” Zoraida Ayram, “nos daría más


datos que la novela misma sobre los temores
y deseos que desencadena en el hombre la
sexualidad de la mujer” y que “las contradic-
ciones de la novela admiten interpretaciones
ambiguas y apertura de sentidos, cosa que no
logran las extremas y unívocas acusaciones
y los odios de los críticos que se deleitan en
aceptar, exagerar y repetir el lenguaje del
propio Cova” (“Introducción” 53).
La vorágine participa en una tradición li-
teraria, la del regionalismo latinoamericano,
conocido también como la novela de la tierra,
la novela telúrica o terrígena, que a menudo
se subdivide según la geografía representa-
da (novela de la selva o novela del llano) o in-
cluso del principal producto de exportación
representado en la obra (novela petrolera,
novela bananera, novela del caucho, de la yer-
ba, etc.)3. Sea cual sea el criterio que rige la

3 Para algunos de los últimos acercamientos del regiona-


lismo latinoamericano, especialmente desde la ecocrí-
tica, ver los capítulos sobre materias primas que com-
ponen la primera parte de Latin American Literature
in Transition 1870-1930, eds. Fernando DiGiovanni y
Javier Uriarte, pp. 13-102; Jennifer L. French, Nature,
Neo-Colonialism and the Spanish American Regional
Writers; “Regionalism and the Export Boom” en The La-
tin American Ecocultural Reader, editado por Jennifer

•21•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

categorización, se trata de una tradición lite-


raria marcada desde un principio como mas-
culina. Los autores son hombres, la temáti-
ca y las tramas giran en torno a formas de
trabajo convencionalmente reservadas a los
hombres y las relaciones con la naturaleza,
idealizadas o más bien destructivas, emer-
gen y se desarrollan con base en ellas. Para
la nueva clase de escritores profesionales que
surgió durante las primeras décadas del siglo
xx, el regionalismo presenta una manera de
inscribir dentro del panorama de las letras
nacionales la geografía, las costumbres y las
preocupaciones de una “patria chica”, pero a
diferencia de la novela romántica y del cos-
tumbrismo decimonónico, el regionalismo
se produce cuando la masculinidad misma
está en crisis. El socavado de las viejas cer-
tezas existenciales por las teorías de Darwin
y Freud, la aceleración de la urbanización y
con ella la emergencia de nuevas oportunida-
des y maneras de ser mujer, y la intensifica-
ción de presiones económicas así como eco-
lógicas impuestas por el frenesí extractivista
del boom de exportaciones contribuyen a la
French y Gisela Heffes, pp. 125-128; y Jens Andermann,
Tierras en trances: Arte y naturaleza después del paisaje,
pp. 175-246.

•22•
Prólogo

percepción, en aquel tiempo como en el nues-


tro, de que la masculinidad convencional se
encontraba amenazada4.
Las mujeres raramente están ausentes en
estas obras literarias y, de hecho, hay algunas
en las que los personajes femeninos salen de
las sombras para entrar en el primer plano,
como Toá, narraciones de caucherías (1933),
del colombiano César Uribe Piedrahíta;
“Anaconda” y “El regreso de Anaconda”, del
uruguayo Horacio Quiroga; El inglés de los
güesos (1924), del argentino Benito Lynch;
o Doña Bárbara (1929), el clásico venezolano
de Rómulo Gallegos. Incluso cuando es así,
para la sensibilidad criolla masculina que
organiza el espacio textual, “mujer y natu-
raleza aparecen íntimamente ligadas entre
sí, además de que la una se presenta como
reflejo especular de la otra” (Magnarelli
335-336). Las mujeres pueden representar la
pura inocencia de la naturaleza americana,
como Balbina, la protagonista de la novela de
Lynch, quien se enamora trágicamente de un
científico inglés que se instala en el ranchito
de su familia, sin comprender que él volverá

4 Aquí reproducimos un elemento del argumento de


Magnarelli, p. 336.

•23•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

inevitablemente a los compromisos académi-


cos de Oxbridge, o pueden representar más
bien un salvajismo violento y destructor. Eti-
mológicamente, la tierna Balbina no es sino
el otro lado de la moneda de Doña Bárbara,
el imponente personaje creado por Gallegos,
quien domina el llano venezolano mediante
una fantasiosa combinación de atractivo se-
xual y malas artes. En este sentido, el regio-
nalismo latinoamericano producido durante
las primeras décadas del siglo xx sigue dán-
dole vueltas al famoso binarismo articulado
por Domingo F. Sarmiento en su ensayo de
1845, Civilización y barbarie. Vida de Juan
Facundo Quiroga. Aspecto físico, costumbres
y ámbitos de la República Argentina, que es a
su vez una actualización, desde y para el li-
beralismo decimonónico, de un ideologema
que había estado presente en las letras ame-
ricanas desde los inicios de la colonización
ibérica, asentando sobre el espacio geográfi-
co una jerarquía de valores y seres derivada
durante la Antigüedad clásica del mundo
mediterráneo en los binarios alma y cuerpo,
hombre y mujer, norte y sur, cultura y natu-
raleza. Para Sarmiento y sus partidarios, el
progreso histórico de las nuevas naciones
consistía en el triunfo gradual del racionalis-

•24•
Prólogo

mo sobre el caos inherente del ambiente ame-


ricano y sus habitantes originarios.
En tal contexto, no debe sorprendernos
que la interpretación consuetudinaria de La
vorágine entienda la novela en términos de
“la lucha heroica del hombre contra la natu-
raleza”5. Una página tras otra, los personajes
principales proyectan hacia la naturaleza,
siempre expresada en forma femenina, la
frustración de sus ambiciones de dinero y
poder, la paranoia provocada por los homici-
dios de los barones del caucho y su propia in-
competencia para navegar la densidad de la
vegetación y las redes fluviales del territorio.
Uno de los ejemplos más destacados de tal
tendencia es el anónimo soliloquio que abre
la segunda parte de la novela, conocido entre
la crítica como la “Oda a la selva”: “¡Oh sel-
va, esposa del silencio, madre de la soledad
y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó
prisionero en tu cárcel verde?…” (189-190).
Si bien para la crítica tradicional la temática
de La vorágine se reduce al conflicto eterno
y supuestamente universal entre hombre y

5 Edmundo de Chasca, “El lirismo de La vorágine” (1947)


en La vorágine: Textos críticos. Compilación de Montse-
rrat Ordóñez; citado por Magnarelli en su ensayo reco-
gido en la misma compilación (337).

•25•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

naturaleza —con la frecuente feminización


de la naturaleza, siendo entendida como un
aspecto más o menos convencional de su len-
guaje figurado—, el consenso crítico actual
es, en palabras de Erna von der Walde, que la
novela de José Eustasio Rivera “interviene en
esta construcción espacio-temporal [del libe-
ralismo latinoamericano] y la desorganiza”.
Tal intervención se realiza de distintas
maneras. Por un lado, la riqueza y la ambi-
güedad de la obra se desprenden de su com-
plejidad narratológica, con la presencia de un
narrador principal “indigno de confianza”,
que es interrumpido, a lo largo de la novela,
por la voz de cuatro narradores adicionales,
cuyas historias se mezclan y se contaminan
mutuamente; así como del uso de paratextos
(los fragmentos de cartas que se ubican antes
y después de la narrativa principal, el glosa-
rio, los mapas y las fotografías) que tienen el
efecto de confundir las enunciaciones de va-
rios de los personajes con las del autor. Por
otro lado, está una de las mayores paradojas
de La vorágine: su valor testimonial, que no
debe descartarse, pese a la poca confianza
que la lectora perspicaz pueda tener en los
juicios y opiniones de su narrador y persona-
je principal, Arturo Cova. En una conocida

•26•
Prólogo

carta a Luis Trigueros, el mismo Rivera se


quejaba de la falta de atención que sus con-
temporáneos le prestaban a la revelación de
los crímenes contados en las páginas de su
novela, de la desidia que presentaban ante
los trabajadores en el Amazonas, esclaviza-
dos en su propia patria, y ante la destrucción
de la economía y la ecología representadas,
todo lo cual se reducía, como escribió Rive-
ra, a “cosas de La vorágine” (“La vorágine y
sus críticos” 69). En términos económicos,
La vorágine representa una situación que se
ve reproducida en muchas partes del sur glo-
bal hoy, especialmente en América Latina: la
hiperexplotación de una zona de sacrificio
limítrofe —la frontera interior de la expan-
sión capitalista— para satisfacer la demanda
de materias primas en las fábricas del norte
global6. El motor de la expansión capitalis-

6 El término “zona de sacrificio” se utiliza para designar


regiones geográficas utilizadas por industrias extracti-
vistas agropecuarias, mineras, etc., de maneras que las
dejan permanentemente incapaces de sostener la vida.
En años recientes ha sido adoptado por las Naciones
Unidas y otras entidades. Sobre los paralelos entre el
boom de exportaciones de 1870-1930 y el neoextracti-
vismo contemporáneo, ver Jens Andermann, Entranced
Earth: Art, Extractivism and the End of Landscape, pp.
191-238.

•27•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ta que desató el genocidio amazónico fue la


producción masiva de bicicletas y después de
automóviles en las fábricas de Estados Uni-
dos y Europa, donde trabajadores organiza-
dos en la línea de montaje industrial ensam-
blaban carros, intensificando una demanda
de caucho que por un tiempo solo se podía
satisfacer con la extracción de látex natural
de un puñado de especies de árbol nativos de
la selva amazónica o del oeste africano7.
En este libro, Ericka Beckman y Erna
von der Walde revelan de forma espectacu-
lar cómo La vorágine interviene este periodo
de expansión capitalista que, por su ensaña-
miento, rompió los paradigmas sobre los que
se fundamentaba la modernidad, por ejem-
plo, el trabajo asalariado libre o la protección
de los derechos civiles. Para Beckman, la in-
dustria cauchera “tensó la supuesta raciona-
lidad de la acumulación capitalista hasta sus
límites más extremos”, porque la extracción
de la mercancía generó formas contempo-
ráneas de esclavitud y peonaje por deudas,

7 Para conocer la historia del boom del caucho amazóni-


co, conocido también como el Holocausto Amazónico,
ver Barbara Weinstein, The Amazon Rubber Boom 1850-
1920; y John Tully, The Devil’s Milk: A Social History of
Rubber, pp. 63-130.

•28•
Prólogo

mientras los barones del caucho cumplían


con sus más desbordadas fantasías (la crea-
ción de una ópera en plena selva, por ejem-
plo). Para Von der Walde, La vorágine nos
hace ver cómo la historia de la modernidad
no es un relato “dominado por la gramática
del progreso y del desarrollo”, debido a que
esta necesita de la explotación de zonas de
sacrificio o zonas fronterizas, en las que el
capital somete y saca provecho de los seres
humanos y no humanos que encuentra en su
camino, y además racionaliza este someti-
miento al definirlos como atrasados, nece-
sitados de este encuentro para participar,
“por fin”, en la Historia, con mayúscula. En
la próxima sección defenderemos que esta
exposición y crítica que hace La vorágine de
la brutalidad con la que procede el sistema
capitalista se elabora en conjunto con una
exposición y crítica, también, del patriarca-
do, y cómo, según la novela, estas formas de
dominio no solo se complementan, sino que
se alimentan de manera continua.

•29•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Extractivismo y el cuerpo femenino.


Violencias de género en La vorágine
En el archivo riveriano existen pistas que in-
dican que el escritor, desde una edad tempra-
na, cuestionaba ciertos aspectos de la cul-
tura conservadora y patriarcal de su país y
particularmente del Huila, la región andina
del suroeste colombiano donde había nacido
en 1888. Sabemos, por ejemplo, que fue ex-
pulsado del seminario “donde se educaba la
élite regional” como consecuencia de “andar
revelando aventuras sexuales” (Pachón-Fa-
rías 45). La historiadora Hilda Pachón-Fa-
rías, de quien tomamos estas palabras, en-
fatiza que el Huila, que no sería nombrado
departamento hasta 1905, era para entonces
una zona periférica, “una provincia agríco-
la y ganadera, al sur de Bogotá y próxima a
la selva amazónica”, donde la cotidianidad
de Rivera se encontraba dividida entre los
atractivos de la cultura popular —informal,
mayormente oral, fuertemente arraigada en
la naturaleza, caracterizada por un humor
socarrón y en la que se entraba temprano a
una vida sexual— y las normas de su propia
clase y familia, que favorecía la cultura letra-
da hispánica, el escolasticismo en la educa-
ción, la formalidad en el trato y el tradicional

•30•
Prólogo

énfasis católico en la castidad. Pachón-Fa-


rías también informa que Rivera volvió al
Huila tras la educación secundaria que reci-
bió en Bogotá, y en 1909 trabajó en Ibagué
y Neiva como supervisor escolar. En ambos
municipios, de nuevo choca con las expecta-
tivas locales y es obligado a retirarse, entre
otras razones, por expresar opiniones “en
favor […] de los muchachos despiertos e im-
petuosos —como él lo había sido— y de una
educación para las mujeres más práctica y me-
nos conventual” (Pachón-Farías 47, énfasis
nuestro).
A estos datos biográficos que sugieren la
poca conformidad de Rivera con los papeles
de género establecidos entre la clase acomo-
dada de su región natal, podemos agregar la
misteriosa obra de teatro Juan Gil, que repre-
senta su primer intento de establecerse como
un escritor profesional en el ámbito literario.
Al perder su puesto como supervisor escolar,
Rivera regresó a Bogotá para ingresar en
la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas
de la Universidad Nacional, y fue ahí donde
poco después dio a conocer Juan Gil duran-
te una serie de tertulias literarias. Decimos
que la obra es “misteriosa” porque existen
actualmente dos versiones muy diferentes

•31•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y hay poca claridad en cuanto a su proce-


so de elaboración y revisión: en 1971, Luis
Carlos Herrera, S. J., publicó Juan Gil con
base en un manuscrito al que accedió gra-
cias a las hermanas del escritor; y en 2020,
la investigadora Norma Donato ubicó otro
en una colección privada de Manizales8. En
ambas versiones la obra transcurre en la ca-
sona bogotana de una familia tolimense y su
protagonista es un ciego que está en la edad
media y que arde en celos contra su joven es-
posa Pilar y le “descarga una violencia brutal
a lo largo de la obra” (Reynoso 2024). Para
Donato, la versión de Manizales revela a un
Rivera mucho más crítico de la misoginia y
la violencia contra las mujeres, entre otras
razones, porque en ella los ataques sufridos
por Pilar son aún más extremos y Pilar, a su
vez, es más inocente: en la versión publicada
por Herrera, Pilar está embarazada del hijo
de su exnovio cuando se casa con Juan Gil,
mientras que en el manuscrito ubicado por
Donato es “‘una rosa asfixiada en una tela de
araña’. Es una mujer joven y hermosa que no

8 El manuscrito de Manizales fue comprado por la Biblio-


teca Nacional en 2023 y actualmente forma parte de su
colección.

•32•
Prólogo

puede ser amada por los celos del marido, que


la odia” 9.
Los ejes temáticos que guían las dos ver-
siones de Juan Gil, la honra masculina y la
violencia contra las mujeres, existen también
en La vorágine y están íntimamente ligados
con la industria del caucho y su sistemática
explotación sexual de las mujeres, especial-
mente de las mujeres amazónicas. Como ex-
pone María Helena Rueda en su incisiva obra
incluida en la presente compilación, la clave
de lectura para comprender cómo estos ejes
temáticos se elaboran como una crítica al
patriarcado en la novela se encuentra en las
“grietas” que se presentan en “la voz rota”
de Arturo Cova. Como indica Rueda, la pro-
puesta de encontrar las fisuras y contradic-
ciones del protagonista de La vorágine hace
parte de un repertorio de textos de académi-
cas que, como en una especie de sororidad se-
creta, han ido alimentando y perfeccionando
sus lecturas de género de la novela, críticas

9 La cita de Norma Donato se encuentra en Lucas Rey-


noso, “El misterio de dos manuscritos le da una nueva
oportunidad a ‘Juan Gil’, la obra olvidada de José Eusta-
sio Rivera”. El País (Bogotá) 24 de febrero 2024. Gracias
a Felipe Martínez Pinzón por comunicarnos esta infor-
mación.

•33•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que van desde las ya citadas Magnarelli y


Montserrat Ordóñez, hasta las igualmente
reconocidas Sylvia Molloy y Doris Sommer.
En términos generales, Rueda incluida, las
académicas entienden las fisuras del discur-
so de Cova como una invitación a ver no solo
el fracaso de la voz masculina que caracte-
riza la modernidad capitalista occidental y
sus presuposiciones patriarcales y colonia-
listas, sino también la posibilidad de vislum-
brar formas de vida y de asociación colectiva
que no están conformes con esos deseos y
demandas.
Para resaltar este aspecto de la novela,
recurrimos a los aportes teóricos del mar-
xismo-feminista que desde los setenta ha
explicado, a través de voces como las de
María Mies, Silvia Federici o más reciente-
mente Verónica Gago y Maristella Svampa,
la relación entre capitalismo, patriarcado,
racismo y antropocentrismo, por ejemplo,
al señalar cómo el capitalismo saca prove-
cho de aquellos a los que considera “otros”:
mujeres, personas racializadas e, incluso, la
misma naturaleza. Como nos señala María
Mies en Patriarcado y acumulación a escala
mundial (1999) o, más recientemente, Ma-
ristella Svampa en “Feminismos del sur y

•34•
Prólogo

ecofeminismo” (2015), estos “otros” han sido


entendidos, desde los albores del sistema ca-
pitalista, como entes salvajes que deben pa-
sar por un proceso de colonización y domes-
ticación, que se traduce en las más violentas
formas de explotación laboral y sexual, así
como de expropiación, desplazamiento y
pauperización. Su relación (impuesta o no)
con la creación y protección de la vida es,
en este proceso, no solo invisibilizada sino
también considerada por fuera de los siste-
mas “propiamente” productivos del capital;
esto, aunque el capitalismo necesite de estos
trabajos de reproducción social (que, como el
marxismo-feminista entiende, van desde la
reproducción biológica hasta el cuidado de
los otros y la naturaleza) para sobrevivir.
En la novela de Rivera, el nexo entre ca-
pitalismo y patriarcado se muestra en las es-
tructuras socioeconómicas que expone y en
el discurso o la retórica mediante la cual ha-
blan sus personajes principales. Es verdad,
como hemos señalado arriba, que desde un
principio el narrador insiste en sus privile-
gios de hombre y desdeña a las mujeres que
conoce. Pero también lo es que la narrativa
revela sus propias fallas —Cova, por ejem-
plo, fracasa una y otra vez en el “dominio”

•35•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de la naturaleza—, mientras señala el estoi-


cismo, la complejidad y la autonomía de sus
personajes mujeres. Paralelo a esta ambigua
representación de la masculinidad, la novela
señala cómo la estructura socioeconómica
de La vorágine se entrelaza con una econo-
mía sexual: es decir, la explotación del Hevea
brasiliensis se solapa con la explotación di-
ferenciada de hombres y mujeres en la zona
cauchera. Esto se muestra temprano en la
obra, en un momento en que Arturo Cova su-
perpone la imagen de Alicia a la de un árbol
de caucho. Cova, en sus propias palabras,
sueña con una Alicia “desgreñada y desnuda,
huyendo de mí por entre las malezas de un
bosque nocturno, iluminado por luciérnagas
colosales. Llevaba yo en la mano una hachue-
la corta y, colgando al cinto, un recipiente
de metal. Me detuve ante una araucaria de
morados carimbos, parecida al árbol del cau-
cho, y empecé a picarle la corteza para que
escurriera la goma. ¿Por qué me desangras?,
suspiró una voz desfalleciente. Yo soy tu Ali-
cia y me he convertido en una parásita” (112).
En este pasaje (uno de muchos) podemos
ver la relación de la terrorífica economía del
caucho —que hace que Alicia huya, como
tantos huyeron en vida real, “desgreñada y

•36•
Prólogo

desnuda”— con una economía sexual que


se aprovecha del cuerpo femenino, hasta el
punto de la distorsión. Con Cova siendo el
verdugo de ambos, del árbol y de Alicia, po-
demos rechazar la lógica de una lectura de la
novela como misógina para profundizar en
la representación paralela que Rivera hace
de la industria cauchera y del cuerpo feme-
nino, de la masculinidad del hombre blanco
y del despiadado sistema que está detrás de
él, un sistema que acaparará no solo la mano
de obra de quienes considera los “otros”, sino
también sus aperturas de mayor vulnerabili-
dad humana, como la sexualidad y la capaci-
dad reproductiva.
Una de las más cruentas representacio-
nes de la violencia de género en La vorágine
está en el destape del sistema de esclavitud
sexual al cual muchas mujeres y niñas estu-
vieron sometidas en el contexto de la eco-
nomía cauchera, especialmente mujeres y
niñas integrantes de los pueblos originarios
del Amazonas, un tema que, para la época de
Rivera, pocas veces salía a la luz. Se vislum-
bra el concepto de la esclavitud sexual en la
fantasía de venganza que se desata en la ima-
ginación de Arturo Cova cuando este se da
cuenta de que Alicia y su amiga Griselda han

•37•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

huido del rancho conocido como La Mapori-


ta en compañía de Narciso Barrera. Los pá-
rrafos que siguen a ese descubrimiento son
chocantes por la crudeza y el sadismo de la
visión que tiene Cova de la mujer que ha sido
hasta entonces su pareja: “De noche dormi-
rían en el tambo oscuro con los peones, en
hedionda promiscuidad, defendiéndose de
pellizcos y de manoseos, sin saber quiénes
las forzaban y poseían, en tanto que la guar-
dia pasaría número como indicando el turno
a la hombrada lúbrica: ¡Uno!… ¡Dos!… ¡Tres!”
(222). Más adelante, el sueño se vuelve reali-
dad en las barracas de Guaracú, donde Cova
se encuentra con las mujeres amazónicas so-
metidas a un sistema de esclavitud sexual, en
el que hombres “hediondos a humo y a mugre”
negocian con un centinela que troca a las mu-
jeres por tabacos, por goma, por píldoras de
quinina, a pesar de que estas se resistan con
gritos o hasta flagelándose (357).
Esta violencia es desarrollada en la pre-
sente colección por Rueda, quien sigue a la
antropóloga Rita Segato cuando explica que
la colonización agudizó las dinámicas de do-
minio masculino dentro de las aldeas, a la
vez que impuso nuevas normas de comporta-
miento sexual, entre ellas el concepto de pe-

•38•
Prólogo

cado y la mirada “pornográfica” del coloniza-


dor. Sobre todo, es señalada en los brillantes
pero dolorosos textos de las académicas ui-
toto Fany Kuiru y Wendi Kuetgaje, en los
que se revela cómo el interés de los pueblos
indígenas por el genocidio cauchero no pasa
por representaciones literarias de la época,
sino por la necesidad de mantener viva la
memoria de los pueblos indígenas a través
del testimonio y, más específicamente en sus
casos, por medio del testimonio de mujeres
que sufrieron los más crueles destinos a ma-
nos de hombres que las violentaron laboral y
sexualmente y que intentaron aniquilarlas al
antentar contra sus núcleos sociales y fami-
liares, llegando incluso a asesinar a sus hijos.
En una vuelta de tuerca de las lecturas femi-
nistas de La vorágine que generalmente es-
tán enfocadas en desmentir el vínculo entre
mujer y naturaleza que los personajes-narra-
dores masculinos como Cova y Clemente Sil-
va perciben y describen, los textos de Kuiru
y Kuetgaje muestran cómo en su cultura este
vínculo cuerpo-territorio es necesario para
reproducir la vida y el buen vivir10. Por ejem-

10 Sobre el concepto de “cuerpo-territorio”, ver Verónica


Gago, La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo.

•39•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

plo, en su texto, Kuiru explica que el cuerpo


como territorio se asocia “con los tiempos
y las prácticas de las chagras, el comporta-
miento del río, el clima y los animales”; Kuet-
gaje, por su parte, cita a la psicóloga uitoto
nɨpode Camila Preciado, quien indica que “el
territorio es nuestro cuerpo, es nuestro pri-
mer espacio, porque desde que nacemos lo
primero que nos conecta con la madre tierra
es aire, la que nos da la bienvenida y a través
de ella recibimos las energías que nos envía el
universo” (7).
Así mismo, llegamos a percibir en Kuiru
y Kuetgaje un mundo que La vorágine no cu-
bre. Percibimos, por ejemplo, cómo fue que
se rompieron durante el genocidio cauchero
los vínculos cuerpo-territorio que mante-
nían una organicidad entre lo humano y lo
no humano, en una interdependencia que
posibilitaba la vida; más importante aún, en-
tendemos cómo las mujeres uitoto pudieron
restablecer este vínculo, a través de actos de
transgresión pacífica y resistencia cultural,
actos que fueron, a la vez, una manera de so-
brevivir y una rebelión en contra del sistema
capitalista y patriarcal que La vorágine ex-
pone. Para este libro, era determinante con-
tar con las voces de mujeres de los pueblos

•40•
Prólogo

amazónicos, porque fue en sus cuerpos y en


sus territorios donde se mostró la cara más
terrorífica de la interdependencia entre el
capitalismo y el patriarcado y porque su for-
ma de entender la relación cuerpo-territorio
podría darnos la clave (ya está dándonos la
clave) para pensar mundos más allá de la no-
vela. Como bien indica Verónica Gago, la re-
lación que los pueblos originarios hacen en-
tre lo humano y lo no humano transgrede la
noción capitalista de la propiedad individual
porque “especifica una continuidad política,
productiva y epistémica del cuerpo en tanto
territorio” (97). La invitación es a marchar
hacia allí ahora, teórica y políticamente.

Panorama de los capítulos


El libro está dividido en tres secciones que
registran el pasado y el presente de la críti-
ca escrita por mujeres académicas sobre La
vorágine, así como la labor de antropólogas
de la Amazonia que recogen la experiencia de
los pueblos originarios que padecieron el ge-
nocidio cauchero —y en particular la de sus
mujeres— para integrarla al saber académi-
co con el fin de revisar horizontes políticos
y de escritura que no atraviesen sistemas de
conocimiento occidentales.

•41•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Mujeres frente a la vorágine abre con la


sección “Primeras lecturas”, en la que se en-
cuentran textos de académicas que en su mo-
mento cambiaron el panorama de la crítica
literaria hispanoamericana, siendo su pers-
pectiva sobre La vorágine una prueba de esto.
En una década, los ochenta, en la que el boom
eclipsaba la memoria literaria de la primera
mitad del siglo xx, rompiendo el diálogo en-
tre su espectacular tecnicismo literario y la
relación con anteriores movimientos como
el regionalismo o el realismo social, críticas
como Montserrat Ordóñez y Doris Sommer
dieron nueva vida a la que había sido llamada
la “novela telúrica” o la “novela de la tierra”,
al refrescar la obra de Rivera con lecturas
marxistas, feministas y poscoloniales y al
insistir en los sofisticados mecanismos lite-
rarios que articulan La vorágine. Más espe-
cíficamente, en “La vorágine: la voz rota de
Arturo Cova”, Montserrat Ordóñez estudia
las representaciones de indígenas en la obra
cumbre de Rivera, exponiendo cómo la mira-
da colonialista y europea de Arturo Cova so-
bre “los nativos” delata, en su simplificación
y homogeneización de los pueblos ancestra-
les, una insuficiencia para comprender el
universo que se le abre en la Amazonia. Ade-

•42•
Prólogo

más de ser una de las principales investiga-


doras de La vorágine en la segunda mitad del
siglo xx, Ordóñez fue la compiladora de una
importantísima antología sobre la novela,
La vorágine: Textos críticos (Planeta, 1987),
de la cual rescatamos dos textos, “Imagen y
experiencia en La vorágine”, de Jean Fran-
co, y “El género deconstruido: cómo releer
el canon a partir de La vorágine”, de Doris
Sommer. Ambos textos ampliaron las apre-
ciaciones que se tenían sobre La vorágine, en
su comprensión material y en su imaginación
política.
En “Imagen y experiencia” (1964), una
obra temprana de la distinguida académica
cuya influencia moldearía como la de nadie
más la trayectoria del estudio de la literatu-
ra latinoamericana en los Estados Unidos,
Franco desafía la crítica que intenta entre-
tejer realidad y ficción, biografía de Rivera e
historia de Arturo Cova, y argumenta que La
vorágine se inspira en los poetas románticos,
con su personaje principal siendo modelado
“a partir de la figura del héroe romántico,
que rechaza todo control interno sobre sus
emociones, que es receptivo a repentinos y
efímeros cambios de humor y que se glorifi-
ca en [esta] sensación”. Por su parte, Sommer

•43•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

construye sobre la línea de argumentación


que la ha destacado como una de las críticas
más brillantes de su generación: la relación
entre la novela, el género y la construcción
de las naciones latinoamericanas. Para Som-
mer, el caso de La vorágine es excepcional
con respecto a las obras decimonónicas que
denomina “ficciones fundacionales” como
María (1867) de Jorge Isaacs u O Guaraní
de José de Alencar, en las cuales la historia
romántica de los protagonistas sirve para
alegorizar la unificación de sectores antago-
nistas del país. En La vorágine, en contraste,
las contradicciones y diferencias identitarias
de la nación surgen sin que se busque incor-
porarlas “por la fuerza en un cierto discurso
totalizador y omnisciente acerca de la identi-
dad y el destino nacionales”.
En su profundidad y heterogeneidad, la
segunda parte de Mujeres frente a la vorági-
ne amazónica, “Lecturas contemporáneas”,
muestra el entusiasmo que sigue suscitando
La vorágine en nuestros días a partir de tra-
bajos recientes de académicas que recogen y
amplían la mirada de sus antecesoras y que
abren nuevas avenidas de lectura de esta
obra. Aquí, no solo las lecturas de género o
decoloniales son de interés, sino también

•44•
Prólogo

aquellas que revisan la novela de cara a los


procesos de inserción del capitalismo en los
países latinoamericanos. La sección abre con
“Dialéctica de la fiebre del caucho” (2005),
una obra que es de interés particular por re-
presentar una primera interpretación eco-
crítica de la novela de Rivera, realizada por
Jennifer L. French a través de una metodolo-
gía que combina estrategias y técnicas de la
literatura comparada con el llamado marxis-
mo verde. French toma como punto de parti-
da lo que identifica como uno de los grandes
misterios de La vorágine: no el destino final
de Arturo Cova, “tragado” por la selva, sino
la desaparición en el texto de todo rastro que
pudiera identificar a la Peruvian Amazon
Company como lo que efectivamente era:
una corporación multinacional registrada en
la bolsa de valores de Londres y cuyos abusos
contra trabajadores amerindios provocó en
la capital británica un escándalo parecido al
caso del genocidio en el Congo bajo el poder
del rey belga Leopoldo II. Teniendo en cuen-
ta las complejidades retóricas e ideológicas
de La vorágine, el ensayo plantea dos posi-
bles respuestas para este encubrimiento, una
de tinte liberal y otra de tinte radical, por su

•45•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

visión no solo anticapitalista sino también


antropocéntrica.
En “Un viaje a lo Real de la exportación”,
Ericka Beckman lee la exposición que hace
La vorágine de una hegemonía liberal, que,
con miras a la acumulación capitalista sus-
tentada en la exportación, imaginaba como
“atrasados” aquellos territorios marginales
que eran el centro de la modernidad, en tan-
to allí sucedía la extracción de recursos na-
turales (en el caso de La vorágine, el caucho)
que permitían, al otro lado del mundo, una
producción rentable de mercancías como los
neumáticos. A partir de esta lectura, Beck-
man reformula el entendimiento del giro del
regionalismo hacia el interior del continente,
indicando que este movimiento “no marca en
absoluto un escape de la cultura comercial:
por el contrario, los escenarios a los que el re-
gionalismo presta atención son precisamen-
te aquellos que ocupan el centro de la moder-
nización impulsada por las exportaciones”.
Cuestionando también las definiciones hege-
mónicas de la modernidad, en “La vorágine:
novela, mercancía y acumulación”, Erna von
der Walde expone cómo la novela de Rivera
desorganiza la teleología liberal del progre-
so y el desarrollo, permitiendo a los lecto-

•46•
Prólogo

res entrever cómo los opuestos “moderno” y


“atrasado” o “civilizado” y “bárbaro” habitan
el mismo presente dentro del sistema capita-
lista, con una interdependencia que da cuen-
ta de procesos neocoloniales terroríficos en
su ejecución. Von der Walde hace además el
importante ejercicio de adecuar las reflexio-
nes políticas y socioeconómicas que suscita
La vorágine a nuestro momento, “cuando el
giro neoliberal y el retorno del extractivismo
como modalidad central de las economías en
América Latina sitúan los eventos de los que
trata la novela ya no como una etapa ‘supe-
rada’, sino como un episodio más en la larga
historia de procesos de colonización, acu-
mulación y despojo”. En línea con Beckman
y Von der Walde, en “La selva como cárcel”,
la distinguida antropóloga Margarita Serje
relaciona, a partir de La vorágine, los imagi-
narios que tenemos de la selva como “cárcel”
o como “infierno verde” con los procesos de
incorporación a los circuitos económicos del
moderno capitalismo global de territorios
marcados como “marginales” o “atrasados”.
De acuerdo con Serje, estos imaginarios per-
mitieron que los barones del caucho del Pu-
tumayo pusieran “en marcha un sistema de
producción de raza (el salvaje) y de riqueza (el

•47•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

látex) en el que el desprecio por las vidas in-


dígenas era simplemente parte del negocio”.
Siguiendo los pasos de Sommer, en “Inse-
guridad nacional: La vorágine como ficción
de frontera”, Lesley Wylie lee la novela como
una obra que presenta un “desafío a […] los
discursos centralizadores de Colombia como
nación”. Para Wylie, existe en La vorágine
una tensión permanente entre el intento de
integrar el territorio amazónico a Colom-
bia y la identidad amazónica del Putumayo,
que estaría demarcada en la novela a partir
del uso de coloquialismos, la reproducción
ortográfica del acento local y el uso de pala-
bras en lenguas indígenas. Otro texto que se
acerca a los planteamientos de Sommer es “La
vorágine desde el género”, de la académica
colombiana María Helena Rueda. En este ar-
tículo, Rueda propone leer La vorágine des-
de las “grietas” que presenta la voz narrativa
de Arturo Cova, grietas que lo mostrarían
en conflicto con eso que Rita Segato ha lla-
mado el “mandato de la masculinidad” y que
origina “las violencias de la colonización, la
economía extractivista y la expansión del ca-
pital”. Para revisar estas grietas, Rueda exa-
mina la relación de Arturo Cova con mujeres
que se muestran independientes y autóno-

•48•
Prólogo

mas en La vorágine, como “la niña” Griselda


o “la madona” Zoraida Ayram, así como su
frustración al no poder llevar a cabo trabajos
físicos, necesarios para la supervivencia en
contextos no urbanos.
Finalmente, en la tercera parte del libro,
titulada “Memoria, territorio y literatura
amazónica”, miramos una producción de sa-
beres más allá de la crítica literaria sobre la
obra maestra de José Eustasio Rivera, pero
relacionadas de manera íntegra con ella. Se
trata de la producción de académicas de la
Amazonia colombiana y brasilera en torno al
genocidio cauchero y a la literatura indígena
de la región. Las obras recogidas aquí no se
enfocan ni en La vorágine ni en otras novelas
hispanoamericanas que la circundan, sino en
el rescate de la memoria y la identidad de los
pueblos originarios por medio del testimonio
y de la defensa de un sistema de conocimien-
to propio, que pasa por la creación a través
de la oralidad. En esta sección, tenemos el
honor de publicar por primera vez parte de
la investigación de la abogada Fany Kuiru
Castro, integrante del pueblo Uitoto y la pri-
mera mujer elegida para liderar la Coordina-
dora de las Organizaciones Indígenas de la
Cuenca Amazónica (COICA), la organización

•49•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

más importante de los pueblos originarios


de la zona, sobre las memorias de las mujeres
indígenas que fueron víctimas del genocidio
cauchero. Bajo el título “Mujeres uitoto de La
Chorrera-Amazonas durante y después del
genocidio cauchero: una historia de resisten-
cia”, el artículo de Kuiru reúne testimonios
de mayoras que padecieron esta oscura y te-
nebrosa época de la humanidad, en los que se
exponen las estrategias que utilizaron para
defender sus cuerpos, sus territorios y su
cultura. Entre las formas de resistencia, se
adoptaron prácticas abortivas para evitar te-
ner hijos con los caucheros que las violaban;
la huida con sus hijos e hijas, teniendo como
faro el conocimiento de la selva amazónica,
y la conservación de las semillas típicas, que
permitió que los pueblos desplazados regre-
saran a sus territorios e hicieran chagra. Al
texto de Kuiru lo sigue otro de igual impor-
tancia, “Tras los pasos de mi bisabuela Bora-
coño, sobreviviente de la época del Caucho
en la Amazonia Colombiana (1904-1934)”, de
la antropóloga Wendi Andrea Kuetgaje Mu-
ñoz-Fɨeragɨza. En diálogo con Kuiru, Kuet-
gaje resalta la necesidad en la crítica escrita
por académicas de la Amazonia de rescatar
las memorias orales de mujeres víctimas del

•50•
Prólogo

genocidio cauchero y darlas a conocer, con la


esperanza de que la historia no se repita; de
recordar al pueblo Uitoto sus fortalezas en
medio de la adversidad y visibilizar al sujeto
femenino indígena tanto en los órdenes occi-
dentales como amerindios.
El libro cierra con el artículo de Lúcia Sá,
“Historias interminables: perspectivismo y
forma narrativa en la literatura nativa ama-
zónica”. Este artículo difiere y complementa
la totalidad del libro, en tanto explora narra-
tivas orales amerindias en las que se señala
una ontología distinta a la occidental. Con
su revisión sobre estas narrativas amazóni-
cas, Sá disloca el protagonismo de la novela
hispanoamericana dentro de la narrativa
latinoamericana y abre espacio para ontolo-
gías que La vorágine no atraviesa. Sumado
a la revitalización de la identidad indígena
que demuestran los textos de Kuiru y Kuet-
gaje, finalizamos entonces con un llamado a
revisitar y valorar el universo indígena des-
de adentro y a estudiarlo tanto como hemos
estudiado el canon occidental, en este caso a
través de la novela La vorágine.

•51•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

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ber. Monthly Review Press, 2011, pp. 63-130.

Weinstein, Barbara. The Amazon Rubber Boom 1850-


1920. Stanford University Press, 1983.

•53•
PRIMERAS
LECTURAS
La vorágine:
la voz rota
de Arturo
Cova*1
MONTSERRAT ORDÓÑEZ

Uno de los aspectos que ha pasado más desa-


percibido dentro de esta novela (José Eusta-
sio Rivera, 1924) ha sido el tratamiento que
como narrador Cova les da a los indígenas y
su comportamiento con ellos como persona-
je. Existe un mundo indígena como telón de
fondo de la obra, habitantes del llano y de la

* “La vorágine: La voz rota de Arturo Cova” fue publicado


originalmente en el libro Manual de Literatura Colom-
biana, Tomo i, editado por Germán Arciniegas y publi-
cado por Procultura y Planeta en 1988 (433-518). Agra-
decemos a Enrique Ordóñez, heredero de los derechos
de publicación de la obra de Montserrat Ordóñez, por
habernos permitido publicarlo en este libro.

•56•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

selva que son mencionados en múltiples re-


ferencias de diversa importancia dentro de
la novela. En general son seres anónimos e
idénticos entre sí. Muy pocos se identifican
y se detallan, y cuando eso ocurre es para
describirlos con repugnancia y desprecio. Un
personaje en especial, el Pipa, que funciona
como mediación entre el mundo de Cova y el
mundo indígena, es presentado como ladrón,
mentiroso y traidor, desvalorizando sus fun-
ciones de guía e informante.
Al analizar la forma como Cova narrador
y personaje se aproxima al mundo indígena,
se hace evidente que como representante y
vocero de la cultura dominante su perspec-
tiva es parcial, incompleta y muy ambigua.
No hay duda alguna de que Arturo Cova se
considera superior por raza, educación, len-
gua, sexo y origen urbano a todos los que lo
rodean, y eso se refleja especialmente con
los indígenas. El gran defensor del indio ex-
plotado en las caucherías es en el fondo un
triste remedo del conquistador y colonizador
europeo. Lo significativo de la narración, sin
embargo, consiste en que transparenta las
contradicciones del narrador. El tratamien-
to que Cova les da a los indígenas es otra ma-
nera de delatarse.

•57•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

En la primera parte se menciona a los in-


dios guahibos como una amenaza a la vida
de las haciendas, amenaza comparable con
la de Barrera. Este corrompe y se lleva a los
vaqueros con la promesa del fácil oro negro
de las caucherías: “ninguno pensaba en tra-
bajar cuando estaba en vísperas de ser rico”
(25)1. Por su parte, los indios matan reses y
asaltan fundaciones: “flechaban reses por
centenares, asaltaron la fundación del Hati-
co, llevándose a las mujeres y matando a los
hombres” (26). Fidel Franco está decidido a
defender su hacienda, La Maporita, y a ma-
tarlos a tiros, estilo oeste americano: “Con
diez jinetes de vergüenza, bien encarabina-
dos, no dejaremos indio con vida” (26).
Un poco más adelante, cuando Correa co-
menta que no piensa ir a las caucherías porque
ahí no se puede andar a caballo por espacios
libres, su madre, la vieja Sebastiana, mula-
ta que se identifica como llanera y no como
colombiana2, añade que los montes, es decir,

1 Las páginas de las citas de La vorágine de José Eustasio


Rivera corresponden a la edición de la Biblioteca Ayacu-
cho (1976).
2 Los conceptos de nación, región y frontera se proble-
matizan a lo largo de la obra, acusando implícitamente
al Gobierno central por su descuido respecto a la pro-

•58•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

la selva, son “pa los indios” (37). Su hijo le ex-


plica que a los indios también les gusta el lla-
no y describe una cruel situación de ataque,
venganza, persecución y canibalismo entre
indios y llaneros: “como puaquí no hay auto-
ridá, tie uno que desenrearse solo” (38). Se-
gún el mulato Correa, en un reciente ataque
los indios mataron a todos “los racionales” y
hay que perseguirlos hasta acabarlos3. Cova le
responde a Correa con una frase que muestra
su respeto teórico por la vida de los demás:
“¿Cazarlos como a fieras? ¡Eso es inhumano!”
(38). Sin embargo, esta actitud, que parece in-
dicar una crítica a la violencia y a la muerte,
quedará invalidada cuando sea él quien los
trate como a animales.

tección y a la identidad de patria que les proporciona a


los colombianos. La identidad que da la región no es la
misma que la de patria que tiene Arturo Cova. Cuando
le pregunta a Sebastiana: “¿Eres colombiana de naci-
miento?”, ella responde: “Yo soy únicamente yanera
[…] ¡Yo soy de todas estas yanuras! Pa qué más patria
si son tan beyas y tan dilataas” (37). Ver el análisis de
patria y paternidad de Doris Sommer, en Ordóñez
(com.), 465-466.
3 Esta expresión, que remite a las discusiones teológicas
de la colonia sobre el alma indígena, la repite el Váqui-
ro al final de la novela, cuando explica que Funes “debe
más de seiscientas muertes. Puros racionales, porque a
los indios no se les lleva número” (176).

•59•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

La primera parte del libro termina en


una acelerada sucesión de desastres y even-
tos macabros, en los que de nuevo aparece el
carnaval: el caballo destripado de Cova; la
atroz muerte de Millán, cuya mandíbula in-
ferior se convierte en la “risa sin rostro y sin
alma” (70) que no olvidará durante su viaje;
el encuentro con el Pipa mimetizado entre
los indígenas; el asesinato del viejo Zubieta,
la huida de Alicia y Griselda, el incendio de
La Maporita. Entre esta serie de famosas si-
tuaciones narrativas que se suceden a gran
velocidad (69-75) pasa casi desapercibida la
matanza de los indígenas:

De repente, la aulladora jauría, con la na-


riz en alto, circundó el perímetro de una
laguna disimulada por elevados juncos.
Mientras los jinetes corrían haciendo fue-
go, vi que una tropa se dispersaba entre la
maleza, fugándose en cuatro pies, con tan
acelerada vaquía, que apenas se adivinaba
su derrotero por el temblor de los pajonales.
Sin gritos ni lamentos, las mujeres se deja-
ban asesinar, y el varón que pretendiera vi-
brar el arco, caía bajo las balas, apedazado
por los molosos. Mas con repentina resolu-
ción surgieron indígenas de todas partes y

•60•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

cerraron con los potros para desjarretarlos


a macana y vencer cuerpo a cuerpo a los ji-
netes. Diezmados en las primeras acome-
tidas, desbandáronse a la carrera, en larga
competencia con los caballos, hasta refu-
giarse en intrincados montes. (71)

La masacre tiene las características de


una cacería y los indígenas están tratados,
y descritos hasta en sus movimientos, como
animales. Los descubren los perros, entre
la maleza, y la persecución es desigual: ba-
las contra flechas y garrotes, jinetes contra
personas desnudas y descalzas, que así huyen
o se enfrentan a los llaneros. No hay expre-
siones humanas (“sin gritos ni lamentos”),
corren como cuadrúpedos y se salvan los que
logran esconderse entre el monte.
La anterior escena está descrita sin nin-
gún tono de denuncia por parte del narrador.
Su función estructural es bien clara y nada
tiene que ver con una reflexión sobre el pro-
blema indígena: del grupo surge el Pipa, con
quien Cova y Alicia ya se habían cruzado an-
teriormente y que a partir de este momento
acompañará a Cova y a sus amigos en su via-
je a través de la selva, hasta poco antes de la
aparición de Clemente Silva.

•61•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

En la segunda parte, el mundo indígena


es aun más cercano que en el llano. Durante
el viaje a través de la selva, el Pipa los guía
y los lleva a tribus que les proporcionan ali-
mento y lugares de descanso más seguros que
la selva cerrada. Al comenzar el viaje rumbo
al Vichada, el Pipa los conduce a una tribu
guahiba, en la orilla del Meta, después de la
desembocadura del Guanapalo. Según Cova,
era una tribu “semidomada, que convino en
acogernos, a condición de que admitiéramos
el guayuco, respetáramos a las pollonas y
les ordenáramos a los wínchesters ‘no echar
truenos’” (79). Es decir, en sus tres peticiones
está resumido el conflicto: el blanco impone
su forma de vestir, viola a las mujeres y dis-
para para matar o por placer. Si una tribu que
admite a los extraños e impone esas condi-
ciones es una tribu “semidomada”, habría que
preguntarse qué significa para Arturo Cova
una tribu completamente domada: ¿la que no
impone condiciones a su conducta?
Mientras el narrador-personaje piensa en
paisajes inmensos, despedidas de palmeras,
crepúsculos de “ópalo y rosas” proyectados
en el momento futuro de su agonía, mientras
se compadece por su destino de expatriado y
de condenado a muerte y se reconoce “inde-

•62•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

fenso y solo”, caballero ya sin montura que


devuelve a las pampas su caballo, el Pipa ha
hecho los arreglos necesarios con cinco indí-
genas para bajar por el río en su canoa (79). De
nuevo el narrador los describe como presas
de caza temerosas ante los perros (“Acurru-
cados en la maleza, erguíanse para observar-
nos, listos a fugarse al menor desliz” 79), aun-
que no puede dejar de admirar, una vez más,
el físico masculino mezcla de hombre y de
animal: “Todos eran fornidos y jóvenes, de
achocolatada cutis y hercúleas espaldas,
cuya membratura se estremecía temerosa de
los fusiles” (79).
Como predicción de muerte y como ima-
gen del viaje mítico al infierno, no hay lector
que pase por alto la precisa comparación de
la canoa con un ataúd (“la curiara, como un
ataúd flotante” 79), que más tarde incluso se
incorporará al lenguaje de los otros persona-
jes, cuando Fidel Franco dice: “Esta curiara
parece un féretro”, y Correa responde: “Bien
pue ser pa nosotros mesmos” (97). Serán in-
dígenas, sin embargo, los que perecerán con
la curiara. Las canoas pertenecen y están
manejadas por los indígenas, para quienes
son parte del medio ambiente, cuyas limita-
ciones conocen. Cova y su grupo se apropian

•63•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

del transporte y de los remeros, y transfor-


man el significado y sentido cultural de río y
embarcación en el símbolo de su propio viaje
interior, autocomplaciente y sin sentido. La
canoa se convierte así en ataúd y el río Meta
en camino hacia la vorágine, “el vórtice de la
nada”: “Aquel río, sin ondulaciones, sin espu-
mas, era mudo, tétricamente mudo como el
presagio, y daba la impresión de un camino
oscuro que se moviera hacia el vórtice de la
nada” (80).
Mientras Cova sigue inmerso en sus éxta-
sis románticos (“consustanciado a tal punto
con el ambiente, que era mi propia alma la
que gemía” 80), sus crisis de melancolía (“En
el sonambulismo de la congoja devoraba mis
propias hieles” 82) y sus ataques de misogi-
nia (“¿Qué perdía en Alicia que no lo topara
en otras hembras?” 82), el viaje continúa y
llegan a un bohío, al que luego se acerca un
grupo de indígenas.
La forma como Arturo Cova describe su
permanencia en el bohío y sus relaciones con
los indígenas no deja dudas sobre su mentali-
dad de arrogante conquistador, ciego a todo
lo que no sea su propia cultura. Como en las
mejores crónicas de la conquista, lo que re-
vela sobre sí mismo es mucho más significa-

•64•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

tivo de lo que capta y puede revelar sobre el


otro. A este otro, Cova se le acerca cargado
de prejuicios y se alejará sin haber cambiado
ni aprendido nada. Su ganancia es la del con-
quistador: logra deslumbrarlos y engañarlos,
probándose a sí mismo, de esta manera, la
exactitud de lo que para él son juicios y no
prejuicios. Su visión es parcial, incompleta,
deformada, pero se presenta en la obra como
la voz de la justicia y de la verdad. Es innega-
ble que en partes de la novela censura el trato
inhumano que se les da a los indios, pero no
sobra mostrar el otro lado de este defensor de
los explotados, un lado que revela su propia
capacidad de explotación del ser humano y
de disfrute del mal ajeno, características que
a veces lo asimilan más al mundo de la Casa
Arana que al de los que luchan contra sus
crímenes. Cova está hecho de grietas, tales
como la falta de un proyecto real en contra de
la explotación, su incapacidad para combi-
nar ideales abstractos sobre la dignidad del
ser humano con la experiencia concreta y co-
tidiana, la imagen inflada que tiene de sí mis-
mo frente al resto del mundo, su compromiso
y dependencia con una ideología dominante
que transmite e impone agresivamente, a pe-
sar de que quiere combatirla.

•65•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Describe a los indígenas según los más


rígidos estereotipos del colonizador: “eran
mansos, astutos, pusilánimes, y se parecían
como las frutas de un mismo árbol” (83). Se
ignora el valor de su lengua: “fuimos al en-
cuentro del arisco grupo, y después de una
libre plática en gerundios y monosílabos cas-
tellanos…” (82). La curiosidad de Cova por
las mujeres se combina con su imprudencia,
recurrente en toda la obra, y que él mismo
reconoce:

Con indiscreta curiosidad les pregunté


dónde habían dejado a las mujeres, pues
ninguna venía con ellos. Apresuróse a ex-
plicarme el Pipa que era imprudencia ha-
cer tan desusadas indagaciones, so riesgo
de que se alarmaran los celosos indios, a
cuyas petrivas les fue negado, por tradi-
cional experiencia, mostrar incautamente
su desnudez a forasteros blancos, siempre
lujuriosos y abusivos. Agregó que no tar-
darían en acercarse las indias viejas, para
ir aquilatando nuestra conducta, hasta
convencerse de que éramos varones mori-
gerados y recomendables. (83)

•66•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

Tres discursos se funden en este resumen


de la conducta de los indios, que esconden a
sus mujeres de los blancos: el discurso indíge-
na, más rico en comportamiento, gestos, alu-
siones e implicaciones; el discurso del Pipa,
intérprete y mediador entre las “desusadas
indagaciones” del visitante y la alarma y la
tradicional experiencia (¿unos cuantos siglos
de violaciones?) de los indígenas; por último,
el despectivo discurso de Cova, que es el que
filtra los otros dos y logra reducirles la fuer-
za y dignidad que a duras penas se transpa-
rentan. El clímax del rechazo al indígena se
combina con su odio hacia la mujer y su asco
por la vejez, y Arturo Cova nos ofrece una
descripción que, como pocas en el texto, hoy
producen más disgusto por el narrador que
así percibe que por lo percibido:

Dos días después apareciéronse las matro-


nas, en traje de paraíso, seniles, repugnan-
tes, batiendo al caminar los flácidos senos,
que les pendían como estropajos. Traían
sobre la greña sendas taparas de chicha
mordicante, cuyos rezumos pegajosos les
goteaban por las arrugas de las mejillas,
con apariencia de sudor ácido. Ofrecié-
ronnos la bebida a pico de calabaza, impo-

•67•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

niendo su hierático gesto, y luego rezonga-


ron malhumoradas al ver que solo el Pipa
pudo saborear el cáustico brebaje.
Más tarde, cuando principió a resonar
la lluvia, acurrucáronse junto al fogón,
como gorilas momificadas, mientras los
hombres enmudecían en los chinchorros
con el letargo de la desidia. (83)

Cova no ve seres humanos sino un híbri-


do entre bruja y animal: gorilas seniles y re-
pugnantes, repugnantes por estar desnudas,
por ser viejas, por la bebida que preparan y
ofrecen, por su forma de sentarse. “Seniles”,
“repugnantes”, “flácidos senos como estropa-
jos”, “greña”, “rezumos pegajosos”, “arrugas”,
“sudor ácido”, “hierático gesto”, “rezongaron
malhumoradas”, “cáustico brebaje”, “gorilas
momificadas” son expresiones excesivamente
cargadas de rechazo. Más que una intención
naturalista delatan el odio que el hombre sien-
te por la mujer y que aparece desaforado e ino-
cultable ante la que, además, protege la sexua-
lidad de las jóvenes y es vieja e indígena, una
Eva irreconocible en un paraíso degradado4.

4 Como contraste, ver la interpretación arquetípica (re-


greso a los tiempos primitivos) que sobre esta escena

•68•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

Por supuesto, el Pipa es el único que acepta el


saludo de bienvenida y salva la situación. Poco
después les pide que “sigan siendo afables con
la tribu” (84), sugiriendo con esa petición que
si él no vigila es posible que se desate la pre-
potencia, la imprudencia y la falta de respeto
de los visitantes que están siendo allí hospe-
dados y que deben disimular su antagonismo.
El Pipa sigue siendo el informante y le
relata a Cova la trastocación de los dolores
de parto de las parejas, explicación que Cova
resume esquemática y despectivamente. Las
violaciones del blanco están también implíci-
tas en el miedo de las mujeres que por gestos
dan a entender que están casadas y en la hui-
da de las adolescentes:

Las indias que habían huido eran las pollo-


nas, y cada uno de nosotros podía coger la
que le placiera, cuando el jefe, un cacique
matusalénico, recompensara de esa suerte
nuestra adhesión. Mas sería candidez pen-
sar que con requiebros y sonrisitas acepta-
rían nuestro agasajo. Era preciso atisbarlas

hace Seymour Menton, “La vorágine: El triángulo y el


círculo”, en Ordóñez (com.), La vorágine: Textos críticos,
219.

•69•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

como a gacelas y correr en los bosques


hasta rendirlas, pues la superioridad del
macho debe imponérseles por la fuerza en
cambio de sumisión y ternura. (86)

Parece que Cova no cuestiona “la supe-


rioridad del macho” sino el poco atrayente
sistema de conquista que hace que no sea
muy probable que él pueda “rendir” a esas
“gacelas”. Habría que recordar aquí el cono-
cido soneto vII de la primera parte de Tierra
de promisión (1921) de José Eustasio Rivera,
“Por saciar los ardores de mi sangre liviana”,
en el que el poeta recibe como una dádiva a
la india virgen Riguey y describe con com-
placencia una conducta que tiene más de vio-
lador que de seductor. Irónicamente, en ese
soneto, traslada su propia crueldad a la vícti-
ma que se resiste: “La indiecita solloza presa
de mi deseo, / y los hombros me muerde con
salvaje crueldad”. En una relación que se ori-
gina en el uso de un cuerpo de mujer para el
placer sexual, sin deseo mutuo espontáneo,
sin afecto, sin palabras y sin una interrela-
ción de iguales, humana, la gran satisfacción
del macho proviene del olor a virginidad que,
gracias a él, se derrama por la selva (“y la
montaña púber huele a virginidad”), presa-

•70•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

giando más virginidades que lo esperan, de


mujeres o de selvas.
Sin las transformaciones poéticas y sim-
bólicas del lenguaje del poeta, el discurso
de La vorágine delata el desprecio de Cova
por los indígenas, hombres y mujeres, que se
resume en la frase “porque aquellas tribus
rudimentarias y nómades no tienen dioses,
ni héroes, ni patria, ni pretérito, ni futuro”
(86). El desprecio y la hostilidad son mutuos,
pero como Cova no tolera la resistencia del
que él considera débil e inferior, su objetivo
es la conquista de algún ascendiente dentro
de la tribu. Por fin lo logra, en otro de los
episodios que lo muestran como un arrogan-
te conquistador de leyenda. Por supuesto, la
base de su éxito está en el engaño, que no es
censurado cuando él lo ejerce. El episodio
está relatado en la segunda parte (86-87),
como prueba definitiva de la ignorancia y su-
perstición de los indígenas y de la superiori-
dad de su ingenio. La situación narrativa se
plantea de la manera siguiente: Arturo Cova
había traído del garcero5, escondidos, dos

5 La visita al garcero, a donde los lleva el Pipa, se ha leído


tradicionalmente como una de las más hermosas des-
cripciones de la naturaleza que aparecen en La vorágine.
Dos inspirados párrafos del poeta Cova comparan a las

•71•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

patos grises. Cuando uno muere, el cacique


entra en aparatosa agonía porque, según le
explica el Pipa, su alma reside en ese animal:
“me advirtió nuestro informante que las al-
mas de aquellos bárbaros residen en distintos
animales”, dice Cova usando directamente la
palabra bárbaros (86). Cova-protagonista se
apresura a sacar el pato vivo, el cacique se re-

garzas con todo tipo de referencias occidentales y cultas,


relacionadas con la nieve, las piedras preciosas, el mun-
do religioso y el mundo militar: “copos”, “turquesa”,
“nívea”, “seda”, “corona eucarística”, “hostias divinas”,
“coros angelicales”, “cirios inmaculados”, junto al “gar-
zón soldado”, “de rojo quepis, heroica altura y marcial
talante”, de pico “como una espada” (84). Lo que poco se
menciona es el hecho de que esta no es una contempla-
ción desinteresada ni romántica: el grupo conduce a los
indios a una peligrosa expedición para recoger plumas
que servirán de mercancía de intercambio y “que a veces
cuesta la vida de muchos hombres, antes de ser lleva-
do a las lejanas ciudades a exaltar la belleza de mujeres
desconocidas” (85). Cova parece admirar a las garzas, a
los indios que recogen las plumas exponiendo la vida y
a las mujeres que las lucen, sin percibir el claro paralelo
que existe entre las plumas y el caucho como materias
primas de exportación. Aunque a escala mínima y sin
resultados espectaculares, Cova y su grupo tratan de
obtener beneficios del trabajo de los indios que recogen
plumas, sin que les importe el riesgo de vidas ajenas.
Como en la escena de la muerte de los maipureños, la
vida de los indígenas debe estar al servicio de las necesi-
dades de los blancos.

•72•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

cupera (“quedóse en éxtasis por el milagro”


87) y Cova logra el anhelado reconocimiento
de su falsa superioridad, superioridad de la
que él está convencido:

El pueril incidente bastó para acreditar-


me como ser sobrenatural, dueño de almas
y destinos. Ningún aborigen se atrevía a
mirarme, pero yo estaba presente en sus
pensamientos, ejerciendo influencias des-
conocidas sobre sus esperanzas y sus pe-
sadumbres. A mis pies cayeron dos mucha-
chones y se brindaron a completar nuestra
expedición, sin que sus mujeres se resintie-
ran. Nunca he podido recordar sus nombres
vernáculos, y apenas sé que traducidos a
buen romance querían decir, casi literal-
mente, “Pajarito del Monte” y “Cerrito de la
Sabana”. Abracélos en señal de que acepta-
ba su ofrecimiento. (87)

Ser “dueño de almas y destinos” y ejercer


“influencias desconocidas sobre sus esperan-
zas y sus pesadumbres” no distingue mucho a
Arturo Cova de los opresores de las cauche-
rías. Como ellos, su deseo de poder incluye la
apropiación de seres humanos. Además del
ofrecimiento y entrega de estos dos indios

•73•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

como servidores incondicionales y casi anó-


nimos, la tribu se dedica a prepararles comi-
da y regalos, entre estos un chinchorro de su
tamaño, “digno de mi estatura y mi persona,
mientras el cacique, gesticulando, me hacía
entender que celebraría con baile pomposo el
vasallaje debido a mi fortaleza y autoridad”
(87). Cova omite cualquier tipo de análisis
sobre su engaño de prestidigitador y acepta
la pleitesía del grupo indígena como pago de
una deuda ancestral y como reconocimiento
de valores que él cree poseer. Solo percibe los
engaños cuando otros los llevan a cabo y eso
lo perjudica a él, como cuando los comercian-
tes de Orocué estafan a los indios:

Los indios encargados de procurarnos la


mercancía fueron estafados por los tende-
ros de Orocué. En cambio de los artículos
que llevaron: seje, chinchorros, pendare y
plumas, recibieron baratijas que valían mil
veces menos. Aunque el Pipa les enseñó
cuidadosamente los precios razonables,
sucumbieron a su ignorancia y la avilantez
de los explotadores volvió a enriquecerse
con el engaño. Unos paquetes de sal poro-
sa, unos pañuelos azules y rojos y algunos
cuchillos, fueron írrito pago de la remesa,

•74•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

y los emisarios tornaban felices de que,


como otras veces, no los hubieran obliga-
do a barrer las tiendas, cargar agua, des-
yerbar la calle, empacar cueros. (87)

Esta cita denuncia el trato que los indíge-


nas reciben en los pueblos, que incluye el robo
de mercancía y el uso coercitivo de mano de
obra gratuita. Sin embargo, Cova presenta
esta situación como una conducta predecible
por parte de los explotadores, resultado de la
intrínseca e insuperable ignorancia de los in-
dígenas: “sucumbieron a su ignorancia”.
Durante todo el tiempo que pasa con la
tribu su actitud es de testigo distante. Habrá
más diálogo con la selva y con los árboles que
con los indígenas. En la fiesta de despedida
que se realiza en su honor tiene cuidado de no
involucrarse ni en las danzas, ni en la bebida,
ni en el sexo. Para él la fiesta es una “baca-
nal”, el viejo cacique está “embrutecido”, el
baile parece “un desfile de prisioneros”.

Luego empezaron a girar sobre las arenas


en moroso círculo, al compás de los fotu-
tos y las cañas, sacudiendo el pie izquierdo
a cada tres pasos, como lo manda el rigor
del baile nativo. Parecía más bien la danza

•75•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

un tardo desfile de prisioneros, alrededor


de inmensa argolla, obligados a repisar
una sola huella, con la vista al suelo, go-
bernados por el quejido de la chirimía y el
grave paloteo de los tamboriles. Ya no se
oía más que el son de la música y el cálido
resollar de los danzantes, tristes como la
luna, mudos como el río que los consentía
sobre sus playas. (88)

Cova se considera por encima de esa des-


preciable situación, distante como corres-
ponde a un ser sobrenatural: “Tendido de
codos sobre el arenal […] miraba yo la singu-
lar fiesta, complacido de que mis compañe-
ros giraran ebrios en la danza” (88). Muestra
su condescendencia ante la conducta de sus
amigos, que participan en la fiesta, y sonríe
tolerante ante su conducta sexual: “Ningu-
no de mis camaradas había vuelto, y sonreí
al notar que faltaban algunas pollonas” (89).
A pesar de su distancia y tono omnisciente,
su atención se dirige al paradero de las in-
dígenas adolescentes, tanto como al de sus
amigos. Aquí sin embargo Rivera es con-
secuente con esa actitud de displicencia de
su personaje, y Cova no acepta a las indias
que lo buscan: “Cerrando los ojos, rechacé

•76•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

la provocación amorosa, con profundo de-


seo de libertarme de la lascivia y pedirle a la
castidad su refugio tranquilo y vigorizante”
(89). Esta decisión de Cova se ha interpreta-
do como el rechazo de la tentación: “vigoriza
su espíritu refugiándose en la castidad”6. Sin
embargo, más que indicar un camino hacia la
purificación, la continencia y la paternidad
responsable, esta escena delata una vez más
el profundo rechazo y desprecio que siente
por este grupo indígena en particular, con
quienes tuvo que convivir, y por la mujer en
general, especialmente si se le aproxima por
voluntad propia.
Antes de que el narrador entre en las de-
nuncias sobre la explotación a los indios en
las caucherías, dos ejemplos más, en esta
segunda parte, proporcionan información
sobre lo que representa el mundo indígena
para el conquistador blanco. El primero es la
leyenda de la indiecita Mapiripana, relatada
por Helí Mesa, el catire amigo de Fidel Fran-
co que Correa había mencionado por prime-
ra vez cuando le cuenta a Cova episodios se-
cretos de la vida de Franco que supo a través

6 Ver Herrera, “José Eustasio Rivera, poeta de promisión”,


182.

•77•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de Helí Mesa (64). Como personaje aparece


en la segunda parte con los dos indios mai-
pureños, y continuará con el grupo hasta
perderse en la selva (93). Los dos relatos im-
portantes que aporta aquí son las noticias de
Barrera (sus crueldades, la situación de las
mujeres y la ruta que siguen) y la versión de
la leyenda de la indiecita Mapiripana. Este
relato, inserto en primera persona dentro del
discurso de Cova, es una leyenda popular que
pertenece al imaginario indio y mestizo de la
región7.
El nombre de la indiecita es el de una gran
laguna, unida al Guaviare y al río Mapiri-
pán, y se cree que ella es “la sacerdotisa de
los silencios, la celadora de manantiales y la-
gunas” (97). Esa presentación sobrenatural y
sagrada adjudica a la mujer la posesión de los
poderes de la creación, en este caso del agua.
Esta interpretación se contrasta y se degrada
con la aparición de un misionero, que la per-
sigue, la desea y quiere “quemarla viva, como

7 Ver Milagros Palma, La mujer es un cuento. En esta obra


la autora estudia la simbólica mítico-religiosa de la mujer
en la tradición popular colombiana y sus interpretaciones
aclaran en gran medida la forma como las leyendas arti-
culan en diversas culturas patriarcales las simbologías de
la mujer.

•78•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

a las brujas” (98). La transformación de la


indiecita y de su mundo natural se produce
al contacto con esa sexualidad prohibida,
y el castigo recae en ella misma:

Para castigarle el pecado de la lujuria,


chupábale los labios hasta rendirlo, y el
infeliz, perdiendo su sangre, cerraba los
ojos para no verle el rostro, peludo como
el de un mono orangután. Ella, a los pocos
meses, quedó encinta y tuvo dos mellizos
aborrecibles: un vampiro y una lechuza.
Desesperado el misionero porque engen-
draba tales seres, se fugó de la cueva, pero
sus propios hijos lo persiguieron, y de no-
che, cuando se escondía, lo sangraba el
vampiro, y la lucífuga lo reflejaba, encen-
diendo sus ojos parpadeantes, como lam-
parillas de vidrio verde. (98)

Antes de encontrarla, el misionero, “en-


viado del cielo a derrotar la superstición”
(98), se emborrachaba y se acostaba con “in-
dias impúberes” (como los caucheros de las
barracas del Guaracú). La mujer dueña del
origen de las aguas, la india mítica, es el cas-
tigo y la perdición final del hombre santo y es
causa de su paternidad degradada. Cuando

•79•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

el misionero quiere huir, la indiecita lo cerca


con sus barreras de agua, y a ella se deben los
rápidos, raudales, saltos y por supuesto vo-
rágines de los ríos vecinos. Deja una extraña
huella invertida y en una de sus metamor-
fosis puede ser una mezcla de sanguijuela
(mujer-sexo) con orangután (mujer-bruja,
como las indias-gorila citadas anteriormen-
te). Esta interpretación mítica explica tan-
to la creación de las aguas fértiles como
la de las aguas destructoras. Así, la agresión
de la naturaleza se percibe como producida
por una mujer, que además de convertirse en
monstruo genera monstruos. Sintetiza má-
gicamente la fertilidad positiva y negativa y
la destrucción del hombre por el sexo y por
el agua/vorágine. Puede ser tolerante, bella
y esquiva, y lleva consigo una parásita (98),
símbolo de un poder sexual que emplea como
atracción y castigo.
Esta leyenda se convierte así en uno de
los núcleos más importantes de la novela: en
ella confluyen el imaginario popular, el re-
lato inserto y distanciado de Helí Mesa, las
versiones sobre la mujer y sus poderes, sobre
los conflictos de culturas, sobre la religión, la
magia, la creación, la fertilidad, la selva y
las aguas devoradoras. La leyenda de la in-

•80•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

diecita Mapiripana articula así la selva con


el mundo indígena y con el mundo femenino,
articulación que se reproduce en la contra-
dictoria percepción que Cova tiene de su ex-
periencia y en la estructuración que Rivera le
da a su texto.
También en la segunda parte aparece
uno de los episodios más crueles y menos
analizados en su contexto, la muerte de los
dos indígenas maipureños que acompañan
a Helí Mesa (100-102) y que en la página 93
se habían unido al grupo de Cova, Franco,
Correa, el Pipa y los dos guahibos. Cova
los describe con su característico desprecio
cultural y con su rítmica y envolvente prosa,
comparándolos de nuevo con mudos anima-
les, en este caso tortugas y patos:

Los maipureños que vinieron del Vicha-


da con Helí parecían mudos. Adivinar su
edad, era empresa tan aleatoria como cal-
cularles los años a los careyes. Ni el ham-
bre, ni la fatiga, ni las contrariedades al-
teraron el pasivo ceño de su indolencia. A
semejanza de los ánades pescadores, que
exhiben en la playa su pareja gris, acordes
en el vuelo y en el descanso, siempre jun-
tos, señeros y tristes, convivían aquellos

•81•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

indígenas, entendiéndose a medias voces y


apartándose de nosotros en las quedadas,
para acomodarse en mellizo grupo […].
(100-101)

Todo el fragmento es una fascinante de-


mostración de cómo un narrador puede pro-
porcionar doble información, la literal y su
propia contradicción, es decir, una informa-
ción de superficie y otra información que la
invalida. La perspectiva del narrador coinci-
de con la del grupo de hombres blancos que
actúan como jefes de la expedición (Cova,
Mesa y Franco) y se ven amenazados por la
traición de los indios y del Pipa, que quieren
escapar con la canoa:

—¡Mátalos! ¡Mátalos! —decía Mesa.


Franco me llamó a gritos. Acudí presuro-
so, revólver en mano.
—Estos bandidos iban a largarse con
la canoa. ¡Querer botarnos en estas selvas,
a morir de hambre! ¡Dicen que el Pipa los
aconsejó! (101)

Lo irónico de la situación consiste en que


la canoa era la “única hacienda” de los indíge-
nas, que “ansiaban tornar a su río” y rogaban

•82•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

les permitieran regresar (101). Se resistían a


entrar al Inírida por temores reales:

—Déjanos regresar al Orinoco. No re-


montes estas aguas, que son malditas.
Arriba, caucherías y guarniciones. Trabajo
duro, gente maluca, matan los indios. (101)

El Pipa comparte sus miedos y, acusado


de cómplice, es amenazado de muerte por
Cova y azotado por orden suya. Cova como
narrador sigue proporcionándonos doble in-
formación y, aunque su perspectiva literal y
superficial nos dice que él tenía la razón, deja
filtrar la información contraria: el horror de
los indios, la propia violencia de Cova, la for-
ma como los mantiene amenazados y presos:
“ante el pasmo angustioso de maipureños y
guahibos, a quienes advertí, enfáticamente,
que en lo sucesivo dispararía sobre cualquie-
ra que se levantara del chinchorro sin dar el
aviso reglamentario” (102). Es decir, Cova
impone el terror.
Remontando las orillas de cascadas y
“vórtices”, la curiara cae en un “torbelli-
no ensordecedor” (102). Y en ese momento
se desarrolla la escena de la muerte de los
dos indígenas maipureños que inútilmente

•83•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tratan de recuperar la embarcación. Esta


muerte no es accidental ni causada porque
ellos hubieran querido recuperar su canoa,
sino provocada por quienes los obligaron a
seguir una ruta que ellos temían y les orde-
naron, amenazándolos con revólver, que ba-
jaran a recuperar la embarcación:

Helí Mesa […] montó el revólver al ordenar-


les a los maipureños que descendieran por
una laja y ganaran de un salto la embarca-
ción […] Los briosos nativos obedecieron
[…] mas de repente […] la canoa retrocedió
sobre el tumbo rugiente, y antes que pudié-
ramos lanzar un grito, el embudo trágico
los sorbió a todos. (102)

Los indígenas desaparecen en la vorá-


gine ante la mirada fascinada y la poesía
incontrolada de Cova, que necesita el dolor
ajeno para sentirse artista: “Los sombreros
de los dos náufragos quedaron girando en el
remolino, bajo el iris que abría sus pétalos
como la mariposa de la indiecita Mapiri-
pana” (102). El iris, el lirio azul del moder-
nismo y de Van Gogh, versión europea de la
sexual parásita tropical, es signo de muerte
que se une a la mariposa azul de la indiecita,

•84•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

al premonitorio lazo azul, eco de flor y ma-


riposa, que Alicia llevaba en su cabello (“el
peinado negligente, en cuyos rizos parecía
aletear la cinta de seda azul, anudada en
forma de mariposa” 33) y al collar de cuen-
tas azules de la madona (158).
La reacción de Cova ante la muerte de
los indígenas se ha citado repetidamente,
como prueba de su demencia e inestabili-
dad. La contemplación de la muerte como
hecho estético oculta la violencia y la arro-
gancia con que ha empujado a los indígenas
a esta vorágine:

La visión frenética del naufragio me sacudió


con una ráfaga de belleza. El espectáculo
fue magnífico. La muerte había escogido
una forma nueva contra sus víctimas, y era
de agradecerle que nos devorara sin verter
sangre, sin dar a los cadáveres livores repul-
sivos. ¡Bello morir el de aquellos hombres,
cuya existencia apagóse de pronto, como
una brasa entre las espumas, al través de las
cuales subió el espíritu haciéndolas hervir de
júbilo! (102-103)

Es significativo que Rivera de nuevo se


desdoble y, al tiempo que muestra la reacción

•85•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

deshumanizada de Cova, lo enfrente y lo cri-


tique por medio de otro personaje, lo que fa-
cilita una lectura crítica, claramente explí-
cita en el texto. Este personaje que rechaza
su reacción ante la muerte es Franco, quien
lo define, en esta ocasión, llamándolo “inhu-
mano”, “detestable”, “desequilibrado tan im-
pulsivo como teatral”. Al incluir esos califi-
cativos en el texto, Rivera, brillantemente,
subvierte la opinión de los lectores que cree-
mos descubrir, solos, a un Cova demente e
histriónico. Como sucede con frecuencia en
la novela, las discusiones no se prolongan y la
pelea de los dos hombres se resuelve, una
vez más, retomando los temas en los que
siempre están de acuerdo: denigrando a las
mujeres. Terminan la escena estrechándose
ritualmente las manos, manos que, a dife-
rencia de las de las mujeres, son justicieras
y sin mancha.
Después de la muerte de los maipureños
y la discusión de Cova y Franco, el Pipa y los
guahibos se fugan, esa noche, ocasionando de
nuevo los reproches de traición de los que se
sienten abandonados. La información que
filtra Cova nos dice claramente que el Pipa y
los indígenas huyen de ellos para evitar una
muerte igual o peor que la de los maipureños

•86•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

y para escapar de la violencia de Cova y de


sus compañeros, muy similar a la de los temi-
dos explotadores de las caucherías.
La muerte de los maipureños y la huida
del Pipa y los guahibos significan que el gru-
po queda indefenso ante la selva. La selva que
devora, la selva enemiga, es la selva del blan-
co, a la que transfiere sus propios deseos de
destrucción y explotación. El indígena vive
integrado a ella y su adaptación se basa en el
conocimiento de sus mutuos límites. Por eso,
por haberse negado a oír las advertencias de
la gente de la selva, Cova está perdido cuan-
do se escapan los indígenas:

Claramente, desde aquel día tuve el pre-


sentimiento de lo fatal. Todas las desgra-
cias que han sucedido se me anunciaron en
ese momento. Sin embargo, avancé indo-
mable por la playa arriba, mirando a veces,
con íntimo afán, la contraria costa, segu-
ro de que mis plantas no volverían a hollar
nunca el suelo que invadían. Cuando mis
ojos encontraban los de Fidel, sonreíamos
silenciosos. (106)

El grupo está remontando el Inírida, rum-


bo al istmo del Papunagua, pero de ahí en

•87•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

adelante ninguno conoce la ruta hacia el Isa-


na. Lo único que los salva, o por lo menos
permite que su viaje continúe, es la aparición
de una figura paterna, Clemente Silva, que
los acompañará en su recorrido (107).
Más que en un conocimiento del Pipa
como personaje, estos datos revierten en la
voz rota de Arturo Cova y en su limitada y
distorsionada perspectiva cultural: el Pipa
está muy cerca del mundo indígena y selváti-
co, que en la obra se identifica con lo desco-
nocido y con la traición. Es el segundo de los
tres guías de Arturo Cova, entre don Rafo y
Clemente Silva, dos figuras paternas. Se si-
túa como mediación entre los viajeros “civi-
lizados”, los indios “bárbaros” y su medioam-
biente “salvaje”. Así, está presentado con los
peores rasgos del estereotipo del indio salva-
je: ladrón, mentiroso, adulador y traicionero.
En la segunda parte le cuenta a Cova su vida
y difícil supervivencia (80-81), relato que
Cova transmite como discurso narrado o in-
directo libre, con desconfianza y sin mucha
admiración. Unos indios lo salvan cuando los
blancos iban a matarlo, aún adolescente, por
un crimen cometido en un hato de los Llanos.
Vivió veinte años en las selvas con diversas
tribus, compartiendo su vida de caucheros y

•88•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

siendo en otras oportunidades su jefe guerri-


llero o su despiadado capataz.
Aparece por primera vez al comienzo de la
novela, con características de pícaro de no-
vela clásica (10-11): se llama Pepe Morillo
Nieto, es locuaz y adulador y es el primer
personaje de la obra que conoce el llano y las
caucherías del Amazonas. Varias veces Cova
nos recuerda que, después de esta breve apa-
rición, desaparece robándole el caballo en-
sillado. Lo que no se recuerda es una típica
actitud de Cova-personaje: se deja seducir
fácilmente por la locuacidad del hombre e in-
mediatamente hace alianza con él, el primer
extraño, a espaldas de su compañera: “Cui-
dado con hablarnos de Casanare en presen-
cia de la señora —le dije en voz baja—. Siga
usted conmigo y en la primera oportunidad
me da a solas los informes que puedan ser
útiles al Intendente” (11).
El Pipa reaparece al final de la obra, en la
última parte, prisionero entre un grupo de
indios del Cayeno (197). En estas condicio-
nes le hacen identificar a Cova y sufre uno de
los más horribles castigos descritos en la no-
vela, la mutilación de sus manos. Ya al final
de la primera parte había sido amenazado de
castración, como el supremo castigo por sus

•89•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

fechorías (72). Como imagen desplazada, sus


muñones sangrantes son la tortura final para
este personaje que trató de vivir entre dos
culturas, traicionando a ambas. Por supues-
to, el castigo que sufre no está directamente
causado por Cova. Pero como en el caso de
Millán y sus destrozadas mandíbulas de risa
sola (“esa risa sin rostro y sin alma” 70), pare-
ce que el Pipa perteneciera al grupo de seres
castigados por un destino que con frecuencia
está de parte del narrador y acaba con sus
enemigos con muy poca intervención suya.
Las cualidades de orientación y supervi-
vencia del Pipa en la selva no son alabadas
o apreciadas como en el caso de Clemente
Silva, que las adquirió y asimiló hasta en su
nombre, sino que se perciben como una ca-
racterística animal e innata. Sus estrechas
relaciones con los indígenas serán siempre
motivo de sospecha y nunca se valora su co-
nocimiento de ese mundo. Cova llama “jeri-
gonza” a las lenguas indígenas y desprecia
el papel de intérprete que juega el Pipa: “nos
transmitía la traducción de la jerigonza”
(80). Le gusta ir desnudo o con guayuco, lo
que a Cova le inquieta profundamente, como
todo lo que tiene que ver con el cuerpo:

•90•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

Cogiéndolo por los brazos lo arrastré ha-


cia la sombra, disgustado por su prurito
de desnudarse. Aquel hombre, vanidoso de
sus tatuajes y cicatrices, prefería el guayu-
co a la vestimenta, a pesar de mis repren-
siones y amenazas. (89)

Cuando el Pipa se droga con yagé (89-90),


Cova hace una de sus descripciones más am-
biguas y contradictorias, tratando de disi-
mular su creencia en las virtudes de la planta
y en las habilidades de médium del Pipa, pero
insistiendo en preguntarle: “¿Qué ves? ¿Qué
ves?” (89). La visión de la selva del Pipa, en la
que supuestamente Cova no cree, es sin em-
bargo la que domina la obra, una selva per-
sonificada y mitificada, de gigantes, voces,
lamentos y poderes destructores:

Dijo que los árboles de la selva eran gi-


gantes paralizados y que de noche plati-
caban y se hacían señas. Tenían deseos de
escaparse con las nubes, pero la tierra los
agarraba por los tobillos y les infundía la
perpetua inmovilidad. Quejábanse de la
mano que los hería, del hacha que los derri-
baba, siempre condenados a retoñar, a flo-
recer, a gemir, a perpetuar, sin fecundarse,

•91•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

su especie formidable, incomprendida. El


Pipa les entendió sus airadas voces, según
las cuales debían ocupar barbechos, llanu-
ras y ciudades, hasta borrar de la tierra el
rastro del hombre […]. (90)

A fines del siglo XX , cuando se sigue aca-


bando con el medioambiente y con la sel-
va tropical, este llamado revolucionario del
oprimido (árbol) contra el opresor (hombre)
sigue vigente, y su simbología puede además
ampliarse a otras formas de explotación rea-
lizadas por el hombre contra sus semejantes.
Lo interesante es el uso que hace Cova de la
visión del Pipa para justificar la prosopope-
ya, o animación de lo inanimado, mediante
la cual explica la relación hombre-selva en
el resto de la obra. Cova cree en la visión del
Pipa, cuando termina el fragmento diciendo:
“¡Selva profética, selva enemiga! ¿Cuándo
habrá de cumplirse tu predicción?” (90). Y
Rivera también parece creer en los poderes
mágicos de la bebida indígena, a pesar de
sentirse tan distante y civilizado como Cova,
cuando parte de esa predicción la cumple
dentro del texto: la selva no cubre la tierra,
pero sí logra borrar el rastro de su persona-

•92•
La vorágine: la voz rota de Arturo Cova

je, un rastro que ni Clemente Silva, el Brú-


julo, el mejor rumbero de la región, logrará
encontrar.

•93•
Imagen y
experiencia
en La
vorágine*8
JEAN FRANCO

La novela de José Eustasio Rivera, La vorá-


gine, es usualmente considerada el prototipo
de la “novela de la selva”. En efecto, la frase
con la que cierra, “¡Los devoró la selva!”, pa-
rece simbolizar de sobremanera la temática
de una novela “telúrica” en la que las fuerzas
naturales terminan por prevalecer sobre el
protagonista humano. Por consiguiente, una

* Este texto fue publicado originalmente en inglés en la


revista Bulletin of Hispanic Studies, en 1964, y fue tra-
ducido al español por Felipe Botero Quintana para este
libro. Agradecemos a la editora, Claire Taylor, por ha-
bernos cedido los derechos del artículo.

•94•
Imagen y experiencia en La vorágine

buena parte de la atención crítica tiende a


concentrarse en la veracidad de la imagen
que Rivera presenta de la selva y en estable-
cer lo fidedigna que podría considerarse la
novela como relato de sucesos de la vida del
propio Rivera y de los acontecimientos his-
tóricos sobre los que versa1, mientras que el
trasfondo literario suele ser ignorado2. Sin
embargo, si bien la infinita llanura, el río que
se muestra como “camino oscuro”, las estre-
chas paredes vegetales de la jungla y el vórti-
ce de la nada de la novela se fundamentan en
las experiencias de Rivera, los estudiantes de
la poesía no tendrán problema en reconocer
en todo ello los trazos de un mito familiar.
Rivera derivó muchas de sus actitudes en
la vida y en el arte de los poetas románticos.
Su biógrafo cuenta que en su infancia Rivera
disfrutaba leer y recitar poemas de Zorrilla,
Espronceda y otros poetas románticos ibe-
roamericanos (Neale-Silva, Horizonte hu-
mano 31). Uno de sus primeros proyectos fue
escribir una oda patriótica en imitación de
1 Neale-Silva, The Factual Bases, pp. 316-331. Kelin, pp.
314-325, brinda una interpretación marxista. También
véase Valente.
2 No he podido consultar el artículo de Otto Olivera “El
romanticismo de José Eustasio Rivera”, pp. 41-61.

•95•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

La victoria de Junín de Olmedo (120). Sus


mentores literarios fueron Antonio Gómez
Restrepo, que durante muchos años trabajó
en una traducción de los Cantos de Leopardi3,
y Miguel Antonio Caro, un poeta y traductor
de la poesía romántica europea y los versos
clásicos4. Los sonetos de la propia colección
de Rivera, Tierra de promisión, están llenos de
“resonancias románticas”, como lo dice su bió-
grafo (Horizonte humano 120). Así que no es
en absoluto sorprendente que las experiencias
reales que forman la base de La vorágine hayan
sido adecuadas para ser enmarcadas en imá-
genes poéticas que tienen precedentes en la
poesía romántica.
Uno solo tiene que leer el Alastor de She-
lley para darse cuenta de lo cercana que es la
temática de La vorágine a los mitos románti-
cos. En Alastor el poeta zarpa por un río en
busca de “visión y amor”, río que lo termina
arrastrando a su muerte en un remolino. El

3 En la introducción, Gómez Restrepo afirma que las tra-


ducciones empezaron tan temprano como en 1901.
4 Caro, Traducciones poéticas. Todas las citas que apare-
cen en el texto se publican tal como fueron presentadas
por la autora y solo se ponen las fuentes bibliográficas en
los casos en que ella las menciona explícitamente. [Nota
de las editoras]

•96•
Imagen y experiencia en La vorágine

río fluye entre las estrechas paredes de una


floresta donde “buscó el más querido encan-
tamiento de la Naturaleza, la orilla / Su cuna
y su sepulcro”. El paisaje de La vorágine es
asombrosamente parecido a este y el viaje de
Cova, como el de Alastor, parece carente
de motivación en un plano realista, pero re-
bosa de sentido en términos de mito5. Por
ejemplo, la fuga inicial de Bogotá parece ab-
surda en términos realistas, pues Cova y Ali-
cia no se aman, pero en un plano mitológico,
Cova es víctima de un destino inevitable. El
prefacio de La vorágine es bastante claro al
respecto: “el destino implacable me desarrai-
gó de la prosperidad incipiente y me lanzó a
las pampas, para que ambulara vagabundo,
como los vientos, y me extinguiera como
ellos sin dejar más que ruido y desolación”6.
Hay, pues, dos niveles en la novela: uno de
realidad y acción, y otro más profundo de
mito, en el que los personajes son los jugue-
tes del destino. Alicia es descrita como “la se-
milla en el viento” (16). La deambulante vida

5 Bernard Blackstone, The Lost Travellers, aborda el tema


del viaje en la poesía romántica inglesa.
6 Las citas de La vorágine provienen de la sexta edición,
Losada.

•97•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de Don Rafo se atribuye al hecho de que “el


destino le marcó ruta imprevista” (23). Ver-
bos como “me lanzó”, “me arrojaba” enfati-
zan la impotencia de Cova; incluso cuando
hay decisiones aparentemente libres, como
al principio de la segunda parte, cuando
Cova se disuade de volver a Bogotá y opta
en cambio por probar suerte con Franco en
la selva, esa decisión no parece ser genuina-
mente libre. El trayecto por la selva también
se atribuye al destino: la canoa, dice Cova,
los llevará “adonde un fátum implacable nos
expatriaba, sin otro delito que el de ser re-
beldes, sin otra mengua que la de ser infor-
tunados” (97).
Rivera modeló el carácter de Cova a
partir de la figura del héroe romántico,
que rechaza todo control interno sobre sus
emociones, que es receptivo a repentinos y
efímeros cambios de humor y que se glorifi-
ca en la sensación. Así, Cova reconoce que:
“Frecuentemente las impresiones logran su
máximum de potencia en mi excitabilidad,
pero una impresión suele degenerar en la con-
traria a los pocos minutos de recibida” (48),
o también: “En el fondo de mi ánimo acon-
tece lo que en las bahías; las mareas suben y
bajan con intermitencia” (49). Busca deses-

•98•
Imagen y experiencia en La vorágine

peradamente la sensación, a veces en la be-


bida, “para conocer la sensación tiránica
que bestializa a los bebedores” (49), o for-
zándose a mirar un cadáver mutilado (87),
apostando, asistiendo a una pelea de ga-
llos o inventando deliberadamente fantasías
atormentadoras en su mente.
La preocupación romántica por la natu-
raleza dual del ser humano, el contraste en-
tre sus anhelos infinitos y las limitaciones
humanas se manifiestan tanto en el carácter
de Cova como en la estructura de la novela.
Así pues, las imágenes de Rivera provienen
directamente de la poesía romántica; alas
despegando en vuelo como símbolo de los de-
seos y aspiraciones infinitas del ser humano
penetran las fantasías de Cova cuando sueña
con raptar a Alicia y volar con ella hacia los
cielos: “Subía tan alto que contra el cielo ale-
teaba, el sol me ardía el cabello y yo aspiraba
el ígneo resplandor” (55). La frustración de-
parada inevitablemente al espíritu en vuelo
era representada con frecuencia en la poesía
romántica con la imagen del pájaro sin alas o
el pájaro de alas rotas7. Ya Rivera había uti-
7 Es una imagen frecuente en Espronceda, pero también
en la poesía colombiana, por ejemplo, J. E. Caro, “A la
gloria”, y R. Pombo, “Vaguedad”.

