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PSICOLOGIA

CLINICA
DE NIÑES
PSICOLOGÍA CLÍNICA DE NIÑXS Y ADOLESCENTES

Unidad Temática A: La relación establecida entre teoría y clínica.

• Relación teoría - clínica.


• Posición ante el saber.
• Ruptura con el campo de las certezas.
• Posición de interrogación.
• Teorización flotante.
• El caso clínico.
• Lugar de la creación.
• La investigación clínica.

Aulagnier, P. (1984). Capítulo 1 Punto B "Las cuatro versiones de la historia de Philippe".


Las cuatro versiones de la historia de Philippe.

a) La de Philippe (28 años), quien es su protagonista y su autor. Versión que reconstruye una
historia con arreglo a una causalidad delirante, que liga la totalidad de los acontecimientos pasados,
presentes y los de un futuro ya previstos por Philippe, con una causa situada fuera de tiempo y fuera
de la realidad. Merced a lo cual se produce esa indiferenciación temporal que es propia del delirio.
En el caso de Philippe, como es frecuente en la esquizofrenia, esta versión está al servicio de hacer
inocentes a los dos progenitores de toda responsabilidad por su destino psíquico.

b) La versión de los padres; proporcionada en las cinco entrevistas que con ellos tuve. Versión que
ignora y niega el papel que ellos desempeñaron.

c) La mía (Aulagnier), que se elabora y se modifica en el hilo de mi escucha. Versión para uso
personal, que articula una serie de hipótesis interpretativas que parten de los acontecimientos de
que hablan los relatos de Philippe y de sus padres. La forma definitiva de esta versión diferirá según
la continuación que tengan o no las reuniones. Si no desembocan en el establecimiento de una
relación analítica, la última coincidirá con la construcción definitiva de una versión hipotética acerca
de las consecuencias de una historia infantil sobre el vivenciar actual de un sujeto. Si las reuniones
se transforman en sesiones, aquella versión que les había precedido servirá a un objeto particular:
me aportará elementos que me ayudaran a formular interpretaciones en virtud de las cuales se
pueda hacer entre el discurso del sujeto y el mío, ese trabajo de ligazón que es la obra y el objetivo
del trabajo analítico.

d) La que Philippe y yo empezamos a escribir juntos.

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Aulagnier, P. (1980). Capítulo I "Sociedades de psicoanalisis y psicoanalista de sociedad".

Capítulo 1: Sociedades de Psicoanálisis y Psicoanalistas de Sociedad.

(El capítulo comienza refiriéndose a los debates y disidencias que se producen entre las distintas
Escuelas de Psicoanálisis del momento)

La cuestión pone forzosamente en juego, para cada analista, su opción “política”. Pues bien, de la
política a la polémica la asociación no es solo fonética: el deslizamiento resulta tan fácil para el autor
como para el lector. Con el fin de precavernos contra este peligro hemos tratado de basar nuestro
análisis en una reflexión teórica; pero aun así reconocemos que nuestro análisis y nuestra crítica
hallaron su fuente principal en las cuestiones que nos planteó la Escuela Freudiana de París. Y esto
por las siguientes razones:

1) La crítica de las instituciones de sociedades de tipo clásico data de largo tiempo atrás, sobre todo
gracias a la contribución de Jacques Lacan;

2) El punto de partida de lo que legítimamente podemos llamar “movimiento lacaniano” fue rico en
promesas y permitió creer en una saludable renovación del funcionamiento de las sociedades
psicoanalíticas aunque esto culminó en un indisimulable fracaso que planteó el problema de la
alienación;

3) Hemos formado parte de la Escuela Freudiana de París desde su fundación y esa experiencia nos
permite elucidar ciertos fenómenos propios de los grupos psicoanalíticos.

Pero resulta evidente que a su vez este análisis se inserta en una problemática más general: la que
plantea, desde el origen, la existencia de “sociedades psicoanalíticas”. Definiremos ahora el sentido
que otorgamos a dos términos que hallaran frecuente empleo en este texto. Por didacta
designamos al analista que analiza a un sujeto, al que llamamos candidato, que en el transcurso de
su propio análisis, descubre o confirma su deseo de ser analista.

Lo extraterritorial: sociedad de psicoanálisis y sociedad de demanda.

Con la poca ortodoxa fórmula “sociedad de demanda”, queremos marcar la relación hoy existente
entre la sociedad, y la función del psicoanalista a la que esa sociedad apela. No somos sociólogos, y
nuestro interés fue siempre incitado por la psique del sujeto, pero nuestra experiencia así como
nuestro trabajo en el medio hospitalario, nos permiten formular dos observaciones:

1) La demanda de psicoterapeutas crece de manera progresiva;

2) El malestar que segrega la sociedad contemporánea muestra la exacerbación de determinados


conflictos psíquicos y revela el callejón sin salida al que conducen la mayoría de las soluciones
propuestas.

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Estos dos factores explican porque el analista-terapeuta se ve solicitado cada vez más, porque las
listas de espera se alargan. De esto deriva otro tipo de demanda: el analista pasa a ser el enseñante,
el invitado de élite. Tal estado de cosas plantea el problema de las repercusiones que el analista
provoca en nuestra disciplina y particularmente en dos registros: a) la vocación; b) la contrapartida
exigida por la sociedad como precio de su demanda.

A propósito de la vocación.

A mitad de camino entre el llamado, la misión, el destino, el interés, este término sigue marcado
por el uso que se le dio en el campo religioso. ¿A que “llamado” responderá, pues, el futuro analista?
La respuesta hoy en día más frecuente se apoya en dos conceptos: el “deseo de saber”, en su sentido
más general, y el “deseo de transgredir” en su sentido más específico.

La contrapartida adeudada

A partir del momento en que la sociedad reconoce la legitimidad de una función, la designa como
necesaria y recurre a ella, es normal que exija ciertas garantías en recompensa. Podemos hablar de
recuperación, de resistencia, de renegación, pero si reducimos el problema a estas dimensiones
practicamos algo que es necesario en un psicoanálisis pero imposible en otra parte: ponemos entre
paréntesis la realidad de los hechos. Hay psicoanalistas que ejercen en hospitales, que enseñan en
facultades, que funcionan en instituciones. Desde ese momento la sociedad, basándose en modelos
conocidos, planteara la cuestión de la legitimidad del “título”: en una primera instancia, incómoda
frente a la oscuridad de ciertas definiciones que le son propuestas, se limitará a atribuir la
responsabilidad a las sociedades formadoras y las considerara garantes de la habilitación de un
nuevo y extraño funcionario, el analista. En un segundo momento, intentará planificar el problema
y considerará la posibilidad de diplomas o estatutos sobre los cuales podrá legislar. Las sociedades
psicoanalíticas hallaran tres razones para responder: ellas temen en igual grado las falsificaciones y
la desvalorización de sus funcionarios; temen aún más la intromisión en los procesos de formación
de modelos heterogéneos y por razones mucho más ambiguas y contradictorias, no quieren llevar
el debate extramuros.

Las sociedades psicoanalíticas no pueden seguir haciendo oídos sordos frente a una sociedad en la
que están cada vez más integradas. Lo que la sociedad exige de ellas anula esa extraterritorialidad
que querrían reivindicar. Al mismo tiempo, nadie puede sostener que este tipo de institución sea
inútil. La desaparición de estas sociedades solo dejaría lugar a dos soluciones finalmente idénticas:
o bien el paso del poder a las cátedras universitarias o la reducción de la obra de Freud a la nada.

Por lo tanto, las sociedades psicoanalíticas, como organismo de formación, se ven confrontadas con
una doble contradicción: por una parte, los procesos de habilitación que tales sociedades establecen
se vuelven condición para la posibilidad de ejercer. Por otra parte, al tiempo que denuncian el error
que consistiría en moldear la formación analítica sobre cualquier otro “modelo” existente; no
pueden prescindir de modelos so pena de caer en la anarquía y la irresponsabilidad absoluta.

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Al sujeto supuesto saber, se agrega una sociedad supuesta saber, que según los movimientos
transferenciales en juego, reforzará el vínculo transferencial frente al analista o lo desplazara a otro
registro, en ambos casos se tornará mucho más difícil desenmascararlo.

Hemos dicho en la primera parte que es utópico imaginar conjuntamente la permanencia del
psicoanálisis en nuestra cultura y la ausencia de toda sociedad formadora. Asimismo, quisimos
demostrar que la situación didáctica lleva en sí misma su propia posibilidad de destrucción. Por
desgracia, la experiencia nos prueba que no basta con saber: la ironía del destino de las sociedades
psicoanalíticas consiste en que precisamente el saber específico que sus representantes ostentan
sobre el fenómeno transferencial, se disuelve en el momento en que actúa sobre la propia textura
social. Tal disolución no nos parece un accidente inevitable, y ello siempre que se den dos
condiciones: 1) Que el peligro representado por este “resto” que amenaza escapar a la experiencia
didáctica sea la preocupación primera de todo analista interesado en el problema de la formación y
2) Que el analista encuentre y sepa mantener una cierta “modestia”. Y aquí no estamos ironizando.

En función misma de su objeto, nuestra teoría induce más que cualquier otra la posibilidad de una
fuga hacia la brillantez teórica; estamos más desprovistos que otros investigadores de una
posibilidad de experimentación; nuestro oficio pone a prueba nuestro narcisismo. Frente al éxito o
al fracaso de una cura, el analista sabe que está solo para responder, que nadie puede reproducir
exactamente la misma experiencia y confirmar o invalidar sus resultados. Habiendo renunciado al
socorro de la ciencia del cuerpo, hoy se sueña con el recurso a las ciencias más celebradas de las
que esperamos la prueba de nuestras operaciones. Sueño bien comprensible y al que todos nos
inclinamos: hay que saber renunciar a él. Renunciamiento difícil, sin duda. O bien los analistas tienen
la “modestia” de probarse de manera continua como analistas en función y como representantes
de una sociedades y en este caso existirán sociedades de psicoanálisis, o sea organismos que podrán
pretender que han sabido aplicar a sí mismos la experiencia freudiana; o bien los analistas huirán
hacia el sueño, asegurados en una teoría sin fallas, y nosotros asistiremos a la producción de
psicoanalistas de sociedad.

Capítulo VI: Historia de una demanda e imprevisibilidad de su futuro.

Cuando se observa la práctica psicoanalítica actual y se advierte la parte que ocupan en el discurso
de sus practicantes la ideología, la repetición, las estereotipias, se tiene la impresión de estar
contemplando un traje de arlequín, que le quita al análisis toda alegría y valor.

Propondré tres factores responsables de tal estado de las cosas, no datan de hoy y su poder y
efectos se han amplificado con el tiempo.

La esperanza de tomar de las disciplinas físico-matemáticas un modelo que pudiera ofrecer una
representación de la “cosa psíquica”, que aboliera toda diferencia entre la “cosa” y su
“representación”, supone muchas ilusiones. No obstante eso, tomaremos de un físico el concepto
paradigma, para designar un “conjunto teórico-práctico” particular pero necesario y presente en

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toda disciplina científica. Esta definición sólo puede aplicarse en parte al modelo teórico y praxis
psicoanalítica.

Dicha colonización disciplinar la observamos mediante tres anomalías cotidianas que dan
testimonio de contradicciones surgidas entre teoría y ciertos efectos de su aplicación: desconocerlas
equivale a renunciar al psicoanálisis. Tres fenómenos denuncian la presencia de dichas
contradicciones:

1) Cierto abuso de la interpretación aplicada: afirmar que el modelo analítico sólo puede ser teórico
práctico y que esta “práctica” exige el respeto de los parámetros del espacio en que se desarrolla la
sesión, implica olvidar su posibilidad de acción en ese vasto dominio que Freud privilegió hacia el
final de su vida, el psicoanálisis aplicado. Aplicar el modelo fuera del campo analítico implica su
preexistencia y exige una reducción. Por eso más que de psicoanálisis aplicado, fórmula
contradictoria en sus términos, hablaremos de “interpretación aplicada” y al respecto operaremos
un triple recorte: en la teoría, en la aplicación y en su proyecto.

Cuando el analista propone su interpretación de un fenómeno étnico, casi nunca pretende ejercer
sobre estos un poder cualquiera de modificación; su intención se limita a explicar por qué razón hay
casos en que es posible plantear una identidad causal entre dos fenómenos heterogéneos en su
forma, tiempo y espacio. Así, cuando un analista interpreta determinado conflicto social, postula
una analogía entre lo que muestra lo escrito o lo visto y otras manifestaciones por él analizadas
durante las experiencias a las que debe su interpretación. Aplica un “saber” adquirido en otra parte,
con un fin explicativo del que resulta único beneficiario. No tiene ningún deseo ni poder de cambiar
la estructura social.

Del saber interpretativo espera una prima de conocimientos que le de placer, placer que no puede
compartir salvo con el colega que vea en su trabajo una confirmación de la legitimidad del propio.
Por eso hablamos de reducción del modelo teórico del que se extraen los conceptos que permiten
comprender tal o cual aspecto del funcionamiento psíquico.

Agreguemos que en este caso ganancia de placer y prima narcisistica no ponen en tela de juicio el
valor del trabajo resultante: invitan a una gran vigilancia, pero el placer que así puede encontrar el
intérprete puede ser paralelo a un rigor del pensamiento que evita cierto escollo, el de no ver ya en
el fenómeno estudiado más que una respuesta preformada por su propio deseo de hallar una
confirmación de su saber. Otra cosa sucede cuando se comprueba que la interpretación se pone al
servicio de un deseo de dominio sobre sí mismo y sobre el otro o los otros, y cuando se espera que
ella ofrezca un medio que permitiría abolir toda causa de conflicto, se trate de un conflicto trabado
entre dos sujetos o de uno cuya escena sea campo social. En ambos casos se espera la realización
de un mismo fin: obtener la prueba de que “sufrimiento psíquico” y “sufrimiento neurótico” son
sinónimos, y desconocer que tal negativa a aceptar cualquier causa de sufrimiento y cualquier forma
de conflicto, no es sino la forma privilegiada que puede cobrar el rechazo del Yo en lo relativo a la
irreductibilidad de la realidad psíquica.

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2) La trivialización de los conceptos freudianos: así como el uso prolongado de un instrumento acaba
por desafilarlo o desajustar algunos de sus engranajes, a la larga el empleo de una palabra lleva a
trivializar lo que era insulto o elogio extremo; en nuestra disciplina asistimos a similar trivialización
y deterioro de conceptos teóricos que en rigor conservan su valor, pero cuyos efectos se ven
desbaratados. El deterioro se manifiesta de modo privilegiado en la forma de una trivialización de
su significación: reducidos a una simple función explicativa, privados de toda acción innovadora y
perturbante, se intenta volverlos conformes con el conjunto de los enunciados del discurso
cotidiano del sujeto, discurso que ante todo se le demanda que permanezca en lo cotidiano.

Durante una época el esfuerzo de los analistas se dirigió a lograr una formalización de la teoría y de
la experiencia que se acercara cuanto fuese posible a las exigencias de la ciencia. Sin embargo, los
logros en este dominio tuvieron el paradójico resultado de culminar en la ideologización de la nueva
“ciencia” por el campo cultural, ideologización que corrió pareja con un derecho de préstamo
ejercido sobre sus enunciados. De esto resultó un discurso híbrido gracias al cual los ideólogos, que
se lo apropian, esperan hacer pactar al statu quo de la institución, con la interpretación que el
discurso de Freud ofrece del deseo de inmutabilidad y de la negativa a todo cambio.

Consideramos que la esencia del modelo analítico es proponer otra interpretación de la relación
que une al sujeto con sus instituciones socioculturales; dicha interpretación siempre pondrá en
peligro el statu quo que toda institución apunta a preservar, y muestra que el complemento de
justificación que el saber siempre ha ofrecido al poder es una necesidad para su ejercicio pero que,
opuestamente, nuestro saber teórico y clínico no basta, por sí solo, para darnos conocimiento de
los medios necesarios para la instalación de otras instituciones. Si indagamos en el discurso
freudiano para indagar el atributo que lo diferencia de cualquier discurso cultural, no recurriremos
al término “contradicción”, sino al de “distancia”: necesidad de mantener una distancia, una
diferencia, con todos los otros discursos, cualesquiera que fuesen. Esa distancia y esa oferta
representan el riesgo que el discurso psicoanalítico seguirá haciendo correr al saber instituido, pero
también aquello por medio del cual podrá instrumentarse su propia desnaturalización.

En efecto, es más fácil llenar una distancia que negar una contradicción patente, más narcisisante
ofrecer lo que los otros esperan que aceptar lo “nuevo”. El medio más seguro para responder a esa
espera será excluir del campo y del discurso analíticos a todo elemento cuyo surgimiento solo es
concebible si se respetan los parámetros que definen y reservan la experiencia del mismo nombre.

Lo que sorprende en los modelos teóricos que se utilizan en nuestra disciplina es su reducción a una
serie mínima de enunciados de alcance universal, en provecho de una difusión del modelo, pero a
costa de lo que constituía su armazón específica y su mira singular. El mayor riesgo que amenaza al
discurso psicoanalítico es el deslizarse del registro del saber hacia la certeza. Cuando opera ese
deslizamiento se comprueba que el analista no hace más que demandar al modelo exactamente lo
que le demanda el profano. Liberado de la necesidad de tener que mostrar la legitimidad de su
teoría, en y por medio de la experiencia, reclamará el derecho de desplazar su campo de batalla a
lo extra-analítico. Lo cual, en sí, nada tendría de criticable si al hacerlo no corriera el riesgo de

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encontrarse él mismo fuera de su campo, es decir, de instaurar una relación con su teoría y con su
práctica en la cual, mira narcisista u esperanza de dominio tienen los roles primordiales.

Hoy en día el problema es el parentesco entre el discurso analítico y los discursos ideológicos que
circulan en la cultura y que proclaman con la misma fuerza y utilizando los mismos términos, la
adaptación social, o a la inversa, la universalidad y la supremacía de la subversión.

Merece reflexión la anulación de toda diferencia entre la interpretación que en el transcurso de un


análisis permite revelar lo que es efecto del deseo inconsciente, y aquella por la cual el discurso
cultural y el sujeto singular se arrogan el derecho de denunciar o justificar todo deseo, desde el
momento en que favorece o perturba el orden que defiende el primero (discurso cultural) o los
intereses particulares que privilegia el segundo (sujeto)

3) El a priori de la certeza: todos sabemos que entre los sujetos que llegarán a ser analistas el
objetivo didáctico de sus demandas está con frecuencia presente desde la apertura de partida. La
motivación que se antepone como razón de la demanda es a menudo la incomodidad y los límites
que siente el sujeto enfrentado a las exigencias de una práctica que le revela la insuficiencia de su
conocimiento de nuestra teoría: se ve que la “demanda” es ya un producto, un resultado de la
práctica del modelo. También se habla de un malestar subjetivo, pero acá daremos gracias al
modelo que permitió reconocer que la causa debe ser buscada en la psique del demandante.

En la mayor parte de los casos resulta que no solo el pre-investimiento del modelo preexiste a la
demanda sino, hecho más grave, que su verdad, antes de toda puesta a prueba por la experiencia,
es considerada como obvia. En una extensa práctica raramente hemos oído al joven psiquiatra,
sociólogo, psicólogo o filósofo decir en las entrevistas preliminares que quería intentar la
experiencia para saber si “la teoría dice la verdad”. Parece que le resulta absurdo imaginar que la
experiencia que emprende pueda llevarle a declarar falso el paradigma pre-investido, lo que queda
confirmado por otro fenómeno: el sujeto en análisis podrá interrumpir su propia experiencia o
reconocer que ésta ha fracasado, pero es raro que justifique ante sus propios ojos esa interrupción
o ese fracaso por su descubrimiento de la no verdad de la teoría.

Dos explicaciones son posibles:

a) Puede afirmarse que cualquiera que sea la forma que tome la resistencia no está en sus manos
renegar de lo que enuncia nuestro discurso acerca de la estructura del inconsciente. Pero cómo
sabemos que la renegación del afecto, del saber y hasta de lo visto, es una de las vías privilegiadas
que toman los mecanismos de defensa, semejante afirmación produce perplejidad.

b) Hay que creer que en el caso de un didáctico, el sujeto está dispuesto a cuestionar sus amores,
sus deseo, su trabajo, pero no ese saber; aquí hay un bien del que no quiere ser despojado y prefiere
acusarse del fracaso o acusar de él al analista, pero preservar su fe en un paradigma transformado
en dogma.

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Si esto es así, y tal es nuestra opinión, debemos concluir que antes de que se comience la
experiencia, la existencia de un saber particular relativo a la psique es investida por el sujeto como
una certeza al abrigo de lo cuestionable.

El fenómeno nos enfrenta a una molesta paradoja: mientras que nuestra teoría viene a asegurar
que lo que nos puede demostrar que los únicos caracteres que nos pueden asegurar que un “saber”
no ha caído ya del lado del dogma, serían su cuestionabilidad y la exigencia de un periódico
recuestionamiento de nuestra relación con ese mismo saber; vemos en este caso al futuro analista,
o a aquel que desea llegar a serlo, rehusar de todo cuestionamiento en nombre de una certeza
preestablecida. Lo que intentamos destacar es que el analista corre el riesgo de escamotear la
paradoja al proclamar que si cree en el modelo, es porque la experiencia que prosigue le prueba su
verdad, y seríamos los últimos en discutirle.

Si la certeza preexiste a la experiencia, la cual en rigor es la única que puede jactarse de aportar al
sujeto la prueba objetiva de la verdad del paradigma ¿Qué recurso posee el analista para probar y
probarse que es en efecto a su propia experiencia, y solo a ella, que debe esa prueba? Creemos en
la necesidad para el analista de estar advertido de los efectos del deterioro por el que siempre
estarán amenazados sus conceptos, y de la astucia de un Yo, comenzando por el suyo propio, que
siempre tenderá a anular lo que se presenta bajo el aspecto de algo “diferente” que viene a
comprometer su statu quo identificatorio.

Creemos así que no puede haber statu quo teórico; a falta de nuevos aportes toda teoría se
momifica. Teoría y práctica psicoanalítica deben anhelar que aparezcan innovaciones probatorias
de que ellas siguen vivas, pero, a la inversa, habría que exigir que aportes y modificaciones respeten
un proyecto que debe permanecer fiel a la definición que Freud le dio.

¿Cómo recuperar y preservar un proyecto que constantemente arriesga a bastardearse?

La experiencia nos mostró que si bien la teoría de Lacan podría defender mejor los conceptos contra
el peligro de su trivialización, no ofrecía ninguna protección contra su fetichización; entre estos dos
accidentes sus motivaciones y consecuencias son idénticas. A partir de semejante comprobación
hemos renunciado a toda posibilidad de hacer pronósticos. También es cierto que la inquietud de
defender el porvenir del psicoanálisis nos pareció, a menudo, una maniobra y un desplazamiento
que permite a los analistas no reflexionar sobre el presente. Estamos convencidos de que la teoría
psicoanalítica posee los medios que permitirán a esa reflexión convertirse en la promesa de un
porvenir posible.

Aulagnier, P. (1994). Prefacio. En Los destinos del placer.

Ha habido razón en denunciar lo que puede tener de terrorista el saber; pero en nuestra disciplina
también habría que recordar lo que la ignorancia tiene de aterrorizadora por sus consecuencias.

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El título que he elegido se inspira en otro conocido por todos nosotros: Las pulsiones y sus destinos.
Si, como escribe Freud, la pulsión no conoce más que una meta, esta meta solo esta catectizada,
tan intensa como ciegamente, porque alcanzarla permite volver a encontrar ese estado de placer
hacia el cual apunta la psique, sea cual fuere la instancia, o el proceso, que se considere. Este estado
de placer y/o estado de quietud, de no necesidad, de silencio del cuerpo, son los únicos dos fines
que conoce la actividad psíquica, los dos objetivos antinómicos que persigue.

Durante el encuentro inaugural boca-pecho, experiencia igualmente inaugural de un poder y de una


posibilidad de placer de las zonas erógenas, un mismo objeto se ofrece a la vez como causa de la
desaparición de la necesidad y como causa del placer órgano-sensorial. Primera fusión causal y
primera fusión en el registro de la representación, a partir de las cuales el objeto que satisface la
necesidad de placer, puede convertirse en el objeto que, al tornarse durante su ausencia
responsable del retorno de la necesidad, se ofrece a Tánatos como soporte de su deseo de
destrucción.

La pregunta que abordaré en estos seminarios puede formularse así: ¿Qué sucede con esas fuerzas
pulsionales “ciegas” una vez que el yo tenga que “hablarlas” y pueda hacerlo, transformándolas así
en esas demandas que un yo dirige a otro yo tornándolas compatibles con esas “exigencias de la
realidad” que debe considerar si quieren conservarse vivo?

Alienación – amor – pasión: tres destinos que la búsqueda del placer puede imponer a nuestro
pensamiento y a nuestras catectización, pero también tres “destinos” que la experiencia analítica
puede imponer tomando como instrumento esa condición cuya presencia es necesaria para que
haya análisis: el amor de trasferencia.

En el análisis de la relación amorosa, relación de la cual hice el prototipo de lo que llamo las
relaciones de simetría, he intentado demostrar el compromiso que el amante está obligado a
preservar entre placer y sufrimiento, entre catectizaciones privilegiadas y su posibilidad de cambiar
de objeto, entre el yo pensado y el cuerpo que él habita: compromisos sin los cuales no podría
preservar su investimento de la realidad, ya que se supone que eso implica la catectización por el
pensamiento y por el yo de ese índice de realidad que le concierne, y que es lo único que puede
darle un estatuto de existente ante su mirada y ante la mirada de los otros.

En el análisis del estado de alienación y del estado pasional, que he tomado como prototipo de las
relaciones de asimetría, he querido aislar una “patología” particular de las catectizaciones que no
pertenecen ni al registro de las neurosis ni de la psiquis. Tanto la fuerza alienante como el objeto
catectizado pasionalmente tienen la extraña propiedad de satisfacer tanto los objetivos de Eros
como los de Tánatos, y tornan posible así una fusión pulsional temporaria, y siempre precaria, que
impone silencio al conflicto del mismo nombre y al conflicto identificatoria.

La droga, el juego, el otro amado apasionadamente permiten huir del conflicto y creer realizable y
realizada la loca esperanza de haber excluido toda razón, toda posibilidad de sufrimiento psíquico.
La pasión no implica un cambio cuantitativo en relación con el amor, sino un cambio cualitativo; ella

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transforma lo que hubiera debido permanecer como objeto de placer y objeto de demanda, en un
objeto que se ubica en la categoría de la necesidad. Alienar su pensamiento de la ideología
identificatoria que el otro defiende e impone no es simplemente optar por nuevas referencias
identificatorias cuya catectización sería más segura; ante todo consiste en descatectizar el propio
proyecto y los propios ideales identificatorios, lo que implica la descatectizacion nada menos que
del tiempo futuro.

Bleichmar, S. (1994). "Teoría y clínica - articulación o fractura".

Parecería que los psicoanalistas nos hemos instalado en el interior de una revolución gestada a fines
del siglo pasado, atravesada por todas las utopías de su tiempo, cuya herencia recibimos. Esta
revolución de pensamiento que produjo el psicoanálisis no se redujo solo a la posibilidad de capturar
significativamente las determinaciones deseantes acerca de las cuales filósofos y poetas se habían
interrogado desde los comienzos de la humanidad misma. Tampoco al hecho de generar, por
primera vez, de modo sistemático, una comprensión de las “motivaciones de la conducta” y poder
erigir ante ella un sistema de transformaciones que no se quedará en lo fenoménico y su
recomposición. El psicoanálisis constituyó, y constituye aún hoy, una teoría de la subjetividad y un
método para su conocimiento que abrió las condiciones para la comprensión y transformación de
aspectos del accionar humano no abarcables hasta ese momento, por las múltiples disciplinas que
pretendían su cercamiento. Y, sin embargo, esto no es suficiente para evitar la profundidad de una
crisis que hace a sus fundamentos mismos. De la esperanza mesiánica parecería que algunos pasan
hoy a la desesperanza y aun al tedio más empobrecedor. Se trata de saber mínimamente, donde
estamos parados.

La práctica analítica está en crisis a nivel de sus fundamentos. Y está en crisis también en razón del
no asentamiento de sus paradigmas de base, de la imposibilidad de seguir remodelando un edificio
que ya tiene un siglo sin revisar sus cimientos.

La dificultad para la normalización de paradigmas, los intercambios sostenidos sin revisión de los
fundamentos, son dos de los elementos que confluyen en esta crisis.

El tercer elemento a subrayar, consiste en el hecho de que práctica y teoría parecen ir cada una por
su lado.

A la oposición entre teoría y clínica –que propone a la primera como realizando la abstracción, los
conceptos, las ideas y a la segunda como aludiendo a la descripción concreta –opondremos,
siguiendo a Laplanche, aquella establecida entre teorética y práctica. La primera incluyendo tanto
el descriptivo –vale decir el conocimiento del objeto, su modelización, las leyes que rigen su
funcionamiento- como el prescriptivo- las indicaciones que del objeto mismo se desprenden para
operar en su transformación.

Vayamos en primer lugar al descriptivo. Sabemos que en Freud, en el interior de las mutaciones que
los diversos modelos van planteando, se sostienen algunos ejes generales considerados por el

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mismo como invariables más allá de las transformaciones que sufran: posicionamiento tópico de los
sistemas psíquicos –desde una tópica en la cual siempre los lugares se definen, paradójicamente,
no por relación al inconsciente sino al posicionamiento del sujeto, vale decir del yo; concepción del
conflicto en tanto intra-subjetivo –vale decir inter-sistémico-; circulación de dos tipos de energía –
libre/ligada, procesos primarios/secundarios-; lugar de la sexualidad infantil en tanto reprimida;
noción de defensa no sólo en su operancia en la clínica sino respecto a la complejización del
funcionamiento psíquico en general…

A partir de estos ejes presentes en los diversos modelos que van armando el esqueleto de su obra,
se define un prescriptivo: conjunto de reglas que permiten el conocimiento y la transformación del
objeto en la clínica –vale decir en la praxis específica propuesta-. Se trata, en realidad, de poner en
concordancia las relaciones entre objeto y método. La praxis se define entonces por un modo
particular de articulación entre ambos que permite el trabajo sobre el objeto.

Si el objeto es el inconciente, y sobre todo el inconciente reprimido, es coherente que el método


consista en la libre asociación: vale decir en la posibilidad de desplegar, de hacer circular
representaciones que permitan el acceso a aquello que se sustrae al sujeto. El modelo es
aparentemente simple, siempre y cuando nos enfrentemos al modo de funcionamiento de un
aparato psíquico constituido, regido por un funcionamiento normalmente neurótico. En este caso
descriptivo y prescriptivo concuerdan.

Las hipótesis explicativas de un síntoma deben estar, mínimamente en concordancia con el método
mediante el cual se busca el sentido del mismo. El análisis individual no puede sostenerse sino a
condición de suponer que la neurosis es el efecto de la incidencia del inconsciente singular, de las
transacciones que este establece con el preconciente-conciente, en la producción sintomal de un
ser humano. Y una vez escogida esta opción, la explicación causal debe ser buscada en el entramado
fantasmático del sujeto mismo (lo cual no implica, en modo alguno, desestimar las determinaciones
intersubjetivas, exógenos, que llevaron a la formación de tal fantasmática), en razón de que el
síntoma es el efecto de una transacción intrasubjetiva, es decir intrapsíquica, tendiente a un
reequilibramiento de la economía libidinal en el marco de los circuitos deseantes y defensivos que
esta impone.

Una tarea de “depuración de paradigmas” y de ordenamiento de nuestro piso teórico se hace


necesaria si pretendemos dar un orden de racionalidad a una práctica que suponemos plausible de
producir transformaciones.

El movimiento teórico que Freud opera no es lineal y mucho menos homogéneo. Señalemos algunas
líneas al respecto. En primer lugar, las propias contradicciones internas a la obra. Hasta 1905,
dominantemente, Freud se sostiene en una propuesta que concibe al inconsciente como
exógenamente fundado. El concepto de huella mnémica alude a contenidos inscriptos, provenientes
del exterior. La teoría de la fantasía–residuo de lo visto y lo oído- dando cuenta de un inconsciente
cuyo orden de proveniencia es concebido por relación a experiencias vividas.

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Luego, con la teoría de la fantasía, la línea deviene cada vez más endogenista. Algunos grandes hitos:
el concepto de “representante representativo pulsional” –efecto de la delegación de lo somático en
lo psíquico”-, la concepción filogenética del fantasma, la culminación en 1923 de la reformulación
de lo inconsciente como ello, en tanto reservorio pulsional filogenéticamente constituido. La
legalidad del inconsciente –concepto de proceso primario- es prácticamente subsumida en la
legalidad fantasmática – articulación de guiones y temporalización, entonces, de un inconsciente
que deviene “intencional”.

Sin embargo, como contrapartida, a partir de la “Metapsicología”, la obra toma un rumbo


definidamente exogenista respecto a la fundación del yo: este se define, cada vez más, como residuo
identificatorio; conjuntamente a esto, el superyó, como residuo del Complejo de Edipo, afirma como
lugar de refundación identificatoria la instauración exógena que hará a todo el carácter de las
instancias segundas.

¿Qué consecuencias trae este movimiento en la clínica?

La fórmula conocida: “analizar es hacer consciente lo inconsciente”, puede entrar en disyunción o


en conjunción con esta otra, “analizar es llenar las lagunas mnémicas”. Entra en conjunción cuando
se supone un inconsciente históricamente determinado, efecto de inscripciones –huellas mnémicas-
, residuo de procesos efectivamente vividos –“histórico- vivenciales”. Por el contrario, entra en
disyunción cuando suponemos un inconsciente constituido por fantasmas originarios
filogenéticamente determinados o efecto de la delegación pulsional de los somático en lo psíquico;
en este último caso, todo está allí de entrada, y no es entonces necesario apelar al “rellenamiento
de las lagunas mnémicas” para que lo inconsciente se haga consciente, en razón de que este
inconsciente, primordial y ahistórico, no es efecto, necesariamente, de las experiencias vivenciales
que inscriben los circuitos deseantes constituidos a lo largo de la vida.
A modo de ejemplo simplemente: la dominancia que toma, del lado del kleinismo, uno de los modos
de concebir la interpretación: hacer consciente lo inconsciente como transcripción al discurso
manifiesto del “lenguaje de la pulsión”. Esta postura, tan discutida a partir de los años 60 en Francia
y de los 70 en nuestro propio país, bajo la denominación de “técnica de traducción simultánea”, no
será sino el efecto de la culminación, hasta las últimas consecuencias, de una de las líneas abiertas
en el pensamiento de Freud mismo y a la cual nos acabamos de referir.
Un entramado conceptual no opera sino como un modelo que posibilita el cercamiento de un
aspecto de lo real; da cuenta entonces de lo real, pero no lo captura en su totalidad.
El proceso contradictorio que describimos proviene del hecho de que el objeto cuyo conocimiento
se propone se sustraiga permanentemente, lo cual lleva a que los diversos movimientos que en su
cercamiento encontramos no sea sino el efecto de su intento de aprehensión desde diversas
posiciones.

¿Cómo reencontrar ejes fecundos que se tensen en la dirección de una búsqueda progresiva?

12
Indudablemente cada movimiento permitió generar un acrecentamiento de la predicción de hechos
nuevos, de nuevos contenidos empíricos.

Tal el caso del kleinismo, que extendió los límites de la analizabilidad a la infancia y a las psicosis,
generando conceptos que ampliaron nuestro horizonte clínico general y abrió nuevas condiciones
para pensar fenómenos insospechados: conceptos como el de defensas precoces, angustias
psicóticas, la reinscripción de la angustia como angustia del yo ante el ataque de la pulsión de
muerte, todos ellos amplían nuestras posibilidades de comprensión y generan nuevas perspectivas
clínicas.

El lacanismo, por su parte, definió por primera vez de manera radical el desatrapamiento del mundo
simbólico respecto de la biología, inauguró una posibilidad de definir el orden de materialidad
específico con el cual pensar la fundación del inconciente por relación a la estructura determinante
del Edipo y llevó hasta las últimas consecuencias propuestas de Freud por relación a la función
determinante del otro en la constitución psíquica y a sus consecuencias en el plano de la clínica.
Cada una de ellas parecería correr el riesgo de haber agotado sus posibilidades productivas, en razón
de que conserva sus ojos en las antiguas preguntas, sigue enlazada al antiguo horizonte donde no
son “visibles” los nuevos problemas.

De la relación entre objeto y método en la construcción de una teorética.

La problemática produce la conexión jerárquica y necesaria en la que se articulan los temas de un


discurso. No se aprehende abordando un repertorio finito y riguroso de conceptos, sino
produciendo el concepto de su nexo, la reconstitución del entramado en que se tejen las doctrinas.

