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Libros.

Esos pequeños instrumentos que nos permiten el acceso al vasto conocimiento de


todas las épocas. Hayan sido escritos ayer o hace siglos e incluso milenios, las ideas de los
grandes sabios nos han sobrevivido atravesando océanos de tiempo y extensas distancias
geográficas debido en gran parte a ellos. Sin duda el libro es uno de los grandes inventos
de la humanidad, y a pesar del auge de los formatos digitales y del fácil (y gratuito) acceso a
la información en internet, esta elegante puerta hacia el saber parece no agotar su utilidad.
pero, está bien glorificarlos, fetichizarlos e incluso sacralizarlos? ¿son dignos de tener nada
más ni nada menos que un día para celebrarlos internacionalmente? ¿es un libro un
elemento de devoción, donde convergen los más eruditos saberes de todos los tiempos y
naciones?

No se puede negar su importancia política, histórica, social y cultural, en absoluto, pero


tampoco se debieran sacralizar al punto de convertirlos en objetos lejanos que no puedan
rayarse o ensuciarse. Acaso sea este uno de los tantos motivos por los cuales una gran
mayoría de jóvenes deciden no acercarse a ellos. ¿Cómo podrían tener la iniciativa de
hacerlo, si desde la tierna infancia se les arrebata a los niños para que no los rasguen,
rayen, rasguen, pinten o babeen sus páginas? ¿no genera esto una especie de
distanciamiento a tal punto de considerar al joven individuo en alguien indigno de las
lecturas?

Los libros no son sacros. Fueron escritos por humanos de carne y huesos para humanos de
carne y huesos, y de ninguna forma pueden tratarse como un fetiche intelectual propio de
un esnobismo académico y cultural pueril que aleja a las personas de la lectura y el
conocimiento, justificando el exagerado valor económico impuesto por la industria editorial.
En consecuencia, se torna un privilegio de clase no sólo la más modesta biblioteca, sino
que incluso un volumen más o menos extenso.

Los libros son herramientas y ninguno de ellos, ni el que profese la más rigurosa y delirante
de las religiones escapa de su condición servil al conocimiento. Tanto los compendios de
ciencias exactas como los clásicos literarios y filosóficos fueron escritos con el propósito de
instruir o cuestionar a seres humanos. Los libros se rayan, se subrayan, en sus páginas se
escriben conclusiones y resúmenes. Esto es el acto de leer.

Por otro lado, hay tantos libros indispensables como libros inútiles, e incluso de ideas
dañinas escritas por verdaderos monstruos. Obras socialmente peligrosas, de contenido
aberrante y degenerado. ¿se deben celebrar en el día del libro todos los libros del mundo?
¿hay en el parnaso del día del libro un lugarcito para las páginas escritas por los dictadores
de la historia? ¿es tan valioso el libro de un youtuber como El Quijote de Cervantes? ¿no es
este día otra excusa para impulsar el consumo masivo en un mundo hipermercantilizado
que se vale justamente de la publicidad de hacer existente un día en particular, erigiendo
totems a cualquier cosa con tal de hacer que la gran máquina del comercio no detenga uno
solo de sus engranajes? Hay libros malos como libros aberrantes. Y cada día se masifica el
contenido de escaso valor intelectual en este formato. Si antaño el libro era símbolo de
sabiduría escrito por un erudito, hoy se ha banalizado debido a masivas publicaciones de
influencers, youtubers o personaje de la farándula, con el unico objetivo de desplegar su
mercadotecnia todos los formatos posibles. ¿También estos libros deben celebrarse hoy?
No me confundan. El libro, reitero, es un invento increíble y debemos el conocimiento del
que disponemos hoy a su aparición en la Tierra. Y el acto de desacralizar, de hecho, es más
un acto de respeto que un intento de minimizar su importancia.

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