Está en la página 1de 9

1. Lectura y análisis de “El niño proletario” de Osvaldo Lamborghini.

La historia de las sociedades humanas fue siempre una historia de clases. A


lo largo de la historia siempre existieron enfrentamientos de clases. Y en esos
enfrentamientos siempre una clase logró imponerse sobre otra inferior, más
débil. En El niño proletario se narra la muerte de un “niño proletario” –hijo de
clase obrera- en manos de “niños burgueses”. Vemos, entonces, el
enfrentamiento entre burgueses y proletarios.
La historia está narrada desde la perspectiva de uno de los niños burgueses,
cuya identidad nunca se revela, permitiéndonos identificar ese “yo” con
Osvaldo Lamborghini. Carlos Gamerra en El nacimiento de la literatura
argentina expresa: “el autor se autoinmola y degrada, renunciando a la
posibilidad de ser vocero de cierto bien o cierta justicia” (pág. 43). Osvaldo
Lamborghini se identifica con ese narrador protagonista para, desde ese lugar,
revelar la crueldad, la violencia injustificable y el salvajismo con que se mueve
la clase dominante.
En cierto sentido, podemos pensar el cuento como reinverción de El
matadero de Esteban Echeverría. En El matadero asistimos al enfrentamiento
entre unitarios y federales y, específicamente, a la perdición del unitario en
manos de los federales; en este enfrentamiento es el pueblo el que se retrata
como salvaje y bárbaro. En cambio, El niño proletario es el niño proletario,
procedente de clase obrera –es decir, el pueblo-, quien sucumbe en mano de
los niños burgueses; Lamborghini coloca al pueblo en el lugar de víctima
dominada por una clase más fuerte y poderosa. Osvaldo Lamborghini avanza
en algo que no llega a concretarse en El matadero –porque el unitario
“revienta” antes-: la violación.
“Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero (…) clavó
primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de
¡Estropeado! Y prolongó el tajo natural (…) Y fue Gustavo, Gustavo
el que lo traspasó primero con su falo.”.

No les basta con violarlo, lo torturan y mutilan, cosificando el cuerpo del niño
proletario. Podemos empezar a pensar la violencia asociada al placer sexual, al
disfrute. El niño proletario es humillado, torturado –hasta que no queda parte
del cuerpo sin violentar-, violado y, finalmente, ahorcado con un alambre.
El valor del proletariado se mide en términos de utilidad: cuando ya no sirve,
como si de una cosa se tratara, se descarta. Y ese “ya no ser útil” parece ser el
destino de todos los proletarios.
“Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre
proletario y vale menos que una cosa.”.

Cuando el niño proletario ya no resulta útil para los niños burgueses –ya
gozaron, ya se divirtieron- estos ejecutan el acto. En realidad, ejecutan, dan por
finalizado, algo que comenzó mucho antes: desde que nace el niño proletario
sufre “las consecuencias de pertenecer a la clase explotada”. Casi podríamos
pensar en un destino condenado de antemano: en su casa está expuesto a la
autoridad tiránica del padre, en la escuela está expuesto a la humillación de la
maestra, primero, y de sus compañeros, después. Por esto, cuando los niños
burgueses se presentan, el niño proletario se somete sin resistencia, porque es
lo que aprendió desde que nació y porque, de todas maneras, no tiene salida
–la movilidad social no es posible; esta imposibilidad aparece representada por
el barro, que ni siquiera le permite hablar-.
Al barro y la sangre de El matadero se suman ahora los fluidos corporales,
símbolo, a mi parecer, del placer sexual –y la violencia- llevado a su máxima
expresión. Acá también podemos recuperar la idea de la violencia desbordada,
de un espectáculo –diversión asegurada para los niños burgueses- que se
convierte en una tragedia atroz, sanguinaria y cruel. Si El matadero era la
máxima expresión de la violencia federal, El niño proletario retrata la violencia
de la clase dominante.
2. Lectura y análisis de “La fiesta del monstruo” de Bustos Domecq.
Borges y Bioy Casares se unen para forman, conjuntamente, un “tercer
hombre”: Bustos Domecq. Cuando escriben juntos, lo hacen bajo este
pseudónimo. La fiesta del monstruo fue escrita en 1947 (pleno gobierno de
Perón) pero aparece recién en 1955, momento en que cae el peronismo debido
a la Revolución Libertadora. ¿Por qué esperan unos años para publicarlo?
Seguramente, si lo hubieran publicado en 1947, hubieran terminado presos, ya
que el cuento es una alusión al peronismo. El pueblo –el peronismo- aparece
como bárbaro y salvaje. Perón es el “monstruo”, el líder que encabeza la
manifestación masiva.
El cuento es un relato que el protagonista dirige a Nelly – quizás su novia o
mujer- para contarle la travesía que significa ir a la manifestación, y ver al
“Monstruo”.
El lenguaje empleado es artificioso, artificial. Borges y Bioy Casares
pretenden crear un lenguaje que represente el habla del pueblo, de la “grasa”.
El pueblo –los peronistas- son animalizados. En El matadero el pueblo es
bárbaro, salvaje, se comporta instintivamente como un animal. Acá
nuevamente el pueblo es animalizado. Sin ir más lejos, el protagonista cuenta
que van en camiones a la manifestación como si fueran vacas, o algún otro
animal. La civilización aparece representado por el estudiante judío –retratado
con lentes y libros bajo el brazo-. La barbarie detecta a este estudiante entre la
multitud y lo apedrea, hasta matarlo, sin dejar que la víctima se defienda o
hable: el otro no tiene voz.

