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PSICOLOGÍA CLÍNICA DE NIÑXS Y ADOLESCENTES

Unidad Temática A: La relación establecida entre teoría y clínica.

• Relación teoría - clínica.


• Posición ante el saber.
• Ruptura con el campo de las certezas.
• Posición de interrogación.
• Teorización flotante.
• El caso clínico.
• Lugar de la creación.
• La investigación clínica.

Aulagnier, P. (1984). Capítulo 1 Punto B "Las cuatro versiones de la historia de Philippe".

Las cuatro versiones de la historia de Philippe.

a) La de Philippe (28 años), quien es su protagonista y su autor. Versión que reconstruye una historia con
arreglo a una causalidad delirante, que liga la totalidad de los acontecimientos pasados, presentes y los de
un futuro ya previstos por Philippe, con una causa situada fuera de tiempo y fuera de la realidad. Merced a
lo cual se produce esa indiferenciación temporal que es propia del delirio. En el caso de Philippe, como es
frecuente en la esquizofrenia, esta versión está al servicio de hacer inocentes a los dos progenitores de toda
responsabilidad por su destino psíquico.

b) La versión de los padres; proporcionada en las cinco entrevistas que con ellos tuve. Versión que ignora
y niega el papel que ellos desempeñaron.

c) La mía (Aulagnier), que se elabora y se modifica en el hilo de mi escucha. Versión para uso personal,
que articula una serie de hipótesis interpretativas que parten de los acontecimientos de que hablan los
relatos de Philippe y de sus padres. La forma definitiva de esta versión diferirá según la continuación que
tengan o no las reuniones. Si no desembocan en el establecimiento de una relación analítica, la última
coincidirá con la construcción definitiva de una versión hipotética acerca de las consecuencias de una
historia infantil sobre el vivenciar actual de un sujeto. Si las reuniones se transforman en sesiones, aquella
versión que les había precedido servirá a un objeto particular: me aportará elementos que me ayudaran a
formular interpretaciones en virtud de las cuales se pueda hacer entre el discurso del sujeto y el mío, ese
trabajo de ligazón que es la obra y el objetivo del trabajo analítico.

d) La que Philippe y yo empezamos a escribir juntos.

Aulagnier, P. (1980). Capítulo I "Sociedades de psicoanalisis y psicoanalista de sociedad".

Capítulo 1: Sociedades de Psicoanálisis y Psicoanalistas de Sociedad.

(El capítulo comienza refiriéndose a los debates y disidencias que se producen entre las distintas Escuelas
de Psicoanálisis del momento)

La cuestión pone forzosamente en juego, para cada analista, su opción “política”. Pues bien, de la política a
la polémica la asociación no es solo fonética: el deslizamiento resulta tan fácil para el autor como para el
lector. Con el fin de precavernos contra este peligro hemos tratado de basar nuestro análisis en una
reflexión teórica; pero aun así reconocemos que nuestro análisis y nuestra crítica hallaron su fuente principal
en las cuestiones que nos planteó la Escuela Freudiana de París. Y esto por las siguientes razones:
1) La crítica de las instituciones de sociedades de tipo clásico data de largo tiempo atrás, sobre todo gracias
a la contribución de Jacques Lacan;

2) El punto de partida de lo que legítimamente podemos llamar “movimiento lacaniano” fue rico en promesas
y permitió creer en una saludable renovación del funcionamiento de las sociedades psicoanalíticas aunque
esto culminó en un indisimulable fracaso que planteó el problema de la alienación;

3) Hemos formado parte de la Escuela Freudiana de París desde su fundación y esa experiencia nos
permite elucidar ciertos fenómenos propios de los grupos psicoanalíticos.

Pero resulta evidente que a su vez este análisis se inserta en una problemática más general: la que plantea,
desde el origen, la existencia de “sociedades psicoanalíticas”. Definiremos ahora el sentido que otorgamos a
dos términos que hallaran frecuente empleo en este texto. Por didacta designamos al analista que analiza a
un sujeto, al que llamamos candidato, que en el transcurso de su propio análisis, descubre o confirma su
deseo de ser analista.

Lo extraterritorial: sociedad de psicoanálisis y sociedad de demanda.

Con la poca ortodoxa fórmula “sociedad de demanda”, queremos marcar la relación hoy existente entre la
sociedad, y la función del psicoanalista a la que esa sociedad apela. No somos sociólogos, y nuestro interés
fue siempre incitado por la psique del sujeto, pero nuestra experiencia así como nuestro trabajo en el medio
hospitalario, nos permiten formular dos observaciones:

1) La demanda de psicoterapeutas crece de manera progresiva;

2) El malestar que segrega la sociedad contemporánea muestra la exacerbación de determinados conflictos


psíquicos y revela el callejón sin salida al que conducen la mayoría de las soluciones propuestas.

Estos dos factores explican porque el analista-terapeuta se ve solicitado cada vez más, porque las listas de
espera se alargan. De esto deriva otro tipo de demanda: el analista pasa a ser el enseñante, el invitado de
élite. Tal estado de cosas plantea el problema de las repercusiones que el analista provoca en nuestra
disciplina y particularmente en dos registros: a) la vocación; b) la contrapartida exigida por la sociedad como
precio de su demanda.

A propósito de la vocación.

A mitad de camino entre el llamado, la misión, el destino, el interés, este término sigue marcado por el uso
que se le dio en el campo religioso. ¿A que “llamado” responderá, pues, el futuro analista? La respuesta hoy
en día más frecuente se apoya en dos conceptos: el “deseo de saber”, en su sentido más general, y el
“deseo de transgredir” en su sentido más específico.

La contrapartida adeudada

A partir del momento en que la sociedad reconoce la legitimidad de una función, la designa como necesaria
y recurre a ella, es normal que exija ciertas garantías en recompensa. Podemos hablar de recuperación, de
resistencia, de renegación, pero si reducimos el problema a estas dimensiones practicamos algo que es
necesario en un psicoanálisis pero imposible en otra parte: ponemos entre paréntesis la realidad de los
hechos. Hay psicoanalistas que ejercen en hospitales, que enseñan en facultades, que funcionan en
instituciones. Desde ese momento la sociedad, basándose en modelos conocidos, planteara la cuestión de
la legitimidad del “título”: en una primera instancia, incómoda frente a la oscuridad de ciertas definiciones
que le son propuestas, se limitará a atribuir la responsabilidad a las sociedades formadoras y las
considerara garantes de la habilitación de un nuevo y extraño funcionario, el analista. En un segundo
momento, intentará planificar el problema y considerará la posibilidad de diplomas o estatutos sobre los
cuales podrá legislar. Las sociedades psicoanalíticas hallaran tres razones para responder: ellas temen en
igual grado las falsificaciones y la desvalorización de sus funcionarios; temen aún más la intromisión en los
procesos de formación de modelos heterogéneos y por razones mucho más ambiguas y contradictorias, no
quieren llevar el debate extramuros.

Las sociedades psicoanalíticas no pueden seguir haciendo oídos sordos frente a una sociedad en la que
están cada vez más integradas. Lo que la sociedad exige de ellas anula esa extraterritorialidad que querrían
reivindicar. Al mismo tiempo, nadie puede sostener que este tipo de institución sea inútil. La desaparición de
estas sociedades solo dejaría lugar a dos soluciones finalmente idénticas: o bien el paso del poder a las
cátedras universitarias o la reducción de la obra de Freud a la nada.

Por lo tanto, las sociedades psicoanalíticas, como organismo de formación, se ven confrontadas con una
doble contradicción: por una parte, los procesos de habilitación que tales sociedades establecen se vuelven
condición para la posibilidad de ejercer. Por otra parte, al tiempo que denuncian el error que consistiría en
moldear la formación analítica sobre cualquier otro “modelo” existente; no pueden prescindir de modelos so
pena de caer en la anarquía y la irresponsabilidad absoluta.

Al sujeto supuesto saber, se agrega una sociedad supuesta saber, que según los movimientos
transferenciales en juego, reforzará el vínculo transferencial frente al analista o lo desplazara a otro registro,
en ambos casos se tornará mucho más difícil desenmascararlo.

