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Diagramación y diseño de tapa e interiores

Alejandro Schmid para Cospel


Taller Gráfico
Marisa Nera para Cospel

Fotografía de contratapa
Raúl Postillone

Germignani, Alfredo
La soledad en Blanco y Negro / Alfredo Germignani

1ª. ed. - Resistencia: Cospel, 2007.


80 p. ; 14 x 8 cm.

1.Literatura. Prosa poética I. Título

I. Nera, Marisa, colab. II. Schmid, Alejandro, colab.


III. Stupía, Eduardo, ilust.; IV. Postillone, Raúl, fotog.; V.
Blak, Pablo, prolog.

Para conocer las licencias de este libro


por favor enviar un mail a:
elcospel@yahoo.com.ar
La presente edición de La soledad en
blanco y negro se encuentra dedicada a
Néstor “El Negro” Aranda, por su
extraña lealtad; a Mariano Núñez, por
el modo en que supo erigir su moral; a
Ariel Sobko, por nuestros infinitos
diálogos (filosóficos y literarios); a Raúl
“Negrucho” Cantero; por su inexplica-
ble bondad; a Juan Manuel Carreras, a
pesar de sus doblemente errados
conceptos acerca del amor; a Romina
Comolli, a pesar de su inicua amistad; a
Hugo Daniel Cerdan, desaparecido de
la última democracia menemista; a
Santiago Angarola, por ser un tipo
común y por eso una persona estimada;
a Rocío Blotta, por su inalienable afán
de crecer, mejorar; a Johanna Cochia,
por nuestros mejores años de amistad;
a Marcos Salomón, padre periodístico;
a Aroldo Figueroa, por enseñarme que
“el sensacionalismo es sólo ese señuelo
para llegar a la formación, para llegar al
contenido real escondido en pocas
páginas”; a Pablo Black, por su implaca-
ble ironía literaria; a Natalia Trecco, por
su singular convicción de madre, de
mujer; a Mara Schmitman, esa distin-
guida dama; a Martín Zurita, por su
ética periodística; a Elvia “Chiquita”
Ramírez, porque sí; a la memoria del
viejo, Alfredo Demetrio Germignani; a
Soledad Maidana; compañera, amante
de mis días; a Nicolás Germignani, mi
hermano, y sobre todo, dos, tres veces
sobre todo, siempre, a Clelia
Germignani, por haber hecho de mí lo
que hoy soy.
Los fragmentos compilados en
este libro pertenecen al período 05
- 06 del diario que, sigiloso, llevo
desde hace algunos años. Elegí para
su publicación aquellos que, por
hablar de la soledad, conspiraban
contra mi intimidad y por eso la
convertían en una obsesión como
filosóficamente lo fue el suicidio
durante mucho tiempo, y que acaso
merezca otro capítulo.
Los versos, ideas y máximas ocultos,
y no, en mi prosa, de los autores que
me desvelan, no atienden a requeri-
mientos arbitrarios o caprichosos,
sino a una demanda más poderosa,
concebida quizá en el interior del

7
lenguaje que ellos han utilizado para
comprender que no hay lector que no
sepa que el texto es su propio cuerpo, su
lenguaje de mundo, que acontece. Y por
eso, duele.
A. G.
Resistencia, diciembre de
2006
Resulta desconcertante para un
lector encontrarse con un libro que lo
remite una y otra vez a un conjunto de
referencias que sabe, por las razones
que sean, que el autor del mismo las
desconoce. Por supuesto que existen
recursos para darle rápidamente fin a
esta desorientación; se podría acudir, si
se quiere, a esa teoría literaria, de uso
corriente en la actualidad, que dispone
del lado del lector (de sus competen-
cias, de su marco de representación), y
no de las intenciones de su autor, el
modo en que hay que tomar, leer, un
texto. Pero el desconcierto al que me
refiero no llega a ser intelectual, mucho