3. Lectura y análisis de “La malasangre” de Griselda Gambaro.


La pieza teatral fue estrenada en 1982. El año resulta significativo en nuestra
historia: es el año de la Guerra de Malvinas, la derrota de las tropas argentinas
anticipa la caída de las autoridades dictatoriales –caída que efectivamente
ocurre en 1983-. Sin embargo, la historia está ambientada en 1840 –segunda
presidencia de Rosas-, en la Argentina federal. Esta Argentina federal es reflejo
de la Argentina de Gambaro. En este sentido, Griselda Gambaro recurre a otra
época para referir y denunciar situaciones y corrupciones de su época; es decir,
a través de esa relectura del pasado histórico, leemos el presente de Gambaro.
Podemos identificar un paralelismo entre la violencia, el poder y el
autoritarismo que rigen la casa familiar de Dolores y la violencia, el poder y el
autoritarismo con que se desenvolvió el Proceso de Reorganización Nacional, a
cargo de las fuerzas militares, entre 1976 y 1983. Así, la casa liderada por
Benigno se convierte en alegoría de la época en la que transcurre la historia,
por un lado, y de la época en que Griselda Gambaro escribe la obra, por otro.
La figura de Benigno representa el poder autoritario, totalitario. Hace uso de
la violencia física, psicológica y verbal para que todo a su alrededor funciones
según sus ideas, para que su mujer, su hija, y sus criados actúen según sus
órdenes. No por nada se dice que “viste de rojo muy oscuro, casi negro”. El
color rojo –como ya sabemos por El matadero- aparece asociado a los
federales, a la violencia, la represión y, principalmente, la sangre –y muerte-.
En Benigno, el rojo es casi negro porque él representa el poder total, el silencio
y la represión.
“Yo dicto la ley. Y los halagos. Y los insultos. Dije lo que dije, y lo
puedo repetir. Imbécil”. (Benigno. Escena I. Pg. 59)

Aquellos que conforman su entorno saben esto; se trata de un saber implícito


que Dolores se ocupa de explicitar, no sin ironía:
“DOLORES: La idea de papá es magnífica. (Dulcemente). Hace
proyectos con las personas y las personas dicen sí.

MADRE: Esa persona es su hija.

DOLORES: O su mujer. O sus criados…Nadie puede decir no al


señor de la casa. Mueve un dedo y ya está.

MADRE: Ese señor es tu padre.

DOLORES: ¿Y el otro señor, mamá? ¿El que corta cabezas?”.


