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Aracelly Palacios

Adiós al Yo: Sobre la noción de individuo en la literatura

Recuerdo que hace un semestre estaba escribiendo sobre la libertad como un tema relevante
para la sociedad. Hoy, me encuentro aquí escribiendo para discutir respecto de la propia
sociedad. La vida en conjunto como seres humanos es un fenómeno al que todas, o al
menos la gran mayoría de las personas en el mundo se encontrarán expuestas, por el simple
hecho de convivir con otros seres humanos. A estas alturas la descripción de Aristóteles del
ser humano como un ser naturalmente social, no se borran de nuestra mente 1. Pese a eso, es
posible notar que no nos detenemos muy seguido a pensar cómo es que aquello impacta en
la persona que conforma nuestra identidad, dentro de un grupo tan amplio como lo es la
sociedad, tan cuestionada por diversos escritores, dramaturgos, cineastas, poetas o pintores,
como si no fueran también ellos parte de esta. Como si no fuera yo misma también un
miembro de la sociedad, ahora que me dispongo a criticarla.
Pese a que la sociedad en sí misma será sumamente relevante a lo largo de este ensayo, es
necesario hablar de otro asunto que le concierne: ¿de qué está hecha la sociedad? De
personas, es decir, de seres individuales. Teniendo eso en mente, eso significa que cada
persona se desplaza por la sociedad como un individuo, ¿verdad?
Lastimosamente, no es exactamente el caso. Incluso pareciera que cada miembro de la
sociedad se encuentra gradualmente más apática ante sus semejantes, a tal punto en que las
interacciones se vuelven cada vez más artificiales, de tal manera en que olvidamos que
estamos interactuando con un individuo de nombre, apellido, sentimientos, miedos, e
incluso llegamos a olvidar que aquel con el que interactuamos es una persona en primer
lugar.
Este ensayo tiene por objetivo explorar la noción del individuo que puede encontrarse en
obras como Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes, Un cuarto propio de
Virginia Woolf, y La muerte de Iván Illich, de León Tolstoi. Si hay algo que estas tres
historias comparten, es que las tres exponen, sea o no de forma intencionada, algunas de las
distintas maneras en que la noción del ser humano como “individuo” es puesta en juego.
Por lo mismo resulta necesario analizar cómo es que los individuos que se presentan en la
historia viven esta experiencia de existir dentro de una sociedad, una que tiene reglas, que

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Aristóteles 50
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acepta o rechaza ciertas conductas, que juzga cada error que puede, y que, de una u otra
forma, buscará la “uniformidad”.

En ese caso, es posible señalar que la experiencia del ser humano como individuo resulta
constantemente empañada por el hecho de pertenecer a una sociedad, donde prima la
estandarización de la conducta como mecanismo de defensa ante un mundo que podría
resultarnos hostil. Esta estandarización es la que nos lleva a la sumisión, a reprimir nuestros
deseos, temores, emociones o pensamientos, porque decidimos encajar para mantenernos a
salvo, para prevenir que los ojos de las demás personas tal vez dejen de ser solo ojos que
juzgan, y pasen a ser acciones que lastiman. Esta represión es, entonces, la que de una u
otra forma nos hace perdernos a nosotros mismos como individuos, y es algo de lo que
diversos autores han logrado darse cuenta. Para poder explicar esto de manera clara, me
gustaría empezar hablando de La muerte de Iván Illich, dado que esta contiene ejemplos
muy interesantes sobre la represión de la voluntad individual para funcionar dentro de un
entorno social.

La obra empieza con — literalmente — el fallecimiento de Iván Illich, y es que la forma en