9
menos teórico; es un desconcierto
familiar, de celos, casi de traición. No
puedo entender cómo Alfredo
Germignani (a quien, claro, conozco)
fue capaz de realizar estos…, de qué
forma llamarlos, fragmentos poéticos o
simplemente poemas, que remiten, por
ejemplo, a lo más fino del pensamiento
de Lacan, sin ser capaz siquiera de
saberme decir el nombre de uno solo de
los libros de aquel francés. No por
simple casualidad a estos poemas los
atraviesa de cabo a rabo la pregunta por
el origen, por el inicio; y menos casual
todavía es el hecho de que cualquier
respuesta que se pueda adivinar desde

10
los poemas, sea incapaz de huir a la
maravillosa paradoja de que lo nuevo ya
existía, sin que por ello deje de ser
verdaderamente nuevo.
Otro asombro fue que
Germignani decida que su primer libro
sea de este tipo de escritura. Hubiese
jurado que comenzaría con algo
distinto, con una novela, con cuentos…
Es un asombro incluso menos relevan-
te que el anterior, pero algo quiere decir.
A lo mejor el género del libro ni siquiera
haya sido una decisión deliberada, lo
importante era publicar. Sólo un odioso
podría ver en ello ambiciones bajas.
Para alguien que tiene el propósito de

11
dedicar su vida a la literatura, la edad de
25 años comienza a reclamar con
urgencia pruebas un poco más concre-
tas. El éxito o el reconocimiento, se
sabe, es una cuestión relativa y mayor-
mente estadística, que muy pocos están
exentos de desear. Sin embargo, nada
debería ser digno de quitar la felicidad al
gesto, a la actitud, de una vida que
quiere ser de poesía, más allá de cual-
quier fama.
Llamar La soledad en blanco y negro
al libro fue un bello acierto. Mucho
mayor teniendo en cuenta el título que
Germignani anteriormente esgrimía, y
que es preferible no nombrar para

12
mantener intacto al que venturosamen-
te quedó. Por las mismas razones, no
voy a intentar mi interpretación del
título, ya que podría atentar contra la
rica simbología de que es capaz.
Agregaría únicamente que es difícil no
caer en la pedantería y en lo patético
cuando se horada un sentimiento tan
riesgosamente patético como la
soledad. Tal vez la diferencia entre un
poeta y alguien a quien simplemente se
le da por escribir, es que el primero
tiene la habilidad o el talento para no
identificarse con el objeto de su horror
o fascinación, tiene la facilidad de no
tomar ansiosamente la ansiedad,

13
espantosamente el espanto, melosa-
mente el amor. La soledad en blanco y negro
cuenta con esa virtud, y ello porque ha
sabido librarse de una poética existen-
cialista que lleva a la adolescente falta
de lucidez de considerar especiales a
expresiones comunes sobre sentimien-
tos comunes. Aquí, en cambio, la
soledad, poetizar la soledad, es casi un
despropósito, pues si hay una premisa
en estos poemas, es la magistral frase
con la que Simone de Beauvoir ha
matado, y por ello colmado de posibili-
dad, a ese sentimiento: “Hasta en la
soledad somos dos”
Pablo Black

14
El eco de esos truenos que vienen
desde lejos, como si fuera el inevitable
torrente de los ríos. Sangre que me
hiciste mal, poesía que no me alcanza.
Tanto me he ido de lo ausente, tanto
desespero en su nostalgia, que siempre
vuelvo, vencido, ridículo, cobarde. Toda
la razón es de ellos, todo el fulgor es de
su invento. Pido algo de piedad: un poco
más de tiempo para oír la dulce música
de mi soledad. Es lo único que pido.

ARIEL SOBKO
Los vientos amargos de la nada

Los actos más terribles originan a veces


las creaciones más perfectas.

MARCELO PADELIN
Reservorio
1.

Aquello que empiezo es el


desprendimiento de un estadio
inferior al final de una ficción
desgarradora; está, siempre, al
final, aunque se empecine mucho
en parecerse a un comienzo. No es
el final, empero. El final, dije, está
antes, acaso entre confesión y
escándalo, diatriba de un deseo
truncado, mórbido, desencantado.
Y es que el tiempo, en la ficción de
otros, es una forma de comunica-
ción abierta y voraz, trágicamente
fragmentario, sujeto a cambios. Así
imagino mi pasado.

