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Universidad Nacional De Colombia

Historia Sociocultural de Colombia


Profesor Augusto Gómez López
Laura Cecilia Piñeros Nieto
CC: 1018487322
10 de mayo de 2018

La Violencia Inscrita En El Cuerpo.


La resignificación del pasado para la construcción del futuro.

En Colombia, un país que después de años de intentos fallidos logró sobreponerse al conflicto
armado, es importante reconocer y resaltar no solo las experiencias, sino también las
estrategias a las cuales las víctimas de la violencia, especialmente de la violencia sexual
recurrieron para lograr superar el dolor que les fue infringido, además de las repercusiones
negativas del abandono estatal en el intento de superar sus heridas. Si bien es de exaltar la
valentía y creatividad a la que algunas mujeres han recurrido para sobrellevar las situaciones
atroces que dejaron marcadas sus vidas, estos actos no pueden ser entendidos como heroicos,
sino como estratégicos en el proceso de digerir un pasado marcado por la violencia a un
presente de paz y reparación. Resignificar su experiencia es vital en la transformación del
daño que han sufrido las víctimas de violencia sexual, en la construcción de su futuro,
especialmente cuando se vive desde el silencio y la invisibilidad.
La forma en que las mujeres afrontan sus experiencias se convierte en un acto político y a la
vez en una herramienta en el proceso de sobrellevar y resignificar su situación, afrontar el
pasado es sumamente importante para reconstruir sus planes de vida, trabajando en prácticas
de remiendo, reparación y cuidado como base de su resistencia. El lenguaje está implicado
con esta posibilidad, hablar del dolor, del significado que ha tenido en sus vidas resulta
importante y reparador para algunas mujeres, así como callar constituyó un mecanismo para
no estancarse para otras.
El silencio de María, por ejemplo, le permitió mantener el control de su vida y evitar la
indefensión después de haber sido violada por 5 hombres, buscaba además de sobrellevar el
peso de la violencia sexual, proteger a su hijo de ser asesinado, pero el silencio solo existe
para los demás, dentro de si misma el ruido del tortuoso recuerdo jamás cesó.
Recordar no es una tarea fácil para las víctimas, no sólo porque muchas veces intentan negar
lo que sucedió como estrategia para continuar con sus vidas, sino porque el dolor de su
experiencia es tan grande que impide que las memorias sean comunicadas y su recuerdo sea
parcial y fragmentado.
Indiscutiblemente se necesita mucho valor para confrontar a los victimarios, pero no las
impulsa únicamente el hecho de defender su cuerpo, proteger a sus hijos encarna su mayor
motivo, más cuando estos últimos se enfrentan a la posibilidad de ser reclutados por grupos
armados. Las mujeres de la comunidad Emberá así como las que habitan en zonas rurales
deciden enfrentarse a los victimarios retándolos con denunciar los hechos, son evidente caso
de valentía, actuando como colectivo se transforman en gestoras de lucha y cambio dentro
de sus comunidades.
El olvido o la denuncia son sin duda un mecanismo eficiente para muchas mujeres que buscan
recuperarse después de haber sido víctimas de violencia sexual, pero aquellas que ya no
tienen voz, aquellas que sólo existen en el recuerdo de los suyos, son escuchadas y honradas
a través de actos fúnebres simbólicos que funcionan como una herramienta de sanación para
el dolor con el que aún cargan sus familiares, organizaciones como la Red de Alas de
Mariposas Renovadas, forman además una red de apoyo dónde entre las mismas mujeres se
acompañan, orientan y escuchan emocional y físicamente durante estos procesos sanatorios,
allí no es necesario ser victima para reconocer el dolor que otras sufren y buscar solución al
dolor del cuerpo ajeno.
La espiritualidad por ejemplo, ha logrado que muchas mujeres retomen sus proyectos de vida,
algunas iglesias a través de discursos en donde se manifiesta que el dolor y la tragedia pueden
transformarse en herramientas de sanación y así obtener respuesta sobre las violencias
vividas, le han permitido a víctimas como Jeimy, una tumaqueña violada por su primo un
exmilitar y acusada de provocar el suceso, “volver a la vida” gracias a la asistencia a un culto
que le permitió reconocer que no estaba sola y que tenía muchísimos motivos por los cuales
seguir viviendo, así como ella existen muchas mujeres que han logrado combatir los deseos
de muerte y de asco sobre sus propios cuerpos, Dios se convierte en una motivación y
posibilidad de futuro que les permite superar los daños físicos, psicológicos y sociales de su
experiencia.
Si bien la espiritualidad es la respuesta para algunas, muchas veces se convierte en un
calvario para otras, algunas iglesias, particularmente las carismáticas no contribuyen a
brindar herramientas criticas para comprender las situaciones que dieron origen a las
experiencias de violencia a las cuales se enfrentaron las victimas , ya que muchas veces sus
discursos señalan que lo que les ocurrió “fue porque así Dios lo quiso” o porque “su falta de
fe” ha impedido que su dolor sea removido por Dios, teniendo por supuesto un efecto
revictimizador y haciendo que las victimas sientan aún más la ausencia de programas
psicosociales integrales y comprensivos. De ese modo la espiritualidad y las instituciones
religiosas tienen un carácter ambivalente donde a veces contribuyen a aliviar el dolor y
enfrentar la soledad y otras únicamente justifican los hechos violentos a través de un discurso
revictimizador.
Las familias de las victimas son también un soporte importante, un refugio y un motivo para
continuar, especialmente los hijos de estas mujeres se convierten en el eje en el cual gira su
recuperación, los deseos que ellas tienen porque sus hijos tengan un futuro alejado de la
violencia que ellas vivieron, son suficientes para transformar su dolor en causa. La