Hemos dicho en la primera parte que es utópico imaginar conjuntamente la permanencia del psicoanálisis
en nuestra cultura y la ausencia de toda sociedad formadora. Asimismo, quisimos demostrar que la
situación didáctica lleva en sí misma su propia posibilidad de destrucción. Por desgracia, la experiencia nos
prueba que no basta con saber: la ironía del destino de las sociedades psicoanalíticas consiste en que
precisamente el saber específico que sus representantes ostentan sobre el fenómeno transferencial, se
disuelve en el momento en que actúa sobre la propia textura social. Tal disolución no nos parece un
accidente inevitable, y ello siempre que se den dos condiciones: 1) Que el peligro representado por este
“resto” que amenaza escapar a la experiencia didáctica sea la preocupación primera de todo analista
interesado en el problema de la formación y 2) Que el analista encuentre y sepa mantener una cierta
“modestia”. Y aquí no estamos ironizando.

En función misma de su objeto, nuestra teoría induce más que cualquier otra la posibilidad de una fuga
hacia la brillantez teórica; estamos más desprovistos que otros investigadores de una posibilidad de
experimentación; nuestro oficio pone a prueba nuestro narcisismo. Frente al éxito o al fracaso de una cura,
el analista sabe que está solo para responder, que nadie puede reproducir exactamente la misma
experiencia y confirmar o invalidar sus resultados. Habiendo renunciado al socorro de la ciencia del cuerpo,
hoy se sueña con el recurso a las ciencias más celebradas de las que esperamos la prueba de nuestras
operaciones. Sueño bien comprensible y al que todos nos inclinamos: hay que saber renunciar a él.
Renunciamiento difícil, sin duda. O bien los analistas tienen la “modestia” de probarse de manera continua
como analistas en función y como representantes de una sociedades y en este caso existirán sociedades de
psicoanálisis, o sea organismos que podrán pretender que han sabido aplicar a sí mismos la experiencia
freudiana; o bien los analistas huirán hacia el sueño, asegurados en una teoría sin fallas, y nosotros
asistiremos a la producción de psicoanalistas de sociedad.

Capítulo VI: Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro.

Cuando se observa la práctica psicoanalítica actual y se advierte la parte que ocupan en el discurso de sus
practicantes la ideología, la repetición, las estereotipias, se tiene la impresión de estar contemplando un
traje de arlequín, que le quita al análisis toda alegría y valor.

Propondré tres factores responsables de tal estado de las cosas, no datan de hoy y su poder y efectos se
han amplificado con el tiempo.
La esperanza de tomar de las disciplinas físico-matemáticas un modelo que pudiera ofrecer una
representación de la “cosa psíquica”, que aboliera toda diferencia entre la “cosa” y su “representación”,
supone muchas ilusiones. No obstante eso, tomaremos de un físico el concepto paradigma, para designar
un “conjunto teórico-práctico” particular pero necesario y presente en toda disciplina científica. Esta
definición sólo puede aplicarse en parte al modelo teórico y praxis psicoanalítica.

Dicha colonización disciplinar la observamos mediante tres anomalías cotidianas que dan testimonio de
contradicciones surgidas entre teoría y ciertos efectos de su aplicación: desconocerlas equivale a renunciar
al psicoanálisis. Tres fenómenos denuncian la presencia de dichas contradicciones:

1) Cierto abuso de la interpretación aplicada: afirmar que el modelo analítico sólo puede ser teórico práctico
y que esta “práctica” exige el respeto de los parámetros del espacio en que se desarrolla la sesión, implica
olvidar su posibilidad de acción en ese vasto dominio que Freud privilegió hacia el final de su vida, el
psicoanálisis aplicado. Aplicar el modelo fuera del campo analítico implica su preexistencia y exige una
reducción. Por eso más que de psicoanálisis aplicado, fórmula contradictoria en sus términos, hablaremos
de “interpretación aplicada” y al respecto operaremos un triple recorte: en la teoría, en la aplicación y en su
proyecto.

Cuando el analista propone su interpretación de un fenómeno étnico, casi nunca pretende ejercer sobre
estos un poder cualquiera de modificación; su intención se limita a explicar por qué razón hay casos en que
es posible plantear una identidad causal entre dos fenómenos heterogéneos en su forma, tiempo y espacio.
Así, cuando un analista interpreta determinado conflicto social, postula una analogía entre lo que muestra lo
escrito o lo visto y otras manifestaciones por él analizadas durante las experiencias a las que debe su
interpretación. Aplica un “saber” adquirido en otra parte, con un fin explicativo del que resulta único
beneficiario. No tiene ningún deseo ni poder de cambiar la estructura social.

Del saber interpretativo espera una prima de conocimientos que le de placer, placer que no puede compartir
salvo con el colega que vea en su trabajo una confirmación de la legitimidad del propio. Por eso hablamos
de reducción del modelo teórico del que se extraen los conceptos que permiten comprender tal o cual
aspecto del funcionamiento psíquico.

Agreguemos que en este caso ganancia de placer y prima narcisistica no ponen en tela de juicio el valor del
trabajo resultante: invitan a una gran vigilancia, pero el placer que así puede encontrar el intérprete puede
ser paralelo a un rigor del pensamiento que evita cierto escollo, el de no ver ya en el fenómeno estudiado
más que una respuesta preformada por su propio deseo de hallar una confirmación de su saber. Otra cosa
sucede cuando se comprueba que la interpretación se pone al servicio de un deseo de dominio sobre sí
mismo y sobre el otro o los otros, y cuando se espera que ella ofrezca un medio que permitiría abolir toda
causa de conflicto, se trate de un conflicto trabado entre dos sujetos o de uno cuya escena sea campo
social. En ambos casos se espera la realización de un mismo fin: obtener la prueba de que “sufrimiento
psíquico” y “sufrimiento neurótico” son sinónimos, y desconocer que tal negativa a aceptar cualquier causa
de sufrimiento y cualquier forma de conflicto, no es sino la forma privilegiada que puede cobrar el rechazo
del Yo en lo relativo a la irreductibilidad de la realidad psíquica.

2) La trivialización de los conceptos freudianos: así como el uso prolongado de un instrumento acaba por
desafilarlo o desajustar algunos de sus engranajes, a la larga el empleo de una palabra lleva a trivializar lo
que era insulto o elogio extremo; en nuestra disciplina asistimos a similar trivialización y deterioro de
conceptos teóricos que en rigor conservan su valor, pero cuyos efectos se ven desbaratados. El deterioro se
manifiesta de modo privilegiado en la forma de una trivialización de su significación: reducidos a una simple
función explicativa, privados de toda acción innovadora y perturbante, se intenta volverlos conformes con el
conjunto de los enunciados del discurso cotidiano del sujeto, discurso que ante todo se le demanda que
permanezca en lo cotidiano.
Durante una época el esfuerzo de los analistas se dirigió a lograr una formalización de la teoría y de la
experiencia que se acercara cuanto fuese posible a las exigencias de la ciencia. Sin embargo, los logros en
este dominio tuvieron el paradójico resultado de culminar en la ideologización de la nueva “ciencia” por el
campo cultural, ideologización que corrió pareja con un derecho de préstamo ejercido sobre sus
enunciados. De esto resultó un discurso híbrido gracias al cual los ideólogos, que se lo apropian, esperan
hacer pactar al statu quo de la institución, con la interpretación que el discurso de Freud ofrece del deseo de
inmutabilidad y de la negativa a todo cambio.

Consideramos que la esencia del modelo analítico es proponer otra interpretación de la relación que une al
sujeto con sus instituciones socioculturales; dicha interpretación siempre pondrá en peligro el statu quo que
toda institución apunta a preservar, y muestra que el complemento de justificación que el saber siempre ha
ofrecido al poder es una necesidad para su ejercicio pero que, opuestamente, nuestro saber teórico y clínico
no basta, por sí solo, para darnos conocimiento de los medios necesarios para la instalación de otras
instituciones. Si indagamos en el discurso freudiano para indagar el atributo que lo diferencia de cualquier
discurso cultural, no recurriremos al término “contradicción”, sino al de “distancia”: necesidad de mantener
una distancia, una diferencia, con todos los otros discursos, cualesquiera que fuesen. Esa distancia y esa
oferta representan el riesgo que el discurso psicoanalítico seguirá haciendo correr al saber instituido, pero
también aquello por medio del cual podrá instrumentarse su propia desnaturalización.

En efecto, es más fácil llenar una distancia que negar una contradicción patente, más narcisisante ofrecer lo
que los otros esperan que aceptar lo “nuevo”. El medio más seguro para responder a esa espera será
excluir del campo y del discurso analíticos a todo elemento cuyo surgimiento solo es concebible si se
respetan los parámetros que definen y reservan la experiencia del mismo nombre.