17
2.

La carne vibra espanto y el


espacio entre la locura y yo es del
tamaño de un tragaluz. Me quedo
inmóvil; quisiera observar un
acontecimiento, cualquiera, que
me produzca, no importa cuál, un
sentimiento. El ocaso se coagula
azul sobre la ciudad y podría asegu-
rar que pienso en ella dos veces al
mismo tiempo. Creo que nadie tiene
el valor suficiente para sentarse en
un banco de plaza a dejar pasar sus
recuerdos, a dejar pasar, sólo eso.
Sus recuerdos. Ella dice: “Quiero
sangre”, y la sangre estalla como una
carcajada. Mis ojos me abandonan
porque no pueden verme y, aunque
18
no puedo sentir que estoy solo, estoy
convencido de que la soledad es el
lugar donde ni nosotros mismos
podemos estar.
Me volveré hacia una imagen
desfigurada, decidido, cuando sepa
si debo asesinarla o darle mi mano.
Ahora es mejor así. Leer noticias
repetidas en los periódicos y beber
una taza de café mientras supongo
que una decisión me espera. O llega
la decisión; no sé, no puedo saberlo.
Quisiera permanecer aquí, sin
embargo. Hay un miedo inconclu-
so que crepita, lo he visto en la
razón violada de mi traición. Nadie
calla ante ella, aunque conmigo,
amordazado a su amorfo destino,
19
ya ha sido suficiente. Tengo ganas
de velar por quienes lloran a los
muertos y de celebrar la muerte de
sus muertos. No me ausentaré
cuando me acerque a sus cuerpos,
habrá en sus ojos calas aturdidas y
extranjeros odios enajenados. Y
nadie estará allí para verlos.

Él dijo: “Es de esos amores que


le faltan piernas por tener un par de
brazos más, con el propósito de
buscar el alma cuando el cuerpo no
está”. Yo caí de rodillas como si de
un sablazo me hubieran cortado las
corvas. La soledad corrió espanta-
da, la vi devorada por violentos
mordiscos, ya abatida, cuando me
20
disponía a darle nombre a su
bastarda ausencia.
Y nadie vio, nadie vio digo,
cuando contuve su furiosa deci-
sión. La plaza se colmó de un
helado olor a infancia enrojecida y
la exangüe sombra de un anciano
aconteció súbitamente. Encorvada
y delgada como una hoja, una
mujer caminaba hacia el ángulo
imposible de una infinita esquina.
Un lado de mi mano desapareció;
supongo que quería tocarte.
Demoré mi identidad en la agónica
pausa que flota entre dos caras tras
un beso, y oí el duro ruido de una
puerta al cerrarse; todo parecía
haber terminado.
21
La noche pendula sobre una casa
sin puertas ni ventanas, sostenida
por hilos invisibles como una
marioneta en un teatro de sombras,
una mano atravesó sobre un
escenario de niños sin ojos y la luna,
vengada ya, se desplomó sobre una
sentencia olvidada.
Caminó un hombre de saco verde
oliva hacia un banco de plaza, pero
no se sentó, nadie podría hacerlo;
quedó frente a él porque hacia
tiempo y frío y el banco, vacío,
recordaba a una mínima ausencia,
similar a cuando acabas de quitarte
una prenda de encima. Supe,
entonces, que se había producido

22
un suceso, que la decisión había
llegado. Pero nadie, digo, estuvo allí
para verlo, sólo yo, contemplé y dejé
pasar sus recuerdos, tránsito al no
ser, trágico y desgarrador desvelo,
fue el de aquella mujer que dos
veces pensó en un mismo lugar, una
misma armonía, contenidas en un
solo cuerpo.

23
3.

