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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
NIHIL OBSTAT:
José Rico Pavés
(censor)
IMPRIMATUR:
Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo, Primado de España
Toledo, 3 de septiembre de 2012
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta pu-
blicación. No podrá ser registrada ni transmitida por ningún medio ni ningún soporte sin la
autorización previa y por escrito del editor, bajo las sanciones establecidas en las leyes.
A Inocente, César, Carlos, Juan Ignacio, Jesús,
Carlos, Santiago, Pedro, Juan María, Miguel y Héctor,
alumnos del Seminario de san Ildefonso ordenados en 2011
Introducción ............................................................................................13
Conclusión ...........................................................................................547
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SIGLAS Y ABREVIATURAS
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INTRODUCCIÓN
«En el principio el Señor Dios creó los cielos y la tierra» (Gén 1,1) y «todo
fue creado por Él y para Él» (Col 1,16). Desde el primer versículo de la Biblia
aparece la realidad de la creación: Dios ha creado todo, de manera que ni el
mundo visible, ni siquiera las realidades espirituales más sublimes son una ema-
nación de Dios, ya que Dios se distingue de todas las cosas. Las enseñanzas del
Nuevo Testamento asumen y profundizan las del Antiguo Testamento y reciben
una luz nueva a partir de la confesión de que Cristo es Señor y Dios. Aunque
ni la Sagrada Escritura ni la Tradición contienen una sistematización de la doc-
trina sobre el mundo y el hombre, las enseñanzas de la Revelación son abundan-
tes y cruciales, de manera que este aspecto de la fe tiene una consistencia propia;
cuando se olvida o altera, toda la fe cristiana queda deformada.
Este manual pretende ser una introducción teológica propia del primer nivel
del ciclo de estudios eclesiásticos sobre el mundo y el hombre a la luz de la Reve-
lación. La pretensión del autor es asegurar una serie de nociones básicas y ofre-
cer algunos textos esenciales de las fuentes de la teología en esta materia: no se
trata de un ensayo ni de un status quaestionis de las elaboraciones sobre antropo-
logía de nuestros días. Se titula Antropología teológica I, porque abarca los aspec-
tos de la creación, fin de las criaturas y el pecado original, mientras que todo lo
referente a la justificación y la nueva vida que nos otorga Cristo queda para la
segunda parte de la antropología teológica. Sobre esta serie de cuestiones simple-
mente se proponen en el último capítulo algunas indicaciones sumarias. Obvia-
mente en la parte histórica no es fácil aislar los contenidos de antropología I y
antropología II.
Así pues, el objetivo de este manual será ayudar al lector a que adquiera una
mente teológica, es decir, un modo habitual de entender la realidad a la luz de la
doctrina sagrada, en este caso en lo referente al mundo y al hombre. El tratado
acerca del mundo y del hombre es una parte de este ciencia única que es la teo-
logía. Antes de señalar algunos aspectos introductorios sobre la historia o estruc-
tura del tratado nos permitimos ciertas consideraciones metodológicas para que
quede claro al lector cuáles son los presupuestos que determinan el desarrollo de
este texto.
1. METODOLOGÍA TEOLÓGICA
Si no se quiere caer en la arbitrariedad y en el voluntarismo, la metodolo-
gía con la que se estudia un tema debe estar marcada por la misma naturaleza
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
del tema estudiado. En este caso se trata de afrontar teológicamente el tema del
mundo y del hombre, y por ello nuestro método quiere seguir las exigencias mis-
mas de la Revelación. Sabemos que la Revelación de Dios se encuentra en la
Palabra de Dios, tanto Escrita como transmitida por Tradición, y que su expli-
cación auténtica corresponde al Magisterio de la Iglesia. Por ello el estudio de la
teología, si se quiere mantener en lo que Dios ha revelado, debe realizarse en un
ámbito eclesial; en otro caso estaríamos ante estudios de tipo histórico, filoló-
gico, sociológico etc sobre cuestiones religiosas, pero no sería teología,
Al mismo tiempo, dada la profunda armonía que existe entre la razón y la
fe, la teología conlleva un esfuerzo sistemático y especulativo; de hecho podría-
mos decir que la teología es la sacra doctrina expresada y expuesta de un modo
científico. Ya desde el comienzo queremos advertir que lo indicado en el párrafo
anterior es plenamente coherente con lo que se dice en este. Con no poca fre-
cuencia algunos quieren establecer una relación dialéctica entre la explicación
que ofrece el Magisterio respecto a la Revelación y la especulación racional. Tal
tensión suele darse cuando la especulación racional no sigue la recta ratio, que
es perfectamente coherente con la Revelación, aunque la misma Revelación nos
enseñe misterios que superan la razón. Precisamente este tratado sobre el mundo
y el hombre nos dará ocasión para advertir las enormes ventajas que supone una
razón teológica que acepte sinceramente las enseñanzas de la Iglesia, sencilla-
mente, porque son verdaderas, frente al marasmo de opiniones contradictorias y
absurdas en las que naufragan las teologías del disenso en sus diferentes niveles.
En realidad la metodología empleada es la que indica Optatam totius 16, del
Concilio Vaticano II, incidiendo, además, en algunos aspectos que recordó con
especial fuerza Juan Pablo II en la Fides et Ratio 66.
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INTRODUCCIÓN
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En primer lugar nuestra reflexión teológica parte del auditus fidei y por ello
se fundamenta en la Escritura y la Tradición, aunque no es lo que suele llamar
una teología bíblica o histórica. Conviene recordar que la Sagrada Escritura debe
ser como el alma de la teología, pero no se puede confundir la Palabra de Dios
con la exégesis, en cualquiera de sus métodos, pues la exégesis es interpretación
de la Palabra de Dios. Sabemos que la interpretación autorizada de la Palabra de
Dios corresponde al Magisterio de la Iglesia, que no está sobre la Palabra de Dios,
pero sí por encima de las interpretaciones de la Palabra de Dios. Por lo demás
resultaría absurdo leer la palabra de Dios fuera de la Tradición.
Esta cuestión es especialmente sensible en nuestro tratado, porque dado que
intervienen bastantes cuestiones especulativas, no pocas interpretaciones de la
Palabra de Dios están determinadas por ciertos presupuestos que no siempre se
explicitan. Podemos poner un ejemplo sencillo, la cuestión de los milagros o la
existencia de los ángeles aparecen afirmadas sin la más mínima duda en la Escri-
tura; el que tales cosas se pongan en duda, incluso con un imponente aparato
exegético, simplemente indica que determinados presupuestos del exegeta no
pueden aceptar que haya una intervención de Dios más allá de la naturaleza, o
que existan seres inmateriales. Tales presupuestos deberían ser discutidos (y en
este caso claramente confutados) antes de proseguir el estudio exegético.
Desde el punto de vista práctico, en los dos primeros capítulos, el lector
puede encontrar las afirmaciones de la Escritura que consideramos esenciales
sobre nuestro tema. Hemos evitado entrar en cuestiones sobre la historia de for-
mación de los textos, optando por un acercamiento de exégesis canónica, aun-
que cuando ha sido preciso se han hecho algunas observaciones. En cualquier
caso para aprovechar bien tales capítulos, alma del tratado, es conveniente la lec-
tura de los diversos textos bíblicos señalados. Por ese motivo son más breves que
otros capítulos en los que la transcripción de los textos patrísticos y magisteriales
ha dado lugar a una extensión mayor.
En segundo lugar hay que decir que la teología atiende a las enseñanzas
del Magisterio, aunque no procede, en cuanto teología, por vía de autoridad.
Por ello queremos tener siempre presentes las enseñanzas del Magisterio, pero
el razonamiento teológico es posterior a esas enseñanzas, de las que parte. Si el
razonamiento es correcto no deberían darse tensiones, pues un razonamiento
correcto no puede entrar en contradicción con sus premisas.
Este modo de actuar no es fruto de una imposición eclesial, sino del profundo
convencimiento de que la Iglesia de Cristo es el instrumento que Dios ha elegido
para comunicar su Revelación a los hombres. De ahí que pueda intervenir, con
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INTRODUCCIÓN
dogma, sin que se pueda buscar en tales capítulos una historia de la teología res-
pecto a estos temas; simplemente las diversas explicaciones tratarán de situar tex-
tos, corrientes o problemas importantes para el desarrollo dogmático.
Los temas primero y segundo respectivamente están dedicados al Antiguo y al
Nuevo Testamento, mientras que el tercero y cuarto a la rica tradición patrística,
separada por comodidad entre periodo anterior y posterior al concilio de Nicea
(325). El tema quinto abarca las grandes aportaciones medievales junto con los
problemas que planteó la Reforma y a los que tuvo que responder la Iglesia Cató-
lica. El sexto y último capítulo de esta parte está dedicado a las cuestiones sus-
citadas por la modernidad, tanto científica como filosófica, y las intervenciones
correspondientes de la Iglesia.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Este libro ha sido pensado como un manual para el primer ciclo, y por ello
se ha dado preferencia a la claridad y a la exposición de textos fundamentales
antes de entrar en quaestiones disputatae o diversas opiniones de autores, más pro-
pias de un segundo ciclo. Obviamente se tratarán grandes cuestiones que debe
afrontar la teología, especialmente ante las preguntas del pensamiento actual,
como por ejemplo respecto a la creación, evolución, origen del hombre, etc. Sin
embargo se procurará que se vea la relación entre los grandes principios (tanto
de la Revelación como de la razón) y las diversas respuestas: la sabiduría precisa-
mente consiste en saber remontar las diversas afirmaciones a sus principios y cau-
sas últimas. Pensamos que un estudio de la teología a base de referir opiniones
de autores sin que esté claro el porqué de lo que dicen es completamente inútil
y tiene más relación con una pasarela de moda que con un pensamiento rigu-
roso. Consiguientemente hemos presentado aquella bibliografía que considera-
mos esencial conforme a nuestros presupuestos.
Esta pretensión de sentar las bases en el estudiante para una síntesis armónica
es lo que ha llevado a primar el contacto con los grandes textos de la Tradición
y el Magisterio en la primera parte, y de santo Tomás, en la segunda. Quizá una
de las peculiaridades de esta obra es que el Sancto Thoma praesertim magistro del
Código de derecho canónico 252 § 3 aquí es una realidad operativa, y no por moti-
vos ideológicos, sino por su intrínseco valor, especialmente claro si se está atento
a la situación de las grandes cuestiones de fundamentación. Al mismo tiempo,
y para facilitar la integración de nuestro manual en una síntesis teológica, en la
parte segunda se tiene presente, en la medida de lo posible, el orden del Cate-
cismo de la Iglesia Católica junto con indicaciones concretas sobre su estudio en
los diversos capítulos.
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INTRODUCCIÓN
Ya desde un punto de vista más práctico, el lector advertirá que cada lección
está encabezada por una brevísimo resumen, en el que se ofrecen las líneas maes-
tras de la lección, cuyo sumario se muestra inmediatamente. Sigue el desarrollo
de la misma que termina con una síntesis final, en la que puede encontrar lo que
son las ideas básicas que se han expuesto antes.
A la hora de emplear este texto es preciso comenzar por el breve resumen ini-
cial de cada lección y por nuestra parte sugeriríamos pasar inmediatamente a la
síntesis final. Dicha síntesis se organiza según el orden del capítulo, de manera
que se puede tener una visión de conjunto de la misma y la idea básica de cada
apartado. De este modo cuando se aborde el desarrollo de cada epígrafe ya se
tiene una noción previa que quizá pueda ser útil, en especial en la parte especu-
lativa, cuando el alumno se encuentre ante temas especialmente arduos y densos.
Por último solo queda, en esta introducción, agradecer su ayuda a todos los
alumnos a quienes he explicado antropología teológica. Sin sus preguntas, sin su
interés en clase, sin los problemas que han planteado, y, sobre todo, sin su ora-
ción, no habría podido escribir este texto. No puedo recordar ahora los nombres
de todos, pero es un deber hacer memoria de los alumnos del curso 2009/2010
cuyas observaciones han resultado decisivas para el presente texto. Sin embargo,
y lo prometido es deuda, sí quiero citar nominalmente a los de nuestro Semina-
rio de san Ildefonso ordenados en el 2011 y a los que dedico especialmente esta
obra; en concreto a Inocente, César, Carlos, Juan Ignacio, Jesús, Carlos, Santiago,
Pedro, Juan María, Miguel y Héctor. Me hubiera gustado que este texto lo hubie-
ran podido estrenar ellos, pero diversas contingencias me impidieron tenerlo listo
entonces. Si las enseñanzas de estos años, tanto en Toledo como en Moyobamba,
y el presente libro, les puede resultar útil, a ellos, y a los que lo estudien después,
doy por bien empleado cualquier trabajo y sólo siento el no haberme esforzado
más para hubieran podido disponer antes de él. En cualquier caso, estas páginas
son solo un instrumento para alcanzar esa participación de la scientia Dei, quae est
una et simplex omnium, necesaria para el ministerio sacerdotal y utilísima a todos
los fieles; ese hábito de la teología, lo debe adquirir cada uno a partir de la fe, con
su esfuerzo y no sin la ayuda de los dones del Espíritu Santo.
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CAPÍTULO 1
La Sagrada Escritura comienza con unos relatos primordiales sobre el origen del
mundo y del hombre, que, a pesar de su peculiaridad, establecen la diferencia entre
el Creador y cualquier criatura así como la especial intervención de Dios en la apa-
rición del hombre. No pretenden ofrecer una enseñanza de ciencias experimenta-
les sino describir la relación religiosa que se establece desde el principio entre el hom-
bre y Dios. En el resto del Antiguo Testamento, algunos de cuyos textos son anterio-
res cronológicamente a los primeros capítulos del Génesis, encontramos afirmaciones
que se explican bien a la luz de esos relatos de los inicios. Encontramos una peculiar
terminología para describir la riqueza del ser humano y una explicación de los orí-
genes del mal: el primer pecado de los hombres hizo que se perdiera la situación ini-
cial de felicidad. Los males que experimenta el hombre tienen su origen en una mala
actuación de la libertad. Por otra parte las enseñanzas acerca de la creación y el hom-
bre forman parte de la Alianza que Dios hace con su pueblo, y en gran medida son
su presupuesto. Igualmente son muy importantes las indicaciones sobre la providen-
cia divina plasmada en la historia de la salvación y los ángeles, al servicio de Dios y
su plan de salvación.
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mos depende de Él. Esto hace que el mundo no esté lleno de divinidades, sino
que queda reducido al nivel de una serie de criaturas.
La segunda diferencia consiste en la cuestión del tiempo. Los relatos primor-
diales indican una realidad siempre presente, o que se repite de manera cíclica, y
en ese sentido tiene un carácter ejemplar. En la Biblia no se trata simplemente de
algo que se repite, o de un arquetipo, sino de un inicio, del primer día. En lugar
de un tiempo cíclico nos encontramos ante un tiempo histórico. Obviamente no
se elimina del todo el aspecto ejemplar, por ejemplo, en el primer pecado apare-
cen ambos: se trata de un acto concreto de los primeros hombres, aunque des-
crito con lenguaje simbólico, y a la vez es el arquetipo de todos los pecados. Ese
pecado dio origen a una situación nueva, y en ese sentido es algo concreto, y a la
vez su estructura aparecerá en cierto modo en otros pecados.
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El salmo 8 describe los astros como obra de las manos de Dios, pero se cen-
tra en el hombre (cf. Sal 8,6-9) que está puesto al mando de todo lo que Dios
ha hecho. Veremos en el próximo apartado de este capítulo las enseñanzas fun-
damentales sobre la creación del hombre a imagen de Dios, pero en el salmo 8
se dice algo equivalente al hablar de que el hombre tiene el dominio de la tierra,
como un representante de Dios. Esta confesión siempre redunda en la gloria de
Dios, que es el objeto del salmo.
Sin embargo es el salmo 104/103 el que se puede considerar como un para-
lelo mucho más acabado de los dos primeros capítulos del Génesis. Comienza
con una alabanza a Yahvé, al que se presenta rodeado de luz, y se describen los
diversos seres que le están sometidos en el mismo orden del Génesis. Aparece
en primer lugar la luz (Sal 104/103,2 y Gén 1,11-12), los cielos (Sal 104/103,3
y Gén 1,6-8), la tierra y los mares (Sal 104/103,7-9 y Gén 1,9-10), la vege-
tación (Sal 104/103,13-18 y Gen 1,11-12), los astros (Sal 104/103,19 y Gén
1,14-18). Además hay toda una serie de término comunes, entre los que des-
taca bará (crear), siempre para demostrar que Dios es el soberano absoluto sobre
el mundo, por encima de las aguas originales o de cualquier elemento. A esto se
debe añadir la cuestión de la providencia, expresada gráficamente atribuyendo a
Dios los alimentos que reciben los seres vivos (Sal 104/103,27).
El salmo 136 tiene la peculiaridad de su forma litánica en la que se comienza
con alabanzas a Dios por la creación de grandes maravillas, como los cielos,
las aguas, los astros, el sol y la luna (Sal 136/135,4-9) y se pasa después a la
historia de la salvación (Sal 136/135,10-24). Los dos últimos versículos vuel-
ven sobre el tema de la providencia, expresada como el alimento a todo viviente
(Sal 136/135,25) y la misma designación de Dios como Dios del cielo (Sal
136/135,26). En este texto se advierte claramente que la creación es la primera
de las obras de Dios, que continúa en la elección del pueblo, lo cual no deja
nunca de ser una actuación del Dios creador.
Otros salmos con diversas alusiones a la creación pueden ser el 19/18, o el
33/32, aunque encontramos referencias más explícitas en el 148. Este último es
una invitación a alabar a Dios, en la que se enumeran diversas obras como los cie-
los, los ángeles, el sol y la luna (Sal 148,1-4). Es muy gráfica la frase que hace eco
de Gén 1: «Él lo mandó, y existieron; les dio consistencia perpetua y una ley que
no pasará» (Sal 148,5-6). Posteriormente pasa a otros elementos de la creación
(cetáceos y abismos del mar, rayos, nieve, granizos, vientos, montes, árboles, ani-
males, y distintos grupos de personas) que deben alabar a Dios (Sal 148,7-13).
Termina con una referencia a Israel, que es el pueblo elegido (Sal 148,14): una
vez más la elección se entiende porque hay un Dios creador que todo lo puede.
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plantas a los hombres y el detalle del régimen vegetariano del inicio, para cul-
minar con la observación de que todo lo que había hecho Dios era muy bueno.
En estos breves versículos hay tres ideas bastante claras. La primera es que el
hombre es la corona de la creación material, por encima de los animales y las
plantas; hemos precisado creación material porque en el primer capítulo no se
describe otra, pero a lo largo del Antiguo Testamento aparecerán ángeles, que
no se pueden encuadrar en la creación material, aunque son creados. La segunda
idea es que el hombre es imagen de Dios porque domina: refleja sobre el mundo
el poder y la inteligencia de Dios. Este término tiene especial importancia en el
contexto hebreo que prohibía cualquier representación de Dios: solo el hombre
es imagen de Dios. La tercera idea es que tanto el hombre como la mujer son esa
imagen, y la fecundidad de la pareja humana manifiesta también esa imagen; se
relacionan el mandato de dominar y el de ser fecundos.
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existía un mandamiento, el de no comer del árbol del bien y del mal (queda en
manos de Dios esa determinación) y a la vez el cultivo y el dominio de la tie-
rra (Gén 2,15). De esta manera, a pesar de la grandeza de la condición humana,
sigue siendo una criatura sometida al Creador, y su desarrollo no se da sin el res-
peto al mandato de Dios.
La creación de la mujer aparece descrita a raíz de la soledad del hombre: es
capaz de poner nombre (y en ese sentido, dominar) a los animales, pero nin-
guno está al nivel del hombre (Gén 2,19b-20). El que se describa como produ-
cida a partir de la carne del hombre y durante el sueño de éste indica que parti-
cipa de la misma condición del varón, pero ha sido obra de Dios (Gén 2,21-22).
La unión con la mujer hace de los dos una sola carne, con lo cual se enseña que
el vínculo matrimonial tiene su origen en la misma creación; de hecho Jesucristo
hizo referencia a este pasaje (Mt 19,5) al insistir en la indisolubilidad del matri-
monio. Para acabar de comprender este pasaje hay que recordar que la expresión:
«voy a hacer alguien como él, que le ayude» (Gén 2,18) en principio no indica
sometimiento, ya que el mismo Dios a veces se presenta como ayuda del hom-
bre (Esd 18,4).
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Gén 2,9 se habla de dos árboles, el de la vida y el del conocimiento del bien y del
mal; en el desarrollo posterior parece más bien que se identifican, y en la tenta-
ción la serpiente parece presentarlos de manera unificada, mientras que al final
se vuelve a establecer claramente la distinción entre ambos (Gén 3,22). Ante esta
dificultad no ha faltado la fácil (y banal) explicación histórico-crítica que quiere
deshacerse del problema recurriendo a tradiciones (hipotéticas e indemostrables)
no bien armonizadas. No obstante, la enseñanza del conjunto es que el pecado
precisamente ha consistido en pretender que para poseer la vida hay que ser
como Dios en el conocimiento-determinación del bien y del mal.
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cias de ese acto y pase a una situación en la cual ya no cuenta con los dones divi-
nos.
En un estudio comparativo de las religiones no se halla un pasaje similar a
este. Hay textos en los que se habla de una edad dorada inicial que ha decaído o
se ha perdido, al igual que hay textos que nos muestran una rebelión del hombre
contra los dioses caprichosos (el más conocido es el mito de Prometeo, que roba
el fuego a los dioses y da inicio a la civilización). No obstante, no hay nada pare-
cido a Gén 3: Dios en su bondad ha situado al hombre de un modo excepcio-
nal en el mundo, y los males comienza, bajo la tentación del demonio, cuando
el hombre se separa de Dios.
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su bando» (Sab 2,23-24). De este modo se identifica al diablo como origen del
pecado (tentación) que ha dado lugar a la muerte en la humanidad. En el Ecle-
siástico de una manera incidental, al hablar de la mujer se dice: «Por la mujer
empezó el pecado, y por su culpa todos morimos» (Eclo 25,24), con lo que se
relaciona la situación de una humanidad condenada a la muerte con el pecado
de la pareja humana primera.
Aunque no se trate de textos revelados, en la literatura inter-testamentaria
aparece más desarrollado el tema de las consecuencias del pecado de Adán para
la humanidad: «Vosotros venís de una plantación santa...pero sois los hijos del
primer hombre, que ganó el castigo de la muerte para vosotros y para todas las
generaciones que vendrían después de él hasta que se acaben las generaciones»
(Sifré Deuteronomio 32,32). O incluso en la literatura judía posterior, hacia el
150: «solamente se le impuso un precepto y lo quebrantó, y ya ves con cuantos
muertos fue castigado él y sus descendientes, y los descendientes de los descen-
dientes hasta el fin de los descendientes» (Sifré Levítico 5,18)
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Westermann notó que la idea del origen de las cosas de un ser divino no es
exclusiva de Israel, sino común a los pueblos vecinos (aunque en Israel alcanzó
una precisión y claridad especial), y esto era un presupuesto de su pensamiento
y una verdad adquirida. La fe en un Dios creador precede a la idea de Alianza, y
constituye el marco en el que se desarrolla ésta.
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se alude precisamente a ese poder creador de Dios, al cual nada escapa, de modo
que resultaría absurdo que el hombre pretendiera comprenderlo. Aunque a veces
se dé el dolor y la desgracia nada de esto escapa a los planes de Dios.
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Respecto a los orígenes del hombre, en §2 hemos estudiado ante todo el pri-
mer relato de Gén 1,26-28, donde se subraya que el hombre es imagen de Dios,
indica que es hombre y mujer y les manda multiplicarse y dominar la tierra. Los
términos imagen y semejanza, que vienen a ser equivalentes, fueron desarrollados
luego de diversas maneras. Posteriormente en Gén 2,4b-25, de manera mucho
más narrativa y plástica aparece el hombre plasmado del barro, al que Dios le
infunde su aliento, con lo que se insiste en la dimensión corporal del hombre.
La mujer es creada a partir del hombre, para indicar su mutua relación y propor-
ción entre ambos. En los dos relatos se indica una especial intervención de Dios
en la creación del hombre, que de este modo supera a otros seres de la naturaleza.
En el Antiguo Testamento hallamos una serie de términos para describir
diversos aspectos del hombre: a) basar, para el aspecto corpóreo y carnal del ser
humano, con lo que tiene de debilidad, y de tendencia al pecado, es algo más que
el cuerpo, pues se considera origen de sentimientos y pasiones; b) nefesh indica
el aspecto vital, originariamente significaba respiración y puede pasar a significar
individuo o persona viva, aunque también es sujeto de la vida afectiva y vegeta-
tiva; c) ruah, se refiere al espíritu de Dios, que al infundirlo sobre la carne hace
que sea viva, a veces se considera como un elemento del hombre; d) leb se refiere
propiamente al corazón, y se emplea para designar lo más íntimo y recóndito
del ser humano, es la sede del conocimiento religioso. Todas estas expresiones
no pueden hacernos olvidar que la Biblia no pretende enseñar antropología filo-
sófica, sino que se ocupa del hombre en relación a Dios, aunque haya una serie
de elementos siempre presentes. Posteriormente, en el libro de la sabiduría apa-
recerá la noción de alma, que habían alcanzado los griegos por otros caminos,
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1. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Lo referente al origen del mal se aborda en §3, desde una situación inicial
de gran felicidad descrita como un jardín o paraíso preparado por Dios para
el hombre. El relato del pecado original, que tiene un fondo histórico, aunque
las formas de expresión se puedan considerar míticas, explica que un aconteci-
miento real de los primeros hombres les llevó a desobedecer a Dios, y a partir de
este momento se desencadenó toda una serie de pecados y males en el mundo:
no solo la sentencia de la muerte, y la expulsión del paraíso, sino la muerte de
Abel por Caín, el episodio de Babel y toda la corrupción humana que dio lugar
al castigo en forma de diluvio. Otra consecuencia del pecado es que se les abran
los ojos y perciban su desnudez y desvalimiento por haberse apartado de Dios.
En todo el Antiguo Testamento aparece continuamente la tendencia del pue-
blo hacia el pecado y a alejarse de Dios. Con menos frecuencia se indica la rela-
ción entre el primer pecado y la situación posterior de la humanidad, aunque
hay referencias en Eclo 25,24 y Sab 2,23 donde se dice que por el pecado entró
la muerte en el mundo y se señala la tentación del diablo, con lo que se alude a
esa conexión.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA
Está presente el principio de que Dios premia a los buenos y castiga a los
malos, pero el libro de Job muestra que esto no se puede entender de una manera
automática e inmediata. En ese mismo libro hay referencias a la creación, que al
hombre se le escapa, y esto impide una comprensión perfecta de todos los desig-
nios de Dios. En cualquier caso el misterio de la permisión divina del mal reci-
birá una luz nueva cuando se tenga en cuenta la retribución ultraterrena.
El mundo de los ángeles también está sometido a la providencia y el gobierno
divino, y forzaría los textos quien los entendiera como meros símbolos. Es cierto
que a veces son una personificación de la actividad de Dios para mantener su
trascendencia, pero en otras muchas ocasiones son seres personales y concretos.
En los salmos aparecen como ejecutores de las órdenes divinas, como mensaje-
ros, y lo mismo en los libros proféticos; en los históricos muchas veces se han
mostrado como mensajeros. A partir del exilio se les empieza a distinguir unos
de otros y a darles nombres, lo cual subraya su carácter personal, aunque siem-
pre se diferencian de Dios, por ser creados. La Biblia es mucho más sobria en su
angelología que la literatura rabínica y los apócrifos.
También aparece el demonio en varias ocasiones, pero nunca como un dios
negativo sino como una mera criatura que tienta a los hombres, no tiene poder
creador, sino que incluso las desgracias materiales se atribuyen a Dios, que cas-
tiga a los culpables.
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Además de los manuales generales que hemos citado en la Introducción,
sugerimos para profundizar en este tema los siguientes textos, especialmente el
de J.L.Lorda que hemos empleado en las páginas anteriores:
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CAPÍTULO 2
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los peque-
ños» (Mt 11,25).
Los milagros o signos suponen una intervención de Cristo sobre la creación,
ya se trate de curaciones, ya de milagros, en la naturaleza. Las predicciones pro-
féticas acerca de la ruina de Jerusalén y del Templo suponen que Cristo conoce
la providencia divina e interviene como el centro de la misma, como la plenitud
de los tiempos. El hecho mismo de que haya una plenitud de los tiempos carecería
de sentido en un planteamiento del tiempo cíclico, o si Dios no puede interve-
nir en la creación. Por todo ello además de las indicaciones explícitas que hemos
señalado, las relaciones implícitas son muy profundas.
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Verbo, distinto del Padre, y que se ha hecho hombre: esa es la identidad pro-
funda de Jesucristo.
A partir de este principio, se entiende que lo que Jesucristo trae es una reno-
vación radical, nuevo nacimiento, nueva vida, etc. De hecho el tema de la vida es
uno de los conceptos/imágenes que utiliza más san Juan, y se resume en los pri-
meros versículos de la primera carta. Esta vida se transmite con la predicación de
la palabra (Jn 6,63; 12,49-50), de manera que quien las acepta pasa de las tinie-
blas a la luz (Jn 3,15.16.36; 5,24; 6,40). La vida supone una cierta intimidad, y
por tanto un permanecer en Cristo, en su amor, y para ello es necesario guardar
sus mandamientos (Jn 14,23; 15,10; 1 Jn 2,3-5). Para contraponer la vida que
sigue de la aceptación de sus palabras a la situación de rechazo se emplea la ima-
gen de la luz/tinieblas, cosa que ya aparece en el prólogo y en otros lugares (Jn
12,37-39). En el capítulo 9 sobre el milagro del ciego de nacimiento encontra-
mos esa imagen especialmente desarrollada: los que no le quieren aceptar están
ciegos porque han rechazado la luz. Lo mismo encontramos en 1 Jn 1,5-7.
Con la palabra del Evangelio vienen la luz y la vida, la unión con Cristo y la
filiación divina, pero esto se realiza por el Espíritu Santo (Jn 6,63). Este Espí-
ritu permitirá adorar al Padre en Espíritu y Verdad (Jn 4,24). La doctrina sobre
el Espíritu Santo se encuentra especialmente en los discursos de la última cena:
se llama Espíritu del Padre, porque viene de Él, pero al mismo tiempo el Hijo lo
ha recibido en plenitud por ser el Hijo. Podemos señalar cinco textos fundamen-
tales (Jn 14,15-17; 14,26; 15,26-27; 16,7-8; 16,13-15). Hay una gran relación
entre el Espíritu y la Verdad, pues esa Verdad es la Palabra, Cristo mismo. Tras las
promesas viene el cumplimiento después de la Resurrección, cuando comunica
el Espíritu a los Apóstoles (Jn 20,21-23). El tema del Espíritu aparece muchas
veces mediante la imagen de las aguas. La referencia al agua había sido algo cons-
tante en Israel y era usada para señalar la vida que Dios da (Sal 36/35, 9-10) de
manera que se habla de sed de Dios, y Dios como fuente de agua (Is 12,3; 55,1;
58,11), o de Jerusalén como un manantial (Za 18,8; Ez 47,1-12).
Sin embargo, debemos recordar que esta comunicación del Espíritu siempre
se apoya, en última instancia, en la identidad divina de Jesucristo garantizada
desde el Prólogo por su papel en la creación. Ese mismo poder es el que permite
entender toda la transformación del hombre a que da lugar el Verbo hecho carne.
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
2. EL HOMBRE Y SU SALVACIÓN
2.1 Cuestiones de terminología acerca del hombre
2.1.1 Terminología griega sobre el hombre
En la literatura antigua podemos encontrar una terminología pre-filosó-
fica acerca del hombre que, por estar basada en experiencias humanas comu-
nes, tiene su paralelismo con la terminología hebrea del Antiguo Testamento. Se
suele emplear el término para referirse a lo material del hombre, incluso en
el caso de un cadáver de alguien recién fallecido, mientras que es el alma-
personalidad, algo que permanece después de la muerte. También encontramos
el término , ánimo para indicar las fuerzas vitales y las pasiones, pero en
cuanto que son algo recibido y más bien impersonal. Se advierte un cierto para-
lelismo con basar, nefesh y ruah.
Se produce un cambio notable cuando entra la reflexión de Platón ya que
considera al alma como un ser inmortal, divino, espiritual, preexistente y que
resulta unido accidentalmente a un cuerpo debido a una culpa cometida. El
ideal es superar cualquier aspecto corporal, aunque el alma posee una parte más
elevada ( o ), mientras que la parte inferior responde a las pasiones o
impulsos, relacionados con el cuerpo ( ). Este planteamiento pla-
tónico se difundió ampliamente, aunque con variantes, pero no todos lo acepta-
ron: Aristóteles enseñaba una unidad mucho más fuerte de alma y cuerpo, hasta
el punto de que el alma moría con el cuerpo; como mucho se hablaba de una
subsistencia del entendimiento de manera impersonal. En la época helenística,
gracias sobre todo al medio-platonismo y después al neoplatonismo, se difundie-
ron bastante las nociones platónicas, pero con algún cambio. Se acentuó la dis-
tinción entre los dos aspectos del alma, de modo que en el hombre habría tres
realidades: el o espíritu, que es la parte más racional del alma, el alma o
y el cuerpo o . En la época en la que escribe san Pablo esta división tri-
cotómica estaba bastante extendida, aunque cada autor la explicaba a su manera.
En alguno de los libros bíblicos escritos en griego, como en Sabiduría, apa-
rece el alma como dentro de un cuerpo, que vuelve a Dios al morir, aunque el
cuadro se completa con la idea de una retribución, con premio o castigo des-
pués de esta vida. La noción del Dios creador impide ver una entidad imperso-
nal como algo en lo que se disolvería el alma. La perspectiva de la resurrección
también se apunta con claridad en el primer libro de los Macabeos. En la tra-
ducción de los LXX encontramos una serie de equivalencias frecuentes: basar se
traduce por , nefesh por y ruah por ; hay que destacar la prefe-
rencia por frente a otros términos posibles como o , que también
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Este breve repaso pone de manifiesto que la terminología de san Pablo está
muy lejos de ser un lenguaje técnico, aunque transmite enseñanzas muy impor-
tantes. Se debe recordar que la situación de pecado que da lugar a muchas de las
tensiones que subraya el apóstol tiene un origen histórico en Adán, de modo que
sería erróneo identificar sin más lo psíquico o lo carnal con lo natural, porque
tales elementos del hombre están afectados por el pecado. La reflexión teológica
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
ahí se alude a los pecados personales. Lo que sucede con esta última interpreta-
ción es que entonces no se entiende qué quieran decir los versículos 13-14 donde
se dice que antes de la Ley no se imputaba el pecado, o que la muerte reinó sobre
los que no habían transgredido como Adán. En esta interpretación la muerte se
entiende como mera muerte espiritual a consecuencia del pecado. Sin embargo
con esto se rompe el paralelismo antitético Adán/Cristo, pues parece que entra
un tercer factor que son los pecados personales. Al mismo tiempo parece que la
necesidad de la muerte viene del hecho de que todos pecaran con pecados perso-
nales, de modo que podría haberse dado el caso de que alguien no muriera (ya
fuera la muerte en sentido físico o en sentido espiritual) si tenía fuerzas para evi-
tar el pecado. No parece que esto tenga mucho que ver con la enseñanza que san
Pablo trata de inculcar sobre la necesidad de la salvación que trae Cristo.
Aunque posteriormente en este libro se presentará la historia del dogma del
pecado original, es preciso recordar algún detalle en torno a este pasaje. A veces
se oye que toda la doctrina del pecado original depende de una mala traducción
de Rom 5,12. Ya hemos visto que la cuestión no es modo de traducir ’ sino el
sentido del . Por otra parte, y dado que en otras ocasiones una construc-
ción de ese tipo se traduce de manera correcta, más bien lo que había que pre-
guntarse es si cuando se traduce ese texto, probablemente en el norte de África
en el siglo II, no existía ya una fuerte tradición sobre el peso del pecado de Adán
en el resto de la humanidad, y tal tradición condicionó la traducción. De hecho,
como veremos, autores africanos de esa época, como Tertuliano y san Cipriano,
están entre los testigos más claros de la enseñanza sobre el pecado original.
Probablemente el hecho de que sea difícil explicar la cuestión de una culpa
hereditaria, o problemas acerca de los orígenes del género humano, hayan lle-
vado, de manera consciente o inconsciente, a muchos exegetas a proponer alter-
nativas que disminuían el peso del pecado de Adán respecto al resto de la huma-
nidad. Sin embargo forma parte de la fe católica, con independencia de la forma
de traducir, que todos pecaron en Adán (omnes in Adan peccaverunt) como enseñó
Pablo VI en el Credo del Pueblo de Dios.
Los vv. 15-21 subrayan el papel que ha tenido Cristo en la salvación, con refe-
rencias a la Ley (otro de los grandes temas que aparecen en esta carta, pero en el
que no entraremos). El v.17 vuelve a indicar que la muerte entró por la acción
de uno, mientras que la gracia de Cristo ha resultado mucho más abundante. El
hecho mismo de contraponer a Cristo, uno concreto, nos hace pensar que se pre-
senta también a Adán como alguien concreto cuya acción ha tenido consecuen-
cias para todos.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Tampoco la Eucaristía es ajena a esta nueva vida del cristiano (Jn 6,48; 1 Cor
11,27ss).
Esta nueva creación tiene unas consecuencias éticas y morales, y muchos de
los textos señalados están seguidos por diversas exhortaciones a vivir conforme a
esa nueva creación (Ef 4,24ss; Rom 12,2; 2 Cor 3,18; 4,16; Gál 5,6-25; Ef 2,10;
1 Pe 2,2). La segunda creación tiene rasgos escatológicos: en este mundo se posee
como anticipo y verdaderamente, pero la manifestación definitiva se dará al final
de los tiempos (Rom 8,20-23), cuando aparezcan los cielos nuevos y la tierra
nueva (Ap 21,18; 2 Pe 3,13).
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
bres, no respecto a una norma ideal de rectitud, sino en el ámbito de las relacio-
nes concretas entre dos socios. La idea original de justicia le corresponde a Dios
como juez que es, determina su forma de actuar y en cierto modo es paralelo al
de Reino de Dios, santidad de Dios.
Para san pablo este término está en relación con el acontecimiento central de
la salvación: la muerte y resurrección de Jesús. La justicia, pues, no es un mero
atributo moral de Dios y del hombre, sino un elemento esencial que hace que el
hombre sea lo que debe ser: es un don debido a la entrega de Cristo. Por ello se
contrapone la justicia de la ley (Flp 3,6; 3,9; Rom 10,5) a la de la fe (Rom 10,6).
San Pablo explica que esa justicia por la fe es conforme a la Escritura, y por ello
recurre al ejemplo de Abraham (Rom 4,3.5.6.9). También hay un aspecto esca-
tológico relacionado con el don del Espíritu (Gál 5,5), y unas consecuencias éti-
cas (Rom 6,12-23). La expresión justicia de Dios ( ) es como un
resumen de toda la acción salvadora de Dios (Rom 1,17; 3,21): esta nueva situa-
ción de las relaciones entre los hombres y Dios ha sido posible por la muerte de
Cristo. Precisamente esto es lo que no reconocieron los judíos, que se negaban a
aceptar una justicia de Dios distinta para judíos y gentiles.
En el evangelio de san Mateo el término justicia tiene el sentido de camino de
justicia (Mt 21,32), que es el programa de Jesús (Mt 3,15), y al mismo tiempo
una exigencia para los hombres (Mt 5,20): mantiene más unidos los aspectos de
voluntad divina que salva y exige, pero sin aprobar la conducta de los fariseos
apoyados en su propia justicia.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
se excluye la justificación por las obras de la ley a favor de la fe en Cristo. Por ello
los judíos no están en una situación de ventaja por haber tenido la ley, una ley
que llega a su fin en Cristo (Rom 10,4). Atendiendo a Gál 2-3 y especialmente
Rom 3-5, san Pablo explica en Rom 5,1.9 que esta justificación es una muestra
del amor de Dios, especialmente del amor mostrado por Cristo en su muerte, y
que se ha derramado en los corazones de los creyentes. De esta manera el hombre
puede salir del banquillo de los acusados puesto que Dios interviene a su favor.
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
los Corintios (1 Cor 12,4), y por eso se forman diversas series de carismas, aun-
que se agrupan en una entidad superior, como el mismo Espíritu (1 Cor 12,7; 1
Pe 4,11). Cada carisma es la realización de la gracia, y parece que se sigue la idea
de Is 11,2. De hecho también a los carismas se los denomina pneumatika. Junto
con estos dones concretos podemos hablar de carisma en el sentido de don fun-
damental (Rom 5,15; 6,23; 11,29) en oposición a una situación de pecado. Tam-
bién se puede emplear para caracterizar un determinado oficio o ministerio (1
Tim 4,14; 2 Tim 1,6) en relación con la imposición de manos.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
d) asimismo se usa como modo de indicar la situación estable de tener fe, de ser
creyente, considerando especialmente la vitalidad de esa fe: en este punto des-
tacan los pasajes en los que se habla de fe y amor (Ef 3,17; 6,23; Col 1,4; 2 Tes
1,3; 1 Tim 1,14; 2,15; 4,12) y de la triada (1 Cor 13,13; 1 Tes 1,3; 5,8); e) fe a
veces designa el contenido de esa fe (Gál 1,23; Hch 6,7; Ef 4,5; 1 Tim 1,19; 2,7;
3,9; Tit 1,1; 2 Pe 1,1).
En los Evangelios el mismo Jesucristo es el que alienta la fe (Mc 11,24; Mt
21,22; Mt 17,20), y pide fe en él mismo (Mt 18,6; Mc 9,42). Por otra parte, res-
pecto a los milagros, vemos cómo en ocasiones se presentan como previos a la fe
y la suscitan (Jn 2,11.23; 11,15; Hech 5,12), mientras que en otros casos la fe
es un requisito para que se produzca el milagro (que siempre contribuirá a con-
firmar la fe): ambos aspectos no son incompatibles, ya que, en última instan-
cia, la fe es don de Dios, y puede suscitarse de diversas maneras. En san Pablo
lo referente a la fe ocupa el centro de su pensamiento, y entiende con este tér-
mino la aceptación del mensaje cristiano de la salvación de Dios en Jesucristo
(Rom 10,9.14; Gál 2,16). Afirma que la fe viene por la palabra (Gál 3,2.5) y está
en íntima relación con la gracia (Rom 4,4ss), opuesta a las obras de la ley (Rom
3,28; 9,32) y permite que se reciba el don salvífico de la justicia (Rom 1,17; 5,1;
9,30). La Revelación, por todo ello, se orienta hacia la fe, que es la que la recibe.
San Pablo ve en la figura de Abraham ese ejemplo de fe (Gén 15,6). Dado que la
fe vive de la palabra, está en oposición al contemplar (2 Cor 5,7) y al confiarse a
lo visible (2 Cor 4,18). De este modo, la fe transforma la existencia del cristiano
y se traduce en el amor (Gál 5,6); no obstante, existe la tentación, y por ello san
Pablo exhorta a mantenernos firmes en la fe (Rom 11,20; 1 Cor 16,13), y a exa-
minar si uno está en la fe (2 Cor 13,5).
En las cartas pastorales se recuerda que la fe procede de la proclamación del
Evangelio de la sana doctrina (1 Tim 1,5.10; 2 Tim 2,2.15ss) y conlleva tanto la
aceptación del mensaje como la confianza que se dirige a Dios (2 Tim 1,12; Tit
3,8). Hay una gran insistencia en mantener una fe recta y verdadera (Tit 1,13;
2,2; 1 Tim 2,7; 4,6). Como en otros escritos de san Pablo la fe aparece junto con
otras virtudes (1 Tim 1,5.14.19; 2,15; 4,12). En la carta a los Hebreos, las afir-
maciones sobre la fe se concentran en el cap.11 y un poco después Cristo apa-
rece como el que inicia y consuma este camino que se adquiere mediante la fe
(Heb 12,2). En Heb 11,1 ofrece una descripción de la fe acentuando su objeto:
los dones invisibles de la promesa constituyen una realidad sólida para la fe y así
se anima a la perseverancia.
