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En este texto de Renato Ortiz, en particular, hace énfasis en el tema identitario y sigue la
misma estrategia argumentativa que en el texto sobre “Cultura y modernidad-mundo”.
Es decir, Ortiz comienza exponiendo el enfoque en que la antropología clásica analizaba las
llamadas sociedades tradicionales o primitivas (llamadas así por las corrientes eurocéntricas a
lo largo de décadas del siglo XIX y XX) para luego empezar a analizar el modo en que se
construyeron las identidades nacionales pero el objetivo del artículo es analizar el impacto de
la mundialización de la cultura en las identidades nacionales.
A partir de este esencialismo, se funda la idea de “autenticidad”: habría que permanecer fieles
a la esencia de nuestra identidad. O por el contrario, la “inautenticidad” o “alienación” es la
consecuencia de no ser fieles a aquella (en este punto, bien la argumentación de Gonzalo). Las
identidades definidas en términos esencialistas siempre son simplificadoras, reduccionistas,
apelan a un orden natural (y por ello, las identidades así pensadas, están dadas de una vez y
para siempre), son inmodificables y dogmáticas. Por lo tanto, engendran odios, resentimientos
hacia todo lo que no se ajusta o no entra dentro de los límites de lo definido. ´
Como sostiene Renato Ortiz esta manera de comprender a las identidades en América Latina
tuvieron muchos referentes. En el caso de la Argentina, durante la dictadura genocida del 76:
ser argentino (la idea de ser es la base de una identidad esencialista, se "es" de un modo, lo
cual es un punto de partida inmodificable) era ser cristiano, de tradición hispana, occidental (y
no usar barba, lo cual era expresión de ideologías subvertoras del orden nacional).
Aquí vale el peso de cada palabra: construcción porque no es algo “dado” (como las
interpretaciones esencialistas) sino una idea virtual asumida y compartida por un colectivo
humano. Es producto de la acción colectiva de los hombres y mujeres a lo largo de la historia.
Es simbólica porque se basa en signos y símbolos, significantes que encarnan para todos el
significado de la identidad colectiva. Es en relación porque una identidad se define por relación
y contraste con otras identidades. Y, finalmente, tiene un referente porque siempre hay un
denominador común, algo concreto a que nos referimos al pensar en qué define o se apoya
nuestra identidad.
Claramente es una construcción por parte del Estado para asentar y legitimar su nuevo poder
en un pueblo. A través de algunas instituciones sociales difundió los símbolos de la identidad y
sentimiento nacionalista (la unificación de una lengua común, la bandera e himno,
celebraciones patrióticas); en relación fronteriza de diferencia (y eventual disputa territorial)
con otras naciones que se formaban en la época; y un referente que es el propio Estado-
Nación, y un espacio-territorio, nuestro país, “raíces” o “patria”. (buenas argumentaciones de
Sabrina y Mario -y en este punto como historiadora debo decirle que la monarquía como
forma de gobierno era una alternativa para algunos revolucionarios de la independencia).
Por lo tanto, si no hay un “único ser o esencia” que fundó de modo dogmático, indiscutible y
para siempre nuestra identidad, podemos asumir diferentes puntos de vista, en relación con
diversos símbolos y referentes para nuestra identidad. Esto, es decir, que si no es única,
entonces más bien la identidad es múltiple. Ustedes mismos han reiterado algunas variantes
de identidad colectiva, con que podemos hacer acto de “identificación” en relación con otros
diversos grupos identitarios: además de la nación, las etnias, el color o raza, el género, la
ideología, la religión, determinados hábitos o gustos o modas, etc.
Por lo tanto, esa construcción y definición de una identidad colectiva siempre es producto de
conflictos y de luchas porque está atravesada por el poder.
Pero, para Ortiz, el Estado y la nación como referentes de identidad ya no serían "nuevos"
(como sí lo eran en el momento de constitución de la “memoria nacional” en el siglo XIX, como
describía en otro texto Ortiz), sino más bien "viejos" hoy contemporáneamente en el marco de
la modernidad-mundo.
Justamente, lo que comentan de la orientación de los jóvenes hacia los consumos de marcas
como elemento de construcción de sus identidades, nos plantea un nuevo referente de
identidad: el consumo. Y este referente no es algo que tenga características autóctonas ni
diferenciadas por territorios o naciones, por el contrario, son consumos globalizados (en
cuanto a su circulación económica en un mercado mundial) y mundializados (en cuanto a su
difusión por las industrias culturales y medios de comunicación como tendencias y modas
globales). Es decir, a través de la cultura de consumo, ya definitivamente más allá de las
fronteras nacionales, hoy en día verificamos la tendencia que subraya siempre Ortiz a la
desterritorialización (muy bien Gabriela por resaltar el concepto de "desencaje" que el autor
toma de Giddens).
Como siempre, recuerden revisar sus trabajos no solo a partir de estas aclaraciones sino
principalmente de los textos.