maternidad representa para muchas mujeres un lugar para resistir la guerra, para aferrarse a
la vida, cuidar no solo a sus hijos, sino a sus amigas, sobrinas, vecinas, etc en los caminos,
colegios, fiestas es un modo para ellas de garantizar que nada malo les vaya a suceder.
Pero la experiencia no siempre queda en un doloroso recuerdo que se busca aliviar a toda
costa, muchas veces el abuso se materializa en un bebé, en un embarazo producto de una
tortuosa experiencia que muchas mujeres desean olvidar y sólo lo logran a través del aborto,
de una práctica que no sólo afecta la vida de la madre por todo lo que a nivel fisiológico
implica sino por el enorme estigma, y de las presiones sociales, familiares y religiosas que
hay detrás de esta práctica. Esto se convierte en un conflicto interno, para aquellas mujeres
que buscando romper con cualquier rastro que pueda atarlas con sus agresores puedan llevarn
su embarazo a termino no por convicción propia sino por miedo al juicio ajeno.
Si bien en una sociedad como la colombiana donde el cuerpo de las mujeres y su sexualidad
han sido cosificados a lo largo de la historia, el conflicto armado y la violencia han
contribuido a destruir el erotismo de estas mujeres sembrando una semilla de odio y repulsión
hacia su propio cuerpo, muchas de ellas decidieron abandonar o las abandonaron sus parejas
puesto que no solo se olvidaron de su vida sexual, sino que le tomaron aversión a los hombres,
tal y como lo hizo Davi, una víctima que después de años de convivencia y una hija con su
esposo decidió afirmar su placer hacia otra mujer, permitiéndose así incrementar su potencia
vital, cultivando una relación íntima y reclamando su cuerpo como un espacio propio.
La reconstrucción de la sexualidad va más allá de buscar en otra persona lo que la violencia
les arrebató, se trata también de un reencuentro con su cuerpo desde la estética, es necesario
volver a amarse y de esta manera reflejar en su identidad y apariencia la reconciliación
consigo mismas.
Cuestionarse sobre la identidad es demostrar que se piensa desde un lugar diferente al dolor,
resignificar su experiencia y redefinirse como sobrevivientes hace que muchas mujeres
tomen la lucha como un acto político donde pueden intervenir desde la experiencia, ayudando
no sólo a mermar estas violencias, sino a trabajar con el dolor de otras mujeres, afrontar el
sufrimiento es posible desde el abandono del resentimiento y la recuperación de la autoestima
y la confianza de sí mismas.
El acompañamiento y la solidaridad de otras personas ajenas al suceso que se les ha brindado
a las víctimas también representa muchas veces, la oportunidad para rehacer su existencia,
las voces y acciones de otras mujeres y en ocasiones hombres brindan apoyo y fortaleza para
compartir, reconocer y llorar lo que les ha sucedido, el comadreo como forma de
relacionamiento es en ocasiones el inicio de la vida política de las mujeres como actoras
sociales orientándolas hacia acciones de protección y cuidado de otras víctimas.
La expresión política de las victimas de la violencia sexual puede verse en las acciones de
resistencia que ellas realizan, demostrando así la búsqueda de la reivindicación de sus
derechos y de la restitución de su dignidad y la de otras mujeres, de esta manera hacen publica
su inconformidad no solo con la violencia sino con la ausencia de las instituciones estatales
en su recuperación. A través de tal inconformidad surgen diferentes organizaciones que
gracias al liderazgo de mujeres víctimas de la violencia que han decidido cambiar su papel
de victimas por la de sobrevivientes ayudan a quienes aún buscan recomponer su identidad
como personas fuertes y valiosas.
Estas organizaciones no son útiles solamente para la estabilización emocional y física de las
víctimas, son también un centro de formación para aquellas mujeres que han logrado a partir
de la resignificación de su experiencia ayudar a quienes aun no conocen sus derechos, además
de brindarles la oportunidad de reunirse para así encontrarse a sí mismas a pesar de la
desconfianza causada por la guerra. Reconstruir el tejido social requiere de este tipo de
encuentros donde mujeres que comparten experiencias similares pueden aportar y ser
escuchadas sin juicios. Para las mujeres que deciden hacer parte del cambio y convertirse en
lideresas y defensoras de derechos humanos no todo es color de rosa, muchas siguen siendo
amenazadas por grupos armados, pero esta vez no a causa de su cuerpo sino de las voces que
representan.
Muchas mujeres han logrado a través de estas organizaciones no sólo desahogarse y dejar
atrás el peso del silencio, las expresiones artísticas han sido también para ellas un medio
liberador, donde encontraron un espacio que les permitió contar su experiencia sin tener que
usar su voz.
La paz no significa la ausencia de armas, sino la de miedo, el estigma del abuso para muchas
es una carga que llevarán por todas sus vidas, por esta razón es vital el acompañamiento del
estado, de organizaciones que les permitan a las victimas recuperarse del dolor y darle un
nuevo significado, para que sean cada vez más las voces que se alcen reclamando los
derechos de quienes el drama de la violencia silenció.
Es osado además juzgar las herramientas que las victimas utilizan para seguir adelante,
muchas veces el silencio representa la omisión de los episodios tan dolorosos que vivieron,
y solo ellas tienen derecho a elegir lo que mejor les parezca para resignificar su pasado y
continuar con su futuro.
BIBLIOGRAFÍA

• Centro Nacional de Memoria Histórica (2017), La guerra inscrita en el cuerpo.


Informe nacional de violencia sexual en el conflicto armado, CNMH, Bogotá.

• Naciones Unidas (2002). Informe presentado por la Sra. Radhika Coomaraswamy,


Relatora Especial sobre la violencia contra la mujer, sus causas y consecuencias:
Misión a Colombia.

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