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Las horas están en desequilibrio, dispersas en partículas nuevas.

Así parece también que la


noche no es tan noche y el día no es tan día. Hay una metamorfosis en el orden de las cosas
que es indiscutible. Nuevas formas que se propagan desde la urgencia. Oscila una pérdida del
sentido que además de angustiante puede ser una puerta de salida al encierro.

Existe actualmente una mutación momentánea (en nuestra forma de existencia, de


socialización, de trabajo) que se produce por el efecto de una boca hambrienta; una boca que
siempre estuvo pero que ciertos ojos renegaron ver hasta este último tiempo. Esa gran boca
avasallante y carnívora no es otra cosa que el capitalismo, que ahora pareciera tomar
dimensiones más extraordinarias, pero en definitiva es la misma boca – bestia promotora de
una desigualdad feroz y violenta sin límites.

Como si el Covid-19 hubiese levantado los “velos” que ocultaban la realidad y puesto en
evidencia la lógica perversa del sistema capitalista. Pero en definitiva lo que está pasando
ahora en el mundo no es más que una parte de esa maquinaria - boca que viene ya hace
tiempo azotando sobre nuestros cuerpos.

Una de las preguntas que podrían llegar a ser válida para poder repensar el mundo después de
la pandemia es ¿qué grado o qué nivel de implicación subjetiva/colectiva puede abrir un
agujero o una grieta efectiva y real dentro del sistema capitalista que éste no pueda
reabsorber y acomodar como tiene acostumbrado hacer? Es decir, qué posiciones políticas nos
van a hacer volver al capitalismo tal cual lo conocemos (o peor, porque esto puede ser peor) o
qué posiciones nos van a acercar más a la construcción de una sociedad que no se motorice en
el sufrimiento y la explotación y sí en lazos solidarios y de amor.

En este sentido este aislamiento que se da de diversas formas en el mundo puede ser
promotor de algo diferente o puede ser a la vez, la elección a la sujeción (de nuevo, reiterada)
a las cosas funcionando tal cual las conocemos. Puede ser un aislamiento sostenido desde un
carácter más nietzscheano, donde efectivamente se trastoque lo aprendido (lo mal aprendido,
lo impuesto, lo hegemónico) o un aislamiento egoísta sostenido únicamente por el miedo al
contagio y el terror a la muerte.

Ojalá este escenario producido por la pandemia tenga como fin la agonía de las cosas tal cual
las conocemos. Sea motor de la caída y el derrumbe de este orden de las cosas y no solo el
efecto ilusorio de la descomposición estructural para devenir controles más severos sobre el
cuerpo, sus actos, sus formas de amar, sus formas de pensar, de acercarse y encontrarse.

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