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SALUD MENTAN EN JOVENES UNIVERSITARIOS

La salud mental de los jóvenes es un tema cada vez más relevante y preocupante.
En el entorno universitario es común que se enfrenten a condiciones
socioambientales que afectan su bienestar mental. Un ejemplo emblemático de esto
es la pandemia del COVID-19, que ha llevado al aislamiento y a una educación
virtual en muchas comunidades universitarias. Las respuestas y experiencias vividas
durante este tiempo representan un desafío para las instituciones, que deben actuar
en múltiples aspectos para aliviar esta situación, la cual afecta al menos a una
cuarta parte de la población estudiantil.

En el camino de los estudios universitarios, especialmente al principio, los jóvenes


se enfrentan a varios factores de protección y riesgo. La personalidad y la influencia
de variables bio-psico-socioculturales y espirituales juegan un papel clave en el éxito
o fracaso en esta etapa desconocida para muchos universitarios. Para afrontar las
situaciones complicadas, los jóvenes adoptan roles defensivos y utilizan
herramientas como la esperanza, el coraje, la tenacidad y la empatía. Los factores
de riesgo pueden incluir la elección de cursos, la competitividad con los
compañeros, el acoso escolar y el inicio de nuevas relaciones amorosas. Ante esto,
las instituciones deben proporcionar un ambiente acogedor que tenga en cuenta el
estado anímico e intelectual de los estudiantes. Desde actividades sociales y
culturales hasta la actitud de los docentes, las instituciones académicas deben
recordar que uno de sus objetivos fundamentales es velar por la integridad de los
jóvenes universitarios. Para lograrlo, es necesario abordar los desafíos que
enfrentan en relación con la salud mental de los estudiantes.

Por un lado, las instituciones académicas se centran en el éxito académico y en el


logro de metas; pero hay que recordar que el bienestar psicológico de los jóvenes
es determinante para su desarrollo integral y su éxito laboral futuro; por lo tanto, es
importante desarrollar una conciencia sobre los trastornos y malestares de la salud
mental. Si se integra el marco psicológico en los intereses de las instituciones, se
evitará la estigmatización de los trastornos mentales y se garantizará un desarrollo
adecuado de los estudiantes en su vida académica. Cuando los estudiantes
universitarios tienen una salud mental sólida, pueden enfrentar desafíos con
resiliencia, mantener una concentración adecuada y tener una mayor capacidad
para superar obstáculos en su camino hacia la graduación.

Por otro lado, es importante reconocer que las respuestas de los estudiantes ante
situaciones de estrés o demandas emocionales reflejan una creciente necesidad de
las instituciones de desarrollar herramientas y estrategias para manejar conflictos
internos y comunitarios en los espacios académicos. Los efectos de estas
problemáticas en el cuerpo estudiantil también afectan al entorno social donde se
desarrollan; por lo tanto, las instituciones deben contemplar los diversos panoramas
propios del espacio universitario y del contexto sociocultural que generan efectos
reconocibles en los jóvenes estudiantes, como depresión, ansiedad, soledad,
irritabilidad, abuso de sustancias y rasgos de personalidad anormales, entre otros3,4.

En tal sentido, las instituciones educativas deben priorizar la implementación de


medidas comunitarias y estructurales que promuevan el desarrollo integral de los
estudiantes. Al proporcionar un entorno acogedor, promover el bienestar emocional
y brindar recursos y apoyo adecuados, las instituciones pueden contribuir de
manera significativa a la salud mental y al éxito académico de los jóvenes
estudiantes. Además, es fundamental fomentar una cultura abierta que mantenga el
bienestar y brinde oportunidades para buscar ayuda profesional especializada y
accesible en momentos difíciles para los jóvenes. En resumen, es imperativo que
las instituciones académicas reconozcan y aborden los desafíos en materia de salud
mental que enfrentan los jóvenes universitarios.

SALUD MENTAL EN PARAGUAY

La forma de ser paraguaya está colmada de positividad y sosiego con acento


guaraní. Aún en tiempos difíciles no es raro oír a un paraguayo decir que todo está
“super tranquilo” o “iporãmbaite” (todo está bien) con una amplia sonrisa. Si bien
esta actitud denota optimismo, puede también eclipsar el estado real del bienestar
de las personas ante las crisis como la pandemia que estamos viviendo cuando,
más allá del “todo está bien”, subyacen amenazas a su salud mental.
Entre mayo y junio del 2021, el Banco Mundial llevó a cabo Encuestas de Alta
Frecuencia (EAF) en varios países de Latinoamérica y el Caribe con el objetivo de
evaluar el impacto de la pandemia sobre la población.
Entre sus resultados se puede observar que, con un puntaje de 0,28, Paraguay se
posicionó en cuarto lugar (empatando con Ecuador y Bolivia) entre los países con
resultados más preocupantes dentro del Índice de Vulnerabilidad de la Salud Mental
, por detrás de Chile, Perú y Haití.
Este índice, donde 0 representa la menor vulnerabilidad y 1 la mayor vulnerabilidad,
muestra la puntuación media asignada a los países en base a la encuesta,
considerando la incidencia de cinco problemas de salud mental sobre los
encuestados en los treinta días anteriores a las entrevistas:
 dificultad para dormir;
 ansiedad, nerviosismo o preocupación;
 actitudes agresivas o irritabilidad con otros miembros del hogar;
 conflictos o discusiones con personas fueras del hogar; y
 sentimientos de soledad.