De la concepción que hace a un inconsciente en tanto existente, tópicamente definido y constituido


por contenidos específicos y por una legalidad que en él opera, se desprende la premisa del análisis
individual, singular del sujeto psíquico. El análisis como método de conocimiento del inconsciente y
de transformación de las relaciones entre este y el preconciente –conciente que solo puede ser
plausible a partir de considerar que el sufrimiento psíquico es siempre propiciado por un conflicto
inter-sistémico, vale decir intrapsíquico.

La intersubjetividad no será concebida entonces como el motor del conflicto, ni como su vía de
resolución, sino como el campo privilegiado en el cual el conflicto se produce a partir de la activación
de determinaciones intrasubjetivas.

En este sentido Freud no presenta fisuras. El síntoma será siempre el efecto de una transacción
entre sistemas, una “formación del inconsciente” en tanto solución de compromiso entre sistemas
en pugna.

El reconocimiento del realismo del inconsciente tendrá una consecuencia clínica mayor: ni el sueño,
ni el síntoma, ni la transferencia misma, podrán ser considerados como productos puros del campo
clínico, sino que plantearán su vigencia más allá de las fronteras del análisis. El síntoma no se agotará

13
en su significación ni el sueño en su relato, ya que su existencia será independiente del campo
analítico. A partir de ello, el analista nunca podrá formular, sino como metáfora, que una formación
del inconsciente de cualquier tipo le sea destinada. Ello no impedirá que reconozca la neurosis de
transferencia como un producto nuevo, pero no inédito, ya que el análisis no hará sino recoger,
recuperar, de modo privilegiado, aquello que es patrimonio del funcionamiento psíquico más allá
de sus fronteras.

Del lado de los orígenes del inconsciente, por su parte, dos líneas quedan abiertas a partir de la
propuesta freudiana. Por una parte, aquella que considera al inconsciente como existente desde los
orígenes, vale decir, endógenamente constituido. El mundo exterior puede ser concebido así como
una pantalla de proyección sobre el cual el mundo interno se explicita.

Por otra, la que concibe al inconsciente como fundado, efecto esta fundación de la presencia
sexualizante del otro humano, operando en los orígenes para instaurar ciertas experiencias
inscriptas destinadas a la fijación tópica y la retranscripción por aprés-coup.

Desde esta segunda perspectiva no se trata de que el otro se inscriba como tal en el inconsciente
en constitución. El inconsciente será definido como efecto residual del contacto sexualizante con el
semejante, y los restos metabólicos de este proceso constituirán inscripciones que, siendo de origen
heterónimo, han perdido la referencia al orden de partida. Concebido el semejante como agente
privilegiado en la constitución del inconsciente, este inconsciente no será necesariamente reflejo
homotésico –por correspondencia, punto a punto- del deseo del otro. La recomposición,
transcripción, metabolización de estos elementos primarios, su fijación y represión, permitirá las
complejidades a partir de las cuales los destinos de pulsión devendrán destino del sujeto psíquico.

Una vez constituido el inconsciente por represión originaria, el sentido del síntoma no podrá ser
buscado en otro lugar que en las construcciones significantes, auto teorizantes, que el sujeto mismo
produzca. No habrá “sentido perdido”, en razón de que este sentido nunca se produjo. Ello a partir
de que el semejante sexualizante, constituyente, ignoró él mismo el hecho de que sus propios actos
propician tales inscripciones. Si la “fijación” al inconsciente no será directa ni inmediata, sino efecto
de la represión originaria, si su fuerza de constrainvestimiento fijara tópicamente estos
representantes al inconsciente, antes de que ella opere (o si fracasara) no podrá hablarse en sentido
estricto de “síntoma”.

El “síntoma”, en sentido psicoanalítico, como rehusamiento de una inlograda satisfacción pulsional,


sólo podrá ser concebido como formación del inconsciente a partir de una separación plena entre
ambos sistemas. Toda manifestación de displacer y sufrimiento anteriores a este clivaje, o efecto de
una falla del mismo (caso de los procesos psicóticos) deberá ser explorada en sus órdenes de
determinación constituyente, y en tal sentido la técnica –vale decir, la prescripción clínica- efecto
del reconocimiento del modo tópico de funcionamiento dominante del aparato psíquico en
cuestión.

14
La pesquisa del momento estructural constitutivo definirá, bajo parámetros metapsicológicos, la
elección clínica; se realizará entonces un proceso de ajuste entre nuestras prescripciones respecto
al modelo de aparato psíquico funcionante y las determinaciones que lo rigen.

Bleichmar, S. (2005). Capítulo 15 "Sostener los paradigmas desprendiéndose del lastre.


El Psa corre el riesgo de sucumbir, no en razón de la fuerza de sus oponentes, ni de la racionalidad
de los argumentos con los cuales intentan su relevamiento sino implosionado por sus propias
contradicciones internas. Es por ello que deviene tarea urgente separar aquellos enunciados de
permanencia , que trascienden las mutaciones en la subjetividad que las modificaciones históricas
ponen en marcha, de los elementos permanentes del funcionamiento psíquico que no solo se
sostienen sino que cobran mayor vigencia en razón de que devienen el único horizonte explicativo
posible para estos nuevos modos de emergencia de la subjetividad.

POSICIONAMIENTO RESPECTO DE LA OBRA DE FREUD: Los textos de Freud se inscriben como punto
de partida no reductibles a ningún lector supremo que se atribuya mesianicamente ser el único que
“ha escuchado la palabra”, ni diluibles en una literalidad que los coagule como textos sagrados El
rigor de lectura no se confunde como obedeciendo pero tampoco reemplazando lo que en ellos fue
dicho para hacerlos coincidir con lo que a cada escuela le gustaría que digan.

Es importante hacer atravesar los escritos de Freud por el método analítico, sin reemplazar lo que
dicen por lo que en realidad Freud quiso decir ya que lo que en realidad quiso decir es lo que dice.
Se trata de abarcar la obra desde una triple perspectiva: problemática, histórica y crítica.

Desde el punto de vista histórico, el pensamiento freudiano no podría ser abarcado bajo una simple
cronología. Es necesario mostrar no solo los resultados sino el encaminamiento por el cual se llega
a los mismos, lo cual permite que se puedan rehacer tramos e iniciar nuevas direcciones. No se trata
de descartar algo como erróneo en sí mismo, sino de recuperar el movimiento que lo hace
desembocar en una vía errada para desde allí, rehacerlo. Cada escuela ha intentando sostenerse a
costa de una renegación de los aspectos de la obra freudiana que no le s “sintónicos” en un esfuerzo
de síntesis que opera por recortes y exclusiones

SEXUALIDAD INFANTIL: La vulgata psicoanalítica ha homologado desde siempre el aporte


fundamental del psa respecto de la sexualidad infantil con el complejo de edipo. Eso despoja a la
sexualidad infantil de su carácter mayor:anárquica en los comienzos, no subordinado al amor de
objeto, opera a lo largo de la vida como un plus irreductible tanto a la autoconservación como a la
procreación. El aporte central que implica considerar cómo sexual todo aquello que siendo del
orden del placer comporta un plus que no se reduce a actividades auto conservativas, viene
aparejado de una puesta de sexualidad en dos tiempos, tiempos que Freud consideró
biológicamente determinados.

15
¿Donde quedan los dos tiempos, uno que corresponde a la pulsión parcial y el otro a lo genital
cuando incluimos a la sexualidad del adulto como productora de excitaciones,si el adulto está
atravesado simultáneamente por sus deseos icc “pregenitales” infantiles y ellos se ensamblan en su
sexualidad genital?

Es en razón de esto que más allá del carácter sucesivo de tres ensayos, es en aquellos planteos que
quedan impregnados por una visión teológica de la sexualidad, sometida a un fin sexual
reproductivo donde se manifiesta la necesidad de revisión. El aporte fundamental de tres ensayos
es el hecho de que la sexualidad humana no sólo comienza en la infancia, sino que se caracteriza
por ser no reductible a los modos genitales, articulados por la diferencia de los sexos.

La autora sostiene que los dos tiempos de la sexualidad son en realidad DOS SEXUALIDADES
DIFERENTES: una desgranada de los cuidados precoces, implantada por el adulto, productora de
excitaciones que encuentran vías de ligazón y descarga bajo formas parciales y otra con primacía
genital, establecida en la pubertad y ubicada en el camino madurativo que posibilidad el ensamblaje
genital. Por otro lado, hay una fácil homologación entre polimorfismo perverso y perversión
propiamente dicha. Se torna necesario redefinir el concepto de perversión considerando de este
orden todo proceso de goce sexual que tenga como prerrequisito la des-subjetivación del
otro,devenido en partenaire. No se trata de la trasgresión de la zona, ni del modo de ejercicio de la
genitalidad, sino de la imposibilidad de articular el cuento en la escena sexual con otro ser humano.

Es indudable por último la necesidad de REDEFINIR EL COMPLEJO DE EDIPO. En primer lugar, porque
nace y se ha conservado impregnado necesariamente, de los modos con los cuales la forma histórica
que impone la estructura familiar acuñó el mito como modo universal del psiquismo. Es insostenible
conservar el edipo entendido como una novela familiar, vale decir como un argumento que se
repite, de modo más o menos idéntico, atravesado por contenidos representacionales hacia “el
papa” y “la mama” a lo largo de la historia y para siempre. El gran aporte del psicoanálisis es el
descubrimiento del acceso del sujeto a la cultura a partir de la prohibición del goce sexual
intergeneracional. El edipo debe ser concebido entonces como la prohibición con la cual cada
cultura pauta y restringe, a partir de la preeminencia de la sexualidad del adulto sobre el niño, la
apropiación gozosa del cuerpo del niño por parte del adulto.

ESTATUTO DEL ICC: Nos ubicamos en una perspectiva que separa como dos órdenes diferentes la
existencia del icc de su conocimiento. El icc es un existente cuya materialidad debe ser separada de
su conocimiento, existió antes de que este conocimiento fuera posible y el descubrimiento
freudiano implica su conceptualización, no su invención. El icc existe en algún lado más allá del
proceso de la cura analítica.

La definición del origen de la pulsión pone en juego los orígenes mismos de las representaciones
que constituyen la materialidad de base del icc. Sus orígenes están atravesados por inscripciones
provenientes de las primeras vivencias sexuales que acompañan los cuidados con los cuales el
adulto toma a cargo a la cría. Si es el hecho de que un exceso de sexualidad del otro determina el

16
surgimiento de la representación psíquica, debemos decir que el icc no surge de la ausencia de
objeto sino de su exceso, vale decir del plus de placer que se genera el el movimiento de resolución
de la autoconservación a partir de que esta está en manos del adulto excedido, el mismo, por sus
propios deseos icc.

El descubrimiento fundamental del psa es la afirmación de que la representación antecede al sujeto


pensante, vale decir, que en los orígenes existe, un “pensamiento sin sujeto”. Luego, esta realidad
originaria pre-subjetiva, deviene subjetiva.Las consecuencias de esta afirmación son: Destitución
definitiva del modo maquineo con el cual se ha concebido la defensa: siendo icc y preconciente las
estructuras con su propia legalidad y su propio emplazamiento en el interior de la tópica psíquica,
los enunciados que el sujeto formula no son simplemente el modo engañosos de encubrimiento de
lo icc que habría que desechar para buscar después la verdad icc, sino producciones psíquicas de
pleno derecho que coexisten con las mociones que deben ser sacadas a la luz y liquidación de las
jerarquías con las cuales se concibe al sujeto del icc como el que enuncia la verdad, frente al yo
homologado a una suerte de falsa conciencia que se engaña-

Nuestras intervenciones deben lograr el máximo de simbolización posible con el mínimo de


intromisión necesaria. Ello implica un ejercicio de aquello que podemos denominar oferta de
“simbolización de transición”, modos de paisaje,con los cuales posibilitar una operatoria de tránsito.
En los casos en los cuales esto no es posible, es necesario crear las posibilidades previas para que
ello ocurra, mediante lo que se denomina INTERVENCIONES ANALÍTICAS.

Ante fenómenos que emergen como no secundariamente reprimidos, no plausibles de


interpretación y cuyo estatuto puede ser del orden de lo manifiesto sin por ello ser conscientes hay
que abordarlos mediante SIMBOLIZACIONES DE TRANSICIÓN, cuya característica principal es la de
servir como puente simbólico en aquellas zonas del psiquismo en las cuales el vació de ligazones
psíquicas deja al sujeto librado a la angustia intensa o a la compulsión. Estas ideas se relacionan con
los procesos de NEO GENESIS.

El icc es de origen exógeno, tiene una materialidad heterogénea, es una realidad para-subjetiva
cerrada a toda intencionalidad.

Hornstein, L. (2013). introducción. En Las encrucijadas actuales del psicoanálisis. Subjetividad y


vida cotidiana.

En los escritos y en la práctica de Freud, todo está en revisión. Los escritos no son las Tablas de la
Ley, sino un work in progress. No lo lastima retractarse, más bien lo enriquece. El psicoanálisis está
en crisis. Arrastra el peso muerto de los análisis ortodoxos, con su técnica esclerosada y su falta de
swing. Lo instituyente, lo novedoso, lo creativo tienen que hacerse un espacio en una tradición que
privilegia lo instituido, lo frizado.

17
Ya en 1895 Freud arriba a la conclusión de que la neurosis es un edificio con muchas dimensiones.
El psicoanálisis hoy es también un edificio con muchas dimensiones. Solo es posible orientarse en
este laberinto teniendo presentes los planos originales que constituyen sus cimientos. Freud en
1893 decía que el inconsciente es un quiste que hay que extirpar. En 1895, lo piensa como un
infiltrado, por lo que la meta del psicoanálisis es disolver la resistencia para facilitar la circulación
por ámbitos bloqueados. Enquistarse o aislarse es el riesgo que corren las instituciones y cada
psicoanalista evitando el intercambio con otras corrientes y otras disciplinas.

El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales sobre la historia individual permite


deslindar los elementos de una historia propia y los que comparte con aquellos que están inmersos
en similares contradicciones sociales, psicológicas, culturales y familiares. Hay subjetivación cuando
el ser puede acontecer. La alteración es poder convertirse en otro sin dejar de ser uno mismo, pese
a perder cierto número de cualidades o adquirir algunas nuevas. La alteración es la forma viva de la
subjetividad. Mientras que la alteridad, a diferencia de la alteración, supone una relación entre dos
seres. Es lo opuesto a la identidad, es aceptar lo diferente.

Freud, como los buenos músicos, improvisaba. Después, el psicoanálisis se militarizó y marco
militarmente el paso, el paso de ganso. Se hipotecó atándose a criterios formales. Por ejemplo, el
analista que propone Freud se asemeja más bien a un trabajador empeñoso, dispuesto a ayudar a
otro a desatascarse: nada que ver con el observador no participante que proponen algunas
corrientes actuales. La ortodoxia es una máquina de impedir: borra el espacio para la imaginación,
pontifica que el pasado determina absolutamente el presente, sobredimensiona la transferencia,
privilegia el programa en desmedro de la estrategia, ritualiza la diversidad. Una práctica innovadora
se redujo a una técnica estereotipada.

La marca registrada “psicoanálisis clásico” intenta preservar un monolitismo que ya no existe.


Propone un psicoanalista “objetivo” espectador de un proceso que se desarrolla según etapas
previsibles. Un psicoanalista es singular cuando su clínica y sus otras producciones lo muestran, no
cuando detenta un rasgo diferencial hecho de emblemas y fueros. Para no caer en la tentación de
la teoría verdadera, lo mejor es no abandonar la aspiración a actualizar la teoría, y entonces hay
búsqueda y no puertos de llegada. O el Psicoanálisis acepta el cambio o se muere: no es una
declaración apocalíptica. Es lo que le pasa a cualquier ser vivo o cualquier ser teórico.

Hoy en día es conveniente implementar una nueva práctica de la cura, un nuevo psicoanálisis más
abierto y más a la escucha de los malestares contemporáneos, de la miseria, de los nuevos derechos
de las minorías y de los progresos de la ciencia. Retorno a Freud, si, relectura infiel de Lacan,
ciertamente, pero lejos de toda ortodoxia o de toda nostalgia hacia un pasado caduco. No estamos
solos. Las prácticas, los escritos freudianos y post freudianos y el horizonte epistemológico proveen
recursos para re interrogar los fundamentos que rigen nuestra comprensión, nuestra nosografía y
nuestra acción. Es decir, metapsicología, clínica y técnica nos implican y están implicadas.

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Implicar. El diccionario separa en tres acepciones lo que no siempre está tan separado: 1) envolver,
enredar; 2) contener; 3) impedir, envolver contradicción. De ninguna de las tres se deriva que la
implicación sea una esclavitud. ¿Es posible disfrutar del pensamiento? ¿Es posible escribir o leer sin
eslóganes? Yo apuesto a que sea posible.

Mannoni, M. (1965). Capítulo 2 "La experiencia analítica". Capítulo 5 "La enseñanza del
psicoanálisis". En Un saber que no se sabe. (pp. 32 - 52 y pp. 95 - 105). España. Editorial Gedisa.

Capítulo 2: La experiencia analítica. ¿De qué está hecho el pensamiento creador?

Las primeras cartas de Freud dejan entrever las crisis por las que debió atravesar.

Es bien sabido que durante largos años Fliess es el único confidente de Freud: “Tengo la sensación
de encontrarme frente a uno de los grandes secretos de la naturaleza”. Ese “Secreto” que Freud
necesita comunicar a alguien tiene que ver con sus hipótesis acerca del lugar que ocupa en el origen
de una neurosis el “daño sexual” sufrido por el sujeto.

Para Freud, es imprescindible crear una posición terapéutica totalmente diferente de la habitual en
su tiempo, por penosa que sea para el médico que la adopte. Comienza a escribir el “Proyecto de
una psicología para neurólogos”, que le envía a Fliess. Su propósito es crear una especie de robot,
una máquina pensante cuyos mecanismos de funcionamiento se explican en función del principio
de constancia. Freud trata de elaborar una teoría psicológica en lenguaje neurológico. Algunas de
estas ideas reaparecen en La Interpretación de los Sueños, pero despojadas de toda connotación
neurológica. Un mes más tarde, abandona todo aunque es de notar que las elaboraciones del
“Proyecto” aparecen en un momento de resistencia en la relación de Freud con Fliess.

Las modificaciones teóricas.

Entre 1904 y 1918, Freud retoma y profundiza el tema de la resistencia. Freud descubre la
resistencia, en primer lugar, como un obstáculo a la comunicación, cuando siente la necesidad de
escribir a Fliess pero las ideas ya no fluyen. El mismo problema aparece con sus pacientes, que
aunque bien dispuestos de pronto no comprenden lo que les dice. Toma conciencia entonces de
que la aparición de la resistencia es inevitable en un tratamiento y en ella reside el secreto de la
neurosis. Abandona entonces el enfoque topológico para adoptar al dinámico e induce al paciente
a ver su enfermedad como un adversario digno de él, reconociendo al mismo tiempo en la
resistencia una valiosa fuente de información. Freud no dice aunque la resistencia es del yo, sino
que la resistencia es la transferencia, y aconseja no enfocar el problema de la transferencia mientras
esta no se haya convertido en resistencia.

El enfoque dinámico da paso después a un enfoque estructural. En 1918, Freud habla del psiquismo
fragmentado del neurótico, fisurado por las resistencias. Se insinúa ya su idea de que eliminando
las resistencias, se crean las condiciones para la síntesis de un yo virtual.

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Hasta aquí el aspecto clínico de las diferentes posiciones teóricas de Freud, desde el comienzo. Sin
embargo, las diversas modalidades en que las desarrolla serán recibidas de diferentes maneras por
sus discípulos, tropezando así con incomprensiones y resistencias.

La manera en que Freud emprende su investigación está signada por un estilo. Su trabajo con el
paciente está inserto en una búsqueda de la verdad del sujeto, siguiendo el mismo camino que antes
adoptó para sí mismo. Su efecto se hace notar no solo en el tipo de vínculos establecidos con los
pacientes, sino también en sus formulaciones teóricas sobre la singularidad de la experiencia
analítica, que de hecho aparece como una experiencia humana. La experiencia humana que la
aventura analítica restituye se forma, según Freud, a partir de la idea de reencuentro y recuperación
del pasado.

Capítulo 5: La enseñanza del Psicoanálisis.

¿Es posible enseñar psicoanálisis? Freud estaba persuadido de que el psicoanálisis tenía algo que
ofrecer a las disciplinas universitarias. Según él, sin embargo, el psicoanalista en formación podía
prescindir de la universidad, porque las sociedades psicoanalíticas habían sido concebidas para
brindarle la enseñanza necesaria. Además, estas sociedades existían debido precisamente a que el
psicoanálisis estaba excluido de las universidades. No obstante, la historia del movimiento analítico
muestra, en opinión de los propios analistas, que las sociedades y los institutos de psicoanálisis no
cumplieron con lo que cabía esperar de ellos.

Desde un principio Freud concibió dos direcciones dentro de la enseñanza del psicoanálisis, según
esta se orientará a los no analistas o a los analistas. En otras palabras, se impartirá información sobre
el psicoanálisis, a la manera de la docencia académica; o bien, una forma predominantemente de
iniciación.

¿Es posible salvaguardar al mismo tiempo la doctrina analítica y la estabilidad de la institución


analítica? Esta es la pregunta que se formulan abiertamente los analistas didácticos de la Asociación
Psicoanalítica Internacional. Muestra que si bien en los primeros tiempos del movimiento analítico,
las exigencias de los analistas fueron sobre todo teóricas, en una segunda etapa, ya alcanzada la
institucionalización, las exigencias se refieren por el contrario a la enseñanza.

Freud concibió su obra como susceptible de todos los desarrollos y todas las modificaciones. Sin
embargo, no previó que cuando se erige una institución para defender una causa, la obra queda
momificada. Paradójicamente, esa momificación permite que la institución se consolide y de ahí en
más esté dedicada a la “entronización” de la obra. Cuando se le exige a un candidato que ajuste sus
tratamientos a un determinado modelo, en el mismo acto se le está vedando la posibilidad de
recrear junto con su paciente. Este camino no puede sino conducir a la paralización del análisis.

La enseñanza de lo que enseña el inconsciente.

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Lacan aceptó el reto que algunos consideraron imposible: enseñar lo que enseña el inconsciente.
Sin embargo, al final de su vida tuvo la impresión de haber fracasado. La inquietud por la
formalización que demostró a partir de 1970 parecía ir a la par de los ideales de la ciencia oficial. En
efecto, Lacan trató, con fines didácticos, de transmitir una teoría sin contradicciones. Mientras el
uso del matema como un “ardid poético”, sus discípulos, por el contrario, transformaron la
matematización en un proyecto que debía ser tomado al pie de la letra. La transmisión del análisis
quedó comprometida, ya que la principal preocupación pasó a ser que el discurso de los miembros
guardara fidelidad a la escuela. Así, el lenguaje lacaniano se convirtió en ritual. En sus comienzos,
sin embargo, la enseñanza lacaniana insistía en la necesidad de poner el acento en la división del
sujeto. Evitar que el paciente reconozca la verdad de una división era anular la esencia del
descubrimiento freudiano.

Mannoni, M. (1976). PróIogo. En El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis. (pp. 9 - 14). México. Siglo
Veintiuno.

El movimiento actual de antipsiquiatría ataca nuestras posiciones ideológicas tradicionales. La


antipsiquiatría ha nacido de una protesta contra la medicalización de lo no-médico; como
movimiento que se opone desde un primer momento y ante todo a cierta forma de monopolio del
saber médico.

Por el contrario, la actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del analista. El analista,
por el contrario, presta atención a la verdad que se desprende del discurso psicótico. La aplicación,
en nombre de un saber instituido, de medidas intempestivas de “cura” no logra otra cosa que
aplastar aquello que demanda hablar en el lenguaje de la locura y al mismo tiempo lo fija en un
delirio, con lo que aliena aún más al sujeto.

En Francia, durante estos últimos años, el grupo de Lacan ha efectuado un esfuerzo muy marcado
en el plano de la reorganización de las instituciones de cura, organismos a los que se ha querido
sustraer no solamente de la esclerosis administrativa, sino incluso de los fundamentos no científicos
del sistema que se halla en vigor en el dispensario. Estudios aún no publicados tienen por objeto el
análisis de lo que se pone en juego cuando se pide una consulta y el modo en que la respuesta
inoportuna que se da dentro del sistema tradicional puede sofocar una verdad, alterar el sentido de
esa demanda.

En este libro, trato no solamente a la madre y al hijo, sino a la actitud inconsciente colectiva de los
“bien pensantes” ante el “anormal”. Muestro los efectos de esa actitud, sin tener “solución” que
proponer. No basta con cuestionar la actitud defensiva de una sociedad que excluye con excesiva
facilidad al niño o al adulto “anormales”. Es preciso analizar también la actitud inversa, surgida del
desconocimiento de aquella enseñanza. En este segundo caso, el retardado o el loco se convierte
en objeto de un verdadero culto religioso: se halla en peligro de verse recuperado por instituciones
caritativas, compartido como objeto de ciencia y de cura por una multitud de especialistas. El mito

21
de la norma y el peso de los prejuicios científicos desempeñan el papel de factores de alienación
social, no solo para el enfermo mental sino también para quienes lo curan y para sus padres.

Habría que volver a plantear, sobre bases teóricas diferentes de las que por lo general se usan, la
noción misma de institución. Y no es posible repensar la institución sin comenzar por cuestionar el
origen mismo de su existencia. El paciente sirve con frecuencia de pantalla para lo que el que cura
no quiere ni saber ni oír, porque ello señala de inmediato las motivaciones profundas de las
relaciones jerárquicas instituidas, así como la función de un determinado orden vigente.

Rother de Hornstein (2015) “Adolescencias contemporáneas. Un desafío para el psicoanálisis”

Introducción

Un psicoanálisis contemporáneo exige retrabajar los fundamentos metapsicológicos y clínicos


como punto de partida y reelaborarlos.

El requisito es un pensamiento teórico siempre anclado en la clínica, es decir, que sea capaz de
desafiar los dogmatismos y las falsas seguridades y que se actualice para no poder vigencia.

- Los intercambios entre especialistas ahondan el grado de especialización.


- Los intercambios interdisciplinarios ensanchan y perforan las fronteras entre disciplinas y
enriquecen el pensamiento generalista.

Desde una perspectiva de los sistemas abiertos, permanencia/cambio; repetición/creatividad;


orden/desorden; determinismo/azar; realidad/representación; construcción/reconstrucción no son
contradictorios. Sino que posibilitan la resignificación de conceptos básicos, la creación de otros y
pensar desde diferentes perspectivas los desafíos de la clínica.

La clínica actual nos enfrenta a múltiples respuestas a una misma problemática al interrogar los
procesos psíquicos y formular nuevas estrategias terapéuticas.

- Represión originaria
- Pasaje del yo de placer al de realidad
- Fin del complejo de Edipo
- Metamorfosis de la pubertad
- Duelos
- Recomposición identificatoria

Se introducen en el sistema de bucles de complejidad que intentan una reconstrucción siempre


problemática e incompleta del pasado.

22
El psiquismo es un continuo reordenamiento de representaciones. La historia no es pura repetición
ni solo es transformación a partir de remodelaciones de las fantasías. El abanico de respuestas del
sujeto ante experiencias significativas depende de su historia libidinal e identificatoria.

Pensar la ADOLESCENCIA es indagar los códigos en que se instituye y que son propios de cada época,
de cada generación, de cada subcultura. El imaginario social propone nuevos ideales, nuevos
proyectos, estimulando o apagando ilusiones.

¿Cuáles son los aconteceres que el tránsito por la adolescencia obliga a tramitar? Los cambios
corporales, la reemergencia de la sexualidad, los diversos duelos, renunciar a los progenitores de la
infancia, a la sexualidad infantil, a las formas defensivas infantiles. Son cuestiones que bien
tramitadas posibilitan responder con más firmeza a las demandas sociales y crear nuevos vínculos.
Son experiencias que exigen trabajos psíquicos para apropiarse de nuevas herramientas que los
ayuden a procesar nuevas realidades, a procurarse otros vínculos, otros referentes identificatorios,
a interesarse por nuevos espacios.

La sexualidad adolescente modifica las vivencias previamente consolidadas en el seno de la familia,


reestructura y transforma esa identidad al desprenderse saludablemente de los mandatos
familiares. Formula interrogantes apremiantes. Es un desafío no solo para los adolescentes (que
atraviesan esta etapa turbulenta llena de incertidumbres, angustias, radicalizaciones, decepciones,
miedos) sino también para los padres.

Flujo turbulento que plantea al psicoanálisis una doble tarea:

1. Revisar los procesos psíquicos en juego


2. Comprender las nuevas identidades que se modelan hoy a la luz de las aceleradas
transformaciones

Los adolescentes de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI nacieron sumergidos en los nuevos
avances tecnológicos, rodeados de computadoras, teléfonos celulares, videojuegos, música digital
🡪 Herramientas que contribuyen a configurar la identidad. Las nuevas generaciones imponen
sugerentes y singulares discontinuidades subjetivas con respecto a las generaciones de sus
antecesores. Se produjo una brecha generacional que no podemos ignorar.

Rand, N. Y Torok M. (1997). Capítulo 2 Punto 1 “El Psicoanálisis aplicado frente a la vida de la obra:
¿imponer la teoría o escuchar el texto?”. En Tisseron, S. El psiquismo ante la prueba de las
generaciones. (pp. 35 - 40). Buenos Aires. Amorrortu Editores.

23
Unidad Temática B: La especificidad del objeto. Diversos modelos conceptuales.

• La organización del psiquismo. Estructura, prehistoria, historicidad, resignificación.


• El psiquismo coma psiquismo en constitución.
• Subjetividad
• Lo intrapsíquico - lo intersubjetivo.
• Lo normal y lo patológico en la infancia y en la adolescencia. Conceptos de salud y enfermedad.
• Nociones generales sobre las problemáticas psíquicas. Definir lo específico en el Niño y en el
Adolescente.

Aulagnier, P. (1984). Capítulo "Dos notas de pie de página".


Mi conceptualización del proceso identificatorio ha permanecido fiel a la propuesta de La Violencia
de la Interpretación. Ocho años después solo puedo agregar estas dos notas. La primera de estas
notas tratará del trabajo del historiador en este tiempo de apertura del proceso identificatorio, en
que un niño pasa a sustituir el infans que ya no es. La segunda estará referida a lo que se instala en
ese tiempo de clausura que pone fin a un primer modo de identificación y da acceso a un segundo,
que deberá tomar en cuenta lo que llamaré efecto de encuentro. Es en ese tiempo de conclusión
cuando el yo firmará un compromiso con la realidad cuyas cláusulas decidirá sobre los posibles de
su funcionamiento psíquico.
T0 designa el momento del nacimiento del infans; T1 el advenimiento del yo; T2 un giro y una
encrucijada en el movimiento identificatorio, que no se prestan a una definición unívoca.
Trabajo de historiador: el niño sustituye al infans que ya no es.
Luego adviene a lo que se instala en el tiempo de clausura que pone fin a un primer modo de
identificación dando acceso al Efecto de Encuentro> tiempo de conclusión, cuando el Yo firmará un
compromiso con la realidad, cuyas cláusulas decidirán los posibles de su funcionamiento psíquico >
refiere a la Potencialidad (en vez de estructura).

Aulagnier Castoriadis, P. (1975). Capítulo I "La actividad de representación, sus objetos y su meta".
Capitulo II "El proceso originario y el pictograma". Capítulo IV "El espacio al que el Yo puede
advenir''
Capítulo 1: La actividad de representación, sus objetos y su meta.
Este libro se propone poner a prueba un modelo del aparato psíquico que privilegia el análisis de
una de sus tareas específicas: la actividad de representación. Este modelo no escapa al
inconveniente que se observa en toda ocasión en la que se privilegia un aspecto de la actividad
psíquica: omitir otros aspectos igualmente importantes. Dedicaremos este primer capítulo a
consideraciones generales referentes a la actividad psíquica, para nosotras los factores que en cada
sistema, pese a la especificidad de su modo de operar, obedecen a leyes comunes al conjunto del
funcionamiento psíquico.
Por actividad de representación entendemos el equivalente psíquico del trabajo de metabolización
característico de la actividad orgánica. Si consideramos la actividad de representación como la tarea

24
común a los procesos psíquicos, se dirá que su meta es metabolizar un elemento de naturaleza
heterogénea convirtiéndolo en un elemento homogéneo a la estructura de cada sistema. Así
definido, el término “elemento” engloba aquí dos conjuntos de objetos: aquellos cuyo aporte es
necesario para el funcionamiento del sistema y aquellos cuya presencia se impone a este último.
Nuestro modelo defiende la hipótesis de que la actividad psíquica está constituida por el conjunto
de tres modos de funcionamiento, o por tres procesos de metabolización: el proceso originario, el
proceso primario, el proceso secundario. Las representaciones originadas en su actividad serán,
respectivamente, el pictograma, la fantasía y el enunciado (representación ideica). Los tres procesos
que postulamos no están presentes desde un primer momento en la actividad psíquica, se suceden
temporalmente y su puesta en marcha es provocada por la necesidad que se le impone a la psique
de conocer una propiedad del objeto exterior a ella, propiedad que el proceso anterior estaba
obligado a ignorar. Esta sucesión temporal no es mensurable. La instauración de un nuevo proceso
nunca implica el silenciamiento del anterior; en espacios diferentes, que poseen relaciones no
homólogas entre sí, prosigue la actividad que los caracteriza.
Lo que caracteriza la estructura del Yo es el hecho de imponer a los elementos presentes en sus
representaciones un esquema relacional que está en consonancia con el orden de causalidad que
impone la lógica del discurso.
Propondremos a continuación, tres formulaciones, de acuerdo con los procesos que hemos
considerado:
1) Todo existente es auto-engendrado por la actividad del sistema que lo representa; este es el
postulado del auto-engendramiento cuyo funcionamiento caracteriza al proceso originario.
2) Todo existente es un efecto del poder omnímodo del deseo del Otro, este es el postulado
característico del funcionamiento de lo primario.
3) Todo existente tiene una causa inteligible que el discurso podrá conocer; este es el postulado
de acuerdo con el cual funciona lo secundario.
Nos ocuparemos de la relación que existe entre el postulado y lo que hemos designado como el
elemento que informa a la psique acerca de la propiedad del objeto. Podremos reflexionar así sobre
la relación que existe entre la actividad de representación y la economía libidinal. Consideramos
que todo acto de representación es coextenso con un acto de catectización, y que todo acto de
catectización se origina en la tendencia característica de la psique de preservar o reencontrar una
experiencia de placer.
A partir de lo originario, la actividad psíquica, forjara dos representaciones antinómicas entre el
representante y el representado, acorde cada una de ellas, con la realización de un propósito de
deseo. En una, la realización del deseo implicaría un estado de reunificación entre el representante
y el objeto representado y justamente esta unión es la que se presentará como causa del placer
experimentado. En la segunda, el propósito del deseo será la desaparición de todo objeto que pueda
suscitarlo, lo que determina que toda representación del objeto se presente como causal del
displacer del representante. Esta dualidad inherente a los propósitos del deseo puede ilustrarse
recurriendo a los dos conceptos que el discurso llama amor-odio. El primero definirá al movimiento

25
que lleva la psique a unirse al objeto; el segundo, al movimiento que la lleva a rechazarlo, a
destruirlo.
El propósito de este circunloquio sobre el placer era permitirnos explicitar la relación que
postulamos entre la puesta en actividad de un sistema y lo que hemos designado como elemento
que informa este último de una propiedad de objeto. Vivir es experimentar en forma continua lo
que se origina en una situación de encuentro. El análisis de lo que entendemos como estado de
encuentro nos permitirá explicitar la acepción que le otorgamos a los dos conceptos presentes en
nuestro título: la violencia y la interpretación.
2. El estado de encuentro y el concepto de violencia
La psique y el mundo se encuentran y nacen uno con otro, uno a través del otro. Decir que el
encuentro inaugural ubica frente a frente a la psique y al mundo no explica la realidad de la situación
vivida por la actividad psíquica en su origen. Si mediante el término “mundo” designáramos el
conjunto del espacio exterior a la psique, diremos que ella encuentra este espacio, en un primer
momento, bajo la forma de los dos fragmentos particularísimos representados por su propio
espacio corporal y por el espacio psíquico de los que lo rodean, y en forma más privilegiada, por el
espacio psíquico materno. El encuentro se opera entre la actividad psíquica y los elementos por ella
metabolizables que la informan acerca de las “cualidades” del objeto que es causa de afecto.
Cualquiera que sea el sistema considerado, el término “representatibilidad” designa la posibilidad
de determinados objetos de situarse en el esquema relacional característico del postulado del
sistema: la especificidad del esquema va a decidir cuáles son los objetos que la psique puede
conocer.
Las palabras y los actos maternos se anticipan siempre a lo que el niño puede conocer de ellos. La
palabra materna derrama un flujo portador y creador de sentido que anticipa en mucho a la
capacidad del infans de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia. La madre se
presenta como un “Yo hablante” o un “Yo hablo” que ubica al infans en situación de destinatario de
un discurso, mientras que él carece de la posibilidad de apropiarse de la significación del enunciado
y que “lo oído” será metabolizado inevitablemente en un material homogéneo con respecto a la
estructura pictográfica.
Pero, si es cierto que todo encuentro confronta al sujeto con una experiencia que se anticipa a sus
posibilidades de respuesta en el instante en que la vive, la forma más absoluta de tal anticipación
se manifestara en el momento inaugural en que la actividad psíquica del infans se ve confrontada
con las producciones psíquicas de la psique materna y deberá formar una representación de sí
misma a partir de los efectos de este encuentro, cuya frecuencia constituye una exigencia vital. El
discurso materno es el agente y el responsable del efecto de anticipación impuesto a aquel de quien
se espera una respuesta que no puede proporcionar; este discurso también ilustra en forma
ejemplar lo que entendemos por violencia primaria.
La madre posee el privilegio de ser para el infans el enunciante y el mediador privilegiado de un
“discurso ambiental”, del que le transmite, bajo una forma predigerida y pre-modelada por su
propia psique, las conminaciones, las prohibiciones y mediante el cual le indica los límites de lo
posible y de lo lícito. Por ello, en este texto la denominaremos la portavoz, término que designa
adecuadamente lo que constituye el fundamento de su relación con el niño. El orden que gobierna

26
los enunciados de la voz materna no tiene nada de aleatorio y se limita a dar testimonio de la
sujeción del Yo a tres condiciones previas: el sistema de parentesco, la estructura lingüística y las
consecuencias que tienen sobre el discurso los afectos que intervienen en la otra escena. Trinomio
que es causa de la primera violencia, radical y necesaria, que la psique vivirá en el momento de
su encuentro con la voz materna. El fenómeno de la violencia, tal como lo entendemos aquí, remite,
en primer lugar, a la diferencia que separa un espacio psíquico, el de la madre, en que la acción de
la represión ya se ha producido, de la organización psíquica propia del infans.
Nos proponemos separar, por un lado, una violencia primaria, que designa lo que en el campo
psíquico se impone desde el exterior a expensas de una primera violación de un espacio y de una
actividad que obedece a leyes heterogéneas al Yo; y por el otro, una violencia secundaria, que se
abre camino apoyándose en su predecesora, de la que representa un exceso por lo general
perjudicial y nunca necesario para el funcionamiento del Yo.
Diremos que designamos como violencia primaria a la acción mediante la cual se impone a la psique
de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo del que lo impone, pero
que se apoyan en un objeto que corresponde para el otro a la categoría de lo necesario. La violencia
primaria que ejerce el efecto de anticipación del discurso materno se manifiesta esencialmente a
través de una oferta de significación, cuyo resultado es hacerle emitir una respuesta que ella
formula en lugar del infans. La entrada en acción de la psique requiere como condición que al
trabajo de la psique del infans se le añade la función de prótesis de la psique de la madre, prótesis
que consideramos comparable a la del pecho, en cuanto extensión del cuerpo propio, debido a que
se trata de un objeto cuya unión con la boca es una necesidad vital, pero también porque ese objeto
dispensa un placer erógeno, necesidad vital para el funcionamiento psíquico.
Capítulo 2: El proceso originario y el pictograma.
1) El postulado de auto engendramiento.
Hemos dicho que, en principio, el encuentro original se produce en el mismo momento del
nacimiento, pero que nos permitimos desplazar ese momento para situarlo en el de una primera e
inaugural experiencia de placer: el encuentro entre boca y pecho. Si nos mantenemos en el campo
del infans, podemos aislar una serie de factores responsables de la organización de la actividad
psíquica en la fase considerada:
a) La presencia de un cuerpo cuya propiedad es preservar por autorregulación su estado de
equilibrio energético.
b) Un poder de excitabilidad al que se debe la representación en la psique de los estímulos
originados en el cuerpo y que alcanzan al espíritu, exigencia de trabajo requerido al aparato psíquico
como consecuencia de su ligazón con lo corporal.
c) Un afecto ligado a esta representación, siendo la representación y el afecto indisociables para y
en el registro de lo originario.
d) Desde un primer momento, la doble presencia de un vínculo y de una heterogeneidad entre la
x de la experiencia corporal y el afecto psíquico, que se manifiesta en y por su representación
pictográfica.