•99•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

lizado esa imagen, o más bien, su propia ver-


sión de esa imagen, en un soneto de Tierra de
promisión, cuando el águila es descrita como
“enamorada ilusa de un sol que no se alcanza /
… sabe que todo vuelo sólo encuentra el va-
cío…”8. La misma imagen vuelve a aparecer
en un desfogue lírico en la tercera parte de
La vorágine: “¿Quién estableció el desequili-
brio entre la realidad y el alma incolmable?
¿Para qué nos dieron alas en el vacío?” (169).
“El desequilibrio entre la realidad y el
alma incolmable” es un lugar común de la
poesía romántica. En La vorágine ese “de­
sequilibrio” está presente en la estructura
de la novela, especialmente en la primera
parte, donde en lugar de una narrativa con-
tinua hay una serie de escenas inconexas en
las que los sueños de Cova anteceden a ac-
ciones breves y violentas. Así, por ejemplo,
al principio de la novela una meditación líri-
ca de Cova, que “en espíritu penetraba una
sensación de infinito”, es inmediatamente
seguida por una escena en la que Alicia es
acosada por un borracho al que Cova ata-
ca “a golpes de tacón sobre el rostro” (18).
Cuando el borracho ya ha sido silenciado,

8 Rivera, Segunda parte, viii.

•100•
Imagen y experiencia en La vorágine

los amantes escapan a las “llanuras intér-


minas”. Las proyecciones fantasiosas de
Cova concluyen inevitablemente de manera
abrupta, en muchas ocasiones con violencia:
apuestas, peleas a cuchillo, una estampida,
una brutal mutilación, un terrible incendio
interrumpen sus fantasías líricas.
¿Qué son esos sueños de los que Cova está
tan orgulloso y que siente que son parte de
su vocación poética? Por lo general no son
más que autoproyecciones pueriles, sueños
que compensan sus sentimientos de inferio-
ridad. Por ejemplo, cuando su amigo Franco
le hace una propuesta de negocios, Cova de
inmediato transforma la idea en una fanta-
sía grandilocuente en la que regresa a Bogotá
convertido en millonario, se casa con Alicia y
se vuelve un éxito literario. En la euforia que
sigue a ese sueño de gloria olvida que toda-
vía tiene que dar el primer paso en ese ascen-
so prodigioso y comienza a tratar a Franco
como a un mayordomo que viene a dar un
informe administrativo en la hacienda Cova.
Así pues, sus sueños afectan su actitud ha-
cia la gente. Otro de sus sueños se refiere a
su fortaleza física. Los llaneros no toman
muy en serio la masculinidad de Cova y no lo
invitan a acompañarlos en sus rondas gana-

•101•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

deras. La niña Griselda también lo considera


un inferior como macho respecto a su rival,
Barrera. Por consiguiente, Cova empieza a
tejer una fantasía en la que él es el macho por
excelencia: se imagina a sí mismo volviendo
de una ronda ganadera con “el rostro ensom-
brecido de barba, aparentando el porte de un
macho almizclero y trabajador” (76). La es-
cena sería cómica si las consecuencias de su
sueño no fueran tan desastrosas, pues Cova
actúa sobre ese sueño. Parte a acompañar la
ronda a pesar de los consejos de Franco y, al
desobedecer a su amigo, termina dejando la
vía libre para que su rival, Barrera, se fugue
con Griselda y Alicia.
No todas las fantasías de Cova son pue-
riles, ya que Rivera claramente asocia la lla-
nura con la pretensión espiritual de liberarse
de las ataduras terrenales, de tal manera que
en los llanos Cova constantemente siente
“una sensación del infinito” (16). Esa rela-
ción entre los grandes espacios y la libertad
espiritual tiene muchos precedentes. El paso
de espacio ilimitado a tiempo infinito es tan
fácil de dar que con frecuencia las llanuras y
el mar se relacionan con el infinito y la eter-
nidad. Por ejemplo, en “L’Infinito” Leopardi

•102•
Imagen y experiencia en La vorágine

observa un inmenso valle desde la cima de


una colina y más allá del horizonte se imagi-
na “interminati / spazi di là da quella, e so-
vrumani / Silenzi…” [interminables / espa-
cios más allá, y sobrehumanos / Silencios…].
El poema termina con una fusión casi mís-
tica entre el poeta y la “inmensidad”. En un
soneto de Tierra de promisión que tiene cierta
semejanza con el poema de Leopardi, Rive-
ra asocia el infinito a las ilimitadas llanuras:
“Abriendo al infinito su clámide argentina /
La inspiración se tiende sobre la luz del lla-
no” 9. En La vorágine la “pampa libérrima”
claramente representa algo más que un tras-
fondo pintoresco. Cova pasa la primera no-
che en Casanare bajo “cielos ilímites” en “un
silencio infinito” donde “en espíritu penetra-
ba una sensación de infinito que fluía de las
constelaciones cercanas” (16). Los sueños de
Cova alcanzan su máxima intensidad en la
llanura y, por absurdos que parezcan, cons-
tituyen intentos de trascender la realidad
y escapar de una sociedad injusta, violenta y
brutal, en la que las cualidades de una imagi-
nación poética son poco valoradas. Una vez
Cova abandona la llanura, sus fugas espiri-

9 Rivera, Tercera parte, i.

•103•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tuales se tornan más raras, pues en la selva la


libertad ya no es posible.
El paso de la llanura a la selva está me-
diado por un terrible incendio. La tierra y el
aire habían predominado en la primera parte
de la novela; en el trayecto a través de la sel-
va prima sobre todo el agua. Así que parece
justo que el fuego, el elemento destructivo
y purificador, deba aniquilar todo rastro de
la antigua vida de Cova. Una vez más, en la
escena hay mucho más que solo un trasfondo
pintoresco: la llama es descrita como “alia-
do luciferino” y Cova contempla el incendio
riendo “como Satanás”; la llamarada, “ávida
de abarcar los límites de la tierra” (92), alcan-
za proporciones universales, sus lengüetazos
ahuyentan a los animales y a las serpientes de
los llanos ya “ennegrecidos”. El fuego destru-
ye mucho más que las ilusiones de Cova, pues
desde ese punto en adelante su libertad ima-
ginativa lo abandona también; apresado por
una obsesión torturadora, que lo “arrojaba
entre la selva […] por el incendio que extendía
su ceniza sobre mis pasos” (93).
Que el paralelo con la caída satánica
al fuego no es accidental se evidencia en
la anécdota del espíritu de la selva, la historia
de la “indiecita Mapiripana”, que Helí Mesa

•104•
Imagen y experiencia en La vorágine

relata en la segunda parte de la novela (120-


121). La anécdota parece a primera vista no
ser más que una pintoresca leyenda local: la
Mapiripana se lleva a un misionario célebre
por su conducta libidinosa a una caverna en
la selva donde lo mantiene cautivo y donde
luego da a luz a un vampiro y a una lechuza
que acosan a su víctima hasta la muerte. La
caverna y el vampiro son ambas imágenes
del poema de Rafael Pombo, “La hora de ti-
nieblas”, en el que el alma humana es descrita
como una paloma que escapa a la belleza de
la pampa solo para caer en una trampa. El
estado angustioso del ser humano al ver sus
primeras esperanzas frustradas es caracte-
rizado como: “Caverna odiosa, y al centro /
Un ojo para mirarla, / Luz que en vez de ilu-
minarle / Permita que se entrevean / Vam-
piros mil que aletean…” (Poesías completas i
161-176). Cova, como Pombo, siente que al
perder toda ilusión la existencia se convierte
en una prisión de la que no hay escapatoria.
Eso se ve ilustrado en la historia de la indie-
cita Mapiripana, cuya moral se formula en la
pregunta “¿Quién puede librar al hombre de
sus propios remordimientos?” (121).
La incapacidad de Cova de escapar al
irrefrenable arrastre hacia la muerte y el

•105•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

desastre se expresa en las imágenes de la vo-


rágine y el río. Una vez más, estas imágenes
tienen precedentes literarios en la poesía
romántica. La danza de la muerte en “El es-
tudiante de Salamanca” imita los decrecien-
tes círculos concéntricos de un remolino:
“Mientras la ronda frenética / en raudo giro
se agita / más cada vez precipita / su vértigo
sin ceder”. En la poesía hispanoamericana la
visión de una gran catarata, desde el Niágara
al Salto del Tequendama, suele casi siempre
tentar y horrorizar al poeta. Para Heredia,
el Niágara era como “el destino irresistible
y ciego”, mientras que Montes del Valle se
asomó al “horrible vórtice” del Salto del Te-
quendama y vio en él la destrucción de toda
esperanza e ilusión. En el poema byroniano
de Arboleda, Gonzalo de Oyón, el héroe al
borde del suicidio, “[c]ontempla ufano el vór-
tice profundo”. En La vorágine, el remolino,
así como la llanura y el fuego, es tanto par-
te actual de la experiencia como un símbolo
del estado mental de Cova. En el plano de la
experiencia, los viajeros llegan a los rápidos
y remolinos del río y en ellos varios de sus
compañeros indígenas se ahogan “y antes de
que pudiéramos lanzar un grito, el embudo
trágico los sorbió a todos” (126). En el plano

•106•
Imagen y experiencia en La vorágine

simbólico, el río es descrito de manera que,


consciente o inconscientemente, remite al
Leteo como el “camino oscuro que se movie-
ra hacia el vórtice de la nada” (98).
El cambio de tono entre las escenas que
toman lugar en los llanos y las escenas de
la selva encuentra su mejor caracterización
en la palabra “contracción”. Esa es, de he-
cho, una estructura familiar de la poesía y el
teatro románticos, en los que la energética y
expansiva rebelión del héroe al comienzo de
la obra es seguida por la consciencia de que,
después de todo, está en una trampa. Así,
Don Álvaro descubre de repente que el mun-
do es un “calabozo profundo”, el Don Juan de
Zorrilla se encuentra, tras romper todas las
convenciones, encerrado en una tumba y en
el “Canto a Teresa” Espronceda, en lugar de
ascender al Cielo en las alas del amor, con-
templa “la funesta losa, / donde vil polvo tu
beldad reposa”. La selva en La vorágine re-
presenta la cárcel en la que el romántico desi­
lusionado termina encontrándose, si bien
esto es solo una parte de su significado, pues
la selva es una imagen muy compleja. A dife-
rencia de la llanura ilimitada, cuyos amplios
horizontes brindan al hombre una esperanza
de vida eterna, la selva encorseta a Cova y

•107•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

constantemente le recuerda sus limitaciones.


Los árboles forman una barrera entre él y el
cielo; son como laberintos de los cuales no
hay escapatoria. Cova describe el río como
fluyendo entre “márgenes paralelas, de som-
bría vegetación y de plagas hostiles” (98). La
barca es “un ataúd flotante” o un “féretro” y
Cova afirma sentirse como “un condenado a
muerte” cuando sale de los llanos para ingre-
sar a la selva.
La temática de la selva como prisión ad-
quiere una resonancia aún más poderosa y
universal en la tercera parte de la novela, en
la que no solo Cova sino miles de trabajado-
res de la industria del caucho se encuentran
aprisionados en la selva, y en la que se enfa-
tiza incesantemente lo vano de cualquier in-
tento de escape:

Esclavo, no te quejes de las fatigas; preso,


no te duelas de tu prisión: ignoráis la tor-
tura de vagar sueltos en una cárcel como la
selva, cuyas bóvedas verdes tienen por fo-
sos ríos inmensos. ¡No sabéis del suplicio
de las penumbras, viendo al sol que ilumi-
na la playa opuesta, adonde nunca logra-
remos ir! ¡La cadena que muerde vuestros
tobillos es más piadosa que las sanguijue-

•108•
Imagen y experiencia en La vorágine

las de estos pantanos; el carcelero que os


atormenta no es tan adusto como estos ár-
boles, que nos vigilan sin hablar! (170)

La analogía de la prisión se repite una y


otra vez. Clemente Silva se pierde y termina
atrapado en la selva con otros trabajadores
de caucho, deambulando en círculos por la
jungla sin lograr dar con la salida. En otra
ocasión Cova, enloquecido por la fiebre, se
aleja corriendo de sus compañeros en un in-
tento de evasión: “eché a correr hacia cual-
quier parte, ululando empavorecido, lejos de
los perros, que me perseguían. No supe más.
De entre una malla de trepadoras mis cama-
radas me desenredaron” (174).
Pero ¿qué significado tiene esta cárcel sel-
vática? En un pasaje citado con frecuencia,
Rivera describe la selva como un ciclo im-
placable de vida y muerte, una eterna rueda
de andar, la “cadena eléctrica”, como lo pone
Byron, “a la que nos hallamos oscuramente li-
gados”. De nuevo, Rivera expresa una actitud
ya presente en los poetas románticos. En La
Légende des Siècles [La leyenda de los siglos],
Victor Hugo declara: “les arbres sont autant
de mâchoires qui rongent / Les éléments”
[“los árboles son mandíbulas que trituran /

•109•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Los elementos”], o también: “Tout leur est


bon, la nuit, la mort; la pourriture / Voit la
rose et lui va porter sa nourriture;… A toute
heure, on entend le craquement confus /
Des choses sous la dent des plantes” [“Con
todo se complacen, la noche, la muerte; la
descomposición / Ve la rosa y va a llevarle su
alimento;… A toda hora se escucha el crujido
confuso / De las cosas en los dientes de las
plantas”]10. En su poema “A la Naturaleza”,
un admirador colombiano de Victor Hugo
también se detiene en los poderes destructi-
vos de la Naturaleza con sus “leyes de muer-
te y exterminio”; “Entre tus garras toscas /
Destruyes, nervio a nervio, los miembros in-
felices / Nos tragas en la tumba”11. La repre-
sentación de Rivera de la “selva inhumana”
es más violenta que las imágenes de Hugo,
pero la actitud es esencialmente la misma:

Óyese el golpe de la fruta, que al abatirse


hace la promesa de su semilla; el caer de la
hoja, que llena el monte con vago suspiro,
ofreciéndose como abono para las raíces
del árbol paterno; el chasquido de la man-

10 Victor Hugo, Le Satyre, xix, ii, Le Noir.


11 José Rivas Groot, La Naturaleza.

•110•
Imagen y experiencia en La vorágine

díbula, que devora con temor de ser devo-


rada (176).

Leopardi es otro poeta que pondera la


crueldad de la Naturaleza. “Madre temuta e
pianta / Dal nascer già dell’animal famiglia, /
Natura, illaudabil maraviglia, / Che per uc-
cider partorisci e nutri” [“Madre temida y
planta / Que desde su nacimiento es familia
del animal / Naturaleza, inlaudable maravi-
lla / Que para matar da vida y alimenta”]12.
La ley natural, la “inmutata legge” [ley inmu-
table], es la muerte. También Rivera eleva su
voz en protesta contra la “immutata legge”;
en una de las descripciones más poderosas de
la novela, contrasta los “árboles imponentes,
contemporáneos del paraíso” con el efímero
humano; y allí vuelve sobre la relación entre
la procreación y la muerte:

… al pie del coloso que se derrumba, el ger-


men que brota; en medio de los miasmas,
el polen que vuela; y por todas partes el

12 Sopra un basso rilievo antico sepolcrale, dove una gio-


vane morta è rappresentata in atto de partire accommia-
tandosi da suoi [En un bajo relieve de una obra antigua,
en el cual una joven difunta es representada en el acto de
partir, despidiéndose de los suyos].

•111•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

hálito del fermento, los vapores calientes


de la penumbra, el sopor de la muerte, el
marasmo de la procreación. (176)

La cárcel selvática parece acá abarcar


toda la condición de la vida terrenal humana.
Cuando Cova grita para escapar está, como
Leopardi, gritando contra las condiciones
mismas de su existencia terrenal, contra la
“ley inmutable” de la Naturaleza:

¡Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas


penumbras, formadas con el hálito de los
seres que agonizaron en el abandono de tu
majestad! ¡Tú misma pareces un cemente-
rio enorme donde te pudres y resucitas! (96)

En la primera parte de La vorágine, Cova


todavía tenía sus sueños y sus ilusiones, y
ocasionalmente su espíritu era capaz de eva-
dir las limitaciones de la realidad; había por
momentos intuiciones de eternidad. La natu-
raleza le había recordado sus cualidades espi-
rituales: el cielo había sido “amigo”, la palme-
ra había sollozado apiadándose de él y había
mecido sus hojas para despedirse de él, y
durante la tormenta había ostentado una va-
lentía y un orgullo antropomórficos. Incluso

•112•
Imagen y experiencia en La vorágine

donde la naturaleza se presenta de mane-


ra amenazante, como cuando una serpien-
te aparece en un estanque o cuando un toro
desfigura a un hombre, el humano parece
estar en condición de igualdad con ella. Pero
en la selva todas las aspiraciones espiritua-
les desaparecen y con ellas la supuesta supe-
rioridad del hombre. Cova se ve aprisionado
por una poderosa fuerza material que blo-
quea sus horizontes espirituales y limita sus
sueños hasta que lo deja casi completamen-
te obsesionado con la idea de la venganza y
la muerte. No solo los árboles fungen como
barrotes, sino que la selva misma manipula
sus pensamientos y sus sensaciones e incluso
cambia su personalidad. Tiene alucinaciones
en las que la tierra y los árboles sufren como
seres humanos. No mantiene ningún control
sobre sus sentimientos; en un momento quie-
re matarse a sí mismo, en otro quiere matar
a sus compañeros. Cae en un estado cata-
léptico en el que piensa que está muerto y le
parece oír cómo cavan su propia tumba. La
selva juega con sus sentidos de manera aná-
loga a como los narcóticos afectaban los sen-
tidos de Baudelaire, pero con una diferen-
cia significativa: mientras que el hachís de
Baudelaire amplía maravillosamente su ran-

•113•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

go de impresiones sensoriales, la selva le in-


flige a Cova un anhelo obsesivo de muerte.
Sin embargo, hay varios pasajes en los
que la naturaleza se rebela contra esa ley de
la muerte. En el trance narcótico de Pipa, los
árboles se muestran como cautivos gigantes
que intentan escapar del agarre de la tierra:
“condenado a retoñar, a florecer, a gemir, a
perpetuar, sin fecundarse, su especie formi-
dable, incomprendida” (111). Así, la selva mis-
ma parece tan prisionera de la eterna rueda
de andar como el humano mientras pondera
sueños de rebelión satánica:

¡Aquí no siento tristeza sino desespera-


ción! ¡Quisiera tener con quién conspirar!
¡Quisiera librar la batalla de las especies,
morir en los cataclismos, ver invertidas las
fuerzas cósmicas! ¡Si Satán dirigiera esta
rebelión! (171)

Entonces son los humanos y la natura-


leza los que protestan en vano contra la ley
que los pone el uno frente al otro como con-
trincantes en una lucha por la supervivencia
que también enfrenta al hombre contra el
hombre. Pues es una sociedad entera la que
habita la selva y obedece la única ley de la

•114•
Imagen y experiencia en La vorágine

selva: la sociedad de los caucheros y sus ex-


plotadores, que están sumidos en una guerra
de dos frentes, contra la selva y entre ellos.
Los fragmentos “periodísticos” en los que
Rivera denuncia la masacre de Funes y la ex-
plotación de los trabajadores no han perdido
interés con el paso del tiempo, como sucede-
ría con meros documentos sociales, porque
hacen parte de la estructura de la novela. La
vida del hombre en la selva es una furibunda
imitación de la “selva inhumana”, en la que
las plantas y los insectos se devoran entre sí.
En la segunda y la tercera parte de La
vorágine, Rivera utiliza con frecuencia la pa-
labra “trayectoria”, que nuevamente se refiere
a la incapacidad humana de controlar su des-
tino. Así, Cova les dice a sus compañeros:
“Dejadme solo, que mi destino desarrollará
su trayectoria” (130). Cuando le hablan del
convicto el Cayeno, medita: “Nuestros des-
tinos describirían la misma trayectoria de
crueldad” (177). Una vez más, en uno de los
desfogues líricos, el que comienza con “Yo he
sido cauchero, yo soy cauchero”, que se inter-
pone en el relato de vida de Clemente Silva
pero que parece ser más bien la expresión de
los sentimientos de Cova, quien habla le atri-
buye sus desgracias a la “incógnita fuerza”

•115•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que “disparóme más allá de la realidad. ¡Pasé


por encima de la ventura, como flecha que
marra su blanco, sin poder corregir el fatal
impulso y sin otro destino que caer! ¡Y a esto
lo llamaban mi porvenir!” (169-170). El fraca-
so del hombre al cumplir sus objetivos se re-
laciona aquí no con la implacable ley natural,
sino con las fuerzas sociales que frustran sus
propósitos y los árboles de la selva son com-
parados con explotadores: “¡[…] el que inten-
tó elevarse, cayó vencido, ante los magnates
indiferentes, tan impasibles como estos ár-
boles que nos miran languidecer de fiebres y
de hambre entre sanguijuelas y hormigas!”.
La selva aquí es una fuerza paralela a aquella
que limita las aspiraciones humanas; su víc-
tima es el soñador, quien trata de trascender
esas limitaciones y escapar de la realidad.
“Ved en lo que ha parado este soñador; en he-
rir al árbol inerme para enriquecer a los que
no sueñan” (170). De tal manera volvemos a
una de las temáticas más recurrentes: el hu-
mano es castigado por sus ilusiones, pero lo
que termina por derrotarlo es su propia natu-
raleza, su instinto animal. El final de la no-
vela es una violenta ilustración de ello: Cova
y Barrera por fin se encuentran y pelean y su
pelea es una iteración de la lucha que conti-

•116•
Imagen y experiencia en La vorágine

núa alrededor de ellos. Sus cuerpos se entre-


lazan como serpientes. Cova hiere a Barrera
mordiéndolo y luego le mete la cabeza bajo el
agua como si fuera una paloma. Entonces los
peces caribes le arrancan la carne de los hue-
sos a Barrera en un “hervor dantesco”, de-
jando tras de sí tan solo su esqueleto blanco
temblando entre los juncos. En ese momento
nace el bebé prematuro de Alicia. Cova, Ba-
rrera y Alicia se hallan así atrapados en la
misma lucha implacable de supervivencia de
la selva. El ruego que le hace a Cova una mul-
titud de personas enfermas que desean que él
sea su redentor es rechazado, pues a él ahora
solo le importa el bienestar de su hijo. En lu-
gar de ayudar a sus prójimos se entrega a la
selva y desaparece en ella.
Llanuras, río, vorágine y selva son, así,
tanto el paisaje real y los aspectos de la
experiencia humana. La libertad, las aspira-
ciones, la indulgencia en los sentidos condu-
cen a la desilusión y a una consciencia de las
limitaciones y del inevitable camino hacia
la muerte, que es a la vez temido y deseado.
Quizás Rivera se identifica demasiado con
Cova como para alterar su visión, pero hay
signos en los personajes de Clemente Silva,
Franco y Ramiro Estévanez que apuntan a

•117•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

un intento de balancear esa perspectiva de


Cova sobre la vida. La practicidad de Franco
y su humanidad les hacen un fuerte contraste
a las fantasías egomaníacas de Cova. El viaje
de Clemente por la Selva va en paralelo de la
propia búsqueda de Cova, pero sus experien-
cias son diferentes. Silva ha sacrificado todo
por encontrar a su hijo. Ha sido sometido a
las peores humillaciones, ha sido testigo de
escenas de crueldad inimaginable, pero, a
diferencia de Cova, jamás sucumbe a la ley
de la selva. Al contrario, él es el único perso-
naje que logra salir del influjo de sus propias
pulsiones egoístas y ayudar a otros. Tiene la
valentía de protestar contra la explotación
de los trabajadores y de intentar hacer algo
para remediar su situación. Él es el único de
los trabajadores fugados que logra encon-
trar el camino fuera de la selva porque tiene
un mayor conocimiento de los árboles. Es él
quien busca a Cova al final del libro. Silva es
un hombre que actúa en beneficio de los de-
más en un acto de abnegación, pero también
porque es quien lleva un talismán: los huesos
de su difunto hijo, que representan la pérdi-
da de toda esperanza y de toda ilusión y la
aceptación de la muerte.

•118•
Imagen y experiencia en La vorágine

Un contraste menos exitoso respecto a la


figura de Cova es el filósofo Ramiro Estéva-
nez (filósofo, para Rivera, era evidentemen-
te lo mismo que platónico). Cova describe a
Estévanez de la siguiente manera: “Él opti-
mista, yo desolado. Él virtuoso y platónico;
yo, mundano y sensual” (206). No obstante,
este filósofo es aún más desolado que Cova.
Va hacia la selva para escapar del duelo de un
amor platónico por una mujer casada, termi-
na ciego tras presenciar la masacre de Funes
y yace impotente y enfermo en una hamaca,
incapaz de llevar a cabo algo como Silva o si-
quiera de buscar la muerte como Cova.
Neale-Silva señala en su biografía de Ri-
vera que el novelista intentó justificar La
vorágine frente a sus críticos alegando que
era una obra de denuncia social (305-306).
Semejante representación de la novela reba-
ja su importancia, pues un reportaje sobre
las condiciones de los trabajadores en las
caucherías habría sido más efectivo que los
desfogues líricos de Cova. Así pues, la justi-
ficación de la novela debe hallarse en la vi-
sión completa de la experiencia humana que
se desprende de ella y en el poderoso recurso
de Rivera a ciertas imágenes. En efecto, la
llanura y la selva parecen objetivar lo que en

•119•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

el prefacio de Cromwell Victor Hugo llama


“deux êtres, l’un périssable, l’autre immortel,
l’un charnel, l’autre éthéré, l’un enchaîné par
les appétits, les besoins et les passions, l’autre
emporté sur les ailes de l’enthousiasme et de
la rêverie…” [“los dos seres, uno perecedero,
el otro inmortal, uno carnal, el otro etéreo,
uno encadenado a sus apetitos, necesidades
y pasiones, el otro en las alas del entusiasmo
y la ensoñación…”]. El trayecto de Cova de la
libertad de las llanuras a la prisión de la selva
y su desaparición en el “vórtice de la nada” es
entonces una estructura bastante familiar,
aunque el paisaje romántico insustancial ha
sido reemplazado por un entorno extraño y
potente. A pesar de la crítica implícita a las
actitudes románticas del final de la novela,
en la figura de Clemente Silva, en las insi-
nuaciones de remordimiento y culpa, la no-
vela de Rivera es un ejemplo interesante de
cómo un escritor puede encajar su experien-
cia en modelos ya existentes incluso cuando,
como sucede en La vorágine, esa experiencia
es tan novedosa y foránea.

•120•
El género de-
construido:
cómo releer
el canon a
partir de La
vorágine*13
DORIS SOMMER

* Este texto es parte de la edición crítica La vorágine:


Textos críticos, de Montserrat Ordóñez, publicada por
Alianza en 1987. La traducción es de Hernando Valencia
Villa.

•121•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

—Mulata —le dije— ¿cuál es tu tierra?


—Esta onde me hayo.
—¿Eres colombiana de nacimiento?
—Yo soy únicamente yanera, del lao de Manare… ¡Pa
qué más patria, si son tan beyas y dilatáas!
—¿Y quién es tu padre? —le pregunté a Antonio.
—Mi mama sabrá.
—Hijo, ¡lo importante es que hayas nacío!
(Rivera 49)

Nótese cómo la cuestión de la paternidad si-


gue directamente a la patria. No se trata de
una coincidencia o un juego de palabras, sino
de una metonimia que genera buena parte
del discurso histórico en Hispanoamérica.
La figura del padre se extiende hasta igualar
y dominar la tierra. Esta, de otra parte, es el
resultado de un juego metafórico por el cual
reemplaza a la mujer, a la esposa del padre,
con un territorio aparentemente igual e ideal
para su producción y reproducción. Mientras
la fuerza masculina se expande metoními-
camente hasta alcanzar dimensiones nacio-
nales, la fuerza femenina se cancela por una
sustitución metafórica. Es cierto que la meto-
nimia indica una ausencia o pérdida (puesto
que el tropo se completa por medio de su ex-

•122•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

tensión), pero las dimensiones implícitas de la


figura patriarcal imaginada son notablemen-
te grandes. Si el padre es enteramente incapaz
de imponerse sobre la patria y ocupar su lugar,
su aspiración a conquistarla sigue siendo he-
roica. Por otra parte, la patria misma deriva
su significado del padre. Si bien la tierra es
femenina, su legitimidad procede del padre
y de su nombre. En consecuencia, su caren-
cia de legitimidad nativa la hace dependien-
te de él. Pero esto nos recuerda que el padre
también es dependiente; necesita que la tierra
femenina lleve su nombre y le confiera el esta-
tus de padre. La carencia del padre, en otras
palabras, se llena con el principio femenino y
se experimenta en proporciones nacionales e
incluso continentales. Los sentimientos de in-
suficiencia provienen de las grandes expecta-
tivas que el padre abriga para sí.
En el pasaje citado antes, la vieja Tiana ob-
viamente no necesita ni al padre de sus hijos
ni a la patria para legitimarse a sí misma. Ella
interrumpe la conversación en dos ocasiones
porque rehúsa asimilar los términos centra-
listas y jerárquicos que resultan tan naturales
para el inquisitivo hombre blanco de Bogotá.
Pero para Arturo Cova es igualmente obvio
que ella debería aceptar tales términos y su

•123•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

poder de legitimación. Sin embargo, el hombre


blanco no prosigue su interrogatorio y permi-
te que la mujer lo rechace. Y uno se pregunta
si realmente Arturo Cova espera tanta signi-
ficación de sí mismo. José Eustasio Rivera pa-
rece querer revelarnos la pretensión y la pose
en la búsqueda de una ilusoria masculinidad
por parte de Cova. Quizá la mayor virtud de
La vorágine es que permite que las contradic-
ciones o aporías del diálogo en cuestión fluyan
sin tratar de incorporarlas por la fuerza en
un cierto discurso totalizador y omnisciente
acerca de la identidad y el destino nacionales.
Anteriores “novelas” históricas son aparente-
mente más insistentes y programáticas.
Hacia 1924, el discurso positivista y liberal
de las ficciones fundacionales1 había dado un
giro populista y antiimperialista. Mientras
los forjadores de naciones del siglo XIX gene-
ralmente acogían la empresa extranjera para
ayudar a inscribir la civilización en el espacio
en blanco de América, los contemporáneos de
Rivera habían advertido ya los costos socia-
les y políticos de la libre competencia. Para

1 Para un desarrollo de esta idea, véanse mi “Founda-


tional Fictions: When History was Romance in Latin
America” y mi “Irresistible Romance: The Foundational
Fictions of Latin America”.

•124•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

nombrar solo dos de tales costos, podríamos


mencionar a Panamá y el drama de los tra-
bajadores de las caucherías en Colombia. El
inmediato lenguaje político del contexto de
Rivera no es, por tanto, el idioma abierto y
optimista del liberalismo clásico, sino un po-
pulismo militante y defensivo que insiste en
establecer claras fronteras entre los Estados
Unidos y sus reinos, por ejemplo, y más espe-
cíficamente, en su novela, entre Colombia,
Venezuela y Brasil. De manera retórica, las
fronteras que el discurso del populismo eri-
ge son oposiciones binarias entre lo mío y lo
suyo, lo patriótico y lo traicionero, lo genero-
so y lo codicioso, lo heroico y lo cobarde; y ello
conduce a una oposición fundamental entre el
yo y el otro, entre lo masculino y lo femenino2.
En el espacio que Rivera promueve o sim-
plemente deja abierto en este discurso popu-
lista y patriarcal, podemos advertir que las
oposiciones no son eternas. Más sorprenden-
te aún, quizá, es la prodigiosa familiaridad
de la inestable retórica de Rivera. Ella evoca
y nos pone de presente un aspecto de las no-
velas canónicas del siglo XIX. Libros como

2 Para un análisis diferente del tratamiento del populis-


mo que hace Rivera, véase Viñas.

•125•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Amalia (1851)3, Sab (1841), María (1867), Mar-


tín Rivas (1862)4, O Guaraní (1857), Enriquillo
(1882)5 y Aves sin nido (1889), entre otros, tra-
tan de mitigar las diferencias personales y so-
ciales. Más adelante sugeriré por qué. Los po-
pulistas tienden a estabilizar esas diferencias
dentro de un sistema de oposiciones binarias,
pero Rivera somete el sistema a un movimien-
to casi frenético.
Nos encontramos en la paradoja de Arquí-
medes, que ya resulta familiar para los aca-
démicos feministas y postestructuralistas y
según la cual reconocemos nuestro lugar den-
tro del objeto de nuestra crítica6. Estar fuera
de la retórica patriarcal de lo que Lacan lla-
maba el orden Simbólico, el orden del Padre,
sería literalmente absurdo. Pero este mismo
lenguaje en la versión incoherente de Rivera
abre su propio espacio de maniobra. Una ma-
niobra puede usar la ruptura en el discurso
sobre la nacionalidad y la masculinidad para
revelar el dispositivo retórico de la metonimia

3 Cito la edición de la editorial Espasa Calpe, 1978.


4 Cito la edición de la Biblioteca de Ayacucho, 1977.
5 Comento la edición de Porrúa, 1976.
6 Véase Jehlen, “Archimedes and the Paradox of Feminist
Criticism”.

•126•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

del padre y la patria. La mulata, por ejemplo,


por su misma indiferencia al discurso auto-
legitimador de los fundadores, se muestra
como el sujeto activo de su propio discurso y
no como el fundamento pasivo de los padres
blancos7. Al negarse a permanecer en su lugar,
ella pone en movimiento y cuestiona un mapa
social entero. Así, su breve conversación con
el confundido capitalino empieza a indicar
que un sujeto social, incluso el sexo y la iden-
tidad racial, es un artificio tanto como la re-
tórica patriótica que ella puede tomar o dejar.
Parecería que exagero este breve pasaje, que
tal vez ha sido sacado de su contexto. En últi-
mas, yo sostengo que dicho fragmento ofrece
un espacio para repensar lo que aparece como
un dominio patriarcal en la prosa latinoame-
ricana decimonónica. Sugiero incluso que
estimula una reconsideración del género y la
raza como construcciones sociales variables.
Pero creo que el resto de la novela confirma
estos planteamientos. La vorágine transgre-
de continuamente las normas relativas al gé-
nero8; deconstruye las nociones de heroísmo

7 Véase Irigaray, “Any Theory of the ‘Subject’ Has Always


Been Appropriated by the ‘Masculine’”.
8 Un ejemplo impresionante aparece al comienzo del libro,
cuando Cova tiene un sueño que anticipa el resto de su via-

•127•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y propiedad; y desordena la tradicional línea


recta de la narración hasta el punto de que
nos sentimos tan extraviados como el prota-
gonista. Rivera ha sido criticado por todos
estos deslizamientos como si fuesen errores
literarios, una falta de organización y control.
Pero mi relectura opta por recobrar estos des-
lices como momentos de libertad y de pensa-
miento oposicional. No es necesario suponer
que hay una intención liberadora aquí; Rivera
bien pudo haber coincidido con sus críticas
y preferir el control omnisciente en lugar de
la actitud permisiva frente a las otras voces.
El resultado, no obstante, es el que juzgamos
los lectores: un texto poroso a través del cual
la vida puede respirar, un texto en el cual los
acontecimientos no deben suceder, sino que
pueden suceder.
Una manera de apreciar la diferencia en-
tre La vorágine y el canon prevaleciente de las
narraciones nacionales anteriores es advertir

je físico y sentimental. Entre otras cosas, él sueña que Alicia


se convierte en o se confunde con un árbol de caucho. El
desplazamiento metafórico de la mujer hacia la naturaleza
no constituye una sorpresa, a diferencia de la comprensión
que Alicia tiene de su transformación: “¿Por qué me des-
angras? […] Yo soy tu Alicia y me he convertido en una
parásita” (Rivera 35-36). Aquí, ella se identifica tanto con
los árboles explotados como con los hombres explotadores.

•128•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

cómo se trata de una novela en el sentido mo-


derno, experimental, del término. Aquellas
narraciones se conocen mejor como romances.
Por romance entiendo una combinación del
uso contemporáneo del vocablo como historia
de amor y del uso decimonónico como narra-
ción audazmente alegórica y paradigmática9.

9 Véase Richard Chase, The American Novel and Its Tra-


dition, en que dice: “El personaje mismo se convierte
entonces en algo abstracto e ideal, hasta el punto de que
en algunos romances parece ser apenas una función de
la trama. Podemos esperar que el argumento resulte
muy colorido. Pueden ocurrir eventos extraordinarios
y es probable que tengan una verosimilitud simbólica o
ideológica y no realista. Puesto que está menos compro-
metido con la traducción inmediata de la realidad que la
novela, el romance se orientará con mayor libertad hacia
formas míticas, alegóricas y simbólicas” (13).
La “novela histórica”, en efecto, es una contradicción en
los términos de los novelistas del siglo xix. La oposición
tradicional entre novela y romance aparece ahora inver-
tida. La novela era el género doméstico de los detalles
superficiales y de las relaciones personales intrincadas,
mientras el romance era el género de los acontecimien-
tos audazmente simbólicos. La tradición se originó
probablemente con la definición del doctor Johnson, se-
gún la cual romance era “una fábula militar de la Edad
Media; un relato de intensas aventuras de amor y caba-
llería”. La novela, de otra parte, era “un relato apacible,
generalmente amoroso”. Pero Walter Scott adaptó las
definiciones de Johnson en su propio artículo sobre el
romance para la Enciclopedia Británica (1823) al desta-
car en la novela “el curso ordinario de los asuntos hu-
manos en el estado actual de la sociedad”. Ello significa

•129•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

La novela, por su parte, alude a una obra


“no genérica” que supera los paradigmas es-
tablecidos. Ya en 1914 George Lukács propu-
so una Teoría de la novela cuyo argumento
era que las novelas no tenían forma estable-
cida o convenciones implícitas (The Theory of
the Novel 11). Ellas se reformulan con cada
nuevo trabajo. Más adelante, Lukács identi-
ficaría esta forma experimental con la alie-
nación del individuo moderno en el mundo
secular del capitalismo. Y del mismo modo
que la cambiante sociedad capitalista no tie-
ne normas predecibles, la novela también ca-
rece de ellas. Ambas rompen con las formas
existentes y experimentan con estructuras
nuevas y en ciertos casos insatisfactorias. En
La imaginación dialógica, Mijaíl Bajtín desa-
rrolló una posición comparable y más elabo-
rada acerca de la novela como un no género,
un híbrido de formas literarias reconocibles,

que la novela es un género menor, más adecuado para


escritoras y lectoras que para hombres cabales. Scott rei-
vindica, y se le reconoce ampliamente, su significación
como historiador puesto que es autor de romances y se
preocupa no solo de lo “maravilloso y extraordinario”,
sino también de las dimensiones extrapersonales y so-
ciales del pasado colectivo. Y un latinoamericano como
Domingo Faustino Sarmiento extendía tal significación
a James Fennimore Cooper al llamarlo, significativa-
mente, “romancista” (Sarmiento, Facundo 39).

•130•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

que es necesariamente irónico en cuanto al


carácter acabado del género y a su autosa-
tisfacción. La novela, insiste Bajtín, tiene
un final abierto gracias a su forma “dialógi-
ca” no tramada. Él acuña el término no solo
para describir la estructura experimental de
la novela y su relación dinámica con otros
textos que se convierten en intertextos, sino
también para reconocer la densidad verbal
que distingue a las novelas de trabajos me-
nos complejos. En las novelas, las palabras
están cargadas con las señales de significa-
dos que compiten entre sí; y cualquiera que
sea la intención de la voz del autor, ella trans-
mite solamente uno de los varios códigos que
corresponden a diferentes clases, géneros,
edades, grupos raciales (The Dialogical Ima-
gination). Si la obra de Rivera parece mal or-
ganizada, si sus caracteres ofenden nuestros
escrúpulos conceptuales, ello obedece más a
lo heterodoxo de la novela moderna, que se
convertiría en modelo para América Latina
tan solo con el boom, que a las fallas persona-
les del autor.
En contraste con la heteroglosia social
de la novela, en el romance los limitados re-
gistros del lenguaje permanecen separados,
vinculados a los personajes y habitualmente

•131•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

inequívocos. Los códigos tienden a no conta-


minarse entre sí o a no competir por el sentido
de las palabras; las palabras tienen su signifi-
cado y los personajes están alineados con el
bien o con el mal, sin mayores confusiones. El
lector reconoce el discurso noble y elevado de
los héroes y la irreverencia de los villanos; y
esta calidad estática del lenguaje caracteriza
al género tanto como la trama previsible de
amor, pérdida y búsqueda de reconciliación.
Northrop Frye llama al romance “el núcleo
estructural de toda ficción” y añade que las no-
velas parodian al género del cual proceden a
través del desplazamiento de los elementos fa-
miliares del romance hacia el realismo literario
(The Secular Scripture 15-38). Como en la des-
cripción que hace Frye de los heroicos héroes,
los malvados villanos y las hermosas heroínas
del romance, los personajes del canon decimo-
nónico parecen más bien planos o idealizados,
para usar un término más halagador. Las tra-
dicionales suposiciones acerca de los ideales
masculinos y femeninos son muy pertinentes
aquí: ellas apuntan hacia atrás, hacia los ro-
mances medievales de búsqueda en los cuales
la victoria significaba la restauración de la fer-
tilidad y la unión de los héroes masculino y fe-
menino (Anatomy of Criticism 193-195). Puede

•132•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

decirse que los romances están escritos hacia


atrás pues progresan como discursos religio-
sos o míticos a partir de un comienzo sagrado
y reconstruyen una trayectoria hacia ese hecho
dado. Conceptualmente, la narración empieza
con un conflicto o resolución, real o no, que sir-
ve como vehículo de una verdad preexistente y
anterior a la escritura.
El hecho de que La vorágine aparentemen-
te acepte las categorías románticas ideales y
la veracidad del patriotismo como extensión
del patriarcado ha motivado la impaciencia
obvia de algunos lectores con el estilo deshil-
vanado y las contradicciones flagrantes de
Rivera. Y él escribe, en efecto, dentro de la
tradición de los romances de la construcción
nacional, pero con la diferencia impuesta por
el tiempo y por las frustraciones nacionales
frente a los programas liberales y positivis-
tas que se defendían con ilusión en obras
anteriores.

La literatura de la política
Para el escritor estadista del siglo XIX no
podía haber distinción epistemológica clara
entre ciencia y arte, entre narración y hecho,
y por tanto entre la historia ideal y los acon-
tecimientos reales. Mientras los teóricos de

•133•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

la historia en los centros industriales se en-


cuentran hoy rectificando la arrogancia de los
historiadores que se consideran científicos,
desde hace tiempo la práctica literaria del dis-
curso histórico latinoamericano aprovechaba
la ventaja de lo que Jean François Lyotard lla-
maría la “indefinición de la ciencia” (The Post-
modern Condition) o, más precisamente, lo
que Paul Veyne denomina la indeterminación
de la historia (Writing History)10. Para ser más
exactos, la novedad, o como diría alguien, la
inmadurez de la historia posterior a la Inde-
pendencia se acercaría a la posición de Vey-
ne. En las brechas epistemológicas que deja
abiertas la no ciencia de la historia, los na-
rradores pudieron proyectar un futuro ideal.
Esto fue precisamente lo que muchos narra-
dores hicieron al producir libros que pueden
ser considerados como las novelas clásicas
de sus respectivos países. Los escritores se
vieron estimulados tanto por la necesidad
de complementar una historia que incremen-
tara la legitimidad de la nación emergente,

10 En un capítulo titulado “Todo es histórico, luego la his-


toria no existe”, Veyne plantea una tesis similar a la de
Bello aunque más general: “la ciencia es, de jure, incom-
pleta; a la historia, de facto, se le pueden permitir lagu-
nas porque no es un tejido, no tiene trama” (20). (Paul
Veyne, Cómo se escribe la historia, Ed. Alianza).

•134•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

cuanto por la oportunidad de dirigir tal his-


toria hacia un futuro ideal.
Andrés Bello había sugerido la necesaria
conexión entre ficción e historia en un ensa-
yo originalmente titulado “Modo de escribir
la historia” y significativamente rebautizado
como “Autonomía cultural de América” (48-
49). Otros latinoamericanos fueron más allá
de la defensa de la narrativa que hizo Bello y
consideraron que la narrativa era historia, por
lo cual hicieron llamados a una acción litera-
ria que encajara dentro del desafío general de
la construcción nacional. En 1847 Bartolomé
Mitre publicó un manifiesto en favor de la pro-
ducción de novelas de construcción nacional.
La pieza sirvió de prólogo a su propia contribu-
ción, Soledad, una historia de amor que se desa-
rrolla en La Paz poco después de las guerras de
independencia. En dicho prólogo, Mitre deplo-
ra el hecho de que “la América del Sur es la parte
del mundo más pobre de novelistas originales”.
Más que una deficiencia estética, ello denuncia
la inmadurez social y política (9). Y José Martí
apreciaba los logros literarios de la ficción eu-
ropea contemporánea, pero sentía que su ironía
y pesimismo harían más mal que bien en Amé-
rica (vol. XXIII, 290). América necesitaba una
literatura edificante y práctica. No sorprende

•135•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

entonces que Martí escribiera a Manuel de Je-


sús Galván una emotiva carta tras la lectura de
Enriquillo (1982), la novela idealista del escritor
dominicano (Galván 15)11.
Habida cuenta de este entusiasmo, algunos
han especulado acerca de la tardía aparición
de las novelas latinoamericanas. La razón más
obvia es probablemente la mejor: España había
prohibido la publicación e incluso la importa-
ción de literatura de ficción en las Américas.
Por su utopía católica del Nuevo Mundo o por
razones de seguridad, España vigilaba la ima-
ginación de las colonias. Las novelas empe-
zaron a aparecer durante (y como parte de) el
movimiento de emancipación, que combinaba
la norma española de autonomía en ausencia
de un monarca legítimo con una filosofía más
radical de la Ilustración. Y la primera novela
hispanoamericana es un buen ejemplo de la
amalgama de la época. El Periquillo Sarniento
(publicada en 1816 y revisada en 1830), del
mexicano José Joaquín Fernández de Lizardi,

11 Al considerar el deplorable estado de la dependencia


literaria de México, Martí hacía las siguientes pregun-
tas retóricas: “¿Puede haber vida nacional sin literatura
nacional? ¿Puede haber vida para los artistas locales en
un escenario dominado por creaciones foráneas débiles
o repugnantes? ¿Por qué en esta nueva tierra americana
debemos vivir una vieja vida europea?” (vol. vi, 227).

•136•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

es picaresca en la forma e ilustrada en el es-


píritu, y parece ser el final de la tradición li-
teraria que va de Lazarillo a Lesage, más que
el comienzo de una nueva tradición. Obras
más modernas, que he llamado romances, no
aparecieron hasta mediados del siglo, después
de que la independencia había sido consegui-
da y cuando la consolidación nacional era el
desafío del momento. La coincidencia de los
romances y la consolidación de las naciones,
junto con el surgimiento de la familia nuclear
burguesa, no fue, como veremos, meramente
casual. Las naciones y las novelas nacieron
juntas12. Esto nos permite ofrecer otra razón
igualmente buena para explicar la ausencia de
novelas antes de la independencia: no solo es-
taban prohibidas por las autoridades colonia-
les, sino que habían sido políticamente prema-
turas hasta bien entrado el siglo XIX.
Estas novelas de consolidación y reconci-
liación resultan ser, como ya anoté, romances
históricos de cuyo íntimo lenguaje se nutrie-
ron las naciones latinoamericanas. Los ar-
gumentos casi inevitablemente versan sobre
amantes desventurados que representan re-
12 Esta es una paráfrasis de la primera frase de Leslie
Fiedler en su Love and Death in the American Novel,
23. Allí desarrolla Fiedler la coincidencia en las novelas
norteamericanas.

•137•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

giones, razas, partidos, intereses económicos


y entidades similares. Su pasión por la unión
conyugal y sexual se desborda sobre una au-
diencia sentimental en un intento aparente
de ganar partidarios tanto como corazones13.
13 Esto implica que la literatura tiene la capacidad de in-
tervenir en la historia y ayudar a construirla. Así lo han
creído generaciones de escritores y lectores latinoame-
ricanos, que han escrito y leído novelas fundacionales
como parte del proceso general de formación nacional.
Pero desde los años sesenta, tras el boom de la narrativa
latinoamericana posterior a Borges y la ebullición auto-
crítica de los estudios filosóficos y literarios en Francia,
tendemos a fijarnos en las maneras por las cuales la lite-
ratura deshace sus propios proyectos. Esto, claro está, es
un saludable antídoto para nuestro hábito centenario de
ignorar o menospreciar las lagunas y la ausencia que en
parte constituyen la literatura. Reconocer este cambio de
énfasis, sin embargo, supone también advertir que ante-
riores lecturas y escrituras manejaban de modo distinto
las tensiones. En el caso de las novelas históricas latinoa-
mericanas del siglo xix, las insistentes inseguridades que
produce el escribir solo se atisban a través de las inscrip-
ciones más afirmativas y evidentes. Las tensiones existen,
obviamente, y ellas proporcionan buena parte del interés
de leer lo que de otra manera sería un canon rígidamente
opresivo. Pero lo que yo sostengo es que esas mismas ten-
siones se aprecian debido a que la enorme energía de los
romances está dirigida a negarlas.
Cuando la tarea de escribir la América parecía más ur-
gente, la cuestión de la suprema autoridad fue resuelta
en favor de los autores locales. Ellos no se preocupaban
necesariamente de la escritura como suplemento, es de-
cir, como relleno conscientemente producido y necesa-
riamente violento para un mundo lleno de lagunas. Los

•138•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

El lastre innegable para los novelistas más


jóvenes, como Rivera, era entonces formal
y político a la vez. Probablemente no tengo
que insistir en la inextricable relación entre
política y ficción en la historia de la forma-
ción nacional14. Quisiera concentrarme más
bien en la razón por la cual estas novelas de la
construcción nacional resultan tan poderosa-
mente atractivas, incluso para escritores pos-
teriores que trataron de resistir al romance o
demostraron que ya no servía. La atracción
es prácticamente visceral. Ello se debe, creo,
a una característica que ha permanecido evi-
dentemente relegada a un segundo plano. Me
refiero a la retórica erótica y romántica que
organiza las novelas históricas en apariencia.

espacios vacíos eran parte de la naturaleza demográfica y


discursiva de América. Ella parecía invitar a escribir.
En otras palabras, el hecho de que más tarde América
pareciera indiferente resulta notable. Indica una falta de
confianza u optimismo en muchos de los escritores im-
portantes de la región frente a los tipos de proyectos que
anteriores generaciones ayudaron a escribir.
14 Una reciente y provocativa formulación de este punto se
lee en Benedict Anderson, Imagined Communities: Re-
flections on the Origin and Spread of Nationalism. An-
derson arguye que la nación moderna comenzó como
una comunidad impresa en novelas y periódicos. Las
novelas, dice, ayudaron a crear “comunidades imagina-
das” a través de su “tiempo calendario vacío” que aco-
moda a una ciudadanía entera (30).

•139•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Este lenguaje de amor, y específicamente de


sexualidad productiva en el ámbito domésti-
co, es notablemente coherente a pesar de las
diferencias programáticas entre las novelas
de la formación nacional.
Quiero situar una retórica de la política en
las novelas prepopulistas y sugerir que la varie-
dad de ideales sociales inscritos en ellas están
todos ostensiblemente fundados en el romance
“natural” que legitima la familia-nación a tra-
vés del amor. Sostengo que esta fundamenta-
ción natural y familiar, junto con su retórica
de la sexualidad productiva, proporciona un
modelo para una consolidación nacional apa-
rentemente no violenta que sigue a periodos
de conflicto civil. Parafraseando otro texto
fundacional, tras la creación de las nuevas na-
ciones, el romance doméstico es una exhorta-
ción a fructificar y multiplicarse. Se hará evi-
dente que muchos de estos romances aspiran a
matrimonios de conveniencia y que, pese a su
variedad, los estados ideales que proponen si-
guen siendo patriarcales o jerárquicos. Pero en
contraste con las revisiones populistas poste-
riores, los romances nacionales realizan gestos
notables en favor de la democratización de la
erótica política o al menos de la propuesta de

•140•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

una relación bipartidista. La erótica del popu-


lismo será mucho más jerárquica.
Leídas por separado, las ficciones fundacio-
nales son ciertamente muy diferentes, no solo
en cuanto a la época y el lugar, sino también
respecto de sus ideales sociales y las estrate-
gias correspondientes. Parece difícil, en efec-
to, hablar del común denominador de los libros
cuando los proyectos que ellos postulan varían
tanto, del racismo al abolicionismo, de la nos-
talgia a la modernización, del libre cambio al
proteccionismo. Los siguientes ejemplos pue-
den dar una idea del espectro de posibilidades.
En Amalia, el argentino José Mármol opone
la civilización, inculcada a los unitarios libre-
cambistas y europeizantes de Buenos Aires, a
la barbarie de los federalistas gauchos del inte-
rior. Al mismo tiempo, él enfrentaba blancos y
mestizos, la intelectualidad privilegiada y las
masas incultas. Los amantes, cuya pasión con-
fiere su unidad a este libro de episodios, perte-
necen a la élite y no atraviesan las fronteras de
raza o de clase, pero representan y reconcilian
a las regiones rivales. Es muy significativo que
el héroe de la obra sea un artista proveniente
de un cruce de tradiciones. No se trata del re-
suelto galán de Amalia, que es un unitario de
Buenos Aires, sino de su astuto primo, Daniel

•141•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Bello, cuyas simpatías están con los unitarios,


pero cuyas credenciales familiares hacen de él
un respetable federalista. A pesar de su elitis-
mo, Mármol sabía que la conciliación, la fle-
xibilidad y el compromiso hasta donde fuera
posible eran los pasos necesarios hacia la paz
y el progreso.
María, de Jorge Isaacs, se detiene nostál-
gicamente en lo que parecían ser promisorias
amalgamas en Colombia. Una es el vínculo de
la cristiandad que une a Efraín y a la heroína
entre sí y con su país, y otra es el generoso pa-
ternalismo que integra a su privilegiada fami-
lia con sus modestos vecinos y amigos. Martín
Rivas, del chileno Alberto Blest Gana, intenta
mitigar las oposiciones a través de un arreglo
matrimonial que cruza las fronteras de clase y
de región. Martín es un estudiante de derecho
cuyo padre perdió una fortuna en el pueblo mi-
nero de Copiapó, mientras su amada es la hija
de un usurero de Santiago que fue una vez el
socio secreto de Rivas. Pero la moderación de-
pende de un cambio más radical en la trágica
Cecilia Valdés (1839, 1882), del cubano Cirilo
Villaverde, y en Sab, de Gertrudis Gómez de
Avellaneda, que muestran cómo la esclavitud y
el racismo constituyen los obstáculos y no los
auxiliares de la civilización. La generosidad y

•142•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

el desprendimiento de la pasión de Sab por la


hija de su amo son la medida de su humanidad
superior y por tanto respaldan el argumento en
favor de la abolición de la esclavitud.
Para hacer las cosas más complicadas, Aves
sin nido, de Clorinda Matto de Turner, emplea-
rá la oposición, tradicionalmente elitista, entre
civilización y barbarie para insistir en que la
única esperanza de justicia futura que tiene el
Perú es llevar la Ilustración a las provincias a
fin de liberar y no exterminar a los indios. Pero
el esclavista brasileño José de Alencar puede
haber escrito acerca de la integración con los
indios con el objeto de no hablar de los negros.
En O Guaraní, narra el posible idilio brasileño,
cuando los indios y los europeos aprendieron
a amarse. En Iracema (1865), más tarde, pre-
senta una historia más pesimista, similar a la
de la princesa india Pocahontas, en la cual la
reconciliación política es posible a través del
amor, pero se enfrenta a obstáculos insupera-
bles. Y aunque el aventurero blanco abandona
a la princesa india, como Eneas a Dido, lleva
consigo a su hijo mestizo, que es una prueba
viviente de la conciliación de los contrarios.
En una sustitución similar de los negros por
los indios, Enriquillo, de Manuel de Jesús Gal-
ván, recrea la primera conquista española en el

•143•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Nuevo Mundo. Junto con Aves sin nido y las


obras de Alencar, ha sido calificada de nove-
la indigenista, si bien Galván posiblemente
no podía haberse preocupado por la protec-
ción de indígenas ya extinguidos. Pero gra-
cias a su mito de un mestizaje original entre
indios nobles que se sometieron y españoles
nobles leales al emperador Carlos V, las ma-
sas negras y mulatas “son” indígenas para el
escritor dominicano.
Mucho después de la consolidación nacio-
nal en el Cono Sur, que produjo novelas como
Amalia, y de los movimientos en pro de la so-
lidaridad económica y racial en las Antillas,
a los cuales se suma Enriquillo, algunos lati-
noamericanos se dieron cuenta de que tenían
que restablecer su independencia, esta vez
no frente a España sino frente al poder neo-
colonial del norte. En adelante, los obstácu-
los a la independencia fueron los dictadores
locales apoyados por los Estados Unidos. En
Doña Bárbara (1929)15, Rómulo Gallegos, el
futuro presidente de Venezuela, propone una
doble emancipación de corte populista, del
tirano doméstico y de su aliado extranjero,
esto es, del poder local, Doña Bárbara, y de

15 Trabajo con la edición de la editorial Espasa Calpe, 1975.

•144•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

su cómplice norteamericano, Mr. Danger. Y


aunque el héroe triunfa al recuperar su legí-
timo control de la tierra, es conquistado a su
vez por Marisela, la hija mestiza de Bárbara.
¿Debemos suponer que los contextos na-
cionales particulares y los programas militan-
tes de estas novelas eliminan todo terreno co-
mún? En tal caso deberíamos preguntar, por
ejemplo, cómo Andrés Bello puede escribir
sobre Chile y sustentar una argumentación
acerca de la autonomía cultural de las Amé-
ricas, y por qué Bartolomé Mitre ubica su
historia en Bolivia aunque sea relevante para
su nativa Argentina, o por qué José Martí
saluda una novela dominicana como modelo
para los escritores americanos en general.
De hecho, las novelas comparten mucho más
que sus metas de construcción nacional. Leí-
das en conjunto, revelan notables puntos de
contacto en cuanto a lenguaje y argumento,
produciendo así un palimpsesto que no co-
rresponde en principio a las diferencias his-
tóricas o políticas que las novelas presentan.
La coherencia proviene más bien de la nece-
sidad común de reconciliar y amalgamar las
clientelas nacionales, lo mismo que de la es-
trategia de mostrar a los partidos, las razas,
las clases o las regiones antes enfrentadas

•145•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

como amantes “naturalmente” atraídos y


destinados a reunirse. Ello produce una for-
ma narrativa de sorprendente consistencia
que resulta aparentemente adecuada para
un amplio espectro de posiciones políticas y
describe una coherencia básica en el canon
novelesco decimonónico y en el discurso po-
lítico que este organiza.
Sea que las tramas tengan final feliz o no,
los romances versan invariablemente sobre
el deseo de jóvenes y castos héroes por heroí-
nas igualmente jóvenes y castas con miras a
establecer uniones conyugales productivas
que representan la unificación nacional y
que tan solo obstáculos sociales ilegítimos
podrían frustrar. La superación de tales obs-
táculos conduce al fin deseado (como en En-
riquillo, O Guaraní y Martín Rivas) mientras
que el fracaso se resuelve en tragedia (como
en Sab, María y Aves sin nido). Casar el desti-
no nacional con el sentimentalismo personal
es lo que hace a estos libros tan peculiarmen-
te americanos. De una parte, es bien poco
lo que parece determinar la orientación del
discurso histórico entre mediados y finales
del siglo XIX puesto que, como Andrés Bello
lamentaba, la información básica no exis-
tía. Pero de otra parte, y esta es mi tesis, no

•146•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

cualquier contenido narrativo podía haberlo


hecho.
El júbilo que adivino en la exhortación de
Bello para complementar la historia obedece
con seguridad a la oportunidad que él perci-
be para proyectar una historia a través de ese
muy fundamental y satisfactorio género del
romance.
¿Qué mejor manera de plantear el debate de
la civilización que suscitar el deseo de la moti-
vación intensa por un proyecto político litera-
rio? Leer, sufrir y temblar con la lucha de los
amantes en pos del matrimonio, la familia y la
prosperidad y ser entonces arrollado o trans-
portado al final de la novela, es para el lector
convertirse en un prosélito.

(Re)torno y (re)vuelta de Rivera


La vorágine parece encajar dentro de este mo-
delo. Su travesía por los llanos, el núcleo mismo
de la nacionalidad colombiana, y a través de la
selva de las caucherías para rescatar la colom-
bianidad de territorios irreconocibles, coloca
claramente a este libro en la tradición de la for-
mación nacional. Y su forma corresponde apa-
rentemente a la red del romance al reconciliar
la región llanera, de la cual proviene la familia
de Cova, y la ciudad de Alicia. Los amantes en-

•147•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

frentan varios obstáculos, que incluyen la opo-


sición de los padres (como Martín Rivas) y la in-
terferencia de Barrera, el lujurioso usurpador
(como en Amalia, Enriquillo, O Guaraní). Una
gran diferencia, sin embargo, radica en que el
tratamiento de Rivera hace que los obstáculos
sean internos más que externos. El enemigo
aquí bien puede ser el yo y no un otro fácilmen-
te identificable. Cuando Cova ayuda a Alicia a
escapar del matrimonio de conveniencia que
sus padres han arreglado para ella, no lo mue-
ven ni la pasión ni la verdad. Su motivo es más
bien huir del tedio. Alicia misma carece de ilu-
siones respecto del amor de Cova o de la posibi-
lidad de una solución feliz al conflicto con sus
padres. Aunque ella puede exigir a Cova que la
despose, decide no hacerlo. En cuanto a la in-
tromisión de Barrera, hay que decir que ella no
se habría presentado si los amantes hubieran
permanecido fieles el uno al otro.
Estos amantes son más dinámicos que sus
modelos en los romances. Su pasión languide-
ce y se intensifica; ellos aprenden que el amor
es una opción y no una fatalidad. Y tal vez más
importante, tras tantas tentativas frustradas,
Cova finalmente aprende que ser hombre es no
negar aquellos aspectos de sí mismo que des-
bordan una masculinidad ideal definida por

•148•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

oposición a la feminidad. Él se da cuenta de


que el otro es él mismo. Una lectura posible es
que Cova, como los protagonistas románticos
anteriores, supone que el enemigo es el otro,
es decir, Barrera. O la selva que “trastorna al
hombre, desarrollándole los instintos más in-
humanos: crueldad, codicia…” (139) o una mu-
jer agresiva como la madona que “oxida con su
aliento mi virilidad” (207). Pero, en otra lectu-
ra posible, Cova advierte que el enemigo es él
mismo o al menos esa parte de sí mismo que
corresponde al ideal positivista e instrumental
de los padres fundadores, probablemente auto-
destructivo. “Es el hombre civilizado el pala-
dín de la destrucción. Hay un valor magnífico
en la epopeya de estos piratas que esclavizan a
sus peones, explotan al indio y se debaten con-
tra la selva” (183). Yo sugeriría que, junto a esta
atormentada admiración por un monstruoso
ideal masculino, hay una nueva cuasi-identi-
ficación con quienes son explotados por dicho
ideal, como los trabajadores y quizá las muje-
res. Cova se vuelve doméstico al final de la no-
vela. Aprende a amar a Alicia no solo porque
los celos excitan su deseo y no solo porque ella
se convierte en madre, sino también porque él
se convierte en padre y en el aliado de Alicia. El
futuro tiene ahora sentido para él. La paterni-

•149•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dad y lo que yo interpreto como su domestica-


ción lo reconcilian con la vida.
Estoy consciente de que la anterior puede
ser una lectura equivocada16 y que la conver-
sión de Cova puede ser fácilmente interpreta-
da como una defensa del patriarcado. Cierta-
mente las mujeres son descritas aquí de manera
harto problemática. Ellas, y especialmente Zo-
raida Ayram, devoran hombres, como la selva
y el capitalismo (todas reproducen por natu-
raleza sin importar lo que devoran en el pro-
ceso). Pero me interesa mucho más el espacio
de lectura que abre Rivera contra su obvia in-
tención. Él ofrece más de una indicación de que
las mujeres, y la selva, simplemente responden
a la codicia y al apetito del poder de los hom-
bres. Don Clemente Silva, por ejemplo, explica
que “la selva se defiende de sus verdugos” (139);
“cualquiera de estos árboles se amansaría, tor-
nándose amistoso y hasta risueño en un par-
que, en un camino, en una llanura, donde nadie
lo sangrara ni lo persiguiera; más aquí todos son
perversos o agresivos o hipnotizantes” (181, el
subrayado es mío).

16 Véase Harold Bloom, The Anxiety of Influence: A Theory


of Poetry.

•150•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

Como se habrá advertido, prefiero hacer


una lectura feminista utópica del libro. ¿Por
qué no, si sus mejores lectores admiten que
es una obra supremamente contradictoria?17.
Pero algunos tienden a defender una coheren-
cia ilusoria de masculinidad liberal y otros,
indignados, afirman que la ilusión enmascara
hostilidad y condescendencia hacia cualquiera
que encaje dentro del esquema blanco y mascu-
lino del “héroe”. Mi tesis es sencillamente que
una lectura que no adopte la actitud defensiva
de la víctima y que no empiece con la autoim-
plicación del lector muestra las peripecias de
un hombre que fracasa repetidamente en estar
a la altura de su propio estereotipo de mascu-
linidad y heroísmo. Cova aprende, en cambio,
que tal imagen ideal es su mayor problema: fal-
sas ideas de pasión, poder sobre las mujeres y la
naturaleza, competencia, amor a la violencia18.
Una lectura utópica vería a Cova convertirse
en un hombre no por la conquista y posesión de

17 Véase Montserrat Ordóñez, “La vorágine: La voz rota de


Arturo Cova”.
18 Véase la indignación de Jean Franco ante la “estetiza-
ción” de la muerte de Cova, en, “Imagen y experiencia
en La vorágine”, 130. En La vorágine: Textos críticos de
Montserrat Ordóñez.

•151•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Alicia a la grandilocuente manera patriarcal19,


ni por el logro de cierta coherencia trascenden-
tal al final de una búsqueda espiritual20. Por el
contrario, paradójicamente él se hace “todo un
hombre” cuando deja de insistir en la necesidad
de coherencia y en los términos ideales de la rí-
gida oposición que podían distinguirlo de lo no
masculino; es decir, él se convierte en un hom-
bre cuando reconoce a la mujer como sujeto y
como su contraparte, cuando ya no tiene mie-
do de admitir que la mujer es parte del yo. Esto
puede significar también que Cova se reconoce
en el devorador femenino como proyección de
su agresividad y de su culpabilidad. Su agresi-
vidad, en otras palabras, puede ser un intento
de aniquilar a la mujer que hay dentro de él mis-
mo. Y una vez que él aprende a vivir con ella,
puede vivir consigo mismo.
Parecería que la lección de Cova en mate-
ria de masculinidad, según la cual ser padre
es ser más hombre que ser agresivo, lo aleja
de los héroes ideales del siglo XIX a quienes
él parecía emular. Al fin y al cabo, a ellos co-

19 Véase, por ejemplo, Ernesto Porras Collantes, “Hacia


una interpretación estructural de La vorágine”.
20 Véase Luis Carlos Herrera, Introducción a La vorágine
11-47.

•152•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

rrespondían los proyectos positivistas e ins-


trumentalistas a los cuales Rivera se resiste.
Pero, de hecho, el largo aprendizaje de Cova lo
distancia del populismo militante de su pro-
pia época y lo sitúa más bien en el centro de
la tradición de los padres decimonónicos. Por
supuesto, la variación programática en La vo-
rágine amplía el espectro de por sí vasto de los
romances nacionales. Me aventuro a califi-
carla de variación ecológica con elementos fe-
ministas. Al comparar esta novela o romance
trastocado con los modelos que ella aparente-
mente desestabiliza, encontramos con cierta
sorpresa que su protagonista alcanza la “ver-
dad” que sus antepasados siempre asumieron,
es decir, el conocimiento de que la paternidad
de un país es un concepto metonímico que em-
pieza en el hogar. Los héroes románticos eran
ante todo y para siempre amantes, listos para
la intimidad y la domesticidad. Y en lugar de
la rígida codificación sexual que Northrop
Frye nos hace ver en el romance, las ficcio-
nes fundacionales suavizan la tensión entre lo
masculino y lo femenino de manera notable.
En otros términos, si esperábamos que el re-
conocimiento que hace Cova de Alicia como
su contraparte fuera una desviación radical
respecto del discurso tradicional, nos encon-

•153•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tramos en cambio con que Cova recupera un


cierto tipo de paridad sexual que un patriotis-
mo posterior, defensivo y populista, sustituye
por medio de una distinción mucho más drás-
tica entre masculino y femenino.
Dije antes que las aporías o los desencuen-
tros discursivos en La vorágine generan un es-
pacio crítico dentro de la retórica sexualmente
codificada de un nacionalismo populista que
se ha convertido en nuestro lenguaje político
colectivo. Desde ese espacio podemos recono-
cer las figuras retóricas constructoras de una
cultura que ha llegado a parecernos natural. Y
al descoser el tejido del discurso populista a lo
largo de la costura que nos señala Rivera, ad-
vertimos cómo el patriotismo y un ideal puro
de masculinidad no son necesariamente com-
patibles. Esta observación, creo yo, nos per-
mite reconocer que el canon de los romances
nacionales es mucho menos predecible en su
codificación sexual que lo que podríamos es-
perar como sujetos de un discurso populista y
masculinista. Las ficciones fundacionales pre-
cedieron al discurso antiimperialista que he ca-
racterizado como la sustitución de un amo por
otro21. Se trataba, en cambio, de un discurso

21 Ver Doris Sommer, One Master For Another: Populism


as Patriarchal Rhetoric in Dominican Novels.

•154•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

que reconciliaba los contrarios: partidos, inte-


reses, razas y géneros opuestos. A estas altu-
ras, debo hacer una sincera confesión decons-
tructiva: mi lectura de los romances del siglo
XIX puede haber coloreado La vorágine con to-
nos utópicos en la misma forma en que La vorá-
gine puede haber influido en mi relectura de las
ficciones fundacionales.

Un asunto de familia
Recordemos que los desafíos de la segunda mi-
tad del siglo XIX eran con frecuencia más los
de la conquista interna que los de la conquista
externa. El intransigente y heroico militaris-
mo que había expulsado a España de la mayor
parte del continente americano era ahora una
amenaza para el desarrollo. Lo que América
necesitaba eran civilizadores, padres funda-
dores y no guerreros. Juan Bautista Alberdi es-
cribía que “a la necesidad de gloria ha sucedido
la necesidad de provecho y de comodidad, y el
heroísmo guerrero no es el órgano más compe-
tente de las necesidades prosaicas del comercio
y de la industria que constituyen la vida actual
de estos países” (como si dijéramos que la pro-
sa estuviera reemplazando necesariamente a
la poesía) (“Las bases y puntos de partida” 92).
Alberdi y Sarmiento concordaban al menos

•155•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en la necesidad de llenar el desierto y hacerlo


desaparecer. ¿Qué sentido tenía reducir por
medios heroicos los cuerpos tibios a cadáveres,
cuando Alberdi decía que en América “gober-
nar es poblar”?22. Pocas consignas han tenido
tanto éxito como esta. Desposar la tierra y en-
gendrar países, sugería él; puesto que ya han
sido conquistados, es menester ahora amarlos
y trabajarlos23.

22 “Reducir en dos horas una gran masa de hombres a su


octava parte por la acción de un cañón: he ahí el heroís-
mo antiguo y pasado” (“Las bases y puntos de partida”
100).
23 Alberdi no se redujo a la exhortación. Su libro era un
manual práctico y su recomendación concreta para
aumentar la población, en el mejor estilo burgués, re-
concilia los asuntos de Estado y los asuntos del corazón:
como otros prepositivistas, observa que los argentinos,
en tanto hijos de los españoles, están racialmente inca-
pacitados para el comportamiento nacional, al paso que
los anglosajones son naturalmente laboriosos y eficien-
tes. Por ello. Argentina debía atraer tantos anglosajo-
nes como pudiese. El problema era que el Estado solo
reconocía la religión católica y sin la sanción legal para
los matrimonios interconfesionales, estos protestan-
tes codiciarían y envilecerían a las mujeres argentinas,
generando así hijos ilegítimos. Otro problema era el de
conservar el poder político para los argentinos y esti-
mular a la vez a los extranjeros a producir riquezas en
el país. Alberdi mostraba cómo este doble peligro podía
ser fácilmente evitado si Argentina concedía libertad
religiosa. Entonces, de manera casi increíble, este ar-

•156•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

Durante los veinte años que Alberdi es-


tuvo promoviendo esponsales a través de
estas bases políticas, haciendo que el Josué
que blandía una espada se transformara en
el Isaías que fabricaba un arado, hemos visto
cómo los novelistas convenían también una
cosa en la otra: sentimentalismo en valor,
romance en epopeya, esposo en héroe. Ello
ayudaba a resolver el problema de establecer
la legitimidad del hombre blanco en el Nuevo
Mundo, ahora que los conquistadores ilegí-
timos habían sido expulsados. Sin una ge-
nealogía propia que los arraigara a la tierra,
los criollos tenían que establecer al menos

quitecto político sostiene que el romance podría vencer


los desafíos prosaicos: “¿Necesitamos cambiar nuestras
gentes incapaces de libertad por otra gentes hábiles para
ella, sin olvidar el tipo de nuestra raza original y mucho
menos el señorío del país; suplantar nuestra actual fa-
milia argentina por otra igualmente argentina pero más
capaz de libertad, de riqueza y progreso, o conquista-
dores más ilustrados que la España, por ventura? Todo
lo contrario; conquistando en vez de ser conquistados.
La América del Sur posee un ejército a este fin y es el
encanto que sus hermosas y amables mujeres recibieron
de su origen andaluz, mejorado por el cielo espléndido
del Nuevo Mundo. Removed los impedimentos morales
que hacen estéril el poder del bello sexo americano, y
tendréis realizado de cambio de nuestra raza sin la pér-
dida del idioma ni del tipo nacional primitivo” (Mayer,
Las bases de Alberdi 406).

•157•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

derechos conyugales y de paternidad me-


diante una reivindicación generativa y no
genealógica. Ellos tenían que ganarse el co-
razón y el cuerpo de América para que los
padres pudieran fundarla y reproducirse
como hombres cultivados. Para ser legítimo,
su amor debía ser recíproco; aún si los pa-
dres daban la pauta, la madre debía corres-
ponder. El erotismo improductivo no es solo
inmoral; es antipatriótico y se relaciona con
frecuencia a la bárbara prehistoria de las mi-
siones de América y puede ser representado
por mujeres desnaturalizadas para quienes
la sensualidad es poder. Puesto que su poder
rivaliza con el de los padres, las activas Do-
ñas Bárbaras de los romances fundaciona-
les han de ser sometidas o eliminadas junto
con los gauchos, los caudillos locales y otros
anacronismos como los pupilos eternamente
inmaduros, que son sujetos sexuales tan solo
si son perversos. La prohibición de ejercer el
poder, usualmente codificada como búsqueda
del deseo sexual, aparece como cualquier com-
binación de los viejos hábitos mundanos con la
nueva codicia, porque ellos amenazan el amor
razonable y casto y pueden bloquear el proyec-
to liberal de desarrollo del comercio. Las mu-
jeres naturales (María, Amalia, Mencía, Mari-

•158•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

sela, Leonor), por supuesto, no necesitan po-


der una vez que consiguen al hombre adecua-
do. En cambio, ellas son desposadas por los
patriarcas firmes pero generosos. Los rivales
en el romance, por contraste, son codiciosos
como Loredano (O Guaraní), Ricardo (Fran-
cisco), Mr. Danger (Doña Bárbara), Valenzue-
la (Enriquillo). Ellos son casi siempre los jefes
brutales, machistas más que masculinos y luju-
riosos más que amorosos. Si la diferencia entre
masculinidad y machismo es de cierta manera
vaga, la vaguedad debería sugerir al menos
una trampa en el romance. En sus expresiones
tardías, antiimperialistas y “populistas”, el ro-
mance valoriza la virilidad como atributo mas-
culino único, al paso que trata de distinguir
entre los buenos y los malos hombres. Pero en
versiones más tempranas, cuando el romance
reconciliaba a los miembros igualmente legíti-
mos de la familia-nación en lugar de defender a
la familia de las amenazas foráneas, los héroes
están notoriamente feminizados. Su tipo de he-
roísmo productivo, en efecto, depende de ello.
El machismo temerario, que corteja la muerte,
es ya cosa del pasado. Comparables a Werther
en sensibilidad, aunque sin perder la razón por
la pasión, los protagonistas románticos se dis-
tinguen por su apariencia y sus sentimientos

•159•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

casi femeninos, que les permiten trabar una


íntima relación con las mujeres. Daniel Be-
llo, por ejemplo, tiene unas manos tan ado-
rables “que podrían dar envidia a cualquier
coqueta” (Mármol 96); y el “pálido semblante
y facciones de una finura casi feminil” sirven
para idealizar a Rafael San Luis en Martín
Rivas (Blest Gana 41). El personaje mismo
del título, modelo de discreción y comporta-
miento racional, es capaz de llorar como un
niño (Blest Gana 349). Al mismo tiempo, las
mujeres son admirables por sus principios y
por sus recursos. El hermano de Leonor se
queja, por ejemplo: “Caramba, ésta sacó toda
la energía que me tocaba a mí como varón y
primogénito” (Blest Gana 345). Y Amalia
encara el terror de Rosas y dice al jefe de la
policía que “sólo los hombres temen; pero las
señoras sabemos defender una dignidad que
ellos han olvidado” (Mármol 295). Los per-
sonajes femeninos de Rivera, como Griselda,
quien continuamente toma sus propias deci-
siones, y eventualmente Alicia, que le corta
la cara a Barrera (43), son dignas herederas
de esta fortaleza. Lo propio sucede con la
vieja Tiana y la india que cuida a su esposo
cuando este “sufre” los dolores del parto.

•160•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

Incluso en un romance populista y defen-


sivo como Doña Bárbara, que parece recupe-
rar con nerviosismo todos los cabos sueltos
de La vorágine y en el cual toda sangría en-
tre las categorías masculina y femenina es
percibida como una hemorragia, el hombre
aparentemente ideal, que domina la barba-
rie, tiene una paradójica lección que apren-
der. Santos tiene que convertirse en apasio-
nado para mantener el control. “Cuando no
se tiene el alma sencilla… o demasiado com-
plicada, como no la tenía Santos Luzardo,
las soluciones deben ser siempre positivas”.
Esto significa enamorarse y casarse. “De lo
contrario, acontece como le aconteció a él,
que perdió el dominio de sus sentimientos y
se convirtió en juguete de impulsos contra-
dictorios” (Gallegos 164). Después de que él
aprende a amar a Marisela y a amar la vida
hogareña, Gallegos puede confiar el resto a
la naturaleza24. Cualquier duda acerca de la
calidad o legitimidad de la masculinidad de
un héroe es suprimida por el acto domestica-
dor del matrimonio.

24 “Marisela será para mí una impedimenta que no me


dejará disponer de mi vida libremente. Si resuelvo, por
ejemplo, regresarme a Caracas o irme a Europa… ¿qué
hago con Marisela?” (Gallegos 163).

•161•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

En el siglo XIX , el matrimonio no solo pro-


yectaba un Estado ideal, sino que también
ayudaba a realizar las alianzas de familia que
sustentaban los gobiernos nacionales. Si el
matrimonio es una “causa” de la estabilidad
nacional, es también un “efecto” de la nación.
Sin el concepto de nacionalidad, las alianzas
y la estabilidad que ellas proporcionan es-
tarían fuera de lugar. Vista desde cualquier
ángulo, la dependencia recíproca de la fami-
lia y el Estado en América Latina podía y en
algunos casos pudo mitigar la tensión entre
las lealtades públicas y las lealtades priva-
das que ha perseguido a la filosofía política
occidental. Desde Platón, cuya solución en
La República fue abolir la familia junto con
sus roles sexuales disgregadores, y Aristó-
teles, para quien la distinción entre hombre
público y mujer privada era útil en tanto fue-
se jerárquica, hasta los teóricos ingleses del
contrato social y Rousseau con su rechazo
radical pero aún incompleto de la familia
como el modelo natural de la sociedad, toda
la filosofía política ha tenido que considerar
lo “natural” de la familia. Un resultado ha
sido tanto debate sobre la naturaleza que el
concepto se presenta continuamente como
una construcción social.

•162•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

Por extensión, podemos ver cómo la va-


riedad de familias “naturales” celebradas
en los romances nacionales se proyecta en
construcciones sociales específicas y a veces
radicalmente diferentes. En otras palabras,
la observación según la cual las ficciones
fundacionales son romances nacionales nos
ofrece tan solo los parámetros políticos ge-
nerales de cada novela. Amalia, escrita des-
pués de que los unitarios y los federalistas
argentinos se dieron cuenta de que un solo
partido no podía dominar y vivir en paz, pos-
tula una sociedad marital para reemplazar a
Rosas, el supremo pater familias. Enriquillo,
en cambio, no destierra al padre, pero lo dis-
tancia en la persona de Carlos V. Con Doña
Bárbara, el padre autoritario regresa. Pese a
las similitudes de las ficciones fundacionales
y los romances de familia, las novelas ofre-
cen una gama de opciones al teorizar la fami-
lia como microcosmo del Estado. En el espí-
ritu de nuestros novelistas, en consecuencia,
podemos desarrollar futuras opciones o al
menos imaginar relaciones públicas y priva-
das satisfactorias.
Pienso que podemos guiarnos por los ro-
mances fundacionales que ayudaron a pre-
parar la retórica familiar y con frecuencia

•163•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

jerárquica que va y viene en la política lati-


noamericana, y evadir así tanto a Escila como
a Caribdis, es decir, tanto el rechazo imposi-
ble de la extendida cultura patriarcal como
su veneración estéril. Una tal guía podría es-
tar constituida por las cualidades sentimen-
tales de los héroes de los romances. Podemos
recordar que, al lado del machismo brutal
vinculado a la barbarie, en los padres civili-
zadores hay también feminidad y sentimen-
talismo. Por supuesto, esta yuxtaposición
respondía a una época en la cual el heroísmo
militar parecía anacrónico, mientras que hoy
no. América Latina necesita heroísmo de to-
dos los niveles ahora que los civilizadores del
Norte parecen más y más bárbaros. Pero si
releemos a los primeros padres de América
Latina y los observamos practicar la alteri-
dad (o la otredad) de la mujer en sí mismos, si
dejamos de ignorar el lado afectivo de nues-
tras Doña Bárbara o las pasiones de nuestras
Marías, no hay razón por la cual solo las mu-
jeres sean amables o solo los hombres sean
heroicos. Este reconocimiento de la alteri-
dad podría proporcionar un medio de rom-
per la polarización de los roles sexuales en
la imaginación política populista que hemos
heredado. Ciertamente, la indiferencia de la

•164•
El género deconstruido: cómo releer el canon a partir de La vorágine

mulata de La vorágine frente a la metonimia


legitimadora de paternidad y patria apunta
en esa dirección. La familia, entonces, no
tendría que asumir necesariamente el pa-
triarcado y el matrimonio podría significar
una sociedad no jerárquica, y la Naturale-
za, al lado de la Mujer, no sería ya la tierra
firme para la exaltación autodestructiva del
hombre.

•165•
LECTURAS
CONTEMPORÁ-
NEAS
La vorágine:
Dialéctica de
la fiebre del
caucho*25
JENNIFER FRENCH

Para muchos lectores, el misterio de La vo-


rágine, de José Eustasio Rivera, es la suerte
de su protagonista, Arturo Cova, que desa­
parece en la selva amazónica cerca del río
Negro, en el noroeste brasileño. La única ex-
plicación que se puede encontrar en el texto
son las célebres últimas palabras de la nove-
la, escritas como si fueran un telegrama del
cónsul colombiano en Manaos:

* Este artículo fue publicado originalmente en mi libro


Nature, Neo-Colonialism and the Spanish American Re-
gional Writers. La traducción es de Felipe Botero Quin-
tana.

•168•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

Hace cinco meses búscalos en vano Cle-


mente Silva.
Ni rastro de ellos.
¡Los devoró la selva! (Rivera, La vorágine
385).

Aunque no puedo pretender haber descu-


bierto los pasos perdidos de Arturo Cova, me
siento más intrigada por otra desaparición:
la de la escandalosa Peruvian Amazon Com-
pany, que La vorágine a la vez expone y casi
totalmente encubre.
Como muchos de sus lectores lo saben,
La vorágine se compone de dos historias
diferentes, una mayoritariamente ficticia y
la otra anclada con firmeza en fuentes cla-
ramente documentadas. La primera es la
odisea personal del narrador, Arturo Cova,
un reconocido poeta que huye de Bogotá y
del incipiente escándalo con su amante Ali-
cia. Tras pasar varias semanas en una fin-
ca ganadera en el rústico departamento de
Casanare, Alicia se escapa con el conocido
esclavista Narciso Barrera y Cova los persi-
gue de camino a la selva, acompañado de un
pequeño grupo de trabajadores de la finca.
Al entrar en la selva, la narrativa personal y
ficticia de Cova se entreteje con una segun-

•169•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

da historia de carácter histórico, inspirada


en el escándalo provocado por la Peruvian
Amazon Company, un consorcio británi-
co-peruano que a comienzos del siglo XX fue
acusado de esclavizar a las comunidades in-
dígenas del suroeste colombiano. La Peru-
vian Amazon Company, fundada en los úl-
timos años del siglo XIX como una pequeña
firma de caucho por Julio César Arana, se
aprovechó de la falta de autoridad judicial
en la región conocida como el Putumayo (un
territorio en disputa en la frontera entre
Colombia y Perú) para aterrorizar tanto a
sus potenciales competidores como a las co-
munidades indígenas locales, y así estable-
cer un monopolio sobre su mano de obra y
sus recursos naturales. En 1907, la empre-
sa de Arana se volvió una multinacional al
cotizar en la Bolsa de Londres y recibir más
de un millón de libras esterlinas en inver-
sión, pasando a ser conocida formalmente
como la Peruvian Amazon Company. Va-
rios británicos se volvieron miembros de la
junta directiva y otros fueron nombrados
agentes locales en América Latina cuando
reportes de las atrocidades comenzaron a
aparecer en la prensa inglesa desde sep-
tiembre de 1909. El Ministerio de Relacio-

•170•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

nes Exteriores británico envió a sir Roger


Casement, el humanitario irlandés cuyo tra-
bajo había sido fundamental para exponer
los horrores del imperialismo europeo en
África Central, a investigar las prácticas la-
borales de la compañía. El reporte que ulte-
riormente envió al Parlamento británico des-
cribe un sistema pseudolegal de “endeude”
feudal que fue implementado a través de la
violencia y el terror: como lo atestigua Ca-
sement, los trabajadores eran torturados y
asesinados por no llevar una cantidad su-
ficiente de látex, por negarse a entregarles
sus mujeres y sus hijos a los capataces de la
compañía o simplemente por el placer sádi-
co de sus opresores1.
Lo que me sorprende e intriga es el con-
traste entre las denuncias iniciales sobre
la Peruvian Amazon Company hechas por
Casement y otros y la representación que
hace de ello Rivera en La vorágine. Los re-
portajes británicos sobre el escándalo del

1 Para una aproximación más detallada a la historia de la


Peruvian Amazon Company, véase la introducción de
Angus Mitchell a The Amazon Journal of Sir Roger Ca-
sement 47-62, y el libro de Michael Taussig Shamanism,
Colonialism, and the Wild Man: A Study in Terror and
Healing 3-73.

•171•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Putumayo hacen énfasis en la responsabi-


lidad de los inversionistas en Londres que
apoyaban y se beneficiaban de las activida-
des de Arana; La vorágine, por su parte, no
hace ni una sola mención de británicos en la
historia o siquiera alude a los inversionistas
de la compañía en el exterior. Aún más, se
puede decir con confianza que la “omisión”
de Rivera fue intencional, pues gran parte
del material británico fue traducido y pu-
blicado en Bogotá entre 1910 y 1915, y las
investigaciones del Parlamento británico
sobre la Peruvian Amazon Company fueron
seguidas de cerca por la prensa colombiana
de la época. En la perspectiva de Casement,
la explotación económica del Putumayo era
una instancia particularmente cruel y caóti-
ca de la depredación europea de las comuni-
dades y territorios no occidentales, que solo
superficialmente se distinguía del imperia-
lismo oficial2 . Casement había sido clave

2 Casement viajó por el Putumayo acompañado de cinco


“Comisionados” (Juan Tizon, Seymour Bell, H. L. Gielgud,
Walter Fox y Louis Barnes­) a quienes veía como agentes
coloniales corruptos. Los acusó de intentar justificar y ra-
cionalizar los atroces excesos de la Compañía (Mitchell,
ed. Amazon Journal, 176-82). Angus Mitchell afirma que
“mientras Casement fue a investigar la verdad detrás de
las atrocidades reportadas, los otros Comisionados esta-

•172•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

para llamar la atención internacional sobre


las atrocidades cometidas por el Estado Li-
bre del Congo del rey Leopoldo II de Bélgica,
que había investigado en 1890, fugazmente
cruzando pasos con el futuro autor de El co-
razón de la oscuridad (1899), Joseph Conrad.
Como W. E. Hardenburg, el joven ingeniero
estadounidense que primero reportó la his-
toria en la prensa británica sobre el tema,
Casement constantemente compara lo que
estaba sucediendo en el Putumayo con lo que
había sucedido en el Congo:

Esta esclavitud en el Putumayo es, en efec-


to, como lo dijo Hardenburg (y me hizo reír
al leerlo hace un año en Truth), un crímen
aún peor que la esclavitud en el Congo, pues
mientras que esa operaba en una escala me-
nor y afectaba solo a unos millares de seres
humanos, la otra afectaba a millones.
La del Congo era esclavitud bajo la Ley,
con jueces, ejército, policía y oficiales, con
frecuencia hombres de alto nacimiento e
incluso pedigrí, que llevaban a cabo un

ban actuando a nombre de la Peruvian Amazon Com-


pany y simplemente estaban anotando formas de mejorar
los prospectos comerciales de la Compañía”; véase la se-
gunda página no numerada entre la 256 y la 258.

•173•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sistema inicuo apoyado en una autoridad


monárquica y de algún modo ligado a un
interés público, o a las así llamadas fina-
lidades públicas. Era macabro, extrema-
damente perverso y, a pesar de todas sus
protecciones, ha sido condenado y está,
gracias a Dios, en proceso de disolverse o
de ser abolido.
Pero esto que encuentro acá es esclavi-
tud sin ley, donde los esclavistas son rufia-
nes de carácter personal cobarde, expresi-
diarios, y no hay ninguna autoridad en casi
dos mil kilómetros alrededor, así que no
hay modo de castigar ninguna ofensa, sin
importar cuán vil. A veces la justicia con-
goleña intervenía y castigaba a los rufianes
más descarados, pero acá no hay cárcel, no
hay juez, no hay Ley. (Amazon Journal 183)

El mapa que se reproduce acá (Figura 1)


representa de manera dramática la correla-
ción entre el imperialismo en África y Asia y
la situación a la que Hardenburg alude en “El
paraíso del diablo: un Congo de propiedad
británica”. Se reprodujo a partir de un docu-
mento conocido como El libro rojo del Putu-
mayo, un volumen publicado anónimamente

•174•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

en Londres en 1913, traducido al español y


publicado poco tiempo después en Bogotá.

Figura 1. “Principales secciones caucheras”.


El libro rojo del Putumayo
(Bogotá: Arboleda & Valencia, 1913).

•175•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El mapa muestra la región del Putumayo,


ubicada en la frontera entre Colombia y Perú,
delimitada por los ríos Putumayo y Caquetá y
cerca a la cabecera del Amazonas. Aunque la
única ciudad que aparece en el mapa es Iqui-
tos, al noroeste de Perú, la imagen muestra la
cantidad de estaciones de caucho que se es-
tablecieron a lo largo del Putumayo. Los ríos
están poblados de ellas, todas apretadas en
la ribera para absorber la intensa actividad
de los comerciantes e indígenas que hacían la
mayor parte del trabajo, extrayendo el caucho
de los árboles esparcidos por toda la selva.
Lo que me fascina del mapa son los nombres
de diversas lenguas inscritos en él, nombres
que revelan la historia verbal y visual de la
región. Los ríos todavía llevan el nombre que
les dieron las sociedades indígenas hace largo
tiempo —Caquetá, Putumayo, Igará-Paraná,
Cará-Paraná—, quizás para que los guías na-
tivos pudieran ser utilizados con mayor faci-
lidad para navegar la red de vías fluviales ex-
tremadamente complejade la región. Por otro
lado, la mayor parte de las estaciones de cau-
cho tienen nombres en español, como Nue-
va Granada y Santa Bárbara. Otras, como
Esperanza, Providencia y Encanto, parecen
evocar interminablemente las ambiciones y

•176•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

expectativas de sus primeros colonos, muer-


tos mucho tiempo atrás; Matanzas, a su vez,
recuerda algún acontecimiento sangriento
del pasado. Pero hay dos estaciones con nom-
bres aún más extraños en la parte baja del
Igará-Paraná: “África” e “Indostán” y, justo
al norte de “África”, un lugar llamado “Abi-
sinia”. Más que una raigambre cosmopolita,
esos tres nombres delatan un carácter inequí-
vocamente colonial, como si hubieran sido
sacados de un atlas del imperialismo europeo
del siglo diecinueve.
¿Qué hacen África, Indostán y Abisinia en
un mapa de 1913 del Putumayo? Casement,
que también menciona un lugar llamado “La
China”, observa que las estaciones de cau-
cho eran “nombradas de manera capricho-
sa”. Hoy en día no tenemos cómo averiguar
quién era el responsable de esos nombres,
cuánto tiempo llevaban en uso o cuál era el
criterio para escogerlos. Pero los nombres
revelan las dinámicas coloniales, o más bien
neocoloniales, de la fiebre del caucho, si-
tuando explícitamente los puestos comer-
ciales de la Peruvian Amazon Company en
el contexto del saqueo y despojo de las selvas
tropicales de África y de Asia. Quien haya
escogido esos nombres no siguió la práctica

•177•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

colonial de nombrar las ciudades recién des-


cubiertas del Nuevo Mundo en honor a los
lugares amados del Viejo Mundo; en cam-
bio, estableció una toponimia apropiada-
mente neo-colonial al tomar prestados los
nombres de las colonias europeas oficiales
ya establecidas. Las “colonias” en miniatura
de la Peruvian Amazon Company que pue-
blan el mapa de 1913 repiten cínicamente el
nombre de otros territorios y comunidades
ya subyugados por las demandas del capita-
lismo industrial.
Los nombres en los mapas son, como dice
J. Hillis Miller, un palimpsesto, capas sobre
capas de significados inscritos que cuentan
la historia de un lugar: “Todos los nombres
de los sitios en un mapa, en su sistemática
interrelación, cuentan oscuramente la his-
toria de las generaciones que han habitado
ese lugar. Al vivir, han dejado tras de sí los
rastros de sus vidas en las inscripciones fu-
nerarias y en los nombres que les dieron a
sus casas, pueblos, caminos, carreteras o
arroyos” (46). La certeza que tiene Miller
de que el paisaje honrará la memoria de sus
muertos suena fantasiosa en el contexto al
aplicarse a la sangrienta y caótica historia
del Putumayo, espacio en el que se dio un

•178•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

frenético holocausto en el que murieron de-


cenas de miles de indígenas a manos de los
caucheros y los ejércitos privados que estos
mantuvieron en la primera década del siglo
veinte. Pero, como sugiere Miller, la ciencia
de la topología, el conocimiento de los lu-
gares geográficos, abarca tanto el estudio
de sus rasgos físicos (la topografía) como el
estudio de los nombres inscritos en ellos (su
toponimia) (4). Al combinar ambas ramas de
investigación, quizás lleguemos a una histo-
ria más completa, una que dé cuenta de cómo
poblaciones humanas heterogéneas explo-
raron, cultivaron y cosecharon los recursos
naturales de esa región, dejando entrever,
así sea vagamente, las relaciones sociales
(cooperativas y relativamente benignas o
sanguinarias y explotativas) que se han desa-
rrollado en y entre esos numerosos ríos y la
densa selva tropical.
Para poder entender mejor la topografía
cuidadosamente construida en La vorági-
ne, comparemos el mapa incluido en El libro
rojo del Putumayo con el mapa impreso en La
vorágine, pues el texto tradicionalmente va
acompañado de un mapa que incluye Vene-
zuela, Brasil, Perú y el sur de Colombia, para
ilustrar el largo recorrido de Cova de Bogotá

•179•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

al río Negro. El segundo mapa (Figura 2) es


de la novena edición de La vorágine, que Rive-
ra supervisó de cerca hasta el momento de su
muerte en la ciudad de Nueva York en 1928. Es,
cuando menos, tan detallado como el mapa que
aparece en El libro rojo del Putumayo, pero su
toponimia, en contraste, es enteramente lati-
noamericana: todos los nombres de los lugares
en el mapa de Rivera son claramente de origen
indígena o hispánico y no hay ninguna eviden-
cia que indique el involucramiento de ingleses
en la región, o que el tumultuoso y trágico Pu-
tumayo de aquella época se asemejara tanto a
la geografía imperial de su momento.
Si los nombres en un mapa describen la
historia humana de cierto lugar, entonces los
mapas presentados en El libro rojo del Putuma-
yo y La vorágine cuentan historias claramente
diferentes: uno sitúa la explotación económica
del Putumayo en el contexto del imperialismo
europeo, mientras que el otro interpreta los
mismos sucesos en el marco de la historia de
la penetración y colonización hispánica en el
interior de Suramérica. Quisiera argumentar
que Rivera escogió contar una versión de la his-
toria en vez de la otra, derivando la informa-
ción histórica de fuentes cercanas a Casement,

•180•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

Figura 2. “Croquis de Colombia”, publicado en la


guarda anterior de la quinta edición de La vorágine
(Editorial Andes, 1928) y en las reimpresiones de esa
edición (sexta [1928] a novena [1929]).