Lo que sorprende en los modelos teóricos que se utilizan en nuestra disciplina es su reducción a una serie
mínima de enunciados de alcance universal, en provecho de una difusión del modelo, pero a costa de lo que
constituía su armazón específica y su mira singular. El mayor riesgo que amenaza al discurso psicoanalítico
es el deslizarse del registro del saber hacia la certeza. Cuando opera ese deslizamiento se comprueba que
el analista no hace más que demandar al modelo exactamente lo que le demanda el profano. Liberado de la
necesidad de tener que mostrar la legitimidad de su teoría, en y por medio de la experiencia, reclamará el
derecho de desplazar su campo de batalla a lo extra-analítico. Lo cual, en sí, nada tendría de criticable si al
hacerlo no corriera el riesgo de encontrarse él mismo fuera de su campo, es decir, de instaurar una relación
con su teoría y con su práctica en la cual, mira narcisista u esperanza de dominio tienen los roles
primordiales.

Hoy en día el problema es el parentesco entre el discurso analítico y los discursos ideológicos que circulan
en la cultura y que proclaman con la misma fuerza y utilizando los mismos términos, la adaptación social, o
a la inversa, la universalidad y la supremacía de la subversión.

Merece reflexión la anulación de toda diferencia entre la interpretación que en el transcurso de un análisis
permite revelar lo que es efecto del deseo inconsciente, y aquella por la cual el discurso cultural y el sujeto
singular se arrogan el derecho de denunciar o justificar todo deseo, desde el momento en que favorece o
perturba el orden que defiende el primero (discurso cultural) o los intereses particulares que privilegia el
segundo (sujeto)

3) El a priori de la certeza: todos sabemos que entre los sujetos que llegarán a ser analistas el objetivo
didáctico de sus demandas está con frecuencia presente desde la apertura de partida. La motivación que se
antepone como razón de la demanda es a menudo la incomodidad y los límites que siente el sujeto
enfrentado a las exigencias de una práctica que le revela la insuficiencia de su conocimiento de nuestra
teoría: se ve que la “demanda” es ya un producto, un resultado de la práctica del modelo. También se habla
de un malestar subjetivo, pero acá daremos gracias al modelo que permitió reconocer que la causa debe ser
buscada en la psique del demandante.
En la mayor parte de los casos resulta que no solo el pre-investimiento del modelo preexiste a la demanda
sino, hecho más grave, que su verdad, antes de toda puesta a prueba por la experiencia, es considerada
como obvia. En una extensa práctica raramente hemos oído al joven psiquiatra, sociólogo, psicólogo o
filósofo decir en las entrevistas preliminares que quería intentar la experiencia para saber si “la teoría dice la
verdad”. Parece que le resulta absurdo imaginar que la experiencia que emprende pueda llevarle a declarar
falso el paradigma pre-investido, lo que queda confirmado por otro fenómeno: el sujeto en análisis podrá
interrumpir su propia experiencia o reconocer que ésta ha fracasado, pero es raro que justifique ante sus
propios ojos esa interrupción o ese fracaso por su descubrimiento de la no verdad de la teoría.

Dos explicaciones son posibles:

a) Puede afirmarse que cualquiera que sea la forma que tome la resistencia no está en sus manos renegar
de lo que enuncia nuestro discurso acerca de la estructura del inconsciente. Pero cómo sabemos que la
renegación del afecto, del saber y hasta de lo visto, es una de las vías privilegiadas que toman los
mecanismos de defensa, semejante afirmación produce perplejidad.

b) Hay que creer que en el caso de un didáctico, el sujeto está dispuesto a cuestionar sus amores, sus
deseo, su trabajo, pero no ese saber; aquí hay un bien del que no quiere ser despojado y prefiere acusarse
del fracaso o acusar de él al analista, pero preservar su fe en un paradigma transformado en dogma.

Si esto es así, y tal es nuestra opinión, debemos concluir que antes de que se comience la experiencia, la
existencia de un saber particular relativo a la psique es investida por el sujeto como una certeza al abrigo de
lo cuestionable.

El fenómeno nos enfrenta a una molesta paradoja: mientras que nuestra teoría viene a asegurar que lo que
nos puede demostrar que los únicos caracteres que nos pueden asegurar que un “saber” no ha caído ya del
lado del dogma, serían su cuestionabilidad y la exigencia de un periódico recuestionamiento de nuestra
relación con ese mismo saber; vemos en este caso al futuro analista, o a aquel que desea llegar a serlo,
rehusar de todo cuestionamiento en nombre de una certeza preestablecida. Lo que intentamos destacar es
que el analista corre el riesgo de escamotear la paradoja al proclamar que si cree en el modelo, es porque la
experiencia que prosigue le prueba su verdad, y seríamos los últimos en discutirle.

Si la certeza preexiste a la experiencia, la cual en rigor es la única que puede jactarse de aportar al sujeto la
prueba objetiva de la verdad del paradigma ¿Qué recurso posee el analista para probar y probarse que es
en efecto a su propia experiencia, y solo a ella, que debe esa prueba? Creemos en la necesidad para el
analista de estar advertido de los efectos del deterioro por el que siempre estarán amenazados sus
conceptos, y de la astucia de un Yo, comenzando por el suyo propio, que siempre tenderá a anular lo que se
presenta bajo el aspecto de algo “diferente” que viene a comprometer su statu quo identificatorio.

Creemos así que no puede haber statu quo teórico; a falta de nuevos aportes toda teoría se momifica.
Teoría y práctica psicoanalítica deben anhelar que aparezcan innovaciones probatorias de que ellas siguen
vivas, pero, a la inversa, habría que exigir que aportes y modificaciones respeten un proyecto que debe
permanecer fiel a la definición que Freud le dio.

¿Cómo recuperar y preservar un proyecto que constantemente arriesga a bastardearse?

La experiencia nos mostró que si bien la teoría de Lacan podría defender mejor los conceptos contra el
peligro de su trivialización, no ofrecía ninguna protección contra su fetichización; entre estos dos accidentes
sus motivaciones y consecuencias son idénticas. A partir de semejante comprobación hemos renunciado a
toda posibilidad de hacer pronósticos. También es cierto que la inquietud de defender el porvenir del
psicoanálisis nos pareció, a menudo, una maniobra y un desplazamiento que permite a los analistas no
reflexionar sobre el presente. Estamos convencidos de que la teoría psicoanalítica posee los medios que
permitirán a esa reflexión convertirse en la promesa de un porvenir posible.
Aulagnier, P. (1994). Prefacio. En Los destinos del placer.

Ha habido razón en denunciar lo que puede tener de terrorista el saber; pero en nuestra disciplina también
habría que recordar lo que la ignorancia tiene de aterrorizadora por sus consecuencias.

El título que he elegido se inspira en otro conocido por todos nosotros: Las pulsiones y sus destinos. Si,
como escribe Freud, la pulsión no conoce más que una meta, esta meta solo esta catectizada, tan intensa
como ciegamente, porque alcanzarla permite volver a encontrar ese estado de placer hacia el cual apunta la
psique, sea cual fuere la instancia, o el proceso, que se considere. Este estado de placer y/o estado de
quietud, de no necesidad, de silencio del cuerpo, son los únicos dos fines que conoce la actividad psíquica,
los dos objetivos antinómicos que persigue.

Durante el encuentro inaugural boca-pecho, experiencia igualmente inaugural de un poder y de una


posibilidad de placer de las zonas erógenas, un mismo objeto se ofrece a la vez como causa de la
desaparición de la necesidad y como causa del placer órgano-sensorial. Primera fusión causal y primera
fusión en el registro de la representación, a partir de las cuales el objeto que satisface la necesidad de
placer, puede convertirse en el objeto que, al tornarse durante su ausencia responsable del retorno de la
necesidad, se ofrece a Tánatos como soporte de su deseo de destrucción.

La pregunta que abordaré en estos seminarios puede formularse así: ¿Qué sucede con esas fuerzas
pulsionales “ciegas” una vez que el yo tenga que “hablarlas” y pueda hacerlo, transformándolas así en esas
demandas que un yo dirige a otro yo tornándolas compatibles con esas “exigencias de la realidad” que debe
considerar si quieren conservarse vivo?

