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Conferencia General Abril 1975

OBEDIENCIA, CONSAGRACIÓN Y SACRIFICIO

Por el élder Bruce R. McConkie

Del Consejo de los Doce

He solicitado y ahora busco la guía del Espíritu Santo para poder hablar llana y persuasivamente acerca de dos de las doctrinas que coronan el evangelio.

Nosotros somos el pueblo del Señor, sus santos, aquellos a quienes él ha dado mucho y de quienes él espera también mucho.

(D. y C. 82:3.) Conocemos los términos y condiciones del plan de salvación; cómo murió Cristo por nuestros pecados y qué debemos hacer para obtener las
bendiciones completas de su sacrifico expiatorio.

Hemos hecho convenio en las aguas del bautismo de amarle y servirle, de guardar sus mandamientos y poner, en primer lugar en nuestras vidas, las cosas de su reino.

A cambio, él nos ha prometido vida eterna en el reino de su Padre; por ello nos encontramos en una posición de recibir y obedecer algunas de las más altas leyes
que nos preparan para obtener esa vida eterna que tan vehemente buscamos.

De acuerdo con ello, os hablaré de algunos de los principios de sacrificio y consagración a los cuales los verdaderos santos deben sujetarse si verdaderamente
desean ir a donde Dios y Cristo están, y obtener una herencia con los fieles santos de edades pasadas.

Está escrito: "Porque el que no puede sujetarse a la ley de un reino celestial, no puede sufrir una gloria celestial" (D. y C. 88:22). La ley de sacrificio es una ley celestial y así
también es la ley de consagración. Por lo tanto, para obtener esa recompensa celestial que tan devotamente deseamos, debemos ser capaces de vivir estas dos
leyes.

El sacrificio y la consagración están inseparablemente entrelazados. La ley de consagración nos guía para que consagremos nuestro tiempo, nuestros talentos,
nuestro dinero y propiedades, a la causa de la Iglesia; todo ello debe estar disponible hasta donde sea necesario para aumentar los intereses del Señor en la tierra.

La ley de sacrificio nos encauza hasta estar dispuestos a sacrificar todo lo que tenemos en favor de la verdad; nuestro carácter y reputación, nuestro honor y
nuestro aplauso, nuestro buen nombre entre los hombres, nuestras casas, tierras y familias; todo; aun nuestra vida misma si necesario fuere.

José Smith dijo: "Una religión que no requiere el sacrificio de todas las cosas, nunca tiene el poder suficiente con el cual producir la fe necesaria para llevarnos a vida
y salvación"

No siempre somos llamados para vivir por completo la ley de consagración y dar todo nuestro tiempo, nuestros talentos y nuestros medios para la edificación del reino
terrenal del Señor.

Pocos somos llamados para sacrificar gran parte de lo que poseemos y, por el momento, hay solamente algún mártir ocasional en la causa de la religión revelada.

Pero lo que el relato nos enseña es que para ganar la salvación celestial debemos ser capaces de vivir totalmente estas leyes, si somos llamados para hacerlo.

Ligada a esto, está la realidad de que debemos, de hecho, vivir esas leyes hasta el grado de que seamos llamados,

Por ejemplo, ¿cómo podemos establecer nuestra capacidad de vivir toda la ley de consagración, si de hecho, no pagamos un diezmo justo? O ¿cómo podremos probar
nuestra buena voluntad de sacrificar todas las cosas, si fuera necesario, siendo que nunca tenemos ni la más pequeña privación de tiempo, labor, dinero u otros medios, que
ahora nos llaman a sacrificar?

Siendo joven y sirviendo en la dirección de mi obispado, llamé a un hombre rico y lo invité a contribuir con mil dólares para el fondo de construcción.

El rechazó la invitación, pero dijo que deseaba ayudar y que si hiciéramos una comida en el barrio y el cubierto costara cinco dólares, él tomaría dos boletos.