27
e) La exigencia constante de la psique: en su campo no puede aparecer nada que no haya sido
metabolizado previamente en una representación pictográfica.
2) Las condiciones necesarias para la representabilidad del encuentro.
La representación es una puesta en presentación de la psique para la psique, auto-encuentro entre
una actividad originaria y un "producto", también originario, que se da como presentación del acto
de representar para el agente de la representación. Esta sobresignificación y sobredeterminación
de lo representado constituye su rasgo esencial.
La primera condición de representatividad del encuentro nos remite, pues, al cuerpo, y más
precisamente, a la actividad sensorial que lo caracteriza. El cuerpo, al mismo tiempo que es el
sustrato necesario para la vida psíquica, el abastecedor de los modelos somáticos a los que recurre
la representación, obedece a leyes heterogéneas de la psique. Lo que hemos dicho hasta el
momento permite establecer un primer esquema de los elementos que organizan la situación
original del encuentro boca-pecho, cuando se privilegia exclusivamente lo que ocurre en el infans.
Hemos encontrado de forma sucesiva: a) una experiencia del cuerpo, a la que hemos designado
como el x que acompaña a una actividad de representación que da lugar al pictograma; b) un afecto
que está indisolublemente ligado a esa experiencia; c) la presencia de una ambivalencia radical del
deseo frente a su propia producción, que podrá ser soporte de la tendencia o fijarse en ella como
soporte de su deseo de destruirle; d) la ambivalencia de toda catexia que concierne al cuerpo.
3) El "préstamo" tomado del modelo sensorial por la actividad de lo originario.
Partimos de la hipótesis de que el fundamento de la vida del organismo consiste en una oscilación
continua entre dos formas elementales de actividad, a las que designaremos como el “tomar en sí”
y el “rechazar fuera de sí”. Respiración y alimentación constituyen un ejemplo simple y claro de ello.
Mutatis mutandis, este doble mecanismo puede extrapolarse al conjunto de los sistemas sensoriales
cuya función implica analógicamente la “toma en sí” de la información, fuente de excitación y fuente
de placer; y el intento de “rechazar fuera de sí” esta misma información cuando se convierte en
fuente de displacer.
Al hablar de este doble modelo del tomar en sí y del rechazar fuera de sí abordamos la descripción
de la representación que la psique se da de su experiencia de placer o de displacer. Los términos del
modelo sensorial o corporal y de préstamo se refieren a los materiales presentes en la
representación pictográfica, mediante la cual la psique se auto informa de un estado afectivo que
le concierne exclusivamente a ella. En este registro sería inútil plantear un orden de primacía entre
el afecto y la representación: se debe postular la coalescencia de una representación del afecto que
es inseparable del afecto de la representación que la acompaña. Es tan difícil separarlos como
separar la mirada de lo visto.
Se plantea aquí el problema de la relación que existe entre el término préstamo que proponemos y
el de apuntalamiento, utilizado por Freud: su semejanza es evidente, pero se distinguen en un
aspecto. En la acepción que le otorga Freud, el apuntalamiento se relaciona en mayor medida con
una “astucia de la psique” que aprovecharía el camino que abre la percepción de la necesidad. La
heterogeneidad planteada desde un primer momento Freud entre necesidad y pulsión constituye
un concepto capital de la teoría psicoanalítica, pero dicha heterogeneidad no impide que entre estas

28
dos entidades exista una relación que ya no pertenece al orden del apuntalamiento, sino al de una
dependencia afectiva y persistente en el registro de lo representado.
4) Pictograma y especularización.
Mucho antes del estadio del espejo tal como lo define Jacques Lacan, se comprueba la presencia y
la pregnancia de un fenómeno de especularización: toda creación de la actividad psíquica se
presenta ante la psique como reflejo, representación de sí misma, fuerza que engendra es imagen
de cosa en la que se refleja, reflejo que contempla como creación propia. Si se acepta que en esta
fase el mundo no existe fuera de la representación pictográfica que lo originario forja acerca de él,
se deduce que la psique encuentra al mundo como un fragmento de superficie especular, en la que
ella mira su propio reflejo. Podemos definir del siguiente modo lo que caracteriza a la
representación pictográfica: la puesta en forma de una percepción mediante la que se presenta, en
lo originario y para lo originario, los afectos que allí se localizan en forma sucesiva, actividad
inaugural de la psique para la que toda representación es siempre autorreferente y nunca puede
ser dicha, ya que no puede responder a ninguna de las leyes a las que debe obedecer lo “decible”
por elemental que sea.
5) Pictograma y placer erógeno.
La importancia de la totalidad sincrónica de la excitación de las zonas es fundamental: condición
previa necesaria para la integración del cuerpo como unidad futura, pero también, causa de una
fragmentación de esta "unidad" que da origen a una angustia de despedazamiento.
La sincronía de los placeres erógenos es coextensiva con una primera experiencia de
amamantamiento que reúne una boca y un pecho y se acompaña con un primer acto de ingestión
de alimento que, en el registro del cuerpo, hace desaparecer su estado de necesidad. Esta
experiencia inaugural de placer hace coincidir: a) la satisfacción de la necesidad, b) la ingestión de
un objeto incorporado y c) el encuentro de objetos que son fuente de excitación y causa de placer.
El pecho debe ser considerado un fragmento del mundo que presenta la particularidad de ser
dispensador de la totalidad de los placeres. Por su presencia, este fragmento desencadena la
actividad del sistema sensorial y de la parte del sistema muscular necesaria para el acto de succión:
de ese modo, la psique establecerá una identidad entre lo que realmente es efecto de una actividad
muscular que ingiere un elemento exterior, y al hacerlo, satisface una necesidad e ingiere el placer
que experimenta en el momento de su excitación.
7) A propósito de la actividad del pensar.
A partir de un momento dado, que caracteriza el pasaje del estado de infans al de niño, la psique
adquirirá conjuntamente los primeros rudimentos del lenguaje y una nueva función: ello dará lugar
a la constitución de un tercer lugar psíquico en el que todo existente deberá adquirir el estatus de
“pensable” necesario para que adquiera el de decible. Se instaura así una “función intelectual” cuyo
producto será el flujo ideico que acompañará al conjunto de la actividad, desde la más elemental
hasta la más elaborada, de la que el Yo puede ser agente. Toda fuente de excitación, toda
información, solo logra tener acceso al registro del Yo si puede dar lugar a la representación de una
“idea”.

29
Lo “decible”, entonces, constituye la cualidad característica de las producciones del Yo. Si
consideramos ahora, no ya al Yo sino a esta fase secundaria constituida por lo primario, diremos
que en ella tiene lugar lo “pensable”. En un primer momento, el surgimiento de la “fusión de
intelección” como nueva forma de actividad se añadirá a las funciones parciales preexistentes. Ella
se presenta como una nueva zona-función erógena cuyo objeto apropiado y cuya fuente de placer
sería la “idea”. Es esta una condición necesaria para que el proceso primario catectice esta zona
pensante y su forma de actividad.
8) El concepto de originario: conclusiones.
La especificidad de la actividad de lo originario reside en su metabolización de todas las
experiencias, fuente de afecto, en un pictograma cuya estructura hemos definido. La única
condición necesaria para esta metabolización es que el fenómeno responsable de la experiencia
responda a los caracteres de la representatividad. Podemos plantear entonces una primera
separación entre dos tipos de “existentes, tanto si su fuente es el cuerpo como si es el mundo: 1) El
primero abarca lo que el sujeto no conocerá nunca; 2) El segundo comprende dos subconjuntos: el
subconjunto de lo representable y el subconjunto de lo inteligible.
En lo referente al primer tipo, su única forma de existencia para el hombre es la que se origina en el
saber mítico o científico; este afirma que lo visible está lejos de incluir a lo existente, que lo que
podemos conocer del mundo es parcial y sobre todo en el campo de la ciencia. A la inversa, el
segundo registro comprende lo existente que se abre un camino en el espacio psíquico: los
fenómenos representables (las producciones de lo originario) y los fenómenos figurables y
pensables (las producciones de lo primario y de lo secundario).
Resumimos este capítulo enumerando las implicancias teóricas:
a) El espacio y la actividad de lo originario son, para nosotros, diferentes del inconsciente y los
procesos primarios. La propiedad de esta actividad es metabolizar toda vivencia afectiva presente
en la psique en un pictograma que es representación del afecto y afecto de la representación.
b) Lo único que esta actividad puede tener como representado es el objeto-zona complementario.
c) Como vivencia de lo originario, el afecto es representado por una acción del cuerpo de atracción
o rechazo. Ambas constituyen la ilustración pictografía de los dos sentimientos fundamentales que
el discurso llama amor y odio.
c) La puesta en forma del pictograma se apoya en el modelo de funcionamiento sensorial. De este
préstamo tomado de las funciones del cuerpo se deduce que en lo originario lo único que puede
representarse del mundo es lo que puede darse como reflejo especular del espacio corporal.
d) Esta metabolización que opera la actividad de representación persiste durante toda la
existencia. El Yo se presenta para y es representado por lo originario como una “función pensante”
que se ubica junto a otras funciones parciales. El espacio y las producciones de la psique que no son
lo originario se representan para esto último como el equivalente de un objeto-zona
complementario, cuya actividad puede causar placer o displacer.
e) Es esto lo que designamos como “fondo representativo” precluido al poder de conocimiento
del Yo. En el campo de la psicosis, este fondo representativo puede durante algunos momentos
ocupar el principal lugar de la escena. Ya no se trata de una puesta en sentido del mundo de los

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sentimientos que se pretende conformes a los encuentros en los que estos surgen, sino de la
tentativa desesperada por convertir en decibles y provistos de sentido a vivencias cuyo origen reside
en una representación en la que el mundo es solo el reflejo de un cuerpo que se auto devora, se
auto mutila, se auto rechaza.
En definitiva, lo originario es el depósito pictográfico en el que siguen actuando, en un estado de
fijación permanente, las representaciones a través de las cuales, en última instancia, se representa
y se actualiza indefinidamente el conflicto irreductible que enfrenta a Eros y Tanatos, el combate
que disputa el deseo de fusión y el deseo de aniquilación, el amor y el odio. El pictograma es una
representación en la cual, al unir a las dos entidades complementarias, la acción da testimonio de
quien ha ganado o perdido momentáneamente la partida. Mientras la vivencia subjetiva está
protegida del sufrimiento y de la falta podrá mantenerse una relación de fusión, de atracción mutua.

Aulagnier, P. & Castoriadis, C. – El espacio al que el Yo puede advenir.

1. La organización del espacio al que el Yo debe advenir.

Todo sujeto nace en un espacio hablante: por ello, antes de abordar la estructura del Yo como
instancia constituida por el discurso, analizaremos las condiciones necesarias para que ese espacio
le ofrezca al Yo un hábitat conforme con sus exigencias.
El estado infantil determina que entre esta psique singular y el “ambiente psíquico” intervenga un
eslabón intermedio, un microambiente que, en un primer momento, será percibido y catectizado
por el niño como metonimia del todo. Ese minúsculo fragmento del campo social se convierte para
él en equivalente y reflejo de una totalidad. Los dos organizadores esenciales del espacio familiar:
el discurso y el deseo de la pareja parental.
Dicho medio psíquico privilegiado depende de algunos factores:
1) El portavoz y su acción represora, efecto y meta de la anticipación característica del discurso
materno.
2) La ambigüedad de la relación de la madre con el “saber-poder-pensar” del niño.
3) El redoblamiento de la violencia, que impone aquello que llamamos el “lenguaje fundamental”,
es decir la serie de enunciados performativos que designarán a las vivencias y que, por ese sólo
hecho, transformarán el afecto en sentimiento.
4) Aquello que, desde el discurso de la pareja, retorna sobre la escena psíquica del niño para
constituir los primeros rudimentos del Yo; estos objetos exteriores y ya caracterizados por la ibido
son los que, a posteriori, dan nacimiento al Yo al designarlos como el que los codicia, el deseo del
padre (del niño, por ese niño).

2. El portavoz.
Este término define la función reservada al discurso de la madre en la estructuración de la psique:
portavoz, en el sentido literal del término, puesto que desde su llegada al mundo el infans, a través
de su voz, es llevado por un discurso que, en forma sucesiva, comenta, predice, acuna al conjunto

31
de sus manifestaciones y es portador de significación. La psique de la madre cumple una función de
prótesis.

En una primera fase de la vida, la voz materna es la que comunica entre sí dos espacios psíquicos.
El análisis ha demostrado que la necesidad de la presencia de otro no es en absoluto reductible a
las funciones vitales que debe desempeñar. Vivir exige, la satisfacción de una serie de necesidades
de las que el infans no puede ocuparse en forma autónoma, pero del mismo modo, se exige una
respuesta a las “necesidades” de la psique. Tanto si se trata de lo originario como de lo primario, en
su principio de funcionamiento no hay pre-maturación alguna: lo que demuestra que el
funcionamiento de estos dos procesos exige la presencia de un material modelado por una tercera
forma de la actividad psíquica, el proceso secundario, que, por su parte, actúa en un espacio
heterogéneo. Los materiales de la representatividad del pictograma, de lo escénico de la figuración,
están constituidos por objetos modelados por el trabajo de la psique materna. Podemos decir así,
que paradójicamente, el objeto, que se ofrece como único material acorde con el trabajo del
proceso originario y del proceso primario, tiene que haber sufrido un primer avatar que debe a los
procesos secundarios de la madre.

Lo que será metabolizado en una representación a la que la represión no ha alcanzado aún es la


representación de un objeto modelado por el trabajo de la represión. Es posible decir, pues, que la
psique “toma en si” un objeto marcado por el principio de realidad y lo metaboliza en un objeto
modelado exclusivamente por el principio de placer, pero que en esta operación se manifiesta una
diferencia, un resto, que se inscribirá en su espacio a través de un signo. Este no dará testimonio de
una realidad físico-objetiva determinada, sino de la interpretación del mundo y de sus objetos
características de la madre, por ambiguo o confuso que sea este testimonio.
Si bien es cierto que lo originario ignora el principio de realidad, que el proceso primario tiende a
someterlo al objetivo del placer, pero también se comprueba que los que tienen acceso al campo
de la psique son objetos modelados previamente por este principio. La función de prótesis de la
psique materna permite que la psique encuentre una realidad ya modelada por su actividad y que,
gracias a ello, será representable: la psique reemplaza lo carente de sentido de un real, que no
podría tener status alguno en la psique, mediante una realidad que es humana por estar catectizada
por la libido materna.
En el momento del encuentro infans-madre nos vemos confrontados, pues, con una dinámica
extremadamente peculiar: a) la madre ofrece un material psíquico que es estructurante solo por
haber sido ya remodelado por su propia psique, lo que implica que ofrece un material que respeta
las exigencia de la represión; b) el infans recibe este “alimento” psíquico y lo reconstruye tal como
era en su forma arcaica para aquella que, lo había recibido del Otro.

Se comprueba la generalidad de una oscilación entre la oferta de un ya-reprimido, transformado en


un todavía no reprimido pero que, a su vez, solo puede volver a convertirse en lo que la represión
hará de él porqué, de ese modo, reencontrará una forma que ya fue suya.

32
El efecto de prótesis se manifiesta, en el espacio psíquico del infans, a través de la irrupción de un
material marcado por el principio de realidad y por el discurso, que impone muy pronto a aquel que
no dispone del poder de apropiarse de ese principio la intuición de su existencia.

3. La violencia de la anticipación (la sombra hablada)


Entendemos por violencia primaria a un discurso que se anticipa a todo posible entendimiento,
violencia que es, empero, necesaria para permitir el acceso del sujeto al orden de lo humano.
Precediendo en mucho al nacimiento del sujeto, hay un discurso preexistente que le concierne:
especie de sombra hablada y supuesta por la madre hablante, tan pronto como el infans se
encuentre presente, ella se proyectará sobre su cuerpo y ocupará el lugar de aquel al que se dirige
el discurso del portavoz.
La problemática identificatoria, cuyo eje es la transmisión sujeto a sujeto de algo reprimido,
indispensable para las exigencias estructurales del Yo. Las desviaciones que puede sufrir este
proceso son las que explican lo que distingue a la psicosis de la no psicosis y señalan la función que
desempeña una referencia tercera. Es posible afirmar que esta última remite al padre, pero si y en
cuanto él mismo se considera, y es considerado, como el primer representante de los otros, el
garante de la existencia de un orden cultural constitutivo del discurso y de lo social; él no debe
pretender ser el legislador omnipotente de este orden, sino aquello a lo que se somete como sujeto.
En un primer momento, el discurso materno se dirige a una sombra hablante proyectada sobre el
cuerpo del infans. Ella le demanda a este cuerpo que confirme su identidad con la sombra. El
término madre se referirá a un sujeto en el que suponemos las siguientes características:
a) Una represión exitosa de su propia sexualidad infantil.
b) Un sentimiento de amor hacia el niño
c) Su acuerdo esencial con lo que el discurso cultural del medio al que pertenece dice acerca
de la función materna.
d) La presencia junto a ella de un padre del niño; por quien tiene sentimientos
fundamentalmente positivos.

Es posible trazar un perfil generalizable de las motivaciones inconscientes de la que designamos


como madre “normal”: aquella cuya conducta y motivaciones inconsciente no comportan
elementos que podrían ejercer una acción específica y determinante en la eventual evolución
psicótica del niño.
En todos los casos, el análisis del deseo inconsciente de la madre por el niño mostrará la
coexistencia de un deseo de muerte y de un sentimiento de culpa, la inevitable ambivalencia que
suscita ese objeto, que ocupa en esta escena el lugar de un objeto perdido; ese retorno se acompaña
con el retorno de los sentimientos experimentados en relación con ese primer objeto cuyo lugar
ocupa. No sólo carece de sentido considerar a este hecho universal como la causa de la psicosis, de
la enfermedad o de la muerte del niño.
La presencia de lo que designamos como la sombra hablada constituye una constante de la
conducta materna. Sombra llevada sobre el cuerpo del infans por su propio discurso. El primer

33
punto de anclaje (que puede dramáticamente convertirse en el primer punto de ruptura) entre esta
sombra y el cuerpo está representado por el sexo. En la relación amorosa, tal como se supone que
puede instaurarse entre sujetos, la sombra representa la persistencia de la idealización que el Yo
proyecta sobre el objeto, lo que él querría que sea o que llegase a ser de todos modos no anula
aquello que a partir del objeto puede imponerse como contradicción. Por ello, entre el objeto y la
sombra persiste la posibilidad de la diferencia.

En la primera fase de la vida, al no disponer aún del uso de la palabra, es imposible contraponer los
propios enunciados identificatorios a los que se proyectan sobre uno; ello permite, así, que la
sombra se mantenga durante cierto tiempo al resguardo de toda contradicción manifiesta por parte
de su soporte (el infans). Sin embargo, la posibilidad de contradicción persiste, y quien puede
manifestarla es el cuerpo: el sexo y también todo aquello que en el cuerpo puede aparecer bajo el
signo de una falta, de una carencia.
Constituye además el instrumento privilegiado de la violencia primaria, y demuestra lo que
determina su inevitabilidad: la posibilidad de que la categoría de la necesidad sea trasladada desde
un primer momento, por la voz que le responde, al registro de la demanda libidinal y que ocupe de
ese modo, un sitio en el ámbito de una dialéctica del deseo.

4. El efecto de la represión y su transmisión


El discurso de y por la sombra es el que permite a la madre ignorar el ingrediente sexual inherente
a su amor por el niño; así, ese discurso intenta impedir el retorno de lo que debe permanecer en lo
reprimido, lo que da lugar al atributo funcional unido a todo aquello que en el contacto corporal
participa de un placer cuya causa debe ser ignorada.
En el discurso materno todo aquello que habla el lenguaje de la libido y del amor es dedicado a la
sombra. Se es tierno, severo, se recompensa o se castiga en nombre de lo que, según se supone, la
sombra expresa mediante el cuerpo. Se le imputa a la sombra un deseos, que ella ignora, referente
a su devenir. Se presume acorde con lo que será el deseo futuro del pequeño.

Lo que llamamos sombra está constituido por una serie de enunciados testigos del anhelo materno
referente al niño; conducen a una imagen identificatoria que se anticipa a lo que enunciará la voz
de ese cuerpo, por el momento ausente. Para el Yo de la madre, esta sombra, este fragmento de su
propio discurso, representa lo que, en otra escena, el cuerpo del niño representa para su deseos
inconsciente; lo que del objeto imposible y prohibido de ese deseo puede transformarse en decible
y lícito. Por ello, se comprueba que está al servicio de la instancia represora. El Yo de la madre
construye y catectiza ese fragmento de discurso para evitar que la libido se desvíe del niño actual y
retorne hacia el de otro tiempo y lugar. La sombra preserva a la madre del retorno de un anhelo
que, en su momento, fue perfectamente consciente y que luego fue reprimido: tener un hijo del
padre; tras él. Sin embargo, y precediéndolo, se encuentra un deseo más antiguo cuyo retorno sería
mucho más grave tener un hijo de la madre.

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El deseo edípico retorna de una forma invertida: que este niño pueda, a su vez, convertirse en padre
o madre, que pueda desear tener un hijo. El enunciado edípico “tener un hijo del padre” se
transforma en un enunciado que se proyecta sobre el niño mediante la siguiente fórmula “que
llegue a ser padre o madre de un hijo”.

5. Conjugación y sintaxis de un deseo


A través de la voz de la sombra hablada la madre se enuncia, y enuncia al niño, las prohibiciones
que inicialmente proyectó allí; de ese modo, le significa una prohibición que se anticipa a su propio
deseo. Se establece así una relación de reciprocidad funcional, al convertirse el infans y la madre,
uno para otro, en agentes al servicio de la represión. Se observa que las prohibiciones maternas
recubren exactamente el campo de lo propio reprimido e inducen lo reprimido del otro.
Esta primera etapa muestra la transmisión de una instancia represora que precede a lo que se
deberá reprimir del mismo modo en que la prohibición precede al enunciado mediante el cual el
niño expresará su deseo de tener un hijo con la madre. Se transmite así, de sujeto en sujeto, una
repetición de la prohibición, necesaria para la preservación de la heterogeneidad de las dos escenas
en presencia y para constituir la barrera que reorganizará el espacio psíquico del niño.
la clínica nos muestra lo que ocurre cuando este anhelo está ausente, cuando no se anticipa en
relación con el niño la posibilidad de ese futuro. Es a través de ese anhelo que la madre lo instituye
como heredero de un saber acerca de la diferencia que separa al objeto que actualizará un deseo
del objeto que le permite al deseo persistir. En el preciso momento en que ella le niega ser el objeto
de su deseo, lo convierte en sucesor de un deseo que persiste y circula.

Se trata de una serie de experiencias fundamentales que trascienden toda singularidad. La teoría
plantea un modelo de la evolución normal de la psique que tiene como referencia la similitud del
camino que debe seguir el sujeto, desde su nacimiento hasta la disolución del complejo de Edipo.
Para el analista la función represora es una invariante transcultural y se adjudica el derecho de
considerar lo que se debe reprimir, como un carácter generalizable y específico para una cultura
dada.

6. La violencia de la interpretación: el riesgo del exceso


El efecto preformador e inductor sobre lo que se deberá reprimir es la consecuencia esencial de la
acción anticipatoria constitutiva del discurso de la madre y del discurso en general. Esta
anticipación ofrece al sujeto un don sin el cual no podría convertirse en sujeto: desde un primer
momento, transforma en significación -de amor, de deseo, de agresión, de rechazo- accesible y
compartida por el conjunto lo indecible y lo impensable característicos de los originario. Esta
metabolización operada, en primer lugar, por la madre, en relación con las vivencias del infans se
instrumenta y se justifica, ante ella, por el saber que se atribuye en relación con las necesidades de
ese cuerpo y de esa psique.
Para la estructura psíquica es necesario que se opere esta transformación radical que permite que
la respuesta que el infans recibe preanuncie la denominación y el reconocimiento de lo que serán

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luego sus objetos de demanda. Esta demanda solo buscará el objeto de la necesidad porque puede
convertirse en el signo forjado y reconocido por el deseo humano.

Esta violencia operada por la interpretación de la madre en relación con el conjunto de las
manifestaciones vivenciales del infans es pues, indispensable, es por eso que la denominamos
violencia primaria.
Su agente es, efectivamente, un deseo heterogéneo: el de la madre que desea poder ser el
ofrecimiento continuo, necesario para la vida del infans, y poder ser reconocida por él como la única
imagen dispensadora de amor. Como instrumento, recurre a aquello que, para el infans, y por un
doble motivo, es imprescindible y no puede faltar si se pretende que haya supervivencia tanto
corporal como psíquica.
Lo que la madre desea se convierte en lo que demanda y espera la psique del infans: ambos ignoran
la violencia operada por una respuesta que preforma definitivamente lo que será demandado.
El riesgo de exceso es un riesgo que no siempre se actualiza pero cuya tentación está siempre
presente en la psique materna. En la actualización de la violencia que opera el discurso materno se
infiltra, inevitablemente, un deseo que en la mayor parte de los casos, permanece ignorado y
negado. Se lo puede formular así: deseo de preservar el statu quo de esta primera relación o, si se
prefiere, deseo de preservar aquello que durante una fase de la existencia es legítimo y necesario.

Lo que es deseado es la no modificación de lo actual, pero si la madre no logra renunciar a él, este
deseo basta para cambiar radicalmente el sentido y el alcance de lo que era lícito, así como la
formulación específica que asume, “que nada cambie”, facilita, para la madre y para los otros, el
desconocimiento del abuso de violencia que intentará imponerse a través de ella. La tentación de
este abuso es constante, lo cual señala la importancia de comprender lo que la madre no querría
perder, aunque acepte renunciar a ello, y el peligro que representa esta tentación ante el exceso.
La madre tiene la certeza de que la capacidad de pensar del niño responde, como mínimo, a la
norma y de ser posible, la supera. La primera consecuencia será que se espera al poder de
intelección como el que confirmará a la madre el éxito o fracaso de su función materna. El tiempo
que precede a las manifestaciones de la actividad de pensar nunca es vivido en forma neutra: no
solo una cantidad de signos variados serán interpretados de antemano por la madre como prueba
de que él piensa, sino que las primeras manifestaciones efectivas de esta actividad, el aprendizaje
de las primeras palabras, el pragmatismo de las primeras respuestas, serán acechados como
garantía de la evitación del riesgo fundamental: que él hubiese podido no saber pensar.
La madre sabe por experiencia propia que el pensamiento es, por excelencia, el instrumento de lo
que puede ser disfrazado, de lo oculto, de lo secreto, el lugar de un posible engaño que no es posible
descubrir. Contrariamente a las actividades del cuerpo, la actividad de pensar no solo representa
una última función cuya valorización superará a la de sus antecesoras, sino que es la primera cuyas
producciones pueden ser ignoradas por la madre y, también, la actividad gracias a la cual el niño
puede descubrir sus mentiras, comprender lo que ella no querría que se sepa. Se instaura así una
extraña lucha en la que, por parte de la madre, se intentará saber qué piensa el otro, enseñarle a

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pensar el “bien” o un “bien pensar”, por ella definido, mientras que, en lo tocante al niño, aparece
el primer instrumento de una autonomía y de un rechazo que no ponen directamente en peligro su
supervivencia.

Al comienzo de este análisis del rol materno, hemos considerado que era posible definir lo que sería
la conducta normal, designando así una conducta que, en caso de ser lo único en juego, no induciría
en el niño reacciones psicóticas (lo cual no quiere decir que, con ello, el niño estaría a resguardo).
En esta conducta hemos privilegiado las constantes mas susceptibles de transformarse en
inductoras de una respuesta psicótica, infantil o no. A través de una simple acentuación de la
función, se manifieste un exceso de violencia por parte del deseo de la madre y de los otros, exceso
que la psique del niño tendrá dificultades para evitar o superar. Se comprueba cuán frágil es el
intervalo que, en esta fase, separa lo necesario del abuso, lo estructurante de lo desestructurante.
El propósito del exceso es lograr que la actividad de pensar, presente o futura, concuerde con un
molde preestablecido e impuesto por la madre: esta actividad en la que el secreto deber ser posible
tendrá que convertirse en una actividad sometida a un poder-saber materno: en sus producciones,
sólo serán legitimados los pensamientos que el saber materno declare lícitos.

Mucho antes de que se manifiesta bajo su forma canónica, la madre la espera y al mismo tiempo,
le teme. Lo que espera es la prueba por excelencia del valor de su función; lo que teme es verse
enfrentada por primera vez ante una pregunta del niño a la que no podría responder. Tan pronto
como él piensa, ella sabe, aunque lo olvide, que se ha perdido la transparencia de la comunicación,
el saber acerca de la necesidad y el placer del cuerpo. Que transparencia y saber son pura ilusión es
el veredicto del analista. En general, y en un primer momento, la madre cree en ello; y es necesario
que, parcialmente al menos, la ilusión haya existido y le haya dado crédito.
Si hay en la madre un deseo de no cambio, este le dará el poder de privar al niño de todo derecho
autónomo de ser, prohibiéndole el derecho a un pensamiento autónomo. Será la imposibilidad de
renunciar a tener un lugar en el devenir de la relación madre-hijo, aceptar favorecer la variabilidad
de la relación, renunciar a una función, que en su momento fue necesaria, en beneficio del cambio
y del movimiento de la relación futura.

La persistencia del deseo de no cambio da lugar a lo que se podría designar como el invariante de
las estructuras familiares más aptas para determinar un modo de vida al que se calificará como
psicosis. En efecto, no es posible hablar de una relación idéntica, lo que no varía es la negativa de
la madre a aceptar un cambio en su modo de relación con el niño, la negativa a aceptar que sus
enunciados puedan ser cuestionados y cuestionables, la imposibilidad de considerar al cambio de
otro modo que no sea como destrucción del presente y de todo futuro.
7. El redoblamiento de la violencia: el lenguaje fundamental
Las fuerzas que organizan este espacio psíquico exterior al que el Yo deberá advenir determinan
que el medio familiar represente un lugar de transición necesario. Es por ello que nuestro análisis
atribuye gran importancia a los dos pilares que lo sostienen: la pareja parental y su discurso. Sin

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embargo, se observa la acción de un tercer factor al que el infans, la pareja y los otros también se
encuentran sometidos: la que se debe al efecto del discurso.
La apropiación por parte del niño de un primer saber acerca del lenguaje marca un viraje decisivo
en la relación del sujeto con el mundo, redobla un primer encuentro boca-pecho, deseo de sí-deseo
del Otro. A partir de ese momento la demanda se convierte en el apoyo fundamental, incluso si es
engañoso, al que deberá someterse el deseo en su búsqueda del objeto.
Decir que existe un “ya presente” del discurso de cuyo origen nada puede saberse implica, como
corolario, la presencia de los límites que definen el espacio en cuyo interior el Yo encontrará sus
enunciados identificatorios. Límites infranqueables que contiene el conjunto de las posiciones
identificatorias que puede ocupar el Yo en una cultura dada, incluso las posiciones del sujeto
llamado psicótico. Este carácter infranqueable es el que condiciona la posibilidad de la psicosis.

El lenguaje fundamental (los límites impuestos a los enunciados identificatorios)


Creemos que la totalidad del discurso tiene una función identificante. Si estudiamos su modo de
acción, en este conjunto se aíslan dos subconjuntos que desempeñan un papel fundamental en el
registro identificatorio: 1) El primero comprende los términos que designan al afecto que, a través
de este acto de enunciación, se transforma en sentimiento 2) El segundo comprende los términos
que designan a los elementos del sistema de parentesco para una cultura dada. También en este
caso, la enunciación de un único término comporta implícitamente al orden total del sistema y
designa la posición relacional que liga al término designado con el conjunto de los otros elementos.
Estos dos subconjuntos designan lo que llamamos el lenguaje fundamental, un modo de subrayar
aquello mediante lo cual se ejerce el poder esencial del lenguaje como acto identificante.
Separamos lo que se refiere a la designación del afecto de lo que se refiere a la designación de los
elementos del sistema de parentesco, más no debe olvidarse que su suma es necesaria para que se
cumpla la acción identificatoria característica de lo que llamamos lenguaje fundamental.

