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El papel de la víctima en el proceso penal según el Proyecto de Código Procesal

Penal de la Nación

Por Santiago Martínez

I) Planteo del tema

Se ha sostenido que la víctima es“un convidado de piedra del sistema penal”[1].


Esta circunstancia formó parte de una concepción que tenía como premisas que
persecución penal debía ser pública y obligatoria, y que el sistema penal es un
instrumento de control y castigo. Si bien a medida que fue transcurriendo la
historia fue ganando el espacio que alguna vez fue suyo, nunca volvió a ocupar un
lugar preponderante en el proceso.

Sin perjuicio de ello, hubo una nueva corriente doctrinaria y jurisprudencial que
comenzó a abogar por los derechos del ofendido en el proceso penal. Esta
corriente presenta diferencias entre aquellos que sólo reclaman una mayor
participación del ofendido[2] y aquellos que, con una posición más radicalizada,
exigen la devolución del conflicto a las partes[3].

Las ideas comenzaron ha ser receptadas, aunque en forma limitada, en los


ordenamientos adjetivos a través de la inclusión de distintas normas tendientes a
proteger al damnificado del delito; otorgándole nuevos derechos y una información
más amplia del desarrollo del proceso.

Recientemente, el Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y


Sociales (INECIP) ha presentado a la Comisión de Justicia de la Cámara de
Diputados de la Nación un anteproyecto de CPPN en el que se ha buscado
acentuar el modelo acusatorio[4]. El objeto de este trabajo es, entonces, realizar
un breve análisis del papel que se le ha otorgado a la víctima del delito en el
proyecto y compararlo con código vigente . Para ello, se efectuará una reseña de
las facultades otorgadas por el ordenamiento adjetivo actual y de los derechos
protegidos constitucionalmente.

II) El Código vigente


En el año 1992, luego de varios proyectos de reforma frustrados, el ámbito federal
despedía al viejo CPMP –vigente desde 1889- y adoptaba un nuevo ordenamiento
adjetivo cuyo mayor avance estaba dado por la instauración del juicio oral. El
proyectista, Ricardo Levene (h), tomó como base el código de Córdoba de 1939,
con algunas modificaciones que ya había introducido en el código de La Pampa, y
presentó su modelo procesal.

Respecto del tema en estudio, el proyecto original no preveía la figura del


querellante ni la de la víctima, sino que limitaba su participación en el proceso
penal como actor civil. Los argumentos del proyectista hacían referencia a que
“(e)s hoy inadmisible en materia penal, donde predominan conceptos de
reeducación y defensa social, que el Estado se ponga al servicio del interés
pecuniario o de la venganza personal, que son casi siempre los móviles se ponen
en evidencia si nos fijamos en el gran número de querellantes que desisten de su
acción, dando pretextos fútiles, una vez que han percibido la suma en la que se
consideran perjudicados. Casi siempre el acusador particular es, según la vieja
frase, la quinta rueda del carro, destinada a dilatar los términos, demorar los
incidentes de excarcelación y, en una palabra, a entorpecer el procedimiento, para
prolongar, nada más que por venganza, la detención del acusado” [5].

Fue en la Cámara de Diputados, con la colaboración del entonces Ministro de


Justicia, en donde se le incorporaron distintas modificaciones al proyecto, entre las
que se encontraban estas figuras[6]. Sin embargo, respecto del acusador
particular no se lo dotó de autonomía para participar en el proceso, sino que se
estableció que su accionar sería adhesiva a la del Ministerio Público Fiscal.

Pues bien, a continuación analizaré que derechos y como se ha regulado la


participación del ofendido en el proceso penal en este ordenamiento adjetivo.

II.a) La víctima

El CPPN no define quienes deben ser considerados ofendidos por el delito. Esta
cuestión, mejorada al legislar la participación del querellante, no es menor, pues
ha generado distintos problemas en torno a la interpretación de tal calidad. Esta
falencia ha tratado de ser mejorada por la doctrina. Se consideró entonces que su
definición, en el derecho argentino, es la tradicional; en razón de que, hace
referencia “al portador real del bien jurídico concreto dañado o atacado, concepto
incluso limitado aún más por su referencia sólo a aquellos delitos que permiten
identificar a una persona individual, de existencia visible o jurídica, como portadora
de ese bien jurídico”[7].

Entre los artículos 79 a 81, el ordenamiento adjetivo establece los derechos de la


víctima y el testigo. Estos derechos se erigen, en el proceso penal, como
contrapartidas de los que son propios del imputado[8]. Puede resumírselos en: a)
a recibir un trato digno y respetuoso por parte de las autoridades judiciales; b) a
que se cubran sus gastos de traslado y, cuando se trate de una persona mayor o
una mujer embarazada, a que el acto para el que se lo cita sea realizado en su
domicilio; c) a la protección de su integridad física y moral, como así también de
sus familiares; d) a ser informado del resultado del acto para el que se lo citó como
así también del estado de la causa y de la situación del imputado; e) a ser
informado a través de la Oficina de Asistencia a la Víctima de las posibilidades de
participar del procedimiento; f) cuando se trate de un menor o incapaz, a ser
acompañado de una persona de su confianza.

Frente a estos derechos, se le impone al Estado la obligación de garantizarlos


desde el comienzo de la investigación y a hacérselos saber al ofendido a partir de
su primera citación.

Como puede observarse, si el ofendido por el delito quiere participar en el proceso


penal no tiene otra posibilidad que la de constituirse en las formas previstas por el
CPPN. La enunciación de derechos que efectúa la ley procesal no es suficiente,
como se verá seguidamente, conforme la normativa constitucional. Incluso, como
bien señala Córdoba, hubiera sido preferible que se dejara expresamente la
posibilidad de que la víctima pueda ser acompañada por su abogado de confianza
en todos los casos[9].

Por último, es preciso señalar que tanto la Ley de Organización y Competencia


Penal (24.050) como la Ley de Implementación y Organización del Proceso Penal
Oral (24.121) previeron, en sus artículos 40 y 82 respectivamente, la creación de
una Oficina de Asistencia y Asesoramiento de víctimas y testigos. Hubo que
esperar hasta el año 1998 para que, en el ámbito del Ministerio Público Fiscal, se
creara la oficina mencionada. A través de la resolución PGN 58/98, el entonces
Procurador General de la Nación Nicolás Becerra, determinó que la oficina deberá
asesorar jurídicamente a la víctima sobre las posibilidades de asistencia estatal
como así también a aquellas que presenten cuadros sociales complicados.
Asimismo, deberá efectuar estudios criminológicos con el objeto de descubrir los
sectores que tienen alto riesgo de ser victimizadas y ponerlos en conocimientos de
los organismos competentes, con los que deberán establecerse vínculos
administrativos y jurídicos.

