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“Psicoanálisis y Psicoterapia”
Silvia Elena Tendlarz
Para salir de la nebulosa de la creencia que todo resulta benéfico para exorcizar el
sufrimiento es necesario distinguir las psicoterapias del psicoanálisis aplicado a la
terapéutica. Lacan indica que el dispositivo de formación de los analistas creado por la
IPA produjo que los analistas en formación utilizaran la llamada “inspiración
psicoanalítica” para los tratamientos que emprendían como psicoterapias en tanto que no
estaban autorizados aún institucionalmente para el ejercicio del psicoanálisis. En
realidad, el adjetivo “inspiración psicoanalítica” atribuido a la psicoterapia es un híbrido
que no nombra verdaderamente el quehacer del psicoanalista y lo único que logra es
degradar la concepción popular de la cura analítica homologándolo a las psicoterapias, y
volver a encerrar en las penumbras los demonios oportunamente invocados por Freud.
En el curso “El lugar y el lazo” Miller parte de la oposición llevada a cabo por Lacan entre
el psicoanálisis puro, que desemboca en el final del análisis, y el psicoanálisis aplicado
que incluye los distintos contextos y casos en los que el analista es convocado. Advierte a
continuación que no debe confundirse el psicoanálisis aplicado a la terapéutica con la
psicoterapia. Por otra parte, siguiendo con estas distinciones, señala el error que sería
suponer que el psicoanálisis puro es el verdadero y el psicoanálisis aplicado el falso o
impuro, o separar demasiado el psicoanálisis puro del aplicado sin correr el riesgo de
volverlo un ideal que haga caer inevitablemente lo terapéutico del lado de las
psicoterapias. El psicoanálisis aplicado no traduce el ejercicio del psicoanálisis fuera del
consultorio del practicante como se podría suponer, sino que en cada oportunidad en que
se pone en juego la preocupación terapéutica nos encontramos en el psicoanálisis
aplicado a la terapéutica. Y esto incluye el quehacer del psicoanalista en el propio
consultorio. Es por ello que en rigor estas distinciones son más bien instrumentales y los
dos psicoanálisis están íntimamente emparentados.
A partir de estas consideraciones puede entenderse por qué la encrucijada actual recae
sobre la distinción entre el psicoanálisis aplicado a la terapéutica y las psicoterapias: se
trata de poder conservar la perspectiva ética otorgada por el deseo del analista desde
donde se dirige la cura, sin caer en una posición ecléctica que dirima los principios
propios de la práctica analítica en un magma indiferenciado.
Ahora bien, el debilitamiento actual de la relación con los significantes-amos hizo
desaparecer las curas milagrosas de los pioneros del psicoanálisis puesto que el
psicoanalista contemporáneo no ejerce ya el efecto de sugestión que se desprendió de la
invención del psicoanálisis. No obstante, la sugestión es un efecto solidario a la
instauración misma de la transferencia y como tal debe situarse una salida a la sugestión
para que el análisis no se vuelva un ejercicio de poder tal como ocurre en las
psicoterapias. Examinaremos, pues, a continuación la propuesta de Lacan que permite
zanjar esta paradoja.
Al introducir los cuatro discursos en el Seminario 17, “El reverso del psicoanálisis”, Lacan
propone al discurso amo como el reverso del discurso del analista. El discurso amo se
caracteriza por el dominio del significante amo ubicado en el lugar del agente, que
sostiene la articulación significante y la emergencia de sentido, y por ende, produce un
efecto de sugestión por la acción del que toma la palabra sobre el otro (S1---S2). Este
discurso se caracteriza por el desconocimiento del fantasma en tanto que el objeto y el
sujeto quedan en disyunción.
En cambio, el discurso del analista renuncia a la idea de dominio puesto que en tanto que
el analista ocupa el lugar del objeto a permite que el sujeto encuentre los significantes
amos con los que se ha identificado y se sitúe en relación con su objeto a, vale decir, con
su fantasma (a---$).
En Los signos del goce, J.-A. Miller produce una articulación entre el grafo y estos dos
discursos que pone al descubierto dos estatutos del Otro, como así también del S1: se
presenta solo y también articulado a otros significantes. El discurso del amo concierne al
I(A) que sostiene la articulación significante. En cambio, el discurso del analista, como su
reverso, queda en relación al S(A) barrado que expresa la falta estructural significante y
la presencia del S1 solo, es decir, la disyunción entre el S1 y S2.
El circuito del piso inferior del grafo pertenece así al discurso amo y da cuenta del poder
de sugestión que produce la conducción de la cura desde el lugar del Ideal. En cambio, el
discurso del analista queda enlazado al piso superior en tanto que no actúa a partir del
dominio del significante amo, sino desde su lugar de objeto a, y desde allí apunta a la
separación de los S1.
Para concluir
En los años 50 lo presentó en términos de la dicotomía entre los dos pisos del grafo y la
oposición concomitante entre transferencia y sugestión: la salida se encuentra a partir de
la interpretación del analista en la medida en que permite salir al paciente del circuito
infernal de la demanda de sentido, y apunta con su virtud alusiva al más allá de la
intención de significación, al objeto de la demanda de amor.
En los años 60 la interpretación que apunta al sin sentido, a partir del analista en el lugar
de objeto de la transferencia, soporte del sujeto supuesto saber, permite que el deseo
del analista sostenga la distancia entre el Ideal y el objeto a, posibilitando la emergencia
de la vertiente pulsional de goce. De esta manera, el análisis se opone al poder sugestivo
de la hipnosis.
En los 70, la articulación de los discursos separa la regulación y el dominio propuesto por
el discurso amo del discurso analítico que opera en el sentido contrario a la producción
de sentido, y en el que la sugestión se vuelve inoperante.
Podemos concluir entonces que si existe una salida del círculo infernal de la sugestión
que invoca el poder discrecional del oyente y su automatismo de producción de sentido,
tal como se presenta en las psicoterapias, esta se encuentra en el corazón de la
experiencia analítica y en el encaminamiento de la cura que invoca el deseo del analista.
Bibliografía
J. Lacan, “La dirección de la cura y los principios de su poder” (1958), Escritos, Siglo
Veintiuno, México, 1976.
- El Seminario, Libro 5: Las formaciones del inconsciente (1957-58), Paidós, Buenos Aires,
2000.
- El Seminario, Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964),
Piados, Buenos Aires, 1993.
- El Seminario, Libro 17: El reverso del psicoanálisis (1969-70), Piados, Buenos Aires,
1992.
- Télévisión, Seuil, Paris, 1973.
J.-A. Miller, Los signos del goce /1986-87), Paidós, Buenos Aires, 1998, cap. 20.
- Donc (1993-94), curso inédito.
- “Le clivage psychanalyse et psychothérapie”, Mental 9 (2001).
- “Psychanalyse pure, psychanalyse appliquée et psychothérapie”, La cause freudienne 48
(2001