Alienación – amor – pasión: tres destinos que la búsqueda del placer puede imponer a nuestro pensamiento
y a nuestras catectización, pero también tres “destinos” que la experiencia analítica puede imponer tomando
como instrumento esa condición cuya presencia es necesaria para que haya análisis: el amor de
trasferencia.

En el análisis de la relación amorosa, relación de la cual hice el prototipo de lo que llamo las relaciones de
simetría, he intentado demostrar el compromiso que el amante está obligado a preservar entre placer y
sufrimiento, entre catectizaciones privilegiadas y su posibilidad de cambiar de objeto, entre el yo pensado y
el cuerpo que él habita: compromisos sin los cuales no podría preservar su investimento de la realidad, ya
que se supone que eso implica la catectización por el pensamiento y por el yo de ese índice de realidad que
le concierne, y que es lo único que puede darle un estatuto de existente ante su mirada y ante la mirada de
los otros.

En el análisis del estado de alienación y del estado pasional, que he tomado como prototipo de las
relaciones de asimetría, he querido aislar una “patología” particular de las catectizaciones que no
pertenecen ni al registro de las neurosis ni de la psiquis. Tanto la fuerza alienante como el objeto catectizado
pasionalmente tienen la extraña propiedad de satisfacer tanto los objetivos de Eros como los de Tánatos, y
tornan posible así una fusión pulsional temporaria, y siempre precaria, que impone silencio al conflicto del
mismo nombre y al conflicto identificatoria.

La droga, el juego, el otro amado apasionadamente permiten huir del conflicto y creer realizable y realizada
la loca esperanza de haber excluido toda razón, toda posibilidad de sufrimiento psíquico. La pasión no
implica un cambio cuantitativo en relación con el amor, sino un cambio cualitativo; ella transforma lo que
hubiera debido permanecer como objeto de placer y objeto de demanda, en un objeto que se ubica en la
categoría de la necesidad. Alienar su pensamiento de la ideología identificatoria que el otro defiende e
impone no es simplemente optar por nuevas referencias identificatorias cuya catectización sería más
segura; ante todo consiste en descatectizar el propio proyecto y los propios ideales identificatorios, lo que
implica la descatectizacion nada menos que del tiempo futuro.
Bleichmar, S. (1994). "Teoría y clínica - articulación o fractura".

Parecería que los psicoanalistas nos hemos instalado en el interior de una revolución gestada a fines del
siglo pasado, atravesada por todas las utopías de su tiempo, cuya herencia recibimos. Esta revolución de
pensamiento que produjo el psicoanálisis no se redujo solo a la posibilidad de capturar significativamente las
determinaciones deseantes acerca de las cuales filósofos y poetas se habían interrogado desde los
comienzos de la humanidad misma. Tampoco al hecho de generar, por primera vez, de modo sistemático,
una comprensión de las “motivaciones de la conducta” y poder erigir ante ella un sistema de
transformaciones que no se quedará en lo fenoménico y su recomposición. El psicoanálisis constituyó, y
constituye aún hoy, una teoría de la subjetividad y un método para su conocimiento que abrió las
condiciones para la comprensión y transformación de aspectos del accionar humano no abarcables hasta
ese momento, por las múltiples disciplinas que pretendían su cercamiento. Y, sin embargo, esto no es
suficiente para evitar la profundidad de una crisis que hace a sus fundamentos mismos. De la esperanza
mesiánica parecería que algunos pasan hoy a la desesperanza y aun al tedio más empobrecedor. Se trata
de saber mínimamente, donde estamos parados.

La práctica analítica está en crisis a nivel de sus fundamentos. Y está en crisis también en razón del no
asentamiento de sus paradigmas de base, de la imposibilidad de seguir remodelando un edificio que ya
tiene un siglo sin revisar sus cimientos.

La dificultad para la normalización de paradigmas, los intercambios sostenidos sin revisión de los
fundamentos, son dos de los elementos que confluyen en esta crisis.

El tercer elemento a subrayar, consiste en el hecho de que práctica y teoría parecen ir cada una por su lado.

A la oposición entre teoría y clínica –que propone a la primera como realizando la abstracción, los
conceptos, las ideas y a la segunda como aludiendo a la descripción concreta –opondremos, siguiendo a
Laplanche, aquella establecida entre teorética y práctica. La primera incluyendo tanto el descriptivo –vale
decir el conocimiento del objeto, su modelización, las leyes que rigen su funcionamiento- como el
prescriptivo- las indicaciones que del objeto mismo se desprenden para operar en su transformación.

Vayamos en primer lugar al descriptivo. Sabemos que en Freud, en el interior de las mutaciones que los
diversos modelos van planteando, se sostienen algunos ejes generales considerados por el mismo como
invariables más allá de las transformaciones que sufran: posicionamiento tópico de los sistemas psíquicos
–desde una tópica en la cual siempre los lugares se definen, paradójicamente, no por relación al
inconsciente sino al posicionamiento del sujeto, vale decir del yo; concepción del conflicto en tanto
intra-subjetivo –vale decir inter-sistémico-; circulación de dos tipos de energía – libre/ligada, procesos
primarios/secundarios-; lugar de la sexualidad infantil en tanto reprimida; noción de defensa no sólo en su
operancia en la clínica sino respecto a la complejización del funcionamiento psíquico en general…

A partir de estos ejes presentes en los diversos modelos que van armando el esqueleto de su obra, se
define un prescriptivo: conjunto de reglas que permiten el conocimiento y la transformación del objeto en la
clínica –vale decir en la praxis específica propuesta-. Se trata, en realidad, de poner en concordancia las
relaciones entre objeto y método. La praxis se define entonces por un modo particular de articulación entre
ambos que permite el trabajo sobre el objeto.

Si el objeto es el inconciente, y sobre todo el inconciente reprimido, es coherente que el método consista en
la libre asociación: vale decir en la posibilidad de desplegar, de hacer circular representaciones que
permitan el acceso a aquello que se sustrae al sujeto. El modelo es aparentemente simple, siempre y
cuando nos enfrentemos al modo de funcionamiento de un aparato psíquico constituido, regido por un
funcionamiento normalmente neurótico. En este caso descriptivo y prescriptivo concuerdan.
Las hipótesis explicativas de un síntoma deben estar, mínimamente en concordancia con el método
mediante el cual se busca el sentido del mismo. El análisis individual no puede sostenerse sino a condición
de suponer que la neurosis es el efecto de la incidencia del inconsciente singular, de las transacciones que
este establece con el preconciente-conciente, en la producción sintomal de un ser humano. Y una vez
escogida esta opción, la explicación causal debe ser buscada en el entramado fantasmático del sujeto
mismo (lo cual no implica, en modo alguno, desestimar las determinaciones intersubjetivas, exógenos, que
llevaron a la formación de tal fantasmática), en razón de que el síntoma es el efecto de una transacción
intrasubjetiva, es decir intrapsíquica, tendiente a un reequilibramiento de la economía libidinal en el marco
de los circuitos deseantes y defensivos que esta impone.

Una tarea de “depuración de paradigmas” y de ordenamiento de nuestro piso teórico se hace necesaria si
pretendemos dar un orden de racionalidad a una práctica que suponemos plausible de producir
transformaciones.

El movimiento teórico que Freud opera no es lineal y mucho menos homogéneo. Señalemos algunas líneas
al respecto. En primer lugar, las propias contradicciones internas a la obra. Hasta 1905, dominantemente,
Freud se sostiene en una propuesta que concibe al inconsciente como exógenamente fundado. El concepto
de huella mnémica alude a contenidos inscriptos, provenientes del exterior. La teoría de la fantasía–residuo
de lo visto y lo oído- dando cuenta de un inconsciente cuyo orden de proveniencia es concebido por relación
a experiencias vividas.

Luego, con la teoría de la fantasía, la línea deviene cada vez más endogenista. Algunos grandes hitos: el
concepto de “representante representativo pulsional” –efecto de la delegación de lo somático en lo
psíquico”-, la concepción filogenética del fantasma, la culminación en 1923 de la reformulación de lo
inconsciente como ello, en tanto reservorio pulsional filogenéticamente constituido. La legalidad del
inconsciente –concepto de proceso primario- es prácticamente subsumida en la legalidad fantasmática –
articulación de guiones y temporalización, entonces, de un inconsciente que deviene “intencional”.