II.b) El querellante de acción pública

El querellante es el sujeto procesal eventual que inicia o se incorpora a un proceso


con el objeto de poder ejercer la pretensión procesal penal. Sus funciones están
equiparadas a las del Ministerio Público Fiscal, aunque su participación es
adhesiva a la de aquél. Sin perjuicio de ello, no le alcanzan ciertos deberes o
facultades funcionales que son propias del acusador público, como son las
obligaciones de obrar con objetividad y lealtad, el deber propio que impone el
principio de legalidad o la facultad de recurrir a favor del imputado[10]
Es el artículo 82 del Código adjetivo el que lo introduce en la escena del proceso.
La citada norma expresa que tendrá derecho a constituirse en parte querellante
toda persona con capacidad civil particularmente ofendida por un delito de acción
pública. Este es el requisito fundamental y que le da razón a la existencia de esta
figura. “Si desde la presentación de la denuncia no se ha podido verificar el
cumplimiento de los requisitos previstos en el artículo 176 del C.P.P., no puede
legitimarse la participación a título de querellante del recurrente, ya que el artículo
82 del mismo cuerpo legal establece como precondición para adquirir tal calidad la
existencia previa de un hecho ilícito, o al menos prima facie verosímilmente
acreditado”[11]

La norma en cuestión establece también las funciones del querellante. Así, este
sujeto procesal puede impulsar el proceso, proporcionar elementos de convicción
y podrá argumentar sobre ellos.

Asimismo, se lo autoriza a recurrir las decisiones que no le sean favorables -


siempre que la ley ritual se lo permita expresamente. En este sentido, se le
permite al querellante apelar las resoluciones dictadas por el Juez por las cuales
se le pone fin al proceso - v.gr. archivo (artículo 195), el sobreseimiento (artículo
337) -, el auto de procesamiento (artículo 306), el auto de falta de mérito (artículo
311) y a las excepciones de previo y especial pronunciamiento (artículos 339 y
345). A su vez, el artículo 180 in fine lo autoriza a apelar las resoluciones por las
cuales se desestima la denuncia o se la remite a otra jurisdicción.

Por otra parte, se le debe notificar al querellante acerca de la realización de


medidas de prueba (artículo 201); como, por ejemplo, producción de ruedas de
reconocimiento, reconstrucciones, pericias e inspecciones, etc. La parte
querellante podrá participar de estas medidas de prueba si el juez así lo dispone.
En relación a las medidas de prueba irreproducibles, su participación está
preservada. El objeto de esta normativa, es asegurar al actor penal privado la
publicidad, con iguales límites que a las otras partes[12]. También se le debe
notificar sobre la designación de peritos y permitirle que proponga peritos de parte
para la realización de los estudios técnicos (artículos 258 y 259).

También se le debe correr vista al acusador particular en relación al cierre de la


causa, para que efectúe la elevación a juicio (artículo 346) y sobre las excepciones
interpuestas (artículo 340). En el supuesto caso que el sujeto procesal en estudio
no esté de acuerdo con la decisión de no efectuar la elevación a juicio por parte
del agente fiscal, puede generar un incidente mediante el cual, la cámara de
apelaciones controla la decisión de no acusar por parte del primero (artículo 348).

El querellante se encuentra facultado, además, para intervenir en la discusión


final del debate (artículo 393) alegando acerca de la prueba que se ha recolectado
y solicitando una pena para el autor del delito. En caso de una condena adversa a
su pretensión, el acusador particular se encuentra facultado para interponer
autónomamente el recurso de casación e intervenir en su sustanciación (artículo
460)[13]. El único límite que encuentra el querellante en esta vía extraordinaria es
el hecho de que sólo podrá apelar en los casos en los que lo puede hacer el
Ministerio Público[14].

Por último corresponde analizar que es lo que ocurre en relación al juicio


abreviado. Respecto de esta institución, el artículo 431 bis establece que el
acuerdo es realizado entre el fiscal y el imputado, dejándose fuera de la
negociación en sí a esta figura procesal. La norma prevé que una vez que se haya
presentado el acuerdo al tribunal de juicio, y antes de que se dicte sentencia, se
deberá recabar la opinión del acusador privado. Sin embargo, esta opinión no será
vinculante para los jueces. El fundamento de la limitación a la participación del
querellante estaría dado por la necesidad de simplificación y celeridad. Sin
embargo, como señala Bertolino[15], esta circunstancia evidenciaría una
contradicción pues por un lado se propone la solución del conflicto penal a través
del consenso entre las partes y por el otro, se limita la participación de uno de los
principales interesados.

Más allá de todas estas atribuciones, no se autoriza al querellante a estar presente


en la indagatoria prestada por el imputado ante el juez de instrucción. Lo mismo
ocurrirá en los casos en que el perseguido penalmente se presente
espontáneamente en sede instructoria (artículos 73 y 279) o en los cuales
corresponda la instrucción sumaria (artículo 353 bis). No podrá, además, dirigir la
instrucción penal preparatoria o instrucción.

Tampoco se autorizará la intervención del querellante en materia de coerción


personal. Así, por ejemplo, no se le permite apelar el auto que concede o niega
una excarcelación o exención de prisión (artículo 332).

Finalmente, en la última etapa del proceso, la etapa de ejecución, el querellante no


tiene participación alguna en los incidentes (artículo 491) y, por lo tanto, tampoco
tiene posibilidad recursiva alguna.

II.c) El actor civil y el querellante de acción privada

En este último apartado dedicaré brevemente a otras dos formas de participación


de la víctima en el proceso penal: el actor civil y el querellante en los delitos de
acción privada.

El primero de estos sujetos procesales se presenta en el procedimiento penal con


el objeto de ejercer la acción civil emergente del delito. Sin embargo, no se trata
de una parte en el aspecto penal del proceso sino de la demanda civil que se
sustancia en él[16].

Se puede tratar tanto de personas físicas como jurídicas que debido a un hecho
ilícito han “sufrido la privación, detrimento o menoscabo cierto en el mismo bien
jurídico tutelado por la norma penal que se estima violada (la víctima) como a
quien sufre un daño resultando directamente damnificado, aun sin ser sujeto
pasivo del delito”[17]. Si el actor civil fallece, los herederos –en los límites de la
cuota hereditaria- podrán continuar su ejercicio.

Su actuación se limitará, entonces, a acreditar la existencia del ilícito y, de esta


manera, los daños y los perjuicios que él le ha causado. Para ello, le son
concedidas todas las facultades para defender su pretensión civil pero estas serán
circunscriptas a su interés. Sin perjuicio de ello, el hecho de la persecución penal
debe ser idéntico que el que constituye fundamento de la demanda civil[18]. Se le
permitirá la intervención durante la instrucción, como así también durante la etapa
previa al juicio y en el propio debate. Su actividad recursiva se verá limitada pues
sólo se le permitirá impugnar en lo concerniente a la acción interpuesta.

