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infiernos
del
Jerarca
Brown
seguido de Ruido y desolación
Juan David Correa Ulloa Felipe Martínez Cuéllar
Ministro Adriana Martínez-Villalba
Ministerio de las Culturas, Carlos Guillermo Páramo
las Artes y los Saberes Diego Pérez Medina
María Angélica Pumarejo
Luisa Fernanda Trujillo Bernal Marcela Quiroga
Secretaria General Daniella Sánchez Russo
Ministerio de las Culturas, Comité editorial
las Artes y los Saberes Biblioteca Vorágine
Pedro
Gómez
Valderrama
CIEN AÑOS DE VORÁGINES
Juan David Correa Ulloa .9.
El primer infierno
.32.
El segundo infierno .54.
El tercer infierno .65.
.15. JOHN BROWN O LA BÚSQUEDA
DE LA UTOPÍA
Pablo Montoya
Juan David
Correa Ulloa
Ministro de las Culturas,
las Artes y los Saberes de Colombia
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Cien años de vorágines
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Cien años de vorágines
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JOHN
BROWN O LA
BÚSQUEDA DE
LA UTOPÍA
Pablo
Montoya*1
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Contar su historia, eso quiere el personaje
principal del cuento más extenso de Pedro
Gómez Valderrama. John Brown busca un
oyente para que escuche los itinerarios de su
vida. Y logra encontrarlo en el ámbito de una
biblioteca.
Desde el primer párrafo del cuento, se
establece una relación especial entre el que
escribe la historia y quien la cuenta. El pri-
mero es un hombre culto que vive en el centro
civilizado de Colombia. El segundo, alguien
que no sabe escribir y proviene de una de las
grandes periferias del país. Hay, pues, una
inmensa distancia que los separa. Comen-
zando por aquella que impone, entre unos y
otros, los límites de la ciudad letrada.
Sin embargo, entre John Brown y el na-
rrador se produce una suerte de diálogo mila-
groso. Brown, representante de los vencidos,
busca una palabra que pueda prolongarlo. Y
la halla entre un exponente de los vencedores.
Barbarie y civilización se abrazan para que
emerja la que es una de las más altas y arduas
tareas de la literatura: denunciar la opresión.
No se sabe mucho del John Brown his-
tórico, un fantasma más entre los miles
que surcaron esas regiones selváticas de la
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John Brown o la búsqueda de la utopía
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El procedimiento intertextual es lo que ca-
racteriza Los infiernos del Jerarca Brown
(1960). Es el que le permite al lector pasearse
por diferentes lugares del mundo y el que, a
su vez, establece la gran diferencia entre am-
bas instancias enunciativas, es decir, la oral
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Al publicar Los infiernos de John Brown, Pe-
dro Gómez Valderrama entra en el terreno
de una literatura asociada a la denuncia de
los crímenes de las caucheras. Aspecto que lo
vincula con otras obras colombianas que
tratan el mismo asunto: Toá, narraciones de
caucherías (1933) de César Uribe Piedrahíta,
El paraíso del diablo (1966) de Alberto Mon-
tezuma Hurtado y, sobre todo, La vorágine
(1924) de José Eustasio Rivera.
Similar a La vorágine, la selva del cuento
es la que atrae y envilece a los hombres por
sus riquezas naturales. Ambas remiten, sin
duda, a la del oro y la canela de la conquista
española protagonizadas por Gonzalo Pi-
zarro y Francisco de Orellana. La selva del
cuento de Pedro Gómez Valderrama, como
la de la novela de Rivera, están vapuleadas
por el caucho que demandan los imperios
de Occidente. Por esta razón, ambas obras
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Pero a Brown, a diferencia de Cova y sus
acompañantes, no lo devora la selva. Esta
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LOS
INFIERNOS
DEL JERARCA
BROWN
Esta tarde vino a visitarme John Brown. Por
medio de un amigo se puso en contacto con-
migo. Es un hombre que viene con un pro-
pósito definido: contar su historia. Venía en
busca de un oyente, y lo encontró. Cuando
mi amigo me explicó de qué se trataba, me
despertó cierto interés. Apenas vi ese día a
Brown, pero cuando llegó hoy a las cinco de la
tarde, mi interés creció. Es un hombre de del-
gadez esquelética, de raza negra, con el ca-
bello ya gris, lo mismo que las cejas hirsutas.