Tengo un dolor oculto, coagula-


do en mi bastarda soledad, que,
pausadamente, destripa su ausen-
cia, empero, no la mata. Me
pregunto si mañana volveré a verte
como hoy te veo, como te vi y viví
ayer. Ayer, digo, te viví. Viví, digo
que viví ayer. Entiendo que el
dolor no asciende, como una
muralla, ni como una barranca
desciende a los infier nos.
Tampoco es lineal como un
camino u horizonte encendido.
Entiendo que el dolor es sólo eso,
algo, no sé, que está ahí; no es mío,
lo sé, es eso que no es mío, el dolor,
es eso, eso es, no-mío. Pero: ¿por
24
qué envejece? (Acaso ella es su
mejor ficción). Esto que hoy vivo
es ayer dos veces, dos veces, digo.
Ayer. Aunque no parece. No
parece porque soy muerto: estoy
no-vivo.

25
4.

Quedó su ausencia desnucada


sobre una barranca confusa;
parecía un cuerpo abominable,
digo: parecía un cuerpo. Agonicé
su pena, inquebrantable. Y vi
sonámbulas palabras delatarse por
encima de una enloquecida sole-
dad que, difamada, vomitó,
borrascosa, su propia oscuridad.
Aborrecí entonces su insondable
vacío; no había allí sino penas
desencantadas y abatidos duelos
amurallados. Quise correr; tenía
miedo. Pero era ya demasiado
tarde. “No te quedes, no te que-
des”, me dijo. Y mi cuerpo resbaló,
inmune a la misericordiosa nada,
26
los espantos del amor regresaron a
sus cómodos infiernos y yo, que no
sé entristecer, supe que había
vuelto a casa.

27
5.

Te devuelvo mi silencio olvida-


do en el absurdo grito...

28
6.

No me convence tu exangüe
imagen cuando acontece el odio
enrarecido contra la implacable
sombra de la esperanza. Soñar es
asesinar a los espacios abiertos y yo
te sueño y por eso la soledad no
tendrá jamás a donde huir.
Observo, con presuntuosa aten-
ción, que mis vacíos pasos vuelven
sobre invisibles huellas cuyas
incomprensibles formas delatan
una traición. He gritado, rabioso,
un secreto que nadie ha oído; me
he libertado de su infecta sangre,
puedo ahora retomar el sendero
inverso de los sin nombre.
No la encontraré, y seguramente

29
destruiré sobre mis enrojecidos
pasos la oprobiosa luz de la que te
he hablado. No puedo escribir la
palabra amor porque me parece
una decisión amorfa e inconclusa.
Tengo un diminuto destino
estrangulado entre la sed y la furia.
No quiero que te quedes hoy
conmig o, aunque quédate,
prefiero que mi secreto mutile mi
carne contigo.

30
7.

Las cartas siempre me producen


un sentimiento opaco, diluido,
quizá, en una especie de intolera-
ble contradicción, que fluye en mi
cuerpo como si me esperara un
tránsito al no ser. Y es que en ellas,
en las cartas, uno se muestra como
quiere que lo vean, y eso hace que
tiemble, mullido, sobre el desastre.
Pizarnik, por ejemplo, habla sobre
el vaciamiento de los sentimientos
en las epístolas. Cuando la carta
llega al destinatario, los fantasmas,
faltos siempre de concupiscencia,
ya se han robado todos los besos.
Yo no quiero una carta ufana,
decidida o resuelta, porque, creo,
31
es ahí verdaderamente cuando los
fantasmas, desvergonzados, se
meten a pulular en ellas.
Si quiero decirte: “Tengo
miedo”; es, pues, ahí cuando esos
seres ingrávidos morderán y
arrancarán pedazos de mis pala-
bras. La única forma de expresión
que considero pertinente -o que, al
menos, puede embaucar el hambre
voraz de los fantasmas- es la
poesía. Que es, entiendo, el oscuro
interludio que hay entre el hombre
y su realidad.
Quedo, pues, tranquilo; puedes
estar seguro, no hay en esta misiva
fantasmas. No hay espacio para ellos,
no porque no lo tengan, de hecho,
32
como dije, siempre están, pero hoy,
infame, los he matado a todos.
Dije que la poesía es el oscuro
interludio que hay entre el hombre
y la realidad. Se trata de un estado,
la poesía dije, un estado de asalto,
inextricable y desolador, que
obliga al cuerpo a desdoblarse de
las demás cosas que le contienen.
Hesse lo explica así: “La verdadera
fuerza creadora aísla al individuo y
le priva de vivir como a la demás
gente”. Hesse no dice, sin embargo,
que, casi siempre, la poesía, o la
música, o la pintura, o el teatro, no
cierran la herida que en el cuerpo
abre la soledad. El tiempo tampoco.
La soledad, creo, inflama esa cosa
33
que el hombre se empeña en llamar
alma. Como en los sueños, el alma
se desdobla del cuerpo, de él sale,
dice la teoría de Sábato, para ver
aquellas cosas que no han ocurrido
aún. Quiero decir que la soledad es
un estado de intolerante insomnio;
su compañía, la de la soledad digo,
está por demás infecta de una
mezcla de ficción y realidad.