El ejercicio de esta acción será accesoria, pues sólo podrá ser ejercida una vez
iniciada la acción penal. La presentación podrá realizarse hasta la clausura de la
instrucción y podrá desistir de la acción en cualquier estado del proceso. Sin
embargo, su desistimiento importará la renuncia de la acción civil.

Por otra parte, el ordenamiento adjetivo prevé un procedimiento especial para el


caso de los delitos de acción privada. La participación del ofendido se desarrolla
sólo a través de la querella, aunque se le permite ejercer la acción civil
conjuntamente. “Su definición debe partir, entonces, del carácter privado o de la
característica de persona de Derecho privado del sujeto de derechos autorizado
por la ley a perseguir penalmente en esta clase de delitos, del desplazamiento
total del Estado como persecutor penal y del numerus clausus de los hechos
punibles mencionados por la ley penal que siguen este régimen de
persecución”[19]

Por esta razón, él será el dueño exclusivo de la acción y, por lo tanto, el único
habilitado para poder conducir el proceso hasta la sentencia. De esta manera, una
vez instada la acción, el querellante quedará sometido a la jurisdicción del tribunal
en lo referente al juicio promovido y a sus consecuencias legales.

En relación a las facultades otorgadas, puede afirmarse que serán similares a las
otorgadas al acusador público, aunque realizadas en el margen de un
procedimiento especial. En el debate propiamente dicho, regirán las reglas del
procedimiento común. Lo mismo ocurre respecto de los recursos. El querellante
tampoco intervendrá en la ejecución de la pena.

Por último, ante su falta de voluntad para continuar, el procedimiento quedará


finalizado; aunque quedará sujeto a la responsabilidad emergente de sus actos
anteriores. Sin perjuicio de ello, cabe recordar que el desistimiento no podrá estar
sometido a condiciones pero podrá hacer reserva de acciones emergentes cuando
no hayan sido ejercidas.
II.d) A catorce años del Código “Levene”

En este último apartado quiero hacer un análisis crítico luego de catorce años de
vigencia del CPPN. Lo primero que hay que señalar es que, mientras en el ámbito
federal se recibía con fanfarrias al nuevo código, la provincia de la que se lo había
tomado casi textualmente, lo abandonaba debido a sus limitaciones y defectos.
Ello llevó a afirmar que este código adjetivo, tal como lo había manifestado Vélez
Mariconde respecto del Código “Obarrio”, había nacido viejo y caduco[20].

Sin perjuicio de ello, indiqué al comenzar el capítulo que el proyecto sólo permitía
la participación del ofendido como actor civil y que fue en el debate parlamentario
donde se incluyeron las modificaciones. He aquí otro problema que trae este
ordenamiento procesal. Como señala Pastor esta circunstancia ha generado
problemas pues “(e)ste defecto de inclusión de cuerpos extraños en un sistema
que no los tenía en cuenta en su conformación original y que no puede funcionar
con ellos porque no los tolera, dado que estaba preparado en toda su extensión y
en cada una de sus reglas para trabajar con criterios opuestos (...)”[21].

De esta manera, al incorporar estas nuevas figuras en el ordenamiento, con la


prisa propia de la tarea legislativa argentina, se generaron situaciones en las que
se permitía la actuación de, por ejemplo, el querellante y en otras no. A esta
circunstancia, se sumaron las interpretaciones jurisprudenciales a través de las
que se le ampliaron las facultades[22]. Pero es necesario recordar que en el año
1994 se produjo una reforma constitucional. Uno de los mayores avances que trajo
aparejada esta reforma fue la jerarquización de los tratados de derechos
humanos. De esta manera, se incorporaron una serie de derechos fundamentales
de la víctima que, a pesar de la múltiples reformas que a sufrido el CPPN, nunca
fueron incorporados en él. Esta circunstancia genera responsabilidad internacional
del Estado por el incumplimiento en la protección de derechos protegidos por los
tratados internacionales sobre derechos humanos.

III) La Constitución Nacional y la víctima

Antes de comenzar con el estudio del tema presentado, entiendo que es necesario
brindar un marco teórico a la luz de la CN. Se esbozarán, a continuación, algunos
criterios generales sobre el sistema constitucional integrado vigente, para luego
ingresar en el análisis concreto de los derechos del ofendido constitucionalmente
protegidos.

a) La reforma constitucional del año 1994 incluyó y jerarquizó determinados


instrumentos internacionales sobre derechos humanos (artículo 75 inciso 22). El
único límite previsto por la Ley Fundamental fue que estos tratados no modificaran
ninguno de los artículos contenidos en la parte dogmática.

Sin perjuicio de ello, podrían existir algunas situaciones en las que se presenten
contradicciones. Por ello, Andrés Gil Domínguez[23] ha buscando dar una
interpretación armónica a través de la, por él denominada, regla de reconocimiento
constitucional. Esta teoría puede ser utilizada para dar un marco al estudio que
permita establecer cuáles son las normas que entran en juego al referirnos a la
víctima y qué sucede si éstas son contradictorias. En nuestro ordenamiento
jurídico, la regla está compuesta por la CN, los tratados sobre derechos humanos
incorporados por el artículo 75 inciso 22, todos aquellos que posteriormente sean
aprobados a través de los mecanismos correspondientes con jerarquía
constitucional y las opiniones consultivas de los órganos que deben interpretar las
normas del los tratados. De esta manera, queda conformado el sistema
constitucional integrado.

Respecto de la víctima del delito, la regla de reconocimiento constitucional


establece sus derechos en el artículo 18 de la CN, el artículo 25 de la CADH, el
artículo XVIII de la DADDH, los artículos 8 y 10 de la DUDH y los artículos 2 y 14
del PIDCP. En caso de conflictos entre derechos fundamentales del ofendido debe
utilizarse como criterio de prevalencia que ninguna de las normas derogue los
derechos contenidos en la primera parte de la Ley Suprema. Cuando la colisión se
produce entre derechos reconocidos en la segunda parte de la CN y alguno de los
tratados habrá que buscar pautas de interpretación para el caso concreto (v.gr.
principio pro homine o favor debilis).

b) Pues bien, sobre esta base conviene efectuar algunas breves consideraciones
respecto de los distintos derecho mencionados. Comenzaré con el de la debida
defensa en juicio. Una correcta interpretación de este derecho es aquella que lo
analiza desde una óptica bidimensional, es decir, aquella que establece que esta
garantía será ejercida tanto por quien es traído al proceso en carácter de imputado
como por aquel que se presenta ante el órgano jurisdiccional reclamando su
intervención. De esta manera, dentro del proceso se le reconocerá a las partes “el
ejercicio de sendos poderes realizadores: la acción (que encarna su forma activa)
y la reacción (que materializa su dimensión pasiva)”[24].