La designación del afecto y el a posteriori identificante


El lenguaje, y no la voz materna, impone al sujeto una serie de términos que son los únicos que
permiten hablar el afecto sentido, comunicarlo y, a ese precio, obtener del Otro una respuesta
conforme a lo que será, en adelante, lo demandado, no ya simplemente lo manifestado. Una ley
preexistente al conjunto de los sujetos que liga estos significantes a un significado que se supone
designa a ese afecto. Se distingue así un sector lingüístico en el que un mismo signo remite a
distintos referentes.
Las experiencias más corrientes nos demuestran que, para todo sujeto, en el registro de los afectos
la expresión y la significación son el suelo movedizo sobre el que avanza acechante y ansioso el acto
que sería signo y prueba de la verdad del enunciado. En ese sector, flota siempre sobre el signo
lingüístico la sombra de la duda. El “yo amo” que pronuncia o que se le ofrece no puede garantizarle
la confiabilidad y la identidad de un afecto del que, por otra parte, nada puede decir si se niega a
recurrir a esos mismos términos.

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Lejos de reducirse a la designación de un afecto, el sentimiento es su interpretación en el sentido
más vigoroso del término, que liga a una violencia incognoscible en sí a una causa que se supone
acorde con lo que se vivencia. El deseo de una conformidad entre el afecto y el sentimiento implica
la creencia ilusoria de que existiría la posibilidad de conocer algo que se encuentra doblemente
fuera del lenguaje. Un saber que podría no formar parte de lo decible.

La transformación del afecto en conocimiento es el resultado de este acto de lenguaje que impone
un corte radical entre el registro pictográfico y el registro de la puesta en sentido. En este espacio
en el que adviene el Yo aparece el rol, igualmente fundamental, de la acción identificante del
discurso. Se trata de una acción autónoma ejercida por la institución lingüística y a la que ningún
sujeto escapa. Su autonomía es aún más manifiesta en los casos en los que el discurso materno
presenta los caracteres que inducen una respuesta psicótica. Cuanto mayor es el saber y el poder
que ella reivindica en relación con este otro, mayor es su obligación de lograr que todo pueda ser
dicho. Y cuanto más transforma en “decible” la totalidad de lo que afirma percibir, mayor es la
trampa que la captura, la del intervalo que aparecerá entre la significación que su discurso pretende
vehiculizar y la significación que los otros locutores pueden devolverle en relación con ella.

Paradójicamente, el poder autónomo y autonomizado del lenguaje interviene en tanto mayor


medida cuanto mayor es la pretensión del que enuncia de poseer la totalidad de los enunciados que
se refieren al campo de significación de lo que quiere enunciar. El discurso debe obedecer a
postulados frente a los cuales el sujeto carece de poder.

El papel particular que desempeñarán en el lenguaje identificatorio los términos del lenguaje
afectivo:
1. La nominación impone un estatuto a lo vivenciado. Este estatuto transforma radicalmente la
relación del sujeto con aquello, impone una significación preestablecida en relación con la cual el
sujeto carece de poder.
2. Simultáneamente, este estatuto y esta significación a los que hemos aludido van a ligar un
significante compartido por el conjunto de los sujetos que hablan la misma lengua a significados
que, a partir de ese momento, solo tienen como referente a otros significantes.
3. Esta sumisión del referente al significante del signo lingüístico tiene dos consecuencias: por un
lado, preserva la ilusión de la existencia de una identidad entre los referentes; por el otro, introduce
inevitablemente el riesgo de una ruptura, de un conflicto, entre el enunciante y la significación del
signo lingüístico. El sujeto considerará al conjunto de los signos lingüísticos sólo como lugar de la
mentira, y el lenguaje fundamental asumirá la significación que tenía para Schreber.

La entrada en escena de la comprensión y de la apropiación del lenguaje obliga al sujeto a tomar en


consideración un modelo que transfiere a este registro y, por lo tanto, al del proceso secundario,
una causa del afecto que en su calidad de afecto sería incognoscible para el Yo. Al acceder al lenguaje
y pese a él, el sujeto se hace teórico y frente a lo incognoscible de su experiencia, el lenguaje

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enuncia. Puede operarse así la reorganización de la economía de las catexias que exige el proceso
secundario. Esta reorganización implica la entrada en la escena psíquica de los enunciados
identificatorios propios del enunciado lingüístico que nombra al afecto: el signo lingüístico
identificará al afecto con lo que el discurso cultural define como tal.
Lo que hemos dicho del lenguaje fundamental al referirnos a la nominación del afecto permite
mostrar en qué aspecto y por qué su acción identificante se encuentra en el origen del Yo.

8. El a posteriori de la nominación del afecto


La constitución del Yo sigue paso a paso la sucesión de las denominaciones mediante las que el Otro
nombra su relación afectiva con el sujeto, denominaciones que, en forma sucesiva, el sujeto
esperará, inducirá o rechazará.
El espacio al que el Yo debe advenir, que es también el único espacio al que puede advenir, muestra
que su organización está bajo la égida de una serie de signos lingüísticos -los propios del afecto y los
propios del sistema de parentesco- que, al nombrar una cosa o un elemento, definen la relación que
existe entre el objeto al cual se nombra y aquel que se apropia de esta nominación y la enuncia. El
Yo, entonces, surge en y a través del a posteriori de la nominación del objeto catectizado: el
descubrimiento del nombre del objeto y de la nominación del vínculo que lo une al sujeto de
nacimiento y sentido a una instancia que se autodefine como deseo, envidia, amor, odio, espera, de
ese objeto.

El Yo no es más que el saber que el Yo puede tener acerca del Yo: si nuestra fórmula es exacta, ella
implica también que el Yo está formado por el conjunto de los enunciados que hacen “decible” la
relación de la psique con los objetos del mundo por ella catectizados y que asumen valor de
referencias identificatorias, de emblemas reconocibles por los otros Yo que rodean al sujeto. El acto
de lenguaje en cuanto operación identificante que posee el extraño poder de crear algo nombrado
que no podría existir para el Yo fuera de esta designación.

9. El deseo del padre (de niño, por este niño)


El infans descubre que el primer objeto catectizado por la totalidad de la libido no le responde él
mismo modo, que la madre desea otra cosa que él no puede darle, que su placer sexual tiene otro
soporte. La madre reconoce, teme o venera el discurso de otro u otros. El deseo del niño y su
demanda no le bastan para obtener la respuesta que él espera, lo que da lugar a su búsqueda (y
también aquí se trata de algo universal) para intentar saber qué desea ella o qué le dicta la ley. En
nuestra cultura esta búsqueda lo conduce hacia el padre y su deseo. Al encontrar el deseo del padre,
el niño encuentra también el último factor que permite que el espacio exterior a la psique se
organice de modo tal que el funcionamiento del Yo sea posible, o a la inversa, que lo obstaculice.

Un significante privilegiado, el falo, el único que, según Lacan, sólo puede remitir a sí mismo, es
ubicado como centro necesario para que la gravitación de la cadena significante siga una órbita

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acorde con la ley y no caiga en un movimiento desordenado que provocaría el caos del mundo y el
caos del lenguaje.
El padre real del niño, hacia el cual este último dirigirá su mirada para intentar saber lo que significa
el término padre y cuál es el sentido del concepto “función paterna”. Esta significación será
enmarcada por tres referentes: a) la interpretación que la madre se ha hecho acerca de la función
de su propio padre; b) la función que el niño asigna a su padre y la que la madre atribuye a este
último; c) lo que la madre desea transmitir acerca de esta función y lo que pretende prohibir acerca
de ella.
Si de acuerdo con la expresión de Lacan la madre es el primer representante del Otro en la escena
de lo real, el padre, en esta misma escena, es el primer representante de los otros o del discurso
del conjunto.
En la estructura familiar de nuestra cultura, el padre representa al que permite a la madre designar,
en relación con el niño y en la escena de lo real, un referente que garantice que su discurso, sus
exigencias, sus prohibiciones no son arbitrarias, y se justifican por su adecuación a un discurso
cultural que le delega el derecho y el saber de transmitirlos. La referencia al padre es la más apta
para testimoniar ante el niño que se trata, efectivamente, de una delegación y no de un poder
abusivo y autárquico.

10. El encuentro con el padre


En contraposición al encuentro con la madre, lo que constituye el rasgo específico y diferencial del
encuentro con el padre reside en que no se produce en el registro de la necesidad; es por ello, sin
duda, que el padre es el que abre la primera brecha en la colusión original que hacía indisociables
la satisfacción de la necesidad del cuerpo y la satisfacción de la “necesidad” libidinal. En la escena
de lo real aparece el que se impone, al mismo tiempo, como el primer representante de los otros y
como el primer representante de una ley que determina que el displacer sea una experiencia a la
que no es posible escapar.

El contrato narcisista
Se debe tomar en consideración un factor que, por su parte, es responsable de lo que se juega en la
escena extrafamiliar. Muy poco podría decirse acerca del efecto de la palabra materna y paterna si
no se tuviese en cuenta la ley a la que están sometidas y que el discurso impone. El contrato
narcisista nos confronta con un último factor que interviene en el modo de catetización del hijo por
parte de la pareja.
Designamos registro socio cultural al conjunto de instituciones cuyo funcionamiento presenta un
mismo rasgo característico: lo acompaña un discurso sobre la institución que afirma su justificación
y su necesidad.

1. La relación que mantiene la pareja parental con el niño lleva siempre la huella de la relación de la
pareja con el medio social que la rodea.

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2. El discurso social proyecta sobre el infans la misma anticipación que la que caracteriza al discurso
parental: mucho antes de que el nuevo sujeto haya nacido, el grupo habrá pre catectizado el lugar
que se supondrá que ocupará, con la esperanza de que él transmita idénticamente el modelo
sociocultural.
3. El sujeto, a su vez, busca y debe encontrar en ese discurso, referencias que le permitan
proyectarse hacia un futuro, para que su alejamiento del primer soporte constituido por la pareja
paterna no se traduzca en la pérdida de todo soporte identificatorio.
4. El conflicto que quizás exista entre la pareja y su medio puede confirmar ante la psique infantil la
identidad entre lo que transcurre en la escena exterior y su representación fantaseada de una
situación de rechazo, de exclusión, de agresión, de omnipotencia. Desempeñará un papel en el
modo en que el niño elaborará sus enunciados identificatorios.

El discurso del conjunto


Representaremos metonímicamente al grupo social -designando con este término a un conjunto de
sujetos que hablan la misma lengua, regidos por las mismas instituciones- como el conjunto de las
voces presentes. Este conjunto puede pronunciar un número indeterminado de enunciados: entre
ellos, tendrá un lugar particular la serie que define la realidad del mundo, la razón de ser del grupo,
el origen de sus modelos.

Consideremos a un grupo X: su existencia implica que la mayor parte de los sujetos, salvo durante
períodos muy breves de su historia, aceptan como verdaderos un discurso que afirma lo bien
fundado de las leyes que rigen su funcionamiento, define el objetivo buscado y lo impone. Al adherir
al campo social, el sujeto se apropia de una serie de enunciados que su voz repite, esta repetición
le aporta la certeza de la existencia de un discurso en el que la verdad acerca del pasado está
garantizada, con el corolario de la creencia en la posible verdad acerca de las previsiones sobre el
futuro.
La catectización de este modelo futuro constituye una condición necesaria para el funcionamiento
social. A modo de contrapartida, el grupo espera que la voz del sujeto retome por cuenta propia lo
que enunciaba una voz que se ha apagado, que reemplace un elemento muerto y asegure la
inmutabilidad del conjunto. El nuevo miembro se compromete, a través de la voz de los otros, que
cumple el papel de padrinos sociales, a repetir el mismo fragmento del discurso. El sujeto ve en el
conjunto al soporte ofrecido a una parte de su libido narcisista.
A cambio de ello, el grupo reconoce que sólo puede existir gracias a lo que la voz repite; valoriza de
ese modo la función que él le solicita; transforma la repetición en creación continua de lo que es, y
sólo puede persistir a ese precio. El contrato narcisista se instaura gracias a la pre catectización del
infans por parte del conjunto, como voz futura que ocupará el lugar que se le designa: por
anticipación, provee a este último del rol de sujeto del grupo que proyecta sobre él.

El contrato narcisista tiene como signatarios al niño y al grupo. La catectización del niño por parte
del grupo anticipa la del grupo por parte del niño. En efecto, hemos visto que, desde su llegada al

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mundo, el grupo catectiza al infans como voz futura a la que le solicitará que repita los enunciados
de una voz muerta, y que garantice así la permanencia cualitativa y cuantitativa de un cuerpo que
se autorregenerará en forma continua. En cuanto al niño, y como contrapartida de su catectización
del grupo y de sus modelos, demandará que se le asegure el derecho a ocupar un lugar
independientemente del exclusivo veredicto parental, que se le ofrezca un modelo ideal que los
otros no pueden rechazar sin rechazar al mismo tiempo las leyes del conjunto, que se le permita
conservar la ilusión de una persistencia atemporal proyectada sobre el conjunto y, en primer lugar,
en un proyecto del conjunto que, según se supone, sus sucesores retomarán y preservarán.
El discurso del conjunto le ofrece al sujeto una certeza acerca del origen, necesaria para que la
dimensión histórica sea retroactivamente proyectable sobre su pasado, cuya referencia no
permitirá ya que el saber materno o paterno sea su garante exhaustivo y suficiente. El acceso a una
historicidad es un factor esencial en el proceso identificatorio, es indispensable para que el Yo
alcance el umbral de autonomía exigido por su funcionamiento. La calidad y la intensidad de la
catectización presente en el contrato que une a la pareja parental con el conjunto, al igual que la
particularidad de las referencias y emblemas que privilegiará en ese registro, intervendrán de dos
modos diferentes en el espacio al que el Yo del niño debe advenir.

Mientras nos mantenemos dentro de ciertos límites, las variaciones de la relación pareja-medio
desempeñarán un papel secundario en el destino del sujeto, que en un segundo momento podrá
establecer con estos modelos una relación autónoma, directamente marcada por su propia
evolución psíquica, sus particularidades y la singularidad de las defensas puestas en juego. No ocurre
lo mismo cuando estos límites no son respetados, sea porque la pareja rechaza las cláusulas
esenciales del contrato, sea porque el conjunto impone un contrato viciado de antemano, al negarse
a reconocer en la pareja elementos del conjunto a carta cabal.

La ruptura del contrato puede tener consecuencias directas sobre el destino psíquico del niño. En
este caso, se comprobarán dos tipos de situación:

1. Aquella en la que, por parte de la madre, del padre o de ambos, existe una negativa total a
comprometerse en este contrato; descatectización que por sí sola marca una grave falla en su
estructura psíquica y revela un núcleo psicótico más o menos compensado. El riesgo que corre en
tal caso el sujeto es verse imposibilitado de encontrar fuera de la familia un soporte que le allane el
camino hacia la obtención de la parte de autonomía necesaria para las funciones del Yo. Esto no es
causa de la psicosis, pero sí, sin duda, un factor inductor, a menudo presente en la familia del
esquizofrénico.

2. Igualmente importante, pero más difícil de delimitar, es la situación originada en una ruptura del
contrato de la que el conjunto -y por ende la realidad social- es el primer responsable. Rechazamos
las diversas concepciones sociogenéticas de la psicosis, pero creemos en el papel esencial que
desempeña lo que llamamos realidad histórica. En esta realidad damos tanto peso a los

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acontecimientos que pueden afectar al cuerpo, a los que efectivamente se produjeron en la vida de
la pareja durante la infancia del sujeto, al discurso proferido en dirección al niño, como a la posición
de excluido, de explotado, de víctima que la sociedad ha impuesto eventualmente a la pareja o al
niño.

El Yo y la conjugación del futuro: acerca del proyecto identificatorio y de la escisión del Yo

Definimos como proyecto identificatorio la autoconstrucción continua del Yo por el Yo, necesaria
para que esta instancia pueda proyectarse en un movimiento temporal, proyección de la que
depende la propia existencia del Yo. Acceso a la temporalidad y acceso a una historización de lo
experimentado van de la mano: la entrada en escena del Yo es, al mismo tiempo, entrada en escena
de un tiempo historizado. Subrayaremos un carácter propio del “Yo advenido”, carácter cuya
ausencia caracteriza a la psicosis. La psicosis no anula al Yo, pero sí muestra las reducciones y
expropiaciones que el Yo paga en ese caso por su supervivencia, la manifestación más evidente ello
es la relación del Yo con una temporalidad caracterizada por el derrumbe de un tiempo futuro en
beneficio de una mismidad de lo experimentado que anclará al Yo a una imagen de sí a la que
podríamos calificar como fenecida más que como pasada.

El saber del Yo sobre el Yo tiene, como condición y como meta asegurar al Yo un saber sobre el Yo
futuro y sobre el futuro del Yo. Esta imagen de un Yo futuro se caracteriza por la renuncia a los
atributos de la certeza. Solo puede representar aquello que el Yo espera devenir: esta esperanza no
puede faltar a ningún sujeto e incluso debe poder designar su objeto en una imagen identificatoria
valorizada por el sujeto y por el conjunto o por el subconjunto, cuyos modelos él privilegia. La
posibilidad del Yo de catectizar emblemas identificatorios que dependen del discurso del conjunto
y no ya del discurso de un único otro es coextensa con la modificación de la problemática
identificatoria y de la economía libidinal después de la declinación del Complejo de Edipo. A partir
de este momento, nuevas referencias modelarán la imagen a la que el Yo espera adecuarse. Esta
imagen se constituye en dos tiempos. Ella surge a partir del momento en que el niño puede enunciar
un: “cuando sea grande, yo…” primera formulación de un proyecto que manifiesta el acceso del
niño a la conjugación de un tiempo futuro. Mientras nos mantenemos en el período que precede a
la prueba de la castración y a la disolución del complejo de Edipo, los puntos suspensivos remitirán
a las fórmulas que podemos resumir así: a) me casaré con mi mamá; b) poseeré todos los objetos
que existen.

En la fase posterior, el enunciado será completado por un “seré esto”. Deberá designar un predicado
posible y, sobre todo y ante todo, un predicado acorde con el sistema de parentesco al que
pertenece el sujeto.
Esta concordancia prueba el acceso al registro de lo simbólico y a una problemática identificatoria
adecuada a él. La posibilidad de considerar al cambio como una prima de placer futura es condición
necesaria para el ser del Yo. Esta instancia debe poder responder cada vez que se plantea el

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interrogante acerca de quién es Yo, interrogante que nunca desaparecerá, que acompaña al hombre
a lo largo de toda su vida y que no puede tropezar, salvo en momentos aislados, con la ausencia de
una respuesta sin que el Yo se disuelva en la angustia. El proyecto es construcción de una imagen
ideal que el Yo se propone a sí mismo, imagen que en un espejo futuro podría aparecer como reflejo
del que mira. Esta imagen o este ideal se relaciona sobre todo con lo dicho.

En la fase que precede a la disolución del complejo de Edipo, el Yo espera llegar a ser aquel que
podrá responder nuevamente al deseo materno: renunciará a tal o cuál satisfacción pulsional
gracias a su creencia en un futuro que lo indemnizará ampliamente o, a la inversa, ofrecerá a la
madre este ideal, conforme a su discurso, a cambio de una gratificación obtenida en el presente.
Pero llegara un momento en que se impondrá un tiempo para comprender: la prohibición de gozar
de la madre se refiere tanto al presente como al pasado y al futuro. Es menester renunciar a la
creencia de haber sido, de ser o de poder llegar a ser el objeto de su deseo.
La voz materna ya no tiene ni el derecho ni el poder de responder a los interrogantes de ¿Quién es
Yo? y ¿Qué debe llegar a ser el Yo?, con una respuesta provista de certeza y que excluya la
posibilidad de la duda o la contradicción. El Yo responderá a estos dos interrogantes, en su propio
nombre y mediante la autoconstrucción continua de una imagen ideal que él reivindica y que le
garantiza que el futuro no se revelará ni como efecto del puro azar, ni cómo forjado por el deseo
exclusivo de otro Yo.

El futuro no puede coincidir con la imagen que el sujeto se forja acerca de él en su presente. Para
ser, el Yo debe apoyarse en este anhelo, pero una vez alcanzado ese tiempo futuro deberá
convertirse en fuente de un nuevo proyecto. Entre el Yo y su proyecto debe persistir un intervalo,
debe presentar alguna carencia, siempre presente. Entre el Yo futuro y el Yo actual debe persistir
una diferencia, una X que represente lo que debería añadirse al Yo para que ambos coincidan. Esta
X debe faltar siempre: representa la asunción de la prueba de castración en el registro
identificatorio y recuerda lo que esta prueba deja intacto: la esperanza narcisista de un
autoencuentro, permanentemente diferido, entre el Yo y su ideal que permitirá el cese de toda
búsqueda identificatoria.
La angustia de castración, a la que nadie puede escapar, no es otra cosa que la angustia que domina
al sujeto a partir del momento en que descubre que el Yo solo puede existir apoyándose en los
bienes que catectiza y que, en parte, depende de la imagen que le devuelve la mirada del Otro, que
la satisfacción de su deseo implica que el deseo del Otro acepte seguir siendo deseándolo, mientras
que al mismo tiempo, descubre que nada le garantiza la permanencia del deseo ni de la vida del
Otro, ni la permanencia de su saber acerca de la identificación y de su creencia en su ideología.

La confrontación del niño con el discurso del padre y con el discurso del conjunto, en la que una
instancia que no es el padre puede desempeñar el papel de mediador, le revela que lo que él
pensaba acerca de su relación con la madre era ficticio. La castración puede definirse como el
descubrimiento en el registro identificatorio de que nunca se ha ocupado el lugar considerado como

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propio y de que, por el contrario, se suponía que uno ocupaba un lugar en el que no se podía aún
ser. La angustia surge al descubrir el riesgo que implica saber que uno no se encuentra, ante la
mirada de los demás, en el lugar que cree ocupar.

Las referencias que le aseguran al Yo su saber identificatorio pueden chocar siempre con una
ausencia, un duelo, una negativa, una mentira, que obliguen al sujeto al doloroso cuestionamiento
de sus objetos, de sus referencias, de su ideología. Por ello, la castración es una prueba en la que se
puede entrar pero de la cual, en cierto modo, no se sale. Es ilusorio pensar en la posibilidad de
superarla por completo. Lo que sí cabe es asumir la prueba de tal modo que la preserve al Yo algunos
puntos fijos en los que apoyarse ante el surgimiento de un conflicto identificatorio. La angustia
surge porque está ligada a su dependencia del deseo del Otro.
Ser hombre o mujer es el primer descubrimiento que realiza el Yo en el campo de sus referencias
identificatorias. Hay un destino que determina que nunca se conocerá lo que el el goce del otro
sexo. Castración e identificación son las dos caras de una misma unidad; una vez advenido el Yo, la
angustia resurgirá en toda oportunidad en la que las referencias identificatorias puedan vacilar.
Ninguna cultura protege al sujeto contra el peligro de esta vacilación, del mismo modo en que
ninguna estructura lo preserva de la experiencia de la angustia.

El acceso al proyecto identificatorio, tal como lo hemos definido, demuestra que el sujeto ha podido
superar la prueba fundamental que lo obliga a renunciar al conjunto de objetos que, en una primera
fase de su vida, han representado los soportes conjuntos de su libido de objeto y de su libido
narcisista, objetos que le han permitido plantearse como ser y designar a los objetos codiciados por
su tener.

La necesidad de preservar este proyecto origina lo que definimos mediante el concepto de Yo


inconsciente, efecto del poder represor ejercido por el proyecto, a expensas de los enunciados en
los que el Yo se reconoció sucesivamente y que reprime fuera de su campo, en toda oportunidad en
la que ponen en peligro la coherencia del proyecto identificatorio que el Yo catectiza. En su
totalidad, el Yo comprende el conjunto de las posiciones y enunciados identificatorios en los que se
ha reconocido en forma sucesiva. Estos enunciados podrán ser mantenidos o rechazados; preservar
una parte de su catexia o ser apenas el recuerdo catectizado de un momento de su existencia. El
efecto del proyecto es tanto ofrecer al Yo la imagen futura hacia la que se proyecta como preservar
el recuerdo de los enunciados pasados, que no son nada más que la historia a través de la cual se
construye como relato. En contraposición, aquello que de de que esos enunciados será rechazado
fuera del espacio del Yo coincide con lo que del propio Yo debe ser excluido para que esta instancia
pueda funcionar conforme a su proyecto.

Podemos decir que el Yo está constituido por una historia, representada por el conjunto de los
enunciados identificatorios de los que guarda recuerdo, por los enunciados que manifiestan en su
presente su relación con el proyecto identificatorio y, finalmente, por el conjunto de los enunciados

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en relación con los cuales ejerce su acción represora para que se mantenga fuera de su campo, fuera
de su memoria, fuera de su saber. Permanece inconsciente para el Yo, y es ello lo que representa al
Yo inconsciente, la acción represora que ejerce y que conduce a reprimir una parte de su historia,
es decir, los enunciados que han llegado a ser contradictorios con un relato que reconstruye
constantemente y todo enunciado que exigiría una posición libidinal que él rechaza o que declara
prohibida.
La función que hemos atribuído al proyecto como vía de acceso a la categoría del futuro tiene como
corolario la acción que él ejerce para constituir un tiempo pasado compatible con la catectización
de un devenir. Por ello pudimos decir que la entrada en escena el Yo es coextensa con la entrada
en escena de la categoría del tiempo y de la historia. A su vez, estas dos categorías sólo pueden
llegar a ser parte integrante del funcionamiento del Yo gracias a un proyecto que les dé un estatuto
en el campo psíquico.

Uno de los efectos de la prueba de castración se manifiesta en la asunción por parte del sujeto de
un saber sobre su propia muerte, pero debemos añadir que una condición previa indispensable para
esta asunción es la apropiación de un proyecto identificatorio que es, inevitablemente, un proyecto
temporal. Proyecto en el que sigue presente el sueño de una mañana siempre diferido, que
permitiría a la postre que el deseo encontrase el objeto de su búsqueda, que el yo pudiera anular la
carencia que lo separa del ideal con el que sueña.

Bleichmar, S. Capítulo IV “Del irrefrenable avance de las representaciones en un caso de psicosis


infantil”. Capítulo V ”El concepto de infancia en psicoanálisis”. En La fundación de lo inconsciente

CAPÍTULO 4
Hemos apostado a la formulación que señala que cuando hay discrepancia entre el concepto y la
cosa, es el cuerpo teórico mismo el que debe ser puesto en cuestión.

El psicoanálisis con niños es una práctica que se ejerce en las fronteras de la tópica psíquica y en
los límites mismos del psa. Asistimos a los movimientos de constitución de un sujeto en cuyos
orígenes nos vemos inmersos, en cuya estructuración intervenimos de algún modo. Los
psicoanalistas de niños vivimos sumergidos en una preocupación por lo originario, por los
movimientos fundacionales que vemos emerger “en vivo”, producirse ante nuestros ojos. Se fue
profundizando cada vez más mi alejamiento del formalismo estructuralista y fue variando mi
posición respecto a la llamada función materna, hasta culminar en una verdadera reformulación del
concepto de partida.

Una memoria que atraviesa al sujeto (Caso Alberto)

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Alberto, de cinco años de edad (1989) llega a la consulta por indicación del gabinete
psicopedagógico de la escuela, desde donde se solicita que se realice un diagnóstico y se buscarán
medios terapéuticos para acompañar el proceso escolar del niño. El niño, en cualquier situación y
sin que operara un disparador evidente, comenzaba a hablar cosas sin sentido, desencadenándose
un fragmento de discurso cuyo contexto era inubicable. Los únicos que pueden ubicar su discurso
son sus padres, quienes pueden referenciar aquellos fragmentos a vivencias de Alberto en días
anteriores. Estos padres, cultos y preocupados por su hijo, dan cuenta de problemas que el niño
había presentado a lo largo de su crianza.

En el momento de esta primera consulta nos encontrábamos, fenoménicamente, ante la


emergencia de bloques hipermnésicos, descontextualizados, que aparecían sin desencadenante
aparente. La única hipótesis que surgía era la de un fracaso en los movimientos inhibidores que el
yo despliega y que hallan su culminación cuando la represión opera diferenciando los sistemas
psíquicos. Alberto mismo era jugado por procesos que lo sometían, cuyo control desconocía y de
cuyo dominio estaba imposibilitado.
Sobre estas cuestiones se basó, en mucho, la técnica que empleé en los meses siguientes. Ello nos
obliga a detenernos en esta cuestión para dar fundamento de mi accionar clínico.

Freud en “Lo inconsciente” dice que los sistemas inconscientes son atemporales, es decir, no están
ordenados con arreglo al tiempo, no se modifican por el transcurso de este ni, en general, tienen
relación alguna con él. En el inconsciente, estatuido por la represión, el tiempo deviene espacio,
sistema de recorridos.
El hecho de que las representaciones inconscientes sean atemporales no implica que su
activamiento lo sea. Si el inconsciente se define por su intersección con los otros sistemas psíquicos
y ello hace que el proceso analítico tenga una cierta estructura relacionada con la temporalidad, se
trata de una temporalidad destinada al aprés-coup, que recaptura, en proceso, los activamientos
inconscientes que insisten.

El icc no recuerda nada. Las huellas mnémicas, son. Que el inconsciente sea el reservorio de la
memoria quiere decir, entonces, que en él están las representaciones, inscripciones vivenciales, a
disposición del sujeto. En tal sentido, estas inscripciones pueden progresionar hacia la consciencia
sin que ello implique un verdadero recordar.
En Alberto, la aparición de aquellos fragmentos descontextualizados del discurso daban cuenta del
fracaso en la instalación de los mecanismos inhibidores del yo y, junto con ello, de la represión
misma. Cuando el niño reactualizaba un fragmento de huellas mnémicas, sus padres, operando
como sujetos de memoria, contextualizaban, historizaban, significaban, aquello que se presentaba
más allá de un yo que en el niño pudiera efectuar estas tareas. Algo activaba, algo disparaba el
fragmento mnémico, pero la significación no operaba del lado de un sujeto que recuerde.

Un sintomatología efecto de fallas en la constitución de la tópica

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Alberto presentaba ciertos trastornos significativos que someteremos brevemente a la indagación
teórico-clínica. Tenía pánicos varios: a los ascensores, a la oscuridad, a los ruidos fuertes. No eran
simple miedos, ellos remitían a angustias de aniquilamiento que le producían verdadero terror.
Terrores que no lo graban fobizarse y lo dejaban inerme para organizar defensas ante ellos -
defensas de las cuales, en realidad, carecía-. Esta falla lo imposibilitaba para organizar defensas
secundarias que pudieran dar lugar a una fobia.

Los primerísimos temores infantiles tienen que ver, indudablemente con el esbozo de un sujeto que
se ve en riesgo. Que las primeras angustias se produzcan por una presencia inquietante que marca
la ausencia del objeto auxiliador (materno), ponen de relieve el nivel de dependencia que a su
respecto se establece y no sólo desde el punto de vista autoconservativo; la subjetividad, en sus
orígenes, está “como suspendida” del semejante.
No hay una cronología simple de la aparición del miedo autopreservativo en el sujeto psíquico; se
trata, por el contrario, de correlaciones entre la angustia y la estructuración de las instancias que se
constituyen en el aparato psíquico en ciernes. Cuando Alberto teme que se haya hundido mi casa,
su pánico no es el de un individuo que teme el peligro de un ascensor detenido. Se trata de una
deconstrucción del espacio, determinada por su no estabilidad, es decir, por el hecho de que las
categorías temporo-espaciales no se han constituido o están en situación de fracaso, efecto de
que el yo -y por ende, el proceso secundario- no logra estabilizarse como un objeto que, desgajado
del mundo que lo circunda, ubique al mismo tiempo las coordenadas exteriores que lo sostienen.
Cerraba las puertas, no se tapaba los oídos, como si el objeto que producía el ruido pudiera entrar
bruscamente por allí. Él mismo no se desgajaba como objeto de aquellos objetos que lo rodeaban;
su representación yoica no estaba constituida, y debido a ello su cuerpo podía fácilmente ser
atravesado sin que él pudiera controlar sus propios agujeros de entrada y salida.
No hay psicoanalista de niños, ni de psicóticos, que no sufra periódicamente la tentación del sentido
común: explicarle que la moto no puede volar y entrar por la ventana. Sabía del carácter inoperante
de tales intervenciones. En mi auxilio venían por otra parte, las reflexiones metapsicológicas de
Freud, proporcionándome un ordenador teórico desde el cual pensar lo que acaecía. Puse mis
manos sobre su cabeza, rodeándola, como constituyendo una protección y le hablé de los objetos
que entraban en ella, de cómo sentía su cabecita abierta a todas las cosas que entraban y salían, y
le propuse ayudarlo a lograr, juntos, que sintiera que podía abrir y cerrar su cabeza para recibir
aquello que hoy lo invadía, partiéndolo en pedacitos.

Esta intervención no era azarosa, provenía de la idea de que no habiéndose constituído en el niño
el yo-representación, ni el interno-externo del inconsciente, ni el externo-exterior de la realidad,
podían encontrar un ordenamiento a partir de un lugar desde el cual establecer las diferenciaciones.
Era debido a esto que los bloques hipermnésicos progresionaban sin ligazón ni contextualización
hacia el polo motor -en este caso en forma verbal- y que la corteza psíquica, antiestímulo, quedaba
constantemente efraccionada sin que filtrara lo que recibía ni se ligara desde su interior lo que la

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perforaba. Las intervenciones estructurantes no se dirigen a contenidos inconscientes, sino a
propiciar modos de recomposición psíquica poniendo de manifiesto las determinantes que rigen el
funcionamiento habitual.

Nos encontrábamos ante un fracaso de la constitución psíquica, fracaso que conducía a los
síntomas descritos. Acá el término “síntoma” no puede ser concebido en sentido estricto, ya que
hemos definido que el síntoma no puede ser concebido antes de la constitución de la represión
originaria y del consecuente establecimiento tópico de sistemas en oposición, conflicto y comercio.
Alberto presentaba la mayoría de los rasgos que pueden agruparse dentro de lo que Lang considera
“nudo estructural psicótico”: la naturaleza de su angustia, angustia primaria, de aniquilamiento, de
destrucción; la ruptura con lo real; la infiltración constante de los procesos secundarios por los
procesos primarios; la expresión directa de la pulsión; la existencia de mecanismos defensivos muy
arcaicos; una relación de objeto muy primitiva predominante. Cuando se encontraba con un objeto
similar al conocido, reconocía lo común, operando por “identidad de percepción”, recubriendo lo
nuevo con lo anterior. Estábamos ante un modo de funcionamiento regido por datos indiciales, sin
organización de totalidades que conservaran cierta permanencia.
Alberto existía en el interior de un mundo caótico y desorganizado en el cual los indicios
descomponían la realidad en múltiples objetos parciales; él mismo no se unificaba
imaginariamente como un objeto total. Vive en una lógica de la simultaneidad, no secuencial, vale
decir, no temporalizada.
En la segunda entrevista plantea “Yo no nací de la panza de mi mamá” -Alberto es adoptivo- “Yo no
nací todavía”. “Cuando nazco me pongo así -se pone en el piso en posición fetal- yo todavía no nací
y le pido a mi hermano… porque a mi no me dejaron nacer… yo no tengo teléfono”.

Un sujeto en constitución sometido a las vicisitudes del objeto


La forma en que se constituían sus enlaces libidinales no permitían pensar a Alberto como un
autista. Hasta los cuatro años no dijo yo (decía “Alberto”). Recién a los cuatro años y medio,
emergieron alteraciones cuya evidencia patológica ponía en duda el diagnóstico inicial de “retraso
madurativo”. Es habitual en la clínica con niños presenciar fallas de la estructura psíquica que son
concebidas como trastornos madurativos, parcialmente tratados.
Un rastreo de la historia de Alberto permitía encontrar elementos que anticipaban el cuadro actual.
Los prerrequisitos estructurales, aunados a dificultades desde los comienzos de la vida, daban
cuenta, por el contrario, de la necesidad de intervenciones precoces al respecto.
La madre lo expresaba del siguiente modo: “Desde que Alberto nació, lo sentí con dificultad”. La
frase plantea una doble direccionalidad: no sólo sintió que había dificultades en el niño, sino que
ella misma lo sintió con dificultad, dando cuenta del anudamiento patológico inicial, obstáculo
mayor, planteado para que este niño pudiera “ser sentido”. Durante varios años los padres
pensaban que estaban ante un déficit auditivo: Alberto no respondía a la voz humana ni se
conectaba con los estímulos que le proporcionaban. Sin embargo, los desconcertaba el terror a los
ruidos que evidenció.