San Juan con frecuencia relaciona la fe con los milagros (Jn 2,11.23; 4,53;
7,31; 11,15.42), pero sin que se acepte una demanda de milagros propia del
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
incrédulo (Jn 2,18; 4,48). En cualquier caso la fe está ligada a la palabra y al tes-
timonio sobre Jesús (Jn 1,7; 4,39.41ss; 5,24; 17,20), de modo que se subraya el
aspecto de conocimiento (Jn 6,69; 8,31; 10,38; 17,8). Los enunciados principa-
les de esta fe son que el Padre ha enviado a Jesús, en el que ha revelado el poder
de su amor, sin que se acentúe tan directamente la muerte y la resurrección. El
permanecer o estar unido a Jesús son otra manera de mostrar la vinculación del
creyente con Jesús.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
bien a un amor sereno, de aceptación amistosa, más que eros, cargado de afecti-
vidad, y que tenía su uso en otros contextos filosóficos (de hecho algunos Padres
lo emplearán para referirse al amor de Dios). En general se reserva para personas,
aunque con excepciones, lo más normal es referirlo al amor al prójimo o amor
mutuo y amor a Dios. En los sinópticos, salvo Mc 10,21 y Lc 7,5 aparecen siem-
pre en labios de Jesús para referirse al amor a los enemigos y al doble manda-
miento del amor a Dios y al prójimo.
En san Pablo el punto de partida es el amor que Dios nos ha manifestado en
Cristo (Rom 5,8; 8,37; 9,13; 2 Cor 9,7; 13,11.13). Ese amor se ha derramado
por medio del Espíritu Santo (Rom 5,5). En la enumeración de las virtudes (2
Cor 6,6, Gál 5,22, Flp 2,1 y 1 Cor 13) tiene la primacía, aunque hay que tener
en cuenta que más que una obra es un fruto del Espíritu (Gál 5,22). No deja de
recordar el amor al prójimo como cumplimiento y plenitud de la ley (Rom 13,8;
Gál 5,14) y del amor a Dios (Rom 8,28; 1 Cor 2,9). La triada fe, esperanza y
amor la encontramos en 1 Tes 1,3; 5,8; 1 Cor 13,13; Col 1,4. Es notable la rela-
ción entre el amor y la recta doctrina que aparece en las Pastorales (2 Tim 1,13).
En el Evangelio de san Juan se habla con frecuencia del amor a y de Jesús, mien-
tras que en 1 Jn predomina la terminología del amor a Dios, y en ambos aparece
el amor mutuo. Un pasaje esencial es el de Jn 3,16, con la iniciativa de Dios, y
el de Jn 14,21 con la respuesta de amor que pide ese amor y sus consecuencias,
ya que el discípulo realiza el amor de Jesús. En este contexto se puede hablar del
mandamiento del amor como un mandamiento nuevo (Jn 13,34ss).
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2. EL MUNDO Y EL HOMBRE EN EL NUEVO TESTAMENTO
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
dos sobre el orgullo y la ambición (Sal 2; Zac 9,9; Dan 7,13ss), que están bajo el
poder del demonio (Mt 4,9), la última tentación subraya que al Hijo del hom-
bre se le han prometido (los términos de la redacción de Mt y Lc son los mismos
de Dan 7,14), pero accederá a esa gloria universal por la Pasión. En momentos
posteriores de la vida pública volverá a rechazar la tentación de un mesianismo
de maravillas o poder, como cuando se niega a producir un signo en el cielo (Mt
16,1; Mc 8,11), o rechaza pedir la ayuda de los ángeles en la pasión (Mt 26,53).
La continuación de este combate contra el demonio está claramente mos-
trada en los exorcismos. Son un signo de la venida del Reino: “Si yo expulso a
los demonios por el espíritu de Dios, entonces es que el Reino de Dios ha lle-
gado a vosotros” (Mt 12,28/Lc 11,20). Y tras la actuación de los discípulos en
este sentido, afirma haber visto a Satán caer del cielo (Lc 10,17, con alusión pro-
bable a Is 14,12). Entre los muchos exorcismos o referencias al tema podemos
señalar la parábola del hombre fuerte (Mc 3,27; Mt 12,29; Lc 11,21-22): hay
uno más fuerte que Satán entre los hombres; de nuevo el trasfondo de Is 24,21-
22 alude al encadenamiento de los espíritus malvados con la llegada del Reino
de Dios (aunque ese pasaje de Isaías no deja de ser complejo). De este modo no
es que el demonio haya sido aniquilado, pero sí puede ser dominado. Ya res-
pecto a exorcismos en concreto, el más llamativo es el de los Gerasenos (Mc
5,1-20; Lc 8,26-39; Mt 8,28-34): en él queda más claro que el mal reduce al
hombre al estado de los animales, mientras que Cristo le libera, aunque se pier-
dan los cerdos: resulta evidente que Jesús es un salvador ante todo espiritual.
Estos exorcismos son una manifestación de lo que se lee en Heb 2,14: «así tam-
bién participó Jesús de nuestra misma carne y sangre para aniquilar mediante la
muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo».
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
J.L.Lorda, Antropología bíblica, Madrid 2005.
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CAPÍTULO 3
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3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
1.1 El medioplatonismo1
1.1.1. Líneas generales del medioplatonismo
El platonismo medio consiste en un amplio movimiento filosófico de los pri-
meros siglos de nuestra era, hasta el neoplatonismo, en el que se recuperan las
grandes aportaciones de Platón y supone una reacción contra el materialismo
de otras escuelas, como los epicúreos. Sus grandes representantes son Plutarco,
Albino, Apuleyo y Máximo de Tiro y se pueden caracterizar de manera general
por los siguientes rasgos:
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
«El que viviese bien durante el tiempo que se le ha asignado, una vez
que haya vuelto a su morada en el astro que le corresponde, tendrá una
vida bienaventurada y conforme a su naturaleza. Pero el que fallara en
estas cosas, en la segunda generación pasará al cuerpo de una mujer. Y si ni
siquiera en esta condición se alejara del mal, según la semejanza del tipo de
mal, se convertiría en una naturaleza animal; y continuando en el cambio,
no dejaría estos afanes hasta que, buscando la revolución de lo idéntico y
lo semejante que tiene en él mismo, venciendo con la razón la gran masa
que se le ha añadido, y que proviene del fuego, del aire, del agua y de la
tierra, vuelva a adquirir la forma de la primera y óptima constitución».
Platón, Timeo 42 B-D.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
que mueve todo sin ser movido, es decir, como atrayendo las realidades (pone
como ejemplo el objeto de la inteligencia, o el objeto del amor, que son capa-
ces de atraer sin cambiar ellos). Ese motor inmóvil es uno solo, aunque entiende
que en las diversas esferas celestes también hay otros seres divinos o inteligencias,
sometidas a la primera. Dios se piensa solo a sí mismo, pues lo más digno de ser
pensado es Él, que no cambia. Este Dios no ha creado el mundo, sino que más
bien el mundo se ha producido en tendencia hacia Dios, atraído por su perfec-
ción. Consiguientemente no cabe hablar de providencia divina en este sistema.
En realidad con todo esto, Aristóteles, que había podido explicar las esen-
cias mediante las causas, la materia y la forma, no explica cuál es la causa del ser
(eso le hubiera llevado hacia la creación), de manera que para él la materia existe
desde siempre. El principio del acto y la potencia aplicado exclusivamente a la
forma y a la materia explica las esencias específicas comunes a varios entes. Sin
embargo este principio no fundamenta la existencia de las sustancias primeras ni
de los accidentes: se limita a explicar porqué los entes son diversos, pero no por-
qué son entes. La diversidad siempre es algo de una cosa que existe en sí, de un
sustrato subsistente de diferencias.
Aristóteles sostuvo que el mundo de lo suprasensible era un mundo de inte-
ligencias, en cuyo vértice está la inteligencia suprema, no un mundo inteligible
de ideas. Respecto al alma humana, Aristóteles encuadra la cuestión en su psico-
logía: el alma es forma del cuerpo, y cada tipo de alma se puede conocer por sus
operaciones. En el caso del hombre el alma intelectiva es el elemento más divino,
y viene como de fuera, pero no precisa su destino final. De nuevo observamos las
dificultades que surgen sin la noción de creación.
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«He aquí el Dios de las potencias, que creó el mundo con su fuerza
invisible y poderosa y con su gran inteligencia, que con glorioso designio
ciñó de hermosura su creación, que con su palabra poderosa fijó el cielo,
que asentó la tierra sobre las aguas y con su propia sabiduría y providencia
creó su santa Iglesia, y además la bendijo: he aquí que cambia los cielos y
las montañas, las colinas y los mares, y todo lo allana para sus elegidos a
fin de cumplir la promesa que les anunció con mucha gloria y alegría, si
guardan los mandamientos de Dios, que recibieron con gran fe». Hermas,
Pastor, Visión I,3,4 [FP 6,69].
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«El Hijo es el primer brote del Padre, no como hecho, puesto que
desde el principio Dios, que es inteligencia eterna, tenía en sí mismo el
Verbo, siendo eternamente racional, sino como procediendo de Dios,
cuando todas las cosas materiales eran naturaleza informe y tierra inerte y
estaban mezcladas las más gruesas con las más ligeras, para ser sobre ellas
idea y operación. Y concuerda con nuestro razonamiento el Espíritu pro-
fético: “El Señor me creó como principio de sus caminos para sus obras”».
Atenágoras, Legación 10,3-4 [SCh 379,100-102].
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«Porque la sustancia de estos ángeles fue creada por Dios para la pro-
videncia de las cosas por Él ordenadas, de suerte que Dios conservaría
la providencia universal y general del universo, pero de la providencia
particular se encargarían los ángeles por Él ordenados». Atenágoras,
Legación 24,3 [SCh 379,162].
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«Me dijo [...] ¿Es que la inteligencia humana nunca será capaz de ver
a Dios, sin estar adornada con el Espíritu Santo? Platón, contesté yo,
afirma que tal es el ojo de la inteligencia, y que justamente se nos dio para
contemplar con él, por ser ojo puro y sencillo, aquello mismo que es [...]
lo único bello y bueno, que aparece en las almas de excelente naturaleza,
por lo que tienen de parentesco con Él y por su deseo de contemplarle.
¿Cuál es pues, me dijo, nuestro parentesco con Dios? ¿Es que el alma es
también divina e inmortal y una porción de aquella soberana inteligencia,
y como ésta ve a Dios también tiene que ser posible para la nuestra com-
prender la divinidad y gozar la felicidad que de ahí se deriva? De ninguna
manera, le dije. ¿Y todas las almas, preguntó, de los animales tienen la
misma capacidad o es diferente el alma de los hombres del alma de un
caballo o de un asno? No hay diferencia alguna, respondí, sino que son
en todo las mismas. Luego también, concluyó, verán a Dios los caballos
y los asnos, o le habrán visto ya alguna vez. No, le dije, pues ni siquiera
lo ve el vulgo de los hombres, a no ser que viva uno con rectitud, después
de haberse purificado con la justicia y todas las demás virtudes. Luego,
me dijo, no ve el hombre a Dios por su parentesco con Él, ni porque
tiene inteligencia, sino porque es temperante y justo. Así es, le contesté,
y porque tiene la potencia con que entender a Dios. ¡Muy bien! ¿Es que
las cabras y las ovejas cometen injusticia contra alguien? Contra nadie, en
absoluto, le contesté. Entonces, replicó, según tu razonamiento, también
estos animales verán a Dios. No, porque su cuerpo, dada su naturaleza
les es impedimento. Si estos animales, me interrumpió, tomaran voz, has
de saber que se desatarían en injurias contra nuestro cuerpo. Mas en fin,
dejemos ahora esto, y sea como tú dices. Dime solo una cosa: ¿Ve el alma
a Dios mientras vive en el cuerpo, o estando separada de él?». S.Justino,
Diálogo con Trifón 4,1-4 [PTS 47,76-78].
101
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
ral, así como en las disposiciones morales, a las que no es ajeno el don del Espíritu
Santo, para poder alcanzar la unión con Dios. Puede resultar extraño que para
san Justino el cuerpo de los animales sea su impedimento para ver a Dios. Quiere
decir que el cuerpo humano ha sido plasmado a imagen de Dios, es decir, a ima-
gen del Verbo que se iba a encarnar, de esta manera se podrá configurar con Jesu-
cristo, y mediante una vida santa podrá llegar a ver a Dios. Todo esto hace que
san Justino dé más importancia al cuerpo y al espíritu que al alma. Es evidente
que se mueve en una perspectiva más histórica, por expresarlo de algún modo.
102
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
«Pero se nos dirá: ¿No fue hecho el hombre mortal por naturaleza? De
ninguna manera. Entonces, ¿inmortal? Tampoco decimos eso. Pero se dirá
¿entonces no fue hecho nada? Tampoco decimos eso. Porque por natura-
leza no fue hecho ni mortal ni inmortal. Si desde el principio le hubiera
creado inmortal, le hubiera creado dios. Por otra parte, si le hubiera creado
mortal, hubiera parecido que Dios era causa de su muerte. Entonces no
lo crió inmortal ni mortal, sino, como anteriormente dijimos, capaz de
ambas cosas: si se desplaza hacia las cosas de la inmortalidad guardando
el mandamiento de Dios, recibirá de Él la inmortalidad como premio y
llegaría a ser dios; pero si se inclina hacia las cosas de la muerte desobede-
ciendo a Dios, sería él mismo la causa de la muerte». S.Teófilo, A Autólico
II,27,1-3 [FP 16,166].
103
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Exponen que han sido creados antes de los hombres y que algunos peca-
ron, aunque hay diversas explicaciones respecto a su tipo de pecado: orgullo, o
incluso seguir pasiones carnales, que algunos de estos autores atribuyen también
a los ángeles.
104
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
105
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«Qué éramos, qué somos, qué hemos llegado a ser, dónde estábamos,
dónde hemos sido situados, hacia dónde nos apresuramos, de qué hemos
sido liberados, qué es la generación, qué es la regeneración». Clemente
de Alejandría, Excerpta e Theodoto 78,2 [FP 24,152-154].
106
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
107
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«Y si alguien nos preguntase si Dios conoce todas las cosas que ha hecho
en el pasado y las que continúa creando, y si por su providencia cada uno
de los seres ha recibido lo que le es propio responderíamos que sí: nada de
lo que ha sido o es hecho escapa a la ciencia de Dios; sino que cada uno de
esos seres, por su providencia, recibe su naturaleza, organización, cantidad
y medida, así como los caracteres que lo distinguen. En efecto, nada de lo
que ha sido hecho en el pasado, o es hecho ahora ha existido al acaso o al
azar, sino con gran orden y armonía, porque existe un Verbo admirable y
divino que puede discernir todas estas cosas y determinar sus causas». S.
Ireneo, Adversus haereses II,26,3 [SCh 294,260-262].
108
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
«Son tres las cosas de que consta el hombre perfecto, la carne, el alma
y el espíritu; una de ellas es la que le salva y le configura, que es el espíritu;
otra es la que es unida y conformada, que es la carne; y la que hay entre
estas dos, que es el alma; la cual algunas veces, cuando sigue al espíritu, es
elevada por él; pero otras veces, cuando esté de acuerdo con la carne, cae
en los deseos terrenos». S. Ireneo, Adversus haereses V,9,1 [SCh 153,106-
108].
Así pues, el hombre consta de cuerpo y alma, al que se le añade el espíritu que
le diviniza, pero la imagen conforme a la cual ha sido modelado el cuerpo, que
es el elemento esencial para Ireneo, es la imagen de Cristo, es decir, el Verbo que
se iba a encarnar y resucitar.
«Por esto el mismo Adán ha sido denominado por Pablo “figura del
que debía venir” (Rom 5,14). En efecto, el Verbo, artífice de todas las
cosas, había prefigurado en él (Adán) la futura economía de la humanidad
de que se habría revestido el Hijo de Dios: Dios había establecido en
primer lugar el hombre animal, evidentemente para que fuese salvado por
el Espiritual. Puesto que preexistía el Salvador, debía venir a la existencia
también el que debía ser salvado, para que el Salvador no fuese inútil». S.
Ireneo, Adversus haereses 3,22,3 [SCh 211,438].
«Al hombre lo plasmó Dios con sus propias manos, tomando el polvo
más puro y más fino de la tierra y mezclándolo en medida justa con su
virtud. Dio a aquel plasma su propia fisonomía, de modo que el hombre,
aun en lo visible, fuera imagen de Dios». S. Ireneo, Epideixis 11 [FP 2,79].
109
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
género divino, como sucedía en Platón. La carne del hombre aspira a ser deifi-
cada, según la medida de la carne gloriosa del segundo Adán. Ireneo apunta a un
cierto proceso, aunque no siempre es consecuente con su vocabulario: el hom-
bre debe pasar de la imagen de Dios recibida en la creación a la semejanza más
acabada.
En el paraíso el hombre tuvo un régimen transitorio, entre la inmortalidad
divina y la corrupción de la materia. La tentación del demonio hizo que se per-
diera aquello. La carne fue la que pecó y de este modo se puede decir que pecó
la naturaleza humana. Entre otras consecuencias vino la muerte. Posteriormente
hay toda una historia de salvación para salvar al hombre mediante Cristo.
«Éramos nosotros los vasos y la casa suya (del diablo), estando como
estábamos en apostasía. Porque usaba de nosotros a su antojo, y el espíritu
inmundo habitaba en nosotros». S. Ireneo, Adversus haereses III,8,2 [SCh
211,92].
110
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
111
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Según Ireneo la caída de los ángeles se produjo por envidia respecto a los
hombres: cayó el mismo demonio y fue causa de caída para otros. La recapitu-
lación de Cristo también afecta a los ángeles, a los buenos y a los malos, no en
el sentido de que el demonio será reintegrado al bien, sino que también quedará
completamente sometido a Cristo. La tentación de Cristo fue como una repeti-
ción de la tentación del paraíso, pero esta vez con la derrota del demonio.
112
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
que muchos entre los griegos y los bárbaros prometían la verdad, hemos
renunciado a buscarla entre aquellos que la presentan con opiniones falsas,
pues hemos visto que Jesucristo es el Hijo de Dios y que de Él debemos
aprenderla... se debe atender a la predicación de la Iglesia, transmitida por
los apóstoles a través del orden de la sucesión y que llega a nuestros días
conservada en las iglesias; y solo debe ser creída la verdad que no está en
desacuerdo con la tradición eclesiástica y apostólica. 3. Hay que saber que
los santos apóstoles que han predicado la fe en Cristo, han transmitido
muy claramente a todos los creyentes, incluso a aquellos que parecían
demasiado perezosos para dedicarse a la investigación de la ciencia divina,
todo lo que han creído necesario. Sin embargo, las razones de sus afir-
maciones las han dejado a la investigación de aquellos que han merecido
los dones más eminentes del espíritu, y, sobre todo, que han recibido
del mismo Espíritu Santo la gracia de la palabra, de la sabiduría, y del
conocimiento....4. He aquí todo lo que ha sido transmitido claramente
por la predicación apostólica. Ante todo que hay un solo Dios, que ha
creado y establecido todo, a partir de la nada ha hecho todas las cosas.
Él es Dios desde el comienzo de la creación y formación del mundo, el
Dios de todos los justos, de Adán, Abel, Seth, Henoc... y este Dios en los
últimos tiempos, como lo había prometido por los profetas, ha enviado a
nuestro señor Jesucristo para llamar en primer lugar a Israel, después a las
naciones tras la infidelidad del pueblo de Israel... además Jesucristo, el que
ha venido, nació del Padre antes de toda creación. Es el que ha ayudado al
Padre en la creación de todas las cosas, pues todo ha sido hecho por Él, y
en los últimos tiempos, se anonadó asimismo, se hizo hombre, se encarnó,
el que era Dios se ha convertido en hombre, permaneciendo lo que era,
Dios». Orígenes, De principiis, praef. 2-4 [SCh 252,78-80].
113
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Por otra parte, una de las cuestiones que planteaban con más fuerza los filó-
sofos griegos ante la novedad cristiana era lo referente a la eternidad del mundo.
Una posibilidad es la sucesión de mundos, anteriores a éste, de la que hablare-
mos después, sin embargo Orígenes desarrolla más la idea de que tanto la crea-
ción de los seres intelectuales como materiales fue hecha en el Hijo, conforme a
las rationes que se encontraban en Él, y esto permite atribuir una cierta eternidad
a la creación. Como puede advertirse, Orígenes acentúa la idea de los apologetas
de vincular el Verbo con la creación, solo que de un modo más consecuente, si el
Verbo es eterno, considera también a la creación eterna.
«Por lo tanto, hay que creer que la sabiduría ha sido engendrada sin
ningún comienzo que se pueda afirmar o pensar. En este ser subsistente
de la sabiduría estaba virtualmente presente y formada toda la creación
futura, tanto los seres que existían en primer lugar, tanto las realidades
accidentales y accesorias, todo preformado y dispuesto en virtud de la
presciencia. Por causa de estas criaturas, que estaban en ella designadas
y prefiguradas, la sabiduría dice por la boca de Salomón que ha sido
creada como principio de sus caminos, pues ella contiene en sí misma los
principios, las razones, y las especies de toda la creación». Orígenes, De
principiis I,2,2 [SCh 252,114].
114
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
«Ahora bien, alejarse del bien no es otra cosa que caer en el mal. En
efecto, es cierto que el mal es la privación de bien. Sucede que en la medida
en que alguien se aleja del bien, cae en la malicia. En lo cual cada mente,
descuidando el bien en sus movimientos, era llevada a lo contrario, que sin
duda es algo malo. Por lo cual parece que el creador de todo ha tomado
esto como semillas y causas de la variedad y la diversidad, de manera que
según la diversidad de las mentes, esto es, de las criaturas racionales (diver-
sidad que ya hemos indicado antes a qué se debe) ha creado un mundo
variado y diverso». Orígenes, De principiis II,9,2 [SCh 252,354-356].
115
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
cido como constitución del mundo; katabolé en griego más bien quiere
decir caer, esto es, ir hacia abajo)...Creo que es importante investigar que
se quiere indicar con este nombre. Y pienso que, dado que el fin y la
consumación de los santos será en aquellas cosas que no se ven, por la
contemplación del fin, como más arriba hemos mostrado con frecuencia,
se ha de pensar que las criaturas racionales tuvieron un comienzo similar.
Y si tuvieron un inicio de ese tipo, como el fin que esperan, desde el
comienzo estuvieron en aquellas cosas que son eternas y que no se ven. Si
esto es así, el descenso de lo superior a lo inferior se dio no solo en aquellas
almas que lo merecieron por la variedad de sus movimientos, sino también
de aquellas que han sido traídas de las cosas superiores e invisibles hasta las
inferiores para ministerio de todo el mundo, aunque no quieran...como el
sol, la luna o las estrellas, o los ángeles de Dios que realizan su ministerio; y
para aquellas almas, que por sus grandes defectos de su mente requirieron
estos cuerpos más densos y sólidos, se estableció este mundo visible...Toda
criatura tiene la esperanza de liberarse de la corrupción de la esclavitud,
cuando los hijos de Dios, caídos y dispersos, se hayan reunido, o cuando
hayan realizado su misión en este mundo, lo cual solo lo conoce Dios,
artífice de todo. Hay que considerar que este mundo ha sido creado con
tales dimensiones y de tal manera que contenga a todas las almas que deben
ejercitarse en este mundo, o todas las potencias que les deben ayudar.
Todas las criaturas racionales tienen la misma naturaleza, como se prueba
por las afirmaciones anteriores; por lo tanto solo se puede mantener la
justicia de Dios en sus designios, en la medida en que cada una tiene en sí
la causa de estar situada en un lugar de la vida o en otro». Orígenes, De
principiis III,5,4 [SCh 268,224-226].
116
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
rece como prototipo del pecado (Contra Celso 4,40). En cualquier caso, en la pers-
pectiva origeniana lo que tiene que ver con el cuerpo no se considera positivo, y el
uso del matrimonio lo sitúa tras el pecado y fuera del paraíso. La cita de Gén 3,21,
sobre las túnicas de piel que Dios hizo para que Adán y Eva se vistieran, Orígenes
la aplica a los cuerpos que aparecen como consecuencia del pecado.
Según Orígenes la regla de fe expone pocas cosas acerca del Diablo y los
demonios: simplemente que existen y que tratan de tentar al hombre, pero el
resto queda a la profundización del teólogo. Lo que sí aparece con claridad es que
su maldad se debe a la propia culpa (De principiis I,5,3).
117
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Los demonios poseen un cuerpo sutil, constituido por aire (De principiis
praef. 8; Contra Celso 6,55). Tientan a los hombres, hasta el punto de que pue-
den poseerlos (De principiis III,3,6), pero no es cuestión de atribuir a los demo-
nios los propios pecados (De principiis III,2,1).
5.5 La apocatástasis
Un problema de todo el planteamiento de Orígenes es que al final todas las
criaturas racionales volverán a Dios, después de que hayan purgado sus pecados
con penas adecuadas. Es cierto que Orígenes nunca lo afirma claramente, pero se
trata de algo continuamente insinuado y que entra en su planteamiento sistemá-
tico. En esta doctrina de Orígenes subyacía la idea de que el fin es similar al prin-
cipio, aunque para esto hagan falta varios mundos o eones. Orígenes se apoya
para esto en las citas bíblicas que hablan de que todo estará sometido a Cristo,
como 1 Cor 15,27 (De principiis I,6,1-3; III,5,7; III,6,5).
«Viendo tal fin, cuando todos los enemigos estarán sometidos a Cristo,
y cuando el último enemigo, la muerte, será destruido, y cuando sea
entregado a Cristo, al que todo está sujeto, el reino para el Dios y Padre:
a partir de este fin es preciso que contemplemos los inicios. Siempre el fin
es semejante a los inicios, y por lo tanto, como hay un solo fin de todos,
así se debe entender un solo inicio; y como es uno solo el fin de muchos,
así a partir de un inicio, las múltiples diferencias y variedades, serán recon-
ducidas a un solo fin mediante la bondad de Dios, por la subordinación a
Cristo y la unidad del Espíritu Santo, esto es, todo aquellos que doblarán
la rodilla al nombre de Jesús, y así mostraran su sometimiento a Cristo, y
estos son de los cielos, de la tierra y de los abismos: con estos tres términos
se indica todo, los que a partir de un único inicio han sido distribuidos
en diversos órdenes conforme a la justicia según los movimientos que ha
tenido cada uno...[3] Ahora bien, el que algunos de estos órdenes que
están bajo el dominio del diablo y obedecen a su malicia podrán en siglos
futuros volverse a la bondad, pues tienen la facultad del libre albedrío,
o permanecerá la maldad inveterada en ellos como si la costumbre se
118
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
Orígenes propone esta doctrina con cautela, pues no es algo que esté reve-
lado, y puede disuadir a los débiles del esfuerzo ascético. En algún momento se
defiende de la acusación de haberla enseñado, pero un análisis de estos mismos
textos muestra que para Orígenes es algo fundamental. También la apocatástasis
suponía el cumplimiento de la mediación de Cristo para llevar a todos al Padre
(Commentaria in Evangelium Ioannis 1,255). Sin entrar en la cuestión de hasta
qué punto Orígenes enseñó esta doctrina, la apocatástsis fue condenada por el
magisterio de la Iglesia como veremos inmediatamente.
119
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
120
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
8,28). Pero hay que tener en cuenta que el Apóstol ha indicado a conti-
nuación la causa de ser llamados conforme a un designio, pues dice “a los
que conoció de antemano y los predestinó a ser semejantes a la imagen
de su Hijo” (Rom 8,29). ¿Y qué otro convendría que fuera incluido en
la justa llamada por el designio de Dios más que aquellos que lo aman?
Claramente se muestra que la causa del designio y de la presciencia viene
de nuestra libertad: “sabemos que a los que aman a Dios todo concurre
para bien”. Pues ha dicho inmediatamente que el que todo concurra para
bien concurre por esto, porque los que aman a Dios son dignos de ese con-
curso [...] Concedida la libertad, o bien Dios volviéndose a la sucesión de
futuros, conocerá lo que será hecho por la libertad de cada uno de los que
tienen libertad, o no lo conocerá; decir que no lo conocerá de antemano
es propio de quien no conoce que [Dios] supera todo entendimiento,
ni su grandeza. Si conceden que lo conocerá de antemano, de nuevo les
preguntamos: ¿el haberlo conocido es la causa de que suceda lo futuro,
concedido que existe la libertad? ¿o más bien porque será, es conocido
de antemano, y en modo alguno la presciencia de lo que sucederá por la
libertad en cada uno es causa de ello? Sería posible, pues, que dadas las
circunstancias, aquel que ha sido creado libre no hiciera esto, sino aquello
[...] Por esto era justo que fuera elegido para el evangelio de Dios habiendo
sido conocido de antemano, y fuera elegido desde el vientre de su madre.
Y fue elegido para el evangelio de Dios, no porque tuviera una naturaleza
excepcional y superior, por constitución, a las naturalezas de los otros, sino
por las obras conocidas de antemano, realizadas después cada una según la
disposición y la libre elección del Apóstol». Orígenes, Philocalia 25,1-4
[SCh 226,212-230].
121
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Orígenes tampoco olvida distinguir el espíritu común que poseen todos los
hombres del espíritu-don que otorga el Espíritu Santo para nuestra santificación.
« Can. 1. Si alguno dice o siente que las almas de los hombres preexis-
ten, como si antes hubieran sido potencias inteligentes y santas que se
cansaron de la divina contemplación y se volvieron hacia algo peor y que
por ello se enfriaron en el amor de Dios, de donde les viene el nombre de
almas [ ] (frías [ ]), y que por castigo fueron arrojadas a los
cuerpos, sea anatema.
Can. 2. Si alguno dice o siente que el alma del Señor preexistía y que
se unió con el Dios Verbo antes de encarnarse y nacer de la Virgen, sea
anatema.
Can. 3. Si alguno dice o siente que primero fue formado el cuerpo de
nuestro Señor Jesucristo en el seno de la Santa Virgen y que después se le
unió Dios Verbo y el alma que preexistía, sea anatema.
122
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
Can. 6. Si alguno dice que el cielo y el sol y la luna y las estrellas y las
aguas que están encima de los cielos están animados y que son una especie
de potencias racionales, sea anatema.
Can. 8. Si alguno dice o siente que el poder de Dios es limitado y que
sólo obró en la creación cuanto pudo abarcar, sea anatema.
Can. 9. Si alguno dice o siente que el castigo de los demonios o de
los hombres impíos es temporal y que en algún momento tendrá fin, o
que se dará la reintegración de los demonios o de los hombres impíos, sea
anatema.». Sínodo de Constantinopla (543) [DH 403-408].
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Hechura u obra de Dios, incluso ya antes de nacer (en este sentido se opone
a los abortistas de su época que decían que los niños nacían muertos y adquirían
alma al respirar, en De anima 25,4-6).
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3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
«Pues por eso el hombre es imagen de Dios, esto es, del Espíritu; pues
Dios es Espíritu. La imagen, pues, es un soplo del Espíritu. La imagen,
además, no se adecua del todo a la verdad. Una cosa es ser conforme a
la verdad, otra es ser la verdad misma. Así también el soplo, aunque es
imagen del Espíritu, no se puede comparar a la imagen de Dios, de tal
forma que, como la verdad, es decir, el Espíritu, Dios, es sin culpa, así
tampoco la imagen, el soplo, el hombre, debería haber admitido la culpa».
Tertuliano, Adversus Marcionem II,9,3 [CCL 1,485].
«En lo que se expresaba en el fango, se pensaba en Cristo, que iba a ser
hombre (Christus cogitabatur homo futurus)...Por ello lo que Dios formó,
lo hizo a imagen de Dios, es decir, de Cristo...Así aquel barro, que revestía
ya la imagen de Cristo que iba a existir en la carne, no era solo obra de
Dios, sino también la prenda (de la encarnación futura)». Tertuliano, De
resurrectione 6,3-5 [CCL 2,928].
«Había uno a cuya imagen hacía [Dios al hombre], es decir, lo hacía a
imagen del Hijo, que teniendo que ser el hombre más auténtico y verda-
dero, quiso que fuera llamado hombre su imagen, que en aquel momento
debía ser formado del barro: imagen y semejanza del verdadero [hombre]».
Tertuliano, Adversus Praxean 12,4 [CCL 2,1173].
Ahora bien, junto con esos pasajes aparecen otros donde se habla de la com-
posición de cuerpo y alma con bastante equilibrio:
127
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«Toda alma está empadronada en Adán (in Adan censetur) hasta que no
vuelva a ser empadronada en Cristo; es pecadora porque es impura, y su
unión con la carne es para ella fuente de ignominia [...] El mal del alma
viene en parte de la acción del espíritu malo que se ejerce sobre ella; pero
tiene su primera fuente en un vicio de origen que es en cierto modo natu-
ral. Pues como dijimos, la corrupción de la naturaleza es otra naturaleza,
que tiene por dios y padre al autor mismo de la corrupción, pero queda
también lo bueno del alma, lo propiamente divino, auténtico y natural.
Pues lo que proviene de Dios no se extingue, sino que se oscurece. Puede
128
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
129
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Los Padres apologetas subrayan que hay un Dios único origen de todo, per-
sonal y trascendente, frente al politeísmo pagano. A pesar de esa trascendencia
se ocupa del mundo, y en este sentido desarrollan la doctrina del Logos, a veces
como intermedio entre Dios y el mundo, lo cual sus- cita algunos problemas de
subordinacionismo. También señalan la creación a partir de la nada. Acerca de la
providencia, aunque no siempre afirmen que llegue a todos los detalles, ya hay
ideas bastante correctas. San Justino la entiende más en el sentido de historia de
la salvación.
Es característico su acento en el aspecto corporal del hombre: para Taciano la
imagen y semejanza viene porque el hombre se une al Espíritu; san Justino tam-
bién subraya la cuestión del cuerpo, pues el alma apenas nos distingue de los ani-
males, e incide en la cuestión del Espíritu; Atenágoras acentúa más la impor-
tancia del alma y su inmortalidad natural, cosa que en otros no aparece; Teófilo
explica que lo fundamental es la vida nueva que Dios quiere dar, tanto al alma
como al cuerpo. También tratan de ver en el Verbo encarnado el modelo que
Dios ha seguido para hacer al hombre. Defienden la gratuidad de la inmortali-
dad: si el hombre fuera inmortal por naturaleza sería Dios (no hay que olvidar
que para la antigüedad clásica la característica de los dioses era precisamente ser
inmortales). Posiblemente la tesis del alma mortal, que era antiplatónica, les sir-
viera para subrayar esa misión del espíritu de conferir la inmortalidad. Los apolo-
getas desarrollan el tema de los ángeles: tienen presente las funciones de los ánge-
les buenos al servicio de Cristo, y la actividad de los demonios en contra del Cris-
tianismo. Todavía no está muy clara la cuestión de la espiritualidad de los ánge-
les, y a veces hablan de un cierto tipo de cuerpo sutil.
En el §3 se presenta el gnosticismo como el gran desafío que tuvo que afron-
tar la antropología cristiana. Los orígenes de ese fenómeno no son muy cla-
ros, y encontramos diversidad de sistemas, entre los que destaca el de Valentín.
Más allá del ropaje mítico, es una invitación a que el hombre reconozca su ori-
gen divino; por otra parte los gnósticos consideraban que el mal proviene del
mundo divino, en particular debido a la acción del demiurgo. Para los gnósticos
el mundo material tiene su origen en un pecado del mundo divino. Esto conlleva
una visión negativa de lo material, que es el sepulcro del hombre. No es extraño
que el gnóstico, que participa por naturaleza de esa divinidad se sienta alienado
en el mundo y quiera volver al pléroma divino. La salvación es propia de algu-
nos grupos especiales, los que tienen esa semilla divina, y consiste siempre en el
conocimiento del bien y del mal. El gnóstico goza de una revelación en virtud
de la semilla divina que posee. Lógicamente se da en ellos un desprecio hacia lo
130
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
corporal, que lleva a un ascetismo riguroso, o, por el contrario, a una gran diso-
lución de costumbres.
San Ireneo es el autor más representativo de la denominada tradición asiática,
de la que hablamos en §4 y se opone frontalmente a las grandes tesis del gnos-
ticismo. Explica que el Creador o Demiurgo es el Padre de Cristo y por tanto
la creación no es algo malo, ni algo necesario en Dios, ni tiene su origen en un
pecado en el mundo divino, sino que más bien es una muestra de la bondad de
Dios.
Respecto a la providencia: 1) Defiende su existencia en polémica con el paga-
nismo, y explica que el Dios trascendente gobierna y conserva el mundo; 2) la
misma debilidad de la materia pide la intervención de Dios; 3) toda la providen-
cia se orienta hacia Cristo, que ya estaba previsto desde el principio de la crea-
ción.
En oposición al gnosticismo, el hombre es sobre todo cuerpo plasmado de
la tierra y vivificado por Dios. El hombre consta de cuerpo y alma y requiere el
espíritu que lo divinice, pues no es naturalmente divino. El hombre ha sido plas-
mado a imagen de Cristo que iba a venir.
Considera que la situación del paraíso fue algo transitorio, entre la morta-
lidad y la inmortalidad. Interpretó el pecado de Adán casi como el pecado de
un niño, y carga las culpas a la serpiente, pero en cualquier caso ese pecado
tuvo consecuencias para todo el género humano. Las afirmaciones sobre Adán se
deben leer como telón de fondo y paralelismo antitético con la recapitulación y
restauración de todo en Cristo.
San Ireneo habla de los ángeles también en clave anti-gnóstica: son creados,
aunque son seres espirituales, y por no tener carne no pueden ser imagen del Hijo
encarnado. Explica que cayeron por envidia respecto a los hombres, y la reca-
pitulación también afectará a los ángeles, pues todos deben someterse a Cristo.
El propósito fundamental de Orígenes, autor principal de la tradición alejan-
drina, del que nos ocupamos en §5, era exponer el mensaje bíblico de acuerdo
con la sabiduría griega, como ya antes había procurado Filón, y en ocasiones
pesó más lo segundo que lo primero. Al igual que san Ireneo se opuso a los gnós-
ticos y defendió la libertad de las criaturas, frente a la necesidad de las “naturale-
zas” o tipos de hombre gnósticos.
Entiende que la creación forma parte de la fe, y que se ha producido a par-
tir de la nada. Ha sido hecha por un Dios bueno, el Padre de Jesucristo. Afirma
que en la creación intervino el Hijo, solo que al vincularla tanto al Hijo, dado
que Éste fue engendrado en la eternidad, otorga un cierto aspecto eterno a la
creación. Para explicar el origen del mal, que no está en Dios, sino en la liber-
131
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
tad de las criaturas, afirma una doble creación: una primera, de los seres racio-
nales, quienes por apartarse de Dios, con el que vivían felices, dieron lugar a la
segunda creación (que es material e incluye los cuerpos): todo el universo mate-
rial responde a esta condición de caída. El universo material que conocemos no
es eterno, pero ha podido haber antes otros universos o eones. En todo este plan-
teamiento, el pecado original no es algo de Adán, mero prototipo o modelo de
pecado, sino que el pecado original ha sido el de los seres racionales en la preexis-
tencia.
Los ángeles forman parte de ese conjunto de criaturas racionales que se apar-
taron de Dios, pero en el caso de los ángeles buenos se apartaron poco, y colabo-
ran a la salvación de los hombres. El alma de Cristo fue la única que no se apartó,
y por eso mereció unirse al Verbo. Entiende que ángeles y demonios poseen una
especie de cuerpo muy sutil.
Para Orígenes, dado que el mal no es una sustancia, no hay criaturas destina-
das al mal por naturaleza, al final todas se purificarán y volverán a unirse a Dios:
el fin debe ser semejante al principio, esta es la enseñanza de la apocatástasis o
restauración universal. Admite que esto no está revelado y que puede disuadir
a los débiles del esfuerzo ascético, porque, con este sistema, al final se salvarán
todos por Cristo. La Iglesia rechazó esa doctrina.
La providencia es otra cuestión fundamental para Orígenes, hasta el punto
de rechazar aquellas filosofías que no la admiten. Explica que la providencia res-
peta siempre la libertad de las criaturas, tiene en cuenta los pecados que hayan
podido cometer antes de venir al mundo, y la predestinación depende de la pre-
visión de la respuesta del hombre.
La obra de Tertuliano, autor representativo de la tradición africana, estudiada
en § 6, es en gran medida una respuesta a los planteamientos de Marción, que
extremó las diferencias entre el AT y NT. Marción consideraba que había dos
dioses: un dios malo, el demiurgo, creador de la materia, autor de la ley, y por
otra parte el dios bueno, Padre de Jesucristo, creador del alma, que envió a su
Hijo para salvar a los hombres. Negó la Encarnación, pues no quería aceptar la
humanidad de Jesús: su humanidad era apariencia. La moral marcionita era tre-
mendamente ascética, de tipo encratita, pues no obedecer el precepto de la cas-
tidad sería colaborar con el dios malo, creador del mundo.
Tertuliano explica que la materia ha sido creada por Dios, que de lo contrario
estaría sometido a ella. El Hijo participó en la creación, aunque entendido con
un cierto subordinacionismo.
Emplea diversos términos para referirse al hombre (animus, anima, cuerpo,
carne) y lo considera animal racional capaz de entendimiento y ciencia, hechura
132
3. LAS ENSEÑANZAS DE LOS SANTOS PADRES ANTERIORES AL CONCILIO DE NICEA
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
Para el estudio de la filosofía antigua consideramos muy útiles las diversas
obras de G.Reale, debido a sus reflexiones y descubrimientos sobre Platón y el
influjo que esto ha tenido en diversos autores
G.Reale-D.Antiseri, Historia del pensamiento filosófico y científico, I, Barce-
lona 1988,119-252.
G.Reale, Storia della Filosofia greca e romana, III-VII, Bompiani, Milano
2004.
Para muchos datos de historia del dogma y desarrollo de las doctrinas en
general hemos empleado, además de algunos de los manuales citados en la intro-
ducción:
L.F.Ladaria, «La creación del cielo y de la tierra», en B.Sesboüé (ed.) El hom-
bre y su salvación, Salamanca 1996, 32-43.
L.F.Ladaria, «El hombre creado a imagen de Dios», en B.Sesboüé (ed.) El
hombre y su salvación, Salamanca 1996, 75-87.
L.Scheffczyk, Creación y providencia, Madrid 1974, 28-38, en M.Schmaus,
A.Grillmeier, L.Scheffczyk (edd.), Historia de los dogmas, II 2a.
G.Tavard, Los ángeles, Madrid 1973, 19-22, en M.Schmaus, A.Grillmeier,
L.Scheffczyk (edd.), Historia de los dogmas, II 2b.
Para este periodo siempre resulta útil algún diccionario patrístico o manual
que sitúe las circunstancias de los diversos autores; contiene bibliografía muy
reciente y en general son artículos interesantes los de:
A.di Berardino-G.Fedalto-M.Simonetti (edd.), Literatura Patrística, San
Pablo, Madrid 2010.
133
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Particulares
[1] Cf. G.Reale, Storia della filosofia greca e romana, VII, Bompiani, Milano
2004, 87-184.
[2] Para situar este diálogo en el conjunto del pensamiento platónico respecto
a los temas que señalamos, cf. G.Reale, Storia della Greca e Romana, III, Bom-
piani, Milano 2004, 135-235.