Pues bien, esta interpretación que con cierta dificultad se extraía de la formula del
artículo 18 de la CN (es inviolable la defensa en juicio de la persona y de los
derechos) con la jerarquización de los Tratados de Derechos Humanos ha
quedado claramente confirmada. El artículo 25 de la CADH establece que todo
ciudadano tiene el derecho a presentarse ante el tribunal competente, a través de
un recurso rápido y sencillo, cuando se vea afectado por un acto que lesione los
derechos que le son reconocidos por la Constitución, los Tratados o las leyes
internas. Al ser consultada sobre esta cuestión, la CIDH ratificó la obligación del
Estado de brindar la tutela judicial efectiva basándose en el artículo 1.1 de la
Convención[25]. Las otras normativas conformantes de la regla de reconocimiento
constitucional están direccionadas en el mismo sentido.

Sin embargo, la intervención del Estado no se limita a otorgar este recurso, “sino
que requiere que el órgano interviniente produzca una conclusión razonada sobre
los méritos del reclamo, en el que se establezca la procedencia o improcedencia
de la pretensión que le da origen, y también que se garantice ‘el cumplimiento, por
las autoridades competentes’, ‘de toda decisión que se haya estimado
procedente’”, en el marco de una investigación llevada a cabo seriamente y con
todos los medios al alcance[26].

En este orden de ideas, se puede concluir que además de este derecho de acceso
a la justicia, la víctima también tiene derecho a contar con un tribunal imparcial e
independiente que opine sobre su pretensión y a ser tratada, dentro del marco del
proceso, en igualdad de condiciones, cualquiera sea su carácter personal (DUDH
artículo 10 y PIDCP artículo 14).

Como se desprende del desarrollo que antecede, en lo que respecta a la víctima,


no existe conflicto entre derechos fundamentales ni colisión entre normas. Por
todo ello, no creo que alguien ponga en duda, hoy en día, que la Constitución o el
sistema constitucional integrado le brindan a aquella persona que es afectada por
un ilícito la debida protección judicial y acceso a la justicia.

IV) El proyecto INECIP

Como pudo observarse, el balance de catorce años del CPPN no ha sido positivo.
No sólo se dejó al ofendido en un papel marginal, más allá de las posibilidades de
participar en el procedimiento, sino que además se han desoído mandatos
constitucionales. Un ordenamiento adjetivo respetuoso de la CN debe permitir una
participación plena de la víctima –aun cuando no se constituya en alguno de los
sujetos procesales- y que el Estado le brinde la debida protección judicial, con el
objeto de lograr una defensa más efectiva de su intereses y evitar que el proceso
incremente los daños que le han causado.

En este acápite analizaré si el anteproyecto en estudio ha dado cumplimiento de


estas exigencias constitucionales y con cual ha sido su alcance.

IV.a) ¿Quién es considerado víctima?

Quienes pueden ser considerados ofendidos por algún delito es una cuestión que
ha sido discutida en la jurisprudencia, especialmente cuando se trataba de
asociaciones u organismos públicos o privados. Esta situación ha sido solucionada
en la redacción del CPPN en estudio. El artículo 93 expresamente determina a
quienes considera víctimas. La ventaja de este tipo de regulaciones es que se
quita del arbitrio judicial la posibilidad de otorgar en determinados casos la calidad
de ofendido teniendo en mira otros intereses. El anteproyecto ha adoptado las
mas modernas tendencias internacionales[27], estableciendo un concepto amplio
de víctima.

Es así que se le otorga dicha calidad al ofendido directamente por el delito o al


cónyuge, conviviente, herederos, tutores o guardadores en los delitos en los que el
resultado sea la muerte o cuando haya sufrido una afectación física o psíquica que
le imposibilite ejercer los derechos. Aquí hay que señalar un acierto del proyectista
al incluir al conviviente entre las personas que pueden ejercer los derechos de la
víctima, pues se ha tomado en cuenta una situación que cada vez se presenta
más comúnmente en nuestra realidad.

Otros que han obtenido tal calidad han sido los socios cuando quienes la dirijan,
administran, gerencien o controles hayan cometido algún delito afecten a la
sociedad. También han obtenido expresamente la condición de ofendidos las
asociaciones en circunstancias en que producto de un ilícito penal, se vean
afectados los intereses colectivos o difusos. En este supuesto, el límite establecido
por el proyectista está dado respecto de que el objeto de la asociación deba estar
vinculado directamente por esos intereses.

Con gran tino se ha establecido que también podrán ser considerados víctima del
delito aquella asociación que acredite interés en los casos de graves violaciones a
los derechos humanos fundamentales y hayan sido cometidos –en cualquier grado
de participación- por funcionarios públicos. Asimismo, las asociaciones podrán
obtener esa calidad en los supuestos en los que los delitos impliquen actos de
corrupción pública o abuso de poder y conlleve graves perjuicios patrimoniales
para el Estado. Esta regulación ha incluido a la acción popular, figura que no había
sido tenida en cuenta hasta ahora.

Finalmente, el anteproyecto reconoce la calidad de víctimas a las comunidades


indígenas en aquellos delitos que impliquen discriminación de sus miembros,
genocidio o que afecten de un modo directo sus derechos colectivos reconocidos
constitucionalmente.

Señalaba críticamente Maier que “(n)uestras leyes procesales desconocieron, en


principio, que las asociaciones intermedias, cuyo objeto es, precisamente, la
defensa de un bien jurídico particular (...) puedan ser consideradas ofendidas o
sustitutos del ofendido, de manera de posibilitar su acceso a la actividad
persecutoria en el procedimiento penal relativo a aquellas infracciones”[28]. El
proyecto toma esta idea y le permite al ofendido que sus derechos y facultades
puedan ser ejercidos directamente por alguna asociación de protección y ayuda a
las víctimas, defensoras de intereses colectivos o difusos, defensora de derechos
humanos o especializadas en acciones de interés público cuando le sea más
conveniente a sus intereses (artículo 96). He aquí otro interesante avance de este
proyecto en la tutela efectiva de la víctima.

IV.b) Los derechos de las víctimas

He indicado cuales son los derechos y garantías que la CN le brinda a quien


resulta ofendido por el delito. Se ha visto que el Estado debe brindarle el efectivo
acceso a la justicia y una debida protección judicial que derive en una
investigación seria, llevada adelante por un tribunal imparcial e independiente en
el marco de un proceso donde pueda ejercer plenamente su derecho a la debida
defensa en juicio. Ahora bien, habrá que analizar cómo los adopta el proyecto en
estudio.

Pues bien, encontramos regulados los derechos de las víctimas en dos lugares
distintos: en primer término, al señalar los principios fundamentales (libro I),
específicamente en el título primero (principios y garantías procesales), en el
artículo 13 y luego cuando se menciona a los sujetos procesales que intervendrán
en el proceso penal (libro segundo, título III) en el artículo 94.