•181•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

pero eligiendo suprimir del todo la presencia


británica en el Putumayo.
Perturbado de manera parecida por las
inconsistencias históricas de la novela, Car-
los J. Alonso ha cuestionado por qué Rivera
se tomaría el trabajo de denunciar con tanta
vehemencia prácticas laborales que habían
casi que desaparecido la década anterior,
cuando los consumidores británicos cam-
biaron su foco de interés a las plantaciones
del sudeste asiático, donde había surgido una
fuente barata y confiable de caucho en plan-
taciones de propiedad británica. Alonso su-
giere que Rivera hace un contraste implícito
entre la racionalidad económica y ecológica
de la industria de plantación de caucho, que
se había establecido usando especímenes de
la Hevea brasiliensis exportadas subrepticia-
mente del Amazonas y cultivadas en los Jar-
dines de Kew de Londres, y la salvaje indus-
tria de caucho relativamente poco lucrativa
y no sustentable de Suramérica (157-161)3.

3 Sin embargo, para Alonso el principal interés de La vo-


rágine no es político sino poético; interpreta el contraste
entre el comercio salvaje de caucho y el sistema de plan-
taciones como una figura elaborada para representar la
tensión entre los “centenaristas” (la generación intelec-
tual de Rivera) y sus sucesores radicales, la avant-garde.

•182•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

Indudablemente, la eficacia de las planta-


ciones asiáticas contribuyó tanto como la in-
dignación moral contra la Peruvian Amazon
Company para que los inversionistas britá-
nicos retiraran en masa su capital en 1911.
No obstante, los escritos no literarios de
Rivera (a los que pronto dirigiremos la aten-
ción) muestran que los abusos económicos,
sociales y ambientales en el sur de Colom-
bia seguían siendo de enorme preocupación
en 1921; Julio César Arana siguió operando
en la región mucho tiempo después de que
se liquidara la Peruvian Amazon Company.
Roberto Simón Crespi también ha insinuado
que la crisis europea suscitada por la Primera
Guerra Mundial bajó los estándares humani-
tarios del Gobierno británico, que de manera
hipócrita sació su demanda de caucho con
“el oro negro y sangriento de Arana” (421).
Crespi, uno de los primeros en orientar su
investigación exclusivamente hacia el aná-
lisis de las contradicciones políticas de La
vorágine, claramente se siente frustrado por
la ausencia de la Peruvian Amazon Company
en el relato: “Ni Cova, ni Rivera, ni el sin-
número de otros que habían condenado los
crímenes del Putumayo entendían que, en-
tre bastidores, los inversionistas y hombres

•183•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de negocios peruanos, colombianos y euro-


peos, los llamados campeones de la civiliza-
ción, eran los verdaderos benefactores y de-
fensores de Arana y del sistema que habían
ayudado a construir” (425-426). El vigoroso
análisis marxista de Crespi le critica a Rivera
haber sido incapaz de aprehender la impor-
tancia del mercado capitalista internacional
y la responsabilidad individual de los inver-
sionistas en la explotación económica del Pu-
tumayo. El presente análisis, que en muchos
sentidos se fundamenta en el de Crespi, debe
no obstante empezar por afirmar que muchos
de los contemporáneos de Rivera, y sin duda
muchos de los que denunciaron los abusos del
Putumayo, sí que entendían la relación que
había entre la inversión capitalista y la ex-
plotación neocolonial. Aún más, hay bastan-
te evidencia de que el mismo Rivera contaba
con esa información para el momento en que
escribió La vorágine.
En 1939, Eduardo Neale-Silva, el autor de
la que sigue siendo la biografía definitiva de
Rivera, escribió que el reportaje de Case-
ment había sido “una de sus principales fuen-
tes de información para la parte que sucede

•184•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

en el Putumayo” (“The Factual Bases” 327)4.


Independientemente de que Rivera tuviera o
no acceso a ese documento, la información
sobre la misión de Casement y las prácticas
inhumanas de la Peruvian Amazon Com-
pany fue difundida en Colombia en publica-
ciones que incluían El libro rojo del Putumayo
y Putumayo, caucho y sangre. La historia fue
seguida de cerca por los periódicos colom-
bianos, incluyendo los diarios bogotanos El
Tiempo y El Espectador, ambos muy popu-
lares en el círculo intelectual liberal al que
estaba asociado Rivera (Pachón-Farías 39).
El 23 de noviembre de 1912, por ejemplo, El
Tiempo publicó un artículo con el título sen-
sacionalista “La barbarie inquisitorial del
hombre blanco. Crímenes monstruosos y
horrorosas atrocidades”. El extenso artículo
enumera en bastante detalle las acusaciones
de Casement contra la Peruvian Amazon
Company, por momentos citando directa-
mente del Libro azul británico. Muchas de
las acusaciones presentadas en el artículo,

4 La publicación del artículo de Neale-Silva estableció un


claro vínculo entre la novela de Rivera y las fuentes bri-
tánicas, incluyendo el reportaje de Casement; los estu-
diosos desde entonces han aceptado unánimemente los
descubrimientos del chileno como verdaderos.

•185•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

atribuidas a Casement, volverán a aparecer


en La vorágine:

En su informe, dice Sir Casement, que va-


rios empleados de la Compañía mataron
a tiros, por distraerse, a niños indios, que
mujeres y niños han sido azotados con lá-
tigos, hasta que murieron hechos una pura
llaga; que se hace morir de hambre a hom-
bres y mujeres; que cuando los empleados
están aburridos, atan a estacas a los indios
y los convierten en blanco de sus rifles; que
otras veces entretiénense dichos emplea-
dos en cortar las orejas a los trabajadores
indígenas, y cuando un indígena no lleva a
la Compañía el caucho que se les había en-
cargado, se le dan doscientos palos, o se le
hace sufrir una espantosa y dolorosísima
mutilación.
[…] En el Alto Amazonas, Distrito del
Putumayo, la Compañía tiene 45 centros,
donde trabajan unos 50.000 indígenas.
Estos se dedican a la recolección del cau-
cho; ese caucho que, como dice Luis Bona-
foux, sirve para los automóviles en que
banqueros y cocotas atropellan al campe-
sino en la ruta y al obrero en la calle.

•186•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

El artículo citado arriba es parte de una


larga serie dedicada al escándalo del Putu-
mayo y a los intentos gubernamentales por
mejorar la situación. En noviembre de 1911,
El Tiempo sacó un artículo describiendo los
planes de liquidar la Peruvian Amazon Com-
pany cuando las inversiones se agotaban. El
6 de septiembre de 1913, las “Páginas lite-
rarias” de El Tiempo fueron dedicadas a un
ensayo de R. B. Cunninghame Graham, el ra-
dical aristócrata escocés que, como miembro
del Parlamento británico, había estado pre-
sente durante el testimonio de Hardenburg.
Así mismo, El Tiempo presenta las revela-
ciones sobre la Peruvian Amazon Company
en el contexto de una creciente desconfian-
za pública hacia Gran Bretaña: sus páginas
sugieren que la imagen cultivada en el siglo
diecinueve de Gran Bretaña como un “socio”
financiero aparentemente benigno para una
Colombia en vía de desarrollo se estaba di-
fuminando. Aun así, se puede destacar que
los anuncios publicitarios más prominentes
en el periódico durante los años de la inves-
tigación eran de comerciantes que ofrecían
artículos de importación británica, desde
herramientas auténticamente “Collins” (a la
venta en la Casa Inglesa) hasta las “Píldoras

•187•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Rosadas” del Doctor Williams, así como lo


último en la moda de sastres ingleses para
hombres y mujeres. Gran parte de las noti-
cias, en especial durante la crisis de la Prime-
ra Guerra Mundial, venían de Europa, parti-
cularmente de Londres. Había un reportaje
regular del ministro de Relaciones Exterio-
res británico, sir Edward Grey, una columna
periódica titulada “Noticias del Gobierno in-
glés”, y aparecían historias de interés humano
como una nota sobre la “temible” sufragista
Emmeline Pankhurst. Si sorprende el interés
y acceso de El Tiempo a las noticias prove-
nientes de Londres, esa aparente buena vo-
luntad hacia Inglaterra se ve atemperada por
un gran número de artículos que se muestran
escépticos, incluso suspicaces, respecto a los
intereses británicos en América Latina. En
agosto y septiembre de 1911, mientras el Par-
lamento británico seguía con sus investiga-
ciones sobre la Peruvian Amazon Company,
El Tiempo reporta conflictos entre el Gobier-
no colombiano y dos compañías británicas,
la London and South Western Bank Ltd.
y la Santa Marta Railway Company Ltd., que
incumplieron con la construcción de las prin-
cipales vías de ferrocarril que el Gobierno
colombiano ya había pagado. Perspectivas

•188•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

sobre el imperialismo económico británico


aparecen en varias notas y editoriales de El
Tiempo. “La República está sola”, escrito por
Jaime Gutiérrez y publicado el 8 de mayo
de 1911, insinúa que los aliados europeos de
Colombia no están dispuestos a proteger al
país de la agresión estadounidense y cita re-
portes de los periódicos londinenses el Daily
Mail y el Daily Chronicle que expresan apoyo
al despliegue de tropas estadounidenses en
México y el Caribe autorizado por Wash­
ington. “La guerra europea y el porvenir de
Colombia” (de agosto 12, 1915, fuente anóni-
ma) pone en duda la creencia común de que,
una vez termine la guerra, el flujo de capital
extranjero va a desarrollar los recursos na-
turales colombianos a tal punto que “en una
palabra, nos encontraremos en circunstan-
cias similares a las de Argentina en la pri-
mera etapa de su florecimiento económico”.
Al contrario, sugiere que la “competencia de
todo y por todo eventualmente llevará al do-
minio del más fuerte con graves consecuen-
cias para los débiles. ¿Y estamos preparados
para eso?”.
Las acusaciones más punzantes se en-
cuentran formuladas en un editorial anóni-
mo titulado “Inglaterra contra nosotros”,

•189•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

publicado el 18 de noviembre de 1915. Su au-


tor escribe en respuesta a una queja presen-
tada por un tal Guillermo (probablemente
William) Boshell, un ciudadano británico
que acusa al Gobierno colombiano de prác-
ticas fraudulentas en la región del Caquetá
durante los últimos ocho años. La denuncia
de Boshell y su demanda de 250.000 pesos en
daños, juzgada como inválida por un comité
especial del Senado colombiano, fueron res-
paldadas con ferocidad por el Ministerio de
Relaciones Exteriores británico y sus agen-
tes en Bogotá. El autor del editorial, ligando
ese caso al apoyo del Ministerio británico al
London and Southwestern Bank y al escán-
dalo de Puerto Wilches todavía en proceso,
acusa al Gobierno británico de usar su in-
contestable poder militar para secundar a
los “aventureros” que pretenden robar a “un
pobre país débil”. Vale la pena citar la con-
tundente conclusión del artículo en toda su
extensión:

En el gran drama que hoy se juega en el


mundo, la opinión colombiana ha sido en
su mayoría favorable a los aliados, y noso-
tros no hemos ocultado la viva simpatía
que su causa nos inspira, simpatía que no

•190•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

nos impide sentir una inmensa admiración


por las energías y la fuerza gigantesca
del pueblo alemán. Pero debemos recono-
cer que Inglaterra nada hace por merecer
nuestro afecto y, muy al contrario, llegará
con sus procedimientos a hacernos odioso
un país cuyo gobierno es el principal sos-
tén de quienes tratan de cebarse en nues-
tra debilidad y de explotar ferozmente
nuestros errores o nuestras ligerezas.
Y en estas circunstancias, debemos re-
cordar que antes que ninguna otra cosa,
estamos en el deber de ser colombianófi-
los, de negar nuestro apoyo moral a quie-
nes solo tratan de hacernos mal y no se
acuerdan de nosotros sino para imponer-
nos su voluntad y para chupar nuestra es-
casa sangre.

La idea de que Rivera no era consciente


de los vínculos entre el escándalo del Putu-
mayo y el Gobierno británico o del creciente
resentimiento colombiano hacia los ingle-
ses es insostenible, no solo por las semejan-
zas que hay entre el reporte de Casement y
La vorágine, sino por la importancia que se
le dio a la historia en la prensa bogotana du-
rante años en los que Rivera estaba viviendo

•191•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en la capital colombiana como estudiante de


Derecho y poeta debutante. Aún más, él pu-
blicó su soneto “Tierra de promisión” en las
“Páginas literarias” de El Tiempo el 11 de oc-
tubre de 1913, solo tres semanas después de
que en ellas hubiera aparecido el ensayo de
Cunninghame Graham sobre Hardenburg.
No hay duda de que Rivera estaba al tanto
de los vínculos británicos con la Peruvian
Amazon Company y del clima general de in-
dignación contra el imperialismo británico
informal en el que se desarrolló el escándalo.
Y con todo, la Peruvian Amazon Company,
de propiedad británica, desaparece en la sel-
va de Rivera aún más misteriosamente que el
mismísimo Arturo Cova 5.

5 La exposición que Rivera hace de la industria del caucho


menciona a muchas de las figuras históricas nombradas
por Casement y otros: Julio César Arana, a quien Cle-
mente Silva encuentra en La Chorrera; el fotógrafo fran-
cés Eugenio Robuchon, el “mosiu” humanista asesinado
por los secuaces de Arana; el periodista peruano Benja-
mín Saldaña Roca, que valientemente publicó noticias
sobre los crímenes de Arana en sus periódicos; el co-
ronel Tomás Funes y su famosa víctima, el gobernador
Roberto Pulido; véase Neale-Silva, 1939, “The Factual
Bases”. Así que la exclusión de Casement, de su misión
y de la existencia de la Peruvian Amazon Company solo
pudo haber sido deliberada. Como Neale-Silva señala, el
anónimo e incompetente “Visitador” al que se encuen-

•192•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

La decisión de Rivera de encubrir infor-


mación detallada del involucramiento britá-
nico en la explotación industrial del caucho
es a todas luces vital en La vorágine y se ase-
meja a la respuesta de Andrés Bello al trabajo
del español Juan María Maury Benítez. Be-
llo reescribió “La agresión británica” (1806)
de Maury y su famosa “Oda a la agricultura
en la zona tórrida” en 1826 basándose en el
retrato idílico del paisaje rural latinoame-
ricano, pero omitiendo lo que el español
reconocía como el claro deseo neocolonial
británico de controlar la región. Para com-
prender la decisión de Rivera, debemos to-
mar en cuenta las diferencias históricamente
álgidas que había entre las circunstancias de
Colombia y los países del río de La Plata. En
ambos lugares el Imperio británico había es-

tra Clemente Silva no puede ser Casement; es más pro-


bable que se tratara del juez peruano Rómulo Paredes,
cuyos reportes oficiales exculpaban a los caucheros de
todas las acusaciones excepto unas cuantas infracciones
menores. Tampoco se puede argumentar que la visita
de Casement esté por fuera de los quince años que cu-
bre la historia de la novela, 1905-1920. Rivera excluye
tanto a Casement como a Hardenburg, pero aplaude a
Robuchon y al peruano Saldaña Roca, cuyas “columnas
clamaban contra los crímenes que se cometían en el Pu-
tumayo y pedían justicia para nosotros” (268).

•193•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tablecido una fuerte presencia económica en


el último cuarto del siglo diecinueve; aunque
la inestabilidad política en Colombia impi-
diera que la inversión llegara a las mismas
proporciones que en Argentina y en Uruguay,
los telégrafos, los ferrocarriles y la demás
infraestructura que posibilitaba la naciente
industria cafetera habían sido construidos
utilizando tecnología y labor británica; por
lo demás, la mayoría de las manufacturas im-
portadas y los productos de lujo provenían de
comerciantes británicos, como lo demuestran
los anuncios publicitarios de El Tiempo y El
Espectador. Aunque su dependencia del capi-
tal y la tecnología británicos indudablemente
debilitaba la economía colombiana y exacer-
baba las diferencias entre sus clases sociales,
al mismo tiempo es necesario señalar que Co-
lombia y las demás naciones del Caribe y de
Centroamérica eran mucho más vulnerables
a una amenaza más directa e inmediata a su
soberanía nacional: los Estados Unidos. Para
estas naciones, el Imperio británico y Estados
Unidos representaban amenazas muy diferen-
tes: a diferencia del sutil dominio económico
en poder del Imperio Invisible, Estados Uni-
dos frecuentemente ejercía su autoridad con
fuerza militar, invasión territorial y control

•194•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

político directo. Como Andrés Bello, Rivera


pudo haber decidido encubrir la amenaza bri-
tánica para concentrar la atención de sus com-
patriotas en sus enemigos más inmediatos;
incluso es posible que tuviera la esperanza de
acudir a la ayuda británica en contra del tira-
no de su hemisferio y de problemas locales re-
lativos a incursiones peruanas y venezolanas.
Sin embargo, sospecho que sus motivos
eran diferentes. Tal como fue presentada en
las páginas de El Tiempo, El Espectador y El
libro rojo del Putumayo, la historia de la Pe-
ruvian Amazon Company se refiere tanto
al poder y prestigio de la legislación inglesa
como al imperialismo informal o la explo-
tación capitalista. Los primeros reportajes
de importancia muestran a Roger Casement
firmemente a la cabeza de la investigación;
reportajes ulteriores detallan las atrocida-
des cometidas por los agentes de la Peruvian
Amazon Company, pero siempre en el con-
texto de la búsqueda de justicia iniciada por
el Parlamento británico, que eventualmente
condujo a la disolución de esa corporación.
Aunque la junta directiva estuviera com-
puesta por ingleses, los individuos acusados
directamente de asesinato y mutilación eran
sudamericanos. Así que, al escribir sobre el

•195•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

escándalo del Putumayo, Rivera se enfrenta-


ba a un dilema: o involucrar a los británicos
en la historia y correr el riesgo de limpiar su
reputación de justicia y rectitud moral ya un
tanto mancillada, o eliminarlos por comple-
to de su novela. Poco importaba que, bajo las
circunstancias, el trabajo de Casement en el
Putumayo y en el Congo fuera, en palabras
de Edmund Morel, “las únicas dos ocasiones
en las que la diplomacia británica se ha levan-
tado por encima del lugar común”6. Tampoco
importaba que para 1917 Casement ya estu-
viera muerto, ejecutado por las autoridades
británicas por cargos de traición relativos a
su papel en la lucha de independencia irlande-
sa. Ninguna de esas dos piezas informativas
hubieran podido encontrar cabida en el alcan-
ce de la novela de Rivera, así que él decidió
omitir a los británicos del todo en su historia,
suprimiendo el afán de lucro de los inversio-
nistas de la compañía tanto como la labor
humanitaria de Casement. (Hardenburg, el
ciudadano estadounidense que primero había
escrito sobre la situación en la prensa británi-
ca, era un candidato aún más improbable para
la novela de Rivera). El fotógrafo Eugenio Ro-

6 Citado en Taussig, Shamanism 17.

•196•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

buchon es el único europeo que aparece en el


texto, como el “mosiu” humanitario asesinado
por los secuaces de Arana; es lógico que Ro-
buchon apareciera, dado el contraste entre el
neocolonialismo de los países anglosajones
y la agenda relativamente poco agresiva que
Francia tenía en América Latina en aquella
época.
En otras palabras, si Rivera hubiera in-
tentado dar una versión más completa del
escándalo del Putumayo en La vorágine, se
hubiera visto en la posición indeseada de
mantener una narrativa que en Colombia y
en otros países de América Latina estaba a
punto de colapsar, a saber, la narrativa de
anglosajones heroicos trayendo la justicia y
el dominio de la ley a las poblaciones bárba-
ras de la selva tropical. Dado el patriotismo
de Rivera y su sensibilidad al riesgo conti-
nuo del neocolonialismo, esa posibilidad era
inaceptable para él, así que optó por contar
una versión de la historia en la que un inte-
lectual colombiano, Arturo Cova, interpreta
el rol que históricamente perteneció, como
colectivo, a los británicos: el de explotador
convertido en denunciante. Al mismo tiem-
po, Rivera parece lejos de hacer caso omiso
del problema trasatlántico del imperialismo

•197•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

informal: el discurso narrativo que da cuenta


de la transformación de Cova se construyó
de tal manera que pretende desmontar casi
por completo las estructuras ideológicas que
habían fundamentado la hegemonía econó-
mica británica por casi un siglo; con ello me
refiero tanto al eurocentrismo cultural de las
élites latinoamericanas como a la relación
colonial con las poblaciones indígenas del
continente y con sus recursos naturales, que
durante décadas les habían permitido a esas
mismas élites fungir como mediadores entre
tales recursos y el capital británico.
Para hacerles justicia a las complejidades
retóricas e ideológicas de La vorágine y situar
de manera más íntegra la novela en un contex-
to histórico igualmente complejo, diría que la
novela ofrece dos respuestas un tanto contra-
dictorias al problema del imperialismo infor-
mal, una de las cuales se podría denominar la
respuesta liberal y la otra la respuesta radical.
La respuesta liberal, caracterizada por un de-
seo de extender la soberanía nacional a la pe-
riferia geográfica de Colombia, está presente
ya en Tierra de promisión, la colección de sone-
tos de Rivera, en su trabajo no literario como
agente gubernamental enviado a investigar
una disputa fronteriza con Venezuela y en el

•198•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

impulso topográfico en la base de La vorágine.


Esta respuesta liberal de Rivera, encaminada
al fortalecimiento de las fronteras colombia-
nas contra incursiones extranjeras como las
que ocurrieron en Panamá y Putumayo, ofre-
ce poca protección contra la invasión más
insidiosa del capital británico. Al contrario,
poner los territorios marginales del país bajo
el poder de un Gobierno nacional eurocéntri-
co y ansioso de riqueza solo perpetuaría las
estructuras interconectadas del colonialismo
interno y externo que, como he argumentado,
caracterizan la hegemonía británica en Amé-
rica Latina. Así que La vorágine también ar-
ticula una respuesta radical en contravía de
la liberal que busca socavar los presupuestos
eurocéntricos y capitalistas de la élite colom-
biana y de esa forma establecer una nueva
relación no explotativa entre el gobierno del
país y sus recursos humanos y naturales. Para
comprender cómo esta novela singularmente
situada responde al imperialismo informal de
Estados Unidos y del Imperio británico, abor-
dando también el problema de la colonización
interna, tendremos que examinar primero la
respuesta liberal de Rivera y luego la crítica
anticolonialista y anticapitalista más radical
de La vorágine.

•199•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Perdiendo suelo:
la respuesta topográfica
Como lo escribe Hilda Soledad Pachón-Fa-
rías, el origen provinciano de Rivera lo hizo
particularmente sensible a las vastas dife-
rencias geográficas, económicas y cultu-
rales que separaban las regiones sureñas y
orientales de Colombia de su capital (Los in-
telectuales colombianos 58). Nació en 1888,
en una región conocida como el Huila, una
remota área ganadera al sur de Bogotá que
no fue reconocida como departamento has-
ta 1905 y que permaneció aislada del resto
del país hasta los años cincuenta. Según
Pachón-Farías, durante la infancia de Ri-
vera, el Huila era una región conservadora,
rígidamente católica, cuya economía había
quedado arruinada tras los sucesos de la gue-
rra de los Mil Días. Rivera fue expulsado del
colegio privado al que asistía y fue enviado
luego a un internado en Bogotá. Regresó al
Huila con un título universitario en 1909 y
trabajó como inspector escolar en Ibagué y
Neiva hasta 1912, cuando fue despedido por
criticar las políticas conservadoras del dis-
trito para la educación femenina. Entonces
Rivera volvió a Bogotá, se matriculó como
estudiante de Derecho y comenzó su exitosa

•200•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

carrera como poeta. En 1919, tras graduarse


como abogado, Rivera llevó a cabo el célebre
viaje a Casanare, en los Llanos Orientales,
para defender (sin éxito) su primer caso legal
y recoger material para lo que, más adelante,
se volvería la primera parte de La vorágine
(43-64).
Semejantes peregrinaciones debieron ha-
ber tornado a Rivera muy consciente de lo
aisladas y vulnerables que eran las provin-
cias lejanas. La amenaza del imperialismo
estadounidense era inescapable: como todos
los de su generación, Rivera había crecido
sintiendo el peso de la separación de Panamá
en 1902, que permanecía viva en la política
colombiana por las controversias que rodea-
ban los tratados que pretendían legalizar la
secesión. De hecho, la actividad política de
Rivera parece iniciarse en 1909, cuando lide-
ró una protesta estudiantil contra la aproba-
ción que el general Rafael Reyes le había dado
a un tratado que oficializaba la separación,
cediéndole a Estados Unidos el derecho de ex-
plotar pozos petroleros en Colombia a cambio
de los veinticinco millones de dólares inicial-
mente ofrecidos como compensación (47). Pa-
chón-Farías enfatiza de manera acertada esos
dos episodios biográficos (la infancia de Rive-

•201•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ra en la periferia de la geografía colombiana y


su protesta adolescente contra la ratificación
de la secesión de Panamá) porque dan cuenta
de su temprana y profunda sensibilidad a la
vulnerabilidad del territorio colombiano a ser
desmembrado. Por esa misma razón, ella in-
terpreta el éxito literario de Rivera como res-
puesta a esa preocupación: “Parte de su gran-
deza reside en haber contribuido a la unidad
de la nación, integrando vastos territorios
que habían permanecido en el olvido al llevar-
los a la luz para sus compatriotas” (58).
Tierra de promisión, la colección de poe-
mas publicada por Rivera en 1921, podría ser
considerada como su primer intento de crear
una topografía literaria de Colombia en res-
puesta al neocolonialismo. Su título mismo
anuncia la intención retórica del texto de re-
clamar por fin las amplias franjas inhabita-
das del patrimonio nacional colombiano. Sus
cincuenta y cuatro sonetos están divididos,
como el mapa de Colombia, en tres secciones:
una sobre la selva, una sobre las montañas y
otra sobre los llanos. Cada soneto representa
una escena diferente en la naturaleza, des-
cribiendo animales, plantas y la topografía
con un detalle minucioso y enfatizando las
pequeñas interacciones entre ellos con un

•202•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

placer escopofílico que no estaría fuera de


lugar en los programas contemporáneos de
naturaleza de la televisión7.

Sobre el musgo reseco la serpiente tranquila


fulge al sol, enroscada como rica diadema;
y en su escama vibrátil el zafiro se quema,
la esmeralda se enciende y el topacio rutila.

Tiemblan lampos de nácar en su roja pupila


que columbra del buitre la acechanza
suprema,
y regando el reflejo de una pálida gema,
silbadora y astuta, por la grama desfila.

Van sonando sus crótalos en la gruta silente


donde duerme el monarca de la felpa de
raso;
un momento relumbra la ondulante
serpiente,

7 Semejantes programas han sido analizados por Richard


Kerridge en “Ecologies of Desire: Travel Writing and
Nature Writing as Travelogue”.

•203•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y cuando ágil avanza y en la sombra se


interna,
al chispear de dos ojos, suena horrendo
zarpazo
y un rugido sacude la sagrada caverna.
(poema 16, 34)

Los críticos con frecuencia le han atri-


buido el contraste entre la representación
ordenada y tremendamente estilizada de la
naturaleza en Tierra de promisión y el am-
biente caótico y hostil de La vorágine al he-
cho de que Rivera no conoció la llanura de
Casanare y la selva del Amazonas sino hasta
después de haber terminado los poemas. El
impacto que tuvo en Rivera este contraste,
incluso se podría decir que la vergüenza, se
refleja en estas frases harto citadas de Artu-
ro Cova: “¡Nada de ruiseñores enamorados,
nada de jardín versallesco, nada de panora-
mas sentimentales!”8.

8 Por su parte, Alonso ha argumentado persuasivamente


que la discrepancia entre las únicas obras publicadas de
Rivera es menos amplia de lo que comúnmente se cree, de-
mostrando que los poemas también se fundamentan en la
estructura de dos cuartetos de aparente estabilidad que se
ve abruptamente interrumpida en los tercetos (144-148).

•204•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

Aunque eso es indudablemente cierto, el


poema citado arriba también trasluce una
actitud señorial y colonial hacia la natura-
leza que la segunda y tercera parte de La
vorágine desestabilizarán del todo. Como
casi todos los sonetos de Tierra de promisión,
este representa un espacio desprovisto de
habitantes humanos, apenas poblado de dos
animales salvajes. Ese vacío le permite al
poder imaginativo del poeta dominar la es-
cena9. El poeta, parado solo, mantiene una
actitud abstraída y distante del conflicto
que se desarrolla, pero su mirada penetra el
espacio para captar en detalle la apariencia
de los animales. El resultado es que la esce-
na descrita es una extraordinaria combina-
ción de estilización modernista y atención
naturalista al detalle ecológico: el poeta
observa, transformando imaginativamente
a la serpiente en una hilera de piedras pre-
ciosas relucientes que reflejan sus propios
sofisticación y deseo. Se permite dejar en
el trasfondo el conflicto elemental entre la

9 En relación a la temática del vacío en los discursos co-


loniales, véase el artículo de David Spurr, “Negative
Space”, en su libro The Rhetoric of Empire: Colonial Dis-
course in Journalism, Travel Writing, and Imperial Ad-
ministration (92-97).

•205•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

serpiente y el buitre para destacar una rica


variedad de referencias culturales sacadas
del orientalismo y el cristianismo medieval,
que enmarcan el acto de matar como corti-
nas de seda en una cámara real. Así, este ob-
servador cosmopolita ordena cada escena y
las dota de continuidad, incorporando la ri-
queza de los parajes geográficos colombia-
nos como escenario establecido por la eru-
dita voz del poeta. El poeta mismo aparece
en varios de los poemas, participando como
los demás en esa extraña lucha de carácter
ritual por la supervivencia. En dos de ellos
es descrito como cazador, disparándole a
una ardilla y permitiéndoles a sus perros
devorar un tapir mientras sigue vivo. En
el más perturbador de todos, un indígena
“malicioso” le lleva a una niña indígena a su
tienda: al interior sucede una pelea, pero la
niña sollozante termina “presa de mi deseo”
y es rápidamente subyugada. El poema con-
cluye: “Pobre… Ya me agasaja! Es mi lecho
un andamio, / mas la brisa y la noche cantan
mi epitalamio, / y la montaña púber huele a
virginidad” (poema 7, 25).
En La vorágine la respuesta topográfica
articulada en principio en Tierra de promi-
sión se convierte en una defensa más estra-

•206•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

tégicamente precisa contra la incursión


extranjera y en una protesta contra el fra-
caso del Gobierno colombiano en establecer
plena soberanía en la periferia geográfica.
Entre la escritura de Tierra de promisión y La
vorágine se interpuso no solo el viaje al Ca-
sanare, sino también la expedición en 1922
de Rivera al sur de Colombia, como secre-
tario de una comisión gubernamental espe-
cial para investigar una disputa fronteriza
con Venezuela. Acompañado de ingenieros
y geógrafos de la Oficina de Longitudes de
Bogotá, Rivera bajó por el suroriente des-
de la capital hasta el territorio que Arturo
Cova explorará después en La vorágine: la
tupida selva en donde se establecen los lími-
tes territoriales entre Colombia, Venezuela
y Brasil. Allí se encontraron con la contra-
parte venezolana para indagar la situación.
El problema con Venezuela era similar al
asunto del Putumayo que todavía entonces
no había sido resuelto: extranjeros, muchos
de ellos trabajando para Julio César Arana,
estaban siendo imputados de ingresar sin
permiso al territorio colombiano, abusan-
do de las comunidades locales y explotando
los árboles de caucho que quedaban en la
región.

•207•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

La expedición terminó en fracaso y en un


desacuerdo que perduró varios meses des-
pués: Rivera acusó a varios de los oficiales, in-
cluyendo a su jefe directo, Justino Garavito,
y al líder de la comisión, Julio Garzón Nieto,
de negligencia antipatriótica por incumplir
con su deber y la comisión se dividió en dos
grupos antes de regresar a Bogotá. Dos me-
ses después de partir, Rivera renunció a su
posición en la comisión y decidió terminar el
viaje por su cuenta. Luego Rivera afirmaría
que había contratado a dos guías indígenas
y había explorado en canoa las vías fluvia-
les poco conocidas alrededor del río Inírida,
perdiéndose brevemente en la densa selva.
En la mitología que ulteriormente se ha de-
sarrollado en torno a la génesis de su famosa
novela (al menos parcialmente fomentada
por el mismo Rivera, al parecer), los deta-
lles de este viaje del autor se han vuelto in-
distinguibles de los de su protagonista10.
Lo que es seguro es que Rivera pronto se
volvió a encontrar, en el pueblo de San Fer-
nando de Atabapo, con su colega Melitón
Escobar Larrazábal, que había abandonado

10 Neale-Silva discute varias posibilidades en Horizonte


humano; Vida de José Eustasio Rivera, 245-250.

•208•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

la comisión un mes después que él. Ambos


enviaron mensajes urgentes a Bogotá y le
entregaron un reporte oficial al ministro de
Relaciones Exteriores colombiano al regre-
sar a la capital. El reporte escrito por Rivera
y Escobar anticipa varios aspectos claves de
La vorágine en su defensa de los trabajado-
res oprimidos, en su fuerte tono nacionalis-
ta y en su preocupación por la insensata des-
trucción de los árboles de caucho. Quizás la
semejanza más importante es la actitud de
los antiguos comisionados, que sugiere que
la mejor forma de proteger las fronteras co-
lombianas contra incursiones extranjeras es
terminar el proyecto de colonización inter-
na, incorporando esos territorios de mane-
ra más íntegra al Estado. Por tal razón, las
reuniones de los comisionados con las co-
munidades locales amenazadas por los cau-
cheros venezolanos se muestran como un
encuentro revisionista en el que la práctica
colonial de supervisar y administrar la tie-
rra se lleva a cabo como una medida en be-
neficio de los habitantes indígenas:

Nosotros aprovechamos las ocasiones que


se presentaron para transmitirles algunas
noticias sobre su nacionalidad y darles ex-

•209•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

plicaciones gráficas acerca de los límites


de Colombia en aquellos dominios. Muy
complacidos recibían la noticia de que
eran colombianos, lo que sabían por pri-
mera vez, y algunos nos dieron a conocer
sus quejas y malos recuerdos acerca del
tratamiento recibido de las autoridades
venezolanas que han venido ejerciendo ju-
risdicción desde hace más de medio siglo.
(Rivera y Escobar, “Informe de la Comi-
sión” 44)

El reporte continúa describiendo la labor


de la comisión en el área alrededor del pueblo
de San José:

El comisionado realizó su viaje en una


canoa, entrevistó a los jefes de las tribus
vecinas, les enseñó su nacionalidad, les
hizo explicaciones objetivas acerca de los
límites entre Colombia y Venezuela y les
advirtió que solo debían obedecer las leyes
y autoridades colombianas y elevar sus re-
clamos al Comisario Especial de San Rael
del Meta, única autoridad de nuestro país
en aquellas regiones. (45)

•210•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

La cartografía, la codificación del espa-


cio, trae consigo la ley, que a su vez codifica
y regula las relaciones sociales: establecer
el límite entre Colombia y Venezuela es un
acto geográfico así como político; es signifi-
cativo que Rivera haya sido nombrado en la
comisión específicamente para servir como
su abogado. Este curioso reporte oficial
podría leerse como una especie de revisión
utópica de un primer contacto: el blanco lle-
ga no para desplazar a los indígenas de su
tierra, sino para establecer un vínculo de
solidaridad nacional y brindar protección
contra invasores externos. La escena, con
su contraparte de indígenas agradecidos,
representa una fantasía de recolonización,
no porque no ocurrió como aparece descrita
(eso no tenemos forma de saberlo), sino por-
que presupone la existencia de un Estado
que es a la vez lo suficientemente poderoso
para llevar a término la protección que sus
emisarios prometen y lo suficientemente
heterogéneo como para respetar la autono-
mía cultural y política de los indígenas.
Rivera sufrió una enorme decepción res-
pecto a sus expectativas, y la expedición
que inspiró su mayor logro literario prácti-
camente marcó el final de su carrera políti-

•211•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ca. Aunque su revelación de la violación de


las fronteras al sur de Colombia por parte
de empleados de Arana generó una indigna-
ción pública incluso antes de la publicación
de La vorágine en noviembre de 1924, a Ri-
vera le pareció que el Gobierno colombiano
se tomó un tiempo reprochablemente largo
en reaccionar. El 26 de mayo, El Espectador
publicó una carta abierta de José Eustasio
Rivera al ministro colombiano de Relacio-
nes Exteriores. Con su audacia caracterís-
tica, Rivera acusa al ministro de no actuar
con base en su reporte: “Entonces hablaba
yo como ex-abogado de la comisión de lími-
tes, que había estudiado el litigio a su leal
saber y entender por todas sus formas y que
había observado sobre el terreno los resulta-
dos de la incompetencia ministerial. Nadie
me creyó” (17; énfasis mío). En su rabia y su
frustración, Rivera se muestra una vez más
pensando en términos de la relación entre
la ley y el territorio, argumentando que la
administración deficiente del Gobierno era
visible en el paisaje mismo.
La vorágine retoma la temática de mapear
la selva como forma de extender la soberanía
nacional a una periferia en problemas. Invir-
tiendo la analogía entre la codificación del

•212•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

espacio y la racionalización de las relaciones


sociales, la novela muestra la falta de mapas
del sur de Colombia como símbolo de la ne-
gligencia generalizada del Gobierno hacia
sus fronteras, donde no había un sistema
confiable de comunicación o de transporte,
había poca o ninguna presencia estatal y nin-
guna autoridad legal legítima11. Como en el
reporte oficial, Rivera sugiere que la mejor
defensa que tiene Colombia contra el neoco-
lonialismo es completar el largo e inacabado
proyecto de colonización interna, pero en
esta ocasión el acto de mapear se presenta
al revés: en vez de mostrar los efectos posi-
tivos de establecer las fronteras de la nación
(el alivio y la gratitud de los indígenas), Rive-
ra muestra el estado caótico de la región en
los horrores de la industria del caucho y en la
suerte de Arturo Cova y sus acompañantes,
“devorados por la selva”. En ese sentido, los
dos tópicos de la segunda mitad de La vorá-

11 La preocupación de Rivera por la falta de infraestruc-


tura que conecte las provincias al sur con Bogotá es
evidente en “Los caminos del Caquetá”, un ensayo pu-
blicado en El Nuevo Tiempo el 6 de mayo de 1924, en el
que Rivera recomienda un plan para construir carre-
teras en las regiones del Putumayo y el Caquetá. Reim-
preso en José Eustasio Rivera: 1888-1988, ed. Conrado
Zuluaga Osorio et al. 18-20.

•213•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

gine (la amenaza a la integridad del territo-


rio y la pesadilla personal de perderse en la
selva) se hallan presentes en los dos sentidos
del verbo perder, sobre todo en su acepción
reflexiva, perderse: literalmente, perderse a
uno mismo. Como Balbino Jácome le dice a
Clemente Silva mientras buscan desespera-
damente una autoridad colombiana en Iqui-
tos: “¡Paisano, paisanito, estamos perdidos!
¡Y el Putumayo y el Caquetá se pierden tam-
bién!” (277).
La narrativa desarrolla esa figura de va-
rias formas distintas. Quizás la más obvia es
la pulla que Rivera les manda directamente
a los geógrafos gubernamentales que habían
suscitado su rabia en la expedición de 1922.
En la última parte de la novela, cuando Cova
se reúne finalmente con Alicia y Griselda
y lleva a cabo su venganza contra Barrera,
Clemente Silva parte solo para Manaos, con
la esperanza de volver con el cónsul colom-
biano y rescatarlos a ellos y a los otros co-
lombianos atrapados en el sistema feudal de
endeude. Pero Cova anticipa con pesimismo
el resultado de la misión de Silva:

•214•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

De juro que si bajan hasta Manaos, nues-


tro cónsul, al leer mi carta, replicará que
su valimiento y jurisdicción no alcanzan
a estas latitudes, o lo que es lo mismo, que
no es colombiano sino para contados sitios
del país. Tal vez, al escuchar la relación de
don Clemente, extienda sobre la mesa aquel
mapa costoso, aparatoso, mentiroso y defi-
cientísimo que trazó la Oficina de Longitu-
des de Bogotá, y le responda tras de prolija
indagación: “¡Aquí no figuran ríos de esos
nombres! Quizás pertenezcan a Venezuela.
Diríjase usted a Ciudad Bolívar”.
Y, muy campante, seguirá atrinche-
rado en su estupidez, porque a esta pobre
patria no la conocen sus propios hijos, ni
siquiera sus geógrafos. (361)

Como la cartografía se vuelve un símbo-


lo de legitimidad política y de la capacidad
de gobernar, la negligencia administrati-
va del Gobierno nacional respecto al sur de
Colombia está perfectamente representada
en el mapa oficial que no identifica adecua-
damente los ríos que Cova y sus compañeros
han luchado por navegar durante los meses
(y, en el caso de Silva, años) que han vagado
por la selva.

•215•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El texto pretende corregir de manera más


sutil esa negligencia gubernamental al brin-
dar en sus páginas febriles una nueva topo-
grafía en reemplazo de la vieja: La vorágine
misma verbaliza la configuración espacial
del territorio, aprehendiendo en la estruc-
tura intrincada y barroca de su narrativa
merodeante las complejidades geográficas
de un oscuro rincón de la selva amazónica.
Como otros académicos han señalado, el
relato de los interminables y con frecuencia
sin rumbo recorridos de Arturo Cova y Cle-
mente Silva por la selva le permite a Rivera
entretejer una docena o más de historias que
suceden en el transcurso de quince años du-
rante la fiebre del caucho en Suramérica12. Lo
que por lo general se pasa por alto es la topo-
grafía trazada por Cova y Silva: aunque sus
trayectos parecen frecuentemente confusos
y estériles, sus viajes los llevan a atravesar
ciénagas y bosques, desembocando en El En-
canto o La Chorrera cuando intentan encon-
trar el camino hacia el río Isana o al Caquetá,
devolviéndose cuando se pierden en el cami-
no o cambian de dirección, y de tal manera
terminan por trazar una topografía del sur

12 Véase, por ejemplo, Crespi, “La vorágine” 422.

•216•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

de Colombia en extraordinario detalle. Por


ejemplo:

Llegamos a las márgenes del río Vichada


derrotados por los zancudos. Durante la
travesía los azuzó la muerte tras de noso-
tros y nos persiguieron día y noche, flotan-
do en halo fatídico y quejumbroso, trému-
los como una cuerda a media vibrar […].
Las que enantes fueron sabanas úbe-
res, se habían convertido en desoladas cié-
nagas. (214)

El resultado es un nuevo mapa verbal


para reemplazar los mapas anticuados del
Gobierno del que se quejan repetidamente
los personajes. Como uno de los más famosos
admiradores de Rivera, Horacio Quiroga, le
escribió: “Lo que el Río Negro se llame tam-
bien Guanía, es maravilloso, y para hacer go-
zar de tantas maravillas no se necesitan los
geógrafos existiendo épico tan encumbrado
como usted” (“La selva” 77-78)13.

13 La narrativa también balancea el destino fatal de Arturo


Cova (la negación de su racionalidad geográfica) con la fi-
gura positiva, incluso redentora de Clemente Silva. Sobre
el rol de Silva en la novela, véase Oscar Gerardo Ramos,
“Clemente Silva, héroe de La vorágine”, pp. 353-372.

•217•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El impulso topográfico es uno de los


elementos temáticos y estructurales más
fuertes de La vorágine y la insistencia de los
personajes en la necesidad de mapear la
selva corresponde a la creencia del mismo
Rivera en la importancia de proteger los te-
rritorios marginales de Colombia integrán-
dolos a la nación a través de un proceso de co-
lonización interna que implicaría hacer una
cartografía correcta del terreno, regular la
operación de las compañías y demás formas
de racionalizar la industria del caucho. Sin
embargo, hay un impulso contrario al impe-
rialismo informal, que estoy trabajando bajo
la noción de la respuesta “radical” de Rivera,
que sutilmente socava ese llamado a cose-
char los beneficios de la modernidad occiden-
tal y capitalista en la selva colombiana. Esa
respuesta se podría considerar radical en la
medida que, en vez de simplemente fortalecer
las fronteras nacionales contra incursiones
extranjeras, busca trastocar las estructuras
ideológicas que a la vez facilitaron y nutrieron
el desarrollo del imperialismo informal du-
rante el siglo diecinueve. Como argumento a
lo largo de mi libro, Nature, Neo-Colonialism
and the Spanish American Regional Writers, la
hegemonía invisible del Imperio británico en

•218•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

Latinoamérica se basaba ideológicamente


en la identificación implícita que sus élites
sentían con el carácter cristiano y capitalis-
ta de ese imperio. Esa identificación condujo
a un deseo de modernizar sus ciudades con
arquitectura, tecnología y artículos de lujo
importados, incluso cuando el incremento
de producción que tendría que financiar esas
mejoras implicaba endurecer drásticamen-
te la vida de los trabajadores en los sectores
agriculturales y las economías extractivas
del interior.

Conquistadores conquistados:
Cova y Kurtz
La respuesta radical de Rivera empieza por
apropiarse de una de las convenciones más re-
currentes de la literatura británica colonial:
en este caso, la narrativa de una aventura en
la selva, mejor ejemplificada por El corazón
de la oscuridad, de Joseph Conrad (1899).
Como lo han señalado ya los críticos, los pa-
ralelos entre La vorágine y El corazón de la
oscuridad son impresionantes: ambos libros
invocan a Dante y a los mitos clásicos para
estructurar viajes aterradores al interior del
continente; ambos combinan la subjetividad
romántica y la intensidad emocional con las

•219•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

técnicas modernistas del perspectivismo y la


distorsión psicológica; ambos mezclan la de-
nuncia urgente de explotación y sufrimien-
to humano con un compromiso extremo con
la forma literaria. El reconocido ensayo de
Sylvia Molloy sobre La vorágine señala uno
de los momentos topográficos más célebres
de la literatura colonial: la explicación de
Marlow en las páginas iniciales de El cora-
zón de la oscuridad de cómo su fascinación
juvenil con la geografía lo llevó a explorar
“el más grande y el más vacío” espacio en el
mapa, el territorio de África Central que se
convertiría en la colonia privada de Leopol-
do II de Bélgica, el Estado Libre del Congo
(“Contagio narrativo” 492). Molloy llama la
atención sobre esa escena para señalar que
tanto La vorágine como El corazón de la os-
curidad empiezan con la fuga de sus prota-
gonistas de la metrópolis moderna en busca
de una “experiencia reveladora, singular” en
“un espacio nuevo, no codificado —el “es-
pacio blanco” con que sueña Marlow desde
niño—”. Aunque los viajes a las regiones no
mapeadas son bastante comunes en la lite-
ratura del siglo diecinueve y comienzos del
siglo veinte, estos dos textos revisarán el
material estándar en términos estilísticos y

•220•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

temáticos. Como sugiere Molloy, los “espa-


cios vacíos” que fascinan a Rivera y a Con-
rad incluyen tanto las selvas tropicales de
Suramérica y de África como la posibilidad
de romper las convenciones del género de
novela de aventuras. Los héroes de la aven-
tura colonial en la ficción, que va de Robin-
son Crusoe a Doña Bárbara, son represen-
tantes convencionales de la civilización lo
suficientemente fuertes moral y físicamente
como para sobreponerse a los desafíos de la
naturaleza salvaje y los bárbaros nativos, y
por ello su triunfo prueba una y otra vez la
superioridad europea u occidental sobre los
pueblos que han conquistado14. Sin embar-
go, en estos dos textos la clásica oposición
ideológica entre la civilización y la barbarie
se torna confusa y borrosa, de tal manera
que el agente del racionalismo y el progreso
termina participando en la anarquía salvaje
de la selva en proceso de colonización.
Más allá de las fuertes semejanzas entre
ellos, hasta ahora no ha surgido ninguna

14 Los libros de Martin Green, Dreams of Adventure,


Deeds of Empire, y de Andrea White, Joseph Conrad and
the Adventure Tradition, son excelentes investigaciones
de las ideologías que operan en la tradición de la litera-
tura de aventuras europea.

•221•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

evidencia que sugiera que Rivera conocía El


corazón de la oscuridad cuando empezó a es-
cribir La vorágine en 192215. Por ello algunas

15 No se puede descartar del todo que Rivera haya teni-


do acceso a una copia de El corazón de la oscuridad.
Aunque la historiografía cultural y social de Colombia
usualmente minimiza la influencia cultural del Reino
Unido a comienzos del siglo veinte (en contraste con
Argentina, por ejemplo), un artículo publicado en El
Tiempo el 12 de junio de 1913 da fe de un breve periodo
de interés en la literatura británica que coincide con
la publicación de la novela de Conrad en 1901. Bajo
el título de “El culto de la energía”, Miguel S. Oliver
escribe: “Hace diez o doce años, coincidiendo con la
‘literatura de desastre’, penetró en nuestro país una
fuerte ráfaga de anglosajonismo. Este viento sopla-
ba y venía, principalmente, de donde había venido la
derrota material”. Luego Oliver enumera a varios de
los autores que fueron traducidos al español en aquella
época: Desmolins, Emerson, Chamberlain, Roosevelt,
Carnegie, Kipling (autor de “la nueva epopeya zooló-
gica”), Whitman y Wells. Con estos textos, conocidos
colectivamente con el sobrenombre de “literatura es-
timulante”, se pretendía inyectar a los países hispanos
de “un nuevo temperamento y una nueva psicología”.
La tesis de Oliver es que ha llegado el momento de re-
chazar “el culto de la energía”:
Se creyó que una somera propaganda literaria
podría fortalecer nuestra vol­ untad, cambiar
nuestra orientación y subvenir de golpe y porra-
zo la índole de la sociedad española. El ejemplo
anglosajón y la eficacia de estas lecturas es­
timulantes ha ido pasando después a un segun-
do término. La misma propensión imperialista

•222•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

de las afinidades —como la huida modernis-


ta de la metrópolis, el viaje dantesco a las
profundidades del infierno o el “cronotopo”
que simboliza el trayecto hacia la selva como
un viaje de regreso a tiempos prehistóricos16
(todo lo cual puede ser considerado una de-
rivación de lo que Ordóñez astutamente
identifica como “el mapa ideológico” occi-

de que ellas nos contaminaron, los avances del


estatismo y del socialismo han contrarrestado
su levadura individualista, su glorificación del
esfuerzo privado y extraoficial.
Aunque la nacionalidad del autor no está especificada,
la referencia a El Desastre (la derrota de España en la
guerra de 1898) sugiere que Oliver es español. Sin em-
bargo, la publicación del artículo en El Tiempo implica
que debió tener alguna relevancia para los lectores co-
lombianos; es más, el editor del periódico parece haber
pensado que era innecesario dar alguna nota introduc-
toria o explicatoria al texto, como se hacía con frecuen-
cia con los artículos reimpresos tomados de otras par-
tes. ¿Es posible que La vorágine sea parte también de ese
rechazo implícito a la literatura inglesa y al “culto de la
energía” anglosajón? La narrativa de Rivera representa,
así sea de manera indirecta, un giro del ethos imperia-
lista e individualista a la política socialista más inclusiva
que defiende Oliver.
16 La noción de “cronotopo” fue desarrollada por Mijaíl
Bajtín, que la utilizaba para describir la relación parti-
cular entre un espacio y un tiempo en cualquier narrati-
va. Véase “Forms of Time and of the Chronotope in the
Novel” 84-85.

•223•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dental17)— podrían ser vistas simplemente


como el tipo de correspondencias discursivas
que tienen la probabilidad de surgir cuando
autores que comparten una tradición cultu-
ral escriben sobre temas similares separa-
dos por un periodo de tiempo relativamente
corto. Después de todo, el tema de fondo no
es si Rivera leyó a Conrad así como Quiroga
leyó a Kipling y Benito Lynch a Darwin, sino
más bien se trata de descubrir e investigar la
relación ambivalente que tenía Rivera con un
cuerpo discursivo del que Conrad indudable-
mente hacía parte (un cuerpo que incluye las
articulaciones paralelas del colonialismo in-
terno de América Latina con el imperialismo
británico) y la decisión de Rivera de alejarse
de la orientación europea en la que semejan-
te mapa ideológico está basado. Al leer estos
textos de manera comparada (o a manera de
contrapunto, como sugeriría Edward Said)
podremos comprender La vorágine como una
articulación de las relaciones cambiantes de
los círculos intelectuales latinoamericanos
con el Imperio británico18. Como veremos, en
muchos sentidos La vorágine va en paralelo a

17 Ordóñez, Introducción a La vorágine 50.


18 Edward Said, Culture and Imperialism 18 y passim.

•224•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

El corazón de la oscuridad, pero en una instan-


cia crucial —el encuentro entre el Yo y el Otro
que tiene lugar en lo profundo de la selva colo-
nial— la novela de Rivera se desvía de su iden-
tificación con los discursos metropolitanos
para formular, por el contrario, una identifi-
cación con los pueblos indígenas explotados.
Quizás la dificultad de interpretar la vi-
sión política de cualquiera de estos textos se
podría resumir al decir que los dos critican el
colonialismo desde una perspectiva que está
conscientemente situada en las estructuras
sociales, políticas y económicas que lo funda-
mentan. Así pues, sus narradores en primera
persona replican el discurso cultural colonial
y dominante para que pueda ser desacreditado
por los sucesos ulteriores, pero, como si fuera
un laberinto de espejos, la única narrativa que
le queda al lector para interpretar es producto
de la misma conciencia parcial. Ambos tex-
tos muestran el desplome del racionalismo y
el autocontrol de los supuestos agentes civi-
lizadores que acontece en el marco de un en-
cuentro intenso con la selva y sus habitantes
indígenas, pero ambos también representan
la identificación de sus protagonistas blancos
con los nativos como una experiencia o una
emoción que en último término los redime. En

•225•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ambos casos, una enorme cantidad del mate-


rial colonial se vuelve a repetir y a subvertir en
el transcurso de una inversión retórica.
La selva representada en El corazón de la
oscuridad se sirve de todos los mitos cultu-
rales que plasmaban a África como “el con-
tinente oscuro”, un lugar de caníbales salva-
jes, plantas venenosas, bestias feroces y un
clima que produce plagas letales de malaria
y disentería. Como Ian Watt lo ha mostrado,
Conrad desarrolló el personaje de Kurtz a
partir de la tradición del siglo diecinueve que
hablaba de agentes coloniales que “se volvie-
ron nativos” [“went native”] en la selva africa-
na, adoptando las costumbres sensualistas y
primitivas de los nativos en detrimento de su
comportamiento civilizado (144-145). En la
imagen que Marlow presenta de Kurtz, este
no es solo un europeo explotador que abusa
de los nativos al convencer “a los de la tribu
para que lo sigan” en su búsqueda despiadada
de marfil: en el mito de “volverse nativo” en
el que está inspirado Kurtz se combina una
crítica del poder potencialmente infinito de
un agente colonial con el racismo y el miedo
implícito al mestizaje, insinuado de manera
ambivalente en la acusación de que Kurtz ha
tanto abusado de su poder sobre los nativos

•226•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

como traicionado los valores de la civiliza-


ción que lo educó y lo armó para ir a vivir en-
tre ellos. Más de una vez Marlow sugiere que,
en consecuencia, Kurtz “sucumbió” a la mal-
dad a su alrededor, como si la “selva le [hubie-
ra] acariciado la cabeza y he ahí que era como
una esfera, una esfera de marfil; lo había ro-
zado y —¡miren!— él se había marchitado; lo
había tomado para sí, lo había amado, lo ha-
bía abrazado, había penetrado en sus venas,
consumido su carne y lo había sellado con su
signo a través de las inconcebibles ceremo-
nias de una iniciación demoníaca” (122)19.
El eurocentrismo explícito de la narrati-
va de Marlow, conjugado quizás con el con-
servadurismo de las opiniones políticas del
mismo Conrad, ha hecho de El corazón de la
oscuridad uno de los textos más ferozmente
controvertidos de la literatura moderna. Una
de las críticas más famosas se encuentra en el
ensayo de Chinua Achebe “An Image of Afri-
ca”, que acusa a Conrad de perpetuar uno de
los estereotipos racistas más virulentos del
“continente oscuro” en su forma de represen-

19 Para las citas sacadas de esta obra me serví de mi propia


traducción de la novela. Joseph Conrad, El corazón de la
oscuridad, traducción, prólogo y notas de Felipe Botero
Quintana (Bogotá: El Peregrino, 2019). [Nota del traductor]

•227•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tar África y a los africanos “que, en su con-


sideración final, no es más que la repetición
regular, meditabunda, pseudo-ritualística
de dos frases, una sobre el silencio y la otra
sobre el frenesí” (784). Varios años después,
el novelista guyanés Wilson Harris retomó
el debate y escribió “The Frontier on Which
Heart of Darkness Stands”. En el análisis de
Harris, la insistencia de Marlow en la “im-
penetrabilidad” de la vegetación e incluso la
“incomprensibilidad” del comportamiento
de los nativos da fe de la presencia de una
existencia autónoma y una alteridad cultu-
ral que excede su propio conocimiento. La
novela de Conrad, escribe Harris, constituye
un logro extraordinario porque señala los lí-
mites y las limitaciones de la “lógica cultural
homogénea” que legitima el imperialismo.
Aunque Conrad en efecto no cruza la fron-
tera, su obra mantiene una apertura crítica
en su forma novelesca que, como lo señala
Harris, es particularmente atractiva para es-
critores interesados en configurar una poéti-
ca de traspasos culturales, como ocurre “en
Suramérica, donde nací” (87).
Uno podría escoger entre docenas de
ejemplos en el texto para ilustrar el punto de
Harris. Dos de los más famosos describen la

•228•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

reacción de Marlow ante la presencia de afri-


canos cuya apariencia los distingue de los de-
más. Poco después de su llegada a la Estación
Costera, Marlow ve a un joven tirado bajo
un árbol evidentemente muriendo de inani-
ción. Tras darle al hombre una de sus galletas,
Marlow observa: “Tenía un fino hilo de lana
blanca atado alrededor del cuello. ¿Por qué?
¿Dónde lo había conseguido? ¿Era acaso una
insignia, un adorno, un encantamiento, un
amuleto? ¿Había alguna idea detrás de ello?”
(50). Mucho después, cerca del final de su na-
rración, Marlow se encuentra con una mujer
que piensa que es la amante africana de Kurtz:

Caminaba con pasos contenidos, vestida


con ropas sueltas y rayadas, pisando la
tierra orgullosamente, con un ligero tinti-
neo y un destello de ornamentos bárbaros.
Portaba la cabeza alta, su cabello estaba
arreglado en la forma de un casco, llevaba
anillos de bronce en las piernas hasta las
rodillas, pulseras de alambre hasta los co-
dos, innumerables collares de cuentas de
vidrio en el cuello y un tamiz sonrosado
cubría una parte de sus mejillas morenas;
objetos extraños, encantos, regalos de he-
chiceros colgaban de su cuerpo, reluciendo

•229•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y temblando a cada paso. Debía llevar en


total varios colmillos de elefantes sobre
su cuerpo. Era bárbara y soberbia, de ojos
salvajes y magnífica; había algo ominoso
y majestuoso en su deliberada procesión…
Caminó hasta llegar junto al barco y
se quedó quieta frente a nosotros. Su lar-
ga sombra caía sobre el borde del agua. Su
rostro tenía una expresión trágica y feroz
de salvaje tristeza y de dolor bruto, mezcla-
do con el miedo de una forzosa resolución
no del todo formada. Se paró mirándonos
sin mover un solo miembro y, como la sel-
va, pareció meditar un propósito inescru-
table. (150-151)

En contraste con Kipling, cuyo conoci-


miento de la cultura india con frecuencia
sorprende a los lectores de Kim y otras de sus
obras, Conrad era relativamente ignorante
respecto a las sociedades colonizadas sobre
las que escribía. Sin embargo, a diferencia de
los nativos de Kipling, que muchas veces son
construidos como para demostrar su aproba-
ción de la administración colonial, los africa-
nos de Conrad se resisten a ser encuadrados
en el marco conceptual de su narrador. La
comunicación entre Marlow y los nativos es

•230•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

extremadamente limitada y los intentos de


penetrar su realidad interna al observar se-
ñales externas, como en el caso del hilo de
lana blanca, usualmente terminan en su pro-
pio reconocimiento del fracaso.
En el caso de la mujer, Marlow primero
elabora una larga serie de clichés primiti-
vistas, describiendo su ropa, sus joyas (que
asume que son “regalos de hechiceros”) y su
cuerpo mismo hasta que por fin intenta salir-
se de su propio marco de referencia cultural-
mente condicionado, que Harris caracteriza
elocuentemente como “el ego histórico o las
condiciones históricas de dignidad del ego
que nos unen a una década en particular, o a
una generación o a un siglo” (86). Habiendo
agotado su arsenal de “africanismos” victo-
rianos en un intento fútil por asignarle un
significado reconocible a la “preciosa y salva-
je aparición de la mujer”, Marlow se resigna a
aceptar que la vida emocional y psíquica de la
mujer es rica y profunda pero, como la natura-
leza misma, totalmente impenetrable a su mi-
rada. En ese punto le atribuye a la mujer una
profundidad emocional y una autenticidad
que se destaca mucho más a causa de los hom-
bres europeos que los rodean, los hipócritas
“peregrinos” de la “Expedición Exploradora

•231•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de Eldorado” (80), y que la hacen, en la opi-


nión de Watts, “la imagen más positiva de la
narrativa” (Conrad in the Nineteenth Century
138). La admiración y el respeto de Marlow
por la mujer se ven nuevamente cuando yux-
tapone su imagen, “trágica, ornada con im-
potentes encantos, alargando sus desnudos
brazos morenos a través del resplandor de esa
corriente infernal, la corriente de la oscuri-
dad” con la de la Prometida europea de Kurtz
en el encuentro final que concluye la narrativa
(184).
A diferencia del narrador de Conrad,
Marlow, o de su terrible antihéroe Kurtz, que
es quien más se parece a Cova, el protagonis-
ta de Rivera no deja la metrópolis atrás para
buscar fortuna en las selvas del sur. Se va de
ella, como señala Molloy, principalmente por
aburrimiento, por ennui: el escándalo de su
relación con Alicia más que cualquier otra
cosa le da a Cova una excusa para huirle al te-
dio de su sofisticada existencia urbana (Mol­
loy, “Contagio narrativo” 493). Pero a medi-
da que se aleja de Bogotá, la identificación de
Cova con la clase social colonizadora es cada
vez más clara. Como dice Ordóñez: “No cabe
duda de que Arturo Cova se considera a sí
mismo superior en términos de raza, educa-

•232•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

ción, lenguaje, sexo y origen urbano respec-


to a todos quienes lo rodean, y eso se refleja
particularmente en relación a los indígenas.
El gran defensor de los indios en la región del
caucho no es, en el fondo, más que una tris-
te imitación del conquistador y colonizador
europeo” (Ordóñez, Introducción 39). Esa
actitud se hace cada vez más pronunciada
a medida que Cova se interna en la perife-
ria geográfica, en los llanos del Casanare
y la selva del sur, regiones que en los años
veinte todavía estaban por ser colonizadas
e integradas al resto de la nación. Casanare
era todavía en muchos sentidos un depar-
tamento fronterizo: aislado de la sabana de
Bogotá por falta de carreteras, gobernado
de manera azarosa por gamonales locales y
terriblemente pobre. Sus comunidades indí-
genas eran en ese entonces sorprendemente
populosas y con frecuencia hostiles a los ga-
naderos blancos (Rausch 297-327).
Cuando Cova y Alicia cabalgan a través
de la llanura, él se siente cada vez más atraído
a los estereotipos románticos y patriarcales
del Casanare, que habían sido perpetuados
a través de retratos costumbristas como los
de José María Samper y otros autores del si-
glo diecinueve. El mito cultural de la pampa

•233•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

como un espacio de oportunidades y desafíos


varoniles cautiva de inmediato a Cova: “Ca-
sanare no me aterraba con sus espeluznantes
leyendas. El instinto de la aventura me impe-
lía a desafiarlas, seguro de que saldría ileso
de las pampas libérrimas y de que alguna vez,
en desconocidas ciudades, sentiría la nostal-
gia de los pasados peligros” (81), comenta. La
confianza y ambición de Cova se inflan hasta
alcanzar proporciones paródicas durante su
estancia en la finca ganadera La Maporita.
Siendo un jinete bastante inexperimentado,
se imagina a sí mismo deslumbrando a sus
amigos con sus proezas equinas, mientras
que concibe la posibilidad de capturar cabe-
zas de ganado como una oportunidad de ga-
nar una fortuna que algún día impresionará a
sus amigos de Bogotá. Azuzado por los celos
hacia Alicia, a quien sabe que no ama, Cova
fantasea con asesinar a Barrera y arriesga su
amistad con Fidel Franco al intentar seducir
a su esposa Griselda.
A medida que se acerca a la selva, Cova
comienza a identificarse de manera cada vez
más explícita con los conquistadores del pa-
sado: “Por aquellas intemperies atravesamos
a pie desnudo, cual lo hicieron los legenda-
rios hombres de la conquista” (215). Una vez

•234•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

en la selva, Cova parece seguir la trayectoria


usual de los supuestos civilizadores (Kurtz,
Quesada, Lope de Aguirre), permitiendo que
el entorno hostil endurezca su carácter.
Como Conrad, Rivera critica la codicia y la
brutalidad de los colonizadores a la vez que
busca soporte en las mitologías coloniales
que afirman que es la selva misma, con su
denso follaje, sus sombras confusas, su clima
asfixiante y sus enfermedades endémicas,
la responsable de la corrupción de quienes
se aventuran por ella. “En estas soledades,
cuando [el vegetal] nos habla, solo entiende
su idioma el presentimiento. Bajo su poder,
los nervios del hombre se convierten en haz
de cuerdas, distendidas hacia el asalto, ha-
cia la traición, hacia la acechanza” (297). No
obstante, antes de concluir ese extenso pasa-
je, Cova añade, como preso de una epifanía:
“Sin embargo, es el hombre civilizado el pa-
ladín de la destrucción” (297).
A pesar de la insistencia de Cova en los
efectos degenerativos de la selva, la bruta-
lidad que él muestra al penetrar la jungla
es consistente con sus actitudes y su com-
portamiento en el Casanare. Allí hace gala
de una actitud colonial hacia los indígenas:
tras expresar inicialmente una preocupación

•235•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ilustrada por su bienestar (130), rápidamen-


te adopta el comportamiento de los llaneros
“cristianos” y se une con entusiasmo a la ma-
sacre de hombres y mujeres indígenas que
sucede al final de la primera parte. El en-
cuentro con una tribu de indígenas sicuani,
llamados “guahibos” en la novela, que tiene
lugar poco después de que Cova ingresa en la
selva con Franco y un pequeño grupo de tra-
bajadores de la finca, representa las fantasías
de Cova de poder y dominación colonial, lo
que lo lleva por un camino parecido a la ex-
periencia de Kurtz con las tribus de África
Central. Animados por Pipa, la tribu se acer-
ca al campamento de blancos en la selva. La
tribu, según señala Cova, está “semidomada”
y solo exige que los blancos cumplan con tres
condiciones: que permitan que los indígenas
porten su tradicional guáyuco, que respeten a
las mujeres de la tribu y que mantengan sus ri-
fles en silencio (193). Respecto a sus primeros
esfuerzos de comunicarse con ellos, Cova ob-
serva con desprecio: “inútiles fueron mis cor-
tesías, porque aquellas tribus rudimentarias
y nómades no tienen dioses, ni héroes, ni pa-
tria, ni pretérito, ni futuro”. Inmediatamente
después, Cova cuenta orgullosamente la his-
toria de cómo conquistó la tribu, que aprendió

•236•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

a manipular por accidente al matar un pato


gris, que descubre que es el tótem sagrado del
jefe. Ese incidente le da poderes “sobrenatu-
rales” a Cova sobre los indígenas: “Ningún
aborigen se atrevía a mirarme”, comenta,
“pero yo estaba presente en sus pensamien-
tos ejerciendo influencias desconocidas sobre
sus esperanzas y sus pesadumbres” (208). Sin
embargo, poco después el tono de la narrati-
va cambia de manera abrupta, sustituyendo la
clara oposición entre la cultura blanca y “ci-
vilizada” de Cova y los pueblos indígenas de
la selva con una sorprendente identificación.
Pipa y varios de los compañeros de Cova de-
ciden participar en una danza de los sicuani,
un ritual que involucra una bebida narcótica
poderosa. Contemplándolos, Cova describe la
escena:

De pronto las mujeres, que permanecían si-


lenciosas dentro del círculo, abrazaron las
cinturas de sus amantes y trenzaban el mis-
mo paso, inclinadas y entorpecidas, hasta
que con súbito desahogo corearon todos los
pechos ascendente alarido, que estremecía
selvas y espacios como una campanada lú-
gubre: “iAaaaay!… ¡Ohé!…”.

•237•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Tendido de codos sobre el arenal, au-


rirrijozo por las luminarias, miraba yo la
singular fiesta, complacido de que mis com-
pañeros giraran ebrios en la danza. Así ol-
vidarían sus pesadumbres y le sonreirían a
la vida otra vez siquiera. Mas, a poco, ad-
vertí que gritaban como la tribu, y que su
lamento acusaba la misma pena recóndita,
cual si a todos les devorara el alma un solo
dolor. Su queja tenía la desesperación de las
razas vencidas, y, era semejante a mi sollo-
zo, ese sollozo de mis aflicciones que suele
repercutir en mi corazón aunque lo disimu-
len los labios: “¡Aaaaay!… ¡Ohé!…”. (211)

Cova se detiene en el espectáculo de sus


compañeros que se unen al ritual “volviéndo-
se nativos”, pero semejante visión, sorpren-
dentemente, no lo perturba ni lo ofende. En
cambio, parece disfrutar de la escena, des-
cansando sobre la arena y abandonándose a
fantasías sensualistas de su propia invención
a medida que observa a las mujeres indíge-
nas reunirse con sus “amantes” en la danza.
Pero lo que en un principio para Cova no es
más que una breve indulgencia placentera en
costumbres primitivas se transforma en una
comunión de tipo espiritual que alcanza su

•238•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

cúspide cuando sus compañeros y finalmente


el mismo Cova unen sus voces a los lamentos
de los indígenas. Fundamentalmente, son
el dolor y las adversidades los que los unen,
como si “la misma pena recóndita” y “un solo
dolor” fueran compartidos por todos. Quizás
lo más significativo es la insinuación de que
“su queja tenía la desesperación de las razas
vencidas”, una frase que de repente derrum-
ba las jerarquías raciales que Cova había
impuesto anteriormente sobre todo aquel
a quien encontraba. A pesar del tono melo-
dramático del giro interno hacia el final, el
pasaje muestra una creciente identificación
de Cova con los habitantes más victimiza-
dos de la selva. En ese momento de la na-
rrativa su reacción empática al dolor de los
indígenas puede parecer hiperbólica, quizás
incluso injustificada, pero en cualquier caso
señala el fracaso de la pose de aventurero
neocolonial de Covay el surgimiento de la fi-
gura del “conquistador conquistado”, que se
verá más claramente cuando su voz se fusio-
ne con la de Clemente Silva páginas más ade-
lante. El juramento impulsivo de Cova con
el que se compromete a luchar de la mano de
Silva contra la opresión a los caucheros, que
ha sido criticado como un giro ilógico e inve-

•239•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

rosímil en su personaje, se anticipa en estas


instancias previas de identificación con los
trabajadores oprimidos20.
La escena del baile de los sicuani no se
puede considerar como un punto de giro defi-
nitivo en la trayectoria de Cova de potencial
explotador a defensor de los explotados. De
hecho, uno de sus actos más crueles todavía
está por suceder: el terrible episodio que ter-
mina en la muerte por ahogamiento de dos
indígenas maipureños (230-234). Pero aun
así, aunque la “conversión” de Cova junto a
los sicuani no es en absoluto permanente, sí
marca la irrupción de un discurso de solida-
ridad que socava el sentido de pertenencia de
Cova a una raza o a una clase superior. Como
ha escrito Doris Sommer, la autoconciencia
de Cova como sujeto soberano no es consis-
tente a lo largo del texto, sino que gradual-
mente se desliza a una “nueva cuasi identi-
ficación con quienes son explotados por ese
ideal, como los trabajadores y quizás inclu-
so las mujeres” (Foundational Fictions 477).
Algo muy significativo es que en la novela esa
“nueva cuasi identificación” se desarrolla en
el espacio geográfico dominado por estruc-

20 Véase Crespi 425.

•240•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

turas económicas internacionales más que


nacionales: la selva. Como escribe Jane M.
Rausch, en aquella época el Casanare pro-
ducía principalmente carne para consumo
en las ciudades y los pueblos de las montañas
centrales de Colombia, aunque también dis-
frutó de un breve boom económico cuando las
plumas del garcero nativo se convirtieron en
un artículo de lujo en la moda de la élite euro-
pea (306). Sin embargo, Rivera no introduce
la peligrosa práctica de la caza de garceros
hasta que Cova y sus compañeros llegan a la
selva; el Casanare del texto sigue regido por
estructuras socioeconómicas establecidas
durante los siglos en que la región era una co-
lonia española, estructuras que no permitían
la subordinación de la región a la metrópolis
europea. Como sugiere Roberto Crespi, la
representación de los llanos de Rivera repite
una celebración anacrónica de la dominación
del hombre blanco colombiano: “La epopeya
no histórica del Casanare de Rivera, rica en
costumbrismo, pinta al hombre contra la na-
turaleza, conquistándola (el amansamien-
to de caballos salvajes, la pelea de gallos) y
celebrando la victoria con aguardiente, bra-
vatas, duelos y elogios al triunfante espíritu

•241•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

masculino de los descendientes de los con-


quistadores” (423).
La selva, por su parte, es dominada por
la economía neocolonial. Una vez allí, Cova
lleva a un grupo de indígenas a una ciéna-
ga infestada de cocodrilos y pirañas para
poder cazar el valioso pájaro que “a veces
cuesta la vida de muchos hombres, antes de
ser llevado a las lejanas ciudades a exaltar
la belleza de mujeres desconocidas” (205).
A nivel local, Cova es el explotador de los
indígenas, pero sus palabras finales, diri-
gidas a las estructuras económicas que lo
trascienden, sugieren que en el espacio de la
selva la clase hegemónica no es la élite co-
lombiana, sino los lejanos y anónimos con-
sumidores del norte. El episodio de la danza
sicuani se basa en esa escena anterior para
sugerir una vez más que el núcleo de poder
no está en absoluto en Colombia, sino en al-
gún lugar ajeno a los tres grupos nacionales
representados en la escena: el intelectual
capitalino, los jinetes de la llanura y los in-
dígenas de la selva. Cova quizás puede ma-
nipular y controlar a los indígenas, pero tan
pronto él alcanza esa posición de poder el
texto de inmediato derrumba la distancia
entre Cova el conquistador y los pueblos que

•242•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

ha conquistado, como para recordarnos que


Cova no puede ser un amo colonial, no pue-
de volverse el Kurtz del Amazonas, pues él y
los indígenas hacen parte del mismo grupo
de gente explotada y sufriente.
Ese momento de derrumbe es el punto
fundamental en el que La vorágine y El co-
razón de la oscuridad divergen. El encuentro
de Marlow con Kurtz constituye a la vez la
máxima revelación de un salvajismo aterra-
dor y la etapa más recóndita de su viaje; in-
mediatamente después de ese encuentro él
navega río abajo y vuelve a Bélgica, donde
deambula ponderando el significado de la
muerte de Kurtz y termina por confrontar a
su Prometida que está de luto, antes de reto-
mar su rumbo al norte, de regreso a su hogar
en Inglaterra. Por el contrario, Cova se aden-
tra cada vez más en la selva tras su identifi-
cación con los sicuani; al renunciar a su pose
de dominación, parece renunciar también a
su indeterminada identificación con Bogotá
y con Europa. A lo mejor no es coincidencia
que Rivera ponga a Cova a mentir acerca de
sus planes futuros en las primeras páginas de
la novela: poco después de conocer a Franco,
Cova le dice que él y Alicia, como muchos
de los miembros de la clase latinoamericana

•243•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

acomodada de la época, están de camino a


Europa (126). Pero Cova no va a Europa, ni
siquiera vuelve a Bogotá: su destino en cam-
bio yace en la selva al sur del país.
Si bien la desaparición de Cova en la sel-
va puede parecer una conclusión trágica e
incluso la expresión de la sospecha pesimis-
ta de Rivera de que el Gobierno colombiano
fracasará en su deber de liberar a los traba-
jadores esclavizados en la industria del cau-
cho, también puede verse de manera más
positiva, como un descentramiento radical
del discurso cultural de la nación: el núcleo
de enunciación de La vorágine no es, como
en El corazón de la oscuridad, la metrópolis
central, sino las profundidades recónditas
de la selva. Rivera deliberadamente sitúa el
momento de escritura en las últimas páginas
del texto: Cova se describe a sí mismo guar-
dando “las notas de mi odisea, en el libro de
Caja que el Cayeno tenía sobre su escritorio
como adorno inútil y polvoriento” (345). De
manera significativa, Cova deja su propio
relato de la industria del caucho en el libro
de caja de uno de sus criminales más noto-
rios, demostrando a la vez la fraudulencia de
las prácticas empresariales de la compañía
y el propio deseo de Cova de llenar el vacío

•244•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

de los registros faltantes con una narrativa de


sufrimiento humano que excede el lenguaje
cosificante y capitalista de los créditos y los
débitos. Pero la escena es también geográfi-
camente importante. Cova escribe su narra-
tiva a orillas del Guaracú, en lo profundo de
la selva amazónica; en ese sentido La vorá-
gine va mucho más allá de la frontera esta-
blecida por El corazón de la oscuridad y abre
un nuevo espacio de posibilidades para la na-
rrativa hispanoamericana. Ese es el espacio
en el que las posteriores novelas de la selva,
como la Canaima de Rómulo Gallegos y Los
pasos perdidos de Carpentier, encontrarán su
punto de partida: con ciudadanos educados
que deciden perderse en la selva.

Dialéctica de la naturaleza
Al analizar el impulso topográfico de La
vorágine hemos visto que Rivera desarrolla
la idea de que la forma de proteger las pro-
vincias al sur de Colombia contra la amena-
za de poderes extranjeros es llevar a cabo el
proyecto liberal de colonización interna e
incorporar por fin los territorios marginales
al Estado central. Luego examinamos cómo
Rivera modifica de manera radical el gesto
detrás de esa actitud colonial al subvertir

•245•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

la oposición jerárquica tradicional entre el


representante blanco y urbano de la “civili-
zación” y los pueblos oprimidos de la selva,
y desplazar el discurso cultural de la capital
nacional a su periferia geográfica y econó-
mica. Pero Rivera todavía introducirá otro
cambio en su propuesta inicial de incorpo-
rar la selva a la nación, una alteración en el
discurso occidental tradicional sobre la na-
turaleza para representar la selva como una
entidad dinámica y vulnerable que no puede
ser simplemente domada o dominada. Como
quiero sugerir con mi lectura, la respuesta
de Rivera a la fiebre del caucho en el Putu-
mayo es dialéctica por su insistencia en estar
siempre revisando sus propias soluciones al
problema colombiano del imperialismo in-
formal. De hecho, este problema se convierte
en un conjunto de relaciones cada vez más
complejas entre los consumidores extran-
jeros, los inversionistas capitalistas, las éli-
tes nacionales, los trabajadores indígenas y
mestizos y un ecosistema que incluye, entre
una variedad casi infinita de plantas y espe-
cies de animales, el Hevea brasiliensis, el ár-
bol productor de caucho.
La exploración intensiva de Rivera de las
relaciones cambiantes entre tierra, trabajo y

•246•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

capital en la frontera económica resuena con


las ficciones regionalistas de Horacio Quiro-
ga y Benito Lynch, escritas durante el mismo
periodo. Es más, por su nivel de intensidad
dialéctica, La vorágine se podría asemejar a
uno de los textos más excéntricos del canon
ambiental, Dialectics of Nature, de Friedrich
Engels. Escrito en su mayoría entre 1872 y
1882, Dialectics of Nature quedó inconcluso
cuando murió Engels, en 1895, y no se publi-
có una traducción al inglés sino hasta 1940.
Para entonces, gran parte de la física y quí-
mica que había sustentado las tesis de Engels
sobre una universal “interconexión de todos
los procesos” físicos y sociales ya se había
tornado obsoleta. Sin embargo, sus comen-
tarios sobre los procesos biológicos y evolu-
tivos siguen siendo reveladores aún hoy. Por
ejemplo: después de afirmar que la principal
diferencia entre los humanos y los animales
es la capacidad humana de poner “la natura-
leza externa… al servicio de sus fines”, En-
gels agrega una advertencia que vale la pena
citar en toda su extensión:

Sin embargo, no debemos envanecernos


demasiado por ese triunfo humano sobre
la naturaleza. Pues cada triunfo implica la

•247•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

posibilidad de una venganza. Cada triun-


fo sobre la naturaleza, es verdad, tiene en
primer lugar las consecuencias que ya he-
mos señalado, pero en segundo y tercer
lugar tiene efectos distintos, imprevistos,
que con demasiada frecuencia cancelan los
primeros. A la gente que en Mesopotamia,
Grecia, Asia Menor y otras partes destruyó
sus bosques para obtener tierra cultivable
nunca se le ocurrió que estaban poniendo
las bases de las actuales condiciones de-
vastadoras de esos países, al eliminar
con sus bosques los centros de condensa-
ción y almacenamiento de la humedad…
Así, a cada paso, nos es recordado que de
ninguna manera conquistamos la natura-
leza como si fuera un pueblo extranjero,
como si estuviéramos por fuera de la na-
turaleza, sino que, por carne, por sangre,
por cerebro, nosotros pertenecemos a la
naturaleza y existimos en medio de ella,
y todo nuestro dominio sobre ella no con-
siste más que en el hecho de que tenemos
la ventaja respecto a otros seres de poder
conocer y aplicar correctamente sus leyes.
Y, de hecho, con cada día que pasa esta-
mos descubriendo formas de comprender
mejor esas leyes y conociendo mejor tanto

•248•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

las consecuencias más inmediatas como


las más remotas de nuestra interferencia
con el decurso natural. En particular, tras
los tremendos avances de las ciencias na-
turales en el siglo actual, estamos apren-
diendo a conocer cada vez más, y por ello
a controlar, las consecuencias naturales
más remotas, al menos de nuestras acti-
vidades productivas más ordinarias. Pero
entre más pase eso, más los hombres no
solo se sentirán sino se sabrán unidos con
la naturaleza, y así será cada vez más im-
posible la insensata idea antinatural de un
antagonismo entre mente y materia, hom-
bre y naturaleza, alma y cuerpo que surgió
en el declive de la Antigüedad clásica y que
alcanzó su máxima expresión con el Cris-
tianismo. (291)21

La escritura de Dialectics of Nature por


parte de Engels coincide casi exactamente
con el surgimiento de la ecología en Euro-
pa occidental; según Lynn White Jr., la pa-
labra ‘ecología’ en sí misma fue introducida
al inglés en 1873 (“The historical roots” 5).

21 Traducción a partir del inglés citado en el original.


[Nota del traductor]

•249•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Las ideas de Engels claramente se solapan


con las de los ecologistas, contradiciendo el
mito prevalente de que al marxismo le eran
inherentes tendencias antiambientalistas:
no solo es Engels un crítico de la modernidad
occidental representada por la Revolución
Industrial, sino que reconoce de manera es-
pecífica y lamenta profundamente el uso de
nuevas tecnologías que impactan de manera
devastadora en el medio ambiente. “Queda
malditamente poco de la ‘naturaleza’ de lo
que había en Alemania cuando los pueblos
germánicos inmigraron”, refunfuña en una
nota (173). Su ambientalismo es abiertamen-
te antropocéntrico en sus prioridades, pero
reconoce de manera crucial que, para seguir
satisfaciendo de manera plena las necesida-
des humanas, dependemos de nuestra ca-
pacidad de anticipar hasta las más remotas
consecuencias de las tecnologías que usamos.
Igual de sorprendente e igual de relevante
para nuestra discusión de La vorágine es la
dramática afirmación de Engels de que “por
carne, por sangre, por cerebro, nosotros per-
tenecemos a la naturaleza y existimos en me-
dio de ella”, que luego repite al atacar “la in-
sensata idea antinatural de un antagonismo
entre mente y materia, hombre y naturaleza,

•250•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

alma y cuerpo”. Aquí Engels está compleji-


zando su abierto antropocentrismo al poner
en tela de juicio el concepto mismo de lo hu-
mano y plantearlo como algo inmerso en un
medio ambiente, parte y pedazo de lo natu-
ral, en lugar de estar aislado o en contra de
la naturaleza. Aún más, nuestra capacidad
cada vez mayor de utilizar la tecnología de
manera adecuada (es decir, minimizando su
impacto ambiental) no se concibe como algo
que brindará “dominio” sobre la naturaleza,
sino como algo opuesto: un nuevo sentido de
integración a la naturaleza al que Engels se
refiere cuando dice que estamos “unidos” a
ella. (La analogía que escoge muestra de ma-
nera reveladora lo lejos que estaba Engels en
aquel entonces de aplicar sus poderes imagi-
nativos al tema del colonialismo). En “The
Historical Roots of Our Ecologic Crisis”,
Lynn White rastrea más profundamente los
vínculos entre el deseo de Europa Occidental
de dominar la naturaleza a través de la cien-
cia y la tecnología y el legado judeocristiano
de esas mismas culturas. En Génesis, la tie-
rra y todas sus criaturas fueron planeadas y
creadas “explícitamente para beneficio y ad-
ministración del hombre: ningún elemento
de la creación física tenía otra función más

•251•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que la de ponerse al servicio de los propósitos


del hombre […] El cristianismo, en absoluto
contraste con los antiguos paganismos y las
religiones asiáticas (a excepción quizás del
zoroastrismo), no solo estableció un dualis-
mo entre el hombre y la naturaleza, sino que
mantuvo que era la voluntad de Dios que el
hombre explotara la naturaleza para sus pro-
pios fines” (9-10).
De manera similar, La vorágine explora, a
través de la psicología alborotada de Arturo
Cova, los vínculos entre la cultura europea
y judeocristiana de la clase dominante co-
lombiana con la devastación ambiental del
Putumayo. Una de las últimas fantasías que
cautiva la imaginación de Arturo Cova en
los llanos del Casanare es la de vivir a la ma-
nera de los terratenientes coloniales, admi-
nistrando una vasta propiedad a medida que
envejece con su esposa Alicia:

fumando en el umbral, como un patriarca


primitivo de pecho suavizado por la melan-
colía de los paisajes, vería las puestas de sol
en el horizonte remoto donde nace la noche;
y libre ya de las vanas aspiraciones, del en-
gaño de los triunfos efímeros, limitaría mis
anhelos a cuidar de la zona que abarcaran

•252•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

mis ojos, al goce de las faenas campesinas,


a mi consonancia con la soledad. (161)

Claro, hay varias maneras de interpre-


tar este pasaje. Una consistiría en señalar el
irónico contraste que existe entre la fantasía
casanareña de Cova y la realidad que está
por encontrar en la selva: en otras palabras,
puede que la naturaleza se preste a la domi-
nación humana en la llanura, pero la selva no
puede ser conquistada. La selva que Cova en-
cuentra, con sus infestaciones de sanguijue-
las, sus malarias de pantanos, sus ejércitos
de hormigas devoradoras de carne, se resiste
a la intrusión; ni qué hablar de dominación.
Es la cárcel verde que aprisiona a todos quie-
nes ingresan en ella, frustrando y ridiculi-
zando su voluntad de dominarla.
Uno de los pasajes más famosos de la no-
vela, el lamento del anónimo cauchero que
abre la tercera parte de la novela, ilustra los
aspectos más brutales e insuperables de la
selva:

Esclavo, no te quejes de las fatigas; preso,


no te duelas de tu prisión: ignoráis la tor-
tura de vagar sueltos en una cárcel como la
selva, cuyas bóvedas verdes tienen por fo-

•253•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sos ríos inmensos. iNo sabéis del suplicio


de las penumbras, viendo al sol que ilumi-
na la playa opuesta, adonde nunca logra-
remos ir! ¡La cadena que muerde vuestros
tobillos es más piadosa que las sanguijue-
las de estos pantanos; el carcelero que os
atormenta no es tan adusto como estos ár-
boles, que nos vigilan sin hablar! (288)

Acá la naturaleza domina a los hombres


aún más cruelmente de lo que los hom-
bres se pueden dominar entre sí, saboteando
sus esfuerzos por salir airosos por medios ra-
cionales y sometiéndolos a sus criaturas más
letales. En ese sentido, La vorágine sustitu-
ye una mitología colonial por otra, reempla-
zando la fantasía de dinero fácil y de poder
de Arturo Cova con una noción igualmente
irreal de la naturaleza (en este caso, los ár-
boles mismos) como una entidad sobrenatu-
ral que muestra una intención constante de
lastimar a los intrusos. Como Taussig ha es-
crito, la visión de la selva en La vorágine está
determinada por mitologías coloniales que
difuminan el límite entre los azares humanos
y los azares naturales, atribuyéndoles el pro-
pósito malicioso de los inescrupulosos cau-
cheros a la flora y fauna de la selva (Shama-

•254•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

nism 77). Investigadoras como Montserrat


Ordóñez y Sharon Magnarelli han mostrado
que esa malevolencia artificiosa de la selva
es constantemente feminizada por los per-
sonajes masculinos de La vorágine, siguien-
do una vieja tradición de una región todavía
conocida como la Amazonia (Ordóñez, In-
troducción 51-56; Magnarelli, “La mujer y
la naturaleza en La vorágine”). Para Cova y
Silva, la selva oscura y silenciosa, espacio de
muerte y constante regeneración, es una en-
carnación aterradora de una feminidad ame-
nazadora e inescrutable.
Rivera no deja esos mitos misóginos y
antiecológicos de lado, pero de todos mo-
dos La vorágine empieza a articular, así sea
de manera tentativa, intermitente, una rela-
ción con la naturaleza que está basada más
en el deseo de comprender que de dominar y
subyugar. En este sentido, la fantasía casa-
nareña de Cova también podría leerse de ma-
nera simbólica como una alusión a Abraham,
el fundador del Israel bíblico y el arquetipo
de patriarca de la tradición judeocristiana.
Abraham es el “patriarca primitivo” a quien
Dios mismo bendijo con tierras, riquezas,
amor marital y fecundidad, diciéndole: “Alza
ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde

•255•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al


occidente. Porque toda la tierra que ves, la
daré a ti y a tu descendencia para siempre”
(Génesis 13:14-15). Abraham es también una
figura central en el discurso cultural que ro-
deó la conquista de América y el prototipo de
la figura que Mary Louise Pratt ha llamado el
“Hombre que mira” o el “amo que supervisa”
(Imperial Eyes 7, 111, 127). Cuando Cova sue-
ña con convertirse en el Abraham de los lla-
nos colombianos, señoreando toda la tierra
frente a él, está de algún modo nutriéndose
de su sentido de ser el heredero del privilegio
otorgado por Dios como hombre blanco de
descendencia europea, y de la antigua creen-
cia occidental en el “dominio” del hombre so-
bre la naturaleza. Al mismo tiempo, la fanta-
sía de Cova de ser un Abraham de una Tierra
Prometida inevitablemente recuerda la obra
temprana de Rivera, Tierra de promisión. La
aparición de la figura de Abraham en las fan-
tasías de Cova sugiere que Rivera se tomaba
en serio la tarea de repensar la relación entre
la naturaleza y la nación implícita en todos
esos espacios vacíos que la voz poética recla-
ma como suyos en Tierra de promisión. Si La
vorágine se trata también de integrar los te-
rritorios periféricos a la nación colombiana,

•256•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

con ello está revisando el gesto anterior de


extender la soberanía de un Estado urbano,
cristiano y eurocéntrico sobre una periferia
geográfica al explorar de manera intensiva
la existencia autónoma de esos territorios
y todo lo que contienen. En La vorágine, la
nueva Canaán está densamente habitada por
gente, plantas y animales en una compleja
relación propia y su integración a la nación
implica una revisión fundamental de lo que
es esa nación.
Así pues, La vorágine, aunque repite de
manera intermitente las fantasías paranoi-
cas del potencial conquistador respecto a “la
cárcel verde”, también articula un discurso
que resuena con Dialectics of Nature de Engels
y anticipa así parte de la literatura contem-
poránea ambiental más radical. Ya vimos el
compromiso de Rivera por proteger los dere-
chos de los pueblos indígenas en Colombia en
sus escritos no literarios; significativamen-
te, el reporte que él y Escobar le entregaron
al Gobierno colombiano tras volver de su ex-
pedición a la frontera con Venezuela también
hace énfasis en las insensatas prácticas am-
bientales de las caucherías:

•257•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Decimos que es destructor el método por-


que para extraer la goma derriban los árbo-
les, y de esta manera han arrasado los go-
males de estas regiones, principalmente en
el Vaupés, en el Vestuario, en el Casiquiare
y sus afluentes y hasta en los ríos Guaviare e
Inírida. Picar los árboles de cierta manera y
subir a ellos con este objeto, en vez de derri-
barlos [es] reglamentación que no se cumple
en la mayor parte de los casos, pero que se-
gún la experiencia ha demostrado, tampo-
co da resultado eficaz porque la planta al
fin y al cabo acaba por secarse.
[…] Se ve, pues, la necesidad que exis-
te de tomar providencias enérgicas para
evitar que se perpetúe esta destrucción
sistemática e inútil de la riqueza nacional.
(“Informe de la Comisión” 47)

A diferencia de la retórica con frecuencia


confusa de la novela, el lenguaje de Rivera
en sus escritos no literarios es sorprenden-
temente lúcido, incluso técnico, cuando ex-
plica los peligros ecológicos que conlleva la
industria del caucho. El tema del desarro-
llo sostenible también aparece en la novela,
como cuando Cova observa: “Y es de verse en
algunos lugares cómo sus huellas son seme-

•258•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

jantes a los aludes: los caucheros que hay en


Colombia destruyen millones de árboles. En
los territorios de Venezuela el balatá desapa-
reció. De esta suerte ejercen el fraude contra
las generaciones del porvenir” (298).
Gran parte de la confusión de la segunda
mitad de La vorágine, de la que William Bull
se queja en su famoso ensayo, proviene del vi-
talismo que anima la selva del texto con una
vida y un propósito propios, que extiende su
dominio sobre la acción narrada y amenaza
con eclipsar completamente el importante
mensaje de denuncia social (319-334). Ob-
viamente, lo que Bull denomina “el antropo-
morfismo de la naturaleza” es producto de la
distorsión psicológica, o de la decisión de Ri-
vera de privilegiar el relato en primera perso-
na de Cova de su propio descenso a la locura
por encima de una representación realista de
la explotación padecida por los trabajadores
de la industria del caucho en el Putumayo.
Sin embargo, las imágenes positivas y con-
movedoras de la naturaleza presentes en La
vorágine son demasiado consistentes con las
opiniones expresadas por Rivera en sus es-
critos no literarios como para ser dejadas de
lado completamente. Aunque presentadas
de manera distante, casi que desacreditadas,

•259•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

por así decirlo, por la consciencia mediadora


de Arturo Cova, la representación extraor-
dinaria del medio ambiente podría verse
como un esfuerzo de Rivera por poner en tela
de juicio el discurso tradicional occidental
sobre la naturaleza. Esto lo logra describien-
do la selva como un organismo vivo que se
rebela contra la mirada ordenadora del su-
jeto colonial mediante lo que Engels llama
“un interminable tejido de relaciones y reac-
ciones, permutaciones y combinaciones”, en
el cual los seres humanos son apenas un solo
elemento, un elemento más (“Socialism: Uto-
pian” 96).
La selva de Rivera —fluida, cambiante,
misteriosa— tiene una vida propia. Como
para demostrarlo, Cova, Silva y otros fre-
cuentemente la interpelan:

Tú eres la catedral de la pesadumbre, don-


de dioses desconocidos hablan a media
voz, en el idioma de los murmullos, prome-
tiendo longevidad a los árboles imponen-
tes, contemporáneos del paraíso, que eran
ya decanos cuando las primeras tribus
aparecieron y esperan impasibles el hun-
dimiento de los siglos venturos. (189)

•260•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

Esos pasajes alucinatorios transmiten


un sentido de vitalismo y respeto por la na-
turaleza. Semejante al discurso ambiental
contemporáneo, La vorágine busca mejorar
las actitudes tradicionales de Occidente ha-
cia la naturaleza, trocando la voluntad de
dominar por un deseo más modesto de sim-
ple comprensión. Cova y sus compañeros se
esfuerzan por oír la misteriosa “voz” de la
selva, el sonido de los dioses que hablan en
murmullos, lo que resulta en una actitud de
profunda humildad hacia la naturaleza y sus
procesos, que, como ellos mismos recono-
cen, tienen una existencia por completo al
margen de las necesidades humanas. “El ve-
getal es un ser sensible”, dice Clemente Silva,
“cuya psicología desconocemos” (297).
Por más esencialista que sea esa asocia-
ción, Rivera vincula la reverencia hacia la
naturaleza, que elude a la mayoría de aven-
tureros capitalistas, con los indígenas. Del
grupo de Cova, solo su guía Pipa (una clásica
caracterización del sujeto híbrido colonial,
astutamente servil entre los blancos e igual
de cómodo entre los indígenas, que termina
terriblemente mutilado al final) es capaz de
entender la “psicología” de la selva. Bajo el
influjo de una droga que los sicuani preparan

•261•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

para él, Pipa les cuenta a los demás que los


árboles de caucho “[q]uejábanse de la mano
que los hería, del hacha que los derribaba,
siempre condenados a retoñar, a florecer, a
gemir, a perpetuar, sin fecundarse, su espe-
cie formidable, incomprendida” (213). En su
sufrimiento, los árboles ya han diseñado una
venganza para exterminar a la raza humana,
conquistando ciudades y pueblos hasta que el
hombre sea erradicado de la faz de la Tierra,
“cual en los milenios de Génesis” (213). Los
árboles, recordándoles con ironía a los aven-
tureros que ellos habitaban el Jardín del Edén
mucho antes que la raza humana, tienen una
fuerza vital que empequeñece y parodia la
creencia de Cova en su propia soberanía y sus
fantasías de dominación.
En su reciente análisis del conservacio-
nismo en Moby Dick, Lawrence Buell señala
el constante uso de un patrón retórico que de-
nomina “la difuminación de los límites entre
especies”, que Melville utiliza para suscitar la
compasión de sus lectores hacia las ballenas y
socavar la legitimidad de su caza22. El mismo

22 En el análisis de Buell, la representación contradictoria


del océano en Moby Dick no es muy diferente de la for-
ma en que La vorágine aborda la selva: aunque Melville
reproduce las mitologías tradicionales en gran par-

•262•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

patrón está presente de manera constante en


La vorágine; en muchas ocasiones esa difu-
sión es juguetona, pero la mayoría de veces es
misteriosa y profunda. Los árboles padecen
dolores y humillaciones, planean sus ven-
ganzas y cuidan afectuosamente de sus más
jóvenes. También son vistos como modelos
de solidaridad en fuerte contraste con los
aventureros humanos, que siempre termi-
nan enfrentándose entre sí en su frenético
afán de lucro: “Tus vegetales forman sobre
la tierra la poderosa familia que no se trai-
ciona nunca. El abrazo que no pueden darse
tus ramazones lo llevan las enredaderas y los
bejucos, y eres solidaria hasta en el dolor de
la hoja que cae” (190). La belleza y extrañeza
de La vorágine no pueden ser sobreestimadas
y algunos de los pasajes más extraordinarios
de la novela sufren la dificultad de transmitir
adecuadamente los misterios sublimes de la
selva asombrosa y en peligro. Al difuminar
de manera persistente los límites entre las
especies, Rivera personifica a los árboles y
arboliza a la gente. Cerca del final de la no-

te negativas sobre el océano y sus criaturas, su novela


también se acerca a un mensaje conservacionista más
contemporáneo. Véase Buell “Global Commons As Re-
source and Icon”, pp. 196-223.