Viste un viejo traje de tela tropical, de color
indefinido, y viene cubierto con un imper-
meable de caucho crudo. Sus botas resuenan
pausadamente al subir los escalones de mi bi-
blioteca. Nada hay más característico en él,
que el viejo sombrero, cuyas alas no parecen
tener límites; el fieltro se ve quemado y co-
rroído por el sol.
Brown habla despacio. En más de cin-
cuenta años de hablar español y dialectos
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El segundo infierno
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El segundo infierno
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13 Libro azul.
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El segundo encuentro trascendental de la
vida de Brown, después de la sombra del
muerto Robuchon, que le llevó también cerca
a la muerte, ocurrió entonces.
El relato es confuso y fragmentario. Los
ochenta años de Brown, por una parte, y por
otra, el papel de comparsa que hubo de ju-
gar, no permiten establecer mayor claridad.
Pero hay una persona que interviene en el
relato, que es, probablemente a todas luces,
el mismo W. Hardenburg (Whiffen, deletrea
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17 T. II, p. 564.
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El tercer infierno
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Vivió desde entonces en el Brasil, hasta 1972,
trabajando por temporadas en Colombia, en
extracción de caucho y balata. En la época
de La Pedrera estuvo en Colombia, y partici-
pó en el combate. Allí, dice, conoció al gene-
ral Gamboa. Desde 1917, empezó a vivir en
Colombia: “La patria” dice, aunque nunca
haya tenido medios económicos para obte-
ner carta de naturaleza. Cuando el conflic-
to de 1932, estaba en La Pedrera. Recuerda
nombres de los militares de entonces: Ga-
briel Uribe, Acevedo, Reyes, Julio Cervan-
tes, el Coronel Solano, el Mayor Collazos.
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El tercer infierno
(1960)
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RUIDO Y
DESOLACIÓN*1
Los que un tiempo creyeron que mi inteligencia irra-
diaría extraordinariamente, cual una aureola de mi
juventud; los que se olvidaron de mí apenas mi planta
descendió al infortunio; los que al recordarme alguna
vez piensen en mi fracaso y se pregunten por qué no
fui lo que pude haber sido, sepan que el destino impla-
cable me desarraigó de la prosperidad incipiente y me
lanzó a las pampas, para que ambulara vagabundo,
como los vientos, y me extinguiera como ellos sin
dejar más que ruido y desolación.
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3 Obra citada.
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Campaña de expectativa en torno
a la primera edición de La vorágine.
Nuevo Tiempo, agosto de 1924.
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VI
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grandilocuente, siempre poética y casi siem-
pre tumultuosa. Se trata de un documento
manuscrito encontrado por Rivera que en
ese momento se vuelve personaje de su no-
vela para revisarlo y prohijar sus denuncias.
Aislado, solo, errabundo, va pergeñando
poco a poco su memoria, un tanto como el
mismo Rivera la escribió, en buena parte, en
Sogamoso. El ritmo es diferente según los di-
versos escenarios. Es más fluido en la parte
del llano, más contradictorio y tumultuoso,
y desigual, en la parte de la selva, hasta el
abrupto final, única solución posible dada la
situación a la cual habían llegado los perso-
najes. La última parte es tensa y dura, violen-
ta y entrecortada. El personaje ha terminado
el tránsito de hombre de ciudad a hombre
de las latitudes del caucho, que desciende al
infierno y a medida que lo hace se encuentra
más próximo, en sus reacciones y en su vio-
lencia personal, al ambiente que le va domi-
nando y desde luego le va devorando. “Ruido
y desolación”, dice él mismo, pero es mucho
más que eso. Mucho más profundo. La vio-
lencia va mucho más allá del ruido y pone un
matiz bien distinto en la desolación.