que las personas de su trabajo se lo toman es descrita de manera tan transparente, que
incluso llega a ser incómodo. Frases como “el primer pensamiento de todos los señores que
estaban reunidos en la oficina fue sobre cómo gravitaría esa muerte sobre el traslado o el
ascenso de los mismos miembros o sus conocidos” (Tolstoi 17), “(...) un sentimiento de
alegría: el muerto es él y no yo” (Tolstoi 18), entre otras frases que dan a entender que todo
lo que conlleva el velar a una persona muerta supone una molestia, un simple protocolo
que, de no ser tal, probablemente no seguirían. Solamente a partir de la muerte de una
persona, podemos encontrar dos formas en que el individuo deja de ser valorado como tal.
Tan pronto como muere el personaje que lleva el título de esta obra, las personas de su
entorno olvidan que se trata de una persona que los acompañó en los tribunales, y
actualmente solo ven de él algo que podría servirles, algo que podría suponer un beneficio
directo para ellos. Poco importa que haya muerto una persona, después de todo, tal cosa les
conviene. No sugiero que de esto se desprende directamente la alegría de ser los que
permanecen con vida, pero no sería realmente descartable. También demuestran que asistir
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al funeral supone un fastidio, después de todo, ¿por qué tienen que ir a ver a gente llorar
para poder tener la oportunidad de conseguir un puesto que acababa de abrirse? Esto alude
directamente a las conductas y pensamientos que el ser humano reprime por convivir en
sociedad. Si lo que pudiera opinar el resto, si el juicio o el reproche social no tuvieran el
poder que tienen, es probable que más de alguno de esos amigos tan cercanos y queridos de
Iván Illich hubieran dicho algo así como “¡al diablo con el funeral! ¡No me interesa estar
ahí! ¡Tengo que lograr obtener su lugar!”, pero realmente no es tan sencillo.
Cuando hablo de la represión de pensamientos, deseos y emociones, estimo necesario
señalar que hacerlo no es intrínsecamente malo cuando esto puede suponer un daño a
algunas personas, no obstante, deseo señalar esto sin olvidar que la moral es un concepto
que hemos ido construyendo, o al menos obedeciendo entre todas las personas a lo largo del
tiempo, y por supuesto, señalando que exponer un hecho no tiene relación con que este
resulte apoyado o repudiado por mi persona. Regresando a eso, es evidente que los
compañeros de Illich han demostrado empatía e interés por el deceso, casi solamente por el
protocolo, por el decoro que eso supone. Mismo decoro del cual Illich se sintió preso al
encontrarse en vida, de tal modo en que fue renunciando a ser él mismo, y fue fabricando
una vida de mentiras con una esposa con la que llevaban una terrible relación, mientras iba
modificando su casa con objetos cada vez más ostentosos, y todo eso en nombre del decoro,
por querer agradarle a la gente que él consideraba superior. Dejar de ser él mismo es un
precio que estuvo dispuesto a pagar con tal de obtener más poder en el mundo jurídico.
Poder que al parecer solo obtendría mediante la aprobación de otros.

Dejar de ser uno mismo para encajar en la sociedad es, sin dudas, una experiencia muy
común pero no por eso menos dolorosa. Acostumbra a las personas a la idea de que, si son
ellos mismos, lo más probable es que resulten indeseables para las personas de su entorno.
No obstante, ¿cómo sería la experiencia de presentarse ante el mundo sin que nada de eso
importe? En un ejemplo un poco más esperanzador, quiero presentar a Don Quijote de La
Mancha.
Puede resultar un poco contraproducente hablar de la historia de este señor cuando acabo de
hablar de lo triste que es dejar de ser uno mismo, pero si lo pensamos bien, ¿está el
protagonista de esta obra reprimiéndose y ocultando su forma de ser para encajar en la
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sociedad? Absolutamente no, y es que incluso cuando se pone un nuevo nombre para jugar
a ser un valiente hidalgo, y se dirige a vivir diversas aventuras, se opone a la corriente, de
tal manera que, incluso cuando juega a ser otra persona, este juego nos revela mucho de él,
o al menos, más de lo que sabemos de muchas personas que pasarían desapercibidas por
guardarse sus gustos y aficiones para ellos mismos. Alonso Quijano es una persona que se
abre mucho más al mundo, porque lo adapta a lo que él desea, y él juega con todo y todos a
su gusto, en vez de ser controlado por lo que la sociedad esperaría que haga. De hecho,
muchas veces es juzgado a lo largo del libro. Uno de los ejemplos más memorables es el
caso del ventero con el que el Quijote se encuentra en su primera aventura. Este
constantemente demuestra percibirlo como un loco, mientras se ríe de las cosas que dice, o
bien, cuando “contó el ventero a todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped”
(Cervantes 90). Esto último, intentando incitar al resto de personas, a burlarse de él, o bien,
a que juzgaran a su nuevo hospedado.
Esta es solo una de las formas en que la sociedad se expresa al encontrar un individuo que
rompe el patrón de conducta al que acostumbran. El Quijote, por su parte, decide seguir
viviendo muchas más aventuras pese a esta experiencia, y a vivir otras similares. No es el
tipo de desenlace que generalmente reciben las personas tras sufrir de los perjuicios que
conlleva el resaltar dentro de la sociedad como una “masa uniforme”, donde aquel que se
distingue es tomado por loco, lo que muchas veces forzaría a una persona a iniciar su
camino para dejar de ser su propia persona, e iniciar con esta represión con el fin de
protegerse.
Tal vez este tipo de cosas son las que hacen que el Quijote sí tenga al menos un grado de
valentía del cual jactarse, incluso si en realidad todo hubiera sido efectivamente una locura,
pero él decidió vivir el resto de su vida bajo sus propios términos, y aun cuando salía al
mundo con otro nombre, él salía a ser quien él quería ser.
Todo esto puede sonar como una historia bella o inspiradora, o puede que simplemente
suene como alguien intentando defender a un completo loco, pero nuevamente, el Quijote
como individuo, se atreve a contravenir lo socialmente aceptado, y elige vivir la vida de su
mundo de libros, en lugar de regirse por el ojo juicioso de la sociedad.
Aracelly Palacios

Esto es, sin dudas, un poco más alegre. En el fondo, cada persona que ha ocultado algo de
sí misma para adaptarse, desearía tener algo de la valentía que el Quijote demostraba
saliendo al mundo a ser quien él deseaba ser.