•263•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

vela, Cova sufre un terrible ataque de paráli-


sis temporal que lo obliga a experimentar de
manera literal las palabras de Engels, “por
carne, por sangre, por cerebro, nosotros per-
tenecemos a la naturaleza”:

[E]ra algo postizo, horrible, estorboso, a


la par ausente y presente, que me producía
un fastidio único, como el que puede sen-
tir el árbol que ve pegada en su parte viva
una rama seca. Sin embargo, el cerebro
cumplía admirablemente sus facultades.
Reflexioné. ¿Era alguna alucinación? ¡Im-
posible! ¿Los síntomas de otro sueño de
catalepsia? Tampoco. Hablaba, hablaba,
se oía la voz y era oído, pero me sentía sem-
brado en el suelo, y, por mi pierna, hincha-
da, fofa y deforme como las raíces de cier-
tas palmeras, ascendía una savia caliente,
petrificante. Quise moverme y la tierra no
me soltaba.

Como sucede con gran parte del discur-


so ecológico verdaderamente radical de La
vorágine, la explicación más razonable para
la arbolización de Cova es psicológica: sus
amigos reconocen la parálisis como un pri-
mer síntoma del beriberi y el mismo Arturo

•264•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

termina aceptando ese diagnóstico. Sin em-


bargo, en un contexto en el que la selva es
representada mediante un lenguaje antro­
pomórfico, el pasaje también parece estar
abogando por un extraordinario tipo de
identificación entre especies: si los humanos
no son capaces de imaginar por su cuenta el
sufrimiento de los árboles de caucho, la sel-
va misma creará las condiciones, desatando
una de sus enfermedades endémicas, para
que Cova, y quizás sus lectores, puedan com-
prender la inmovilidad vegetal que la vuelve
una víctima impotente de la explotación ca-
pitalista. Después de todo, a diferencia de lo
que sucede con la ballena de Melville, el Old
Ben de Faulkner o cualquier otra de las bes-
tias heroicas y martirizadas de la literatura,
la mayoría de los lectores de Rivera podría
considerar a los árboles de caucho como se-
res completamente insensibles.
Se podría sugerir que al poner su foco
en uno de los seres explotados más ajenos e
inertes en la fiebre del caucho, Rivera hace a
los árboles “hablar” en nombre de todas las
demás víctimas silenciosas y silenciadas de
la región: no solo la diversa flora y fauna de la
selva, sino también sus habitantes humanos.
Por otro lado, creo que el lenguaje de Rivera

•265•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

es, en último término, dialéctico en lugar de


metonímico: Rivera representa el conflicto
entre la naturaleza y los trabajadores como
una relación de abuso mutuo generada por
las demandas del capitalismo internacional.
Las relaciones de producción irracionales en
ambos casos podrían explicarse en los térmi-
nos de las teorías de Marx sobre la expansión
del capitalismo; en el tercer volumen de El ca-
pital, Marx argumenta que la demanda no re-
gulada del mercado metropolitano de bienes
primarios distorsiona de manera cruel la re-
lación entre los trabajadores y su medio am-
biente en la periferia económica (952-956).
El antropomorfismo de la naturaleza en La
vorágine le permite a Rivera desarrollar una
representación matizada, si bien poco con-
vencional, de esa relación viciosa de mutua
explotación entre el trabajo y la tierra, am-
bos polos actuando por la presión irrefrena-
ble del capital metropolitano.
El lamento anónimo con el que empieza la
parte tres describe las labores diarias de un
cauchero exactamente en esos términos:

Tengo trescientos troncos en mis estradas


y en martirizarlos gasto nueve días. Les he
limpiado los bejuqueros y hacia cada uno

•266•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

desbrocé un camino. Al recorrer la taima-


da tropa de vegetales para derribar a los
que no lloran, suelo sorprender a los cas-
tradores robándose la goma ajena. Reñi-
mos a mordiscos y a machetazos, y la leche
disputada se salpica de gotas enrojecidas.
Mas ¿qué importa que nuestras venas au-
menten la savia del vegetal? ¡El capataz
exige diez litros diarios y el foete es usure-
ro que nunca perdona! […]
¡Así el árbol y yo, con tormento vario,
somos lacrimatorios ante la muerte y nos
combatiremos hasta sucumbir! (288-289).

Pasajes como este están animados e inten-


sificados por la extraordinaria sensibilidad
de Rivera a la dialéctica del neocolonialismo.
Como lo sugiere el cauchero que habla en ese
fragmento, la lucha diaria de los trabajado-
res por su supervivencia se libra entre ellos
y contra el entorno natural en un ciclo de
tortura y destrucción que, como los ciclos de
endeude feudal, termina solo con la muerte.
La distinción cristiana entre los humanos y
la naturaleza colapsa de manera explícita:
acá los santos elaboradamente martirizados
son los árboles de caucho, mientras que los
hombres pelean como animales, como diría

•267•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Tennyson, “enrojecidas sus garras y sus fau-


ces” (80). Quizás lo más extraordinario de
todo es el entretejimiento fisiológico de los
múltiples combatientes de la selva. Quien
habla se refiere a sus caucheros rivales como
“castradores”, haciendo un juego de palabras
con los dos sentidos del verbo “castrar”: po-
dar y castrar. El lenguaje del cuerpo humano
(la sangre, las lágrimas, el semen) se aplica
para describir el líquido sacado de los árbo-
les, y de los hombres mana una sangre que
aumentará “la savia del vegetal”.
En su sutil práctica poética, La vorágine
sigue el llamado de Engels a resistir “la in-
sensata idea antinatural de un antagonismo
entre mente y materia, hombre y naturaleza,
alma y cuerpo”. En alguna época considera-
da simplista e irremediablemente arcaica,
La vorágine es el texto más complejo y revo-
lucionario de la literatura hispanoamericana
regional. El lenguaje de Rivera, sobre todo
en las últimas páginas, es desconcertante
e hipnotizante, y sus combinaciones pode-
rosamente innovadoras inducen al lector
a expandir su capacidad imaginativa para
reinventar nuestra relación con la naturale-
za y el mundo material a nuestro alrededor.
Alcanzando registros que resuenan con el

•268•
La vorágine: Dialéctica de la fiebre del caucho

ambientalismo más radical de comienzos del


siglo veintiuno, Rivera difumina el límite en-
tre lo humano y lo natural para que podamos
comprender mejor nuestra mutua vulnerabi-
lidad y la violencia económica a la que ambos
estamos sujetos.
Escribí anteriormente que Rivera evita
incriminar al imperialismo informal británi-
co en América Latina: en La vorágine, el Im-
perio Invisible permanece casi enteramente
fuera de vista. Como he argumentado, Ri-
vera no omitió a los británicos de su novela
sobre el escándalo del Putumayo porque des-
conociera su rol en los abusos que tuvieron
lugar, sino porque al incluirlos hubiera corri-
do el riesgo indeseado de mitigar su denun-
cia de la explotación neocolonial. Rivera no
tenía ganas de volver a suscribir la noción de
la superioridad civilizatoria británica que,
para él y muchos otros en la región, se había
tornado casi del todo obsoleta a comienzos
de la década de 1920. En vez de correr ese
riesgo, Rivera decidió contar una versión
de la historia del Putumayo que pone a un
intelectual colombiano en el rol ambiguo de
explotador y defensor de los trabajadores y
recursos naturales de la nación. Pero cuan-
do Cova se sumerge en la selva colombiana,

•269•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

cruza la frontera de la cultura occidental o


europea y penetra una región donde las pa-
rejas de opuestos del discurso jerárquico que
configuraron la visión de mundo colonial y
patriarcal (civilización/barbarie, criollo/na-
tivo, capital/periferia, masculino/femenino
y humano/naturaleza) se derrumban casi
del todo, dejándolos a él y a sus lectores li-
bres para reimaginar una relación nueva, no
explotativa, entre la tierra, el trabajo y el
Estado colombiano. Dado el tiempo y las cir-
cunstancias en las que estaba escribiendo,
Rivera solo podía situar ese colapso eman-
cipador en un espacio discursivo que se ca-
racterizaba explícitamente por la locura y la
muerte. Pero el derrumbe de esos binarios
coloniales es también un acto de regenera-
ción y transformación: corta el vínculo en-
tre la aristocracia criolla, a la que pertenece
Cova, y los capitalistas británicos cuya he-
gemonía económica en la región dependía en
último término de su capacidad para perpe-
tuar y exacerbar los conflictos internos y las
divisiones de la sociedad colombiana.

•270•
Un viaje a lo
Real de la
exportación* 23

ERICKA BECKMAN

¿Por dónde escapar, a dónde acudir?


Mujeres y chicuelos, desorbitados
por un refugio, daban con la pandilla,
que los abaleaba antes de llegar.
“¡Viva el coronel Funes! ¡Abajo los
impuestos! ¡Viva el comercio libre!”.
José Eustasio Rivera, La vorágine

Del ensueño exportador


a lo Real de la exportación
Hacia la década de 1920, los textos literarios
hispanoamericanos comienzan a imaginar en

* “Explotación: un viaje a lo Real de la exportación” es el


quinto capítulo del libro Capital Fictions: The Literature
of Latin America’s Export Age, publicado por Minnesota
Press, en 2013. La traducción es de Hugo Salas.

•271•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

otros términos las economías de exporta-


ción, por medio de una corriente conocida
bajo el nombre de regionalismo. Luego de
los movimientos literarios urbanos, fuer-
temente eurofílicos de fines del siglo XIX y
principios del XX (entre los que sobresale
el modernismo), el regionalismo marca un
giro hacia el interior, hacia las periferias de
Estados nación ya de por sí periféricos. Las
selvas, llanuras y montañas constituyen sus
escenarios privilegiados, giro geográfico
que muchas veces ha sido codificado como
un alejamiento del preciosismo y la artificia-
lidad de las letras afrancesadas en favor de
una forma de expresión cultural más viril,
aunque menos sofisticada. Por otra parte, en
el renovado protagonismo de la naturaleza,
la tradición ha visto un giro hacia una visión
más auténtica, si bien menos moderna, de las
sociedades latinoamericanas de entresiglo.
No obstante, como sostengo en este capítulo,
el giro del regionalismo hacia la “naturaleza”
y “la tierra” no marca en absoluto un escape
de la cultura comercial: por el contrario, los
escenarios a los que el regionalismo presta
atención son precisamente aquellos que ocu-
pan el centro de la modernización impulsa-
da por las exportaciones. En el marco de un

•272•
Un viaje a lo Real de la exportación

sistema organizado en torno a la extracción


de recursos naturales, las tierras rurales del
interior aparecen siempre marcadas como
fronteras donde es posible la acumulación y
potenciales centros productivos.
Este capítulo se concentra en un texto
clave del regionalismo, la novela La vorágine
(1924) del escritor colombiano José Eustasio
Rivera, situada durante el boom del caucho en
el Amazonas a principios del siglo XX. En las
páginas que siguen se explora una instancia
precisa en que la literatura entró en con-
tacto directo con los mundos sociales que
había creado la modernización exportadora1.
Se trata de mundos que los autores y textos
anteriores habían idealizado o bien ignora-
do. El ensueño exportador, modo discursivo
fundamental del optimismo liberal tempra-

1 El trío de novelas que suele asociarse al regionalismo


está integrado por La vorágine, Don Segundo Sombra
(Argentina, 1926) de Ricardo Güiraldes, acerca de un
peón de campo ilegítimo y su amigo gaucho, y Doña
Bárbara (Venezuela, 1929) de Rómulo Gallegos, acerca
de una déspota propietaria de hacienda. Mientras que
la primera transcurre en la selva, las otras dos lo hacen
en las llanuras. Como ha mostrado Carlos Alonso en su
importante relectura del regionalismo, las tres emplean
estilos y resoluciones simbólicas muy diferentes y me-
recen ser estudiadas por separado (véase The Spanish
American Regional Novel).

•273•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

no, imaginaba organizaciones políticas igua-


litarias y naciones prósperas más allá de sus
más exacerbadas fantasías; y rara vez prestó
atención a las personas reales que desempe-
ñaban el trabajo requerido por las economías
exportadoras. El modernismo, por su parte,
incluso en momentos de crisis, dedicó prác-
ticamente toda su atención a objetos y luga-
res europeos. No es casual que sea en 1920,
cuando el modelo exportador ya ha generado
numerosas crisis y está a punto de llegar a su
fin, que el texto regionalista de Rivera se de-
dique a estudiar las consecuencias humanas
de la modernización liberal. Al igual que De
sobremesa (1896), de José Asunción Silva, La
vorágine tiene por protagonista a un poeta
urbano de Bogotá; pero a diferencia de lo que
ocurre en aquella, Rivera lleva a su lector o
lectora hacia los bosques de extracción del
caucho, con el propósito de registrar la ex-
plotación de la que esta actividad depende.
Al prestar atención al carácter explota-
dor y muchas veces asesino de las prácticas
extractivistas, La vorágine sirve como un
punto de contacto con lo que llamo lo Real de
la exportación, que defino como todo aquello
que el sujeto letrado criollo no sabía que sa-
bía, pero siempre había estado allí. Los mo-

•274•
Un viaje a lo Real de la exportación

dos en que este sujeto al mismo tiempo ve y


oscurece lo que sucede en la frontera expor-
tadora es el tema de las páginas que siguen.

El boom del caucho:


la (ir)racionalidad
de la era exportadora
El boom del caucho amazónico tuvo su auge
en los primeros años de la década de 1900, y
ya había terminado cuando el poeta y aboga-
do colombiano José Eustasio Rivera escribió
La vorágine. Pero seguía —y sigue— siendo
un episodio sin parangón dentro de la histo-
ria de la irracionalidad racionalizada de los
booms de las mercancías. La extracción del
caucho fue tan brutal que tensó la supuesta
racionalidad de la acumulación capitalista
hasta sus límites más extremos.
Antes de 1890, la selva amazónica figu-
raba en los imaginarios criollos principal-
mente como un lugar de naturaleza indómita
que ocultaba vastas provisiones de riqueza2.

2 El espacio de la selva ocupaba un lugar mítico en el dis-


curso colonial euroamericano antes del boom del cau-
cho. La leyenda española de El Dorado afirmaba que en
lo más profundo de la selva había un cacique cubierto en
polvo de oro. En el siglo xvii, un grupo de banqueros ho-
landeses financió distintas expediciones con el propósi-

•275•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Buena parte de la región aún no había sido


cartografiada, y como puede leerse en nu-
merosos tratados de principios de siglo, solo
estaba habitada por “indios salvajes” y “caní-
bales”3. Esto cambió de manera drástica tras
el inusitado crecimiento de la demanda de
caucho silvestre, causado por la invención de
las ruedas neumáticas, primero para bicicle-
tas y luego para automóviles. Comerciantes
blancos comenzaron a navegar el Amazonas
y sus afluentes río abajo, con la promesa de
“civilizar” a los salvajes y crear “progreso” en
lo más profundo de la selva por medio de la
extracción de materias primas para exporta-
ción. Se trata de los imperativos que varias

to de encontrar El Dorado, demostrando una vez más la


importancia de la fantasía en la génesis del capitalismo
moderno. La condición mítica de la selva tropical del
Amazonas se refleja fuertemente en su propio nombre,
que hace referencia a la tribu de guerreras del mito eu-
ropeo.
3 En Colombia, Rafael Reyes, quien más tarde habría de
ser presidente, fue uno de los primeros en proveer un
mapa de ese tipo, lleno de símbolos de árboles de caucho
y plantas de cacao intercalados con calaveras que daban
cuenta de la presencia de “caníbales”. Reyes, que era un
comerciante de quinina, afirmaba que uno de sus her-
manos había sido asesinado por caníbales en el mismo
viaje de exploración; el otro había sucumbido ante la fie-
bre amarilla (véase Reyes).

•276•
Un viaje a lo Real de la exportación

generaciones de élites criollas se habían ocu-


pado de consagrar, pero que con el boom del
caucho dieron pie a las más desbordadas fan-
tasías. El comercio no tardó en crear espec-
taculares riquezas para los comerciantes de
las dos ciudades construidas por el caucho:
la brasileña Manaos y la peruana Iquitos. La
extravagancia de los barones del caucho llegó
a ser legendaria: estos ricos comerciantes en-
cendían sus cigarros con billetes de cien dó-
lares, bañaban a sus caballos con champagne
y enviaban a lavar su ropa sucia a Europa.
Lugares que hasta hace poco habían sido la
frontera más remota de un Estado nación de
pronto tenían conexión directa con Europa:
los barcos cargados de caucho partían de
Iquitos con destino a Liverpool y a su regreso
traían champagne y otros lujos. Esta ciudad
peruana se dio a sí misma el nombre de Chi-
cago del Amazonas4. Poco después, habría
de alzarse el monumento más contundente y
perdurable al exceso de la era del caucho: la

4 Como parte de una campaña promocional del caucho,


un panfleto brasileño de 1912, titulado Brazil: The Land
of Rubber, cita como respaldo un documento en el que
un europeo afirma que Manaos aunque rodeada de “in-
dios salvajes… es tan moderna como Nueva York o Chi-
cago” (116).

•277•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ópera de Manaos. En la actualidad, la estruc-


tura, construida por arquitectos parisinos y
en la que tuvo lugar una célebre presentación
de Caruso, perdura como un fantasmagóri-
co recordatorio de la magnificencia de la era
del caucho5. Su presencia en medio de la selva
“salvaje” ofrece una estridente y disonante
yuxtaposición de las nociones de civilización
y barbarie, naturaleza y cultura. Sin embar-
go, no se debe medir la rareza de la ópera de
Manaos o del tranvía eléctrico que recorre
Iquitos en función de la selva que los rodea,
sino antes bien de la violencia con que fueron
erigidos estos monumentos a la civilización6.
Los métodos empleados en la recolección
del caucho fueron célebres por su brutalidad:
peonaje por deudas, lisa y llana esclavitud, el
desplazamiento masivo y a menudo el asesi-
nato de los habitantes indígenas de la región.

5 La ópera de Manaos costó millones de dólares y su cons-


trucción demoró quince años, inaugurándose en 1896.
La historia inspiró el film Fitzcarraldo, del director ale-
mán Werner Herzog, acerca de un aventurero irlandés
que se convierte en comerciante de caucho para cons-
truir en Iquitos una ópera capaz de rivalizar con la de
Manaos. Acerca de Fitzcarraldo como una reinvención
high tech del primitivismo indígena contra la “civiliza-
ción” europea, véase Franco (“High-Tech Primitivism”).
6 Agradezco a Marcial Godoy por esta idea.

•278•
Un viaje a lo Real de la exportación

De esta forma, si bien el caucho viajaba a los


mercados de Europa y Estados Unidos, en
los que predominaba el trabajo capitalista
asalariado (que habría de crear en Estados
Unidos el paradigma del trabajador fordis-
ta), la extracción de esta mercancía generaba
en la cuenca del Amazonas formas contem-
poráneas de esclavitud y peonaje por deudas.
Esta violencia quedó fuertemente ligada a la
figura del barón del caucho Julio César Ara-
na, empresario limeño dueño de la Peruvian
Amazon Company, mejor conocida como la
Casa Arana, firma constituida en Gran Bre-
taña que cotizaba en la Bolsa de Londres. En
1908, el ingeniero norteamericano Walter
Hardenburg dio a conocer un informe que re-
velaba el “paraíso del diablo” que Arana ha-
bía creado en la costa del Putumayo (afluente
del Amazonas). En 1910, el cónsul británico
Roger Casement, una de las personas res-
ponsables de exponer el genocidio perpetra-
do por el boom del caucho en el Congo del rey
Leopoldo, escribió un informe muy similar
denunciando la tortura y los asesinatos en
la cuenca del Putumayo: miles de indígenas
uitoto habían sido esclavizados, torturados

•279•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y amenazados7. Esto desató un escándalo


en Gran Bretaña que condujo al desmante-
lamiento de la Peruvian Amazon Company.
Sin embargo, Arana y sus capataces conti-
nuaron trabajando en el área, empleando los
mismos métodos asesinos para la extracción
del caucho. Para ese entonces, sin embargo,
el comercio de caucho silvestre sudamerica-
no ya estaba en declive, no a causa de la in-
dignación internacional provocada por los
asesinatos ocurridos en el Putumayo, sino
porque la producción se había relocalizado
en la colonia británica de Malasia, donde era
posible llevar adelante su cultivo de manera
más eficiente en grandes plantaciones, sin
necesidad de internarse en la espesura de la
selva tropical8.

7 Retomo aquí el análisis que hace Michael Taussig de los


informes de Herdenberg y Casement, 61-75.
8 La planta de caucho es nativa de Suramérica ecuatorial,
y su trasplante a otras partes del mundo solo fue posi-
ble después de que algunos oficiales británicos contra-
bandearan decenas de miles de semillas a los Jardines
de Kew de Londres en 1876. De allí la planta viajó a la
Malasia británica, cuya producción en plantaciones no
tardó en desplazar el mercado del caucho silvestre sura-
mericano; véase Loadman. Finalmente, el mercado de
caucho natural desapareció en la década de 1930, tras la
aparición de sustitutos sintéticos.

•280•
Un viaje a lo Real de la exportación

La vorágine: épica de la naturaleza /


novela del caucho
La vorágine fue escrita en las postrimerías
del boom, en un intento por enfrentar sus
efectos. Rivera, abogado de profesión y co-
nocido en el medio bogotano por su poesía,
la escribió tras regresar de una expedición
colombiana hecha para trazar los límites de
su nación con Venezuela. Aunque el boom ha-
bía pasado hacía ya más de una década, las
disputas fronterizas que había provocado
continuaban abiertas. También las historias,
leyendas y rumores acerca de la violencia
desencadenada por el boom del caucho: ca-
pataces que controlaban su rincón de la selva
con absoluta impunidad y trabajadores in-
dígenas golpeados, torturados y asesinados
con total arbitrariedad9.
El punto de entrada a estas historias lo
proporciona en la novela el personaje de un
poeta bogotano, Arturo Cova, narrador en

9 Eduardo Neale-Silva, biógrafo de Rivera, advierte que


el escritor quedó muy impresionado por las numerosas
historias que oyó acerca de la crueldad y el salvajismo de
un hombre de nombre Funes —el coronel al que hace re-
ferencia en la cita que sirve de epígrafe a este capítulo—,
socio de Arana que se ocupó de esparcir el terror por la
zona (242-244).

•281•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

primera persona que sirve de guía a través


del mundo creado por el negocio del caucho.
La acción comienza cuando el protagonista
huye de Bogotá con su compañera, Alicia, en
turbias circunstancias. Para evitar que las
autoridades los alcancen, Cova corta las lí-
neas de telégrafo y oculta su verdadera iden-
tidad y la de Alicia a los posaderos y viajeros
que se encuentran en el camino. Al cabo de
algunos días, la pareja llega a la llanura del
Casanare, escenario de la primera parte de
la novela. Allí se quedan con Griselda y Fi-
del Franco, propietarios de un pequeño ran-
cho. Cova, dándoselas de donjuán, seduce a
Griselda. Al mismo tiempo, despiertan en él
celos furiosos las atenciones que Alicia, su
compañera, presta a Barrera, un comercian-
te de caucho que se encuentra en el Casana-
re reclutando trabajadores para su próxima
expedición a la selva. Un día Alicia desapa-
rece del rancho con Griselda (quien ya tenía
el plan de mudarse a una cauchería para ven-
derles comida a los trabajadores) y Barrera.
En compañía de Franco, el marido de Grisel-
da, Cova sale detrás de ellos.
Mientras que la primera parte se centra
en la estadía de Cova en el Casanare, las
partes segunda y tercera rastrean sus movi-

•282•
Un viaje a lo Real de la exportación

mientos a medida que va internándose en la


selva. En sus distintas paradas, conoce, pier-
de contacto y se vuelve a encontrar con dis-
tintas personas que circulan por la espesura,
entre las que se cuentan su guía e intérprete
(y estafador) Pipa, la comerciante Zoraida
Ayram (llamada también “la turca” y “la ma-
dona”) y un hombre a quien Cova había co-
nocido antes en Bogotá y que con el tiempo
se ha convertido en comerciante de caucho.
La multiplicidad de estos personajes encuen-
tra su reflejo en una multiplicidad de voces.
Cuando se adentra en la selva, la narración
de Cova en primera persona comienza a fu-
sionarse con las voces e historias de otros
personajes, en una práctica a la que Sylvia
Molloy ha dado el perspicaz nombre de “con-
tagio narrativo” (1987). En los casos más ex-
tremos, la narración de Cova se funde con la
de Clemente Silva, un hombre que ha deam-
bulado por la selva durante dieciséis años
cargando con los huesos de su hijo muerto
—víctima del brutal trabajo de cauchero—,
y con la de Helí Mesa, cauchero que ha logra-
do escapar de la esclavitud a la que lo tenía
sujeto Barrera.
Por medio de esta confusa mezcla entre el
relato de Cova en primera persona y el dis-

•283•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

curso indirecto libre de otros personajes, se


cuentan historias estremecedoras sobre la
economía del caucho, en torno a los avances
obligados de provisiones para mantener a los
trabajadores sumidos en la deuda (peonaje
por deuda), y casos de abierta esclavitud. Los
personajes también dan cuenta de la perversa
crueldad que se abate sobre los trabajadores
del caucho, en particular sobre los habitantes
indígenas de la selva. Helí Mesa, por ejem-
plo, cuenta que un bebé enfermo de saram-
pión fue tirado por la borda de un barco a los
cocodrilos y que su madre se arrojó detrás de
él para salvarlo, sufriendo el mismo destino.
Las noticias periodísticas llegadas de la ciu-
dad portuaria de Iquitos denuncian torturas
practicadas contra los indígenas: les cosen
los párpados y los labios, y les echan cera ca-
liente en los oídos.
En todo este contexto, Cova y su grupo
continúan el viaje hasta encontrar a Barrera,
Griselda y Alicia. El narrador ataca a Barre-
ra y le hunde la cabeza en el agua, donde el
comerciante de caucho es liquidado por un
cardumen de pirañas. Alicia, que ha queda-
do embarazada, da a luz a un bebé prematu-
ro. En la selva, Cova revela que lo ha estado
escribiendo todo en un libro de caja que dejó

•284•
Un viaje a lo Real de la exportación

detrás de sí un comerciante de caucho. Nadie


sabe muy bien qué sucede con él y los demás
personajes cuando termina la novela. Lo úni-
co que sobrevive es el diario. Y este diario es
el que presenta en el prólogo de la novela el
propio José Eustasio Rivera, quien en una
carta a un oficial colombiano se presenta
como su editor. A su vez, el epílogo de La vo-
rágine transcribe un telegrama enviado por
el cónsul colombiano en Manaos, Brasil, en el
que cuenta que nadie ha sido capaz de dar
con Cova: “¡Los devoró la selva!” (385).
La vorágine es uno de los textos más fa-
mosos de la literatura latinoamericano del
siglo XX , y algunos de sus pasajes son aún
recitados de memoria por los niños en las es-
cuelas de Colombia: “Antes que me hubiera
apasionado por mujer alguna, jugué mi co-
razón al azar y me lo ganó la Violencia” (79).
Estas son las primeras palabras que Arturo
Cova escribe en su diario; en ellas, mujer,
destino y violencia con “V” mayúscula se
conjugan para dar forma al registro épico de
la novela, que es el que ha privilegiado la crí-
tica. Por su parte, la exclamación final “¡Los
devoró la selva!” ha sido vista como la con-
densación del interés de la novela por la indó-
mita y aplastadora fuerza de la naturaleza.

•285•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Retomando un vasto repertorio de dis-


cursos coloniales europeos, la novela de
Rivera identifica la selva como un vórtice,
un torbellino, “una boca que se engulle los
hombres” (307). Esta construcción ha sido
evaluada por la tradición crítica bajo dos lu-
ces: positiva, en aquellos casos en que se la
considera una apertura a la lucha eterna y
trascendental del “hombre” contra la “natu-
raleza”, y negativa, cuando se la toma como
un tratamiento mecánico, transparente y/o
documental de la naturaleza.
Esta segunda interpretación cobró pro-
minencia entre los autores de la generación
del boom de los años setenta, para quienes la
ficción regionalista producida durante las
décadas de 1920 y 1930 ocupaba el lugar de
“los toscos e incompletos fundamentos” de la
“estructura” literaria latinoamericana (Alon-
so 38). En la misma línea, el novelista mexi-
cano Carlos Fuentes no consigue ocultar su
impaciencia ante los relatos regionalistas de
los que La vorágine es ejemplo. “Se los tragó
la selva”, explica Fuentes, podría ofrecer la
apretada síntesis de todo un siglo de novelas
latinoamericanas: “se los tragó la montaña,
se los tragó la pampa, se los tragó la mina, se
los tragó el río. Más cercana a la geografía

•286•
Un viaje a lo Real de la exportación

que a la literatura” (9). Pero la idea de que la


literatura regionalista es más una lección de
geografía que una “verdadera” literatura se
presta a suspicacia desde el momento en que
Fuentes incluye la mina en su lista de marca-
dores topográficos. Sucede que la mina no es
un fenómeno geográfico que se produzca na-
turalmente, como tampoco la selva una vez
que la descubre el comercio del caucho, ni lo
son las llanuras después de que se las destine
a la producción de ganadería. Estos espacios
están transformados en distinto grado por la
acción humana organizada en función de un
imperativo específico: la producción de mer-
cancías. La cuestión resulta de particular
importancia si se toma en consideración que
la “naturaleza” nunca queda fuera del ámbito
del capital, especialmente en la América Lati-
na de la era exportadora, en la que la natura-
leza constituía de manera literal y figurativa
la materia prima de un proceso de moderni-
zación regional. En la lotería de las mercan-
cías de Ricardo, la naturaleza era y continúa
siendo la principal ventaja competitiva de los
países latinoamericanos que deseen incor-
porarse a los mercados globales. Por consi-
guiente, el hecho de que las novelas de las dé-
cadas de 1920 y 1930 insistan en personajes

•287•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

devorados por ríos, minas, llanuras y selvas


merece nuestra atención. No, como sostie-
ne Fuentes, porque ello sea la muestra de
una ingenuidad provinciana o una falta de
sofisticación documental, sino antes bien
porque estos escenarios ocupaban el núcleo
de los proyectos liberales de modernización
exportadora10.
Un grupo de novelas posteriores de la
misma época confirman esta observación,
en tanto llevan el nombre de mercancías de
exportación u organizan su trama en torno
a ellas. Entre otras, se cuentan en este gru-
po El tungsteno (1931) de César Vallejo y Ca-
cau (1933) de Jorge Amado, junto a docenas
de textos menos conocidos a los que se suele
reunir bajo las categorías “novela del cau-
cho” (grupo del cual La vorágine es la prime-
ra representante), “novela de los nitratos”,
“novela del petróleo”, “novela de la madera”,
“novela del café”, etc. Si a mediados del si-

10 La cuestión ha sido planteada también por Jennifer


French, quien sostiene que los discursos sobre la natura-
leza en la América Latina postindependencia no indican
un “‘escape’ de las realidades del capitalismo industrial”
sino, por el contrario, una representación de “las formas
económicas predominantes en el continente y, como
resultado de ello, su paulatina incorporación al sistema
capitalista internacional” (13).

•288•
Un viaje a lo Real de la exportación

glo XIX asistimos a la proliferación de lo que


cabría llamar “la novela del nombre propio”
(María, Cecilia Valdés, Martín Rivas), en los
años treinta y cuarenta se advierte el auge de
la “novela de la mercancía”11. En términos ge-
nerales, el paso de la novela de nombre propio
a la novela de la mercancía encapsula el con-
flicto neocolonial de los países de América
Latina, en los que una sola mercancía parece
impulsar la historia nacional, con indepen-
dencia de los agentes sociales. Por parafra-

11 Si bien un análisis detenido de las “novelas de la mer-


cancía” excede los alcances de este artículo, me gustaría
señalar que en las décadas de 1930 y 1940 se produce
una verdadera explosión de novelas enmarcadas en el
regionalismo y el realismo social centradas en la pro-
ducción rural de mercancías. Entre estas se cuentan las
“novelas del petróleo”, como Mancha de aceite (Colom-
bia, 1935) de Uribe Piedrahíta, Mene (Venezuela, 1936)
de Arturo Uslar Pietri y Tierras hechizadas (Bolivia,
1940) de Adolfo Costa du Rels. Antes de su inoportuna
muerte en 1929, José Eustasio Rivera planeaba escribir
una novela acerca del petróleo. Este corpus comprende
también la “novela de los nitratos”, como Norte grande:
Novela del salitre (Chile, 1945) de Andrés Sabella; la
“novela del café”, como La cosecha (Colombia, 1935) de
José Antonio Osorio Lizarazo; la “novela de la madera”,
como Humo hacia el sur (Chile, 1945) de Marta Brunet,
y desde luego las “novelas del caucho” publicadas des-
pués de La vorágine, como por ejemplo Toá: narraciones
de caucherías (1924) de Uribe Piedrahíta y Caucho (Bo-
livia, 1938) de Diomedes de Pereyra.

•289•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sear al antropólogo cubano Fernando Ortiz


en su célebre ensayo de 1940 sobre el azúcar
y el tabaco, las mercancías se han converti-
do en “los personajes más importantes” de la
historia latinoamericana (12). La prolifera-
ción de novelas dedicadas a un único produc-
to de exportación revela una preocupación
por el lugar de la mercancía en las sociedades
latinoamericanas que no es posible desde-
ñar como mera ingenuidad literaria o realis-
mo documental. Lo que me interesa de esta
discusión es de qué manera La vorágine, a la
que cabe considerar por derecho propio una
de las primeras novelas de la mercancía, nos
permite hacerle otras preguntas a la literatu-
ra de principios de siglo XX; a saber, de qué
manera es posible ver y representar las re-
laciones mundiales de la mercancía desde el
sotobosque del sistema capitalista mundial.
Este sotobosque no es producto de la “na-
turaleza” ni tampoco de la persistencia de
formas sociales “arcaicas”; antes bien, al de-
cir de críticos como Andre Gunder Frank,
lo que a primera vista pudiera parecer una
formación social no moderna o premoder-
na es en realidad el producto de una serie
de interacciones específicas con el sistema
mundial capitalista. En contraste con la in-

•290•
Un viaje a lo Real de la exportación

terpretación clásica del imperialismo en la


teoría marxista, que hace hincapié en la fuer-
za progresista del capital a medida que se ex-
tiende por el mundo para superar formas de
explotación “feudales” (a las que reemplaza
gradualmente por el trabajo libre asalaria-
do), teóricos posteriores de las nociones de
subdesarrollo y desarrollo desigual han plan-
teado que el capitalismo no necesariamente
produce estructuras sociales burguesas en
todas partes. Esto resulta particularmente
cierto en la periferia, donde violentas formas
de coerción a menudo conviven con el traba-
jo asalariado, y formas de intercambio ca­-
pitalista coexisten con otras de tipo no capi-
talista12. Prabhat Patnaik señala, por ejemplo,
que las sociedades súbitamente arrastradas al
“vórtice” del capitalismo (su término) “se ven
transformadas (y hegemonizadas) por el ca-

12 Rosa Luxemburgo fue de las primeras teóricas mar-


xistas en reconocer que la acumulación primitiva no
era meramente una primera etapa del capitalismo
europeo, superada en el tiempo, sino antes bien una
táctica continuada bajo la política colonial. En las co-
lonias, sostiene, “el capital no tiene, para la cuestión,
más solución que la violencia, que constituye un méto-
do constante de acumulación de capital en el proceso
histórico, no solo en su génesis, sino en todo el tiempo,
hasta el día de hoy” (180).

•291•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

pitalismo metropolitano, sin por ello llegar a


transformarse en sociedades burguesas”. De
esta forma, señala, “el modo capitalista resul-
ta… al mismo tiempo revolucionario y no lo
suficientemente revolucionario” (39)13.
En consonancia con estas interpretacio-
nes, La vorágine emerge como respuesta y
representación de un tipo de desarrollo capi-
talista que, aunque está conectado con rela-
ciones sociales burguesas, al mismo tiempo
depende y saca provecho del empleo de una
violencia brutal. Como se ha señalado, por
lo general suele responsabilizarse a la selva
—en tanto espacio primitivo— por la violen-
cia. Aun así, el peligro de la naturaleza está
siempre ligado a la acción de los agentes hu-
manos; y más allá de esto, la altiva y opresiva
fuerza de la naturaleza está siempre ligada
a un mundo exterior a la selva que solo es
posible entender por medio de los estímulos
fantasmagóricos del intercambio monetario.
A modo de ejemplo, basta prestar atención a
lo que dice Clemente Silva, el cauchero cuya
voz se funde con la de Cova durante largos
pasajes del relato:

13 Agradezco a Enrique Lima por haber traído este pasaje


a mi atención.

•292•
Un viaje a lo Real de la exportación

La selva trastorna al hombre, desarrollán-


dole los instintos más inhumanos: la cruel-
dad invade las almas como intrincado
espino y la codicia quema como fiebre. El
ansia de riquezas convalece al cuerpo. Ya
desfallecido, y el olor del caucho produce
la locura de los millones. (245)

Aquí, por un lado, la codicia que Clemente


Silva advierte es codificada como un impulso
atávico, alimentado de manera directa por el
mundo animal y vegetal de la selva. Pero por
el otro, es el olor del caucho —mercancía que
se produce para el mercado mundial— lo que
conjura “la locura de los millones”.

Efectos de verdad coloniales


Esto quiere decir que si en La vorágine hay
una ley de la selva, no es una que esté deter-
minada solamente por la naturaleza. Por el
contrario, solo se llega a entender el mundo
natural en su interacción con un emprendi-
miento humano preciso: la extracción del
caucho. De manera similar, si en la novela
la selva suele aparecer como un espacio de
materialidad bruta —representación forjada
por imágenes de follaje impenetrable, cuer-
pos de trabajadores muertos y mutilados, y

•293•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

el denso fluir del caucho, al que se comparara


con fluidos vitales como la leche y el semen—,
cabe señalar que esa materialidad coexiste con
las propiedades supuestamente no territoria-
les e invisibles del dinero. La simultaneidad
de la naturaleza y el dinero, como así también
de los objetos materiales y el discurso etéreo,
se repite en el nivel formal. Ya que, si bien La
vorágine ha sido muchas veces (mal) leída como
una novela abiertamente documental o “so-
ciológica” (imputación que se le hace en par-
ticular con respecto de las intervenciones de
Clemente Silva), su aparato representacional
no es para nada directo. Como han demostra-
do, entre otros, los críticos literarios Carlos
Alonso (The Spanish American Regional Novel),
Montserrat Ordóñez (“Introducción”) y Sylvia
Molloy (“Contagio narrativo”), el dispositivo
narrativo de La vorágine es bastante complejo.
Por un lado, la novela incorpora historias y vo-
ces sin descanso, con un efecto desorientador
y a menudo confuso. Suele ser difícil entender
quién habla en determinado momento, y des-
de dónde. Esta perspectiva cambiante queda
particularmente en evidencia en los momentos
en que el relato de Cova en primera persona se
funde con discurso indirecto libre; en estos, los
enunciados no están marcados por el “yo” ni

•294•
Un viaje a lo Real de la exportación

por rayas de diálogo, sino que fluyen libremen-


te, como si no estuvieran atados a ninguna voz
en particular.
A estas dificultades se suma el hecho de
que la propia voz narrativa de Arturo Cova
resulta poco confiable y contradictoria. En
una escena en el Casanare, por ejemplo, el
protagonista se sumerge en uno de los mu-
chos vuelos de su fantasía, imaginándose
como un “ricacho fastuoso” que ha venido
a la región a traer el “progreso”, cuando en
realidad ha venido huyendo del escándalo.
En otro, ve que Alicia se descompone, infiere
correctamente de ello que está embarazada y
decide ocultarle esta información. En sínte-
sis, aun si el relato de Arturo Cova no fuera
intencionalmente engañoso, resulta difícil
tomar sus palabras al pie de la letra.
En un nivel metatextual, La vorágine no
es una obra de realismo documental, sino
más bien un simulacro autoconsciente de la
realidad. Para apoyar esta hipótesis, resulta
útil advertir que la novela a menudo recurre a
la cita de obras “documentales” previas acer-
ca del comercio del caucho, y con ello pone
en escena hasta qué punto el boom del caucho
ha creado un contexto en el que se entrelazan
verdad y mentira, realidad y ficción. A modo

•295•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de primer ejemplo, cabe prestar atención a


la referencia que hace a En el Putumayo y sus
afluentes (1907) de Eugenio Robuchon. Ro-
buchon fue un fotógrafo francés contratado
por la Casa Arana para tomar fotografías de
los campamentos de caucho que la empresa
tenía intención de usar como publicidad. Sin
embargo, después de que hubiera tomado va-
rias fotos y escrito un informe antropológico
de los uitoto, Robuchon desapareció y no se
supo nada más de él. La obra resultante, En
el Putumayo, se publicó tras su desaparición
y lleva por prefacio varias cartas oficiales
dirigidas al cónsul peruano en Manaos y al
ministro de relaciones exteriores en Lima.
Las primeras documentan la llegada del
francés y las últimas anuncian su desapari-
ción. En ellas, se explica que solo fue posible
encontrar su equipaje y unas pocas páginas
escritas: “Los señores Arana y hermanos
presumen, con fundamento, que el señor
Robuchon haya sido víctima de los indios
antropófagos que frecuentan estos parajes”
(xvII). Otros documentos de la época, no obs-
tante, sugieren que Robouchon fue asesina-
do por los secuaces de los Arana después de
que tomara fotografías de las torturas y los
asesinatos en las caucherías. En La vorágine

•296•
Un viaje a lo Real de la exportación

se alude a la desaparición de Robuchon por


medio de Clemente Silva, quien habla del
francés que desapareció en la selva con sus
fotografías. La novela incorpora este refe-
rente histórico de una manera aún más po-
tente por medio del dispositivo de encuadre
que elige, que como se recordará está cons-
truido como una carta del autor José Eusta-
sio Rivera al cónsul colombiano en Manaos.
En un mismo movimiento, el novelista se
transforma a sí mismo en un personaje fic-
cional —el curador de los textos de Arturo
Cova— y transforma a su protagonista en
un personaje real. Este entrecruzamiento de
verdad y ficción tiene el efecto de dar vero-
similitud a la novela, maniobra que, Rivera
admite, forma parte de sus propósitos de de-
nuncia. Pero esta verosimilitud novelística
no es en absoluto transparente si atendemos
al hecho de que se funda en una realidad a la
que en sí misma solo resulta posible acceder
por medio de, por un lado, la prosopopeya de
cartas consulares e informes contradicto-
rios acerca de los “antropófagos” y, por otro,
las formas más barbáricas de la violencia
colonial. De esta forma, la tradición que lee
en La vorágine una forma de realismo inge-
nuo pasa por alto una cuestión crucial: que,

•297•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en el contexto del boom del caucho, la propia


realidad se entremezclaba con elementos de
ficción y fantasía.
En este punto, resulta útil traer a colación
el trabajo clásico de Michael Taussig acer-
ca del boom del caucho en el Putumayo y sus
efectos posteriores, investigación sin para-
lelo sobre la (i)lógica de la crueldad colonial.
En este trabajo, Taussig demuestra sin lugar
a dudas hasta qué punto el negocio de la re-
colección de caucho dependía de la perpetua-
ción del terror colonial; en primer lugar, de la
generación de miedos entre los blancos al in-
dígena como “hombre salvaje”; y, en segundo
lugar, de la movilización de este miedo como
justificación para imponer una disciplina ex-
traordinariamente cruel a los trabajadores
indígenas. Esta conjunción tuvo un resulta-
do por completo irracional, en tanto los co-
merciantes del caucho asesinaban a la misma
fuente de trabajo que les permitía crear rique-
za y, con ello, lo que Taussig llama “el espejo
colonial de producción” adopta una lógica
destructiva que le es totalmente propia.
Taussig recurre de hecho a la crítica lite-
raria para afirmar que el único modo de en-
tender la violencia generada por el colonia-
lismo lo ofrecería un modo de representación

•298•
Un viaje a lo Real de la exportación

que fuera capaz de “penetrar el velo” de la


violencia colonial y al mismo tiempo “rete-
nerle su calidad alucinatoria” (33)14. Lo en-
cuentra en El corazón de las tinieblas (1899)
de Joseph Conrad, novela que para Taussig
“combina un doble movimiento de interpre-
tación en una acción combinada de reduc-
ción y de revelación” (33; énfasis en el origi-
nal). Mientras que la novela de Conrad sobre
el Congo del rey Leopoldo le sirve de punto
de partida, Taussig hace solo una mención
pasajera a La vorágine, a la que deja de lado
por considerar que desplaza la violencia per-
petrada contra los indígenas hacia un con-
junto de personajes blancos. En cierto nivel,
se trata de una crítica válida. Rivera cuenta
su novela exclusivamente desde la perspec-
tiva de personajes blancos: Arturo Cova es
un poeta de Bogotá, y Helí Mesa y Clemente
Silva, dos de los su­jetos a los que se les confía
la narración, son esclavos blancos de los co-
merciantes de caucho, detalle significativo
dado que fueron los pueblos indígenas los que
llevaron la peor parte de la violencia durante
el boom del caucho. No obstante, si seguimos
la pista de la hermenéutica del colonialismo

14 Taussig cita aquí a Fredrick Karl, Joseph Conrad.

•299•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que propone el propio Taussig, la cuestión en


La vorágine es precisamente la ofuscación de
la realidad, y por ello sus propias mistifica-
ciones nos ofrecen interesantes pistas acerca
de los modos en que es posible representar el
comercio del caucho y la violencia que gene-
ra. Al igual que la célebre novela de Conrad,
La vorágine enfrenta y al mismo tiempo par-
ticipa del exceso discursivo producido bajo
los regímenes de extracción y acumulación
(neo)coloniales15.

15 Como ha señalado Jennifer French, la lectura de La


vorágine junto con El corazón de las tinieblas permite
entender contextos y problemáticas imperiales conmen-
surables (2005). Aunque no intentaré aquí desarrollar
esa lectura, cabe señalar que las dos hablan desde situa-
ciones de enunciación radicalmente distintas dentro del
sistema-mundo imperial que intentan representar. Se
recordará que la novela de Conrad comienza y termina
a bordo de una embarcación que circula por el Támesis,
en la que Marlow cuenta a sus colegas su viaje al África
y su encuentro con el mercader Kurtz (en esta novela, el
marfil hace las veces del caucho). El “corazón” colonial
africano de la novela se ve así contenido dentro de un
marco narrativo europeo. La vorágine, por el contra-
rio, se despliega sin ningún acceso a los centros impe-
riales que dieron forma al boom del caucho, ni siquiera
a los espacios urbanos de la periferia. Por el contrario,
transcurre enteramente dentro de los aún más periféri-
cos límites del Estado-nación sudamericano. Este lugar
de enunciación le da a la novela de Rivera la impresión
de estar confinada a los márgenes del sistema imperial

•300•
Un viaje a lo Real de la exportación

Para sustentar estas apreciaciones, me


gustaría prestar atención ahora a dos tro-
pos fundamentales a través de los cuales la
novela refuerza su relación problemática
con la realidad, y al hacerlo oscurece y al
mismo tiempo logra avizorar lo “real” de
las economías de exportación. No es casual
que estos dos tropos —la falsificación y la
contabilidad— provengan del mundo de la
representación económica, y como tal per-
mitan una lectura de La vorágine como un
discurso acerca de los engañosos sistemas
de valor a través de los cuales el comercio
del caucho se reprodujo a sí mismo. Es por
medio de estos tropos que La vorágine re-
flexiona fuertemente acerca de sus propios
límites en materia de representación.

al que pertenece el comercio del caucho, sin relación con


la metrópolis. En este punto, es relevante que la novela
comience y termine con comunicaciones oficiales, en la
medida en que estos documentos no contribuyen a an-
clar el relato en un contexto más estable (como literal-
mente ocurre con el Nelly en El corazón de las tinieblas),
sino que por el contrario lo posiciona a la deriva en la
selva no demarcada de los Estados-nación periféricos.
Esta falta de ancla narrativa se ve a su vez reflejada por
lo que algún crítico ha llamado la voz “quebrada” del na-
rrador en primera persona (Ordóñez, “Introducción”).

•301•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Falsificación i: el dinero
En primer lugar, consideremos el tropo de la
falsificación. Como he señalado, al comienzo
de la novela Cova y Alicia huyen de Bogotá.
El motivo de la fuga es que Alicia ha sido pro-
metida en matrimonio a un rico terrateniente;
Cova se la “roba” y huyen, provocando un es-
cándalo. Sin embargo, en dos ocasiones den-
tro de la novela se insinúa otra posibilidad. En
el camino de Bogotá hacia los Llanos, Arturo
y Alicia son detenidos por el Pipa, personaje
que reaparecerá más tarde y oficiará de guía
de Arturo en la selva. En este primer encuen-
tro, Pipa afirma ser un representante del al-
calde de Villavicencio y le solicita a la pareja
que se identifique a menos que sean los falsi-
ficadores (“acuñadores de moneda”) buscados
por la ley. Ante esta solicitud, Arturo señala
que Alicia se cubre el rostro con un velo “para
ocultar la palidez” (85). ¿Esa palidez se debe a
que le piden a Cova que se identifique, o a que
son en efecto los falsificadores de moneda?
No se nos permite acceder a los pensamientos
de Alicia, por lo que no podemos saberlo. Lo
que sí sabemos es que, justo antes de este en-
cuentro, una posadera ha dado por supuesto
que Cova y Alicia son los falsificadores y le ha
pedido a ella que le muestre “las monedas que

•302•
Un viaje a lo Real de la exportación

hacíamos”. Va de suyo que hacer dinero es lite-


ralmente falsificarlo. La posadera le asegura
a Alicia que no hay nada de malo en esta acti-
vidad, “dada la tirantez de la situación” (83).
Es decir que, al tiempo que revela su complici-
dad con los posibles falsificadores, la posade-
ra postula la falsificación como una respuesta
justificable en tiempos de estrechez. Esto su-
pone una referencia oblicua a la grave ines-
tabilidad económica de Colombia durante la
primera década del siglo XX, momento en que
una severa hiperinflación se vio acompañada
de una ola de falsificaciones16. Ni Cova ni Ali-
cia responden de manera directa a la insinua-
ción de la posadera. Después de relatar que
pidió ver las monedas, Cova sencillamente
agrega: “Al siguiente día partimos antes del
amanecer” (83).

16 La falsificación fue un problema serio en la Colombia de


principios del siglo xx, en particular durante y después
de la guerra de los Mil Días (1899-1903), conflicto entre
liberales y conservadores que condujo a la peor crisis hi-
perinflacionaria de la historia del país y que devastó la
economía nacional. Véanse Bergquist o Deas (“The Fis-
cal Probems”). Hoy, Colombia es la capital mundial de
la falsificación: no de pesos, ya que estos valen poco fue-
ra de Colombia, sino de dólares estadounidenses (véase
Stone). Dicho sea de paso, las principales operaciones de
falsificación no han sido descubiertas en Bogotá, sino
bajo el cobijo de la selva tropical.

•303•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Estas dos referencias establecen que algo


raro sucede. Cova nunca explica con clari-
dad si los demás tienen algún motivo para
sospechar que Alicia y él sean los falsificado-
res, y nunca se ven las monedas que la posa-
dera pide que le muestren. En su encuentro
con Pipa, para eludir la acusación, Cova afir-
ma que es el “intendente” de la región y viaja
en compañía de su esposa. Es decir, desvía
la posibilidad de ser el falsificador con una
doble mentira: que es el principal oficial del
territorio y que Alicia es su “legítima” es-
posa. La legitimidad institucional y sexual
(el matrimonio) son utilizadas para tapar
la acusación respecto de una producción de
dinero ilegítima. Aunque no sea el falsifica-
dor, la sola acusación lleva a Arturo Cova a
mentir sobre su identidad real. La mentira,
por su parte, da lugar a otro engaño. Con una
sumisión que en esta novela siempre es falsa,
Pipa parece creer la historia de Arturo. No
los denuncia, pero, tal vez a cambio de su si-
lencio, se va en medio de la noche llevándose
el caballo de Cova. Cuando más tarde reapa-
rece, una vez que Cova se ha internado en la
selva, y se ofrece a oficiar de guía y media-
dor con las tribus indígenas que encuentren,
Pipa explica que en realidad solo tomó pres-

•304•
Un viaje a lo Real de la exportación

tado el caballo con intención de devolverlo.


Claro está, nunca lo hizo.
La falsificación de dinero es un delito de
representación, uno en el que se sustituye la
cosa real con otra falsa, y en ese proceso se
pone en tensión el límite entre las dos. Es por
ello que resulta tan peligrosa para un Esta-
do, ya que entonces: ¿qué tiene de especial
la moneda que emite, si cualquiera puede fa-
bricar la propia? En las manos de Rivera, la
acuñación ilegal de moneda se convierte en
una metáfora de las constantes falsificacio-
nes que se suceden en La vorágine. De hecho,
se reitera en varias instancias: más adelante,
por ejemplo, se sabe que el comerciante de
caucho Barrera hace circular postales falsa-
mente idílicas de las caucherías para fomen-
tar el reclutamiento de trabajadores, y somos
testigos de un juego con dados cargados en
Casanare.
El gran problema del dinero falso es que
circula junto con el real; basta saber que en
algún lugar hay monedas falsas para que esto
cubra con un manto de sospecha a la totali-
dad de las monedas disponibles. ¿Cómo dis-
tinguir una moneda falsa de otra legítima?
Lo mismo es válido si aplicamos el tropo
de la falsificación a la economía lingüística

•305•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de la novela. Jean-Joseph Goux ha analizado


el dinero y el lenguaje como economías de
representación paralelas, y ha sabido seña-
lar que cuando ocurre falsificación en la pri-
mera, a menudo está siendo empleada como
representación de una crisis en la segunda
(33)17. La insinuación de que Cova pudiera
ser un falsificador de dinero abre así la posi-
bilidad de que sea un falsificador en el ámbi-
to de las palabras. El problema no es que él y
Alicia sean o no falsificadores; el solo hecho
de que la falsificación sea algo posible en ese
medio ya da qué pensar. Aún más perturba-
dor resulta que el narrador no nos dé ningu-
na seguridad acerca de si Cova ha puesto en
circulación dinero falso o no, y antes bien
mantenga silencio al respecto. ¿Es un falsifi-
cador, sí o no? La idea es que no sepamos.

17 Goux elabora este argumento en su lectura de la nove-


la de André Gide de 1925 Los monederos falsos. Dentro
de la literatura latinoamericana, la falsificación se con-
vierte en un importante dispositivo retórico y narrativo
en la novela Los siete locos (1929), del autor argentino
Roberto Arlt, acerca de una variopinta banda de estafa-
dores. Que la economía novelística de La vorágine se vea
alterada por la insinuación de la falsificación demuestra
una vez más que debería ser considerada más allá de los
límites de la “naturaleza”, y que debería circular como
un texto acerca de prácticas y regímenes de representa-
ción modernos y sofisticados.

•306•
Un viaje a lo Real de la exportación

La supuesta falsificación nos permite


también considerar desde una perspectiva
distinta el tan mentado impulso documental
de La vorágine. La apertura y el cierre de la
novela despliegan el realismo documental de
las cartas oficiales firmadas por “José Eus-
tasio Rivera”, y el propio autor admitió que
con ello buscaba crear un efecto de verosimi-
litud que produjera una sensación de urgen-
cia más intensa respecto del tema tratado.
No obstante, esta voluntad de verosimilitud
ya no parece tan franca si se la lee a través
del tropo de la falsificación. Cabe tomar
en consideración aquí la decisión de Rivera
de reproducir en las primeras ediciones de
la novela fotografías de personas a las que
se identificaba con los nombres de “Arturo
Cova” y “Clemente Silva”, como si se tratara
de personas reales. La fotografía de Arturo
Cova, tomada supuestamente por Zoraida
Ayram, otro personaje de la novela, era en
realidad una foto del propio Rivera (Pineda
Camacho 485-486). Si bien alguien podría
tomar esta fotografía como evidencia de que
Cova es “en realidad” un doble de Rivera (lec-
tura autobiográfica en que, de hecho, ha in-
currido buena parte de la crítica), me parece
más interesante considerar estas fotografías

•307•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

como una extensión de los tropos de la novela


acerca de la falsificación. Acaso el punto no
es que Cova sea en realidad Rivera o vicever-
sa, sino que no sepamos quién es en realidad
ninguno de los dos.
¿Hasta qué punto es posible confiar en
el narrador Cova o en el novelista José Eus-
tasio Rivera? La pregunta es importante
porque nos conduce no solo a la cuestión de
las prácticas de engaño presentes en el nú-
cleo del comercio del caucho, sino también
a aquellas perpetuadas por el propio letrado
con respecto a este comercio. La aparición
de la metáfora de la falsificación dentro de
un texto literario nos permite volver sobre
instancias anteriores en que distintos textos
y/o narradores se comportaban como dine-
ro. Por ejemplo, el panfleto Guatemala (1878)
de José Martí funcionó como un pagaré que
prometía un glorioso futuro mediante la pro-
ducción de mercancías. En medio de una se-
vera crisis financiera en Argentina, la novela
La bolsa (1891) de Julián Martel introdujo un
principio narrativo realista que le permitió
posicionarse como una forma de oro confia-
ble, contra el capital ficticio generado por el
mercado de valores. Y el protagonista de la
novela de José Asunción Silva De sobremesa

•308•
Un viaje a lo Real de la exportación

se ofrece como una alegoría del fracaso del


sujeto criollo, por asegurar el valor en el ám-
bito impredecible y fantasmagórico del in-
tercambio transnacional. La vorágine, por su
parte, postula a un narrador que, literal y fi-
gurativamente, acaso esté pasando monedas
falsas18.

Falsificación ii: la masculinidad


El paralelo más cercano que se establece
dentro de la novela con la moneda falsa co-
rresponde a la propia persona de Cova y
está ligado a otra forma de valor circulante
dentro del texto: la masculinidad. Una vez
más, resulta instructivo volver al trabajo de
Jean-Joseph Goux, quien señala que las cri-
sis monetarias a menudo se expresan como
crisis paralelas en el ámbito de la economía
sexual: “Porque si junto con la verdad del oro
se cuestiona la verdad del lenguaje, esto pone
en entredicho también la verdad del padre”

18 David Viñas usa una metáfora económica distinta, la de


la inflación, para describir el principio de exceso narrati-
vo de La vorágine. Al analizar la participación de Cova en
un juego de dados en Casanare, el crítico argentino sos-
tiene que, en el nivel metafórico, Cova deja que el dinero
corra a pesar de no tenerlo, lo que da cuenta de un “pro-
ceso inflacionario en el discurso del protagonista” (21).

•309•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

(32; énfasis en el original). Al igual que ocu-


rre con las monedas, Rivera en ocasiones se-
ñala la falsedad y se permite una descarnada
ironía sobre la identidad masculina de Cova.
En ocasiones, La vorágine parece sostener
una visión acrítica del poder fálico, por ejem-
plo, en la famosa primera oración en la que
Cova se posiciona a sí mismo entre la “Mu-
jer” y la “Violencia”19. En otros momentos, sin
embargo, como ha señalado la crítica, la no-
vela revela una gran dosis de ironía respecto
de la identidad masculina de Cova, que bajo
ningún punto de vista avanza por la selva con
paso seguro. En Casanare, por ejemplo, Cova
se vanagloria de haberse acostado con Alicia
y con Griselda; pero poco después su temple

19 En La vorágine, Cova se siente empujado a probar una y


otra vez su entereza masculina, bebiendo, acostándose
con distintas mujeres y haciendo frente a los peligros de
la selva. El escritor uruguayo Horacio Quiroga brinda
evidencia adicional de esta performance de hipermas-
culinidad como un tropo clave del regionalismo de la
década de 1920. Quiroga, que comenzó su carrera como
un dandi europeizado en la tónica establecida por el
modernismo, atravesó una enorme transformación des-
pués de visitar y posteriormente instalarse en la región
fronteriza de Misiones, Argentina, donde se convirtió
según sus propias palabras en un “pionero agricultor” y
autor de cuentos de la selva. Acerca de las experiencias
de Quiroga en Misiones, véase Delgado y Brignole.

•310•
Un viaje a lo Real de la exportación

de macho es puesto a prueba cuando descu-


bre que las dos han ido a ver a Barrera. Un
personaje de nombre Miguelito le pregunta:
“¿Usté piensa matá al hombre?”. Su primera
reacción es decir “no, no”. Pero cuando el otro
sugiere que la afrenta, de quedar impune, lo
dejará en una posición de debilidad, Cova le
pregunta: “¿Crees que debo matarlo?” (136).
A pesar de que Cova ha estado funcionando
hasta aquí en conformidad con un código
hipermasculino, desconoce que según dicho
código debería querer matar a Barrera. Su
incertidumbre respecto de cómo lidiar con
el robo de “su” mujer (fantasía patriarcal de
propiedad) muestra que su performance de
masculinidad gira en realidad en torno a la
duda. Esta identidad queda en entredicho
no tanto por la afrenta contra su honor, sino
antes bien porque él no sabe qué hacer para
mantenerla intacta.
Tras la escena con Miguelito, Cova bebe
para olvidar y les anuncia a Griselda y a Alicia
que irá a matar a Barrera. Cuando Griselda
intenta detenerlo, la llama “alcahueta” (138)
y la golpea en el rostro, haciéndola sangrar.
Es después de esto que Griselda y Alicia lo
abandonan para sumarse a la expedición de
Barrera. Cova, obsesionado con su “honor”

•311•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

masculino, es completamente incapaz de ver


hasta qué punto ha sido su propia falta lo que
las ha alejado, y se interna en la selva con el
propósito de hallar y asesinar a Barrera.
Al final, lo logra, pero para ese momen-
to la novela ya ha dejado en claro que toda
la cuestión estaba fundada en la afirmación
de un poder masculino que nunca estuvo se-
guro, sino por el contrario lleno de agujeros.
Aquí podríamos considerar el propio nombre
“Cova”, que en latín vulgar alude a una caver-
na o espacio vacío. Ese vacío que el personaje
necesita compensar con la bebida, el maltra-
to a las mujeres y el asesinato es en realidad
una falsificación, en la medida en que nunca
está a la altura de su ideal. Al mismo tiem-
po, detrás de esta versión “falsificada” de la
masculinidad no hay ningún patrón de oro
seguro. Y esa es justamente la cuestión: es
su intento de ser “la cosa real” lo que impulsa
la aventura de Cova. Podríamos dar un paso
más y afirmar que ese significante de mascu-
linidad excesivo, pero en el fondo vacío, sirve
de motivación a todo el comercio del caucho,
en manos de hombres que violan y matan por
ninguna razón aparente salvo la demostra-
ción de su fuerza bruta. En tal contexto, no

•312•
Un viaje a lo Real de la exportación

hace falta la cosa real: la falsa es lo suficien-


temente mortífera.

Falsificación iii: la poesía


Como he señalado, el discurso regionalista
ha sido considerado en muchas ocasiones
una respuesta virilizada a las asociaciones
urbanamente artificiales, y por consiguiente
“femeninas”, del modernismo. Sin embargo,
como acabamos de ver, el poeta de La vorá-
gine hace alarde de una identidad hipermas-
culina que en realidad no es otra cosa que
una cáscara vacía. La novela despliega una
respuesta similar contra la poesía, no tanto
porque la considere feminizada (y necesitada
de virilización), sino porque en su contexto de
enunciación —las selvas de la extracción del
caucho— solo puede resultar falsa.
Si la sospecha de falsificación está llama-
da a causar en La vorágine una crisis de re-
presentación, esta crisis aparece con mayor
contundencia en uno de los discursos clave
que circulan dentro de la novela: la poesía.
¿Qué significa que el poeta pueda ser tam-
bién un falsificador?
En otros capítulos de mi libro Capital Fic-
tions (2013), argumento que a principios del
siglo XX José Enrique Rodó y otros identifica-

•313•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ron la estética como una forma real de valor,


inmune a las fluctuaciones del mercado. El
texto señero de Rodó, Ariel (1900), asemeja
el arte a una moneda de oro que lleva inscrip-
ta la leyenda “esperanza”. En Colombia, el
escritor Santiago Pérez Triana sigue un ca-
mino similar cuando afirma, en un ensayo
poco conocido, que los poetas son los acuña-
dores de la moneda del sentimiento. En un
artículo dedicado a Heinrich Heine publi-
cado en 1898 en el periódico Repertorio Co-
lombiano, Pérez Triana afirma que los poetas
producen un tipo de moneda “que a todos
pertenece, y que una vez marcada por ellos
con el sello divino, tiene curso en el comercio
de las almas y de las ideas” (250).
La frase “acuñadores de moneda” vuelve
a aparecer en La vorágine de una forma sub-
versivamente alterada: al literalizar la metá-
fora —el poeta como un posible hacedor de
dinero—, Rivera transforma a este sujeto en
un posible criminal, y a la propia poesía en un
lugar susceptible de falsificación y engaño.
El ensayo de Pérez Triana no es bien conoci-
do hoy, y no he logrado corroborar que Rivera
lo haya leído (o no). Pero dos elementos de su
vida me hacen pensar que Rivera pudo haber
encontrado en él terreno fértil para la paro-

•314•
Un viaje a lo Real de la exportación

dia: primero, Pérez Triana escribió su propio


relato de viajes en el que detalla un recorrido
desde Bogotá, a través de la selva, bajo el tí-
tulo De Bogotá al Atlántico (1905). Segundo,
el libro fue escrito después de que Pérez Tria-
na se viera obligado a huir de Bogotá como
resultado de un escándalo por unos negocios
turbios en torno a la construcción del Canal
de Panamá, contexto que lo transforma en
una posible fuente de inspiración para Rive-
ra20. Por más que Rivera no esté aludiendo

20 Además de Rivera, Pérez Triana sirvió de modelo también


para Joseph Conrad, quien en sus cartas a Cunningham
Greene cuenta que el escritor colombiano inspiró el per-
sonaje de José Avellanos de su novela Nostromo (1904),
como señala Deas (“Del poder”). En Nostromo, Avella-
nos funciona como una parodia perfecta del letrado del
siglo xix: urbano y ferozmente patriótico, es el autor de
una obra sobre la política de su país después de la in-
dependencia, titulada Cincuenta años de desgobierno.
Cuando concurre a un té en la casa del señor y la señora
Gould (propietarios de la mina en torno a la cual gira la
novela), apenas se le presenta la oportunidad, declama
poesía. De manera enigmática, en este caso el hombre
de letras hispanoamericano sirve como punto de con-
tacto entre las visiones literarias de Conrad y de Rivera.
Cuando Conrad —escritor del colonialismo europeo—
se propone inventar un personaje hispanoamericano,
elige a un letrado que declama poesía, elección que re-
sulta todavía más significativa a la luz de la elección de
un poeta por parte de Rivera como su punto de contacto
narrativo con el comercio del caucho. Si bien esta elec-

•315•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

a este contexto, basta advertir que la yux-


taposición de las nociones de falsificación y
poesía en una novela acerca del comercio del
caucho y sus horrores plantea de por sí algu-
nas dudas con respecto a la legitimidad de la
poesía en dicho contexto. Recuérdese que en
la América Latina posterior a la independen-
cia la poesía había sido el discurso civiliza-
torio por excelencia: primero como fuente
de sentimiento patriótico, y más tarde como
fuente de refinamiento y desinterés estético.
En Colombia, en particular, la poesía iba de
la mano de la gramática como un modo fun-
damental de expresión cultural de la élite:
hasta mediados del siglo XX , casi no hubo
presidente de la nación que no hubiera publi-
cado un libro de poemas21. Y Rivera, como es
sabido, antes de La vorágine publicó un libro
de sonetos que cantaban a la selva, las llanu-

ción suele explicarse señalando que el propio Rivera era


poeta, creo que esto apunta también a la ubicuidad de
la poesía como modo de expresión por excelencia de las
élites latinoamericanas, y de allí su disponibilidad para
la parodia.
21 Acerca de las particulares relaciones entre la política co-
lombiana y la poesía en el siglo xix, véanse Deas (“Del
poder”) y Rodríguez García.

•316•
Un viaje a lo Real de la exportación

ras y las montañas de Colombia, bajo el título


Tierra de promisión (1921).
A la luz de esta preocupación de la novela
por el engaño y la falsificación, preocupación
que se extiende a la poesía, podemos volver
sobre uno de los pasajes más célebres de la
novela. Aparece en la apertura de la segunda
parte, cuando Cova y su grupo se internan en
la selva. Una voz, suponemos que la de Cova,
habla en apóstrofe:

¡Oh, selva, esposa del silencio, madre de


la soledad y la neblina! ¿Qué hado malig-
no me dejó prisionero en tu cárcel verde?
Los pabellones de tus ramajes, como una
inmensa bóveda, siempre están sobre mi
cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro,
que solo entreveo cuando tus copas estre-
mecidas mueven su oleaje, a la hora de tus
crepúsculos angustiosos… ¿Aquellos cela-
jes de oro y múrice con que se viste el ángel
de los ponientes, por qué no tiemblan en tu
dombo? (189)

En general, la crítica ha tomado este


arranque lírico al pie de la letra, dando por
supuesto que en este pasaje el “verdadero”
Rivera se expresa como poeta de la natu-

•317•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

raleza, y es preciso reconocer que, en la co-


lección de sonetos que había publicado tres
años antes, Rivera incurrió en el mismo tipo
de tropos y términos rarificados que suelen
asociarse al modernismo hispanoamerica-
no22. Sin embargo, como supo señalar Carlos
Alonso, la similitud ha hecho que muchos
críticos pasen por alto hasta qué punto la
descripción del poeta Cova está “cargada de
ironía”, como queda de manifiesto por su ten-
dencia al autoengrandecimiento, la fantasía

22 Para un análisis de la relación entre esta colección de


sonetos y el discurso poético presente en La vorágine,
véanse Alonso y French. El arrebato lírico dedicado a
la selva en La vorágine recuerda el lenguaje poético em-
pleado en Tierra de promisión y revela una ominosa si-
militud con el de Pérez Triana en De Bogotá al Atlántico:
“La luz penetraba tamizada por entre el follaje, y era tan
tibia y suave que se diría que nos hallábamos detrás del
rosetón multicoloro de alguna inmensa catedral… Las
orquídeas, como pebeteros colgantes, lucían con pro-
fusión sus magníficas y variadas flores, y un perfume
penetrante como de un incienso desconocido poblaba el
espacio” (24-25). De manera más significativa aún, Pérez
Triana se permite momentos de ensoñación en los que
le habla una aparición: “Oh moral errante y peregrino
que vagas como perdido por estas soledades, en donde
a través de las selvas y de las pampas, vagamos también
los ríos, escucha mis palabras” (67). En un reverso del
apóstrofe presente en La vorágine, Pérez Triana hace que
la selva le hable a él.

•318•
Un viaje a lo Real de la exportación

y la incapacidad de captar la realidad (148)23.


Lo que más me interesa en esta oportunidad
es el modo particular en que se consigue esta
distancia irónica, en términos del fracaso de
la poesía por entender y aprehender la violen-
cia que genera el comercio del caucho.
Este fracaso de la poesía a la hora de re-
presentar la economía en que la novela se
inserta como totalidad queda potentemente
ilustrado por una escena que aparece poco
después de ese apóstrofe lírico a la selva. El
personaje de Pipa —aquel hombre que había

23 Un momento particularmente divertido de estas ironías


se produce en la escena en que a Cova le presentan a Ba-
rrera en Casanare. Barrera manifiesta efusivamente su
admiración por el poeta nacional: “Alabada sea la dies-
tra que ha esculpido tan bellas estrofas. Regalo de mi
espíritu fueron en el Brasil, y me producían suspirante
nostalgia” (114). El efecto humorístico se produce por la
imitación que hace Rivera de la noble inclinación de la
poesía al discurso patriótico. Sin embargo, a medida que
descubrimos quién es y qué hace Barrera, el efecto de
este discurso se vuelve más siniestro: después de todo,
se trata de un hombre que con falsas promesas atrae a
personas a la selva, las esclaviza y las vende. Sin embar-
go, adora la poesía, y en la superficie es un hombre ci-
vilizado. De esta forma, Barrera se parece al legendario
comerciante de caucho Julio César Arana, quien dio a
uno de sus barcos el nombre El Liberal y causó sensación
con sus trajes europeos cuando se vio obligado a viajar a
Londres por el proceso judicial en su contra.

•319•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

detenido a Cova y a Alicia en su camino a Ca-


sanare para preguntarles si eran los falsifica-
dores buscados por la ley— ya ha reapareci-
do y ha ofrecido a Cova sus servicios como
guía. Nos enteramos de que durante déca-
das ha vivido en la selva, y conduce al grupo
hasta donde una tribu de guahibos. Dada la
necesidad de contar con provisiones como
sal, pólvora y mosquiteros para el viaje, los
lleva a un pantano a recolectar plumas de
garzas que puedan comerciar en el camino.
Al ver el hábitat de las garzas, Cova vuelve
a abandonarse en la modalidad lírica: “¡Ben-
dita sea la difícil landa que nos condujo a la
región de los revuelos y la albura! El inunda-
do bosque del garcero, millonario de garzas
reales, parecía algodonal de nutridos copos”
(203). La descripción prosigue y retrata el
cielo “turquesa”, las plumas de garzas hechas
como de “seda albicante” y sus picos como es-
padas (203-204).
Para cualquier lector de la época, estos
tropos resultaban de inmediato reconoci-
bles como un préstamo del modernismo his-
panoamericano, corriente literaria de fines
del siglo XIX y principios del siglo XX. Con su
lenguaje artificial, preciosista e influenciado
por el lujo, el modernismo contribuyó a for-

•320•
Un viaje a lo Real de la exportación

jar un discurso acerca del consumo de impor-


taciones por medio de sus extensas descrip-
ciones de interiores lujosamente decorados.
Piedras preciosas, estatuas de bronce, sedas
de Damasco, jarrones de porcelana y otros
objetos por el estilo ocupaban el núcleo de su
estética. Pero en la novela de Rivera ocurre
algo bastante distinto: los descriptores que
el modernismo suele reservar para objetos
de factura humana (y extranjera) se aplican
aquí a objetos de la naturaleza americana y,
peor aún, objetos que están insertos en un
contexto explícito de producción e intercam-
bio económico. Dentro del propio relato se
advierte que las plumas de garza —de fuer-
te demanda en Europa y los Estados Unidos
como decoración para los sombreros de mu-
jer— habrán de llegar a destinos lejanos, pero
que los consumidores no tienen idea de cómo
se las produce: “Los indios invadían a trechos
las espesuras, hurgando en las tinieblas con
las palancas, por miedo a güíos y caimanes,
hasta completar su manojo blanco, que a ve-
ces cuesta la vida de muchos hombres, antes
de ser llevado a las lejanas ciudades a exaltar
la belleza de mujeres desconocidas” (205).
La revelación de que la recolección de plu-
mas de garza a veces causa la muerte de los

•321•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

indígenas que la realizan interrumpe de ma-


nera abrupta el placer estético provocado
por las plumas sedosas y los picos con for-
ma de espada24. Ello se debe a que, como ha
señalado Sylvia Molloy, los tropos del mo-
dernismo aparecen aquí deteriorados, y por
consiguiente se lo identifica como un dis-
curso “frívolo, patético y comercializado”
(755). Podemos ir un paso más allá y hacer
una observación sobre las condiciones preci-
sas bajo las cuales se evaporan las fantasías
modernistas del lujo y el refinamiento: esto
ocurre cuando aparecen personas (de hecho,
indígenas). De esta forma, La vorágine reco-
noce que los tropos cintilantes y artificiales
del modernismo solo funcionan por medio de
una borradura particular, la de los regímenes
específicos de trabajo con los cuales se pro-
duce la mercancía antes de que esta pueda ser

24 Esta interrupción del placer que genera el lenguaje mo-


dernista nos recuerda el momento, analizado en mi li-
bro Capital Fictions, en el capítulo 2, en que el poeta y
periodista cubano Julián del Casal sale de la tienda El
Fénix de La Habana y se encuentra con el desorden y el
calor de la calle. Casal preserva su fantasía diciendo que
prefiere la poesía al espectáculo de la gran tienda; en La
vorágine, sin embargo, el sujeto ya no puede utilizar la
poesía como escudo protector contra sus condiciones de
enunciación.

•322•
Un viaje a lo Real de la exportación

transformada en un objeto de valor estético.


Mientras que la estética modernista privile-
gia las escenas de consumo, Cova emplea los
mismos tropos en su visita al garcero, solo
para poner en entredicho sus efectos tras el
reconocimiento de la borradura que susten-
ta la fantasía de la mercancía. Esto rompe el
delicado estuche protector del poeta y deja al
descubierto la explotación. En cierto sentido,
el modo en que el discurso poético circula
dentro de La vorágine guarda paralelo con la
ostentosa ópera de Manaos: en ambos casos
se trata de significantes vacíos de una “civili-
zación” que no reconoce la explotación a par-
tir de la cual se construye.

Contabilidad
Si la perspectiva que despliega la narración
queda comprometida por la metáfora de la
falsificación, tropo que hace referencia a
prácticas de representación defectuosas en
un contexto económico mayor, ¿cómo podría
entonces la novela dar cuenta de lo real? Aquí
resulta fundamental entender que estos dos
conceptos, la falsificación y lo real, no son
contrarios, sino mutuamente dependientes; la
falsificación depende de la verosimilitud, a la
vez que lo real no puede expresarse sin echar

•323•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

mano a dispositivos de representación enga-


ñosos. De esta forma, el dispositivo de la pro-
pia novela se asemeja a la economía del caucho
con la que Arturo Cova —principalmente por
medio de otras voces— va encontrándose a
medida que se interna en la selva. El engaño es
el mecanismo de la economía del caucho, y es
solo al involucrarse con el engaño que pueden
llegar a aparecer esquirlas de verdad.
La novela, como hemos visto, considera
que la poesía no puede representar de manera
adecuada las relaciones económicas y sociales
que tienen lugar en la selva. ¿Qué discurso, en-
tonces, podría brindar una descripción con-
fiable? Aquí resulta útil recordar que, si bien
Cova es un poeta, y su relato adopta la forma
de un diario, el manuscrito que se le atribuye
está escrito en un libro de caja o libro conta-
ble. Este libro, al que se describe como “inútil
y polvoriento” (345), fue dejado atrás por un
comerciante de caucho y Cova lo encuentra y
lo usa para escribir su historia meses después
de su primera incursión en la selva.
La contabilidad es un mecanismo de re-
presentación fundamental a través del cual
funciona un sistema violento. En otros mo-
mentos de la novela descubrimos que, en el
universo de la extracción del caucho, estos

•324•
Un viaje a lo Real de la exportación

libros eran empleados para registrar las


deudas de los caucheros, quienes recibían
mercancías como adelanto de pago por su
trabajo. La información acerca del funciona-
miento de este sistema de contabilidad nos
llega no a través de Cova sino de Clemente
Silva, el colombiano blanco esclavizado que
narra casi la totalidad de la segunda mitad
de la segunda parte de la novela. Silva fue
arrastrado a la selva en búsqueda de su hijo,
Lucianito, cuyos huesos carga como un “te-
soro” en sus espaldas, y durante los últimos
dieciséis años se ha visto obligado a trabajar
para librarse de su deuda con los caucheros.
Pero se trata de una tarea imposible, dado
que el sistema de trabajo que se emplea en la
selva depende del permanente sostenimien-
to de la deuda. Silva les cuenta a Cova y su
grupo acerca de las pesadas libretas en que
se anotan estas deudas. Los capataces:

esperan cada noche, con libreta en mano, a


que entreguen los trabajadores la goma ex-
traída para sentar su precio en la cuenta.
Nunca quedan contentos con el trabajo y
el rebenque mide su disgusto. Al que trajo
diez litros le abonan sólo la mitad, y con el
resto enriquecen ellos su contrabando, que

•325•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

venden en reserva al empresario de otra


región, o que entierran para cambiarlo por
licores y mercancías. (245)

Una vez más, se ha criticado mucho el


carácter “sociológico” o “documental” de la
descripción que hace Silva de los métodos de
extracción e intercambio del caucho. Sin em-
bargo, en el contexto de un universo social y
narrativo basado en el engaño, la honestidad
de Silva adopta otro matiz. El fragmento solo
resulta forzado y/o ingenuo si lo leemos como
un texto aislado. En el contexto mayor, esa
cosa que se describe —los libros contables—
nos dirige a preguntas mucho más interesan-
tes acerca del sistema de representación por
medio del cual es posible llegar a conocer el
negocio de la extracción del caucho.
Mientras que la falsificación de monedas
es una falsificación del valor, se supone que
la contabilidad sirve como representación
objetiva de la realidad económica. En este
contexto, sin embargo, los números no se co-
rresponden con lo que un cauchero en realidad
produce; por el contrario, estos libros alteran
la realidad en favor del capataz. Una parte
crucial de esta alteración de la realidad por
medio de los números la desempeña la coer-

•326•
Un viaje a lo Real de la exportación

ción, simbolizada en el pasaje por el rebenque.


El secreto de la libreta es lisa y llanamente el
robo, una realidad que la neutralidad de los
números puede registrar, pero no decir.
El tropo de la contabilidad remite a la
historia mayor de la acumulación del capital.
Cabe recordar, por ejemplo, que Max Weber
ubica la génesis del capitalismo en la inven-
ción de la contabilidad de doble entrada,
herramienta que en los últimos años Mary
Poovey ha ligado a la creación de una episte-
mología moderna dentro de la cual los núme-
ros representan “hechos” objetivos. En The
History of Modern Fact, Poovey demuestra
que en la Europa del Renacimiento la emer-
gencia de las formas modernas de contabili-
dad contribuyó a “aumentar el prestigio de
los comerciantes como grupo, demostran-
do que los réditos que obtenían eran justos”
(32). Hasta ese momento, los números habían
estado asociados a la necromancia y lo ocul-
to; la contabilidad, por el contrario, habrá de
conferirles una autoridad capaz de superar
la de la narración en el mundo de las tran-
sacciones comerciales25. Sin embargo, esta
25 La historia de la contabilidad de Poovey tiene un fas-
cinante componente de género. Poovey señala que los
primeros sistemas contables tienen tres partes: el inven-

•327•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

nueva confianza depositada en los números


traía consigo la ficción inscripta en su pro-
pio aparato representacional. Ello se debe a
que el número clave de la contabilidad —el
cero— no hace referencia a ningún objeto
verificable en la realidad; antes bien, es una
convención que se incorpora para poder ba-
lancear los libros. El resultado es un sistema
de contabilidad formalmente preciso, pero no
certero, ya que “solo permite determinar si tal
entrada es correcta o errónea en función de
las demás entradas del libro” (56). Este aspec-
to formal de la contabilidad en tanto práctica
aritmética resulta decisivo para sus efectos de

tario, el diario (un relato de todas las transacciones) y


el libro mayor (compuesto solo por números). Mientras
que los dos primeros muchas veces se confiaban a las
mujeres y los niños, solo los varones tenían acceso a los
libros mayores. Con ello, se feminiza el relato y se mas-
culiniza la precisión de la aritmética. La historia de la
contabilidad de Poovey reviste así una enorme relevan-
cia para la marcación de género de las formas literarias
producidas a lo largo de los siglos xviii y xix, en que la
novela se asocia al exceso retórico y por consiguiente a la
feminidad. En los términos de La vorágine, la yuxtapo-
sición de los “precisos” (pero inexactos) libros mayores
con la caótica realidad del comercio del caucho corre en
paralelo a la ambigua identidad sexual y la histeria de
Cova; es decir, las incursiones en esa oscuridad que está
más allá del libro mayor pueden implicar una identifica-
ción con lo femenino.

•328•
Un viaje a lo Real de la exportación

verdad, sobre todo porque permite que los co-


merciantes destierren de sus libros cualquier
elemento de riesgo e incertidumbre. En las
vísperas de la expansión imperial europea, la
contabilidad contribuyó a crear una ilusión de
estabilidad para el comercio de larga distan-
cia, en el que paradójicamente la inseguridad
y la incertidumbre “eran la fuente de ganancia
que hacía que valiera la pena arriesgarse a co-
merciar en primer lugar” (62).
¿Qué advertimos al trasponer las obser-
vaciones que hace Poovey respecto de la con-
tabilidad como sistema de representación
de las selvas de la extracción de mercancía?
También en este caso el mecanismo conta-
ble confiere a la empresa un sentido de cog-
noscibilidad, en la medida en que permite
cuantificar la cantidad de caucho extraído
y el costo de sostener el trabajo necesario
para su extracción. Pero al igual que ocurre
con el libro mayor de los comerciantes mo-
dernos en la historia de Poovey, el sistema
de contabilidad que se emplea en la selva es
numérico y no narrativo. Como tal, acaso sea
numéricamente preciso, pero no guarda rela-
ción alguna con la realidad. Al cabo del día,
los números que registran las libretas de los
capataces pueden cuadrar: sin embargo, no

•329•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

hay manera de saber, con solo mirarlos, cómo


han sido atribuidos los valores. Tampoco que
en ese contexto el libro mayor va de la mano
de la amenaza del rebenque y la pistola. Y si
nos remontamos más atrás, el libro mayor es
incapaz de registrar la violencia que ha te-
nido lugar para que la economía del caucho
sea posible. La violencia ha ocurrido antes de
que se anote el primer número.
La contabilidad es un sistema interna-
mente preciso que se revela falso cuando lo
consideramos en su interacción con el campo
social. Y si prestamos atención a la escena
de escritura de La vorágine —Arturo Cova
escribe su historia en un libro contable—, la
propia novela se ofrece como el lugar donde
es posible exponer su falsedad. La novela
cuenta la historia que el libro mayor —en tan-
to registro numérico— no puede contar, rein-
troduciendo el exceso narrativo expulsado
por la contabilidad en nombre de la precisión
y la elegancia. A su vez, esto hace que el libro
mayor adquiera cierta cualidad ficcional de-
bido a lo que sus números esconden: la brutal
explotación por medio de la cual la economía
del caucho se reproduce a sí misma.
No obstante, como hemos visto, el propio
sistema que Arturo Cova elige para rendir

•330•
Un viaje a lo Real de la exportación

cuentas —el diario narrativo— resulta tam-


bién poco confiable, dependiente acaso de la
falsificación y de prácticas de representación
sesgadas. Pero es en virtud de esta parcialidad
que la novela alcanza un acceso a la verdad que
es imposible para el libro mayor. Es a través
del caos y la contrariedad que el texto permi-
te entrever la verdad, como los destellos de
luz que llegan a la vista del afectado poeta
a través de las copas de los árboles. De esta
forma, La vorágine remite a “la verdad” pero
no asegura conocerla, sugiriendo que solo
es posible acercarse a lo real preservando su
cualidad alucinatoria.
En La vorágine, Cova da cuenta de su his-
toria en un libro contable y con ello intenta
dar cuerpo a un relato alternativo respecto
de las prácticas de explotación que suceden
en la selva. Es decir, la novela cuenta aque-
llo que los libros mayores de la compañía de
caucho no pueden contar y que de hecho se
ocupan de ocultar de manera activa. En igual
medida, tampoco el relato de Cova es capaz
de rendir cuentas de la economía del caucho
en su totalidad; en parte, debido a su perspec-
tiva (la de un varón blanco de la élite letrada),
pero también debido a que esa misma econo-
mía depende de prácticas de representación

•331•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

engañosas. En última instancia, no es posible


registrar de manera franca y abierta la explo-
tación que impulsa a la economía del caucho.
Mucho menos dar cuenta de cómo las perso-
nas se convierten en cosas, o cómo el caucho
adquiere su valor dentro de un sistema mayor
de producción e intercambio.

El fetiche y lo real: los límites


de la representación
He sostenido hasta aquí que La vorágine al
mismo tiempo permite y restringe el acceso
a la violencia en que se sustentó el boom del
caucho, doble movimiento que tiene por re-
sultado algo que Taussig describe como un
clima de “turbiedad epistémica” (Chamanis-
mo, colonialismo). Sin duda, cabe imputar
este carácter turbio a los niveles de pura y
clara brutalidad que trajo consigo el comer-
cio del caucho; al mismo tiempo, ese estado
de incognoscibilidad en que prospera la vio-
lencia está directamente ligado a los miste-
rios irreductibles que son propios del proceso
por el cual el caucho adopta la forma mercan-
cía. En el nivel formal, el relato de Cova se
constituye a partir de una mezcla de ceguera
y clarividencia que coincide con la simultá-
nea visibilidad e invisibilidad de las relacio-

•332•
Un viaje a lo Real de la exportación

nes sociales que sustentan el funcionamien-


to de la economía del caucho. Por un lado,
el acercamiento del protagonista al espacio
de producción deja al descubierto el horror de
sus prácticas y rectifica los modos en que de
ellas se ha dado cuenta. Por otro, este despla-
zamiento introduce, a su vez, nuevas distor-
siones. La novela muestra respecto de ellas
cierta autoconsciencia, como se advierte en
los tropos de falsificación y falsedad. A su
vez, es incapaz de acercarse demasiado al
“real” de la exportación. Ello se debe, en par-
te, a que como bien señala Michael Taussig,
el texto bloquea el acceso a los pueblos indí-
genas, que son quienes en realidad llevaron
la peor parte de la violencia producida por el
comercio del caucho: el relato está siempre
en voces de personajes blancos, y son tam-
bién ellos las víctimas más importantes de la
esclavitud. La elección resulta de por sí lla-
mativa, en tanto expone un límite interno a
lo que el sujeto imaginado por La vorágine (y
acaso también el que la escribió) es capaz de
entender y percibir. La novela consigue ver
que la explotación es el motor del comercio
del caucho, pero, incapaz de hacerle frente,
se repliega en sus propios trucos y oculta-
mientos narrativos.