Sin embargo, como contrapartida, a partir de la “Metapsicología”, la obra toma un rumbo definidamente
exogenista respecto a la fundación del yo: este se define, cada vez más, como residuo identificatorio;
conjuntamente a esto, el superyó, como residuo del Complejo de Edipo, afirma como lugar de refundación
identificatoria la instauración exógena que hará a todo el carácter de las instancias segundas.

¿Qué consecuencias trae este movimiento en la clínica?

La fórmula conocida: “analizar es hacer consciente lo inconsciente”, puede entrar en disyunción o en


conjunción con esta otra, “analizar es llenar las lagunas mnémicas”. Entra en conjunción cuando se supone
un inconsciente históricamente determinado, efecto de inscripciones –huellas mnémicas-, residuo de
procesos efectivamente vividos –“histórico- vivenciales”. Por el contrario, entra en disyunción cuando
suponemos un inconsciente constituido por fantasmas originarios filogenéticamente determinados o efecto
de la delegación pulsional de los somático en lo psíquico; en este último caso, todo está allí de entrada, y no
es entonces necesario apelar al “rellenamiento de las lagunas mnémicas” para que lo inconsciente se haga
consciente, en razón de que este inconsciente, primordial y ahistórico, no es efecto, necesariamente, de las
experiencias vivenciales que inscriben los circuitos deseantes constituidos a lo largo de la vida.
A modo de ejemplo simplemente: la dominancia que toma, del lado del kleinismo, uno de los modos de
concebir la interpretación: hacer consciente lo inconsciente como transcripción al discurso manifiesto del
“lenguaje de la pulsión”. Esta postura, tan discutida a partir de los años 60 en Francia y de los 70 en nuestro
propio país, bajo la denominación de “técnica de traducción simultánea”, no será sino el efecto de la
culminación, hasta las últimas consecuencias, de una de las líneas abiertas en el pensamiento de Freud
mismo y a la cual nos acabamos de referir.
Un entramado conceptual no opera sino como un modelo que posibilita el cercamiento de un aspecto de lo
real; da cuenta entonces de lo real, pero no lo captura en su totalidad.
El proceso contradictorio que describimos proviene del hecho de que el objeto cuyo conocimiento se
propone se sustraiga permanentemente, lo cual lleva a que los diversos movimientos que en su cercamiento
encontramos no sea sino el efecto de su intento de aprehensión desde diversas posiciones.

¿Cómo reencontrar ejes fecundos que se tensen en la dirección de una búsqueda progresiva?

Indudablemente cada movimiento permitió generar un acrecentamiento de la predicción de hechos nuevos,


de nuevos contenidos empíricos.

Tal el caso del kleinismo, que extendió los límites de la analizabilidad a la infancia y a las psicosis,
generando conceptos que ampliaron nuestro horizonte clínico general y abrió nuevas condiciones para
pensar fenómenos insospechados: conceptos como el de defensas precoces, angustias psicóticas, la
reinscripción de la angustia como angustia del yo ante el ataque de la pulsión de muerte, todos ellos
amplían nuestras posibilidades de comprensión y generan nuevas perspectivas clínicas.

El lacanismo, por su parte, definió por primera vez de manera radical el desatrapamiento del mundo
simbólico respecto de la biología, inauguró una posibilidad de definir el orden de materialidad específico con
el cual pensar la fundación del inconciente por relación a la estructura determinante del Edipo y llevó hasta
las últimas consecuencias propuestas de Freud por relación a la función determinante del otro en la
constitución psíquica y a sus consecuencias en el plano de la clínica.
Cada una de ellas parecería correr el riesgo de haber agotado sus posibilidades productivas, en razón de
que conserva sus ojos en las antiguas preguntas, sigue enlazada al antiguo horizonte donde no son
“visibles” los nuevos problemas.

De la relación entre objeto y método en la construcción de una teorética.

La problemática produce la conexión jerárquica y necesaria en la que se articulan los temas de un discurso.
No se aprehende abordando un repertorio finito y riguroso de conceptos, sino produciendo el concepto de
su nexo, la reconstitución del entramado en que se tejen las doctrinas.

De la concepción que hace a un inconsciente en tanto existente, tópicamente definido y constituido por
contenidos específicos y por una legalidad que en él opera, se desprende la premisa del análisis individual,
singular del sujeto psíquico. El análisis como método de conocimiento del inconsciente y de transformación
de las relaciones entre este y el preconciente –conciente que solo puede ser plausible a partir de considerar
que el sufrimiento psíquico es siempre propiciado por un conflicto inter-sistémico, vale decir intrapsíquico.

La intersubjetividad no será concebida entonces como el motor del conflicto, ni como su vía de resolución,
sino como el campo privilegiado en el cual el conflicto se produce a partir de la activación de
determinaciones intrasubjetivas.

En este sentido Freud no presenta fisuras. El síntoma será siempre el efecto de una transacción entre
sistemas, una “formación del inconsciente” en tanto solución de compromiso entre sistemas en pugna.

El reconocimiento del realismo del inconsciente tendrá una consecuencia clínica mayor: ni el sueño, ni el
síntoma, ni la transferencia misma, podrán ser considerados como productos puros del campo clínico, sino
que plantearán su vigencia más allá de las fronteras del análisis. El síntoma no se agotará en su
significación ni el sueño en su relato, ya que su existencia será independiente del campo analítico. A partir
de ello, el analista nunca podrá formular, sino como metáfora, que una formación del inconsciente de
cualquier tipo le sea destinada. Ello no impedirá que reconozca la neurosis de transferencia como un
producto nuevo, pero no inédito, ya que el análisis no hará sino recoger, recuperar, de modo privilegiado,
aquello que es patrimonio del funcionamiento psíquico más allá de sus fronteras.
Del lado de los orígenes del inconsciente, por su parte, dos líneas quedan abiertas a partir de la propuesta
freudiana. Por una parte, aquella que considera al inconsciente como existente desde los orígenes, vale
decir, endógenamente constituido. El mundo exterior puede ser concebido así como una pantalla de
proyección sobre el cual el mundo interno se explicita.

Por otra, la que concibe al inconsciente como fundado, efecto esta fundación de la presencia sexualizante
del otro humano, operando en los orígenes para instaurar ciertas experiencias inscriptas destinadas a la
fijación tópica y la retranscripción por aprés-coup.

Desde esta segunda perspectiva no se trata de que el otro se inscriba como tal en el inconsciente en
constitución. El inconsciente será definido como efecto residual del contacto sexualizante con el semejante,
y los restos metabólicos de este proceso constituirán inscripciones que, siendo de origen heterónimo, han
perdido la referencia al orden de partida. Concebido el semejante como agente privilegiado en la
constitución del inconsciente, este inconsciente no será necesariamente reflejo homotésico –por
correspondencia, punto a punto- del deseo del otro. La recomposición, transcripción, metabolización de
estos elementos primarios, su fijación y represión, permitirá las complejidades a partir de las cuales los
destinos de pulsión devendrán destino del sujeto psíquico.

Una vez constituido el inconsciente por represión originaria, el sentido del síntoma no podrá ser buscado en
otro lugar que en las construcciones significantes, auto teorizantes, que el sujeto mismo produzca. No habrá
“sentido perdido”, en razón de que este sentido nunca se produjo. Ello a partir de que el semejante
sexualizante, constituyente, ignoró él mismo el hecho de que sus propios actos propician tales inscripciones.
Si la “fijación” al inconsciente no será directa ni inmediata, sino efecto de la represión originaria, si su fuerza
de constrainvestimiento fijara tópicamente estos representantes al inconsciente, antes de que ella opere (o
si fracasara) no podrá hablarse en sentido estricto de “síntoma”.

El “síntoma”, en sentido psicoanalítico, como rehusamiento de una inlograda satisfacción pulsional, sólo
podrá ser concebido como formación del inconsciente a partir de una separación plena entre ambos
sistemas. Toda manifestación de displacer y sufrimiento anteriores a este clivaje, o efecto de una falla del
mismo (caso de los procesos psicóticos) deberá ser explorada en sus órdenes de determinación
constituyente, y en tal sentido la técnica –vale decir, la prescripción clínica- efecto del reconocimiento del
modo tópico de funcionamiento dominante del aparato psíquico en cuestión.
La pesquisa del momento estructural constitutivo definirá, bajo parámetros metapsicológicos, la elección
clínica; se realizará entonces un proceso de ajuste entre nuestras prescripciones respecto al modelo de
aparato psíquico funcionante y las determinaciones que lo rigen.