***

No sé, verdaderamente no sé,


qué fuerza me ha empujado hoy a
asesinar fantasmas para, como
dices tú, pensarte. Sé, eso sí, que
era necesario hacerlo para encon-

34
trarte. No había otro camino o,
mejor, para serte franco, no conocía
yo otros caminos. Mi fuerza pende
de hilos invisibles que jalan hacia
donde de tu cuerpo nace esa luz
oscura que hoy te existo.
No sé ver de otra forma esta
habitación en la que te veo, sentada
en uno de sus imposibles y abstrac-
tos rincones; bien podrías ser una
pintura de Pollock; pero eres real
como una cala inclinada hacia el
centro del cuarto, palpitante,
desafiante, oscuramente bella. Me
quedaré mirándote; no sé hacer
otra cosa, creo que me han poseído
estas paredes, mezcla de ficción y
realidad, sacaré de mi sueño mi
35
muerta soledad y le haré saber, a
gritos, que esta habitación es el
interludio que hay entre mi cuerpo
y la realidad.

36
8.

Ahora te quedas un poco solo,


qué estoy diciendo, si te quedas, en
realidad, solo. Acompañado,
quizás, por cierta impasible
melancolía, en tu interior; resue-
nan voces que crees familiares, lo
son, no lo son, preguntas; nadie
hay a quien preguntar e igual
preguntas, quiénes son los que por
mí vienen, de dónde han salido
estos que ya me llevan, voces hasta
hace un momento, qué rápido han
cambiado; hechas inviolables
foráneas sensaciones que retoman
truncados viajes que alguna vez,
por miedo a la implacable figura
del destino, no me atreví a finali-
37
zarlos. Eso siento, que hacia algún
lugar soy conducido, o simplemente
voy y no sé donde, que un lugar me
espera y yo no lo sé buscar, no lo sé
encontrar. Mira lo que hiciste de mí,
seguro que estarás satisfecho.

38
9.

Me niego a encauzarte; te
desprecio, vida, te desprecio.
Sereno, abolido de emociones, te
sentencio. Quisiera despertarte,
pero siempre soy yo el que des-
pierto, día a día, adjetivo ufanos
rencores, pronuncio y acecho,
inquebrantable, vida, muerto.

39
10.

Hay días que despierto con


fuerzas extraordinarias; esta
ciudad, a la que tanto angustio, me
parece un lugar posible, donde
podría pasar el resto de mi vida en
la soledad de otros. Hay días, sin
embargo, que abro los ojos hasta el
techo, henchidos de ira, convenci-
do de que lo que anhelo, felizmen-
te, es un tránsito al no ser. El andar
entre la demás gente, en las calles,
en las plazas, en el epicentro de la
turba humana, me provoca espan-
to, dan ganas de salir corriendo;
pero siempre hay lugares dónde ir;
es otro el asunto: la soledad.

40
Sólo tengo que estirar mis
brazos, abrir mis manos, y me
encontrará. Sólo tengo que dar un
paso, uno más, y caeré, en ella;
corrompida la imagen, mutilada fe
estéril es el encuentro de las
personas, son ellas mi profusa
soledad, un territorio devastador y
tramposo, donde vástagos de una
antigua memoria se devoran bocas
unos a otros; ya no tienen palabras,
y las que tienen, no son dichas.
Quedo, pues, atrapado en las
mismas sensaciones; luto de las
palabras que me inventaron.