Ahora, supongamos que una persona encuentra este libro, y se divierte con las historias de
este personaje, de tal manera en que sus tragedias, sus delirios y hazañas provocan algo de
inspiración. La suficiente para fantasear con salir al mundo a ser la persona que sueñas ser.
Es algo bonito, y seguramente esperanzador. Ahora, pensemos en lo desgarrador que debe
ser para esa persona el querer compartir este sueño con las personas de su entorno, y que le
rompan el corazón casi inmediatamente al decirle algo como “tú no puedes hacer eso,
porque eres una señorita”. Cuando tu sola existencia, es condicionante para ser ocupar un
lugar en el mundo como individuo o como “accesorio”, es cuando llega el momento de
invocar el ensayo de Woolf.

Un cuarto propio viene a demostrarnos una forma de arriesgar nuestra calidad como
individuos dentro de una sociedad, completamente distinta a lo previamente discutido, pues
aquí no es necesario el juicio de la sociedad el que va reprimiendo a las personas, o siquiera
ir contra la corriente para perder la oportunidad de vivir dentro de la sociedad de manera
libre o cómoda. A veces, para que la libertad resulte coartada, solo basta con nacer, y ser
mujer.
“¿Por qué los hombres bebían vino y las mujeres agua? ¿Por qué era un sexo tan próspero y
el otro tan pobre?” (Woolf 43). Esta es una de las interrogantes que se planteaba la autora,
en un contexto donde las desigualdades entre hombres y mujeres se encontrabas
pronunciadas con mucha mayor fuerza que en la actualidad. ¿No es eso terrible? Que un
acto como el de iniciar la existencia mediante el nacimiento sea suficiente para condenar a
una persona a ser pobre, a existir para servir a otros en vez de ser dueña de la propia vida,
simplemente por el sexo biológico, o por el género que fue asignado al nacer. La obra de
Woolf nos va relatando cómo es que hay tantas obras sobre mujeres —casi todas escritas
por hombres — donde las palabras que se dirigen a las mujeres sin siempre despectivas,
reduciéndolas a seres inferiores, o incluso confesando el plan de insegurizarlas y hacerlas
creer débiles para mantenerlas subordinadas ante el hombre, de tal modo en que el carácter
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de individualidad de una mujer no es algo que pierde por resaltar entre la multitud ni es
algo que reprime por haber sido reprochada “por hacer algo”, sino que es algo de lo que se
les enseña a carecer, se les enseña a no querer eso, porque se les prepara para crecer
pensando que es algo que nunca obtendrán, a menos que se creen unas “oportunidades
artificiales”, como aquellas en que alguna voz irritante dice que “por supuesto que eres
libre de hacer esto, pero también tienes que ser madre todo el día, ser esposa todo el día,
mantener una casa todo el día, y todos los días, pero aun así eres libre de conseguir un
trabajo y tener tu autonomía, así que si no lo has hecho es porque tú no quieres”. Este es,
por ahora, mi mejor intento por explicar ese punto. A lo que voy, es que a las mujeres, al
menos durante el período de la autora, se les limitaba mucho más que ahora, y se les
privaba de todo. Las empobrecieron y les quitaron toda posibilidad de moverse solas por el
mundo de manera autosuficiente, para que, cuando no mostraran interés en obtener algo
que no les iban a otorgar, dejasen de luchar por su individualidad. Cosa que a los hombres
de esa época, al menos según la obra de Woolf, parecía convenirles muchísimo.

A final de cuentas, cuando se trata de la individualidad, eso conlleva algo que incluso hoy
en día resulta fantasioso. Normalmente deberíamos estar pensando que hoy por lejos somos
mucho más libres, pero estamos en una sociedad diferente, y con ella hemos encontrado
nuevas formas de aprisionarnos por el miedo a ser juzgados, cosas como la cultura del
cringe en internet son la nueva forma de repudiar socialmente a aquel que sobresale de
maneras poco convencionales, de tal manera en que esto resulta incluso aceptado. El
mundo digital ha impulsado una nueva forma de estandarizar la conducta humana,
fomentando el pudor a nuestra autenticidad, y junto con eso, incentivando las apariencias,
con tal de ser aceptados, o simplemente, no ser víctimas del rechazo social, que, mediante
las redes, puede llegar a masificarse. Es entonces cuando es posible preguntarse, ¿qué
estaría haciendo si no me importara lo que la gente piensa de mi? No lo sé, pero tal vez
entre todas las opciones, me encontraría subida en un caballo, yendo a buscar nuevas
aventuras en una armadura oxidada.
Aracelly Palacios

Bibliografía
Aristóteles. Política. Santiago: Liberalia, 2017.
Tolstoi, León. La muerte de Iván Illich. Santiago: Ediciones Tácitas, 2022.
Cervantes, Miguel de. Don Quijote de La Mancha. Barcelona: Penguin Random House,
2022.
Woolf, Virginia. Un cuarto propio. Santiago: Liberalia, s/f.

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