Está en la página 1de 4

1

Chacón Serrano, F. (2018). Das Gewicht der Vergangenheit: Jugendliche in El Salvador, der
bewaffnete Konflikt und die Erinnerungen an das Leid [El peso del pasado: jóvenes en El
Salvador, conflicto armado y memorias de sufrimiento]. ILA, (412), 23-24.

El peso del pasado: jóvenes, conflicto armado y memorias de sufrimiento

Fernando Chacón Serrano1

Desde hace tiempo, me inquieta pensar sobre las marcas que el conflicto armado en El Salvador
(1980-1992) ha dejado en las personas y los espacios. Mi inquietud nace, sobre todo, por mi
condición de joven de posguerra, que como muchos, no viví directamente ese pasado violento,
pero sí una posguerra con matices muy parecidos. ¿Qué hay del conflicto armado en mí y en los
espacios que habito?, es una pregunta que me llevó a iniciar una investigación en 2016 sobre la
relación entre memorias del conflicto armado, jóvenes en el posconflicto y la comunidad anclada
territorialmente. Un estudio desde el campo de la Psicología Comunitaria, inspirado por su
perspectiva a comprender procesos psicosociales que condicionan las formas de ser, estar y
habitar en comunidad.

Para el caso, vi en el fenómeno de la memoria social un terreno desde el cual conocer esta huella
de guerra en aquellos que no la vivieron, pero que han crecido en una comunidad que fue
afectada en dicho periodo, en convivencia con familiares y vecinos, víctimas directas de ese
pasado. Así, mediante relatos de vida, trabajé con diez jóvenes (mujeres y hombres) que nacieron
después de 1992 en la comunidad Nueva Trinidad, al norte de El Salvador. Este trabajo implicó
la construcción de su propia “historia del conflicto armado”, con miras a escudriñar la manera en
que ese acontecimiento ha atravesado sus vidas hasta hoy día. Algunos retazos de esa
exploración, me gustaría compartir en lo que sigue.

Nueva Trinidad es una comunidad que, como otras aledañas, fue destruida durante la guerra por
fuertes operativos militares a inicios de los ochenta, y luego repoblada por exrefugiados y
excombatientes de la guerrilla en 1991. Ya han transcurrido más de 20 años de su repoblación y
del fin formal del conflicto armado, y pese a ello, en su cotidianidad, ese pasado se presenta. Se
puede ver en algunos espacios, constituidos por el tiempo en sitios de memoria, que con murales
y letreros marcan que fueron escenarios de hechos violentos y que todos los jóvenes reconocen
(por ejemplo, las masacres de pobladores ocurridas en la plaza o a las afueras de la comunidad).
Según ellos, el pasado también se expresa en la gente con cicatrices en sus cuerpos, en sus
comportamientos, y a través conversaciones espontáneas en la calle. Se refleja en las
instituciones como la iglesia católica con su Comité de Memoria y en las constantes
conmemoraciones que año con año se celebran para recordar la firma de los Acuerdos de Paz, la
repoblación, las masacres acontecidas y otras fechas importantes.

1
Investigador y docente del Departamento de Psicología y Salud Pública de la Universidad Centroamericana “José
Simeón Cañas” (UCA) en El Salvador. Recientemente obtuvo el grado de Magíster en Psicología Comunitaria por la
Universidad de Chile con la tesis “Construcción de memorias sobre el conflicto armado de El Salvador en jóvenes
de una comunidad desplazada”, la cual fue financiada por el Proyecto FONDECYT n° 1161026 “Memorias locales
y transmisión intergeneracional: estudio de caso de un barrio crítico en Santiago de Chile”. Este artículo se basa en
parte de sus resultados. Contacto: nfchacon@gmail.com
2

En resumen, la cotidianidad de Nueva Trinidad pone en juego un proceso constante de recordar,


basado en un deseo de “mantener viva la memoria” del conflicto armado, principalmente, todo
aquello que relata sobre los sufrimientos de sus habitantes. Los jóvenes asumen esa consigna y
concuerdan en la importancia que tiene hacer memoria de lo acontecido en su comunidad, como
una forma de dignificación. Además, la idea del sufrimiento los vincula con sus antecesores, ya
que, pese a haber nacido después de 1992, experimentaron el sufrimiento de la posguerra: sobre
todo, la pobreza extrema que caracterizó a Nueva Trinidad durante su reconstrucción a inicios de
los noventa (periodo donde nacieron los jóvenes) y la ausencia de tías, abuelos y otros familiares
asesinados. A través de sus memorias, pues, ellos enfatizan lo que caracteriza a Nueva Trinidad
hasta ahora: ser territorio de sobrevivientes de guerra y posguerra.