•333•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Y así como no consigue ver la explotación


sino a través del velo que imponen prácticas
de representación engañosas, la novela de Ri-
vera tampoco consigue ver el sistema mayor
al que pertenece el comercio del caucho. Todo
lo que sucede en La vorágine está ligado a esta
práctica, pero el foco que pone en la selva tie-
ne por resultado paradójico el ocultamiento
de los circuitos externos a ese espacio. Así, el
viaje a la selva del boom de las exportaciones
supone acercarse al sitio de extracción de las
mercancías y al mismo tiempo, en virtud del
propio movimiento, que la mercancía pierda
todo contacto significativo con la realidad
exterior. En otras palabras: cuanto más se in-
terna en la selva, más se acerca la novela a los
orígenes de la mercancía como producto del
trabajo humano, pero al mismo tiempo, cuan-
to más sumerge su perspectiva en lo “real” de
la extracción, menos visibles se vuelven inclu-
so para ella los circuitos que, fuera de la sel-
va, en realidad gobiernan la producción de la
mercancía de exportación. La exuberancia de
la selva y del texto ahoga toda relación con ese
sistema mayor, volviendo opacas, y en cierta
medida carentes de referencia, las acciones,
motivaciones y relaciones de los individuos
que retrata.

•334•
Un viaje a lo Real de la exportación

En ningún momento, por ejemplo, se dice


a dónde se envía el caucho que se extrae de
los árboles, o para qué se lo usa. Antes bien,
se ofrecen grotescas imágenes de árboles y
cuerpos entremezclados en la producción
de una densa sustancia blanca, a la que más
de una vez se compara con fluidos corpora-
les como la leche, la sangre y el semen. Los
trabajadores que cortan los árboles de cau-
cho, por su parte, se ven transformados en
cosas, en propiedad, quedan petrificados
como árboles. Todo esto ocurre por acción
de esa sustancia macabramente incompren-
sible que es el caucho, lechoso líquido blan-
co que, una vez cuajado al humo y listo para
exportar, se transforma en una fétida masa
negra, a la que hacia el final de la novela se
llama “ídolo negro” (348), fetiche dotado de
un poder interno. La etimología de “fetiche”
proviene de la voz portuguesa feitiço, que los
europeos emplearon para hacer referencia a
la adoración de tótems e ídolos por parte de
los africanos a los que esclavizaban (la eti-
mología de “fábrica” proviene de un contexto
colonial similar, del portugués feitoria). Al
presentarlo como un “ídolo negro”, el caucho
convertido en fetiche trae consigo connota-
ciones de primitivismo, animismo y magia

•335•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

negra. No obstante, el caucho solo adquiere


ese carácter de fetiche debido a la moderni-
dad, que lo convierte en una mercancía en el
mercado mundial.
Cabe recordar aquí que Marx emplea el
término “fetiche” para caracterizar el as-
pecto mágico y animista de toda mercancía
dentro de la sociedad capitalista. Para Marx,
la magia aparece después de que se remueve
a las mercancías de su “oculta sede de pro-
ducción”, con lo que parece que llegaran al
mercado solas, por su propia cuenta, sin in-
tervención de agentes humanos (214). La vo-
rágine consigue ofrecer un retrato acertado
del fetichismo de la mercancía precisamente
porque el texto se oculta y se repliega en su
propio misterio. También consigue retratar
lo específico del fetiche de la mercancía tal
como este se presenta en la periferia, donde se
realiza la extracción. En primer lugar, como
una condición general de todas las mercan-
cías de exportación, el caucho se vuelve allí
aún más misterioso y macabro porque pare-
ce no tener ningún valor de uso. Una vez que
se lo enrolla en enormes masas y se lo pre-
para para su exportación, pierde cualquier
utilidad “natural” que pudiera haber tenido
antes. Sin embargo, el deseo de esa cosa im-

•336•
Un viaje a lo Real de la exportación

pulsa todo un sistema de explotación. Dota-


do de una autonomía perturbadora, el “ído-
lo negro” se convierte así en un significante
diabólico del puro valor de intercambio.
El caucho forma parte de un sistema
mundial integrado (aunque desigual), pero la
enorme división espacial y temporal que es
constitutiva de ese mismo sistema convierte
la mercancía de exportación en algo miste-
rioso incluso en su sede de producción. Solo al
volver a poner en contacto el tiempo-espacio
de la producción de caucho con el tiempo-
espacio de su consumo en otro lugar del
mundo es posible esclarecer el misterio de la
mercancía. Y aun así, acaso como un reflejo
de la enorme dificultad que implica reconec-
tar los espacios fragmentados del mercado
mundial, cuanto más revela los secretos de
la producción del caucho, menos consigue
La vorágine visualizar los circuitos a través
de los cuales viaja hasta las fábricas de B. F.
Goodrich en Akron, Ohio, o cualquier otro
lugar de Norteamérica. En este sentido, La
vorágine no resuelve el enigma del fetiche,
sino que resalta su misterio. Lo que permite
que la novela —género infinitamente plásti-
co— indague estos misterios es el hecho de
que la economía del caucho se erija sobre el

•337•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

engaño y el terror, pero también el conjunto


de ficciones e ilusiones generadas por la pro-
pia forma mercancía. De esta manera, el texto
se ofrece a una lectura en la que la “vorágine”
devoradora no es solo la selva, sino un sistema
global de interacción humana. Dicho sistema,
aunque produzca efectos concretos (y terro-
ríficos) sobre el territorio, resulta invisible y
opaco para quienes se mueven en su interior.

Epílogo: una carta a Henry Ford


En 1928, cuatro años después del resonante
éxito de La vorágine, y mientras prepara la
traducción al inglés de su novela, Rivera le
escribe una carta a Henry Ford. Ha llegado a
su conocimiento que el industrial planea de-
sarrollar en Brasil un gran proyecto de cul-
tivo de caucho en plantaciones para ruedas
de automóviles. El proyecto busca reducir la
dependencia norteamericana del caucho que
producen las plantaciones inglesas del sudes-
te asiático, región a la que este tipo de pro-
ducción ha sido transferida después de 1910.
Ante todo, felicita a Ford por el emprendi-
miento, y a continuación le ofrece el fruto de
sus reflexiones sobre la historia reciente de la
región. En el estilo de La vorágine —novela
cuya futura edición en inglés recomienda al

•338•
Un viaje a lo Real de la exportación

capitalista norteamericano—, Rivera re-


cuerda los horrores del boom del caucho a
principios del siglo XX. “He tenido en mis ma-
nos fotografías de capataces que regresaban
a sus barrancas con cestas o mapires llenos
de orejas, senos y testículos, arrancados a la
indiada inerme, en pena de no haber extraído
todo el caucho de la tarea que les imponían los
patronos” (“Carta a Henry Ford” 107-108).
Si el señor Ford desea alguna vez visitar par-
te de la selva, explica Rivera, descubrirá que
todas las personas que alguna vez vivieron
allí han sido exterminadas. Y en un gesto di-
rectamente ligado a sus investigaciones en
La vorágine respecto de los secretos del fe-
tichismo de la mercancía, Rivera señala que
en los centros metropolitanos nadie imagina
la violencia extrema que subyace a la historia
del caucho. Poco saben “el banquero osten-
toso, la dama elegante, el obrero satisfecho”
acerca de lo que ha implicado la fabricación
de llantas para sus automóviles. Sin embar-
go, si el caucho pudiera hablar “exhalaría la
más acusadora queja, formada por los ayes
de la carne que arrancó el látigo, con el gemi-
do de los cuerpos desfallecidos por el hambre
e hinchados por el beriberi, con el grito de las
tribus explotadas y perseguidas” (108).

•339•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

No obstante, la potencia de estas imágenes


—que analizo en este artículo bajo el nombre
de “lo real de la exportación”— se ve socavada
cuando Rivera se deja seducir por la fantasía
de que ahora, con la ayuda del señor Ford, las
cosas puedan ser distintas. Los indígenas, en-
tendiblemente recelosos de los blancos, reci-
birán a Ford como a un “inesperado Mesías”,
una vez que entiendan que su trabajo será
recompensado con salarios y trato justo. “La
selva amazónica es una reserva de la humani-
dad y alguien debe, en nombre de esta, dar el
primer paso a fin de prepararla y acondicio-
narla para las razas por venir” (108). La retó-
rica es familiar: la selva es una gigantesca “re-
serva” que aguarda la intervención humana.
Aunque se la identifique explícitamente como
una intervención llevada adelante por una
empresa privada, se la justifica en nombre de
la humanidad en su conjunto. Además, domi-
nada la naturaleza, las ganancias habrán de
ser fantásticas, excediendo incluso “al cálculo
más optimista” (108).
Rivera despierta de la pesadilla de la nove-
la (lo real de la exportación) para adentrarse
en el sueño diurno del ensueño exportador.
Aunque La vorágine la había refutado, esta
trillada fantasía legitimadora reaparece en

•340•
Un viaje a lo Real de la exportación

su carta al capitalista norteamericano. Rive-


ra hace caso omiso de su propio conocimien-
to de lo real y decide confiar en la llegada de
un modelo de producción más racional (aso-
ciado, ni más ni menos, al fordismo). Todo
será distinto esta vez: la irracionalidad y la
crueldad del anterior boom de la mercancía
darán paso a una prosperidad duradera; los
indígenas, que todavía carecen de nombre y
de rostro en el discurso liberal, al fin recono-
cerán los beneficios del trabajo, y la selva re-
accionará favorablemente a la intervención
racional de los técnicos e ingenieros. Desde
ya, no cabe ninguna duda de que las condi-
ciones laborales del fordismo son preferibles
a las de la esclavitud y el peonaje por deudas.
Pero el Rivera de la carta expresa el deseo
ilusorio (aunque entendible) de una forma de
capitalismo que no suponga la violencia.
La carta a Ford representa un retroceso
en el sonambulismo de la ideología, pero no
porque la periferia esté destinada a fracasar
en el ámbito del capital casi por determi-
nación de alguna suerte de deficiencia con-
génita. Antes bien, la posición de Rivera es
ilusoria porque —contra la historia y la ex-
periencia— hace de cuenta que no sabe cómo
funciona el capitalismo en el nivel mundial.

•341•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El capital no siempre produce obligatoria-


mente trabajadores bien alimentados y re-
laciones sociales igualitarias. Antes bien, el
capital solo busca reproducirse a sí mismo,
y como muestra el registro histórico, si se le
presenta la oportunidad, se aprovecha para
ello de desigualdades y situaciones de des-
pojo preexistentes. La igualdad no llega de
la mano de un mesías inesperado, por más
magnánimo que pueda ser, sino de la lucha.
Esta lucha, desde ya, es mucho más difícil de
librar en las remotas y anárquicas periferias
de la producción y el intercambio, en las que el
capital siempre tiene la alternativa, si los tra-
bajadores o los recursos se vuelven una com-
plicación, de irse a otra parte. Poco después
de escribir esta carta (que al parecer nunca
recibió respuesta), Rivera fallece inesperada-
mente en la ciudad de Nueva York debido a una
neumonía. No vivió para ver la creación de la
ciudad modelo de Fordlândia en la Amazonia
brasileña, en la que Ford se propuso recrear
una copia feliz de la vida estadounidense en
los suburbios, con sus casitas, sus calles orde-
nadas y sus hidrantes. Ford, que se considera-
ba a sí mismo un filántropo, buscaba con ello
contribuir a la modernización de las zonas
aisladas de Brasil y obtener goma para la pro-

•342•
Un viaje a lo Real de la exportación

ducción de sus automóviles en Detroit. Pero el


experimento, como cuenta Greg Grandin en
un libro reciente, resultó un desastre (Ford-
landia). Concebidos según la más abstracta
racionalidad, se emplearon métodos de cul-
tivo que sacaban los árboles de caucho de su
entorno natural, y en el nuevo medio fueron
atacados por parásitos. También fracasó de
manera estrepitosa el autocrático modelo de
disciplina fordista, que imponía a los traba-
jadores polkas y valses. En unos pocos años,
Fordlândia terminó convertida, al igual que la
ópera de Manaos, en una ruina, una que tenía
el rostro de un suburbio norteamericano26.
Que estas ruinas continúen amontonán-
dose hasta la actualidad confirma la sosteni-
da relevancia de La vorágine en tanto texto
que intenta entender la explotación, ya que,
en su mayoría, los sitios de extracción colo-
nial del pasado son las vorágines de hoy. Por
recordar las palabras de Patnaki, se trata
de lugares en los que el capitalismo ha sido
revolucionario y al mismo tiempo no lo sufi-
cientemente revolucionario, o que están co-
nectados al capitalismo global en demasía,

26 Véase Forlandia de Greg Grandin para un análisis en


profundidad de este experimento fallido.

•343•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

pero no lo suficiente como para garantizar


su protección de constantes procesos de vio-
lencia y desposesión. Sin necesidad de ir más
allá de Colombia, esas llanuras y ríos por los
que viaja Arturo Cova son los mismos por
los que circulan hoy los narcotraficantes, los
paramilitares, las fuerzas guerrilleras, los
soldados colombianos y los marines esta-
dounidenses, disputándose el control de la
producción de cocaína. De hecho, como ha
señalado el crítico literario Juan Gustavo
Cobo Borda (“Noviembre 25”), basta cam-
biar “caucho” por “cocaína” para actualizar
La vorágine como parte de “la recurrente pe-
sadilla de la historia”.

•344•
La vorágine:
novela,
mercancía y
acumulación
ERNA VON DER WALDE

En diciembre de 1924, a pocas semanas de


que saliera a la luz La vorágine de José Eusta-
sio Rivera, el importante político, diplomá-
tico y periodista liberal Luis Eduardo Nieto
Caballero describía el espacio que la novela
le revelaba al público de esta manera:

Tenemos en el Sur y en el Oriente incrusta-


ciones africanas. Vida de tribus y vida de
crueldad, inmisericorde explotación de los
que caen, como moscas en la tela de araña,
en la urdimbre de los capataces y en la red

•345•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de la selva. Todo parece como un sueño de


opio, como algo imaginado, inexistente,
propio de otros mundos, o del nuestro pero
en sus épocas iniciales, cuando el hombre
primitivo no se diferenciaba, salvo en la
pequeña luz interior que fue creciendo, de
su hermano el gorila. O parece una des-
cripción del Continente Negro, de extra-
ñas teogonías, extrañas mistificaciones,
extraños apetitos, y de sistemas de vida
bochornosos y extraños.1

“Incrustaciones africanas”, “otros mun-


dos”, “el nuestro pero en sus épocas inicia-
les”, “el Continente Negro”. Nieto Caballero
invoca diversas imágenes para trazar la ma-
yor distancia posible entre el lugar de la lec-
tura y el mundo descrito en la obra de Rivera.
En esta operación de distanciamiento con
respecto a lo que acontece en esas regiones
del sur y del oriente de Colombia, apela a dos
recursos: de un lado, ubica los acontecimien-
tos en un ámbito geográfico ajeno, irrecono-
cible (“otros mundos”), que, de hecho, precisa
como “africano” (“incrustaciones africanas”,

1 El gráfico. “Lecturas dominicales”, El Tiempo, 22 de


marzo de 1925. Reproducido en Ordóñez 30.

•346•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

el “Continente Negro”), apelando claramen-


te al repertorio “orientalista” de represen-
taciones elaboradas por el discurso colonial
sobre África (“vida de tribus y vida de cruel-
dad”, “la red de la selva”); de otro lado, define
esas regiones, esos “otros mundos”, en térmi-
nos temporales que generan una “negación
de coetaneidad” entre la modernidad en la
que se inscribe el autor de la nota (“propio de
otros mundos, o del nuestro pero en sus épo-
cas iniciales”) y los acontecimientos que se
narran en la novela de Rivera2. El efecto de
distanciamiento se traza así tanto en lo espa-
cial como en lo temporal.
No sería justo ni apropiado inculpar a
Nieto Caballero de haber creado este efecto
de distanciamiento, que se puede observar en
diversas iteraciones en la larga tradición crí-
tica de La vorágine. Más bien, su nota reco-
ge una visión generalizada que define como
“no coetáneos” de la nación aquellos espacios
que en el imaginario geográfico (y en las po-
líticas concretas del estado) se consideran

2 Johannes Fabian denomina como “negación de coeta-


neidad” a la operación que realiza el discurso antropo-
lógico en la que los objetos de estudio son situados en
una temporalidad distinta al presente del productor del
discurso. Ver Fabian, El tiempo y el otro.

•347•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

“territorios de frontera”, es decir, los territo-


rios que se sitúan, en palabras de Raj Patel y
Jason M. Moore, en “las zonas de encuentro
entre el capital y todo tipo de naturaleza, in-
cluidos los seres humanos” (335)3. De hecho,
Nieto Caballero tan solo hace eco de una vi-
sión ampliamente compartida por los sec-
tores abanderados del progreso en América
Latina, aquella que sitúa las zonas de fronte-
ra como no coetáneas de la modernidad de la
nación, expresada de manera reveladora por
Euclides da Cunha cuando define los territo-
rios amazónicos brasileños como tierras “al
margen de la historia”4.
En la concepción de la historia que rige
estas visiones se entiende la historia como
un relato lineal, único, sincronizado, de la
modernidad y del estado nación, dominado
por la gramática del progreso y del desarro-
llo. Una característica fundamental de esta
visión de la historia es la de una cierta perio-
dización que establece las etapas en las que
se suceden los procesos como eslabones en

3 “The encounter zones between capital and all kinds of


nature—humans included”. [Las traducciones, salvo
que se especifique lo contrario, son mías].
4 Da Cunha. À margem da história.

•348•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

una cadena. Así, se produce un efecto espa-


cio-temporal en el que ciertos grupos huma-
nos y ciertos territorios, que son coetáneos y
habitan el mismo presente, se ubican tempo-
ralmente como “rezagados” en lo histórico.
Pero quizás más de fondo, más eficaz como
operación ideológica, es la desconexión que
se crea entre los dos ámbitos. Se produce
un efecto de extrañamiento que sitúa lo que
sucede en aquellos “mundos” como ajeno al
mundo desde donde se lee, se observa.
La vorágine interviene en esta construc-
ción espacio-temporal y la desorganiza. Es
parte de la tradición crítica de la novela que
muchas lecturas hayan tendido a encasillar-
la nuevamente en ciertos parámetros de los
que la novela busca desprenderse. Así, varias
de las clasificaciones con que se ha intentado
definir la obra de Rivera en el panorama de
las letras del continente, como “novela de la
selva”, “novela de la tierra”, “novela terríge-
na” o “novela regional”, llevan más o menos
implícitas estas operaciones de distancia-
miento y de desconexión. Al mismo tiempo,
estos ejercicios taxonómicos resultan sinto-
máticos de la dificultad de hallar los pará-
metros para dar razón de una novela que no
admite ni reproduce esas distancias y desco-

•349•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

nexiones sobre las cuales se está trazando el


relato de la modernización del continente.
En este breve texto, intento leer algunas
de las pulsiones de la novela que desafían
ciertas visiones de la historia de la moder-
nidad. Mi hipótesis es que lo que presenta
y representa La vorágine es un aspecto del
proceso de modernización de países peri-
féricos, tal como se manifiesta en las zonas
de frontera, que son parte consustancial del
proceso mismo de la modernidad capitalista.
Están excluidas de un relato de la moderni-
dad como emancipación y libertad, pero se
inscriben plenamente dentro del proceso de
sujeción y explotación, que constituye la otra
cara de la moneda: la de la acumulación por
desposesión5.

5 Harvey, El nuevo imperialismo. Harvey acuña el tér-


mino “acumulación por desposesión” a partir de la
observación de Rosa Luxemburgo sobre la explotación
que hace el capitalismo de las zonas de su periferia y
subraya el mismo principio: para seguir reproducién-
dose, el capitalismo requiere un continuo proceso de
acumulación “originaria”, que en la fase actual se pro-
duce mediante las privatizaciones, la financiarización
y la capitalización del conocimiento, pero también a
través de las viejas formas de despojo y explotación.
Ver especialmente el capítulo 4, “La acumulación por
desposesión”, 111-140.

•350•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

“Es el hombre civilizado


el paladín de la destrucción”
La vorágine adquiere nuevas resonancias en
este siglo XXI, cuando el giro neoliberal y el
retorno del extractivismo como modalidad
central de las economías en América Latina
sitúan los eventos de los que trata la novela
ya no como una etapa “superada”, sino como
un episodio más en la larga historia de proce-
sos de colonización, acumulación y despojo6.
Una de las claves más importantes de lec-
tura de la novela viene dada en una frase que
enuncia Arturo Cova, el narrador central
y protagonista. Tras el famoso “canto del
cauchero”, Cova, “delirante de paludismo”,
describe con poderosas imágenes las carac-
terísticas mortíferas de la selva como “sádi-
ca”, un lugar en el que “los nervios del hombre
se convierten en haz de cuerdas, distendidas
hacia el asalto, hacia la traición, hacia la

6 Me refiero aquí ante todo a la transición que cambió el


modelo de sustitución de exportaciones por un mode-
lo de “apertura económica”, lo cual conllevó procesos
de desindustrialización y una mayor dependencia de la
extracción de materias primas. En ese mismo orden, se
abrieron nuevas fronteras extractivas (de petróleo, mi-
nerales y agroindustria) que situaron nuevamente a la
selva amazónica en el centro de los procesos económi-
cos, tal como lo había sido durante el boom cauchero.

•351•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

asechanza” 7. Parece atribuir a la naturale-


za misma la violencia que se despliega en la
selva. Sin embargo, abruptamente, siguien-
do un procedimiento recurrente en el texto,
cambia el tono: “No obstante, es el hombre
civilizado el paladín de la destrucción” (151).
Esta frase se inscribe ya no en el tiempo del
episodio que está describiendo, sino que nos
remite temporalmente al momento de la es-
critura. Ya no se relatan las desventuras del
grupo de hombres que recorre las trochas
del llano y la selva. La voz del narrador pasa
del delirio de la fiebre a la reflexión de lo que
el mismo Rivera calificó, en una polémica
con uno de sus críticos, como la “trascenden-
cia sociológica” de su obra8.
Esta frase abre una dimensión crítica que
articula su aflicción, la personal y la de sus
compañeros, con un proceso mucho más ex-
tenso, que determina su circunstancia y la de
muchos otros:

7 Rivera, La vorágine: Una edición cosmográfica 151. En


adelante, las citas extraídas de la novela remiten a esa
misma edición y se señalará únicamente el número de
página.
8 Contestación de José Eustasio Rivera a Luis Trigueros,
El Tiempo, 25 de noviembre de 1926. Reproducido en
Ordóñez 69.

•352•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

Hay un valor magnífico en la epopeya de


estos piratas que esclavizan a sus peones,
explotan al indio y se debaten contra la
selva. Atropellados por la desdicha, desde
el anonimato de las ciudades se lanzaron a
los desiertos buscándole un fin cualquiera a
su vida estéril. Delirantes de paludismo, se
despojaron de la conciencia, y, connaturali-
zados con cada riesgo, sin otras armas que
el wínchester y el machete, sufrieron las
más atroces necesidades, anhelando goces
y abundancia, al rigor de las intemperies,
siempre famélicos y hasta desnudos porque
las ropas se les pudrían sobre la carne.
Por fin, un día, en la peña de cualquier
río, alzan una choza y se llaman amos de la
empresa. Teniendo a la selva por enemigo,
no saben a quién combatir, y se arremeten
unos contra otros y se matan y se sojuz-
gan en los intervalos de su denuedo contra
el bosque. Y es de verse en algunos luga-
res cómo sus huellas son semejantes a los
aludes: los caucheros que hay en Colom-
bia destruyen anualmente millones de ár-
boles.9 En los territorios de Venezuela el

9 Aquí Rivera se refiere concretamente a la explotación


del que se conoce como “caucho negro” (Castilla ulei),
la variante de la que se extraía el caucho en las zonas

•353•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

balatá desapareció. De esta suerte, ejercen


el fraude contra las generaciones del por-
venir. (151)

Lo que se entiende aquí por “civilización”


es, ante todo, una visión impulsada por la
idea de “progreso”, por la idea de que el pro-
yecto de inserción del país en la econo-
mía-mundo requería la colonización de terri-
torios concebidos como “tierras de nadie”10.

de Caquetá y Putumayo, en las que se derribaban los


árboles para sacar la savia, en lugar de sangrarlos, que
es distintivo del procedimiento utilizado en la siringa
brasilera (Hevea brasiliensis).
10 Utilizo aquí el término “economía-mundo” según la
definición de Fernand Braudel como “una suma de es-
pacios individuales, económicos y no económicos; rea-
grupados por ella [la economía-mundo]; que abarca una
superficie enorme (en principio, es la más vasta zona de
coherencia, en tal o cual época, en una parte determi-
nada del globo); que traspasa, de ordinario, los límites
de los otros agrupamientos masivos de la historia. […]
Implica un centro en beneficio de una ciudad y de un
capitalismo ya dominante, cualquiera que sea su forma.
[…] Este espacio, jerarquizado, es una suma de econo-
mías particulares, pobres unas, modestas otras, y una
sola relativamente rica en su centro. Resultan de ello
desigualdades, diferencias de voltaje mediante las que se
asegura el funcionamiento del conjunto” (8, 10).

•354•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

La “civilización” es el proceso de conquista


del capital. Se trata de un proceso de ocupa-
ción y despojo realizado en su primera fase
por aquellos que ya a su vez han sido, si no
despojados pues poco o nada poseían, por lo
menos empobrecidos y precarizados hasta el
punto en que se “lanzan a los desiertos” a la
tarea de colonizarlos.
Con impresionante economía de recur-
sos, este pasaje interconecta una multitud de
fenómenos socioeconómicos y señala que esa
violencia, que en el imaginario se entiende
como propia de la “barbarie” de la selva, es
un fenómeno que han acarreado estos proce-
sos. En el centro de la reflexión de Cova se
sitúa el “colono”, que actúa como un agente
intermedio en las dinámicas de ocupación
y despojo; el “colono”, que llega antes que el
gran empresario, antes que el Estado mismo,
e inserta una lógica de explotación sobre el
territorio que facilita el ingreso de los otros,
solo para verse a su vez despojado11.

Ver Serje, para una discusión crítica de la noción de “tie-


rras de nadie” y su función en los procesos de coloniza-
ción interna.
11 En líneas generales, se entiende por “colonos” en las
zonas de frontera en Colombia a los hombres y muje-

•355•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Retrospectivamente, queda mucho más


claro que la primera parte de la novela, que
se desarrolla en los llanos de Casanare, re-
coge una multitud de fenómenos de violen-
cias entrelazadas en distintas cadenas de
causalidad. Además de cumplir la función
narrativa de trazar la circunstancia que lle-
va a Cova, Franco y Correa a viajar hacia la
selva, los episodios del Llano se nos revelan
más claramente relacionados no solo con los
sucesos novelescos en una cadena lineal, sino
con el proceso general de transformación de
la región. Es posible, entonces, hacer pasar
a un primer plano aquellos elementos que
parecieran estar apenas en el trasfondo: los
efectos que tendrá sobre la suerte del hato
ganadero el enganche de trabajadores para
llevarlos a la caucherías, las historias de los
personajes y las violencias que los han lleva-
do a desplazarse hacia el Llano (tales como
el crimen cometido por la niña Griselda, la
suerte de Clarita, refugiada venezolana y
semicautiva en el hato del viejo Zubieta), así
como la violencia que ellos ejercen sobre los

res provenientes de la zona andina que llegan por olas


de desplazamientos producidos por procesos de lucha
por la tierra. Sobre estos procesos de colonización de las
fronteras colombianas a finales del siglo xix y comien-
zos del xx, ver Legrand.

•356•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

pueblos del Llano, los sikuani, cuiva, piapo-


co, amorúa (llamados colectivamente guahi-
bos en la novela).
El relato enfoca muy de cerca las desven-
turas de algunos personajes y las entreteje
con el sistema de la explotación cauche-
ra. Pero, en ciertos momentos, se insertan
unos pequeños recuadros que abren otras
dimensiones:

Los indios invadían a trechos las espesu-


ras, hurgando en las tinieblas con las pa-
lancas, por miedo a güíos y caimanes, has-
ta completar su manojo blanco, que a veces
cuesta la vida de muchos hombres, antes
de ser llevado a las lejanas ciudades a exal-
tar la belleza de mujeres desconocidas. (91)

Con esa breve reflexión, Cova conecta el


paso de sus personajes por la geografía de
la región con un proceso “civilizatorio” im-
pulsado tanto formal como informalmente
desde diversos puntos de una amplia conste-
lación de relaciones. En una sola frase subor-
dinada, una anotación al margen, establece
un vínculo entre el espacio de producción y el
espacio de consumo de la mercancía.

•357•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

“El mapa costoso, aparatoso,


mentiroso y deficientísimo”
En una primera aproximación, La vorágine
presenta una secuencia ordenada de despla-
zamientos espaciales, desde Bogotá hacia
los Llanos Orientales, y de allí, pasando por
Vichada, hacia la selva, que se abre en toda
su plenitud cuando Cova y sus compañeros
llegan a Guainía. Este trayecto se ha leído
también como un descenso de la civilización,
pasando por la barbarie, hacia los que figu-
raban en el imaginario nacional como “terri-
torios salvajes” (Serje, El revés de la nación).
En la antesala de la selva, a orillas del Iní-
rida, tiene lugar el encuentro de estos hom-
bres con Clemente Silva. En ese punto se
inserta el extenso relato de las atrocidades
del Putumayo, que ocupa la segunda mitad
de la segunda parte. Se produce una expan-
sión espacio-temporal. Las caucherías, que
aparecían insinuadas como algo distante,
comienzan a dibujarse con un trazo más
fuerte y a perfilarse más distintivamente
como un sistema que domina las relaciones
sociales en un amplio ámbito. Es posible en-
tender con más claridad las reverberaciones
que tiene el sistema cauchero, tanto en los
impactos sobre el hato ganadero como en las

•358•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

dinámicas que moviliza desde las ciudades


amazónicas de Iquitos y Manaos. Las regio-
nes “al margen de la historia” son aquí el cen-
tro mismo de la acumulación originaria12.
Surge otra topografía, un mapa de círcu-
los concéntricos en cuyo centro se encuentran
las barracas, el lugar de esclavización, explo-
tación, tortura y muerte de miles de indíge-
nas y “colonos”. Un círculo de comerciantes
menores transporta la mercancía hasta los
lugares de acopio. Las grandes casas comer-
ciales en las ciudades transportan la mercan-
cía a los lugares donde será transformada en
el paso último de la cadena de valor. Pero la

12 En su discusión de las condiciones históricas de la acu-


mulación de capital, Rosa Luxemburg ofrece lo que
puede considerarse una definición de la periferia como
aquellas zonas en las que las condiciones de producción
y consumo del capitalismo “puro” todavía no existen y
le permiten al capital beneficiarse de formas precapi-
talistas de explotación; es decir, en donde el trabajo no
se obtiene de sujetos libres. A su vez, en este proceso,
el capitalismo absorbe estos espacios y los destruye.
Luxemburg sostiene que no solo el capitalismo a nivel
extendido, sino también cada nación, busca el aprove-
chamiento de esas zonas y considera que esto explica la
fuerza del proteccionismo imperante en la época. Ver
especialmente el capítulo 26 de su obra La acumulación
del capital, en el que utiliza como ejemplo notable de lo
que busca ilustrar lo que sucede en las caucherías del
Putumayo.

•359•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

imagen no es estática. Es un remolino, cuyo


ojo es la barraca, y arrastra todo lo que toca
hacia el precipicio de sus aguas turbulentas:
es una vorágine.
En la complejidad de sus capas narrativas
y configuraciones topográficas, La vorágine
nos invita a pensar que habitar los territorios
“al margen de la historia” no es una condición
de ciertas formaciones sociales y culturales
cuyos elementos premodernos les impiden
ingresar al mundo moderno, sino la condi-
ción de poblaciones y territorios inscritos
como tal en la topografía de la modernidad
—como un “otro” de la modernidad— para
someterlos a la explotación de las fuerzas del
capital. Las caucherías son espacios de mo-
vimientos sísmicos de población producidos
por las fuerzas del capital. En las barracas se
encuentran miembros de los pueblos uitoto,
bora, nonuya, ocaina, andoque, resigaro y
muinane del Caquetá y el Putumayo, campe-
sinos y colonos de Colombia, Venezuela, Perú
y Brasil, capataces contratados en Guyana y
las Antillas, todos incorporados al mismo
sistema, bajo las más abyectas condiciones.
A través de los relatos insertados dentro
de la narrativa central (Clemente Silva, Bal-
bino Jácome, Helí Mesa, Ramiro Estévanez),

•360•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

la novela cubre la enorme extensión de la em-


presa, las capas que componen el sistema y la
complejidad de estos territorios, en los que no
es posible trazar fronteras nacionales, no ne-
cesariamente por causa de una naturaleza in-
dómita, sino por la fuerza misma del sistema
de explotación que no atiende a ellas13. El te-
rritorio como espacio, como lugar habitado y
vivido, nada tiene que ver con las abstraccio-
nes de la Oficina de Longitudes al extender
“el mapa costoso, aparatoso, mentiroso y de-
ficientísimo” (193), como denuncia Cova, ni
con lo acordado en los tratados y acuerdos que
firman caballeros de corbata y sacoleva
que nunca han visto las tierras que con tanta
ligereza distribuyen y redistribuyen. El es-
pacio de la selva no es naturaleza salvaje. Al
amparo de una naturaleza que desconocen y

13 En 1904 se suscribió un acuerdo de modus vivendi entre


Colombia y Perú según el cual se mantenía el statu quo
en el territorio entre los ríos Caquetá y Napo, en dispu-
ta entre los dos países desde tiempos del virreinato. De
facto, esto representaba que ninguno de los dos países
intervendría sobre las acciones del otro en esa zona, cir-
cunstancia que favoreció la expansión de la Casa Arana.
El acuerdo rigió hasta 1911, cuando las tropas peruanas
invadieron el territorio colombiano. La vorágine cubre
un periodo entre aproximadamente 1904 y 1922.

•361•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

arrasan, se despliegan las fuerzas del capita-


lismo salvaje.
En la quinta edición de La vorágine
(1928), la última que se realizó en vida de Ri-
vera, el autor agrega cuatro mapas, uno que
se presenta como un “Croquis de Colombia”
y tres con las rutas que siguen distintos per-
sonajes (uno con el recorrido de Cova y sus
compañeros, otro con la ruta del engancha-
dor Barrera y las mujeres enganchadas y uno
más con el complejo recorrido de Clemente
Silva)14. En el mapa del croquis se puede ver,
con más claridad que en los mapas de las ru-
tas, la tenue línea de las fronteras nacionales
en un sistema enorme de ríos que las atravie-
san y la inmensidad del territorio sometido
a la explotación cauchera. Al mismo tiempo,
apunta a la inestabilidad de los límites, ne-
gociados y renegociados desde la pérdida de
Panamá en 1903 hasta la guerra con el Perú
en 1932 (Sanabria Vergara).

14 Estos mapas desaparecieron de las ediciones posteriores


de La vorágine, incluso de las más serias ediciones crí-
ticas, y se recuperan como parte sustancial de la novela
en La vorágine: Una edición cosmográfica, la cual edité
junto a Margarita Serje.

•362•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

Mapa que aparece antes de la página de título en la


quinta edición de La vorágine (Nueva York: Editorial
Andes, 1928) y en las reimpresiones de la obra por esa
misma editorial (sexta [1928] a novena [1929]).

•363•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Como otros paratextos de la novela (el


“Prólogo” firmado por “José Eustasio Rive-
ra” como editor de los manuscritos de Artu-
ro Cova, el fragmento de la carta de Cova,
el “Epílogo” firmado por Clemente Silva, el
“Vocabulario”), los mapas orientan y deso­
rientan. El “Vocabulario” se agregó en la
tercera edición (Ed. Minerva, 1926) y en él
se explican algunos de los localismos que
figuran en la obra. Es posible interpretarlo
como algo que se inserta para un público no
latinoamericano, con el fin de facilitar la lec-
tura de la obra. En ese mismo orden de ideas,
podría entenderse la inclusión de los mapas
en la edición que Rivera publicó en 1928
con la Editorial Andes, que él mismo fun-
dara en Nueva York, como una herramienta
para orientar al nuevo público lector al que
iba dirigida la obra sobre el territorio en el
que transcurren los acontecimientos15. Sin
embargo, el “Prólogo” y el fragmento de la
carta de Arturo Cova (que figura después del
prólogo) ponen estas interpretaciones en en-
tredicho. Como señala Sylvia Molloy, estos

15 El “Vocabulario” y los mapas podrían haberse insertado


igualmente para ayudar al público lector colombiano,
tan desconocedor de esas tierras y de las realidades que
denuncia la novela como cualquier público extranjero.

•364•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

paratextos brindan un marco y encuadran


el texto de Cova, un encuadre que sirve, en
apariencia, para procurar “una verosimili-
tud narrativa, la realidad del documento”,
pero que de hecho “borra límites y contami-
na espacios” (748). No es posible establecer
si la autoría del “Vocabulario” y de los mapas
es del editor ficticio “Rivera” o del autor de
la novela. Es posible, incluso, atribuírselos
a Cova, pues sabemos que en sus numerosas
imposturas también presume de lexicógrafo
y de geógrafo.
Los paratextos, a pesar de seguir las vie-
jas convenciones del manuscrito encontrado
y del editor que le da forma al texto, desesta-
bilizan la convención novelesca. De manera
análoga, los mapas desestabilizan las con-
venciones cartográficas. Como los ríos en el
mapa, el texto no se deja contener dentro de
los marcos que buscan ordenarlo.

“Cuente usted con que la novela


tendrá más éxito que la historia”
En La vorágine, Rivera cuenta una historia
que ya había sido contada dos y tres veces,
muchas veces antes. O tal vez no. La histo-
ria de la explotación cauchera en las regio-
nes del Amazonas, el Orinoco, el Putumayo,

•365•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

el Purús es, como el mapa de ríos que traza


Rivera, una cuenca de multitud de relatos
locales e historias nacionales e imperiales
que se cruzan en ciertos puntos. El mapa
del territorio propone leer la historia de la
región como una cuenca hidrográfica de ca-
ños y ríos, de pequeños tributarios que van
creando cauces mayores que confluyen unos
en otros y desembocan en el gran río Ama-
zonas, que los transporta hacia los ejes de la
historia atlántica.
La estructura de La vorágine funciona de
manera análoga. Los personajes siguen ru-
tas que son como ríos que se separan y reco-
rren distintos cauces o confluyen en cauces
mayores. En la ruta que siguen Cova y Alicia
desde Bogotá hasta La Maporita, se van en-
contrando con otros personajes, cuyos reco-
rridos desembocarán en los eventos a orillas
del Guanapalo, afluente del río Meta, espe-
cialmente con el Pipa y Don Rafo, que harán
en distintas modalidades de guías iniciales
de la pareja. Para la salida del Llano, se for-
man dos cauces: el de las mujeres que huyen
con Barrera por el Orinoco y el de Cova y sus
compañeros, que van a pie por las trochas del
Vichada. Cuando estos últimos se encuen-
tran con Clemente Silva, a orillas del Inírida,

•366•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

confluyen las historias del Casanare con las


del Igará-Paraná en la región del Putumayo y
el río Negro. El encuentro con Ramiro Esté-
vanez constituye la confluencia de lo que ya
es un río caudaloso con los eventos en Vene-
zuela, en la zona del Atabapo, tributario del
Orinoco.
El relato insertado más extenso, el de Cle-
mente Silva, expande tanto el tiempo como el
espacio de la novela. Adicionalmente, en sus
recorridos, Silva no solo cubre un amplio ám-
bito geográfico, que parte de su Pasto natal,
en el suroccidente andino, e incorpora la re-
gión del Putumayo y el río Negro, sino que su
relato se cruza en puntos fundamentales con
otros, ampliando asimismo el repertorio de
historias sobre lo que ha sucedido en la zona.
La mención más notable es la del explora-
dor francés Eugène Robuchon, a quien en el
mundo ficticio de la novela Silva conoce en la
estación de La Chorrera y de quien consigue
convertirse en guía durante los meses antes
de su desaparición en el Caquetá a comien-
zos de 190616. Otra mención resaltable es la

16 El ingeniero Eugène Robuchon, miembro de la Société


de Géographie de París, fue contratado por el Gobierno
de Perú, con el beneplácito de la Casa Arana, para ha-
cer un estudio geográfico y antropológico de la región.

•367•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de las denuncias que había publicado el pe-


riodista peruano Benjamín Saldaña Roca en
los periódicos La Felpa y La Sanción de Iqui-
tos en 1907.
Estas dos referencias a personas reales
que tenían conocimiento de las atrocidades
del Putumayo brindan un marco temporal
amplio y conectan las vicisitudes de Cova y
sus compañeros y las de Alicia y Griselda,
enganchadas por Barrera, con las amplias
dimensiones de un sistema cuyas reverbera-
ciones se hacen sentir extensamente. Estas
menciones, sin embargo, hacen más notable
la ausencia de toda mención tanto del inge-
niero norteamericano Walter Hardenburg,
quien visitara las estaciones de La Chorrera
y El Encanto en 1908, como de la visita de
inspección realizada por el cónsul británico
en Río de Janeiro, Sir Roger Casement, en
1910. Es decir, sobresale la ausencia de toda
mención al papel que desempeñó el capital

Robuchon tomó numerosas fotografías de los indígenas


en las que no se observa ninguna señal de tortura y que
fueron usadas por la Casa Arana, tras su desaparición,
como evidencia de la vida feliz que llevaban en las es-
taciones caucheras. La casa Arana, que se preciaba de
realizar una misión civilizadora, explicaba que al explo-
rador francés lo habían devorado los caníbales.

•368•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

británico en la explotación cauchera a par-


tir de 1907, cuando se registra en Londres la
Peruvian Amazon Company con un capital
accionario de un millón de libras. Sus opera-
ciones se realizaban en la zona cauchera que
ocupaba la compañía peruana Julio César
Arana & Hnos., conocida en la región como
la Casa Arana. Socio de la compañía inglesa
y administrador de las operaciones en el te-
rreno era el mismo Julio César Arana17.
En La vorágine, las atrocidades del Putu-
mayo aparecen en la voz de un solo testigo víc-
tima, un relato que va a diferir en muchos sen-
tidos de las distintas instancias que produce
el imperio británico a través de la prensa y del
informe de Casement18. En el relato de Silva,

17 Para un análisis agudo de esa ausencia de toda mención


del capital británico, ver French.
18 En septiembre de 1909, la revista Truth publicó, bajo el
seudónimo de Scrutator (Sídney Paternoster), un artículo
titulado “‘The Devil’s Paradise’: A British-Owned Con-
go” en el que se registran el testimonio de Hardenburg
y la evidencia que había recogido en la región. Va a
desempeñar un papel crucial en la presión que se ejer-
ce públicamente para que se investiguen los hechos. El
informe de Casement fue presentado ante el Parlamento
Británico en 1911. En 1912, se ordena la liquidación de
la Peruvian Amazon Company. Para ello, la compañía
nombra como liquidador al mismo Julio César Arana.
En 1913, Hardenburg publica un libro con un título que

•369•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

las atrocidades anteceden a la llegada de estas


misiones de investigación y la existencia tanto
de la Casa Arana como del sistema de explota-
ción cauchera continúa hasta mucho después
de que se retirara el capital británico19.
La indiferencia en La vorágine ante el
papel que desempeñara el capital británico
subraya, además, el carácter enteramente
parasítico de su accionar. Ha ingresado para
beneficiarse de una estructura ya existente
de explotación de la naturaleza y de los se-
res humanos. Se instala en una estructura de
control y dominación de poblaciones que ha
sido facilitada por procesos anteriores y que
se inserta sobre lo que Ann Stoler llama “es-
combros imperiales”, aquellos “procesos im-
periales más dilatados, que saturan el subsue-
lo de la vida de la gente y persisten, algunas
veces de manera subyacente, por un periodo
más prolongado”, que han dejado las distin-
tas “formaciones imperiales” (192)20. Como

se apoya en el del artículo de Scrutator: The Putumayo:


The Devil’s Paradise.
19 De hecho, las operaciones seguirán hasta finales de la
década del treinta, después de que aparezca la novela de
Rivera. Ver Pineda Camacho.
20 Traduzco como “escombros imperiales” lo que Ann Sto-
ler llama en inglés “imperial debris” y que define como

•370•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

señala Stoler, estas formaciones no son insti-


tuciones del imperio como tal, sino relaciones
de fuerza que se manifiestan en exterminios,
desplazamientos y reclamaciones de los suje-
tos sobre los que ha recaído (193).
La vorágine expande la limitada geografía
y cronología que establece el imperio sobre
una porción del territorio para ligarla a otras
formaciones imperiales y a los escombros
que han dejado. Si atendemos a las diferentes
formas en que Rivera inscribe los aconteci-
mientos, se hace más evidente la función de
la novela como contrahistoria, como una pro-
puesta de “cepillar a contrapelo” la historia de
la modernidad para ver cómo se han inscrito
en ella las historias de las poblaciones y los te-
rritorios que el discurso de la modernidad ha
situado al margen en su avance bajo las ban-
deras de la civilización y el progreso. Walter
Benjamin nos recuerda que:

[n]o hay documento de civilización que no


sea a la vez un documento de barbarie. Y
así como este no está libre de barbarie,
tampoco lo está el proceso de su transmi-

“more protracted imperial processes that saturate the


subsoil of people’s lives and persist, sometimes subja-
cently, over a longer durée”.

•371•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sión a través del cual los unos lo heredan


de los otros. (42-43)

El proceso de transmisión al que se refiere


Benjamin es aquella escritura de la historia
que simpatiza con los vencedores, y leerla a
contrapelo nos permite rescatar los residuos
de las historias de los parias, los vencidos de
entre las ruinas del progreso. La vorágine ex-
tiende una invitación a leer la historia de esas
formaciones desde miradas que no se corres-
pondan con la mirada que impulsa la noción
del “progreso como norma histórica” (43)21.

“Mas el crimen perpetuo no está en


las selvas sino en dos libros: en el
Diario y en el Mayor”
El informe que presentó Roger Casement al
parlamento británico tenía por finalidad ren-
dir testimonio en lo que atañía al papel de los
súbditos británicos en las operaciones de la
Casa Arana. Casement, sin embargo, extien-

21 Valga resaltar en este sentido que hay importantes escri-


turas de la historia del noroccidente amazónico que van
en contravía de los procesos convencionales de transmi-
sión y que muestran las formaciones imperiales de las
que se benefició la explotación cauchera. Ver, en espe-
cial, Bonilla y Pineda Camacho.

•372•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

de el propósito oficial en vehículo de una mi-


sión humanitaria apelando al Gobierno bri-
tánico para que intervenga de alguna manera
en la redención de los miles de indígenas es-
clavizados. En el esclarecimiento de las atro-
cidades del Putumayo, Casement actúa como
el funcionario que es del Gobierno británico.
Pero la misión humanitaria que emprende
proviene de su posición como irlandés dentro
del Imperio británico y su identificación con
los sujetos coloniales de otras regiones (Sá
Carvalho 378).
En el informe del Putumayo y en sus dia-
rios, Casement va creando una relación de
cercanía con el indígena, con su condición
de sujeto subyugado por la lógica de la acu-
mulación. El indígena del Putumayo es, a
los ojos del funcionario británico, la víctima
inocente por excelencia. Es evidente que los
miles de indígenas que trabajan en las cau-
cherías han sido forzados, que han sido escla-
vizados, que solo por el terror que se impone
sobre ellos es que se quedan en las estaciones
y en los campamentos de la Casa Arana. No
así los mestizos, que en el informe de Case-
ment aparecen como personal que ha sido
pagado y como agentes directos del maltrato
a los indígenas. El discurso de Casement or-

•373•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ganiza los niveles de explotación en términos


de jerarquías raciales, en una cadena que va
del blanco al mestizo al indígena.
El relato de Clemente Silva incorpora en
sus rasgos generales los mismos hechos que
reporta Casement, pero cuestiona la lógica y
las taxonomías. En el informe de Casement,
la violencia desatada en las caucherías se ex-
plica mediante las diferencias raciales y de
proveniencia; esto le permite distinguir a
los perpetradores y sus víctimas (empresa-
rios criollos, capataces barbadenses, engan-
chados mestizos e indígenas esclavizados)
y encuadrarlos dentro de las taxonomías
imperiales. Dado el poco tiempo que pasó
Casement en el Putumayo, es difícil que se
enterara de la complejidad del sistema, que
los que llegaban como capataces desde el
Caribe o como enganchados de las distintas
regiones de los países caucheros también ter-
minaban esclavizados. Además, su misión
estaba restringida a establecer “las relacio-
nes que existan entre súbditos británicos en
esas regiones y los agentes de la empresa”.
De hecho, Casement la extendió más allá de
lo que se le había encargado y denunció las

•374•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

atrocidades contra los indígenas22. En La vo-


rágine, se deja claro que en el sistema de las
caucherías todos resultan esclavizados y que
la violencia es una manifestación del meca-
nismo que organiza el sistema: la deuda. Así
se lo describe Balbino Jácome a Silva:

Mas el crimen perpetuo no está en las sel-


vas sino en dos libros: en el Diario y en el
Mayor. Si su señoría los conociera, encon-
traría más lectura en el DEBE que en el
HABER, ya que a muchos hombres se les
lleva la cuenta por simple cálculo, según lo
que informan los capataces. Con todo, ha-
llaría datos inicuos: peones que entregan
kilos de goma a cinco centavos y reciben

22 “… relations obtaining between British subjects in those


regions and the company’s agents”, Carta de la Oficina
de Asuntos Exteriores al Cónsul General Casement, en
Miscellaneous, No. 8 (1912). Correspondence respecting
the Treatment of British Colonial Subjects and Native
Indians employed in the Collection of Rubber in the Pu-
tumayo District, el El libro azul del Putumayo, p. 1. La
traducción es mía.
Este cuadernillo, que recoge toda la correspondencia re-
lativa a la inspección que realiza Roger Casement en el
Putumayo, se conoce como El libro azul del Putumayo
por el color de la portada. Existe una traducción al espa-
ñol realizada por Luisa Elvira Belaunde (ver Casement,
Libro azul británico).

•375•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

franelas a veinte pesos; indios que traba-


jan hace seis años, y aparecen debiendo
aún el mañoco del primer mes; niños que
heredan deudas enormes, procedentes del
padre que les mataron, de la madre que
les forzaron, hasta de las hermanas que les
violaron, y que no cubrirán en toda su
vida, porque cuando conozcan la puber-
tad, los solos gastos de su niñez les darán
medio siglo de esclavitud. (135)

El sistema del “endeude” es un sistema


de créditos en el que las grandes casas co-
merciales de Belém, Manaos o Iquitos reci-
ben créditos (anotaciones en el cuaderno de
cuentas) de grandes bancos en las capitales
de los imperios europeos; a su vez, estas ca-
sas anotan en sus cuadernos a los comercian-
tes que recogen el caucho en las distintas
estaciones, y estos comerciantes anotan en
sus cuadernos de cuentas a los capataces de
las estaciones, quienes a su vez anotan en su
cuaderno a los trabajadores. En la base de
esta estructura laboran miles de hombres,
mujeres y niños, que nutren el sistema con
la mercancía que todos codician y con la que
todos comercian, para saldar con su trabajo
una deuda que nunca podrán pagar. El ele-

•376•
La vorágine: novela, mercancía y acumulación

mento que encadena (en el doble sentido de


la palabra) a todos los sujetos dentro del sis-
tema es ese proceso de anotaciones en el cua-
derno de caja.
En el segmento 20 de la tercera parte,
Cova revela que todo lo que hemos leído has-
ta ese punto son “peripecias extravagantes,
detalles pueriles, páginas truculentas” (182)
que ha escrito en las últimas seis semanas en
un cuaderno de caja en las barracas de Gua-
racú23. Así se inscribe en la novela el acto
más radical de cuestionamiento de la lógica
que organiza el extenso proceso de acumu-
lación. Pues esa escritura desesperada y des-
encantada ha convertido el libro de cuentas
contables en el libro de contar los cuentos
de sus víctimas. Se efectúa así una opera-
ción de contrafetichismo que desenmascara
las relaciones sociales que se ocultan tras la
mercancía.

23 En la Biblioteca Nacional de Colombia, en Bogotá, se


encuentra el cuaderno de caja en el que Rivera comenzó
a escribir La vorágine.

•377•
La selva
por cárcel* 24

MARGARITA SERJE

Dios sabe que al componer mi libro


no obedecía a otro móvil
que el de buscar la redención
de esos infelices que tienen
a la selva por cárcel.
Sin embargo, lejos de conseguirlo,
les agravé la situación,
pues solo he logrado hacer
mitológicos sus padecimientos
y novelescas las torturas que los aniquilan.

Carta de José Eustasio Rivera a Luis Trigueros,


El Tiempo, noviembre 25 de 1926
(Citada en Pachón-Farías 97)

* Una primera versión de este artículo apareció publicada


en El paraíso del Diablo: Roger Casement y el informe del
Putumayo, editado por Roberto Pineda Camacho, Car-
los Guillermo Páramo Bonilla y Claudia Steiner Sampe-
dro (151-171).

•378•
La selva por cárcel

Uno de los momentos decisivos de La vorá-


gine (José Eustasio Rivera, 1924) es el del
encuentro de sus dos narradores principales,
Arturo Cova y don Clemente Silva, en las
cabeceras del río Papunagua. Allí, mientras
el viejo trashumante se lava las llagas de las
piernas en las aguas del río, explica que:

—… Son picaduras de sanguijuelas. Por


vivir en las ciénagas picando goma, esa mal-
dita plaga nos atosiga, y mientras el cau-
chero sangra los árboles, las sanguijuelas
lo sangran a él. La selva se defiende de sus
verdugos, y al fin el hombre resulta vencido.
—A juzgar por usted, el duelo es a muerte.
—Eso sin contar con zancudos y hormi-
gas. Está la veinticuatro, está la tambocha,
venenosas como escorpiones. Algo peor to-
davía. La selva trastorna al hombre, desa-
rrollándole los instintos más inhumanos: la
crueldad invade las almas como intrincado
espino y la codicia quema como fiebre. El
ansia de riquezas convalece al cuerpo ya
desfallecido y el olor del caucho produce la
locura de millones. (115)1

1 En adelante, las citas de La vorágine se indican entre pa-


réntesis con un número de página que hace referencia a
La vorágine: Una edición cosmográfica, 2023.

•379•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El relato de Clemente Silva reitera una se-


rie de imágenes y narrativas que han susten-
tado la noción de la selva como “paraíso del
diablo”2: un paraíso en el que reina el terror
y que se sitúa en la selva, el paisaje arquetípi-
co del trópico. Se confunden allí, volviéndo-
se inseparables, el terror que la selva misma
inspira en las conciencias occidentales y el
terror inherente a la producción extractiva
del caucho basado en un “sistema” —como
lo caracteriza Rivera3 — que reproduce las
relaciones carcelarias del trabajo esclavo. El
manto de la selva que recubre estos hechos
logra aquí, citando a José Eustasio Rivera,
“hacer mitológicos sus padecimientos y no-
velescas las torturas que los aniquilan”. Este
trabajo busca, teniendo La vorágine como
hito literario, explorar la genealogía de las
ideas que proyectan en la selva la experien-
cia carcelaria, convirtiéndola en espacio
de encierro y tortura. La novela de Rivera
representa un hito precisamente porque,

2 Putumayo: The Devil’s Paradise fue el título del libro pu-


blicado por Walter Hardenburg en 1912, revelando los
horrores de la Casa Arana en el Putumayo.
3 En palabras de su personaje Ramiro Estévanez para des-
cribir las caucherías de Funes en el Atabapo (184).

•380•
La selva por cárcel

si bien reitera y da profundidad estética a es-


tas ideas, al mismo tiempo las desestabiliza y
las cuestiona.
Me propongo aquí explorar cómo la vi-
sión moderna de los bosques, mediante un
proceso de imputación siniestra, posibilita
que la selva se transforme en un espacio de
excepción: en un “infierno verde”, que Arturo
Cova describe crudamente:

Por primera vez, en todo su horror, se


ensanchó ante mí la selva inhumana. Ár-
boles deformes sufren el cautiverio de las
enredaderas advenedizas, que a grandes
trechos los ayuntan con las palmeras y se
descuelgan en curva elástica, semejantes a
redes mal extendidas, que a fuerza de al-
macenar en años enteros hojarascas, cha-
mizas, frutas, se desfondan como un saco
de podredumbre, vaciando en la yerba rep-
tiles ciegos, salamandras mohosas, arañas
peludas.
Por doquiera el bejuco de matapalo
—rastrero pulpo de las florestas— pega
sus tentáculos a los troncos, acogotándo-
los y retorciéndolos, para injertárselos y
trasfundírselos en metemsícosis doloro-
sas. Vomitan los bachaqueros sus trillones

•381•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de hormigas devastadoras, que recortan el


manto de la montaña y por anchas veredas
regresan al túnel, como abanderadas del
exterminio, con sus gallardetes de hojas
y flores. El comején enferma los árboles
cual galopante sífilis, que solapa su lepra
supliciatoria mientras va carcomiéndoles
los tejidos y pulverizándoles la corteza,
hasta derrocarlos, súbitamente, con su pe-
sadumbre de ramazones vivas. (150)

Esta visión se hizo evidente para mí cuan-


do hace ya varios años llegué por primera vez
a trabajar en un sitio arqueológico situado en
plena selva. Solo se llegaba por helicóptero,
pues los extensos bosques tropicales de mon-
taña que lo rodeaban hacían que la llegada
por tierra, necesariamente a pie, fuera con-
siderada, además de lenta y engorrosa, de-
masiado peligrosa. La impresión que tuve el
primer año que viví allí fue la de estar rodea-
da de una inmensidad verde y amenazante,
por la que yo me movía torpemente, dando,
a duras penas, palos de ciego. No distinguía
nada en la maraña de vegetación y me inti-
midaban los peligros que acechaban entre
los árboles y la penumbra del bosque. De la
fauna que habitaba esta maraña, solo per-

•382•
La selva por cárcel

cibía sorprendentes y confusos sonidos que


los vecinos locales interpretaban para mí:
el rugido enorme de los monos aulladores, el
silbido musical de los leones de montaña, la
percusión constante de insectos y pájaros
carpinteros que contribuían a encerrarme en
un cerco de temor y extrañeza.
Estaba entonces interesada en apren-
der las técnicas de construcción de nuestros
vecinos indígenas. Uno de ellos se ofreció
a enseñarme, pero me puso una condición.
Tenía que aprender a identificar y recono-
cer, con sus nombres en lengua indígena (no
en latín), cada una de las especies de las que
se obtienen los materiales que se usan para
construcción: los árboles y los distintos tipos
de maderas finas que se pueden obtener de
ellos, las palmas, que son también fuente
de maderas muy duras y apreciadas, así como
hojas de distintos tipos para tejer cubiertas y
cerramientos, los bejucos y lianas que según
la especie tienen distintos diámetros y usos,
desde los más finos, maleables y resistentes,
con los que se anuda y se amarra, hasta los
gruesos y pesados que se usan para moldear
vigas redondas que amarran las casas, pues
cuando se secan se convierten en enormes
troncos de gran resistencia. Debía además

•383•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

aprender cómo se saca, se corta y se trata cada


especie y, sobre todo, cómo se “paga” por cada
árbol, palma o bejuco que se use. Estos “pa-
gamentos” incluían siempre —además de una
ceremonia— la recolección de semillas y de
plántulas de cada especie para resembrarlas
en ciertas huertas y claros del bosque.
Para lograr este aprendizaje me dediqué a
hacer largos recorridos con los vecinos indí-
genas, quienes pacientemente me enseñaron
a ver en la selva: al cabo de un año tenía la
impresión de que me habían, literalmente,
quitado una venda de los ojos. Aprendí que la
selva —contrario a mi primera impresión—
no es una extensión homogénea y abigarra-
da de asociaciones de las mismas especies
de flora y fauna. Está compuesta, por el con-
trario, por un mosaico de espacios diversos
—claramente visibles para el ojo avezado—
donde se encuentra una enorme multiplici-
dad de asociaciones de especies. Quizás lo
que más me sorprendió fue darme cuenta de que
mis anfitriones indígenas no solo eran gran-
des conocedores de cada uno de estos espa-
cios en el bosque, sino que tenían además
un papel creador en los mismos. A medida
que íbamos caminando y recorriendo es-
tos lugares, me los iban narrando e iban, al

•384•
La selva por cárcel

mismo tiempo, recogiendo y resembrando,


trasplantando, limpiando, dando espacio a
ciertas plántulas, reconociendo las manadas
de monos, de gurres, de saínos… En estos
recorridos me quedó claro que esta enor-
me extensión de bosques estaba lejos de ser
un espacio salvaje: estábamos recorriendo un
jardín descomunal donde no era fácil esta-
blecer un límite entre lo doméstico y lo salva-
je. Es más, me quedó claro que estos bosques
solo eran “selva” salvaje para mí y que lo eran
en virtud de las ideas preconcebidas con las
que había llegado.
Esta experiencia me recordó la anécdota
que cuenta la sorpresa de Magallanes y su
gente, cuando después de estar varios días en
la Tierra del Fuego se dieron cuenta de que
los aborígenes no habían visto los barcos,
fondeados frente a sus ojos, en los que ellos
habían llegado (Blair 30). A mí me había pa-
sado lo mismo con la selva: la imagen precon-
cebida que yo tenía no solo me impedía verla,
sino que había puesto frente a mis ojos una
cortina de humo —y de miedo— que nublaba
mis sentidos.
Esa visión borrosa de la selva es la que
veo reaparecer constantemente, entrelazada
con una multiplicidad de eventos disímiles

•385•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y relatos infernales, en los que aparece con-


vertida en una aterradora prisión. Algunos
son pasados —como los que hace un siglo
documentaba Casement4 —; otros son actua-
les —como las miradas de los secuestrados
por las FARC , que durante casi dos décadas se
asoman encadenados tras las rejas alambra-
das de la selva—. En ellos, la selva aparece
invariablemente como elemento central de la
economía del encierro: como parte de la tor-
tura y de las cadenas que dejan impotentes a
sus víctimas.
La selva tiene una larga tradición como
espacio carcelario. No solo fue durante
mucho tiempo considerada una localidad
idónea para construir prisiones y colonias
penales: como la de Papillon en la Guayana,
la de la Gorgona o la de Araracuara. Ha sido
también espacio de terror, abusos y torturas,
haciendo eco a lo que fue denominado como
“macabrismo” por el periódico El Caquetá,
en 1916: “sin Dios ni ley, ni menos freno al-

4 Roger Casement, cónsul británico en Río de Janeiro,


quien fue designado para investigar las denuncias sobre
la Casa Arana en 1911. Su informe, conocido como El
libro azul británico, da cuenta detallada de las prácticas
de la Casa Arana, para ese momento incorporada en
Londres con el nombre de Peruvian Amazon Company.

•386•
La selva por cárcel

guno que contuviera los instintos feroces que


aún en el hombre civilizado suelen desarro-
llarse cuando habita las tierras salvajes, el
macabrismo apenas era un detalle de poca
significación en la vida de estas selvas”5.
Mi interés aquí es poner la selva no como
el trasfondo o la trasescena de estos eventos
atroces, sino como un dispositivo simbólico
que moviliza explícitamente un conjunto de
significados y sentidos que tienen una fuer-
za ilocutoria o performativa6 e inciden en la
manera como la concebimos, en la forma en
que leemos y situamos los hechos de la selva
(tanto los históricos como los literarios) y,
por lo tanto, en la manera como interveni-
mos los espacios y grupos que consideramos
selváticos. Me interesa, pues, destacar que
este dispositivo —que hace posible situar a
Lope de Aguirre, a Arturo Cova y a Ingrid
Betancourt; a Casement, a Fitzcarraldo y
al general Rafael Reyes en un mismo regis-
tro— se estructura a partir de la visión de la
selva cultivada por Occidente, que, al hacerla
objeto de una imputación siniestra, la trans-

5 Citado por Bernardo Tovar 79.


6 Es decir, se trata de enunciados en los que la acción que
se profiere tiene lugar.

•387•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

forma en un espacio de excepción donde “se


despiertan los más bajos instintos de abuso y
dominación” (Betancourt 34).
Antes de discutir la idea de la “imputación
siniestra” quisiera desglosar rápidamente los
elementos que constituyen los hitos de esta
visión, que como esquemas de mediación
preparan y enfocan nuestra mirada y definen
las formas que asume nuestra experiencia de
la selva. Me interesa poner en evidencia los
elementos centrales que constituyen la visión
moderna de la selva: es decir, la que se forja
en el contexto del desarrollo y la expansión
del sistema mundial capitalista-moderno. Es
a partir de esta visión moderna que surgen
los tropos por medio de los que la selva ha
sido descrita, narrada y pintada como lugar,
como paisaje e incluso como ecosistema.

Selva y magia

Para mí selva y magia se confunden.


Es el ambiente de lo inesperado, de la traición,
de lo inextricable, y sombrío.
Bajo el techo vegetal sin fin se avanza en la
penumbra de un mundo cuasi cavernario,
sin frente ni espalda, sin derecha ni izquierda:

•388•
La selva por cárcel

inagotable sucesión de troncos, de bejucos, de


intrincada maleza, de arroyos y pantanos,
igual acá, igual allá,
igual en todas las direcciones,
hasta producir el vértigo de la indetermina-
ción espacial y de la indefinición de los seres
[…]
la naturaleza es [en la selva] un conjunto de
fuerzas enemigas, circundantes
e invisibles, diabólicas:
un mundo mágico al que es necesario
contrarrestar o hacer propicio
por medio de entes ocultos,
el fetiche, el talismán, el rito misterioso
o el rezo de la virtud arcana.

Luis López de Mesa (37-38)

La visión moderna de la selva que se forja en


la experiencia colonial americana surge de la
conciencia de un grupo en particular. Nace con
la que Ángel Rama ha llamado “ciudad letra-
da” (1984). Los criollos, artífices del proyecto
urbano-católico mediante el que la América
hispánica se articula con el sistema mundial
moderno, fundan su poder en la palabra es-
crita y en la ley como principio institucional y
teológico de la civilización (Subirats). Consoli-
dan así su rol histórico como intermediarios en

•389•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

las relaciones comerciales y, sobre todo, como


mediadores e intérpretes de la realidad ameri-
cana (Von der Walde). Este grupo, que ha teni-
do siempre un affaire complicado con la selva,
recibe y recrea la visión que fue forjada por
los conquistadores y colonizadores europeos,
quienes proyectan en su descubrimiento del
Nuevo Mundo las imágenes antiguas que tie-
nen los bosques en la tradición europea. De
esta forma, los criollos heredan una tradición
particular —jurídica y literaria— que define
su relación con las regiones salvajes. Las selvas
tropicales de América recogen así, como refe-
rente, todo un universo simbólico que las llena
de amazonas, cinocéfalos y caníbales, y, sobre
todo, que les atribuye el carácter liminar que
define la idea de misterio del bosque.
Una característica central de esta idea es
que el bosque representa una inversión del
orden social. En el mundo carnavalesco de
los bosques —como en el País del Espejo que
describe Lewis Carroll en la segunda parte
de Alicia— se revierten los códigos y se hace
posible y tolerable aquello que en el orden de
lo “normal” resulta impensable:

en las religiones, mitologías y literaturas


occidentales, el bosque se presenta como

•390•
La selva por cárcel

un lugar en el que las oposiciones lógicas


se confunden con las categorías subjeti-
vas, un lugar donde las percepciones se
trastornan, revelando dimensiones encu-
biertas por el tiempo y la conciencia. En
el bosque, súbitamente, lo inanimado se
transforma en animado, los seres divinos
se convierten en bestias, los que están por
fuera de la ley defienden la justicia, Rosa-
linda aparece como un muchacho, el ca-
ballero virtuoso se ve rebajado al estado
de hombre salvaje, la línea recta forma un
círculo, lo familiar da lugar a lo fabuloso.
(Harrison 10)

Este proceso de inversión se debe quizás


a que el bosque se entiende, ante todo, como
el paisaje originario y primordial: imagina-
mos las selvas como remanentes de otras
eras, como retazos de la superficie terres-
tre que han seguido su propia evolución y
se han mantenido al margen de lo humano
desde eras prehistóricas: los bosques son
por ello arquetipo de la naturaleza prístina,
“desierta”, en el sentido de no humana. Así,
en las culturas de la Antigüedad clásica, los
bosques se oponen a la ciudad, el espacio
humano por excelencia de acuerdo con esta

•391•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tradición histórica. De hecho, los bosques


se consideran desde entonces lugares que no
pertenecen a nadie (res nullius, locus nemi-
nis). En adelante, la oposición entre ciudad
(civitas) y selva (silva) representa a la vez la
oposición entre naturaleza y civilización,
y más tarde, entre naturaleza y razón: la
penumbra de la selva encarna la oscuridad
de lo ininteligible frente a la claridad de la
ciencia, la técnica y la agricultura; la anar-
quía y el caos frente al orden de la racionali-
dad (Harrison).
Puesto que la selva se lee como el estado
de naturaleza por excelencia, sus pobladores
representan la situación primitiva de la in-
fancia de la humanidad. Rivera describe en
La vorágine a los indios como “tribus rudi-
mentarias y nómades [que] no tienen dioses,
ni héroes, ni patria, ni pretérito, ni futuro”
(92). Los salvajes, que viven en un estado
anterior a todo contrato social, encarnan a
su vez la dualidad misma de la selva. Desde
cierto ángulo, el buen salvaje puede aparecer
como un caníbal sanguinario. Desde otro,
su inocencia y su nobleza parecen reflejarse
como bestialidad y lujuria. Si los grupos de
salvajes representan a veces la posibilidad
de una vida armoniosa en comunidad con la

•392•
La selva por cárcel

naturaleza, no contaminada por el artificio


de la civilización y de sus cortes, la “ley de la
selva” representa la violencia inherente al es-
tado primigenio de guerra de las hordas que
anteceden la sociedad: la guerra entre to-
dos, en la que se impone la voluntad del más
fuerte.
Por lo demás, el bosque, como lugar de
origen, es concebido también como lugar
de encuentro con lo sobrenatural: con faunos
y hadas, con dioses y demonios, y también
en este sentido se oponen a la razón. Es allí
donde moran los espíritus de la naturaleza;
allí se esconden las fuerzas de los cultos y los
espíritus de las antiguas tradiciones religio-
sas europeas: las de los celtas, los íberos, los
galos, los germanos. Fueron lugar de recogi-
miento para ascetas y de aquelarre para bru-
jas. Los bosques son, así, al mismo tiempo,
lugares sagrados y profanos, sueño y pesadi-
lla: son al mismo tiempo infierno y paraíso.
La idea de la selva como lugar del paraí-
so tiene una larga continuidad en la América
tropical. De hecho, Antonio de León Pinelo
situó, ya desde el siglo XVI, el Paraíso bíbli-
co en las selvas del Alto Amazonas, cerca de
Iquitos (Buarque de Holanda). Pero la aso-
ciación de la selva con el paraíso se aclara

•393•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en el viaje de Dante en la Divina comedia.


Cuando Dante inicia su descenso por los
círculos infernales, se encuentra en una sel-
va oscura. Harrison señala que este bosque
de la escena del prólogo de Dante represen-
ta el salvajismo del pecado y la bestialidad
—el mundo material con todas sus falen-
cias— al que opone la selva antica del pa-
raíso terrenal, una selva redimida que ya no
inspira miedo, sino encantamento. Para el
momento en que alcanza el paraíso, una vez
asciende de los círculos infernales, Dante ya
domina las leyes de la selva (Harrison 84).
Y esta es quizá una de las condiciones para
poder alcanzarlo. En el viaje de Dante por
los infiernos —que es al mismo tiempo una
travesía intelectual— se reproduce, tras la
dualidad selva oscura-infierno y selva antica-
paraíso, la vieja oposición occidental entre lo
domesticado y lo salvaje.
La selva/salvaje se asocia pues al infierno.
Allí, los desafortunados que descienden a sus
profundidades tienen la impresión de internar-
se en un inframundo siniestro, en el “corazón
de las tinieblas,” donde la gente queda “enterra-
da en vida”. Y el infierno, un espacio sin tiem-
po, de encierro y de tortura, es el arquetipo de
la prisión. Allí caemos impotentes en las garras

•394•
La selva por cárcel

de un poder totalizante, compulsivo e irracio-


nal que transforma tanto a verdugos como a
prisioneros. En aquel lugar, todo vale: la pri-
sión es un ámbito que deshumaniza, imponien-
do el terror y la mezquindad. De esta manera,
“la ley de la selva se los traga a todos”: incluso al
blanco civilizado, al “caballero virtuoso”, al vi-
sionario que al entrar en la selva cae preso de su
irracionalidad y de las pesadillas febriles que la
jungla misma suscita. El visitante se arriesga a
perder la cabeza, pues se transforma también
en salvaje: “la influencia de la selva, que per-
vierte como el alcohol” (184). Y en palabras de
Clemente Silva en La vorágine:

Esta selva sádica y virgen procura al áni-


mo la alucinación del peligro próximo. El
vegetal es un ser sensible cuya psicología
desconocemos. En estas soledades, cuan-
do nos habla, solo entiende su idioma el
presentimiento. Bajo su poder, los nervios
del hombre se convierten en haz de cuer-
das, distendidas hacia el asalto, hacia la
traición, hacia la asechanza. Los sentidos
humanos equivocan sus facultades: el ojo
siente, la espalda ve, la nariz explora, las
piernas calculan y la sangre clama: ¡Huya-
mos, huyamos! (151)

•395•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Este personaje nos recuerda también que


“la selva trastorna al hombre, desarrollándo-
le los instintos más inhumanos, la crueldad
invade las almas como intrincado espino;
y la codicia quema como fiebre. El ansia de
riquezas convalece al cuerpo ya desfalleci-
do, y el olor del caucho produce la locura de
millones” (115). Pues la promesa de los bos-
ques está en los “aromas, bálsamos, maderas
preciosas, palmeras diferentes, yerbas medi-
cinales, flores desconocidas, aves vistosas,
bandadas de saínos, familias numerosas de
monos, anfibios diferentes, insectos útiles,
reptiles venenosos” (Caldas 10). Las riquezas
que encierra la selva son el paraíso prometi-
do: son la razón por la cual debe ser penetra-
da y abatida.
La dualidad de la idea de la selva, que se
evoca en este complejo juego de oposiciones,
es apenas aparente, como ha sido señalado
de manera reiterada (Todorov, Bartra, Bo-
laños, Jahoda, Ellingson). Constituye una
oposición ficticia, por cuanto cada una de
las partes no solo es complemento, sino con-
dición de posibilidad de la otra. La imagi-
nación colonial-moderna —y las interven-
ciones que esta hace posibles y tolerables e
incluso deseables— se estructura a partir de

•396•
La selva por cárcel

los efectos fetichizantes de este prisma, que


proyecta las selvas y lo salvaje en un laberin-
to permanente de promesas y peligros, de in-
fiernos y paraísos. Uno de estos efectos es el
de la “imputación siniestra”.

La “imputación siniestra”
La “imputación siniestra” es un fenómeno
considerado en psicología como un delirio
paranoico que atribuye a otro, aun en la au-
sencia de experiencias concretas que lo justi-
fiquen, características e intenciones amena-
zantes, malévolas y malsanas (Kramer). Este
concepto se puede aplicar para el caso de las
geografías imaginarias que constituyen los
territorios salvajes. En el saber cotidiano,
las selvas y los bosques tropicales son luga-
res peligrosos, llenos de amenazas que se ven
reiteradas de manera permanente en los me-
dios, el cine y la literatura, en los juegos de
video: abundan allí las fieras y las plagas, el
clima malsano consume a la gente, sumién-
dola en delirios febriles. Así lo narra Ingrid
Betancourt, quien escribe en la crónica de
su secuestro en la selva que cuando planeaba
posibilidades de fuga:

•397•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Imaginaba horrorizada el ataque de una


anaconda en el agua, o el de un caimán gi-
gante, como ese que había visto: los ojos
rojos y brillantes, bajo el foco de la linter-
na de un guardia cuando bajábamos por
el río. Me veía frenteando un tigre, pues
los guardias me habían hecho de ellos una
descripción feroz. Trataba de pensar en
todo lo que podría producirme miedo, con
el fin de prepararme psicológicamente.
(Betancourt 17)

De manera semejante, cuando Arturo


Cova llega a Yaguanarí, exclama: “¡Por pri-
mera vez, en todo su horror, se ensanchó
ante mí la selva inhumana!” (186). Ambos
expresan cómo, mucho antes de llegar a ella
—antes de conocerla y vivirla, antes de cual-
quier experiencia— ya saben lo que se van
a encontrar en la selva, ya sienten su terror.
Llegar a la selva es sumergirse en un entorno
paranoico en el que se vive bajo el azote ame-
nazante de plantas carnívoras y espinosas,
insectos devoradores, fieras, microbios. “Por
la mente de quien las escucha pasa la visión
de un abismo antropófago, la selva misma,
abierta ante el alma como una boca que se
engulle los hombres a quienes el hambre y el

•398•
La selva por cárcel

desaliento le van colocando entre las mandí-


bulas”, como lo pone Arturo Cova (157-158).
Cuando Roger Casement llega el 24 de
septiembre de 1910 a La Chorrera, donde se
ubicaban los barracones caucheros de una de
las sedes de la Casa Arana en el Putumayo,
cuenta en su diario que allí se respira “una
atmósfera de crimen, sospecha, mentira y
desconfianza abiertos, en cuya trasescena se
mueven, ruines y repugnantes, los asesinos
de los indios indefensos” (Diario del Amazo-
nas 125). Los caucheros del Putumayo, por
estar “enfermos de la imaginación veían por
todas partes ataques de los indios, conjura-
ciones, traiciones, sublevaciones [y] para sal-
var estos cataclismos fantásticos, para de-
fenderse y no sucumbir, mataban y mataban
sin compasión” 7. Reiterando y realizando
de esta forma sus temibles pesadillas, pues
irónicamente las relaciones basadas en el
“error de la imputación siniestra” terminan
por realizar sus creencias y expectativas,
volviendo realidad los falsos temores que se
albergan. Lo que propongo aquí es que este
laberinto de imágenes que atribuimos a las

7 En palabras del juez Rómulo Paredes, citado por Pineda


Camacho 114.

•399•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

selvas cumple una función semejante, al ser


factor de la realización de las varias formas
de distopía que habitan las selvas modernas.
Esto se debe a que el proceso de imputación
siniestra —como cualquier proceso de feti-
chización—, por un lado, encubre y oculta y,
por otro, produce y posibilita.

La selva como prisión


La permanente reiteración de las imágenes
que constituyen la visión moderna de la selva
(como paisaje primordial, prístino e infernal)
produce un efecto de imputación siniestra,
que es condición de posibilidad de una multi-
plicidad de prácticas de abuso y terror que la
convierten, de hecho, en un espacio carcela-
rio. En su Historia de la locura (1967) Foucault
explora el afán en la sociedad moderna por se-
gregar socioespacialmente la desviación, con-
finando y recluyendo a los “anormales” en lo-
calidades aisladas de los centros urbanos. Esta
tradición se materializa más tarde en el esta-
blecimiento de colonias penales —o bagnes,
como se conocieron en Francia— como uno
de los dispositivos para el proceso de expan-
sión colonial. Las colonias penales son pues
herederas de estos espacios de reclusión como
los leprocomios y los pueblos confinados por

•400•
La selva por cárcel

la plaga, más que de la segmentación discipli-


naria del panóptico.
El uso de regiones remotas como lugares
de aprisionamiento y de exilio constituyó la
base de un sistema conocido entonces eufe-
místicamente como “el transporte”, que im-
plicaba el desplazamiento físico de prisione-
ros lejos de los centros de una sociedad. Esta
era una forma de “regulación por exclusión”
que fue usada en algún momento por todas
las potencias europeas como alternativa a la
pena de muerte (Gatrell 201). Mediante esta
práctica se constituyeron verdaderos “márge-
nes penales”. Su aislamiento y la distancia fí-
sica y simbólica que los separa de los espacios
“centrales” consolidaron barreras tan efecti-
vas como los muros y las rejas de los asilos y
de las penitenciarías para aislar y separar a
los anormales y los excluidos (Pallot). Allí, la
marginalidad social y la geográfica se refuer-
zan mutuamente, produciendo estos lugares
no solo como espacios de otredad, sino como
espacios de exilio y punición que se reflejan
de manera particular en las selvas.
Es fundamental señalar que el sistema de
“transporte” iba mucho más allá de la segre-
gación y el castigo. Fue también instrumento
de la apropiación colonial de nuevos territo-

•401•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

rios y del establecimiento de la geografía del


capitalismo. Hizo parte de las vastas movi-
lizaciones de población que se hicieron ne-
cesarias para poner en marcha los imperios
coloniales sobre los que se fundó el sistema
mundial moderno. En este proceso se trasla-
daron ejércitos completos a distintos lugares
del globo, se movieron colonos de un conti-
nente a otro, millones de esclavos cruzaron
los océanos, las poblaciones nativas fueron
reasentadas en localidades definidas por
las administraciones coloniales, y de estas
movilizaciones hicieron parte, sin duda, las
hordas de convictos que se “transportaron”
como mano de obra cautiva a las colonias.
Rusche y Kircheimer, autores de un trabajo
paradigmático sobre la economía política del
sistema penal moderno, subrayaron el he-
cho de que los convictos constituyeron una
fuente de trabajo sumiso y barato, del que se
lucraron tanto los Estados imperiales como
las empresas privadas. Así, para explorar a
fondo el concepto de la selva como prisión re-
sulta crucial poner en evidencia la conexión
de estos lugares de exilio y detención con los
objetivos de Estado relacionados con el de-
sarrollo de la economía moderna y su nece-

•402•
La selva por cárcel

sidad de expansión y apropiación de nuevas


“fronteras” de recursos.
El montaje de la infraestructura necesa-
ria para la apropiación colonial de nuevos
territorios para el desarrollo de la economía
capitalista (puertos, astilleros, carreteras y
caminos, bodegas, plantaciones, trenes, ca-
rrileras, represas, etc., y la transformación
de paisajes que conllevó) requirió cantidades
inéditas de mano de obra disciplinada y, so-
bre todo, barata. La solución estuvo en dife-
rentes formas de esclavitud. Las potencias
metropolitanas utilizaron trabajo forzado en
una escala gigantesca para apropiar y ade-
cuar sus territorios imperiales, sus sistemas
de comunicación y de transporte, para ex-
plotar recursos y poner a producir las plan-
taciones. El proceso de esclavización se dio
en todas las esferas del mundo colonial: en
Europa, a través de la condena a las galeras
y mediante el sistema de “contratos de servi-
dumbre” (indentured servitude); en América,
mediante el sistema de la mita y la encomien-
da, y en el África, mediante la transforma-
ción directa de buena parte de su población
en mercancía. Estas formas de trabajo fue-
ron, no hay que olvidarlo, el motor de la eco-
nomía colonial moderna (Drayton).

•403•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El sistema de colonias penales hizo parte


de este conjunto de formas de esclavitud con
las que se trataba de dar solución a dos pro-
blemas cruciales que enfrentaban los centros
metropolitanos: el de la escasez de mano de
obra en las nuevas tierras que se estaban ane-
xando a la economía europea y el de qué hacer
con los ejércitos de despojados y desplazados
que inundaron las ciudades europeas como
resultado de la expropiación, el cerramiento
y desalojo de los comunes, y de los procesos
de industrialización en Europa misma. Es
decir, los grupos que Hannah Arendt ha ca-
racterizado como “poblaciones superfluas”
(The Origins of Totalitarianism). Se decretó
pues una serie de leyes destinadas a castigar
la vagancia y el vagabundeo, la mendicidad y
los delitos asociados al “rebusque” que estos
grupos se vieron obligados a ejercer al verse
privados de sus tierras y en general de todos
sus recursos de subsistencia. Las casas co-
rreccionales y las colonias penales fueron dos
de las fórmulas que se crearon para garanti-
zar el trabajo forzado de estos ejércitos an-
drajosos (de “lumpen”, término que viene de
la palabra alemana para designar harapos).
Mientras que en las casas correccionales
situadas en las ciudades —como la Rasphuis

•404•
La selva por cárcel

en Ámsterdam o Bridewell en Londres, ins-


tituciones que se convirtieron en verdaderos
prototipos (Beaudoin 53)— se internaba a
los individuos que se consideraban más fá-
cilmente disciplinables, los prisioneros más
peligrosos se enviaban a las colonias. El Im-
perio británico estableció en Norteamérica
diversos asentamientos desde donde se rea-
lizaban las intervenciones necesarias para
la colonización, con base en el trabajo de los
convictos (Linebaugh y Rediker). A finales
del siglo XVIII, este sistema se exportó a Aus-
tralia, donde se constituyeron “asentamien-
tos penales” como los de la isla de Norfolk y
el de Tasmania.
Estos asentamientos penales evolucio-
nan, y ya para el siglo XIX se generaliza la fi-
gura de las “colonias penales”, en particular
después de la abolición de la esclavitud, a me-
diados del siglo, cuando la avidez por mano
de obra abundante y barata consolidó este
sistema como parte de nuevas formas de es-
clavitud, entre las que también se incluyó la
importación masiva de trabajadores de Asia,
especialmente de India y de China, mediante
contratos de servidumbre. Se considera que
el trabajo de los convictos fue crucial para la
realización tanto de los proyectos de apro-

•405•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

piación colonial como para el desarrollo de la


Revolución Industrial y su infraestructura.
El ferrocarril transiberiano, el canal de Suez
y el de Panamá fueron construidos, en buena
parte, con mano de obra de reclusos y traba-
jadores migrantes.
Las colonias penales se situaron en luga-
res agrestes e inhóspitos y, sobre todo, de di-
fícil acceso, de manera que no solo se hiciera
difícil el escape, sino que se disuadiera a los
convictos de su regreso al mundo después de
cumplida la sentencia. En estas colonias se
forzaba el trabajo de los reos, que en muchos
casos fue punta de lanza de la colonización
de lugares selváticos donde era necesario do-
blegar también la exuberante naturaleza del
trópico para hacer posible el orden colonial.
El Imperio francés tuvo colonias penales en
Luisiana (siglo XVIII) y en la famosa “Isla del
Diablo”, en la Guayana Francesa (1852-1951).
En América hispánica, las nuevas naciones
replicaron y/o mantuvieron este esquema
en sus territorios desde el siglo XIX. Entre
muchos casos, se pueden destacar varias
colonias penales que existieron hasta bien
entrado el siglo XX , como la Isla de San Cris-
tóbal, en el archipiélago de Galápagos (entre
1869 y 1904); la cárcel chilena en la isla San-

•406•
La selva por cárcel

ta María (1944-1980); la isla San Lucas, en


Costa Rica (1873-1991); así como la colonia
penal de Coiba, en Panamá (1919-2004). En
Colombia, cabe mencionar las de la isla de
la Gorgona (1959-1984) y la de Araracuara
(1938-1971), en la Amazonia, sobre el alto
Caquetá. No sobra recordar que este tipo
de establecimientos penales sigue vigente,
como se evidencia en el caso de la colonia
penal de Islas Marías, en México, y de cier-
ta forma en el del campo de detención de la
bahía de Guantánamo, que el Gobierno de
Estados Unidos mantiene en la isla de Cuba.
Si la eficacia de la penitenciaría se basa
en el principio de la vigilancia continua que
surge del modelo del panóptico, la de las co-
lonias penales se fundamenta en la opacidad
del aislamiento: en la cortina de humo (la alu-
cinación de la selva) que recubre sus prácti-
cas. Allí, como lo señala Toth:

A diferencia del panóptico de Bentham, en


donde la adopción de la vida monástica de
la celda supuestamente lleva a la reflexión,
el remordimiento y el arrepentimiento, los
prisioneros en las colonias penales viven
encadenados en barracones. Aunque el cas-
tigo físico no se consideraba parte [formal-

•407•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

mente] del régimen penitenciario, los guar-


dias recurrían frecuentemente a los golpes
y la tortura para manejar los prisioneros,
llegando incluso a implementar ejecuciones
públicas de aquellos que se consideraban
culpables de infracciones legales y discipli-
narias mientras se encontraban a su cargo.
Eran entonces los guardias y los adminis-
tradores, y no la arquitectura, los agentes
de la moralización. (xv)

Las colonias penales tienen en común


varias características: aquí las selvas tro-
picales, los mosquitos y las fieras, así como
las enfermedades tropicales, hacen parte del
castigo. Todas son islas, pues aunque no es-
tén necesariamente localizadas en terrenos
insulares, están rodeadas por océanos de
selva infestados de fiebres, plagas y fieras,
como lo advierte La vorágine:

Esclavo, no te quejes de las fatigas; preso,


no te duelas de tu prisión; ignoráis la tor-
tura de vagar sueltos en una cárcel como
la selva, cuyas bóvedas verdes tienen por
muros ríos inmensos. ¡No sabéis del su-
plicio de las penumbras, viendo al sol que
ilumina la playa opuesta adonde nunca lo-

•408•
La selva por cárcel

graremos ir! ¡La cadena que os muerde los


tobillos es más piadosa que las sanguijue-
las de estos pantanos; el carcelero que os
atormenta no es tan adusto como estos ár-
boles, que nos vigilan sin hablar! (145-146)

Es interesante anotar que, no gratuita-


mente, a partir de las últimas décadas del
siglo XX , la mayoría de los lugares donde se
situaron estas colonias penales se han con-
vertido en parques y reservas naturales. Esta
transformación nos remite de nuevo al pris-
ma de la noción moderna de la selva y lo sel-
vático, en el que a veces se nos aparece como
infierno y a veces como un verdadero jardín
del edén.
Sin embargo, la imputación siniestra ocul-
ta tras el fascinante horror de sus imágenes
que no es el carácter irracional y amenazan-
te de la naturaleza salvaje el que da origen al
poder carcelario de la jungla. Este apenas lo
naturaliza. Es el poder incuestionado del co-
mercio y de la civilización el que se convierte
en poder de coerción, de abuso y de humilla-
ción. Son las formas más caníbales del capi-
talismo las que convierten las selvas —y por
lo demás, cualquier territorio salvaje— en
espacios infernales.

•409•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

El barracón como sistema


Es en el proceso de anexión al capitalismo y a
los circuitos de la economía moderna cuando
la selva se ve transformada en un “Infierno
verde”, que es como Alberto Rangel, en su fa-
mosa novela de 1932, caracteriza la lucha de
los caboclos contra la selva en la Amazonia.
Es también así que Conrad, en su Corazón de
las tinieblas (1899), nos muestra el infierno
del terror colonial. Y las condiciones de los
barracones del infierno colonial —que Don
Clemente Silva describe en su trasegar por
las caucherías del sur de Colombia en La vo-
rágine— son herederas de los barcos y barra-
cones de esclavos.
Rediker señala que el barco negrero no
fue únicamente el vehículo para “el transpor-
te de diez millones de personas que dejaron
atrás la belleza oscura de su continente ma-
terno para, en vez de dirigirse hacia El Do-
rado, recientemente encontrado al occiden-
te, descender al infierno”8: el barco negrero
funcionó a la vez como sistema de control
carcelario de prisioneros, como mecanismo

8 En palabras de W. E. Du Bois, en 1935, quien caracterizó


el tráfico esclavista como “el más magnífico drama que
haya vivido la humanidad en 10.000 años”. Citado por
Rediker 5.

•410•
La selva por cárcel

de trabajo forzado y como máquina de gue-


rra, al tiempo que produjo raza y diferencia
racial. El barracón cauchero se constituye en
un dispositivo semejante de descenso al in-
fierno, donde, al igual que en el tráfico escla-
vista, los caucheros del Putumayo pusieron
en marcha un sistema de producción de raza
(el salvaje) y de riqueza (el látex) en el que el
desprecio por las vidas indígenas era simple-
mente parte del negocio.
El sistema del barracón cauchero anticipa
las nuevas formas de trabajo esclavizado que
van a estar asociadas, después de la aboli-
ción, con el desarrollo del capitalismo y pre-
figura una forma de trabajo forzado que se va
a generalizar en el mundo contemporáneo y
que retiene a millones de trabajadores ilega-
les y de inmigrantes. Así como en el barracón
cauchero, el nuevo esclavo está sujeto nomi-
nalmente por un sistema de endeude —en el
que debe pagar con su trabajo por tener un
empleo, por las herramientas e incluso por su
vida9 — que lo convierte en un rehén encade-

9 El sistema de endeude se basa en el trabajo que se rea-


liza como pago de una deuda cuyos términos establece
el prestamista, que crece indefinidamente, es heredita-
ria e involucra a toda la familia o grupo social y nunca
se acaba de pagar. Por lo general este tipo de deudas se

•411•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

nado con violencia y terror. Al igual que los


caucheros, los esclavistas del presente sacan
todo lo que pueden del trabajo del esclavo y
luego lo descartan. El poder desechar al es-
clavizado es lo que define la nueva esclavitud:
incrementa la rentabilidad, reduce el tiempo
de esclavización y hace irrelevante el proble-
ma de la propiedad del esclavizado10.
Es este nuevo arreglo de trabajo el que se
perfila en el “sistema” comercial que Case-
ment documenta y denuncia. En su diario de
viaje por la Amazonia, señala que “no había
ni trabajadores, ni industria en el Putuma-
yo, lo que había era simplemente un bosque
salvaje, habitado por indios salvajes, que
eran cazados como animales salvajes y obli-
gados a traer caucho a las malas (by hook or
by crook), y si no lo hacían, los azotaban y los
mataban. Ése era el sistema” (149). Y, preci-
samente, su descripción de este sistema que

adquieren a partir de adelantos en especie de productos


comerciales que no se consiguen en la región, cuyo pre-
cio lo establece de nuevo el prestamista. Estas deudas
son tratadas como títulos de cambio, que se negocian y
transfieren entre diferentes patrones.
10 Para un panorama amplio de las nuevas formas de es-
clavitud y sus mecanismos, ver Bales.

•412•
La selva por cárcel

encarna la Casa Arana permite comprender


el sentido de esta empresa:

Las tribus en estado in-conquistado no le


servían a nadie —no le servían al hombre
blanco— por lo que antes de poder sacar
nada de sus ríos éstos tenían que ser con-
quistados y puestos a trabajar. Para lograr
sacar las exportaciones se requería dinero.
El Gobierno peruano otorga una concesión
de la región conquistada y fomenta de esta
forma su colonización. Ésta es la única ma-
nera de someter la Montaña —la enorme
zona selvática que, entretejida por numero-
sos ríos, se extiende desde los bosques de los
Andes hasta la frontera brasilera—; toda
esta región tiene caucho, pero no mano de
obra, excepto las tribus indígenas, y la úni-
ca manera de comenzar labores es ponién-
dolos a trabajar. (Diario del Amazonas 78)

La lógica que está aquí en juego es la de


un sistema que se considera como “la única
manera de someter la Montaña” 11. Los países

11 Expresiones como “la montaña” o “el monte”, en el sen-


tido de lo montuoso, hacen referencia en la América
tropical a lo que está cubierto por una vegetación espesa
(ver Herrera 51), y en general, a espacios salvajes.

