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DE TAL PADRE, TAL EJECUTIVO

Cuando entramos a un cuarto oscuro, perdemos durante unos segundos la capacidad de ver,
hasta que nuestras pupilas se regulan. Lo mismo ocurre en la vida. Hay momentos en que
perdemos la capacidad de ver la realidad. En muchos casos, esta ceguera temporal tiene su origen
en la niñez.
Analicemos estas situaciones: Un ejecutivo, que no había cumplido sus metas, se reunió con su
jefe para analizar el avance de sus objetivos. Al tercer objetivo que el ejecutivo admitió no tener
listo, éste explotó en ira y le dijo a su jefe: “¡Eres injusto! ¡Me estás maltratando! ¡Estoy harto de
que sólo encuentres problemas!”.
Un Gerente general estaba reunido con un gerente de línea para discutir su presupuesto. Cuando
el primero le indicó que su unidad estaba perdiendo dinero, el segundo le contestó que los
presupuestos estaban errados, se fue tirando la puerta y no pudo dormir en toda la noche.
¿Cuál es el común denominador de ambos casos?. La reacción desproporcionada de las personas
que recibían la crítica. El problema es que nosotros percibimos el mundo a través de nuestros
lentes mentales, que distorsionan la realidad. Muchas veces son como lupas que magnifican las
circunstancias. Los lentes mentales están constituidos por recuerdos, experiencias, prejuicios y
creencias.
Cuando vamos al cine, la realidad que tenemos frente a nosotros es una pantalla blanca. Pero
luego empieza la película y la pantalla toma vida con una serie de imágenes que vemos, y muchas
veces nos convencemos de que son totalmente reales. Sin embargo, cuando termina la película,
volvemos a tomar conciencia de que lo único que había frente a nosotros era una pantalla blanca.
Lo mismo nos ocurre cuando, a través de los lentes mentales, vemos un estímulo similar a una
experiencia traumática del pasado. Proyectamos en el estímulo una “película” de emociones y
sensaciones que no pertenecen a la realidad. Estas emociones vienen de nuestra memoria
subconsciente.
Esta memoria se forma principalmente en nuestra niñez. Cuando los padres humillan, maltratan,
desprecian o ignoran al niño, van generando experiencias traumáticas. Esas emociones se
almacenan en la memoria subconsciente, y lo increíble de esta memoria es que es atemporal. Es
decir, por más que pasen treinta años, la emoción estará guardada siempre con la misma
intensidad.
En el caso del ejecutivo que no cumplió sus objetivos, las preguntas del jefe posiblemente le traían
el recuerdo subconsciente de su padre gritándole: “¡Incapaz!” o “¡Irresponsable!”. El ejecutivo
proyectó, como en el cine, una “película” de emociones y sufrimientos de su pasado sobre el jefe,
lo que motivó que tuviera una respuesta desproporcionada. El ejecutivo estuvo durante unos
segundos como en el cine, creyendo que la “película” era real. Lo peor de todo es que, una vez
que termina la proyección, tomamos conciencia de que hemos reaccionado en exceso y nos
arrepentimos.
Si la mente es como un río de pensamientos, los recuerdos subconscientes son ríos subterráneos
de sentimientos que alimentan el caudal de pensamientos y emociones de nuestra mente. El
problema es que estos ríos subterráneos frecuentemente están contaminados y envenenan
nuestra mente con emociones destructivas.
Nuestra responsabilidad como padres es enorme. La interrelación con nuestros hijos puede
determinar la diferencia entre su fracaso y el éxito en su vida. Nuestros hijos son como arcilla. Los
padres los moldeamos con nuestras actitudes y acciones. Al crecer, los hijos son como la arcilla
que se quema en el horno y produce la cerámica. La cerámica es rígida y no es fácil de cambiar.
La cerámica tiene que vivir con la forma que le dio su creador.
Cuentan que una pareja pidió consejo a un rabino para educar a su hijo de doce años. El rabino
les contestó: “Han venido doce años tarde. Los niños son como los árboles. Si le haces un rasguño
a la rama de un árbol crecido, sólo afectarás a esa rama. En cambio, si le haces un mínimo
rasguño a la semilla, afectarás a todo el árbol”.
Como padres, cuidemos la semilla de nuestros hijos. De nosotros depende, en gran medida, que
pasen sus vidas proyectando “películas” irreales o viviendo felices su verdadera realidad.

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