Bleichmar, S. (2005). Capítulo 15 "Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre.


El Psa corre el riesgo de sucumbir, no en razón de la fuerza de sus oponentes, ni de la racionalidad de los
argumentos con los cuales intentan su relevamiento sino implosionado por sus propias contradicciones
internas. Es por ello que deviene tarea urgente separar aquellos enunciados de permanencia , que
trascienden las mutaciones en la subjetividad que las modificaciones históricas ponen en marcha, de los
elementos permanentes del funcionamiento psíquico que no solo se sostienen sino que cobran mayor
vigencia en razón de que devienen el único horizonte explicativo posible para estos nuevos modos de
emergencia de la subjetividad.

POSICIONAMIENTO RESPECTO DE LA OBRA DE FREUD: Los textos de Freud se inscriben como punto
de partida no reductibles a ningún lector supremo que se atribuya mesianicamente ser el único que “ha
escuchado la palabra”, ni diluibles en una literalidad que los coagule como textos sagrados El rigor de
lectura no se confunde como obedeciendo pero tampoco reemplazando lo que en ellos fue dicho para
hacerlos coincidir con lo que a cada escuela le gustaría que digan.
Es importante hacer atravesar los escritos de Freud por el método analítico, sin reemplazar lo que dicen por
lo que en realidad Freud quiso decir ya que lo que en realidad quiso decir es lo que dice. Se trata de abarcar
la obra desde una triple perspectiva: problemática, histórica y crítica.

Desde el punto de vista histórico, el pensamiento freudiano no podría ser abarcado bajo una simple
cronología. Es necesario mostrar no solo los resultados sino el encaminamiento por el cual se llega a los
mismos, lo cual permite que se puedan rehacer tramos e iniciar nuevas direcciones. No se trata de
descartar algo como erróneo en sí mismo, sino de recuperar el movimiento que lo hace desembocar en una
vía errada para desde allí, rehacerlo. Cada escuela ha intentando sostenerse a costa de una renegación de
los aspectos de la obra freudiana que no le s “sintónicos” en un esfuerzo de síntesis que opera por recortes
y exclusiones

SEXUALIDAD INFANTIL: La vulgata psicoanalítica ha homologado desde siempre el aporte fundamental del
psa respecto de la sexualidad infantil con el complejo de edipo. Eso despoja a la sexualidad infantil de su
carácter mayor:anárquica en los comienzos, no subordinado al amor de objeto, opera a lo largo de la vida
como un plus irreductible tanto a la autoconservación como a la procreación. El aporte central que implica
considerar cómo sexual todo aquello que siendo del orden del placer comporta un plus que no se reduce a
actividades auto conservativas, viene aparejado de una puesta de sexualidad en dos tiempos, tiempos que
Freud consideró biológicamente determinados.

¿Donde quedan los dos tiempos, uno que corresponde a la pulsión parcial y el otro a lo genital cuando
incluimos a la sexualidad del adulto como productora de excitaciones,si el adulto está atravesado
simultáneamente por sus deseos icc “pregenitales” infantiles y ellos se ensamblan en su sexualidad genital?

Es en razón de esto que más allá del carácter sucesivo de tres ensayos, es en aquellos planteos que
quedan impregnados por una visión teológica de la sexualidad, sometida a un fin sexual reproductivo donde
se manifiesta la necesidad de revisión. El aporte fundamental de tres ensayos es el hecho de que la
sexualidad humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza por ser no reductible a los
modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos.

La autora sostiene que los dos tiempos de la sexualidad son en realidad DOS SEXUALIDADES
DIFERENTES: una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto, productora de
excitaciones que encuentran vías de ligazón y descarga bajo formas parciales y otra con primacía genital,
establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilidad el ensamblaje genital. Por otro
lado, hay una fácil homologación entre polimorfismo perverso y perversión propiamente dicha. Se torna
necesario redefinir el concepto de perversión considerando de este orden todo proceso de goce sexual que
tenga como prerrequisito la des-subjetivación del otro,devenido en partenaire. No se trata de la trasgresión
de la zona, ni del modo de ejercicio de la genitalidad, sino de la imposibilidad de articular el cuento en la
escena sexual con otro ser humano.

Es indudable por último la necesidad de REDEFINIR EL COMPLEJO DE EDIPO. En primer lugar, porque
nace y se ha conservado impregnado necesariamente, de los modos con los cuales la forma histórica que
impone la estructura familiar acuñó el mito como modo universal del psiquismo. Es insostenible conservar el
edipo entendido como una novela familiar, vale decir como un argumento que se repite, de modo más o
menos idéntico, atravesado por contenidos representacionales hacia “el papa” y “la mama” a lo largo de la
historia y para siempre. El gran aporte del psicoanálisis es el descubrimiento del acceso del sujeto a la
cultura a partir de la prohibición del goce sexual intergeneracional. El edipo debe ser concebido entonces
como la prohibición con la cual cada cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de la sexualidad
del adulto sobre el niño, la apropiación gozosa del cuerpo del niño por parte del adulto.

ESTATUTO DEL ICC: Nos ubicamos en una perspectiva que separa como dos órdenes diferentes la
existencia del icc de su conocimiento. El icc es un existente cuya materialidad debe ser separada de su
conocimiento, existió antes de que este conocimiento fuera posible y el descubrimiento freudiano implica su
conceptualización, no su invención. El icc existe en algún lado más allá del proceso de la cura analítica.

La definición del origen de la pulsión pone en juego los orígenes mismos de las representaciones que
constituyen la materialidad de base del icc. Sus orígenes están atravesados por inscripciones provenientes
de las primeras vivencias sexuales que acompañan los cuidados con los cuales el adulto toma a cargo a la
cría. Si es el hecho de que un exceso de sexualidad del otro determina el surgimiento de la representación
psíquica, debemos decir que el icc no surge de la ausencia de objeto sino de su exceso, vale decir del plus
de placer que se genera el el movimiento de resolución de la autoconservación a partir de que esta está en
manos del adulto excedido, el mismo, por sus propios deseos icc.

El descubrimiento fundamental del psa es la afirmación de que la representación antecede al sujeto


pensante, vale decir, que en los orígenes existe, un “pensamiento sin sujeto”. Luego, esta realidad originaria
pre-subjetiva, deviene subjetiva.Las consecuencias de esta afirmación son: Destitución definitiva del modo
maquineo con el cual se ha concebido la defensa: siendo icc y preconciente las estructuras con su propia
legalidad y su propio emplazamiento en el interior de la tópica psíquica, los enunciados que el sujeto
formula no son simplemente el modo engañosos de encubrimiento de lo icc que habría que desechar para
buscar después la verdad icc, sino producciones psíquicas de pleno derecho que coexisten con las
mociones que deben ser sacadas a la luz y liquidación de las jerarquías con las cuales se concibe al sujeto
del icc como el que enuncia la verdad, frente al yo homologado a una suerte de falsa conciencia que se
engaña-

Nuestras intervenciones deben lograr el máximo de simbolización posible con el mínimo de intromisión
necesaria. Ello implica un ejercicio de aquello que podemos denominar oferta de “simbolización de
transición”, modos de paisaje,con los cuales posibilitar una operatoria de tránsito. En los casos en los cuales
esto no es posible, es necesario crear las posibilidades previas para que ello ocurra, mediante lo que se
denomina INTERVENCIONES ANALÍTICAS.

Ante fenómenos que emergen como no secundariamente reprimidos, no plausibles de interpretación y cuyo
estatuto puede ser del orden de lo manifiesto sin por ello ser conscientes hay que abordarlos mediante
SIMBOLIZACIONES DE TRANSICIÓN, cuya característica principal es la de servir como puente simbólico
en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el vació de ligazones psíquicas deja al sujeto librado a la
angustia intensa o a la compulsión. Estas ideas se relacionan con los procesos de NEO GENESIS.

El icc es de origen exógeno, tiene una materialidad heterogénea, es una realidad para-subjetiva cerrada a
toda intencionalidad.

Hornstein, L. (2013). introducción. En Las encrucijadas actuales del psicoanálisis. Subjetividad y


vida cotidiana.

En los escritos y en la práctica de Freud, todo está en revisión. Los escritos no son las Tablas de la Ley, sino
un work in progress. No lo lastima retractarse, más bien lo enriquece. El psicoanálisis está en crisis. Arrastra
el peso muerto de los análisis ortodoxos, con su técnica esclerosada y su falta de swing. Lo instituyente, lo
novedoso, lo creativo tienen que hacerse un espacio en una tradición que privilegia lo instituido, lo frizado.