41
11.

Aún persisto en mi historia,


retenida, acaso, en mi carne
mutilada sobre la estrepitosa
imaginación que, desmoronada,
simplemente acontece. Tengo la
sensación de que mi identidad es
un resumen de noticias repetidas
en los periódicos; no puedo
advertir la tragedia, mi nombre es
una excusa que adolece, un teatro
de sombras deformes y una
nómina de dioses invisibles. No
tengo por qué quererte, pero me
detengo, otra vez, vencido, ridícu-
lo, cobarde; creo que nadie me
entiende. “Todo lo que digas
estrangula la dolorosa sensación
42
de la razón. Eres tú el que no
entiende”, me dijo, y, ausente de
desidias, reencaucé mi pasado. La
imaginé deformando la piel de las
plegarias como la lepra. No tengo
tiempo, dije que no tengo tiempo;
debo estrellarme contra una tierra
de confusa soledad. No te quedes,
no te quedes, la noche es grande y
todos han descansado ya.

43
12.

Adulo, acaso ingenuo, la parábo-


la entumecida que antecede a la
certeza de hallazgo; me conmueve
la distancia inescrutable entre mi
tiempo y la imprecisa soledad de
otros, porque no puedo contem-
plar la fe sin rendirme antes al
cortejo de la desgracia; bella,
impávida igual que una calle
transitada por hombres duplica-
dos que no descansan, comulgo
con entorpecidas antítesis de una
tarde diezmada; por incompren-
sión o, simplemente, desvelo, no
muero. Quiero advertir la ausencia
de un objeto, cualquiera, y com-
probarla; la sensación de aconte-
44
cerlo todo invade la confesión que
otros, de sí mismos, me hicieron.
Una memoria inabordable sosten-
dría la cacería de una palabra que te
reclame; pero la coartada, capri-
chosa, cela mis yoes envejecidos.

45
13.

El cuerpo, herético, se pudre


junto a otro cuerpo, un duplicado
acaso, de estridente sordidez. La
traición, compuesta de espantos y
agudos horrores, caza, sale a la
caza de mi pudiente soledad. No
puedo detener a pensarme; otro
quedó atrás, imposible, como la
imaginación. Retengo el sosiego, la
tranquilidad impoluta de una noble
venganza me ha conmovido, no
quiero, escúchame bien, no quiero
acontecer la espera. Ella, sin embar-
go, arrancada de la nada, moviliza
legiones de inconmovibles iras.
Sostengo mi vida en una, dos,
vagas palabras. Acudo al momen-

46
to; a propósito del tiempo, su
silencio, claroscuro, me somete al
día, todo junto, entero. Olvido,
olvido sobre todo: el intersticio
entre yo y mi otra oscuridad, ajena,
mi muerte, a mi vida te devuelve.

47
14.

El día, esta indescifrable frac-


ción de tiempo y espacio que
contiene, yuxtapone caídas con-
vertidas en calas inclinadas hacia la
oscuridad. Anhelo una bellísima
traición, que, jalada contra todo lo
que cante, asesine, con pomposa
elegancia, la forma cóncava del
lenguaje: el silencio. Ignoro,
adormecido, casi no-vivo, el
suceso diario, cotidiano; el ir y
hacer decapita voluntades dema-
siado voraces, nadie espacia una
vida, lánguida de terrores, sin
escandalizarse.

48
15.

Escribir sobre lo que escribo,


desdoblamiento de la escritura
misma, escritura de la meta-
escritura, deseo de escribir sobre la
ficción de lo escrito y no sobre lo
escrito. Imaginar, incluso, que
escribo la forma intrínseca de un
texto, impuro, doliente, infame,
quiero un texto que imagine, que
imagine que le escribo, y que
escribiendo imagine que escribir es
un ejercicio inútil, de vana ficción
atormentado, la imaginación del
texto que escribe, o piensa que
escribe: “Leer es también ser leído”.

49
16.

... pero aprendí a asesinarme de


tantas formas diferentes, que no
creo exista otra más lograda
soledad que la del suicidio feliz.

50
17.