(Escena IV. Pg. 89)

Dolores comienza hablando de su padre, pero al final alude a Rosas –“el que
corta cabezas”-. De este modo, establece un paralelismo entre su padre (quien
imparte órdenes y violencia en su casa) y Rosas (quien imparte órdenes y
violencia en el exterior). Así, Benigno se convierte en extensión y reflejo de un
poder superior que viene del exterior; continúa con un sistema de relaciones
dominante- dominados, reproduce el sistema de violencia y represión al que
adhiere y hace de su hogar un calvario, en donde reina un silencio impuesto y
solo hay lugar para el odio.
DOLORES: Mi madre siempre tocaba el piano. Le gustaba la
música. Pero mi padre odia todo placer que no provenga de él.
Como no puede dar placer, da odio. Y lo llama amor. Mi madre no
toca más el piano, cree que no le gusta la música. Y lo más curioso
es que… también ella llama amor al odio de mi padre. Y a veces…
hasta yo lo llamo de la misma manera.

(Dolores. Escena VI. Pg. 103)

Dolores crece siendo testigo de la violencia verbal y física con que su padre
controla todo a su alrededor. Y como es el único modo que conoce, hace uso
de él para humillar y denigrar a Rafael. Víctima de la violencia psicológica de su
padre, Dolores convierte a Rafael en víctima de sus humillaciones e insultos.
DOLORES: Al otro lo elegí yo. Sin mostrar demasiado interés, por
supuesto. Duró quince días. Para mí era un viejo, pero a mi padre le
parecía buen mozo, sospechaba. (Ríe, ácida.) No solo de mí,
también de mi madre.

RAFAEL: (Mansamente) No sospechará conmigo.

DOLORES: (Lo mira) Es evidente.

RAFAEL: No me agreda.

DOLORES: ¿Yo? No me tomo el trabajo. Usted ya está agredido por


naturaleza.
(Escena I. Pg. 69)

DOLORES: (Fría y autoritaria). Te hice una pregunta. Contéstame.


Acá los criados contestan cuando se los interroga.

(Escena II. Pg. 75)

Esa actitud de Dolores se puede interpretar como síntoma de la rabia


contenida por no poder plantarle cara a su padre y porque es consciente de
que no puede decidir por ella misma, ni siquiera cuando se trata de su
educación o de su matrimonio; porque está en contra de la época y de aquellos
que apuestan en las cabezas cortadas como forma de escarmiento; porque no
encuentra apoyo ni en su madre; porque cree que no logrará nada aprendiendo
latín, botánica y dibujo. Dolores cree que no hay nada que ese lacayo servil,
elegido por su padre, pueda ofrecerle.
El amor entre Dolores y Rafael comienza como un juego, como el modo que
encuentra Dolores para rebelarse de la autoridad de su padre. Benigno elige a
Rafael, creyendo que Dolores no iba a enamorarse de él por su “defecto” (la
joroba). Qué mejor entonces que mostrar amor hacia Rafael, aunque sea para
hacer la contra a su padre.
DOLORES: Eso tranquiliza a mi padre. Pero hace mal. Basta que me
prohíba una fruta para que me tiente comerla.

(Escena II. Pg. 75)


Dolores decide cuándo revelar ese amor, y lo hace después de que Rafael es
torturado y castigado por su culpa. Pero poco a poco ese juego se convierte en
realidad y, principalmente, en esperanza y anhelos de libertad. Dolores
encuentra en Rafaela la posibilidad de escaparse y vivir una vida más libre:
DOLORES: Nos iremos juntos.

RAFAEL: ¿Dónde?

DOLORES: Afuera… Dónde nos sirvan dos tazas de chocolate y


podamos beberlas juntos. Donde no griten melones y dejen cabezas.
Donde mi padre no exista. Donde, por lo menos, el nombre del odio
se odio.