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Hasta los seis meses fue “un niño muy despierto”. A esa altura contrataron una persona de servicio
que se hizo cargo de la casa. “Esa mujer me iba robando a mi hijo” relataba su madre, respecto de
su angustia por aquellos tiempos. Alberto había nacido en circunstancias difíciles para esta mujer.
Su hermana, dieciocho años mayor, que la había criado ejerciendo todos los cuidados maternos, fue
diagnosticada con una enfermedad grave. Once años antes, cuando murió su padre, ella había
sufrido ya una depresión severa. Los primeros seis meses de vida del niño habían sido
aparentemente perfectos “Era un bebé buenísimo, usaba chupete, le gustaba bañarse”.
El hecho de que Alberto usara chupete y le gustara bañarse, da cuenta de modos de implantación
del autoerotismo y de una madre que registró zonas de placer en el vínculo, que no se limitó a los
puramente autoconservativo. El ejercicio del placer autoerótico (chupete) y del placer epidérmico
(baño), dan cuenta como datos objetivos, de la existencia de un cachorro humano que se introduce
en los caminos de la libidinización, de la sexualización humanizante. En tal caso, el presunto
diagnóstico de autismo primario queda puesto en cuestión por estos datos.

Cuando Alberto tiene 4 meses, su tía enferma y en ese momento su madre abandona sus funciones
maternas. Queda al cuidado de una mujer, quien años después descubren que maltrataba a su
hermano. La mujer que le roba a su hijo es también, desde la madre, la madre mala que lo maltrata.
Complejo ensamblaje este que se ha producido entre estructura y acontecimiento, entre
determinación y azar, la depresión materna, que no le permite “ver” a su hijo en esos momentos
constituyentes, traba todo modo de sustitución reparatorio. El padre trabaja.
Entre los dos y los tres años del niño, la madre comienza a “verlo” y se recupera el vínculo entre
ambos. El niño empieza a hacer progresos: comienza a dar besos, se baña con placer, deja los
pañales, no admite que lo dejen solo. Al llegar al tercer año, la madre enferma de tuberculosis y
queda nuevamente “mentalmente aislada” del niño. Alberto comienza a tener pánico a introducirse
en la bañadera, no quiere lavarse la cara, no soporta usar ropa de mangas cortas, deja de controlar
esfínteres, se desencadenan los miedos.
Se realiza una primera consulta (3 años y medio), la persona que lo ve dice que “es muy pequeño
para hacer algo”. En el año siguiente los “síntomas” se agudizan, “inmanejable”. Al año siguiente,
su tía muere. Desde la escuela piden que retiren a Alberto: comienza la masturbación compulsiva,
juega solo, se desconecta de quienes lo rodean. Cuando habla, el discurso se metonimiza en forma
desbocada.

Una membrana al borde del estallido


Para el organismo vivo, la tarea de protegerse contra los estímulos es casi mas importante que la
de recibirlos. Una corteza cuya función es armar una protección anti estímulo, para que al interior
las magnitudes accedan solo en escala reducida; hacia adentro, las excitaciones de los estratos mas
profundos se propagan hasta el sistema de manera directa y en medida no reducida, al par que
ciertos caracteres de su decurso producen la serie de sensaciones de placer y displacer.

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El yo es el encargado de ligar las excitaciones que lo alcanzan, tanto aquellas provenientes del
mundo exterior como las provenientes de las excitaciones pulsionales mismas.
Retomemos algunos conceptos que hacen a la relación entre la incipiente constitución del aparato
psíquico infantil y la función materna. Existe un doble carácter de la función materna: excitante,
seductora, pulsante y narcizisante al mismo tiempo.
En los primerísimos tiempos de la vida, donde la superficie psíquica y corporal se encuentra siempre
al borde del estallido frente al rompimiento de la homeostasis y sus efectos, el objeto de
apaciguamiento, aquel del cual proviene el alivio de las tensiones vitales, abre nuevas vías de
intrusión, de investimentos excitantes. El hecho de que estas vías sean regladas, no queden libradas
al azar, favorece una regulación de la incipiente economía psíquica. Por ejemplo, frente a la primera
vivencia de satisfacción, cuando reaparezca la tensión de necesidad, esta tensión ingresará al
aparato psíquico en vías de constitución produciendo una corriente de excitación que se ligará a la
huella mnémica de esa primera experiencia. Pero a su vez, desde el agente materno, se produce en
el bebé la intrusión de las excitaciones traumáticas desprendidas de la propia sexualidad materna,
vías de entramado se establecerán en la medida en que la madre misma está atravesada
simultáneamente por su sexualidad inconsciente y por el narcisismo yoico que permite sostener su
amor por el hijo, sostener al hijo.

En el caso de Alberto tenemos a una madre que estuvo precozmente atravesada por una depresión
que reactivó abandonos precoces de su propia historia. Del lado de Alberto, la falla en la sucesión
de retrascripciones de huellas mnémicas que quedan sin engarce, pérdidas en el movimiento
metáforo-metonímico que lo hace pasar de un primer objeto a otro, agravada en este caso la
discontinuidad como efecto de las interrupciones de la relación madre-hijo a partir de las propias
vicisitudes libidinales de la madre. La madre describe su imposibilidad de sentirlo, de entenderlo,
de codificarlo. La descripción que hace de su hijo nos da la idea de un bebé activo, con cierto grado
de conexión, con rasgos mínimos de humanización.
El uso del chupete nos indica que en él las premisas del inconsciente han comenzado a instaurarse,
que la boca no es un simple órgano de ingestión sino que lo autoerótico, lo libidinal, ya está
operando. El placer por el baño, comienzo de constitución de una membrana capaz de establecer
intercambios placenteros con el medio, da cuenta de la constitución de esta membrana
diferenciada que no se reduce a lo biológico.

La convicción delirante es aquella convicción que una madre presenta, manifestando que quién
más que ella podría saber algo acerca de su bebé. Permite en la relación narcisista originaria “el
trasvasamiento de las almas”, movimiento espontáneo de constitución en los niños cuya evolución
se realiza adecuadamente. Tal vez estos elementos hubieran encontrado otra evolución si no se
hubiera producido, a los seis meses, la primera catástrofe. La madre pierde el vínculo con su hijo.
Vemos a Alberto quedar capturado por los períodos de conexión y desconexión de la madre, con el
agravante de que quien lo toma a cargo es una mujer traumatizante, enloquecedora, a la cual el
niño queda sometido ante la impasibilidad y el desconocimiento de sus propios padres. Durante

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esos dos años de vida, la evolución del niño está prácticamente detenida. Aparece un cuadro de
autismo precoz secundario con todos los rasgos con los cuales los describe la psiquiatría: no busca
la mirada del otro, no manifiesta placer al contacto, su desarrollo intelectual está casi detenido, las
funciones se realizan mecánicamente. Sin embargo, restos de lo pulsional inscrito irrumpen
produciendo síntomas: pánico a bañarse, uso de chupete y crisis de llanto cuando se lo sacan.
Alberto pasa esos dos años de vida enquistado en el interior de una rigidización de la membrana
para-excitación en la cual se confunden los límites, estímulos y excitaciones.

Los movimientos de ligazón que deberían culminar con la instalación de un yo capaz de tomar a
cargo las excitaciones y tramitarlas no se han producido. El chupeteo aparece como el único lugar
de evacuación “fijada” posible de los sobrantes energéticos. Alberto ha quedado fijado a los
investimientos primarios a los cuales fue sometido antes de que el vínculo originario con la madre
se catastrofara.
Momento de introducirlo en la bañera. El niño ha “soldado” en una corteza rigidizada su protección
ante el desborde excitante interno y externo al cual se ve sometido, dada la falta de respondientes
intrapsíquicos y de contención externa. Siente, a medida que se sumerge en el medio líquido, el
despedazamiento, fragmento por fragmento, del todo que intenta desesperadamente mantener
cerrado. El agua produce en él la sensación de un desmembramiento corporal que pone en riesgo
de estallido al sistema. No hay regulación por el principio de placer, no hay posibilidad de contacto
de piel ni intercambio simbólico con el semejante.

Cuando retoma el vínculo con la madre, nuevos progresos se producen. El baño recupera su carácter
placentero, comienza a dar besos y controla esfínteres. Vemos elementos que dan cuenta de que
ha logrado instaurar movimientos amorosos y representacionales tanto del semejante como de sí
mismo. El yo parece haberse instalado, también la relación hacia el semejante.
A los tres años, con la nueva enfermedad de la madre, y un repliegue narcisista de ella, Alberto
queda librado a sí mismo, un sí mismo precariamente instalado. Los pánicos aparecen
resignificados por este movimiento de instalación-despedazamiento yoico. Aparece un nuevo
fenómeno: no puede dejar expuestos fragmentos de sí mismo, como si se hubiera establecido un
fenómenos de “escurrimiento”. Es necesario que haya algún tipo de representación de sí mismo en
riesgo para que ello se produzca, vale decir que la tópica del yo se haya constituido. Los bebés
hospitalizados, que han sido abandonados a su suerte, no producen este síntoma.
Por otra parte, su discurso, cada vez más rico, se tornó incoherente, quedando capturado por
terrores que transformaron su propia vida y la de quienes lo rodeaban de un enorme sufrimiento
cotidiano.
Toda su evolución parecía dirigirse hacia una esquizofrenia, cuando empezó el tratamiento
psicoanalítico que consideramos.

El proceso clínico: construcción de una first-me-possesion

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Los analistas sabemos de la dificultad para el empleo de la interpretación en aquellos casos en los
cuales la fuga de ideas y la excitación motriz generan la sensación de que aquellas palabras que
podamos dirigir a nuestros pacientes parecerían no encontrar anclajes en los cuales entramarse.
Se abría desde la perspectiva que estamos desarrollando, la posibilidad de construir algunas
premisas clínicas para sostener una dirección que condujera a una evolución diferente. Me planteé
entonces un período de trabajo para ver si lograba ligar y crear las condiciones de estructuración
que posibilitaran una neo-génesis. Alerté a los padres sobre que nos tomaríamos un plazo para
intentarlo y que si ello no funcionaba, recurriríamos a una medicación complementaria.
Elegí, para la primera etapa del proceso analítico una técnica basada en proponer anclajes a las
movilizaciones de investimentos que se precipitaban hacia la descarga, sea bajo el modo de
conductas motrices, sea como logorrea. Enlazar un afecto con una representación mediante la
palabra era el modo de propiciar una detención ligadora de la circulación desenfrenada. Alberto no
se angustiaba, no podía registrar sus afectos, en la medida en que, en el momento en que se
desencadenaba el problema, no había sujeto capaz de cualificar aquello que lo invadía desde su
interior.

Ayudar a construir una first-me-possesion (primera posesión de sí mismo) a partir de la cual


establecer una diferenciación: intrapsíquica, con el inconsciente; intersubjetiva, con el objeto de
amor. Establecimiento de vías colaterales capaces de establecer un retículo en el cual la
identificación encuentre anclaje para su instalación. La represión originaria podría ejercer su
función de evitar el pasaje de las representaciones inconscientes al preconsciente.

Con relación a lo intrasubjetivo, la función materna, aunque fallida, había operado bajo dos formas:
propiciando la inscripción de investimentos libidinales que generaban los prerrequisitos de la
fundación del inconsciente; y habiendo establecido, en ciertos momentos, investimentos
totalizantes que permitían precipitar algunas constelaciones yoicas, aunque con los riesgos de
desarticulación y las fallas que hemos descrito.
No nos encontrábamos, entonces, ni ante una cáscara vacía, como la que vemos en ciertos autismos,
ni ante un conglomerado pulsional desbordado en el cual nunca se hubieran constituido mínimos
movimientos de narcisización.
Nuestro paciente no era el producto residual de una falla de narcisización originaria que lo dejará
librado a los investimentos masivos de las representaciones pulsionales inscritas. En él oscilaban,
así como habían oscilado a lo largo de su vida, presencias y ausencias de objetos amorosos que
propiciaban ligazones y desligazones cuyos efectos transferenciales pude recoger en el campo del
análisis.
En los momentos de angustia extrema, Alberto se veía enfrentado a un movimiento de desligazón
que lo precipitaba en sentimientos de riesgo de aniquilamiento con desestructuraciones del
pensamiento. Esta aniquilación, esta desligazón, asume la forma clínica como operancia de la
pulsión de muerte.

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Es la ausencia en la madre del deseo de vida, de la vida como proyecto humano, lo que se plasma
en la cría como muerte.“Era como un bebé de juguete” dice la mamá de Alberto en una entrevista
que tuvimos al poco tiempo de iniciado el tratamiento. Cuando releo esto me conmueve la forma
con la cual vi reaparecer, desde el niño, esta imagen.

Muchas sesiones del tratamiento estuvieron destinadas a inscribir en él, una imagen de sí mismo,
a ayudarlo a fundar la tópica yoica. Las turbinas formaban parte del diálogo. La mano sobre la frente
era acompañada de otra forma de anclaje. En ciertos momentos, en los cuales yo quería detener
ese movimiento desesperado, motor o verbal, lo llamaba repetidamente por su nombre. Un día,
en medio de una crisis de ese tipo, se tiró al suelo y me dijo: “Decime: Alberto!!”. Me pedía que yo
efectuara el ejercicio de nominación que le permitía organizarse.
Movimiento molesto, como de pájaro, ante los ojos de Silvia. Su rostro presentaba una sonrisa
estereotipada, el rostro convertido en una máscara de ojos vacíos. Lo abrazó.
En muchos momentos, cuando sus estallidos de furor comenzaban a expresarse, me veía obligada
a apartarlo con fuerza, a impedir que me lastimara con sus golpes. Cuando la agitación cedía,
intentaba hablar con él de qué era lo que había disparado su odio. Generalmente intensos
sentimientos de culpa lo invadían y se preocupaba mucho de que no estuviera enojada como
consecuencia de ello. Hojita. Yo estaba bien.

A partir de estos movimientos, comienza una tarea por rehumanizar a Alberto, por lograr que sus
padres dejen de considerarlo “un loquito”. Yo me fui convirtiendo en un referente simbólico para
él, como un ordenador que diferencia claramente del resto de sus vínculos.
De los múltiples problemas teóricos y clínicos que el abordaje de una psicosis infantil pone en juego
para el psicoanalista, he escogido como tema de mi exposición, la cuestión de la función materna
en la estructuración de lo originario, partiendo de la idea de que en este campo del psicoanálisis
de niños y particularmente en lo que refiere a las psicosis infantiles, donde se ponen de manifiesto
las teorías que los analistas sostienen como sustrato teórico general de su práctica.
Innatismo versus psiquismo en estructuración; función constituyente del vínculo materno versus
autonomía de un sujeto que se despliega en una potencialidad definida desde el desarrollo;
concepción del narcisismo como objetal o anobjetal; ubicación de la función materna como auxiliar
o como fundante; definición del Edipo como estructura o como conflicto. La teoría no funciona en
forma pura; diversas líneas teóricas toman partido por más de una opción a la vez.
Cada acto clínico, cada resolución diagnóstica, nos confronta a opciones tanto de ideología
terapéutica como de definición metapsicológica.

Algunas observaciones para repensar un ordenamiento del campo psicopatológico en la infancia

Las psicosis infantiles deben ser reconocidas en su multiplicidad polimorfa; ello implica salir de la
propuesta estructuralista originaria de concebir la psicosis como causada por un mecanismo único
desde una modalidad cristalizada de función materna (dominancia narcisista de la captura fálica del

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hijo por parte de la madre, y su imposibilidad de construirse como sujeto a partir de esta variable
determinante). Debemos relativizar la idea de definir un modelo del orden “madre de psicóticos”,
es necesario deshomogeneizar las descripciones.
Retomar la función materna como función constituyente implica no sólo diferenciarse de aquellas
corrientes que la reducen a lo autoconservativo, sino con un estructuralismo que la concibe bajo el
sólo ángulo de la narcisización. Recuperar el carácter de sujeto sexuado de la madre, es decir,
provisto de inconsciente.
El carácter polimorfo, variable, crea condiciones difíciles para un diagnóstico taxativo de las psicosis
infantiles. Por otra parte, es evidente a esta altura que gran parte de los trastornos que en la infancia
son diagnosticados como “trastornos madurativos” o “trastornos del desarrollo”, evolucionan cada
vez más hacia formas psicóticas, francas, productivas, las cuales son detectadas tardíamente.

Es necesario, desde la teoría, que nuestra psicopatología sea definida desde una propuesta
metapsicológica, que puede transformar los síntomas en indicios que den cuenta de la
estructuración psíquica.

Ubiquemos, a grandes rasgos, momentos de la estructuración precoz, siguiendo para ello los
modelos freudianos:
1. Un primer tiempo que ubica la función del semejante en la instauración de las
representaciones de base y da origen a la alucinación primitiva como modo de recarga de
la huella mnémica de la primera vivencia de satisfacción.
2. Un primer tiempo de la sexualidad, instauración de las representaciones que luego
constituirán los fondos del inconsciente. De no producirse esta sexualización precoz
(efecto del semejante materno), la cría humana no lograría niveles básicos de
hominización.
3. Un segundo tiempo de la sexualidad, constituido por la represión originaria y el
establecimiento del yo- representación narcisista. De no instalarse este tiempo segundo
de la sexualidad, y por ende de la vida psíquica, el sujeto se vería frente a la imposibilidad
de estructurar ordenamientos espacio-temporales a partir de la no instalación del
proceso secundario, dando lugar a formas de funcionamiento esquizofrenoides infantiles.

Los tiempos anteriores implican esquemas ordenadores. Deben ser contemplados, en su


procesamiento, los movimientos mismos de constitución de la represión originaria:
transformación en lo contrario y vuelta contra la persona propia. La persistencia de sintomatología
que deje abiertos modos de realización pulsional sin rehusamiento -asco y pudor- y sin formaciones
sustitutivas, da cuenta del fracaso parcial de la represión originaria y abre las vías para patologías
severas no psicóticas.
Es importante diferenciar entre represión originaria, destinada a sepultar los representantes
pulsionales, y represión secundaria, del Edipo complejo, que recae sobre fantasías estructuradas
como fragmentos discursivos, ligada al establecimiento del superyó.

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Entre estructura e historia se juega una posible nueva modelización de las series complementarias.
Historia no alude centralmente al relato de la vida, sino a la implantación de los traumatismos que
constituyen sus series en el desencadenamiento psicopatológico. Definida la causalidad por aprés-
coup, el corte del diagnóstico estructural posibilita abrir un abanico predictivo.
A partir de ello, la clínica define sus modos de operar por relación al objeto a abordar, teniendo en
cuenta la no homogeneidad estructural del sujeto y concibiendo líneas de dominancia que deben
ser consideradas cuidadosamente en los diversos procesamientos de la cura. Esto no anula el
carácter de salto estructural que se puede producir en el interior de este procesamiento. En este
sentido, la idea de neogénesis alude a la posibilidad de inauguración de estructuras inéditas.
El hecho de aportar un sustento metapsicológico a las conceptualizaciones de los momentos de
estructuración psíquica conlleva una disminución de los riesgos de psiquiatrización futura de
aquellos niños que presentan un fracaso en sus procesos de constitución del aparato psíquico.
La irrecuperabilidad de los tiempos de la infancia, como tiempos de estructuración psíquica, nos
plantea la urgencia de un fundamento para nuestra práctica, un “saber hacer” determinado por
formulaciones precisas acerca de los movimientos de instalación de lo originario.

Post scriptum
El sistema de creencias se constituye, en el ser humano, sostenido en el semejante. Sabemos que
el principio de realidad no se instala simplemente sobre el ensayo y error, sino a partir de las
nociones compartidas.
En Alberto, la falla en la simbiosis originaria con la madre llevaba, tardíamente, a un apoderamiento
férreo de esa madre que lo dejaba librado a una especularidad tardía. La escena primaria no
terminaba de constituirse en sus sistemas representacionales, aunándose a las características
estructurales que hemos señalado en su propia adopción, generando en él una especie de anulación
del enigma del nacimiento pese al conocimiento intelectual de sus orígenes.
Alberto comenzó a organizar relaciones témporo-espaciales, a desplegar de un modo inédito su
capacidad lúdica. Controló definitivamente esfínteres. Usaba camisas y pantalones cortos. Comenzó
a establecer vínculos con otros niños y posibilidades de goce compartido se iban abriendo. En ese
año, quedó “fijado” a un objeto, un pequeño conejo de peluche que llevaba consigo a todas partes.
Lo que Winnicott llama “objeto consolador”, pero que en este caso tomaba características, ya sea
de doble, ya se a “objeto fetiche”. El conejo hacía en sesión todas las cosas que Alberto deseaba
pero a las cuales había comenzado a rehusarse a partir del establecimiento de la represión. Ni de
día ni de noche Alberto se separaba de su conejo, que operaba como una parte disociada de él
mismo. (pasivizado como él lo había sido).
Le indique a los padres qué conducta seguir ante la situación: respeto hacia el objeto y al mismo
tiempo ninguna alianza que convalidara las conductas cuasi delirantes del niño. Sin desestimar ni
atacar el carácter sintomal que esta relación asumía, no fuera convalidada por parte de los padres,
la creencia delirante en su humanización.
Comenzaba un nuevo proceso marcado por resistencias. Ello daba cuenta del emplazamiento del
inconsciente sistémico y de la represión concomitante. Por primera vez podía rehusarse a las

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interpretaciones. Primero, él podía los viernes ir si quería, y sino, llamar y no ir. Alberto necesitaba
que yo “pensara” en él mientras estaba ausente.
A comienzos del año siguiente, cierto estancamiento del tratamiento se había producido. Las tareas
planteadas para esa etapa aparecían como resueltas, y el niño debía empezar a recibir ayuda
psicopedagógica para completar algunas nociones cuyos déficit arrastraba.

Me preguntaba cuál era el camino a seguir. Alberto necesitaría muchos años más de análisis hasta
que los aspectos más seriamente perturbados estuvieran definitivamente saldados. Por otro lado,
¿era necesario mantenerlo en análisis todo el tiempo? ¿no conduciría eso a un agotamiento del
espacio? Acordé con él una interrupción del tratamiento, dejando abierto el espacio de
comunicación frente a nuevas dificultades que se le plantearan. Posiblemente los embates de la
pubertad sometan a Alberto a tareas inéditas para cuya simbolización requerirá del espacio
analítico. Pero la impronta de los logros obtenidos en esta etapa, así como la instalación de un
espacio transferencial sin forzamientos, espero que constituyan su garantía de analizabilidad futura.

CAPÍTULO 5. El concepto de infancia en psicoanálisis (prerrequisitos para una teoría de la clínica)

Tratar al niño solo o en familia, incluir a los padres, entrevistar a los hermanos, no son meras
cuestiones relativas a la técnica. Cada una de estas opciones está determinada por una concepción
del funcionamiento psíquico, un modo de “entender” al síntoma.
¿Son todos los discursos, todas las interacciones, todos los actos de semejante algo que tiene que
ver con el inconsciente del niño? ¿Qué relación existe entre las interacciones parentales y las
determinaciones sintomales, singulares, específicas, que hacen a la neurosis de la infancia?
Si las relaciones entre teoría y clínica implican la definición de un método, sabemos ya que el
método no puede concebirse al margen de las correlaciones con el objeto que se pretende cercar,
transformar. Es esta, la cuestión del objeto en psicoanálisis con niños.

Ello me ha conducido a intentar definir,desde los tiempos de constitución del sujeto psíquico,
ciertos paradigmas que permitan el ordenamiento de un accionar clínico que no se sostenga
meramente en la intuición del practicante.
He tomado partido hace ya varios años por la propuesta freudiana que concibe al inconsciente
como no existente desde los orígenes, determinadas las producciones sintomales por relaciones
existentes entre los sistemas psíquicos, sistemas que implican contenidos diversos y modos de
funcionamiento diferentes. A partir de ello, mi investigación avanza en la dirección de definir una
serie de premisas de la clínica que puedan ser sometidas a un ordenamiento metapsicológico.
Sometamos a discusión las premisas de base que guían nuestra práctica. Es la categoría niño, en
términos del psicoanálisis, la que debe ser precisada y ello en el marco de una definición de lo
originario. Se dice que se trata siempre de “análisis”, lo cual supone entonces un método de
conocimiento del inconsciente. Esto no es sin embargo tan lineal, dado el el inconsciente sólo puede
explorado, en el sujeto singular y por relación a la neurosis, una vez establecido el conflicto psíquico

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que da origen al síntoma y ello no es posible antes de que se hayan producido ciertos movimientos
de estructuración marcados por la represión originaria.

Es imposible establecer una correlación entre teoría y clínica sin definir previamente este problema
del objeto y el método. El psicoanálisis de neuróticos (adultos o niños con su aparato psíquico
constituido, en los cuales el síntoma emerge como formación del inconsciente) transcurre,
inevitablemente, los caminos de la libre asociación y esta libre asociación se establece por las vías
de lo reprimido -más aún, de lo secundariamente reprimido-, presto a ser recuperado por la
interpretación. Pero para que ello ocurra es necesario que el inconsciente y el preconsciente se
hayan diferenciado en tanto sistemas y aún más, que el superyó se haya estructurado en el marco
de las identificaciones secundarias residuales del complejo de Edipo sepultado.
¿De qué modo ocurre esto, en cambio, cuando el inconsciente no ha terminado aún de
constituirse? ¿Cuando las representaciones primordiales de la sexualidad pulsional originaria no
han encontrado un lugar definitivo, no han sido “fijadas” al inconsciente? Se abre acá una dimensión
clínica nueva, la cual sólo puede establecerse a partir de ubicar la estructura real, existente, para
luego definir la manera mediante la cual debe operar el psicoanálisis cuando el inconsciente no ha
encontrado aún su topos definitivo, cuando el sujeto se halla en constitución.
Conocemos las diversas soluciones que se han ofrecido a lo largo de la historia del psicoanálisis. El
kleinismo abrió la vía y fijó las premisas para que analizar niños sea posible, pero asentándose para
esto en la perspectiva más endogenista de la propuesta freudiana acerca de la constitución del
inconsciente.

Lo que nos enseñó Mrs. Klein

Melanie Klein, en el caso Dick, le enchufa una simbolización de lo innombrable, le enchufa el


simbolismo con la máxima brutalidad. En el simposium de 1927 gira en torno a la polémica
establecida entre Klein y Anna Freud. Los ejes alrededor de los cuales gira la discusión son:
inconsciente, transferencia y sexualidad infantil.
Existió un intento por conciliar psicoanálisis y educación, iniciado por Hug Hellmuth y en cuya línea
se inscribe de inicio Anna Freud. Se apoyaba en una concepción del análisis resumida por ella misma
en los siguientes términos: “El análisis pedagógico y terapéutico no puede contentarse con liberar
al joven individuo de sus sufrimientos, debe también inculcarle valores morales, estéticos y
sociales”. Su objeto son individuos en pleno desarrollo que deben ser fortificados bajo la dirección
pedagógica del analista.
El modelo de intervención se basa en aplacar, educar, mostrar que el odio produce culpa. No hay
aquí ninguna interpretación y se ve una desviación de los conocimientos surgidos del psicoanálisis
para fines diversos de aquellos con los cuáles el método fue creado. Se sostiene una concepción del
niño como un egoísta inmoral que debía ser educado.

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Por su parte, Melanie Klein se instala en la dimensión de la analizabilidad, considerando al niño
posible de ello y por supuesto, de transferencia. Plantea la imposibilidad de combinar trabajo
analítico y educativo, sosteniendo que una de esas actividades anula de hecho a la otra. Considera
que si el analista toma el rol del superó, cerrando la ruta del consciente a las tendencias pulsionales,
se constituye como el representante de las facultades de la represión.
Será necesario desde la perspectiva que estamos proponiendo, puntualizar que este inconsciente
no está allí desde siempre, sino que es el efecto de aquello que de la historia traumática, pulsional,
ha quedado inscrito, desarticulado y rehusado su ingreso a la consciencia bajo el efecto de la
represión originaria.

Aperturas e impasses de la propuesta kleiniana

La segunda mitad del siglo está atravesada, en lo que a la teoría psicoanalítica respecta, por una
propuesta que tiende a tomar cada vez más en cuenta, en la fundación del psiquismo, aquellos
determinantes exógenos que lo constituyen, contemplando cada vez más la función de las figuras
significativas que tienen a cargo la crianza del niño. Tomando en cuenta las vicisitudes
estructurantes en el interior de los vínculos primordiales acuñados, a partir de cierta vertiente más
actual, como “estructura del Edipo”.
Dentro del pos-kleinismo, autores como Winnicott y Tustin han puesto el acento en la función
materna y en las consecuencias de esta para la evolución normal o patológica del cachorro humano.
Desde nuestra perspectiva consideramos al inconsciente como un producto de relaciones
humanizantes en las cuales la cría humana se constituye, que no está dado desde el comienzo.
Desde la concepción de Klein, todo discurso, toda producción psíquica, simboliza lo inconsciente. La
famosa técnica de traducción simultánea se sostiene en una concepción expresiva, tanto del
lenguaje como del juego, concebidos como forma en la cual hay que buscar el discurso de la pulsión.
Desde esta concepción se sostiene un inconsciente universal y existente desde los orígenes.
Klein no interpreta desde la contratransferencia: cree en la existencia de premisas universales del
funcionamiento psíquico, de los fantasmas originarios y en ellas se sostiene para hacer progresar el
análisis. Concebir un inconsciente así definido por las fantasías de carácter universal lleva,
inevitablemente a un juego de traducciones en el cual la libre asociación no ocupa un lugar central
en razón de que el sistema de mediaciones que esta inaugura, a partir de los retoños de lo reprimido,
no implica sino un lugar defensivo y obturqnte del deseo inconsciente.

Podemos repensar hoy tales críticas bajo dos aspectos: uno relativo a aquellas interpretaciones
ejercidas como traducción simultánea en el análisis de pacientes neuróticos, en las cuales la
transcripción directa del inconsciente sin pasaje por la libre asociación produce una sobreimpresión
y una saturación de sentido por parte del analista. Cuestionamiento que compartimos.
Que el analista crea, como Klein que interpreta al inconsciente o, como propiciar lacan en relación
al caso Dick, que lo funda, no hace gran diferencia. Lo que está en juego es el carácter éticamente
válido de una intervención y, en segundo lugar, desde donde esta se propicia.

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Bleichmar: que se conjugue la emergencia fantasmática con los modos de inscripción de lo histórico
vivencial a partir de la historización del traumatismo. Todos buscamos un orden de determinación
que nos libre de intervenir desde nuestra propia subjetividad.

Hemos dado todo este rodeo para señalar las insuficiencias que arrastramos en psicoanálisis de
niños para definir la relación entre objeto y método. Cada escuela sigue su propio camino
intentando avanzar sobre los presupuestos que ha montado.
La propuesta teórica de Klein indica un inconsciente funcionando desde los orígenes, el superyó
como derivado directo del ello -tempranamente instalado-, las defensas precoces operando desde
los inicios de la vida, todo ello favoreciendo la transferencia y las condiciones de analizabilidad en
la infancia.
Debemos, desde nuestra perspectiva, reubicar cada uno de estos elementos a partir de ubicar los
distintos tiempos de la constitución psíquica (dentro del período de la infancia) y definir los
diversos momentos de su estructuración. Avanzar en la construcción de una teoría de lo originario
en la cual basar nuestros enunciados clínicos.

Relaciones entre objeto y método en la definición de analizabilidad


Desde la obstinación por conservar la posibilidad de analizabilidad infantil, Me
lanie Klein se vio obligada a redefinir el objeto para hacerlo acorde al método: retrotrae el Edipo y
el superyó a tiempos anteriores de la vida para dar coherencia a la relación entre el método analítico
y las posibilidades de analizabilidad en la primera infancia. Es aquí donde introducimos nuestra
diferencia de base, para plantear una inversión de los términos.
Nuestra posición parte de ir ubicando, de modo preciso, los momentos de constitución del objeto
a partir de dos premisas de base:

1. El hecho de que el inconsciente no existe desde los orígenes, sino que es establecido por
fundación, en la cual la represión originaria cumple un lugar central.
2. Que esta fundación del inconsciente se estructura por relación al preconsciente-
consciente.

A partir entonces, de concebir al aparato psíquico como aparato en estructuración debe ser
establecida la relación entre objeto y método, vale decir, las posibilidades de analizabilidad en
momentos concretos de la infancia. La perspectiva que ensayamos se ofrece en un intento de
correlacionar el método a partir de la definición del objeto. Se trata de establecer una dirección de
ajuste: ajuste del método a la “cosa del mundo”:
definición del objeto → establecimiento del método.

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Por su parte, la concepción clásica del análisis de niños, derivada del kleinismo, implica una inversión
de los pasos a seguir. Se ha partido del establecimiento del método y desde ello se ha definido al
objeto: establecimiento del método → definición del objeto
Vemos actualmente al análisis de niños oscilar entre dos polos: aquel derivado del kleinismo que da
por sentada la existencia del inconsciente desde los orígenes, concibiéndolo desde una
determinación endógena y el que ubica al niño sea como falo o soporte del deseo materno, sea
como síntoma de la pareja conyugal.
Una definición de lo infantil en el interior del psicoanálisis se torna imprescindible, con vistas a
cercar nuestro campo de trabajo.

Un lugar para lo infantil

Que la neurosis sea definida en su carácter histórico implica el reconocimiento de que algo del
pasado insiste con carácter repetitivo y busca modos de ligazón y organización transaccionales a
partir de la constitución de un síntoma. Se trata de algo fijado, del orden inconsciente, e inscrito en
forma permanente a partir de la sexualidad infantil reprimida.
El origen de las neurosis debe ser buscado entonces por relación al inconsciente, y el origen de este
inconsciente se define respecto de la sexualidad infantil, sexualidad que encuentra su punto de
culminación en el conflicto edípico bajo la primacía de la etapa fálica, pero que es en principio
autoerótica, pregenital, ligada a las inscripciones pulsionales de partida. Lo infantil se inscribe así,
para el psicoanálisis, en el inconsciente.
La primera cuestión por ubicar, si queremos otorgar algún tipo de racionalidad a nuestra praxis,
consiste entonces en definir, bajo la perspectiva psicoanalítica, la categoría de infancia como
tiempo de estructuración del aparato psíquico.

Relaciones entre lo infantil y lo originario

1.¿Ausencia de perversiones en la infancia?


Pensar lo originario a partir de los modelos de la constitución psíquica es la vía para definir lo infantil.
La sexualidad pulsional es considerada como prototipo de la sexualidad infantil, y ello no sólo
porque se genera en los primeros tiempos de la vida, sino porque su destino será diverso a medida
que la evolución psicosexual del niño se produzca. Los destinos de la pulsión no son, en realidad,
destinos de las pulsiones como tales, sino de sus derivaciones a medida que la tópica psíquica se
constituya.
Los cuatro destinos: vuelta contra la persona propia, transformación en lo contrario, represión y
sublimación, forman movimientos, cada uno de los cuales depende tanto de los momentos que la
represión preside como de la organización que encuentre la libido a partir de su instalación. Es el
proceso de estructuración de la tópica el que define los destinos pulsionales. La pulsión en sí
misma sólo va a la búsqueda de la descarga; aquello que obstaculice esta descarga obligará a

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movimientos de complejización defensiva que culminan en procesos fundantes de la tópica
psíquica.
De ahí la importancia que tiene el reconocimiento de la posición tópica del placer pulsional por
relación al clivaje del aparato psíquico. A partir de este posicionamiento se definirán modelos de
intervención, modelos de analizabilidad, recuperando el eje freudiano se la noción de conflicto
psíquico referida a la constitución del síntoma.

Disposición originaria y universal de la pulsión sexual a la perversión, no puede homologarse con


ejercicio de la perversión por parte del sujeto infantil, el cual puede devenir un perverso, siempre y
cuando las condiciones de su crianza, que lo someten al adulto, lo lleven en esa dirección.

En los tiempos de estructuración del sujeto psíquico es donde debe entonces situarse el movimiento
por el cual el ejercicio pulsional deviene perversión. ¿Qué ocurriría si no hubiera renuncia, en cierto
momento de la vida, al ejercicio pulsional directo? Imaginemos un niño de apariencia neurótica, de
diez años, escolarizado, con su proceso secundario diferenciado, capaz de establecer formaciones
sintomales, atravesado por la represión y, pese a todo esto, enurético (enuresis primaria). ¿Cuál
sería el criterio, si nos atenemos a una concepción puramente cronológica de la infancia, para definir
el ordenamiento psicopatológico del síntoma? Hay evidentemente en este niño imaginario una
dificultad para abandonar los modos de satisfacción primarios de la libido. Y esta dificultad nos
lleva a suponer un fracaso, parcial pero fracaso al fin, de la represión originaria, aquella que tiene
a su cargo el sepultamiento del autoerotismo en el fondo del inconsciente. No se trata de un
retorno secundario de lo reprimido, retorno que se produce a través de síntomas que dan cuenta
de un clivaje del aparato por el cual el yo paga el precio de un sufrimiento cada vez que lo reprimido,
deseante, emerge.
Nos veríamos enfrentados a un ejercicio pulsional que pone en evidencia que lo que debería estar
reprimido no lo está, dando pruebas de la insuficiencia del criterio cronológico.

Homologar lo infantil a lo perverso es perder de vista que la perversión es una categoría


psicopatológica que implica una falla en la estructuración de la represión, en el sepultamiento del
autoerotismo, no una etapa de constitución psicosexual de la infancia.