Más o menos diez días después, este hombre murió inesperadamente de un ataque al corazón y me pregunto desde entonces acerca del destino que tendrá su
alma.

No hubo alguien que dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.”

No dijo esa misma persona en una parábola: “La heredad de un hombre rico había producido mucho. “Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo
dónde guardar mis frutos? “Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos
bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocijase.

“Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto ¿de quién será?

Y entonces concluyó el asunto diciendo: “Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:15-21).

Cuando el profeta Gad mandó a David construir un altar y ofrecer sacrificios en una propiedad perteneciente a cierto individuo; ese hombre ofreció proveer la tierra, el buey y
todo lo necesario para el sacrificio sin costo alguno. Pero David dijo: “No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová holocaustos que no me cuesten nada"
(2 Samuel 24:24).

Cuando el sacrificio que debemos hacer es pequeño, el tesoro puesto en el cielo es pequeño también. La pequeña moneda de la viuda, dada en sacrificio pesa mucho más
en la balanza eterna, que en abultados graneros del hombre rico. (Véase Marcos 12:41-44.)

Vino a Jesús en cierta ocasión, un joven rico que preguntó: "¿Qué bien haré para tener la vida eterna?" la respuesta de nuestro Señor fue aquella dada por todos los profetas
de todas las edades: ". . si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos."

La siguiente pregunta fue: "¿Cuáles?" Y Jesús dijo: "No matarás. No adulterarás.

No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, amarás a tu prójimo como a ti mismo."

Entonces vino la respuesta con una pregunta; porque el joven era un buen hombre, un hombre fiel, uno que buscaba la rectitud: "Todo esto lo he guardado
desde mi juventud. ¿Qué más me falta?"

Podríamos muy bien preguntar: "¿No es suficiente con guardar los mandamientos? ¿Qué más se espera de nosotros que ser fieles y verdaderos en toda
confianza? ¿Hay algo más que la ley de la obediencia?"

En el caso de nuestro rico y joven amigo había algo más. De él se esperaba que viviera la ley de consagración, que sacrificara sus posesiones terrenales, pues la
respuesta de Jesús fue: "Si quisieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven y sígueme."

Como se sabe, el joven se fije muy triste, "porque tenía muchas posesiones" (Mateo 1 9:1 6-22). Y a nosotros nos queda preguntar, ¿qué intimidades podría haber
compartido con el Hijo de Dios, qué compañerismo pudo haber gozado con los apóstoles, qué visiones y revelaciones pudo haber recibido, si hubiera sido capaz de
vivir la ley de un reino celestial?. Pero así sucedió y él permanece si nombre; ¡y pensar que pudo haberse tenido por siempre en honorable remembranza entre los
santos!
sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová holocaustos que no me cuesten nada" (2 Samuel 24:24).

Cuando el sacrificio que debemos hacer es pequeño, el tesoro puesto en el cielo es pequeño también. La pequeña moneda de la viuda, dada en sacrificio pesa mucho más
en la balanza eterna, que en abultados graneros del hombre rico. (Véase Marcos 12:41-44.)

Vino a Jesús en cierta ocasión, un joven rico que preguntó: "¿Qué bien haré para tener la vida eterna?" la respuesta de nuestro Señor fue aquella dada por todos los profetas
de todas las edades: ". . si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos."

La siguiente pregunta fue: "¿Cuáles?" Y Jesús dijo: "No matarás. No adulterarás.

No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, amarás a tu prójimo como a ti mismo."

Entonces vino la respuesta con una pregunta; porque el joven era un buen hombre, un hombre fiel, uno que buscaba la rectitud: "Todo esto lo he guardado
desde mi juventud. ¿Qué más me falta?"

Podríamos muy bien preguntar: "¿No es suficiente con guardar los mandamientos? ¿Qué más se espera de nosotros que ser fieles y verdaderos en toda
confianza? ¿Hay algo más que la ley de la obediencia?"