[3] Cf. G.Reale, Storia della filosofia greca e romana, IV, Bompiani, Milano
2004, 19-158. Para una visión profunda de las principales diferencias especula-
tivas entre Platón y Aristóteles que afectan a la consideración del hombre y el
mundo cf. G.Basti, Filosofia della Natura e della Scienza, Lateran UPress, Vati-
cano 2002, 314-354.
[4] Cf. G.Reale, Storia della filosofia greca e romana, VI, Bompiani, Milano
2004, 191-245.
[5] Cf. G.Reale, Storia della filosofia greca e romana, VI, Bompiani, Milano
2004, 247-324.
[6] Cf. G.Reale, Storia della filosofia greca e romana, V, Bompiani, Milano
2004, 109-315; Id., Storia della filosofia greca e romana, VI, Bompiani, Milano
2004, 45-188.
[7] Cf. G.Reale, Storia della filosofia greca e romana, VII, Bompiani, Milano
2004, 7-85.
[8] A.Orbe, «Definición del hombre en la teología del siglo II», Gregorianum
48 (1967) 522-576.
[9] Cf. C.Moreschini-E.Norelli, Historia de la literatura cristiana antigua
griega y latina, I, BAC, Madrid 2006,193-216.
[10] Cf. M.Simonetti-E.Prinzivalli, Storia della letteratura cristiana antica,
Piemme, Casale Monferrato, 88-98.
[11] Para todo lo referente a Orígenes disponemos de: A.Monaci-Castagno
(ed.) Diccionario de Orígenes, Monte Carmelo, Burgos 2003.
[12] J.Leal, La antropología de Tertuliano, Augustinianum, Roma 2001.
134
CAPÍTULO 4
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
acuerdo con esta perspectiva la trascendencia real del Uno no acaba de verse clara
por esta relación necesaria del Uno con las hipóstasis, aunque él mismo sea libre.
Un aspecto que es muy notable es que para Plotino el Uno es causa de sí
mismo, lo cual nos lleva en la dirección de que la potencia está más allá del acto,
porque contiene todos los actos posibles. No es difícil ver aquí la idea típica
de las metafísicas idealistas del espíritu como potencia más allá de las múltiples
determinaciones que engendra. Obviamente en este contexto la distinción entre
Dios y la criatura siempre quedará comprometida, así como la doctrina de la
analogía, etc. Esta idea estaba ya presente en el estoicismo al decir que la poten-
cia se da a sí misma, o que Zeus se da a sí mismo un mundo.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
2. EL MANIQUEÍSMO
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
pelea entre ambos. Una primera emanación del bien (el hombre primordial) cae
en poder del mal y es devorado, pero una segunda emanación acude a liberarlo.
Con los restos de la primera emanación crea las criaturas de la luz (astros del
cielo), mientras que los arcontes del mal, destruidos, son el material para la crea-
ción mala. En el hombre se da una mezcla de esas partículas divinas buenas que
quedaban dispersas y de la materia mala. Posteriormente se envía toda una serie
de mensajeros celestes para que se liberen las partículas de bondad de la mate-
ria, y los últimos son Jesús y Mani. El estadio final será el de la separación per-
fecta del bien y del mal.
Encontramos extremadas las tesis del dualismo gnóstico y el individuo se pre-
senta completamente des-responsabilizado en su mal, ya que cuando actúa mal
es por la materia que tiene. Este planteamiento moral sedujo a muchos, entre
otros a san Agustín. Por otra parte había dos grandes categorías entre los mani-
queos: los elegidos y los oyentes, con diversos preceptos para unos y otros. A
pesar de la apariencia mítica, la claridad de la que hacía gala sedujo a muchos en
un tiempo de angustia existencial como fue el siglo IV.
En cualquier caso, el mundo no es fruto de una creación buena (de ahí su
oposición al libro del Génesis) ni en el hombre hay posibilidad de salvación o
elección, sino que hay elementos que son ya divinos. No cabe la resurrección de
la carne en este sistema.
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
manera oficial; en concreto los dos primeros concilios de Toledo (o más exacta-
mente, las dos versiones que conservamos del primer concilio de Toledo), una
carta de san León Magno y el segundo Concilio de Braga, aunque con esto nos
situamos en los siglo V y VI respectivamente.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«Ni tampoco creó al Hijo por causa de las muchas cosas que había de
hacer: pues aunque exista el Hijo, el Padre sin embargo actúa, como el
mismo Señor nos explica con estas palabras: “Mi Padre siempre trabaja, y
yo también” [Jn 5,17] Porque si, como pensáis, el Hijo ha sido hecho para
producir lo que existe después de Él, realmente sería inútil esta procrea-
ción del Hijo. Además, pregunto, ¿por qué cuando nos quiso crear buscó
un intermediario, como si no pudiera su voluntad hacer lo que quisiera?
[...] En primer lugar se seguiría [de la opinión arriana] que el mismo Hijo
148
4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
ha sido por causa nuestra, más que nosotros por Él [...] habría que decir
que el Hijo es nuestra imagen y que ha sido hecho para nuestra gloria
[...] ¿No debe ser considerado como el más loco de todos quien piensa
de este modo?». S. Atanasio, Discursos contra los Arrianos, II,29,2-30,1
[Athanasius Werke (ed.K. Metzler) I,205-206].
Por lo tanto no hace falta ninguna inferioridad del Hijo para la mediación de
la creación, y no hay problema en decir que es de la sustancia del Padre
149
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«Una cosa somos nosotros, otra lo nuestro, otra lo que está a nuestro
alrededor. Lo que somos nosotros es el alma y la mente; son nuestros los
miembros del cuerpo y sus sentidos; está a nuestro alrededor el dinero, los
siervos». S.Ambrosio, Hexameron 6,7,42 [CSEL 32,1,233].
«[El hombre] es hecho “a imagen de Dios”. No es “imagen” de Dios,
porque la “imagen de Dios” es el “primogénito de toda la creación”, sino
“a la imagen”, es decir, según la forma de la “imagen y semejanza”. Lo
que ha sido hecho según la imagen y la semejanza es divino e incorpóreo.
(Dios) forma en nosotros un cierto reflejo de la “imagen y semejanza” de
Dios, en la sustancia racional e incorporal de nuestra alma; ella constituye
la primera cosa hecha a imagen y semejanza de Dios». S.Hilario, Comen-
tario a los salmos 118,10,7 [CCL 61A,92-93] esta matización se entiende
mejor en el conjunto de la controversia arriana].
«En primer lugar, debe recordarse que el hombre está constituido
por dos naturalezas, el alma y el cuerpo, de las cuales una es espiritual,
la otra terrena [...] Pero cuando Dios hizo el hombre a su imagen, no
hizo entonces el cuerpo. El génesis enseña que mucho después de que
hubiera sido hecho el hombre a imagen de Dios, fue tomado el polvo y fue
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
material fuera fruto del principio malo. Esto le llevó a subrayar la cuestión de la
creación de la nada y la distinción entre creación y generación.
«Lo que uno hace, o lo hace de su sustancia, o de una cosa exterior a sí,
o de la nada. El hombre, que no es omnipotente, de su sustancia engendra
el hijo, y como artífice de la madera hace el arca, pero no la madera;
produce el vaso pero no la plata. Ningún hombre puede hacer algo de la
nada, es decir, hacer que exista lo que antes en modo alguno existía. Dios,
en cambio, que es todopoderoso, de su sustancia ha engendrado al Hijo,
de la nada ha creado el mundo, y de la tierra ha plasmado al hombre. Gran
diferencia separa lo que Dios ha engendrado de su sustancia y lo que ha
hecho, no de su sustancia, sino de la nada; es decir, ha dado el ser y ha
colocado entre las cosas que existen lo que antes en modo alguno existía».
S.Agustín, Contra el maniqueo Félix 2,18 [CSEL 25,847-848].
Aunque Dios crea de la nada tiene presentes las razones eternas, que no son
otra cosa que las ideas ejemplares existentes en la mente divina, por cuya parti-
cipación son las diversas cosas que son. De este modo, el mundo platónico de
las ideas pasa a estar en la mente de Dios, y se integra con la doctrina acerca de
la creación. Algo semejante se había desarrollado ya desde Filón, pero en san
Agustín se perfila más.
También san Agustín distingue, al hablar de los males, entre el mal que es una
culpa, es decir, el mal que el hombre comete libremente por su voluntad, y el mal
que es pena, es decir, castigo o consecuencia de la culpa. Esta pena consiste en la
ignorancia, la concupiscencia, o los dolores y la muerte. La existencia del mal no
debe llevar a pensar que hay un principio del mal subsistente, sino más bien que
152
4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
Dios permite males, hasta el punto de poder sacar bienes de esos males, aunque
al hombre se le escapen muchas veces las maneras de actuar de la providencia.
Para explicar bastantes males de la condición concreta del hombre san Agustín
recurrirá a la doctrina del pecado original. Obviamente subraya que el mundo
ha sido creado bueno por Dios, y no hay criaturas que en sí mismas sean malas.
«Yo, dijo [Mónica] no creo que nada haya podido suceder fuera del
orden de Dios [ordo Dei], porque el mismo mal que ha surgido, no ha
nacido del orden de Dios [ordo Dei] en modo alguno, sino más bien
aquella justicia no ha permitido que permanezca desordenado; es más, lo
reconduce y lo compele a entrar [mediante el castigo] en el orden debido».
S.Agustín, Sobre el orden 2,7,23 [CCL 29,120].
«Si nadie en el mundo hubiera pecado, estaría éste lleno y hermo-
seado sólo de naturalezas buenas; pero ya que tuvo lugar el pecado, no
por eso está todo lleno de pecados; así como entre los [ángeles] celestiales
un número inmensamente mayor de los buenos conservó el orden de su
naturaleza. Ni la voluntad mala, al no querer conservar el orden de su
naturaleza, pudo evitar las leyes del justo Dios, que todo lo tiene ordenado
convenientemente. Porque lo mismo que un cuadro con un color negro
matizado convenientemente es bello, así la totalidad de las cosas, si hay
quien pueda contemplarla, incluso con los pecados, se presenta hermosa,
aunque considerados estos en sí mismos, se vean afectados por su deformi-
dad». S.Agustín, La Ciudad de Dios XI,23,1 [CCL 48,342].
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
toda sustancia, esencia, o cualquier otro vocablo más apto que se emplee,
aquello que en algún modo está en sí mismo, el alma es un cuerpo. Si nos
place denominar incorpórea tan sólo aquella sustancia que es sumamente
inmutable y está toda en todas partes, el alma es un cuerpo. Pero si por
cuerpo entendemos lo que está situado o se mueve en un lugar espacial
con longitud, latitud y altura, de modo que una parte mayor de él ocupe
un mayor espacio, y una parte menor, menor espacio y sea mayor el todo
que la parte, entonces el alma no es cuerpo. En efecto, se extiende por
todo el cuerpo que anima, pero no por difusión local, sino por una cierta
intentio vitalis: está entera en todas las partículas del cuerpo». S.Agustín,
Cartas 166,2,4 [CSEL 44,551].
«A no ser que los demonios estén dotados de una clase de cuerpo
propia, según el parecer de algunos sabios, formado de este aire craso y
húmedo que se deja sentir cuando sopla el viento...Pero si optamos por
que los demonios no tengan cuerpo alguno, no hay por qué molestarse
más en este punto buscando afanosamente una solución, ni calentarse la
cabeza en ásperas discusiones». S.Agustín, La Ciudad de Dios XXI,10,1
[CCL 48,776].
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
Cuando san Agustín afirma que el cuerpo es cárcel del alma se refiere al cuerpo
corruptible, y tiene presente las consecuencias del pecado original, pues nunca
olvida la ordenación mutua. Sin embargo san Agustín defiende la inmortali-
dad personal del alma, que está relacionada con su espiritualidad. En este punto
san Agustín supera a autores cristianos anteriores que habían caído en un cierto
materialismo para no afirmar que el alma fuera algo divino.
Su rechazo a los maniqueos le llevó a afirmar con toda claridad que el alma no
es una partícula de la divinidad, sino que fue creada de la nada (Cartas 166,2,3).
Se opone claramente al traduccianismo material al modo de Tertuliano (como
si el alma fuera una materia sutil que procede de la materia de los padres), pero
siempre dudó hasta el final entre una especie de traduccianismo espiritual (el
alma provendría del primer hombre) y el creacionismo (cada alma es creada
directa e inmediatamente por Dios para cada cuerpo). En cualquier caso explicó
la transmisión del pecado original en ambas hipótesis.
Sobre esta cuestión continuaron las controversias, y Fausto de Rietz, en el
siglo V, que también se opuso a algunos aspectos de la enseñanza agustiniana
sobre la predestinación, defendía una cierta corporeidad del alma. Le respondió
Claudiano Mamerto profundizando en los argumentos de san Agustín y de filó-
sofos platónicos. Medio siglo después de su muerte la Iglesia expresó con clari-
dad la enseñanza sobre la creación de las almas por Dios, sin que tal cosa fuera
un obstáculo para hablar del pecado original:
«[Algunos herejes afirman] que así como los padres transmiten los
cuerpos al género humano de una excreción material, de modo semejante
dan también el espíritu del alma vital [...] ¿Cómo contra la divina senten-
cia, con inteligencia demasiado carnal piensan que el alma hecha a imagen
de Dios se difunda por la unión de los hombres, siendo así que la acción
de aquel que al principio hizo esto no deja de ser hoy la misma, como Él
mismo dijo: “Mi Padre sigue trabajando y yo también trabajo” [Jn 5,17]?
Y entiendan también lo que está escrito: “El que vive para siempre lo
creó todo de una vez” [Eclo 18,1]. Si, pues, antes de que la Escritura dis-
pusiera el orden y modo siguiendo cada especie en cada clase de criaturas,
obraba al mismo tiempo potentialiter, cosa que no puede negarse, y “cau-
saliter en la obra que se refiere a la creación de todas las cosas, de cuya con-
sumación descansó el día séptimo, y ahora sigue obrando visiblemente en
la obra conveniente según el curso de los tiempos” [De Genesi ad litteram.
6,4,5]: luego aténganse a la sana doctrina, de que Aquel infunde las almas,
“que llama lo que no es, como lo que es” (Rom 4,17).
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
el ojo carnal, al resplandor de esta luz corporal, percibe las cosas que están
a su alrededor, pues han sido creadas para esta luz, y a ella se adapta por
creación». San Agustín, Sobre la Trinidad XII,15,24 [CCL 50,378].
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Por otra parte Ambrosio insiste mucho en la unidad entre Adán y el género
humano, casi como si Adán fuera cada hombre: «pereció Adán y en él todos
perecieron» (Exposición del Evangelio de San Lucas, 7, 234). Del Ambrosiaster,
además de la doctrina común que consideraba la muerte física consecuencia del
pecado y herencia de Adán, pudo tomar la idea de la corrupción de la carne, por
cuyo medio se transmitía el pecado de padres a hijos. Quizá esta idea le llevó a
desarrollar la cuestión de la transmisión en relación con la concupiscencia, pero
este punto fue más propio de la segunda fase de san Agustín.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
los niños pequeños que todavía no pudieron cometer ningún pecado por
sí mismos, son verdaderamente bautizados para la remisión de los peca-
dos, a fin de que por la regeneración se limpie en ellos lo que por la gene-
ración contrajeron.
Can. 3. Quienquiera dijere que la gracia de Dios por la que se justifica
el hombre por medio de Nuestro Señor Jesucristo, solamente vale para la
remisión de los pecados que ya se han cometido, pero no de ayuda para
no cometerlos, sea anatema.
Can. 4. Quien dijere que la misma gracia de Dios por Jesucristo Señor
nuestro sólo nos ayuda para no pecar en cuanto por ella se nos revela y se
nos abre la inteligencia de los preceptos para saber qué debemos desear,
qué evitar, pero que por ella no se nos da que amemos también, y podamos
hacer lo que hemos conocido debe hacerse, sea anatema [...]». Sínodo XV
de Cartago, Canones (1-5-418) [DH 222-223; 225-226].
«Fiel es el Señor en sus palabras [Sal 144, 13], y su bautismo, en la rea-
lidad y en las palabras, esto es, por obra, por confesión y remisión de los
pecados en todo sexo, edad y condición del género humano, conserva la
misma plenitud. Nadie, en efecto, sino el que es siervo del pecado, se hace
libre, y no puede decirse rescatado sino el que verdaderamente hubiere
antes sido cautivo por el pecado, como está escrito: “Si el Hijo os libera,
seréis verdaderamente libres” [Jn 8, 36]. Por Él, en efecto, renacemos espi-
ritualmente, por Él somos crucificados al mundo. Por su muerte se rompe
aquella cédula de muerte [Col 2,14], introducida en todos nosotros por
Adán y trasmitida a toda alma; aquella cédula, decimos, cuya obligación
contraemos por descendencia, a la que no hay absolutamente nadie de los
nacidos que no esté ligado, antes de ser liberado por el bautismo». Zósimo
I, Epistula tractoria (418) [DH 231].
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
mación maniquea de los dos principios y que la creación fuera algo negativo, pero
no se daba razón de las penalidades que afligen al hombre.
«Lo que dice “Aun no habiendo nacido ni obrado algo bueno ni malo, a
fin de que permaneciese el designio de Dios según la elección, pues no por
las obras, sino por el que llama, se dijo a Rebeca: ‘El mayor servirá al menor’,
conforme está escrito: amé a Jacob y aborrecí a Esaú”, inquieta a no pocos,
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
juzgando que el apóstol san Pablo echó por tierra el libre albedrío, por el
cual poseemos a Dios mediante las buenas obras de piedad y le ofendemos
con el mal de la impiedad. Pues dicen que Dios amó a uno de los dos sin
haber nacido, y aborreció al otro antes de obra alguna buena o mala. Pero
recordemos que se hizo por la presciencia de Dios, por la cual conoció
cómo había de ser cada uno de los no nacidos. Pero acaso alguno dirá: Dios
eligió las obras en el que amó, aunque todavía no existían, porque las previó
como futuras. Si eligió las obras: ¿cómo dice el Apóstol que no fue hecha
la elección por las obras? Por consiguiente ha de entenderse que las obras
buenas se ejecutan por amor, y el amor se halla en nosotros debido al don
del Espíritu Santo, como lo dice el mismo Apóstol san Pablo: “La caridad
de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
se nos ha dado”. Luego nadie debe gloriarse en las obras como suyas, pues
las tiene por el don de Dios, siendo así que el mismo amor obra el bien
en el hombre. Luego ¿qué cosa elige Dios? Si concede a quien quiere el
Espíritu Santo, por quien el amor obra el bien ¿de qué modo elige a quien
da? Si no lo hace por mérito alguno, ya no hay elección, pues todos son
iguales antes del mérito, ni puede decirse que hay elección en las cosas que
son en absoluto iguales. Pero, como el Espíritu Santo sólo se concede a los
creyentes, sin duda Dios no eligió las obras que Él mismo reparte cuando
da el Espíritu Santo a fin de que por la caridad obremos obras buenas,
sino más bien elige la fe. Porque, a no ser que alguno crea en Él y persista
en la voluntad de recibir, no recibe el don de Dios, es decir, el Espíritu
Santo, mediante el cual pueda obrar el bien, habiendo sido infundida en
él la caridad. Luego, no elige Dios en la presciencia las obras buenas de
alguno, que Él ha de dar, sino que elige en la presciencia la fe, de suerte
que a quien pre-conoció que había de creer en Él, a éste eligió para darle
el Espíritu Santo, a fin de que haciendo obras buenas, también alcanzase
la vida eterna. Dice, pues, el Apóstol: “Dios es el que obra todas las cosas
en todos”. Jamás se escribió: Dios cree todas las cosas en todos. Luego el
que creamos se debe a nosotros; mas lo bueno que obramos es de aquel
que da a los creyentes en Él el Espíritu Santo. Esta sentencia se expuso a
no pocos judíos que creyeron en Cristo, al gloriarse de las obras ejecutadas
antes de recibir la gracia y decir que merecieron la gracia del Evangelio por
sus buenas obras antecedentes; siendo así que en nadie puede existir obra
buena si no hubiere recibido la gracia. Es una gracia que se dé al pecador
la vocación cuando no ha precedido mérito alguno de parte de él sino para
ser condenado. Por lo cual, si el llamado hubiese seguido a quien lo llamó,
lo que es propio ya del libre albedrío, merecerá también el Espíritu Santo,
mediante el cual pueda ejecutar obras buenas, y permaneciendo en Él, lo
167
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
que sin embargo, también es propio del libre albedrío, merecerá asimismo
la vida eterna, la cual no puede ser destruida por culpa alguna». S.Agustín,
Exposición de algunos pasajes de la carta a los Romanos 60 [CSEL 84,33-35].
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
San Agustín ve la dificultad para hablar de una elección, pues la idea de elec-
ción supone que hay un criterio y unos motivos, sin embargo aquí es algo gra-
tuito, será precisamente una electio gratiae. ¿Cuáles fueron los motivos de este
cambio? Fundamentalmente el estudio renovado de san Pablo, sin la interpreta-
ción origenista y la profundización en el versículo de 1 Cor 4,7 «¿Qué tienes, que
no hayas recibido?» especialmente conforme a la exégesis de san Cipriano. Algún
otro texto de san Ambrosio y de Mario Victorino pudo tener también influencia.
Posteriormente, hasta el 411, san Agustín estuvo más bien ocupado en la con-
troversia donatista, y apenas aparece esta cuestión. En la controversia pelagiana
hay algunos textos en los que se vuelve a tratar de la elección gratuita, pero pre-
fiere centrarse en lo referente al pecado en general y la necesidad de la gracia
para hacer el bien. Evidentemente la cuestión de la elección gratuita era como la
máxima confirmación para garantizar que se necesita la gracia para hacer el bien,
pues hasta la misma elección para la salvación es gratuita.
Al final de la primera fase de la controversia pelagiana, hacia el 418 o 419
san Agustín escribe al presbítero romano Sixto, que llegaría a ser papa, una carta
contra el pelagianismo, con los temas habituales de la necesidad de la gracia, del
bautismo de los niños, el misterio de que se niegue a algunos, y aquí aparece de
nuevo con toda fuerza la noción de electio gratie, que no elige a aquellos que tie-
nen méritos, sino que produce a los que van a ser elegidos. Como en ad Simplicia-
num siempre tiene presente el texto de Rom 9 con los personajes de Esaú y Jacob.
5.5.3 La elección gratuita en las últimas obras de san Agustín contra los monjes
Las afirmaciones de la carta a Sixto provocaron diversas reacciones tanto de
algunos monjes africanos, en Adrumeto, como de monjes provenzales. Las de
más calado teológico fueron estas últimas. Básicamente afirmaban la necesidad
de la gracia y admitían la doctrina de san Agustín sobre el pecado original, opo-
niéndose a Juliano. Sin embargo, sostenían que el comienzo de la fe, el llamado
initium fidei, dependía de la propia voluntad y no era una gracia de Dios. San
Agustín les respondió que, en el fondo, aquello equivalía a afirmar que la gra-
cia se da conforme a los méritos, lo cual era propio de Pelagio, y que si admitían
la necesidad de la gracia para las obras buenas, también debían admitirla para el
initium fidei.
«Más aun: los mismos para quien escribimos esto, y que vociferan que
la doctrina de la predestinación y de la gracia impide la corrección, no
se limitan a exhortar a aquellos dones que no dependen de Dios, sino
de nosotros mismos, por ejemplo, el initium fidei [comienzo de la fe] y
la perseverancia final, y ciertamente deberían concretarse a lo siguiente:
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
exhortar a los infieles a creer y a los fieles a perseverar en la fe; pero todo
lo demás, que es don de Dios (según lo admiten para evitar el error
pelagiano), como la pureza, la continencia, la paciencia, etc virtudes por
las cuales uno es justo, y que se obtienen de Dios por la fe, debían enseñar
que había que pedirlas al Señor para sí o para otros, pero no exhortar a
adquirirlas y conservarlas. Sin embargo, cuando exhortan y confiesan que
hay que exhortar a los hombres a la práctica de estas virtudes, manifiestan
claramente que nuestras exhortaciones a la fe y a la perseverancia final no
son inútiles porque digamos que ambas son dones de Dios». S.Agustín,
Sobre el don de la perseverancia 17,45 [PL 45,1021].
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
nos inspira primero, sin que preceda merecimiento bueno alguno de nues-
tra parte, la fe y el amor a Él, para que busquemos fielmente el sacramento
del bautismo, y para que después del bautismo, con ayuda suya, podamos
cumplir lo que le agrada. De ahí que ha de creerse evidentemente que
aquella tan maravillosa fe del ladrón, a quien el Señor llamó a la patria del
paraíso [Lc 23, 43], y la del centurión Cornelio, a quien fue enviado un
ángel [Hch 10, 3], y la de Zaqueo, que mereció hospedar al Señor mismo
[Lc 19, 6], no les vino de la naturaleza, sino que fue don de la liberalidad
divina». Sínodo II de Orange, Conclusión (3-7-529) [DH 396-397].
El Concilio de Orange, que había sido una pequeña reunión episcopal de las
Galias, adquirió una importancia mucho mayor en la medida que fue confir-
mado por Bonifacio II, quien glosa y formula con un gran equilibrio las afirma-
ciones que hemos visto antes. Se centra en el punto fundamental: la gratuidad
del comienzo de la fe. Por otra parte contiene una recomendación grande a favor
de las enseñanzas agustinianas. No es extraño que a lo largo de la Edad Media,
aunque el texto del Concilio de Orange y la confirmación de Bonifacio II caye-
ran en el olvido, el estudio de san Agustín hizo que se mantuvieran operativas
estas afirmaciones en la teología.
175
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
así como también todos los bienes, nos vienen a cada uno de los hom-
bres, por don de la gracia celeste, no por poder de la naturaleza humana.
Lo cual nos alegramos que también tu Fraternidad lo haya sentido según
la fe católica, en la conferencia habida con algunos obispos de las Galias;
en el punto, decimos, en que con unánime asentimiento, como nos indi-
cas, definieron que la fe por la que creemos en Cristo, se nos confiere por
la gracia preveniente de la divinidad, añadiendo además que no hay abso-
lutamente bien alguno según Dios que pueda nadie querer, empezar o aca-
bar sin la gracia de Dios, pues dice el Salvador mismo: “Sin mí no podéis
hacer nada” [Jn 1,5, 5]. Porque es cierto y católico que en todos los bienes,
cuya cabeza es la fe, cuando no queremos todavía nosotros, la misericordia
divina nos previene para que perseveremos en la fe [...]. De ahí que en gran
manera nos maravillamos de aquellos que hasta tal punto están aún mar-
cados por las reliquias del antiguo error, que creen que se viene a Cristo no
por beneficio de Dios, sino de la naturaleza, y dicen que, antes que Cristo,
es autor de nuestra fe el bien de la naturaleza misma, el cual sabemos
quedó dañado por el pecado de Adán, y no entienden que están gritando
contra la sentencia del Señor que dice: “Nadie viene a mí, si no le fuera
concedido por mi Padre” [Jn 6, 44]. Y no menos se oponen al bienaven-
turado Pablo [...] Por lo cual, saludándoos con el debido afecto, aproba-
mos vuestra confesión mencionada como conforme a las reglas católicas de
los Padres». Bonifacio II, Per filium nostrum (25-1-531) [DH 398-400].
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
Según san Agustín (La Ciudad de Dios VI,8 y VII,29-30), el verdadero Dios
es el Creador, y a Él se deben referir muchas de las opiniones de los filósofos. Pero
este Dios es el que se ha revelado, se le debe dar culto, y ha enviado como media-
dor a su Hijo. Estas sencillas afirmaciones, que resumen todo el planteamiento
de la apologética cristiana de siglos anteriores, y en parte de Filón, suponen que
hay una religión verdadera, porque ahora la religión ya sí que tiene que ver con
la verdad, pues el culto está relacionado con el Dios verdadero, y no se opone a la
razón, sino que recoge lo mejor del pensamiento filosófico. La perspectiva de la
creación, de la gracia, del pecado está de fondo en este planteamiento de la reli-
gión verdadera.
177
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
5.6.3 Una mirada sobre la actual teología del pluralismo religioso y su relación
con la antropología teológica
Las controversias sobre la teología del pluralismo religioso de finales del siglo
XX en realidad no han hecho más que renovar estas polémicas de la época del
final del paganismo, de las cuales san Agustín es un autor clave. No se trata ya
de defender que hay posibilidad de salvación para los que no pueden conocer a
Cristo, pues eso es un dato aceptado desde algunos seguidores de san Agustín: lo
que pretenden los pluralistas es que las otras religiones son salvíficas en cuanto
tales, no simplemente porque en ellas pueda haber algunos elementos de verdad.
Esto es lo que les lleva a decir que son complementarias al cristianismo, es decir,
que pueden aportar algo que no haya aportado Cristo, de manera que su media-
ción única queda negada.
Es significativo que en una de las recientes intervenciones de la Congrega-
ción para la Doctrina de la Fe se advierta que el P.Haigh parte de una idea mera-
mente simbólica de nuestro conocimiento respecto a Dios (Doc. 104, 10-12), lo
cual tiene mucho que ver con el planteamiento del neoplatonismo pagano. Tam-
bién si se lee con atención Dominus Iesus (Doc. 90) y su concreción en la nota
de la Congregación sobre Dupuis (Doc. 93) se encontrarán posiciones similares.
Como se puede notar estamos ante dos concepciones antagónicas de Dios,
mundo y hombre. Para el paganismo neo-platónico, renovado en muchos aspec-
tos de la modernidad, no hay una distinción clara Dios-mundo, sino que el
hombre es naturalmente divino, y si se habla de la trascendencia de Dios es más
bien para afirmar su inefabilidad y la incapacidad de la razón para decir nada
sobre Él. En el fondo estamos ante un planteamiento que, por no reconocer la
verdadera trascendencia de Dios, y no poder dar una explicación coherente, no
le queda más remedio que una salida de tipo irracional respecto a la explicación
última de todo. Para el cristianismo, y, en general para la Revelación bíblica,
Dios es el Creador que se distingue del mundo: el hombre es un ser creado, y
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
mediante sus conceptos, a partir de la creación, puede alcanzar una cierto cono-
cimiento de Dios, limitado pero verdadero: la Revelación y la gracia le introduci-
rán en la amistad con Dios de una manera sobreabundante. Por supuesto que el
Cristianismo reconoce una cierta teología negativa y los límites de nuestro cono-
cimiento sobre Dios, pero debido a que somos criaturas y Dios nos desborda, no
porque el principio último esté más allá del ser y del entender
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
si los ángeles son sólo espíritu o hay algo de materia muy sutil en ellos no acaba
de quedar claro. También desarrolla bastante las cuestiones del conocimiento de
los ángeles y el papel de los mismos en la historia de la salvación.
San Agustín explica que el hombre consta de alma y cuerpo, ambos elemen-
tos son importantes; cuando san Agustín afirma que el cuerpo es cárcel del alma
se refiere al cuerpo corruptible, y tiene presente las consecuencias del pecado ori-
ginal, pues nunca olvida la ordenación mutua. Defendió con claridad la inmorta-
lidad personal del alma, que está relacionada con su espiritualidad. En este punto
san Agustín supera a autores cristianos anteriores que habían caído en un cierto
materialismo para no afirmar que el alma fuera algo divino. Su rechazo a los mani-
queos le llevó a afirmar con toda claridad que el alma no es una partícula de la
divinidad, sino que fue creada de la nada. Se opone claramente al traduccianismo
material al modo de Tertuliano (como si el alma fuera una materia sutil que pro-
cede de la materia de los padres), pero siempre dudó hasta el final entre una
especie de traduccianismo espiritual (el alma provendría del primer hombre) y el
creacionismo (cada alma es creada directa e inmediatamente por Dios para cada
cuerpo). Medio siglo después de su muerte la Iglesia expresó con claridad el crea-
cionismo. No olvida que el hombre es imagen de Dios en cuanto que es capaz de
Dios y puede participar de la naturaleza suma. Esta imagen ha sido dañada por el
pecado y la gracia la restaura. El carácter de imagen le viene sobre todo del alma
espiritual.
En cualquier caso su aportación más notable se dio respecto al pecado origi-
nal y la gracia, temas en los que sistematizó una enseñanza recibida ante los pro-
blemas que planteó Pelagio. En el fondo Pelagio se limita a considerar a Cristo
como un maestro de la Paideia antigua, basada en tres principios: las dotes natu-
rales, la enseñanza y la práctica. Para los cristianos las dotes naturales son su liber-
tad, la enseñanza es la doctrina de Cristo y la práctica consiste en ejercitarse en la
ascesis; no se admite más gracia que la enseñanza, o si se quiere la voluntad que ha
sido creada gratuitamente por Dios. Así, Cristo no sería más que un mero maes-
tro de moral y resulta absurdo hablar de un pecado consecuencia del pecado de
Adán. El planteamiento de san Agustín es completamente diferente: el hombre,
todo hombre, y en todo momento necesita ser redimido por Cristo. El pecado de
Adán ha tenido consecuencias que afectan hasta a los niños, que también deben
ser salvados por Cristo: la preocupación fundamental es indicar que Cristo es
el Salvador de todo hombre y de todo el hombre. Al mismo tiempo la reflexión
en la praxis cristiana del bautismo de los niños le llevó a la conclusión de que en
ellos existía algo que se debía perdonar, y esto se enlaza con la tradición cristiana
que veía cómo los hombres han quedado afectados por el pecado de Adán. Con-
viene notar que cuando san Agustín se refiere al pecado original se apoya en pri-
182
4. LAS GRANDES APORTACIONES DESDE EL SIGLO IV HASTA LA CONSOLIDACIÓN...
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
L.F.Ladaria, «La creación del cielo y de la tierra», en B.Sesboüé (ed.) El hom-
bre y su salvación, Salamanca 1996, 44-49; 89-93.
L.F.Ladaria, «El hombre creado a imagen de Dios», en B.Sesboüé (ed.) El
hombre y su salvación, Salamanca 1996, 87-89.
L.Scheffczyk, Creación y providencia, Madrid 1974, 49-62, en M.Schmaus,
A.Grillmeier, L.Scheffczyk (edd.), Historia de los dogmas, II 2a.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Particulares
[1] Cf. G.Reale, Storia della Filosofia greca e romana, VIII, Bompiani, Milán
2004; J.M. Narbonne, La métaphysique de Plotin, Vrin, Paris 2001.
[2] Cf. U.Domínguez del Val, Historia de la Antigua Literatura latina his-
pano-cristiana, FUE, Madrid 1998, I,441-581; II,11-91.
[3] Como introducción general a san Agustín, entre la amplísima bibliografía
destacamos la breve introducción de N.Cipriani «Agustín de Hipona» en A.Di
Berardino-G.Fedelto-M.Simonetti (edd.), Literatura patrística, San Pablo,
Madrid 2010, 67-82 y la más amplia de A.Trapè «San Agustín», en A.Di Berar-
dino (ed.), Patrología III, BAC, Madrid 1981, 405-552.
[4] En este punto muy importante destacamos el estudio de V.Pacioni,
L’Unità teoretica del De ordine di s.Agostino, Millennium, Roma 1996.
[5] Cf. A.Trapè, S.Agostino: Introduzione alla dottrina della grazia. I. Natura
e Grazia, Citta Nuova, Roma 1987.
[6] Cf. N.Cipriani, «La polemica antiafricana di Giuliano d’Eclano: artifi-
cio letterario o scontro di tradizioni teologiche?» en Cristianesimo e specificità nel
Mediterraneo latino (sec. IV-VI), Studia Ephemeridis Augustinianum 45, Roma
1994,165-178.
[7] Cf. A.Trapè, S.Agostino: Introduzione alla dottrina della grazia. II. Gra-
zia e libertà, Citta Nuova, Roma 1990; N.Cipriani, «L’autonomia della volontà
umana nell’atto di fede: la ragioni di una teoria prima accolta e poi respinta da
S.Agostino», en Il mistero del male e la libertà possibile, Studia Ephemeridis Augus-
tinianum 48, Roma 1995, 7-17; E.Vadillo Romero, Formación y evolución de
la doctrina agustiniana sobre la electio diuina, Dissertatio ad lauream Institutum
Patristicum Augustinianum, Roma 2003.
[8] Cf. J.Ratzinger, Fe, verdad y tolerancia, Sígueme, Salamanca 2005, 145-
155.
184
CAPÍTULO 5
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
«Cap.1 Dios omnipotente creó recto al hombre, sin pecado, con libre
albedrío y lo puso en el paraíso, y quiso que permaneciera en la santidad
de la justicia. El hombre, usando mal de su libre albedrío pecó y cayó y se
convirtió en masa de perdición de todo el género humano. Sin embargo,
Dios, bueno y justo eligió, según su presciencia, de la misma masa de
perdición, a los que por su gracia predestinó a la vida, y predestinó para
ellos la vida eterna; a los demás, empero, que por juicio de justicia dejó en
la masa de perdición, supo por su presciencia que habían de perecer, pero
187
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
no los predestino a que perecieran; pero por ser justo, les predestinó a una
pena eterna. Y por eso decimos que sólo hay una predestinación de Dios,
que pertenece o al don de la gracia o a la retribución de la justicia.
Cap.2 La libertad del albedrío la perdimos en el primer hombre y la
recuperamos por Cristo Señor nuestro; y tenemos libre albedrío para el
bien, prevenido y ayudado de la gracia; y tenemos libre albedrío para el
mal, abandonado de la gracia. Pero tenemos libre albedrío, porque fue
liberado por la gracia, y por la gracia fue sanado de la corrupción»
Cap.3. Dios omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se
salven [1 Tim 2,4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se
salven es don del que salva, pero que algunos se pierdan, es merecimiento
de los que se pierden.
Cap.4. Como no hay, hubo, o habrá hombre alguno cuya naturaleza
no fuera asumida en él; así tampoco hay, hubo o habrá hombre alguno por
quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean
redimidos por el misterio de su pasión. Ahora bien, que no todos sean
redimidos por el misterio de su pasión no mira a la magnitud y copiosidad
del precio, sino a la parte de los infieles y de los que no creen [...] porque la
bebida de la humana salud, que está compuesta de nuestras flaquezas y de
la virtud divina, tiene ciertamente, en sí misma, virtud para aprovechar a
todos, pero si no se bebe, no cura». Sínodo de quercy, Capitula (5-853)
[DH 621-624].
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
del emperador Lotario, redactó otros seis canones alternativos, más amplios y
prolijos que los anteriores.
El primero de ellos pedía evitar novedades terminológicas y permanecer en
las enseñanzas de los grandes doctores de la Iglesia, intérpretes auténticos de la
Sagrada Escritura. El segundo está dedicado a la presciencia divina: Dios conoce
el futuro de cada ser humano, pero esto no violenta la libertad de nadie:
189
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
El cuarto canon es el que registra una mayor diferencia con el sínodo anterior,
pues ve la sangre de Cristo derramada en cuanto que logra su efecto, y de hecho
en este capítulo se rechazaba explícitamente al sínodo anterior:
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
«6. Dios sólo puede hacer aquello que hace, o dejar de hacer lo que
deja de hacer, y sólo de la manera y en el tiempo en que lo hace, y no de
otra forma.
7. Dios ni debe ni puede impedir los males.
8. De Adán no contrajimos la culpa, sino sólo la pena». Sínodo de
Sens, Errores de Pedro Abelardo (2-6-1140) [DH 726-728].
191
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
nas de las proposiciones condenadas era semejantes a las del Angélico. Inme-
diatamente los dominicos se movieron para tratar de poner las cosas en su sitio.
Obviamente, tras la canonización de santo Tomás en 1323, el obispo de París
revocó las condenas que real o supuestamente hubieran podido alcanzar a santo
Tomás, aunque en realidad, salvo los canonistas de París, ya nadie las tomaba
en serio. Desgraciadamente el “agustinismo” contribuyó a ofuscar unas doctri-
nas que en realidad servían para afirmar más claramente las enseñanzas agusti-
nianas, sólo que con los recursos técnicos de Aristóteles, algo que ya había inten-
tado Boecio.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Por la condena citada parece que no debían tener muy claro que la visión de
Dios es una gracia. En cualquier caso se enseña el carácter gratuito de la visión
de Dios, que es el fin del hombre, como algo que supera las fuerzas de la cria-
tura intelectual.
La otra gran afirmación antropológica del Concilio fue afirmar que el alma
racional es forma per se et essentialiter del cuerpo humano. Santo Tomás había
defendido, casi en solitario, como vimos antes, la doctrina de que el alma inte-
lectiva es la única forma del cuerpo, mientras que otros muchos había dicho
que el hay otras formas sustanciales del cuerpo. Pedro de Olivi extremó la cues-
tión, pues afirmó que el alma intelectiva no informa directamente, es decir, per
se et essentialiter, el cuerpo, sino sólo indirectamente, mediante el alma sensitiva.
Esto puede parecer una cuestión sutil de filosofía escolástica, pero lo que estaba
en juego es la unidad del hombre, por lo tanto el concilio prohibió la sentencia
de Olivi:
196
5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
197
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
esse, advierte que hay algo anterior al entender: la unidad. De esta manera Dios
es Unidad pura, la unidad caracteriza a la Paternidad y permite el entender, y de
ahí procede el Hijo como vida y finalmente el Espíritu como ser. De esta manera,
en la medida que algo sea uno, será intelectual y será ser: dado que sólo Dios es
perfectamente uno, sólo Dios es.
Con estos presupuestos se entienden mejor algunas de las afirmaciones que
tuvieron que ser condenadas, porque, en el fondo, desvalorizaban la creación
(pues sólo Dios es), y a la vez, había la tendencia a confundir o mezclar la pro-
cesión del Hijo con las criaturas (las criaturas sería el final del proceso del des-
envolvimiento divino que comienza con el Hijo), cosa que fue muy común en
todas las explicaciones platonizantes de la Trinidad. Asimismo enseñaba el carác-
ter propiamente divino de lo más profundo del alma, elemento que para Eckhart
no sería creado. De esta manera parece que se difuminan las diferencias entre el
hombre y Cristo, consecuencia lógica de haber diluido la distinción entre el crea-
dor y la criatura. Señalamos algunas de las proposiciones condenadas.
199
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Las consecuencias para la vida moral o en general para la actuación del hom-
bre también resultan muy llamativas. Dada la nulidad de la criatura y ese parti-
cular modo de concebir el alma, lo único que puede hacer el hombre es abando-
narse en Dios, dejarse llevar (esto se entiende como pobreza) y el resto de la moral
es completamente secundaria, incluso con la extraña afirmación que tanto glori-
fica a Dios el que lo alaba como el que blasfema, o que no debemos pedir nada a
Dios. Todo esto es consecuencia de esa minusvaloración de la creación que lógi-
camente lleva a un planteamiento quietista o de un cierto fatalismo, en el que lo
único bueno es dejarse llevar sin que la actuación de la criatura sea algo positivo.
«4. En toda obra, aun mala, y digo mala tanto de pena como de culpa,
se manifiesta y brilla por igual la gloria de Dios.
5. El que vitupera a otro, por el vituperio mismo, por el pecado del
vituperio, alaba a Dios y cuanto más vitupera y más gravemente peca, más
alaba a Dios.
6. Blasfemando uno a Dios mismo, alaba a Dios.
7. El que pide esto o lo otro, pide un mal y pide mal, porque pide la
negación del bien y la negación de Dios y ruega para que Dios se niegue
a sí mismo.
8. Los que no pretenden las cosas, ni los honores, ni la utilidad, ni la
devoción interna, ni la santidad, ni el premio, ni el reino de los cielos, sino
que en todas estas cosas han renunciado aun lo que es propio, esos son los
hombres en los que Dios es honrado
14. El hombre bueno debe de tal modo conformar su voluntad con la
voluntad divina, que quiera cuanto Dios quiera; y como Dios, de algún
modo, quiere que yo peque, yo no querría no haber cometido los pecados,
y ésta es la verdadera penitencia.