•413•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de la América tropical son países de selvas.


Sin embargo, desde que fueron anexados a
los circuitos del sistema mundial moderno,
se ha considerado que su modernización
—su ascensión por la ruta de la civiliza-
ción— tiene como requisito fundamental el
exterminio de la selva, que como una plaga
o como una enfermedad se entiende como el
foco de todos los males, de la degeneración
y el atraso. Las selvas, como lo imputa el Sa-
bio Caldas, son el factor que “enferma la tie-
rra”, pues allí el aire, cargado de humedad,
“se carga también de las exhalaciones de las
plantas vivas y de las que se corrompen a sus
pies”, produciendo enfermedades e incomo-
didades a quienes allí viven: “fiebres inter-
mitentes, las pútridas y las exaltaciones de
la más vergonzosa de las enfermedades. De
aquí la prodigiosa propagación de insectos,
y de tantos males que afligen a los desgra-
ciados que habitan estos países” (10).
La selva se enfrenta por ello con hacha
y con machete: la lucha en su contra está
casada. A este imperativo hace eco Cova
cuando recuerda a los lectores que: “Un sino
de fracaso y maldición persigue a cuantos
explotan la mina verde. La selva los aniqui-
la, la selva los retiene, la selva los llama para

•414•
La selva por cárcel

tragárselos. Los que escapan, aunque se re-


fugien en las ciudades, llevan ya el maleficio
en cuerpo y alma” (189).
Para progresar se hace necesario pues
penetrar, abatir y domesticar la selva, y por
extensión, los paisajes silvestres tropicales:
las diversas variedades de bosques tropica-
les, los manglares, las ciénagas, los pára-
mos: todos conceptualizados como “monte”
o como “montaña”. Esta es la condición para
ir anexando y explotando nuevos territo-
rios para “abrirlos al comercio”. Y, puesto
que estos territorios nunca han sido real-
mente ni salvajes, ni han estado desiertos,
la piedra angular de este proceso ha sido la
desposesión. Los autores de La hidra de la
revolución nos recuerdan que “dado que los
pueblos del mundo se han aferrado siempre
a la independencia económica implícita en
la posesión de los propios medios de subsis-
tencia, los capitalistas europeos tuvieron
que expropiar por la fuerza sus territorios
ancestrales, con el fin de que su fuerza la-
boral pudiera ser destacada en nuevos pro-
yectos económicos y en nuevos escenarios
geográficos” (Linebaugh y Rediker 17).
En el afán histórico que han tenido los
países de la América equinoccial por extir-

•415•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

par las selvas y “montes” y por erradicar las


formas de vida de sus habitantes históricos,
se ha privilegiado un mecanismo en el que se
delega, a nombre de un gobierno, de un Es-
tado, de una Corona, esta labor de conquis-
ta y civilización en corporaciones privadas,
mediante concesiones. Si bien tuvo un an-
tecedente hispánico —tal vez un poco bur-
do— en las instituciones de la encomienda y
la hacienda, este “sistema” fue consolidado
en Inglaterra en 1600, con la constitución
de la “Honorable Compañía de las Indias
Orientales”, la East India Co. Y, en la llama-
da era Imperial, se materializa en la figura de
concesiones.
El modelo de las concesiones inspirado
en la Compañía de las Indias no es del todo
ajeno a la América hispánica colonial. Llega
aquí con las reformas borbónicas, cuando se
dan numerosas concesiones privadas para
“abrir y pacificar” territorios agrestes pobla-
dos de indios bravos, a cambio de rentables
beneficios comerciales y de explotación de
recursos. El área concedida a la Compañía
Guipuzcoana de Caracas, cuyo territorio en
buena parte prefigura el que abarca hoy la
República de Venezuela, es un buen ejemplo
de ello (Gárate Ojanguren). Desde el primer

•416•
La selva por cárcel

siglo de vida republicana, las élites neogra-


nadinas han buscado implementar este mo-
delo de compañías comerciales, para abrir
“las tierras salvajes al comercio”, como lo
atestigua la historia épica de los “trabaja-
dores de tierra caliente” que narra, en 1899,
Medardo Rivas.
La tristemente célebre Casa Arana, no
por casualidad, es heredera de este modelo
en el que la empresa es el Estado, y en el que
el Estado está al servicio de la empresa (y
no de los ciudadanos; en este caso, los indí-
genas) para “mantener el orden”, amparado
por un estado de sitio, “necesario para abrir
estas tierras a la civilización”. Como lo pone
uno de los capataces de la Casa Arana en la
novela de Rivera:

—¿Y quién creerá que este insignifi-


cante detalle le origina complicaciones
a la empresa? Tiene tantas rémoras este
negocio, exige tal patriotismo y perseve-
rancia, que si el Gobierno nos desatiende
quedarán sin soberanía estos grandes bos-
ques, dentro del propio límite de la patria.
Pues bien: ya su señoría nos hizo el honor
de averiguar en cada cuadrilla cuáles son
las violencias, los azotes, los suplicios a

•417•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que sometemos las peonadas, según decir


de nuestros vecinos, envidiosos y despe-
chados, que buscan mil maneras de impe-
dir que nuestra nación recupere sus terri-
torios y que haya peruanos en estas lindes,
para cuyo intento no faltan nunca ciertos
escritorcillos asalariados. (131)

La selva como espacio de excepción


La experiencia del Putumayo pone en evi-
dencia que este “sistema” de apropiación
y de administración sintetiza las políticas
que han caracterizado históricamente la
intervención metropolitana en las regiones
selváticas (Serje, El revés de la nación), para
las que se moviliza la visión de la selva como
un infierno, que de manera natural, legítima
y tolerable se transforma —en virtud de la
imputación siniestra— en un espacio de ex-
cepción. Allí, como en las colonias penales,
las autoridades y sus agentes, al amparo de
una ley marcial de carácter virtual, ejercen
control total sobre los cuerpos y las vidas de
los “nativos”. Allí, la brutalidad y la violen-
cia de los guardias en las colonias penales, de
los carceleros de secuestrados o de los capa-
taces caucheros están relacionadas con la li-
minaridad de su situación, que reproduce las

•418•
La selva por cárcel

características centrales del poder colonial,


donde, como dictadores militares ampara-
dos por el vacío de un estado de sitio, se ven
inmersos en una situación de suspensión e
incluso de inversión del orden cívico y social,
haciendo eco a lo que la selva misma repre-
senta.
Hannah Arendt, Walter Benjamin y Gior­-
gio Agamben, entre otros, han señalado que
la característica particular del poder sobe-
rano radica no tanto en su capacidad de de-
finir lo legal y de establecer el orden, sino,
y sobre todo, en que puede salirse de esa es-
fera a su conveniencia, definiendo ámbitos
de excepcionalidad, en los que puede ejercer
su poder con relativa —e incluso con total—
impunidad. Giorgio Agamben, quien define
el campo de concentración como un “espa-
cio que se abre cuando el estado de excep-
ción comienza a volverse la regla”, propone
que este, lejos de ser una anomalía del pasa-
do, constituye la “matriz oculta” y el nomos
del espacio político en el que vivimos (106).
Y, puesto que en el campo se materializa el
estado de excepción, y constituye “un es-
pacio donde tanto la vida nuda como la ley
cruzan un portal de opacidad”, lo entiende
como espacio de excepción. Señala que su

•419•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

paradoja constitutiva radica en que aunque


el campo es una área que se ubica por fuera
del orden normal, este no es simplemente un
espacio externo pues “lo que se excluye en el
campo —al estar ubicado por fuera— se in-
cluye a través de su misma exclusión” (109).
Agamben apunta también que:

nos encontramos frente a un campo cada


vez que se crea una estructura de esta na-
turaleza, independiente de los tipos de crí-
menes que allí se cometan y de cualquiera
que sea su denominación topográfica. […]
En todos estos casos, un espacio aparen-
temente inocuo […] de hecho delimita un
área donde el orden se ve suspendido de
facto y donde el hecho de que se cometan
o no atrocidades depende no de la ley, sino
de la deferencia y del sentido ético de la
Policía que actúa temporalmente como
[poder] soberano. (113)

En la visión moderna, las selvas —me-


diante la imputación siniestra— aparecen
“naturalmente” como espacios de excepción
situados “entre el afuera y el adentro, entre la
excepción y la norma, entre lo lícito y lo ilíci-
to, donde los conceptos mismos de sujeto, de

•420•
La selva por cárcel

derecho, de protección jurídica, pierden todo


su sentido” (Agamben 110). Es así que la selva
aparece como prisión, en dos sentidos: como
espacio (al constituir un lugar idóneo de re-
clusión) y como condición (al aprisionar a sus
habitantes en el estado de salvajismo). No solo
se naturaliza allí el poder que despoja a los
seres humanos de todo derecho: indígenas es-
clavizados, prisioneros, secuestrados; se na-
turalizan también las formas más salvajes de
enriquecimiento en las que todo vale (que es
finalmente el objetivo de su apropiación).
La “imputación siniestra” que los transfor-
ma en “territorios salvajes” —en espacios que
tienen que ser domados, penetrados y domes-
ticados—, y que aparece como la condición
de posibilidad y como la justificación moral de
estos espacios de excepción para la explota-
ción de los recursos y de los seres humanos,
esconde de manera eficaz que estas son en
realidad las prácticas y los efectos inherentes
al proyecto histórico de erradicar las selvas y
a sus habitantes, para garantizar la expansión
de la civilización y del comercio (lícito o ilíci-
to; precisamente, allí poco importa).
Finalmente, la “imputación siniestra”
nos oculta también que la selva no es un
fragmento de naturaleza prístina que haya

•421•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sobrevivido de las brumas de la prehistoria.


La etnología y la arqueología han demostra-
do que la naturaleza de las selvas es social:
constituyen hoy los paisajes culturales e his-
tóricos de numerosos grupos locales, tanto
de las tierras bajas como de la zona andina.
Más que por ser supervivientes del pleistoce-
no, las áreas de selva han sido posibles gra-
cias a las formas de uso y de ocupación de un
conjunto de sociedades que pueden ser cate-
gorizadas como “bosquesinas” (Echeverri y
Gasché). Estos grupos de selva, más que con-
servarla, de hecho la producen y reproducen
a partir de sus prácticas productivas cotidia-
nas. Dentro de estas, es importante destacar
la relación que se establece entre el cultivo
y el bosque, en la que estos se entienden, no
como dos realidades opuestas, sino como un
continuo productivo de asociaciones de es-
pecies vegetales y animales en el largo plazo.
Cabe también destacar la forma de aprove-
chamiento de la luz solar perpendicular de
la zona ecuatorial por medio de asociaciones
vegetales que reproducen la estructura del
bosque; el manejo específico de cada uno de
los distintos espacios del bosque, así como

•422•
La selva por cárcel

la caza como una forma de domesticación12.


Los bosques tropicales no son la expresión
de un estadio de desarrollo anterior a la agri-
cultura y la vida urbana, sino el producto
de una evolución tecnológica compleja y de
gran sofisticación que conlleva un patrón
de asentamientos específico y una forma de
organización territorial diferente al siste-
ma de pueblos, villas y ciudades que requirió
el proyecto hispano-católico moderno. La
selva es pues un paisaje social, configurado
por “jardines salvajes y bosques cultivados”
(Rival).
No sobra, por último, mencionar la ironía
implícita en la idea de la selva carcelaria, ya
que es nuestra civilización —sometida a la
lógica disciplinaria del capital— la que nos
aprisiona y nos reduce a todos, como lo seña-
la John Berger, a ser compañeros de cautive-
rio. Y aunque “para los prisioneros, el poder
vislumbrar así sea un frágil destello de natu-
raleza, es un aliento encubierto de esperan-
za” (Berger 5), seguimos insistiendo a toda
costa en obedecer el mandato, acorde con la
fórmula de Moisés (quien ordena a su pueblo
12 La etnología y la arqueología han producido un extenso
corpus que ilustra y explica estas prácticas. Ver como
ejemplo Van der Hammen, Rival, Descola, Correa.

•423•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

quemar los bosques sagrados que albergan


los cultos paganos y deshacerse de los espíri-
tus de la selva), que desde hace ya dos siglos
nos impusiera el “Sabio” Caldas:

¡Que se corten estos árboles enormes! Qué


se despejen estos lugares sombríos para
que los rayos del sol acaben con la hume-
dad excesiva y entonces, como por encan-
to […] las fiebres, los insectos y los males
huyan de estos lugares, y este país inha-
bitable se convierta en uno sereno, sano y
feliz. (152)

•424•
Inseguridad
nacional:
La vorágine
como ficción
de frontera* 13

LESLEY WYLIE

* Este texto fue publicado originalmente como el capítu-


lo quinto de Colombia’s Forgotten Frontier: A Literary
Geography of the Putumayo, de Lesley Wylie (Liverpool:
Liverpool University Press, 2013). Gracias a Chloe John-
son y a la Liverpool University Press por otorgar el per-
miso para reproducirlo en esta antología. La traducción
es de Felipe Botero Quintana.

•425•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Debemos pensar en la parte más grande que es la


binacional […] porque de todas maneras lo único
que nos divide en esta región es el río, que lo colocan
como si fuera el río el que divide. Hay una tesis que ha
hecho carrera allá y es que el río no divide, el río antes
tiene que unirnos, es como el vínculo de unión.
Vocero de las comunidades
indígenas del Putumayo (2004)1

A finales del siglo diecinueve y comienzos del


siglo veinte, el Putumayo provocó una gran
cantidad de escritos, desde los relatos de via-
je de Rafael Reyes y Miguel Triana hasta los
testimonios sobre la fiebre del caucho2. Si bien
los relatos de viaje colombianos pueden vin-
cularse al deseo de inaugurar una tradición
literaria nacional, especialmente una que in-
cluyera las áreas tropicales en los márgenes
de la nación, fue solo a partir de la década de

1 Citado por Jansasoy y Pérez 38.


2 Para una discusión sobre la literatura de viaje en el Putu-
mayo, véase Wylie, “Green Mansions to Green Hell”, pp.
43-56. Rafael Reyes hizo un viaje pionero al Putumayo
en la década de 1870; véase Reyes. Miguel Triana viajó
allí en los primeros años del siglo veinte; véase Triana.
Un ejemplo de testimonios sobre la fiebre del caucho se
puede encontrar en el libro de Walter Hardenburg: The
Putumayo: The Devil’s Paradise.

•426•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

1920 que empezaron a aparecer representa-


ciones literarias que abordan explícitamente
el Putumayo. En la medida que los geógrafos
y exploradores de finales del siglo diecinue-
ve y comienzos del siglo veinte, como Reyes
y Triana, tenían modelos literarios como re-
ferencia al escribir sus relatos, con la publi-
cación de la novela insigne de José Eustasio
Rivera, La vorágine, las cosas parecieron dar
un círculo completo. La vorágine toma lugar
parcialmente en el Putumayo y vuelve sobre
muchas de las preocupaciones cartográficas
de la anterior literatura de viajes sobre la re-
gión, así como también sobre el impulso de
denuncia de los testimonios sobre la fiebre
del caucho. Al describir en detalle el viaje
de su protagonista urbano desde Bogotá al
Amazonas, se alimentó de un fuerte anhelo
geográfico y fue una importante fuente de
información para los lectores de su época
acerca de lo que en la década de 1920 seguía
siendo una región bastante poco conocida.
Dado el enfoque geográfico de La vorági-
ne, no es realmente sorprendente que Rivera,
cuya principal obra literaria aparte de esta
fue Tierra de promisión (una colección de so-
netos telúricos celebrando las montañas, las
llanuras y la selva de Colombia), haya sido

•427•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

elogiado por un crítico por haber contribuido


a la unidad de la nación al escribir sobre re-
giones y paisajes que eran desconocidos para
muchos de sus ciudadanos3. En el momento
de su muerte en 1928, Rivera estaba activa-
mente involucrado en la preparación de la
quinta edición de La vorágine, que incluiría
un mapa para detallar la ruta de su principal
personaje, Arturo Cova, por la frontera co-
lombiana con Venezuela, Brasil y Perú; una
frontera difusa y disputada sobre la que Ri-
vera había obtenido información de primera
mano en una serie de expediciones al Ama-
zonas en las que participó a comienzos de la
década de 1920. Aunque Cova no se adentra
tan al sur hasta el Putumayo (se desvía hacia
Brasil tras pasar por el Vaupés), uno de los
personajes centrales de la novela, Clemente
Silva, sí lo hace, y su viaje de Pasto a Sibun-
doy, Mocoa, y de ahí al Putumayo es relata-
do con gran detalle. Silva traza varias de las
posibles rutas que podría seguir para llegar a
la zona de las caucherías desde Mocoa: tierra
arriba por Caño El Guineo y luego río abajo
hasta llegar al Igará-Paraná; por la trocha
que lleva de Mocoa a Puerto Limón hasta el

3 Ver Pachón-Farías 58.

•428•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

Caquetá y luego navegar hacia abajo, hasta


llegar al principal canal del Amazonas, an-
tes de abrirse paso hasta La Chorrera por el
río Putumayo; o partiendo de Puerto Pizarro
para atravesar la selva hasta el puerto de Flo-
rida en el Cará-Paraná (Rivera, La vorágine
254-255)4. Finalmente él opta por la tercera
ruta, que evita pasar por los célebres rápidos
del Araracuara, y termina trabajando para la
famosa Peruvian Amazon Company (PAC) en
El Encanto, y después continúa por la ribe-
ra del río Cahuinarí antes de ser contratado
como guía por un francés (un personaje que
Rivera seguramente basó en el explorador
francés Eugène Robuchon, que desapareció
en el Putumayo en 1906)5.
A pesar de la inmensa cantidad de infor-
mación geográfica e histórica contenida en
La vorágine, en este capítulo argumentaré

4 Todas las referencias a la obra serán de la edición de


Montserrat Ordóñez, publicada en Ediciones Cátedra en
1998, y se pondrán en paréntesis después de la cita. Es in-
teresante señalar que Rivera había abogado públicamente
por abrir una carretera del Putumayo al Caquetá para po-
der vadear los rápidos del Araracuara; véase Iza 15.
5 Al momento de su desaparición, había muchos rumores
que indicaban que la pac había mandado asesinar a Ro-
buchon. Para mayor información sobre el tema, véase
Goodman 45-48.

•429•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que, lejos de presentar un modelo para la


colonización colombiana de sus territorios
fronterizos, la novela representa al Putuma-
yo como un desafío a las coordenadas espa-
ciales y estéticas del viajero y a los discursos
centralizadores de Colombia como nación.
En cambio, los bosques del Amazonas colom-
biano se muestran, siguiendo la convención
de los anteriores relatos de viaje al Putumayo
y del género amplio de la “novela de selva” al
que pertenece la novela, como infiernos ver-
des de los que el viajero puede no regresar (y,
de hecho, no regresa). En la selva, los prota-
gonistas de la novela se encuentran en peli-
gro de sobrepasar no solo las fronteras de la
nación, sino también el límite entre la cultu-
ra criolla y la cultura indígena. La facilidad
con la que los personajes terminan cautiva-
dos o perdidos en el Putumayo, o con la que
tienden a “volverse nativos” en las comuni-
dades indígenas de la región, está en tensión
con el esfuerzo superficial de la novela por
mapear e integrar el territorio amazónico a
Colombia, por lo que se podría decir que, en
su lugar, reafirma la identidad amazónica del
Putumayo en un momento en el que Colom-
bia estaba intentando difuminar o eliminar
esa identidad al fomentar las líneas de trans-

•430•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

porte e inmigración a la región desde la sa-


bana central.

*
En el momento de su publicación, La vorágine
fue ovacionada como una muestra suprema
de patriotismo6. Para entonces, Rivera no era
solo un poeta colombiano bastante conocido,
sino una figura cada vez más pública por sus
reclamos en torno a la soberanía nacional.
Aunque Rivera había sido políticamente ac-
tivo desde su adolescencia (un joven Rivera
lideró una demostración estudiantil contra
la ratificación que hizo el general Reyes del
tratado que legalizaba la separación de Pana-
má), su preocupación por la porosidad de las
fronteras colombianas parece haber alcanza-
do su cúspide cuando formó parte de una co-
misión de la Oficina de Longitudes de Bogotá
que fue enviada a lidiar una disputa fronteri-
za entre Colombia y Venezuela en 1922. En
su biografía del autor, Eduardo Neale-Silva
cuenta que, durante la expedición, Rivera
rápidamente se sintió frustrado por la fal-
6 Véase Castillo, en Ordóñez ed. 40-43, que observó: “La
vorágine tiene el mérito no pequeño de ser una novela
esencialmente nacional” (43).

•431•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ta de organización y los pocos avances de la


comisión7. El 26 de noviembre de 1922 re-
nunció a su posición y se dirigió al sur por
el Orinoco hasta San Fernando de Atabapo,
donde aguardó en vano a recibir instruccio-
nes del Gobierno colombiano, pasando el
tiempo recolectando información sobre un
sanguinario caudillo local, el coronel Funes,
que luego aparecería en La vorágine. Después
de contraer y recuperarse de malaria, Rivera
partió de San Fernando acompañado de dos
guías locales para explorar uno de los afluen-
tes poco conocidos del Amazonas, el río Iníri-
da, y allí, según la hermana de Rivera, se per-
dería y pasaría cuarenta y dos días vagando
“por aquellas soledades sombrías en donde la
planta humana no había puesto huella” (Neale-
Silva, Horizonte humano 45).
A pesar de esas anécdotas, Rivera siem-
pre negó haberse perdido en su viaje8. Al con-
trario, aseguraba que había amasado varias
notas y mapas durante el recorrido, siguien-
do la tradición de la exploración geográfica
interna que habían inaugurado figuras como
Reyes en el siglo diecinueve. Sea cual sea la

7 Véase Neale-Silva, Horizonte humano 232-260.


8 Véase Neale-Silva, Horizonte humano 247.

•432•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

verdad sobre el tiempo que Rivera pasó en el


Amazonas, es seguro que el viaje no solo le
brindó un amplio material para su futura no-
vela, sino que también le produjo una fuerte
impresión respecto a la urgente necesidad de
consolidar los territorios fronterizos colom-
bianos, en particular el Putumayo. En efecto,
aunque La vorágine documenta atrocidades
que tomaron lugar en el Putumayo durante la
primera década del siglo veinte9, se podría ar-
gumentar que mientras estaba escribiendo la
novela Rivera estaba más preocupado por las
incursiones recientes de Julio César Arana
en la región, en particular por la concesión
de cinco millones de hectáreas de territorio
colombiano para su empresa de caucho en
el tratado Salomón-Lozano de 192210. Tras
realizar una visita al departamento vecino
del Caquetá en enero de 1924, Rivera enta-
bló una discusión pública con el Gobierno

9 La vorágine contiene referencias directas y alusiones a


varias de las figuras históricas de la fiebre del caucho,
incluyendo a Benjamin Saldaña Roca y Julio César Ara-
na. Véase Neale-Silva, “The Factual Bases”. De igual ma-
nera Toá se refiere a varios personajes históricos; véase
Piotrowski 55.
10 Véase Rivera, “La concesión Arana y los asuntos con Ve-
nezuela”.

•433•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

colombiano por su negligencia respecto a las


regiones fronterizas al sur del país. En una fu-
ribunda carta a El Tiempo, el autor afirmaba
que el establecimiento de puestos militares
en puntos estratégicos de los ríos Putumayo y
Caquetá por parte del Gobierno peruano era
“un hecho innegable, sistemático, endémico”
(Rivera, “Las penetraciones peruanas en el
Caquetá” 65). Las propuestas de Rivera para
incrementar el control nacional sobre esas re-
giones en poco se diferenciaban de las de los
viajeros al Putumayo del siglo diecinueve y co-
mienzos del siglo veinte: colonización interna
y construcción de carreteras. Sin embargo,
la experiencia reciente de invasiones perua-
nas al territorio colombiano le añadía algo
de fuerza a la advertencia de Rivera de que se
acercaba un asalto a gran escala. Su previsión
de que “[t]ropas de Iquitos pueden subir hasta
Florencia en menos de dos semanas, navegan-
do el Putumayo, el Caquetá y el Orteguaza, en
lanchas de vapor” invierte irónicamente la vi-
sión de los barcos de vapor, abriendo las puer-
tas de las riquezas del Amazonas a Colombia,
que se desprendía del viaje pionero de Reyes a
esa región en la década de 1870 (Rivera, “Las
penetraciones preuanas en el Caquetá” 63).
En el escrito vaticinador de Rivera, el Putu-

•434•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

mayo no es representado como un umbral al


Amazonas, sino como una grave fisura en la
seguridad fronteriza colombiana.
Cuando Rivera regresó a Bogotá tras su
expedición, había una amplia expectativa de
que pronto publicaría un relato de sus viajes.
Una fuente anónima predijo:

una narración tan interesante como exacta,


colmada de todos los datos sobre geogra-
fía, topografía, ciencias naturales, navega-
ción y […] en fin, una labor de complemento,
ampliación y rectificación de todos los via-
jes que nacionales y extranjeros han escrito
respecto de aquellos dilatados países.11

Sin embargo, el libro que salió a la venta


el 25 de noviembre de 1924 no fue un relato
de viaje patriótico, sino una novela compleja
y sombría que narraba el destino de dos jó-
venes amantes, Cova y Alicia, que se escapa-
ban de Bogotá a las llanuras del Casanare y
terminaban “devorados” por la selva en las
fronteras disputadas de la nación. Al pre-
tender ser el manuscrito que detalla el viaje

11 “J. E. R.”, El Nuevo Tiempo, 18/8/1924, citado en Neale-


Silva, Horizonte humano 262.

•435•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de Cova, la narración en primera persona


empieza como un relato de viaje tradicional,
con la descripción de las aventuras iniciales
de la pareja en los llanos colombianos, des-
cribiendo la comida, flora, fauna y costum-
bres locales. En la primera de sus tres partes,
Cova, el refinado poeta urbano, se muestra a
sí mismo como un explorador indómito que
de manera soberbia hace caso omiso de las
“espeluznantes leyendas” que circulan sobre
los espacios salvajes más allá de la capital
colombiana:

El instinto de la aventura me impelía a de-


safiarlas, seguro de que saldría ileso de las
pampas libérrimas y de que alguna vez, en
desconocidas ciudades, sentiría la nostal-
gia de los pasados peligros. (81)

En este pasaje Cova radica la esencia del


viaje no en el placer que se vislumbra duran-
te el recorrido, sino en la seguridad posterior
que se disfruta al volver a la casa. Pero es jus-
tamente la falta de un regreso seguro en La vo-
rágine (el hecho de que el manuscrito de Cova
sea hallado, pero no él ni sus compañeros)
una de las divergencias más importantes en-
tre La vorágine y la tradición de literatura de

•436•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

aventuras a la que parece suscribirse en pri-


mer lugar. El relato de Cova es escrito en me-
dio de la selva y termina no con el regreso del
protagonista a casa, sino con la escalofrian-
te exclamación: “¡En nombre de Dios!” (384).
La desaparición del protagonista (al que se
presume muerto) al final de la novela no solo
interrumpe la continuidad formal entre La
vorágine y la tradición europea de literatu-
ra de viajes que usualmente sigue la fórmula
de una partida, un recorrido y un regreso a
casa, sino que además es parte fundamental
de la condena de Rivera al Gobierno colom-
biano por su negligencia respecto a la peri-
feria geográfica del país. En La vorágine, el
Putumayo y las fronteras inestables entre
Colombia, Venezuela, Brasil y Perú se mues-
tran como un no-man’s land, una tierra de
nadie, abandonada por el Gobierno central y
por ello no regida por la ley.
Es significativo que, en el fragmento arri-
ba citado, Cova usa la palabra “nostalgia”
para describir sus futuros recuerdos de su es-
tancia en el Casanare. La nostalgia, deriva-
da del vocablo griego nostos, “regreso a casa”,
con frecuencia expresa el anhelo de volver
a la tierra natal o al hogar. La referencia de
Cova a una nostalgia de la llanura tiene, por

•437•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ello, el efecto de descentrar las coordenadas


presupuestas del hogar, una desorientación
que se amplía unas páginas después cuan-
do descubrimos que el citadino Cova no es
en realidad de origen bogotano sino de To-
lima, un departamento al sur de la capital.
El cuestionamiento del sentido del hogar, y
específicamente la pregunta por la pertenen-
cia regional y nacional, es uno de los tópicos
centrales que recorren la novela. La pregun-
ta que con más frecuencia Cova le hace a la
gente con la que se encuentra en su recorrido
es “¿de dónde es usted?”, y rara vez obtiene
una respuesta directa, como sucede en el si-
guiente diálogo:

—Mulata —le dije—, ¿cuál es tu tierra?


—Esta onde me hayo.
—¿Eres colombiana de nacimiento?
—Yo soy únicamente yanera, del lado
de Manare. Dicen que soy craveña, pero
no soy del Cravo; que pauteña, pero no soy
del Pauto. ¡Yo soy de todas estas yanuras!
¡Pa qué más patria, si son tan beyas y tan
dilatáas! […]
—¿Y quién es tu padre? —le pregunté
a Antonio.
—Mi mama sabrá.

•438•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

—¡Hijo, lo importante es que hayás na-


cío! (129)

En su perspicaz lectura de ese pasaje,


Doris Sommer llama la atención sobre la
compleja relación que Rivera está elabo-
rando entre patria y paternidad. Como lo
muestra Sommer, lejos de aceptar el dis-
curso “centralizador y jerárquico” de Cova,
Sebastiana “desecha de antemano las tesis
patrióticas de sus futuros escritos” (Som-
mer 260). El abandono aparente del deber
paternal en la perspectiva de Sebastiana se
halla ciertamente corregido después en la
novela por el viaje de Clemente Silva, que
recorre el Putumayo en busca de su hijo per-
dido y que termina esclavizado y torturado
por la pac para poder repatriar sus huesos.
En ese sentido, Silva se convierte no solo en
el “padre y patriota modelo”, como lo sugie-
re Sommer, sino también en la patria ideal,
que cuida a los ciudadanos que ha perdido
(Sommer 261).
Aunque el modelo de responsabilidad
paternal de Silva es alabado a lo largo de la
novela, en particular por Cova, que en las pá-
ginas finales del libro se encuentra cuidando
de su propio hijo recién nacido, la perspectiva

•439•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de Sebastiana nunca se ve del todo desecha-


da. En su rechazo a la idea de una “patria”,
Sebastiana está haciendo énfasis en una de
las tensiones recurrentes del nacionalismo
colombiano de la época, especialmente en
las fuertes identidades regionales de quienes
viven por fuera de la zona de influencia de la
capital. La atención que Sebastiana les pone
en su respuesta a lugares específicos, en este
caso a los Llanos Orientales, dejando de lado
la cuestión más difusa de la identidad nacio-
nal, es compartida por otros en la novela. A lo
largo de La vorágine nos enteramos del lugar
de nacimiento y de la trayectoria personal de
varios de los personajes: Alicia es de Bogotá,
Silva es de Pasto y Franco del departamento
de Antioquia. Así como se ejemplifica en el
diálogo anteriormente citado entre Cova y
Sebastiana, la novela subraya con frecuen-
cia la importancia de la identidad regional
usualmente mediante el uso de coloquialis-
mos y la reproducción ortográfica del acen-
to local (por ejemplo, reemplazando “bellas”
por “beyas”). De hecho, la proliferación de
palabras de raigambre local o indígena en la
novela llevó a que se incluyera un glosario en
la tercera edición, lo que señala un cambio de
orientación fundamental de la identidad me-

•440•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

tropolitana estandarizada a otra que es lin-


güística y culturalmente heterogénea12.
Mientras que la identidad regional se ex-
presa con confianza en La vorágine, desde el
principio la identidad nacional se muestra
como algo inestable, como cuando un barón
cauchero apodado el “Argentino” termina
revelando ser de Bogotá o cuando Silva no
identifica a Cova, Franco y Correa como
compatriotas colombianos al encontrarlos
por primera vez. Eso es particularmente evi-
dente en las áreas fronterizas en la periferia
de la nación. En la parte dos de la novela,
Silva obedece al imperativo testimonial de
escribir sobre la fiebre del caucho cuando re-
lata lo que presenció en La Chorrera:

Frente a los barandales del corredor dis-


curría borracha una muchedumbre cla-
morosa. Indios de varias tribus, blancos
de Colombia, Venezuela, Perú y Brasil,
negros de las Antillas, vociferaban pidien-
do alcohol, pidiendo mujeres y chucherías.
[…] Del otro lado, junto a las lámparas
humeantes, había grupos nostálgicos, es-

12 Para un abordaje del formato y el contenido de las pri-


meras cinco ediciones de la novela, véase Lozano.

•441•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

cuchando a los cantadores que entonaban


aires de sus tierras: el bambuco, el joropo,
la cumbia-cumbia. (256)

Lejos de presentar al Putumayo como


una región colombiana, la descripción de
Silva remite a una amalgama de identidades
culturales, nacionales y étnicas que la priva
de todo sentido de pertenencia nacional. En
el fragmento arriba, incluso los colombia-
nos nostálgicos se sienten unidos no por su
amor a una sola nación, sino a una tierra, un
espacio que puede ser a la vez mucho menos
y mucho más que un país. Es interesante
que todos los géneros musicales mencio-
nados allí tienen un carácter intensamen-
te regional: el bambuco es de los Andes, la
cumbia-cumbia viene de la costa Caribe y el
joropo es típico de las llanuras colombianas
y venezolanas. La inestabilidad de lo que
significa ser colombiano alcanza su apogeo
cuando Silva se ve obligado a buscar por
largo rato al cónsul colombiano en Iquitos
para denunciar los crímenes de los que fue
testigo en el Putumayo:

—¿El Cónsul de Colombia se encuentra


aquí?

•442•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

—¿Qué Cónsul es ése? —preguntó una


dama.
—El de Colombia.
—¡Ja, ja!
En una esquina vi sobre el balcón el
asta de una bandera. Entré.
—Perdone, señor: ¿el Consulado de la
República de Colombia?
—Este no es. (283)

La búsqueda se prolonga hasta el siguien-


te día, cuando finalmente Silva llega a una
oficina administrada por un oficial sin paga
y poco dispuesto a ayudar, que no es colom-
biano y que ignora los alegatos de Silva, di-
ciéndole que, si quiere ser repatriado, nece-
sitará pagar para que le den un pasaporte.
En las últimas páginas de la novela, Cova
vaticina que Silva encontrará una respuesta
semejante cuando le lleve su carta al cónsul
colombiano en Manaos:

De juro que si bajan hasta Manaos, nues-


tro Cónsul, al leer mi carta, replicará que
su valimiento y jurisdicción no alcanzan a
estas latitudes, o lo que es lo mismo, que
no es colombiano sino para contados sitios
del país. Tal vez, al escuchar la relación

•443•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de don Clemente, extienda sobre la mesa


aquel mapa costoso, aparatoso, mentiro-
so y deficientísimo que trazó la Oficina de
Longitudes de Bogotá, y le responda tras
de prolija indagación: “¡Aquí no figuran
ríos de esos nombres! Quizás pertenezcan
a Venezuela. Diríjase usted a Ciudad Bolí-
var”. (361)

El anterior pasaje les hace eco a varias


de las críticas públicas que Rivera le había
hecho a la seguridad fronteriza colombiana
tras su propio viaje fracasado como comisio-
nado de la Oficina de Longitudes de Bogotá
en 1922. Como Jennifer French ha argumen-
tado persuasivamente, acá y a lo largo de la
novela Rivera “muestra la falta de mapas del
sur de Colombia como símbolo de la negli-
gencia generalizada del Gobierno hacia sus
fronteras” (French 130)13.
Aunque el deseo de documentar los espa-
cios vacíos de Colombia parece ser uno de los
imperativos de La vorágine, el desprecio de
Cova hacia la labor cartográfica de la Ofici-
na de Longitudes de Bogotá nos da un atisbo
13 French elabora un argumento parecido al que estoy su-
giriendo en este capítulo en relación a lo que ella llama
el “impulso topográfico” de La vorágine.

•444•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

del modelo alternativo espacial que Rivera


tenía en mente14. A lo largo de la novela los
mapas se muestran consistentemente inade-
cuados, como se manifiesta explícitamente
cuando Silva se pierde en la selva e intenta
orientarse recordando un plano general de la
región:

veía las líneas sinuosas, que parecían una


red de venas sobre la mancha de un verde
pálido en que resaltaban nombres inolvi-
dables: Teiya, Maríe, Curí-curiarí. ¡Cuán-
ta diferencia entre una región y la carta
que la reduce! ¡Quién le hubiera dicho que
aquel papel, donde apenas cabían sus ma-
nos abiertas, encerraba espacios tan in-
finitos, selvas tan lóbregas, ciénagas tan
letales! (306)

Acá Silva está haciendo explícita la dis-


crepancia entre un espacio y un mapa. En

14 La preocupación por el espacio en La vorágine ya ha sido


observada por varios académicos, incluyendo a Daniel
Meyran, ed., en La représentation de l’espace hispa-
no-américain: ‘Los Pasos Perdidos’ de Alejo Carpentier et
‘La Vorágine’ de José Eustasio Rivera, y a Jennifer French
en Nature, Neo-Colonialism, and Spanish American Re-
gional Writers.

•445•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

vez de abrir los territorios, el mapa parece


“encerrar” y reducir la infinita selva diversa
a un verde uniforme. A lo largo de la novela,
los mapas se muestran como un sinsentido,
pues carecen de la capacidad de represen-
tar la selva tal como se vive al enfrentarse
a ella. Algunas páginas antes, Silva había
descrito cómo el explorador y naturalista
francés al que él está acompañando en su
expedición al Putumayo empleaba una va-
riedad de instrumentos cartográficos para
determinar rumbos que Silva conocía de an-
temano, “por puro instinto” (265). Siguien-
do esa idea, Silva eventualmente logra en-
contrar el camino de salida de la selva no
mediante el mapa, sino observando de cer-
ca la naturaleza a su alrededor. Una maña-
na, Silva atisba una palma de “canaguche”
y se acuerda de la creencia popular de que
esa planta sigue la trayectoria del sol: “La
secreta voz de las cosas le llenó su alma.
¿Sería cierto que esa palmera, encumbra-
da en aquel destierro como un índice hacia
el azul, estaba indicándole la orientación?
Verdad o mentira, él lo oyó decir” (315). El
uso del término “canaguche” es significa-
tivo en tanto es un regionalismo del Putu-
mayo (proveniente del lenguaje siona) para

•446•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

referirse a la palma de moriche15. Esta re-


orientación hacia una comprensión local e
indígena del espacio se ve acentuada tanto
por el antropomorfismo como por la ter-
minología; acá y a lo largo de la novela, la
atribución de características humanas a la
naturaleza subordina la perspectiva racio-
nalista occidental a la cosmovisión animis-
ta de muchos de los pueblos amazónicos16.
A lo largo de La vorágine la importancia
de los conocimientos locales se evidencia de
sobremanera en la figura del “rumbero”, el
que encuentra el camino. Aunque Silva, cuyo
fino sentido de orientación lo hace merece-
dor del apodo El Brújulo y cuyas peregrina-
ciones lo llevan de Pasto a Manaos, pasando
por el Putumayo, el Napo y el Caquetá, es el
“rumbero” más importante de La vorágine,
hay varios otros, incluyendo al Pipa, un blan-
co que ha vivido y trabajado en las zonas
fronterizas del sur de Colombia por más de

15 Véase Wheeler 360.


16 Para una discusión del antropomorfismo en La vorági-
ne, véase el clásico artículo de Bull, ‘Nature and Anthro-
pomorphism in La vorágine’; yo he abordado también el
antropomorfismo de la novela en el libro The Poetics of
Plants in Spanish-American Literature, pp. 138-152.

•447•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

veinte años, como cauchero y como instruc-


tor militar de varias comunidades indígenas.
Pipa parece encarnar no solo la figura de la
transculturalidad en la novela, sino también
las cualidades ideales de un guía de la sel-
va, como él mismo se lo señala a Cova para
urgirlo a que lo contrate: “Seré su lucero en
estos confines, si pone a mi cuidado la expe-
dición: conozco trochas, vaguadas, caminos
y en algunos caños tengo amistades” (199). A
diferencia de la perspectiva aérea brindada
por los mapas, el conocimiento del territorio
de Pipa se ubica a nivel del suelo. Su familia-
ridad con los senderos locales, tanto los na-
turales (las vaguadas) como los hechos por
humanos (las trochas y los caminos), desafía
la noción contemporánea de la selva como un
baldío vacío y en su lugar la muestra como
un espacio en el que se cruzan distintos ca-
minos y comunidades. Es revelador que Pipa
no solo enfatiza su conocimiento del terreno,
sino también sus contactos con las comuni-
dades locales. Es ese vínculo con el conoci-
miento local lo que le permite al grupo en-
contrar un atajo de camino a su destino final
en Guainía, cuando un cacique de Ucuné les
aconseja “cruzar la estepa que va del Vicha-
da al caño del Vúa, descender a las vegas del

•448•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

Guaviare, subir por el Inírida hasta el Papu-


nagua, atravesar un istmo selvoso en busca
del Isana bramador, y pedirles a sus corrien-
tes que nos arrojaran al Guainía” (223). Esa
era una ruta que Rivera claramente conocía
muy bien, quizás por sus exploraciones de
1922. Aunque al grupo de Cova le toma dos
meses recorrer ese trayecto curvado, termi-
nan por alcanzar a los hombres a los que es-
tán persiguiendo, que se habían decantado
por una ruta más fácil pero más larga a lo
largo de los ríos Orinoco y Casiquiare.
La muerte del Pipa y de los guías indíge-
nas en la parte tres de la novela, combinada
con la partida de Silva hacia Manaos, deja a
Cova y a su grupo desprovistos de conoci-
miento local. Así pues, la desaparición del
grupo al final de la novela no es sorpresa para
el lector atento que ha aprendido a descon-
fiar de los mapas. Cova se interna aún más
en la selva en la orilla derecha del río Negro,
en Brasil, para huirle a una banda de colom-
bianos leprosos, dejando tras sí la siguiente
misiva para Silva:

Aquí, desplegado en la barbacoa, le dejo


este libro, para que en él se entere de nues-
tra ruta por medio del croquis, imagina-

•449•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

do, que dibujé […] Nos situaremos a media


hora de esta barraca, buscando la direc-
ción del caño Marié, por la trocha antigua.
(383-384)

Aunque sabiamente Cova sigue una “tro-


cha antigua”, falla al no tomar en cuenta no
solo la ya comprobada poca confiabilidad de
los mapas, sino la advertencia contenida en
el relato de Silva de cómo se había perdido
en esa misma zona unos años antes17. La fatí-
dica desorientación de Cova al final de la no-
vela sirve como un recordatorio apremiante
de una pérdida aún más trascendental en el
corazón del libro: los territorios decrecien-
tes de Colombia en la frontera y, con ellos,
no solo preciosos recursos naturales sino
también ciudadanos colombianos. En uno
de los pasajes más explícitamente políticos de
la novela, el trabajador cauchero Balbino Já-
come conecta esa pérdida de lo propio con la
pérdida del territorio nacional. Al relatar cómo
las tropas colombianas que habían sido envia-

17 El uso del adjetivo “antiguo” es ambiguo acá. En la me-


dida que “antiguo” podría referirse tanto al camino
anterior como al anciano camino, podría considerarse
como una evidencia de la historia suprimida de las co-
munidades amazónicas antes de la fiebre del caucho.

•450•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

das al Putumayo para proteger a los colonos del


país habían terminado esclavizadas por la PAC,
agrega desesperadamente: “¡Paisanito, pai-
sanito, estamos perdidos! ¡Y el Putumayo y el
Caquetá se pierden también!” (277)18. Ese pro-
nóstico sombrío resuena también en la Toá de
César Uribe Piedrahíta de unos años después,
cuando un colono colombiano expresa su pers-
pectiva sobre la frontera amazónica del país
así: “Aquí estamos perdidos por falta de armas,
por falta de gobiernos en Colombia, por falta
de hombres, por falta de… ¡qué carajos voy a
saber!” (Uribe Piedrahíta 117).
Así como el énfasis en la identidad regio-
nal y en los conocimientos locales a lo largo
de La vorágine está en conflicto con las ideo-
logías de colonización interna que Rivera
suscribe públicamente, así también lo hace
la proliferación de imágenes infernales en la
novela, que presentan el viaje del protagonis-
ta no como una misión patriótica, sino como
un descenso al “vórtice de la nada” (195)19.

18 French también ha llamado la atención sobre esta temá-


tica de “perderse” en la novela (Nature, Neo-Colonialism
and Spanish American Regional Writers 131).
19 Para una discusión en torno a la temática del viaje hacia
el infierno en la ficción colombiana del siglo veinte, in-
cluyendo a La vorágine, véase Martínez, pp. 199-216.

•451•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Mucha de la crítica que se ha escrito sobre la


novela rastrea esas imágenes infernales a su
raíz en la tradición épica europea20. El viaje
del protagonista acompañado de guías loca-
les como Silva y Fidel Franco, el escenario to-
pográfico de la selva, la imagen del remolino
y la vorágine y las numerosas referencias al
infierno y al purgatorio son solo unas de las
varias maneras en que La vorágine recuerda
narrativas de descenso a los infiernos como la
Odisea, la Eneida y el Inferno de Dante. Esas
referencias literarias se hacen incluso más
explícitas cuando, por ejemplo, Cova utiliza
el término “odisea” (345) para caracterizar
su viaje por la selva, así como al describir el
río Yurubaxí infestado de pirañas como bur-
bujeando “en hervir dantesco” (382). Sin em-
bargo, hay importantes diferencias entre la
tradición europea de narrativas de descenso
a los infiernos y el viaje de Cova: mientras
que en la tradición clásica el trayecto al in-
framundo evidencia la resiliencia del héroe
al sobreponerse a una serie de pruebas antes
de volver a casa fortalecido, en La vorágine
hay una especie de katabasis interrumpida,
20 Varios estudios han examinado el uso de la mitología en
La vorágine. Véanse, en particular, Menton y Morales,
en Ordóñez ed., pp. 149-167.

•452•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

por lo cual Cova termina abandonado en “el


limbo de los desiertos” (321), en último tér-
mino derrotado por la naturaleza que había
pretendido conquistar.
Que Cova fracase en su intento de re-
gresar a casa al final de La vorágine no solo
marca el desvío de la novela respecto a las
convenciones del género de la literatura de
viajes, también señala los límites de las as-
piraciones coloniales de Colombia en las sel-
vas al sur del país. En su exploración de las
narrativas de descenso a los infiernos poste-
riores a la Segunda Guerra Mundial, Rachel
Falconer ha observado la tendencia que tie-
nen los escritores a situar el inframundo en
un “vasto rango de regiones contemporáneas
de la actualidad, de Suramérica a África,
India, Corea y China”, todas ellas represen-
tantes del “inconsciente subcontinental del
Occidente” (Falconer 199). Aunque el recurso
de Rivera al topos de un viaje infernal parece
reiterar un gesto imperial respecto al Putu-
mayo, el fracaso del protagonista en cumplir
con su cometido presenta a la región como
irremediablemente perdida para la nación.
Lejos de hacerle eco a su llamado público a
colonizar y consolidar la frontera amazónica
como territorio colombiano, la novela de Ri-

•453•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

vera, ya sea intencionadamente o no, no solo


muestra las selvas de la nación como espa-
cios salvajes y aterradores, sino abiertamen-
te denuncia el rol del colono, el hombre civili-
zado, como “el paladín de la destrucción. […]
los caucheros que hay en Colombia destruyen
anualmente millones de árboles. […] De esta
suerte ejercen el fraude contra las generacio-
nes del porvenir” (297-298)21. Aunque Cova
no llega al punto de condenar a los colombia-
nos por ello (la nacionalidad de los caucheros
siempre es apropiadamente difusa), ese inci-
piente ambientalismo es incompatible con el
viejo adagio que se decía respecto a la colo-
nización del Amazonas: “Tierra sin hombres
para hombres sin tierra”.
La vorágine termina con el fracaso del
expansionismo colombiano en el Putumayo.
En las fragmentadas últimas páginas de la
novela de Rivera, Cova declara su intención
de escapar de “las selvas inhumanas” (382)
con el hijo prematuro de él y de Alicia: “¡Me
lo llevaré en una canoa por estos ríos, en pos

21 La contradicción entre la perspectiva expresada en la


novela y el respaldo público de Rivera al proyecto co-
lombiano de colonizar sus territorios fronterizos ya ha
sido señalada por Sommer en Foundational Fictions,
que se la atribuye al carácter “poroso” del texto.

•454•
Inseguridad nacional: La vorágine como ficción de frontera

de mi tierra, lejos del dolor y la esclavitud,


como el cauchero del Putumayo…!” (382).
La explícita identificación de “mi tierra” de
Cova como algo fuera de donde está, ajeno a
la frontera sur de Colombia, marca el límite
del mito fronterizo del Putumayo como la
tierra prometida. De tal manera, elevándose
estrechamente por encima de las represen-
taciones patrióticas de la franja amazónica
colombiana, La vorágine se erige como una
novela de y sobre las fronteras; una ficción
de frontera que vuelve sobre un periodo de
tremendo conflicto intercultural entre Co-
lombia y Perú en una narrativa que constan-
temente desestabiliza las convenciones geo-
gráficas y literarias de la tradición europea
y que busca en su lugar una nueva forma de
representar al Putumayo valiéndose de cono-
cimientos indígenas y locales.

•455•
La vorágine
desde el género
(o de cómo
el feminismo
ha explorado
las grietas del
manuscrito de
Arturo Cova)* 22

MARÍA HELENA RUEDA


* Este artículo hace parte del libro La vorágine: centenario
de un clásico latinoamericano. Agradecemos a los edito-
res Jennifer French y Felipe Martínez-Pinzón, por per-
mitirnos incluirlo en el libro.

•456•
La vorágine desde el género

Leer La vorágine (1924) de José Eustasio Ri-


vera hoy es hacerlo desde el eco de las múlti-
ples lecturas que se han hecho a lo largo del
tiempo. El centenario de su publicación nos
llega acompañado por una afortunada reno-
vación de la atención crítica hacia la novela,
impulsada por circunstancias urgentes de
estas primeras décadas del siglo XXI, como la
crisis climática, la creciente conciencia sobre
el daño causado por el modelo extractivista
en América Latina, y el llamado a descoloni-
zar los paradigmas de raza sobre los cuales
está escrita la historia del continente1. Estas
interpretaciones expanden los sentidos de
la novela, más allá de las categorías (“novela
social”, “telúrica”, “terrígena”, “alegórica”,
“regionalista”) que durante años se utiliza-
ron para clasificarla en el archivo de la lite-
ratura latinoamericana. Quisiera trazar el
origen de esa mirada expansiva a las lecturas
feministas que comenzaron hacia la década
de los ochenta, sospechando de Arturo Cova
y de los otros narradores de La vorágine, le-
yendo la novela entre líneas y a contraluz,

1 Entre los autores que hacen una lectura de La vorágine


informada por estas ideas, relacionadas con la ecocríti-
ca, están Bula y Bermúdez, DeVries, French, Hachen-
berger, Hoyos, Martínez Pinzón y Mutis.

•457•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

desde sus grietas y sus silencios. Dichas lec-


turas ofrecieron claves para entender el rela-
to de Cova como expresión (y problematiza-
ción) de la violencia implícita en el proyecto
modernizador, basado en la exaltación de
una masculinidad dominadora, racializada y
destructiva.
A mediados del siglo XX , las lecturas de
La vorágine parecían agotadas. El entusias-
mo que produjo su publicación trajo consi-
go una profusión de reseñas, traducciones y
comentarios críticos (positivos y negativos)
hasta comienzos de la década de los cuaren-
ta. Después de ese interés inicial, la novela
de Rivera parecía destinada a dormir en los
archivos de un canon en el que había sido
estudiada y tipificada principalmente por
su pertenencia (o no) a ciertas tendencias y
estilos literarios predefinidos2. En las déca-
das de los sesenta y setenta, los autores del
llamado boom latinoamericano, mientras
promovían sus propias propuestas estéticas,

2 No me extenderé aquí sobre la extensa historia de lec-


turas de La vorágine, que fue cuidadosamente revisada
y analizada en su momento por Ordóñez (“La voz rota”,
Introducción a La vorágine: Textos críticos). Para un es-
tudio más reciente de las principales tendencias inter-
pretativas, véase Bernucci.

•458•
La vorágine desde el género

contribuyeron a difundir una caracteri-


zación de La vorágine como ejemplo de un
tipo de literatura que debía caer en el olvi-
do3. En ese panorama, se publica en 1987 el
volumen La vorágine: Textos críticos, com-
pilado por Montserrat Ordóñez, que abrió
nuevas posibilidades de lectura al reunir
un amplio registro histórico de miradas so-
bre La vorágine, desde aquellas marcadas
por la fascinación y las polémicas iniciales,
hasta otras que proponían líneas de acerca-
miento innovadoras, orientadas en parte por
las estrategias de desestabilización de los
textos canónicos que desarrollaba la críti-
ca literaria feminista de esa época4. En este

3 Los comentarios negativos sobre La vorágine por parte


de autores como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y
Gabriel García Márquez son bien conocidos. Este últi-
mo la describió como “esa cosa que se llama La vorági-
ne”. Para un análisis de esa frase y sus motivos, véase el
texto de Jacques Gilard.
4 En estas lecturas feministas de La vorágine se perci-
ben trazos del feminismo posestructuralista de las
décadas de los setenta y ochenta. El diálogo princi-
pal que establecen estas autoras (en especial Molloy y
Ordóñez) es, sin embargo, con la tradición de crítica
literaria latinoamericana dentro de la cual La vorági-
ne había sido estudiada desde categorías como novela
“regionalista”, “telúrica”, “social”, “de la selva” o “de
la tierra”, mientras se debatían modos de entender al

•459•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

último grupo estaban los estudios de auto-


ras como Sharon Magnarelli, Sylvia Molloy,
Doris Sommer y, principalmente, la propia
Montserrat Ordóñez, quien además de ese
volumen publicó varios textos sobre La vorá-
gine, entre ellos la introducción a su impor-
tante edición crítica de la novela, publicada
por Cátedra en 1990 y varias veces reeditada
desde entonces5.
La vorágine parece sugerir una lectura
con perspectiva de género desde el inicio. El
relato de Arturo Cova, que constituye el cuer-
po de la novela, introduce al narrador-prota-
gonista con la conocida frase: “Antes que me
hubiera apasionado por mujer alguna, jugué
mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia”
(Rivera 79). Los lectores son así invitados a
recorrer el texto guiados por un persona-
je-narrador que se autodefine de entrada por

narrador-protagonista como héroe (o antihéroe) del


relato. Esa tradición crítica anterior estaba muy liga-
da al proyecto de establecer un canon y una tipifica-
ción de la literatura latinoamericana.
5 Para un análisis de los escritos de Ordóñez sobre La
vorágine en el contexto más amplio del pensamiento de
esta autora, cuya obra fue fundamental para la crítica
literaria colombiana de finales del siglo xx, véase Ra-
mírez.

•460•
La vorágine desde el género

su relación con las mujeres, declarando dicha


relación precedida y signada por la Violen-
cia (con mayúscula). Como para confirmar el
sentido de esa declaración, Cova se describe
enseguida como un “dominador cuyos labios
no conocieron la súplica” (79). Esta autoca-
racterización ofrece una visión de la mascu-
linidad como una forma de dominación que
Cova perseguirá en toda la novela. El prota-
gonista de La vorágine describe siempre en sí
mismo un afán altamente performativo por
imponerse frente a todo aquello que le impi-
da actuar como dominador: las mujeres, los
indígenas, la selva. Estos sujetos de su “vio-
lencia” aparecen dotados de una autonomía
que Cova registra en su relato, porque ame-
nazan su masculinidad y, a la vez, con ello le
permiten afirmarla6. La forma como el na-
rrador-protagonista despliega a esos sujetos
autónomos, siempre escapando de su control,
pero a la vez perceptibles solo a través de su
voz, es uno de los aspectos más fascinantes y
complejos de la novela.
No es gratuito que durante años La vorá-
gine fuera leída como una obra sobre la lucha
6 Para un estudio desde el psicoanálisis sobre la forma en
que Cova define su masculinidad a partir de una afir-
mación de lo femenino como amenaza, véase Stein.

•461•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

entre el hombre y la naturaleza. Guiada por el


guiño engañoso con el que comienza el relato,
esa línea de lectura veía en Cova al “domina-
dor” que se enfrentaba a una naturaleza ame-
nazante. En dicha interpretación, la “lucha”
era definida por una antinomia que situaba
en un extremo a Cova y sus compañeros (to-
dos ellos hombres, blancos o mestizos) y en
el opuesto a la “naturaleza”. Dentro de esa
lectura oposicional, la “naturaleza” se refiere
al ámbito de lo no humano, pero vinculándo-
lo a todo aquello que el hombre “civilizado”
define como sus “otros”, incluyendo a las mu-
jeres y los indígenas7. Dicha mirada antinó-

7 Durante buena parte del siglo xx, muchas interpretacio-


nes de La vorágine giraban en torno a la idea de una lucha
entre el “hombre” y la “naturaleza”. En un revelador tex-
to de 1950, por ejemplo, el académico colombiano Jaime
Ibáñez (“Los héroes”) señala sobre La vorágine que la no-
vela está definida por el “binomio hombre-tierra” (55) y
por el afán del novelista de dominar “lo otro”, es decir,
el objeto fuera de la conciencia” (56). En esa categoría de
“lo otro” incluye Ibáñez a “los seres y los elementos ajenos
al hombre” (60), pero también a Alicia, quien en su opi-
nión empuja a Cova a un “país cuajado de misterio” (56).
Como otros críticos que siguen esta línea de análisis, Ibá-
ñez acierta al notar el entrecruzamiento en La vorágine
de esos opuestos que él mismo define. Pero su lectura está
fundamentalmente marcada por una visión antinómica
que lo lleva a preguntarse si La vorágine es “una novela
bárbara” (62), porque en ella se enfrenta la “pasión” con-
tra la “razón”, y la primera parece salir vencedora.

•462•
La vorágine desde el género

mica fue desestabilizada por lecturas que


dirigieron nuestra atención a aquello que
llamaré las “grietas” de la voz narrativa en
La vorágine. Adopto este término de la lec-
tura de Ordóñez, quien se refiere a Cova
como una “voz rota”, es decir como un na-
rrador cuya versión de los hechos es siempre
“parcial y filtrada” (Introducción 21)8. Las
otras autoras que he mencionado maneja-
ron conceptos paralelos. Magnarelli descri-
be a Cova como un narrador caracterizado
por la “falta de confiabilidad” (341) y como
alguien que proyecta su caos interior, visi-
ble en episodios de irritabilidad o demencia,
hacia las mujeres y la naturaleza9. Molloy,
por su parte, propone leer el texto en sus

8 Ordóñez destaca la complejidad estructural de la novela


como un recurso que posibilita una multitud de inter-
pretaciones, incluidas aquellas que sospechan del na-
rrador. La vorágine es presentada como un manuscrito
ajeno que el autor ha “arreglado para la publicidad” (75)
y que, además, incluye varios relatos insertados, ofre-
ciendo múltiples posibilidades de distanciamiento.
9 Para Magnarelli, la antinomia hombre versus naturale-
za —que ella identifica en La vorágine y en otras novelas
regionalistas, como Doña Bárbara (1929) de Rómulo
Gallegos— es una recreación de la oposición entre ci-
vilización y barbarie acuñada en el Facundo (1845), de
Domingo F. Sarmiento, que marcó profundamente el
pensamiento sobre la realidad latinoamericana.

•463•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

“fallas” y “quiebras” (491), y llama la aten-


ción sobre un “contagio narrativo” (489) en
el que las voces se insertan unas en otras y
se contaminan entre sí, diluyéndose no solo
la distancia entre el autor y los narradores,
sino también entre ellos y una naturaleza
que en el relato adquiere rasgos y voces hu-
manas. Sommer describe La vorágine como
un “texto poroso” (468) que “transgrede
continuamente las normas relativas al gé-
nero” (467), hasta que nos sentimos tan ex-
traviados como el protagonista.
La invitación de estas críticas a concen-
trarse en las “grietas” del relato implicaba
investigar aquellos momentos en los que se
hace posible, en palabras de Ordóñez, “la
percepción de un espacio que rebasa el tex-
to” (“La voz rota” 442). Cuestionaban con
ello la división antinómica entre el texto
(creado por un autor) y los cuerpos materia-
les (humanos y no humanos) a los que este
alude. La “inestabilidad” (Magnarelli), las
“grietas” (Ordóñez), las “fallas” (Molloy) y
las “porosidades” (Sommer) de La vorágine
permiten referirse a asuntos que están más
allá del relato. Rivera incluyó de hecho va-
rios puntos de fuga, para que los lectores
conectaran el texto con el mundo exterior

•464•
La vorágine desde el género

a este: desde la carta inicial firmada por el


autor, hasta el cable del cónsul que conclu-
ye la novela con un inquietante “¡Los devoró
la selva!” (385) y lleva a preguntarse por la
suerte de las personas cuyas historias aca-
bamos de leer, pasando por las supuestas
fotografías de Cova (en realidad Rivera) y
de dos caucheros que fueron incluidas en las
primeras cuatro ediciones de La vorágine10 .
Las lecturas que se fijaban en las “grietas”
del relato seguían rutas trazadas por es-
tas y muchas otras líneas de apertura en la
novela.
Esas interpretaciones de La vorágine im-
pulsaron también miradas que van más allá
de lo expresado por su autor en otros textos.
Como muchos intelectuales de su época, Ri-
vera condenaba los abusos cometidos en las
caucherías del Amazonas desde una posición
nacionalista. En documentos no literarios,
Rivera habla de los árboles y los trabajadores
caucheros como ligados a un territorio nacio-
nal y, en cuanto tales, como recursos y perso-
nas que deben ser protegidos por el Gobierno

10 Para un análisis de esas fotografías, su efecto y su refe-


rencialidad, véase Bernucci 200-203.

•465•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de ese territorio11. Hilda Pachón-Farías, com-


piladora y estudiosa de esos textos, señala
acertadamente que en dichos documentos
Rivera proyectaba su concepción ética del
mundo desde un patriotismo, característico
de su momento histórico, vinculado a la de-
fensa de los proyectos modernizadores de
las naciones latinoamericanas. En boca de
los narradores de La vorágine (que incluyen
a Clemente Silva, Helí Mesa y Ramiro Esté-
vanez, además de Cova), ese patriotismo se
muestra lleno de grietas. Las interpretacio-
nes feministas de La vorágine se fijaron en
aquello que se cuela por esas grietas del pro-
yecto nacionalista, el que se revela montado
sobre paradigmas codificados desde el géne-
ro, la racialización y el antropocentrismo.
Al hacer referencia a cómo Cova presenta
su patriotismo en la novela, Doris Sommer
llama la atención sobre un fragmento de La
vorágine en el que el narrador, cuando con-

11 El patriotismo de Rivera estaría también agrietado


mientras escribía La vorágine. Sus llamados al Gobier-
no colombiano fueron mayormente desatendidos y le
valieron críticas de otros políticos locales de su tiempo,
a quienes Rivera respondió con agitadas cartas públi-
cas. Al respecto ver los estudios de Pachón-Farías y
Neale-Silva.

•466•
La vorágine desde el género

versa con la mulata Sebastiana, busca esta-


blecer una mirada nacionalista y patriarcal,
y a la vez deja percibir las fallas de esa visión.
Cova le pregunta a la mulata si es colombia-
na y ella responde identificándose solo como
llanera y desdeñando la necesidad de estar
afiliada a una patria. El narrador se dirige
entonces a Antonio, el hijo de la mulata, y
le pregunta quién es su padre. Él responde:
“Mi mamá sabrá”, a lo que la mulata contes-
ta: “Hijo, ¡lo importante es que hayas nacío!”
(129). Sommer comenta que Cova, hombre
blanco y letrado, vincula aquí metonímica-
mente la idea de la patria con la del padre,
como lo hacía gran parte del discurso hispa-
noamericano de su tiempo. A la vez, Sommer
destaca que la mulata resiste explícitamente
esa figuración patriarcal, sin que Cova la re-
fute o busque persuadirla para que la acep-
te. Esa interacción ejemplifica una dinámica
presente en toda la novela12. Rivera crea en

12 La respuesta de la mulata puede ser indicativa de acti-


tudes que Rivera encontró durante sus viajes a las zonas
fronterizas de Colombia, desatendidas por el Gobierno
central. Un conocido fragmento del informe de Rivera
sobre su trabajo en la Comisión de Límites con Vene-
zuela muestra sin embargo que su actitud en el terreno
fue distinta a la de Cova en la novela. Rivera reporta que,
en sus encuentros con indígenas en territorio colombia-

•467•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

La vorágine un narrador-protagonista con-


tradictorio y performativo, que conduce el
relato pero a la vez lo deja en libertad para
que dentro de él se exprese con autonomía
todo aquello que se sale de su control: las mu-
jeres, los indígenas, el mundo natural.
Podemos leer La vorágine como un espa-
cio en el que Rivera se tomó libertades que
no podía adoptar en sus escritos no litera-
rios, para explorar las fallas de ese proyecto
modernizador nacionalista en el que partici-
paba desde una posición privilegiada, como
hombre blanco y letrado, como funcionario
del Gobierno y también como escritor. Rive-
ra declaró en una ocasión que prefería esta
última designación. Cuando en una entrevis-
ta le preguntaron cuál le interesaba más, la
política o la literatura, respondió: “La litera-
tura, sin duda alguna. De la política no he sa-
cado sino el conocimiento de los hombres, de
sus miserias, que me suministrará elemen-
tos para mi obra literaria” (“Una hora” 25).
Esta respuesta complejiza aquello que se ha
entendido como el proyecto “político” de La
vorágine, eso que Eduardo Neale-Silva deno-
no, la comisión buscaba “transmitirles algunas nociones
sobre su nacionalidad” (Pachón-Farías, José Eustasio Ri-
vera 44).

•468•
La vorágine desde el género

minara el “Yo acuso”, con respecto al interés


de Rivera por imputar a los responsables de
las atrocidades cometidas en las caucherías.
Rivera mismo dejó en claro que con La vorá-
gine buscaba denunciar los abusos cometidos
en la extracción del caucho y defendió ese
propósito de su novela. Pero también es cier-
to que en ella no estaba revelando nada que
no fuera ya bastante conocido por el público
lector de su época13. Vale la pena ir más allá
del efecto que el autor habría querido tener
sobre una situación que requería acción “po-
lítica” en su momento específico. Con un giro
feminista, podríamos proponer que en la cita
de arriba, cuando Rivera habla del “conoci-

13 En una reseña de la novela publicada en 1924, año de


la primera edición, Eduardo Castillo escribió: “Los ora-
dores de plaza pública y los periodistas patrioteros han
metido tanto ruido en torno a los desafueros y tropelías
que se cometen en el misterio y la penumbra cómplice
de la selva amazónica, que las gentes anhelan saber la
verdad en esta escabrosa cuestión. Rivera nos la dice”
(Ordóñez, Textos críticos 41). Más que el comentario de
Castillo sobre La vorágine, interesa aquí su alusión al
hecho de que la situación de los caucheros era ya bien
conocida entre el público lector de su tiempo, y a los
ánimos nacionalistas que despertaba el tema. Para un
análisis de las investigaciones sobre los horrores de la
explotación cauchera y sobre la difusión de estas, véase
French.

•469•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

miento de los hombres”, alude literalmente


a rasgos que definen a los “hombres” en la
práctica política en general, es decir, en rela-
ción con las formas en las que se negocia, se
distribuye, se sostiene y se resiste el poder en
una sociedad14.
La voz narrativa de La vorágine es clara-
mente la de un hombre en conflicto con su
propia masculinidad. Procedente de la ciu-
dad, donde su posición de poeta le otorga-
ría cierta autoridad, Cova debe redefinir su
privilegio en las zonas rurales a las que lo ha
empujado su aventura con Alicia y donde la
masculinidad se determina principalmente
en contacto con el mundo natural. Instala-
do en la hacienda llanera La Maporita, Cova
se queja de que lo excluyan de las tareas del
campo, viéndolo como un acto que pone en
duda su hombría: “¿Por qué no me llevaban
a las faenas? ¿Imaginarían que era menos
hombre que ellos?” (132). En respuesta, Cova
opta por afirmarse seduciendo a las mujeres
que encuentra en la hacienda (Griselda y Cla-
rita), dando paso con ello a la serie de eventos
que culminará con la partida de Griselda y

14 Agradezco a Fred Schaffer por esta sucinta definición de


lo que se entiende por “política” en términos generales.

•470•
La vorágine desde el género

Alicia hacia las caucherías. Este acto de au-


tonomía por parte de las mujeres es conside-
rado por sus hombres como una afrenta tan
grave que Fidel Franco (pareja de Griselda y
dueño de La Maporita) reacciona prendién-
dole fuego a su hacienda. Con su caracte-
rístico dramatismo, Cova le propone que se
lancen a las llamas, pero Franco —con fre-
cuencia caracterizado por el narrador como
modelo de una masculinidad que para él es
un reto— le indica a Cova cuál es el camino
a seguir: “Era preciso perseguir a las fugiti-
vas hasta vengar la ofensa increíble” (186).
Así se lanzan los dos a la selva, no porque
estén enamorados de sus mujeres (declaran
no estarlo), sino para vengarse de otro hom-
bre, Barrera, el enganchador de caucheros, a
quien culpan de haberlas seducido y raptado.
La destructividad que produce el reto a
la masculinidad se evidencia en el incendio
de La Maporita al final de la primera parte.
Pero las mayores pruebas de ese tipo de de-
vastación se encontrarán luego, en la selva,
donde el daño causado por la extracción del
caucho lleva a Cova a emitir una de las más
citadas sentencias de La vorágine: “Es el
hombre civilizado el paladín de la destruc-
ción” (297). Esa declaración resulta cuando

•471•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

menos paradójica en voz de Cova, quien a lo


largo del texto se ha querido mostrar él mis-
mo como un “hombre civilizado”. La frase
que sigue complejiza esa sentencia: “Hay un
valor magnífico en la epopeya de estos pira-
tas que esclavizan a sus peones, explotan al
indio y se debaten contra la selva” (297). Los
empresarios caucheros son caracterizados
usando términos asociados con las acciones
de los héroes (ámbito “masculino” por exce-
lencia), como “paladín” y “epopeya”. La des-
trucción que producen sus actos “heroicos”
es descrita enseguida: “Teniendo a la selva
por enemigo, no saben a quién combatir y se
arremeten unos a otros y se matan y se sojuz-
gan en los intervalos de su denuedo contra
el bosque” (298). Esa percepción de la selva
como el “enemigo” precede entonces a la des-
trucción de la naturaleza y de los hombres
entre sí, de la misma manera en que la visión
de la partida de Alicia y Griselda como una
“ofensa” provocó el incendio de La Maporita.
Sin embargo, la designación de responsabili-
dades es compleja, porque aunque suscitada
por “la selva” o “las mujeres”, la destrucción
es ejecutada principalmente por el “hom-
bre civilizado”. Cova incluso reconoce en sí
mismo ese sello de destrucción a lo largo del

•472•
La vorágine desde el género

texto, mostrándose irritable y declarando en


uno de sus delirios: “¡Pero yo era la muerte y
estaba en marcha!” (222). Rivera nos sitúa
como lectores en la paradójica posición de
conocer el daño desde la posición misma (la
mirada de Cova) desde la que se produce ese
daño.
En las grietas de ese laberinto de contra-
dicciones y delirios que es el relato de Cova
se encuentra la clave de acceso propuesta por
las lecturas feministas que he venido comen-
tando. Por esa vía se descubre la importancia
de los personajes femeninos de La vorágine,
como la niña Griselda, la madona Zoraida
Ayram o incluso la propia Alicia15. La lectura
de Ordóñez ayuda a entender a esas mujeres
en su complejidad y autonomía, aun en con-
tra de las descripciones que de ellas hace el
relato de Cova, quien pasa de la idealización
al desprecio. Quizás la más compleja de estas
mujeres es la madona Zoraida Ayram, em-
presaria cauchera que desempeña un papel

15 En la introducción a su edición de La vorágine, Ordó-


ñez señala y comenta los apelativos usados por Cova
para cada una de estas mujeres. Alicia es “la semilla en
el viento”; Griselda, “el tizón encendido”; y Zoraida, “la
loba insaciable”. Menciona también que el apellido de
esta última, Ayram, corresponde a Marya en reverso.

•473•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

central en el relato de Clemente Silva y con


quien Cova tiene una relación sexual hacia el
final de la novela. Al sospechar de la voz del
narrador, todas las mujeres de La vorágine se
revelan independientes, valientes y hábiles,
pero en el caso de la madona La vorágine nos
permite ir aún más lejos. Lo que vemos en
ella es a una mujer capaz de ser tan domina-
dora y combativa como los hombres. Por eso
en otro pasaje Cova la describe así: “¡Mujer
singular, mujer ambiciosa, mujer varonil!”
(324). Adaptando la terminología de Molloy,
podríamos decir que en la madona la “mas-
culinidad” y la “feminidad” se revelan como
rasgos que se adquieren y se contagian, con
una maleabilidad que recorre toda la novela.
Cova registra esa permeabilidad de los
rasgos asociados al género desde el párra-
fo inicial de su relato, en el que despliega su
masculinidad performativa, y hasta los frag-
mentos finales, en los que habla de la mado-
na Zoraida Ayram como una “loba insaciable
que oxida con su aliento mi virilidad” (356).
Esta aparente emasculación de Cova tie-
ne particular importancia en ese momento,
dado que es entonces cuando este escribe
su relato, instalado temporalmente en las
barracas del Guaracú, en el reverso de un

•474•
La vorágine desde el género

libro de cuentas. Cova tiene allí su contacto


más directo con la economía del caucho, un
contacto marcado por sus encuentros con la
madona, mezcla de ambición y deseo sexual.
Entre los dos hay un mutuo juego de seduc-
ción y engaño en el que se confunden los roles
de agencia y pasividad, pues cada uno quiere
sacar partido del otro. Es también allí donde
Cova encuentra a Griselda y tiene noticias de
Alicia, enterándose de que las mujeres no fue-
ron víctimas pasivas de Barrera —Griselda
le cuenta que Alicia llegó a cortarle la cara
para defenderse—, un descubrimiento que
desdibuja la motivación que impulsó su viaje
y el de Franco a la selva.
La perspectiva desde la que Cova escribe
su relato está pues marcada por una “crisis”
en su visión de lo “masculino” y lo “femeni-
no”. Para los lectores, esto contribuiría a ex-
plicar la confusión acerca de las normas de
género sobre la que hablaba Sommer. Pero
podemos también entender a Cova como un
hombre que se encuentra en conflicto con eso
que Rita Segato ha llamado el “mandato de la
masculinidad”, principio de dominación en el
que, para la autora, se originan las violencias
de la colonización, la economía extractivista

•475•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

y la expansión del capital16. Cova parece estar


siempre alerta frente a ese mandato que, nos
dice Segato, “obliga al hombre a comprobar,
a espectacularizar, a mostrar a los otros
hombres para que lo titulen como alguien
merecedor de esta posición masculina” (La
escritura en el cuerpo 23-24). Son múltiples
los momentos de La vorágine en los que Cova
mide su propia masculinidad comparándose
y compitiendo con otros hombres. Interesa el
aspecto formativo de esos momentos, es de-
cir cómo en ellos la masculinidad es un esta-
tus que se debe adquirir y conquistar, en una
competencia entre pares por el dominio so-
bre aquello que se asocia con lo “femenino”.
A la luz de las ideas de Segato, resulta parti-
cularmente reveladora la complicidad de géne-
ro que establecen Cova y sus compañeros con
los hombres indígenas en sus encuentros en la
selva. Hay un conocido episodio en el cual el
cacique de un grupo indígena les entrega a los
hombres del grupo de Cova, como recompensa

16 Estas ideas recorren varios escritos de Segato. Para una


compilación de ensayos que se refieren específicamente
al mandato de masculinidad como principio de domi-
nación que atraviesa la historia de colonización y ex-
tractivismo en América Latina, véase La guerra contra
las mujeres.

•476•
La vorágine desde el género

por su adhesión, el derecho a violar a unas mu-


jeres indígenas jóvenes, denominadas por el na-
rrador como “las pollonas” (206). Cova declara
que a esas mujeres “era preciso atisbarlas como
a gacelas y correr en los bosques hasta rendir-
las, pues la superioridad del macho debe impo-
nérseles por la fuerza” (206-207). Dicha obser-
vación de Cova evoca aquello que Segato ha
llamado el “mandato de violación”, que es en su
opinión el principio primario del poder en una
sociedad, basado en la sumisión sexual de las
mujeres por los hombres17.
La noción de lo “masculino” y lo “femeni-
no” como atributos que se tipifican en inte-
racciones violentas, que a su vez definen el
poder del uno sobre el otro, tiene también im-
portancia en el puente hacia una lectura eco-
crítica de La vorágine. Esa idea nos permite
ir más allá del esencialismo en la interpreta-
ción de la naturaleza como ámbito “femeni-

17 Segato ha escrito sobre la complicidad entre hombres


blancos y hombres indígenas en términos históricos, y
señala que esta desempeñó un papel importante en el
avance de la colonización, por la disposición de los se-
gundos a ocupar una posición de poder por su género,
compartiendo con los blancos el dominio sexual de las
mujeres como base de control social (al respecto, véase
su ensayo “Género y colonialidad”).

•477•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

no”18. La “feminización” de la naturaleza que


vemos en la novela de Rivera se verifica por
vía metafórica y es particularmente aguda
en referencia a la selva, cuya conocida ca-
racterización con tropos relativos al género
—“esposa del silencio, madre de la soledad
y de la neblina” (189)— introduce el recuen-
to del viaje de Cova y sus compañeros por
las regiones selváticas. Pero así como pode-
mos ver a las mujeres “reales” en las grietas
que deja la voz rota del narrador, también la
naturaleza, material y autónoma, aparece
como una presencia “real” detrás del exceso
metafórico. Se trata de esa naturaleza que
ha sido explotada y maltratada por la econo-
mía extractivista, en parte porque esas figu-
raciones la conciben “a imagen y semejanza
del hombre” —frase con la que Magnarelli
describe el tratamiento de las mujeres en La
vorágine—. Arturo Cova utiliza este discur-
so masculinista y antropocéntrico a lo largo

18 Para un estudio sobre la evolución del ecofeminismo,


desde un pensamiento esencialista que relacionaba la
naturaleza con lo femenino a otro que maneja nocio-
nes de lo “femenino” y lo “masculino” como categorías
culturales asociadas a relaciones de dominio y margina-
ción, véase el ensayo de Esther Rey Torrijos, quien se-
ñala que desde esa perspectiva el vínculo de las mujeres
“con el medio natural no tiene una base biológica” (148).

•478•
La vorágine desde el género

de toda su narración, pero su voz es tan poco


fiable y tan llena de grietas que nos permi-
te ver no solo la naturaleza como un mundo
resistente al control lingüístico que se bus-
ca ejercer sobre ella, sino también la propia
complicidad del lenguaje en su destrucción.
Las estrategias de las críticas feministas
que publicaron sus trabajos hacia la década
de los ochenta permitieron diluir la distan-
cia entre el texto y el mundo material donde
es concebido, creado y recibido19. Quebran-
do con la tradición interpretativa que había
señalado una lucha antinómica en La vorá-
gine, es posible conectar así esas lecturas
con un pensamiento ecofeminista que, en
palabras de Maristella Svampa, “cuestiona
la visión dualista/cartesiana mente-cuerpo
y busca suprimir las relaciones jerárqui-
cas entre naturaleza humana y no humana”
(“Feminismos del Sur y ecofeminismo”).
Dicha perspectiva posibilitaría incluso una

19 Resulta significativo que los argumentos de Magnarelli,


desarrollados en 1985 en The Lost Rib, donde se inclu-
ye una primera versión de su trabajo sobre La vorágine,
coinciden en su lógica fundamental con los postulados
del libro Feminism and the Mastery of Nature, publica-
do por Val Plumwood (1993), considerado un clásico del
ecofeminisimo. Agradezco a Jennifer French por notar
este importante paralelo.

•479•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

interpretación de La vorágine desde el len-


te “trans-corpóreo” propuesto por Stacey
Alaimo para la integración de los territo-
rios material y discursivo, natural y cultu-
ral, biológico y textual20. La noción de “con-
tagio” propuesta por Molloy resultaría aquí
particularmente relevante, ya que su lec-
tura resalta cómo en el texto de Rivera “se
borran los límites, se compenetran mons-
truosamente elementos de órdenes distin-
tos, se contaminan unos de otros: el rifle se
vuelve serpiente, la mujer se vuelve árbol”
(497). Molloy se refiere aquí a un sueño de
Cova en la primera parte de La vorágine,
en el que sostiene un arma que se convierte

20 Alaimo propone el concepto de lo trans-corpóreo como


una alternativa al énfasis en los constructos culturales y
discursivos del feminismo posestructuralista, que en su
opinión tiende a descartar la noción de lo “natural”, en bus-
ca de una definición no-esencialista del cuerpo. Alaimo
define así dicho marco analítico: “La trans-corporeidad,
en cuanto espacio teórico, es un lugar donde las teorías
de lo corpóreo y las de lo ambiental se encuentran y se
entremezclan de manera productiva. Además, el tránsito
entre la corporalidad humana y la naturaleza no humana
requiere fructíferos y complejos modos de análisis, que
viajen a través de los territorios entrelazados de lo mate-
rial y lo discursivo, lo natural y lo cultural, lo biológico y
lo textual” (237).

•480•
La vorágine desde el género

en serpiente y en el que Griselda y Alicia se


transforman en árboles de caucho21.
La vorágine recurre con frecuencia a un
borramiento de los límites entre lo humano
y lo no humano que recuerda la trans-corpo-
reidad de la que habla Alaimo. Como lo seña-
lara William Bull (“Naturaleza”), la prosa de
Rivera contiene múltiples formas de antro-
pomorfismo y personificación de la naturale-
za. Son también muchos los momentos en los
que se establecen paralelos entre lo huma-
no y lo no humano. En el relato de Clemen-
te Silva, por ejemplo, la savia del caucho es
equiparada a la sangre humana: “mientras el
cauchero sangra los árboles, las sanguijuelas
21 El sueño es narrado cuando Cova se encuentra aún en
los Llanos, recién llegado a La Maporita y apenas está
conociendo a los personajes con los que luego se en-
contrará allí. Cova sueña que Alicia va a reunirse con
Barrera. Con la intención de castigar a quien ve como
su rival, Cova sujeta una escopeta que en sus manos se
transforma “en una serpiente helada y rígida” (111). Más
adelante, en el mismo sueño, Griselda aparece vestida
de oro sobre una base de la que fluye “un hilo blancuzco
de caucho”, como si fuera un árbol de látex. Alicia, por
su parte, reaparece en el sueño cuando Cova empieza a
cortar con un hachuela “una araucaria de morados co-
rimbos, parecida al árbol del caucho” (112), para extraer
de ella el caucho, y la planta le responde diciendo: “¿Por
qué me desangras? […] Yo soy tu Alicia y me he conver-
tido en una parásita” (112).

•481•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

lo sangran a él” (Rivera 244) o “el árbol y yo


perpetuamos en la Kodak nuestras heridas,
que vertieron para igual amo distintos jugos:
siringa y sangre” (267). Hay además varios
episodios en los que las plantas, el agua o los
suelos del bosque adquieren voz y les hablan
a los humanos. En un sueño febril del Pipa,
“los árboles de la selva eran gigantes […] que
de noche platicaban y se hacían señas” (213).
Cuando Cova mismo es presa de la fiebre,
escucha sentencias emitidas por las arenas y
por una charca bajo sus pies (228-229). Oye,
además, a un árbol que habla —cuyo tronco
equipara al cuerpo humano— y que lo ame-
naza: “Picadlo, picadlo con vuestro hierro,
para que experimente lo que es el hacha en
carne viva” (229).
Por último, es quizás con respecto a la re-
presentación de los pueblos indígenas en La
vorágine donde resulta más reveladora una
lectura que desconfíe del narrador. Cova tie-
ne una visión enteramente distanciada sobre
los habitantes originarios de la selva. Esto se
evidencia en la leyenda de la indiecita Mapi-
ripana, figura puramente metafórica de una
mujer indígena que seduce a un misionero
blanco, engendrando con él a un vampiro y
a una lechuza que terminarán devorándolo.

•482•
La vorágine desde el género

Aparte de esta visión mítica —que no alude


a una mujer indígena real—, los pueblos na-
tivos del Amazonas no tienen mayor papel
en La vorágine, aunque están siempre en su
trasfondo. Ordóñez llama la atención sobre
su deshumanización por parte de Cova, se-
ñalando que los considera como “seres anó-
nimos e idénticos entre sí” y los describe con
“repugnancia y desprecio” (“La voz rota”
471). Son llamados “bárbaros” por Cova y
diferenciados siempre de los blancos, a quie-
nes distingue con el muy colonial apelativo
de “racionales”. Aun así, y como lo señala
también Ordóñez, el propio relato socava esa
perspectiva. En uno de los fragmentos más
estremecedores de la novela, dos guías in-
dígenas mueren ahogados en un río tras ser
forzados por los blancos a recuperar una ca-
noa que se había llevado un torbellino. Cova
describe esa muerte como una experiencia
estética que lo sacude “con una ráfaga de be-
lleza” (233), pero a la vez registra la condena
de otro personaje a esa actitud, cuando Fran-
co lo llama “inhumano” y “detestable” por
exhibirla (234). El relato registra también
algunas estrategias de resistencia por parte
de los indígenas. Ordóñez indica al respec-
to un momento de la novela en que un grupo

•483•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de ellos pone como condición para ayudar a


Cova y sus compañeros que respeten sus ves-
tidos, que no violen a sus mujeres y que no les
disparen con sus armas, revelando (contra la
visión del propio narrador) que nunca fueron
víctimas pasivas de los agentes de destruc-
ción (49).
Más allá de la (importante) denuncia que
hace Rivera de los abusos cometidos en la
industria del caucho, las lecturas feministas
divulgadas en la década de los ochenta ofre-
cieron claves para entender en La vorágine la
forma en la que Rivera registró los patrones
de dominación (y destrucción) que caracteri-
zan la historia del extractivismo en nuestro
continente. Esas lecturas mostraron cómo
Cova despliega un afán ansioso por afirmar
el mundo “masculino” de dominio y explota-
ción, revelando también la forma en que este
se define en relación con un mundo autóno-
mo asociado con lo “femenino”, tanto en la
esfera de las relaciones de los seres humanos
entre sí como en la de las relaciones de estos
con la naturaleza. Desde esa perspectiva, La
vorágine permite ver los conflictos implíci-
tos de un proyecto modernizador en el que el
poder se ejerce de manera violenta (con Vio-
lencia) desde el hombre blanco hacia las mu-

•484•
La vorágine desde el género

jeres, las personas no-blancas, los animales


y las plantas. Este proceso violento, que está
en la base de la explotación extractivista,
termina creando un daño generalizado (que
afecta con mayor ímpetu a las poblaciones
más vulnerables), porque se basa en la rup-
tura (creada por el pensamiento antinómico)
de los vínculos de los seres humanos entre sí,
y entre ellos y el mundo natural.

•485•
MEMORIA,
TERRITORIO Y
LITERATURA
AMAZÓNICA
Mujeres uitoto
de La Chorrera-
Amazonas
durante y
después del
genocidio
cauchero: una
historia de
resistencia* 22

FANY KUIRU

* Este artículo es una adaptación de mi tesis de maestría, titu-


lada: “La fuerza de la manicuera: acciones de resistencia de
las mujeres Uitoto de La Chorrera-Amazonas durante la ex-
plotación del caucho-Casa Arana”. La tesis completa puede
encontrarse en: https://doi.org/10.48713/10336_19447

•488•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

No había vida para nadie, durante la cauchería


no se podía descansar, las mujeres que tenían
hijos escondían a sus hijos en los barrancos a la
orilla del río, todo el día los niños pasaban allí
hasta la noche cuando los recogían para ir a cul-
tivar la chagra, hacer el casabe, y los hombres
a sembrar y hacer mambe, practicar el chamani
mo, las curaciones y los cantos para no olvidar.

Margarita Capojo

El propósito de esta investigación es identi-


ficar las acciones y estrategias de resistencia
no violentas de las mujeres indígenas uitoto
de La Chorrera, en el contexto de la explota-
ción del árbol del caucho (Hevea brasiliensis),
en las primeras décadas del siglo XX , por par-
te de la compañía anglo-peruana Peruvian
Rubber Amazon Company, más conocida
como la Casa Arana. En esta investigación,
reconstruyo los hechos ocurridos entre 1900
y 1933 —según la cronología uitoto— con
base en las historias de vida y acciones de
resistencia que asumieron las mujeres uitoto
frente al genocidio cauchero, a través de las

•489•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

voces de sus herederas, que muestran cómo


esas acciones de principios del siglo XX se
han traducido con el pasar de las décadas en
acciones políticas de nuevas generaciones de
mujeres de La Chorrera.
La Chorrera es el territorio ancestral de
los pueblos Uitoto, Ocaina, Muinane y Bora,
y está ubicado en una extensa área de la
Amazonia colombiana. Durante el genocidio
cauchero, los pueblos de esta región fueron
brutalmente invadidos, esclavizados, masa-
crados y a las mujeres en particular las vio-
laron, las ultrajaron y las cosificaron hasta
el punto de exponerlas a la extinción física y
cultural. De acuerdo con un informe elabo-
rado en 1912 por el entonces embajador bri-
tánico en Río de Janeiro, Roger Casement,
hasta 1910 cuarenta mil nativos habían sido
asesinados en el marco del genocidio. En su
Diario de la Amazonia, Casement además
sostiene que la felicidad de los indígenas mu-
rió en la selva cuando los mestizos les lleva-
ron las balas, el látigo, el cepo, las cadenas,
la muerte por inanición, la muerte a golpes y
otras formas de asesinato sistematizado que
implementaron entonces los caucheros. De
acuerdo también con Casement:

•490•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

En nombre de la civilización, por medio de


la fuerza, brutal y desatada, de caza y cap-
tura, de flagelaciones, de cadenas y de las
largas temporadas de cautividad y ham-
bre, se obliga a “trabajar” para la Compa-
ñía, y una vez que ha superado este pro-
ceso de sostenimiento y se le entrega esta
auténtica basura por valor de 5 chelines,
se le acosa y se le apresa, se le vigila, se le
azota, se le roba la comida y se viola a las
mujeres de su familia hasta que devuelven
mercancía por 200 o quizá 300 veces el va-
lor de los artículos que ha sido obligado a
aceptar. (239)

El número de asesinatos planteados por


Casement puede ser mucho mayor del re-
gistrado, ya que la memoria colectiva de La
Chorrera señala que fueron más de cien mil
las personas asesinadas en el marco de las
caucherías hasta 1932, esto sin contar el de-
venir de aquellos indígenas que fueron des-
plazados hacia el Perú, Brasil y otros lugares
de Colombia. Sin embargo, las formas de vio-
lencia creadas para dominar a los indígenas
y presionarlos para que cumplieran con las
exigencias de la producción del caucho están
presentes en la memoria de los y las descen-

•491•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dientes de los indígenas víctimas del geno-


cidio y en la recolección de información de
académicos como Augusto Gómez, Ana Cris-
tina Lesmes, Claudia Rocha, quienes, en su
libro Caucherías y conflicto colombo-peruano:
testimonio 1904-1934, muestran cómo a los
indígenas, en medio de arduas faenas de tra-
bajo, se les azotaba hasta la muerte, cómo sus
heridas no eran atendidas y eran asesinados
con disparos una vez empezaba la descompo-
sición, cómo eran abandonados a su suerte
para que murieran en la selva, cómo las ma-
dres eran azotadas por tener hijos demasiado
pequeños para trabajar. También estaban las
máquinas empleadas para degradar y mal-
tratar el cuerpo, como el cepo o ireguɨ, ela-
borado por los mismos indígenas para cazar
todo tipo de animales terrestres, compuesto
de dos bloques de madera a los que se les abría
un pequeño orificio y que los caucheros utili-
zaban para prensar la cabeza, los pies y las
manos de los indígenas, de manera que que-
dara inmovilizado el cuerpo. En ocasiones,
la persona era abandonada al sol, sin agua
ni comida, hasta su muerte. Para agudizar la
tortura, cuando los hombres eran apresados,
violaban a sus mujeres o hijas delante de ellos
(Casement). Así mismo, relatos de mujeres

•492•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

entrevistadas, como Viviana Kuyekudo, del


clan Kanie, cuya madre vivió durante esta
aterradora época, exponen otras formas de
martirio y asesinato cuando los indígenas
no traían suficiente caucho; por ejemplo, la
quema de indígenas con gasolina o su ahoga-
miento, lo que hacía que las mujeres intenta-
ran escapar con sus hijos hasta el río Algo-
dón en Perú.
Fue en este contexto, que atentó contra la
supervivencia de los pueblos indígenas ubi-
cados en La Chorrera, que las mujeres uitoto
del Resguardo Predio Putumayo construye-
ron una subjetividad individual y colectiva
en la que se configuraron estrategias de re-
sistencia propias, que pueden categorizarse a
partir del libro de James Scott, Los dominados
y el arte de la resistencia, y que incluyen la re-
sistencia desde la protección de las semillas
para la soberanía alimentaria, la resistencia
desde el cuerpo y el territorio y la resisten-
cia desde las prácticas culturales.
Cabe mencionar que hasta el momento ni
las ciencias sociales ni las ciencias políticas
han estudiado el genocidio cauchero desde
una perspectiva que tenga en cuenta las ac-
ciones de resistencia que las mujeres indí-
genas emprendieron durante ese tenebroso

•493•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

episodio de la historia humana reciente y la


manera en que estos actos de resistencia y
supervivencia se han transformado en el pre-
sente en acciones políticas. Esta investiga-
ción busca llenar este vacío, al proponer una
comprensión del genocidio cauchero a través
del rescate y la preservación de la memoria de
las mujeres uitoto, y al desarrollar una meto-
dología de trabajo con pueblos étnicos y, en
especial, con mujeres indígenas que conside-
ra la experiencia personal y la pertenencia de
la investigadora a la cultura, esto porque las
condiciones y la cultura del pueblo Uitoto y
demás pueblos étnicos son de alta compleji-
dad y exigen, para su tratamiento, rutas de
investigación y recopilación de la informa-
ción que nazcan en el seno de las mismas co-
munidades que se estudian.