Concebir los tiempos de infancia como tiempos estructurantes y no evolutivos permite la


descaptura de una génesis en la cual cada elemento podría seguir un camino independiente, más
veloz o más retrasado que los otros; por el contrario, cada tiempo de fundación de instancias
resignifica los anteriores, y los momentos son cualitativamente diferentes.
Lo infantil, en tanto inseparable de lo pulsional, alude a un modo de inscripción y funcionamiento
de lo sexual. En razón de ello, lo infantil es inseparable de los tiempos de constitución del
inconsciente.

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Si los tiempos de la infancia no han producido el sepultamiento de las inscripciones que en ella se
producen, del lado de lo originario, vale decir, del inconsciente, lo que encontraremos entonces no
será remanente de lo infantil, sino una estructuración de otro tipo.
Lo infantil en psicoanálisis no se presenta entonces como infantilización, tampoco se contrapone a
lo adulto, en el sentido evolutivo. Su estatuto está determinado por el anudamiento, en tiempos
primerísimos de la vida, de una sexualidad destinada a la represión, vale decir, a su sepultamiento
en el inconsciente.

2. Regresión y progresión en el aparato psíquico

Si la regresión es el camino que emprende el yo, o el preconsciente, cuando se apodera de


representaciones que están “en los fondos del aparato”, la progresión sería el modo de emergencia
de lo inconsciente cuando los recorridos de investimentos avanzan por sobre el clivaje que la
represión instaura. Progresión de lo inconsciente, retorno de lo inscrito en sistemas de huellas
mnémicas, sistemas de memoria que han devenido actuales: lo infantil, lo histórico-vivencial, se
torna presente al modo de lo atemporal.
Como algo extraño que nos agita, lo infantil deviene fuente interna atacante de representaciones
destinadas a la represión, productoras de angustia si esta fracasa. Del lado del yo, del lado de la
conciencia, la infancia se constituye como totalidad fragmentada, fase o etapa histórica de la vida,
acumulación seudo ordenada de flashes de memoria que apela a los bloques mnésicos pasibles de
ser recuperados a condición de mantener el sepultamiento de aquello que a la sexualidad originaria
queda abrochado.
Cuando lo que se ha reprimido y expulsado con esfuerzo al fondo del inconsciente aparece como
ejericio real en otro ser humano, es inevitable que las representaciones reinvestidas produzcan
algun tipo de efecto en el niño. (Hans). Consideramos lo inconsciente como producto de
inscripciones determinadas desde lo histórico vivencial, de origen traumático y exógeno.

Un niño para el psicoanálisis: en los tiempos de lo originario


Lo infantil no puede ser definido, en psicoanálisis, sino por relación a lo originario, es decir, aprés-
coup. Debemos reubicar la categoría de infancia encontrando en los textos metapsicológicos un
modo de cercar esos tiempos de estructuración de lo originario.
Pensamos la infancia como tiempo de estructuración de lo originario. La conflictiva edípica debe
remitir a las formas de ejercicio de los intercambios libidinales por relación al sujeto sexualizado,
pensada desde una perspectiva que tome en cuenta las vicisitudes de las inscripciones inconscientes
de los objetos originarios y su perspectiva futura.

La captura del niño en el entramado de la neurosis parental tiene una característica diversa por
relación a todo vínculo interhumano: la profunda dependencia vital a la cual el niño está sometido.
Pero esta dependencia cobra un sentido distinto cuando ubicamos claramente las consecuencias

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psíquicas que implica: dejar inerme al niño ante las maniobras sexuales, constituyentes y
neurotizantes, del semejante.
La realidad estructurante del inconsciente infantil, aquella que tiene que ver con el inconsciente
parental y con el Edipo, no es la realidad de la familia: es más reducida y más amplia al mismo
tiempo. Es más reducida porque no son todas las interacciones familiares las que se inscriben en el
inconsciente del niño; es más amplia porque se desplaza a través de objetos sustitutos que cobran
significación por rasgos metáforo-metonímicos de los objetos originarios: cuidadores, educadores,
familiares lejanos.
La categoría “padre” y “madre” encubre, en muchos casos, el carácter sexuado de ellos. Pero, al
citar a ambos padres conjuntamente, se obtura, detrás de la categoría “padres”, la categoría
“sujetos sexuados”, sujetos del inconsciente, y ello opera inevitablemente como una expulsión de
lo sexual, en el comienzo de la apreciación sintomal.
Una propuesta que pivotee en la constitución de la tópica instituida por movimientos fundacionales
tomando en cuenta que estos implican tiempos reales, históricos, abrirá una perspectiva que genere
un ordenamiento del campo de alcances tanto teóricos como clínicos, permitiendo la elección de
estrategias terapéuticas a partir de las condiciones de estructuración del objeto. Podemos cercar
los movimientos de fundación del psiquismo a partir de transformaciones estructurales del aparato
psíquico infantil y poner en correlación los determinantes exógenos que hacen a esta constitución
por relación a los procesos que se desencadenan en la fundación de la tópica. Tomando a la
represión originaria como movimiento fundante del clivaje que da origen al inconsciente.

Los criterios clínicos derivan de propuestas metapsicológicas


Es imprescindible decir más precisamente qué entendemos por un inconsciente no existente desde
los orígenes y aún más, a partir de qué momento de la estructuración psíquica lo reconocemos como
existente en el sujeto singular.
El niño concebido como síntoma de la madre o de la pareja conyugal, no puede, de hecho, “tener
síntomas”: él mismo ha devenido objeto, ha dejado de ser sujeto deseante; y esta es la cuestión
fundamental que se juega cuando nos proponemos definir una propuesta analítica. No es posible
definir la especificidad sintomal a partir del discurso del otro.
La demanda de análisis no es sino la inauguración de una posibilidad de abrir el proceso de la cura,
aunque en el campo del análisis de niños no se produce, salvo excepciones, a partir del presunto
paciente sino de un familiar que toma a cargo el pedido de consulta. El análisis de niños transcurre,
indudablemente, “en transferencia” y es impensable un proceso analítico en el cual el niño no fuera
estableciendo, a lo largo del proceso, algún tipo de interrogación acerca de sus propios síntomas y
por relación a ello, una demanda.
La indicación de análisis hace a la responsabilidad del analista, y no se sostiene pura y simplemente
en la demanda del paciente, sino en los prerrequisitos metapsicológicos que guían la indicación
adecuada. Un modelo del funcionamiento psíquico definido por el clivaje y la existencia de sistemas
en conflicto es condición de partida para que esto sea posible. Una concepción de lo originario está

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implícita en toda indicación de un análisis de infancia. Se trata de definir las premisas de
analizabilidad.
¿Cuáles son los ejes alrededor de los cuales podría centrarse hoy la cuestión de la analizabilidad
infantil? Hemos partido de considerar al sujeto como sujeto en estructuración definido por las
condiciones particulares que la estructura del Edipo otorga para la instauración de su singularidad
psíquica.

A lo largo de mi investigación, el concepto de estructura del Edipo, cuyas funciones sigo


considerando ordenadores importantes, ha devenido insuficiente. Es insostenible para el abordaje
de los fenómenos psicoanalíticos si no se replantea una cuestión central: el hecho de que los
términos que entran en ella en juego no son unidades monádicas cerradas que se definen sólo por
su valor posicional, sino que estos términos (función materna, paterna, hijo) son ocupados por
sujetos que deben ser concebidos como sujetos de inconsciente, es decir, atravesado por sus
inconscientes singulares e históricos.
En este sentido, los 4 términos postulados por Lacan no son equivalentes ni simétricos, el falo no
es, simplemente “el cuarto término” sino el eje alrededor del cual se ordenan todos los
intercambios. La cuestión del falo es, por supuesto, central en relación con el narcisismo y la
castración maternos, pero su estatuto en los tiempos de la estructuración psíquica del niño, tiempos
reales, no míticos, debe ser reubicado. Y ello en razón de que el falo es un ordenador segundo en el
sujeto, aun cuando sea primario en la estructura, dado que el narcisismo no es el primer tiempo de
la sexualidad infantil, y mucho menos de la vida.

Psicoanalíticamente, lo que es definitorio del lado de la madre es el hecho de que esta es sujeto del
inconsciente, sujeto clivado, y que sus sistemas psíquicos comportan al mismo tiempo elementos
reprimidos de su sexualidad infantil, pulsional(del lado del icc) y ordenamientos narcisisticos,
amorosos (del lado del yo).
La metábola, como modo de inscripción de las representaciones de base destinadas luego, por
aprés-coup, a la represión, pone el acento en ese metabolismo extraño que, entre el inconsciente
de la madre y el inconsciente en constitución del niño, abre el campo de implantación y parasitaje
de una sexualidad prematura que deviene motor de todo progreso psíquico.
Respecto a la función paterna es necesario tener en cuenta que ella se constituye como polo
simbólico, ordenador de las funciones secundarias que se establecen a partir de la represión, y que
se sostienen en un juego complejo entre soporte del padre real y función paterna.
Estas funciones se ejercen a partir de sujetos concretos, singulares e históricos, atravesados por su
propio inconsciente, por sus deseos incestuosos, parricidas e incluso, ambivalentes por relación a la
madre. Ambos miembros de la estructura parental son, en primera instancia y en el vínculo
instituyente con sus hijos, sujetos del inconsciente. En el marco de estos intercambios, concebir al
niño por la posición que ocupa por relación al deseo del otro, no sólo es insuficiente, sino incluso
obturante.

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La indicación de un análisis debe encontrar su determinación a partir de la operancia del conflicto
intrasubjetivo, por el hecho de que un sistema sufra a costa de la conservación del goce en otro. El
sufrimiento psíquico por la emergencia de angustia o por los subrogados sintomales que de ella
derivan es el primer indicador de las posibilidades de analizabilidad del sujeto.

Nuestro problema actual es encontrar los indicios de constitución del inconsciente, reubicar su
estatuto metapsicológico en los tiempos de estructuración del psiquismo -estatuto tópico y
sistémico- y, a partir de ello, definir las estrategias de analizabilidad en la infancia.
La neurosis infantil es indefinible en sí misma; sólo puede establecerse el carácter neurótico de un
síntoma por contraposición a las formaciones anteriores a la represión originaria o secundaria,
según el momento de abordaje del psiquismo. Ubicar los elementos que hacen al funcionamiento
de la represión originaria y secundaria, así como los tiempos anteriores y posteriores a ella, es la
cuestión central que el psicoanálisis de niños debe encarar. Ello no quiere decir que antes de que se
establezcan los clivajes del aparato psíquico a los cuales estos movimientos dan origen no haya
posibilidades de operar psicoanalíticamente.

¿Cómo salir del impasse que se abre entre estas dos grandes vías propuestas: aquella que considera
al inconsciente como existente desde los orígenes y aquella que lo considera fundado, pero
homotécicamente, por relación a la estructura del Edipo? El obstáculo planteado por la homotecia
estructuralista puede ser remontado si se diferencian los términos entre la estructura edípica, de
partida, y la estructura de llegada (el inconsciente infantil y su operancia en el interior de los
sistemas psíquicos).
Los sistemas se constituyen como clivados en tanto son efecto de investimentos y
contrainvestimentos, de deseos y prohibiciones. Los mensajes y contramensajes obedecen a clivajes
entre lo inconsciente y lo preconsciente, no provienen del mismo sistema, en el caso de los padres,
no yendo tampoco a parar al mismo sistema del lado del hijo.
Manipulaciones sexuales, primarias, ligadas al deseo reprimido parental, operan deslizándose por
entre los cuidados autoconservativos con los cuales los padres se hacen cargo del niño, mientras
que del lado del preconsciente de los padres estos mismos deseos están contrainvestidos,
narcisizados, sublimados y se emiten en estructuras discursivas ligadas a la represión.
Una vez constituido este aparato psíquico a partir de las introyecciones, metábolas de los deseos
y prohibiciones parentales, estará el sujeto en condiciones de generar síntomas neuróticos, es
decir, abierto a la posibilidad productiva de que emerjan las formaciones del inconsciente. A partir
de que la represión originaria opere, a partir de que el lenguaje se haya instaurado, que el yo se
haya emplazado en el interior de la tópica psíquica del niño, recién entonces, esto revertirá sobre la
estructura originaria de partida como un sistema de proyecciones.
El análisis circulará entonces por las representaciones fantasmáticas, inconscientes, residuales de la
sexualidad pulsional reprimida. El ataque que sufrirá el yo por parte del inconsciente será vivido por
el sujeto dando origen a la angustia que expresa la operancia de la pulsión de muerte como
sexualidad desligada, riesgosa, desintegrante. Ahora sí habrá un sujeto psíquico que sufrirá por

67
razones “intrasubjetivas”, un sujeto que vivirá la amenaza constante de su propio inconsciente y
que será plausible de analizabilidad.
Al concebir al inconsciente fundado como residual, por metábola, la interpretación no podrá
soslayar la historia, la singularidad de las inscripciones producidas en el marco de los intercambios
primarios. Al concebir a este inconsciente como producto de la represión, fundado por aprés-coup,
el analista de niños deberá ser sumamente preciso en su técnica para dar cuenta de sus
intervenciones: momentos fundacionales del aparato, momentos ligadores tendientes a instaurar
lo no constituido, momentos interpretantes para hacer consciente lo inconsciente.
Una definición de infancia, en términos psicoanalíticos, podría establecerse provisionalmente en los
siguientes términos: la infancia es el tiempo de instauración de la sexualidad humana, y de la
constitución de los grandes movimientos que organizan sus destinos en el interior de un aparato
psíquico destinado al aprés-coup, abierto a nuevas resignificaciones y en vías de transformación
hacia nuevos niveles de complejización posible. Los tiempos originarios de esta fundación deben ser
cuidadosamente explorados por el analista, porque de ello dependerá la elección de líneas clínicas
y los modos de intervención que propulsen su accionar práctico. Apoyatura fundamental: ejes
freudianos.

Bleichmar, Capítulo 10 “Nuevas tecnologías, ¿nuevos modos de subjetividad? Capítulo 11 “Límites


y excesos del concepto de subjetividad en psicoanálisis”. En La subjetividad en riesgo.

Cap 10
¿A qué mutaciones de la subjetividad nos someten las nuevas tecnologías? ¿Cuáles son sus
alcances? ¿Cambian los modos de percepción de la realidad a partir de la transformación que los
nuevos modos de organización de la información imponen?
La autora sostiene que una de las características más brutales del mundo actual es una coexistencia
de tiempos en la cual se yuxtaponen modos diversos de confrontación con la realidad. Cada nuevo
cambio tecnológico será reprocesado en el interior de un aparato psíquico donde los tiempos
anteriores coexisten porque están inscriptos los modos vivenciales de percepción de la realidad de
las generaciones anteriores. Los niños y adolescentes atravesados por la tecnología capturan de
forma distinta, inmediata, las posibilidades de la imagen; a partir de ella, articulan secuencias y
construyen sentidos, es decir, que no se reducen a captar la información brindada, sino que guiarán
sus búsquedas por preocupaciones singulares, procesando la información en cuestión bajo los
modos particulares que sus subjetividades impongan.
La subjetividad se construye en medio de pluricausalidades simultáneas, pero las diversas
necesidades de anclaje o de focalización no pueden ser fácilmente borradas. El sujeto, para el
psicoanálisis, se trata de un punto de estar, pero al mismo tiempo dicho punto debe cobrar
permanencia como punto de ser para que el sujeto se sostenga.

Cap 11

68
Los cambios en la subjetividad producidos en estos años, y en la Argentina actual los procesos de
deconstrucción de la subjetividad efecto de la desocupación, la marginalidad y la cosificación, son
necesarios de explorar en tanto invaden nuestra práctica y acosan las teorías con las cuales nos
manejamos cómodamente durante gran parte del siglo pasado. La subjetividad no es, ni puede
serlo, un concepto nuclear del psicoanálisis, aún cuando esté en el centro mismo de nuestra
práctica. Dicha noción alude a aquello que remite al sujeto, no puede remitir al funcionamiento
psíquico en su conjunto, no puede dar cuenta de las formas con las cuales el sujeto se constituye ni
de sus constelaciones inconscientes. Entonces, se diferencia estrictamente del inconsciente, el cual
presenta un carácter para-subjetivo, esto es, un modo de funcionamiento en el que no hay sujeto,
ajeno a toda significación, a toda intencionalidad. De este modo, existe un pensamiento que es
anterior al sujeto, el cual deberá ser apropiado por éste a lo largo de toda su vida.

La subjetividad es un proceso histórico, no sólo en el sentido de que surge de un proceso que es


efecto de tiempos de constitución, sino que es efecto de determinadas variables históricas, variando
en las diferentes culturas y sufriendo transformaciones a partir de las mutaciones que se dan en los
sistemas histórico-políticos. Es importante pensar a la producción de subjetividad en el
entrecruzamiento entre los universales que hacen a la constitución psíquica y las relaciones
particulares relacionadas con los modos históricos que generan las condiciones del sujeto social. La
producción de subjetividad es un componente fuerte de la socialización, por lo que evidentemente
ha sido regulada, a lo largo de la historia de la humanidad, por los centros de poder que definen el
tipo de individuo necesario para conservar al sistema y conservarse a sí mismo. Sin embargo, en sus
contradicciones, en sus huecos, en sus filtraciones, anida la posibilidad de nuevas subjetividades.
Las desubjetivaciones que surgen de catástrofes históricas como las que hemos padecido los
argentinos, dejan al psiquismo inerme, en razón de que la relación entre ambas variables, a saber,
la organización psíquica y la estabilidad de la subjetivación, están estrechamente relacionadas en
función de que esta última es estabilizante de la primera.

Freud, Anna (1946). Psicoanálisis del niño (Caso clínico: La niña del demonio).
Primera Conferencia: La iniciación del análisis del niño
No es posible abrir juicio sobre la técnica del análisis del niño, sin haber establecido antes en qué
casos conviene emprenderlo, y en cuáles es mejor desistir de tal empresa. Melanie Klein sostiene
que toda perturbación del desarrollo anímico o mental de un niño podría ser eliminada o, al menos,
mejorada por el análisis. Va aún más lejos, opina que también tiene grandes ventajas para el
desarrollo del niño normal y que con el tiempo llegará a convertirse en un complemento
indispensable de la educación moderna. La mayoría de los analistas vieneses defienden otro punto
de vista, opinando que el análisis del niño sólo se justifica frente a una verdadera neurosis infantil.
En términos generales, creo que la labor con los niños da la impresión de que el análisis es, a veces,
un recurso difícil, costoso y complicado; que en algunos casos se hace con él demasiado, y en otros
(los más numerosos) el análisis genuino no rinde lo suficiente. Tratándose de niños, es posible que

69
necesite ciertos cambios y modificaciones o que sólo sea aplicable con determinadas medidas de
precaución, al punto que quizás convenga contraindicarlo cuando no existe la posibilidad técnica de
respetarlas.
La técnica especializada del análisis del niño puede deducirse de una regla muy simple: la de que el
adulto es, por lo menos en gran medida, un ser maduro e independiente; mientras que el niño, en
cambio, un ser inmaduro y dependiente. Es natural que ante objetos tan dispares el método
tampoco pueda ser el mismo. Muchos de sus elementos, importantes y esenciales en el caso del
asunto, pierden importancia en el caso del niño. Se desplaza también el papel de los distintos
recursos, y lo que allí es una intervención necesaria e inofensiva, quizá se convierta aquí en una
medida peligrosa.
Nos ajustaremos a la sucesión real de los hechos en el análisis, comenzando por la actitud que
adopta el niño al iniciar la labor analítica. En el adulto, la confianza en el análisis y en el analista no
siempre es grande; pero, con todo, se da en este caso la situación deseable e ideal para el
tratamiento, de que el paciente establezca con el analista una alianza espontánea contra una parte
de su propia vida psíquica.
En el caso del NIÑO, la decisión de analizarse nunca parte del pequeño paciente, sino siempre de
sus padres o de las personas que lo rodean. En muchos casos ni siquiera es el niño quien padece.
Sólo quienes le rodean sufren por sus síntomas o sus arrebatos de maldad. Así, en la situación del
niño falta todo lo que consideramos indispensable en la del adulto: la conciencia de enfermedad, la
resolución espontánea y la voluntad de curarse.
Considero que vale la pena tratar de alcanzar aquella situación favorable que demostró ser tan
conveniente para el análisis del adulto: averiguar si existen en él algún camino para establecer en
aquél todas las disposiciones y aptitudes que le faltan.
Expondrá seis casos (de 6 a 11 años de edad), demostrando cómo logré hacer analizables, en el
sentido del adulto, a mis pequeños pacientes. Es decir, cómo pude establecer en ellos la consciencia
de su enfermedad (a), infundirles confianza en el análisis y en el analista (b), y convertir en interior
la decisión exterior de analizarse (c). Esta finalidad exige, en el niño, un período de introducción (o
“de entrenamiento para el análisis”) que no necesitamos en el tratamiento del adulto. Su duración
dependerá de cuánto discrepa el estado original del niño respecto al descrito en el caso del paciente
adulto ideal. Cuanto emprendamos en este período nada tendrá que ver con la verdadera labor
analítica (no se puede pensar en hacer consciente los procesos inconscientes). No se trata más que
de convertir determinada situación inconveniente en otra más ventajosa, apelando para ello a todos
los recursos de que dispone el adulto frente al niño.
No creo que esta empresa sea excesivamente difícil, pues a veces no es tan grande el paso que debe
darse para cumplirla. (A continuación desarrolla los seis casos)
1) Niña de 6 años
Me fue confiada para que la observara durante tres semanas. Debía aclarar si su naturaleza difícil,
ensimismada y taciturna se debía a defectos congénitos e insuficiente desarrollo intelectual o si se
trataba de una niña particularmente inhibida y soñadora. Observándola con detenimiento
comprobé que sufría una neurosis obsesiva sumamente grave y definida para su edad, conservando

70
sin embargo, una gran inteligencia y la lógica más aguda. “Tengo un demonio dentro de mí. ¿Puedes
sacármelo?”. Respondí que, si bien difícil, era posible. Si deseaba que lo intente debía hacer muchas
cosas que no le resultarían agradables (hace referencia a la sujeción a la regla psicoanalítica
fundamental). “Si me dices que es la única manera de conseguirlo, y de conseguirlo rápidamente,
estoy conforme”.
Con esto se había resuelto a respetar la regla fundamental analítica, condición que basta para iniciar
el análisis. Transcurridas las tres semanas de prueba, los padres vacilaron entre confiármela para su
análisis o buscar otros caminos; pero la pequeña se inquietó mucho, no quiso abandonar las
esperanzas de mejoría que cifrara en mí. Logró convencer a los padres. Podría decirse que en este
caso fue la gravedad de la neurosis lo que facilitó tanto la labor analítica.

2) Niña de 11 años
No podría pensarse en la existencia de una verdadera neurosis. La educación de esta niña ofrecía
las mayores dificultades a la familia. Las condiciones económicas del hogar eran poco favorables. El
padre era débil e indiferente, la madre había fallecido hace años, con su hermano y la madrastra
mantenía una relación perturbada por varias circunstancias (numerosos robos; sucesión de graves
mentiras, ocultaciones y engaños). Fue la madrastra quien decidió recurrir al análisis (por consejo
del médico de familia). El acuerdo analítico fue también en este caso muy simple: “Tus padres no
saben qué hacer contigo, con la sola ayuda de ellos nunca te librarás de las constantes escenas y
rencillas. ¿Por qué no pruebas una vez con una persona extraña?” no vaciló en aceptarme por el
momento en calidad de aliada contra los padres.
En ambos casos, fue fácil crear las precondiciones necesarias para iniciar un verdadero análisis: la
consciencia del sufrimiento, la confianza y la resolución de analizarse.
3) Niño de 10 años
Aquejado de múltiples temores, nerviosidades, engaños y perversiones infantiles, también cometió
varios robos. El conflicto con los padres no era franco y consciente. Su actitud frente a mí era de
pleno rechazo y desconfianza; todos sus esfuerzos parecían estar destinados a evitar que se
descubriesen sus secretos sexuales. En este caso, pues, no pude aplicar ninguno de los dos recursos
que demostraron ser tan útiles en los pacientes anteriores: no podía aliarme con su yo consciente
[contra una parte divorciada de su personalidad] y tampoco podía ofrecerme como aliada contra el
mundo exterior.
Perseguía el propósito inmediato de atraerme todo el interés del niño, y al mismo tiempo
aprovechaba la ocasión de averiguar muchas cosas sobre sus tendencias e inclinaciones más
superficiales. Al cabo de cierto tiempo dejé de intervenir un segundo factor en nuestra relación.
Trataba de serle útil. Así, en suma, manifesté una segunda cualidad agradable, pues ya no era tan
sólo interesante, sino también útil. Como beneficio accesorio de este segundo período, la redacción
de cartas y cuentos me permitió conocer sus amistades y actividad imaginativa.
Entonces se agregó algo mucho más importante. Le dejé advertir que el ser analizado entraña
enormes ventajas prácticas; que, por ejemplo, los actos punibles tienen consecuencias muy distintas
y mucho más favorables si primero las averigua el analista, y sólo después la persona encargada de

71
su educación. Así el niño se acostumbró a recurrir al análisis como medio de protección contra los
castigos, y a mi ayuda para remediar sus actos irreflexivos. Pero una vez alcanzada esta confianza
me había convertido para él en una persona poderosa, de cuyo auxilio, ya no podía prescindir:
quedó preso en una relación de completa dependencia y transferencia. Pero yo sólo había esperado
que llegase este momento para exigirle enérgicamente la más generosa retribución: el abandono
de todos sus secretos hasta entonces celosamente escondidos. En este caso ni siquiera me preocupé
de establecer una conciencia de enfermedad. Mi única finalidad era la de crear un vínculo que fuese
suficientemente fuerte para sustentar el futuro análisis.
4) Niño de 10 años
Violentos arrebatos de cólera y mala conducta, que aparecían sin motivo exterior comprensible y
eran tanto más llamativos por tratarse de un niño inhibido y temeroso en general. Pude conquistar
con facilidad su confianza. También la decisión del análisis no concordaba en absoluto con sus
propios propósitos. Fue imposible hallar un asidero para emprender el análisis, pero no tuve que
buscar mucho para encontrar el motivo. Si bien tenía una relativa conciencia de enfermedad en
cuanto a sus temores y aunque le animaba cierto afán de arrojarlos por la borda, junto con sus
inhibiciones, adoptaba una actitud más contraria a su síntoma principal (los arrebatos de cólera). Se
sentía evidentemente orgulloso de éstos y veía en ellos un rasgo que le distinguía de los demás.
Estaba, pues, en cierto modo identificado con ese síntoma, y probablemente habría luchado por
conservarlo. También en este caso apelé a un recurso no muy leal, decidiendo enemistarle con esa
parte de su personalidad. Le preguntaba hasta qué punto era todavía dueño y señor de sus actos en
tales estados de cólera, y comparaba sus arranques con los de un enfermo mental al que
difícilmente podría ya otorgársele socorro alguno. Entonces trató de dominar por sí mismo sus
arrebatos. Con esto el síntoma pasó de ser un bien apreciado a un molesto cuerpo extraño, para
cuya supresión el niño recurrió a mi auxilio.
5) Niña de 7 años: neuróticamente malvada. Aislé de ella toda su maldad, la personifiqué y
le di un nombre propio; la enfrenté con esta nueva persona creada de esta suerte, y así
logré que comenzara a quejarse de ella, adquiriendo consciencia de todo el sufrimiento
que le causaba. A medida que se establecía de este modo su conciencia de enfermedad,
aumentaba proporcionalmente su aptitud para el análisis.
6) Niña de 8 años: hipersensible y con llanto excesivo, tenía el firme propósito de
enmendarse y poseía tanto la capacidad como las posibilidades para aprovechar su
análisis conmigo. Pero nuestra labor siempre se detenía en un punto, su vinculación
amorosa con una nodriza adversa al análisis. La niña prestaba crédito a cuanto surgía en
el análisis y a cuanto yo le decía, pero sólo hasta determinado punto, que ella misma se
fijaba, y a partir del cual comenzaba su lealtad con la niñera.
Emprendí entonces una lucha tenaz y consecuente con la niñera, disputándole el apego de la niña
por todos los medios disponibles (despertando su sentido crítico, aprovechando a mi favor los
pequeños conflictos que surgían en el cuarto de los niños, etcétera). Así, triunfé. Sólo a partir de
aquí el análisis comenzó a progresar en profundidad, alcanzando un éxito más que promisorio que
en todos los anteriores casos mencionados.

72
Anécdota que demostrará hasta qué punto el niño es capaz de captar el sentido de los esfuerzos
analíticos y sus objetivos terapéuticos. La mejor de todas quizás fue la que produjo la niña demonio.
Cierto día me contó una lucha con su demonio en la que había logrado un extraordinario triunfo.
Luego dice ¿no soy mucho más fuerte que mi demonio? ¿Acaso yo sola no puedo dominarlo muy
bien? En realidad no te necesito para eso”. No dudé en asentir. “Pero es claro que te necesitó pues
tienes que ayudarme a no ser tan infeliz cuando debo ser más fuerte que él”.
Segunda Conferencia: Los recursos del análisis infantil
Toda mi manera de proceder presenta demasiados puntos de contradicción con las reglas técnicas
del psicoanálisis que hasta ahora hemos venido aplicando. Debo defenderme contra la sospecha de
haber procedido así por ignorancia o involuntaria negligencia; pero creo que para adaptarme a una
nueva situación sólo he desarrollado los gérmenes de una actitud que todos asumen ante sus
enfermos, sin destacarla mayormente.
En mi primera conferencia quizás haya exagerado los matices diferenciales entre la situación inicial
del niño y la del adulto. No cabe duda que en esos primeros días le dominamos casi insensiblemente
y sin esfuerzo particular, por medio de una serie de actos que no discrepan mucho de mis
prolongadas y evidentes intervenciones en el niño.
Como ejemplo, sabemos que los preceptos técnicos nos advierten contra la interpretación precoz
de los sueños, pues ésta ofrecería al paciente conocimientos sobre sus procesos íntimos que aún no
puede comprender, sino sólo rechazar. Pero tratándose de un neurótico obsesivo quizás nos
alegremos de poder presentarle, ya al principio de su tratamiento, una interpretación onírica
particularmente lograda y convincente. Así logramos interesarle, satisfacemos sus elevadas
pretensiones intelectuales y, en el fondo, no hacemos sino lo que hace el analista de niños cuando
demuestra a su pequeño paciente que sabe hacer con un cordel habilidades mucho más complejas
que el propio niño. Tampoco faltan en el análisis del adulto casos análogos a nuestra actitud de
tomar partido del niño rebelde y desamparado, prestándonos a apoyarle contra su ambiente.
Aquí intervienen asimismo factores del poderío y de la autoridad exterior, pues la práctica
demuestra que el analista experto y afamado retiene a sus enfermos mucho más fácilmente que el
principiante, y además no tropieza en las primeras sesiones con una transferencia negativa de tal
intensidad. Solemos explicar tales diferencias atribuyéndolas a la escasa experiencia del joven
analista. Sin embargo, creo que aquí deberíamos tomar en consideración, justamente, el factor de
la autoridad externa. En efecto, el paciente se pregunta, con toda razón, quién es este hombre que
de pronto pretende tener sobre él una autoridad tan descomunal. Quizás manifieste así el sano
juicio crítico que se agita en él antes de abandonarse a la situación de la transferencia analítica. Pero
en este juicio de su paciente adulto, el analista de gran fama goza a todas luces de las mismas
ventajas que tiene el analista de niños, al convertirse para él en un personaje de indiscutido poderío,
cuando el niño advierte que también los padres colocan su autoridad aún muy por encima de la
propia.
Imaginemos ahora que gracias a todas las medidas citadas el niño realmente haya llegado a tener
confianza en el analista; a adquirir consciencia de su enfermedad, anhelando así un cambio de
estado. Con esto llegamos a un segundo tema: el examen de los medios a nuestro alcance para
realizar el análisis infantil propiamente dicho.