Ya en 1895 Freud arriba a la conclusión de que la neurosis es un edificio con muchas dimensiones. El
psicoanálisis hoy es también un edificio con muchas dimensiones. Solo es posible orientarse en este
laberinto teniendo presentes los planos originales que constituyen sus cimientos. Freud en 1893 decía que
el inconsciente es un quiste que hay que extirpar. En 1895, lo piensa como un infiltrado, por lo que la meta
del psicoanálisis es disolver la resistencia para facilitar la circulación por ámbitos bloqueados. Enquistarse o
aislarse es el riesgo que corren las instituciones y cada psicoanalista evitando el intercambio con otras
corrientes y otras disciplinas.
El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales sobre la historia individual permite deslindar los
elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que están inmersos en similares
contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares. Hay subjetivación cuando el ser puede
acontecer. La alteración es poder convertirse en otro sin dejar de ser uno mismo, pese a perder cierto
número de cualidades o adquirir algunas nuevas. La alteración es la forma viva de la subjetividad. Mientras
que la alteridad, a diferencia de la alteración, supone una relación entre dos seres. Es lo opuesto a la
identidad, es aceptar lo diferente.

Freud, como los buenos músicos, improvisaba. Después, el psicoanálisis se militarizó y marco militarmente
el paso, el paso de ganso. Se hipotecó atándose a criterios formales. Por ejemplo, el analista que propone
Freud se asemeja más bien a un trabajador empeñoso, dispuesto a ayudar a otro a desatascarse: nada que
ver con el observador no participante que proponen algunas corrientes actuales. La ortodoxia es una
máquina de impedir: borra el espacio para la imaginación, pontifica que el pasado determina absolutamente
el presente, sobredimensiona la transferencia, privilegia el programa en desmedro de la estrategia, ritualiza
la diversidad. Una práctica innovadora se redujo a una técnica estereotipada.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe. Propone un
psicoanalista “objetivo” espectador de un proceso que se desarrolla según etapas previsibles. Un
psicoanalista es singular cuando su clínica y sus otras producciones lo muestran, no cuando detenta un
rasgo diferencial hecho de emblemas y fueros. Para no caer en la tentación de la teoría verdadera, lo mejor
es no abandonar la aspiración a actualizar la teoría, y entonces hay búsqueda y no puertos de llegada. O el
Psicoanálisis acepta el cambio o se muere: no es una declaración apocalíptica. Es lo que le pasa a
cualquier ser vivo o cualquier ser teórico.

Hoy en día es conveniente implementar una nueva práctica de la cura, un nuevo psicoanálisis más abierto y
más a la escucha de los malestares contemporáneos, de la miseria, de los nuevos derechos de las minorías
y de los progresos de la ciencia. Retorno a Freud, si, relectura infiel de Lacan, ciertamente, pero lejos de
toda ortodoxia o de toda nostalgia hacia un pasado caduco. No estamos solos. Las prácticas, los escritos
freudianos y post freudianos y el horizonte epistemológico proveen recursos para re interrogar los
fundamentos que rigen nuestra comprensión, nuestra nosografía y nuestra acción. Es decir, metapsicología,
clínica y técnica nos implican y están implicadas.

Implicar. El diccionario separa en tres acepciones lo que no siempre está tan separado: 1) envolver, enredar;
2) contener; 3) impedir, envolver contradicción. De ninguna de las tres se deriva que la implicación sea una
esclavitud. ¿Es posible disfrutar del pensamiento? ¿Es posible escribir o leer sin eslóganes? Yo apuesto a
que sea posible.

Mannoni, M. (1965). Capítulo 2 "La experiencia analítica". Capítulo 5 "La enseñanza del
psicoanálisis". En Un saber que no se sabe. (pp. 32 - 52 y pp. 95 - 105). España. Editorial Gedisa.

Capítulo 2: La experiencia analítica. ¿De qué está hecho el pensamiento creador?

Las primeras cartas de Freud dejan entrever las crisis por las que debió atravesar.

Es bien sabido que durante largos años Fliess es el único confidente de Freud: “Tengo la sensación de
encontrarme frente a uno de los grandes secretos de la naturaleza”. Ese “Secreto” que Freud necesita
comunicar a alguien tiene que ver con sus hipótesis acerca del lugar que ocupa en el origen de una neurosis
el “daño sexual” sufrido por el sujeto.

Para Freud, es imprescindible crear una posición terapéutica totalmente diferente de la habitual en su
tiempo, por penosa que sea para el médico que la adopte. Comienza a escribir el “Proyecto de una
psicología para neurólogos”, que le envía a Fliess. Su propósito es crear una especie de robot, una máquina
pensante cuyos mecanismos de funcionamiento se explican en función del principio de constancia. Freud
trata de elaborar una teoría psicológica en lenguaje neurológico. Algunas de estas ideas reaparecen en La
Interpretación de los Sueños, pero despojadas de toda connotación neurológica. Un mes más tarde,
abandona todo aunque es de notar que las elaboraciones del “Proyecto” aparecen en un momento de
resistencia en la relación de Freud con Fliess.

Las modificaciones teóricas.

Entre 1904 y 1918, Freud retoma y profundiza el tema de la resistencia. Freud descubre la resistencia, en
primer lugar, como un obstáculo a la comunicación, cuando siente la necesidad de escribir a Fliess pero las
ideas ya no fluyen. El mismo problema aparece con sus pacientes, que aunque bien dispuestos de pronto
no comprenden lo que les dice. Toma conciencia entonces de que la aparición de la resistencia es inevitable
en un tratamiento y en ella reside el secreto de la neurosis. Abandona entonces el enfoque topológico para
adoptar al dinámico e induce al paciente a ver su enfermedad como un adversario digno de él, reconociendo
al mismo tiempo en la resistencia una valiosa fuente de información. Freud no dice aunque la resistencia es
del yo, sino que la resistencia es la transferencia, y aconseja no enfocar el problema de la transferencia
mientras esta no se haya convertido en resistencia.

El enfoque dinámico da paso después a un enfoque estructural. En 1918, Freud habla del psiquismo
fragmentado del neurótico, fisurado por las resistencias. Se insinúa ya su idea de que eliminando las
resistencias, se crean las condiciones para la síntesis de un yo virtual.

Hasta aquí el aspecto clínico de las diferentes posiciones teóricas de Freud, desde el comienzo. Sin
embargo, las diversas modalidades en que las desarrolla serán recibidas de diferentes maneras por sus
discípulos, tropezando así con incomprensiones y resistencias.

La manera en que Freud emprende su investigación está signada por un estilo. Su trabajo con el paciente
está inserto en una búsqueda de la verdad del sujeto, siguiendo el mismo camino que antes adoptó para sí
mismo. Su efecto se hace notar no solo en el tipo de vínculos establecidos con los pacientes, sino también
en sus formulaciones teóricas sobre la singularidad de la experiencia analítica, que de hecho aparece como
una experiencia humana. La experiencia humana que la aventura analítica restituye se forma, según Freud,
a partir de la idea de reencuentro y recuperación del pasado.

Capítulo 5: La enseñanza del Psicoanálisis.

¿Es posible enseñar psicoanálisis? Freud estaba persuadido de que el psicoanálisis tenía algo que ofrecer a
las disciplinas universitarias. Según él, sin embargo, el psicoanalista en formación podía prescindir de la
universidad, porque las sociedades psicoanalíticas habían sido concebidas para brindarle la enseñanza
necesaria. Además, estas sociedades existían debido precisamente a que el psicoanálisis estaba excluido
de las universidades. No obstante, la historia del movimiento analítico muestra, en opinión de los propios
analistas, que las sociedades y los institutos de psicoanálisis no cumplieron con lo que cabía esperar de
ellos.

Desde un principio Freud concibió dos direcciones dentro de la enseñanza del psicoanálisis, según esta se
orientará a los no analistas o a los analistas. En otras palabras, se impartirá información sobre el
psicoanálisis, a la manera de la docencia académica; o bien, una forma predominantemente de iniciación.