15. Si un hombre hubiere cometido mil pecados mortales, si tal hom-
bre está rectamente dispuesto, no debiera querer no haberlos cometido.
16. Dios propiamente no manda el acto exterior.
17. El acto exterior no es propiamente hablando bueno ni divino; y,
propiamente hablando, no es Dios ni quien lo realiza ni quien lo concibe.
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«4. El pecado de los primeros padres, personal de ellos, fue tan grave,
que todos los hijos que proceden de ellos, hasta la pasión de Cristo, se con-
denaron por causa de aquel pecado personal y fueron arrojados al infierno
después de la muerte, no porque ellos hubieran contraído pecado original
alguno de Adán, pues dicen que los niños no tienen absolutamente nin-
gún pecado original, ni antes ni después de la pasión de Cristo, sino que
dicha condenación los seguía, antes de la pasión de Cristo, por razón de la
gravedad del pecado personal que cometieron Adán y Eva, transgrediendo
el precepto divino que se les dio. Pero después de la pasión del Señor en
que se borró el pecado de los primeros padres, los niños que nacen de los
hijos de Adán no están destinados a la condenación ni han de ser arrojados
al infierno por razón de dicho pecado, porque Cristo, en su pasión, borró
totalmente el pecado de los primeros padres.
5. Igualmente, lo que de nuevo introdujo y enseñó cierto maestro de
los armenios [...] que el alma humana del hijo se propaga del alma de
su padre, como un cuerpo de otro, y un ángel también de otro; porque
como el alma humana, que es racional, y el ángel, que es de naturaleza
intelectual, son una especie de luces espirituales, de sí mismos propagan
otras luces espirituales.
42. Asimismo, dicen y sostienen los armenios que para la remisión de
los pecados basta la sola pasión de Cristo, sin otro don alguno de Dios,
aun gratificante (gratificans): ni dicen que para hacer la remisión de los
pecados se requiera la gracia de Dios, gratificante o justificante, ni que
en los sacramentos de la nueva ley se dé la gracia de Dios, gratificante».
Benedicto XII, Cum dudum (8-1341) [DH 1006-1007; 1014].
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
Esto hacía más difícil liberar a Dios de la acusación de injusticia. Las críticas de
Erasmo en este punto no se hicieron esperar.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
obras o por nuestra propia fuerza, sino que obtenemos el perdón de los
pecados y la justificación por pura gracia por medio de Jesucristo y la fe.
Pues creemos que Jesucristo ha sufrido por nosotros y que gracias a Él
nos son dadas la Justicia y la vida eterna. Dios quiere que esta fe nos sea
imputada por justicia delante de Él como lo explica Pablo en los capítulos
3 y 4 de la carta a los Romanos». Confessio augustana, 4 [BekSch 56-57].
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
en Lutero. Con esta doctrina Calvino quiere salvar la soberanía de Dios y la pro-
pia incapacidad del hombre para procurarse la salvación. Por otra parte Calvino
acentúa el carácter de prueba que tienen las buenas acciones respecto a la propia
predestinación. Esto dio lugar al puritanismo y moralismo de las comunidades
calvinistas. No podían admitir ni a pecadores, ni a herejes, ni a librepensadores,
y sus miembros debían estar entregados al trabajo, estudio, comercio, y cumplir
escrupulosamente las leyes morales y civiles.
«8. Nosotros creemos que no sólo ha creado todas las cosas, sino que
las gobierna y las dirige, disponiendo y ordenando según su voluntad
soberana todo lo que sucede en el mundo; no que Él sea autor del mal o
que se le pueda imputar la culpa, desde el momento que su voluntad es
la regla suprema e infalible de toda rectitud y equidad, pero posee medios
admirables para servirse de los demonios y de los malvados de modo que
puede convertir en bien el mal que ellos hacen y del que son culpables. Y
213
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
corregir los excesos de Lutero en sentido contrario. El decreto tuvo una redac-
ción inicial, enmiendas y redacción final, y consistió simplemente en cinco cáno-
nes. Aunque se subrayó el peso de la concupiscencia no se quiso identificar con
el pecado original ni se admitió que el hombre estuviera totalmente corrompido
como querían los protestantes.
La doctrina, resumida, de cada canon, es la siguiente
216
5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
por otro remedio que por el mérito del solo mediador, Nuestro Señor
Jesucristo, el cual, hecho para nosotros justicia, santificación y redención
[1 Cor 1,30], nos reconcilió con el Padre en su sangre; o niega que el
mismo mérito de Jesucristo se aplique tanto a los adultos, como a los
párvulos por el sacramento del bautismo, debidamente conferido en la
forma de la Iglesia: sea anatema. Porque “no hay otro nombre bajo el
cielo, dado a los hombres, en que hayamos de salvarnos” [Hch 4, 12].
Por lo cual se dice: “He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los
pecados del mundo” [Jn 1,29]. Y: “Cuantos fuisteis bautizados en Cristo,
os revestisteis de Cristo” [Gál 3, 27].
4. Si alguno niega que hayan de ser bautizados los niños recién salidos
del seno de su madre, aun cuando procedan de padres bautizados, o dice
que son bautizados para la remisión de los pecados, pero que de Adán no
contraen nada del pecado original que haya necesidad de ser expiado en
el lavatorio de la regeneración para conseguir la vida eterna, de donde se
sigue que la forma del bautismo para la remisión de los pecados se entiende
en ellos no como verdadera, sino como falsa: sea anatema. Porque lo que
dice el Apóstol: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por
el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto
en aquel todos habían pecado” [Rom 5, 12], no de otro modo ha de
entenderse, sino como lo entendió siempre la Iglesia Católica, difundida
por todas partes. Pues por esta regla de fe procedente de la tradición de los
Apóstoles, hasta los niños que ningún pecado pudieron aún cometer en sí
mismos son bautizados verdaderamente para la remisión de los pecados,
para que en ellos por la regeneración se limpie lo que por la generación
contrajeron. “Porque si uno no renaciera del agua y del Espíritu Santo, no
puede entrar en el reino de Dios” [Jn 3,5].
5. Si alguno dice que por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo que se
confiere en el bautismo, no se remite el reato del pecado original; o tam-
bién si afirma que no se destruye todo aquello que tiene verdadera y propia
razón de pecado, sino que sólo se rae o no se imputa: sea anatema. Porque
en los renacidos nada odia Dios, porque “nada hay de condenación en
aquellos que verdaderamente por el bautismo están sepultados con Cristo
para la muerte” [Rom 6,4], los que “no andan según la carne” [Rom 8,
1], sino que, desnudándose del hombre viejo y vistiéndose del nuevo, que
fue creado según Dios [Ef 4,22ss; Col 3,9 s], han sido hechos inocentes,
inmaculados, puros, sin culpa e hijos amados de Dios, “herederos de Dios
y coherederos de Cristo” [Rom 8,17]; de tal suerte que nada en absoluto
hay que les pueda retardar la entrada en el cielo. Ahora bien, que la con-
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Cristo, nunca serían justificados [Can. 2 y 10], como quiera que, con ese rena-
cer se les da, por el mérito de la pasión de Aquél, la gracia que los hace justos».
El capítulo cuarto explica que la justificación consiste en «el paso de aquel
estado en que el hombre nace hijo del primer Adán, al estado de gracia y de
adopción de hijos de Dios [Rom 8,15] por el segundo Adán, Jesucristo Salvador
nuestro» añadiendo que este paso «después de la promulgación del Evangelio, no
puede darse sin el lavatorio de la regeneración o su deseo».
Los capítulos quinto y sexto abordan el tema de la preparación a la justifica-
ción. El principio de la justificación es gratuito, y no hay mérito para esa voca-
ción en el que va a ser justificado, pero la misma gracia excita y mueve a que el
hombre coopere «de suerte que, al tocar Dios el corazón del hombre por la ilu-
minación del Espíritu Santo, ni puede decirse que el hombre mismo no hace
nada en absoluto al recibir aquella inspiración, puesto que puede también recha-
zarla; ni tampoco, sin la gracia de Dios, puede moverse, por su libre voluntad, a
ser justo delante de El». En este proceso de preparación «se disponen para la jus-
ticia misma al tiempo que, excitados y ayudados de la divina gracia, concibiendo
la fe por el oído [Rom 10, 17], se mueven libremente hacia Dios, creyendo que
es verdad lo que ha sido divinamente revelado y prometido y, en primer lugar,
que Dios, por medio de su gracia, justifica al impío, por medio de la redención,
que está en Cristo Jesús [Rom 3, 24]». Habla también el decreto del temor, de la
misericordia, del rechazo a los pecados, el arrepentimiento, etc.
El centro del decreto está en el capítulo séptimo en el que describe con más
precisión qué es la justificación y cuáles son sus causas; por la importancia del
capítulo lo transcribimos entero:
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5. PROBLEMAS DEL MEDIEVO Y LA REFORMA PROTESTANTE
la justificación. El noveno precisa que nadie se puede jactar de que sus pecados
están perdonados como si estuviera absolutamente seguro de ello, y esa fuera la
fe que le justificara: nadie puede dudar de la misericordia de Dios, pero sí de su
propia debilidad de modo que «nadie puede saber con certeza de fe, en la que no
puede caber error, que ha conseguido la gracia de Dios».
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Una vez expuesto el texto del decreto podemos resumir su contenido mediante
los mismos cánones:
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Can.7. Si alguno dijere que las obras que se hacen antes de la justifi-
cación, por cualquier razón que se hagan, son verdaderos pecados o que
merecen el odio de Dios; o que cuanto con mayor vehemencia se esfuerza
el hombre en prepararse para la gracia, tanto más gravemente peca, sea
anatema». Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación (13-1-1547)
[DH 1554; 1556-1557].
«Can. 10. Si alguno dijere que los hombres se justifican, sin la justicia
de Cristo, por la que nos mereció justificarnos, o que por ella misma
formalmente son justos, sea anatema.
Can. 11. Si alguno dijere que los hombres se justifican o por sola
imputación de la justicia de Cristo o por la sola remisión de los pecados,
excluida la gracia y la caridad que se difunde en sus corazones por el Espí-
ritu Santo y les queda inherente; o también que la gracia, por la que nos
justificamos, es sólo el favor de Dios, sea anatema». Concilio de Trento,
Decreto sobre la justificación (13-1-1547) [DH 1560-1561].
5º. El justificado puede y debe observar los mandamientos, para lo que nece-
sita la ayuda de Dios. Se indica que el evitar absolutamente todos los pecados
veniales es un privilegio especial que consta en el caso de la Virgen María.
«Can. 18. Si alguno dijere que los mandamientos de Dios son impo-
sibles de guardar, aún para el hombre justificado y constituido bajo la
gracia, sea anatema.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Can 22. Si alguno dijere que el justificado puede perseverar sin especial
auxilio de Dios en la justicia recibida o que con este auxilio no puede, sea
anatema.
Can. 23. Si alguno dijere que el hombre una vez justificado no puede
pecar en adelante ni perder la gracia y, por ende, el que cae y peca, no fue
nunca verdaderamente justificado; o, al contrario, que puede en su vida
entera evitar todos los pecados, aun los veniales; si no es ello por privilegio
especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia,
sea anatema». Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación (13-1-
1547) [DH 1568; 1572-1573].
6º. La justificación se acrecienta mediante las buenas obras, de las que cabe
esperar la recompensa de Dios, pues se realizan mediante la gracia e interviene la
cooperación del justificado
7º. La infidelidad no es el único pecado posible, sino que caben otros peca-
dos sin perder la fe; no obstante existe siempre la posibilidad de la penitencia.
«Can. 27. Si alguno dijere que no hay más pecado mortal que el de la
infidelidad, o que por ningún otro, por grave y enorme que sea, fuera del
pecado de infidelidad, se pierde la gracia una vez recibida, sea anatema.
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Can. 28. Si alguno dijere que, perdida por el pecado la gracia, se pierde
también siempre juntamente la fe, o que la fe que permanece, no es verda-
dera fe aun cuando ésta no sea viva, o que quien tiene la fe sin la caridad
no es cristiano, sea anatema.
Can. 29. Si alguno dijere que aquel que ha caído después del bautismo,
no puede por la gracia de Dios levantarse; o que sí puede, pero por sola
la fe, recuperar la justicia perdida, sin el sacramento de la penitencia, tal
como la Santa, Romana y universal Iglesia, enseñada por Cristo Señor y
sus Apóstoles, hasta el presente ha profesado, guardado y enseñado, sea
anatema». Concilio de Trento, Decreto sobre la justificación (13-1-1547)
[DH 1577-1579].
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preciso por ello hablar de una predestinación ante praevisa merita. Los teólogos
dominicos no aceptaron los planteamientos de Molina y subrayaron la eficacia
de la gracia debido a la moción de Dios sobre la voluntad, sin que esto eliminara
la actuación real del hombre, dado que Dios puede mover a la criatura sin que
se elimine su característica de libertad, pues la trascendencia de Dios le sitúa por
encima de las diferencias entre lo libre y lo necesario. Obviamente defendían la
predestinación ante praevisa merita.
Las discusiones entre unos y otros alcanzaron tales niveles que se debió for-
mar una Congregación romana De auxiliis, varias de cuyas sesiones fueron pre-
sididas personalmente por Clemente VIII y Paulo V. Los jesuitas defendieron
posiciones mucho más moderadas que las de Molina y se quiso evitar cualquier
sospecha de pelagianismo, mientras que por parte tomista se insistió en que su
explicación en modo alguno eliminaba la libertad del hombre. No hubo dic-
tamen magisterial sobre el conjunto de la cuestión, pero Paulo V si precisó al
embajador de España (que deseaba por interés de Felipe III una resolución favo-
rable a los dominicos) una serie de puntos esenciales:
«...en una y otra parte hay acuerdo en la sustancia con la verdad cató-
lica: Dios nos hace obrar con la eficacia de su gracia, que hace querer a
los hombres que no lo quieren y que dirige y cambia las voluntades de
los hombres—y es eso de lo que se trata—; sin embargo el desacuerdo
está en cuanto al modo de explicarlo, porque los dominicos dicen que
predetermina nuestra voluntad físicamente, es decir, de manera real y
eficaz, y los jesuitas sostienen que lo hace de manera congrua [n.a. gracia
dada en el momento adecuado] y moralmente; ambas opiniones pueden
ser defendidas». Paulo V, Alocución al embajador de España (26-7-1611)
[DH 1997A]
Las implicaciones filosóficas de cada uno de los sistemas y sus variantes eran
enormes, desde la definición de libertad, al modo de concebir la relación causa
primera/causa segunda, o el mismo conocimiento, y algo indicaremos en la parte
sistemática de este tratado, pero lo más importante es que la Iglesia no negó la
existencia de la gracia eficaz. Lo que sucedió es que posteriormente los jesuitas,
al menos en algunas ocasiones, volvieron a explicaciones más cercanas al moli-
nismo puro, y eso hizo que no siempre quedara suficientemente clara la gratui-
dad de la salvación en ciertas explicaciones teológicas.
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las universidades de Alcalá y Salamanca prepararon también otras listas con pro-
posiciones erróneas. En 1567 Felipe II consiguió que saliera la bula Ex omni-
bus afflictionibus, aunque se extremaron las delicadezas: no se citaba a Bayo y la
condena era de una manera global, pues se quería evitar el escándalo de conde-
nar a un profesor de Lovaina, universidad que se había caracterizado por su opo-
sición a Lutero. Bayo escribió una Apología a san Pío V y más o menos se guar-
daron las formas. No obstante su enseñanza se siguió difundiendo, y Gregorio
XIII publicó la bula Provisionis nostrae en 1579 y envió al jesuita Toledo para que
Bayo la aceptara, lo que al menos exteriormente sí hizo.
En ambas bulas la cláusula final era ambigua, pues según donde se situara
una coma, se condenaban las proposiciones en el sentido del autor o bien se con-
denaban en sí mismas, admitiendo una posible lectura favorable. En general los
jesuitas, en su batalla anti-jansenista posterior defendieron la primera opción,
para tratar de relacionar el problema de Bayo con el de Jansenio, de manera que
no hubiera ninguna posible lectura aceptable de las proposiciones y se pudieran
aplicar también a Jansenio. En los estudios actuales, y visto el modo de procla-
mar la condena, parece que se quiso actuar con suavidad, para evitar el escán-
dalo y dejar una escapatoria a Bayo y una posible sumisión. En cualquier caso,
los documentos posteriores del magisterio ayudaron a precisar estas cuestiones.
Desde un punto de vista dogmático señalaríamos cuatro aspectos importan-
tes en las condenas de Bayo, a pesar de la dificultad de interpretación de la bula
citada:
«3. Tanto para los ángeles buenos como para el hombre, si hubiera
perseverado en aquel estado hasta el fin de su vida, la felicidad hubiera
sido retribución, no gracia.
6. Por ley natural fue establecido para el hombre que, si perseverara en
la obediencia, pasaría a aquella vida en que no podía morir.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
7. Los méritos del primer hombre íntegro fueron los dones de la pri-
mera creación; pero según el modo de hablar de la Sagrada Escritura, no se
llaman rectamente gracia; con lo que resulta que sólo deben denominarse
méritos, y no también gracia.
21. La sublimación y exaltación de la humana naturaleza al consorcio
de la naturaleza divina, fue debida a la integridad de la primera condición
y, por ende, debe llamarse natural y no sobrenatural.
23. Absurda es la sentencia de aquellos que dicen que el hombre, desde
el principio, fue exaltado por cierto don sobrenatural y gratuito, sobre la
condición de su propia naturaleza, a fin de que de manera sobrenatural
por la fe, esperanza y caridad diera culto a Dios.
24. Hombres vanos y ociosos, siguiendo la necedad de los filósofos,
excogitaron la sentencia, que hay que imputar al pelagianismo, de que
el hombre fue de tal suerte constituido desde el principio que por dones
sobreañadidos a su naturaleza fue sublimado por largueza del Creador y
adoptado por hijo de Dios.
28. La integridad de la primera creación no fue exaltación indebida de
la naturaleza humana. sino condición natural suya». S. Pío V, Ex omnibus
afflictionibus (1-10-1567) [DH 1903; 1906-1907; 1921; 1923-1924;
1928].
2º. Después del pecado original el hombre ha quedado tan herido que sin la
gracia el libre albedrío vale sólo para pecar y la misma concupiscencia ya es un
pecado.
«25. Todas las obras de los infieles son pecados, y las virtudes de los
filósofos son vicios.
27. El libre albedrío, sin la ayuda de la gracia de Dios, no vale sino
para pecar.
28. Es error pelagiano decir que el libre albedrío tiene fuerza para
evitar pecado alguno.
35. Todo lo que hace el pecador o siervo del pecado, es pecado.
74. La concupiscencia en los renacidos que han recaído en pecado
mortal, en los que ya domina, es pecado, así como también los demás
hábitos malos.
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3º. Como una consecuencia de los dos apartados anteriores, es lógico que
Bayo no quisiera admitir entre el amor de concupiscencia (negativo, procedente
del pecado) y el amor de caridad (infundido por Dios) un amor o afecto natural,
pues para él la caridad sería el amor natural en el hombre.
«34. La distinción del doble amor, a saber, natural, por el que se ama
a Dios como autor de la naturaleza; y gratuito, por el que se ama a Dios
como santificador, es vana y fantástica y pensada para burlar las Sagradas
Letras y muchísimos testimonios de los antiguos.
36. El amor natural que nace de las fuerzas de la naturaleza, por sola
la filosofía con exaltación de la presunción humana, es defendido por
algunos doctores con injuria de la cruz de Cristo.
37. Piensa con Pelagio el que reconoce algún bien natural, esto es, que
tenga su origen en las solas fuerzas de la naturaleza.
38. Todo amor de la criatura racional o es concupiscencia viciosa por la
que se ama al mundo y es por Juan prohibida, o es aquella laudable caridad,
difundida por el Espíritu Santo en el corazón, con la que es amado Dios».
S. Pío V, Ex omnibus afflictionibus (1-10-1567) [DH 1934; 1936-1938].
4º. La definición de libertad que emplea resulta muy defectuosa, pues inclui-
ría en la libertad aquellas cosas que se hacen por necesidad, con tal de que no haya
una coacción externa. De esta manera, el hombre caído, que en sus presupues-
tos no podría evitar el pecado, pecaría libremente, aunque fuera por necesidad.
«39. Lo que se hace voluntariamente, aunque se haga por necesidad; se
hace, sin embargo, libremente.
46. Lo voluntario no pertenece a la esencia y definición del pecado, y
no se trata de definición, sino de causa y origen, a saber, si todo pecado
debe ser voluntario.
66. Sólo la violencia repugna a la libertad natural del hombre.
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sólo Dios debe ser amado sobre todo lo creado, y esto no es un juicio
indiferente, como si fuera un adorno de la naturaleza, que la perfecciona,
como quieren algunos, según dije antes, sino una obligación naturalísima,
universalísima, y severísima.
Capítulo XX: Cómo la buena voluntad en la que debe ser constituida
la criatura racional es gracia.
Digo que es gracia en cuanto que antecede la voluntad de constituir a
la criatura en tal dignidad, que absolutamente nada, sino sólo Dios, puede
saciarla y hacerla bienaventurada; como esto no se puede obtener ni per-
fecta ni imperfectamente sin la gracia, ni amando, ni gozando, supuesta
dicha voluntad, se trata de algo debido, para que la voluntad de Dios no
resulte algo sin razón.
¿Qué sería más absurdo y opuesto a la razón que querer constituir una
criatura de dignidad excelentísima, y privarla de las ayudas sin las cuales
no sólo no puede alcanzar la felicidad, sino que sería, incluso inferior a
todas las criaturas [...] Por lo cual, para que aparezca más claramente la
razón de gracia, hay que tener en cuenta que la gracia en el sentido más
propio no se opone a todo lo debido, como lo connatural, lo oportuno,
lo congruente, lo justo, que nacen de otros principios distintos del dere-
cho de la criatura: nada es más connatural a la imagen de Dios inocente
constituida naturalmente con capacidad de Dios que la gracia [...] Ves los
trabajos de los miembros de Dios, ves el pago retribuido a esos trabajos
conforme a lo debido. Pero esto no tiene sentido en la gracia del estado de
naturaleza inocente, ni es efecto de la misericordia, donde no hay ninguna
miseria, ni liberación de un estado de condena; pero se dice que es debida
en cierto modo, no tanto a la misma naturaleza racional, cuanto al orden
natural de Dios, para no crear miserable a la naturaleza de la imagen de
Dios inocente, antes de que merezca la miseria: sería necesario que fuera
miserable si se constituye sin el amor de Dios, como dijimos y abundare-
mos». C.Jansenius, Augustinus, II.
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gracia suficiente (verdadera gracia de Dios, que causa su efecto pero que no llega
a conseguir todo porque le ha resistido la voluntad).
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«13. Cuando Dios quiere salvar el alma y la toca con la mano interior
de su gracia, ninguna voluntad humana le resiste.
14. Todos los que Dios quiere salvar por Cristo se salvan infalible-
mente». Clemente XI, Unigenitus (8-12-1713) [DH 2413-2414].
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Por la condena queda muy claro que los dones sobrenaturales no son una
consecuencia (sequela) de la creación, sino algo mucho mayor, que incluía, ade-
más, la preservación de la muerte.
«La doctrina del Sínodo sobre el estado de feliz inocencia, cual la repre-
senta en Adán antes del pecado y que comprendía no sólo la integridad,
sino también la justicia interior junto con el impulso hacia Dios por el
amor de caridad, y la primitiva santidad en algún modo restituida después
de la caída; en cuanto da a entender en su conjunto que aquel estado fue
consecuencia (sequela) de la creación, debido por exigencia natural y por
la condición de la humana naturaleza, no gratuito beneficio de Dios, es
falsa, otra vez condenada en Bayo y en Quesnel, errónea y favorecedora de
la herejía pelagiana». Pío VI, Auctorem fidei (28-8-1794) 16 [DH 2616]
«La doctrina del Sínodo que enuncia que: después de la caída de Adán,
Dios anunció la promesa del futuro libertador y quiso consolar al género
humano por la esperanza de la salvación que había de traer Jesucristo;
que Dios, sin embargo, quiso que el género humano pasara por varios
estados antes de llegar a la plenitud de los tiempos; y primeramente, para
que abandonado el hombre a sus propias luces en el estado de naturaleza
aprendiera a desconfiar de su ciega razón y por sus aberraciones se moviera
a desear el auxilio de la luz superior; tal como está expuesta, es doctrina
capciosa, y, entendida del deseo de ayuda de una luz superior en orden a la
salvación prometida por medio de Cristo, para concebir el cual se supone
que pudo moverse el hombre a sí mismo, abandonado a sus propias luces,
es sospechosa y favorecedora de la herejía semipelagiana.
Igualmente, la que añade que el hombre bajo la Ley, por ser impotente
para observarla, se volvió prevaricador, no ciertamente por culpa de la Ley,
que era santísima, sino por culpa del hombre que bajo la Ley sin la gracia,
se hizo más y más prevaricador, y añade todavía que la Ley, si no sanó el
corazón del hombre, hizo que conociera sus males y, convencido de su
flaqueza, deseara la gracia del mediador; por la parte que da a entender de
manera general que el hombre se hizo prevaricador por la inobservancia
de la Ley, que era impotente para observar, como si pudiera mandar algo
imposible el que es justo, o como si el que es piadoso hubiera de condenar
al hombre por algo que no pudo evitar, es falsa, escandalosa, impía y
condenada en Bayo.
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Por la parte que se da a entender que el hombre bajo la Ley sin la gracia
pudo concebir deseo de la gracia del mediador, ordenado a la salud pro-
metida por medio de Cristo, como si no fuera la gracia misma la que hace
que sea invocado por nosotros, la proposición, tal como está, es capciosa,
sospechosa y favorecedora de la herejía semipelagiana». Pío VI, Auctorem
fidei (28-8-1794) 18-20 [DH 2618-2620]
«La proposición que afirma: que la luz de la gracia, cuando está sola,
sólo hace que conozcamos la infelicidad de nuestro estado y, la gravedad
de nuestro mal; que la gracia en tal caso produce el mismo efecto que
producía la Ley: y, por tanto, es necesario que Dios cree en nuestro cora-
zón el amor santo e inspire el santo deleite contrario al amor dominante
en nosotros; que este amor santo, este santo deleite es propiamente la
gracia de Jesucristo, la inspiración de la caridad por la que hacemos con
santo amor lo que conocemos; que ésta es aquella raíz de que brotan las
buenas obras; que ésta es la gracia del Nuevo Testamento, que nos libra
de la servidumbre del pecado y nos constituye hijos de Dios; en cuanto
entiende que sólo es propiamente gracia de Jesucristo la que crea al amor
santo en el corazón y la que hace que hagamos, o también aquella por
la que el hombre, liberado de la servidumbre del pecado, es constituido
hijo de Dios; y que no sea también propiamente gracia de Cristo aquella
gracia por la que es tocado el corazón del hombre por la iluminación del
Espíritu Santo, y que no se da verdadera gracia interior de Cristo a la que
se resista, es falsa, capciosa, inductiva al error y condenada como herética
en la segunda proposición de Jansenio, que con esta [proposición] ha sido
renovada». Pío VI, Auctorem fidei (28-8-1794) 21 [DH 2621]
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Fénelon, quien escribió una Explicación de las máximas de los santos favorable a la
anterior, en la que el objetivo era un amor puro y desinteresado hasta de la pro-
pia salvación.
Sin embargo, a pesar de la buena voluntad de ambos, se planteaba el amor de
Dios de un modo incorrecto, pues se excluía necesariamente el propio interés y el
propio beneficio en el amor. Es cierto que en el amor al otro se busca el interés y
el bien del otro, pero no se puede plantear como si excluyera, a la vez y esencial-
mente, el propio bien del que ama. Presentar las cosas de otra manera converti-
ría el amor en algo así como el imperativo categórico kantiano del deber por el
deber. Se llegaba incluso al extremo de afirmar que ese estado de sumo desinterés
conllevaba que el alma se creyera reprobada y condenada por Dios, lo cual resul-
taba absurdo, pues la condenación precisamente quiere decir la ruptura y separa-
ción del amor de Dios. Una vez más, el plantear la vida espiritual como contraria
a la naturaleza conducía a extremos ridículos que fueron empleados por los enci-
clopedistas y volterianos para desacreditar la vida mística. Presentamos dos tex-
tos significativos de las condenas a Fénelon.
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Eckhart en las que no quedaba muy clara la distinción entre el creador y la cria-
tura, ni la colaboración de ésta a la salvación.
Cierra la serie de grandes intervenciones al final de la Edad Media el Concilio
Lateranense V, en el que tuvieron que condenarse de nuevo ideas semejantes a las
del Averroísmo latino, esta vez defendidas por Pomponazzi, de la universidad de
Padua. Frente a este autor el concilio declaró que: 1) el alma intelectiva esencial-
mente y por sí es forma del cuerpo humano, 2) que es una para cada cuerpo, y
por tanto hay tantas almas como cuerpos, 3) que la verdad filosófica no se puede
oponer a la verdad teológica.
Las ideas básicas de la Reforma ocupan el §3, comenzando por las enseñanzas
de Lutero, que rechazó los grandes planteamientos de la época anterior y la esco-
lástica en su conjunto por considerarla algo pelagiano. Su afirmación fundamen-
tal está tomada de Rom 1,17: El justo vive por la fe, en el sentido de que la justi-
ficación se debe sólo a Cristo, mientras que las obras exteriores y sacramentos no
aportan nada. Las características de esta justicia son las siguientes: 1) el hombre
no la puede adquirir por sí mismo; 2) el hombre es justo sólo en la medida que
es considerado como tal por Dios, quien le imputa la justicia que siempre per-
manece exterior al hombre; 3) la justicia no es una justicia punitiva, sino un jui-
cio de misericordia que Dios pronuncia sobre el hombre, en sí mismo injusto; 4)
el hombre llega a esta justicia por la fe que presta a la palabra de Dios. Al hablar
del pecado original Lutero adopta una perspectiva más personalista que metafí-
sica: sólo le interesa la relación hombre/Dios, que por parte del hombre es sólo
pecado, soberbia y concupiscencia. La naturaleza humana resulta impotente para
el bien, y como el pecado se identifica con la concupiscencia, es imposible libe-
rarse del todo del pecado, aun en los justificados por el bautismo, de modo que el
hombre es a la vez justo y pecador. Consiguientemente el libre albedrío no tiene
papel alguno en la justificación, ya que es un siervo arbitrio, no un libre arbitrio.
Melanchton presentó las doctrinas de Lutero en forma más sistemática, pero
también más suavizada: insistió en afirmaciones antipelagianas, sobre que el
hombre nace en pecado y le afecta el pecado original y subraya que la ira de Dios
cae sobre los que no renacen por el bautismo, pero no abunda tanto en que el
hombre siga siendo pecador y en los aspectos de la theologia crucis. Al hablar de
la justificación subraya los méritos de Cristo, pero sin entrar en si es una justicia
meramente imputativa, aunque cuando debió precisar estas cuestiones desarro-
lló los planteamientos de Lutero.
Calvino también indica que el pecado original ha dañado profundamente al
hombre y produce toda otra serie de pecados. Asocia fuertemente la concupis-
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
V.Grossi, «Pecado original y pecado de los orígenes: de concilio de Trento a
la época contemporánea», en B.Sesboüé (ed.) El hombre y su salvación, Salamanca
1996, 169-190.
L.F.Ladaria, «La creación del cielo y de la tierra», en B.Sesboüé (ed.) El hom-
bre y su salvación, Salamanca 1996, 53-66.
L.F.Ladaria, «El hombre creado a imagen de Dios», en B.Sesboüé (ed.) El
hombre y su salvación, Salamanca 1996, 100-113.
Particulares
[1] Cf. G. D’Onofrio (ed.) «Discussioni teologiche nel regno di Carlo il
Calvo» en G. D’Onofrio, Storia della teologia nel medioevo, I, Piemme, Casale-
Monferrato 1996,197-240.
[2] Cf. R.Foreville, Lateranense IV, Eset, Vitoria 1973.
[3] Cf. J.A.Weisheipl, Tomás de Aquino. Vida, obras, doctrina, EUNSA, Pam-
plona 1994, 314-328.
[4] Cf. P.M.de Contenson, «La théologie de la vision de Dieu au debut du
XIII siècle» en Revue des sciences Philosophiques et Théologiques 46 (1962) 409-
444.
[5] Para comprender las ideas de fondo de Eckhart que dieron lugar a las con-
denas, más allá de las vicisitudes históricas de las mismas, cf. E.Gilson, La filoso-
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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CAPÍTULO 6
Los dos últimos siglos han estado marcados por la revolución científica, entendida
por la Ilustración como una visión alternativa a la fe, aunque poco a poco la misma
ciencia se fue liberando de estos presupuestos ideológicos para reconocer sus propios
límites. La filosofía, en cambio, insistió con fuerza creciente en el peso de la razón
como explicación última de todo y propuso unas visiones del mundo tendentes al pan-
teísmo (Spinoza o Hegel) o de tendencia racionalista. Ante esta situación la Iglesia
recordó una serie de puntos fundamentales, de manera particular en el Concilio Vati-
cano I sobre la trascendencia de Dios y el valor y límites de la razón humana al expli-
car la realidad. En el siglo XX, después de la crisis modernista, destacaron las afirma-
ciones de Pío XII en la Humani generis, para precisar temas esenciales de antropolo-
gía teológica, como lo referente al pecado original. El Concilio Vaticano II, particu-
larmente en la Gaudium et Spes valoró grandemente lo referente a la creación, insis-
tiendo en el aspecto cristológico. El disenso creciente en la época posconciliar obligó a
varias intervenciones magisteriales, entre las cuales el Credo del Pueblo de Dios de
Pablo VI supuso una síntesis autorizada de las grandes afirmaciones sobre este tema.
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raleza. Para los filósofos de la ciencia esto se basaba en una presunta evidencia de
las leyes de la dinámica. Este motivo había llevado a desechar el estudio filosó-
fico de la naturaleza.
Sin embargo, después del descubrimiento de las nuevas geometrías no euclí-
deas (Bolyai y Lobaçevski entre otros) el carácter apodíctico de la ciencia de
Newton tuvo que ser sustituido, y pasó a tener un carácter hipotético. Desde la
Antigüedad muchos habían considerado que existía solo una geometría posible,
la que sistematizó Euclides en sus Elementos, pero ya a mediados del siglo XIX
quedaba claro que existían otras posibles geometrías, cuyos campos de aplica-
ción irían apareciendo. La obra de Euclides había sido en cierto modo el modelo
de no pocos autores de la Revolución científica y su relativización tuvo grandes
consecuencias.
Algo parecido sucedió con la física: a raíz de los descubrimientos que citare-
mos a continuación ya no se deberá hablar de la mecánica o la física, para refe-
rirse a la de Newton (como hacía Kant), sino a la mecánica clásica, con un campo
de aplicación definido, los llamados fenómenos mecánicos macroscópicos, es
decir, los fenómenos de la experiencia ordinaria que tienen que ver con la diná-
mica. En otros campos serán necesarias otras explicaciones. Sucede algo análogo
a la geometría. La geometría euclídea no es la única geometría posible ni una teo-
ría apodíctica, sino hipotética. Resulta válida en un campo de aplicación defi-
nido. Por tanto, la superación de la física de Newton o de la geometría de Eucli-
des no quiere decir que sean falsas, sino que no se puede sostener su carácter apo-
díctico y omnicomprensivo.
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mos algunas claves de autores que, a nuestro modo de ver, propusieron visiones
del mundo y del hombre más distanciadas del mensaje cristiano, sin entrar en
sus motivaciones últimas. En concreto este apartado se entiende como prepa-
ración para comprender las intervenciones magisteriales del tercer apartado del
presente capítulo.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
la naturaleza o en dios. Sería algo así como distinguir entre las premisas y las con-
secuencias de un sistema deductivo, pero ya las consecuencias están en las pre-
misas de manera necesaria. Como se puede advertir no salimos de un monismo
metafísico y en realidad no se avanza mucho desde las consideraciones estoicas.
Las consecuencias para la consideración religiosa del hombre son muy gran-
des, pues es evidente que un dios de este tipo no puede intervenir en la natura-
leza, que ya es divina en sí misma. Todos los relatos de milagros o de realidades
sobrenaturales quedan reducidos al ámbito de lo mítico y lo que hay de valioso
en la Biblia son sus enseñanzas racionales. Tales enseñanzas, que no van más allá
de la referencia al determinismo absoluto del dios/naturaleza, son comunes entre
las diversas religiones y por ello es absurdo litigar por motivos religiosos. Así pues
en Spinoza la noción de libertad religiosa se basa en la imposibilidad de alcanzar
la verdad, algo parecido a lo que sucedió en el neoplatonismo del siglo IV; no se
basa en la dignidad de la persona humana (noción incompatible con su sistema),
que no debe ser coaccionada.
El hombre debe pasar de un nivel de imaginación (que considera las cosas
como existentes en sí) al nivel del razonamiento (la capacidad para captar los
nexos necesarios) hasta la intuición o conocimiento intuitivo de la unidad y uni-
cidad de la totalidad de la sustancia. La virtud se identifica con lo útil para la
conservación de la totalidad de la naturaleza y va unida a ese desarrollo intelec-
tual. Las pasiones son los que se opone a esa ascensión intelectual que llega al amor
de Dios, entendido este como esa contemplación de la totalidad. Eso sí, el indi-
viduo debe desarrollar lo que le ha dado la naturaleza (en términos de capaci-
dad y de fuerza), y sería propio del hombre pasional pretender aquello a lo que
no tiene derecho por naturaleza. La sociedad tiene el derecho de juzgar el bien y
el mal en función de lo que es más útil para la totalidad. El estado debe asegu-
rar esa racionalidad y por lo tanto establecer la igualdad de las religiones, que no
son más que expresiones insuficientes y primitivas del conocimiento intuitivo del
dios/naturaleza. A la luz de todo esto se comprende que Spinoza fuera expulsado
de la sinagoga y haya sido considerado como el padre del ateísmo moderno, aun-
que sus ideas principales no eran muy distintas del absoluto inmanente que ya
habían propuesto algunos autores de la Antigüedad.
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antes habíamos dicho que con Spinoza estábamos en la línea estoica, la conse-
cuencia de Leibniz del mal necesario parece acercarnos a los neoplatónicos. Este
resultado no es sorprendente, dado el aprecio de Leibniz por Platón y sobre todo
porque la revolución científica tuvo mucho de platonismo aplicado mediante el
cálculo infinitesimal. En cualquier caso no salimos de la pretensión de un abso-
luto inmanente que abarca las diferencias en su interior, lo cual dista mucho de
ser consistente.
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expresar como B’). Asimismo hay una relación necesaria entre A’ y B’ en forma
de ley matemática a priori, de la evolución dinámica del sistema, con la forma de
la doble implicación: A’ se da si y solo si se da B’ y viceversa.
El carácter anti-metafísico de esto depende de dos factores: a) El fundamento
de todas las relaciones temporales está ligado intrínsecamente a la mente humana
auto-consciente y a su capacidad de representar los fenómenos en el tiempo; lo
no material no existe, ya que la categoría del ser solo se refiere a la unificación de
percepciones. b) El fundamento del carácter absoluto de las leyes está también
ligado a la mente humana auto-consciente, y el carácter apodíctico y no hipo-
tético, a una auto-evidencia de las leyes, de tipo no empírico. El regulador de la
naturaleza ya no es Dios, sino el yo auto-consciente.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
tal como aparece en el hombre. Este autor depende también gran medida de Spi-
noza, pues entiende la inmanencia de lo divino al modo de la natura naturans en
la natura naturata. No hace falta decir que en este planteamiento la noción de
creación carece de sentido y como mucho habla de la conservación que indica la
experiencia de la continuidad que percibe el hombre en las cosas y la remonta a
un principio último, del que depende todo. Obviamente no se puede plantear en
este sistema la trascendencia real de tal principio.
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6. CUESTIONES PROPUESTAS POR LA MODERNIDAD Y RESPUESTA DE LA IGLESIA
luego la identidad. Como Hegel parte de que hay una identidad entre lo ideal
y lo real, entre pensamiento y realidad, el proceso de las alienaciones sucesivas
es un procedimiento universal del Espíritu, no solo un instrumento lógico, sino
metafísico. Por eso debe darse la alienación o negación, y después la negación
de la negación. Ahora bien, desde el punto de vista lógico (aunque Hegel no lo
formule) este procedimiento supone negar lo que en lógica se denomina ley del
pseudo-Escoto: de lo verdadero se deriva solo lo verdadero, de lo falso se puede
derivar lo verdadero (per accidens) o lo falso (per se). Un ejemplo de la segunda
parte de esta ley sería decir: «Las piedras son racionales, Juan es piedra, luego
Juan es racional»; la estructura lógica de derivación es correcta, las premisas falsas
y el resultado verdadero. En el planteamiento hegeliano, si se da la tesis, su nega-
ción o antítesis y su superación o síntesis, como algo sistemático debemos negar
la ley del pseudo-Escoto, porque ahora de lo verdadero se deriva también lo falso,
dado que se niega sistemáticamente lo que antes se afirmaba.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
a pasar más de una vez por el mismo elemento, precisamente como sucede en la
historia (de ahí el nombre de método histórico-dialéctico). Así el destino de todo
ente es el de perecer, es decir, el de ser negado en el paso sucesivo, pues todo indi-
viduo vale solo como momento dialéctico para la construcción de la Totalidad. Al
final se volverá al punto de partida, sea cual sea el itinerario recorrido, pues en la
historia no hay providencia, sino solo necesidad.
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pretando todos los dogmas. Es importante advertir hasta qué punto tales erro-
res dependen de un error antropológico respecto a la razón, lo que conlleva tam-
bién un modo erróneo de plantear lo sobrenatural. La respuesta de la Iglesia fue
bastante clara:
«Entre tales maestros del error, por la fama constante y casi común
extendida por Alemania, hay que contar a Jorge Hermes, pues desvián-
dose audazmente del camino que la tradición universal y los Santos
Padres abrieron en la exposición y defensa de las verdades de la fe, es
más, despreciándolo y condenándolo con soberbia, inventa una tenebrosa
vía hacia todo género de errores en la duda positiva, como base de toda
disquisición teológica, y en el principio, establecido por él, de que la razón
es la norma principal y medio único por el que pueda el hombre alcanzar
el conocimiento de las verdades sobrenaturales [...]
[se ha juzgado que el autor escribe] en dichas obras muchas sentencias
absurdas, ajenas a la doctrina de la Iglesia Católica; en particular, acerca de
la naturaleza de la fe y la regla de creer; acerca de la Sagrada Escritura, de la
tradición, la revelación y el magisterio de la Iglesia; acerca de los motivos
de credibilidad, de los argumentos con que suele establecerse y confirmarse
la existencia de Dios, de la esencia de Dios mismo, de su santidad, justicia,
libertad y finalidad en las obras que los teólogos llaman ad extra, así como
acerca de la necesidad de la gracia, de la distribución de ésta y de los dones,
la retribución de los premios y de las penas; acerca del estado de los prime-
ros padres, el pecado original y las fuerzas del hombre caído;
[...sus obras contienen] doctrinas y proposiciones falsas, temerarias,
capciosas, que inducen al escepticismo y al indiferentismo, erróneas,
escandalosas, injuriosas para las escuelas católicas, subversivas de la fe
divina, que saben a herejía y otras veces fueron condenadas por la Iglesia».
Gregorio XVI, Dum acerbissimas (26-9-1835) [DH 2738-2740].
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por qué de los misterios divinos. Los resultados no eran compatibles con la ense-
ñanza de la Iglesia, y por ello el Magisterio intervino en los términos siguientes:
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negarse sin error en la fe». Pío IX, Dolore haud mediocri (30-4-1860) [DH
2833].