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La técnica del análisis del adulto nos ofrece cuatro de estos medios auxiliares: nos valemos de los
recuerdos conscientes del enfermo; recurrimos a la interpretación de los sueños; elaboramos e
interpretamos las ocurrencias que nos suministran las asociaciones libres del análisis; interpretación
de sus reacciones transferenciales accedemos a aquello no traducible al lenguaje consciente. En
adelante tendremos que aceptar el examen sistemático de todos estos recursos, atendiendo a la
posibilidad de utilizarlos y aprovecharlos en el análisis del niño.
En el adulto evitamos recurrir a la familia en busca de cualquier información y confiamos
exclusivamente en los datos que él mismo pueda ofrecernos. El niño, en cambio, poco puede
decirnos sobre la historia de su enfermedad. Su memoria no llega muy lejos. Se encuentra tan
embargado en su situación actual, que lo pretérito palidece a su lado; además, él mismo no sabe
cuándo aparecieron sus anomalías ni cuándo comenzó a discrepar de otros niños en su manera de
ser. El analista de niños recurre efectivamente a los padres de sus pacientes para completar su
historia, no quedándole más recurso que el tomar en cuenta todas las posibles inexactitudes y
deformaciones surgidas por motivos personales.
La interpretación de los sueños: el niño no sueña, en el análisis, ni más ni menos que el adulto, y la
transparencia o confusión de lo soñado se ajusta, como en aquél, a la fuerza de la resistencia. No
cabe duda que los sueños infantiles son más fáciles de interpretar, aunque nos encontramos en ellos
con todas las deformaciones de la realización del deseo que corresponden a la organización
neurótica. Pero nada más fácil de hacerle comprender a un niño, que precisamente la interpretación
de los sueños. La búsqueda de los elementos oníricos le divierte como si se tratase de un
rompecabezas. Quizás ello se deba a que el sueño todavía le es más afín al niño que al adulto, pero
quizás aquél no se sorprenda al comprobar que tiene sentido. He comprobado que hasta los niños
menos inteligentes, ineptos para el análisis en cualquier otro sentido, jamás fracasan al interpretar
sus sueños. Pero muchas veces la interpretación de los sueños infantiles hasta es imposible aunque
falten las asociaciones del soñante, pues en la situación del niño es mucho más fácil abarcar sus
vivencias diurnas y conocer el reducido número de personas que componen su ambiente.
Frecuentemente podemos atrevernos a completar las asociaciones que faltan, recurriendo a
nuestros propios conocimientos sobre las circunstancias de la interpretación. No obstante, no todos
los sueños que aparecen en el curso de los análisis infantiles pueden ser interpretados con facilidad.
Junto a la interpretación de los sueños, también la de los ensueños diurnos tiene gran importancia
en el análisis del niño. Por lo común es fácil lograr que los niños cuya confianza ya se ha conquistado
en otras relaciones también nos cuenten sus fantasías diurnas; se avergüenzan menos de ellas que
el adulto. El tipo más simple es el ensueño diurno como reacción a una vivencia del día. El ensueño
diurno “en episodios” representa un segundo tipo más complejo. Suele ser fácil ganar la confianza
de los niños que urden tales fantasías, verdadera continued stories, al punto que nos cuentan cada
día un nuevo episodio.
El dibujo es otro recurso técnico auxiliar que ocupa un sitio preeminente de mis análisis infantiles,
al punto en que en tres de los casos ya descritos suplantó durante un tiempo a todas las demás
fuentes de información.
Temo, empero, haber bosquejado hasta ahora un cuadro demasiado ideal de las condiciones que
reinan en el análisis del niño. La familia provee de buen grado todas las informaciones necesarias;

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el niño mismo demuestra ser un diligente interpretador de sueños y dibujos. Ante tal descripción
resulta difícil comprender por qué siempre se ha considerado al análisis infantil como una de las
aplicaciones más difíciles de la técnica analítica. Es fácil resolver esta contradicción: el niño anula
todas las ventajas mencionadas por su negativa a asociar, es decir, pone en apuros al analista por
la casi absoluta imposibilidad de utilizar precisamente aquel recurso sobre el cual se funda la técnica
analítica. Su esencia misma le impide al niño adoptar la actitud de cómodo reposo prescripta para
el adulto, excluir con su voluntad consciente toda crítica de las asociaciones que surgen y, en suma,
explorar así la superficie de su consciencia. Sin embargo, un niño fijado de tal manera al analista, a
quien éste se le haya tornado indispensable, podrá ser inducido a cualquier cosa, y en algunas
ocasiones aun asociará accediendo al pedido del analista.
Esta falta de disposición asociativa del niño indujo a cuantos estudiaron el problema del análisis
infantil, a buscar un recurso para suplirla. Hug-Hellmuth trató de reemplazar los datos recogidos a
través de las asociaciones libres del adulto recurriendo a los juegos con el niño, observándole en su
propio ambiente y tratando de averiguar las circunstancias íntimas de su vida. Melanie Klein
sustituye la técnica asociativa del adulto por una técnica lúdica en el niño, basándose en la hipótesis
de que el niño pequeño es más afín a la acción que el lenguaje. Así, pone a su disposición un
verdadero mundo en miniatura. Todos los actos que el niño realiza en estas condiciones son
equiparados a las asociaciones verbales del adulto y complementados con interpretaciones.
Tercera Conferencia: Función de la transferencia en el análisis del niño
Hemos reconocido que el niño es un buen intérprete de sueños, y apreciamos la importancia de las
fantasías diurnas y de los dibujos libres como recursos técnicos. En cambio, el niño no se presta a la
asociación libre, obligándonos esta resistencia a buscar un sucedáneo para tan importante recurso
del análisis del adulto.
La técnica del juego elaborada por Melanie Klein tiene sumo valor para la observación del niño.
Trasladamos todo su mundo al gabinete analítico y dejamos que el niño se mueva en él bajo los
ojos vigilantes de la analista. Tenemos oportunidad de reconocer así sus distintas reacciones, la
intensidad de sus inclinaciones agresivas. Otra ventaja frente a la observación del niño en
condiciones de su realidad ambiental, pues ese mundo de juguete está supeditado a la voluntad del
niño, quien puede realizar con él todos los actos que en el mundo real habría de quedar restringidos
a una mera existencia imaginativa.
Al aplicar su técnica Melanie Klein aun da un paso más: pretende que todas estas asociaciones
lúdicas del niño equivalen a las asociaciones libres del adulto y, en consecuencia, traslada
continuamente cada uno de estos actos infantiles a la idea que le corresponde, es decir, procura
averiguar la significación simbólica oculta tras cada acto del juego. Si, por ejemplo, el niño tira un
farol o una de las figuras, lo interpreta como expresión de tendencias agresivas dirigidas contra el
padre. Su intervención consiste primordialmente en traducir e interpretar los actos del niño a
medida que se producen, fijando así el curso de sus procesos sucesivos, como ocurre al interpretar
las asociaciones libres del adulto.
Examinemos una vez más la justificación de equiparar estos juegos del niño con las asociaciones del
adulto. Evidentemente, éstas son “libres”, o sea que el paciente ha excluido toda orientación e
influencia consciente sobre el curso de sus pensamientos, pero, sin embargo, están regidas al mismo

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tiempo por determinada representación final: la de que él, el sujeto que las asocia, se encuentra en
análisis. El niño, en cambio, carece de esta representación final. Comencé por explicar de qué
manera trato de familiarizar a mis pequeños pacientes con la idea del objetivo analítico, pero
aquellos niños para los cuales Melanie Klein elaboró su técnica de juego son aún demasiado
pequeños como para prestarse a esa influencia. Además considera que una de las más importantes
ventajas de su método consiste en que permite evitar, por innecesaria, esa preparación previa del
niño. He aquí, pues, un argumento contrario a la equiparación que establece Klein, pues si las
asociaciones lúdicas del niño no están regidas por las mismas representaciones finales que las del
adulto, quizás tampoco se tenga derecho a tratarlas siempre como tales, y en lugar de
corresponderles invariablemente una significación simbólica, podrían aceptar a veces explicaciones
inocentes. Al niño que tira el farol de juguete bien puede haberle ocurrido algo con un farol real en
su deseo del día anterior. Tampoco en el adulto consideramos justificado atribuir sentido simbólico
a todos los actos y ocurrencias, sino sólo a los que han surgido bajo el influjo de la situación analítica
aceptada por el paciente.
Podría agregarse que en sus actos el niño carece de la representación final de la situación analítica
que guía las acciones del adulto: pero quizás ni siquiera la necesite. Para eliminar la orientación
consciente de sus pensamientos y para dejar que solo sean influenciados por los impulsos
inconscientes que en él actúan, el adulto debe realizar un esfuerzo consciente de voluntad. Pero es
posible que el niño no tenga necesidad de realizar este cambio arbitrario de su situación, pues quizás
siempre, en todos sus juegos, se encuentre bajo el dominio total de su inconsciente.
Evidentemente, esta cuestión sólo puede decidirse por la experiencia práctica. Melanie Klein
también interpreta todos los actos del niño frente a los objetos que se encuentran en la habitación
o frente a la persona del analista. Con esto también se ajusta estrictamente a la pauta del análisis
del adulto, ante el cual consideramos acertado analizar todas las actitudes que manifiesta frente a
nosotros en la sesión. Para proceder así nos basamos en el estado de transferencia. Pero aquí cabe
preguntarse si el niño se encuentra en la misma situación de transferencia que el adulto, de qué
manera y bajo qué forma se manifiestan sus tendencias transferenciales, y en qué medida se prestan
para la interpretación. Con esto hemos llegado al cuarto y más importante punto de nuestro tema:
la función de la transferencia como recurso auxiliar en el análisis del niño.
En la primera conferencia destaqué la necesidad de establecer en el niño una sólida fijación en el
analista y de llevarlo a una verdadera relación de dependencia. La vinculación cariñosa, la
transferencia positiva, es la condición previa de todo el trabajo ulterior. Al respecto, el niño va aún
más lejos que el adulto, pues sólo cree en las personas amadas y sólo es capaz de hacer algo cuando
lo hace por amor a alguien. El análisis de un niño exige esta vinculación muchísimo más que el del
adulto, pues además de la finalidad analítica, persigue también cierto objetivo pedagógico.
Tampoco podríamos afirmar que en el análisis del niño nuestra finalidad pueda ser cumplida por el
simple establecimiento de una transferencia, sea ésta índole cariñosa u hostil. Bien sabemos que en
el adulto podemos llegar muy lejos con una transferencia negativa, siempre que logremos utilizarla
para nuestros fines. En el niño estos impulsos negativos contra el analista son sumamente
incómodos, por más esclarecedores que resulten ser en múltiples sentidos. Trataremos, pues, de
eliminarlos y atenuarlos cuanto antes. La labor debe realizarse mediante una vinculación positiva.

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Al considerar la etapa inicial del análisis, hemos descrito minuciosamente cómo se establece la
vinculación cariñosa. En cuando a sus expresiones negativas las llegamos a sentir cada vez que
tratamos de liberar del inconsciente una parte del material reprimido, despertando así la resistencia
del yo. En tales momentos el niño nos considera como un seductor peligroso y temible,
dedicándonos por eso todas sus expresiones de odio y rechazo, que en general dirige hacia sus
propios impulsos instintivos condenados. Niña demonio: la visitaba en su casa, presenciaba su hora
del baño.
Es cierto que el niño mantiene los más vivos lazos con el analista y que también expresa en ellos
muchas de las reacciones adquiridas en la relación con sus propios padres; es cierto que a través de
los cambios de intensidad y expresión de sus sentimientos nos suministra las claves más
importantes de la conformación de su carácter: pero, no obstante todo ello, el niño no llega a formar
una neurosis de transferencia. En el curso del tratamiento analítico, el neurótico adulto sustituye
sus síntomas antiguos por síntomas transferenciales que convierte su antigua neurosis en una
neurosis de transferencia, y que despliega de nueva todas sus reacciones anormales en la relación
con el nuevo personaje transferencial (con el analista). En este nuevo terreno, en el que el analista
se siente en sus anchas, se desarrolla luego la lucha final: la paulatina comprensión de la
enfermedad y la revelación de los contenidos inconscientes.
Podemos aducir dos razones teóricas por las cuales no es fácil provocar este proceso en el niño
pequeño. A) La primera de ellas reside en la misma estructura infantil. Pues el pequeño paciente no
está dispuesto, como sí el adulto, a reeditar sus vinculaciones amorosas porque, por así decirlo, aún
no ha agotado la vieja edición. Sus primitivos objetos amorosos (los padres), todavía existen en la
realidad y no sólo en la fantasía (como en el neurótico adulto). El analista representa un nuevo
personaje en esta situación, y con toda probabilidad compartirá con los padres el amor o el odio del
niño. Pero este no se siente compelido a colocarlo inmediatamente en lugar de los padres, pues en
comparación con estos objetos primitivos no le ofrece todas aquellas ventajas que encuentra el
adulto cuando puede trocar sus objetos fantásticos por una persona real.
Volvamos al método de Melanie Klein. Ella cree poder deducir la existencia de una actitud
ambivalente del niño frente a su madre cuando aquél se muestra hostil a la analista en la primera
sesión. Simplemente, el elemento hostil de su ambivalencia se ha desplazado hacia ella. Creo que
las cosas no suceden así. Cuanto más cariñosamente esté vinculado ese niño pequeño a su propia
madre, menos impulsos amistosos tendrá para las personas extrañas. Aun llega a suceder lo
contrario de lo que acepta Klein. Precisamente en aquellos niños que han gozado de poco cariño en
el hogar y que no están acostumbrados a expresar ni recibir manifestaciones amorosas, la relación
positiva suele establecerse con mayor rapidez.
B) La segunda razón teórica reside en el analista. Pues el analista de niños no es muy apropiado
como objeto ideal de una transferencia fácilmente interpretable. Sabemos cómo nos conducimos
en el análisis de un adulto para asegurar esta finalidad, procurando ser impersonales. Pero el
analista de niños puede serlo todo, menos una sombra. Ya sabemos que es para el niño una persona
interesante, dotada de todas las cualidades imponentes y atractivas. Las finalidades pedagógicas
hacen que el niño sepa muy bien qué considera conveniente o inconveniente el analista, qué

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aprueba o reprueba. Pero, desgraciadamente, una personalidad tan definida y nueva quizás sea un
mal objeto de transferencia, es decir, inconveniente para su interpretación.
Por tales motivos el niño no desarrolla una neurosis de transferencia. A pesar de todos sus impulsos
cariñosos y hostiles contra el analista sigue desplegando sus reacciones anormales donde ya lo ha
venido haciendo: en el ambiente familiar. De ahí la condición técnica fundamental de que el análisis
infantil, en lugar de limitarse al esclarecimiento analítico de lo producido en las asociaciones y los
actos bajo los ojos del analista, dirija su atención hacia el punto en que se desarrollan las reacciones
neuróticas: hacia el hogar del niño. Pero con ello nos encontramos ante un cúmulo de dificultades
prácticas de la técnica: estamos supeditados a un constante servicio informativo sobre el niño,
necesitaremos conocer a las personas de su ambiente y deberemos tener cierta seguridad sobre las
reacciones de éstas frente al niño. Aceptando que esta relación sea ideal, compartimos nuestra
labor con los verdaderos educadores del niño y, por consiguiente, debemos participar con ellos en
el amor u odio del niño. Cuando las circunstancias exteriores o la personalidad de los padres no
permiten llegar a esta colaboración, el análisis se resiente de una falta de material.
Cuarta Conferencia: Relación entre el análisis del niño y la educación
Siempre será preciso establecer primero determinada relación afectiva entre el niño y nosotros.
Desde que me dedico al análisis infantil, mis colegas me han preguntado muchas veces si no tengo
ocasión de observar en el niño, más directamente de lo que es posible en el análisis del adulto,
aquellos procesos evolutivos de los dos primeros años de la vida que atraen los esfuerzos de la
investigación analítica. A su juicio, el niño se encontraría tan próximo a este importante período,
sus represiones serían tan leves, se podría atravesar tan fácilmente el material que cubre estas
capas, que quizás está camino ofreciera insospechadas posibilidades de investigación. Sin embargo,
hasta ahora, siempre tuve que responder negativamente a esta pregunta.
Ese material no nos lleva más allá del punto en que empieza la capacidad del lenguaje, es decir, de
aquella época a partir de la cual el pensamiento comienza a parecerse al nuestro. Teóricamente, no
me parece difícil comprender esta limitación, pues cuanto averiguamos sobre esa prehistoria en el
análisis del adulto nos es suministrado precisamente por la asociación libre y por la interpretación
de las reacciones transferenciales, es decir, por los dos métodos que fracasan en el análisis del niño.
Así también, en el niño pequeño carecemos de las formaciones reactivas y los recuerdos
encubridores que sólo se forman en el curso del período de latencia, y a través de los cuales el
análisis ulterior puede captar el material que en ellos está condensado. Por consiguiente, en vez de
tener ventajas frente al análisis del adulto, el del niño también está en inferioridad de condiciones
en lo que se refiere a la obtención del material inconsciente.
Pasemos ahora a la última parte de estas conferencias: a la utilización del material analítico.
Comencemos por examinar una vez más la situación respectiva en el enfermo adulto. Como
sabemos, su neurosis es un asunto interno que se desarrolla entre tres factores: su inconsciente
instintivo, su yo y su superyó. El análisis tiene por misión elevar el conflicto entre estas potencias a
un nuevo nivel, haciendo consciente el inconsciente. Hasta ahora, los impulsos instintivos han
estado sustraídos a la influencia del superyó, debido a su represión. El análisis los libera y hace
accesibles a la influencia del superyó, que en adelante determinará su destino. En lugar de la
represión aparece la crítica consciente, la condenación de una parte de los impulsos, mientras la

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otra parte es sublimada. Esta nueva solución favorable es posible gracias a la circunstancia que el
yo del paciente, desde la época en que realizó sus primitivas represiones, hasta el momento en el
cual el análisis efectúa su labor de liberación, ha experimentado todo su desarrollo ético e
intelectual, es decir, ha adquirido la capacidad de adoptar decisiones de las que otrora aceptó.
Comparemos esta situación con las condiciones vigentes en el niño. Es cierto que también su
neurosis es un asunto interno, determinado igualmente por aquellas tres potencias (vida instintiva,
el yo y el superyó). Sin embargo, no ha de sorprendernos el hecho de que el mundo exterior influya
mucho más poderosamente sobre el mecanismo de la neurosis y el análisis infantil, que sobre los
mecanismos correspondientes del adulto. El superyó del adulto, lo que al principio fue una exigencia
personal emanada de los padres, sólo al pasar del apego al objeto a la identificación con éstos, se
convierte en un ideal del yo, independiente del mundo exterior y de sus modelos. Pero en el niño
aún no puede hablarse de semejante independencia. Todavía está muy lejos del desprendimiento
de los primeros objetos amados, y subsistiendo el amor objetal, las identificaciones sólo se
establecen lenta y parcialmente. Es cierto que ya existe un superyó y que muchas de las relaciones
entre éste y el yo son análogas, ya en estas épocas precoces, a las de la vida adulta ulterior. Sin
embargo, son evidentes las múltiples interrelaciones entre este superyó y los objetos a los cuales
debe su establecimiento, pudiéndose compararlas a las que rigen entre dos vasos comunicantes.
Así, al aumentar las buenas relaciones con los objetos que representan los padres en el mundo
exterior también crece la importancia del superyó y la energía con que impone sus exigencias. Si
empeoran esas relaciones, también el superyó se debilita.
Esta debilidad y dependencia de las exigencias impuestas por el ideal del yo infantil también
concuerdan con otro hecho que puede observarse siempre: la existencia en el niño de una doble
moral, una destinada al mundo de los adultos y otra que rige para él mismo y sus compañeros de
edad. Por ejemplo, en determinada edad comienza a tener vergüenzas, es decir, evita mostrarse
desnudo o satisfacer sus necesidades ante adultos extraños. Pero también sabemos que los mismos
niños se desnudan sin pudor alguno ante otros niños.
Con estas observaciones sobre la dependencia del superyó infantil y la doble moral del niño frente
a la vergüenza y el asco, hemos llegado a la diferencia más importante entre el análisis del niño y el
del adulto. En este último ha dejado de ser un asunto personal que se lleva a cabo entre dos
personas exclusivamente: el analista y su paciente. Mientras que el superyó infantil aún no se ha
convertido en el representante impersonal de las exigencias asimiladas del mundo exterior y
mientras permanezca orgánicamente vinculado a éste.
Regresemos, una vez más, a nuestra comparación con el neurótico adulto. En circunstancias
favorables no necesitamos preocuparnos de los impulsos liberados del inconsciente, los cuales
quedarán bajo la influencia del superyó, al que incumbe la responsabilidad de su aplicación ulterior.
Pero, ¿a quién dejar librada esta decisión en el análisis del niño? Corresponde a los educadores del
niño, con los cuales su superyó está todavía tan inseparablemente ligado (es decir, en la mayoría de
los casos, a sus padres).
Mas no se olvide cuántas reservas entraña tal situación. Estos mismos padres o educadores fueron
las personas cuyas desmesuradas exigencias impulsaron al niño a la excesiva represión y, con ello,
a la neurosis. Además, en el niño tampoco existe aquel gran intervalo entre la formación de la

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neurosis y la liberación por el análisis que presenta el adulto (quien realiza entre esas dos fases todo
el desarrollo del yo, al punto que difícilmente se podría considerar como una y la misma persona al
que adoptara la primera decisión y al que ahora la corrige. En cambio, los padres que hicieron
enfermar al niño y los que deben ayudarnos en su curación siguen siendo las mismas personas. Por
consiguiente, sería peligroso dejarles liberada la decisión sobre el futuro destino de la vida instintiva
ya liberada. En tales condiciones sería más económico ahorrarse de antemano la larga y ardua labor
de la liberación analítica.
¿Cuál sería, en tal caso, la otra solución? No podría señalar qué instancias éticas y qué criterios o
reflexiones prácticas le capacitarán para hallar su camino en medio de estas dificultades. Creo que
dejándole librado a sí mismo y privándole de todo apoyo exterior, sólo podrá hallar el camino más
breve y cómodo: el de la satisfacción directa. Pero tanto la teoría como la práctica analítica nos han
enseñado que la prevención de la neurosis obliga a evitar que el niño experimente satisfacciones
reales en cualquier fase de su sexualidad inevitablemente perversa. De lo contrario, la fijación al
placer ya experimentado se convertirá en el más grave obstáculo de la evolución normal. A mi
parecer, en esta difícil situación sólo nos queda un camino: el propio analista debe asumir el derecho
de guiar al niño en este momento decisivo, para dejar así más o menos asegurada la conclusión feliz
del análisis. Bajo su influencia, el niño aprenderá a dominar su vida instintiva, y la opinión del
analista será la que, en último término, decidirá qué parte de los impulsos infantiles ha de ser
suprimida o condenada por su inutilidad en la vida civilizada; qué parte más o menos considerable
puede librarse a la satisfacción directa y cuál ha de ser conducido al camino de la sublimación. En
suma, podemos afirmar: es preciso que el analista logre ocupar durante todo el análisis el lugar del
ideal del yo infantil y no iniciar su labor de liberación analítica, antes de cerciorarse de que podrá
dominar completamente al niño. Sólo si el niño siente que la autoridad del analista sobrepasa la de
sus padres, estará dispuesto a conceder a este nuevo objeto amoroso el lugar más elevado que le
corresponde en su vida afectiva.
Si los padres han sacado enseñanzas de la enfermedad del hijo, y si están dispuestos a adaptarse a
las exigencias del analista, será posible llegar a una verdadera división de la labor analítica y
pedagógica, entre el hogar y el análisis o, más bien, a una colaboración entre ambos factores. En tal
caso, la educación del niño tampoco quedará interrumpida al finalizar el análisis, sino que pasará
directamente del analista a los padres, ya dotados de la suficiente comprensión.
En cambio, si los padres hacen intervenir su influencia en contra del analista, el niño, fijado a ambos
por sus sentimientos, queda en una situación semejante a la de un matrimonio desgraciado, en el
que los hijos se convierten en objetos de disputa. La situación se torna peligrosa cuando, en medio
de una resistencia, el niño logra influir sobre los padres en contra del analista, a tal punto que
lleguen a exigir la interrupción del análisis.
Niña demonio: fantasías anales, se sentía libre de opresión que la oprimía, la sesión era su "hora de
descanso" donde no necesitaba dominar a su demonio. Luego en su casa hacía comentarios que
fueron dejados pasar, lo que la hizo insoportable, perdió los estribos por desinhibida. De una niña
inhibida y neurótica obsesiva, había hecho transitoriamente un set malo y perverso. Ya no traía
material útil porque descargaba en su casa, la sesión no era su recreo, y perdió la conciencia de
enfermedad. En la siguiente sesión le dije que había roto nuestro convenio y para que me

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necesitaba. Pero si me contaba eso solo a mí, seguíamos y podría liberarla. Aceptó. Entronizado
nuevamente su escrupulosidad neurótica obsesiva, y cesó de decir en su casa. Pero se convirtió en
una niña inhibida.
Repaso de las condiciones del análisis del niño establecidas en esta última parte de mi exposición, a
saber: la debilidad del ideal del yo infantil; la subordinación de sus exigencias bajo el mundo
exterior; su incapacidad de dominar por sí mismo los instintos liberados y la consiguiente necesidad
de que el analista domine pedagógicamente al niño. Así, el analista reúne en su persona dos
misiones difíciles y diametralmente opuestas: analizar y educar a la vez, es decir, permitir y prohibir
al mismo tiempo, librar y volver a coartar simultáneamente. Si no lo consigue, el análisis se le
convierte al niño en un salvoconducto para todas las maldades condenadas por la sociedad; pero si
puede lograrlo, corrige toda una fase de educación equivocada y desarrollo anormal, ofreciéndole
al niño, o a quienes deben decidir su destino, una nueva oportunidad para enmendar sus errores.
Como ustedes saben, no obligamos a curarse a ningún paciente adulto. Tampoco a los padres de
nuestros pequeños pacientes podemos obligarlos a emprender algo razonable con el niño que
volvemos a poner en sus manos. El análisis del niño no es una salvaguardia absoluta contra todo
daño que el futuro pueda hacerles sufrir. Actúa, ante todo, sobre el pasado; pero al hacerlo, crea un
terreno depurado y más fértil para la evolución futura.
De las condiciones expuestas se desprende un importante aporte para la indicación del análisis del
niño. Ésta no está determinada únicamente por ciertas enfermedades infantiles, sino que el análisis
infantil incumbe al medio analítico, y por ahora deberá quedar limitado a: los hijos de los analistas;
hijos de pacientes analizados o de padres que conceden al análisis cierta confianza y respeto. Sólo
en estos casos, la educación analítica en el curso del tratamiento podrá continuarse sin interrupción,
con la educación en el seno de la familia. Cuando el análisis no puede arraigar orgánicamente en el
resto de su vida (sino, más bien, en calidad de cuerpo extraño) probablemente se le produzcan al
niño más conflictos de los que el tratamiento le quita por otro lado.
No quisiera concluir estas conferencias sin referirme también a las grandes posibilidades que, a
pesar de todos sus obstáculos, tiene el análisis del niño y en las que, según creo, aún aventaja al
análisis del adulto. Se destacan tres:
En primer lugar, el niño nos permite alcanzar modificaciones del carácter mucho más profundas que
el adulto. El niño que haya emprendido el camino hacia el desarrollo anormal del carácter bajo la
influencia de su neurosis, sólo deberá retroceder un poco para volver a la vía normal. Aún no ha
levantado toda su vida futura sobre aquella base. En el caso del adulto, si quisiéramos alcanzar un
verdadero éxito en los “análisis del carácter”, en realidad deberíamos aniquilar toda su vida y
cumplir lo imposible: deshacer lo hecho y anular todos los efectos producidos, además de llevarlos
a la consciencia.
En segundo lugar se refiere a la influencia del superyó. Como se sabe, una de las condiciones del
análisis de las neurosis es la de atenuar su severidad; pero también aquí el análisis del adulto
tropieza con dificultades, pues debe luchar contra los objetos amorosos más antiguos e importantes
del individuo (sus padres), a quienes ha introyectado por identificación y cuyo recuerdo también
está protegido. En el niño nos encontramos frente a personas vivas que realmente existen en el
mundo exterior y aún no están transfiguradas por el recuerdo. Si en estas condiciones completamos

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la labor interna con una acción exterior, tratando no sólo de modificar por influencia analítica las
identificaciones ya establecidas, sino también los objetos reales que rodean al paciente, entonces
el esfuerzo será rotundo y sorprendente.
Para el tercer punto, se resalta que con el adulto debemos limitarnos a ayudarle en la adaptación a
su ambiente, no pretendiendo en modo alguno transformar su ambiente de acuerdo con sus
necesidades (completamente ajeno también a nuestras capacidades). Sin embargo, en el niño, este
objetivo puede alcanzarse sin gran trabajo, pues sus necesidades son más simples, más fáciles de
satisfacer y captar; en condiciones favorables, nuestra autoridad, combinada con la de los padres,
basta fácilmente para proporcionarle todo o mucho de lo que necesita. Así, le facilitamos su labor
de adaptación tratando también que el medio se adapte a él.
El análisis del niño permite alcanzar transformaciones, mejorías y curaciones con las que ni siquiera
se puede soñar en el análisis de los adultos.
Preveo que, después de todo lo dicho, los analistas prácticos que me escuchan aducirán que mi
labor con los niños ya nada tiene que ver con el verdadero análisis. Se trataría, más bien, de un
método “silvestre” que toma del análisis cuanto necesita, sin ajustarse, empero, a sus estrictos
preceptos. No obstante, les ruego que piensen: si a su consultorio acudiese un adulto neurótico en
busca de tratamiento, pero al observarlo detenidamente resultase tan instintivo, poco desarrollado
intelectualmente y sometido a su medio como mis pacientes infantiles, entonces probablemente se
dirían: “El análisis freudiano será un método excelente, pero no está destinado a estos casos”. Y
seguramente tratarían al enfermo con un método mixto, aplicándole el análisis genuino sólo en la
medida de lo que soporta su naturaleza y tratándole, en lo restante, de acuerdo con el análisis del
niño, por la simple razón de que un carácter netamente infantil no le permite aprovechar un
tratamiento mejor.
Estoy convencida de que el método analítico, adaptado a un objeto preciso y particular en nada se
perjudicará si también se intenta aplicarlo, con las debidas modificaciones a objetos de otra índole.
Ni tampoco puede considerarse censurable emprender con él intentos de cualquier naturaleza. Lo
único que importa es saber siempre lo que se hace.
“Sobre la teoría del análisis del niño” Psicoanalisis del niño. Anna Freud.
El análisis del niño atrajo tal interés gracias a que cumple tres finalidades. Por un lado, nos ofrece
confirmaciones de los conceptos sobre la vida anímica infantil, que la teoría psicoanalítica elaboró
en el curso de los años, partiendo retrospectivamente de los análisis de adultos. En segundo lugar,
como lo acaba de demostrar Melanie Klein en su conferencia, nos suministra nuevas revelaciones y
complementos de los conceptos alcanzados en la observación directa. Por último, constituye el
tránsito hacia un sector de aplicación que, como muchos sostienen, será en el futuro uno de los más
importantes para el psicoanálisis: me refiero a la pedagogía.
El análisis del niño, exige una nueva técnica, ya que un objeto distinto requiere diferentes métodos
de ataque. Así han surgido la técnica lúdica de Melanie Klein para el análisis precoz y mis
recomendaciones para el análisis en el período de latencia. Se exige además que el analista de niños,
adaptándose a la peculiar condición de sus pacientes, agregue a su actitud y preparación analítica,
una segunda: la pedagógica.

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Recurro, como primer ejemplo, a un fragmento del análisis de un niño de once años. Cuando inicié
el tratamiento, su esencia era femenina-masoquista y la relación objetal primitiva con la madre
estaba completamente encubierta por la identificación con ésta. Su primitiva agresión masculina
sólo se manifestaba ocasionalmente, en actitudes hostiles contra los hermanos y en actos
antisociales aislados, seguidos por violentos accesos de arrepentimiento y de depresión. Le
embargaba, en abundantes fantasías y sueños, el problema de la muerte o más bien del matar.
Una amiga íntima de la madre estaba gravemente enferma, enterándose aquélla por un telegrama.
El niño tomó este suceso como punto de partida para urdir una serie de fantasías, imaginando que
había llegado un nuevo telegrama con la noticia de la muerte de la amiga. La madre es presa de
congoja, pero entonces llega un nuevo telegrama: la amiga vive; todo fue un error. Fue una broma
a expensas de la madre. No es difícil interpretarla, pues vemos claramente reflejada en ella la
ambivalencia del niño, su deseo de matar a la persona amada por la madre y su incapacidad de
realizar efectivamente este propósito.
He presentado este fragmento para confirmar mi impresión de que en nada discrepa del análisis de
un adulto. Al emprenderlo, perseguimos la finalidad de liberar una buena parte de su agresividad
masculina y de su amor objetal a la madre, de la represión y la dominación por su actual carácter
femenino- masoquista y por la identificación por la madre. El conflicto así planteado es puramente
interior; pues aunque originalmente el niño se vio obligado a reprimir por miedo al padre real del
mundo exterior, el resultado de esta represión es mantenido ahora por fuerzas interiores.
A cada paso que el análisis pretende avanzar por el camino de volver consciente las tendencias
edípicas reprimidas, se le oponen como obstáculos bruscos accesos de esta angustia de castración.
Sólo la lenta desintegración histórico-analítica de este superyó permite que progrese nuestro
trabajo de liberación. Como se advierte, en lo que se refiere a esta parte de nuestro objetivo, la
labor y la actitud del analista son puramente analíticas, no habiendo lugar para la menor influencia
pedagógica.
Otro ejemplo: niña de seis años (niña demonio) había pasado por una precoz etapa de amor
apasionado por el padre, y éste la había defraudado cuando nació el hermanito menor. Ante tal
suceso tuvo una reacción violenta, pues abandonó la fase genital apenas alcanzada, para refugiarse
en la regresión completa hacia el sadismo anal. Dirigió toda su hostilidad contra los hermanos
menores e intentó detener, por lo menos mediante la incorporación, al padre del que se había
apartado casi por completo su amor. Pero sus tentativas de sentirse varón fracasaron ante la
competencia de un hermano mayor, al que se vio obligada a reconocer mejores atributos corporales
para esta función. Como resultado, produjo entonces una intensa hostilidad contra la madre: la
odiaba por haberle quitado al padre, por no haberla hecho varón, y porque había dado a luz a los
hermanitos.
Reconoció vagamente que estaba a punto de perder por estas reacciones hostiles la buena relación
con su madre, a la que después de todo amaba intensamente. A fin de seguir siendo amada por ella,
realizó entonces un tremendo esfuerzo para ser "buena", rechazando de pronto como si se lo
hubiese amputado todo ese odio y, con él, toda su vida sexual formada por actos y fantasías anales
y sádicas. Aparto eso de su propia persona. Lo que subsistió fue un pobre ser inhibido e infeliz, que
ya no disponía de su vida emocional y cuya gran inteligencia y energía estaban dedicadas a mantener

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reprimido al "demonio". Después de todo eso, ya sólo podía dedicarle al mundo exterior una
completa indiferencia, y a su madre, sólo tibios sentimientos de cariño y afección, insuficientes. Esta
niña fracasó en su intento de conservar el amor de la madre, de tomarse socialmente adaptada y
"buena", pues sus esfuerzos sólo la habían precipitado en una neurosis obsesiva.
La escisión de la personalidad infantil se había llevado a cabo bajo la presión del miedo a la pérdida
del amor. Este miedo debió ser muy fuerte para tener semejante afecto perturbador sobre la vida
entera de la niña. Pero ese temor no se hizo sentir con intensidad en el análisis, bajo la forma de
resistencia. Impresionada por mi constante interés amistoso, la pequeña paciente comenzó a
explayar ante mí todos sus lados malos, con toda calma y naturalidad.
Con el atenuante de sus exigencias ante si misma volvió a incorporar paulatinamente, con el
progreso del análisis, todas aquellas tendencias que antes había expulsado con tanta energía de su
personalidad: el amor incestuoso por el padre, el deseo de masculinidad, los deseos de muerte
contra los hermanos, la aceptación de su sexualidad infantil, y sólo titubeó algún tiempo,
produciendo la única resistencia seria, ante lo que a su parecer era lo peor de todo: la aceptación
de los deseos homicidas directos contra la madre.
Pero no es ésta la conducta que esperamos encontrar en un superyó bien establecido.
A diferencia del análisis del adulto, donde el superyó ya ha alcanzado su independencia y no es
accesible a los influjos del mundo exterior. En este caso, sólo tenemos que elevar al mismo nivel,
tornándose conscientes, todas las tendencias del ello, del yo y del superyó que han participado en
la formación del conflicto neurótico. Luego, la lucha será entablada de otra manera y tendrá un final
distinto en este nuevo nivel de lo consciente. En el análisis infantil debemos incluir todos aquellos
casos en los cuales el superyó todavía no ha alcanzado su completa independencia, aún se
encuentra al servicio de los padres y educadores, ajustándose a sus exigencias y siguiendo todas las
fluctuaciones de la relación con la persona amada y todos los cambios de sus propias opiniones.
La labor a realizar en el superyó infantil es doble: analítica, en la desintegración histórica llevada
desde el interior, en la medida en que el superyó ya haya alcanzado su independencia; pero también
pedagógica, influyendo desde el exterior, modificando la relación con los educadores, creando
nuevas impresiones y revisando las exigencias que el mundo exterior impone al niño.
Si la paciente no hubiese Ilegado al tratamiento análítico a los seis años, su neurosis infantil habría
terminado en la curación espontánea, como sucede en tantos casos; pero como herencia de aquella
neurosis habría quedado un superyó muy severo, que hubiese planteado estrictas exigencias al yo
y opuesto una resistencia difícilmente superable a todo análisis ulterior. Creo, sin embargo, que este
severo superyó es la consecuencia, y no el motivo de la neurosis infantil.
Describiré los accesos de angustia fóbica de una niña de un año y medio, tomados del doctor M. W.
Wulff. Sus padres le habían impuesto demasiado temprano las exigencias de la limpieza que la
pequeña no pudo cumplir, cayendo en confusión y temiendo que los padres la rechazasen.
Preguntaba constantemente si la creían buena, y no cesaba de rogar que no la echasen. El miedo
ante la pérdida del amor no se diferencia en lo más mínimo del temor a la conciencia que siente el
neurótico adulto. El doctor Wulff explicó a los padres que la niña no podía tolerar aún las exigencias
de la limpieza, aconsejándoles que aplazasen algo más la educación en este sentido y le explicaron

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a la niña que no dejarían de quererla porque se mojara las ropas, tratando de calmarla con
aseveraciones de su amor cada vez que tenía micciones involuntarias. A los pocos días, la niña
estaba tranquila y libre de angustia. Si la niña realmente hubiese caído enferma a causa de las
exigencias desmesuradas del superyó, las aseveraciones de los padres no habrían tenido influencia
alguna sobre sus síntomas, pero como el motivo de su angustia era el miedo real ante la repulsa por
los padres reales del mundo exterior, y no ante la de sus imágenes interiores, puede comprenderse
fácilmente que la enfermedad quedase desplazada cuando el doctor eliminó del mundo su motivo
exterior.
Gran número de otras reacciones infantiles sólo pueden ser comprendidas de manera análoga, por
la facilidad de influir sobre el superyó en años tempranos. El niño una vez que ha comenzado a
reducir sus exigencias, tiende más bien a exagerar esta liberación, permitiéndose mucho más de lo
que estará dispuesto a concederle aun el más libre de los ambientes.
Hace poco tuve oportunidad de escuchar la conversación de un niño de cinco años con su madre.
Se le había ocurrido tener un caballo de carne y hueso, pero por motivos razonables la madre se
resistía a satisfacer este deseo. "No importa si no me lo regalas ahora, lo pediré para mi próximo
cumpleaños." La madre le asegura que tampoco entonces lo recibirá. "Pues lo pediré para Navidad,
porque en Navidad le dan a uno todo lo que pide." "No; ni siquiera para Navidad". Trata de
defraudarlo una vez más la madre. El niño se pone a reflexionar un momento y luego responde:
"Pues tampoco me importa. Entonces me lo compraré yo mismo, porque me lo he concedido." Como
vemos, aún entre este permiso interior y la prohibición impuesta desde fuera, se produce un
conflicto, que podrá llevar a los más diversos resultados; a la rebeldía y a la actitud antisocial, a la
neurosis y, felizmente, en muchos casos también a la salud.
Si reconocemos que las potencias contra las cuales debemos luchar en la curación de las neurosis
infantiles no son únicamente interiores, sino también exteriores, tenemos derecho a exigir que el
analista de niños sepa valorar con justeza la situación exterior en la que el niño se encuentra, tal
como le exigimos que sepa captar también la situación interior. Necesita conocimientos
pedagógicos tanto teóricos como prácticos que le permitan comprender y criticar las influencias
educativas a las que están sometidos, llegando aún a asumir las funciones de educación durante
todo el curso del análisis.
Momento fundamental: La necesidad del Yo de modificar su relación de dependencia con el
pensamiento parental > modificación que coincide con el mecanismo de la represión secundaria y
la instalación de una potencialidad que podrá -tiempo mas tiempo menos – cobrar la forma
manifiesta de una neurosis, una psicosis o problemáticas polimorfas cuyos prototipos son la
perversión, expresiones somáticas o comportamientos actuados.