La violencia contra las mujeres


uitoto en el periodo cauchero
Para entender las razones detrás de la inten-
sa violencia estructural contra las mujeres en
la época del caucho en La Chorrera, hay que
remitirse a dos visiones del mundo, una occi-
dental y la otra indígena, que, desde el des-
cubrimiento de América y la posterior época
colonial, se encuentran en una situación de

•494•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

conflicto, entre dominador y dominado; a


eso, y a un discurso constante entre las so-
ciedades dominantes, en el que los indígenas
son puestos en condiciones de alta vulnera-
bilidad e indignidad, al ser considerados me-
nos que humanos. Por ejemplo, la escritora
y feminista Francesca Gargallo, en su libro
Ideas feministas desde Abya Yala, señala cómo
en los discursos dominantes es común decir
que:

los indígenas eran naturalmente feos, po-


co sanos, con escasa moral y malos hábitos
higiénicos. Contra las mujeres indígenas
siempre se exageró la propaganda al refe-
rirse de su debilidad moral, su lascivia y
perversión sexual, llegando a afirmar que
violarlas no era propiamente un delito,
sino una costumbre y no había por qué per-
seguir a los blancos que lo hacían si para
los indios era “normal”. (113)

Durante la cauchería, a las mujeres uitoto


se las desproveyó de su derecho a participar
en una comunidad en la que actuaban como
liderezas, al negar su rol tradicional como su-
jetas con poder de decisión comunitario en
el seno de las organizaciones de clan, y casi

•495•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

fue cercenada su capacidad de dar vida y re-


producir la cultura uitoto, que tiene en cuen-
ta lo espiritual, lo territorial, la familia y el
alimento. De esta forma, la mujer pasó a ser,
ante los ojos de quienes patrocinaron el ge-
nocidio cauchero —los caucheros, los gen-
darmes, y los empleados conocidos como los
muchachos, boys o mullaɨ1—, un simple obje-
to sexual, mano de obra esclavizada a la que
se le negó su humanidad al ser tratada peor
que un animal. Es necesario aclarar que esta
violencia no fue experimentada únicamente
por las mujeres uitoto y su pueblo, sino tam-
bién por mujeres ocaina, muinane y bora de
La Chorrera y por varios pueblos nativos del
oriente colombiano. Asimismo es necesario
indicar que siendo la mujer uitoto el pilar de
la cultura de este pueblo, todas las acciones
ejercidas en contra de ella directamente inci-
dieron en la familia, los hijos, los adultos ma-
yores, el territorio, las chagras y los hombres
de la comunidad. Lo que aconteció durante
el genocidio cauchero contra los pueblos in-
dígenas fue una violencia estructural que
debe desagregarse para poder entenderse.
1 Jóvenes indígenas reclutados, al servicio de los capos del
caucho, entrenados para matar a su propia gente cuando
no cumplían con las exigencias de las cuotas del caucho.

•496•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

Por tanto, en la siguiente subsección indaga-


ré sobre las especificidades de las violencias
vividas por las mujeres uitoto durante el ge-
nocidio cauchero, entendiendo cómo afecta-
ron al total de la comunidad.

Violencia contra la feminidad


y maternidad uitoto
El tipo de violencia que más afectó a las muje-
res uitoto en las caucherías, según los relatos
de la presente investigación, fue la violen-
cia de género, establecida en la Ley 1257 de
2008 en su artículo segundo como cualquier
acción u omisión que le cause muerte, daño o
sufrimiento físico, sexual, psicológico, eco-
nómico o patrimonial a un ser humano por
su condición de mujer, así como las amena-
zas de tales actos, la coacción o la privación
arbitraria de la libertad, bien sea que se pre-
sente en el ámbito público o privado. Todos
estos elementos se dieron durante el genoci-
dio cauchero. La violencia de género, base de
las sociedades patriarcales y que establece
una diferenciación y jerarquización entre lo
femenino y lo masculino, se ejerce con el fin
de intimidar, humillar, subordinar y decidir
sobre la sexualidad y la integridad personal
de las mujeres. En el contexto de la cultura

•497•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

del pueblo Uitoto, las formas de violencia


contra la mujer que trajo la Casa Arana no se
conocían en tales dimensiones de crueldad,
puesto que las relaciones de género en la co-
munidad se daban de una manera mucho más
equitativa, aunque complementaria, dentro
de una cultura del cuidado. Con la esclavitud
que impusieron las caucherías, no se tenía la
oportunidad de que la mujer y su comunidad
se protegieran en sus ciclos ni ella podía res-
ponder a sus necesidades como madre. Como
lo narra Odilia Mayaritoma:

Hombre y mujer funcionaban igual. Hom-


bres y mujeres hacían el mismo trabajo sin
importar edad ni si estaban en embarazo.
Las mujeres hacían chagras grandísimas
y sembraban maíz para criar cerdos. Si
las mujeres tenían hijos, al día siguiente
tenían que trabajar, con los niños en la es-
palda.

Durante el periodo de las caucherías, las


mujeres padecieron la misma carga laboral y
los castigos que recibían los hombres, pero,
adicionalmente, eran violentadas en su con-
dición de madres y en su liderazgo dentro de
la cultura de la manicuera. Para los uitoto la

•498•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

maternidad es la etapa más delicada e impor-


tante en torno al cuidado del cuerpo feme-
nino (con dietas especiales para el niño y la
madre), y la mujer no debe exponerse al mal
ambiente ni puede ingerir alimentos nocivos
que afecten al recién nacido. Sin embargo, el
contexto en el que estaban inmersas las hizo
incluso utilizar a los niños como escudo, con
el fin de no ser violadas, lo que puede seña-
lar una doble violencia: contra las mujeres
y contra sus hijos, ya que corrían el riesgo
de ser asesinados. Tal y como relata Eulalia
Jacobombaire:

Las mujeres cargaban a los niños para


protegerse, porque si llegaba un peruano a
violarlas los niños lloraban y las otras se
daban cuenta. Pero no les importaba, co-
gían a los niños, los arrebataban y los tira-
ban a un lado y los mataban.

No obstante las estrategias de prevención


de violencia de género que tuvieran las muje-
res uitoto, la violencia sexual en la categoría de
acceso carnal violento y cruel era una práctica
cotidiana de los capataces de la Casa Arana.
Las mujeres no encontraban donde escon-
derse. Estos hechos victimizantes se daban

•499•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en todos los lugares: en los barracones o las


secciones de acopio de caucho: una extensión
de más de seis millones de hectáreas domina-
das por Julio César Arana. Las herederas de
la oleada de violencia y resistencia, cada vez
que narran los hechos, encogen sus cuerpos,
se tocan la cabeza como si fueran ellas las que
estuvieran delante de sus verdugos. Por ello,
sería de gran importancia contar con estudios
psicológicos y psiquiátricos que demuestren
hasta qué punto la violencia sexual y otras
formas de violencia causan un trauma que se
hereda por varias generaciones.
El genocidio y todas las formas de vio-
lencia sexual perpetrados por trabajadores,
capataces y líderes de la Casa Arana no debe-
rían entenderse de forma aislada como si se
tratara de un “asunto de indios en una locali-
dad”. Por el contrario, se trató de un asunto
global, parte de las estrategias de un capita-
lismo salvaje lideradas por Perú e Inglaterra,
país socio de la empresa The Peruviam Ama-
zon Company y que le inyectaba capital2. En-

2 La intervención de Inglaterra se evidencia en los vesti-


gios que quedaron, en los restos de materiales de cons-
trucción y de envases de vidrios que se encuentran
constantemente en la Casa Arana y sus alrededores, es-
pecialmente envases de bebidas alcohólicas.

•500•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

tre tanto en Colombia, el Gobierno ausente


fue incapaz de asumir gobernabilidad en las
fronteras. A pesar de que desde el siglo XIX ya
se había abolido la esclavitud en Europa, los
ingleses fueron cómplices de los peruanos en
la aplicación de este crimen de lesa humani-
dad contra los uitoto, ocaina, muinane, bora
y andoque en la Amazonia, y, no obstante
las evidencias, hasta hoy no se ha llevado a
cabo un juicio histórico, de tal manera que
pueda establecerse una reparación por parte
de los perpetradores británicos, peruanos y
colombianos.
Estos hechos permiten evidenciar la nece-
sidad de ampliar los estudios desde la ciencia
política y las relaciones internacionales, con
un enfoque multisituado. Este enfoque per-
mitiría reconocer los conflictos locales ge-
nerados por la Casa Arana, y las violaciones
masivas y exacerbadas vividas por las muje-
res indígenas de La Chorrera como críme-
nes de lesa humanidad. De ahí la necesidad
de pensar en articular análisis microlocales
con asuntos globales como la explotación del
caucho, para que los Estados asuman res-
ponsabilidades por sus intervenciones u omi-
siones a nivel local.

•501•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Este tipo de estudios permiten aportar


elementos para que casos como el de las vio-
lencias sexuales crueles y extremas contra
las mujeres indígenas por parte de la Casa
Arana sean tratados como un asunto de im-
portancia nacional que trascendió las fronte-
ras. En las diversas denuncias recogidas por
el cónsul Roger Casement durante su visita
a La Chorrera en septiembre y octubre de
1910 y en el informe entregado al Gobierno
británico se puede leer: “Algunos de los suje-
tos británicos que interrogué me declararon
que sabían de mujeres indias que habían sido
públicamente violadas por los ‘racionales’
mientras estaban en ese estado de deten-
ción” (103).
En todas las entrevistas hechas por la in-
vestigadora las mujeres uitoto presentaron de
manera transversal el tema de la violencia se-
xual y el padecimiento de enfermedades vené-
reas, tal y como se describe en uno de los tes-
timonios recogidos por el cónsul Casement el
6 de septiembre de 1910 en La Chorrera, a uno
de los empleados de la Casa Arana, F. Bishop.
En este testimonio relata que:

un jefe o capataz de nombre Martinegui


descubrió que una india tenía una enfer-

•502•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

medad venérea, y la mandó amarrar y fla-


gelarla públicamente y luego obligó a uno
de los “muchachos indios” a que le inserta-
se un atajo de fibras ardientes dentro del
cuerpo. (130)

Los peruanos y ciudadanos británicos


que fungieron de capataces y jefes de las
secciones propagaron entre las uitoto varias
enfermedades venéreas. Antonia Tabares3,
una de las descendientes del flagelo del cau-
cho, narra acontecimientos que dan muestra
de cuán terribles consecuencias traía la vio-
lencia sexual, y aún más teniendo en cuenta
que no existían prácticas de cuidado para la
prevención y salud sexual:

Mi mamá contó de una mujer que sufrió


mucho porque no podía orinar, tenía go-
norrea, lloraba y lloraba, mi mamá le pre-
guntó: “¿qué tiene?, ¿qué le pasa?”. Ella
respondió: “quiero orinar y no puedo por-
que mi vagina se tapó, se llenó de blanco y
está tapada”. Mi mamá le ayudó. Cogió una
espina de chambira y con eso le destapo la

3 Antonia Tabares, mujer uitoto de 67 años, del clan Uiguɨ-


ni-mata blanca jeia. Nombre tradicional: Kuyeraɨ uiñora
buinaiño.

•503•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

vagina, que estaba llena de pus y materia.


Peligrosos eran los peruanos que violaron a
la muchacha y por eso le pasó eso. Mi mamá
miraba que iba el uno, el otro, el otro a vio-
larla y por eso se le tapó la vagina de pus.
Ella la lavó con agua tibia y la cuidó hasta
que se sanó.

Estas expresiones de violencia sexual incre-


mentaban la vulnerabilidad y humillación de
las mujeres, al involucrarse también los mis-
mos indígenas de sus comunidades o los con-
tratados como mullaɨ para someterlas aún más.
En otros casos, los hombres indígenas no po-
dían hacer nada frente a las violaciones, como
relata Gregoria Kañube4:

Los blancos abusaban de todas, de todas


las formas, había corrupción, los mismos
paisanos vendían a las muchachas por lo
menos cuando no les hacían caso, ellos
mismos las vendían. Cuenta mi marido que
el papá contaba que, en Atena, a un jefe in-
dígena lo engañaron, le dijeron que todos
tenían que ir a cargar agua, que ninguno

4 Mujer uitoto de 57 años. El padre es bora, pero ella es


hablante de mɨnɨka, clan ɨaizaɨ.

•504•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

podía quedarse, todo para aprovecharse


de las niñas y un desgraciado del Perú las
estaba mirando desde un lado del camino a
las dos niñas y abusó de ellas.

Antes de la cauchería, las mujeres y los


niños podían desplazarse con confianza y
libertad por su territorio, siguiendo las nor-
mas tradicionales y los consejos de preven-
ción para el manejo de la selva, la chagra, los
rastrojos y el río, como parte de su yetarafue
o consejo tradicional5. Los hábitos de tortu-
ra y asedio de los caucheros confinaron a mu-
jeres y niños, quienes perdieron el disfrute de
la libertad de su territorio, condenados a vi-
vir con un miedo que se ha prolongado hasta
hoy. Mujeres y niñas eran vigiladas y acecha-
das, por los caucheros, “para ver en qué mo-
mento salían de las malocas a orinar, recoger
agua o leña, que son roles de las mujeres en la
comunidad, para apresarlas y violarlas”. En
palabras de Leonor Manaideke:

5 El yetarafue da cuenta de los códigos de ética uitoto y se


conoce también como la palabra de consejo.

•505•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Les amarraban las manos y las garrotea-


ban, ellas gritaban: kue fañeno, kue fañeno,
no me peguen, no me peguen, pero igual-
mente las golpeaban y las mataban. Si
salían corriendo les disparaban y les cor-
taban las cabezas para coleccionar, había
esqueletos y cráneos, no sabían para qué
los coleccionaban.

La abuela y sabedora Leonor Manaideke6


narra cómo se llegó a humillar a la mujer vio-
lada, impidiéndole a su marido cumplir con
su función y mandato desde la cultura del ta-
baco de defender a su familia, eliminando su
rol de género como hombre, ante la amenaza
de ser asesinado:

Algunas iban con los maridos por miedo a


ser violadas, las mujeres que iban con sus
maridos a extraer el caucho en el camino
y delante de sus maridos las violaban, na-
die podía reclamar porque si no ordenaban
dispararle.

6 Mujer uitoto de 72 años, tradicional con asiento en la


maloca. Su nombre tradicional es Efa toɨranhö (‘la que
cría guacamayas’).

•506•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

Así mismo, la líder uitoto Luz Mila Rie-


coche en su relato describe lo que para ella
era la peor humillación: la violación de las
mujeres indígenas delante de sus familias y
de sus esposos, que observaban amarrados
a los árboles o inmovilizados en el cepo. En
este acto, puede sentirse cómo se destruía la
unidad y colectividad del pueblo Uitoto: por
un lado, se privó a las familias y los clanes de
sus mujeres jóvenes y, por otro lado, se gene-
ró un sufrimiento colectivo ante la impoten-
cia para defenderlas y defenderse a sí mis-
mos. Las violaciones se hacían delante de los
padres, hermanos y esposos. Los capataces,
en sus correrías por la selva, vigilaban malo-
cas donde hubiera mujeres para satisfacer su
lujuria, sin importar la edad. Dentro de este
contexto, dice Antonia Nonobiaño sobre lo
que tuvo que vivir su hija, la líder Luz Mila
Riecoche:

Ella era pequeña. Vivía en el último reti-


ro. A ella y a los otros niños los escondían
debajo de la maloca en un hueco para que
los peruanos no las violaran. Porque los
peruanos no perdonaban a las niñas, y si
las mamás las mezquinaban, las mataban

•507•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

delante de ellas. Eso es muy doloroso con-


tar esa historia. Me decía que para salir
a orinar tenía que cubrirse para que no la
vieran los peruanos.

A su vez, Luz Mila Riecoche narró cómo


su madre sufrió en carne propia la cacería
desatada por un capataz peruano:

A los niños les enseñaron a mantenerse


callados, sin moverse por el miedo a los
peruanos. Un día mi mamá salió de la ma-
loca a orinar y el capataz peruano la vio y
mi mamá corrió, corrió, pero se tropezó
y se cayó y se clavó un pedazo de palo en
el ojo, cuando estaba en el suelo el perua-
no lo que hizo fue golpearla, pero ella se
hizo la muerta para que no la violara, tenía
doce años. Así permaneció como muerta,
le sangraba el ojo y las hormigas y moscas
la rodearon y ella siguió inmóvil. Así duró
casi medio día, cuando el peruano se cansó
y se fue, se levantó y regresó a la maloca.
Mi mamá sufrió mucho, ella tiene el ojo
lastimado, perdió un ojo.

En la medida en que el acceso carnal vio-


lento era frecuente y sin posibilidad de con-

•508•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

trol de natalidad, algunas de las mujeres


tuvieron descendencia de peruanos, lo que
las avergonzaba y generaba así otro tipo de
violencia psicológica, de rechazo y exclusión,
como consecuencia del rompimiento del teji-
do social que existía. Para estas mujeres, víc-
timas de embarazos forzosos, no era viable
relacionarse con los hombres de los clanes
elegidos tradicionalmente para preservar
la estructura sociocultural y por esto se au-
toexcluían del núcleo clanil. Esto lo confirma
Casement en su Diario de la Amazonia, en el
que relata cómo era frecuente que los amos
tuvieran como esposas a niñas y mujeres a
las que tomaban por la fuerza, y cómo ellas
debían recoger y transportar el caucho. A es-
tas mujeres les tocaba atender a los hombres,
criar a sus hijos y trabajar como sirvientas.
La salud reproductiva simplemente no exis-
tía, pues al naturalizarse las violaciones, los
embarazos de las indígenas eran frecuentes
entre las mujeres que no lograban aplicar sus
estrategias de control natal con la manicue-
ra. En palabras de Antonia Tabares:

Las mujeres que no se cuidaban quedaban


embarazadas y tenían hijos crespos, por
ejemplo, la mamá de Romualdo vivía con

•509•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Rodoño Ordóñez, la abuela, ella era hija de


peruano, la tía Candelaria es crespa. Las
violadas tenían hijos de peruanos.

Como se explicita en el diario de Case-


ment, las violencia de género y sexo no solo
se ejercían en contra de mujeres adultas,
sino también en contra de niñas, a las que
se les imponía el matrimonio con caucheros,
desde los seis años en adelante. Como ex-
plica, cada cauchero tenía derecho a varias
esposas y concubinas, entre veinte y treinta
mujeres, ylos obreros denominados peones
tenían más de una mujer nativa (Casement).
Escribe Carlos Valcárcel, en su libro El pro-
ceso del Putumayo y sus secretos inauditos
que, además, “las niñas no se escapaban
de la voracidad inmoral de los ‘racionales’
de la Casa Arana; por ejemplo, Aurelio Ro-
dríguez violó dos niñas bora de seis y siete
años, las que mueren con los órganos geni-
tales podridos a consecuencias de esas vio-
laciones” (2004).
Mujeres y niñas eran obligadas a cam-
biar sus costumbres y sus vestimentas para
parecer “civilizadas” y servir a los “blancos”
como esposas o concubinas que realizaban
sus oficios, procreaban y satisfacían sus ne-

•510•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

cesidades sexuales. Sobre la situación de las


mujeres indígenas en La Chorrera, como
“esposas de los empleados de la compañía”,
Casement comentó en sus escritos sobre los
“blancos”:

Todos estos hombres van descalzos y ves-


tidos como vagabundos. Todos tienen “es-
posas” y algunas de estas pobres mujeres
han tenido hijos suyos […] muchas de estas
mujeres son maltratadas por sus “dueños”,
que cometían con ellas todo tipo de abu-
sos. (2011)

La crueldad se volvía aún más significati-


va cuando las mujeres se rebelaban en contra
de la dominación de sus cuerpos. Entonces
eran sometidas a presenciar la muerte y tor-
tura de sus padres o parientes, lo que las des-
truía psicológica y espiritualmente.
Desde una aproximación lingüística, el
impacto comunitario, físico y psicológico de
la violación se hace también evidente en la
comunidad uitoto. El acceso carnal violen-
to en lengua uitoto se dice kuadaɨka y esto
se traduce como romper o destruir, porque
cuando se accede al cuerpo de la mujer de
forma violenta no solo se hace un daño físico,

•511•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sino uno espiritual: es la destrucción integral


de su ser como mujer, de su feminidad y su
humanidad.
Hasta la fecha no se ha realizado una in-
vestigación que dé cuenta de las secuelas de la
violencia contra las mujeres indígenas o de la
consciencia que tienen ellas sobre el daño psi-
cológico heredado de sus antepasadas por todo
lo que vivieron durante la Casa Arana. Sin em-
bargo, son bastante notorios los gestos, el quie-
bre de la voz y la impotencia que expresan las
mujeres entrevistadas en esta investigación.
Lo mismo puede decirse de los gestos de do-
lor y el miedo que sienten las mujeres mayores
cuando hablan de los castigos implantados por
la cauchería. Se puede afirmar que el dolor y el
sufrimiento de las mujeres uitoto es colectivo y
que se comparte entre generaciones.
El estado de zozobra, por el miedo a ser
raptadas y vejadas en cualquier momento, de-
bió haber sido muy fuerte. Por ello, las mujeres
siempre estaban en alerta; en cualquier mo-
mento las apresaban como a animales por cual-
quier cosa que hubieran hecho bien o mal. En
este contexto, el cauchero disponía de su vida
y de su cuerpo, y queda el interrogante de por
qué el odio y el desprecio a la mujer, a la niña,
por qué tantos feminicidios en manos del gru-

•512•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

po dominante. Buscaban quitarles su libertad,


su organización sociocultural, sus autorida-
des, su autonomía alimentaria, sus recursos,
y se apropiaban de los productos de su traba-
jo (el caucho y los alimentos) sin ningún tipo
de retribución ni condiciones de distribución.
Todas estas violencias directas, en su conjun-
to, se configuraron en una especie de violencia
estructural, que hasta la fecha se sigue sintien-
do en las nuevas generaciones, como lo detalla
Margarita Sánchez7:

Se vivía con miedo, miedo para salir de la


maloca a traer el agua del pozo. Ahí estaba
el cauchero entre el monte esperando a las
niñas para violarlas y cortarles la cabeza y
tirarlas al pozo o simplemente las robaban
para llevarlas como su mujer, no importa-
ba si tenía seno o no, simplemente porque
era mujer las llevaban para ello.

Debilitamiento del tejido


cultural, territorial y familiar
Durante el genocidio cauchero, la vida coti-
diana y los tejidos sociales del pueblo Uitoto

7 Mujer ocaina de 85 años. Se emparentó con uitoto y es


hablante de la lengua uitoto mɨnɨka.

•513•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

fueron desconfigurados en su minucia, con


el propósito ulterior de la extinción. Se buscó
acabar con principios organizativos como el
de la chagra, que no podía sembrarse; como
el de la maloca, frecuentemente incendia-
da; y con las cabezas que organizaban estos
principios, como las mujeres, los jefes de cla-
nes o iyaɨma, los brujos, los sabios o nɨmaira-
mas. Una violencia así, estructural, atentaba
o buscaba la aniquilación colectiva del clan,
al borrar las expresiones culturales, simbó-
licas, espirituales y de conocimiento. Por
ejemplo, a los uitoto se les prohibió usar la
lengua materna, realizar las ceremonias y ri-
tuales chamanísticos para mantener el equi-
librio social y ambiental e incluso sus tradi-
ciones funerarias, para que ni siquiera los
cuerpos sin vida volvieran a tener contacto
con la simbología uitoto. La violencia rompió
los lazos vida-muerte-colectividad engrana-
dos en la cultura uitoto, de manera que la
memoria fuera borrada en el espacio-tiempo
de los sobrevivientes. Esto sucedió sin que
importaran la abolición de la esclavitud y el
derecho internacional humanitario, en un
contexto que además legitimaba económica
y políticamente a los dueños y socios de la
compañía cauchera, como Julio César Arana,

•514•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

quien, además de ser empresario, fue alcalde


de Iquitos en 1902 y senador suplente por Lo-
reto en 1910.
Entre estas violencias contra la cotidia-
neidad, la tradición y las prácticas organiza-
tivas, la violencia sobre el territorio y contra
la unión familiar afectó particularmente a
las mujeres indígenas, quienes, en su vida de
clan antes de la cauchería, tenían autonomía
sobre su tiempo para hacer las labores agrí-
colas, domésticas, de pesca, de cuidado de
los niños y familia, el tejido de sus canastos o
la recolección de frutos silvestres y materia-
les del bosque.
En cuanto a la tierra y la siembra, el terri-
torio uitoto y de los demás pueblos indígenas
fue devastado durante el periodo cauchero: se
abrieron grandes y largas trochas con mano
de obra esclava indígena para transportar el
látex desde las diferentes estaciones de aco-
pio del caucho hasta la Casa Arana; las muje-
res barrían los caminos que unían las seccio-
nes o centros de acopio para que se pudiera
trasladar en bestias el caucho y a las mujeres
blancas de los caucheros. Así mismo, grandes
extensiones de monocultivos de caña, avena,
café, piña y yuca para consumo de los cau-
cheros hicieron que se abrieran hectáreas de

•515•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

selvas, empobreciendo de esta manera toda


fuente de subsistencia para la población nati-
va, que padeció hambre y enfermedades. Así
lo narra Antonia Tabares:

Las mujeres que se quedaban en la casa, las


ponían a desyerbar, sembrar todo: café,
cacao, caña, avena. Ahí trabajaban todas
las mujeres que se quedaban, bajo el sol o
la lluvia y sin ropa. Si se cansaban y pa-
raban un rato les pegaban y les pegaban,
tenían que trabajar sin parar. Por eso mi
mamá cuando trabajaba y se cansaba nos
decía: “Yo no estoy bajo los peruanos para
no descansar”.

Además de maltratarlas física y moral-


mente en este trabajo impuesto en la agricul-
tura intensiva, las mujeres se vieron violen-
tadas porque les negaron la siembra de sus
semillas propias en sus chagras, su modelo
de soberanía alimentaria ancestral, lo que
generaba hambre entre sus familias. Todo
ello como consecuencia del incumplimiento
de los mandatos culturales y del doble tra-
bajo, en el día y la noche, sin descansar en
ningún momento. Sin importar su estado de
salud trabajaban las mujeres y había incapa-

•516•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

cidad de dar soluciones de salud ante enfer-


medades desconocidas para los indígenas,
que traían y contagiaban los caucheros y que
la empresa no prevenía ni atendía, como lo
narra Elizabeth Fajardo:

Pues mi abuela cuenta que ellos vivían en


total víctima de maltrato, en un tiempo
había una enfermedad que se pelaba la
piel, ellos se acostaban encima de la hoja
de platanillo, ella fue víctima de eso.8

En lo que respecta a la familia indígena


uitoto, que incluye la memoria de los ante-
pasados y a los niños en gestación, se volvió
una práctica común obligar a los y las indíge-
nas a matar a sus propios familiares, pidien-
do como pruebas partes del cuerpo como un
dedo, una oreja e incluso la cabeza de la vícti-
ma. Así mismo, los hijos eran arrebatados de
las espaldas de sus madres y estrellaban sus
cráneos contra los estantillos de las malocas
o contra los árboles y después los ahogaban
por considerarlos un obstáculo para el tra-
bajo de las mujeres. Se ordenaba matar a sus

8 Las enfermedades de la piel eran la varicela y el saram-


pión.

•517•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

padres o familiares, y a las mujeres las lleva-


ban como concubinas a otros barracones o
secciones. Así se evidencia en la narración de
Otilia Sueche:

A veces, cuando mandaban a matar a sus


hermanos les cortaban un dedo y los lle-
vaban (como prueba) para decir que los
mataron, pero no los mataban, sino que les
cortaban un dedo para decir que lo hicie-
ron. Pero a veces si les tocaba disparar y
traer la cabeza, si no lo hacían también los
mataban. Yo visitaba hasta los doce años
el hueco donde quemaron a la gente, aho-
ra son helechos, hay una boa cuidando ese
hueco y hace ruidos raros porque también
eran brujos los que murieron allí.

Para las mujeres cuyos esposos fueron


asesinados existió un vacío en la repartición
de las tareas familiares y un vacío del conoci-
miento y el apoyo espiritual del hombre, que
tiene el rol de cuidar a la familia y el terri-
torio con el tabaco y la coca. Como lo narra
Leonor Manaideke:

Voy a contar nuestro sufrimiento de noso-


tras las mujeres, después que matan a los

•518•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

maridos. Un peruano llamado Remigio le


gustaba de mi abuela, que era joven, ella le
servía la mesa. Cuando encontró otra joven
vendió a mi abuela a mi abuelo. Ese hombre
recogía jovencitas. Mi abuela traía siringa
o jizɨe y como traía poco le pegaban y no le
pagaban, a los hombres les pegaban y los
mataban y nunca regresaban y las mujeres
sufrían. Así los peruanos nos exterminaron
y mandaban a nuestra propia gente a ma-
tarlos, a las mujeres las violaban, a las niñas
con diez años las violaban, y si no se deja-
ban, mataban a los papás delante de ellas,
así contaba mi abuela.

Además de los impactos por la viudez, se


produjo una situación de desamparo ante
el rompimiento del tejido comunitario: su
canasto social. Ya las mujeres no se sentían
en libertad y disposición de vivir su rol de
madres. La maternidad pasó de ser la expe-
riencia vital de la mujer a convertirse en un
riesgo indeseado. Tener hijos era un peligro
porque los caucheros llegaban a las tres de
la mañana y los levantaban a golpes a todos,
incluyendo a los niños, para que fueran a
trabajar. Por eso, las mujeres decidieron no
tener más hijos, y si los tenían, los escon-

•519•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dían en los barrancos que se forman a la


orilla del río Igará-Paraná. Para que las jó-
venes no tuvieran que reproducir las semi-
llas de sus violadores, las abuelas chamanes
curaban con plantas y con la palabra a las
mujeres de su clan.
Que la familia y la maternidad fueron ar-
tes atacados y vulnerados se siente en el re-
lato de Margarita Capojó, testimonio con el
que cierro esta subsección del artículo:

No había vida para nadie, durante la cau-


chería no se podía descansar, las mujeres
que tenían hijos escondían a sus hijos en
los barrancos a la orilla del río, todo el día
los niños pasaban allí hasta la noche. Re-
cogían a los niños, iban a cultivar la cha-
gra, hacer casabe y los hombres a sembrar
y hacer mambe, practicar el chamanismo,
las curaciones, los cantos para no olvidar.
Las mujeres no tenían hijos para que los
caucheros no los mataran o los esclaviza-
ran. Eso me contaba mi abuela Bɨyuku.

Formas de resistencia
desde la manicuera
El pueblo Uitoto, desde tiempos inconmen-
surables, había conocido y ordenado su terri-

•520•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

torio en correspondencia con los principios


de la ley de vida de su cultura de tabaco, coca
y yuca dulce, en la que la mujer se identifica-
ba con el rol de “la manicuera”, que otorgaba
poder y plenitud. Todo su mundo se descon-
figuró con la llegada de los caucheros; sus
roles, sus espacios de poder (chagras, rastro-
jos, familia, malocas, quebradas), el ejercicio
de su cuidado personal como la alimenta-
ción, las dietas, la maternidad, la relación
de pareja, su esplendor físico y espiritual en
cumplimiento de los códigos de ética uitoto o
yetarafue, todo fue destruido. La mujer de la
“manicuera” estaba capacitada para interve-
nir en su determinado momento en la preven-
ción de conflictos, para educar a sus hijos,
controlar los malos pensamientos, orientar a
la comunidad desde su saber ancestral, para
curar y endulzar la palabra con la manicuera.
Este legado cultural de las mujeres fue
diezmado durante las caucherías. No obs-
tante, fueron varias las estrategias de estas
mujeres para desafiar la amenaza de muerte
que las esperaba día a día. Solo de esta ma-
nera lograron que sus clanes pervivieran en
el tiempo, renacieran de la nada y permane-
cieran como pueblos con cultura, territorio
y con una memoria colectiva del dolor en

•521•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

proceso de sanación. Fuerza y coraje para


mantenerse firmes fueron la constante de las
mujeres uitoto, porque en su esencia se man-
tuvieron incólumes como la palma de seje,
y se valieron de sus conocimientos tradicio-
nales y el manejo de la selva para superar la
crueldad de los peruanos.
Al focalizar la realidad de las mujeres
indígenas, en este trabajo se revisaron dife-
rentes fuentes que permitieron identificar
formas de abordar el concepto de resistencia
con un enfoque de género y étnico. Tenien-
do en cuenta el concepto de James Scott de
“resistencia desde la cotidianidad”, plantea-
do en Los dominados y el arte de la resisten-
cia, la información en esta investigación fue
sistematizada, consolidando categorías de
resistencias desde la cultura, lo espiritual,
el conocimiento tradicional, la medicina y el
conocimiento del manejo del cuerpo y del te-
rritorio, que garantizaron la pervivencia físi-
ca y cultural de la nación Uitoto.
Las mujeres de la manicuera de La Cho-
rrera, aunque fueron víctimas silenciosas
y silenciadas, y puesto que el victimario
se mostró cruel, acudieron a estrategias y
prácticas que estaban en su imaginario y en
los conocimientos tradicionales, espiritua-

•522•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

les y colectivos, convirtiéndolos en armas


de resistencia.
La resistencia indígena es un fenómeno
relacionado con la historia de los pueblos ori-
ginarios, una vez se dio el descubrimiento de
América, y con los procesos posteriores de
colonización y evangelización. La resistencia
indígena se convirtió en un aprendizaje inhe-
rente a los pueblos indígenas, a sus sistemas
de organización social y tradicional. Este
aprendizaje de la resistencia implica enormes
desafíos frente a la autoridad nacional mo-
noétnica y a su funcionamiento institucional.
El Estado no reconocía, ni aceptaba, ni com-
partía, hasta la Constitución de 1991, otras
formas culturales de organización política,
en el marco de la alteridad social, cultural y
depoder.Foucaultexplicacómoencontextosde
violencia se crean sujetos que reconocen y
aceptan el poder. Sin embargo, las mujeres
uitoto no siempre aceptaron ni reconocieron
el poder de los caucheros, no sirvieron como
mullaɨ y, en cambio, acudieron a lo que Scott
denomina la infrapolítica o el discurso oculto,
el arma de los débiles o, mejor, de las personas
en situación de indefensión.
Para James Scott hay tres elementos que
acompañan el fenómeno de la resistencia, que

•523•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

son: el poder, la hegemonía y la subordina-


ción. Los tres conceptos se aglutinan en el
concepto de dominación. Esta, según Scott,
se expresa como:

la institucionalización de un sistema para


apropiarse del trabajo, los bienes y los ser-
vicios de una población subordinada. En
un nivel formal, los grupos subordinados
en esos tipos de dominación carecen de
derechos políticos y civiles. (Los domina-
dos 19)

Para finales del siglo XIX y principios del


siglo XX , los uitoto carecían de todo tipo de
reconocimiento, y las mujeres estaban ca-
tegorizadas y concebidas como inferiores,
no-humanas, ateas y salvajes. Fue así como
se acuñaron los gérmenes de la violencia que se
materializarían más tarde en correrías, ma-
tanzas, rifas de muchachas y hasta asesina-
tos por diversión, como lo relatan los escri-
tos de la época del caucho, por ejemplo, el
ya mencionado libro de Valcárcel. Como se
evidenció en las primeras secciones de este
artículo, las caucherías en La Chorrera fue-
ron escenario de todos los tipos de violencia
posibles, a través de una mezcla letal que re-

•524•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

presentó la expresión más recalcitrante del


odio profundo al ser indígena, del desprecio
a lo natural, a lo ancestral y a lo femenino. El
racismo, el clasismo, la misoginia y la homo-
fobia eran los ingredientes de la relación con
los pueblos nativos.
La mujer uitoto se transformó en las cau-
cherías. Su metamorfosis, como la de una
mariposa mágica, permitió que las inconta-
bles semillas que sus ancestros le heredaron
y entregaron con solemnidad fueran conser-
vadas, sembradas, cuidadas, intercambiadas
y cosechadas con la complicidad de la luna,
cuando al sol se las obligaba a producir la co-
mida de los blancos. Esa sangre uitota, esa
raíz de una sociedad indómita que nunca fue
dócil reinventó la resistencia. Fue una re-
sistencia de largo aliento para la Amazonia
colombiana, la del eterno caminar, que hoy
se traduce en sus voces al hablar de su plan
de vida. Constituyó una propuesta de peren-
nidad, como lo aprendieron de los grandes
árboles de la Amazonia, representada en el
Moniyamena9, que simboliza la vida en abun-
dancia a largo plazo. La resistencia propues-
9 Árbol mitológico que simboliza la abundancia de los ui-
toto, y de los pueblos de la cultura del tabaco, la coca y la
yuca dulce de la Amazonia colombiana.

•525•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ta por la experiencia de las mujeres uitoto


impregna hoy a muchos pueblos con su men-
saje: cuando se pronuncia la palabra yetara-
fue en los auditorios y aulas de las ciudades
colombianas y de otros países como pilar de
la política pública indígena, cuando se habla
de jagɨyɨ o aire de vida, y cuando se pronuncia
la palabra dulce, todos los pueblos compren-
den su significado de autodeterminación,
alegría, optimismo y anticolonialismo.
Los pueblos oprimidos, como el Uitoto,
mantuvieron la autonomía indígena en el te-
rritorio, pese a que se encontraba limitada,
restringida y amenazada. La mujer de la ma-
nicuera, en particular, al ver amenazada su
integridad personal, la de sus hijos, su colec-
tivo, su cultura y su territorio con la llegada
de los caucheros (peruanos, británicos y de
los mismos indígenas mullaɨ), utilizó sabe-
res y prácticas que le permitieron lograr la
supervivencia de su pueblo. Entre estos sa-
beres y prácticas propongo una tipología que
visibiliza las acciones de resistencia de las
mujeres uitoto en las caucherías en tres con-
juntos: la lucha por la soberanía alimentaria,
la protección del cuerpo y el territorio y las
acciones por la reproducción cultural.

•526•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

Resistencia desde la protección de las


semillas para la soberanía alimentaria
Las mujeres de la manicuera en “la cultura
del tabaco, la coca y la yuca dulce” son en su
territorio ancestral las guardianas, protec-
toras y domesticadoras de las semillas que
enriquecen las chagras, en las que nunca fal-
ta la yuca dulce, símbolo de poder de la mujer
uitoto. Puesto que las mujeres indígenas tu-
vieron que trabajar como esclavas en los mo-
nocultivos de los caucheros, muchas de las
semillas nativas se perdieron, lo que debilitó
su poder, tal como lo relata la abuela Eulalia
Jacombombaire:

Hacia las tres de la mañana ya salían a tra-


bajar el caucho por el monte. Mientras tan-
to las mujeres que se quedaban en la casa,
las ponían a desyerbar, sembrar todo: café,
cacao, avena.

A pesar de no poder sembrar sus semillas,


el conocimiento colectivo sobre los usos de
las plantas y los animales de la selva (raíces,
cogollos, frutos silvestres, insectos, peces,
mamíferos, aves y reptiles) fueron una im-
portante alternativa para quienes huyeron
de los espacios intervenidos por los cauche-

•527•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ros; conocían alternativas de alimentación,


refugio y medicina que los ayudaban a des-
plazarse por la selva sin depender de los ali-
mentos cultivados. La alianza con el monte y
el río, el saber y la sincronización de sus co-
sechas y el comportamiento animal fueron y
son (gracias a las enseñanzas de las mujeres
de la manicuera) una estrategia de resisten-
cia particular para la Amazonia. Aún hoy,
cuando por desastres o conflicto no se puede
acceder a las chagras, las mujeres recuerdan
las enseñanzas que de generación en genera-
ción se mantienen vivas: recolectar su jokɨ10,
su firaido para hacer el cazabe y la fariña o
buscar el taɨfe jakaijɨ o ñame de monte.
Igual de importante fue que, ante la orden
incomprensible de que la población indígena
se deshiciera de sus semillas y cultivos, las
mujeres mayores sabiamente cogieron sus
jebogaɨ o canastos, los llenaron de semillas
(yuca o maikajɨ, maní o mazaka, ají o jifie,
batatas o refijɨ, ñame o jakaijɨ, guamo o jizai-
ño, achiras o tubujɨ, caña o kononogɨnaɨ) y las
resguardaron. Cuando los indígenas que ha-
bían huido retornaron al territorio después

10 Tubérculo silvestre que servía de alimento durante la


hambruna que dejó la cauchería.

•528•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

del conflicto, recogieron las semillas que las


mujeres habían dispersado en el monte y al-
gunas que estaban perdidas en los rastrojos.
Donde encontraban semillas hacían chagri-
ta y en un año su ranchito ya producía. Así
recuperaron la comida. Como indica Eulalia
Jacombombaire: “Mi abuelo decía que a la
orilla del Putumayo había un gran cañonero
con masa de yuca y fariña”.
Otra abuela, Leonor Manaideke, contesta
con tristeza sobre la manutención de las se-
millas propias durante el periodo cauchero:

Era de noche que trabajaban para cultivar


y hacer la comida, hacer chagra, ya no vi-
vían bien. Mi abuelo se llamaba Dɨorokɨ,
mi abuela Agustina Muinane, ellos iban
en la noche a la chagra por miedo, eran
chagras viejas. Después, cuando no tenían
nada que comer porque no había chagra,
quisieron cambiar caucho por comida, y
nunca pudieron pagar por el sistema de
endeude. Por eso las viudas se juntaron y
hablaron entre ellas que ya no querían tra-
bajar y no les importaba si las mataban.

Se trataba de una tarea casi imposible de


llevar a cabo por la debilidad física que te-

•529•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

nían las mujeres de esa época. Los rastrojos


o gakores y los jofoi o caseríos abandonados
de comienzos del siglo XIX evidencian cómo
las mujeres mantuvieron las siembras hasta
en las peores condiciones, y cómo llegaban
de selvas lejanas con su canasto siempre
lleno y diverso para expandir su cultura de
abundancia a donde llegaran.
Ese saber y la apropiación del monte en
el territorio de sus ancestros funcionó como
una brújula para guiar los pasos del retor-
no, ya que podían identificar dónde estaba
cada uno de los rastrojos o los caseríos, de
las chagras viejas o meidoɨ y la piña silves-
tre o dorokɨ de las quebradas. El reconoci-
miento de cada zona permitió recuperar
muchas de las semillas de sus clanes; cada
clan ha tenido sus propias variedades de
semillas que identifican sus políticas. Así,
la resistencia de las mujeres uitoto fue ha-
ber recuperado el germoplasma tradicional
sin sucumbir a la violencia impuesta por los
blancos para despojarlos de su territorio y
su biodiversidad. Triunfaron los uitoto al
renacer como cultura bosquesina y chagre-
ra. Lo hicieron las mujeres, las que siguen
vivas hoy en esas semillas, las que mientras
tengan farekao (yuca dulce) en sus chagras

•530•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

tendrán el poder del juiñoi o la manicuera.


Eso no quita que, cuando menos se espera,
afloren los sentimientos de dolor y desespe-
ranza, como el que se refleja en el testimo-
nio de Delia Jitoma, quien relata lo que su
suegra le contó:

La comida era para los caucheros; sembra-


ban maíz, plátano, caña, yuca y piña para
los caucheros. Si no lo hacían, una forma
de castigo era dejar morir de hambre a los
indígenas.

Resistencia desde
el cuerpo y el territorio
El cuerpo en la comunidad uitoto es una in-
tegralidad de lo espiritual y lo material. Se
cuidaba con plantas, curaciones orales y está
en los consejos intergeneracionales del yeta-
ra uai. La protección y el manejo del cuerpo,
particularmente el cuidado de los órganos
reproductores, eran muy estrictos y de obli-
gatorio cumplimiento. La ética de cuidado
del cuerpo de la mujer se basaba en no abusar
del cuerpo, reproducir la vida, cuidarlo a tra-
vés de los baños y no bañarse ni salir al mon-
te con el periodo porque era riesgoso, ya que
los animales la podían atacar.

•531•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Las prácticas cotidianas y rituales para


mantener la integridad del cuerpo de la mujer
uitoto —representado en el territorio, que es
considerado la madre de todo, y en la malo-
ca, que abraza y protege a la comunidad— se
hacían de manera colectiva e individual. Se
debían cumplir rituales, dietas y articular
los calendarios naturales con el territorio.
La monogamia ha sido el modelo de organi-
zación familiar uitoto, así que las relaciones
sexuales y la decisión sobre el nacimiento de
los hijos se definían en pareja y en el contex-
to del clan. El cuerpo como territorio se aso-
ciaba con los tiempos y las prácticas de las
chagras, el comportamiento del río, el clima
y los animales. El cuidado de los hijos era ex-
tensivo: la mujer, mediante la alimentación y
la prevención, lograba mantener la salud de
los pequeños, mientras que algunas enferme-
dades eran manejadas desde el mambeadero,
a cargo de los hombres.
Todo este legado fue expuesto al extermi-
nio durante la época de las caucherías, por la
violencia física y sexual impartida por los cau-
cheros, que dejaba a los clanes debilitados; sin
las mujeres era imposible producir y reprodu-
cir a los pueblos, no solo en la parte alimenta-
ria, que revisé en la anterior sección, sino en

•532•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

la biológica y reproductiva. Sin embargo, las


mujeres tomaron decisiones sobre sus cuerpos
para no quedar embarazadas de sus victima-
rios, como cuenta Delia Jitoma:

Para que las mujeres no quedaran embara-


zadas, las abuelas acudieron al uso de sus sa-
beres mágicos para curar (curaciones orales)
y ellas mismas se autocuraban para no tener
hijos de los capataces caucheros.

Sobre esto, también indica Otilia Sueche:

Mi abuela decía que para […] no tener hijos


una forma de cuidarse era tomar la mani-
cuera o jugo de yuca dulce caliente duran-
te el periodo o menstruación y masajear la
matriz hacia adentro.

Estas decisiones sobre el cuerpo afecta-


ron en parte la producción del caucho. La
empresa se vio obligada a traer esclavos ne-
gros de Barbados para reemplazar la mano
de obra indígena que escaseaba, por la dis-
minución de la población indígena.
En cuanto a sus hijos, las mujeres los es-
condían en los barrancones durante todo el
día, como acto de protesta ante la constante

•533•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

violencia física, sexual y psicológica, y sobre


todo porque, como dije anteriormente, les
arrebataban a los niños para matarlos, ya que,
según los caucheros, eran un estorbo en el tra-
bajo que las mujeres realizaban. La práctica
de no procrear se prolongó por muchos años
en las siguientes generaciones como respues-
ta a cualquier signo de violencia y presencia de
foráneos. Así pues, aunque la mujer, el pueblo
y el territorio se encontraban subyugados, es-
clavizados y cosificados, se ingeniaron accio-
nes individuales de resistencia, en este caso
de resguardo identitario y emocional, que, su-
madas, generaron un impacto colectivo por el
que fue posible la prolongación de la cultura,
los ritos, las ceremonias y la lengua materna
del pueblo uitoto de la Amazonia colombiana.
Por otro lado, muchas mujeres, impulsadas
por el hecho de ser madres y para que sus hijos
no fueran sometidos al yugo de los caucheros,
utilizaron el conocimiento del territorio para
escaparse. Gloria Jifikomuy cuenta la siguien-
te estrategia de escape:

Durante la noche, las mamás que tenían


niños se escapaban por el río sin importar
su destino. Lo que buscaban era huir de
los caucheros, utilizaban los riachuelos o

•534•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

quebradas pequeñas o iyetue para no dejar


rastros, para que los perros cazadores de
los caucheros no olfatearan sus rastros. Si
huían por tierra dejaban olor y los perros las
cazaban y las mataban. Porque los perros
estaban entrenados para matar y comer
carne humana y lo que buscaban las mamás
era escapar lejos con sus hijos y salvarlos.

Por otro lado, Eulalia Jacombombaire


narra:

Mi abuelo contó que mucha gente se fue


para el monte sin dejar rastro. Por ejem-
plo, uno de nosotros dijo que iba para Jualle
a buscar cargador y se fue para el monte y
solo dejó el canasto y se juntó con los que
se volaron en la cabecera de Raɨziye, donde
viven.

La conjugación del poder de la selva, de


todos los animales y todos los ríos, fue su ban-
dera. Las mujeres escaparon como tigresas
corriendo por los riachuelos con sus hijos a
cuestas, para no dejar huella ni olor para los
sabuesos de los caucheros. Como armadillos
abrieron sus cuevas para esconder a sus des-
cendientes, y en casos extremos prefirieron

•535•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

volver a la tierra con una muerte digna y au-


tónoma: mejor suicida que sometida al ene-
migo. Porque la cercanía a un jefe peruano,
a los jefes de secciones, significaba la muerte
y, cuando menos lo imaginaban, el hambre,
el cepo y las violaciones. Como lo manifes-
tó Margarita Capojo, anciana de 76 años del
pueblo Uitoto-nonuya: “La muerte con ellos
estaba asegurada”.

Resistencia desde la cultura


Las atrocidades de la Casa Arana se prolon-
garon en el tiempo hasta 1965, por medio de
secuelas materiales y psicológicas. Puede
que la historia oficial nos señale que, después
del conflicto colombo-peruano vivido entre
1932 y 1933, los indígenas se encontraron li-
bres del yugo de los caucheros. Sin embargo,
para los años sesenta aún había familias tra-
bajando en la economía del caucho, ya no bajo
el yugo de la esclavitud física que impusieron
los Arana, sino bajo la esclavitud del sistema
de endeude, en el que familias enteras debían
pagar por objetos que habían adquirido sus
abuelos durante la época cauchera11.
11 Conocí el funcionamiento de este sistema personal-
mente. Cuando era niña, mi familia y yo debíamos
adentrarnos durante meses en la selva amazónica para

•536•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

Además del sistema de endeude y de los


actores que hacían que este perviviera, nue-
vos actores amenazaban la conservación de
la cultura indígena de la Amazonia. En 1932,
concretada la salida de los caucheros, llega-
ron los misioneros capuchinos españoles, con
el beneplácito del Gobierno colombiano, y
crearon el orfanato de La Chorrera en las
instalaciones de la Casa Arana, mediante
Decreto n.° 10 de noviembre 22 de 1933, con
el propósito de educar y evangelizar a la po-
blación indígena. A la par llegaron las capu-
chinas con una labor adicional de evangeliza-
ción femenina: preparar a las niñas para ser
buenas esposas que supieran cocinar, lavar,
planchar, coser, bordar, hacer aseo y jardi-
nería. El choque cultural fue fuerte, porque
las capuchinas implantaron la disciplina

extraer caucho y poder pagar los objetos —una olla o


una escopeta, por ejemplo— que había adquirido en la
época cauchera el abuelo Monagaba. Debíamos entre-
gar el caucho a sujetos que venían en lanchas peruanas
desde Iquitos, y niños y niñas vivíamos aterrorizados
solo con escuchar el sonido de los motores de las lan-
chas, con un miedo heredado y que surgía de escuchar
lo que contaban las abuelas y los abuelos sobre el geno-
cidio cauchero. Sentíamos que iban a matarnos, y con el
sonido de los motores salíamos corriendo selva adentro
sin importar nada: las espinas y las culebras eran menos
peligrosas que los peruanos.

•537•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

occidental, la educación basada en el miedo y


la intimidación a través del pecado, como lo
relata Fidelina Gabba12:

Con el evangelio en la mano, nos castiga-


ban imponiendo la cultura europea, hasta
el punto que nos obligaban a dirigirnos a
ellos como “su reverencia”. La educación
era con miedo y nos castigaban si hablá-
bamos nuestra lengua. Yo vi cómo les atra-
vesaron un palo en la boca a las muinane
Virginia Humire y Adelina Rodríguez por
hablar en su idioma nativo.

De este contexto, también dice Rosaura


Kuiru:

Rezábamos todo el día, en la mañana íba-


mos a misa, para desayunar se rezaba otra
vez, antes de comenzar la clase se rezaba,
al mediodía antes del almuerzo era la misa
y por la noche otra misa y antes de dormir
se rezaba el rosario, todo el tiempo se re-
zaba y se rezaba, pero yo nada más repetía
por el miedo a que el hombre musculoso

12 Gabba fue la primera mujer uitota de La Chorrera en ser


magíster en Educación Administrativa de la Universi-
dad de la Sabana.

•538•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

que estaba en el cuadro con cachos nos lle-


vara al infierno si no rezábamos.

La imposición de la religión católica,


monoteísta y patriarcal que inculcó la creen-
cia en un único dios deterioró no solo la for-
ma de vivir el día a día y la cultura amazó-
nica, sino también la imagen ancestral de la
mujer y del hombre uitoto, al forzar la idea
de que la mujer provenía de Eva, pecadora y
transgresora del orden universal, y el hom-
bre de Adán, quien traicionó la confianza
de Dios al comerse la manzana prohibida.
Además del deterioro de los roles del hom-
bre y la mujer, surgieron nuevos miedos con
la idea de que los pilares de la cultura uito-
to, su lengua materna y las prácticas cha-
manísticas y de brujería, eran demoníacos.
Como sucedió en anteriores procesos civili-
zatorios impuestos por la cultura occiden-
tal, el desconocimiento hacia la otredad fue
total, y con esto se perpetuó la violencia es-
tructural que se vivió dentro del genocidio
cauchero.
La vulnerabilidad que ya marcaba a las
nuevas generaciones de mujeres uitoto,
por los sucesos recientes de la Casa Arana,
incrementó con el miedo a lo que podían

•539•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sufrir quienes no se dejaban someter al poder


occidental establecido por la trilogía Iglesia,
Monarquía y Estado. Vale la pena contextua-
lizar y señalar que, para esta época, en plena
mitad del siglo XIX , la República de Colombia
se guiaba por un concordato, lo que daba a la
Iglesia el poder absoluto sobre la educación
y el “proceso civilizatorio” de quienes eran
tildados de salvajes; y que los y las religio-
sas podían imponer castigos físicos a quie-
nes desobedecieran las reglas establecidas
—castigos a través de golpes con rejos hechos
de cuero de vaca, con palo o con cinturón—
y, también, podían decidir sobre el futuro de
las jóvenes huérfanas internadas, a quienes
desposaban sin tener en cuenta aspectos de
su cultura y su etnia. Una de las actitudes
más agresivas de las misioneras con las niñas
era prohibirles hablar el idioma uitoto y dis-
frutar de su comida tradicional. Satanizaban
sus costumbres y creencias por considerar-
las brujería y manifestación diabólica. Pero
ante la Iglesia también hubo resistencia: en
el marco de un fuerte sincretismo se logró
mantener la identidad en todos los aspectos
de la vida. La reclusión en los internados
hizo que muchas niñas intentaran fugarse
hacia sus comunidades y a otras comunida-

•540•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

des lejanas, lo que se puede interpretar como


una forma de resistencia.
A la par que viejos y nuevos actores aten-
taban contra la supervivencia de la cultura
indígena, los uitoto entendían que el acer-
vo cultural heredado desde la ancestralidad
era su fuerte y la esperanza para recompo-
ner el tejido social y organizativo, y surgir
de las cenizas como el ave fénix. Había que
aprovechar cada oportunidad para estar
juntos, practicar la lengua materna y el lega-
do cultural. Sobre esto, Viviana Kuyuekudo
indica que:

Después de que salieron los caucheros,


para no perder el idioma varios vivían en
una misma casa y practicaban la lengua,
para transmitir los conocimientos y no ol-
vidar las tradiciones. Nuestras mamás nos
levantaban a las tres de la mañana para
darnos consejos. Nos enseñaban a traba-
jar, aconsejaban para no robar, nos lleva-
ban a las seis de la mañana a la chagra y en
el trabajo nos enseñaban y regresábamos a
las cuatro de la tarde.

Incluso cuando arribaron las misiones re-


ligiosas, las mujeres uitoto se pusieron la ta-

•541•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

rea de conservar su palabra de origen y legado


cultural, enseñando la lengua a las nuevas ge-
neraciones, así como los mitos, los cantos, las
curaciones orales y con plantas, el manejo de la
naturaleza, las artes de la pesca, de trampas,
de tejido, de construcción, de culinaria y de
control biológico, infinidad de saberes que
duermen entre las narraciones como el tejido
de un canasto. El proceso de reconstrucción
del tejido social y cultural fue muy lento. Des-
pués del conflicto colombo-peruano, y a pesar
de los remanentes de la violencia cauchera en
la Amazonia colombiana, con los años se fue-
ron sumando desplazados que retornaban del
Perú, como relata la docente uitoto, Odilia
Mayaritoma:

Cuando se dio el conflicto ya no había ma-


yores ni abuelos ni abuelas, los que queda-
ron fueron los huérfanos y, con las mayores
que regresaron del Perú, aprendieron a ha-
cer casabe. Ellas quedaron con la memoria
de lo que veían, de cómo trabajaban y así
aprendieron nuevamente con la ayuda de
las adultas.

Estas acciones individuales y colectivas


de resistencia política y cultural no-violenta

•542•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

de las mujeres indígenas nunca fueron conta-


das en su época por las valientes uitoto, por
lo que, si en esta investigación sus herederas
cuentan su historia y lo hacen con propiedad,
es también un acto de resistencia.

La vida después del genocidio:


nuevos retos desde la palabra dulce
ancestral de la manicuera
Con el pasar del tiempo, los retos que atra-
viesan las comunidades de La Chorrera han
cambiado, así como la relación con los acto-
res que se han asentado allí. Aunque algunos
tiempos hayan sido más benévolos que otros,
la violencia desde distintos frentes sigue sien-
do una amenaza para los pueblos marginales
e indígenas.
En lo que concierne a la relación con el
Estado, más de medio siglo después de la tra-
gedia cauchera, en 1988, durante el gobierno
de Virgilio Barco, los indígenas recuperaron
el territorio como propiedad colectiva con el
nombre de Resguardo Indígena Predio Pu-
tumayo. Con esta victoria, se conformaron
nuevas formas de gobierno representativo
para la defensa de los derechos indígenas,
nuevas formas de relacionamiento con el Go-
bierno y la incidencia en la institucionalidad

•543•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

estatal, y se construyó el plan de vida de los


hijos del tabaco, la coca y la yuca dulce, en el
que están comprometidos los pueblos Uito-
to, Ocaina, Muinane y Bora. Sin embargo,
en las nuevas figuras de gobierno indígena
no se pactó una amplia participación de las
mujeres, ya que la acción política colectiva
orientada a la reivindicación de derechos ha
sido liderada por el pensamiento masculino.
Siendo así, las mujeres indígenas han recu-
rrido a un espacio mínimo de participación
dentro de las organizaciones para liderar
procesos de la mujer. A través de la Secreta-
ría de Mujeres existe un espacio para que las
mujeres de la palabra dulce den sus puntos
de vista y salgan al escenario público como
docentes, profesionales y líderes. En el año
2004, la primera mujer indígena con voz en
el espacio del mambeadero fui yo, por mi
pertenencia a un linaje de autoridades al
interior de mi pueblo y como asesora de la
organización, en condición de primera abo-
gada del pueblo Uitoto.
Paralelo a los cambios de relación con el
Estado, con el pasar del siglo XX , la relación
con las misiones religiosas se volvió más
amable, con la llegada de misioneras como
las Lauritas, dirigidas por la madre Laura.

•544•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

Hasta hoy estas misioneras continúan acom-


pañando a las comunidades de La Chorrera
en su proceso de autodeterminación y reivin-
dicación cultural, a través de la educación
propia, y en los procesos políticos territoria-
les. Estas misioneras incluso sirvieron como
escudos humanos ante la presencia de gru-
pos armados, cuando el gobierno de Andrés
Pastrana abandonó a su suerte en 2003 a los
pueblos de La Chorrera, declarando este te-
rritorio como parte de la zona de distensión
o zona roja. Hasta entonces, la presencia del
Estado en La Chorrera se reducía al ejérci-
to y a un grupo de practicantes de medicina
que salieron huyendo cuando se declaró zona
de distensión. Las únicas que se quedaron
acompañando a los indígenas en 2003 fue-
ron las religiosas de la madre Laura (Lauri-
tas) y un cura.
La historia de La Chorrera durante el go-
bierno de Andrés Pastrana, por otra parte,
hace necesario resaltar cómo, para finales
del siglo XX , llegaron al territorio diferentes
grupos armados legales e ilegales, nueva-
mente sometiendo a los pueblos a violencias
físicas y de género, con acciones como la re-
clusión forzada o enamorando a las jóvenes
para llevarlas al monte. De hecho, con estos

•545•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

actores, se repitió el panorama de aislamien-


to de mujeres indígenas por embarazos in-
deseados de militares, guerrilleros e incluso
paramilitares.
En la actualidad, se presentan nuevos
retos colectivos en los que participa la mu-
jer, aunque de modo incipiente. El rol de las
mujeres en la organización es un referente
para la fortaleza y la resiliencia, al compar-
tir cómo, con la fuerza espiritual y el poder
de la manicuera, los uitotos pueden superar
los diferentes conflictos de origen foráneo
que llegan a la región. Mientras no falte el
elemento sagrado que es la manicuera, hay
esperanza para caminar en los escenarios
locales, regionales y nacionales, para conti-
nuar construyendo familias, comunidades,
región y país con la palabra dulce de la mu-
jer uitoto, la mujer de la manicuera. Con el
poder de la palabra dulce de la manicuera, se
viene reconstruyendo la memoria de los pue-
blos Uitoto, Ocaina, Muinane y Bora sobre
los hechos ocurridos en la época de la Casa
Arana, y la mujer es la fuerza orientadora del
proceso, como lo relata Odilia Mayaritoma:

La mujer es la base de todo, pero igual son


complemento. Si la mujer está en su sitio,

•546•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

mantiene la moralidad, la familia funcio-


na en armonía, porque los hombres son dé-
biles. Si los dos son débiles, ¿quién ayuda
a surgir a la familia? Si no hay autoridad
moral, ¿quién va a corregir? La mujer es la
base con su papel de mujer.

Como estrategia para avanzar y no hun-


dirse en el dolor, la nuevas generaciones in-
dígenas, de acuerdo con Luz Mila Riecoche,
sostienen que:

Son historias viejas y no quieren saber de


su pasado, y no les quieren contar a sus hi-
jos. Los abuelos no quieren hablar de las
caucherías porque les produce tristeza y
les duele.

Sin embargo, las mujeres de la manicuera


son optimistas sobre su futuro y consideran
que las están teniendo en cuenta, en especial
en proyectos y programas ambientales y de
cambio climático que llegan a los territorios.
Por ejemplo, Elizabeth Fajardo indica que:

Ahora con el tema REDD (Reducción de las


Emisiones derivadas de la Deforestación y
la Degradación de los bosques), nosotras

•547•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

hemos ganado espacio en la toma de deci-


siones. Anteriormente solo decidían hom-
bres. Hoy las mujeres opinan y son respe-
tadas en su opinión.

Conclusiones
El análisis de la violencia experimentada por
las mujeres uitoto de La Chorrera durante el
genocidio cauchero y de su respuesta a esta
violencia, a través de acciones de resisten-
cia no violentas, evidencia, en general, la
ausencia de un Estado que hubiera podido
prevenir, defender y garantizar los derechos
étnicos y territoriales de estas mujeres y sus
pueblos, y la fortaleza de la mujer de la ma-
nicuera, que fue blanco, como su comunidad,
de la transnacionalización, de la explotación
y de la colonización por parte de hombres
europeos y de mestizos subordinados a los
mandatos eurocéntricos.
La investigación arroja también una nue-
va lectura de la comunidad uitoto en varios
aspectos.
El primero tiene que ver con la parti-
cularidad y fortaleza de la mujer uitoto a
través de sus conocimientos, prácticas y
espiritualidad. Como se vio a lo largo de
esta investigación, la mujer uitoto superó

•548•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

las condiciones de extrema violencia a las


que se vio expuesta durante y después de
las caucherías, y tuvo el coraje para generar
estrategias de resistencia, gracias a un gran
cúmulo de conocimientos teóricos y prác-
ticos, así como a una fuerte espiritualidad
basada en su cultura, orientada por el poder
de la manicuera. Este poder y sus principios
rectores fueron un motor de lucha, primero
desde acciones individuales y después de
forma colectiva, sin programaciones apa-
rentes, pero guiadas por la luz de sus ances-
tros, quienes profunda y detalladamente les
enseñaron a manejar la selva. Como resul-
tado, este poder de la manicuera fue lo que
les garantizó su vida, las de sus hijos y las de
las generaciones que vinieron después.
La manera en que continuaron practican-
do sus cultivos a escondidas, la manera como
dispersaron y escondieron sus semillas,
como mantuvieron viva la lengua materna
en todas las generaciones, y continuaron con
su capacidad chamanística y de dietas, res-
petando los calendarios naturales a pesar de
la imposición de los caucheros y después de la
Iglesia, les da a estas mujeres un lugar en
la historia, como autoras de una cultura infi-
nitamente adaptativa.

•549•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Estas luchas en la actualidad se expre-


san en los ecofeminismos que promueven la
ecodependencia y los lazos de solidaridad
comunitarios (Svampa) y que están opues-
tos al neoextractivismo, armando procesos
de resistencia a la racionalidad moderna que
se manifiesta en la lógica de apropiación y
dominio antropocéntrico y androcéntrico
de la naturaleza (Gudynas). A partir de las
diversas prácticas descritas, en este traba-
jo se constituyen y articulan las estrategias
de resistencia de estas mujeres, en relación
con los poderes hegemónicos de Occidente,
y revisamos cómo ellas son un eje de agen-
ciamiento político. Como organización, y
hermanándose con las posturas de algunos
ecofeminismos latinoamericanos, han ini-
ciado la construcción de una ecología polí-
tica feminista que articula políticamente la
relación naturaleza y género, poniendo en
valor la ética del cuidado como una categoría
crítica para desnaturalizar la matriz patriar-
cal del extractivismo neoliberal (Bolados y
Sánchez).
Lo segundo es que existe, en la nación
Uitoto, un equipaje de herramientas de re-
sistencia pasiva desde la cotidianidad, que
hoy están vivas en relación con los planes es-

•550•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

bozados de planificación del territorio y del


buen vivir. Entre estas formas de resistencia
están el cuidado de las semillas para garan-
tizar la soberanía alimentaria uitoto, el ma-
nejo de la naturaleza (la selva, los montes, los
ríos), la manutención de cultivos y chagras
y el aprendizaje de la defensa de la relación
cuerpo-territorio. Esta última es especial-
mente necesaria hoy, cuando la selva sigue
siendo fuertemente agredida. Los y las uito-
tos deben ser representantes necesarios en
los debates sobre planes de territorio y cam-
bio climático.
Lo tercero que arroja el estudio es que
existe en la comunidad uitoto, especialmente
a través de las mujeres, una protección de la
cultura, por la que esta se reproduce, incluso
en los tiempos de mayor adversidad. Aunque
los caucheros hayan accionado estrategias
para eliminar la cultura uitoto en todas sus
expresiones, desarraigando a los indígenas
de sus lugares de origen, aislándolos de su
tejido social, fragmentándolos y partiendo
a sus familias, capturando a las mujeres para
su posesión, impidiendo que se practicara
la siembra de la chagra, permeando sus ri-
tuales para folclorizarlos y ridiculizarlos, y
quemando las malocas, las mujeres uitotos

•551•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

hicieron lo posible por preservar a la comu-


nidad, manteniendo las dietas, la siembra de
chagras, la lengua y hasta protegiendo los te-
jidos y la elaboración de utensilios.
Esta perseverancia en la cultura nos da
esperanza en el actual panorama de des-
plazamientos de los uitotos a las ciudades y
otros territorios, en tanto no necesariamen-
te el alejamiento del territorio ancestral eli-
minará la identidad de quienes migran. Los
migrantes hoy expresan su cultura en pla-
zas, auditorios, salones de clase, malocas
levantadas sobre el cemento de una urbe o
sobre el suelo de una finca. En esos espacios
se revive permanentemente la convocatoria
al ambil o yera, el mambe o jibie y la mani-
cuera o juiñoi, para que el creador Moo de
los uitoto y la eiño que los cuida se adelanten
con sus cantos o buiñua, eraɨ rua, y sus dan-
zas colectivas, atrapando nuevos seres de
todas las culturas para que abracen la cul-
tura uitoto. Así mismo, las nuevas genera-
ciones que permanecen en otros territorios
escuchan la palabra de los abuelos. Los pue-
blos que no lograron mantener viva la pala-
bra de sus mayores se refugian en la palabra
o rafue de los uitotos, como voz de resisten-
cia y de optimismo. Y la mujer, resurgida de

•552•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

tanta barbarie, recoge las semillas de valen-


tía de sus abuelas, se pinta, se viste con sus
cargueros y su amegɨni o brazalete de fibra
cumare o chambira, su nuikɨrai o corona he-
cha con plumas, su jideriya o pinturas natu-
rales, orgullosa de manifestar que su terri-
torio y su país es indígena, que la Amazonia
está viva y que ningún opresor es capaz de
derrotar la política de la manicuera. Este
trabajo ha permitido visibilizar que ni el
cauchero, ni el diablo católico, ni las armas
de los grupos legales o ilegales, ni las tram-
pas de las empresas o las ONG extractivistas
internacionales, ni la negligencia permanen-
te del Gobierno colombiano pueden apagar
el mandato de Buinaima y de Buinaiño: cui-
dar la vida y vivir en abundancia.
Los intereses económicos de países hege-
mónicos como Gran Bretaña y Perú, sumados
al accionar violento de la Casa Arana, aunque
es una historia poco conocida en Colombia,
forjaron el mayor etnocidio y ecocidio ocu-
rrido en la región de la Amazonia. Según in-
formes oficiales de la época, la población de
cincuenta mil personas disminuyó a ocho mil
en menos de cinco años. El reducto de la po-
blación indígena de La Chorrera pervive cul-
turalmente por las acciones estratégicas de

•553•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

resistencia adoptadas desde las acciones indi-


viduales no violentas de las mujeres indígenas.
A pesar de los aspectos positivos que
arroja esta investigación sobre las formas
de preservación cultural de los uitotos, y so-
bre todo, de las mujeres, la realidad actual
de este pueblo no está lejos de lo que ha sido
su pasado. Lo indígena en Colombia sigue
siendo odiado y muy pocos sacerdotes o re-
ligiosos o actores en general han hablado a
su favor. El uso de la violencia sexual es sin
duda una práctica sistemática y generaliza-
da que ha formado parte integral de los mo-
delos extractivistas dominantes, así como
del conflicto armado. Junto a esto, es clara
la impunidad estructural, propia de un país
asentado en las bases de las lógicas patriar-
cales, por la que las mujeres colombianas se
convierten en víctimas ocultas del conflic-
to. Son varios los factores que han generado
la persistente ocultación y negación de este
delito por parte del Estado colombiano: en
su agenda no se incluyen la investigación,
el enjuiciamiento ni el castigo a los respon-
sables. Por otro lado, en el país predomina
de manera generalizada la falta de acceso
a recursos y de autonomía para las mujeres
indígenas y esto no es más que el fiel reflejo

•554•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

de esa inequidad de género históricamente


enraizada en la sociedad.
La autonomía indígena en el territorio,
pese a encontrarse limitada, restringida y
amenazada por la acción de empresas ex-
tractivas, por la misma acción estatal que
elude la consulta previa al impulsar sus pro-
yectos económicos, y por la acción de grupos
armados, también se encuentra en condicio-
nes de responder a través de sus recursos cul-
turales. Esto no excluye que los pueblos in-
dígenas establezcan alianzas y acuerdos con
otros actores, incluido el Estado, para recla-
mar sus derechos y defender su autonomía,
pero ello corresponde a otra esfera de actua-
ción política que muchas veces trasciende la
vida inmediata y cotidiana en los territorios,
lo que no necesariamente pone en entredicho
su autonomía.
La Amazonia, ese vasto territorio en
América del Sur, alberga sobre todo la dico-
tomía: la abundancia y la violencia. Se debate
permanentemente entre la vida y la muerte.
Durante mucho tiempo, la inmensa selva
amazónica ha sido vista como una reserva de
recursos naturales donde el capital hace “sus
compras” a conveniencia y desconoce a sus
guardianes. La misma complejidad de ese

•555•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

territorio hace necesarias nuevas perspecti-


vas y propuestas de salida a su posible devas-
tación. Ese territorio tiene vida propia y es
generador de nuevos saberes, esos que el mo-
delo occidental trata de callar. Por último, la
estrategia de resistencia de mujeres con par-
ticularidades étnicas representa una herra-
mienta intangible para la resolución de con-
flictos futuros equiparables al desatado por
la presencia de la Casa Arana en el territorio
amazónico. Estas estrategias de resistencia
también constituyen un pilar para que las
nuevas generaciones diseñen y planifiquen
sus propias acciones de resistencia y empo-
deramiento. Por lo tanto, las narraciones de
las sobrevivientes del genocidio amazónico
a través de sus herederas son experiencias
que deben ser memorizadas, estudiadas y
presentadas para prevenir los riesgos de nue-
vas hecatombes provenientes de los modelos
económicos extractivistas en estos territo-
rios. Así mismo, en la actualidad, dichas vi-
vencias constituyen un referente que puede
ser aplicado a las situaciones cotidianas que
viven las mujeres de origen étnico, que si-
guen sufriendo el despojo de sus tierras y la
violación del derecho a la autodeterminación

•556•
Mujeres uitoto de La Chorrera-Amazonas

como consecuencia de políticas que protegen


solo los intereses de los poderosos.

•557•
Tras los pasos
de mi bisabuela
Boracoño,
sobreviviente
de la época
del Caucho en
la Amazonia
Colombiana
(1904-1934)* 13

WENDI ANDREA KUETGAJE MUÑOZ - FIERAGIZA

* Este artículo se basa en el segundo capítulo de mi tesis


de pregrado: “‘A nuestros antepasados muertos los hizo
descansar”: Tras los pasos de mis bisabuelos Boracoño
& Kuegajɨ sobrevivientes de la época del Caucho en la
Amazonia Colombiana, 1904-1934”. El texto completo
de mi tesis puede encontrarse en el siguiente enlace: ht-
tps://doi.org/10.48713/10336_38302

•558•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

A todas las memorias perdidas de las mujeres


indígenas —como mi tatarabuela, mi bisabuela
Boracoño y demás integrantes del clan y del
pueblo Uitoto— cuyo recuerdo se ha perdido
solo por su género femenino. Hoy reconozco,
por medio de este trabajo, que las mujeres somos
agentes de sabiduría y gestoras de las memorias
de nuestro pueblo.

Nuestra hija quiere conocer sobre nuestra


historia, es necesario. Ella quiere conocer esa
historia, que es bueno. Es bueno trasmitirle.
Por su formación de antropología. Para que
entienda nuestra palabra. Para compartir con
otras sociedades. Que entiendan cómo nació
esta cultura. Pues aún estamos los mayores
para contar la palabra del orden. La nueva
generación necesita saber nuestra historia.

(Ɨneyɨ, mambeadero de permiso, 2022)

Mi voluntad de entender el sistema de co-


nocimiento del pueblo Uitoto viene de mi
vínculo paterno con el clan Fɨeraiaɨ. Soy
Wendi Kuetgaje Muñoz, Fɨeragɨza, la se-
gunda hija de Santiago Kuetgaje Nevake,
Fɨerayɨrai. Nací en la comunidad de Santa

•559•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Rosa y crecí en la compañía de dos mujeres


indígenas que llegaron al clan por vínculo
matrimonial: mi madre, Jhanet Muñoz, es
indígena Tatuyo o Umurecoómajá (Gente del
cielo) del clan Jiná Pacará (Gente de estatura
alta) de Yapú (Vaupés); y mi abuela, Amalia
Nevake Kumimarima, que también fue mi
partera, es indígena bora-miraña, nacida en
las selvas del Cahuinari y criada entre Provi-
dencia y La Chorrera (Amazonas).
A inicios de los años 2000, el fracaso de
los diálogos de paz entre el gobierno de Pas-
trana y la guerrilla de las FARC-EP en la zona
de distensión del Caquetá provocó el asenta-
miento de los grupos guerrilleros en diver-
sos territorios indígenas del Amazonas. En
2003, mi padre, Santiago Kuetgaje, trabaja-
ba con la radio comunitaria Chorrera FM Es-
téreo y denunciaba los hechos perpetrados
por este grupo armado en contra de la po-
blación indígena de la zona. Esto molestó al
grupo guerrillero, que terminó amenazándo-
lo de muerte. Algunos miembros del clan se
vieron obligados a salir de su territorio, por
lo que una parte del clan Fɨeraiaɨ hoy reside
en el Resguardo Indígena Maguare, en Villa-
vicencio (Meta), mientras que la otra mitad

•560•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

vive en el Resguardo Predio Putumayo en La


Chorrera (Amazonas).
Desde nuestra llegada, a pesar de mi cor-
ta edad, empecé a ser consciente de lo que
implicaba ser un sujeto racializado indíge-
na en Villavicencio, en donde aún existe un
rezago ideológico de las prácticas de exter-
minio denominadas “guajibadas”, sucedidas
a mediados del siglo XX en los Llanos, en
contra de la población indígena1. En todos
los sitios donde vivimos —el Instituto Bí-
blico La Antorcha, el barrio La Chorrera, la
vereda La Poyata y el Resguardo Indígena
Maguare— el desconocimiento de nuestras
dinámicas culturales por la población blan-
co-mestiza trajo como consecuencia un con-
tinuum de prácticas discriminatorias rela-
cionadas con nuestra apariencia física y
nuestra forma de vivir.
En ese contexto, escuchaba las palabras
de mis abuelos paternos Amalia y Kuyo Bui-
naima, y aprendía con ellos, porque han es-
tado a mi lado desde muy pequeña. Cuando
hacía preguntas sobre el origen de nues-
tro clan, algo que ellos no tenían claro, me
1 Aún hoy, en esta región, algunas personas blanco-mes-
tizas se refieren peyorativamente a las personas con ras-
gos amerindios como “guajibos”.

•561•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

decían: “Eso lo debe saber tal abuelo; él es-


tuvo con su bisabuelo más tiempo”, refirién-
dose a alguno de los otros hermanos de Kuyo
Buinaima. Por esta razón, en el año 2016,
me comprometí con mis abuelos paternos a
recuperar la memoria histórica del clan Fɨe-
raiaɨ, grupo familiar perteneciente al pueblo
Uitoto.
Busqué la forma de hablar con los demás
abuelos del clan y me autorizaron a recopilar
sus memorias orales. Inicié por la recons-
trucción de las historias que marcaron las
vidas de mis bisabuelos, Kuegajɨ y Boracoño,
durante el periodo Jizɨe Iyagɨma: época del
caucho. Como el conocimiento masculino
se restringe para las mujeres del pueblo Ui-
toto, requerí el permiso de los abuelos Kuyo
Buinaima, Ɨneyɨ y Jɨaizɨema, y de las abuelas
Amalia y Antonia Tabares, para poder escri-
bir y hablar de nuestra historia.
Como investigadora indígena, pretendo,
de manera simultánea, honrar y entender
la vida de mis antepasados, y llevar a cabo
un proyecto académico que se posicione en
la época del caucho y que incorpore aportes
teóricos sobre la dominación que ejercieron
los caucheros sobre la población indígena, los
actos de resistencia que utilizaron los indíge-

•562•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

nas para sobrevivir el régimen cauchero y las


formas que tiene el pueblo Uitoto de sanear
los dolores colectivos provocados por los con-
flictos que atacan el tejido social. Así mismo,
busco abrir un espacio de diálogo con inves-
tigaciones hechas por académicos y acadé-
micas indígenas sobre sus mismos colectivos;
por ejemplo, con el trabajo de la líder uitoto
Fany Kuiru, en su tesis “La fuerza de la mani-
cuera: acciones de resistencia de las mujeres
uitoto de La Chorrera-Amazonas durante la
explotación del caucho-Casa Arana”.
Como en el trabajo de Kuiru, mi investi-
gación tiene un enfoque de género, toda vez
que investigo sobre la historia de mi bisabuela
Boracoño, siguiendo las memorias de su in-
fancia, su contacto con la esclavitud cauchera
y su experiencia al escapar de este régimen.
La investigación de esta historia, desde mi
posicionamiento familiar, es un trabajo com-
prometido con mis parientes, pero también un
espacio de tensiones y debates, debido a que el
carácter patrilineal del pueblo Uitoto hizo que
muchos participantes del proyecto considera-
ran que la voz masculina debía primar por en-
cima de la femenina. Durante esta investiga-
ción, fui encontrándome con las concepciones
internas y externas que han privilegiado un

•563•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

conocimiento patriarcal. Las historias de las


esposas de los rafue nama2 fueron condenadas
al olvido por el simple hecho de ellas ser mu-
jeres. Por otro lado, esta situación no es aje-
na a la producción académica, ya que algunos
investigadores que se han acercado al pueblo
Uitoto para “etnografiarlo” han hecho sus in-
vestigaciones con los hombres y en espacios
masculinos.
Estas tendencias —tanto internas como
externas— han provocado una doble vulne-
ración de los sistemas de conocimiento feme-
ninos: han ratificado las relaciones de poder
dentro del mismo colectivo, algunas influen-
ciadas por la concepción católica de lo que
debe ser una mujer, y han propiciado que las
historias de las mujeres no se hayan conside-
rado válidas para construir la episteme ui-
toto. Aunque la investigación familiar haya
sido sobre ambos bisabuelos, Kuegajɨ y Bo-
racoño, por motivos de extensión en la pre-
sente antología y para abrir mejores espacios
de inclusión de lo femenino indígena dentro
de epistemes patriarcales tanto occidentales
como amerindias, en este artículo prima la
historia de mi bisabuela Boracoño. Desde su

2 Dueños de una maloca.

•564•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

historia, este texto investiga las relaciones


de dominación, resistencia y sanación que
afectaron al pueblo Uitoto en la época del
caucho, sucedida durante las primeras tres
décadas del siglo XX en la Amazonia.

Historias condenadas al olvido:


¿quién fue Boracoño?
Las nuevas generaciones de mujeres uitoto
tenemos muy pocas referencias de las histo-
rias de nuestras antepasadas: tatarabuelas y
demás mujeres del clan. Mi bisabuela Boraco-
ño falleció aproximadamente hace cincuenta
años. Su historia personal y familiar no de-
bería ser ajena a las generaciones de sus hijos
y de sus nietos. Sin embargo, cuando les he
preguntado a algunos hombres del clan sobre
su vida, me han respondido: “No averigüé por-
que era mujer”, o “no le presté atención”. Las
abuelas, en cambio, no conservan solamente
la memoria de los clanes en los que nacieron,
sino también las memorias masculinas y las
memorias de pasadas generaciones.
Así que la reconstrucción de parte de la
vida de mi bisabuela Boracoño se hizo gra-
cias a las narraciones orales de dos abuelas
de la familia. Por un lado, mi abuela Amalia
me compartió varios relatos en el Maguare y

•565•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en La Chorrera; por otro, mi abuela Antonia


me contó parte de la historia en el Maguare.
Centrándome en la experiencia particular de
mi bisabuela, y entendiendo los límites que
tiene esta metodología de investigación, en
tanto la historia de Boracoño yace incomple-
ta, propongo estudiar las relaciones de domi-
nación internas y externas a las que debieron
enfrentarse las mujeres indígenas durante
la época del genocidio cauchero, así como
revisar las acciones de resistencia y revitali-
zación cultural que libraron estas mujeres en
ese oscuro contexto.
Para las mujeres indígenas amazónicas,
el tejido y la comida son fuentes de memoria
y espacios de transmisión de conocimientos.
Cada vez que la abuela Amalia me contaba
una historia o me daba un consejo, lo hacía
en el espacio de sus tejidos, entre canastos,
cernidores, escurridores, mochilas en cuma-
re o lana3, o mientras preparaba alguna de
sus múltiples recetas4, o mientras cuidaba sus
sembríos, en especial los ajíes que atendía ce-

3 Cuando se acaba el cumare, ella teje en lana.


4 Recuerdo que siempre regresaba a mi casa con las ma-
nos ocupadas, cargando uno de sus canastos llenos de
comida.

•566•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

losamente. En la tarde del 2 de enero de 2022,


mi abuela Amalia se sentó en la puerta de la
casa que da sobre el puerto del río Kotue, para
tejer su mochila de cumare, como suele hacer
en las tardes. Mientras avanzaba en las pun-
zadas del tejido, me dijo que sabía muy poco
sobre la niñez de Boracoño, pero que inten-
taría recordar lo más que pudiera. Comen-
zó diciendo que el nombre tradicional de mi
bisabuela era Boracoño5 y que, en la parte
occidental, se llamaba Carmelina Boracono.
De su vida familiar, solo sabía que era la hija
menor de un rafue nama6 del clan Ɨmeraiaɨ7;
la fecha exacta de su nacimiento no la cono-
cía, aunque suponía que había sido antes de
las caucherías, posiblemente a finales del si-
glo XIX.
La primera etapa de la vida de Boracoño
transcurrió, según mi abuela Amalia, en el
territorio ancestral de su clan, en cercanías
de la actual comunidad de San Antonio8.
Cuando Boracoño tenía siete u ocho años, su

5 Color anaranjado, tal vez en referencia al azafrán.


6 Dueño de bailes o maloquero.
7 Gente de Boruga.
8 Una de las comunidades pertenecientes al pueblo Uitoto
que se encuentran asentadas en el alto río Kotue.

•567•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

hermana mayor contrajo matrimonio con el


joven Kuegajɨ, del clan Fɨeraiaɨ. Sin embar-
go, esta relación duró poco tiempo: su her-
mana falleció por causa de una maldad que le
envió un clan enemigo.
Lo anterior me hizo recordar los motivos
por los que mis bisabuelos se habían unido
en matrimonio, que conocí conversando con
mi abuelo Kuyo Buinaima, en diciembre de
2019:

A la primera mujer la mató un relámpa-


go. Ella estaba haciendo de tomar leche
al bebé, y vino un rayo por toda la malo-
ca donde estaba dando de chupar y el bebé
murió junto con la mamá. […] Por eso, él
fue a sacar a la hermana. Anteriormente,
pues si se muere, y si tiene hermana, uno
va y la busca.

Cada vez que un conflicto entre clanes in-


volucraba la vida de una mujer, surgían de in-
mediato alianzas entre ellos9. Es importante

9 “Los indígenas del Putumayo no solamente estaban di-


vididos en tribus, sino que en el interior de cada tribu
existían tensiones más o menos constantes y así también
reinaba la desunión entre las varias ‘familias’ o ‘nacio-
nes’ en las que cada gran rama se descomponía”. “Las

•568•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

recordar que, en ese entonces, los matrimo-


nios eran concertados y estratégicos (es decir
que la conformación de una pareja se pensa-
ba como una manera de fortalecer la alianza
entre dos clanes) y la mujer era el “vínculo de
armonización” entre dos grupos familiares10.
Sobre esta conformación del matrimonio, la
antropóloga peruana Luisa Belaunde tiene
dos interpretaciones: o las mujeres eran obje-
tos pasivos de los intercambios masculinos,
o eran sujetos activos, productoras, depreda-
doras y participantes de los intercambios por
decisión propia (2008).
En este caso, la alianza entre los Fɨeraiaɨ
e Ɨmeraiaɨ parece corresponder más a la pri-
mera interpretación: una mujer, hija de un
jefe de clan, debía emparentar con el hijo del

numerosas subdivisiones de los witotos se hallaban


continuamente en guerra unas con otras […] a pesar de
que el matrimonio entre ellos era común, y prevalecía
el sentido de parentesco y lenguaje en contra de todo lo
externo, cada una tenía sus causas internas de disputas,
que a menudo dividían bruscamente a vecinos y clanes.
Tales conflictos conducían a ‘guerras’ frecuentes, raptos
y robos de mujeres, lo que sin duda era el fondo de mu-
chas discusiones” (Gómez López et al., 2014, 166-169).
10 Forman alianzas de compadrazgo para “pacificar” las
disputas entre clanes.

•569•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

jefe de otro clan11, para resarcir una unión


que se había hecho entre clanes afines y que
un accidente había disuelto, como lo resu-
me el abuelo Kuyo Buinaima: “Los hombres
Fɨeraiaɨ de ese tiempo sacaban de mujer a las
ɨmeraiaɨ porque son clanes vecinos de ma-
loca. Nosotros no tenemos problemas con
ellos”. Así, mi abuela Boracoño tenía la obli-
gación (y no la opción) de aceptar la unión
con el esposo de su hermana fallecida, lo que
nos remite a una dominación interna de los
hombres sobre las mujeres indígenas.
Una frase que me dijo el abuelo Jɨaizɨema
cuando me explicaba la organización social
del pueblo Uitoto fue muy reveladora en este
contexto: “La jerarquía la tiene es el hombre;
por eso dicen que la mujer es la totuma”. Al
comparar a la mujer con la totuma, el abue-
lo Jɨaizɨema alude a dos metáforas de origen
que atraviesan la comunidad: las mujeres,
como totumas, deben circular, salir de la co-
munidad, repartir comida y abundancia; los
hombres, como estantillos, deben sostener

11 Era una “estratificación jerarquizada” para diferenciar a


las mujeres dentro del colectivo. En esas circunstancias,
las mujeres catalogadas como jɨba rɨnho —mujeres del
común— no podían emparentarse con los hijos del jefe
de un clan (Kuiru).

•570•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

la maloca (Sánchez 48). Por este motivo al-


gunas personas “tradicionales”12 no celebran
cuando una niña nace: piensan que, algún
día, se irá a otra maloca. Kuiru describe la
fuerza de estas lógicas de dominación mas-
culina antes de la cauchería:

En la sociedad clanil, [la mujer] también


padeció violencias endógenas antes de la
cauchería por parte del clan, al considerar
que el nacimiento de una niña significaba
el fin de su linaje. En estos casos, la mujer
era rechazada por algunos clanes y desti-
nada desde muy niña a un varón escogi-
do por el jefe o el padre de la niña. Tener
marido significaba para ella el destierro;
perdían sus derechos dentro de su clan de
origen y pasaban a ser parte del clan del
marido. (35)

A lo largo de mi investigación, he cons-


tatado que este tipo de violencias endógenas
han sobrevivido durante varias generaciones
y que incluso las mujeres que fueron víctimas
de ellas tienden a reproducirlas. Menciono el

12 Miembros del pueblo Uitoto arraigados en la tradición


patrilineal.

•571•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

caso de la abuela María Antonieta —nuera


de Boracoño— y mi experiencia personal. La
abuela María Antonieta recuerda que, cuan-
do ella se unió con su esposo Fɨeratofe13, la
finada suegra (Boracoño) le decía: “Usted
ya entró a este clan; usted ya es totuma de
los Fɨeraiaɨ”. En cuanto a mi experiencia, la
abuela Amalia me dice en forma de chiste
que, cuando nací, mi papá se molestó porque
había nacido otra niña. Si bien en los últimos
años la situación ha cambiado, debido a los
derechos y a la participación que han adqui-
rido las mujeres indígenas, más de cien años
después del nacimiento de la abuela estas ac-
titudes no han desaparecido del todo.
Retomando el hilo de la historia de mi bis-
abuela Boracoño, en otra tarde con la abuela
Amalia nos acostamos en las hamacas de la
sala a conversar. Mientras ella torcía sus fi-
bras de cumare, recordó cómo Kuegajɨ le ha-
bía contado sobre la llegada de Boracoño al
clan Fɨeraiaɨ, una versión que difiere de la del
abuelo Kuyo Buinaima, en tanto es Boracoño
quien se acerca a Kuegajɨ y no al revés:

13 Nombre tradicional de Mariano Ñeñetofe (+), primer


hijo varón de Kuegajɨ y Boracoño.

•572•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

Y en ese, llega la hermanita (Boracoño), la


última, se apareció donde él, y le dice: “Cu-
ñado, vine aquí donde usted. Esté pues ahí
usted”. Y él responde: “¿Qué le voy a hacer?
Tampoco hay nada, su hermana ya murió,
¿qué le hago? ¡Ayayayay!”. Ella se pone a
llorar. Y se pone a hacer la comida.

Escuchando el relato de mi abuela, imagi-


no los sentimientos de tristeza y resignación
que enfrentó mi bisabuela en el momento de
su vínculo matrimonial. En esa unión, sien-
do todavía una niña, debía cumplir el papel
de totuma: vinculadora entre clanes, repar-
tidora de comida, sabiduría y abundancia.
No sé el año exacto en que ella llegó a vivir
al territorio del clan Fɨeraiaɨ, pero sí que fue
a una edad muy temprana y que no tenía otra
opción que acatar la alianza matrimonial.
Boracoño pasó el resto de su infancia
apoyando en los quehaceres diarios del clan
Fɨeraiaɨ. Aprendió a preparar los alimentos
típicos de la dieta uitoto: el tagojɨ, el jagabɨ,
entre otros, así como a cultivar en el jafakaɨ14.
La relación que mantuvo con Kuegajɨ, según
lo comenta la abuela Amalia, fue más de cui-

14 Espacio físico de cultivo, más conocido como chagra.

•573•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dado que de compañía sentimental. En los


primeros años, Kuegajɨ actuaba bajo la figu-
ra de “tutor” de Boracoño, debido a que ella
era una niña que aún no llegaba a la edad
fértil. Mi abuela Amalia dice que los dos vi-
vieron así por aproximadamente cinco años,
hasta que llegaron los caucheros de la Casa
Arana a principios del siglo XX.

Época de la esclavitud:
el miedo a llorar su dolor
El primer contacto de mi bisabuela Boracoño
con los caucheros ocurrió en el campamento
Valdivia. Esa estación de acopio de caucho se
ubicaba en cercanías del territorio ancestral
del clan Fɨeraiaɨ, en la margen izquierda del
río Kotue. En este campamento, el sistema
de esclavitud cauchero se caracterizaba por
ser inhumano e inmoral con los hombres y
las mujeres indígenas. Los abuelos Kuyo Bui-
naima e Ɨneyɨ mencionan que existían diver-
sas formas de sometimiento de “la mano de
obra” para controlar, adiestrar y suprimir el
cuerpo y las emociones de los hombres y las
mujeres del territorio. Los trabajos, las for-
mas de sometimiento y las acciones violentas
vigentes en el campamento fueron: la lim-
pieza de carreteras, puertos y trochas —que

•574•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

incluían el deshierbe masivo en carreteras de


más de treinta kilómetros, y la limpieza y el
mantenimiento de los puertos—; la siembra
de monocultivos —que impusieron a los ui-
toto una dieta distinta de la acostumbrada y
que afectaron la fertilidad de la tierra— y la
recolección de caucho —en que la mujer uito-
to fue obligada al trabajo por medio de chan-
tajes emocionales y violencia física—.
El sistema de extracción del caucho pro-
yectó estrategias de dominación territorial
para controlar las fronteras de los clanes,
puesto que los caucheros tenían acceso a si-
tios claves para la población indígena. Los
caucheros tenían dos formas principales de
dominación territorial: por un lado, la crea-
ción de centros de acopio del caucho (donde
había malocas o grupos de familias abundan-
tes) y, por otro, la construcción de trochas o
carreteras que cerraban y delimitaban los lu-
gares cotidianos de la nación Uitoto15.
Para ilustrar un poco el alcance de la crea-
ción de estas carreteras en el territorio de la

15 Schneider y Peyre muestran que los lugares dominados


suelen ser “utilitarios y funcionales” y tienen como fin
“una racionalidad instrumental”, ya que sirven para
“controlar los procesos naturales y sociales a través de
las técnicas, sometiéndolos al interés de la producción”.