Como es fácil advertir, más allá de la oscuridad del lenguaje típica de estos
autores alemanes y de los resabios hegelianos, subyace una noción completa-
mente determinística de leyes de la naturaleza. Esa superación se va dando ya
incluso en niveles de vida sub-humanos. En realidad todo esto recuerda a un
cierto vitalismo nacido por oposición al racionalismo, que aquí se entrelazan en
la típica dialéctica, pero que, no van más allá de una fantasía (ahora en el sentido
vulgar del término) pues ni las leyes naturales son absolutas, ni la vida se opone
a la razón, ni la contraposición dialéctica explica nada.
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de las ideas, o al menos del que procedería el carácter universal de las mismas.
Fue Gioberti en el siglo XIX el que más lo desarrolló, apoyado en afirmaciones
previas de Malebranche, y sus partidarios siempre quisieron apelar, con cierto
anacronismo, a san Agustín y san Buenaventura.
Las premisas de este sistema, a pesar de la buena voluntad de los autores, tien-
den a naturalizar lo sobrenatural, pues si lo fundamental es esa primera intuición
de Dios, el resto de los conocimientos, incluido el de la fe no parece que apor-
ten mucho. Si antes de la visión beatífica, e incluso antes de la vida sobrenatu-
ral de la fe se da ya como una cierta captación inmediata y experimental de Dios
no parece que la diferencia con los dones sobrenaturales pueda ser algo esencial,
sino algo meramente gradual. Por otra parte, si conociendo a Dios conocemos,
al menos en cierto modo, los entes, no acaba de quedar muy clara la trascenden-
cia de Dios. Finalmente, si para alcanzar un conocimiento universal (por ejem-
plo, el concepto de gato) primero tengo que tener esa experiencia de Dios, difí-
cilmente podré probar de manera racional que existe un Dios trascendente dis-
tinto del mundo, pues la existencia de Dios resultaría el presupuesto a cualquier
demostración racional.
En realidad en el ontologismo subyace la negación del procedimiento de abs-
tracción: como se sabe mediante la abstracción podemos pasar de conocimientos
particulares sensibles a conocimientos universales inteligibles, pero para esto es
suficiente, como veremos, poseer un entendimiento inmaterial, sin necesidad de
tales experiencias o captaciones. También en el ontologismo hay que subrayar el
deseo típicamente moderno de certeza absoluta (que no era ajeno al platonismo)
frente al procedimiento aparentemente más inseguro de la abstracción. En cual-
quier caso la santa Sede consideró que las siguientes proposiciones no se podían
enseñar con seguridad:
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Los cánones precisaron todavía más las cuestiones, y resultan muy notables
el cuarto y el quinto. En el cuarto se advierte contra cualquier forma de pan-
teísmo o monismo, algo tan común en los sistemas filosóficos alemanes del XIX;
el quinto recuerda que la creación de la nada es la mejor manera de establecer
la diferencia entre las criaturas y Dios, que también se ha subrayado antes en el
canon 3.
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«1. Si alguno negare al solo Dios verdadero creador y señor de las cosas
visibles e invisibles, sea anatema.
2. Si alguno no se avergonzare de afirmar que nada existe fuera de la
materia, sea anatema
3. Si alguno dijere que es una sola y la misma la sustancia o esencia de
Dios y la de todas las cosas, sea anatema.
4. Si alguno dijere que las cosas finitas, ya corpóreas, ya espirituales, o
por lo menos las espirituales, han emanado de la sustancia divina, o que la
divina esencia por manifestación o evolución de sí, se hace todas las cosas,
o, finalmente, que Dios es el ente universal o indefinido que, determinán-
dose a sí mismo, constituye la universalidad de las cosas, distinguida en
géneros, especies e individuos, sea anatema.
5. Si alguno no confiesa que el mundo y todas las cosas que en él se
contienen, espirituales y materiales, han sido producidas por Dios de la
nada según toda su sustancia, o dijere que Dios no creó por libre voluntad,
sino con la misma necesidad con que se ama necesariamente a sí mismo,
o negare que el mundo ha sido creado para gloria de Dios, sea anatema».
Concilio Vaticano I, Dei Filius (24-4-1870) [DH 3021-3025].
«La misma santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, principio
y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural
de la razón humana partiendo de las cosas creadas; porque lo invisible de
El, se ve, partiendo de la creación del mundo, entendido por medio de lo
que ha sido hecho [Rom 1, 20]; sin embargo, quiso su sabiduría y bondad
revelar al género humano por otro camino, y éste sobrenatural, a sí mismo
y los decretos eternos de su voluntad, como quiera que dice el Apóstol:
Habiendo Dios hablado antaño en muchas ocasiones y de muchos modos
a nuestros Padres por los profetas, últimamente, en estos mismos días, nos
ha hablado a nosotros por su Hijo [Heb 1, 1s].
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
mas pueden ser cada vez más y mejor conocidos, pero no en un sentido contrario
al que ha propuesto la Iglesia. En estas ideas hay todo un planteamiento acerca
de la posibilidad de conocer la verdad respecto a Dios y la posibilidad de que
nuestro lenguaje pueda hablar de Dios.
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6. CUESTIONES PROPUESTAS POR LA MODERNIDAD Y RESPUESTA DE LA IGLESIA
dogmas que una vez declaró la santa madre Iglesia y jamás hay que apar-
tarse de ese sentido bajo pretexto y nombre de una más alta inteligencia
1. Si alguno dijere que en la revelación divina no se contiene ningún
verdadero y propiamente dicho misterio, sino que todos los dogmas de la
fe pueden ser entendidos y demostrados por medio de la razón debida-
mente cultivada partiendo de sus principios naturales, sea anatema.
3. Si alguno dijere que puede suceder que, según el progreso de la
ciencia, haya que atribuir alguna vez a los dogmas propuestos por la Iglesia
un sentido distinto del que entendió y entiende la misma Iglesia, sea ana-
tema». Concilio Vaticano I, Dei Filius (24-4-1870) [DH 3015-3017;
3020; 3041; 3043].
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
que tienen tales textos para la antropología teológica es que muestran las conse-
cuencias prácticas de errores frente a los que la Iglesia llevaba advirtiendo desde
hacía mucho tiempo.
En el nazismo se subrayaba la base panteísta, unida a la tendencia, bastante
hegeliana, a ver en el Estado la encarnación del Absoluto, aun a costa de corrom-
per toda una serie de conceptos cristianos, a los que se daba un sentido comple-
tamente diferente.
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6. CUESTIONES PROPUESTAS POR LA MODERNIDAD Y RESPUESTA DE LA IGLESIA
«Esta doctrina [de Marx] enseña que solo existe una realidad, la mate-
ria, con sus fuerzas ciegas, la cual, por evolución, llega a ser planta, animal,
hombre. La sociedad humana, por su parte, no es más que una apariencia
y una forma de la materia, que evoluciona del modo dicho y que por
ineluctable necesidad tiende, en un perpetuo conflicto de fuerzas, hacia la
síntesis final: una sociedad sin clases. En esta doctrina, como es evidente,
no queda lugar alguno para la idea de Dios, no existe diferencia entre el
espíritu y la materia ni entre el cuerpo y el alma; no existe una vida del
alma posterior a la muerte, ni hay, por consiguiente, esperanza alguna en
la vida futura. Insistiendo en el aspecto dialéctico de su materialismo, los
comunistas afirman que el conflicto que impulsa el mundo hacia su sínte-
sis final puede ser acelerado por el hombre. Por eso procuran exacerbar las
diferencias existentes entre las diversas clases sociales y se esfuerzan para
que la lucha de clases, con sus odios y destrucciones, adquiera el aspecto
de una cruzada para el progreso de la humanidad [...].
El comunismo, además, despoja al hombre de su libertad, principio
normativo de su conducta moral, y suprime en la persona humana toda
dignidad y todo freno moral eficaz contra el asalto de los estímulos ciegos.
Al ser la persona humana, en el comunismo, una simple ruedecilla de
un engranaje total, niegan al individuo, para atribuirlos a la colectividad,
todos los derechos naturales propios de la personalidad humana. En las
relaciones sociales de los hombres afirman el principio de la absoluta igual-
dad, rechazando toda autoridad jerárquica establecida por Dios, incluso
la de los padres, porque, según ellos, todo lo que los hombres llaman
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Más adelante se dirá que «[Jesucristo] entra como hombre perfecto en la his-
toria del mundo» (Gaudium et spes 38). Estas ideas nos ofrecen una luminosa
presentación del hombre a la luz del proyecto de Dios sobre él. En este sentido el
papel de Cristo es fundamental para que el hombre alcance la vocación a la que
Dios le llama. Como ya hemos indicado antes en modo alguno se dice que deba
eliminarse la distinción entre naturaleza y gracia, o natural y sobrenatural. Pre-
tender que lo que opinaban ciertos peritos conciliares es la doctrina del Conci-
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En cuarto y último lugar debemos situar las afirmaciones en las que se habla
del destino último del mundo. Ya en la Lumen gentium 48 encontramos un resumen
de los planteamientos escatológicos, pero en diversos lugares de Gaudium et spes
aparece más la idea de Cristo como principio y fin de la creación (nn.10,38,45).
En línea con lo afirmado en el párrafo anterior Gaudium et spes 49 explica que la
espera de la tierra nueva y definitiva no puede debilitar los afanas legítimos para
perfeccionar el mundo presente. Podríamos decir que de nuevo aparece la con-
sistencia y realidad propia de la creación, junto con esa vocación divina que se
consumará en la escatología.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
blemas, que impedían una asimilación correcta del Vaticano II. De una manera
peculiar el credo del Pueblo de Dios propuso elementos fundamentales de la fe.
Sin embargo para la antropología teológica también hay que recordar las afirma-
ciones de la comisión cardenalicia creada por Pablo VI para evaluar los errores y
correcciones necesarias en el denominado Catecismo Holandés. Este texto, auspi-
ciado por el episcopado de Holanda, quería responder a las corrientes catequé-
ticas del momento, así como a los planteamientos teológicos de Schillebeeckx
y Schoonemberg. Desde el primer momento no faltaron las polémicas y final-
mente Pablo VI creó una comisión cardenalicia especial que lo examinó y ofre-
ció todo un elenco de textos que se debían modificar. Respecto a la antropología
teológica aparecían una serie de deficiencias, que de hecho continuaron también
en materiales catequéticos posteriores ya que los principios teológicos de los que
partían estaban muy extendidos. Como se puede ver en el texto de la comisión
cardenalicia los problemas más serios se encontraban en torno a la existencia de
seres espirituales, la creación inmediata del alma y cuestiones sobre el pecado ori-
ginal y los milagros. No son muy diferentes de los que señaló la Humani generis.
«1. [sobre Dios creador] El Catecismo debe enseñar que Dios ha creado
también, además de este mundo sensible en el que vivimos, el reino de los
espíritus puros llamados ángeles. Debe explicar, además, que el alma de
cada hombre, por ser espiritual, es creada inmediatamente por Dios.
[...].
2. [sobre la caída de todos los hombres en Adán] Aunque los proble-
mas sobre el origen del género humano y de su lento progreso susciten hoy
nuevas dificultades en torno al dogma del pecado original, sin embargo
debe ser fielmente propuesta en el Nuevo Catecismo la doctrina de la Iglesia
acerca del hombre, que ya en el exordio de la historia se levantó contra
Dios, perdiendo, como consecuencia, para sí y para toda su descendencia,
la santidad y la justicia en la cual había sido constituido y transmitiendo
a todos los descendientes un verdadero estado de pecado por medio de
la propagación de la naturaleza humana. Hay que evitar también esas
expresiones que pueden dar a entender que el pecado original en tanto
es contraído por cada nuevo miembro de la familia humana en cuanto es
sometido internamente desde su nacimiento al influjo de la comunidad
de los hombres, donde reina el pecado, y así se encuentra ya situado, de
alguna forma, en el camino del pecado.
[...].
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«Creemos que en Adán todos pecaron, lo cual quiere decir que la falta
original cometida por él hizo caer a la naturaleza humana, común a todos
los hombres, en un estado en que experimenta las consecuencias de esta
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
Para la historia del dogma de esta época el primera paso es la lectura directa
de las fuentes, cuyos extractos hemos ofrecido. Para una visión de conjunto en el
tema de la creación y providencia:
Particulares
[1] Para todo este apartado nos hemos basado fundamentalmente en G.Basti,
Filosofia della Natura e della Scienza, LateranUP, Vaticano 2002, 55-222, con
abundante bibliografía de cada uno de los problemas filosófico científicos;
A.Strumia, Le scienze e la pienezza della razionalità, Siena 2003.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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CAPÍTULO 7
307
7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
1.1.2 La creación y la fe
De una manera preliminar está claro que la creación forma parte de la fe:
se trata del primer artículo del credo. Por otra parte, si no hay Creador, como
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«La existencia de Dios y todas las otras verdades que sobre Él pueden
ser conocidas por la razón natural, tal como dice Rom 1,19, no son
artículos de fe, sino preámbulos a tales artículos. Pues la fe presupone
el conocimiento natural, como la gracia presupone la naturaleza y la
perfección lo perfectible. Sin embargo, nada impide que lo que en sí
mismo es demostrable y comprensible sea tenido por creíble por quien no
llegue a comprender la demostración». Santo Tomás de Aquino, Summa
Theologiae I,2,2, ad 1.
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
puede expresar de muchas maneras; una de las más características, y que marca
toda la modernidad, es la de Spinoza.
«Es necesario afirmar que todo lo que existe de algún modo existe por
Dios. Porque si se encuentra algo por participación en un ser, necesa-
riamente ha de ser causado en él por aquel a quien esto le corresponde
esencialmente, como se calienta el hierro por el fuego. Se ha demostrado
anteriormente (I,3,4), al tratar sobre la simplicidad divina, que Dios es
por esencia el ser subsistente, y también se ha demostrado que el ser sub-
sistente no puede ser más que uno [...] Por lo tanto es necesario que todas
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
las cosas, menos Dios, no sean su propio ser, sino que participen del ser, y
por tanto es necesario que todos los entes, que son más o menos perfectos
en razón de esta diversa participación, tengan por causa un primer ente
que es del todo perfecto». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae
I,44,1.
«Algunos seres perfectos que participan de una naturaleza producen
otros seres semejantes a sí mismos. Pero al hacer esto no producen de
forma absoluta y total dicha naturaleza, sino que la comunican a otro
ser. Por ejemplo: no es posible que un hombre en concreto produzca la
naturaleza humana, porque, de hacerlo, sería causa de sí mismo. Sólo
hace que la naturaleza humana se reproduzca en otro hombre en concreto
engendrado, y para esto supone con anterioridad una materia determinada
a partir de la cual se hace un hombre concreto. Ahora bien, así como el
hombre participa de la naturaleza humana, así también todo ser creado
participa de la, por así decir, naturaleza del ser, porque solo Dios es su ser,
como dijimos anteriormente. Por tanto, ningún ser creado puede producir
absolutamente otro ser, sino solo en cuanto que es causa del ser en tal
sujeto». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, I,45,5 ad 1.
Para entender estos textos debemos recordar que cada naturaleza está deter-
minada por unas causas: si cambian las causas, cambia la naturaleza, y para que
las causas se mantengan hace falta que haya algo que las sustente en el ser, y no
sea una causa más, sino algo exterior a la cadena causal. Por otra parte cuando
santo Tomás habla de la “naturaleza del ser” o natura essendi, no se debe enten-
der como si el ser fuera un género, sino que se predica de manera analógica y es
la actualidad de todas las actualidades y la perfección de todas las perfecciones.
Con todo esto no hay más remedio que admitir una causa trascendente que
no esté en el juego de causas del mundo y que no dependa de ellas, mientras que
las diversas causas sí que dependen unas de otras y todas de esa causa trascen-
dente. Como ya hemos indicado antes, la única alternativa para no admitir la
creación, en cuanto dependencia de una causa trascendente, sería algún tipo de
panteísmo: atribuir al mundo un carácter divino y pretender que se fundamenta
en sí mismo, es decir, considerarle un cierto tipo de absoluto inmanente.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
de creación: productio rei ex nihilo sui et subiecti (producción de una cosa a par-
tir de la nada y sin ningún sujeto previo). Se trata, pues, de una causa que no
presupone nada en su actuación, pues si existiera algo previo, también ese sus-
trato debería haber sido causado. Este carácter absolutamente único es lo que nos
resulta difícil de entender. En todos los movimientos o cambios que conocemos
se da un cierto paso del no-ser al ser, pero siempre relativo, por ejemplo, del no-
ser gato de dos gametos de gato que se unen se produce un ser gato, pero siempre
se presupone algo anterior; si hablamos de la creación no hay nada anterior pre-
supuesto. Santo Tomás lo resume con gran precisión:
«Lo que es causa de las cosas en cuanto seres, debe ser causa no solo
en cuanto que son “tales cosas” por sus formas accidentales, o en cuanto
que son “estas cosas” por sus formas sustanciales, sino en todo aquello
que pertenece a su ser de cualquier manera. Conforme a esto es necesario
admitir que incluso la materia prima ha sido creada por la causa universal
de los seres». Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae I,44,2.
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
del banco, que es el efecto propio del carpintero, como causa principal.
Ahora bien, al crear, el efecto propio de Dios es algo que se supone anterior
a toda otra acción, es decir, al ser en absoluto. Por lo tanto ninguna causa
puede obrar dispositiva e instrumentalmente en la producción de ese
efecto, ya que en la creación no se presupone ninguna materia que pueda
disponerse por el agente instrumental. Así pues, es imposible que el crear
corresponda a alguna criatura ni por virtud propia ni instrumentalmente o
por ministerio. De modo especial, es incongruente afirmar que un cuerpo
pueda crear, puesto que si un cuerpo no obra más que por contacto y
movimiento, todo cuerpo exige para su acción algo pre-existente que se
pueda tocar y mover, lo cual va contra el concepto mismo de creación».
Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae I,45,5.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
Con la explicación de las ideas divinas santo Tomás adopta lo más valioso
de la intuición platónica: el mundo material está surcado de inteligibilidad y se
explica por algo que no es material, pero al mismo tiempo supera el límite de Pla-
tón de haber puesto las ideas como en un mundo aparte, subsistiendo en sí mis-
mas, y realizadas pálidamente en el mundo material. Santo Tomás explica que
las cosas son la realización de esas ideas, no su pálido reflejo: sobre esta cuestión
volveremos más adelante.
Conviene recordar que la Idea por excelencia de Dios es el Hijo; las tres Per-
sonas divinas poseen la misma esencia pero, según nuestro modo de entender, el
Hijo procede del Padre como el verbo mental procede del entendimiento, y por
eso se distingue del Padre. De este modo el Hijo es la Idea subsistente del Padre,
en el cual se contienen las ideas de toda la creación. Esto llevó, como vimos, a la
reflexión trinitaria incipiente a considerar al Hijo en función de la creación, lo
cual no es así, pues la generación del Hijo es independiente de la creación.
Conforme a lo que hemos indicado, la criatura está en Dios antes (no en sen-
tido temporal, pues para Dios no hay sucesión temporal) que en sí misma. La
criatura está en el Verbo, pues el Verbo es la Idea que expresa el conocimiento
que Dios tiene de sí mismo y de sus obras. Sin embargo esto no debe llevarnos
a pensar en una especie de pre-existencia de la criatura en Dios, como si la exis-
tencia terrestre fuera una no-existencia, vinculada al cambio y a la contingencia.
Esto sería la tentación platónica en la que más de uno ha caído, e incluso ha lle-
gado a identificar al Verbo con ese mundo platónico de las ideas.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Decir que el fin de todas las criaturas es Dios no significa que la criatura
aporte algo a Dios, o que trate de unirse con Dios: la acción de la criatura solo
puede ser algo creado. La clave para entenderlo es la asimilación: por la forma la
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
duría o la bondad. Este tipo de reflexiones se han denominado “de potentia Dei
absoluta”, porque se consideraba su poder separado, “libre” (ab-solutus) de otros
atributos, lo cual supone un gran error, porque por el mismo motivo que Dios
es infinitamente poderoso es infinitamente sabio e infinitamente bueno, aunque
no siempre el hombre pueda captar todo esto a la vez.
Las reflexiones indicadas pueden tener su sentido para subrayar la libertad de
Dios, o indagar en la esencia de las cosas en relación con Dios, pero con frecuen-
cia se han planteado diversas aberraciones: Dios puede hacer lo que no es contra-
dictorio, luego puede condenar a un justo, establecer el mandamiento de odiar o
robar etc. De este modo, la omnipotencia, que hace presente el Amor divino se
ha caricaturizado y se ha presentado como una tiranía insoportable, que hace a
Dios más temible que amable.
Una muestra concreta se ha dado a veces en autores espirituales que para
subrayar el desinterés y la gratuidad en el amor que el hombre debe tener a Dios
han llegado a decir que estarían dispuestos a padecer el infierno y la condenación
si eso supusiera mayor gloria de Dios. Obviamente la Iglesia tuvo que condenar
estos excesos cuando reprobó el semiquietismo de Fénelon y Madame de Guyon,
tal como vimos al final del capítulo quinto.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
También hay que afirmar que igual que una persona se manifiesta por su
acción, la única Operación divina manifiesta al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
cada uno según su propiedad hipostática y los Tres inseparablemente. Si las pro-
cesiones trinitarias no dividen la Operación divina, están comprendidas en ella y
por tanto manifestadas por ella. Y esto sucede en todas las operaciones ad extra.
El Dios que crea es la Trinidad, y así se manifiesta la Trinidad en la creación. Pero
al hablar de manifestación, hay una doble relación: a) relación al misterio que
se manifiesta; b) relación al entendimiento creado, capaz de dejarse conducir al
misterio a través del efecto que se manifiesta. Lo primero se encuentra en todos
los efectos de la acción divina; lo segundo falta en los efectos naturales, que sim-
plemente envían al entendimiento creado a Dios en cuanto uno, sin ponerle en
contacto con las Personas en su distinción. Por tanto, en sí mismos, los efectos
naturales son capaces de manifestar las procesiones y las Personas, si el enten-
dimiento humano ha sido capacitado por la fe y la Revelación para conocerlas.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
fue condenado por distinguir las Personas por la potencia, la sabiduría y la bon-
dad (DH 721).
Dado que los conceptos de que nos servimos para conocer a Dios se refieren a
los atributos esenciales, que son comunes a las Tres Personas, a la hora de desig-
nar a una de las Personas no tenemos más remedio que apropiarlos, es decir, apli-
carlos a una Persona en su singularidad. Esto es una operación lógica, la desig-
nación por antonomasia (como cuando designamos a Cicerón como el “ora-
dor romano”). Para que esta designación no sea algo arbitrario hace falta que se
funde, en cierta manera, en la propiedad real que distingue una Persona de las
otras dos. De este modo, aunque no conozcamos las propiedades más que de una
manera oscura, por las procesiones, podemos profundizar en ese conocimiento
gracias a la apropiación (e.c. los conceptos que designan la potencia, se caracte-
rizan por indicar la fuente de la creación y de la vida, y se atribuyen al Padre, a
causa de la semejanza misteriosa que se da entre esta característica de ser fuente
de vida, que es realmente común a los Tres, y el carácter personal del Padre de ser
el principio de las otras Personas).
Por Revelación sabemos que la Primera Persona es principio de las otras, y
por reflexión teológica sabemos que la segunda procede como entendimiento y
la tercera como amor. Además es la misma Revelación y la fe de la Iglesia la que
nos va indicando las atribuciones, para conseguir un mayor conocimiento de las
Personas, que son un solo Dios.
Hay que recordar que los conceptos atribuidos (potencia, sabiduría, etc) no
expresan adecuadamente lo que es cada Persona en su propiedad y distinción,
algo imposible para el entendimiento humano. Sin embargo orientan al entendi-
miento hacia las propiedades que distinguen las Personas, que siempre nos resul-
tarán algo misterioso. Se trata, con sus limitaciones, de una verdadera aproxima-
ción cognoscitiva, no un juego de palabras, y por tanto, no se pueden cambiar las
atribuciones, e.c. no se puede decir, creo en el Espíritu Santo, creador del cielo y
de la tierra, aunque, evidentemente, el Espíritu Santo ha creado el cielo y la tierra.
En general los atributos divinos que corresponden a la potencia se atribuyen al
Padre, los de la inteligencia al Hijo y los de la voluntad al Espíritu. Esto no es un
juego verbal, sino el medio conceptual de conocer las Personas en su singularidad.
Por lo tanto, el único acto creador, en cuanto procede de la potencia se atri-
buye al Padre, en cuanto procede de la inteligencia, al Hijo, y en cuanto procede
de la voluntad y el amor, al Espíritu Santo. De una manera particular la creación
se atribuye al Padre, pues aunque crean con Él, el Hijo y el Espíritu, reciben de Él
la única naturaleza divina, en virtud de la cual son un único creador. La atribu-
ción de la creación al Padre por la Escritura y los símbolos de fe sigue un proceso
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Hay que recordar también en este punto la teoría de Orígenes, que, como
vimos, atribuía la desigualdad a pecados cometidos en la preexistencia de las
almas: la pluralidad de almas había sido establecida por Dios, pero las diferen-
cias provinieron del libre albedrío, que según el grado de alejamiento de Dios,
dio lugar a la diversidad material. Se mantenía, pues, la consideración negativa
de la materia, aunque insistiendo mucho en la libertad de los seres racionales. Lo
que sucede es que la argumentación de Orígenes era válida «en la retribución de
los premios, cuya desigualdad se debe a la desigualdad de los méritos. Pero en la
constitución del universo no hubo desigualdad de las partes en razón de una des-
igualdad precedente [...] sino por razón de la perfección del todo» (Summa Theo-
logiae I,47,2 ad 3).
Ahora bien, esta pluralidad no elimina la unidad de todo lo creado, precisa-
mente por haber procedido de Dios. Como recuerda santo Tomás:
«El mismo orden existente en las cosas creadas por Dios manifiesta la
unidad del mundo; porque el mundo se dice que es uno con unidad de
orden, en cuanto que en él unas cosas están ordenadas a otras. Ahora bien,
todas las cosas hechas por Dios tienen orden entre sí y con respecto a Dios
mismo, como se ha indicado antes. Luego es necesario que pertenezcan
todas a un solo mundo. Y por eso pudieron afirmar la existencia de varios
mundos aquellos que no ponían como causa del mundo una sabiduría
ordenadora, sino el azar; como Demócrito, según el cual, a partir de la
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
unas estructuras anteriores a la gran explosión, con lo cual la cuestión tiene sus
problemas.
Un discusión parecida se planteó en la época de santo Tomás, que escribió
el De aeternitate mundi sobre el tema, y explica el problema en diversos lugares,
por ejemplo Summa theologiae I,46,2. La fe indicaba claramente que el universo
tenía un inicio temporal, mientras que los escritos de Aristóteles mostraban que
el universo siempre había existido. Santo Tomás sostuvo la doctrina de que el
universo había sido creado en el tiempo, pero esto era algo que conocemos por la
fe, mientras que para la razón la cuestión es indecidible, pues Dios podía haber
creado el universo desde la eternidad. En realidad lo más importante era afirmar
que creación no se identifica con inicio temporal, sino con dependencia metafí-
sica del ser respecto al ser de Dios.
Santo Tomás examinaba algunos argumentos contrarios a la posibilidad de
un universo eterno, y el más convincente era que si el universo hubiera existido
desde la eternidad habría infinitas almas humanas, y no era aceptable un infi-
nito en acto. Realmente este argumento sería valido para el caso de que hubiera
habido siempre hombres, pues otro tipo de universo podría haber sido eterno
sin este problema. En cualquier caso, lo fundamental era comprender la creación
en su sentido más metafísico, y distinguir esa cuestión del origen en el tiempo.
Es importante, además, advertir que, como la creación no es una emanación
necesaria de la esencia divina, sino que es libre, Dios podía decidir crear o no
crear, producir criaturas temporales o criaturas que existieran desde siempre. En
cambio, si la creación hubiera sido algo necesario es evidente que debería haber
existido desde siempre. Como por la razón natural no podemos conocer la libre
decisión de Dios la cuestión de si la creación ha existido siempre o no resulta
indecidible en el nivel de la razón natural.
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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Esto no quiere decir que Dios no tenga nada que ver con las criaturas, ya que si
existen, es porque Él quiere, las mantiene en el ser, y es verdaderamente su Señor:
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época patrística se advirtió que en Dios existen todas las perfecciones que hay
en las cosas, pues es su causa. Por tanto se pueden afirmar esas perfecciones de
Dios (thesis). Sin embargo esta afirmación debe redimensionarse con la nega-
ción (aphairesis) de las limitaciones que encontramos en las criaturas al hablar
de dichas perfecciones. Con lo cual se debe emplear la eminencia (hyperojé) al
hablar de esas perfecciones en Dios, pues se encuentran en Él de modo infinito.
Santo Tomás lo expresa con su habitual sencillez y precisión.
Los nombres no se aplican del mismo modo a Dios y a las criaturas, no hay
univocidad, pues las perfecciones que en las criaturas están dispersas y limitadas,
en Dios están en unidad y sin limitación, e.c. cuando decimos que un hombre es
sabio, significamos una propiedad distinta de su esencia, poder, etc, pero al apli-
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
carlo a Dios no pretendemos significar otra cosa distinta de la esencia, poder etc
de Dios. Tampoco son nombres absolutamente equívocos, pues en ese caso no se
podría decir nada de Dios. En un concepto analógico, en general, se mantiene la
multiplicidad, sin eliminar la unidad, y así sucede, por ejemplo, en el concepto
de ente. Aunque hay que precisar que el concepto analógico aplicado a Dios no
es un universal que englobaría a Dios y a las criaturas, como el concepto de ani-
malidad engloba a todos los animales: eso sería volver al univocismo. Sucede más
bien que todo deriva de Dios, y se asimila a Él, de modo que se refleja en cierto
modo su perfección.
Se puede designar a Dios mediante imágenes y metáforas, pero existe el peli-
gro de confundirle con esas realidades, y revestirlas de las prerrogativas del Crea-
dor. El papel de la metáfora, entendida como imagen de algo sensible que evoca
a la razón el ser Primero y trascendente, aparece con mucha claridad en la teolo-
gía revelada. El lenguaje de la Revelación es un lenguaje humano que Dios utiliza
para comunicar al hombre toda una serie de realidades que su razón no podría
alcanzar. La teología estudia de manera metódica estas enseñanzas y debe recu-
rrir a estos términos metafóricos, como procesión, en teología trinitaria, o reden-
ción, en cristología, etc. En cualquier caso la misma analogía es el aspecto cog-
noscitivo de la participación: al darse participación (creación) es posible que se
dé un lenguaje verdadero, aunque limitado, sobre Dios.
En sentido contrario, cuando no se plantea correctamente la participación ni
se acepte la realidad de las criaturas en sí mismas, aunque dependan de Dios, será
prácticamente imposible hablar de un lenguaje a partir de las criaturas para lle-
gar a Dios. No es extraño, por ello, que en los diversos platonismos al final haya
que recurrir a determinadas formas de experiencia mística, pues el acceso racio-
nal, que al menos hasta cierto punto nos permite remontarnos a Dios, ha que-
dado cerrado en un conjunto infinito de negaciones. No hemos dejado de subra-
yar los límites de nuestro conocimiento acerca de Dios, pues, como ya indicó
incidentalmente el Concilio Lateranense IV, es mayor la desemejanza entre la
criatura y Dios, que su semejanza [DH 806], pero esto no autoriza a permanecer
en la mera negación. Una teología negativa en sentido radical es el camino más
directo al cualquier tipo de relativismo religioso y a la irrelevancia de las expresio-
nes dogmáticas. Ya vimos que algunos neoplatónicos al final del siglo IV tendie-
ron a ello, y uno de los seguidores de Eckhart, el célebre cardenal de Cusa, para
quien Dios estaba más allá de la coincidentia oppositorum, escribió un De pace
fidei, relativizando las diferencias religiosas.
337
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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7. LA CREACIÓN: OBRA DE UN CREADOR TRASCENDENTE
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS:
Generales
R.Ferrara, El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Sígueme,
Salamanca 143-265.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Particulares
[1] Presenta la cuestión con una especial precisión y profundidad:
J.H.Nicolas, Synthèse dogmatique, Editions Universitaires-Beauchesne, Fri-
bourg-Paris 1985, 211-223.
[2] Cf. G.Basti, Filosofia della Natura e della Scienza I, Lateran UP, Vaticano
2002, 457-471
[3] Para una profundización en el tema de la participación y creación con
sus múltiples implicaciones filosóficas, C.Fabro, Participación y causalidad según
santo Tomás de Aquino, EUNSA, Pamplona 2009; T.Tyn, Metafisica della sos-
tanza. Partecipazione e analogia entis, ESD, Bologna 1990. J.Villagrasa (ed.),
Creazione e actus essendi, Regina Apostolorum, Roma 2008. Sobre la analogía,
G.Basti-C.A.Testi (edd.), Analogia e autoreferenza, Marietti, Genova-Milano,
2004.
340
CAPÍTULO 8
341
8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Ahora bien, la cuestión que más nos interesa para hablar de la providencia
es si Dios conoce todas las cosas, creadas y creables, y la respuesta es afirmativa,
pues a ellas se extiende su poder. Hay que recordar que Aristóteles, al no conocer
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
«Es necesario que Dios conozca las cosas que son distintas de Él. No
cabe duda de que Dios se conoce perfectamente a sí mismo, pues de otro
modo su ser no sería perfecto, ya que su ser es su entender. Para entender
perfectamente algo es indispensable conocer bien todo su poder, y no se
conoce del todo el poder de algo si no se sabe hasta donde se extiende. Si el
poder divino se extiende a lo que es distinto de Dios, porque, según hemos
dicho, Dios es la primera causa eficiente de todas las cosas, es preciso que
conozca todo lo que es distinto de Él. Esto mismo se comprende con
mayor claridad si se añade que el ser de esta primera causa es el propio
entender divino; de donde se sigue que cualquier efecto que preexista en
Dios, como en su causa primera, necesariamente es en Él su mismo acto
de entender y se halla en Él de modo inteligible [...] Dios se ve a sí mismo
en sí mismo, ya que a sí mismo se ve por su esencia, y las otras cosas no
las ve en ellas mismas, sino en sí mismo, por cuanto su esencia contiene
la semejanza de lo que no es Él». Santo Tomás de Aquino, Summa theo-
logiae, I,14,5.
Aunque este conocimiento lo posee Dios por su esencia, y no conoce las cosas
por ellas mismas, es un conocimiento propio y perfecto de estas cosas, no mera-
mente un conocimiento común, y general, simplemente como cosas creadas. No
olvidemos que el conocimiento de Dios es la causa de las cosas, y que no depende
de ellas, sino al contrario.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Al hablar del conocimiento de las cosas que no son, Santo Tomás se refiere
al conocimiento de las cosas que son en potencia, o bien en el poder creador de
Dios, o bien en la potencia de la criatura. Por otra parte, al explicar el conoci-
miento de lo que no es, Santo Tomás ofrece una distinción muy importante que
se da en el conocimiento de Dios: ciencia de visión y de simple inteligencia.
También Dios conoce el mal como privación del bien, pues solo se conocen
las cosas perfectamente cuando se alcanza a saber los males que les pueden acae-
cer. Por supuesto conoce también todas las realidades singulares. Dado que la
ciencia de Dios es su sustancia, y esta es inmutable, la ciencia de Dios es inmu-
table. Dios conoce que cada cosa existe en su tiempo, de modo que aunque
varíen las cosas, no varía la ciencia divina. Incluso las proposiciones cuya verdad
depende del tiempo (e.c. Sócrates está sentado) las conoce como verdaderas en
un tiempo y falsas en otro. No hay que olvidar que el entendimiento divino no es
discursivo, como el nuestro. La ciencia de Dios es tanto especulativa como prác-
tica, aunque respecto a sí mismo se ha de considerar especulativa, y respecto a las
criaturas ambos aspectos a la vez.
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
Es fácil entender que este tema se entrelaza con la discusión filosófica acerca
del fatalismo, es decir, con la opinión defendida por muchos de que todo está
ya determinado. Aunque muchos autores de la Antigüedad tendieron al fata-
lismo, no fueron todos; en concreto Aristóteles explicaba que un acontecimiento
futuro, ponía el ejemplo de la batalla naval, no estaba perfectamente determi-
nado antes de que sucediera. En su De interpretatione abordaba una serie de
problemas lógicos que plantean las proposiciones que tratan sobre el futuro.
Los comentadores cristianos ampliaban la cuestión relacionándola con el cono-
cimiento que tiene Dios del futuro, algo que no se planteaba en Aristóteles, ya
que para él Dios no se conocía más que a sí mismo
«Pero Dios está absolutamente fuera del orden del tiempo, como
situado en la cumbre de la eternidad, que se da toda simultáneamente, y a
347
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Él le está sometido todo el curso del tiempo en una única y simple mirada.
Por ello con una mirada ve todo lo que sucede en el curso del tiempo, y a
cada uno según lo que es en sí mismo, no como si fuera futuro para Él en
cuanto a su mirada, tal como está en el mero orden de las causas (aunque
también vea el orden de las causas), sino de manera eterna y así ve a cada
una de las cosas que son en su propio tiempo, como el ojo humano ve a
Sócrates que está sentado en sí mismo, no [lo ve] en su causa.
Pero el que un hombre vea a Sócrates estar sentado, no elimina su con-
tingencia [la de Sócrates], que se refiere al orden que hay de la causa a su
efecto; sin embargo de manera cierta e infalible el ojo del hombre ve que
Sócrates está sentado cuando se sienta, porque cada uno en cuanto que es
en sí mismo, ya está determinado. Así pues, Dios conoce de manera cierta
e infalible lo que sucede en el tiempo, y sin embargo lo que acontece en
el tiempo no sucede por necesidad, sino de manera contingente». Santo
Tomás de Aquino, In Peri Hermeneias I, lect.14, nn.20-21.
348
8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
San Juan declara con toda fuerza que Dios es amor (Jn 4,8), y esto se con-
firma con el razonamiento teológico, pues el acto de la voluntad tiene al bien y al
mal como objetos propios: al bien como objeto principal y por sí mismo, el mal
como objeto secundario e indirecto, en cuanto se opone al bien y se rechaza. Por
lo tanto, en cualquiera que haya voluntad, debe haber amor. En el acto simplicí-
simo de amor de Dios, el amor, el amante y el amado se identifican. En un único
acto de amor, Dios abarca todo lo que es bueno
Una consecuencia de este amor de Dios a sí mismo es que Dios crea el mundo
para su gloria, pues el Bien supremo no puede tener otro fin fuera de sí mismo.
Se trata de la centralidad ontológica de Dios. Es absurdo considerar el amor
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
fuera de Él, pues se difunde internamente en su vida trinitaria con una felicidad
infinita. La creación no es algo necesario, sino fruto de una libre elección divina
351
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«Cuando se dice que Dios puede hacer las cosas mejor, si la palabra
mejor se toma como sustantivo, la proposición es verdadera, ya que puede
hacer otra cosa mejor que cualquiera de las hechas; y aun tratándose de
las mismas cosas puede hacerlas mejor en algunos aspectos [...] Pero si
la palabra mejor se toma como adverbio, y significa el modo de acción
por parte del que la ejecuta, no puede Dios hacer las cosas mejor que las
hizo, porque no puede hacerlas con mayor sabiduría ni con mayor amor».
Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,25,6 ad 1.
«La voluntad no tiene razón de regla primera, sino que está regida por
la regla: está regida por la razón y la inteligencia, no solo en nosotros,
sino también en Dios. En nosotros son cosas realmente distintas razón
y voluntad y por esta razón no es lo mismo voluntad que rectitud de
voluntad; en Dios se identifican realmente inteligencia y voluntad [...]
Decir que la justicia depende de la simple voluntad divina equivale decir
que la voluntad divina no procede según el orden de la sabiduría, cosa que
es blasfema». Santo Tomás de Aquino, De Veritate, 23,6.
352
8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
«La voluntad divina se debe entender existiendo más allá del orden de
los entes, como cierta causa que trasciende (profundens) todo ente y todas
sus diferencias. Lo posible y lo necesario son diferencias del ente; y por
ello de la misma voluntad divina se origina la necesidad y la contingencia
en las cosas, y la distinción de ambas, según la naturaleza (rationem) de la
causas próximas. Para los efectos que ha querido que resulten necesarios,
dispuso causas necesarias, para los efectos que quiso que resulten contin-
gentes, dispuso causas agentes contingentes, es decir, que pueden fallar.
Según la condición de estas causas se dice que los efectos son necesarios o
contingentes, aunque todos dependan de la voluntad divina como de la
causa primera, que trasciende el orden de la necesidad y de la contingencia.
Esto no se puede decir de la voluntad humana, ni de ninguna otra
causa: porque toda otra causa ya cae bajo el orden de la necesidad o de
la contingencia; y por ello es preciso, o bien que la misma causa pueda
fallar, o bien que su efecto no sea contingente, sino necesario. En cambio
la voluntad divina es indeficiente, aunque no todos sus efectos sean nece-
sarios, sino que algunos son contingentes». Santo Tomás de Aquino, In
peri Hermeneias I, lec.14, n.22.
353
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
La escuela molinista no admitía que Dios conociera los futuros en esa moción
divina, pues eliminaría la libertad de la voluntad, sino por una ciencia media,
que no es ni ciencia de visión, ni ciencia de simple inteligencia, sino una ciencia
especial para dichos futuros. Según los seguidores de Luis de Molina, Dios cono-
cía con ciencia de simple inteligencia las infinitas posibilidades de imitación de
su esencia, y con ciencia media sabe lo que haría cualquiera de las voluntades en
cualquiera de las situaciones o mundos posibles. Tras este conocimiento, decide
situar en una circunstancia determinada al hombre. Así, sabe ya, con ciencia de
visión, cómo va a actuar la libertad humana en tales circunstancias. Por así decir,
el conocimiento de la ciencia de visión tiene lugar a la luz de la ciencia media.
Esta explicación tenía la ventaja de que la libre decisión del hombre no se ve
afectada para nada por la acción de Dios. Por otra parte, al negar la premoción
o predeterminación física por parte de Dios, se aleja toda sospecha de respon-
sabilidad de Dios en las acciones malas del hombre. Sin embargo esta explica-
ción presenta varios inconvenientes si se examina con atención. En primer lugar,
la soberanía de la ciencia de Dios no parece quedar asegurada, pues se dice que
Dios conoce los futuros y futuribles en su causa inmediata, es decir, la volun-
tad humana, con lo que parece que la ciencia de Dios depende de la criatura.
En segundo lugar, dado que no existe un nexo metafísico entre la voluntad y su
acto libre, pues la voluntad puede inclinarse a él o a su contrario ¿cómo se puede
conocer infaliblemente lo que va a decidir la voluntad antes de que lo decida?
Afirmar que esto viene de un conocimiento exhaustivo de la voluntad y de sus
circunstancias parece que somete la voluntad al conjunto de circunstancias. En
tercer lugar, permanece la pregunta de porqué Dios eligió un orden de circuns-
tancias y no otro para evitar que nadie pecara, con lo cual tampoco se resuelve
el misterio del mal.
