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Las aventuras del último abencerraje es una novela corta del autor François-René

de Chateaubriand , escrita aproximadamente en año 1807, luego que el escritor


visitó Granada al encontrarse de regreso de un viaje por Oriente.

Esta obra está determinada a cada paso por estados de ánimos, sentimientos
profundos, emociones y metáforas, donde el sentimiento en muchos momentos
supera el pensamiento.

El personaje romántico es el más profundo entre los de todas las épocas, en su


alma hay muchas emociones que pueden llegar hasta ser opuestas, como por
ejemplo, amar pero hacerlo con melancolía, tristeza, un amor imposible.

Síntomas
El primer síntoma que logré reconocer es la sensación de la soledad, esa soledad
tanto divina como humana. El personaje romántico nota que jugar a ser un nuevo
Dios, no es más que una compensación psicológica para lograr escaparse de esa
horrible sensación de soledad.
Esta soledad siempre sugiere también las notas paralelas de injusticia y de
abandono. Un abandono injusto por Dios, y también por los hombres. El romántico
se encuentra solo porque también se siente abandonado. “¡Y yo, abencerraje, velo
desconocido, solitario y abandonado, a la puerta del palacio de mis padres!”
(Pag.13).
Hay a lo largo de la obra, varios momentos donde se nombra a la naturaleza y se la
exalta, ese sería el segundo síntoma, se funden el alma del poeta y el alma de la
naturaleza, al igual que también sirve como un reflejo del alma, una extensión de
sus sentimientos. “Escucha el blando rumor de las fuentes cuyas aguas ha desviado
el musgo; mira esos jardines que se divisan a través de estas arcadas medio
destruidas; contempla el astro del día que se oculta más allá de todos estos
pórticos: ¡Cuán dulce es vagar contigo por estos lugares! Tus palabras embalsaman
estos asilos, como las rosas del humeneo.”
El tercer síntoma es la seudo-divinidad del romántico, se ve a sí mismo como
participante en los fenómenos de la naturaleza, algunas veces casi como
determinante de estos fenómenos. Es lo que lleva al romántico a imaginarse a sí
mismo como un nuevo Dios. “…sólo distinguía en aquel noble saludo los nombres
de Dios, señor y caballero” (Pag.7)
El cuarto síntoma, como comentaba en el inicio, es el del sentimiento supera el
pensamiento. “Transpasado de dolor, exclamó al fin: ¡Ah! Un cruel destino quiso
presentarme aquí tantas almas sublimes, tantos caracteres generosos, para
hacerme sentir más de lo que pierdo. ¡Decida, Blanca, ¡y diga lo que debo hacer
para mostrarme más digno de su amor!”.
El quinto síntoma es el de la actitud de superioridad, es un sentimiento tan
doloroso, que es señal de una excepcional sensibilidad o superioridad espiritual. “La
tentación era terrible, mas no superior a las fuerzas de Aben-Hamet. Si el amor
hablaba con toda su fuerza a su corazón, miraba por otra parte con espanto la idea
de mezclar la sangre de los perseguidores con la de los perseguidos.” (Pag.70)
El fastidio universal, es el sexto síntoma. El romántico no le encuentra sentido a su
vida, ni al mundo donde habita. Se trata de dos vacíos. Hay una relación del
romántico con su mundo que se representa como dos vacíos concéntricos. Por eso
vemos la expresión de su pena o enfermedad espiritual. También puede llegar a
interpretarse como un aburrimiento esta melancolía. “En vano intenta ocuparse
exclusivamente de su peregrinación al país de sus padres; en vano recorre las
colinas del Darro y del Genil, para recolectar plantas al amanecer, pues la flor que
ahora busca es la hermosa cristiana.” (Pag.16).
El síntoma numero siete, es nada menos que el goce del dolor. El romántico vive
para su dolor, para sentir el vacío de su vida, es su orgullo, su única alegría. La
religión verdadera del romántico es una especie de panteísmo egocéntrico, que se
basa en reflejos del propio yo en todas las caras del universo. “Todos los encantos,
todos los recuerdos de la patria, mezclados a los prestigios del amor, asaltaron el
corazón del último abencerraje. Inmóvil y mudo, recorría con atónitas miradas
aquella mansión de los genios, y se creía trasladado a la entra- da de uno de esos
Palacios cuyas descripciones leemos en los cuentos árabes.” (Pag.29-30)

En esta obra también nos encontramos con varias metáforas.