(Escena VI. Pg. 104)

Rafael, con su joroba, alude a aquello torcido que no sigue el camino recto
exigido. Es el único personaje que no trae ropas rojas. Como maestro es quien
potencia el carácter de Dolores; de un poco casi inconsciente hace que Dolores
sea más consciente de las represiones y sufrimientos y que, al final, se decida
por elegir “cabezas sobre los hombros”. Esto lo pagará con su vida.
El mundo de La malasangre es un mundo machista y patriarcal. La madre de
Dolores no tiene voz, no existe. Ni siquiera tiene un nombre: es “la madre”. Es
un ente reducido y relegado al rincón del cuarto, desde donde debe asegurarse
de que su hija no se enamore y no se entrega a los pecados. Es una sombra
que viste un vestido rojo. Es la mujer débil, sumisa, sometida al poder de su
marido, a quien debe complacer sin chistar. Benigno descarga en ella toda su
furia, se toma con ella ciertas “libertades” –como violentarla e insultarla- porque
es “su” mujer.
DOLORES: Mejor que espere, mamá.

MADRE: ¡Es tu padre! Se enfurece por nada y después descarga


contra mí.

(Escena V. Pg. 90)

La madre es una mujer frágil, incapaz de imponerse, de plantar cara. Es una


mujer que no tiene voz, porque tampoco tiene pensamiento. No piensa, y si lo
hace, sus pensamientos son acordes a las ideas de Benigno. Está condenada
para siempre a vivir en ese círculo de violencia. En cambio, Dolores tiene otro
carácter. Tiene educación, tiene ideas revolucionarias. Tiene coraje y valor para
enfrentarse a su madre y a su padre.
El enfrentamiento entre Dolores y su madre en la escena final es clave,
porque supone el enfrentamiento de dos modelos diferentes de mujer: la
sometida y la que se resiste. El maltrato y los insultos que Dolores dirige a su
madre a lo largo de la obra pueden interpretarse como impotencia de que su
madre sea tan ciega y tan tonta, y como miedo de llegar a ser, alguna vez,
como ella. Como mujeres, como madre e hija, deberían aliarse, unir sus
fuerzas y orientarlas en contra de la autoridad masculina, pero no lo hacen
porque la madre tiene miedo. El miedo la bloquea y no la deja vivir. La madre
no habla, y cuando lo hace, condena la vida de Dolores y de Rafael. Podría
ayudar a su hija a escapar de ese círculo violento pero, en cambio, los
“denuncia” con la autoridad y los condena. La condena implica la muerte para
Rafael y el dolor para Dolores –su nombre se convierte en su destino-.
DOLORES: (Con odio frío y concentrado) Envidiosa. Aceptaste todo
desde el principio, envidiosa de que los otros vivan. No por cariño.
Miedo. Tímida de todo. A mí me hiciste esto. Miedo de vivir hasta a
través de mí. Humillada que ama su humillación.

(Escena VIII. Pg. 119)

Es la única vida que conoce y la acepta; la acepta porque no le queda otra.


Se interpone y los delata porque no quiere que su hija se equivoque y
“equivocarse” es ir en contra de la ley, de la autoridad.
A diferencia de su madre, Dolores no se calla nada, en cambio, grita
verdades, las escupe. Sus anhelos y esperanzas se desintegran. Su miedo
también se desintegra. Es libre porque ya no tiene miedo. Libertad es vivir sin
miedo. Eso le da un poder inmenso.
DOLORES: ¡Jamás cerraré los ojos! Si me dejás viva, ¡jamás cerraré
los ojos! ¡Voy a mirarte siempre despierta, con tanta furia, con tanto
asco!

PADRE: ¡Silencio!

DOLORES: ¡Te regalo el silencio! No sé lo que haré, pero ya es


bastante no tener miedo.
(Escena VIII. Pg. 122)

Benigno pretende restaurar el silencio, porque ahora otra voz, que no es la


suya, se hace escuchar. Dolores entiende que puede resistir aún desde el
silencio: “¡El silencio grita! ¡Yo me callo, pero el silencio grita! (Escena VIII. Pg.
123)
4. Lectura y análisis de “Yo, Encarnación Ezcurra” de Cristina Escofet.
Ya el título supone un posicionamiento. “YO, Encarnación Ezcurra”. La
historia la presenta como esposa de Rosas y también política. A través de este
monólogo en ocho momentos podemos llegar a percibirla como el cerebro de
Rosas, la estratega, en todas sus fortalezas y debilidades. Es la que idea y
ordena, para que Rosas no pierda el poder. Es la que lucha y anhela por un
poder que nunca va a tener.
“Me gusta mi cerebro y me gusta el poder, Juan Manual. Pero me da
rabia que nunca el poder vaya a ser mío”.