Estas memorias, que se ponen en juego en lo público, se cuentan de manera suelta, abierta,
entusiasta. Al respecto, es interesante observar que la exposición de los jóvenes a los relatos de
familiares y vecinos les empujan a adoptar para su vida (en los estudios, el trabajo) lo que
caracteriza a un sobreviviente: el no doblegarse ante situaciones adversas, aunque impliquen
sufrimiento. Habría aquí una coincidencia entre su sentido de pertenencia al territorio y la
identidad comunitaria que tiene como punto significativo el conflicto armado.

La situación se complejiza cuando los jóvenes inician procesos de memoria más profundos,
aquellos que remiten a la intimidad de la familia. En ellos se relata sobre hechos dolorosos
vividos por familiares durante su desplazamiento forzado, la vida en los campamentos de
refugiados, el asesinato de otros familiares, de la participación como combatientes de la guerrilla,
entre otros. Lo que llama la atención de estas memorias es que, aunque son compartidas por
jóvenes que no vivieron en carne propia lo relatado, existe una apropiación de las mismas,
revestida por una emocionalidad, empatía e imaginación, que les permite experimentar “casi
vivir” ese pasado.

Por lo mismo, el peso que ellas adquieren en la vida de los jóvenes es mayor. Y se comprende al
reconocer que su construcción es posible en el marco de una conexión profunda joven-familiar,
de la cual sus madres y abuelas sobresalen como relatoras de entre otros familiares, posiblemente
por dinámicas de género y propias del contexto (por ejemplo, padres que abandonaron el hogar
en posguerra, abuelos que fallecieron en la guerra, etc.). Sus familiares funcionan, así, como un
puente emocional que acerca al joven al pasado no vivido. El vínculo se favorece por procesos
de empatía no solo hacia el pasado de guerra de los familiares, sino también hacia el presente que
viven como sobrevivientes, ya que imaginan emocionalmente el dolor de vivir los vejámenes de
la guerra, así como también empatizan con el dolor que emerge al recordar esos acontecimientos
en el presente.

No es fácil para ellos lidiar con su condición de haber nacido “después” y convivir con la
interpelación del pasado de guerra a nivel familiar. Sobre todo, si se reconoce la complejidad que
presentan las memorias íntimas que ellos construyen, pues son menos fluidas, con contenido
escaso, fragmentado, con vacíos; lo que no disminuye su emotividad, de la que sobresale la
tristeza, el enojo, la incertidumbre. A la base de esta dinámica, entre otras cosas, destaca la
situación vivida por sus familiares, para quienes no siempre es fácil compartir todas sus
experiencias como sobrevivientes. Los mismos jóvenes manifiestan la sensación de que se les
oculta algo, que no les cuentan “toda la historia”, ya sea porque recordar duele y todavía “hay
3

traumas”, o porque sus familiares no quieren afectar la “calma” del presente, al poner sobre la
mesa recuerdos incómodos. Por ejemplo, no sería fácil para una madre compartir que siendo
combatiente de la guerrilla asesinó, ni tampoco para un hijo digerir este recuerdo.

En todo caso, aunque puedan existir contenidos de memoria que no se narran, aparece una
especie de “silencios comunicativos”: no se habla todo, pero se cuenta a partir de las marcas en
la gente y los espacios. Las cicatrices en los familiares, sus comportamientos, su forma de ser
que, según los jóvenes, se relaciona con lo vivido en la guerra, son símbolo de que algo pasó. Las
interrogantes sobre ese “algo” están en ellos, y posiblemente no se irán, ya que habrá una
interacción constante con los familiares (y vecinos).

Para los jóvenes es más complejo trabajar las memorias sobre la familia, si se compara con la
tendencia a “mantener viva la memoria” de su comunidad. El recuerdo de la guerra en la familia
les incomoda y compromete más. Como efecto, estas memorias íntimas paradójicamente
posibilitan dos aspectos contradictorios entre sí: para algunos, los relatos de sufrimiento familiar
funcionan como un impulso a seguir haciendo memoria de la guerra, ya que asumen como forma
de validación y dignificación dar a conocer lo que se vivió; pero, para otros, este sufrimiento se
vuelve un inhibidor a seguir recordando, pues poner sobre la mesa el tema implica reavivar
heridas no sanadas y eso incomoda, a propósito de la vinculación empática con sus antecesores.