... mientras; ellos me ven llegar,


minúsculo como el movimiento de
un dedo, paisajes de palabras y
llantos profanados me reciben
bajo el umbral de la última sensa-
ción pensada: una casa sin puertas
ni ventanas. Descubro, irremedia-
ble, que soy capaz de matarlos a
todos con ufana elegancia.
Volverán, sin embargo, cargando
consigo viejos contactos olvida-
dos; se acercarán a mí, gloriosos,
igual que el odio inexpugnable de
los vencidos y, corrompida la
lumbre, podré observarlos,
extranjero de mis pensamientos,
desde otro lado, otra nada.

51
18.

Pienso que si nos hubiéramos


conocido en un paisaje devorado
por llamas invisibles, seríamos el
tiempo que el fuego demoró en
consumirlo todo. Hoy desperté
con esa sensación, y supe, no sé
por qué, que no me abandonaría
durante todo el día.

52
19.

Me siento ido de éste que soy,


ajeno a todo tiempo, como si otro
mío a mí me contemplara, un
duplicado, caminando a la redac-
ción, escribiendo textos que
vencen al día siguiente; ayer para
mí, mañana son ellos, trajinando
efímero, en casa ya, me aguarda el
otro que imagino, que imagino
soy, y dice: “No, señor. Éste que
ve es usted”.

53
20.

... dije que soy un moribundo;


me equivoqué, esta es la vigilia
atroz de un sueño de muerte.

54
21.

Pienso en la soledad. No puedo,


dos veces, mantener el pensamiento
sin que éste me vacíe, con desborda-
da violencia, como un vómito de
infancia a mitad de la muerte,
diurno de placeres vagos de amor.
Quiero compensar la fraterni-
dad de un encuentro; éstos a
quienes conozco no son más que el
producto de mi soledad. Abro mi
pecho a la tierra y, como una tijera,
mutilo ciudades que extraño por
no haberlas, nunca, visto. No hay
sangre ya, miro y no hay sangre,
nada cae hacia adentro, porque no
hay fondo en la espera, no tengo ya
tragedias, mi soledad me inventó;
soy de ella una ficción.
55
22.

El día que en mí transita no es el


día, sino una palabra impregnada
sobre la desgracia, un sueño
asolado por la vigilia.

56
23.

Lo que otrora me pareció


concluido es hoy el principio que
antes creí superado. Nunca consi-
go pulir un texto convenientemen-
te; leo, releo, tropiezo, siempre al
comienzo, hay palabras que se
escurren, que, intransigentes, se
libertan, palabras, también, que
están demás, narración deforme,
amputada, irregular, despropor-
cionada...
Esto se vuelve el principio de
una serie de principios.

57
24.

... no sé por dónde comenzar; la


idea del principio me sofoca,
empezar a contar es siempre una
manera de no empezar y por eso de
terminar. Empezar este texto, por
ejemplo, fue saltarme el inicio de
otro que había dejado para el final,
así como el final de éste, que
empieza a terminar...

58
25.

Mi cuerpo es un texto que no sé


escribir.

59
26.

... como si la furiosa distancia


entre lo que soy y el mundo, lo que
de él imagino, pudiera comprimir-
se hasta la autobiografía; inútil afán
el que me procuro perseguir...
Las soledades que vivo son
muchas, tienen innumerables vidas,
pero a ninguna conozco; mi cuerpo
estremece su oscuridad, en ella una
invisible mano tiembla, se abre; no
hay nada, peor que nada: no hay nada.
No es mi cuerpo el que agoniza,
son mis soledades. “Solitario es
andar por donde ni nosotros
andamos”, dijo el otro. Vibra el
mundo, que no es más que lo que de
él imaginamos, en soledad. Sé muy

60
bien que esta vida vivida es la ficción
de otra vivida para escribir; ahora,
escribiendo, me leo. Es lo que hago.

61
27.

“El suicidio es un arte”, dijo ella,


y me conquistó.

62
28.

El texto es el cuerpo y el cuerpo,


el tiempo.

63
29.

