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Leyenda de las cataratas del Iguazú

En la provincia de Misiones se encuentra en maravilloso paraje de las Cataratas del


Iguazú. Sobre su origen se han formado historias como esta, donde la trágica relación de
amor entre dos jóvenes da lugar a un hermoso salto de agua.

Dice la narración que hace mucho tiempo, los guaraníes habitaban en las orillas del
río Iguazú. Allí también moraba el dios Boi, quien se encargaba de proteger a la tribu.
Un buen día, la deidad conoció a Naipí, la hija del señor de la aldea. Pronto, se
obsesionó con la joven y pidió su mano al padre de esta. El cacique aceptó sin
consultarlo con Naipí.
La muchacha estaba enamorada de Tarobá, un joven de relativo a otra tribu del sur.
Así, el día de la boda, planearon escapar juntos.
En la ceremonia, mientras los invitados estaban distraídos, la muchacha consiguió
escapar en busca de su amado, quien la esperaba en una canoa. En cambio, Boi la
persiguió y, furioso, alzó la tierra haciendo que una parte del río se elevara sobre la
otra. Así formó una gran catarata que separó a Naipí y a Tarobá. No conforme con
esto, Boi convirtió al muchacho en un árbol y a la joven en una piedra, situada en el
centro del río.
Después, el dios se guardó en una cueva para vigilarlos eternamente e impedir su
unión.
Cuentan que, desde entonces, en días de lluvia y sol intenso, sale el arcoíris que une
por un instante el árbol y la piedra. De esa forma, los jóvenes se unen.
Leyenda del Cerro de los Siete Colores
Hay lugares extraordinarios que han sido formados durante millones de años por
procesos naturales, y que tienen una explicación geológica. En cambio, hay narraciones
que han surgido para explicar su origen. El aspecto del Cerro de los Siete Colores,
en Purmamarca, tiene también su justificación fantástica, una leyenda que ha
permanecido a lo largo del tiempo entre sus pobladores.

Dice la narración que en un pueblo llamado Purmamarca, de la provincia de Jujuy,


los paisajes siempre se veían apagados y tediosos.

Un día, unos niños del lugar le preguntaron a sus padres qué podrían hacer ellos para
alegrar el paisaje. Aunque ellos no supieron qué responder, los jóvenes decidieron
darle una solución al asunto. Para ello, reunieron toda la pintura de color que iban
encontrando y, durante las noches, subían al cerro y lo pintaban. Así hicieron
durante siete noches consecutivas.

La séptima noche, sus padres se despertaron y, al ver que sus hijos no estaban en la
casa, salieron en su búsqueda. Junto a ellos, iba un grupo de vecinos de la localidad,
quienes también buscaban a sus retoños. Pronto, miraron todos al cerro y, para su
sorpresa, vieron como el insulso cerro se había convertido en un hermoso lugar
pintado de siete alegres colores.
Desde entonces, el cerro da vida y alegra a todos los habitantes de Purmamarca.

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