Para los tomistas, en cambio, Dios conocía estos futuros en su propia deter-
minación de que sucedan. Es más, estas acciones precisamente son libres, por-
que Dios ha determinado que sean libres. Los tomistas recordaban que cuando
se habla de libertad se está designando la relación de un acto respecto a su causa
próxima, en este caso la voluntad humana. Ni la presciencia ni la predetermina-
ción impiden la relación propia entre la voluntad y su libre elección, luego no
impide su cualidad de acto libre. Así, la razón de fondo de la compatibilidad
entre la presciencia divina y la libertad humana radica precisamente en la infali-
bilidad de la ciencia divina, que no solo es causa de que las cosas sucedan, sino
del modo en que suceden. El término premoción física o predeterminación física
que a veces emplearon no fue muy afortunado, pues parece denotar eliminación
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
2. LA PROVIDENCIA Y LA PREDESTINACIÓN
Después de haber estudiado el conocimiento y el amor que tiene Dios
respecto a lo que ha creado podemos abordar la cuestión de la providencia que,
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
en cierto modo, integra los dos aspectos anteriores. En relación con la providen-
cia se estudia el gobierno divino del mundo, que cuenta con las criaturas, aun-
que no se puede hablar de un orden absoluto en el mundo, y del complejo tema
de la predestinación.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
orden a su fin, pero en la ejecución de ese orden se vale de gran número de cau-
sas segundas:
«La providencia comprende dos cosas: la razón del orden de los seres
proveídos a su fin, y la ejecución de ese orden, que se llama “gobierno”.
En cuanto a lo primero, Dios provee inmediatamente a todas las cosas,
porque su entendimiento tiene la razón de todas, incluso de las ínfimas,
y porque a todas las causas que encomendó algún efecto, las dotó de la
actividad suficiente para producirlo, para lo cual es indispensable que
de antemano conociese en su razón propia el orden de tales efectos. En
cuanto a lo segundo, la providencia divina se vale de intermediarios, pues
gobierna los seres inferiores por medio de los superiores, pero no porque
sea insuficiente su poder, sino porque es tanta su bondad, que comunica
a las mismas criaturas la dignidad de causas». Santo Tomás de Aquino,
Summa theologiae, I,22,3.
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
ción que debe superar toda filosofía que trata de reflexionar sobre las relaciones
entre Dios y la criatura: dado que existe una desproporción infinita, esto inclina
a reducir la criatura a la nada. El riesgo contrario es pretender que las criaturas
actúen con absoluta independencia del Creador, al modo deísta, planteamiento
que, si se toma en serio, al final lleva a divinizar el conjunto de las criaturas y con-
vertir a Dios en el orden del universo.
El Creador es la fuente de la dignidad de la creación, y por tanto de la realidad
de las criaturas y de la eficacia de su actuación. Se debe decir que la causa segunda
está subordinada a la primera en la producción del ser. La actuación de la causa
segunda es producir el ente, no en cuanto ente, sino en cuanto particularizado:
esta naturaleza específica individualizada. Ahora bien, la causalidad divina no
algo genérico que se concreta en la causa segunda (como el género animal se con-
creta en la especie perro), de igual modo que el ser de Dios no es algo genérico
que se concrete en el ser creado; más bien las causas segundas son realizaciones
parciales, aunque verdaderas, de la causalidad de Dios de la que dependen. No es
que haya dos acciones sucesivas: el nuevo ente es el efecto simultáneo de dos cau-
salidades que actúan a la vez: la causalidad creada produce el efecto en su indivi-
dualidad, pero a través de ella, por virtud de la causalidad primera, que la atra-
viesa, llega a la naturaleza específica y al ser, pues causar este ente es hacerlo ser.
Si no aceptamos la verdad de la causalidad de las criaturas, en el fondo, se está
rechazando la verdad de la creación, en nombre de la trascendencia del Crea-
dor; una vez más nos encontramos con la necesidad de expresar con precisión lo
que se refiere a la participación. La acción de las causas segundas produce nue-
vos entes, pero, como ya indicamos, se trata de una causalidad dentro de este
mundo, la causalidad de la causa primera es la que asegura que se pueda desa-
rrollar, precisamente, esa causalidad de la criatura. Dado que cada criatura actúa
como causa segunda conforme a su naturaleza se puede y se debe hablar de un
orden del universo, que despliega realmente esa providencia de Dios.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
Ante los diversos errores, la Iglesia tuvo que afirmar la voluntad salvífica uni-
versal de Dios, la gratuidad de la salvación y condenar que existiera una predes-
361
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
«La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada
constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de
Dios, como lo explica San Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer
discurso de Pentecostés: “Fue entregado según el determinado designio
y previo conocimiento de Dios” (Hch 2,23). Este lenguaje bíblico no
significa que los que “han entregado a Jesús” (Hch 3,13) fueran meros
ejecutores pasivos en un drama escrito de antemano por Dios.
Para Dios todos los momentos del tiempo están presentes en su actuali-
dad. Por tanto establece su designio eterno de “predestinación” incluyendo
en él la respuesta libre de cada hombre a su gracia: “Sí, verdaderamente,
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
se han reunido en esta ciudad contra tu santo siervo Jesús, que tú habías
ungido, Herodes y Poncio Pilato, con las naciones gentiles y los pueblos
de Israel (Cfr. Sal 2,1-2), de tal suerte que ellos han cumplido todo lo que,
en tu poder y tu sabiduría, habías predestinado” (Hch 4,27-28). Dios ha
permitido los actos nacidos de su ceguera (cfr. Mt 26,54; Jn 18,38; 19,11)
para realizar su designio de salvación (cfr. Hch 3,17-18)». Catecismo de la
Iglesia Católica 599-600.
Los molinistas negaban que Dios pudiera actuar sobre la voluntad de la cria-
tura sin violentar su libertad. Para explicar el conocimiento del futuro por parte
de Dios ya vimos que habían ideado la ciencia media. Con esa ciencia media,
Dios prevé los méritos futuros del predestinado en determinadas circunstancias,
y post praevisa merita, es decir, después de la previsión de los méritos, según nues-
tro modo de entender, aunque no a causa de ellos, le predestina. Molina matiza
que la predestinación es la voluntad de dar aquellos medios mediante los cuales
Dios prevé que el predestinado alcanzará la vida eterna. El riesgo de esta expli-
cación es que se acerca al semipelagianismo, pues parece que se da en el hom-
bre la causa de la predestinación. Sin embargo, los molinistas negaron esa conse-
cuencia y advirtieron que la colocación en unas determinadas circunstancias en
las cuales responderá favorablemente a la gracia es un don completamente gra-
tuito de Dios.
Algunos jesuitas, como Suárez y San Roberto Belarmino, al notar que una
predestinación después de prever los méritos (post praevisa merita) se oponía a
muchos textos de San Agustín y Santo Tomás, modificaron el sistema de Molina.
Así explican que Dios elige para la gloria y la gracia antes de la previsión de los
méritos (ante praevisa merita), y les ofrece unas gracias congruas, es decir, eficaces
por la libre determinación de la criatura en tales circunstancias. Mantuvieron la
ciencia media y la imposibilidad de que Dios moviera a la criatura actuando sobre
ella sin violentar su libertad; afirmaban, más bien, una moción de tipo moral.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
un cierto absoluto (al haber recibido su ser de Dios por la creación inmediata de
su alma), pueda actuar cruelmente con respecto a los animales. En el designio
de Dios está que emplee la creación, pero no que la destruya por crueldad: los
animales o plantas no tienen derechos, pero el hombre tiene deberes respecto a
ellos, hasta el punto de que un abuso extremo de los mismos puede constituir un
pecado grave que impida al hombre alcanzar su fin. El mal natural que padece el
hombre, inmerso en el universo material, y sabiéndose a la vez trascendente le pro-
duce una especial desazón. En cierto modo, esto indica que la situación primera
del hombre, en su creación, adornado de dones preternaturales, era algo distinto
que permitía un dominio y armonía con la naturaleza que no sucedería después.
El mal moral hemos visto que no es cuestión de una privación de ser físico,
sino que consiste en elegir mal. Nunca se elige el mal en cuanto mal. La volun-
tad del hombre tiende naturalmente al bien, pero como en el ámbito creado no
hay ningún bien que la satisfaga plenamente, debe elegir continuamente entre
diversos bienes parciales. La cuestión es si se elige el bien verdadero, es decir, el
que corresponde a la perfección y finalidad del hombre, que consiste, por libre
designio de Dios, en participar de la vida divina.
La libertad creada puede elegir mal, es defectible; si en el momento de la elec-
ción tuviera los ojos de la inteligencia fijos en la verdadera regla moral, no elegi-
ría un bien aparente como el bien verdadero. La inteligencia considera el objeto
que atrae a la voluntad bajo diversos aspectos, teniendo en cuenta, además, el
atractivo sensible. La voluntad puede dominar esas consideraciones y los diver-
sos atractivos, en un sentido o en otro, pues tiene dominio sobre su acto. Por este
acto la voluntad detiene su deliberación y fija la inteligencia en su último juicio
práctico: “considerando todo, esto es lo bueno para mí”. Así, la voluntad sigue
ese último juicio práctico. Cuando se ha elegido un falso bien, ha sido algo que-
rido libremente, por un error impuesto a la razón, a la que se ha detenido en esa
consideración del bien aparente. En no pocas ocasiones la conciencia denun-
cia en ese mismo momento la maldad de la elección. Esta elección mala es un
defecto o fallo de la voluntad. El acto realizado es algo positivo, y se ha elegido
un bien, aunque sea aparente, pero desde el punto de vista de la bondad esencial
de la persona se ha apartado del verdadero fin.
El mal moral se extiende también al mundo angélico. Pertenece a la Revelación,
como hemos visto, la existencia de demonios o ángeles caídos. A pesar de la per-
fección de su entendimiento y voluntad el ángel no deja de ser defectible, pues
su voluntad no se identifica con la norma de moralidad, luego en las elecciones
puede optar a favor o contra la misma.
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
En segundo lugar, hay que decir que Dios es indirectamente la causa primera
de las consecuencias del pecado. La moción divina, que posibilita todo acto, no
falta en el acto pecaminoso, que en cuanto acto es algo bueno. El desorden lo
pone la voluntad creada. Dios es causa primera de las consecuencias del pecado.
La criatura que peca desencadena toda una serie de actos (e.c. alteraciones de la
vida de otros, daños físicos a terceros, etc) y consecuencias bien reales, y en ese
sentido Dios es causa primera, sin que esto elimine la causalidad real de la cria-
tura. No podemos olvidar que los mismos pecados se ven integrados, en cuanto
permitidos y no queridos por Dios, en el designio providencial, y la prueba
mayor de esto es la Encarnación del Hijo en Dios para salvación de los hombres.
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
muy complejo y una vez más nos encontramos ante un profundo misterio. En
el fondo es semejante al tema de la predilección de Dios por unos y la permisión
del pecado, a pesar de la infinita bondad de Dios. Quizá lo más acertado sea decir
que el amor infinito de Dios a las criaturas conlleva una misericordia y preocupa-
ción por las mismas, que cuando se expresa en la humanidad de Cristo, adopta
la forma de un profundo sufrimiento por el pecado del hombre. En este sentido
se expresa Juan Pablo II en la Dominum et vivificantem 39, quien se pregunta si
en la humanidad de Cristo se verifica el sufrimiento de Dios. Se cumple una vez
más la profunda intuición de santo Tomás respecto al conocimiento que tene-
mos de Dios: sabemos más lo que no es que lo que es.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Ante todo hay que explicar bien los términos. La actuación de Dios no tiene
su origen en las criaturas, sino que son las criaturas las que dependen de Dios:
ya hemos visto que la causa final de la actuación de Dios es su misma gloria. La
cuestión ahora es cómo se concreta, en el orden objetivo, esa comunicación de
la gloria. Dado que la Revelación insiste en que Cristo ha venido como Reden-
tor se debe afirmar que conforme al plan de Dios actual (obviamente no entra-
mos en otras posibles economías divinas) si no se hubiera dado el pecado no se
hubiera producido la Encarnación. Nos movemos, por así decir, en el orden de
la causa material, esto es, en la sucesión de los acontecimientos y la concatena-
ción entre ellos. Desde este punto de vista la permisión del pecado, en el plan de
Dios, es previa a la decisión de la Encarnación: como confiesa el credo el Hijo se
hizo hombre por nosotros y por nuestra salvación.
Ahora bien, si nos referimos al orden de la causa final, la permisión del pecado
está ordenada a la Encarnación: si Dios quiere la Encarnación vinculada al pecado
para redimirnos, la quiere como fin de esa permisión. Es muy importante advertir
que el orden de la causa final es el orden de la perfección y del bien, mucho más
importante que el orden de la causa material. En este orden del fin y del bien Dios
quiere primero, según nuestro modo de entender, aquello que es un bien mayor,
y la comunicación de Dios que supone la Encarnación es el mayor bien. Por ello
en el orden de la causa material (libremente establecido por Dios) quiere antes la
permisión del pecado (no el pecado, evidentemente) que la Encarnación, pero en
el orden de la causa final quiso antes que nada la Encarnación. Con esta distin-
ción, que se desarrolló bastante desde el siglo XVI se pueden poner de acuerdo
las distintas series de textos, no se disminuye el primado de Jesucristo, sino que se
acrecienta, apareciendo a la vez como Salvador y Redentor de los hombres.
En realidad la gloria que Cristo recibe de la creación le viene también de la
Redención por su triunfo sobre el pecado. Es más, la Encarnación está marcada
por el carácter redentor de Cristo. Todo esto se entiende mejor si se advierte que
la providencia tiene en cuenta las deficiencias de las libertades creadas para reali-
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
Ahora bien, el que Cristo sea el fin de la creación no quiere decir que no se
deban distinguir diversos niveles con una cierta autonomía cada uno. Se suele
distinguir el orden de la creación o de la naturaleza, el orden de la gracia, que
supone una participación u orden especial a Dios en sí mismo (orden sobrena-
tural, como veremos más adelante) y orden hipostático, que se da en Cristo, con
una unión del todo particular entre la humanidad y la divinidad. Cada uno de
los órdenes referidos es una cierta comunicación de Dios, pero la máxima es la
Encarnación. Evidentemente se trata de algo gratuito respecto a los otros dos,
pues Dios no estaba obligado a encarnarse.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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8. LA PROVIDENCIA Y EL DESIGNIO DE DIOS
el mismo acto de amor de Dios en cuanto dice una relación no necesaria a las
criaturas. El mundo ha sido creado con la mayor sabiduría y amor posibles, pues
no hay mayor amor ni sabiduría que los de Dios, sin embargo las realidades crea-
das son mejorables y perfectibles.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
R.Ferrara, El misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Sígueme,
Salamanca 267-346.
Particulares
[1] Ch.Journet, El mal, Rialp, Madrid 1965.
[2] M.Cuervo, «Introducción a la cuestión 1 de la Tertia pars», en S.Ramirez
(ed.) Suma Teológica de santo Tomás de Aquino, Madrid 1960,42-61.
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CAPÍTULO 9
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
que son divinas. No obstante se puede confiar que en la medida que las mismas
ciencias dan un papel cada vez mayor a la noción de información, y se abren al
estudio de temáticas ontológicas, los autores que niegan lo referente a los ángeles
se alejen algo de la ciencia del siglo XVIII para entrar en el siglo XXI y disipen
sus prejuicios. Nadie niega que es un tema muy difícil, en el que es mucho más
lo que ignoramos que lo que conocemos, pero esto en modo alguno puede llevar-
nos a poner en duda los grandes principios de la fe y de la tradición de la Iglesia.
Como resumen de lo que vimos en los capítulos de la parte positiva de este
manual, los datos principales acerca de los ángeles son los siguientes: 1) existen-
cia de los ángeles como criaturas personales; 2) naturaleza espiritual de los mis-
mos; 3) fueron creados por Dios; 4) su creación tuvo lugar al inicio del tiempo;
5) los demonios fueron creados buenos pero se pervirtieron por su propia acción.
Para reflexionar y especular algo sobre estas cuestiones haremos uso en los epígra-
fes siguientes de las enseñanzas de santo Tomás, que no en vano es denominado
Doctor Angelicus. De hecho, sus reflexiones sobre las sustancias puramente espi-
rituales son otro elemento esencial de su filosofía del ser, de manera análoga a la
creación, tal como vimos en el capítulo séptimo.
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
Como consecuencia de la afirmación anterior, hay que decir que cada ángel
agota su especie, pues la diversidad en una misma especie se da por la materia,
y en los ángeles, al ser incorpóreos, no se encuentra materia. Por otra parte esa
ausencia de materia explica también que sean incorruptibles:
379
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Sin embargo santo Tomás se toma muy en serio los textos bíblicos en los que
se habla de apariciones sensibles de ángeles, en los que se da a entender que son
capaces de unir cuerpos a sí:
«Algunos han dicho que los ángeles nunca tomaban cuerpos, y que
todo lo que en las Escrituras divinas se lee de apariciones de ángeles, debe
entenderse de visiones proféticas, es decir, como efectos de la imaginación.
Pero esta explicación es contraria a la intención de la Escritura, pues lo
que se ve por visión imaginaria, no existe más que en la imaginación de
quien lo ve, y por consiguiente no es visto por todos indistintamente. Sin
embargo la Escritura Santa nos muestra a veces ángeles manifestándose
de manera que eran vistos por todos, como los ángeles que se aparecieron
a Abraham fueron vistos por él y por toda su familia, por Lot y por los
habitantes de Sodoma. Igualmente el ángel que se apareció a Tobías se
dejaba ver por todos. Esto hace evidente que tales hechos se realizaron
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
por visión corpórea, mediante la cual se ven objetos situados fuera del que
los ve, y que pueden por lo mismo ser vistos por todos. Ahora bien, de
esta solo se ven los cuerpos; puesto que los ángeles ni son cuerpos, ni los
tienen naturalmente unidos a sí, como consta de lo dicho antes, es preciso
concluir que toman cuerpos algunas veces». Santo Tomás de Aquino,
Summa theologiae I,51,2.
«El ángel tiene virtud y esencia finitas, mientras que la virtud y esencia
divina es infinita, y causa universal de todas las cosas: y por este motivo
todo lo abarca con su poder, y está, no solo en muchos lugares, sino en
todos. Sin embargo la virtud del ángel, como es finita, no se extiende
a todas las cosas, sino a algo determinado [...] puesto que el ángel está
en un lugar por la aplicación de su virtud a ese lugar, se sigue que no
está en todos ni en muchos, sino en uno solo. Sobre esto, sin embargo,
algunos se equivocaron, pues, al no poder elevarse sobre la imaginación,
han considerado la indivisibilidad del ángel al modo de la del punto,
creyendo en consecuencia que el ángel no podía existir sino en un lugar
como un punto. Pero es claro su error, pues el punto es lo indivisible
situado, mientras que el ángel es lo indivisible que existe fuera del género
de cantidad y localidad. No es pues necesario asignarle un determinado
lugar indivisible en cuanto al sitio, sino divisible o indivisible, mayor o
menor, según que voluntariamente aplica su virtud a un cuerpo mayor
o menor: y así la totalidad del cuerpo, sobre el cual obra, le corresponde
como único lugar». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,52,2.
381
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
A nosotros nos resulta muy difícil comprender que Dios infunda directa-
mente el conocimiento a los ángeles, pero dada su naturaleza es algo completa-
mente coherente. Además, conviene tener en cuenta que los conceptos que noso-
tros formamos son muy rudimentarios y perfectibles, mientras que en el caso
de los ángeles es casi como tener la misma realidad creada de una manera cono-
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
cida, algo que se nos escapa completamente. No se puede entender esta infusión
de conocimiento como si a cada ángel se le dieran las leyes de la naturaleza y el
dedujera lo que pasa, sino que Dios les comunica las realidades naturales de una
manera puramente intelectual.
«Responderemos, que las especies, por medio de las cuales los ángeles
conocen, no son tomadas de las cosas, sino connaturales a ellos. [...] las
sustancias intelectivas inferiores, como las almas humanas, tienen una
potencia intelectiva que no está naturalmente completa, sino que se va
completando sucesivamente en ellas, y se perfecciona a medida que recibe
de los objetos las especies inteligibles. Pero la potencia intelectiva en las
sustancias espirituales superiores, es decir, en los ángeles, está naturalmente
completa por las especies inteligibles connaturales para entender todo lo
que ellas pueden naturalmente conocer. Esto se advierte incluso por la
manera misma de ser de estas sustancias: porque las sustancias espirituales
inferiores, es decir, las almas, tienen un ser afín con el cuerpo, en cuanto
son formas de cuerpos. Por su mismo modo de ser les corresponde el
obtener de los cuerpos y por los cuerpos su perfección inteligible, en otro
caso estarían en vano unidas a ellos. Pero las sustancias superiores, esto es,
los ángeles, están completamente desprendidas de todo cuerpo, subsis-
tiendo inmaterialmente y en un ser inteligible; por lo cual consiguen su
perfección intelectual de la comunicación inteligible, por la que recibieron
de Dios las especies de los objetos conocidos juntamente con su naturaleza
intelectual». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,55,2.
Santo Tomás se apoyaba en las afirmaciones agustinianas que daban una gran
importancia al conocimiento de los ángeles, hasta el punto de que la creación
material había sido comunicada en primer lugar a los ángeles, y luego realizada
en la materia real. Igualmente Dios ha infundido en la mente de los ángeles
representaciones o rationes del resto de los ángeles creados.
«Responderemos que, como dice San Agustín las cosas que han
preexistido desde toda la eternidad en el Verbo de Dios, han salido de Él
de dos maneras: en primer lugar, transmitidas al entendimiento angélico;
en segundo lugar, comenzando a subsistir en sus propias naturalezas. Pro-
cedieron al entendimiento angélico al imprimir Dios en la mente angélica
las semejanzas de las cosas, que produjo en su ser natural. Pero en el Verbo
de Dios existieron, no solamente las razones de las cosas corporales, sino
también las razones de todas las criaturas espirituales: así que el Verbo de
Dios ha impreso en cada una de las criaturas espirituales todas las razones
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
de todas las cosas, tanto corporales como espirituales. Sin embargo a cada
ángel le infundió la razón de su especie según su ser natural e intelectual
juntamente, para que subsistiese en la naturaleza de su especie, y por ella
se conociese a sí mismo; mientras que las razones de las otras naturalezas,
tanto espirituales como corporales, le han sido impresas únicamente según
su ser intelectual, de modo que por medio de estas especies conociese las
criaturas corporales, y también las espirituales». Santo Tomás de Aquino,
Summa theologiae I,56,2.
Los ángeles tienen conocimiento de Dios por sus medios naturales, un cono-
cimiento mucho más perfecto que el conocimiento de Dios que los hombres
podemos poseer a partir de la naturaleza, pero que no llega en modo alguno a la
visión beatífica. Este último conocimiento lo poseen los ángeles que permane-
cieron fieles a Dios, pero se trata de algo que supera su naturaleza y es un don
del todo especial.
«Los ángeles pueden tener algún conocimiento de Dios por sus medios
naturales. Para entender esto debemos notar que una cosa puede ser
conocida de tres modos: en primer lugar por la presencia de su esencia en
el sujeto que la conoce, como en el ojo se ve la luz; y de esta manera el
ángel se conoce a sí mismo, según lo dicho antes; en segundo lugar por la
presencia de su semejanza en la facultad cognoscitiva, como la piedra es
vista por el ojo, en el que se produce una semejanza de la piedra; en tercer
lugar por la imagen del objeto conocido, recibida, no inmediatamente del
objeto mismo, sino de otro ser, que lo refleja o representa, como vemos
a un hombre en un espejo. Ahora bien, el conocimiento de Dios, por el
que se le ve en su esencia, corresponde a la primera manera de conocer,
y no hay criatura alguna, que pueda tenerlo por sus medios naturales,
como ya se dijo antes. A la tercera clase de conocimiento se parece el que
tenemos de Dios en la tierra, por medio de su semejanza en las criaturas,
conforme a lo que dice san Pablo en Rom 1,20: “lo invisible de Dios, su
eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir
de la creación del mundo a través de sus obras”, y por esto se dice que
vemos a Dios como en un espejo. Así pues, el conocimiento que el ángel
tiene de Dios por sus medios naturales es intermedio entre esas otras dos
especies de conocimiento, y se parece a aquel, por el que se ve el objeto
en la especie tomada del mismo. Porque, como la imagen de Dios está
impresa en la naturaleza misma del ángel, conoce éste a Dios por su propia
esencia [angélica], en cuanto es semejanza de Dios. No ve sin embargo la
misma esencia de Dios, pues ninguna semejanza creada es suficiente para
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
Dado que los ángeles no ven la esencia divina por naturaleza, se entiende
también las limitaciones que establece santo Tomás respecto a su conocimiento
del futuro o de los pensamientos más escondidos de la mente humana. Su cono-
cimiento natural en estos campos es meramente conjetural; la cuestión es impor-
tante porque en los demonios se mantiene el conocimiento natural, luego su
conocimiento del futuro o del pensamiento del hombre no es perfecto. Obvia-
mente en el caso de los ángeles que permanecieron fieles a Dios y poseen la visión
beatífica cabe un conocimiento mucho mayor en esa misma visión beatífica.
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Los ángeles aman naturalmente a Dios más que a las otras cosas, porque
conocen muy bien su bondad, pero eso no quiere decir que por naturaleza tuvie-
ran amistad con Dios, que es un don sobrenatural. De hecho, muchos rechaza-
ron esa amistad y, vueltos a sí mismos, se convirtieron en demonios, como vere-
mos más adelante.
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
«Acerca de este punto hay dos opiniones entre los santos Doctores.
Parece más probable que los ángeles fueron creados simultáneamente
con los seres corpóreos. Los ángeles son una parte del universo, pues no
constituyen por sí mismos un mundo aparte, sino que tanto ellos como las
criaturas corporales concurren a la constitución de un solo universo. Esto
se advierte en el orden correlativo entre unas y otras criaturas, que es en lo
que consiste el bien del universo. Ahora bien: ninguna parte perfecta existe
separada de su todo; y por esta razón no es probable que Dios, cuyas obras
son perfectas [Dt 32, 4] haya creado a los ángeles por separado, antes que
todas las demás criaturas. Sin embargo la opinión contraria no debe ser
considerada como errónea, sobre todo a causa del parecer de san Gregorio
Nacianceno». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,61,3.
En cualquier caso se debe mantener con claridad que los ángeles han venido a
la existencia por un acto de creación divino. La generación de una sustancia por
obra de las causas segundas se puede dar en los entes materiales, precisamente
porque existe la materia, informada de una manera o de otra debido a la actua-
ción de las causas. Sin embargo en el caso de los ángeles nos encontramos, como
ya hemos visto, con formas puras, sin materia, de modo que su origen solo puede
estar directamente en un acto de creación por parte de Dios, como sucede con el
alma racional humana. En un esquema neoplatónico descendente unos ángeles
procedían de otros como por emanación, pero en cuanto se acepte la realidad de
las sustancias y se capte la inconsistencia de tales esquemas neoplatónicos, resulta
claro que los entes subsistentes inmateriales solo puede producirse por acción de
Dios. Las afirmaciones de san Buenaventura sobre la materia espiritual se deben
entender como un intento de subrayar que en los ángeles no se da una simpli-
cidad pura como la que caracteriza a Dios. Sin embargo, ese loable propósito
de diferenciarlos del Creador se puede conseguir, de manera consistente, recor-
dando que también en los ángeles, como en toda criatura, se distingue su esencia
de su acto de ser. En rigor, carece de sentido hablar de materia espiritual.
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
«Un pecado puede tener cabida en alguien bajo dos conceptos; según
el reato [pena que corresponde a la culpa de un pecado], o según el afecto:
Según el reato los demonios son capaces de todos los pecados, pues indu-
ciendo a los hombres a toda clase de pecados, incurren en el reato de todos
ellos; según el afecto, solo pueden incurrir los ángeles malos en aquellos
pecados a los que puede aficionarse la naturaleza espiritual. La naturaleza
espiritual no es susceptible de aficionarse a bienes propios del cuerpo,
sino a los que pueden hallarse en las cosas espirituales, pues ningún ser
tiene afición sino a aquello que de algún modo puede ser conveniente a su
naturaleza. Pero en los bienes espirituales no cabe pecado por aficionarse a
ellos, sino en cuanto no se observa en ese afecto la regla del superior: y esto
constituye el pecado de soberbia, el no someterse al superior en aquello
en que se debe. Por consiguiente el primer pecado del ángel no puede
ser otro que la soberbia, aunque como consecuencia pudo haber también
envidia; puesto que sustancialmente es lo mismo que el afecto tienda a
apetecer algo, y que rehúse lo contrario. En efecto: el envidioso se duele
del bien de otro, porque le considera como un obstáculo al suyo propio;
y no podía mirarse el bien de otro como impedimento del bien deseado
por el ángel malo, sino en tanto que aspiró a una preeminencia singular,
cuya singularidad se frustra por la preeminencia de otro. Y por lo tanto
al pecado de soberbia siguió en el ángel prevaricador el mal de la envidia,
por el que se dolió del bien del hombre y aún de la excelencia divina, en
cuanto que Dios se sirve del hombre para su gloria contra la voluntad del
mismo diablo». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,63,2.
«El ángel pecó sin duda alguna, aspirando a ser como Dios. Pero esto
puede entenderse de dos modos: por equiparación, o por semejanza.
Del primer modo no pudo desear ser como Dios, porque sabía por su
conocimiento natural que esto era imposible; ni a su primer acto de pecar
precedió hábito o pasión, que ofuscase su facultad cognoscitiva, hasta el
punto de engañarse sobre esto, de modo que eligiera lo imposible, como
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en virtud, para estimularle; malo, cuando se quiere saber esto para enga-
ñarle o inducirle a error. Según esta distinción puede entenderse cómo se
atribuye de diversa manera el tentar según la diversidad del que tienta.
Se dice que el hombre tienta a veces solo para saber, y por esta causa se
dice que es pecado tentar a Dios, porque el hombre pretende investigar
el poder de Dios como si fuera algo incierto. A veces [el hombre] tienta
para ayudar, y otras para dañar. Sin embargo el diablo siempre tienta para
dañar, precipitando en el pecado. Por eso se dice que su oficio propio es
tentar: porque, aun cuando el hombre tiente alguna vez de esta manera,
actúa así en cuanto es ministro del diablo. Se dice que Dios tienta para
conocer, en el sentido de que hace conocer a otros. Así se lee Dt 13, 3:
“Os tienta el Señor Dios vuestro, para que se haga patente si le amáis”.
Se dice también que la carne y el mundo tientan como instrumentos,
esto es, materialmente, en cuanto se puede conocer cómo es el hombre,
según que caiga o resista a las concupiscencias de la carne, o desprecie las
cosas prósperas y adversas del mundo, de las cuales se sirve el diablo para
tentar». Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,114,2.
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ción se da una manera continuada hasta el punto de que tal persona está como
dirigida desde fuera de sí, se habla de posesión diabólica. Ya hemos visto que
los demonios, ni pueden conocer perfectamente el futuro, ni los pensamientos
del corazón, ni tampoco pueden intervenir directamente sobre la voluntad. Sin
embargo, el campo de posibilidades de intervenciones en el aspecto material del
sujeto es muy grande. Por la profunda unidad alma/cuerpo, de la que hablare-
mos en el próximo capítulo, si un demonio puede controlar determinados ele-
mentos materiales del hombre, pueden llegar a darse efectos sorprendentes, pues
se altera el orden de las causas naturales.
Las manifestaciones que puede tener una posesión diabólica no es algo que se
pueda determinar a priori, por el sencillo motivo de que ignoramos hasta donde
llega el poder de un ángel sobre la materia. En el Ritual de Exorcismos se afirma
lo siguiente:
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9. CRIATURAS ESPIRITUALES Y CRITAURAS MATERIALES
sobre una persona libre es otro ejemplo de la permisión divina del mal, aquí
especialmente llamativa, pues se trata casi de anular, en muchos aspectos, la per-
sonalidad del poseído, aunque, como dijimos, los demonios no pueden interve-
nir directamente sobre la voluntad. Precisamente el hecho de que muchos poseí-
dos pidan el exorcismo, explica que mantienen su libertad y quieren abandonar
esa situación.
No corresponde a este texto detenerse más en la cuestión práctica de la reali-
zación de exorcismos, sus tiempos, condiciones, etc, pero sí se debe insistir en la
realidad de los demonios y la posesión diabólica. Al ser una verdad de fe la exis-
tencia de los demonios como seres personales opuestos a Dios, y dotados de un
poder natural muy superior a los hombres, la realidad de la posesión y el exor-
cismo es un elemento de la historia de la salvación que no supone dificultad
mayor desde el punto de vista especulativo. Por el contrario, aquellas teologías
que consideren esta cuestión en sí misma (no los abusos o confusiones que pue-
dan darse) como resto de una mentalidad mitológica muestran con bastante cla-
ridad que no son compatibles con el depósito de la fe y sus presupuestos especu-
lativos solo pueden ser los de un cientificismo de dudosa consistencia.
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Una primera noción que se debe tener clara es la de naturaleza, que desde la
Antigüedad se ha caracterizado por el movimiento. Desde que Parménides negó
la realidad del movimiento, la filosofía griega se movió para responder al filósofo
de Elea y demostrar que el movimiento no es algo contradictorio. Las nociones
de potencia y acto fueron la respuesta de Aristóteles al problema anterior, aunque
no siempre se le ha comprendido bien. Potencia y acto remiten a diversos modos
de ser y, en el fondo, son una respuesta a la pretensión platónica de un mundo
reducido a geometría: en ese caso todo estaría ya en acto, y solo debería mani-
festarse lo que ya existía antes. No está muy lejana de esta explicación la reduc-
ción de todo movimiento al movimiento local, que sigue unas leyes geométricas
eternas. Con una terminología más actual, pero manteniendo los grandes prin-
cipios de fondo, habría que decir que lo natural se caracteriza por un dinamismo
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finita de leyes, recurre a la noción de información, si bien es algo que sólo muy
poco a poco se va comprendiendo. En realidad es una cierta repetición de la
intuición aristotélica frente al universo platónico marcado por la geometría: pre-
cisamente el estudio de los sistemas caóticos es lo que ha llevado a plantear la
cuestión de la información entendida como magnitud física semejante a la entro-
pía en termodinámica.
Mediante la materia y la forma, junto con las causas, se pueden explicar las
esencias de los entes físicos. No obstante, el límite del hilemorfismo es que no
podía explicar la existencia de la sustancia primera, y se daba el riesgo de confun-
dir la materia primera (sustrato de la forma) con la sustancia primera (sustrato de
los accidentes), y se podía caer en una interpretación materialista. Santo Tomás
corrigió esos peligros mediante la distinción entre esencia y acto de ser y la doble
causalidad física y metafísica.
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En §3 hemos hablado del conocimiento que poseen los ángeles, que es mera-
mente intelectual, es decir, no conocen a partir de la sensibilidad. Dios les
infunde las especies, conceptos o semejanzas cognoscitivas. Mediante tales espe-
cies pueden conocer no sólo los grandes principios, sino también lo material y
concreto. Sólo pueden conocer el futuro de una manera conjetural, pues no son
eternos ni está todo ante su conocimiento. Lo mismo puede decirse respecto a los
pensamientos humanos: simplemente pueden conjeturarlos. Se habla de cono-
cimiento matutino (en el Verbo de Dios) y vespertino (en las especies infundi-
das por Dios) de los ángeles. Su conocimiento no es discursivo, sino intuitivo.
Del mismo modo que hay conocimiento en ellos, también hay voluntad y
amor, sólo que se da de un modo instantáneo, no por una serie de pasos, como
en el caso de los hombres. Aman naturalmente a Dios más que a sí mismos, pero
esto no evitó que pecaran, pues no quisieron aceptar la bienaventuranza sobre-
natural que Dios les proponía.
Respecto a su origen, en §4 vimos que los ángeles han sido creados por Dios en
el tiempo, y no puede decirse que hayan existido siempre, aunque su duración no
se puede medir por el tiempo. Los ángeles fueron enriquecidos con una serie de
dones en su creación, pero no en cuanto que poseyeran desde el primer momento
la bienaventuranza perfecta, sino que Dios les concedió la gracia para que pudie-
ran merecer el premio eterno. Respecto a los demonios fueron creados buenos
por Dios, pero se rebelaron contra Él, es decir, no le obedecieron. Dado el carác-
ter del entendimiento y la de la voluntad de los demonios quedaron obstinados
en el mal, de manera que alcanzaron de manera instantánea su estado definitivo.
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peque y se aleje de Dios, por envidia y odio a Dios. El poder que tiene los ánge-
les sobre el mundo material explica los casos de posesiones diabólicas.
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Sobre los ángeles
Para nuestra exposición nos hemos basado fundamentalmente en el texto
mismo de santo Tomás:
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CAPÍTULO 10
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Otro aspecto que tiene que ver con la imagen de Dios es el aspecto social del
hombre: la sociedad no surge de un mero pacto exterior, sino que tiene sus raíces
en la posibilidad del hombre de conocer y amar, y consiguientemente de relacio-
narse. Dado que como toda criatura tiene que desarrollarse para alcanzar su fin,
en este desarrollo interviene la mutua cooperación entre las diversas personas, y
ahí tenemos la dimensión social del hombre. En este punto se debe evitar tanto
el planteamiento que vería en la sociedad un mero añadido exterior, que incluso
corrompería al hombre, como la tentación de reducir la dignidad personal a ser
miembro de una sociedad. Este aspecto aparecerá al final del presente capítulo.
Por último, no podemos olvidar que, desde el punto de vista más literal y filo-
lógico el término imagen está indicando a alguien que representa a otro, en este
caso el hombre debe representar a Dios ante la creación material. Precisamente
una serie de facultades y operaciones le permiten alcanzar un cierto dominio res-
pecto a la creación material. Por ser el hombre creado, y necesitar también de
la creación material, este dominio no es algo absoluto, de modo que el hombre
tiene una serie de obligaciones respecto a la naturaleza. Es incorrecto hablar de
derechos de plantas o animales, pues no son personas, sino que más bien se debe
hablar de obligaciones del hombre para con la creación material, en la medida
que un dominio indiscriminado ni siquiera permitiría al hombre alcanzar su fin.
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de la noción imagen de Dios permite ofrecer una visión de conjunto del hombre,
pero a la reflexión teológica le corresponde precisar el sentido de los diferentes
elementos de la persona a la luz de la Revelación, empleando la reflexión filosó-
fica oportuna.
En los epígrafes siguientes tendremos presentes toda una serie de elemen-
tos esenciales de la naturaleza humana sin los cuales hablar del hombre en rela-
ción con Dios, o de su profunda unidad material/espiritual, resultarían algo sin
sentido. De modo especial veremos las operaciones del hombre que le permiten
establecer relaciones personales: el conocimiento y el amor, así como su funda-
mento más profundo: la existencia de un alma espiritual inmortal que es la forma
del cuerpo humano.
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miento agente, que supera el nivel sensible. Análogamente puede formular signifi-
cados nuevos, si advierte que los anteriores no son adecuados al nuevo objeto que
tiene delante (esta sería la operación del entendimiento posible). Posteriormente
el entendimiento se vuelve hacia la sensibilidad (los phantasmata, es decir, las ela-
boraciones de la sensibilidad interna) para aplicar a ese dato sensible el “juicio”
que ha realizado el entendimiento. Como se puede advertir se integra en el cono-
cimiento la dimensión sensitiva y la intelectiva, los sentidos-cerebro y la mente.
Esta relación se puede ver en el siguiente texto de santo Tomás:
Cuando santo Tomás afirma que el hombre conoce abstrayendo la idea a par-
tir del dato sensible con la luz del entendimiento agente, y no interpretándolo
a la luz de sus experiencias pasadas, lo que quiere decir es que el hombre con-
creto, a pesar de sus condicionamientos biológicos, históricos y culturales, es
capaz de conocimiento universal, gracias a la capacidad de definir y re-definir el
ente lógico o concepto que produce basado en el ente físico que existe fuera de
la mente. Universal no quiere decir un concepto que contiene misteriosamente
todos los individuos a los que se puede aplicar y que captamos por una facultad
quasi-mágica, sino una predicación que podemos aplicar de manera indefinida a
los diferentes individuos que se presenten. En caso de que aparezcan nuevos indi-
viduos que no entren en el concepto del que partimos, mediante una diferen-
cia, establecemos un nuevo concepto. Por eso el punto de partida de cada con-
cepto es siempre un individuo concreto. En el fondo se trata de entender el cono-
cimiento como resultado de una adecuación: no en vano santo Tomás decía que
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del entendimiento hace que cada individuo pueda re-adecuarse a lo real y definir
del mismo modo la esencia del mismo objeto.
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10. EL HOMBRE: SÍNTESIS DE MATERIA Y ESPÍRITU
final no puede volver perfectamente sobre sí mismo (un martillo no puede mar-
tillear sobre sí mismo). Para el entendimiento se requiere un sustrato no-mate-
rial, sino espiritual. Se puede advertir hasta qué punto es importante la defini-
ción de la verdad como adecuación del entendimiento a la realidad, pero com-
prendida no como una ecuación estática, sino como una adecuación susceptible
de crecimiento y enriquecimiento.
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último juicio práctico del entendimiento, pero es la misma voluntad la que esta-
blece que tal juicio es el último y que no siga deliberando.
La raíz del acto libre está en el conocimiento universal, pues de esta manera
no estamos determinados por un medio concreto para alcanzar nuestro fin. Gra-
cias al conocimiento universal percibimos que hay bien en diversas realidades y
caben diversas opciones (otra cosa es que moralmente resulten todas válidas). La
explicación que da santo Tomás sobre la raíz del libre albedrío es iluminadora:
«Hay seres que obran sin juicio previo alguno, por ejemplo una piedra
que cae, y así todos los seres que carecen de razón. Otros obran con un
juicio previo, pero no libre, por ejemplo, los animales. La oveja que ve
venir al lobo juzga que debe huir de él, pero lo hace con un juicio natural,
no libre, porque juzga esto por el instinto natural no mediante la compa-
ración (ex collatione). Así son los juicios de todos los animales. En cambio,
el hombre obra con juicio, puesto que por su facultad cognoscitiva juzga
sobre lo que debe evitar o buscar. Pero como este juicio no procede del
instinto natural acerca de lo que se debe hacer en este caso, sino que viene
de cierta comparación de la razón (ex collatione rationis), actúa conforme
a un juicio libre, que puede tomar direcciones contrarias. Esto se com-
prueba en los silogismos dialécticos y en las argumentaciones retóricas.
Ahora bien, las acciones particulares son contingentes, y, por tanto, el
juicio de la razón sobre ellas puede seguir diversas direcciones, sin estar
determinado a una sola. Por lo tanto, es necesario que el hombre tenga
libre albedrío, por lo mismo que es racional». Santo Tomás de Aquino,
Summa theologiae I,83,1.
Es muy importante señalar que la moralidad del acto libre siempre se debe
relacionar con los fines: carece de sentido un deber por el deber al modo de Kant,
porque eso significaría que la voluntad depende de un principio evidente espe-
culativo que se impone a todos, cuando en realidad trata siempre de fines y de
circunstancias. De esta manera la norma no se entenderá como constricción o
formalismo de la ley, sino como realización del hombre. Evidentemente algunos
actos no podrán nunca justificarse porque se oponen al fin fundamental del hom-
bre, es decir, son incompatibles con la naturaleza humana. Se entiende ahora con
más claridad la profundidad de la afirmación «la verdad nos hace libres», pues no
se trata de encerrar al hombre en una maraña de leyes lógico-formales raciona-
lista, sino orientada a bienes de tipo moral que desarrollan y encauzan el deseo de
alegría y felicidad del hombre. La expresión de Cristo de Jn 8,32 tiene un sentido
inmediato en que Cristo (la Verdad en Persona) es quien nos libera del pecado,
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10. EL HOMBRE: SÍNTESIS DE MATERIA Y ESPÍRITU
pero esto no se opone al sentido más general al que apuntamos en este párrafo.
De hecho la libertad más profunda del hombre, su caminar hacia Dios, depende
de la Verdad, que es Cristo, quien nos enseña las verdades de la Revelación. Una
vez más la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona.
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«Es preciso saber que alguna operación del alma puede ser una pasión
que necesita del cuerpo como un instrumento (= órgano) y como un
referente (obiectum). De esta manera, el ver es una operación que tiene
necesidad del cuerpo como referente, puesto que el color, objeto de la
vista es algo físico (corpus), pero que también necesita del cuerpo como
instrumento, en cuanto que la visión, aunque derive del alma, no será
si no mediante la pupila que es como un instrumento, y así el ver no es
del alma solamente, sino también del órgano. Sin embargo hay alguna
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universal de los averroístas tenía cierta semejanza con esta noción de alma, pues
era algo supra-individual.
