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Las causas de la decadencia.

Proverbios 4:23.
Introducción:
La semana pasada hablamos un poco de los síntomas que debemos notar cuando
estamos en decadencia espiritual, cuando hay un desgano en las cosas del Señor. Pero también
debemos saber cuáles son las causas.
Un médico que va a tratar un paciente debe saber los síntomas de una enfermedad, pero también
que es lo que lo causa; para así, poder brindar un mejor tratamiento al problema.
Hermanos, no solo nuestro cuerpo físico sino también nuestras almas, necesitan chequeos
médicos regulares. Debemos evitar los extremos, no ser hipocondriacos, tan introspectivos, pero
tampoco debemos ser descuidados con nuestra vida espiritual y vivir la vida sin meditar en cómo
está nuestro corazón.
Que la salvación sea segura, no quiere decir que nosotros seamos ligeros y descuidados
espiritualmente. Hebreos 2:1 nos dice: Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a
las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos.
También Filipenses 2:12 nos dice que debemos cuidar nuestra salvación…
¿Cómo es posible que tantos cristianos declinen espiritualmente? ¿Qué es lo que pasa en la vida
de muchos creyentes que en el tiempo se desaniman?
Primero:
I.- El descuido de guardar el corazón.
Y una de las cosas que debemos hacer, en dependencia del Espíritu de Dios, es eliminar las
causas que pueden llevarnos a caer en un proceso de declinación espiritual. ¿Cuáles son los pasos
que conducen hacia un estado de decadencia? El primero es el descuido en vigilar y guardar el
corazón: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” (Pr. 4:23).
Dice George Lawson: “hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre
malo, del mal tesoro [del corazón] saca malas cosas” (Mt. 12:35 RVR 1960). Ningún acto puede ser
bueno a menos que el corazón sea bueno, igual que el fruto no puede ser bueno cuando el árbol es
malo (cf. Mt. 7:17-18). El corazón de Simón el mago no era recto delante de Dios y, por tanto,
hablaba con hipocresía. Esta fuente corrompida debe ser purificada por el Espíritu de Cristo o, de lo
contrario, los ríos que saldrán de ella estarán llenos de corrupción y de veneno. Pero aun después
de la purificación a través de la gracia regeneradora, el corazón no es completamente puro. Queda
esa tendencia a la maldad que nos obliga a guardar el corazón con toda diligencia.
Debiéramos guardar con cuidado nuestra lengua y nuestras manos, nuestros ojos y nuestros pies;
pero por encima de todo debemos guardar nuestro corazón. Esta será la mejor forma de guardar
todo lo demás; si no lo guardamos, por muy bien regulada que esté nuestra conducta externa, no
seremos sino personas que profesan la religión de manera corrompida y falsa”
Todos sabemos que el corazón es una parte vital de nuestro cuerpo y de nuestra vida física.
Cuando el corazón deja de latir el hombre muere. Así que podemos decir que cuidar el corazón es
cuidar la vida misma.
Pues lo mismo podemos decir de la vida espiritual. Cuando la Escritura habla del corazón en
sentido metafórico como ocurre en Pr. 4:23, no se está refiriendo a ese órgano que tenemos en el
cuerpo físico, sino más bien a el alma, donde reside nuestro entendimiento, nuestra voluntad,
nuestros afectos.
Del corazón mana la vida, dice Pr. 4:23. Es de allí que surgen nuestras acciones, donde se aloja
nuestro entendimiento y donde residen nuestros afectos. Por eso se nos manda en la Escritura a
poner toda diligencia en guardar el corazón; debemos poner en esto un empeño mayor que el que
ponemos en cuidar cualquier otra cosa.
Es allí donde residen todos los principios, tanto del pecado como de la santidad: “El hombre bueno,
del buen tesoro del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro saca malas cosas”
(Mt. 12:35).
Guardar el corazón es guardar la vida. Debemos guardarlo más que a cualquier tesoro.
Así que en el caso del hombre no regenerado, el corazón es una fuente inagotable de maldad. En
otra ocasión el Señor advirtió que es del corazón que salen “los malos pensamientos, los homicidios,
los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (Mt. 15:19).
En el caso del creyente, la obra de santificación restaura y purifica el corazón, de tal manera que
ese sentido de auto dependencia que teníamos es removido por la fe; el amor a nosotros mismos es
removido por el amor a Dios; nuestra rebeldía y obstinación por obediencia, y nuestro egocentrismo
por auto negación.
El problema es que aún quedan en nosotros residuos de corrupción que deben ser debidamente
mortificados, ya que de lo contrario nos llevarán otra vez al pecado.
Pero para poder hacer eso debemos vigilar de cerca nuestros corazones. Noten las palabras que
usa el proverbista: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón”. O como dice la versión de las
Américas: “Con toda diligencia guarda tu corazón”.
(Sugel Michelén: Historia de “no dejes lo más importante”)
Comentando acerca de este texto dice Lawson: “Un huerto descuidado no estará tan lleno de
cizaña como un alma descuidada lo estará de pensamientos vanos y pasiones exorbitantes que Dios
aborrece y que son peligrosas para nuestra felicidad, para nuestra paz, para nuestra firmeza y
estabilidad, a fin de que no nos desviemos del Señor”.