El artículo 13 del proyecto expresamente consagra el derecho de la víctima a la


tutela judicial. Para ello, impone al Estado la obligación de darle protección integral
tanto de su persona como de sus bienes frente a las consecuencias del delito.
Asimismo, el anteproyecto establece que el ofendido deberá recibir un trato digno
y respetuoso, que se hagan mínimas las molestias durante la sustanciación de la
causa, que se respete su intimidad mientras no obstruya la investigación y a
requerir medidas para su seguridad, la de sus familiares y testigos que declaren
en su interés.

En relación al efectivo acceso a la justicia, el proyecto de CPPN lo autoriza a


participar tanto en la etapa preliminar como en juicio, reconociéndole además la
posibilidad de examinar los documentos y actuaciones, y aportar información
durante la investigación. Para poder hacer efectivo este derecho, se lo faculta a
que reclame la información referida al resultado del proceso -aún cuando no haya
intervenido- como así también respecto de la situación del imputado. Asimismo,
para dar cumplimiento a su derecho a contar con un tribunal imparcial e
independiente el ofendido podrá recusar a las autoridades judiciales conforme las
reglas del CPP.

Finalmente, el anteproyecto establece la posibilidad de revisar aquellas decisiones


que le pongan fin al proceso. En primer lugar, se le permite opinar acerca de la
extinción o suspensión de la acción penal cuando lo solicite. Se lo autoriza
también a requerir la revisión de la desestimación o el archivo dispuesto por el
fiscal, aún cuando no se haya constituido como querellante. Lo mismo se
establece respecto del sobreseimiento y la sentencia, pero en este caso, sólo en
los casos autorizados y cuando lo haya solicitado.

Para que estas posibilidades sean efectivas, el CPPN establece que la víctima
deberá ser notificada de las resoluciones que puedan ser impugnadas o que
puedan requerir su revisión. Además, tomando la óptica bidimensional de la
defensa, se le permite para el ejercicio de estos derechos, la designación de un
abogado de su confianza y, en caso que no lo haga, se le deberá informar acerca
de este derecho y se lo derivará a la Oficina de Asistencia a la Víctima (artículo
95).
Frente a estos derechos, se le imponen al Estado determinadas obligaciones. Es
así que, por ejemplo, el ofendido puede reclamarle la ayuda necesaria para que
sea resuelto su conflicto y reparado su perjuicio. Asimismo, es una obligación de
las autoridades judiciales informar a la víctima de todos estos derechos al
momento de realizar la denuncia o en su primera intervención en el proceso

IV.c) Las distintas formas de participación

Cuando se analizaron los derechos del ofendido según el proyecto, quedó claro
que no necesariamente debe adoptar alguna de las formas clásicas de
participación para tener conocimiento y decisión en las distintas etapas del
proceso penal. Esta es una de las nuevas tendencias de las reformas procesales
internacionales. Es así que, el ofendido tendrá derechos independientemente de
que haya adoptado alguna de las formas de participación en el procedimiento.

En los delitos de acción pública, se autoriza la participación del ofendido como


querellante autónomo para provocar la persecución penal o intervenir en la ya
iniciada por el fiscal (artículo 101). En esta figura procesal, el anteproyecto ha
efectuado una gran variante pues al dotar de autonomía al querellante se le están
otorgando atribuciones similares a las del Ministerio Público Fiscal. Sin perjuicio de
ello, el propio código establece que su participación no alterará las facultades
otorgadas al fiscal, ni lo eximirá de las responsabilidades propias de su tarea. Esta
posición ha sido criticada con el fundamento de que se lesionaría de sobremanera
el principio de igualdad de posiciones entre el acusador y el acusado[29]. Sin
embargo, pareciera que los derechos que fueron enunciados anteriormente
conducen a la inclusión del querellante en forma autónoma o, por lo menos, con
un grado importante de decisión de la suerte del proceso.

Por último, puede agregarse que el código no autoriza a las entidades del sector
público a constituirse en querellante con el argumento de que los intereses del
Estado ya están representados por el Ministerio Público. Con esta cláusula, el
proyectista no da cabida a la discusión que se presentó en nuestros tribunales
respecto de la posibilidad de que la Oficina Anticorrupción dependiente del
Ministerio de Justicia se constituyera como acusador particular. El papel que le
queda a estos organismos es el de ser un tercero coadyuvante del fiscal.

El proyecto en análisis también autoriza la querella para los delitos de acción


privada y establece un procedimiento especial. Su regulación no es diferente de la
contenida en el Código “Levene”. Sin embargo, se permite el auxilio judicial previo
a la acusación para los casos en que no sea posible para el querellante llevar a
cabo las medidas tendientes a identificar o individualizar al imputado o para
circunscribir el hecho de manera precisa y circunstanciada. Una vez llevada a
cabo la medida, el acusador privado tendrá 5 días para completar la acusación
(artículo 304). Aquí nuevamente nos encontramos ante situaciones en las que se
ha buscado brindar la tutela efectiva de la víctima.
Finalmente, el anteproyecto de CPPN ha incluido también la posibilidad de ejercer
la acción civil en el proceso penal. La acción podrá ser ejercida por el perjudicado
o por sus herederos en los límites de la cuota hereditaria, o representantes o
mandatarios. Sin perjuicio de ello, el proyecto ha incluido una posibilidad muy
interesante: la posibilidad de que la acción sea ejercida por el Ministerio Público
Fiscal en los supuestos en los que las personas no estén en condiciones
socioeconómicas de demandar o cuando quien haya sufrido el daño no sea capaz
y carezca de representantes. Esta norma viene a reafirmar la intención del
proyectista de proteger los intereses –en este caso económicos- de quien se ve
perjudicado por un delito.

IV.d) Tres institutos interesantes

Antes de finalizar con este estudio, hay que resaltar determinadas instituciones
que fueron incluidas en el anteproyecto que representan avances respecto de la
participación de la víctima en el proceso penal. Los tres institutos que se
analizarán a continuación están relacionados entre sí. El fundamento general de
su inclusión está referido a la necesidad de descongestionar los tribunales de
aquellos delitos menores para que se pueda concentrar la energía jurisdiccional en
aquellos ilícitos de mayor gravedad.

El anteproyecto ha implementado criterios de oportunidad o de un principio de


oportunidad reglado (artículo 38). En este tipo de sistemas, “las condiciones para
la aplicación del principio de oportunidad se hayan taxativamente enumeradas en
la ley, sea procesal o sustantiva y, por regla general, su ejercicio está sujeto a la
aprobación del tribunal”[30]. A través de su incorporación se le permite al fiscal la
posibilidad prescindir total o parcialmente del ejercicio de la acción penal pública o
limitarla a alguna de las personas imputadas en aquellos casos previstos por el
ordenamiento adjetivo. El fundamento principal de este principio reside en llevar el
sistema hacia un descongestionamiento que va a permitir el tratamiento adecuado
de cada delito, según la entidad que tenga; por un lado para la no equiparación de
estos delitos menores con aquellos más complejos que deben ser perseguidos
prioritariamente y por otro para que no se vulnere la igualdad en la aplicación.