No hacer nada es una obra de


arte. Hacer, en cambio, es comba-
tir inútilmente contra el tránsito
irregular del tiempo, que carece de
fuga, de bellas formas del espanto.
Está vivo, en realidad, quien nada
tenga que hacer.

64
30.

El tiempo que se fragmenta


sucede de manera distinta; aconte-
ce en el furor de mi sangre porque
revela ásperas distancias, ignotas,
la de ella que iba, la tuya que volvía,
la mía que a ninguna de ellas
esperó...

65
31.

Escribo sobre esto que escribo,


estas palabras, estas que van
siendo, otras que fueron, vivas o
muertas, palabras mías que, al igual
que yo, van hacia aquellas otras, y
nunca saben quién soy...

66
32.

Quien acompaña la soledad de


mis yo...

67
33.

Era una madrugada de domingo


pero de día, como la intimidad de
una tristeza provocada por la misma
intimidad que la cobija, como los
ojos de un niño sin padre; como el
padre del niño en los ojos; como dar
cuenta, tarde, que un suceso te ha
revelado, te ha dicho para qué le
hemos asistido, y no poder contarlo,
no poder, simplemente, decirlo;
como olvidar que has perdido, el
amargo viento que a la nada te
transita; esto no tiene sentido,
trágica es esta vigilia, estar donde ni
nosotros podemos estar. “Dónde es
ese lugar”, pregunté, y quedé
viendo: todos habían desaparecido.

68
34.

Desgraciado de aquel que haga


temblar mi soledad.

69
35.

Como un cigarro mal encendido


la luz demora en constituirse en
luz; su espíritu se agota, acaso no
hay formas que lo contengan y
nada a qué alumbrar. No le perdo-
naré que no pueda ver, aunque en
la oscuridad me sienta como en
casa. Cuando estoy solo...

70
36.

Quisiera matarte pero se hace


tarde. Creo que debes quedarte
ahí, sin embargo. Quédate ahí.
Otro tiempo reposa sobre mis ojos
aturdidos. Otro me ha traicionado;
supongo que ni él ni su sueño me
corrompen. Te veré más tarde, eso
es seguro; pero hoy no voy a
matarte, no voy a matarte. Quiero
que vivas mi muerta espera, quiero
que vivas, te juro, mil veces te juro,
mi muerta espera.

71
37.

Una mujer, oscuramente bella,


llora acurrucada contra su estóma-
go, absurda, en una habitación sin
puertas ni ventanas. El silencio
raspa la soledad, la suya, agrietan-
do la carne; grita sangre. Una luz
exangüe, por encima de ella, le
llega apenas; se enciende, se apaga.
El otro llama, al parecer, a la
puerta, pero dije ya que en esta
habitación no hay puertas.
Tampoco ventanas.
En un rincón del cuarto aparece
un hombre deforme en silla de
ruedas, que reposaba, ido, en
tácitas tinieblas. Se acerca, inco-
rruptible, hacia la imagen de ella; se

72
detiene y comienza a reír, ríe harto,
a carcajadas, apuntando con su
raquítico brazo al centro desfigu-
rado de la bastarda escena. Ella,
compungida, sabe que a aquel
hombre le acecha la muerte, pero
nunca le perdonará que no pueda
ver; el ritual de la desgracia, la
pútrida sustancia que le acontece.
Por eso le hace jurar: “Nada
nuestro que estás en nada, nada es
tu nombre, tu reino nada, tu serás
nada en nada como es en nada”.

73
38.

Te muestro el borde de mi rabia,


fugaz. Te despierto silencio y gris,
como un entierro, violentando la
trágica soledad que exilia; te
sostiene el tiempo enajenado de
moribundos testigos, no hay
creación sin asesino, no hay. A mi
mano devuelves tu furia, el cuerpo
exhausto se estira, como una cala,
hacia la oscuridad; creo que no
tengo traición aunque desearía
tenerla y alcanzar, firme, desde mi
olvido, un nombre que pulverice a
otros. El perdón, pues, te ha
corrompido, y yo acecho, impúdi-
co, herético, el condominio de los
muertos.
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Edición digital 2010.
Basada en la experiencia 2007.
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