¿Qué población es la más afectada? Desagregando este índice para Paraguay,


se evidencia que los problemas de salud mental mencionados tienen mayor
incidencia en el área urbana, con un puntaje de 0,30 versus 0,24 en el área rural.
Considerando el género, se observa que las mujeres de las áreas urbanas
presentan mayor vulnerabilidad en su bienestar mental (0,33), contrastando con los
hombres de las zonas rurales (0,15), quienes emergen como los menos afectados.
Si se añade estatus laboral al análisis, los hombres desempleados lideran una
amplia brecha en ambos extremos: por un lado, los desempleados de las zonas
urbanas alcanzan un preocupante puntaje de 0,37; por el otro, los desempleados de
las áreas rurales registran un índice de 0,13, muy por debajo del promedio nacional.

Poniendo estos resultados en contexto, la Encuesta de Alta Frecuencia en Paraguay


fue aplicada en medio de lo que fue, hasta hoy, el pico de la pandemia. La brecha
observada en el gráfico de arriba puede explicarse por el impacto de la propagación
del virus y las medidas de mitigación. En materia sanitaria y económica, las zonas
urbanas fueron golpeadas con mayor intensidad que las zonas rurales. Esto se
reflejó en los números de pobreza del 2020, estimados por el Instituto Nacional de
Estadística (INE), que muestran que el área urbana creció más de cinco puntos
porcentuales (del 17,5% de pobreza en 2019 a un 22,7% en 2020) y el área rural
siguió igual al año anterior (pasando del 33,4% al 34.0 % de pobreza).
En cuanto a lo laboral, el porcentaje de hombres que perdió el empleo que tenía
antes de la pandemia y se encontraba desempleado al momento de la entrevista
aumentó en más de siete puntos porcentuales en relación con lo reportado en la
encuesta de mayo de 2020 (pasando del 7,3% a más del 14,4%).
Las mujeres han registrado mayores niveles de vulnerabilidad, con un puntaje de
0,32 frente al de 0,24 de los hombres. Las mujeres empleadas, tanto del área
urbana como del área rural (con puntajes de 0,34 y 0,32, respectivamente), han
alterado su salud mental en mayor proporción que las desempleadas (tanto de la
zona urbana y rural puntuando 0,29).
Y es que, además de trabajar fuera de casa, muchas paraguayas han
experimentado un incremento significativo en las tareas del hogar durante la
pandemia, introduciendo así un desgaste adicional a su bienestar mental.

En efecto, salvo un indicador que mide conflictos o discusiones con personas ajenas
al hogar, la tendencia fue que un mayor porcentaje de mujeres que de hombres
reportó problemas relacionados con la salud mental durante los treinta días
anteriores a la aplicación de la encuesta.
Así, el 31,5% de las mujeres manifestó haber tenido problemas para dormir, en
comparación al 27,4% de los hombres. De igual manera, cerca del 12% de las
mujeres dijo haber tenido actitudes agresivas en el hogar, mientras que el
porcentaje de los hombres que reportó lo mismo fue de 9,7%. Asimismo, el 36% de
las paraguayas expresó que en los treinta días anteriores a la encuesta tuvo
sentimientos de soledad, en tanto que para los hombres la tasa fue mucho menor
(16,6%).

¿Qué se puede hacer?


Con estos resultados, se torna importante asimilar la naturaleza multidimensional de
la salud mental. Es decir, desde lo social a lo económico, pasando por lo cultural y lo
ambiental, las causas que conllevan al deterioro del bienestar emocional son
diversas. Como tal, es fundamental incluir a la salud mental como un tema
transversal en el diseño y formulación de políticas públicas en todas las áreas, con
una visión más humana y social.
La salud mental representa para América Latina un reto para el cual aún no estamos
completamente preparados, y Paraguay no es la excepción . Según un informe de la
Organización Panamericana de la Salud (OPS) de 2018, el gasto destinado a la
salud mental en los países de la región era de promedio solo el 2% de su
presupuesto de salud, centrado en el funcionamiento de hospitales psiquiátricos,
con un limitado enfoque en iniciativas preventivas.
En ese contexto, la pandemia de COVID-19, con todas sus sombras, desnudó la
preocupante realidad de la salud mental en nuestros países, con vulnerabilidades
que, de no ser corregidas, podrían en el futuro profundizar la problemática.
Por este motivo, recomendamos desarrollar normativas integrales que, por un
lado, defiendan los derechos de los pacientes, ayudando a reducir el estigma
social asociado a las enfermedades de salud mental, y que, por el otro,
orienten las políticas de protección del bienestar emocional de todas las
personas.
Se hace imperante la promoción de iniciativas que garanticen un mayor y mejor
acceso a servicios y a profesionales de salud mental que brinden asistencia,
contención, y tratamientos médicos de calidad cuando estos sean necesarios.
Esto tendrá gran impacto si, además de la atención individual tradicional, se
implementasen modelos de apoyo familiar y comunitario, instalando la noción
colectiva de que la salud mental de las personas es un esfuerzo mancomunado.

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