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A quién le importa

Los vasos de whisky ya no alcanzaban para callar todas las penas que podían

escucharse a kilómetros de distancia. Ya perdí la cuenta de todos los meses que

llevo encerrado en mi casa, no puedo levantarme del sillón por mucho que lo

intente. La imagen que los demás tenían de mi está completamente enterrada bajo

tierra, pero como mi madre solía decir, a quién le importa. Ella me enseño esa

frase cuando yo era muy chico. Mis compañeros se reían de mi por mis gustos,

por mi apariencia, la ropa que llevaba, básicamente buscaban cada mínimo detalle

que podían encontrar con el fin de burlarse de mí. Pero mi querida madre me

decía sonriendo con sus ojos marrones brillando, “A quién le importa, no les

prestes atención, ya vas a ver que cuando crezcas ellos van a arrepentirse de todo

lo que te hacían al ver todo lo que vas a lograr.” Aparte de esas situaciones, ella

usaba esa frase en cada oportunidad que encontraba, le gustaba mucho. Ojalá

pudiera escucharla decirla una última vez.

Los primeros meses después de su partida fueron definitivamente los peores, lo

único que podían escuchar mis vecinos eran llantos incontrolables toda la noche.

Ahora, ya no lloro más. No porque no la extrañe, pero porque ya no me quedan

lágrimas para dejar caer. La depresión me está consumiendo más rápido que los

mosquitos a los moribundos que divulgan las calles en la madrugada. Siento que

mi corazón cada día se marchita más, como una flor que no recibe la suficiente luz

del sol para seguir floreciendo. Esa luz es mi madre, y ya no la tengo conmigo.

Hoy es un día especialmente duro para mí, es el cumpleaños de ella, la mujer que

siempre cuido de mí no solo porque era su deber como madre sino porque me
quería de verdad. Nunca la fui a visitar, me rompería el corazón ver como una

persona tan alegre y llena de vida haya pasado a ser solo un nombre en una

lápida como si no valiera nada. Decidí dejar el sillón de una vez por todas y fui

determinado hacia la puerta para comprarle flores a mi madre, es lo mínimo que

puedo hacer cuando ella merece el mundo entero y más.

Agarré mi billetera llena de polvo y abrí la puerta sin pensarlo dos veces. Fui

directo a la florería a la vuelta de mi casa y le compré sus flores favoritas, las

margaritas. Una vez que ya las tenía en mis manos, empecé a correr hacia el

cementerio donde ella descansaba. Nunca sentí a mi corazón tan vivo en tanto

tiempo. Podía ver la puerta del cementerio a lo lejos, cada vez estaba más cerca.

Estaba sintiendo muchas emociones al mismo tiempo, la ansiedad corría por mis

venas. Cada paso que daba, le echaba una ojeada a las flores para saber que

estaban los más perfectas posibles. Ya estaba dentro del cementerio sin siquiera

darme cuenta. Corrí y corrí hasta llegar a la tumba de mi madre y apenas di el

último paso, después de tanto tiempo, rompí en llanto.

Estuve horas contándole todo lo que pasó desde que se fue, lo mucho que la

extrañaba y recordando muchos de los momentos por los que pasamos juntos. Y

aunque sé que no podía escucharme, alguna pequeña parte de mí, muy en el

fondo, quería creer que sí. Pero después de hablar por tanto tiempo, me quedé en

silencio un rato, hasta que decidí hacer lo que venía queriendo hacer hace ya

mucho tiempo. Prácticamente desde el día en que la vi por última vez.

Me despedí de ella con mis ojos llorosos y me fui del cementerio. Pero no estaba

dirigido hacia mi casa. Estaba yendo a nuestro lugar favorito, del cual estoy casi
seguro que solo ella y yo sabíamos que existía. Era un puente “abandonado”, si es

que así podía llamarse, donde nunca había nadie. Íbamos juntos ahí a disfrutar de,

como yo le decía de chico, “los puntitos que brillan”, solos, en silencio.

Una vez que llegué, ya estaba tan oscuro a causa de la luna que lo único que

podía verse eran las estrellas que iluminaban poco y nada, pero seguían siendo

completamente admirables. Entonces, miré al cielo y dije en un susurro, “Te amo

mamá”. Una última lagrima cayó sobre mi mejilla. Estaba completamente solo, la

única persona que me entendía y siempre me apoyaba ya no estaba conmigo. Me

paré sobre la cornisa del puente. Debería tener cuidado, un paso en falso y podría

terminarlo todo. Pero como mi madre siempre decía, a quién le importa.

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