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Lisa Rozzoni

20283 - Arte y Nuevas Tecnologías


Universidad de las Islas Baleares.

FONTCUBERTA, J. «La obra de arte en la era de la adopción digital». En: La furia


de las imágenes. Notas sobre la postfotografía. Barcelona: Galaxia Gutenberg. pp.
53-60.

Fontcuberta es un artista, docente y ensayista conocido por ser una de las figuras pilares que está
construyendo el concepto de la postfotografía. Tiene varios premios, siendo los tres últimos el
Premio Nacional de Fotografía en 1998, el Premio Nacional de Ensayo en 2011 por La cámara
de Pandora: la fotografí@ después de la fotografía, y el Premio Internacional de la Fundación
Hasselblad en 2013.

El capítulo se divide en dos segmentos. En la primera parte, “El artista como prescriptor”,
Fontcuberta nos anuncia que el hombre ya no es Homo Sapiens, sino que más bien ha
evolucionado a un Homo photographicus debido a que estamos en constante contacto con las
imágenes, ya sea de manera artística o no. Vivimos en una época de producción masiva, que a
raíz del medio digital, se ha ido incrementando cada vez más. Todos producimos fotografías, ya
sean del atardecer que hemos visto, o de la comida de un restaurante. Y a la vez, todos
consumimos tales fotografías, debido a que son compartidas por redes sociales como Instagram o
WhatsApp. Dicho esto, si esta práctica es realizada por tantas personas, debemos preguntarnos
qué es lo que hace que una fotografía tenga valor. Qué es lo que hace que una imagen resalte de
la otra.

Y es ahí cuando el autor nos explica que anteriormente, el valor residía en la calidad visual de la
imagen, pero hoy en día, el valor reside en la capacidad de expresar el concepto que hay detrás
de tal imagen. “No hay ni buenas ni malas fotos, hay buenos o malos usos de las fotos.”. Esto
explica por qué hay ocasiones en las que una fotografía de una persona que no tiene estudios y
experiencia artística, puede crear contenido más creativo y con más valor que alguien que sí que
ha estudiado fotografía. El creador, al adecuar su fotografía en su contexto, consigue determinar,
o en palabras de Fontcuberta, prescribir su valor. De aquí, se introducen las problemáticas de
autoría, ya que al circular estas imágenes por internet, estas se vuelven información, una data que
se va acumulando en el sistema, y que, inevitablemente, puede ser reutilizado por demás

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personas las cuales les dan una “segunda mirada” a estas imágenes. Es decir, por mucho que el
autor prescriptor introduzca una intención sobre su fotografía, los demás Homo photographicus
serán capaces de transformarla y darle otra nueva intención.

De esta manera, nos adentramos al segundo segmento del capítulo llamado “Imágenes
adoptadas” en los que se vuelve a tocar el tema sobre la autoría. En este caso, se habla más a
fondo sobre el momento en el que el público decide apropiarse de la imagen visual pero con un
contexto distinto. Esta noción de público como coautor obliga al autor original a renunciar a su
derecho de autoría por un bien mayor, es decir, por darle una oportunidad a la obra de
aprovecharse al máximo aunque no sea bajo su autoría. Y al igual que ocurre en el ensayo de
Umberto Eco Apocalípticos e integrados, Fontcuberta nos presenta los dos bandos formados
debido a este formato de medio de masas: abogados, los “guardianes del orden”, y los artistas,
los cuales piensan que tal orden está anticuado y debería modificarse. Por ello, el autor se
cuestiona cómo se podrían tomar legalmente estas nuevas condiciones, sin perjudicar a nadie.

Entra aquí el concepto de apropiación, usado a partir de los años ochenta para darle nombre a
esta actividad. Dicho esto, se dan distintos ejemplos de esta práctica, como los ready-mades, o
frases que exponen las ideas clave como “Sólo podemos imitar gestos que son siempre
anteriores, jamás originales… El significado de una imagen no subyace en su origen sino en su
destino. Hay que dejar paso al nacimiento del espectador a costa de la muerte del artista.”, frase
dicha por Sherrie Levine. Un ejemplo que no se menciona en la lectura, pero que es evidente en
las redes sociales hoy en día son los memes. Hay memes que surgen a partir de una cadena
infinita de apropiaciones, en las que es muy difícil encontrar el origen. Es evidente en los memes
el carácter violento que tiene la imagen digital. Quién sabe, tal vez alguien en Indonesia optó por
hacerle captura a una publicación mía de hace 8 años porque le pareció graciosa, la compartió
con sus conocidos, haciéndola pasar por un meme, estos mismos conocidos podrían haberla
enviado a más gente, y así sucesivamente, terminando así con una nueva tendencia en el país, sin
yo haberme enterado de absolutamente nada. Se genera una violencia de no tener control de sí
mismo y de no saber en qué se utilizan las imágenes. Como dice Fontcuberta, “apropiarse quiere
decir sencillamente que la propiedad pasa, por una decisión sin pacto, de una mano a otra.”, en la

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que se comunica algo distinto a su propósito inicial. Ante este término acabó formando un
“movimiento artístico” llamado Apropiacionismo, por lo que el elaborar obras a partir de otras
obras, ahora tiene nombre.

Por último, Fontcuberta propone redefinir esta práctica artística y darle el nombre de “adopción”,
que recordando los orígenes de la palabra, tiende más a interpretar la postfotografía como una
declaración más oficial y visible, de una elección de “una imagen que hemos elegido porque
tiene un valor determinado”, en el que predomina el derecho de elección, y no el de propiedad.
De esta manera, se evita este carácter negativo en el que parece que la postfotografía consiste en
robar las fotografías anteriores.

En general, mis opiniones están en sintonía con las del texto. La función de las fotos han
cambiado, y con ella, las formas de encontrarlas. Obviamente, el cambio de la fotografía análoga
a la digital que se dio en 2016, fecha en la que se publica este libro, por lo que el autor ya conoce
el nuevo paradigma tecnológico. Sin embargo, ahora vuelven a surgir problemas de autoría con
la llegada de las generaciones de imágenes a partir de inteligencias artificiales. La data de estos
programas está formada por imágenes previas, de las que aprenden a generar nuevas. Desde mi
punto de vista, se vuelve a repetir la misma historia, y pasará un tiempo hasta que el debate entre
“abogados y artistas” se vuelva a solucionar. También quiero destacar el hecho de que se
agradece el énfasis del autor en mencionar que los supuestos cambios de fotografía a
postfotografía no son innovadores, y que se han dado ya en otros ámbitos (objet-trouvé de los
surrealistas y con las latas de Warhol, entre otros).

En resumen, el texto de Fontcuberta explora la transformación de autoría en la era


postfotográfica, poniendo en relieve la existencia del hombre visual y que capta imágenes para
comunicarse, haciendo que vivamos en una sociedad inundada de imágenes digitales, por lo que
es natural adoptarlas dentro de la práctica tanto cotidiana como artística.

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