¿Es posible salvaguardar al mismo tiempo la doctrina analítica y la estabilidad de la institución analítica?
Esta es la pregunta que se formulan abiertamente los analistas didácticos de la Asociación Psicoanalítica
Internacional. Muestra que si bien en los primeros tiempos del movimiento analítico, las exigencias de los
analistas fueron sobre todo teóricas, en una segunda etapa, ya alcanzada la institucionalización, las
exigencias se refieren por el contrario a la enseñanza.
Freud concibió su obra como susceptible de todos los desarrollos y todas las modificaciones. Sin embargo,
no previó que cuando se erige una institución para defender una causa, la obra queda momificada.
Paradójicamente, esa momificación permite que la institución se consolide y de ahí en más esté dedicada a
la “entronización” de la obra. Cuando se le exige a un candidato que ajuste sus tratamientos a un
determinado modelo, en el mismo acto se le está vedando la posibilidad de recrear junto con su paciente.
Este camino no puede sino conducir a la paralización del análisis.

La enseñanza de lo que enseña el inconsciente.

Lacan aceptó el reto que algunos consideraron imposible: enseñar lo que enseña el inconsciente. Sin
embargo, al final de su vida tuvo la impresión de haber fracasado. La inquietud por la formalización que
demostró a partir de 1970 parecía ir a la par de los ideales de la ciencia oficial. En efecto, Lacan trató, con
fines didácticos, de transmitir una teoría sin contradicciones. Mientras el uso del matema como un “ardid
poético”, sus discípulos, por el contrario, transformaron la matematización en un proyecto que debía ser
tomado al pie de la letra. La transmisión del análisis quedó comprometida, ya que la principal preocupación
pasó a ser que el discurso de los miembros guardara fidelidad a la escuela. Así, el lenguaje lacaniano se
convirtió en ritual. En sus comienzos, sin embargo, la enseñanza lacaniana insistía en la necesidad de
poner el acento en la división del sujeto. Evitar que el paciente reconozca la verdad de una división era
anular la esencia del descubrimiento freudiano.

Mannoni, M. (1976). PróIogo. En El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis. (pp. 9 - 14). México. Siglo
Veintiuno.

El movimiento actual de antipsiquiatría ataca nuestras posiciones ideológicas tradicionales. La


antipsiquiatría ha nacido de una protesta contra la medicalización de lo no-médico; como movimiento que se
opone desde un primer momento y ante todo a cierta forma de monopolio del saber médico.

Por el contrario, la actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del analista. El analista, por el
contrario, presta atención a la verdad que se desprende del discurso psicótico. La aplicación, en nombre de
un saber instituido, de medidas intempestivas de “cura” no logra otra cosa que aplastar aquello que
demanda hablar en el lenguaje de la locura y al mismo tiempo lo fija en un delirio, con lo que aliena aún más
al sujeto.

En Francia, durante estos últimos años, el grupo de Lacan ha efectuado un esfuerzo muy marcado en el
plano de la reorganización de las instituciones de cura, organismos a los que se ha querido sustraer no
solamente de la esclerosis administrativa, sino incluso de los fundamentos no científicos del sistema que se
halla en vigor en el dispensario. Estudios aún no publicados tienen por objeto el análisis de lo que se pone
en juego cuando se pide una consulta y el modo en que la respuesta inoportuna que se da dentro del
sistema tradicional puede sofocar una verdad, alterar el sentido de esa demanda.

En este libro, trato no solamente a la madre y al hijo, sino a la actitud inconsciente colectiva de los “bien
pensantes” ante el “anormal”. Muestro los efectos de esa actitud, sin tener “solución” que proponer. No
basta con cuestionar la actitud defensiva de una sociedad que excluye con excesiva facilidad al niño o al
adulto “anormales”. Es preciso analizar también la actitud inversa, surgida del desconocimiento de aquella
enseñanza. En este segundo caso, el retardado o el loco se convierte en objeto de un verdadero culto
religioso: se halla en peligro de verse recuperado por instituciones caritativas, compartido como objeto de
ciencia y de cura por una multitud de especialistas. El mito de la norma y el peso de los prejuicios científicos
desempeñan el papel de factores de alienación social, no solo para el enfermo mental sino también para
quienes lo curan y para sus padres.

Habría que volver a plantear, sobre bases teóricas diferentes de las que por lo general se usan, la noción
misma de institución. Y no es posible repensar la institución sin comenzar por cuestionar el origen mismo de
su existencia. El paciente sirve con frecuencia de pantalla para lo que el que cura no quiere ni saber ni oír,
porque ello señala de inmediato las motivaciones profundas de las relaciones jerárquicas instituidas, así
como la función de un determinado orden vigente.

Rother de Hornstein (2015) “Adolescencias contemporáneas. Un desafío para el psicoanálisis”

Introducción

Un psicoanálisis contemporáneo exige retrabajar los fundamentos metapsicológicos y clínicos como


punto de partida y reelaborarlos.

El requisito es un pensamiento teórico siempre anclado en la clínica, es decir, que sea capaz de desafiar los
dogmatismos y las falsas seguridades y que se actualice para no poder vigencia.

- Los intercambios entre especialistas ahondan el grado de especialización.


- Los intercambios interdisciplinarios ensanchan y perforan las fronteras entre disciplinas y
enriquecen el pensamiento generalista.

Desde una perspectiva de los sistemas abiertos, permanencia/cambio; repetición/creatividad;


orden/desorden; determinismo/azar; realidad/representación; construcción/reconstrucción no son
contradictorios. Sino que posibilitan la resignificación de conceptos básicos, la creación de otros y pensar
desde diferentes perspectivas los desafíos de la clínica.

La clínica actual nos enfrenta a múltiples respuestas a una misma problemática al interrogar los procesos
psíquicos y formular nuevas estrategias terapéuticas.

- Represión originaria
- Pasaje del yo de placer al de realidad
- Fin del complejo de Edipo
- Metamorfosis de la pubertad
- Duelos
- Recomposición identificatoria

Se introducen en el sistema de bucles de complejidad que intentan una reconstrucción siempre


problemática e incompleta del pasado.

El psiquismo es un continuo reordenamiento de representaciones. La historia no es pura repetición ni solo


es transformación a partir de remodelaciones de las fantasías. El abanico de respuestas del sujeto ante
experiencias significativas depende de su historia libidinal e identificatoria.

Pensar la ADOLESCENCIA es indagar los códigos en que se instituye y que son propios de cada época, de
cada generación, de cada subcultura. El imaginario social propone nuevos ideales, nuevos proyectos,
estimulando o apagando ilusiones.

¿Cuáles son los aconteceres que el tránsito por la adolescencia obliga a tramitar? Los cambios corporales,
la reemergencia de la sexualidad, los diversos duelos, renunciar a los progenitores de la infancia, a la
sexualidad infantil, a las formas defensivas infantiles. Son cuestiones que bien tramitadas posibilitan
responder con más firmeza a las demandas sociales y crear nuevos vínculos. Son experiencias que exigen
trabajos psíquicos para apropiarse de nuevas herramientas que los ayuden a procesar nuevas realidades,
a procurarse otros vínculos, otros referentes identificatorios, a interesarse por nuevos espacios.

La sexualidad adolescente modifica las vivencias previamente consolidadas en el seno de la familia,


reestructura y transforma esa identidad al desprenderse saludablemente de los mandatos familiares.
Formula interrogantes apremiantes. Es un desafío no solo para los adolescentes (que atraviesan esta etapa
turbulenta llena de incertidumbres, angustias, radicalizaciones, decepciones, miedos) sino también para los
padres.

Flujo turbulento que plantea al psicoanálisis una doble tarea:

1. Revisar los procesos psíquicos en juego


2. Comprender las nuevas identidades que se modelan hoy a la luz de las aceleradas
transformaciones

Los adolescentes de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI nacieron sumergidos en los nuevos
avances tecnológicos, rodeados de computadoras, teléfonos celulares, videojuegos, música digital 🡪
Herramientas que contribuyen a configurar la identidad. Las nuevas generaciones imponen sugerentes y
singulares discontinuidades subjetivas con respecto a las generaciones de sus antecesores. Se produjo una
brecha generacional que no podemos ignorar.

Rand, N. Y Torok M. (1997). Capítulo 2 Punto 1 “El Psicoanálisis aplicado frente a la vida de la obra:
¿imponer la teoría o escuchar el texto?”. En Tisseron, S. El psiquismo ante la prueba de las generaciones.
(pp. 35 - 40). Buenos Aires. Amorrortu Editores.

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