En el caso de nuestro rico y joven amigo había algo más. De él se esperaba que viviera la ley de consagración, que sacrificara sus posesiones terrenales, pues la

respuesta de Jesús fue: "Si q

uieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a

los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven y sígueme."

Como se sabe, el joven se fije muy triste, "porque tenía muchas posesiones"

(Mateo 1 9:1 6

22). Y a nosotros nos queda preguntar, ¿qué i

ntimidades podría haber

compartido con el Hijo de Dios, qué compañerismo pudo haber gozado con los

apóstoles, qué visiones y revelaciones pudo haber recibido, si hubiera sido capaz de

vivir la ley de un reino celestial?. Pero así sucedió y él permanece si

n nombre; ¡y

pensar que pudo haberse tenido por siempre en honorable remembranza entre los

santos!

Ahora, yo pienso, está perfectamente claro que el Señor espera mucho más de

nosotros de lo que a veces rendimos. Pero nosotros no somos como otros hombres.

¡Somos los santos de Dios y tenemos las revelaciones de¡ cielo! "A quién mucho se

da, mucho se requiere." (D. y C. 82:3.) Nosotros debemos poner primeramente en

nuestras vidas las cosas de su reino.

Ahora, yo pienso, está perfectamente claro que el Señor espera mucho más de

nosotros de lo que a veces rendimos. Pero nosotros no somos como otros hombres.

¡Somos los santos de Dios y tenemos las revelaciones de¡ cielo! "A quién mucho se

da, mucho se requiere." (D. y C. 82:3.) Nosotros debemos poner primeramente en

nuestras vidas las cosas de su reino.

Conferencia General Abril 1975

Se nos ha mandado vivir en armonía con las leyes de Di

os, guardar todos sus

mandamientos, sacrificar todas las cosas si fuere necesario en honor de su nombre,

conformarnos a los términos y condiciones de la ley de consagración.

Hemos hecho convenios de hacerlo así; solemnes, sagrados, santos convenios,

compr

ometiéndonos antes dioses y ángeles.

Estamos bajo convenio de vivir la ley de la obediencia.

Estamos bajo convenio de vivir la ley de sacrificio.

Estarnos bajo convenio de vivir la ley de consagración.


Con esto en mente, escuchad estas palabras de¡ Señ

or: "Porque si queréis que os

dé un lugar en el mundo celestial, tenéis que preparamos, haciendo las cosas que os

he mandado y requerido" (D. y C. 78:7).

Es nuestro privilegio consagrar nuestro tiempo, talentos y medios para edificar su

reino. Todos somos

llamados al sacrificio de una u otra manera, para el avanzamiento

de su obra. La obediencia es esencial para la salvación; como también lo es el servicio,

la consagración y el sacrificio.

Es un privilegio levantar la voz de alerta a nuestros vecinos, ir

a las misiones y

ofrecer las verdades de salvación a los demás hijos de nuestro Padre por todas partes.

Podemos responder al llamado para servir como obispos, como presidentas de la

Sociedad de Socorro, como maestros orientadores, y en cualquiera de los

cientos de

posiciones de responsabilidad en las varias organizaciones de la Iglesia. Podemos

trabajar en proyectos de bienestar, comprometernos en investigaciones

genealógicas, y efectuar la obra vicaria en el templo.

Podemos pagar un diezmo justo y cont

ribuir con nuestras ofrendas de ayuno,

presupuesto de bienestar, fondo misional y de construcción. Podemos donar

porciones dé nuestras posesiones y legar nuestras propiedades a la Iglesia,

preparando nuestro testamento antes de morir.

Podemos consagrar u

na parte de nuestro tiempo al estudio sistemático, para

llegar a ser sabios en el evangelio, para atesorar las verdades reveladas, que nos guían

en sendas de verdad y de justicia.