En lo relativo a la víctima, el inciso 5 del artículo mencionado limita su procedencia


a los casos de lesiones leves, cuando haya existido conciliación o la víctima
exprese desinterés en la persecución penal. Sin embargo, no podrá aplicarse el
criterio de oportunidad cuando lo que esté en juego sea el interés de un menor.

Por otra parte, en los demás supuestos en los que el representante del Ministerio
Público Fiscal decida aplicar alguno de los criterios contenidos en la ley, la víctima
cuenta con la posibilidad de llevar adelante la persecución por medio de la acción
privada, salvo cuando hubiera dado su consentimiento para la aplicación.
Para ello, el fiscal deberá citar previamente a las partes a una audiencia para
escuchar su posición frente al caso (artículo 233). Si la víctima no está conforme
con la decisión, podrá solicitar su revisión dentro de los cinco días de notificada
(artículo 234).

Otro avance que trae este proyecto es el de la conversión de la acción penal


(artículo 40). Esta innovación permite que la víctima solicite al fiscal que la acción
pública se convierta en privada, es decir es necesario que sea el ofendido quien
solicita la aplicación del instituto. Por ello, el representante de la vindicta pública
no podrá decidirlo de oficio. El límite está dado por la inexistencia de un interés
público gravemente comprometido. De forma general, se ha entendido que éste
surge cuando el daño causado por el ilícito trasciende o sobrepasa la esfera de
intereses particulares de la víctima. En otras palabras, el delito no sólo ha
lesionado el interés privado, sino que perturba la paz y seguridad jurídica de la
colectividad, defendidas a través de la persecución penal[31].

En el anteproyecto esta posibilidad sólo esta permitida para delitos que requieran
la instancia de parte, las lesiones culposas o para los delitos contra la propiedad
cuando no haya sido efectuado con violencia en las personas. En los supuestos
en que existan varias víctimas se requerirá el consentimiento de todas ellas, aun
cuando no todas hayan promovido querella.

Una vez que se ha convertido en acción privada, el anteproyecto en estudio –al


igual que el código adjetivo de Costa Rica- no se prevé la posibilidad de que el
Ministerio Público Fiscal pueda retomar la persecución.

Por último, conviene señalar que se ha manifestado que “(l)a conversión de la


acción pública en privada, supone una serie de desventajas para el imputado,
puesto que al seguirse el procedimiento para los delitos de acción privada el
asunto pasa a la etapa de juicio sin necesidad del filtro de la etapa intermedia, en
el cual hubiese podido discutir la existencia o no de sospecha suficiente de
culpabilidad del imputado, de modo que el asunto podría haber terminado con el
dictado de un sobreseimiento (....)”[32].

El último de los institutos relacionados es el de la conciliación. Esta institución


permite a las partes la posibilidad llegar a un acuerdo en el caso de delitos
culposos o en aquellos de contenido patrimonial sin grave violencia física o
intimidación (artículo 41). El fundamento de la inclusión de este mecanismo de
resolución de conflictos es el de “disminuir la violencia subyacente en el litigio
penal, habilitando espacios de discusión en los que los protagonistas tengan
oportunidad de conciliar posiciones (...)”[33].

El juez puede aceptar la reparación integral y suficiente propuesta por el imputado,


en el supuesto en el que la víctima no tenga un motivo razonable para oponerse
(artículo 42). Si bien no está prevista expresamente, el juez tiene la facultad de
rechazar el acuerdo. Dicha decisión deberá estar correctamente
fundamentada[34]. El magistrado deberá controlar que no existan abusos de una
parte y que dicho acuerdo responde a la libre voluntad[35].

El expediente será archivado hasta tanto se acredite que el acuerdo conciliatorio


se ha cumplido. En ese momento, la acción penal quedará extinguida. En este
supuesto, a diferencia de la conversión, si el fiscal o el querellante entienden que
procede la extinción de la acción penal porque el daño ha sido reparado, podrán
solicitar al juez que disponga una audiencia de conciliación (artículo 253). Sin
embargo, cuando aquél no se cumplimente, el ofendido podrá solicitar que se
reabra la investigación (artículo 43).

Finalmente, no quiero finalizar este apartado sin hacer mención a una crítica
referida a la posible naturaleza coactiva que podría tener este mecanismo de
resolución de conflictos penales. El problema estaría dado si es el fiscal quien
llama a las partes a conciliar pues la negociación se entabla bajo la amenaza
punitiva que pesará sobre el imputado si no llegan a un acuerdo[36]. Una posible
solución a este problema estaría dada, quizás, por la negociación entre las partes
–organizada y llevada a cabo únicamente por las partes- controlada por el juez.

V) Para finalizar

A poco tiempo de la entrada en vigencia del CPPN, Superti afirmaba que


“(i)maginar un nuevo sistema penal y de enjuiciamientos penales, olvidándose de
la víctima, es marginar una vez más a aquél con quien la sociedad está en deuda,
pues así como se sostiene que el delito nos afecta a todos, colaborar con quien
sufrió particularmente sus consecuencias es también responsabilidad de
todos”[37]. Esta advertencia, como se ha visto, ha pasado desapercibida para los
legisladores y los operadores del sistema judicial que dejaron al margen del
procedimiento penal a uno de sus personajes principales: el ofendido.

El anteproyecto en análisis, se ha hecho eco de esta prédica y ha buscado darle


una participación efectiva a la víctima en el proceso penal. La intención del
proyectista es que el ofendido abandone aquella posición aislada -contenida en la
afirmación que utilicé al iniciar el trabajo- e intentar que se respeten sus derechos
y garantías. Para ello le brinda distintas herramientas para hacerlos valer.
Asimismo, se ha buscado que la opinión de la víctima tenga peso sobre las
decisiones del procedimiento y no, como ocurre en la actualidad, una mera
formalidad que debe cumplirse. Como consecuencia de ello, se le imponen al
Estado determinadas obligaciones para que se hagan efectivos estos derechos.

En este sentido, puede afirmarse que este modelo procesal ha adoptado aquellos
mandatos constitucionales que el código vigente olvidó de incluir luego de operada
la reforma del año 1994. Incluso, en algunos casos, el proyecto parece ampliarlos.
Es así que, puede afirmarse que, respecto de la víctima, el proyecto podría ser
clasificado como un progreso[38] en la legislación.
Resta esperar que, cuando se analice en el Congreso de la Nación, las
conveniencias políticas no jueguen en contra del espíritu del anteproyecto y se le
quiten facultades o derechos a uno de los sujetos procesales que, sin lugar a
dudas, es fundamentales en la escena del proceso penal. Finalmente, si este
modelo procesal se convierte en ley, debemos esperar que los operadores
judiciales estén a la altura de los acontecimientos y no lo rechacen, lo neutralicen
o los adopten a la vieja lógica[39].

