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La predicación, esa noble práctica de comunicar la Palabra de Dios a través de

un ser humano, es un arte que siempre ha llevado consigo una dualidad


intrínseca: lo divino y lo humano. En cada sermón o enseñanza, se entrelazan
estas dos esferas, creando una experiencia única tanto para el predicador como
para la audiencia.
Por un lado, está el aspecto divino, la esencia sagrada que guía y nutre la
Palabra que se va a compartir. Aquí reside la inspiración, el fuego que enciende el
corazón del predicador y lo lleva a compartir con fervor la verdad que ha sido
revelada.
La dimensión divina de la predicación se manifiesta en la obra del Santo Espíritu
de Dios a través de Su Palabra. Es la tercera persona de la Trinidad la que usa la
Palabra para obrar en los corazones de los oyentes y transformar sus vidas.
John Piper dice: los objetivos primordiales y finales de la predicación son
imposibles aparte de la obra prodigiosa del Espíritu Santo. Sin su obra
sobrenatural, ni el predicador ni la congregación pueden ver ni gustar la
belleza y el valor de Dios. 1
Por otro lado, está el aspecto humano, la parte terrenal que no puede separarse
de la experiencia de predicar. Aquí encontramos las limitaciones y debilidades del
predicador, sus luchas internas, sus dudas y sus miedos. Es la humanidad del
mensajero que se enfrenta a las complejidades de la vida, que busca comprender
y transmitir la palabra divina en un mundo lleno de contradicciones y desafíos.
La dimensión humana de la predicación se manifiesta en la imperfección del
mensajero. Es la voz que refleja las alegrías y las tristezas, las dudas y las
certezas, las luchas y las victorias de la experiencia humana.
Sin embargo, lo más fascinante de la predicación es la forma en que estas dos
dimensiones se entrelazan y complementan entre sí. Es en la integración
armoniosa de lo divino y lo humano donde la verdadera esencia de la predicación
se hace evidente. Cuando el predicador se sumerge en lo sagrado, pero no pierde
de vista su humanidad; cuando transmite la palabra de Dios con autoridad y
pasión, pero también con humildad y compasión; cuando logra conectar lo eterno
con lo temporal, entonces la predicación se convierte en poder de Dios para salvar
a todo el que cree y también santificar al cuerpo de Cristo.
Dios revela de forma sobrenatural su gloria a los corazones de su pueblo no
obviando sus poderes naturales sino usándolos como vías para el descubrimiento
sobrenatural.
En última instancia, la predicación es un medio que Dios usa para salvar y
edificar a Su pueblo. Dios usa hombres imperfectos, humanos; para llevar a cabo
sus perfectos propósitos eternos.
1
John Piper, La exultación expositiva, 109.
2
John Piper, La exultación expositiva, 128.

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