Y el hecho de que los fieles miembros de la Iglesia hacen todas estas cosas

, es una

de las grandes evidencias de la divinidad de la obra. ¿En qué otra parte la generalidad

de los miembros de cualquier iglesia pagan un diezmo completo? ¿Dónde hay un

pueblo cuya congregación tiene uno, dos y hasta un tres por ciento de sus miembros

fuera, en misión voluntaria y pagada por ellos mismos todo el tiempo? ¿Dónde hay

un pueblo que como unidad, construya templos, u opere proyectos de bienestar como

nosotros? ¿Y dónde hay tanta administración y tanta enseñanza sin sueldos?

Conferencia General Abril 1975

En la Iglesia ve

rdadera, nosotros, ni predicamos por sueldo ni trabajamos por

dinero. Seguimos el modelo de Pablo y damos el evangelio de Cristo gratuitamente,

de modo que no abusamos ni hacemos mal uso del poder que el Señor nos ha dado.

Libremente hemos recibido y lib

remente damos, pues la salvación es gratuita. Todo

el que tiene sed está invitado a venir y beber de las aguas de la vida, a comprar maíz

y el fruto de la vida sin dinero y sin precio.

Todo nuestro servicio en el reino de Dios es predicado sobre su eterna ley que

establece: "...el trabajador en Sión, trabajará para Sión; porque si trabajare por
dinero, perecerá" (2 Nefi 26:31).

Sabemos perfectamente bien que "el obrero es digno de su salario" (Lucas 10:7) y

que aquellos que dedican todo su tiempo pira la edificación fiel reino, deben ser

provistos con alimentos, vestidos, alojamiento y lo necesario para la vida. Tenemos

que empl

ear maestros en nuestras escuelas, arquitectos para diseñar nuestros

templos, contratistas para construir nuestras sinagogas y directores para operar

nuestros negocios. Pero estos así empleados, junto con todos los miembros de la

Iglesia, participan tambi

én en una base voluntaria para aumentar de otra manera la

obra del Señor. Los presidentes de banco trabajan en proyectos de bienestar, los

arquitectos dejan sus mesas de dibujo para salir a misiones, los contratistas dejan sus

herramientas para servir com

o obispos o maestros orientadores. Los abogados ponen

a un lado sus libros de leyes y el Código Civil para actuar como guías en la Manzana

del Templo. Los maestros dejan su salón de clases para visitar a los huérfanos y las

viudas en sus aflicciones. Los

músicos que se gana la vida con su arte, voluntariamente

dirigen los coros y tocan en las reuniones de la Iglesia. Artistas que pintan

profesionalmente, tienen gusto en proporcionar sus servicios voluntaria y

gratuitamente.

Pero la obra del reino tiene q

ue seguir adelante y los miembros de la Iglesia son y

deben ser llamados para llevar estas cargas. Esta es la obra del Señor y no la de los

hombres. El es quien nos manda a predicar el evangelio en todo el mundo, no importa

el costo; es su voz la que decr

eta la construcción de templos, cualquiera que sea su

costo. El es quien nos recomienda el cuidado de los pobres entre nosotros, cualquiera

que sea el costo para que sus lamentos no lleguen hasta su trono como un testimonio

en contra de aquellos que deberí

an alimentar al hambriento y vestir al desnudo, y no

lo hicieron.

Y podría decir también por vía de doctrina y de testimonio, que es su voz la que

nos invita a consagrar nuestro tiempo, nuestros talentos, y nuestros medios, para

llevar a cabo su obra. Es

su voz la que llama para el servicio y el sacrificio. Esta es su

obra. El está al timón, para guiar el destino de su reino.

Conferencia General Abril 1975

Y todo miembro de su Iglesia tiene esta promesa: que si permanece fiel y verídico,

obedeciendo, sirviendo, consagrando, sacrific

ando, como lo requiere el evangelio,

será recompensado en la eternidad mil veces más y tendrá vida eterna.

¿Qué más podríamos pedir? En el nombre de Jesucristo. Amén.

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