La actitud de Cova es indudablemen-
te violenta hacia Alicia y Griselda. Como
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VII
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VIII
Sin duda La vorágine inicia una nueva ma-
nera de narración en América, con la cual se
recobran valores dormidos en el pasado. Su
combinación extraña conjuga el romanticis-
mo con el modernismo, erigiéndose en co-
mienzo del postmodernismo americano. El
sincretismo que amalgama esas dos fuerzas,
que hacen surgir la mezcla de la prosa poética
con la generosidad del colorido, crea una ma-
nera distinta de ver la historia y de contarla
con referencia a otros valores. Se contempla
entonces “la huida como viaje y el desenlace
destructivo en la búsqueda de todo centro, la
exuberancia de una creación que transforma
la escritura, la alucinación creadora del es-
pejismo en La vorágine”10.
Sin duda el contenido de La vorágine en-
cierra reivindicaciones sociales del momento
en que la obra fue escrita. Tiene, pues, dos
10 Fernando Burgos, La novela moderna hispanoamerica-
na, Orígenes, 1958, Madrid, p. 126.
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forma de expolio y abuso del trabajador de las
caucherías amazónicas, que Rivera se propu-
so exhibir en su aterradora denuncia”12 .
El mismo Loveluck señala cómo el decenio
en el cual se escribió La vorágine fue teatro del
conflicto entre la “vanguardia” europea y el
“autoctonismo mundonovista”. La tendencia
que sigue Rivera es la de buscar una expresión
distinta a la de Europa, partiendo, sí, de la
base del mestizaje cultural en el cual se incor-
poran las bases del viejo mundo. Es decir, lo
que antes señalábamos en relación con la bús-
queda del hispanismo en La vorágine.
La técnica literaria usada en el libro (el
manuscrito hallado, el hecho de que en él esté
incorporada la misma factura de la historia,
como relata el mismo Cova), lleva al lector a
pensar que, como anota Loveluck, “asiste al
acto imaginario de ser escrita la novela”. En
los años veinte estos recursos técnicos no te-
nían la misma vigencia. La inventiva de Rivera
sorteó las dificultades hasta el punto de utili-
zar una técnica moderna, ni mucho menos ele-
mental. El avance técnico que representa La
vorágine es importante, desde el manuscrito
12 Juan Loveluck, “Para una relectura de La vorágine”,
Cuadernos para la investigación de la literatura hispáni-
ca, Madrid, 1980, pp. 2 y 3.
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Bibliografía
II. Traducciones
La vorágine ha sido traducida al ruso, inglés, francés,
italiano, alemán, portugués, chino, checo, etc.
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Bibliografía
HERRERA MOLINA S. J., Luis Carlos: José Eustasio
Rivera, Poeta de Promisión, Imprenta Patrióti-
ca del Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1968.
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QUIROGA, Horacio: La selva de José Eustasio Rivera.
Cartas a Rivera, El Tiempo, junio 29 de 1927.
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Sobre el
autor
Pedro Gómez Valderrama (Bucaramanga,
1923-Bogotá, 1992). “Es un acto de justicia
decir que Pedro Gómez Valderrama fue uno de
los cuentistas mayores de lengua española del
siglo XX”, afirma con razón Marco Antonio
Campos en el prólogo a una reciente edición
mexicana de Más arriba del reino, que reú-
ne sus cuentos completos. Su obra narrativa
completa que, además, comprende La otra
raya del tigre, su única novela, aparecerá en la
edición crítica dirigida por Pablo Montoya en
el número setenta de la Colección Archivos de
la Unesco, consagrada a los más ilustres escri-
tores latinoamericanos. Fue el primer autor
publicado en vida por la Biblioteca Ayacucho
—la más importante colección de letras ame-
ricanas— y el primer colombiano en aparecer
en la célebre revista Mercure de France, tradu-
cido por Roger Caillois. Abogado egresado de
la Universidad Nacional, fue consejero de Es-
tado, Ministro de Educación y de Gobierno, y
embajador en la URSS y en España.
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TÍTULOS DE LA
BIBLIOTECA
VORÁGINE
1. La vorágine
José Eustasio Rivera
5. Historia de Orocué
Roberto Franco García
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6. Los infiernos del Jerarca Brown
seguido de “Ruido y desolación”
Pedro Gómez Valderrama