•575•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

nación Uitoto, el abuelo Kuyo Buinaima me


indicó que la trocha en Valdivia “era una ca-
rretera limpia y servía para que los caballos
de carga pudieran transportarse”, y el abue-
lo Ɨneyɨ añadió que el cuidado de este tipo de
carreteras correspondía a las mujeres, quie-
nes “limpiaban y escarbaban los caminos, las
carreteras de los blancos, por donde pasaban
las mulas y caballos. Esas carreteras eran
barridas por las mujeres hasta no dejar hojas
en el suelo” (CNMH, Endulzar la palabra).
En este contexto de violencia creció mi
bisabuela Boracoño, limitándose a obedecer
las órdenes de los caucheros. De acuerdo con
la abuela Amalia, Boracoño no superaba los
quince años cuando llegaron los caucheros a
la parte alta del río Kotue y cuando la vincu-
laron de manera abrupta con el régimen de
la Casa Arana, convirtiéndola en una mujer
más dentro de un sistema de subyugación co-
lonial, justificado, según Ángela Santama-
ría, como parte de un proceso civilizatorio
en que “los cuerpos de las mujeres indígenas
fueron utilizados forzadamente para la re-
colección de caucho, la cocina, la siembra,
el lavado y otros tipos de trabajo manual al
servicio de los caucheros” (37). Santamaría
resalta que, por este tipo de dominación,

•576•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

los cuerpos femeninos “fueron explotados y


despojados, sometidos a tortura y tratados
como objetos intercambiables” (37).
Mi abuela Amalia me indicó que la bisa­
buela Boracoño, además de ser expuesta a
arduos trabajos físicos y a chantajes emo-
cionales por parte de los caucheros, fue víc-
tima de violencia sexual. Esta historia me la
narró con un aire de pudor y confidenciali-
dad. Mientras yo intentaba torcer fibras de
cumare que le servirían para ampliar su teji-
do, pensé en cómo su actitud probablemente
provenía de la adaptación de un trauma que
ha sido pasado de generación en generación y
que en parte se canaliza por medio de la ver-
güenza. Sobre esto, la investigadora y líder
indígena Fany Kuiru indica que:

Cada vez que las mujeres mayores cuentan


historias dolorosas del pasado, encogen
sus cuerpos, se tocan la cabeza como si
fueran ellas las que estuvieran delante de
sus verdugos. Así es que las configuracio-
nes de dominación y subordinación se han
transmitido desde las generaciones pasa-
das a las generaciones actuales. (63)

•577•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Seguí indagando sobre la dolorosa histo-


ria que me narraba la abuela Amalia y entendí
que había en ella un elemento adicional que la
entristecía profundamente. Me dijo: “Fue un
indio, un mullaɨ”, refiriéndose a la violación
de Boracoño. Los mullaɨ eran muchachos in-
dígenas entrenados para cazar a las personas
de su propio pueblo. Ellos entendían el idio-
ma y eran hábiles para rastrear a las perso-
nas fugitivas porque conocían la selva. Kuiru
habla de una “doble victimización” para des-
cribir las violencias sexuales cometidas por
hombres indígenas. Para ella, estas acciones
“incrementaban la vulnerabilidad y humilla-
ción de las mujeres, al involucrarse también
los mismos indígenas de sus comunidades o
los contratados como mullaɨ para someterlas
aún más” (65).
Santamaría resalta que la colonización de
los cuerpos femeninos en la cauchería “tenía
un impacto colectivo no solo en las mujeres,
sino también en el clan y la comunidad” (37).
Para comprender esta relación de domina-
ción retomo el relato de la abuela Amalia
sobre el miedo que tenía Boracoño de ser re-
prendida por su pareja Kuegaɨ por haber sido
arrebatada de su “pureza”. Amalia dice que,
en un principio, Boracoño temía que Kuegaɨ

•578•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

la matara o la maltratara por haber sufrido


esa degradación, pero “Kuegaɨ no le mató, ni
cinco, como él andaba así no más con ella”, y
sigue con un relato más amplio de Boracoño
y Kuegajɨ:

Después de la violación, ella [Boracoño] se


fue chorreada de sangre a llorar donde él.
—¿Qué pasó? —dijo él.
—Que él [el mullaɨ] me hizo así —res-
pondió ella.
—¿Quién? —preguntó Kuegajɨ.
—Tal persona —respondió ella16.
—Amm no llore, vaya cuide, vaya acués-
tese porque ellos matan a uno, vaya acués-
tese, usted diga que aquí estoy enferma
—le recomendó Kuegajɨ.
Estando así [herida] se fue a acostar.
En ese, esos peruanos le fueron a fuetear
para que vaya a trabajar, y así ella se fue a
trabajar.

Esta agresión que sufrió Boracoño se


enmarca en un patrón de acciones de do-
minación de los cuerpos de las mujeres in-
16 De acuerdo con el permiso de palabra con los abuelos,
para evitar conflictos con los descendientes del agresor,
en esta tesis se reserva el nombre del violador.

•579•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

dígenas que promovió el régimen cauchero


para controlar la mano de obra femenina.
El control del cuerpo —prohibir que sana-
ran las heridas físicas provenientes de agre-
siones de los caucheros— y de las emociones
—prohibir que lloraran libremente su do-
lor— estuvieron entre las acciones más
violentas que ejercieron los caucheros en
contra de las mujeres durante el régimen a
principios del siglo XX .
Kuiru define el acceso carnal violento (en
idioma uitoto, kuadaɨka) como una acción de
“romper” o “destruir” y resalta que “cuando se
accede al cuerpo de la mujer de forma violenta
no solo se trata de daño físico, sino espiritual;
es la destrucción integral de su ser como mujer,
de su feminidad y su humanidad” (68). Boraco-
ño, además de enfrentar que la violencia sexual
de las caucherías le hubiera roto su cuerpo y su
espíritu, también tuvo que disimular su dolor,
para evitar ser castigada y revictimizada.
La psicóloga uitoto nɨpode Camila Precia-
do habla de las consecuencias de reprimir las
emociones en el pueblo Uitoto. Para ella, estos
sentires se ven “reflejados en cómo las muje-
res se están relacionando con su entorno”, ya
que las relaciones “entre el territorio y el indi-
viduo” generan “un equilibrio de energías” (7).

•580•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

De ese equilibrio emocional entre territorio e


individuo o territorio y cuerpo deviene el buen
vivir para el pueblo Uitoto, por lo que en efec-
to el cuerpo-territorio debe estar en armonía
plena. Según la autora, “el estar mal emocio-
nalmente puede generar problemas de salud,
desequilibrios con el entorno y problemas en el
territorio, ya que, el territorio es nuestro cuer-
po, es nuestro primer espacio, porque desde
que nacemos lo primero que nos conecta con la
madre tierra es aire, la que nos da la bienveni-
da y a través de ella recibimos las energías que
nos envía el universo” (7).

Huida de Boracoño
De acuerdo con Pineda, el periodo de la diás-
pora masiva de la población indígena hacia
Perú inició en 1928. La deportación de los
indígenas uitoto, bora, nonuya, muinane y
ocaina, entre otros, obedeció a una estrate-
gia de manipulación de los cuerpos de la po-
blación nativa, en que se instrumentalizaba
el cuerpo colectivo en favor de prolongar la
economía cauchera. Por su parte, Hurtado y
Moncayo dicen que los desarraigos territo-
riales “comprometen la preservación de un
pueblo, de sus identidades, de su cultura y de
su cosmovisión” (155).

•581•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Mi abuela Amalia recuerda que Boraco-


ño le contó sobre su experiencia antes de que
deportaran a la gente que vivía en el alto del
río Kotue. Dijo que, una noche, había ido a
visitar a Kuegajɨ en la celda de Valdivia, don-
de los caucheros lo habían encerrado. Tenía
miedo de que lo deportaran a Perú:

Ahí ella [Boracoño] se fue a llorar donde él


[Kuegajɨ].
—¿Dónde voy a ir, que le llevan? —dijo
Boracoño.
—No llore. Hay que escaparnos. Yo no
quiero demorar allá en la cárcel. Vaya en
el rastrojo de ustedes. Allá, este, hay que
hacer comida, porque nos vamos a volar a
Colombia.
—¿Será que usted va a venir a mí?
—preguntó ella.
—Sí, yo voy. Yo no estoy hablando men-
tira, voy a venir.
Ya lo llevaron a él, y a ellos; mejor di-
cho, llegaron barcos, dos barcos, lanchas
será, no sé, barcos, ellos dicen. Les reco-
gieron a las gentes, mejor dicho, amarra-
dos, en los pies, en ese rancho. No sé cómo
será. Ella se esquivó.

•582•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

Este relato nos muestra el modus operan-


di de los caucheros de la Casa Arana para
trasladar al pueblo Uitoto hacia Perú. Bajo la
modalidad de las correrías y el engaño, este
régimen apresó y deportó aproximadamen-
te a 6719 indígenas uitoto, bora, andoque,
ocaina y muinane (Pineda 189). Ante esta si-
tuación, entre las acciones de resistencia que
emplearon los sobrevivientes de la depor-
tación estuvieron: escaparse o deportarse
usualmente a zonas sagradas; la utilización
de herramientas espirituales como rezos y
conjuros para convertirse en animales de
monte; la invocación de espíritus guardianes
de los territorios de los clanes y la reterrito-
rialización de sus costumbres y la conserva-
ción de semillas, en el caso de quienes fueron
trasladados a Perú.
Boracoño sobrevivió a la época de la cau-
chería gracias a varias de estas acciones de
resistencia. Mi abuela Amalia cuenta, por
ejemplo, que ella se escapó de “correrías” en
las que se buscaba a los habitantes de la zona
para deportarlos (“cazas de indígenas” es la
expresión de mi abuela). Por lo general, la la-
bor de perseguir a los indígenas que habían
escapado era encomendada en su mayoría a
“muchachos indígenas”. Así mismo, Boraco-

•583•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ño se refugió en su antigua chagra. Mi abuela


Amalia dice:

Ella se refugió en el rastrojo del papá, en el


que había piñas maduras. Allí comió piña,
arrancó y maduró yuca. Mientras aguar-
daba la llegada de Kuegajɨ, vivía acostada
debajo del cuero de un árbol. Al mediodía,
ella hacía su comidita y, otra vez, se acos-
taba debajo del palo. Se escondía porque
la buscaban. Al fogón ella le echaba agua,
para que nadie supiera dónde estaba.

Mi abuela hace alusión al escondite de


Boracoño: debajo de un cuero de un viejo ár-
bol. Durante los días que estuvo a la espera
de mi bisabuelo Kuegajɨ, se dedicó a recoger
el fiambre, como él le había recomendado
que hiciera, y alcanzó a hacer el casabe y la
fariña.
Una de las secuelas que le dejó esta ex-
periencia a Boracoño fue la desconfianza
hacia algunas personas del mismo pueblo,
sobre todo hacia los mullaɨ. Cuando Kuegajɨ
llegó por fin, ella no sabía bien si era él o si
otra persona había descubierto su escondite.
Como cuenta la abuela Amalia:

•584•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

Alguien silbó. Ella dijo: ya me vino a coger


ese peruano, y ahora sí qué voy a hacer. Sí
que me van a maltratar, decía con miedo.
Entonces se levantó y era él. Y ella quedó
mirando, y él fue silbando. Cuando él se
acercó, ella dijo: “Aquí estoy”. “Ah”, dijo
él, “¿ya está lista?”. “Sí”, dijo ella. “Vamos,
porque nos van a buscar, ya atrás mío vie-
nen más”. Ahí mismo cogieron la fariñita y
el casabe que ella hizo y se fueron.

Después de reencontrarse, Kuegajɨ y Bo-


racoño partieron con rumbo al norte del
territorio: sabían que en la parte de arriba
quedaba una zona donde estaban los colom-
bianos. En ese tiempo, no tenían nacionali-
dad, no pertenecían a ningún país, porque
los indígenas ante el Estado colombiano eran
considerados salvajes que debían “traerse” a
la civilización. Por esto, solo guardaban la
esperanza de que esos colombianos fueran
“mejores” que los caucheros que venían de la
parte de abajo.

Resistir sembrando:
un espacio femenino para ser
“Les tocó romper toda esa selva hasta el Ca-
quetá”, me dice el abuelo Jɨaizɨema sobre la

•585•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

huida de mis dos bisabuelos. De la llegada de


mi bisabuela a La Tagua casi no se sabe nada.
Solamente que se quedó a vivir en una ma-
loquita cerca del caserío, sobre el río Uriya
Namaní. Respecto a sus dolores y sentires,
sabemos que la chagra fue el espacio que la
salvó. ¿Quién más que ella conocía ese es-
pacio? Mientras mi bisabuelo trabajaba con
la colonia militar colombiana, ella llevó una
vida tranquila en su casa, recogiendo de nue-
vo las semillas y cosechando los alimentos.
Los pequeños relatos que cuentan los
abuelos sobre Kuegajɨ permiten conocer al-
gunas dimensiones de la vida de Boracoño.
Los abuelos reconocen, en particular, que a
su corta edad Boracoño era conocedora de
algunos rezos, además de ser una mujer “muy
alentada”. En la Tagua, se dedicó a apoyar a
Kuegajɨ en sucesos extraordinarios que le
ocurrieron. Mi abuela Amalia reconstruye
momentos en los que Boracoño fue clave en
el cuidado de su esposo. Por ejemplo, cuando
Kuegajɨ fue atacado por un tigre humano y
Boracoño supo cómo mejorar la condición de
su esposo. Ella muy sabiamente lo curó con
ambil de monte:

•586•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

Entonces ella cargó a él, cargó semejan-


te hombre, medio jalando lo llevó. Ella lo
bajó a la puerta de la maloquita y él de una
vez se privó. Enseguida ella cogió ambil de
monte que ellos tenían y lo puso en la boca
de él. Buuu puuuu, de una vez lo mató al
tigre.

Además, la abuela Amalia resalta que los


consejos que Boracoño le daba se enmarca-
ban en la experiencia, porque sabía que “a los
animales que vienen cerca de la casa no hay
que comerlos, porque son enviados para que
uno se enloquezca”.
Los abuelos explican que la chagra fue un
lugar que ayudó a Boracoño a retomar su ser
femenino. El abuelo Kuyo Buinaima recuer-
da cómo ella y su esposo volvieron a recoger
semillas: “Boracoño se quedaba en la casa y
Kuegajɨ traía del pueblo trocitos de yuca, que
ella sembraba y pues así vivían”. Durante ese
tiempo, la abuela Boracoño siguió trabajan-
do la siembra a orillas del río Uriya Namaní.
Cuando su esposo se trasladó a Caucayá, ella
ya “tenía nueve meses de yucal”, según cuenta
la abuela Amalia. En ese transcurso, siguió
produciendo sus sembríos, aunque el abuelo,
cansado de tantas maldades y envidias de

•587•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

los indígenas de esa región, le había dicho:


“Esta tierra no es mía; es una tierra ajena”.
Ella sabía muy bien que pronto regresarían a
su territorio. Y en efecto, pronto, decidieron
regresar.

El regreso
A mediados de 1932, Kuegajɨ y Boracoño re-
gresaron a su territorio, haciendo el mismo
recorrido que los había llevado a La Tagua,
pero en sentido contrario. Bajaron por el río
Uriya Namaní desde La Tagua hasta Guara-
maní, hoy conocido como Los Monos. Allí,
relatan los abuelos, la primera chagra que
sembraron fue en Marakatue: “Ahí hicieron
chagrita y sembraron la yuca de ellos. De ahí
ellos bajaron en orqueta de Igará-Paraná.”
Trajeron la semilla de yuca por primera vez,
se instalaron en la cabecera de Yarɨfue, del
Igará-Paraná. La abuela Boracoño cumplió
con el objetivo de resembrar todas las se-
millas que había recuperado en el territorio
del clan Fɨeraiaɨ, tanto así que, le explicaba
con dicha a mi abuela Amalia, “trajo palitos
de yuca colombiana, bien bonitos”. Además,
cuenta mi tío Fɨerakudu que ella “fue auspi-
ciadora de sembrar, manejar y controlar la
planta sagrada yagé”. Este acto de siembra

•588•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

en su territorio trajo consigo el monifue de


volver a vivir en armonía. Kuiru explica que
estas acciones se enmarcan en una “resisten-
cia de largo aliento en la Amazonia”, ya que
propiciaron la conservación de las semillas.
Luego, decidieron bajar en una balsa por el río
Igará-Paraná o Kotue hacia el territorio an-
cestral del clan. En su trayecto de retorno no
se encontraron con ningún ser humano. Los
abuelos recuerdan que Kuegajɨ y Boracoño
les comentaban con nostalgia que “no había
nada, ni un mico; se veía todo desolado por
toda esa masacre que hubo”. Esta situación
poblacional refleja lo descrito por Pineda en
su libro Holocausto en el Amazonas. Según él,
debido a la violencia de las caucherías, la in-
mensa región comprendida entre el Caquetá
y el Putumayo, al oriente del Caguán, quedó
prácticamente deshabitada desde 1930. Esto
porque la población había sido asesinada, de-
portada o se había visto obligada a huir hacia
la parte norte del territorio.
Así que cuando mis bisabuelos llegaron a
la bocana del caño Jɨyɨkue no se encontraron
a ningún vecino. Juntos empezaron a abrirle
paso a su vida de manera libre y a tumbar mon-
te para hacer su chagra en ese territorio, como
indica el abuelo Jɨaizɨema. Curiosamente,

•589•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

este relato también es reconstruido por Ca-


milo Gómez, en una disertación cuyo título
traduzco como “El valor de lo sagrado: ex-
tracción de los recursos naturales en territo-
rios de la Amazonia colombiana”. En la mis-
ma, Gómez indica que:

Los Kuetgage [Kuetgaje] escaparon a Ta-


gua, y de allí regresaron y se quedaron es-
condidos cerca de la cabecera del río (Iga-
raparaná). Bajaron de ese lugar. [Como]
no había nadie en las cabeceras, siguieron
descendiendo hasta llegar a la desemboca-
dura del arroyo Jɨyɨkue, donde asentaron
su chagra. [Traducción mía, 184]

De acuerdo con los relatos de los abuelos y del


apartado de Gómez sobre la llegada de Kue-
gajɨ y Boracoño, sabemos que se localizaron
cerca del caño Jɨyɨkue después de regresar de
la Tagua. Sin embargo, como Kuegajɨ lo ha-
bía pactado con el general Pantoja antes de
regresar a su territorio, cuando estuvieron
bien reubicados, con una chagra en cosecha y
con el ranchito bien hecho, él se fue a apoyar
a los militares colombianos.
No hay muchas referencias de lo que pasó
con mi bisabuela durante esta temporada.

•590•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

Mi abuelo Kuyo Buinaima recuerda que su


madre se quedó viviendo sola y que, duran-
te el día, se dedicaba a la chagra y a pescar
y cazar para su sustento. Mi abuela Amalia
me cuenta otro de los acontecimientos sobre
mi bisabuela en esa época: confiesa que allá
tuvo a su primera hija, que se llamaba Ana
Julia. De esta pequeña no se tiene mucha in-
formación, pues falleció antes del primer año
de vida.
La abuela Boracoño estuvo así medio
año, hasta que llegó su esposo. Después de
la llegada de Kuegajɨ, ambos construyeron
su nɨmairako17. Esta acción de reasentarse en
su territorio les permitió seguir con la tra-
dición e hizo que las familias sobrevivientes
llegaran a pedirles permiso para vivir en su
territorio18.

17 Casa de sabiduría, maloca.


18 Actualmente viven familias de apellido Kuyoteca, No-
nokudo y Kiriateke.

•591•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Conclusiones
Las experiencias de vida de Boracoño nos
permiten acercarnos a las tensiones en los
roles de género en los matrimonios concerta-
dos antes de la llegada de los caucheros. Mi
bisabuela fue expuesta a relaciones de domi-
nación que se justificaban en la costumbre o
la tradición, como los matrimonios concer-
tados en favor del cacicazgo patrilineal de
la época; las mujeres indígenas tenían que
aceptar su destino. Por otro lado, su historia
revela algunas de las acciones violentas que
ejercieron los caucheros peruanos para do-
minar y controlar el cuerpo-territorio de las
mujeres indígenas. Podríamos decir que las
violaciones y la esclavitud sexual eran parte
de un proceso de colonización de los cuerpos
que buscaba destruir el sentido de identidad
y dignidad de estos pueblos y, a la vez, repro-
ducir la fuerza de trabajo esclava para su ex-
plotación.
El desprecio del patriarcado por la natu-
raleza, las mujeres y los pueblos indígenas
tiene sus raíces en esta racionalidad colonial
y patriarcal, como indica Santamaría. Se-
gún Kuiru, el régimen cauchero naturalizaba
las violencias contra las mujeres indígenas,
negándoles, de alguna forma, su condición

•592•
Tras los pasos de mi bisabuela Boracoño

“humana”. A nivel nacional, las mujeres aún


estaban en el proceso de reconocimiento de
su facultad jurídica para votar y tomar deci-
siones políticas. Mientras esto sucedía con
las mujeres en las ciudades, las mujeres de las
regiones “periféricas” eran tratadas como
objetos y no eran aceptadas como sujetos de
derecho dentro de la Constitución.
Finalmente, me parece importante re-
saltar que las mujeres indígenas se enfren-
taron con complejos dilemas morales. Uno
de ellos fue que, para sobrevivir, obedecie-
ron todo tipo de órdenes de los caucheros.
Así, no pudieron sanar sus dolores físicos y
emocionales. Sin embargo, encontraron lu-
gares para resistir con acciones cotidianas
alrededor de la siembra en sus chagras y la
preparación de sus comidas tradicionales.
En ese sentido, es importante identificar y
visibilizar las acciones de resistencia de las
uitoto, que fueron, a menudo, invisibilizadas
porque no dependían de la fuerza física (que
caracteriza lo masculino). Con sus aportes a
la conservación de las prácticas culinarias y
las formas de uso de la tierra, la siembra y los
tipos de semillas, las mujeres contribuyeron
fuertemente a la supervivencia cultural de la
nación Uitoto.

•593•
Historias in-
terminables:
perspectivismo
y forma narra-
tiva en la litera-
tura indígena
amazónica* 19

LÚCIA SÁ

* Por primera vez traducido al español, “Historias inter-


minables: perspectivismo y forma narrativa en la lite-
ratura nativa amazónica” fue originalmente publicado
en el libro Intimate Frontiers: A Literary Geography of
the Amazon. Agradecemos a sus editores Felipe Martí-
nez-Pinzón y Javier Uriarte por permitirnos incluir una
traducción del artículo en este libro. La traducción es de
Felipe Botero Quintana.

•595•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

La descripción de la naturaleza es práctica-


mente inexistente en la literatura indígena
amazónica1. Lo que nosotros llamamos “na-
turaleza” es, en las narrativas indígenas del
Amazonas, inseparable de la historia: un es-
tado permanente de transformación. Los re-
latos amazónicos de la creación, por ejemplo,
no cuentan con la idea de una naturaleza vir-
gen, inmaculada: los árboles, los animales,
las rocas, las montañas, las cascadas y los
hitos topográficos son resultado de diversas
transformaciones, con frecuencia transfor-
maciones causadas por la interacción en-
tre distintos personajes2. Cuando el poeta

1 Con literatura indígena amazónica me refiero al cuerpo


de historias y canciones escritas o transmitidas oral-
mente por los pueblos nativos (los primeros habitantes)
de la selva amazónica. Aunque este ensayo se limitará
a abordar tres narrativas de dos tradiciones culturales
distintas (entre miles de narrativas que hacen parte de
una inmensa variedad de tradiciones culturales), en va-
rios momentos me referiré a la literatura indígena ama-
zónica de manera más general. La razón detrás de esa
decisión es que algunas (no todas) de las características
formales y temáticas que analizaré acá están presentes,
según creo, en el amplio cuerpo de la literatura indígena
amazónica. Una de esas características es la ausencia de
descripciones de la naturaleza.
2 Para el chamán yanomami Davi Kopenawa, hay un
fuerte contraste entre la forma en que su pueblo concibe

•596•
Historias interminables

romántico europeo contemplaba el mundo


natural, veía en él la posibilidad de un en-
cuentro con lo inmutable y lo sublime y en su
poesía elaboraba metáforas y símiles que ex-
presaran su sentido de insignificancia ante
la Naturaleza. El poeta indígena amazónico
ve una montaña y cuenta una historia para
explicar cómo llegó a adquirir esa forma en
particular o cómo llegó ahí en primer lugar.
Es, por así decirlo, una poética narrativa:
todo lo que existe tiene una historia y existir
es ya de por sí tener una historia3. Muchas de
esas historias son sagradas y son recitadas
la selva como un espacio habitado por un sinnúmero de
espíritus que alberga cada animal, árbol o roca, y las de-
finiciones occidentales de la naturaleza: “Y sin embargo
las colinas y las montañas no están simplemente ahí en
el suelo, como he dicho antes. Son hogares creados por
Omama. Pero estas son palabras que los blancos no en-
tienden. Ellos creen que la selva está muerta y vacía y
que la ‘naturaleza’ está ahí sin ninguna razón y además
es muda” (Davi Kopenawa y Bruce Albert 390).
3 Como el poeta acoma-pueblo Simon Ortiz dice en rela-
ción a las generaciones humanas: “Yo escribo porque los
indígenas siempre cuentan historias. La única forma de
seguir adelante es contar una historia y eso es lo que dice
el Coyote. La única forma de seguir adelante es contar una
historia y no hay otra forma. Tus hijos no sobrevivirán
a menos de que cuentes algo sobre ellos: cómo nacieron,
cómo llegaron a este sitio en particular, cómo siguieron
adelante” (Ortiz 153).

•597•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

por chamanes y los mayores de la comunidad


en el marco de rituales o de ocasiones espe-
ciales, mientras que otras son simplemente
divertidas, formas entretenidas de explicar
cómo algunas cosas o algunos seres llegaron
a existir4. Frecuentemente, sin embargo, la
distinción entre las historias sagradas, di-
vertidas o cotidianas es irrelevante, pues las
mismas historias pueden ser todo eso al mis-
mo tiempo5.
En los relatos amazónicos nunca encon-
tramos una relación entre humanos y lo que
llamamos paisajes (ríos, lagos, montañas, hi-
tos topográficos) sin una participación clara,
sea colaboración o interferencia, de anima-
les6. A diferencia de la génesis judeo-cristia-

4 Un ejemplo de esta última categoría son las historias


opuestas de los pemones acerca del origen del fuego
(Koch-Grünberg, “Mitos e lendas”, pp. 31-228 [60, 100]).
Véase también la investigación de Walter Roth sobre las
competencias para crear la mejor explicación sobre
las características de los animales y las plantas (Roth 483).
5 Para una discusión sobre el humor en los rituales y la
sociabilidad de los pueblos indígenas amazónicos, véase
Overing.
6 La noción misma de “paisaje” es ajena a las narrativas
indígenas amazónicas. En su sentido más común, el pai-
saje presupone a un observador humano que mira un
entorno estéticamente significativo del que él/ella se en-

•598•
Historias interminables

na, en los relatos de creación amazónicos los


animales no fueron hechos para ser goberna-
dos por el hombre: más bien son miembros
activos del proceso de transformación del
mundo7. Sin ellos, los humanos no sabrían lo
que saben y no serían lo que son. Una apro-
ximación teórica más reciente a la relación
entre humanos y animales en la Amazonia se
encuentra en las investigaciones de Eduardo
Viveiros de Castro en torno a lo que, con base
en los textos de Nietzsche y Deleuze, él ha
denominado “perspectivismo”. A partir de su
propio trabajo de campo etnográfico y el de
otros antropólogos, en particular el de Tania
Stolze Lima, Viveiros de Castro plantea que
la ontología amerindia amazónica es funda-
mentalmente diferente de la nuestra. Mien-

cuentra abstraído. Las historias indígenas del Amazo-


nas tienden, por el contrario, a enfocarse en interaccio-
nes transformadoras entre humanos, animales, plantas
y otros fenómenos naturales. Para una buena discusión
acerca de si el “paisaje” es un concepto exclusivamen-
te occidental, véase W.J.T. Mitchell, ed., Landscape and
Power.
7 Para una comparación entre los relatos de creación indí-
genas y la Biblia, véase Fausto: “Al comienzo el mundo
no fue entregado por una divinidad a una comunidad
de humanos para que ellos se lo apropiaran” (34). Véase
también Brotherston 301.

•599•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

tras que para la ciencia occidental los huma-


nos y los animales tenemos la “animalidad”
como común denominador (es decir que to-
dos somos animales), en el pensamiento ame-
rindio amazónico el común denominador
que comparten los humanos y los animales
es el ser gente (gentitude). En otras palabras,
según el pensamiento amazónico tal como es
interpretado por Viveiros de Castro, los ani-
males y los humanos son todos gentes:

Decir que los animales y los espíritus son


gentes es decir que son personas; y perso-
nificarlos es atribuirles a no-humanos las
capacidades de intencionalidad y agencia
conscientes que definen la posición del su-
jeto. Semejantes capacidades están obje-
tificadas en el alma o el espíritu que estos
no-humanos poseen. Cualquier cosa que
tenga alma es un sujeto y cualquier cosa
que tenga alma es capaz de tener un punto
de vista.8

8 Viveiros de Castro, Cosmological Perspectivism 99. La


reciente caracterización de Davi Kopenawa de la rela-
ción entre humanos y animales confirma de manera
notable los planteamientos de Viveiros de Castro: “La
araña y los micos que llamamos paxo son humanos
como nosotros… Aunque seamos humanos, ellos nos

•600•
Historias interminables

Sin embargo, el perspectivismo, tal como


él lo explica, no es una forma de relativismo;
es, más bien, un “multinaturalismo”:

Una sola “cultura”, múltiples “naturalezas”;


una sola epistemología, múltiples ontolo-
gías. El perspectivismo implica multina-
turalismo, pues una perspectiva no es una
representación.
Una perspectiva no es una representa-
ción porque las representaciones son una
propiedad de la mente o del espíritu, mien-
tras que el punto de vista está en el cuerpo.
La capacidad de adoptar un punto de vista
es, indudablemente, un poder del alma, y
los no-humanos son sujetos en tanto tie-
nen (o son) espíritus; pero la diferencia en-
tre los puntos de vista (y un punto de vista
no es nada sino una diferencia) no está en
el alma. Dado que el alma es formalmente
idéntica en todas las especies, solo puede

dan el mismo nombre que ellos se dan a sí mismos. Por


eso es que creo que nuestra parte interna es idéntica a lo
que cazamos y que solo nos damos el nombre de seres
humanos al pretender que lo somos. Los animales nos
consideran criaturas congéneres que vivimos en casas
mientras que ellos son gente de la selva” (Kopenawa y
Albert 387).

•601•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ver las mismas cosas en todas partes. Así


pues, la diferencia proviene de la especifi-
cidad de los cuerpos. (Viveiros de Castro,
Cosmological Perspectivism 111)

De tal modo, como sistema filosófico ra-


dicado en el cuerpo, la filosofía indígena
amazónica se fundamenta en la diferencia en
lugar de la identidad: “la identidad es un caso
particular de la diferencia. No hay relación
sin diferenciación. En términos socioprag-
máticos, esto significa que los miembros de
cualquier relación se relacionan justamente
en la medida que son diferentes y no a pesar
de que son diferentes” (Viveiros de Castro, A
Inconstância 422).
Los conceptos de Viveiros de Castro han
sido aplicados a varios tipos de análisis cul-
turales y sociales, y han desempeñado un pa-
pel importante en los intentos de imaginar
alternativas al consumismo del capitalismo
tardío, a la injusticia social, a la sobreutili-
zación de los recursos planetarios, al igual
que a los casos registrados de autoritarismo
y/o destrucción ecológica ligados al socialis-
mo9. Lo que quiero hacer en este ensayo es,

9 Véanse, por ejemplo, Avelar y Hage.

•602•
Historias interminables

empero, algo bastante más modesto: devol-


ver el perspectivismo de Viveiros de Castro
al tipo de historia que lo inspiró, con la es-
peranza de que nos permita entender la for-
ma de la narrativa indígena amazónica. La
forma narrativa (en realidad, la narrativa en
sí misma) no está en el centro de las formula-
ciones de Viveiros de Castro sobre perspecti-
vismo, que comprensiblemente tienden a en-
focarse en prácticas y sistemas de creencia.
Así pues, algunos seguidores (así como tam-
bién los críticos) del perspectivismo de Vivei-
ros de Castro pueden no estar al tanto de que
la crucial “epifanía perspectivista” (es decir,
el descubrimiento de que lo que yo veo como
x, un animal en particular puede ver como y)
es una fórmula estructural que está presente
en docenas de historias indígenas de la Ama-
zonia y de las llanuras sudamericanas en ge-
neral, historias que relatan el matrimonio de
un personaje humano (o protohumano) y un
ser de otra especie. La hipótesis en la base de
mi análisis es simple: si el pensamiento ama-
zónico amerindio se fundamenta en una on-
tología distinta (una ontología que promueve
la idea de que todos los animales son, o han
sido, potencialmente humanos, y que privile-
gia la diferencia en lugar de la identidad), ¿no

•603•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

sería la forma amazónica de contar historias


(su forma narrativa) necesariamente distinta
también?
Antes de entrar en las narrativas en sí,
quisiera explicar a qué me refiero cuando
hablo de “forma narrativa”. Para los propó-
sitos de este ensayo, “narrativa” es lo mismo
que “historia” o, como lo pone el diccionario
inglés de Oxford, “el relato de una serie de
sucesos”10. En términos antropológicos, las
historias que analizo acá con frecuencia son
denominadas “mitos”, pero prefiero los tér-
minos “narrativa” o “historia” para no dife-
renciarlas de lo que en la tradición occidental
se considera historia o narrativa, y también
porque en nuestro lenguaje cotidiano el
“mito” ha adquirido la desafortunada conno-
tación de ser algo que no es verdadero11. Aun-
que los relatos indígenas amazónicos tien-
den a ser transmitidos de manera oral, en el
marco de rituales y en la vida cotidiana, mu-
chos, si no la mayor parte, de los pueblos del
Amazonas también han registrado sus histo-
rias en escritos, con ayuda o sin ayuda de no

10 Shorter Oxford English Dictionary, vol. 2, p. 1886.


11 Para mayor explicación, véase Lúcia Sá, Rain Forest Lite-
ratures xix.

•604•
Historias interminables

nativos (antropólogos, religiosos, viajeros).


Es en esos escritos que he leído esas histo-
rias. Claro, el relato de una historia depende
de varios elementos performativos que, en su
mayoría, son difíciles de transmitir median-
te la escritura. Sin embargo, la historia mis-
ma (es decir, la secuencia de sucesos) de to-
dos modos puede ser analizada, como sucede
con los productos de otras tradiciones orales
que han sido captados mediante escritura,
en tanto creación artística: una creación de
palabras que busca dar placer y entreteni-
miento. Por supuesto, muchos de los relatos
indígenas amazónicos, incluyendo los que
estaré analizando acá, tienen otros propósi-
tos más allá de entretener y dar placer. Eso
también se aplica a lo que llamamos “litera-
tura” en las tradiciones occidentales, pero
ello no implica que, en principio, no podamos
disfrutarlas también como creaciones esté-
ticas de divertimento. Por ejemplo, las his-
torias que estaré analizando más abajo son
relatos chamánicos: cuentan las aventuras
de protagonistas que, por diversas razones
que serán abordadas más adelante, pueden
ser identificados como chamanes. Así pues,
puede asumirse que desempeñan un pa-
pel importante en los rituales y tradiciones

•605•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

chamánicos. Sin embargo, cuando el alemán


Theodor Koch-Grünberg escuchó algunas
de estas narrativas, le fueron relatadas en
el marco de ocasiones en las que la gente se
había reunido para, entre otras cosas, diver-
tirse: “La mayor parte del tiempo [cuando
llueve] nos sentamos alrededor del fuego en
la inmensa carpa y nos contamos historias
sobre Piaimá, el caníbal travieso que al final
es engañado y matado por un hombre astu-
to y valiente”12. Akúli y Mayuluaípu, los dos
pemones que narraron estas historias, eran
respectivamente un chamán y un aprendiz
de chamán que, al mismo tiempo, se jactaban
de sus habilidades como contadores de his-
torias. Akúli es descrito por Koch-Grünberg
como un actor muy talentoso: “Recrea un
diálogo lascivo entre una madre y su hija.
‘Wölidzáng’ (las mujeres) tienen un papel im-
portante en sus representaciones cómicas.
La modulación de su voz en estas vívidas na-
rraciones es preciosa. Uno puede seguir to-

12 Koch-Grünberg, Del Roraima, vol. 1, 182. La afinidad


entre las labores del contador de historias/poeta y el
chamán ha sido discutida ampliamente en el marco de
los estudios amerindios. Véanse, por ejemplo, Guss, The
Language of the Birds, y Cesarino, Onitsuka. Poética do
Xamanismo na Amazônia.

•606•
Historias interminables

das las frases, aún cuando uno no compren-


de del todo el tema” (Koch-Grünberg, Del
Roraima 223). Por último, debería ser claro
ya que en este ensayo “forma” no se refiere a
algo de alguna manera separado del “conte-
nido”. Como espero poder demostrar, la for-
ma de las narrativas que estaré analizando
está directamente conectada con el sistema
filosófico que permea la vida cotidiana y las
historias indígenas del Amazonas.
Mi análisis se centrará en tres narrativas
de dos colecciones distintas: “Como os vene-
nos azá e inég, para matar peixe, vieram ao
mundo” (“Cómo los venenos para matar pe-
ces, azá e inég, vinieron al mundo”), que de
ahora en adelante llamaré “Cómo los vene-
nos”, y “A visita ao céu” (“La visita al cielo”),
en adelante “La visita”, ambos de la colección
Vom Roraima zum Orinoco (Del Roraima al
Orinoco) publicada por primera vez en 1917
por Theodor Koch-Grünberg13, y “O mito de
Gãipayã e a origem da pupunha” (“El mito
de Gãipayã y el origen de la palmera pupun-
ha”), en adelante “Gãipayã”, del libro Antes o

13 Las citas en el ensayo hacen referencia al “Mitos e len-


das” de Koch-Grünberg, que contiene ambas historias.
Las demás referencias se incluirán entre paréntesis en el
texto.

•607•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

mundo não existia, de Umussin Pãrõkumu y


Tõrãmu Kehíri, publicado por primera vez
en 198014. Ambas publicaciones son bastan-
te extensas y detalladas, y emblemáticas del
tiempo en el que fueron publicadas. Del Ro-
raima al Orinoco es el resultado del viaje de
dos años que Koch-Grünberg hizo por el nor-
te del Amazonas, entre las fronteras de Bra-
sil, Venezuela y Guyana, entre 1911 y 1913.
La narración y publicación de estas historias
se caracteriza por los procesos de mediación
típicos de finales del siglo diecinueve y co-
mienzos del siglo veinte. La relación entre
los narradores y el recolector es claramente
asimétrica, pues Mayulyaípu y Akúli fueron
contratados como guías por Koch-Grünberg,
cuyo viaje era patrocinado por una institu-
ción científica europea (el Instituto Baessler
de Berlín) con miras a estudiar una región
del mundo que era considerada entonces
como “salvaje”. Las historias fueron relata-
das en pemón y en portugués y publicadas
en alemán. Por otro lado, Antes o mundo não
existia fue el primer libro en Brasil produci-
do por autores indígenas. Fue publicado por-
14 “O mito de Gãipayã e a origem da pupunha”, en Pãrõku-
mu y Kehíri, eds., pp. 169-177. Las demás referencias se
incluirán entre paréntesis en el texto.

•608•
Historias interminables

que sus autores, Umussin Pãrõkumu y su hijo


Tõrãmu Kehíri, querían corregir lo que veían
como versiones incorrectas de su cosmología
producidas por antropólogos (de ahí que se
publicara en portugués). La colección es, por
tanto, un hito muy importante en la historia
de publicación de textos indígenas en Brasil.
Así mismo, ambas colecciones provienen de
distintas áreas, bastante lejanas entre sí, del
Amazonas (del río Branco en el caso de las
historias pemonas y del Alto Río Negro en el
caso de la historia desana) y de dos grupos ét-
nicos diferentes: los pemones macro-caribes
y los desana tukanoan.
Las tres historias fueron escogidas por
sus semejanzas y sus diferencias. A pesar
de haber sido publicadas en momentos dis-
tintos, separados por sesenta años, y de que
pertenecen a dos culturas amazónicas dife-
rentes, las tres relatan el matrimonio de un
humano (o protohumano) y un animal: una
danta en “Cómo los venenos”, un buitre en
“La visita” y una serpiente de río en “Gãi-
payã”. En los tres casos, como es típico en
este tipo de historias, los personajes proto-
humanos viajan a la casa de sus prometidas
y estando allí entablan discusiones acerca de
las diferencias de sus visiones de mundo, o,

•609•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

para ponerlo en la terminología de Viveiros


de Castro, de sus perspectivas. Y, a pesar de
sus diferencias en extensión y su diversidad
en cuanto a desarrollo de la trama, las tres
historias tienen un final parecido. Al mismo
tiempo, hay importantes diferencias entre
ellas, relativas a las especies de animal de
las prometidas en las historias y, por consi-
guiente, a la epifanía perspectivista en la que
se desemboca en cada caso.
“La visita” y “Gãipayã” son, en gran medi-
da y a pesar de la gran distancia temporal y
física que las separa, versiones de una misma
historia. En ambos casos tenemos a un hom-
bre solitario (Maitxaúle en la historia pemo-
na y Gãipayã en la versión desana) que está
tan solo que tiene que buscar a una mujer de
otra especie: una buitre y una serpiente de río
(anaconda) respectivamente. En ambos rela-
tos el matrimonio funciona bien (aunque en
el caso de la historia desana, la pareja pron-
to descubre que no pueden tener relaciones
sexuales, pues la serpiente-mujer tiene pira-
ñas en la vagina, un problema que encuentra
una rápida solución) hasta que los esposos
son llevados a visitar el hogar natal de sus
esposas. Gãipayã va al pueblo de su esposa
en el fondo del río y Maitxáule viaja al cielo.

•610•
Historias interminables

Una vez allí, se ven abocados a sus diferen-


cias alimenticias, como veremos más abajo.
En ambos casos, el suegro se torna deseoso
de comerse al esposo de su hija y le pone una
serie de tareas imposibles. Si no consigue
hacerlas, será devorado. En ambas historias
el yerno logra cumplir con las tareas con la
ayuda de diversos animales. El suegro se ve
así sorprendido y frustrado. Al final, el yerno
humilla al suegro al construir una silla que,
en un caso, no para de moverse, y en el otro,
queda cerca de un nido de avispas, lo que lo
pone en peligro de ser picado. Antes de par-
tir de la casa de sus suegros, contrariando los
deseos de la familia de su esposa, Maitxaúle
se roba una semilla de maíz y se la lleva con-
sigo a la tierra15. Gãipayã roba una semilla de

15 Como lo señala Koch-Grünberg, parece que hay una


contradicción en el seno de la historia, pues se dice que
Maitxaúle tenía maíz en su jardín antes de partir al cie-
lo, pero luego nos dicen que antes no existía el maíz y
que la semilla que él lleva es el origen del maíz. Al no
poder consultar las grabaciones originales, es difícil sa-
ber qué se pretendía transmitir exactamente, pero sos-
pecho que hay referencias a distintas semillas o incluso
a distintos tipos de maíz. Sin embargo, como veremos
más adelante, lo más importante de todo (en términos
de consecuencias narrativas) es que en efecto Maitxaúle
fue el primero en llevarle maíz a su gente.

•611•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

pupunha (una palmera muy utilizada por su


comida).
La tercera historia, “Cómo los venenos”
(de la colección de Koch-Grünberg), es más
larga y en muchos aspectos muy diferente de
las anteriores dos. Comienza con una mujer
que se impacienta porque su bebé varón no
deja de llorar. Amenaza con dejarlo afuera
de la casa para que se lo lleve el zorro, que en
efecto la oye y se lleva al bebé. Sin embargo,
una danta se roba el bebé de manos del zo-
rro y lo carga a su casa. La danta es una jo-
ven hembra que se siente atraída por el niño
a medida que crece y rápidamente se vuelve
un joven muchacho. Los dos empiezan una
relación y se casan, pero encuentran que tie-
nen diferencias cruciales en su manera de
ver el mundo. Cuando la esposa va al pueblo
del hombre, se roba unas piñas del cultivo de
la familia, una decisión desafortunada que
conduce a que los hermanos del joven quie-
ran matarla. El esposo de la danta no pro-
testa, pero solo les pide a sus hermanos que
salven a su hijo, que ella porta en su vientre.
Un nuevo conflicto surge entonces entre el
viudo de la danta y los pájaros pescadores.
Nos enteramos por el viudo, cuando él le
cuenta a su madre, que el agua con la que su

•612•
Historias interminables

hijo se baña puede matar a los peces. Tanto


el padre como la abuela intentan ocultarles
a los demás el hecho de que usan el agua en
la que bañan al niño como herramienta de
pesca. Pero los niños del pueblo se enteran
del secreto y se lo cuentan a todo el mundo y
todo el mundo empieza a aprovecharse de los
poderes especiales del niño. Varios tipos de
aves pescadoras descubren también el secre-
to y le piden al padre del niño que lo bañe en
una piscina natural bajo una cascada, donde
últimamente han visto muchos pescados. El
niño protesta, pero el padre lo ignora y se lo
lleva para bañarlo bajo la cascada. La gran
serpiente-arcoíris del río mata al niño y el
padre culpa a los pájaros y les exige que ma-
ten a la serpiente. Todos los pájaros que se
beneficiaron de la pesca intentan matar a la
serpiente, pero sin éxito. Finalmente, dos de
las aves que no habían participado en la pes-
ca logran sumergirse lo suficiente. Matan a
la serpiente y la cortan en muchos pedazos,
distribuyéndolos entre todas las aves. Como
la serpiente también era el arcoíris, cada pe-
dazo les da a los diversos pájaros (y a algunos
mamíferos también) su canto y su color. En
el epílogo, vemos a la abuela del niño lleván-
dose el cuerpo de su nieto a la espalda. A su

•613•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

paso gotas de sangre caen del cuerpo en pro-


ceso de descomposición al suelo, sembrando
y haciendo crecer diferentes tipos de timbó,
una planta cuyo veneno es utilizado para ma-
tar pescados.
Como se puede ver, las tres historias com-
parten una semejanza en su estructura: en un
giro que no se anuncia al comienzo de la tra-
ma, terminan con la creación/adquisición de
una nueva planta. En ese sentido las tres son
narrativas etiológicas, es decir, nos cuentan
cómo algo (en los tres casos, plantas) obtuvo
sus características presentes: cómo el maíz y
la pupunha se volvieron cultivos domestica-
dos por humanos en el territorio (y no solo
frutos de conocimiento exclusivo de los pája-
ros en el cielo o de peces bajo el agua) y cómo
surgió el timbó como veneno para pescados16.

16 Estas no son las únicas subtramas etiológicas de las tres


narrativas que estamos analizando, pues estas cuentan
también cómo ciertas aves y mamíferos adquirieron sus
colores y sus voces (en “Cómo los venenos”); por qué el
cacique Lomoamarillo comenzó a construir su nido
cerca de avispas (“La visita al cielo”); por qué el gavilán
tijerilla comenzó a sobrevolar a ras del agua y por qué
los desana empezaron a usar canastas para pescar (“Gãi-
payã”). Sin embargo, las tres historias terminan con sub-
tramas etiológicas que cuentan el origen de una planta.
De ahí mi enfoque particular en esas ramificaciones etio-
lógicas que también les dan título a dos de las historias.

•614•
Historias interminables

Y, sin embargo, si esos desarrollos agrícolas


eran hitos culturales tan importantes (y el
hecho de que las tres historias terminen así
sugiere que lo son), ¿cómo se puede explicar
que en las tres historias ese suceso particular
tan importante no se anuncie en absoluto en
el resto de la trama?
En términos generales, la estructura de las
historias no parece privilegiar la resolución
de los conflictos o las diferencias, o al menos
la resolución del conflicto no parece ser la ra-
zón de que las historias sean contadas en pri-
mer lugar. Eso es más evidente en el caso de
“Cómo los venenos”, pues lo que parece ser el
conflicto inicial desemboca en otros conflic-
tos que se suceden los unos a los otros hasta
que la narrativa termina con la revelación de
una transformación cultural importante que
se alcanza de manera más o menos tangencial
en relación con los conflictos anteriores. Por
ejemplo, ¿cuál es la función del zorro en la his-
toria, puesto que abandona la trama al prin-
cipio y no vuelve a aparecer? Tampoco hay un
conflicto entre la madre del bebé y el zorro: la
madre simplemente acepta el hecho de que su
hijo fue robado; de hecho, ella facilita el se-
cuestro al dejar al bebé afuera. En términos
estructurales, la narrativa está compuesta

•615•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

de varios conflictos sucesivos cuya resolu-


ción nunca conduce a un final satisfactorio o
a un final feliz: la danta se roba al bebé y se
convierte en su guardián, la madre pierde al
bebé, el chico se casa con la danta pero sus
familiares no la aceptan como su esposa e
intentan matarla, ella muere y así sucesiva-
mente. El principal objetivo de la narrativa
no parece ser la restauración de un orden
presupuesto al comienzo (la reunión de la
madre y el hijo, por ejemplo, o de la danta y
el muchacho) como sería el caso en las na-
rrativas occidentales tradicionales, como los
cuentos de hadas o los otros tipos de narrati-
vas populares con final feliz. Pero la narra-
tiva tampoco fue creada para cuestionar un
orden establecido, como suele ser el caso de
las novelas modernas o, hasta cierto punto,
de la tragedia clásica. Al final de la historia
nos vemos abocados a una transformación,
es decir, a un nuevo orden que no había sido
necesariamente anticipado al comienzo de la
narrativa. En otras palabras, el conflicto en
esta narrativa no está ahí para ser resuelto.
Lo mismo podría decirse en cierta me-
dida sobre las otras dos historias. Aunque
“Gãipayã” y “La visita al cielo” son relatos
más cortos, que tienen finales a primera vista

•616•
Historias interminables

más convencionales (en términos de las na-


rrativas occidentales tradicionales), ningu-
no incluye una resolución permanente del
conflicto: en ambos casos el yerno le da una
lección a su suegro, pero no hay ningún cam-
bio aparente en el comportamiento de la fa-
milia de la esposa, o algún indicio de cómo
será la relación entre la pareja de entonces en
adelante.
Las historias indígenas amazónicas no
difieren a este respecto de otras narrativas
amerindias, en las cuales la resolución del
conflicto tampoco parece ser el principal
foco de la historia y el final etiológico es al
parecer, al menos para una audiencia o un
lector occidental, un apéndice inconexo en la
conclusión17. Esa particular característica
formal de la historias amerindias fue desta-
cada con vehemencia por los observadores
del siglo diecinueve, que tendían a enfatizar
la supuesta falta de coherencia general. Por
ejemplo, Joseph Jacobs observó en un artículo
publicado en 1894: “Pienso que quienes ha-
yan leído estas historias estarán de acuerdo
conmigo en que carecen de forma y son va-
17 No difieren tampoco en otros aspectos, como la impor-
tancia de los personajes traviesos y engañadores. Véase
Lúcia Sá, Rain Forest Literatures, pp. 17-21.

•617•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

cías, y están en la misma escala respecto a


los buenos cuentos de hadas europeos que los
invertebrados respecto a los vertebrados en
el reino animal” (Jacobs 137).
Incluso los comentaristas que parecían
sentir más simpatía hacia la literatura indí-
gena tendían a verla como “infantil” y menos
desarrollada que su contraparte europea.
Por ejemplo, Curtis, que editó una temprana
colección de poemas y cuentos cortos indíge-
nas en 1907, celebraba el arte espontáneo de
una “raza infantil” que tendría que ceder su
lugar a la “raza adulta” de los anglosajones
(Krupat 125). A comienzos del siglo veinte,
Franz Boas resumía así lo que para él estaba
en la raíz del problema:

El folclor europeo da la impresión de que cada


historia es una unidad, que tiene una fuerte
cohesión y que el conjunto en total es muy
antiguo. El análisis del material americano,
por otra parte, demuestra que el conjunto de
las narraciones es reciente, que hay poca co-
hesión entre los elementos que lo componen y
que las partes más antiguas de los relatos son
los incidentes y unas pocas tramas simples.
(Boas 340)

•618•
Historias interminables

En The Morphology of North American In-


dian Folktales (1964), el primer estudio for-
mal y comprehensivo de las historias amerin-
dias, Alan Dundes llega a una conclusión que
en últimas no difiere mucho de las perspecti-
vas de Jacobs y Boas, aunque la falta de una
coherencia interna, en su opinión, no es una
característica negativa:

Obsérvese que las secuencias de motive-


mas son básicamente unidades separadas.
No están incluidas en el marco de una sola
secuencia, como suele suceder en los rela-
tos europeos. Son más bien ejemplares de
un grupo aditivo de varias secuencias de
motivemas. Parte de la genialidad de los
narradores de los relatos folclóricos in-
dioamericanos se muestra en la habilidosa
fusión de secuencias de motivemas sepa-
radas. (178)18

18 Para un abordaje útil de los “motivemas” de Dundes,


véase Brunvand 1439: “Alan Dundes adaptó el esquema
de Propp, identificando unidades mínimas estructu-
rales como ‘motivemas’ en lugar de como funciones…
Dundes planteaba que los motivemas, como los fonemas
y los morfemas del lenguaje, son finitos, estables y recu-
rrentes”.

•619•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

En último término, la fuerte adhesión de


Dundes al modelo estructural de Vladimir
Propp no le permite detallar por qué conside-
ra esa “fusión” como una marca de genialidad
en las historias amerindias. En cuanto a la
temática etiológica, él cita “The Explanatory
Element in the Folk Tales of North American
Indians” de T. T. Waterman, observando que
“Es interesante que, aunque Waterman haya
demostrado de manera concluyente en su
extenso estudio de estos motivemas que los
motivemas explicativos eran elementos ca-
suales, gratuitos, insertados azarosamente
en los relatos folclóricos, falló al no notar
su frecuente posición al final” (Dundes 67).
Luego procede a citar varios otros estudios
de los motivos explicativos de la literatura
indígena de Norteamérica que los ponen de
manera predominante al final de las narrati-
vas, concluyendo que:

Al hacer un repaso de todos estos reportes


regionales, se podría afirmar con algo de
seguridad que una característica general
de los relatos folclóricos de los indios [nor-
te]americanos es un motivo explicativo al
final… El motivo explicativo es un elemen-
to opcional no estructural en los relatos

•620•
Historias interminables

folclóricos. Su función usual es la de mar-


car el final de un relato o de un segmento
en un relato más largo. La estructura ge-
neral de un relato no se ve afectada por su
presencia o su ausencia. (67, énfasis en el
original)

Pero, seguramente, si el motivo expli-


cativo es “una característica general de las
narrativas amerindias”, su rol debe ser más
importante que el de ser un mero apéndice,
un fragmento desechable que carece de cone-
xión con el resto. Quizás la clave para enten-
der la importancia del motivo explicativo fi-
nal en las historias amerindias es tomarlo en
serio, no solo como un rasgo formal, sino
también como un componente temático y fi-
losófico fundamental para estas historias.
Las tres narrativas amazónicas anali-
zadas acá están vinculadas por el hecho de
que, además de contar con finales etiológi-
cos, todas relatan el matrimonio entre pro-
tohumanos y miembros de otras especies, y
contienen uno o más ejemplos de epifanías
perspectivistas: momentos en los que el pro-
tagonista y su esposa/esposo se dan cuenta
de que lo que cada uno ve de una manera, el
otro ve de otra manera. En “La visita al cielo”

•621•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

esto se logra en dos fases. Primero, cuando


el humano y el buitre llegan a la casa de la fa-
milia de la esposa, ella le dice a él que no tie-
ne que beber lo que ella y su familia beban,
que encontrará comida adecuada en la casa
de los loros. Más adelante en la historia,
cuando el esposo conoce al suegro, se nos
cuenta por qué:

Fue a la casa de su suegro. Kasána-pódole


le dio cerveza hecha con todos los animales
podridos del lago (pescados, cocodrilos,
serpientes) que estaban llenos de gusanos.
Eso, para los buitres reales, es cerveza de
mandioca. En lugar de beberla, se la pasó a
su esposa, que se bebió la cerveza. Él bebió
cerveza de maíz de la casa de los pericos, de
los loros y de los macacos. También bebió
cerveza de la casa de los patos, que tenían
un huerto de mandioca. (Koch-Grünberg,
“Mitos e lendas” 114)

En “Gãipayã” este descubrimiento tam-


bién se lleva a cabo en dos etapas. La prime-
ra, cuando el personaje humano trae a casa
a su esposa serpiente y se percata de que ella
come saltamontes y hormigas y “descubre que
hay una diferencia alimenticia entre ellos,

•622•
Historias interminables

pero no le dio mucha importancia” (Pãrõku-


mu 170). Luego, cuando lo llevan a conocer a
sus padres, la situación se desarrolla:

A la mañana siguiente, Pirõ le preguntó


a su hija que qué comía su esposo. Ella le
contestó que él se comía a la gente de ellos,
es decir, pescado. Un poco triste, el padre
le dice que tiene un viejo sirviente maku
que puede matar para alimentar a su yer-
no… Unos días después, le preguntó a su
yerno si tenía algún enemigo. Gãipayã le
contesta que sí y el viejo entonces le pide
que le lleve a esa gente para alimentarlo a
él [al suegro] y a su esposa. (173)

En “Cómo los venenos”, el protagonista


humano es llevado a la casa de la danta cuan-
do es bebé y se nos dice que la danta cubrió su
cuerpo de garrapatas porque “las veía como
adornos de perla” (Koch-Grünberg, “Mitos
e lendas” 94). Después, cuando ya es amante
de la danta, él y su esposa se dan cuenta de
que ven el mundo de manera distinta:

El niño encontró una serpiente cascabel y


gritó: “¡Cuidado! ¡Una serpiente!”, y salió
corriendo. La danta lo siguió. Se detuvie-

•623•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ron y dijeron: “Vamos a ver”. Volvieron


a donde estaba la serpiente. Entonces la
danta dijo: “¡Esa no es una serpiente! ¡Es
mi estufa!”. Ella le explicó: “Dicen que las
serpientes nos persiguen para mordernos.
Pero eso no son las serpientes. Para noso-
tras las dantas, ¡el perro es una serpiente!”.
Añadió: “La serpiente nos persigue y cuan-
do nos muerde, duele. La serpiente es para
nosotros una estufa. Los humanos creen
que es una serpiente y sufren cuando los
muerde, así como nosotros sufrimos cuan-
do nos muerde un perro. (94)

Como podemos ver, las descripciones son


versiones semejantes de un mismo descubri-
miento: que lo que los protagonistas ven de
una manera, sus esposas y las familias
de sus esposas ven de otra manera. En todos
los casos, ese descubrimiento tiene claramen-
te un elemento cómico, pero al mismo tiempo
tiene también consecuencias muy graves. En
“Gãipayã”, por ejemplo, la epifanía perspec-
tivista está ligada a la ansiedad que siente
el protagonista de ser devorado, pues tanto el
protagonista como los familiares de su espo-
sa se percatan de que pueden ser vistos como
la comida del otro: todos comen pescado,

•624•
Historias interminables

pero lo que Gãipayã ve como pescado, los


familiares y la esposa lo ven como su gente,
como ellos mismos, y lo que los familiares
ven como pescado es gente para Gãipayã,
es decir, él mismo y los enemigos que mata
para alimentar a la familia de su esposa.
Así pues, esta historia es una perfecta ilus-
tración de lo que Viveiros de Castro llama
perspectivismo. Y, según él, la consecuencia
de pensar que todos somos humanos (que
el elemento en común es la gentitude, el ser
gente) es el miedo al canibalismo; en otras
palabras, el miedo a que otros humanos,
quizás humanos de diferentes formas (por
ejemplo, un jaguar o una serpiente), puedan
devorar nuestro cuerpo. Eso es así porque,
como lo argumenta Viveiros de Castro, las
culturas amazónicas que relatan historias
de matrimonios entre especies usualmente
han tenido a lo largo de su historia la caza y
la pesca como núcleo de sus vidas (Viveiros
de Castro, A Inconstância 392).
Aunque “La visita al cielo” es en muchos
sentidos una versión alternativa de la misma
historia, en su caso el miedo al canibalismo no
se expresa como parte de la revelación pers-
pectivista; la diferencia alimenticia en esta
historia se refiere a carne podrida en contraste

•625•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

con vegetales fermentados. Sin embargo, el


protagonista también siente ansiedad de ser
devorado por su suegro buitre si no cumple
con las tareas que le pusieron. Es interesan-
te observar, al contrastar estas dos historias,
que, mientras en “Gãipayã” el suegro es miem-
bro de la categoría de los depredadores por ex-
celencia (es una anaconda), en el caso de “La
visita al cielo” el suegro no es un animal que,
por lo general, se considere un depredador di-
recto de humanos, pues los buitres se alimen-
tan únicamente de carroña.
En “Cómo los venenos”, por su parte, no
hay ansiedad respecto al canibalismo en el
punto de vista del protagonista humano,
pues su esposa danta es un animal vegetaria-
no. No obstante, ella sí tiene muchas razones
para sentir esa angustia en relación a la pa-
reja que escoge, ya que sus cuñados no solo la
amenazan, sino que efectivamente la matan,
y ni el protagonista humano ni sus hermanos
parecen muy preocupados por su suerte des-
pués de cazarla. En otras palabras, “Cómo
los venenos” es, así como “La visita al cielo”
y “Gãipayã”, una historia de caza y de pesca,
pero, al menos en esa parte de la narrativa, el
miedo a la depredación es unilateral. Y mien-
tras que en las otras dos historias la epifanía

•626•
Historias interminables

perspectivista se da en relación con la comi-


da, en el caso de “Cómo los venenos” se pre-
senta en conexión al veneno: lo que el joven
humano percibe como una serpiente casca-
bel es a los ojos de la danta un simple fogão,
es decir, un objeto redondo, inocuo, incluso
práctico. La danta, por su lado, percibe como
algo peligroso (como serpiente cascabel)
lo que para el joven humano es apenas una
mascota (un perro). A comienzos de la histo-
ria se nos había dicho que lo que los humanos
veían como garrapatas, la danta veía como
cuentas para decorar el cuerpo de su prometi-
do humano, para horror de su familia cuando
él finalmente regresa a su pueblo. El veneno,
una de las grandes conquistas de las cultu-
ras amazónicas, es pues el tema principal
de “Cómo los venenos”, como bien lo sugie-
re su título. Las dantas, los mamíferos más
grandes de Sudamérica, son conocidos por
comer todo tipo de plantas, incluso las más
venenosas. Después de comer, ingieren una
gran cantidad de barro de río como antídoto
contra la toxicidad de la planta. Así que un
bebé engendrado en el vientre de un animal
que consume plantas venenosas se vuelve, en
la historia, él mismo venenoso, emanando
cuando se baña una poderosa toxina que les

•627•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

ayuda a los humanos a pescar. La danta en


la historia es también, como vimos, inmune
al veneno de las garrapatas y las serpientes
cascabel. Así que no debería sorprendernos
que la historia termine con la creación de
un nuevo veneno, el timbó, que ayuda a los
humanos a pescar. El tema del veneno está,
por tanto, desarrollado a lo largo de toda la
narrativa, vinculando la revelación perspec-
tivista con el final etiológico. Así mismo, hay
una relación causal entre la existencia de la
planta timbó y la muerte del hijo mestizo: es
su sangre mitad danta, mitad humana la que,
al caer al suelo, origina la nueva planta. Y su
sangre cae porque los humanos y los pájaros
son incapaces de controlar su codicia al so-
breutilizar, a pesar de sus protestas, sus ha-
bilidades mágicas para pescar. Es al percibir
el veneno como una imagen recurrente en la
historia que podemos ver más claramente los
vínculos entre la revelación perspectivista y
el final etiológico.
Al observar cómo el veneno, como temáti-
ca, permea la estructura narrativa de “Cómo
los venenos”, estamos en una mejor posición
para volver sobre las otras dos narrativas y
examinar el vínculo entre sus finales etioló-
gicos y el resto de la historia, en particular

•628•
Historias interminables

su revelación perspectivista. Pero primero es


importante recordar que las tres historias, y
en realidad la mayoría, si no todas las histo-
rias que incluyen una epifanía perspectivis-
ta, son historias chamánicas. Aunque solo el
protagonista de “Gãipayã” es descrito explí-
citamente como un chamán, en las tres na-
rrativas hay una clara conexión entre el viaje
a otro mundo (esto es, el mundo habitado y
experimentado por un animal) y el viaje que
el chamán regularmente hace a otro mun-
do al transformarse en un animal. Es más,
el propósito de los viajes chamánicos, como
se deriva de varios abordajes indígenas y
antropológicos, es establecer contratos con
depredadores, espíritus y otros seres para
así mantener el equilibrio en el poder natu-
ral que gobierna el mundo. Así, por ejemplo,
Årjem describe a los chamanes makuna
como “identificados con el espíritu depre-
dador” y el viaje chamánico como un acto de
“negociación activa entre el chamán y los Es-
píritus Dueños de los animales de caza” (År-
jem 190, 193). Según el discurso chamánico,
de acuerdo con Årjem:

el universo de seres vivos se concibe como


una red cósmica de alimento compuesta

•629•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

por la comida y los comedores. Desde el


punto de vista de cualquier tipo de ser,
todos los demás son o depredadores o pre-
sas. Así pues, desde el punto de vista de
los seres humanos (masa) este universo de
trofeos está dividido en comida humana
(mera masa), incluyendo todo tipo de ali-
mentos y animales que son alimento para
los hombres, y los hombres que son come-
dores. En el lenguaje chamánico, todos los
depredadores derivan su nombre del su-
premo depredador (el jaguar). Este es un
universo de cazadores, el mundo contem-
plado desde el punto de vista del depreda-
dor. (188)

Esta descripción bien podría aplicarse a


las dos primeras historias, en particular
al relato desana de “Gãipayã”, y confirma
la hipótesis de Viveiros de Castro de que el
perspectivismo está inherentemente ligado
al miedo al canibalismo en las sociedades
cazadoras. Pero ello todavía no da cuenta de
los finales etiológicos de las historias: la ad-
quisición de una nueva planta. Según Årjem,
en el lenguaje secreto de los chamanes, las
plantas son metáforas de la carne, siguiendo
un orden jerárquico según el cual “en la cima

•630•
Historias interminables

se encuentran los depredadores por excelen-


cia (el jaguar, la anaconda) para quienes to-
dos los demás son presas. En la base están
las plantas comestibles, que, en relación a
otros organismos del sistema, son solo comi-
da” (193, 189). Sin embargo, como lo revela
“Cómo los venenos”, aunque la depredación
es ciertamente un tema importante en las
tres historias, no siempre está relacionada
con una ansiedad respecto al canibalismo,
ni con el miedo de parte del protagonista
humano de ser devorado por alguien en la
cima de la cadena alimenticia. Así mismo,
aunque las tres historias tienen momentos
de revelación perspectivista, estos momen-
tos no necesariamente se dan en relación a la
depredación. “La visita al cielo” y “Gãipayã”
se refieren tanto a la depredación como a la
comida en general, no solo porque terminan
con la adquisición de una nueva planta, sino
porque la comida es también un tema que se
encuentra a lo largo de ambas narrativas. En
“La visita al cielo”, el protagonista y su espo-
sa buitre establecen su relación en primer lu-
gar a través del intercambio de comida: ella
secretamente se transforma en una mujer
durante el día y le hace pasteles de mandio-
ca, mientras él sale a cazar y pescar. Cuando

•631•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

él por fin descubre que la buitre hembra se ha


estado transformando en mujer y le ha esta-
do cocinando, le propone que se casen:

No te vayas. Quédate y sé mi esposa. Tene-


mos cultivos de alimentos. Yo no los hice,
pero ya son míos… Cuando necesitemos co-
mer, yo saldré y cazaré y pescaré venados,
dantas o pescados. Nunca pasarás hambre
conmigo. Quédate acá en la casa y haznos
pasteles de mandioca. (Koch-Grünberg
“Mitos e lendas” 107)

En “Gãipayã” el protagonista conoce a


su esposa en el huerto cuando ella intenta
robarse parte de su comida y su primer diá-
logo es sobre sus diferencias alimenticias.
Así mismo, como ya he mencionado, tanto
en “La visita al cielo” como en “Gãipayã”, la
epifanía perspectivista gira alrededor de las
diferencias alimenticias. En otras palabras,
es la comida, no la depredación, el elemento
común que vincula el final etiológico de am-
bas historias al resto de la narrativa, de la
misma manera que el veneno vincula el final
etiológico de “Cómo los venenos” a la epifa-
nía perspectivista y al resto de la narrativa
en general.

•632•
Historias interminables

Årjem está sin duda en lo cierto cuando


dice que, para los makuna, desde “el punto
de vista de cualquier tipo de ser, todos los de-
más son o depredadores o presas” (188). Sin
embargo, una aproximación menos centrada
en la caza podría señalar que, si bien los in-
dígenas del Amazonas son verdaderamente
grandes cazadores y pescadores, también
son excelentes agricultores, habiendo do-
mesticado y cultivado muchas especies de
plantas, incluyendo la mandioca, el maíz,
muchos tipos de ají, palmas, venenos y plan-
tas medicinales19. Las tres historias que es-
tamos analizando pueden en efecto tratarse
de depredación, pero en igual medida tam-
bién son una celebración de la agricultura.
El llegar a ser de una nueva planta es la otra
cara de la moneda respecto a la ansiedad so-
bre la depredación. Si el viaje chamánico se
lleva a cabo para renovar los contratos de
caza siempre peligrosos entre los humanos,

19 Para una mayor discusión de plantas y perspectivis-


mo, véase Rival 70: “‘El perspectivismo’ y el ‘animismo
ontológico’, que han sido utilizados para analizar un
rango estrecho en términos relativos de datos ecológi-
camente simbólicos, por lo general derivados del trato
a los animales, podrían verse renovados al reenfocar el
lente analítico sobre representaciones que involucren
plantas”.

•633•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

los animales y los espíritus, entonces la agri-


cultura, tal como aparece en estas historias,
brinda un necesario complemento a esos
contratos. Para ponerlo aún de otra manera:
los humanos comen a los animales y los ani-
males comen a los humanos y, en la medida
en que todos son humanos, están incurrien-
do en cierta forma de canibalismo, pero eso
no agota todo el campo de su relación, pues
los animales también ayudan a los humanos
a descubrir y esparcir semillas, a reconocer
qué plantas son comestibles y cuáles son ve-
nenosas, a polinizar, cultivar y así sucesiva-
mente. Los humanos y los animales todo el
tiempo se enseñan y se ayudan a transformar
y mantener el entorno del que hacen parte.
Por supuesto, también pueden convertirse
en obstáculos o rivales en el intento de cada
cual de transformar ese entorno. Pero en
cualquier caso, los humanos, los animales,
las plantas y los espíritus están conectados a
través de contratos que regulan el manejo de
los recursos y el manejo de sí mismos como
uno de esos recursos.
El contrato entre especies se expresa en
todas estas historias, y en muchas más na-
rrativas indígenas del Amazonas, a través
de la figura del matrimonio. En las narrati-

•634•
Historias interminables

vas occidentales tradicionales el matrimonio


puede erigirse también como una metáfora
de contrato social. Muchos cuentos de ha-
das, por ejemplo, se centran en el matrimo-
nio de una pareja a primera vista imposible,
pues sus miembros provienen de diferentes
entornos sociales, como la pobre criada que
se casa con un príncipe rico o un terratenien-
te, y lo mismo se da en otros géneros, desde
las novelas modernas al teatro, el cine y las
telenovelas. Quizás lo que vuelve estas histo-
rias indígenas del Amazonas tan intrigantes
es justo el hecho de que parecen encajar en
uno de los tópicos más comunes de la litera-
tura occidental, la historia de amor, y al mis-
mo tiempo son radicalmente diferentes a él.
Cuando se usa como metáfora de un contrato
social en las narrativas occidentales, la ma-
yoría de las veces el matrimonio sirve para
resolver el conflicto. Los cuentos de hadas,
los melodramas y las comedias románticas,
ya sea literarias o cinematográficas/televi-
sivas, tienden a utilizar el matrimonio para
resolver diferencias sociales y contradiccio-
nes. En su libro Foundational Fictions, Doris
Sommer demostró cómo varias novelas lati-
noamericanas del siglo diecinueve intenta-
ron (no siempre con éxito) resolver enormes

•635•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

conflictos nacionales (raciales, sociales, polí-


ticos) a través del amor de dos protagonistas
a primera vista incompatibles, de diferentes
entornos. Es tan así que el cliché más difun-
dido en la literatura y en otras artes narrati-
vas del Occidente es el final feliz, el momen-
to anhelado en el que el héroe y la heroína
se unen y son “felices para siempre”. Sobra
decir que no todas las historias que cuentan
con un matrimonio tienen un final feliz, pero
el “felices para siempre” es algo que está en
el trasfondo de la mayoría de narrativas de
matrimonio, como un ideal que puede o no
ser alcanzado, o incluso como un cliché inde-
seable que debe ser rebatido. Así, muchas de
las narrativas occidentales que tratan de un
matrimonio entre parejas incompatibles se
centran en el esfuerzo por resolver las dife-
rencias entre los miembros de esas parejas,
o en demostrar que esas diferencias nunca
estuvieron ahí en primer lugar20.

20 Por ejemplo, la tragedia de Shakespeare Romeo y Julieta


se fundamenta en la idea de que la rivalidad que separa
a las familias es menos importante que el amor que une a
sus hijos. La incompatibilidad, en el caso de la obra de
Shakespeare, es una ilusión generada por la terquedad
de los padres. El amor, por su parte, es el instrumento
ciego que borra todas las diferencias, si no en esta vida,
al menos tras la muerte.

•636•
Historias interminables

En las historias amazónicas que hemos


estado examinando, por contraste, el matri-
monio nunca se presenta como la solución del
conflicto. En vez de ser el final de la historia,
el matrimonio aparece en nuestras narrati-
vas al comienzo, y la incompatibilidad entre
el novio y la novia y entre uno de los miem-
bros y la familia de su pareja nunca se resuel-
ve. En “Cómo los venenos”, por ejemplo, los
cuñados matan a la danta y al esposo no pare-
ce importarle mucho, pues sigue con su vida.
En “La visita al cielo” y “Gãipayã”, los espo-
sos abandonan respectivamente los pueblos
en el cielo y bajo agua y a sus esposas para
regresar a sus propias tierras. Es como si es-
tas historias empezaran justo donde habían
terminado las narrativas tradicionales occi-
dentales: como tantos chistes que parodian
lo que sucede tras el “felices para siempre” al
final de los cuentos de hadas, estas historias
se centran en el intento de los esposos y las
esposas de vivir con ogros como parejas y sus
familiares de pesadilla. Al mismo tiempo,
nunca hay ningún asomo de censura o de su-
gerencia de que estas parejas distintas jamás
debieron juntarse. Al contrario: el matrimo-
nio en las tres narrativas tiene como resulta-
do importantes transformaciones culturales.

•637•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Tampoco vemos a los protagonistas huma-


nos y animales intentando convencer a sus
parejas o a las familias de sus parejas de
cambiar sus hábitos alimenticios o sus cos-
tumbres. Su incompatibilidad no es una ilu-
sión o un malentendido, pues los humanos en
efecto comen danta y pescado, las anacondas
del río pueden devorar humanos y los buitres
se alimentan de la carroña de los humanos; a
las dantas no les molesta tener garrapatas en
el cuerpo, de hecho parecen disfrutarlo; las
dantas no les tienen miedo a las serpientes
cascabel, a las que tanta gente puede matar,
y así sucesivamente. Todas ellas son diferen-
cias irreconciliables, imposibles de resolver.
En otras palabras, aunque en estas histo-
rias el matrimonio sirve, como en tantas
narrativas occidentales, como metáfora de
un contrato social, su modus operandi no es
la resolución del conflicto. La trama de estas
historias no se fundamenta en la anulación
de las diferencias, sino en su reafirmación.
Claro, este contraste se podría relacionar
con las variaciones respecto a las prácticas
actuales de matrimonio. En su clásico artícu-
lo sobre amor, Alfred Gell argumenta que,
para los umeda de Nueva Guinea, “el amor
tal como lo conocemos es imposible, es decir,

•638•
Historias interminables

la idea de un amor romántico con un relati-


vo desconocido que uno escoge entre varios
candidatos para amar”21. Esto se debe a las
estrictas regulaciones de los umeda respecto
a las relaciones familiares, según las cuales
los jóvenes hombres y mujeres se casan entre
primos (el hijo del hermano de la madre de
uno o de la hermana del padre) escogidos por
las familias poco después del nacimiento.
Como los umeda, muchas de las sociedades
indígenas del Amazonas siguen reglas claras
que determinan que los hombres y las muje-
res deben buscar pareja fuera de su propio
grupo y/o al interior de un grupo muy espe-
cífico (de ahí que en las historias los protago-
nistas tengan que trabajar para sus suegros,
como en efecto sucede en muchas sociedades
amazónicas). Por su parte, en la mayoría de
sociedades occidentales el matrimonio se ha
asociado cada vez más, a través de los siglos,
con la idea del romance, la atracción mutua,
el deseo y el amor (con su amalgama de signi-
ficados contradictorios) entre dos individuos
que pueden ser (y con frecuencia son) com-
pletos desconocidos. Así, en una sociedad en
la que el matrimonio sigue patrones claros y

21 Véase Gell.

•639•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

predeterminados y la escogencia de la pareja


es menor, las historias tienden a no girar en
torno a la idea de encontrar el consorte ideal.
Por contraste, en Occidente hemos sido lle-
vados a creer que podemos escoger entre
una gama infinita de parejas posibles para el
matrimonio y que el matrimonio por amor es
preferible a otras formas de matrimonio, al
punto que se ha vuelto uno de los rasgos más
característicos de nuestras sociedades la
idea de que escoger la pareja ideal para el ma-
trimonio es el final feliz por excelencia, uno
que sirve de metáfora para todos los demás22.
Sin embargo, estas diferencias entre las
actuales convenciones de matrimonio en Oc-
cidente respecto a las sociedades indígenas
del Amazonas no cuentan toda la historia.
Por ejemplo, un debate académico relativa-
mente reciente se concentró en la pregun-
ta de si acaso la antropología ha estado tan
obsesionada con los lazos familiares que ha
omitido la importancia del amor en socieda-
des tradicionales23. En efecto, la emoción y la
22 Como lo pone Gell, “El ‘matrimonio arreglado’ es un
escándalo según los medios británicos y es una de las
principales razones por las cuales los anglosajones creen
en su superioridad étnica respecto a los asiáticos…”.
23 Véase Venkatesan et al.

•640•
Historias interminables

excitación asociadas a la atracción sexual son


tan parte de las sociedades amazónicas tra-
dicionales como de Occidente. Koch-Grün-
berg, por ejemplo, describió cómo su joven
compañero de viaje, Akúli, estaba obsesio-
nado con la joven muy hermosa con la que él
estaba por casarse y que se llevaba su foto-
grafía (una fotografía que le había obsequia-
do Koch-Grünberg) a la hamaca en la noche
(Del Roraima al Orinoco 223). Las narrativas
indígenas amazónicas sí incluyen tramas en
las que hombres o mujeres terminan atraídos
irresistiblemente por la belleza de alguien,
o que cometen adulterios o actos violentos
por celos24. Análogamente, en la mayoría de
sociedades occidentales, la escogencia de la
pareja de matrimonio muchas veces está de-
terminada por muchos otros factores distin-
tos al amor, como las finanzas, las conexio-
nes familiares, la identidad racial y de clase y
así sucesivamente (lo que, en sí, es el tema de
muchas de sus historias). Por lo demás, mu-
chas parejas se casan por amor pero perma-
necen juntas por un sinnúmero de razones
después de que se extingue el amor, como los
niños en común, las restricciones familiares,

24 Véanse, por ejemplo, Amorim y Stradelli.

•641•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

las finanzas y las convenciones sociales. Por


encima de todo, resulta casi imposible en
Occidente separar el matrimonio como ins-
titución de las historias que lo narran, puesto
que se nutren entre sí de maneras que sugie-
ren un sistema filosófico e ideológico bastan-
te cerrado. Como Gell lo pone:

El amor moderno sería impensable sin la


ficción, en particular la ficción románti-
ca… Hay muchas ficciones, oportunidades
de vida pocas; no supone una condena de la
sociedad moderna señalar, como se ha he-
cho con frecuencia, que la ficción popular
precede y guía las acciones de los amantes
de la vida real, en lugar de representar la
vida real a partir de sus hechos. (s. p.)

Así pues, los “felices para siempre” de tan-


tas historias son también un importante fac-
tor económico que está en la base de una in-
dustria multibillonaria que incluye agencias
que intentan llevar a individuos a sus su-
puestas parejas ideales o ayudarles a encon-
trar su “media naranja”, y organizar fiestas
de compromiso y bodas cuyo énfasis está en
ser “el día soñado”, las listas de regalos y, por
supuesto, narrativas que terminan en matri-

•642•
Historias interminables

monios felices. El elemento facilitador que


vincula todos estos aspectos es la idea de un
final feliz como metonimia de la supresión de
las diferencias, la resolución de conflictos, el
“volverse uno”. Es clave repetir que eso no
significa que todas las narrativas de esa vas-
ta región cultural que llamamos occidente
tengan un final feliz ni que todos crean en
matrimonios de “felices para siempre”. Pero
en cuanto concepto, la figura del “felices para
siempre” permea, incluso cuando está cons-
picuamente ausente, hasta las narrativas que
no la contienen o que pretenden ponerla en
tela de juicio.
Por contraste, las historias indígenas del
Amazonas que hemos leído no están, como
vimos, estructuradas alrededor de la posibi-
lidad (o imposibilidad) de un final feliz o de la
resolución de los conflictos. Aunque el matri-
monio sí sirve como metáfora de un contrato
social entre especies en las tres historias que
hemos estado analizando, ese contrato no se
fundamenta en la anulación de los conflictos
o las diferencias. Al contrario: los conflic-
tos y las diferencias pueden ser problemáticos
y peligrosos, pero también son productivos
en la medida que conducen a transformacio-
nes. Quizás eso radica en que el matrimonio

•643•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

en sí mismo no es visto en estas sociedades


como una alianza cuyo propósito es la supre-
sión de las diferencias (el volverse uno) sino,
más bien, como una alianza entre miembros
cuyas diferencias no pueden (ni deben ser)
eliminadas u olvidadas; en otras palabras,
una alianza que solo se puede dar a partir
de las diferencias. El enemigo no puede ser
nunca aniquilado: él/ella vive en el grupo, él/
ella es parte de nuestra familia, o es nuestro
amante. Como nos recuerda Viveiros de Cas-
tro, en el language tupi el término “tojavar”
significa tanto “enemigo” como “cuñado”:

Mientras que el Otro en la cosmología


social occidental es rescatado de su inde-
terminación abstracta cuando lo vemos
como un hermano, es decir, como alguien
relacionado conmigo en la medida que
ambos estamos idénticamente relacio-
nados con un tercer término superior
(los padres, la nación, la Iglesia, etc.), el
Otro amazónico debe ser determinado
como cuñado… Relación como identidad,
relación como alteridad. (“GUT Feelings
about Amazonia” 26)

•644•
Historias interminables

En suma, una ontología que se fundamen-


ta en la diferencia en lugar de la identidad
genera otra forma de narrar, que privilegia
no la resolución definitiva de los conflictos
(el final de la historia), sino los vínculos te-
máticos entre conflictos, que se dejan par-
cial o completamente abiertos. En vez de
resolución, lo que mueve estas historias es
la transformación, entendida no como un
cambio definitivo de un estado a otro, sino
como un proceso continuo y permanente. De
ahí la importancia de la etiología, es decir, de
las tramas y subtramas que explican cómo
cierta gente (animales, humanos y espíritus),
plantas y cosas adquirieron sus característi-
cas actuales: la presunción es que el estado
presente es siempre precario, pues implica la
posibilidad de cambios ulteriores. La comida
y el veneno obtienen, en este contexto, un sig-
nificado metafórico más profundo: cazados,
pescados o cultivados a partir de semillas
o de pedazos cortados, la comida y el vene-
no luego se procesan y se cocinan para que
el cuerpo los tome y los convierta en energía
(dadora de vida o letal), antes de ser expulsa-
dos como desechos que nutrirán más comida.
En ese sentido, son los símbolos por excelen-
cia de los diversos procesos transformativos

•645•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

que vinculan a personas (humanos, animales


y espíritus) entre sí y al entorno que los ro-
dea25. Lejos de ser irrelevantes o apéndices
casuales, los finales etiológicos de nuestras
historias (que explican cómo cierto alimen-
to o veneno fue adquirido) subrayan la lógica
transformativa y la coherencia formal de la
narrativa amazónica.

25 Como lo observa Strathern, comer también tiene un


rol crucial en el intercambio de regalos: “Comer es una
imagen de la sustitución de un acto por otro” (292).

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amazónica
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Fany Kuiru
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Boracoño, sobreviviente de la
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Selvagem e outros ensaios de Antropologia. São
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•689•
SOBRE LAS
AUTORAS
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

Ericka Beckman
Es profesora asociada del Departamento de
Español y Portugués en la Universidad de
Pennsylvania. Es autora de Capital Fictions:
The Literature of Latin America’s Export Age
(University of Minnesota Press, 2021). Ac-
tualmente está terminando un manuscri-
to, Agrarian Questions: The Latin American
Novel on the Road to Capitalism, sobre la re-
lación entre forma novelística y transición
agraria en el siglo XX en América Latina.
Recientemente editó, junto con Oded Nir y
Emilio Sauri, un número especial de la revis-
ta Modern Fiction Studies sobre las literatu-
ras periféricas y la historia del capitalismo.

Jean Franco
(Dukinfield 1924-Nueva York 2022)
Académica y crítica literaria británica enfo-
cada en literatura latinoamericana. Trabajó
en la Universidad de Essex, donde fue la pri-
mera profesora en enseñar sobre literatura
de este continente. Fue una de las primeras
latinoamericanistas de habla inglesa y se
centró particularmente en las mujeres y la
escritura de mujeres. En 1996, el pen (poe-
tas, novelistas y ensayistas) Club Internacio-
nal le otorgó un premio por su dedicación a

•692•
Sobre las autoras

la difusión de la literatura latinoamericana


en inglés.

Jennifer French
Crítica literaria cuya investigación se ha
centrado en la influencia del colonialismo y
del neocolonialismo en las relaciones entre
grupos humanos y la del hombre con la natu-
raleza en América Latina. En su obra Nature,
Neo-Colonialism and the Spanish American
Regional Writers hace un análisis de algunas
obras latinoamericanas denominadas “nove-
las de la tierra” y establece puntos de cone-
xión entre estas y obras de la época colonial
británica, como las de Joseph Conrad y Rud-
yard Kipling.

Wendi Kuetgaje, Fɨeragɨza


Mujer indígena uitoto del clan Fɨeraiaɨ con
raíces maternas en el pueblo Tatuyo. Antro-
póloga con mención en Estudios Intercultu-
rales de la Universidad del Rosario.

Fany Kuiru
Jitoma Monaiyanhö (Sol del Amanecer) es
una mujer líder indígena del pueblo Uito-
to del clan Jitomagaro (Gente del Sol) de la
Amazonia colombiana. Se graduó de Dere-

•693•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

cho de la Universidad Santo Tomás e hizo


una maestría en Estudios Políticos e Inter-
nacionales en la Universidad del Rosario. Es
experta en procesos de concertación de po-
líticas públicas entre el Gobierno nacional y
los pueblos étnicos, derechos de las mujeres,
derechos económicos, sociales y culturales
desde el enfoque de género.

Montserrat Ordóñez
(Barcelona, 1941-Bogotá 2001)
Escritora, crítica literaria, investigadora y
traductora colombo-española. Se graduó de
Lenguas Modernas en la Universidad de los
Andes (Colombia) y se doctoró en Literatu-
ra Comparada en la Universidad de Wiscon-
sin-Madison (Inglaterra). Entre sus obras
más destacadas están La vorágine: Textos
críticos (1987) y sus escritos sobre Soledad
Acosta Samper (1988).

María Helena Rueda


Es profesora de literatura y cine latinoameri-
canos en Smith College. Su libro La violencia
y sus huellas: Una mirada desde la narrativa
colombiana (2011) reflexiona sobre los sen-
tidos de la violencia en relatos colombianos
escritos desde comienzos del siglo XX. Ha

•694•
Sobre las autoras

publicado varios artículos y capítulos sobre


literatura y cultura audiovisual en Colombia
y América Latina.

Lúcia Sá
Catedrática de Estudios Brasileños de la
Universidad de Manchester (Reino Unido).
Ha sido la investigadora principal del pro-
yecto “Racismo y Antirracismo en Brasil:
el caso de los pueblos indígenas”, así como
coinvestigadora del proyecto “Culturas de
antirracismo en América Latina”, ambos
financiados por el Arts and Humanities Re-
search Council. También es la autora del li-
bro Literaturas da Floresta. Textos amazóni-
cos y Culturas Latinoamericanas (2007) y de
artículos de investigación en los que trabaja
temas afines a los grupos indígenas que se
encuentran en la Amazonia.

Margarita Serje
Profesora titular del Departamento de An-
tropología de la Universidad de Los Andes,
doctora en Antropología Social y Etnología
de la École des Hautes Études en Sciences
Sociales (EHESS) de París. Su investigación
enfoca una serie de lugares que son producto
de la relación Estado, capital y espacio que

•695•
· Mujeres frente a la vorágine amazónica ·

aparecen como “vacíos” de historia, de socie-


dad, de cultura y se categorizan como “fron-
teras” y periferias explosivas.

Doris Sommer
Directora de la Iniciativa Agentes Cultura-
les y profesora de Lenguas y Literaturas Ro-
mances y de Estudios Afroamericanos en la
Universidad de Harvard. Beneficiaria de
la educación pública, Sommer se dedica a vin-
cular la investigación académica con el ser-
vicio cívico, a través de Pre-Textos, https://
pre-texts.org y www.RenaissanceNow.cai.
org, para visibilizar las artes participativas
como recursos renovables. Entre sus libros
se destacan El arte obra en el mundo: Cultura
ciudadana (Metales pesados, 2020), Proceed
with Caution when Engaged by Minority Li-
terature (1999) y Foundational Fictions: The
National Romances of Latin America (1991).

Erna von der Walde


Ensayista, traductora e investigadora inde-
pendiente en áreas de literatura, arte, cul-
tura y política colombianas y latinoameri-
canas. Entre su producción más reciente se
cuenta la co-edición con Margarita Serje de
La vorágine de José Eustasio Rivera. Ha sido

•696•
Sobre las autoras

también co-curadora de dos exposiciones so-


bre la novela de Rivera y de la exposición vir-
tual permanente sobre La vorágine en la pá-
gina de la Biblioteca Nacional de Colombia.

Leslie Wylie
Es profesora asociada en la Universidad de
Leicester (Reino Unido). Sus intereses de
investigación incluyen la literatura y cultu-
ra de la Amazonia colombiana y peruana, la
novela de la selva y el papel de las plantas en
la literatura hispanoamericana. Su libro más
reciente es The Poetics of Plants in Spanish-
American Literature (Pittsburgh University
Press, 2020).

•697•
TÍTULOS DE LA
BIBLIOTECA
VORÁGINE
1. La vorágine
José Eustasio Rivera

2. Holocausto en el Amazonas. Una historia


social de la Casa Arana
Roberto Pineda Camacho

3. Raíces históricas de La vorágine


Vicente Pérez Silva

4. La historia de José Eustasio Rivera


Isaías Peña Gutiérrez

5. Historia de Orocué
Roberto Franco García
6. Los infiernos del Jerarca Brown
seguido de “Ruido y desolación”
Pedro Gómez Valderrama

7. Una tribu cosmopolita. Memoria de la


Gente de Centro
Edición y compilación
Marcela Quiroga y María Angélica
Pumarejo

8. Vastas soledades. Antología de viajeros


en tiempos de La vorágine
Edición y compilación
Carlos Guillermo Páramo

9. Mujeres frente a la vorágine amazónica


Edición y compilación
Daniella Sánchez Russo y Laura Victoria
Navas

10. Anastasia Candre. Polifonía amazónica


para el mundo
Edición y compilación
Juan Carlos Flórez A.
Mujeres frente a la vorágine amazónica / edición y compila-
ción Daniella Sánchez Russo. -- Primera edición. -- Bogotá,
Colombia : Ministerio de las Culturas, las Artes y los Sabe-
res ; Biblioteca Nacional de Colombia, 2024.

702 páginas. -- (Biblioteca Vorágine ; 9)

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-628-7666-22-1 (obra impresa)


ISBN: 978-628-7666-25-2 (obra digital)

1. Rivera, José Eustasio, 1888-1928. La vorágine


– Crítica e interpretación 2. Novela colombiana – Historia
y crítica – Siglo XX 3. Literatura colombiana – Siglo XX 4.
Mujeres en la literatura 5. Genocidio – Amazonia – Siglo
XIX-XX I. Sánchez Russo, Daniella, 1987- , editora, compi-
ladora II. Título III. Serie

CDD: 863.42 Clasificación Local: N MUJ1 CO-BoRNBP


A •100• AÑOS DE SU PUBLICACIÓN,
LA BIBLIOTECA VORÁGINE
ES UN HOMENAJE A UNA GRAN
OBRA Y A TODOS LOS SERES
QUE AÚN REPRESENTA.

Fue compuesta con tipografías


Alpina y Nuevo Espíritu, en la ciudad
de Bogotá, en 2024.

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