[1]Estos términos son los utilizados por MAIER en La víctima y el sistema penal en
AAVV, “De los delitos y las víctimas”, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 1992, pp.
185 y 186.

[2]Al respecto ver: KAISER, Günter, Kriminologie, 9a edición, C.F. Müller,


Heildelberg, 1993, p. 310 y ss.; MAIER, Julio B.J., La víctima y el sistema penal,
citado, p. 188 y ss. y SCHNEIDER, Hans Joachim: Der gegenwärtige Stand der
Viktimologie in der Welt en AAVV “Das Verbrechensopfer in der Strafrechtspflege”,
Walter de Gruyter, Berlín-New York, 1982, p. 31 y ss.

[3]Esta posición radical es la sostenida por los abolicionistas. Quien quiera


ahondar en el tema puede leer el trabajo de Nils CHRISTIE Los conflictos como
pertenencia traducción de Alberto Bovino y Fabricio Guariglia, en AAVV, “De los
delitos y las víctimas”, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires, 1992, p. 157 y ss. y la
reseña sobre el pensamiento abolicionista realizada por Alberto BOVINO en La
víctima como preocupación del abolicionismo en “De los delitos y las víctimas”
citado, p. 263 y ss.

[4] El proyecto de CPPN fue entregado el día 15 de abril de 2004 a las diputadas
María del Carmen Falbo, Margarita Stolbizer y Marcela Rodríguez y ya tiene
estado parlamentario.

[5] LEVENE (h), Ricardo: Proyecto de Código Procesal Penal para la Capital
Federal y la Justicia Federal, Depalma, Buenos Aires, 1989, p. 2. Por su parte, el
fundamento de la exclusión del querellante estaba dado, según VÉLEZ
MARICONDE, en razón de que “el delito es una violación del derecho público, en
cuya defensa debe ocurrir el Estado; si la represión no puede ser concebida hoy
como medio para satisfacer la venganza pública, menos puede pensarse en
autorizar la vía de una venganza individual. Y el que crea que el ofendido acusa
en nombre de un interés público en defensa de la colectividad, pone su ingenuidad
al servicio de una causa noble: cree que de ese modo se favorecerá la actividad
del órgano específico que el Estado ha instituido para demandar la justa aplicación
de la ley...” (Derecho Procesal Penal tomo I, Marcos Lerner Editora Córdoba,
Córdoba, 1969, p. 292).

[6] En el informe del Ministerio de Justicia que daba origen a estas modificaciones
rezaba que “se han incorporado (...) derechos referidos a la protección de la
víctima y de los testigos, tutelando fundamentalmente el derecho a ser dignamente
atendidos e informados sobre el estado de la causa, al sufragio de gastos de
traslado y a la seguridad en cuanto a su propia integridad física, así como la de los
integrantes de su familia (...) se ha considerado insuficiente la participación de la
víctima en el proceso que le acuerda la institución del actor civil, ya que este
carece de facultades para opinar sobre el mérito de la instrucción y promover la
elevación a juicio o recursivas frente a resoluciones judiciales que ponen fin o
limitan la persecución penal”.

[7] MAIER, Julio B.J.: Derecho procesal penal, II. Parte general, sujetos
procesales, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2003, p. 665

[8] CÓRDOBA, Fernando: La posición de la víctima en AA. VV. “El nuevo Código
Procesal Penal de la Nación. Análisis crítico”, Editores del Puerto, Buenos Aires,
1993, p. 90.

[9] CÓRDOBA, Fernando: op. cit., p. 99.

[10] MAIER, Julio B.J.: Derecho procesal penal, II. Parte general, citado (nota 7)
pp. 686 y 687

[11]CNCC, Sala IV, “Cejas, Carlos M.”, rta: 24/3/94.

[12]JOSÉ DE CAFFERATA, Cristina del Valle: Teoría general de la defensa y


connotaciones en el proceso penal, tomo II, Connotaciones I, Defensa Activa y
Acción Penal , Marcos Lerner Editora Córdoba, Córdoba, 1995, p. 153.

[13]Respecto del tema ver el trabajo de CAFFERATA NORES Los recursos del
querellante de acción pública contra las resoluciones favorables al imputado, en
AA.VV. “Estudio sobre el nuevo Código Procesal Penal de Córdoba”, Marcos
Lerner Editora Córdoba, Córdoba, 1993, pp. 69/76. En dicho trabajo, el autor
realiza un prolijo estudio sobre las distintas resoluciones que pueden ser objeto de
recurso por parte del querellante.-

[14]Sobre la limitación objetiva impuesta por el art. 460 al querellante, puede verse
MARTÍNEZ, Santiago: ¿Una oportunidad perdida? Reflexiones acerca del fallo
“Mainhard” de la CSJN y el límite a la facultad recursiva del querellante en Revista
de Ciencias Jurídicas ¿Más Derecho? nro. 3, Fabián J. Di Placido Editor, Buenos
Aires, 2003, p. 201 y ss.
[15] Conf. Para un encuadre del proceso penal abreviado (A propósito de la
“instrucción sumaria” y el “juicio abreviado” incluido en el Código Procesal Penal
por las leyes 24.826 y 24.825) en J.A. 1997-III, p. 789.

[16] NUÑEZ, Ricardo C.: La acción penal en el proceso penal, 3° edición


actualizada por Roberto E. Spinka, Marcos Lerner Editora Córdoba, Córdoba,
2000, p. 109

[17] CAFFERATA NORES, José I.: Derecho procesal penal, consensos y nuevas
ideas, imprenta del Congreso de la Nación, 1998, p.69 y CAFFERATA NORES,
José I. y otros: Manual de derecho procesal penal, Facultad de Derecho y
Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, 2004, pp. 273 y
274.

[18] MAIER, Julio B.J.: Derecho procesal penal, II. Parte general, citado (nota 7),
p. 750.

[19] MAIER, Julio B.J.: Derecho procesal penal, II. Parte general, citado (nota 7) p.
694.

[20] PASTOR, Daniel R.: Código Levene ¿nacerá viejo y caduco? en No Hay
Derecho n° 6, sin editorial, Buenos Aires, 1992, p. 27.

[21] PASTOR, Daniel R.: El derecho procesal penal nacional de los ’90: balance y
memoria de un fracaso rotundo en CDJP n° 14, Editorial Ad-Hoc, Buenos Aires,
2002, p. 32.