Lo anterior es un indicador para pensar en las posibilidades de conflictos dentro de la familia,


promovidos por los dilemas de contar o guardar silencio. La mayoría de jóvenes presenta un
interés genuino por el pasado de guerra, sumado a una actitud indagatoria que les ha movido a
preguntar o querer hacerlo en el futuro. Es comprensible, pues su intención es conocer las causas
de la pérdida de familiares, las razones de incorporarse a la guerrilla, y demás hechos que no les
han contado o lo han hecho a medias, para llenar esos vacíos o unir los fragmentos que todavía
quedan pendientes. Ante este panorama, dos puntos de tensión se vuelven evidentes: uno, el
choque entre los deseos de los jóvenes por saber más del pasado familiar y la imposibilidad de
sus parientes en ofrecer sus memorias íntimas; otro, las diferencias entre las dinámicas del
contexto comunitario y familiar, ya que en el primero la tendencia está puesta a mirar el pasado
sin vacilación, y en el segundo no. En ambos casos, la manera en que se afronten estos conflictos
puede repercutir en las heridas que se cargan.

Que a más de 25 años de haber terminado formalmente el conflicto los jóvenes sean testigos de
las dificultades de sus familiares y vecinos al tratar el tema del pasado, es una manifestación de
la ausencia de reparación social que se sostiene en el país. Pese a todo, Nueva Trinidad como
territorio, y posiblemente otros con similares características, tiene la particularidad de ser factor
protector de sus habitantes contra dinámicas de desmemoria o que desacrediten y desvaloricen
sus recuerdos y las experiencias vividas en el marco de la guerra. Por ejemplo, la estigmatización
que podría generarse en los jóvenes por ser descendientes de exrefugiados y excombatientes no
emerge como un punto de preocupación. Al contrario, compartir un pasado común de
sufrimiento en todos los habitantes, sumado a la memoria del mismo, favorece aún más el fuerte
tejido social que ya presenta.

Hasta aquí, con este pequeño recorrido, nos damos cuenta de la complejidad que se experimenta
en esta comunidad en torno a la guerra. A sabiendas de esto, su misma dinámica que promueve
4

la memoria, su identidad vinculada a la figura del sobreviviente y el tejido social fortalecido, se


vuelve un marco potencial para la emergencia y el trabajo de esas memorias íntimas que nunca
han sido compartidas, aunque se desee. Desde la comunidad, se pueden construir espacios para
escuchar a aquellas memorias de sufrimiento distintas a las ya instauradas de manera
institucional en conmemoraciones u otras actividades, y con ello validar y dignificar las
experiencias dolorosas de más habitantes. En este ejercicio, los jóvenes, como nuevas
generaciones, deben tener una participación legítima, ya que el pasado también les remite a ellos
y a sus memorias. De allí que sea preciso implementar acciones concretas que construyan un
espacio relacional con la potencia de acoger distintas memorias entre distintas generaciones, y
que favorezca la articulación entre las mismas (la Psicología Comunitaria y disciplinas afines
tendrían mucho que aportar). Solo así, con una mirada amplia, se puede conseguir un proceso de
sanación más completo de este pasado que, aunque no seamos conscientes, nos afecta a todos.
Depende de nosotros encararlo y conciliarnos con él, tal como una joven allá en Nueva Trinidad
lo está haciendo ya:

¿Y creés que el conflicto armado va a estar en tu futuro? Yo creo que es algo que siempre va a
estar en mí… Aunque ya de diferente forma, con otro sentido, pero es algo que siempre voy a
tener presente. ¿Y quisieras, si pudieras, quitártelo? Yo creo que no, porque es parte de mi
origen, es parte de mí, de mi historia. Más bien modificarlo, tomarlo como una experiencia,
como la historia de mi familia, de mi comunidad. Y tenerlo siempre presente y sentirme orgullosa
de todo el proceso que ha vivido mi familia y cuánto nos hemos superado. Sí… más que todo
eso… Pero no olvidarlo, ni sacarlo de mí, porque es parte de mi identidad. (Joven de 19 años,
hija de exrefugiada)

También podría gustarte