Cuando un creyente descuida el sagrado deber de cuidar diligentemente su corazón, éste será
como un huerto descuidado en el cual comienzan a crecer las malas hierbas; esas malas hierbas no
sólo afean el jardín, sino que consumen la fuerza y el vigor de las plantas que han sido sembradas
allí.
Dios ha implantado sus gracias en nuestros corazones: la fe, el amor, la esperanza, la
mansedumbre, la humildad, etc. Pero a medida que dejemos nuestros corazones al descuido esas
gracias comenzarán a debilitarse, y en esa misma medida se irá debilitando nuestra comunión con
Dios. Pero, ¿cómo podemos guardar nuestro corazón?
No tenemos ninguna cosa más valiosa que el corazón. Ningún tesoro mayor que el corazón. No
busques los pecados fuera de ti, ya que tus pecados están en el corazón. Es por eso que el Señor
cambia nuestro corazón.
En primer lugar:
A.- Sometiendo cada imaginación, pensamiento, sentimiento y deseo, al análisis, al juicio y a
la guía de las Sagradas Escrituras.
El creyente no debe actuar irreflexivamente; si de acuerdo a la voluntad revelada de Dios, esa
imaginación, pensamiento, sentimiento o deseo es contrario al carácter santo y justo de Dios, ese
creyente declinará.
Ver Pr. 4:20-22 y 3:5-8. El apóstol Pablo nos enseña algo similar en 2Cor. 10:3-5. Es de nuestro
propio corazón que se levantan todos estos argumentos y presunciones contra el conocimiento de
Dios, contra su carácter santo, contra su ley.
¿Qué debemos hacer? ¿Contentarnos con el hecho de que no son más que pensamientos? ¿De
qué no estamos cometiendo el acto pecaminoso que revolotea en nuestra imaginación? Debemos
llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.
No es casual que Pablo use aquí la expresión “llevar cautivo”; este es un lenguaje de guerra, de
violencia. Y es que no es cosa fácil llevar nuestros pensamientos a la obediencia a Cristo; se trata de
una tarea ardua, tediosa a veces, pero necesaria si de veras queremos guardar el corazón.
Del corazón no sólo fluyen “los malos pensamientos”, sino también “los homicidios, los adulterios,
las fornicaciones, los hurtos”, etc. Los actos pecaminosos comienzan con pensamientos
pecaminosos.
Detén los pensamientos del corazón que te lleven a pensar mal de otros, mal de tus hermanos, de
tu iglesia, de tu cónyuge, etc. No son simples pensamientos los que tenemos, guarda tu corazón.
En segundo lugar, para cuidar el corazón:
B.- Debemos impedir que la corrupción que reside en él salga a flote o sea alimentada con
más corrupción.
(Pr. 4:24-27). No cambió de tema, sigue con lo anterior.
En otras palabras, para guardar el corazón tenemos que guardar también la boca, los ojos y los
pies. Un hombre que esté de veras ocupado en guardar su corazón tendrá cuidado con lo que habla,
con lo que mira y con los lugares a donde va.
“Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?” (Job 31:1).
Nosotros vivimos en un campo minado por causa del pecado; muchas veces el mal no se ve a
simple vista. Satanás es un estratega de muchos años de experiencia; de ahí la advertencia de
Pedro (comp. 1P. 1:13-17).
Debemos saber qué efecto están causando en nuestro corazón el hacer y ver diversas cosas.
En tercer lugar:
C.- Para cuidar el corazón debemos orar fervientemente a Dios por purificación y perfección.
“¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que son ocultos” (Sal. 19:12).
“Enséñame, oh Jehová, tu camino… afirma mi corazón para que tema tu nombre” (Sal. 86:11).
Debemos pedir al Señor que nos purifique.
II.- Descuido en nutrir y desarrollar las gracias espirituales del alma.
Si dejamos de nutrir el alma, comienza la declinación, la decadencia espiritual. Debemos nutrir el
amor, la piedad, el dominio propio, la santidad, etc. Mientras crecen estas gracias amaremos más al
Señor, estaremos más fervorosos. Nuestra esperanza debe ser alimentada para no apegarnos a
este mundo y vivir como viviremos en la vida venidera.
A veces perdemos de vista las cosas espirituales y sacamos la mirada de las cosas de Dios para
ponerla en el mundo, y eso ahoga la Palabra.
A.- La oración continua.
Nuestras oraciones deben ser por las cosas de Dios, no solo una lista de supermercado. ¿Qué
revelan tus oraciones? ¿Estamos orando correctamente? Santiago dijo, ustedes piden mal, para
gastar en vuestros deleites.
B.- A través del ejercicio.
2 Pedro 1… Debemos ser diligentes en el ejercicio de la piedad.
Debemos amar, debemos someternos, debemos perdonar, debemos arrepentirnos, debemos
practicar el dominio propio. Todo esto es gracia de Dios en nuestra que lo ha hechos antes por
nosotros.
C.- Cristo mismo.
Cristo es el que nos da vida y nos transforma a Su imagen. Él está forjando en nosotros Su
carácter. Debemos ser como Él.

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