+Sustancia tercera: ente determinado y completo en su naturaleza que existe
en los individuos como parte de esos mismos individuos; sin embargo es una
parte que determina la totalidad a la que pertenece. Aristóteles ponía el ejemplo
del pie, que es simplemente una parte del individuo animal, y para existir nece-
sita de la totalidad del individuo, pero determina la totalidad del individuo, que
si no fuera por el pie no podría ser considerado bípedo o cuadrúpedo. En este
sentido, según santo Tomás, el alma se puede entender como parte que deter-
mina la totalidad a la que pertenece. El alma es forma de una sustancia primera,
individual, la persona, y por tanto es parte de la misma, es decir, es parte de la
totalidad a la que contribuye a especificar.
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10. EL HOMBRE: SÍNTESIS DE MATERIA Y ESPÍRITU
puede ser establecida perfectamente mediante la razón, y como hemos visto, par-
tiendo de las ciencias cognitivas.
Por último, y respecto a las operaciones del alma después de la muerte hay
que decir que para ella no habrá tiempo, pues ya no estará sometida a la materia-
lidad, pero eso no quiere decir que la duración que le corresponda sea la eterni-
dad. El alma no dejará de estar compuesta, de realizar operaciones, etc, es decir,
seguirá teniendo sucesión, aunque la medida de su duración no sea ya el tiempo
que conocemos nosotros.
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10. EL HOMBRE: SÍNTESIS DE MATERIA Y ESPÍRITU
rentes (e.c. el predicado “ser agua” y el predicado “ser H20”) son la misma clase
si contienen todos y solo los mismos elementos, de manera que su extensión es
idéntica. En las ciencias definir quiere decir sustituir un término por otro que
tenga la misma extensión. También en estas lógicas existe el principio de gene-
ralización existencial, según el cual, dada una proposición que determina un
objeto mediante una propiedad, se puede inferir inmediatamente otra en la cual
se predica esa misma propiedad de un objeto genérico (e.c. si digo Sócrates es
mortal también puedo decir Algo es mortal).
En las lógicas intensionales no se admiten esos principios. En esas lógicas o
lenguajes, el modo con el que los términos connotan (significan) sus referencias
(los objetos extra-lingüísticos a los que se refieren), y no simplemente el hecho
de designarlos, es algo esencial para determinar el significado de las proposicio-
nes de ese lenguaje. E.c. si en la oración de bendición del agua, en lugar de decir:
“Señor bendice este agua...” decimos “algo bendice este H20...” nuestro discurso
carece de sentido, y consiguientemente de verdad.
3.3.2 El funcionalismo
De una manera muy sencilla el funcionalismo es un planteamiento para el
que las operaciones de la mente se reducen a un cálculo ejecutado por el cere-
bro de modo análogo a como los ordenadores ejecutan un programa. Aun con el
riesgo de simplificar podríamos decir que el primer paso para las teorías funcio-
nalistas, a las que nos hemos referido en sesiones anteriores, está en el raciona-
lismo y su planteamiento representacional. Descartes, Leibniz y Kant, a pesar de
sus diferencias coinciden en que el pensamiento es como un proceso de inferen-
cias formales, de deducciones.
Para Kant estas reglas y procedimientos están definidos a priori en la mente y
son algo inconsciente. En el caso de la percepción tenemos un acto de la fanta-
sía, que desarrolla unos particulares esquemas o “reglas para la síntesis de la fan-
tasía” para cada concepto. Según esta explicación, una intuición sensible se orga-
niza conforme a un esquema para producir una determinada percepción. Esto
significa, por ejemplo, que en nuestra mente no tenemos la imagen de un gato,
sino la regla o el esquema para constituir las imágenes de los gatos concretos que
encontramos, de modo que agrupamos las sensaciones de una manera y no de
otra. Se trata de un esquematismo deductivo inconsciente que es muy difícil de
descubrir, según Kant.
El desarrollo de la teoría de la computación ha permitido construir arquitec-
turas de cálculo (máquinas de Turing) que presenten esto de una manera opera-
tiva y realizable en ordenadores, aunque lo propio del funcionalismo es que una
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10. EL HOMBRE: SÍNTESIS DE MATERIA Y ESPÍRITU
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Una vez supuesta esa naturaleza espiritual ya no queda más remedio que recu-
rrir a una causalidad divina directa respecto al alma. Es evidente que en el pro-
ceso evolutivo se han producido multitud de nuevos niveles: es una consecuencia
inmediata de la generación de información en la naturaleza a la que nos referi-
mos en el capítulo octavo. Sin embargo ahora nos estamos refiriendo a una gene-
ración de información que requiere la ausencia de un sustrato material, en cier-
tas operaciones, pues de lo contrario sería imposible el proceso de re-adecuación
indefinido. Como no existen causas materiales para dar lugar a esta realidad no
hay más remedio que acudir a la creación por parte de Dios, en la que no cabe
una causalidad instrumental.
Tal intervención de Dios se dio cuando comenzó a existir el hombre, y se da
cada vez que se engendra un nuevo hombre. Esto no es ningún inconveniente
para afirmar que los padres realmente engendran a los hijos, pues su acción dis-
pone el aspecto material de la criatura humana, y es una acción subordinada
a la acción de Dios. Lo que sucede es que la constitución del hombre es tal
que requiere esa intervención divina que, como veremos, garantiza la dignidad
última del ser humano. Por otra parte no olvidemos que el alma es forma del
cuerpo, con lo cual hay un relación mutua muy profunda. Esta intervención crea-
dora de Dios no viola ningún tipo de leyes de conservación, sea de la materia, sea
de la energía, pues esa nueva realidad se encuentra en otro nivel distinto: el de
la información.
A este respecto se puede recordar la difundida (y poco consistente) hipóte-
sis de Rahner en el sentido de que el origen del alma puede ser atribuida entera-
mente a Dios en el ámbito de la causalidad primera (creación) y enteramente a
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10. EL HOMBRE: SÍNTESIS DE MATERIA Y ESPÍRITU
la generación en el ámbito de las causas segundas. Para este autor la misma dis-
tinción alma/cuerpo presenta problemas de dualismo, y para superarlos sugiere
hablar del proceso completo de hominización. Dios es la causa real y trascenden-
tal del proceso evolutivo del mundo, pues actúa en la creación y mediante las
causas segundas. Respecto a la aparición del hombre, Dios actúa desde dentro de
una causalidad finita elevándola y potenciándola, para dar lugar a una auto-tras-
cendencia de la criatura. En el fondo late la preocupación por evitar interven-
ciones categoriales de Dios, pues a Dios le corresponde solo el nivel trascendental.
Como para Rahner Dios es el fundamento último de la creación a modo de
cierto horizonte que contiene todo el ser, la creación es un primer paso en la
autocomunicación del absoluto; por tanto no es extraño que las criaturas, en
el fondo, sean más o menos un desarrollo de Dios como misterio absoluto, y
por ello se puedan auto-trascender para que aparezca el alma espiritual. En el
próximo capítulo volveremos sobre los presupuestos rahnerianos con más deta-
lles, pero ya podemos notar una serie de inconsistencias: 1) admite causas segun-
das para la creación, lo cual va contra la idea misma de creación; 2) dado que en la
evolución los antecesores del hombre no son humanos, resultaría que esa capacidad
de auto-trascenderse también la tiene lo no-humano, luego la diferencia entre unos
y otros parece que es más bien gradual; 3) en buena lógica se podría deducir, con
este modo de argumentar, que las operaciones típicamente intelectuales son produ-
cidas por Dios como causa primera, y el hombre como causa instrumental, con lo
cual difícilmente serían operaciones vitales y caeríamos en algo así como el entendi-
miento común de los Averroístas.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
una materia bien dispuesta para la nueva forma. Una vez alcanzada esta, Dios la
podría infundir, creando el alma intelectiva. Por paralelismo con los ritos bíbli-
cos de purificación santo Tomás solía situar esto unos 30 o 40 días después de la
concepción.
Sin embargo hoy sabemos que la dotación genética típicamente humana se da
desde el momento de la concepción, con lo cual podemos afirmar que la mate-
ria bien dispuesta se da desde ese primer momento. Obviamente necesitará toda-
vía mucho tiempo para poder realizar las operaciones típicamente humanas (ges-
tación, nacimiento, educación, etc); tengamos presente que se suele considerar
más o menos responsable al niño desde los siete años, y capaz de pensamiento
lógico-formal desde los doce años. Sin embargo no parece aceptable que hasta
esa edad no se considere persona al niño, luego debe ser considerado persona
desde el primer momento de la concepción.
Por otra parte hay que tener presente dos objeciones que suelen presen-
tar algunos biólogos o genetistas respecto al estatuto del embrión antes de su
implantación en el útero hacia el día vigésimo. No niegan su “humanidad”, pero
sí su “individualidad autónoma”. Objetan, en primer lugar, que le falta autono-
mía real respecto al cuerpo materno, como si fuera algo producido por la madre
conforme a un programa definido, aunque ese programa sea independiente del
organismo que lo acoge (algo así como un tumor, cuyas células tienen muta-
ciones genéticas respecto al organismo en que está). En segundo lugar porque
le faltaría individualidad cuantitativa, ya que del segundo al octavo día de un
cigoto pueden resultar varios gemelos monocigóticos, en casos de fecundación in
vitro dos cigotos artificialmente producidos se pueden hibridar para producir un
único embrión. Por estos motivos antes de la anidación algunos hablan de pre-
embrión, como si fuera un “material humano”, pre-personal.
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capaz de subsistir sin la unión con el cuerpo. Esta posición de equilibrio dual
es la verdadera alternativa entre los planteamientos dualistas, que consideran el
alma y el cuerpo como dos sustancias distintas, o monistas que reducen, por lo
general, la realidad espiritual a lo meramente corporal. En este último sentido
se ha difundido bastante un modelo o paradigma funcionalista, que pretende
plantear las relaciones entre la mente o alma y el cuerpo como si se trata del pro-
grama de un ordenador. El gran problema de tal pretensión es el límite que tiene
cualquier sistema de programación implementado sobre una realidad material;
se requiere un elemento espiritual, con propiedades distintas de la materia, para
poder conocer de manera universal.
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
G.Basti, «Dal mente-corpo al persona-corpo. Il paradigma intenzionale nelle
scienze cognitive», en: A.Ales Bello-P.Manganaro (edd.) ...E la coscienza?
Fenomenologia, psico-patologia e neuro- scienze, Laterza, Bari, 2012, 523-634.
J.Morales, El misterio de la creación, Pamplona 2002, 213-248.
Particulares
[1] Comisión Teológica Internacional, Comunión y servicio: La persona
humana creada a imagen de Dios, BAC, Madrid 2009.
[2] G.Basti, Filosofía del Hombre, Instituto Teológico de san Ildefonso,
Toledo 2011,189-309.
[3] En este punto la demostración es bastante técnica, pero se puede ver, por
ejemplo en C.Cellucci, Le ragioni della logica, Laterza, Roma-Bari 1998,254ss.
Para una explicación más amplia G.Basti, «Intentionality and Foundations of
Logic: a New Approach to Neurocomputation», en T.Kitamura (ed.), What
Should be computed to Understand and Model Brain Function?, World Scientific,
Singapore, 2000,239-288.
[4] Comisión Teológica Internacional, En busca de una ética universal:
Nueva perspectiva sobre la ley natural, Madrid 2009.
449
CAPÍTULO 11
1. La cuestión de lo sobrenatural
2. Enseñanzas de la Revelación y del Magisterio
3. La visión de Dios: lo sobrenatural por excelencia
4. Explicaciones teológicas recientes más difundidas
5. Propuesta teológica tomista respecto a la naturaleza y la gracia
451
11. LA VOCACIÓN A UN FIN QUE SUPERA LA NATURALEZA
1. LA CUESTIÓN DE LO SOBRENATURAL
Plantear la cuestión de lo sobrenatural no es otra cosa que preguntarnos por
la relación entre los dones de la filiación divina y el hombre considerado en
sí mismo. Aquella novedad que nos aporta Jesucristo ¿es verdaderamente algo
nuevo y algo que supera al hombre, o en el fondo le resulta debido a su consti-
tución?
Para que se pueda dar un planteamiento de este tipo es preciso que se fije
con rigor la noción misma de naturaleza, de manera que se puedan comparar los
dones de la salvación con la naturaleza humana. Por eso este tema se comenzó a
plantear de manera refleja desde la gran escolástica del siglo XIII, y se desarrolló
especialmente en la escolástica postridentina.
Uno de los puntos fundamentales, aunque no el único, era la visión de Dios,
es decir, la visión de la esencia divina. De hecho es la misma Escritura la que nos
habla de ver a Dios, de tener una felicidad indecible después de esta vida junto
con Dios. El ser hijos de Dios, que nos ha alcanzado Jesucristo, se manifestará
plenamente en la otra vida, de ahí que para advertir si esta finalidad corresponde
o supera a nuestra naturaleza nos podamos fijar tanto en ese fin: la visión de
Dios, como en los medios que nos ha proporcionado Cristo.
En la gran escolástica del Barroco se desarrollaron distintas explicaciones, vin-
culadas a las diversas escuelas teológicas que habían surgido en torno a los temas
de la libertad y la gracia. En ocasiones se consideraron estos dones sobrenatu-
rales casi como un mero añadido a la naturaleza, y como un mundo paralelo al
mundo natural. En alguna ocasión parecía, incluso, que se podía elegir entre el
fin natural y el sobrenatural, y que había prácticamente dos fines alternativos.
Como respuesta a algunas exageraciones en este sentido la teología, a partir de
la mitad del siglo XX empezó a moverse en sentido contrario, pero casi hasta el
punto de que la novedad de la gracia quedaba subsumida en la misma creación.
Incluso el mismo término sobrenatural ha sido cuestionado por muchos. Como
veremos, la cuestión de fondo en estas opiniones es si se mantiene o no la tras-
cendencia de Dios. En realidad se requiere un gran equilibrio, pues los dones que
Cristo nos ofrece, y el fin al que nos destina va mucho más allá de lo que hubié-
ramos podido esperar, pero esto no quiere decir que sean un mero añadido.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
dad de los dones que nos ha traído Cristo. En este sentido se pueden leer: 1 Pe
1,3; 2 Pe 1,4; 1 Jn 3,9; Rom 3,24ss; 8,15ss; 1 Cor 6,19ss; Ef 1,3-14; 2,5-22;
4,22-32 entre otros. También podemos recordar todos los que nos hablan del
nuevo nacimiento en Cristo y de la regeneración, a partir de Jn 1,13.
Respecto al destino último del hombre, la misma Escritura lo presenta con
frecuencia como una visión o un conocimiento especial de Dios; ya en las bien-
aventuranzas se habla de ver a Dios (Mt 5,8), en otros textos de visión cara a cara
(1 Cor 13,12), o de manifestarse plenamente lo que ya poseemos por gracia (1
Jn 3,2). Sabemos que ésta no es la única manera que aparece en la Escritura para
describir la felicidad última del hombre, pero la presentación a partir del conoci-
miento ha sido la que más se ha desarrollado en la teología y se ha mostrado espe-
cialmente fecunda.
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11. LA VOCACIÓN A UN FIN QUE SUPERA LA NATURALEZA
ción del paraíso sobrepasaba lo que podía esperar la naturaleza humana, pues era
una gran gracia (Contra Juliano 4,16,82).
Como se puede advertir siempre está presente la noción de naturaleza, y en
qué medida se puede aplicar a estas cuestiones. El peso de la noción de naturaleza
apareció ya en la polémica de san Agustín con Juliano de Eclana, como vimos en
su momento, y su gran desarrollo se dio a partir de la Escolástica del siglo XIII.
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Como podemos ver claramente, dado que el universo está creado por Dios,
el universo tiene su fin en Dios; sobre esto ya hablamos en el capítulo séptimo.
Resulta natural al hombre amar a Dios sobre todas las cosas, más que a sí mismo,
como sucedía también en los ángeles, aunque en el caso del hombre todo esto
haya quedado oscurecido por el pecado. Ahora bien, la primera objeción y su res-
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11. LA VOCACIÓN A UN FIN QUE SUPERA LA NATURALEZA
puesta son importantísimas, porque es diferente amar a Dios como creador y ori-
gen de todo que amarle por caridad. En el primer caso se trata de reconocer el
principio trascendente del universo, y valorar su bondad suprema; en el segundo
caso se ha producido esa societas spiritualis, es decir, el hombre ha sido convertido
en hijo de Dios por la gracia y ama a Dios de otra manera. En el primer caso las
fuerzas naturales, si estuvieran íntegras bastarían, en el segundo hace falta que el
hombre se transforme mediante los dones de la gracia.
Para poder hacer la distinción del párrafo anterior debemos evitar el pre-
juicio platónico, combatido por la Iglesia desde sus inicios, de que el hom-
bre es naturalmente divino. Ya dijimos que para un conocimiento universal, y
consiguientemente para la libertad, no hace falta que tengamos una misteriosa
experiencia de Dios de tipo ontologista, como si primero se captara a Dios y
luego el resto de las cosas. En ese caso nuestro conocimiento y nuestro amor ya
serían naturalmente divinos, pues estarían definidos y especificados por el mismo
Dios. Tales afirmaciones conllevarían que Dios viene a ser como la suma de todas
las verdades, o, desde el punto de vista del amor, la suma de todo lo amable, pero
en el sentido de que las cosas ni existirían en sí mismas ni serían buenas en sí
mismas, con lo cual la diferencia entre Dios y las cosas quedaría comprometida.
Ya vimos que la cuestión de la participación del ser es algo complejo, pero en
este punto aparece su importancia: Dios es la causa del ser de cada ente, pero no
es el ser de cada ente; Dios es la causa de la amabilidad de cada ente, pero no es
la amabilidad de cada ente. De manera análoga Dios es la verdad absoluta, que
debemos suponer, causa de las verdades que podemos conocer nosotros, pero no
es la verdad absoluta que debamos intuir para conocer la verdad de cada ente. Por
tanto es cierto que en un conocimiento cualquiera está implícito el conocimiento
de Dios, en cuanto que el conocimiento de lo creado nos puede llevar a conocer
al creador, y lo mismo con el amor, pero no en el sentido de que se dé esa miste-
riosa experiencia previa de Dios, condición para cualquier otro conocimiento y
amor. Ciertamente para que yo conozca tengo que haber sido creado por Dios, e
incluso con un acto de creación especial, sin causas segundas, pues el alma racio-
nal es una forma capaz de subsistir sin la materia; sin embargo eso no implica
que en cada conocimiento intelectual tenga que recibir una iluminación divina,
que sería la presentación más o menos piadosa de la captación platónica de las
esencias. De nuevo se puede advertir hasta qué punto es necesario establecer con
claridad la trascendencia de Dios y una explicación correcta de la participación.
En un planteamiento platónico, ontologista, o como se le quiera denominar
(la cuestión de las etiquetas aquí es completamente secundaria) sería imposible
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
distinguir realmente entre el amor de Dios natural y el amor de Dios por caridad.
Como mucho se podría decir que la caridad, o en el campo del conocimiento, la
fe, explicitarían esa experiencia que ya poseíamos de manera implícita. En este
sentido daría igual decir que todo es naturaleza o que todo es gracia: el hombre
sería simplemente una emanación de la divinidad y una realidad esencialmente
divina, lo cual es falso. En cambio, si se mantiene la trascendencia de Dios, toda
criatura está orientada hacia Él en razón de la creación, pero como esta creación
no es ningún absoluto cabe que la criatura racional haya sido elevada a un cono-
cimiento y amor especial, que permiten esa societas spiritualis, por la gracia de
Cristo y el don del Espíritu Santo.
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11. LA VOCACIÓN A UN FIN QUE SUPERA LA NATURALEZA
El presentar las cosas de esta manera tenía la ventaja, además, de que lo sobre-
natural siempre resultaría algo asimilable a un accidente. Esta expresión es nece-
sario explicarla para evitar malentendidos. Al emplear esta terminología (que en
el Concilio de Trento se usa de manera equivalente al emplear el término inhe-
rente respecto a la justicia con que Dios nos hace justos) lo que se dice es que los
dones de la gracia siempre vienen sobre una realidad que ya existe: en el fondo
es reiterar que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la eleva. Al mismo
tiempo se pone de manifiesto otro de los aspectos fundamentales que también
había enseñado Trento: la justicia con la que Dios nos justifica es una realidad
creada, sólo que del todo especial, pues es una realidad asimilable a los acciden-
tes, pero que se define por estar constitutivamente orientada a la esencia divina.
En este último punto hay que precisar que no se trata de la común orientación de
todo lo creado a Dios por participar del ser, lo que en capítulos anteriores hemos
visto como la relación de ser creado, sino que la esencia de estas realidades con-
siste en una orientación, o una expresión de lo que es Dios en sí mismo. Sería
algo así como si en un espejo se reflejara la imagen de algo que tiene delante: el
espejo posee su propia participación del ser, pero en cuanto imagen se define y
configura por aquello que refleja.
Una consecuencia inmediata de todo esto es que no pueden darse distintas
especies de gracia santificante, o de fe, etc. Obviamente hay una serie de dones
diversos, pues cada uno de ellos se refiere a diversas potencias del hombre, pero
dentro de cada uno no caben especies, ya que se definen por la misma esencia de
Dios. A la vez, como se trata de realidades creadas, son susceptibles de un más y
un menos, según estén más o menos arraigadas en la persona, y por ello puede
haber distintos niveles de gracia, caridad etc, pero no diversas clases de las mis-
mas. Incluso hay que decir que la gracia de los hombres y de los ángeles es de la
misma especie, y no es menos sobrenatural en el caso de los ángeles que en el de
los hombres, pues en ambos casos la esencia divina supera a sus criaturas.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Ahora bien, ¿cuál es la garantía de esta diferencia? ¿Cuál es la raíz de esta gra-
tuidad de la gracia? En la historia de la teología esta pregunta se planteó con toda
fuerza en el siglo XVII cuando el jesuita Juan Martínez de Ripalda presentó la
hipótesis de que Dios podrían crear una sustancia (sería un cierto tipo de ángel),
tan perfecta que su perfección y fin natural fuera la visión de Dios, la caridad etc.
Este autor argumentaba que la gracia, la visión o la caridad eran realidades crea-
das y finitas, por lo tanto su perfección también lo era, de manera que podría
corresponder a alguna sustancia creable. Lo que sucede es que él mismo se dio
cuenta de que, en el fondo, defendía lo mismo que Bayo, para quien los dones
sobrenaturales eran los dones correspondientes al hombre: lo que Ripalda plan-
teaba como posibilidad, Bayo lo consideraba como un hecho. Para salir de la
acusación de acabar defendiendo posiciones bayanas explicaba que en realidad
seguiría manteniéndose la gratuidad de esos dones porque la sustancia en cues-
tión no dejaba de ser creada, y Dios no estaba obligado a crearla. Obviamente tal
explicación no explicaba nada, pues reducía la gratuidad de la gracia a la gratui-
dad de la naturaleza o de la creación.
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11. LA VOCACIÓN A UN FIN QUE SUPERA LA NATURALEZA
La respuesta que dieron los autores tomistas era tan sencilla como profunda:
dado que lo sobrenatural se define por un orden a algo exterior a sí mismo, lo
sobrenatural nunca puede ser una sustancia, pues la sustancia se define por un
orden a sí misma; consiguientemente lo sobrenatural debe tratarse de un acci-
dente en sentido metafísico, aunque su valor sea mayor que el de las sustan-
cias. La única sustancia sobrenatural sería Dios mismo. Ahora bien, puesto que
no existe ni puede existir una sustancia creada sobrenatural, a ninguna sustan-
cia creada le pueden ser debidas las cualidades sobrenaturales por cierta conna-
turalidad. Obviamente todas las criaturas dependen de Dios, han sido creadas,
y en ese sentido están todas, sustancias y accidentes, referidas a Dios, pero en las
perfecciones sobrenaturales se trata de una referencia constitutiva. Es importante
notar que en esta argumentación no aparece para nada la cuestión de si una cria-
tura puede o no puede con sus fuerzas alcanzar lo sobrenatural. Es evidente que
no puede, pero el argumento es más profundo y va más allá. En el caso de las
realidades naturales el hecho de que a una criatura le correspondan es indepen-
diente de que las pueda conseguir por sí misma o por medio de otro (por ejem-
plo, el que un burro coma hierba es connatural al burro, aunque el burro no pro-
duzca la hierba).
Toda esta argumentación tomista supone que existen sustancias, y que se
definen por un orden a sí mismas, es decir, existe per se, aunque su ser lo posean
recibido de Dios. Recordemos que si no se acepta un mundo de sustancias y se
reduce todo a relación (la única sustancia es Dios, la naturaleza o la totalidad
de las relaciones posibles) se cae en el panteísmo de Spinoza, en cualquiera de
sus muchas presentaciones. Entonces, obviamente, la argumentación tomista no
tendría fuerza, pero si se niega la existencia real de las sustancias, y su diferencia
re et essentia con Dios, entre otras cosas, se sale fuera de la fe católica.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Sin embargo fue con ocasión de hablar de la visión de Dios cuando bastantes
teólogos reflexionaron a fondo en estas cuestiones. Estaba claro que lo esencial de
la visión consistía en recibir la esencia divina a modo de species o concepto de ese
acto de conocimiento (que supera, evidentemente cualquier cosa que se pueda
imaginar) y para ello se requiere una disposición en el entendimiento que es el
lumen gloriae. Ahora bien, a la vez se debe decir que la visión de Dios es verdade-
ramente un acto vital, algo que procede del sujeto humano, no meramente algo
recibido. Como se puede advertir la cuestión es muy profunda, pues se trata de
dejar claro que las potencias humanas no son meramente pasivas ante lo sobre-
natural. Esto lo había formulado con claridad el Concilio de Trento cuando en el
canon 4 de la sesión sexta se había dicho que el libre albedrío, movido y excitado
por la gracia, no era algo meramente pasivo [DH 1554]; en el caso de la defini-
ción tridentina se hablaba de la voluntad y la gracia, mientras que en lo referente
a la visión de Dios se habla del entendimiento y el lumen gloriae en relación a la
esencia divina, pero la cuestión de fondo es la misma.
Los grandes autores tomistas explicaron que la adaequata virtus totalis proxima
videndi Deum es el lumen gloriae, es decir que la fuerza inmediata y total para la
visión de Dios procede del lumen gloriae. La razón de esta afirmación es que el
lumen gloriae es un hábito que transforma y eleva el entendimiento, y sin él no
podría el entendimiento llegar a la visión de Dios. Obviamente esto no quiere
decir que el entendimiento no haga nada, pues la causa adecuada y completa de
la visión beatífica se compone del entendimiento y del lumen gloriae (un lumen
gloriae sin un entendimiento en el que estuviera carecería de sentido). Por eso el
entendimiento realiza ese acto de asimilación a Dios (eso es el conocimiento de
la esencia divina) como un acto vital, pero en la medida que cuenta con el lumen
gloriae, que eleva intrínsecamente al entendimiento, sin limitarse meramente a
añadir algo a lo que pusiera el entendimiento, como si fueran dos causas que
actuaran en paralelo.
Estos principios se pueden aplicar a todo el campo sobrenatural: las potencias
naturales actúan verdaderamente en este campo, pero en cuanto que son eleva-
das intrínsecamente. Esto supone que la naturaleza no ha quedado destruida por
el pecado, sino que realmente puede hacer algo (la creación es buena), pero para
actuar en el campo sobrenatural requiere esa transformación y elevación. Más
adelante veremos que dicha transformación puede darse de manera habitual y
estable, y así tenemos los hábitos sobrenaturales (lumen gloriae, fe, caridad etc), o
de una manera transitoria, para un momento, y ahí tendríamos las gracias actua-
les para determinados actos.
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el fin del hombre no puede alcanzarse con los medios de que dispone el hombre,
y en ese sentido es desproporcionado.
El inconveniente de toda esta explicación es que si, en la doctrina de Santo
Tomás, los actos se especifican por su fin, y en la naturaleza humana hay inscrito
un fin sobrenatural, previo a toda elección, todos los actos del hombre serían
sobrenaturales, y hasta los pecados se cometerían en virtud del apetito de la
visión de Dios. De Lubac no aceptaría estas consecuencias, pero no deja de reco-
nocer ciertas tensiones en este sentido en sus planteamientos. La cuestión funda-
mental es que para De Lubac la naturaleza espiritual no es asimilable totalmente
a las naturalezas inferiores, y así, el fin que lleva inscrito, no es proporcionado a
su esencia, lo cual constituye la paradoja del hombre.
A nuestro modo de ver parece que en De Lubac todavía sigue teniendo peso
la noción ilustrada de naturaleza en el sentido de algo determinista y cerrado en
sí mismo, con lo cual la libertad es algo que se contrapone a la naturaleza. Para
poder elegir libremente hace falta esa oferta divina, que se traduce en el ape-
tito de ver a Dios. Resulta significativo que en otros lugares De Lubac explique
que nuestro conocimiento de Dios procede de que tenemos inscrita en nosotros
su imagen. En realidad este tipo de argumentos se resienten de bastante plato-
nismo, como si para un conocimiento universal y una voluntad libre hiciera falta
cierta captación o experiencia previa de Dios, cosa que no es correcta.
Por otra parte, si se separa la noción de naturaleza de la noción de fin, el
hablar de ley natural en el hombre es algo que carece completamente de sentido.
Precisamente el argumento de los que se opusieron a la Humanae vitae de Pablo
VI es que la moralidad y la libertad en el hombre no podían depender de una
naturaleza material que se modificara mediante los anticonceptivos, y por ello,
con tal de que se usaran responsablemente, eran un medio moral. Sabemos que
la respuesta de la Iglesia fue negativa, pues esa alteración de la naturaleza en el
campo de la fecundidad es algo que no corresponde a la dignidad humana, y por
ello es inmoral buscarla como objeto del acto humano. Ya dijimos que De Lubac
apoyó la enseñanza de Pablo VI, aludiendo sobre todo, a la tradición de la Igle-
sia, que rechazó siempre los anticonceptivos, pero su separación entre naturaleza
y fin permitía razonamientos opuestos a tal enseñanza.
En un planteamiento tomista la naturaleza humana está ordenada a Dios,
pero en cuanto que es el Creador y el bien natural del universo, pues el orden a
Dios con amor de caridad y amistad requiere una serie de dones especiales. Sin
ellos el conocimiento y la voluntad del hombre se ordenan a conocer y amar a
Dios, pero a partir de las criaturas, mientras que mediante estos dones, y solo
mediante ellos, el hombre se orienta a la amistad con Dios. Ahora bien, esta dis-
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«Me parece que uno de los errores de perspectiva que se debe evitar
depende de la mala costumbre de pensar que el estado en el que nos
sitúa la vocación sobrenatural elimine el “estado de naturaleza”. No, este
permanece inmanente a la misma adopción divina. Y en este sentido se
puede, como filósofo y como teólogo, hablar de la inconmensurabilidad
esencial e indestructible entre los seres y Dios, para entender mejor las
iniciativas de la caridad divina [...] Como usted, yo creo que Dios ha
creado solamente para la elevación divinizante, pero esto no elimina la
radical heterogeneidad del don primero de la creación y del don segundo
(y antecedente en el orden de la intención) de la vida sobrenatural». Texto
de una carta de Blondel a De Lubac citada en H.de Lubac, Memorie
intorno alle mie opere, Milano 1992,21.
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voluntad, en cuanto tales, deben depender de esa configuración con Dios, lo cual
haría del hombre una realidad divina que debe simplemente descubrir lo que es:
desde el punto de vista platónico no hay nada que objetar, desde el punto de vista
de la teología de la creación no se puede aceptar.
«De acuerdo con el sistema de Karl Rahner hay dos maneras principales
de comprender la relación Dios - hombre. La primera se funda en la cau-
salidad eficiente y es propiamente la que sostiene al ser finito. Allí, Dios es
lo irreductiblemente diverso, otro, del hombre. La segunda se funda en la
causalidad formal y tiende a superar la dualidad creador - creatura. Aquí,
Dios entra, se aliena en el hombre siéndole su “constitutivo cuasi formal”.
Esta nueva relación entre Dios y el hombre es entendida por Rahner como
una comunión esencial no debida a la naturaleza creada (en cuanto regida
por la causalidad eficiente) y por tanto le es gratuita y sobrenatural. Él la
llama el evento de la autocomunicación de Dios y pone al hombre en un
estado de existencial sobrenaturalidad.
¿Cómo hay que entender esta “comunión formal”? Responder a esto
exige apelar al principio fundamental de la metafísica rahneriana, según el
cual, ser es conocerse. A partir de aquí, algo es en cuanto reflexiona sobre sí
(conocimiento) y de este modo se autoposee (libertad). Por esto, el ser de
la unidad Dios - hombre debe constituirse al final del proceso ontológico
que es la auto- realización de la propia subjetividad en libertad y concien-
cia. De ningún modo se trata del dinamismo cognoscitivo que actualiza
el sujeto en una captación intencional del objeto, tal como sostiene el
realismo. Para Rahner, las etapas del conocer constituyen profundamente
la génesis del ente finito. Dios se une, entonces, sobrenaturalmente con el
hombre cuando entra en el círculo de su conciencia de tal modo que, para
el hombre optar por sí mismo, es decir, poseerse libremente, y así realizar
su propia subjetividad, implica también poseer a Dios. El lector debe
hacer el esfuerzo de comprender que antes de este aferrarse en conciencia
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ción. Por tanto Rahner concluye que debe darse una anticipación respecto al ser
como ámbito absoluto de los posibles objetos.
Así la anticipación puede definirse como “la apertura consciente (bewusst) del
horizonte dentro del cual se conoce (gewusst wird) el objeto particular del cono-
cimiento humano”. Una cuestión ulterior es precisar de qué ilimitación se trata
en ese horizonte; Rahner rechaza que se trate de una ilimitación relativa, que aca-
baría tendiendo a la nada, y concluye que se trata de una anticipación del ser en
sí ilimitado. De esta manera se ha de afirmar la existencia de un ente de absoluta
posesión del ser, aunque no como objeto, sino como condición del objeto. Así
Rahner considera este horizonte como el ser absoluto de Dios, implícitamente
conocido en cada conocimiento, aunque afirma también que este horizonte es
el ser en general. Con todas estas explicaciones Rahner garantiza la apertura al
absoluto, y la posibilidad de revelación, pues el hombre ofrece un horizonte a
priori sin el cual no podría darse tal revelación.
En realidad todo este planteamiento se entiende mejor desde el llamado
método trascendental, que es una de las características principales de su reflexión
teológica. Rahner tiene siempre presentes las estructuras del sujeto, que han sido
elevadas sobrenaturalmente. Y la clave de todo esto es que hay un conocimiento
apriorístico, incomprensible, inexpresable, no reflejo que constituye la condi-
ción de posibilidad de su manera consciente de reconocer y actuar. Según esto,
la experiencia trascendental debe conducir a un conocimiento expresable y com-
prensible, aunque nunca se puede alcanzar de un modo adecuado.
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nuestra capacidad de conocimiento, pero proponemos tres tesis para poder tener
una serie de ideas claras. Acompañaremos cada tesis de algunas explicaciones.
Tesis primera: La vocación del hombre es la unión con Dios, en la visión bea-
tífica, que solo se puede alcanzar mediante la gracia y es la única felicidad plena
y perfecta, conforme al designio de Dios.
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Debemos tener en cuenta que una de las afirmaciones que hay que salvar es
que no todas las obras realizadas sin gracia son pecado, y a la vez las obras hechas
con una rectitud natural, pero sin la gracia, no son meritorias ni conducen a la
vida eterna. Es la desproporción entre la naturaleza humana y el fin sobrenatu-
ral al que Dios la destina lo que permite mantener esa doble afirmación. El que
Dios llame a un fin sobrenatural no quiere decir que la naturaleza se volatilice o
sea una mera hipótesis, sino que es una participación real del ser, con sus dina-
mismos propios.
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Tesis tercera: Cabe pensar en otra felicidad para el hombre o el ángel que
existen en la actualidad, aunque no serían su felicidad plena y perfecta.
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Por otra parte hay que tener en cuenta que las participaciones sobrenatura-
les son como el lumen gloriae: se definen y constituyen por un orden a Dios en sí
mismo, por eso desde el punto de vista ontológico son siempre accidentes, ya que
la sustancia se tiene que definir por un orden a sí misma. Todo esto explica que
no se pueda reducir la gratuidad de lo sobrenatural a la gratuidad de la naturaleza.
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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Generales
En este tema tan especulativo la bibliografía es muy amplia y dispersa. Señala-
mos simplemente dos títulos generales, el primero más bien crítico con el modo
actual de presentar en teología lo sobrenatural y el segundo, en cambio, especial-
mente favorable a la orientación de Rahner. En nuestra obra citada en la biblio-
grafía particular se pueden encontrar múltiples referencias a los grandes autores
clásicos que omitimos en esta bibliografía general.
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11. LA VOCACIÓN A UN FIN QUE SUPERA LA NATURALEZA
Particulares
[1] Cf. E.Vadillo Romero, La controversia de la sustancia sobrenatural,
Toledo 2001.
[2] Consideramos que el estudio más amplio y completo en este campo es
L.Feingold, The Natural Desire to See God according to St.Thomas Aquinas and
His Interpreters, Sapientia Press, Florida 2010.
[3] Además de los textos originales del autor que aparecen en el cuerpo consi-
deramos especialmente agudas las observaciones de S.A.Long, Natura pura. On
the Recovery of Nature in the Doctrine of Grace, Fordham University Press, Nueva
York 2010, 10-50. Sobre las fuentes neoplatónicas de De Lubac y la Nouvelle
Theologie en general W.Hankey, Cent ans de Néoplatonisme en France. Une breve
histoire philosophique, Vrin-Press.Univ.Laval, Paris-Quebec 2004,166-172. Sobre
la relación con Blondel y la evolución de este autor, M.Borghessi, Secolarizza-
zione e Nichilismo, Cantagalli, Siena 2005,155-165.
[4] Para entender la aportación de Rahner acerca de lo sobrenatural son muy
importantes las obras siguientes: «Sobre la relación entre la naturaleza y la gra-
cia», en Escritos de Teología I, Taurus, Madrid 1961, 325-347; «Naturaleza y gra-
cia», en Escritos de Teología IV, Taurus, Madrid 1962, 215-243; Oyente de la pala-
bra. Fundamentos para una filosofía de la Religión, Herder, Barcelona 1967; Curso
fundamental sobre la fe, Herder, Barcelona 1984. Una introducción sobre su vida
pensamiento escrita por uno de sus más fieles discípulos es H.Vorgrimler, Karl
Rahner. Experiencia de Dios en su vida y en su pensamiento, Santander 2004. Para
un estudio más crítico en profundidad a partir de su cristología, L.M. Rodrigo
Ewart, Autocomunicación divina. Estudio crítico de la cristología de Karl Rahner,
Toledo 2010.
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CAPÍTULO 12
En el capítulo final se aborda la situación del hombre al ser creado por Dios; esta
cuestión sirve también para presentar los diferentes estados en los que puede encon-
trarse la naturaleza humana. Posteriormente se afronta el complejo tema del pecado
original, cuya historia dogmática se establece a grandes rasgos (pues con más deta-
lle se ha visto en temas anteriores) y se formulan algunas cuestiones iniciales sobre su
relación con la razón. En el planteamiento más teológico se precisa en qué consiste el
pecado original, cómo se puede transmitir con la naturaleza y ser al mismo tiempo
pecado, y los efectos que tiene, de manera que se debe precisar hasta donde llegan las
fuerzas del hombre. Para no terminar el capítulo con el pecado se añade un apéndice
que anticipa, muy brevemente, la materia correspondiente a la segunda parte de la
antropología: cómo pasa el hombre del estado de pecado a la justicia y la amistad con
Dios y el despliegue en el hombre de la vida sobrenatural mediante las virtudes teolo-
gales y la inhabitación de las Personas divinas.
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
Los tres últimos estados (justicia original, naturaleza caída y naturaleza repa-
rada) no presentan mayor dificultad, pues se han dado de hecho, aunque del pri-
mero es muy poco lo que podemos decir, ya que no lo experimentamos actual-
mente, mientras que los otros dos los conocemos bastante bien. Respecto a los
dos primeros conviene precisar algunas cuestiones pues no siempre se tratan con
el rigor debido. Obviamente no han existido nunca, aunque son posibles. En
concreto la naturaleza pura es la consideración de la naturaleza humana en sí
misma; esta naturaleza existe en cada persona, solo que con una serie de cuali-
dades (sea pecado, sean consecuencias del pecado, sea gracia) y la gracia no eli-
mina la naturaleza.
La cuestión es si Dios podría haber creado al hombre simplemente de esa
manera: en realidad sabemos con certeza que la visión beatífica no entra en la
noción de naturaleza intelectual, luego es algo añadido y que la enriquece. Por
495
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
otra parte, y como ya antes apuntamos, en la medida que Dios crea un ser mate-
rial/espiritual es lógico que le provea de algún don que le permita alcanzar su
bien proporcionado, y por ello de cierto equilibrio alma/cuerpo, lo contrario
sería algo así como si hubiera creado ángeles sin infundirles las especies de las
cosas que se pueden conocer, y se limitaran a conocerse a sí mismos. Por ello no
admite duda que podría haber creado un hombre en lo que hemos denominado
naturaleza íntegra. Respecto a la naturaleza pura nos resulta más extraño, pero en
principio una cierta tensión entre el alma y el cuerpo no necesariamente impide
realizar algunos bienes, aunque resultara más difícil. Tampoco podemos olvidar
que precisamente una de las proposiciones condenadas a Bayo decía que «Dios
no hubiera podido crear al hombre desde un principio como ahora nace» [DH
1955]. El mismo santo Tomás afirmó:
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2) Fue mucho más frecuente la posición contraria, que consideraba esta doc-
trina como opuesta a la razón natural. De una manera extrema tanto los pelagia-
nos o los enciclopedistas ilustrados, para quienes este dogma era absurdo, o había
que reinterpretarlo completamente, y de una manera más suave diversos autores
católicos que lo aceptaban, pero advertían que se oponía a la razón.
Santo Tomás defendió una equilibrada posición media acorde con su plan-
teamiento de las relaciones entre fe y razón: este dogma no está contra la razón
natural, sino por encima de ella, e incluso podemos buscar argumentos proba-
bles para afirmarlo; nunca se tratará, sin embargo, de una demostración rigu-
rosa. En la Summa contra Gentiles presenta con mucha insistencia algunos moti-
vos que hay para afirmar el pecado original, en el sentido de que toda la huma-
nidad, en su conjunto, se encuentra bajo el pecado de una manera como natural:
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
muerte, hacia la que se ordenan las otras: el hambre, la sed, etc. Entre las
espirituales la más importante es la debilidad de la razón, por la cual el
hombre llega con dificultad a conocer lo verdadero, y fácilmente cae en
el error; y no puede superar los apetitos propios de las bestias, sino que
resulta ofuscado, en muchos casos, por esos apetitos.
