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alto de una torre en medio de la bulliciosa plaza de Notre Dame. Pierre era conocido
por todos como el Jorobado de Notre Dame debido a su aspecto peculiar: su espalda
encorvada y su rostro oculto tras una melena de cabello oscuro que caía sobre sus
hombros. A pesar de su apariencia, Pierre tenía un corazón bondadoso y un talento
excepcional para tocar el violín.
A medida que se acercaba la fecha del concierto, Pierre ensayaba con más fervor que
nunca, perfeccionando cada nota y cada acorde de su violín. Pero a pesar de su
talento, sabía que su aspecto físico podría ser un obstáculo para ser aceptado en el
escenario junto a los demás músicos. Aun así, su determinación era inquebrantable.
Una tarde, mientras practicaba en la plaza, Pierre escuchó una voz melodiosa que se
unía a la suya. Al girarse, vio a una joven hermosa y elegante que tocaba el arpa con
una destreza asombrosa. Ella se presentó como Camille, una talentosa músico que
también aspiraba a participar en el concierto de Notre Dame.
El día del concierto finalmente llegó, y la plaza de Notre Dame estaba abarrotada de
espectadores emocionados. Pierre y Camille se encontraban entre los músicos
seleccionados para actuar, y a pesar de sus nervios, estaban determinados a dar lo
mejor de sí mismos. Cuando llegó su turno, subieron al escenario juntos, él con su
violín y ella con su arpa.
Con estas palabras, el arzobispo anunció que Pierre y Camille habían sido elegidos
como los músicos destacados del concierto, ganándose el respeto y la admiración de
todos los presentes. Desde ese día en adelante, el Jorobado de Notre Dame fue
reconocido no solo por su aspecto, sino por su virtuosismo musical y su espíritu
indomable.
A medida que pasaban los meses, Pierre y Camille se embarcaron en una serie de
conciertos benéficos para recaudar fondos destinados a causas sociales. Su música
se convirtió en un símbolo de esperanza y unidad, inspirando a aquellos que
enfrentaban desafíos similares al que había enfrentado Pierre por su apariencia.
Sin embargo, a pesar de su creciente éxito, Pierre nunca olvidó sus raíces ni la plaza
de Notre Dame donde todo había comenzado. Cada día, regresaba al lugar donde
solía tocar, compartiendo su música con aquellos que lo habían apoyado desde el
principio y recordando su humilde origen.