(Aquello días. Pg. 21)


El género aparece entonces como una condición: no importa qué tan
inteligente y astuta sea, jamás podrá acceder al poder nada más y nada menos
que por ser mujer.
“Te elogia a vos. A mí me degrada. Ese es el sistema.”.

(Aquellos días. Pg. 20)

Encarnación forma parte de un sistema que la convierte en sombra de Rosas.


Una sombra que desde su lecho de muerte recupera su voz, y se empodera
para, finalmente, irse sin decir nada, porque sabe que, a pesar de todo lo que
hizo por Rosas y su patria, se va sin dejar huellas.
“Yo no fui la mujer de Rosas. Yo no fui la mujer del héroe del
desierto. Yo fui su mapa. Su estrategia. Su atalaya en medio de los
páramos. Su rosa de los vientos. Su India pampa (…) Yo no fui la
mujer de Rosas. Yo sé que fui su palabra. La que se escribe. La de
las órdenes. La de las astucias. Las de las batallas. Pero en silencio
parto. Porque elegí irme de callada.”.

(Moro. Pg. 35)

Encarnación sí sabe lo que fue, lo que hizo, de qué material está hecho su
interior. Afirma que sin ella Rosas no hubiera logrado nada. India, salvaje,
estratega. Con poder suficiente para ayudarle a conservar el poder y, al mismo
tiempo, para quitárselo. Porque el poder está en el pueblo, y ella sabe que el
pueblo está en sus manos. No duda de sus capacidades para hacer la
revolución.
“Soy capaz de hacer una revolución para él, pero también contra él.
(…) Yo hubiera podido traicionarte y hacerte una revolución en
contra. Porque el pueblo es mío. Y el que tiene el pueblo, tiene el
poder.”.

(¿Y ahora? Pg. 27)

Tiene inteligencia y popularidad. Y eso la convierte en una amenaza para


Rosas. Si ella quisiera podría hundirlo, pero no lo hace. Encarnación quiere que
Rosas triunfe, y para eso comienza a “pensar como hombre”. Encarnación no
piensa como la mujer –empoderada, salvaje- que es, piensa como hombre y se
convierte en el hombre que Rosas necesita a su lado. Hasta cuando se trata de
placer dice que goza como un hombre. No se entrega con delicadeza y
sumisión, sino con el salvajismo y la brutalidad de un hombre, de una fiera. Es
una mujer que experimenta placer y no teme expresarlo, aunque sea solo a
través de los sueños y pensamientos que dirige a Rosas.
“Y la trenza era mi arma, mi puñal, mi trompa de elefante. Y el piso
era de aceite, y los dos nos resbalábamos. Y vos me decías que
jamás hembra alguna había desenvainado tanta animalidad ni
despertado tanta cacería humana… Y ordenabas que cerraran todas
las puertas y ventanas.”.
(Aquellos días. Pg. 16)

“Mi Juan Manual, te imagino escuchando lo que a ningún confesor


yo le diría. Que me gusta acariciarte el miembo como si estuviera
encebando el cuero más preciado. Me gusta eso de montarnos de
hombre a hombre.”.

(Aquellos días. Pg. 20)

Dice tener dos rostros: el que da a conocer y otro que mantiene oculto. Se
mira al espejo, y no acepta lo que ve, se apuñala. Sueña con ser otra: una
reina poderosa y temida. La historia la asocia a los actos sanguinarios de La
Mazorca, agrupación por ella creada, se excusa con que solo es un “cerebro
político” que ordena palizas, pero no asesinatos. Los asesinatos corren por
cuenta de los federales que se dejan llevar por el instinto y no por el
pensamiento –algo que sí hace ella: pensar-.
Su cuerpo es un desierto que Rosas puede reducir y conquistar. Su
estrategia –la estrategia de toda mujer- es ser y saberse el cerebro y la mano
de Rosas.
“La estrategia de una mujer es eso: ser siempre el pensamiento y la
mano del varón.”.

(Aquellos días. Pg. 20)

También podría gustarte