Se podría decir que este tipo de defectos, tanto corporales como
espirituales no son penales, sino defectos naturales que proceden nece-
sariamente de la materia. Es necesario que el cuerpo humano, al estar
compuesto de elementos contrarios, sea corruptible; y que el apetito
sensible se mueva hacia aquello que es deleitable para el sentido, que en
ocasiones es contrario a la razón; y como el entendimiento posible está
en potencia respecto a todo lo inteligible, sin poseer ninguno en acto
[de manera innata] sino que por naturaleza tiene que adquirirlos de las
cosas sensibles, le resulta difícil llegar al conocimiento (ad scientiam) de la
verdad, y con frecuencia se desvía de ella a causa de las representaciones
sensibles. Pero considerando rectamente esto, cualquiera podrá juzgar
con bastante probabilidad, supuesta la divina providencia, que adaptó
a las cosas perfectibles unas perfecciones congruentes, que Dios unió la
naturaleza superior a la inferior para que la dominase; y si tal dominio se
viera impedido por deficiencia de la naturaleza, con su gracia (beneficio)
especial y sobrenatural lo eliminaría. Puesto que el alma racional es de
una naturaleza superior al cuerpo, se debe creer que el alma racional está
unida al cuerpo de tal modo que en el cuerpo no haya nada contrario al
alma, por la cual vive el cuerpo; y lo mismo se debe decir si se une la razón
con las potencias sensitivas: la razón no debe resultar impedida por las
potencias sensitivas, sino más bien debe dominarlas.
Así pues, conforme a la enseñanza de la fe, establecemos que el hombre
fue creado en un principio de tal manera que, mientras la razón estu-
viese sujeta a Dios, las fuerzas inferiores la sirvieran sin impedimento, y
el cuerpo no pudiera librarse de esa sujeción por ningún impedimento
corporal, supliendo Dios con su gracia lo que faltara a la naturaleza para
realizarlo. Sin embargo, cuando la voluntad se apartó de Dios, las fuerzas
inferiores se volvieron contra ella, y el cuerpo recibió pasiones contrarias a
la vida que viene por el alma.
Así pues, este tipo de defectos, aunque parezcan naturales conside-
rando en absoluto la naturaleza humana desde el punto de vista de lo que
hay de inferior en ella, sin embargo, considerando la divina providencia y
la dignidad de la parte superior de la naturaleza humana, se puede mostrar
con bastante probabilidad que estos defectos son penales. Y así se puede
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
llegar a que el género humano está afectado por cierto pecado original».
Santo Tomás de Aquino, Contra Gentiles IV,52.
La clave de la argumentación es que las penas universales, y quasi-naturales
que padece la humanidad no serían infligidas o al menos toleradas por Dios, si
no hubiera una culpa universal y quasi-natural; en caso contrario Dios no sería
justo. La muerte, el hambre, la fatiga, las enfermedades y dolores, la ignorancia,
la malicia la debilidad son percibidas por el hombre como penas. Si el hombre
fuera meramente un animal todo esto sería completamente natural, pero dado
que es racional e intelectual encuentra todo esto como penas. Obviamente esto
supone que la razón natural puede llegar a conocer por sus solas fuerzas un Dios
trascendente y providente, lo cual, precisamente debido al pecado original, no
resulta fácil.
Por otra parte en este texto santo Tomás muestra la gran conveniencia de que,
por algún don de Dios, se diera un equilibrio entre el alma y el cuerpo, frente a la
situación actual. No podemos olvidar que el alma, forma del cuerpo, es inmortal,
y pide un cuerpo proporcionado, de ahí que encuentre todos estos defectos como
algo penal. Dado que tales defectos han estado siempre presentes en la historia
se puede pensar en que son debidos a un pecado universal, y por tanto original.
Con todo, este argumento simplemente entra dentro de lo probable, pues no
es evidente que las deficiencias citadas no fueran solamente naturales, sino ade-
más algo penal. El aspecto material del hombre es corruptible, y podría expli-
car tales defectos. La Iglesia recordó contra Bayo y contra los Jansenistas que los
dones de la creación original no eran algo debido a la naturaleza humana; esta
argumentación de santo Tomás nos muestra su conveniencia, como ya dijimos
al hablar de los diversos estados de la naturaleza, pero no se trata de algo necesa-
rio en sentido estricto, y por ello la argumentación se mueve dentro de los argu-
mentos de congruencia.
En cualquier caso no deja de ser significativo que muchas tradiciones religio-
sas hacen referencia a la culpa que afecta a toda la humanidad. El relato de Gén
3 presenta la peculiaridad de que el origen de la culpa está en un acto concreto
de algunos hombres, mientras que en otras tradiciones más bien el origen de la
culpa se sitúa en el mundo intra-divino y acaba afectando al hombre.
Consiguientemente el pecado original es un elemento esencial de la fe, que
no se opone a la razón, es más, ayuda a comprender mejor el estado actual de la
humanidad, aunque no se pueda conocer meramente por la razón. No deja de ser
una cuestión difícil de explicar todo lo referente a su transmisión, pero tampoco
ahí se puede pedir una claridad absoluta. Cuando se pone en cuestión la afirma-
ción básica de este dogma, es decir, que el principio del mal en la humanidad
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pios, sino debido a un acto del primer padre; en otro sentido es un hábito innato
debido a que se recibe por la generación que procede del primer padre. San
Agustín emplea la terminología languor naturae [Enarraciones sobre los salmos,
Salmo 118, sermón 3, n.2] en el sentido de una enfermedad larga y crónica,
que se hace como connatural. Evidentemente no es connatural en el sentido de
que sea acorde con los principios de nuestra naturaleza, sino en el sentido de su
permanencia (al menos en sus efectos) y transmisión, pues de hecho se opone a
nuestra naturaleza.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
tos más inferiores del hombre sometidos a los superiores, en el pecado original lo
formal es la privación de la gracia, mientras que lo material es la concupiscencia.
Se debe recordar que lo formal es lo que ordena y organiza lo material: perdida la
amistad con Dios, que ordenaba las potencias, se llega a la enemistad con Dios,
que desordena las potencias humanas. Con toda razón había dicho el Concilio
de Trento que la concupiscencia brota del pecado original, y conduce hacia él,
pero no se puede decir que consista en la concupiscencia, aunque éste elemento
no se pueda olvidar. Tengamos presente que la aplicación de los términos formal/
material es más profunda de lo que parece, pues la concupiscencia en sí no es
pecado, sino solo en cuanto que está bajo su aspecto formal (pérdida de la justi-
cia original), de modo parecido que el acto material de un pecado, tomado en su
misma materialidad, no es en sí mismo malo, sino en cuanto que está bajo el des-
orden, por tanto bajo su aspecto formal. Por otra parte esta relación del pecado
original con la concupiscencia nos recuerda que el pecado original originado es
pecado en un sentido muy peculiar, no es como en un pecado actual, que con-
siste simplemente en alejarse de Dios, sino que aquí se ha recibido la privación
de la gracia santificante y como consecuencia la privación del don de la integri-
dad, cosa que no sucede en el resto de los pecados.
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todos (carencia de la justicia original) las consecuencias pueden ser muy diversas,
pues el desorden de las diversas potencias depende en gran medida de las dife-
rencias materiales entre unos individuos y otros del género humano. La misma
constitución psico-somática puede hacer que en determinadas personas la falta
de armonía lleve a unos determinados desórdenes que no se dan en otros.
En cualquier caso no se puede limitar la concupiscencia, ni mucho menos el
pecado original, al desorden que se da en la facultad de la generación y lo refe-
rente a la sexualidad. Obviamente también en ese aspecto encontramos el desor-
den, al igual que en otros aspectos de la sensibilidad o de la voluntad; y a la vez
esas potencias son las que colaboran especialmente para que se transmita la natu-
raleza humana, pero carece de sentido decir que los padres transmiten el pecado
original a los hijos porque haya desorden en la generación. A veces se ha (mal)
interpretado a san Agustín o a santo Tomás pero jamás dicen nada semejante.
De hecho, si se transmitiera el pecado original por el desorden en la sexualidad,
dado que ese desorden admite grados, habría diversos grados de pecado origi-
nal, lo cual es completamente absurdo, pues como hemos visto consiste esencial-
mente en la privación de la justicia original.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
la de Adán, de modo que, habiendo contraído ésta el pecado, pasaría a sus des-
cendientes. San Agustín tendía a esta posición, aunque no vinculó la realidad
del pecado original a modo de su transmisión. El problema es que las almas son
creadas inmediatamente por Dios, y, en todo caso, en esta explicación tampoco
acaba de verse cómo entra la voluntariedad que se requiere para poder hablar de
pecado, aun en sentido análogo.
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nidad con su característico absoluto inmanente, que en fondo abarca todo, les
impiden encontrar una respuesta satisfactoria, dentro de los límites que permite
la cuestión. Hubiera bastado seguir la misma indicación de Vorgrimler, que tam-
poco él toma demasiado en serio, acerca de no contradecir el discurso científico,
sólo que tal discurso no es la presentación divulgativa del poligenismo de los
años 60 o las presentaciones ideológicas del evolucionismo. Una atención mayor
a todo el paradigma de la información, de los sistemas complejos, etc resultaría
bastante más coherente con la ciencia que no los diversos horizontes trascenden-
tales, existenciales o las brumosas explicaciones del pecado del mundo.
La consecuencia lógica es la que extrae el mismo Vorgrimler: en realidad la
culpa del mal la tiene el lado oscuro de Dios. Esta conclusión era inevitable: si san
Agustín insistió tanto en el pecado original y sus consecuencias es porque de lo
contrario la culpa del mal la tendría Dios; una vez desmontada la explicación clá-
sica es lógico que aparezca aquello que el Hiponense quiso evitar. Ahora bien, lo
que no resulta correcto es considerar las nuevas explicaciones un avance, pues en
realidad han supuesto una vuelta al neoplatonismo: como vimos, el bien o el mal
moral de los seres inteligentes en el fondo respondían del desarrollo del Uno, y
cada cual debía representar su papel, de bueno o de malo. Si no queda clara la
distinción entre Dios y la criatura, asegurada por la creación en el sentido cató-
lico, es inevitable que el mal se considere algo necesario que depende del Abso-
luto; el que se presente de manera plotiniana, espinoziana, hegeliana o rahne-
riana es ya secundario desde el punto de vista especulativo.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
queda afectado, pues precisamente los dones de la justicia original permitían una
coordinación, por así decir, entre los diversos elementos de la naturaleza humana,
que ahora se ve dificultada.
Si nos fijamos en la capacidad del alma para recibir los dones sobrenaturales
después del pecado original es evidente que tal capacidad ha disminuido. No de
una manera directa, pues la esencia del alma y sus potencias, que son el sujeto de
estos dones han quedado intactas, pero sí de una manera indirecta. La razón es
muy sencilla de entender: el alcanzar esos bienes sobrenaturales debe estar unido
a la amistad con Dios, y por el pecado original el género humano se encuentra en
un estado de enemistad con Dios. Al mismo tiempo la dificultad para responder a
la gracia por el desorden de las potencias entre sí hace que sea más difícil alcanzar
la vida sobrenatural. Se entiende, por ello, la tendencia de la Iglesia a bautizar a los
niños, no solo por el peligro de muerte, sino porque su estado, sin el bautismo, es
radicalmente distinto y conlleva un alejamiento de Dios, aunque se trate, como
hemos repetido, de una voluntariedad en sentido analógico y de naturaleza.
Por otra parte el pecado original disminuye la capacidad natural de las poten-
cias del alma para los actos honestos naturales y para las virtudes adquiridas, no
simplemente de modo accidental porque aparezcan diversos impedimentos, sino
porque falta parte del vigor natural que tenía su origen en la justicia original. La
justicia original permitía un orden entre las diversas partes de la naturaleza que
facilitaba las operaciones propias de cada una, y su falta, consiguientemente, difi-
culta esas operaciones.
Por el pecado original el alma humana está herida en primer lugar en su esen-
cia, y secundariamente en sus potencias racionales. Estos daños en las potencias
del alma se pueden resumir en cuatro: ignorancia, malicia, debilidad y concu-
piscencia. Se trata de daños que afectan a las potencias en las que se puede dar
el bien moral: frente al bien del entendimiento práctico (prudencia), la ignoran-
cia, frente al bien de la voluntad (justicia), la malicia, frente al bien del apetito
irascible (fortaleza), la debilidad, y frente al bien del apetito concupiscible (tem-
planza), la concupiscencia. En la medida que el alma se ha desordenado respecto
a Dios, las potencias se desordenan entre sí, y las más cercanas a lo sensible, con
facilidad mayor. Hemos hablado del desorden en el entendimiento práctico, por-
que es el que está relacionado con el bien, y al que corresponde la virtud de la
prudencia, pero el desorden del conjunto afecta también al entendimiento más
especulativo, ya que si el entendimiento práctico se equivoca y la voluntad elige
algo buscando el bien sensible, existirá la tendencia en el entendimiento especu-
lativo a justificar esa actuación, y por ello el error.
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«su cuerpo [de Adán] no era indisoluble por algún tipo de vigor de
inmortalidad que hubiera en él, sino que se daba en el alma cierto poder
sobrenatural concedido por Dios, mediante el cual podía preservar al
cuerpo de toda corrupción, mientras permaneciera sometida a Dios».
Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae I,97,1.
«el pecado del primer padre es causa de la muerte de todos los defectos
de este tipo en la naturaleza humana, en cuanto que por el pecado del
primer padre fue arrebatada (sublata est) la justicia original, mediante la
cual no solo las fuerzas inferiores estaban bajo el dominio de la razón sin
desordenarse, sino que todo el cuerpo se contenía bajo el dominio del alma
sin ningún defecto. Por eso, perdida esta justicia original por el pecado,
así como la naturaleza humana quedó herida en cuanto al alma por el
desorden de las potencias, también quedó corruptible por el desorden del
mismo cuerpo.
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Respecto a la pena del pecado original en esta vida, la servidumbre del dia-
blo, es un tema al que se alude en la Sagrada Escritura, cuando se habla de la
tentación a la que someten los demonios a los hombres, o a la consideración del
demonio como príncipe de este mundo (Jn 12,31); Jesucristo nos ha librado del
poder de las tinieblas y trasladado a su Reino (cf. Col 1,13-14), lo que supone
la liberación del poder del maligno. Por otra parte en la liturgia bautismal siem-
pre ha existido algún tipo de exorcismo y la petición a Dios de que libre a esa
persona, mediante el bautismo, del poder del demonio. Santo Tomás resumía la
cuestión de la siguiente forma:
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quedado herido por el pecado. Santo Tomás insistió mucho en que la natura-
leza permaneció tras el pecado, y en este sentido observa que el perfecto someti-
miento de lo corporal al alma era un don gratuito, porque, si hubiera sido natu-
ral al hombre, es decir, dependiente de su esencia y sus facultades naturales,
habría permanecido. Obviamente la naturaleza ha quedado herida en lo refe-
rente a poder alcanzar la bienaventuranza eterna, pues el estado de culpa en que
se encuentra se opone a la gracia que le justifica, y debe salir de esa situación.
Ahora bien, esta herida también se da respecto al bien proporcionado a las
facultades y potencias naturales: santo Tomás afirma que «la misma inclinación
natural a la virtud, disminuye por el pecado» [Summa theologiae I-II,85,1]. Si
consideramos la naturaleza del hombre, caída y herida por pecados personales
cometidos, es evidente que, al contraponerse a Dios, se encuentra en una situa-
ción desordenada que dificulta la actuación de las diversas facultades y potencias
humanas. Pero incluso si comparamos la naturaleza humana después del pecado
original con la naturaleza humana en sí misma debemos hablar de una debilidad
mayor. La clave está en no olvidar que el pecado original es realmente un pecado,
aunque sea en sentido análogo, y por tanto provoca un desorden que redunda
en todo el hombre. Santo Tomás explica con claridad que «la prontitud para el
mal, que se denomina fomes [tendencia, concupiscencia] no es consecuencia de
la naturaleza, como lo es la habilidad para hacer el bien, sino consecuencia de la
corrupción de la naturaleza, que viene de la culpa» [De malo 2,12 ad 5].
Por todo esto debemos decir que si entendemos la concupiscencia como cierta
tensión entre los elementos corporales y espirituales del hombre, esa tensión es
algo inherente a un ser compuesto de cuerpo y alma racional. La justicia origi-
nal permitía un dominio completo, pero eso era un don gratuito; por el pecado
original tal tensión se hace incluso mayor. Obviamente el bautismo, el perdón
de los pecados, los dones de la gracia, la práctica ascética etc, ayudan a que todos
esos elementos cada vez estén más integrados, mientras que los diversos pecados
contribuyen a que esa tensión sea mayor. En este campo ya las situaciones parti-
culares dependen en gran medida de la constitución psico-somática del sujeto y
de su actuación moral. Lo que sí debe quedar claro es que un dominio perfecto
de la carne bajo el espíritu hasta el punto de evitar cualquier movimiento indeli-
berado es algo que no concede la reparación de la gracia: por eso enseñó el Con-
cilio de Trento que el evitar todos los pecados veniales (lo cual incluye los no per-
fectamente deliberados) es fruto de un don especial, como el que recibió la Vir-
gen María [DH 1573] por su plenitud de gracia. Toda esta cuestión tiene más
importancia de la que parece, pues el problema de Bayo nació precisamente de
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pensar que la perfecta armonía entre el alma y el cuerpo era algo connatural al
hombre, lo cual le llevó a naturalizar la gracia y a una auténtica desfiguración del
mensaje cristiano. El realismo de la visión cristiana del hombre permite marcar
las distancias con cualquier estoicismo o neoplatonismo en sus múltiples y varia-
das presentaciones.
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Este tema tiene más importancia de la que pueda parecer. No se trata de ani-
mar a los que no creen a que hagan actos buenos naturales, pues se les debe pre-
dicar el Evangelio para que orienten su vida a Cristo. Sin embargo negar que
haya actos buenos con una bondad natural objetiva sin la gracia (aunque no sin
la ayuda general de Dios que nos mantiene en el ser) hace que resulte ilusorio el
que la naturaleza pueda ser elevada y colabore con la gracia. Si la naturaleza solo
puede actuar en cuanto elevada, y cualquier cosa que haga sin la gracia es pecado,
difícilmente se puede pensar que no sea meramente pasiva en la justificación:
resultaría entonces que la gracia anula o sustituye la naturaleza.
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Por el acto de pecado incurre el hombre en un triple mal: la mancha (al que-
dar privado de la gracia), la corrupción del bien de la naturaleza (pues sufre un
desorden al no someterse a Dios) y el reato de la pena (pues merece el castigo
eterno por el pecado mortal). Para recuperar el esplendor de la gracia hace falta
que Dios la infunda de nuevo en el hombre, para que la voluntad vuelva a estar
orientada hacia Dios se requiere que Dios la atraiga de nuevo, y todavía es más
claro que la pena solo la puede perdonar aquel contra el que se ha pecado. De
nuevo hay que recordar que en todos estos actos de recuperar la gracia también
interviene el libre albedrío. En el caso de la naturaleza íntegra cabría la repara-
ción de lo que es natural y proporcionado, pero en cuanto el pecado le resta fuer-
zas, ya ni siquiera podría restablecer por sí misma el bien connatural.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
dos razones para esa necesidad: la primera, porque todo ser creado requiere la
moción divina para pasar al acto; la segunda, porque la naturaleza humana, aun-
que haya sido restaurada por la gracia, conserva la concupiscencia, con la corrup-
ción e infección de la carne, por la que sirve a la ley del pecado (Rom 7,25), y
también una cierta ignorancia en el entendimiento.
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que informa el alma. Esta cualidad conlleva una nueva relación de la criatura con
Dios y permite la vida de amistad divina. Se trata, evidentemente, de una reali-
dad profundamente misteriosa. Desde el punto de vista ontológico es un acci-
dente, y esto por dos razones: 1) inhiere en una sustancia ya constituida como
es el hombre, porque de lo contrario el sujeto humano quedaría disuelto; 2) es
una cualidad del todo especial que se define por ser un orden a Dios mismo, algo
que se configura en su esencia por estar ordenado a Dios, y esto sólo es posible
si se trata de un accidente, ya que una sustancia debe estar ordenada a sí misma.
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de la primera (para ellos toda gracia era eficaz), mientras que contra los pelagia-
nos definió la segunda (para ellos Dios no era capaz de actuar sobre la voluntad).
La discusión fundamental en este campo es cómo se produce esta eficacia, para
la escuela jesuítica se produce de una manera extrínsecamente y de modo moral
(porque Dios ofrece esa gracia en el momento oportuno), mientras que los
dominicos preferían hablar de una moción intrínseca y física. Cada uno expli-
caba cómo se armonizaba esto con la libertad, dando lugar a amplias discusio-
nes. No está de más recordar que la gracia meramente suficiente nos habla de que
la potencia queda ya capacitada para la realización del acto bueno, mientras que
la gracia eficaz es esa misma gracia suficiente que se ha aplicado al acto, de una
manera libre, aunque como sucede en todo acto de la criatura debe ser movido
por Dios como causa última.
Recibir una gracia suficiente o recibir una gracia eficaz no es comparable a
recibir una manzana frente a recibir una pera. No se trata simplemente de que
el resultado sea distinto, sino de que nos estamos refiriendo a cosas distintas, a
niveles de actuación de Dios distintos. Tanto en un caso como en otro la poten-
cia ha quedado realmente capacitada para hacer el bien sobrenatural, pero en el
caso de la gracia eficaz se ha aplicado realmente al acto, se ha producido ese bien
sobrenatural, mientras que en el de la gracia suficiente no. En el caso de la efi-
caz la voluntad ha consentido, en el caso de la suficiente no; como la aplicación
de una potencia a su acto es algo que requiere la moción de Dios, igual que todo
acto de cualquier criatura, sea libre o no, debemos decir que la gracia eficaz es un
bien mayor, pero lo que no podemos es atribuir a Dios que la gracia suficiente no
haya dado fruto, pues la culpa la tiene la voluntad de la criatura. No es la volun-
tad la que hace eficaz una gracia suficiente, pero no se podría hablar de una gra-
cia sin que la voluntad consintiera libremente.
En realidad es un profundo misterio la manera en que Dios puede mover a la
criatura, pero el plantearlo a partir de la gracia actual no era la manera más clara
de hacerlo; quizá por eso santo Tomás prefiere hacerlo desde el punto de vista
de la providencia que es, por así decir, como el punto de vista de Dios. La tras-
cendencia divina y su modo de causar infinito permiten que mueva a las causas
segundas, sin que estas pierdan su propia actividad, y por ello, permite que sigan
siendo libres. En el fondo siempre nos encontramos con el misterio de la per-
misión del mal por parte de Dios, y por qué permite que algunos se condenen.
Desde el punto de vista de la gracia, por así decir, esto supone que no en todos
se da la gracia eficaz, pues rechazan la gracia suficiente y se privan así de la eficaz,
aunque sabemos que siempre el mal tiene su origen en la criatura, y que si Dios
lo permite es porque va a obtener bienes mayores. Una vez más, ante el misterio
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En cuanto que la gracia es un don creado resulta evidente que posee diver-
sos grados, del mismo modo que hay diversos grados de gloria. Sin embargo en
cuanto que nos une al mismo Dios, y nos hace participar de la vida divina, no
hay diferencias de gracia, como explicamos ya al tratar de lo sobrenatural: diría-
mos que son todas de la misma especie. El grado de gracia depende de la pre-
paración del sujeto, pero ya indicamos antes que no se trata de una preparación
independiente de la acción de Dios: por ello, la causa primaria es el mismo Dios,
que establece la variedad en el universo, incluida la participación de la gracia en
el hombre.
Cabe también preguntarnos por la causa de la gracia en nuestro conoci-
miento. Santo Tomás reconoce que cabe la posibilidad de que alguien reciba una
revelación especial mediante la que Dios le comunique que se encuentra en gra-
cia. Excluido ese caso nadie puede tener una certeza demostrativa de que tiene
la gracia, pues se trata de una realidad sobrenatural que nos desborda, y su prin-
cipio, que es Dios no lo conocemos de manera directa. Se puede dar un cierto
conocimiento conjetural mediante signos, en cuanto que se goza de Dios, se des-
precian las cosas mundanas y no se tiene conciencia de pecado mortal.
Los protestantes entendieron que había certeza de fe en que estábamos jus-
tificados, y precisamente en eso consistía la justificación. Por otra parte algunos
católicos insistieron en que cabía certeza de la gracia por haber recibido los sacra-
mentos y por la confianza en Dios, pero Trento recordó los límites que tiene esta
cuestión y que no se trata de una certeza en sentido estricto, sino de algo conje-
tural y propio de la confianza. Dada esta falta de certeza se entiende la necesidad
del discernimiento: un ejemplo claro es de los Ejercicios espirituales de san Igna-
cio de Loyola; también se puede incluir aquí el discernimiento de los carismas
(pensemos en la vocación), de manera que no cabe pretender una certeza impo-
sible de hallar en este campo sobrenatural. Un corolario de este tema es la impo-
sibilidad de una reducción psicologizante del estado de gracia, como si fuera un
conjunto de actitudes controlables y analizables (al modo de la antigua herejía
de los Mesalianos que reducían la vida espiritual a sus manifestaciones psicoló-
gicas conscientes).
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justicia implica la totalidad e integridad del orden del hombre, conlleva el per-
dón del pecado mortal, que separa y aleja de Dios. El Concilio de Trento pre-
cisó esta cuestión y recordó algunos pasajes bíblicos básicos sobre el tema. Cristo
es quien nos ha merecido por su muerte la justificación, pero en los siguientes
párrafos no entraremos en cuestiones de Cristología, sino que nos limitaremos a
analizar el modo en el que se realiza la justificación en nosotros. Obviamente en
todas las referencias a la fe que hagamos se entiende que el núcleo central es el
misterio Pascual de Cristo.
La justificación conlleva la infusión de la gracia divina, porque no es simple-
mente el perdón de los pecados, sino también la santificación, como recordó el
mismo Concilio de Trento. La misma gracia santificante perdona el pecado y
otorga la nueva vida. En la justificación el pecador se mueve hacia la justicia por
efecto de la gracia, y como esta moción de Dios se acomoda a la naturaleza de
lo movido, incluye la libertad para aceptar este don. En el caso de los niños, que
todavía no tiene movimiento del libre albedrío, es la misma infusión de la gracia
por el bautismo lo que les justifica.
Entre los actos del que se justifica se requiere la fe, por la cual la mente se
vuelve a Dios y acepta lo que Dios ha revelado de una manera confiada: este
movimiento de fe está acompañado y movido por el acto de caridad por el que se
ama a Dios sobre todas las cosas. Asimismo es preciso que el pecador (cuando se
trata de la justificación del adulto) deteste los pecados y de este modo se vuelva a
Dios. Así se llega al término de la justificación que es la remisión de los pecados.
Los cuatro actos señalados: 1) infusión de la gracia divina, 2) movimiento del
libre albedrío hacia Dios por la gracia y la caridad, 3) movimiento del libre albe-
drío contra el pecado, y 4) remisión de la culpa, se dan de manera instantánea,
ya que no es un proceso en sentido estricto, pues depende de la gracia de Dios
que actúa de un modo único. Si atendemos al orden de naturaleza, lo primero
es el impulso del que mueve, y por tanto, esto corresponde a la gracia. Dado que
la justificación es un cierto movimiento, debemos considerar ese movimiento
en su destino, Dios, y por tanto vendría en segundo lugar el movimiento de la
voluntad hacia Dios (fe y caridad), y el punto de partida (rechazo del pecado),
que sería el tercer aspecto. Por último el fin del movimiento que es la remisión
de los pecados.
Por último hay que decir que la justificación es una obra de Dios superior a la
misma creación, en cuanto que la justificación se ordena a que el pecador parti-
cipe del bien eterno y divino, mientras que en la creación se da una participación
de bienes naturales. De hecho santo Tomás considera que es más valiosa la justifi-
cación que el bien natural de todo el universo. Otra cuestión distinta es el modo
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
Por otra parte hay que recordar que todo acto realizado en caridad es meri-
torio de la vida eterna. A veces se han malinterpretado algunas afirmaciones de
santo Tomás en las que dice que el aumento de caridad se da solo mediante actos
intensos, es decir, actos que tienen una profundidad (por así decir) de caridad al
menos tan fuerte como el hábito de la caridad (Summa theologiae II-II,24,6).
Ahora bien, el mismo santo Tomás había precisado que los actos con una inten-
sidad menor (actos remisos) en realidad se debían considerar unidos a los inten-
sos, es decir, que un acto más fuerte de caridad estaba preparado por el ejercicio
normal de otros actos menos profundos:
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
diversifica las virtudes. El sentido que tienen las virtudes es hacer que el hombre
esté proporcionado para alcanzar su bienaventuranza. Esto supone que el hom-
bre puede colaborar con sus actos y que necesita unos nuevos principios en su ser
para lograr su fin. Lo característico de estas virtudes denominadas teologales o
teológicas, es que tienen a Dios por objeto, ya que por ellas nos ordenamos rec-
tamente a Dios: de esta manera se diferencian de las morales e intelectuales, que
se refieren a algún bien que puede captar la razón humana.
La fe, la esperanza y la caridad son las únicas virtudes teologales: la fe ordena
el entendimiento a Dios, pues por ella el hombre acepta ciertas enseñanzas sobre-
naturales movido por Dios. La voluntad también es perfeccionada en cuanto
ahora tiende a un bien difícil de conseguir (esperanza) y a la unión espiritual de
amistad con ese Bien (caridad), dando lugar a una cierta conformidad con ese
fin. En el orden de la generación la fe precede a la esperanza y a la caridad, pues
para amar algo primero hay que aprehenderlo como bien propio; sin embargo,
en el orden de perfección la caridad precede a las otras, pues de ella reciben su
máxima perfección. Es evidente que estas virtudes deben estar infundidas por
Dios en el alma, y su crecimiento también debe provenir de Dios, aunque con la
colaboración de la criatura.
Por otra parte santo Tomás también habla de virtudes morales infusas. Su
razonamiento es que las virtudes teologales tienen el papel de los primeros prin-
cipios naturales que preexisten en nosotros, y por ello es preciso que haya tam-
bién otras virtudes correspondientes a estos mismos principios, y serían las vir-
tudes morales infusas. Se distinguen específicamente por el objeto de las mora-
les equivalentes porque la moderación que imponen a las pasiones se basa en la
regla divina dependiente de las virtudes teologales, no en la mera razón humana.
Como la gracia no se opone a la naturaleza, el organismo sobrenatural es com-
patible con las virtudes morales; de hecho las mismas virtudes morales naturales
facilitan la vida de la gracia, y en el caso de la pérdida de la gracia permanecen.
En las virtudes morales hay un medio virtuoso entre los extremos de las pasio-
nes para ordenar al hombre a su bien proporcionado. En el caso de las virtudes
teologales la medida es el mismo Dios, de manera que, en sí mismo, nunca hay
exceso, porque no podemos, por ejemplo, amar tanto a Dios como puede ser
amado. Sin embargo como estas virtudes están en nosotros, debemos creer, espe-
rar y amar a Dios según nuestra condición, y en ese sentido se podría hablar de
medios y extremos en la virtud teológica.
La fe y la esperanza pueden existir en un estado informe e imperfecto (aun-
que seguirían siendo sobrenaturales) sin la caridad, pues no tendrían el modo
debido: proceder de una voluntad de amor recto a Dios (de modo análogo como
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Hay que recordar que respecto a Dios una nueva presencia supone un cam-
bio por parte de la criatura, no en Dios mismo. Con las operaciones sobrenatu-
rales de entendimiento y amor se alcanza a las mismas Personas, en su unidad y
en su distinción, en una experiencia de tipo místico (por así decir). Dios ya está
presente, Uno y Trino en todas las cosas, pero con las operaciones sobrenaturales
se le alcanza en su distinción.
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
turas; a pesar de las dificultades de interpretación del género literario queda claro
que la situación del hombre cambió realmente tras el pecado. El Magisterio de
la Iglesia consideró esa situación original como algo real, no una mera posibili-
dad, pero a la vez subrayó, especialmente contra Bayo y Jansenio que se trataba
de algo sobrenatural, y no debido a la naturaleza humana. Lo más importante
de aquel estado era la amistad con Dios, para lo que se requería el don de la gra-
cia santificante, unido a la integridad, que permitía el sometimiento perfecto de
la parte corporal a la espiritual y una ayuda divina para no morir. Estos dos últi-
mos elementos, así como otras perfecciones, se denominan dones preternaturales,
y constituyen junto con la gracia santificante, la justicia original.
El tratar este estado de justicia original nos recuerda que la naturaleza se
puede considerar en diversos estados. Si se toma la naturaleza en sí misma, sin
más dones, tenemos el estado de naturaleza pura, si cuenta con algún don (no
sobrenatural en sentido estricto) que permite la armonía de lo material y lo espi-
ritual, entonces se denomina naturaleza íntegra. Estos dos estados no se han dado
realmente, pero podrían haberse dado. Los estados reales que se han dado fue-
ron estado de justicia original, con el don de la gracia santificante y la integridad
natural, estado de naturaleza caída, con las consecuencias de debilidad y muerte,
estado de naturaleza reparada, en el que actúa ya la gracia de Cristo, pero se con-
serva la muerte, debilidad y la concupiscencia, antes de que llegue la resurrección
y glorificación de los cuerpos.
541
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Las cuestiones más complejas acerca del pecado original se abordan en §3, al
tratar de su esencia y su transmisión. Para comprender en qué consiste el pecado
original debemos tener en cuenta que es la privación de la justicia original; dado
que la justicia original era un habito que elevaba la naturaleza, su privación es
también un hábito entitativo, que afecta a la naturaleza humana, recibido con la
generación de la misma. Por otra parte como lo principal de la situación de jus-
ticia original era la gracia santificante que permitía la amistad del hombre con
Dios, lo esencial del pecado original es la pérdida de esa gracia; junto con el ele-
mento propiamente sobrenatural se perdieron los dones preternaturales que per-
mitían evitar la muerte y la concupiscencia, de manera que tras el pecado el hom-
bre experimenta la concupiscencia. Ahora bien, dado que lo esencial de la justi-
cia original era la gracia, no se puede decir que el pecado original consista en la
concupiscencia, sino que ésta es una de las consecuencias más inmediatas de ese
pecado. El pecado original propiamente se encuentra en la esencia del alma, pero
se extiende a las diversas potencias y facultades humanas.
La transmisión del pecado original es quizá el aspecto más complejo de expli-
car de este dogma, pues no se acaba de entender cómo puede darse un pecado
sin que intervenga directamente la voluntad de la persona. En la teología clásica
se propusieron diversas explicaciones a partir de la naturaleza humana: algunas
más deficientes, como el traduccianismo, que suponía que todas las almas des-
cendían del alma de Adán, o los que pensaban que en todos los cuerpos había
algún fragmento del cuerpo de Adán. Tales explicaciones pensaban en una pre-
sencia actual de todo el género humano en Adán. Sin embargo santo Tomás
planteó la cuestión como un pecado que afecta a la naturaleza y es pecado de una
manera análoga, así como en el acto moral los miembros que ejecutan partici-
pan de la moralidad de la voluntad, el género humano participa de la voluntarie-
dad de Adán que transmitió una naturaleza privada de la justicia original. Santo
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
Los efectos del pecado original se presentan en §4, ante todo el efecto en el
alma, que fue privarla de la justicia original: si bien su esencia y sus potencias
quedaron intactas, surgen ahora muchas dificultades para que puedan realizar
sus actuaciones. Los daños se suelen resumir en los términos ignorancia, malicia,
debilidad y concupiscencia, que afectan respectivamente al entendimiento prác-
tico, la voluntad, el apetito irascible y el apetito concupiscible. El desorden de las
potencias y apetitos aparece con toda claridad en la concupiscencia, según la cual
los apetitos más inferiores no obedecen a la razón. La consecuencia más evidente
para el cuerpo es la muerte, pues el hombre se vio privado del don preternatural
de la inmortalidad que le hubiera permitido no morir. Si atendemos, en cambio,
a los efectos demeritorios, por el pecado original el hombre entra en la servidum-
bre del diablo, de la cual le debe salvar Cristo, y merece el verse privado, después
de esta vida, de la visión beatífica, si no es justificado por la gracia de Cristo. La
situación del hombre tras el pecado original se puede resumir en las expresiones
siguientes: las características naturales permanecieron íntegras, y el hombre fue
expoliado de los dones gratuitos y herido en sus propiedades naturales; como
dijimos no es que haya desaparecido la naturaleza humana, pero la realización
del bien que le corresponde queda disminuida.
Con sus fuerzas naturales, tras el pecado, puede conocer algunas verdades de
orden natural y realizar algún bien, aunque con dificultad; también puede cum-
plir algunos mandamientos, aunque no llegue a poder amar a Dios sobre todas
cosas. También necesita la gracia para poder salir del estado de pecado y para
conservar su nuevo estado de justificación de manera permanente.
En la reparación del hombre caído, estudiada en §5, el amor de Dios por el
hombre hace que éste se vea transformado mediante el don de la gracia, efecto
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
de un especial amor divino: por ello la gracia se debe considerar como una cua-
lidad inherente y sobrenatural. Este aspecto creado de la gracia permite estable-
cer una serie de divisiones de la misma, como la distinción entre gracia actual o
auxilio transitorio para un acto bueno y gracia habitual, o cualidad estable. Otras
distinciones se dan entre la gracia gratum faciens, orientada a la santificación del
individuo, y la gracia gratis data, carisma para el bien de la comunidad; gracia
operante (el motor de la acción es la gracia y la voluntad resulta movida) y gra-
cia cooperante (hay cooperación de gracia y voluntad); gracia suficiente (concede
la posibilidad de realizar el acto sobrenatural) y gracia eficaz (concede la posibi-
lidad de realizar el acto sobrenatural, y además se lleva a término). Respecto a la
causa de la gracia se debe afirmar que solo puede ser Dios, pero dado que la gra-
cia, como don habitual, no se produce por un acto de creación inmediata, puede
haber instrumentos, y de hecho aquí interviene la humanidad de Cristo, que nos
llega de un modo especial mediante la Iglesia y sus sacramentos. Ahora bien, la
misma trascendencia de la gracia impide que podamos conocer con seguridad si
estamos justificados o no, aunque poseemos indicios.
La justificación consiste en el paso de un estado de pecado a un estado de jus-
ticia y amistad con Dios, y conlleva la vuelta hacia Dios y el rechazo del amor
desordenado hacia las criaturas, junto con la fe, por la que se cree lo que Dios ha
revelado, unida a la esperanza y la caridad, de modo que se produce así el per-
dón de los pecados. Consiguientemente en la justificación debe darse la actua-
ción divina y también la intervención humana.
Una vez justificado el hombre puede merecer ante Dios: no se trata de que
Dios deba algo al hombre en sentido absoluto, sino que, si el hombre colabora
como Dios ha establecido, le corresponde una recompensa. Se suele distinguir el
mérito en condigno (cuando hay proporción entre la obra meritoria y el premio)
y congruo (fundado en el derecho de amistad para obtener un favor de un amigo).
El acto meritorio debe ser un acto libre, bueno y sobrenatural, en obsequio de
Dios y estando en gracia y amistad con Dios, pero no hace falta una renovación
consciente de motivaciones, cuya claridad de por sí no aumenta el mérito, sino
que basta la ordenación a Dios que se realiza por el acto de caridad. Dado que
la gracia es principio de mérito no se puede merecer la primera gracia, pero sí el
aumento de gracia o la misma vida eterna.
En todo lo que llevamos expuesto ha aparecido la complejidad y riqueza de
la vida sobrenatural, que se organiza en torno a la gracia santificante, las virtu-
des teologales y las virtudes morales infusas: todo este conjunto constituye el ser
hijos de Dios. Por el pecado aunque se pierde la gracia y la caridad, no necesaria-
mente se pierde la fe, que aun muerta sigue siendo sobrenatural.
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12. ESTADO ORIGINAL DEL HOMBRE, PECADO Y SALVACIÓN
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
En nuestra exposición hemos seguido especialmente las explicaciones de
santo Tomás, tal como se ha indicado en los diversos epígrafes. Nos han resul-
tado muy útil para encuadrar las afirmaciones del Aquinate sobre el pecado ori-
ginal y la gracia:
Para una explicación que tenga más presentes los autores contemporáneos:
L.Ladaria, Teología del pecado original y de la gracia, Madrid 1993, 33-131.
J.A.Sayés, Antropología del hombre caído, Madrid 1991.
Particulares
[1] Cf. Comisión Teológica Internacional, La esperanza de salvación para
los niños que mueren sin Bautismo, BAC, Madrid 2007. Obviamente no es un
texto magisterial.
545
CONCLUSIÓN
Para terminar este manual simplemente ofrecemos los que, a nuestro modo
de ver, son los cinco puntos fundamentales de esta materia. Los presentamos de
una manera ordenada, sugiriendo las relaciones de unos con otros, e introduci-
dos por una referencia bíblica.
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
la bondad de Dios, y entre ellas están los seres puramente espirituales que, sin
embargo, no son divinos ni emanaciones de la divinidad, sino meras criaturas.
Su lugar en la historia de la salvación, y la realidad de los demonios en la incita-
ción al mal son elementos que no se pueden olvidar.
«Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha
preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu;
pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios» (1 Cor
2,9-10).
El punto cuarto es la llamada que Dios hace al hombre para que participe de
su vida íntima en Jesucristo y por el don del Espíritu Santo. El fin al que Dios
destina al hombre supera con mucho las posibilidades y expectativas de la natu-
raleza humana, aunque con la ayuda de Dios el hombre debe colaborar para
alcanzarlo. La precisión en este punto es consecuencia del primero, pues si no se
tiene claro que Dios se distingue realmente de las criaturas, o que esa distinción
sea menos clara en el caso de la criatura racional, existe la tentación de pensar
que el hombre es en sí mismo una realidad divina que simplemente debe desa-
rrollar lo que es. La distinción entre naturaleza y gracia permite evitar equívo-
cos y plantear las cosas correctamente: el hombre es un ser natural llamado por
Dios a participar de la vida divina, sin que la gracia anule o sustituya la natura-
leza, sino más bien la perfecciona.
548
CONCLUSIÓN
549
ÍNDICE GENERAL
Siglas y abreviaturas.................................................................................... 11
Introducción ............................................................................................... 13
1. Metodología teológica ..........................................................................13
2. Historia y relevancia de la Antropología teológica .................................18
2.1 Apuntes históricos sobre el estudio teológico del mundo y el
hombre ...........................................................................................18
2.2 La antropología teológica en el conjunto de la teología ..................19
3. Disposición del manual y observaciones prácticas .................................20
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ÍNDICE GENERAL
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ÍNDICE GENERAL
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ÍNDICE GENERAL
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ÍNDICE GENERAL
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ÍNDICE GENERAL
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ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
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ÍNDICE GENERAL
Capítulo 12. Estado original del hombre, pecado y salvación ................ 489
Lectura del Catecismo de la Iglesia Católica............................................489
1. El estado original del hombre .............................................................491
1.1 La situación de los primeros hombres ..........................................491
1.2 La compleja cuestión de los estados de la naturaleza ....................494
2. El pecado original entre la revelación y la razón ..................................496
2.1 Negación y dificultades de esta verdad doctrinal ..........................496
2.2 Elementos esenciales del pecado original según las fuentes de la
Revelación ....................................................................................497
2.2.1 Breve historia del dogma........................................................ 497
2.2.2 Elementos fundamentales del pecado original .......................... 498
2.3 El pecado original ante la razón humana......................................499
3. La esencia y la transmisión del pecado original ..................................502
3.1 La esencia del pecado original ......................................................502
3.1.1 El pecado original como hábito .............................................. 502
3.1.2 El pecado original y la concupiscencia ..................................... 503
3.1.3 El sujeto del pecado original ................................................... 504
3.2 La cuestión teológica sobre la transmisión del pecado original .....505
3.2.1 Explicaciones basadas en un acto de la naturaleza ................... 505
3.2.2 Explicaciones basadas en un acto de la persona ........................ 510
3.2.3 Las dificultades de las explicaciones contemporáneas ................ 511
4. Los efectos del pecado original............................................................513
4.1 Diversos efectos del pecado original .............................................513
4.1.1 Efecto formal respecto al alma ................................................ 513
4.1.2 Efecto formal respecto al cuerpo .............................................. 515
4.1.3 Efecto demeritorio ................................................................. 516
565
ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA I
Conclusión ............................................................................................547
566