La más significativa, sería el amor, en cuanto al amor como símbolo de esperanzas.
“si el amor hablaba con toda su fuerza a su corazón, miraba por otra parte con
espanto la idea de mezclar la sangre de los perseguidores con la de los
perseguidos” (Pag.69). Lo único que logra sacar de ese desconsuelo, es Blanca, la
bella española de la cual se enamora, el amor que le da las fuerzas de seguir. “No
tardó Blanca en sentir una vehemente pasión, por la imposibilidad misma en que se juzgaba
de satisfacerla, puesto que amar a un infiel, a un moro, a un desconocido, le parecía tan
raro caso, que no tornó precaución alguna contra el veneno que empezaba a circular por
sus venas.” (Pag.26 – 27).

En esta obra no solo vemos el amor hacia la mujer, sino también el amor a su patria,
a su tierra: “Cada palabra desgarraba el corazón del Aben-Hamlet. ¡Cuán cruel es
haber de recurrir a los extranjeros para conocer los monumentos de nuestros
padres, y haberse narrar por hombres indiferentes la historia de una familia y
nuestros amigos!”
La segunda metáfora es la lágrima solitaria. El llanto copioso no es característico
de quienes representan los extremos de la mayor virtud o el mayor vicio. La lágrima
solitaria representa la explosión del dolor en un corazón no habituado a expresarlo.
Cuando el rey Boabdil se vuelve a mirar sus tierras perdidas “cedió esta vez mal su
grado de su fiereza, y lloró, y lanzó un ¡ay! Que atronó las montañas circunvecinas”
(pag.3)
Como tercera metáfora encontramos el sanatismo del alma inocente, o inocencia
del alma satánica. Es mucho más doloroso y, sobre todo, extrañamente atractivo el
fastidio, el hastío, si el que lo sufre ha perdido su inocencia, y cuando comete
execrables crímenes. “Amar a un infiel, a un Moro, a un extranjero desconocido,
parecíale una cosa tan ajena de sus ideas, que no tomó precaución alguna contra el
mal, que sin conocerlo se escabullía en sus entrañas.” (pag.64).
La cuarta metáfora que encontré es la de la pérdida de la juventud. Es deprimente
sufrir en la vejez o en la edad madura, pero es mucho más desgarrador el dolor que
se padece en grado máximo en la bella y la tierna juventud. Aunque también puede
aparecer retratada en el recuerdo de los tiempos pasados. “El corazón humano no
se apasta en la soledad sino de hábitos y recuerdos del bien antiguo” (Pag.7)
Por último, como no podría ser de otro modo, ya que es final de la vida,
encontramos la contemplación del suicidio. En cambio, el romántico no es está
tan interesado en la muerte como solución del dolor, sino como simplemente la idea
de muerte, que es la suma hipérbole para la dramatización de su fastidio universal.
El suicidio no es tanto un elemento de finalidad, como el sostén de cierta forma de
vida atormentada, psicótica. Suicidarse sería, de hecho, privarse del consuelo de
pensar en la bella metáfora de suicidio. “Si mi imagen se borra algún día de tu
corazón, si el tiempo que lo destruye todo arrancase a tu memoria mi recuerdo,
debes a tu hermano este sacrificio” (Pag.67)

Bibliografía
Francois Auguste de Chateaubriand – “Las aventuras del último abencerraje”
R. P. Sebold - “La cosmovisión romántica: siete síntomas y cinco metáforas”

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