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ESTUDIO BÍBLICO
“LA CONCUPISCENCIA”
El término concupiscencia proviene del griego “epithumia” y del latín “concupiscentia” (codicia,
ambición, deseo ardiente de algo), que deriva de la forma verbal “cupere” y que significa desear
ardientemente, ambicionar, ansiar, lo cual es una tendencia natural de los seres humanos.
Santiago 1:12-15: 12 bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya
resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le
aman. 13 cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no
puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; 14 sino que cada uno es tentado, cuando de
su propia concupiscencia es atraído y seducido. 15 entonces la concupiscencia, después que ha
concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.
No es pecado el ser tentado por el mal. Jesús fue tentado (Mateo 4:1). El pecado comienza
cuando el deseo perverso "nos arrastra" de donde nuestros corazones deben estar. Cuando
nos encontramos con la tentación, podemos rechazarlo como lo hizo Jesús, y centrarnos
nuevamente en el camino que Dios ha puesto delante nuestro (Mateo 4:10), o también en el
caso de José que rechazó inmediatamente la tentación cuando fue tentado por la esposa de
Potifar (Génesis 39:9-12). O podemos entretener este deseo y esta tentación como hizo David
con la esposa de Urías. Cuando la tentación nos atrae, podemos optar por ceder o resistir.
En Santiago 1 se nos dice que «la concupiscencia concibe», es decir, este deseo empieza
como una semilla, un pensamiento lleno de deseo erróneos. Si accedemos a que las semillas
de la concupiscencia broten, crecerán y serán muy difíciles de dominar. La tentación se
convierte en pecado cuando permitimos que crezca en nosotros, el deseo ahora tiene vida
propia y se transforma en concupiscencia. Jesús dejó claro que la concupiscencia es pecado,
incluso si físicamente no lo realizamos (Mateo 5:27-28). Nuestros corazones son el campo de
Dios y cuando accedemos que la maldad entre y brote, profanamos su templo (1 Corintios
3:16; 6:19).
Antes en nuestra vieja vida nosotros vivíamos de esta manera (Tito 3:3) Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias
y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros.
Pero ¡Qué bueno saber que en Cristo ya somos libres del poder del pecado! Los hijos de
Dios no tenemos que vivir esclavizados por nuestros deseos y pasiones, ya que por la gracia
de Dios somos libres de su poder (Romanos 6:11-12) 11 Así también vosotros consideraos
muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. 12 No reine, pues, el
pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias.
Ejemplos de concupiscencia
• El deseo de tener más de una pareja amorosa.
• Desear a otra persona estando ya casados.
• Deseo de tomar bebidas alcohólicas sabiendo que provocará un estado de ebriedad.
• Deseo tomar dinero que no es tuyo.
• Deseo de probar drogas que parecen «inofensivas».
• Deseo de perforarse o tatuarse sin orar a Dios antes pasa saber si es correcto o no.
• Deseos de ir a lugares poco apropiados como bares y discotecas.
Cuando anhelamos de corazón agradar y obedecer a Dios más que a nosotros mismos,
podemos controlar la concupiscencia. Dios es el único eterno. Todo lo que hay sobre la tierra
terminará. ¿Por qué esforzarnos tanto en satisfacer nuestros deseos físicos? El camino
correcto, el que debemos procurar, es el camino de la obediencia a Dios, porque «el que hace
la voluntad de Dios permanece para siempre».
Medita en los siguientes versículos bíblicos e intenta memorizarlos. Llena tu mente y tu corazón
de la Palabra de Dios. Recuerda cómo Jesús venció la tentación: hablando la Palabra (Mateo
4:1-11). Sigue su ejemplo y vive la vida victoriosa que él ya obtuvo para ti.
1 Juan 1:9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados,
y limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 2:1-2 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no
pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo. 2 Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo.
Tan pronto como le confesamos nuestros pecados a Dios, Él nos perdona. Lo vimos con David.
Hizo tanto mal. Incluso mató a Urías uno de sus más fieles soldados. Sin embargo, tan pronto
como confesó su pecado, “El Señor lo redimió”. El ceder a la tentación significa pecado y el
pecado necesita nada más y nada menos que perdón y pedir perdón, pedirle perdón al Padre y
perdonar a aquellos que probablemente herimos, aprender la lección que tengamos que
aprender y seguir adelante.