[22] Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con el fallo “Santillán” de la CSJN. Para el
análisis de este fallo y sus antecedentes ver CDJP, 8-B, Editorial Ad-Hoc, Buenos
Aires, 1998, pp. 533 y ss. También, pueden verse los comentarios de
CAFFERATA NORES, José Ignacio: ¿Se terminó el “monopolio” del Ministerio
Público Fiscal sobre la acción penal?. LL, 1998-E, p. 331 y ss., y MARTÍNEZ,
Santiago “El querellante en el proceso penal:...y después de Santillán ¿que?
Acerca de las posibles consecuencias del fallo “Santillán” de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, en CDJP 10 “A” citado, p.453 y ss.

[23] Los argumentos de su teoría fueron explicados en el curso “Teoría


constitucional de los derechos fundamentales” correspondiente al postgrado en
doctorado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales (UBA) durante el primer
cuatrimestre del año 2003. El tema lo he desarrollado con mayor amplitud en La
víctima y el juicio abreviado, Colección Orden Jurídico Penal nro. 15, Fabián J. Di
Placido Editor, Buenos Aires, 2004.

[24]JOSÉ DE CAFFERATA, Cristina del Valle: op. cit. (nota 12), Tomo I, Marcos
Lerner Editora Córdoba, Córdoba, 1993, p. 247. A su vez, Señala CAFFERATA
NORES que este derecho “importa, lato sensu, la posibilidad de cualquier persona
de acceder a los tribunales de justicia para reclamar el reconocimiento de un
derecho y demostrar el fundamento del reclamo, así como el argumentar y
demostrar la falta total o parcial de fundamento de lo reclamado en su contra”
(Proceso penal y derechos humanos, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2000, p.
27).

[25]Conf. Opinión Consultiva OC-9 del 6/10/87.

[26]CAFFERATA NORES, José I.: Proceso penal y derechos humanos citado


(nota 24), p. 45 con cita de la Comisión IDH, informes 2/ 97 del 30/8/97 y 35/96,
caso 10.832 e informe 5/96, caso 10.970.

[27] Al respecto, puede cfr. AMBOS, Kai; WOISCHNIK, Jan: Las reformas
procesales penales en América Latina. Resumen comparativo de los informes
nacionales en AA.VV. “Las reformas procesales penales en América Latina”, Ad-
Hoc, Buenos Aires, 2000, pp. 891 y 892.

La declaración de la ONU sobre los principios fundamentales de justicia para las


víctimas de delitos y del abuso del poder (1985) en su artículo 1 expresa que “(s)e
entenderá por ‘víctimas’ las personas que, individual o colectivamente, hayan
sufrido daños, incluso lesiones físicas o mentales, sufrimiento emocional, pérdida
financiera o menoscabo sustancial de sus derechos fundamentales, como
consecuencia de acciones u omisiones que violen la legislación penal vigente de
los Estados Miembros, incluida la que proscribe el abuso de poder”. El artículo 2
agrega que “(...)en la expresión ‘víctima’ se incluye además, en su caso, a los
familiares o personas a cargo que tengan relación inmediata con la víctima directa
y a las personas en peligro o para prevenir la victimización”.

[28] MAIER, Julio B.J.: Derecho procesal penal, II. Parte general, citado (nota 7) p.
666.

[29] MAIER, Julio B.J.: Derecho procesal penal, II. Parte general, citado (nota 7) p.
664. PASTOR es aun más duro al afirmar que “(e)n la época de origen del Código
Levene se imponía la tesis, todavía hoy sin dudas más sana, de considerar la
cuestión acusatoria como problemas exclusivos del Estado. Hoy en día se
escuchan tentadoras propuestas de revalorización del papel de la víctima que, sin
embargo, desatienden la esencia del derecho penal y perjudican indebidamente la
posición del imputado” (El derecho procesal penal nacional de los ’90: balance y
memoria de un fracaso rotundo citado (nota 21 p. 44).

[30]GUARIGLIA, Fabricio: Facultades discrecionales del Ministerio Público e


Investigación preparatoria: el principio de oportunidad en AA.VV. “El Ministerio
Público en el proceso penal”, 1° reimpresión, Ad Hoc, Buenos Aires, 2000, p. 92.
Este sistema lo encontramos, por ejemplo, en la Ordenanza Procesal Penal
alemana (StPO). La ley procesal enumera taxativamente de los casos en que
puede prescindirse de la acción, pero siempre con la aprobación del tribunal para
el cierre del procedimiento (Cfr., al respecto, HENKEL, Heinrich:
Strafverfahrensrech, segunda edición, W.Kohlhammer Verlang, Sttutgart-Berlín-
Köln-Maiz, 1968, pp. 308 y 309; PETERS, Karl: Strafprozess, 2ª edición, C.F.
Müller, Karlsruhe, 1966, p. 148 yss.; POTT, Christine: Die Außerkraftsetzung der
Legalität durch das Oportunitätsdenken in den Vorschriften der §§ 154, 154a
StPO, Peter Lang, Frankfurt am Main, 1996; RIEß, Peter: § 152 en Löwe-
Rosenberg “Die Strafprozeßordnung und das Gerichtsverfassungsgesetz”, Tomo
2, Walter de Gruyter, Berlín-New York, 1989, p. 12 y ss.; ROXIN, Claus: Derecho
Procesal Penal, traducción de Gabriela Córdoba y Daniel Pastor, Editores Del
Puerto, Buenos Aires, 2000, p. 90 y ss.)

[31] ARMENTA DEU, Teresa: Criminalidad de bagatela y principio de oportunidad:


Alemania y España, Promociones y Publicaciones Universitarias S.A., Barcelona,
España, 1991, p. 110.

[32] LLOBET RODRÍGUEZ, Javier: Proceso penal comentado, Universidad para la


Cooperación Internacional, San José, Costa Rica, 1998, pp. 152 y 153.

[33] HERBEL, Gustavo Adrián: Un sistema penal orientado a la gestión racional de


conflictos. Algunos lineamientos teóricos y una experiencia concreta: la
conciliación penal en el sistema procesal bonaersense en NDP 2001/A, p. 307.

[34] LLOBET RODRÍGUEZ, Javier: op. cit. (nota 32), p. 211.

[35] GONZÁLEZ ALVAREZ, Daniel: Costa Rica en AA.VV. “Las reformas


procesales penales en América Latina” citado, p. 299.

[36] En este sentido, HERBEL, Gustavo Adrián: op. cit. (nota 33), p. 339.

[37] El nuevo Código Procesal Penal de la Nación y la víctima en Derecho Penal


n° 2, Editorial Juris, Rosario 1993, p. 71.

[38] En el sentido que le da Olsen GHIRARDI le ha dado a este término: la idea de


cambio es pluridimensional (movimiento progresivo, regresivo o neutro) a
diferencia de progreso que es unidireccional(movimiento hacia lo perfecto). Al
respecto, cfr. La filosofía del derecho y el cambio en “El derecho argentino entre
1941 y 1991”, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba,
Córdoba, 1992

[39]NUßBAUM, Arthur: Rechtstatsachenforschung, Duncker & Humblot, Berlín,


1968, p. 24.

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