Freud “Conferencia 34 - Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones” (1932)


Nuestro primer propósito fue comprender las perturbaciones de la vida anímica de los seres
humanos, ya que sabíamos que comprensión y curación estaban muy cerca, que una vía transitable
lleva de la una a la otra. Por mucho tiempo fue el único propósito pero luego se descubrieron los
estrechos nexos entre los procesos patológicos y los normales.

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En relación a la aplicación del psicoanálisis a la pedagogía, a la educación de la generación futura,
Freud sostiene que apenas lo trató alguna vez pero que es un tema importantísimo y que ofrece
grandes esperanzas para el futuro. Aun así, su hija, Anna Freud, se ocupó de tal trabajo como la
misión de su vida, reparando así el descuido de su padre. Cuando en el tratamiento de un neurótico
adulto se pesquisa el determinismo de sus síntomas, por regla general, somos conducidos hacia
atrás, hacia su primera infancia. Esto nos obligó a familiarizarnos con las particularidades psíquicas
de la infancia.
A los primeros años de vida les corresponden por varias razones una particular significatividad:
- En primer lugar porque contiene el florecimiento temprano de la sexualidad, que deja como
secuela incitaciones decisivas para la vida sexual de la madurez.

- En segundo lugar, porque las impresiones de ese periodo afectan a un ser inacabado y
endeble, en el que producen el efecto de traumas. De la tormenta de afectos que provocan,
el yo no puede defenderse si no es por vía de represión, y así adquiere en la infancia todas
sus predisposiciones a contraer luego neurosis y perturbaciones funcionales.
Comprendimos que la dificultad de la infancia reside en que el niño debe apropiarse en breve lapso
del dominio sobre las pulsiones y la adaptación social, al menos los primeros esbozos de ambos.
Mediante su propio desarrollo solo puede lograr una parte de este cambio, mucho debe serle
impuesto por la educación. De todas formas, el niño suele dominar esta tarea de manera
incompleta.
En varios niños la contracción de una neurosis no aguarda hasta la madurez, estalla ya en la infancia
y ocasiona cuidados a padres y médicos.
Pudimos comprobar en el objeto viviente lo que en el adulto ya habíamos dilucidado. Se demostró
que el niño es un objeto muy favorable para la terapia analítica; los éxitos son radicales y duraderos.
Aun así, se debe modificar en gran medida la técnica de tratamiento ya que fue elaborada para
adultos.
Psicológicamente, el niño es un objeto diverso del adulto:
- Todavía no posee un superyó
- No tolera mucho los métodos de la asociación libre
- La transferencia desempeña otro papel, ya que los progenitores reales siguen presentes
Ideas de la tarea inmediata de la educación
El niño debe aprender el gobierno sobre lo pulsional. Es imposible darle la libertad de seguir todos
sus impulsos, sin limitación alguna. Les haría la vida intolerable a los padres y los niños mismos
sufrirían grandes perjuicios.
La educación tiene que inhibir, prohibir, sofocar lo pulsional. Pero mediante análisis hemos
descubierto que esa misma sofocación de lo pulsional conlleva el peligro de contraer neurosis.
Entonces la educación tiene que buscar su senda entre la permisión y la denegación (frustración). Si
esa tarea no es del todo insoluble, será preciso descubrir para la educación un optimum en que
consiga lo más posible y perjudique lo menos.

86
Los objetos del influjo pedagógico traen consigo muy diversas disposiciones constitucionales, de ahí
que un procedimiento idéntico del pedagogo no pueda resultar benéfico para todos los niños.
La pedagogía ha desempeñado muy mal su tarea e infligió graves perjuicios a los niños. Si halla aquel
optimum y resuelve su misión de manera ideal, puede esperar que extirpara uno de los factores que
intervienen en la etiología de la contracción de neurosis: el influjo de los traumas infantiles
accidentales. En cuanto al otro, el poder de una constitución pulsional rebelde, en ningún caso
puede eliminarlo.
Las difíciles tareas planteadas al educador:
- Discernir la peculiaridad constitucional del niño
- Colegir pequeños indicios de lo que se juega en su inacabada vida anímica
- Dispensarle la medida correcta de amor y al mismo tiempo mantener una cuota eficaz de
autoridad
La única preparación adecuada para el oficio de pedagogo es una formación psicoanalítica profunda.
Y lo mejor será que él mismo sea analizado, ya que sin una experiencia en la propia persona no es
posible adueñarse del análisis.
Toda educación tiene un sesgo partidista, aspira a que el niño se subordine al régimen social
existente sin atender a lo valioso o defendible que este pueda ser en sí mismo.
Psicoanálisis
El psicoanálisis nació como terapia, aun así ha llegado a ser mucho más que eso, pero nunca
abandonó su patria de origen y en cuanto a su profundización y ulterior desarrollo sigue
dependiendo del trato con enfermos.
El psicoanálisis es realmente una terapia como las demás. Tiene sus triunfos y sus derrotas, sus
dificultades, limitaciones, indicaciones. En cierta época se acusó al análisis de no poder ser tomado
en serio como terapia porque no se atrevía a dar a conocer una estadística de sus resultados. Lo
mejor es indagar las propias experiencias. La actividad psicoanalítica es difícil y exigente. El
psicoanálisis reclama la dedicación exclusiva del medido, o no lo ocupa para nada. Como
procedimiento psicoterapéutico, el análisis no está en oposición con los otros métodos de esta
disciplina médica, no los desvaloriza, no los excluye.
Comparado con los otros procedimientos de psicoterapias, el psicoanálisis es sin lugar a dudas el
más potente. Es el más trabajoso y el que mas tiempo demanda, y no se lo aplicará en casos leves.
En los casos apropiados, por medio de él es posible eliminar perturbaciones y producir cambios con
que ni se soñaba en épocas preanalíticas. Pero también, tiene sus notorios límites.
Las neurosis son afecciones graves, constitucionalmente fijadas, que rara vez se limitan a unos pocos
estallidos y casi siempre duran largos periodos o toda la vida.
La eficacia terapéutica del psicoanálisis permanece reducida por una serie de factores sustantivos y
de difícil manejo:
● En el niño hallamos las dificultades externas de la situación parental que forman parte de la
condición infantil.

● En el adulto tropezamos sobre todo con dos factores:

87
- El grado de rigidez psíquica: Aunque es grande la plasticidad de la vida anímica y la posibilidad
de refrescar estados antiguos, no todo admite ser reanimado. Muchas alteraciones
permanecen definitivas, corresponden a cicatrizaciones de procesos transcurridos. Una
rigidez general de la vida anímica; procesos psíquicos que podrían ser encaminados por otras
vías parecen incapaces de abandonar las antiguas. Lo que falta en la terapia es la fuerza
pulsional requerida para imponer la alteración.
- La forma de enfermedad, con el conjunto de destinaciones mas profundas que esta cubre: El
campo de aplicación de la terapia analítica son las neurosis de transferencia, fobias,
histéricas, neurosis obsesivas y también anormalidades del carácter, que se han desarrollado
en lugar de esas enfermedades. Para todo lo demás, estados narcisistas, psicóticos, es
inapropiada en mayor o menor medida. Pero aun así hay otra dificultad, ya que nuestros
diagnósticos se obtienen a menudo sólo con posterioridad.
No podemos formular un juicio sobre los pacientes que acuden al tratamiento ni sobre los
candidatos que demandan formación antes de haberlos estudiado analíticamente durante unas
semanas o unos meses. Este sería el reproche de que el tratamiento analítico demanda un tiempo
incomprensiblemente largo. Como respuesta podemos decir que las alteraciones psíquicas sólo se
consuman de manera lenta, si sobrevienen rápidas, repentinamente, es un mal signo.
El psicoanálisis se inició como una terapia por su contenido de verdad, por las informaciones que
nos brinda sobre lo que toca mas de cerca al hombre: su propio ser, también por los nexos que
descubre entre los mas difíciles quehaceres humanos. Como terapia, es una entre muchas.

Klein, M. (1971): “Contribuciones al psicoanálisis”.


Simposium sobre análisis infantil. (1927)
Klein comienza sus observaciones con una revisión del desarrollo de análisis de niños en general.
Sus comienzos datan con el Análisis de la Fobia de un Niño de cinco años de Freud en 1909. Este
análisis estaría destinado a ser la piedra angular del análisis infantil. Mostró la presencia y evolución
del Complejo de Edipo en los niños, la forma en que opera en ellos, y que estas tendencias
inconscientes podían aflorar a la conciencia sin peligro y con provecho.
El análisis no anula los efectos de la represión, sustituye el proceso de la represión por el control
mesurado e intencionado por parte de las más elevadas facultades psíquicas. El análisis reemplaza
la represión por la condensación.
Hug Hellmuth fue la primera en emprender el análisis sistemático de niños. Creía que había que
ejercer una influencia educativa.
En el análisis de Klein de un niño de cinco años y tres meses (1921) encuentra que era perfectamente
posible e incluso saludable explorar el complejo de Edipo hasta sus profundidades, y que en esta
tarea se podían obtener resultados iguales a los obtenidos en los análisis de adultos. Además,
descubre que en un análisis de este tipo no sólo era innecesario que el analista se empeñara en
ejercer una INFLUENCIA EDUCATIVA, sino que ambas cosas eran incompatibles. Llegó a intentar el
análisis de niños muy pequeños, de tres a seis años de edad.

88
Para Anna Freud, el análisis de niños no debe ser llevado demasiado lejos. No se debe tratar
demasiado las relaciones del niño con sus padres, o sea que no se debe explorar minuciosamente
el complejo de Edipo. La segunda idea conductora de Anna es que se debe combinar el análisis del
niño con influencias educativas.
Anna Freud establece límites bien definidos a la aplicación del tratamiento. Ella piensa que en el
análisis con niños no solo no podemos descubrir más sobre el primer período de la vida que cuando
analizamos adultos, sino que incluso descubrimos menos. Se dice que la conducta del niño en el
análisis es evidentemente distinta a la del adulto, y que por consiguiente es necesario emplear una
técnica diferente. Creo que este argumento es incorrecto.
No es necesario imponer restricción alguna al análisis, tanto en lo que respecta a la profundidad
de su penetración como en lo que respecta al método con el que trabajamos.
Con esto señaló ya el punto principal de mi crítica al libro de Anna Freud: supone que no se puede
establecer la situación analítica con los niños, y encuentra inadecuado o discutible el análisis puro
del niño, sin intervención pedagógica.
Klein considera un grave error asegurarse una transferencia positiva por parte del paciente con el
empleo de las medidas que Anna Freud describe o utilizar su ansiedad para hacerlo sometido,
intimidarlo o persuadirlo por medios autoritarios. Con estos medios, nunca se podría establecer una
situación analítica ni llevar a cabo un análisis completo. Todos los medios que juzgaríamos como
incorrectos en el análisis con adultos son especialmente señalados por Anna Freud como valiosos en
el análisis de niños. Su objetivo es la introducción al tratamiento, aquello que llama la “entrada” en
el análisis. Esto se debe a que Anna Freud piensa que los niños son seres muy diferentes a los
adultos, sin embargo, lo que busca con sus técnicas de introducción es que la actitud del niño hacia
el análisis sea como la del adulto. Esto resulta contradictorio.
A Klein le parece sorprendente e ilógico que Anna, que no usa las medidas necesarias para
establecer la situación analítica, sino que las sustituye por otras que las contradicen, se refiera a su
posición de que no es posible establecer una situación analítica con los niños, ni llevar a cabo un
análisis puro en el sentido de los adultos.

Anna Freud da una serie de razones para justificar los elaborados y penosos recursos que considera
necesario emplear con los niños para establecer una situación analítica. Anna Freud coloca al
consciente y el yo del niño y del adulto en primer plano, cuando indudablemente nosotros debemos
trabajar en primer lugar y sobre todo con el inconsciente. Pero en el inconsciente, los niños no son
de ninguna manera fundamentalmente distintos de los adultos. Lo único que sucede es que en los
niños el yo no se ha desarrollado aún plenamente y por lo tanto, los niños están mucho más
gobernados por el inconsciente. A él debemos aproximarnos y a él debemos considerar el punto
fundamental de nuestro trabajo.

No podemos esperar encontrar ninguna base definitiva para nuestro trabajo analítico en un
propósito consciente que como sabemos, ni siquiera en los adultos se mantendría por mucho
tiempo como único soporte del análisis.

89
Klein cree que debemos tener bien claros cuáles son los soportes en los que nos apoyemos y cómo
los usamos. El análisis no es en sí mismo un método suave: no puede ahorrarle al paciente ningún
sufrimiento, y esto se aplica también a los niños. Debe forzar la entrada del sufrimiento en la
conciencia e inducir a la abreacción si ha de ahorrar al paciente sufrimiento posterior permanente
y más fatal. La crítica de Klein no es que Anna active la angustia y el sentimiento de culpa sino por
el contrario, que no los resuelva suficientemente.
El método de Klein supone que desde el comienzo quiere atraer hacia ella tanto la transferencia
positiva como la negativa, y además de esto, investigarla hasta su origen, en la situación edípica.
Estas dos medidas concuerdan plenamente con los principios psicoanalíticos. Anna Freud rechaza
estas dos medidas. Klein cree por lo tanto que una diferencia radical entre nuestras actitudes hacia
la angustia y el sentimiento de culpa en los niños es el siguiente: que Anna Freud utiliza estos
sentimientos para que el niño se apegue a ella, mientras que Klein los registra al servicio del trabajo
analítico desde el comienzo.
Anna trata de lograr por todos los medios una transferencia positiva, con el objeto de que el niño
se apegue a ella, cuestión necesaria para su trabajo.
Klein considera que si un niño tiene hacia nosotros una actitud amistosa y juguetona se justifica
suponer que hay transferencia positiva y utilizarla inmediatamente en nuestro trabajo.
Interpretamos esa transferencia positiva, es decir, que tanto en el análisis de adultos como en el de
niños la retrotraemos hasta el objeto de origen. Probablemente notaremos por lo general a la vez
la transferencia positiva y negativa, y se nos darán todas las oportunidades para el trabajo analitico
si desde el comienzo manejamos ambos analiticamente.
Al resolver la parte de la transferencia negativa obtendremos igual que en los adultos, un
incremento de la transferencia positiva, y de acuerdo con la ambivalencia de la niñez, esta será
pronto seguida de una nueva emergencia de la negativa. Este es ahora verdadero trabajo analítico
y se ha establecido una verdadera situación analítica. Además, tenemos establecida ya la base para
trabajar con el niño mismo, y a menudo podemos ser en gran medida independientes del
conocimiento de su ambiente. Hemos cumplido con las condiciones necesarias para el análisis y no
solo prescindimos de las laboriosas, difíciles y no confiables medidas descritas por Anna Freud, sino
que podemos garantizar para nuestro trabajo todo el valor y el éxito de un análisis equivalente en
todo sentido al análisis de adultos.

Para trabajar en esta forma debemos obtener el material de las asociaciones del niño. Anna y Klein
dicen que los niños no pueden dar y no dan asociaciones de la misma manera que el adulto y por lo
tanto no podemos obtener suficiente material, únicamente por medio de la palabra. Otra novedad
que introduce, en contraposición a los planteos de Anna Freud es el hecho de poder ser
independientes del conocimiento del ambiente del niño. Podemos garantizar para nuestro trabajo
todo el valor y el éxito de un análisis equivalente en todo sentido al análisis de los adultos.
Por otra parte, los niños no pueden dar y no dan asociaciones de la misma manera que el adulto,
por lo tanto no podemos obtener suficiente material únicamente por medio de la palabra. Los

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medios para suplir la falta de asociaciones verbales son el dibujo, el relato de fantasías y el juego
(juguetes, agua, recortando, dibujando).
El niño nos traerá muchas fantasías si lo seguimos con la convicción de que lo que nos relata es
simbólico. Anna presenta una serie de argumentos teóricos en contra de la técnica del juego que
Klein idea, por lo menos mientras se aplique a los fines del análisis y no meramente a la observación.
Cree dudoso que uno esté justificado para interpretar como simbólico el contenido del drama
representado en el juego del niño y piensa que muy probablemente éste sea ocasionado
simplemente por observaciones reales o experiencias de la vida diaria.
Suponiendo que un niño exprese el mismo material psíquico en numerosas repeticiones, y
suponiendo que además Klein pueda observar que estas particulares actividades están casi todas
acompañadas por un sentimiento de culpa, entonces Klein interpreta esos fenómenos y los enlaza
con el inconciente y con la situación analítica. Las condiciones prácticas y teóricas para la
interpretación son precisamente las mismas que en el análisis de adultos.
La finalidad de los pequeños juguetes y agua que utiliza Klein es que el niño los use si quiere, ganar
el acceso a la fantasía y liberarla. En el caso de niños por completo inhibidos para jugar posiblemente
los juguetes pueden simplemente ser un instrumento para estudiar más de cerca las razones de esta
inhibición.
El juego hace posible manejar las asociaciones del niño en su mayor cantidad, y penetrar en los
estratos más profundos del inconsciente.
Podemos establecer un contacto más rápido y seguro con el inconsciente de los niños si, actuando
con la convicción de que están mucho más profundamente dominados por el inconsciente y los
impulsos instintivos, acortamos la ruta que toma el psicoanálisis de adultos por el camino del
contacto con el yo y nos conectamos directamente con el inconsciente del niño. En el análisis de
niños detectamos resistencias muy a menudo en la forma más natural para ellos, la angustia.
Segundo factor que le parece esencial a Klein para penetrar en el inconsciente del niño. Si
observamos los cambios en su manera de representar lo que ocurre dentro suyo (si cambia de juego,
o si hay un ataque de angustia) y tratamos de ver qué hay en el nexo del material que cause esos
cambios, nos convenceremos de que continuamente nos enfrentamos con el sentimiento de culpa y
que a su vez debemos interpretarlo.
Estos dos factores son los auxilios más dignos de confianza en la técnica del análisis de niños, son
mutuamente dependientes y complementarios. Sólo interpretando y por lo tanto aliviando la
angustia del niño siempre que nos encontremos con ella, ganaremos acceso al inconsciente y
lograremos que fantasee. Importancia del simbolismo contenido en la conducta de los niños. Lo
principal es que los niños no pueden asociar, no porque les falte capacidad para poner sus
pensamientos en palabras, sino porque la angustia se resiste a las asociaciones verbales.
La representación por medio de juguetes - la representación simbólica en general, al estar hasta
cierto punto alejada de la persona misma del sujeto- está menos investida de angustia que la
confesión por la palabra hablada. Si entonces aliviar la angustia y obtener en primer lugar
representaciones más indirectas, estaremos en condiciones de convencernos a nosotros mismo de
que podemos despertar para el análisis toda la expresión verbal de que es capaz el niño. No

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consideraría terminado ningún análisis de niños, ni siquiera el de niños muy pequeños, a menos de
lograr finalmente que se exprese con palabras, hasta el grado de que es capaz el niño, y así vincularlo
con la realidad.
Tenemos una analogía perfecta con la técnica del análisis de adultos. La única diferencia es que con
los niños encontramos que el inconsciente prevalece en mucho mayor grado y por lo tanto su modo
de representación predomina mucho más que en los adultos, y además que debemos tener en
cuenta la mayor tendencia del niño a angustiarse.
Anna puso en duda:
1. Que estuviéramos justificados en suponer que el contenido simbólico del juego del niño sea su
móvil principal;
2. Que pudiéramos considerar el juego del niño como equivalente de las asociaciones verbales del
adulto. Porque, sostiene, falta en estos juegos la idea de propósito que el adulto trae a sus análisis.
Los niños están tan dominados por su inconsciente que para ellos es verdaderamente innecesario
excluir deliberadamente ideas conscientes. Cuando Anna rechaza la técnica del juego su argumento
no sólo se refiere al análisis de niños pequeños, sino también al principio básico del análisis de niños
mayores. La técnica de juego nos provee una rica abundancia de material y nos da acceso a los
estratos más profundos de la mente. Si la usamos incondicionalmente llegamos al análisis del
complejo de Edipo y una vez allí no podemos poner límites al análisis en ninguna dirección.
La cuestión no es si el análisis de niños puede ir tan profundo como el de adultos sino si debe ir tan
profundo.
Anna Freud, en relación a la situación transferencial llega a la conclusión de que en los niños puede
haber una transferencia, pero no se produce una neurosis de transferencia porque no están
capacitados para comenzar una nueva edición de sus relaciones de amor, sus objetos de amor
originales -los padres- todavía existen como objetos en la realidad.
Esta afirmación le parece a Klein incorrecta. El análisis de niños le ha mostrado que incluso un niño
de tres años ha dejado atrás la parte más importante del desarrollo de su complejo de Edipo. Está
muy alejado, por la represión y los sentimientos de culpa, de los objetos que originalmente deseaba.
Sus relaciones con ellos sufrieron distorsiones y transformaciones, por lo que los objetos amorosos
actuales son ahora imagos de los objetos originales. De ahí que con respecto al analista los niños
pueden muy bien entrar en una nueva edición de sus relaciones amorosas.
Anna considera que al analizar niños el analista no es como cuando el paciente es adulto,
“impersonal, indefinido, una página en banco sobre la cual el paciente puede inscribir sus fantasías”,
que evita imponer prohibiciones y permitir gratificaciones. Pero para Klein es exactamente así como
debe comportarse un analista de niños, una vez que se ha establecido la situación analítica. No se
les permite a los pacientes infantiles ninguna gratificación personal, ya sea en forma de regalos o
caricias, o de encuentros personales fuera del análisis. Se mantienen todas las reglas aprobadas en
el análisis de adultos. En respuesta a su confianza, pueden contar con perfecta sinceridad de parte
de Klein.
En la experiencia de Klein, aparece en los niños una plena neurosis de transferencia, de manera
análoga a como surge en los adultos. Los síntomas cambian, se acentúan o disminuyen de acuerdo

92
con la situación analítica. Su experiencia está en completa contradicción con las observaciones de
Anna. La razón depende de la distinta manera en que ellas manejan la transferencia. Anna piensa
que una transferencia positiva es condición necesaria para el trabajo analítico con niños. Considera
indeseable la transferencia negativa.
Uno de los principales factores en el trabajo analítico es el manejo de la transferencia, estricta y
objetivamente, de acuerdo con los hechos. Una resolución cabal de la transferencia es considerada
como uno de los signos de que un análisis ha concluido satisfactoriamente. Para Klein, si no se
produce la situación analítica con medios analíticos, si no se maneja lógicamente la transferencia
positiva y negativa, entonces ni causaremos una neurosis de transferencia ni podremos esperar que
las reacciones del niño se efectúen en relación con el análisis y con el analista. El método de Anna
es atraer hacia sí la transferencia positiva por todos los medios posibles y la de disminuir la
transferencia negativa cuando está dirigida hacia ella. Klein considera la consecuencia natural de
que la transferencia negativa entonces quedará dirigida contra aquellos con quien el niño está
vinculado en la vida diaria.
El análisis profundo de niños lleva a Klein a formar un cuadro del Superyó en la temprana infancia.
Si bien el yo de los niños no es comparable al de los adultos, el superyó, por otra parte, se aproxima
estrechamente al de los adultos y no está influido radicalmente por el desarrollo posterior como lo
está el yo. En niños de tres, cuatro y cinco años encontramos un superyó de una severidad que se
encuentra en la más tajante contradicción con los objetos de amor reales, los padres. La formación
del superyó tiene lugar sobre la base de varias identificaciones. Este proceso que termina con el
complejo de Edipo, o sea con el comienzo del período de latencia, comienza a una edad muy
temprana. El complejo de Edipo se forma por la frustración sufrida por el destete, es decir al final
del primer año de vida o comienzo del segundo. Parejamente con esto vemos los comienzos de la
formación del superyó.
Contrariamente a Anna, Klein dice que el Superyó de los niños es un producto sumamente
resistente, inalterable en su núcleo y no es esencialmente diferente del de los adultos. La única
diferencia es que el Yo más maduro de los adultos está más capacitado para llegar a un acuerdo con
el Superyó. Pero esto no implica, como concluye Anna, que el Superyó del niño sea “aún demasiado
inmaduro, demasiado dependiente de su objeto, para controlar espontáneamente las exigencias de
los instintos, cuando el análisis lo ha desembarazado de la neurosis”.
Klein entiende por Superyó la facultad que resulta de la evolución edípica a través de la introyección
de los objetos edípicos y que, con la declinación del complejo de Edipo asume una forma duradera
e inalterable. Esta facultad, durante su evolución y cuando está completamente formada, difiere
fundamentalmente de aquellos objetos que realmente iniciaron su desarrollo. Los niños (también
los adultos) establecerán toda clase de Ideales del Yo, instalando diversos Superyoes pero esto tiene
seguramente lugar en los estratos más superficiales y está determinado en el fondo por aquel
Superyó firmemente arraigado en el niño y cuya naturaleza es inmutable. El superyó que Anna Freud
cree que funciona todavía en la persona de los padres no es idéntico a este Superyó interno en el
verdadero sentido. Si queremos penetrar en el verdadero Superyó, reducir su poder de actuación e
influirlo, nuestro único recurso para hacerlo es el análisis. Análisis que investigue todo el desarrollo
del complejo de Edipo y la estructura del Superyó.

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La evolución del superyó del niño, aunque no menos que la del adulto, depende de varios factores.
Si por alguna razón esta evolución no se ha realizado totalmente y las identificaciones no son
totalmente afortunadas, entonces la angustia, a partir de la cual se originó toda la formación del
superyó, tendrá preponderancia en su funcionamiento.

Anna parece creer que el desarrollo del Superyó con formaciones reactivas y recuerdos
encubridores tiene lugar en alto grado durante el período de latencia. Klein difiere, piensa que todos
estos mecanismos están ya establecidos cuando surge el complejo de Edipo y son activados por
este. Cuando el complejo de Edipo ha declinado, ya realizaron su tarea fundamental; los desarrollos
y reacciones subsiguientes son más bien la superestructura de un sustrato que ha tomado una forma
fija y persiste inmodificado. Algunas veces y en ciertas circunstancias, las formaciones reactivas
están acentuadas, y nuevamente, cuando la presión externa es más poderosa, el superyó opera con
mayor fuerza. Estos fenómenos no serían privativos de la niñez. Lo que Anna considera como una
ampliación adicional del Superyó y como formaciones reactivas en el período de latencia y en el
período inmediatamente anterior a la pubertad, es simplemente una adaptación aparente y
superficial a las presiones y exigencias del mundo exterior y no tiene nada que ver con el verdadero
desarrollo del Superyó. A medida que crecen los niños (como los adultos) aprenden a manejar el
“doble código moral” más hábilmente que los niños pequeños, que todavía son menos
convencionales y más honestos.
Anna sostiene que los niños difieren de los adultos en la naturaleza dependiente del Superyó de los
niños y su doble código moral en relación a los sentimientos de vergüenza o desagrado: cuando las
tendencias instintivas del niño se han hecho conscientes no se puede esperar que el Superyó asuma
por sí mismo la responsabilidad de su dirección. Los niños, dejados solos en esto, sólo pueden
descubrir “un único sendero corto y adecuado, el que conduce a la gratificación directa”. Anna no
acepta que la decisión sobre cómo deben ser empleadas las fuerzas instintivas liberadas de la
represión deba corresponder a las personas responsables de la educación del niño. Considera que
lo único que debe hacerse es que “el analista guíe al niño en este aspecto tan importante”.
Si queremos capacitar a los niños para controlar mejor sus impulsos, la evolución edípica debe ser
desnudada analíticamente tan completamente como sea posible, y los sentimientos de odio y culpa
que resultan de esta evolución deben ser investigados hasta sus comienzos.
¿Qué es lo que falta en la interpretación de Anna? Todo lo que hubiera profundizado en la situación
edípica. Porque sabemos que el complejo de Edipo es el complejo nuclear de las neurosis, por lo
tanto, si el análisis evita analizar este complejo, tampoco puede resolver la neurosis. ¿Cuáles son las
razones de Anna para abstenerse de un análisis más profundo, que investigara sin reservas la
relación del niño con sus padres y con el complejo de Edipo? Anna siente que no debe intervenir
entre el niño y sus padres, y que la educación del hogar peligraría y se crearían conflictos si se le
hace consciente al niño su oposición a los padres. Este punto es el que determina principalmente la
diferencia entre las opiniones teóricas de las dos autoras y sus métodos de trabajo.
Anna Freud parece tener la idea de que el Superyó del niño no es aún lo suficientemente fuerte,
temiendo que cuando el niño se libere de la neurosis no podrá ya adaptarse satisfactoriamente a
las exigencias educacionales necesarias y las de las personas que lo rodean.

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Klein piensa que si analizamos un niño sin ningún preconcepto de ninguna clase en nuestra mente
nos formaremos de él una idea distinta, simplemente porque estaremos capacitado para penetrar
más profundamente en el período crítico anterior a los dos años; donde se revela en mucho mayor
grado la severidad del Superyó del niño. Lo que se necesita no es reforzar el Superyó sino suavizarlo.
Las influencias educativas y las exigencias culturales no están suspendidas durante el análisis aún
cuando el analista, que actúa como un tercero absolutamente imparcial, no asuma la
responsabilidad de estas influencias y exigencias. Si el Superyó ha sido bastante fuerte como para
conducir al conflicto y a la neurosis, seguramente mantendrá suficiente influencia, aún si en el
análisis lo modificamos gradualmente.
Al lado de la severidad del Superyó, el anhelo de amor es una garantía adecuada de que el niño
tendrá un motivo suficientemente fuerte para obrar de acuerdo con exigencias culturales
razonables, sólo si el análisis libera su capacidad de amar. Lo que la realidad exige al Yo del adulto
es mucho más pesado que las demandas mucho más débiles que encuentra el Yo mucho más débil
del niño.
El peligro temido por Anna, que el análisis de los sentimientos negativos de un niño hacia sus padres
arruinará su relación con estos, es siempre y bajo toda circunstancia, inexistente. Lo opuesto es
verdad. Exactamente lo mismo sucede en los adultos: el análisis de la situación edípica no sólo alivia
los sentimientos negativos del niño para con sus padres, hermanos/as, sino que también los
resuelve en parte, y así posibilita gran fortificación de los impulsos positivos. Precisamente, el
análisis del período más temprano es el que revela las tendencias hostiles y los sentimientos de
culpa que tienen origen en la temprana frustración oral, los hábitos de limpieza, y la frustración
relacionada con la situación edípica. Y este traerlos a la luz es lo que libera al niño de ellos. El
resultado final es una relación más profunda y mejor con los que lo rodean, y no es de ninguna
manera una separación en el sentido de sentirse extraño. Lo mismo se aplica en el período de la
pubertad, sólo que en este período la capacidad para la separación y la transferencia necesaria en
esta fase particular del desarrollo está grandemente reforzada por el análisis.
Para Klein no debemos “compartir con los padres el amor y el odio del niño”, sino que debemos
manejar tanto la transferencia positiva como negativa de manera tal que nos capacite para
establecer la situación analítica y confiar en ella. Considera que el análisis es útil no solo en todos
los casos con perturbaciones mentales evidentes y desarrollo insuficiente, sino como medio para
disminuir las dificultades de niños normales. La intención de Klein es demostrar que es imposible
combinar en la persona del analista la tarea analítica y educativa. Una actividad efectivamente anula
a la otra. Lo que debemos hacer es, no simplemente establecer y mantener la situación analítica con
todos los medios analíticos y abstenernos de toda influencia educativa directa, sino, más aún, que
el análisis de niños debe tener la misma actitud inconsciente que pedimos al analista de adultos.

Klein, M. Capítulo I “Fundamentos psicológicos del análisis del niño” (Caso Rita - Caso Trude - Caso
Ruth). El psicoanálisis de niños

95
Los niños, aún en los primeros años, no sólo experimentan impulsos sexuales y ansiedad, sino que
sufren también grandes desilusiones. Ha desaparecido la creencia en el “paraíso de la infancia” y en
la asexualidad del niño. Esto se evidencia en el análisis de niños de corta edad.

Casos de análisis tempranos:


Rita, 2 años y 9 meses, tenía una marcada preferencia por su madre hasta el final de su primer año.
Manifestó después un gran afecto por su padre y celos por su madre. A los 18 meses cambió su
actitud nuevamente, siendo su madre su favorita una vez más. Al mismo tiempo comenzó a sufrir
terrores nocturnos y miedo a los animales. La fuerte fijación a su madre fue en aumento y desarrolló
una intensa aversión por su padre. Al comenzar su tercer año se hizo cada vez más ambivalente y
difícil de manejar. A los 2 años y 9 meses me la trajeron para ser analizada, presentando una
marcada neurosis obsesiva. Evidenciaba ceremoniales obsesivos y alternaba entre una exagerada
“bondad”, acompañada de sentimientos de remordimiento, y una incontrolable “maldad”,
presentaba todos los síntomas de depresión melancólica; además sufría una fuerte ansiedad,
creciente inhibición en el juego, incapacidad total para soportar ninguna clase de frustración y una
excesiva disposición quejumbrosa. Estas dificultades hacían que la niña fuese casi imposible de
manejar.
Rita había compartido el dormitorio de sus padres hasta que tuvo cerca de 2 años. En su análisis
demostró las consecuencias de haber presenciado la escena primaria. Cuando tenía 2 años nació su
hermano y este acontecimiento desencadenó su neurosis. El caso de Rita, muestra que el pavor
nocturno, cuando aparece a esta edad (18m), es una elaboración neurótica del complejo de Edipo.
Sus crisis de ansiedad y rabia, así como sus otras dificultades, estaban íntimamente ligadas a fuertes
sentimientos de culpa surgidos de ese temprano conflicto.
Consideraremos ahora el contenido y causas de esos tempranos sentimientos de culpa con otro
caso:
Trude, de 3 años y 9 meses, acostumbraba repetidamente a fingir durante el análisis que era de
noche y que ambas dormíamos. Entonces venía hacia mí desde el rincón opuesto al mío (que
suponía fuese su dormitorio), y me amenazaba de varios modos, tales como: acuchillarme en la
garganta, tirarme por la ventana, quemarme, hacerme prender por la policía, etc. Quería atarme las
manos y pies o levantaba la alfombra, diciendo que hacía “Po-Kaki-Kuki”. Significaba que quería
buscar dentro del trasero de su madre a “kakis” (heces), que para ella significaban niños.
Manifestaba allí, todos los síntomas del miedo, tapándose, chupándose los dedos y mojándose. Este
proceso se repetía de forma completa cada vez que me atacaba. Correspondía con su
comportamiento en la cama cuando no teniendo todavía 2 años fue presa de graves terrores
nocturnos. También corría al cuarto de sus padres sin poder expresar nunca lo que quería.
El análisis mostró que el mojarse y ensuciarse eran agresiones contra sus padres en coito, y de este
modo suprimió el síntoma. Trude quería robar los niños del vientre de su madre embarazada,
matarla y ocupar el lugar en el coito con el padre. Fueron estos impulsos de odio y agresión los que
en ese 2 año originaron una fuerte fijación a la madre y un sentimiento de culpa expresado con sus
terrores nocturnos.

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Así se puede observar que la temprana ansiedad y sentimientos de culpa de un niño se originan en
los impulsos agresivos relacionados con el conflicto edípico. En la época en que Trude mostraba
dicha conducta, acostumbraba a herirse a sí misma de algún modo, casi siempre antes de venir a su
hora de análisis. Resultó que los objetos contra los que se pegaba (alacena, mesas, etc) significaban,
de acuerdo a un proceso primitivo e infantil de identificación, su padre o madre castigándola.
El juego de los niños nos permite extraer conclusiones definidas sobre el origen de este sentimiento
de culpa en los primeros años.
En Rita, en su 2do año, era visible el remordimiento que sentía frente al más pequeño error que
cometía y su hipersensibilidad a los reproches. Su inhibición de juego provenía también de su
sentimiento de culpa. Cuando tenía 2 años y 3 meses jugaba con su muñeca diciendo que ella no
era su madre. El análisis mostró que el bebé de juguete representaba para ella el hermano que
deseó robar del vientre de la madre embarazada, lo que no le daba derecho a representar el papel
de madre. Esta prohibición no se origina en la madre real, sino en otra introyectada por ella y que
la trataba con una severidad y crueldad que la verdadera madre nunca había usado.
Otro síntoma que desarrolló Rita a los 2 años, fue el carácter obsesivo y consistía en un largo ritual
antes de dormir. El punto principal era que tenía que estar bien arrebujada con la ropa de cama
porque sino “el ratón o Butzen” entraría por la ventana y le sacaría su Butzen de un mordisco. Su
muñeca también debía estar arropada. En una ocasión, durante una sesión, puso el elefante al lado
de la cama de su muñeca para evitar que ella se levantara y fuera al cuarto de sus padres y “les
hiciera o les sacara algo de ellos”. El elefante (imago paterna) había tomado el papel de sus padres
introyectados, cuya influencia prohibitiva había sentido desde que, entre el año y los 3 meses y los
2 años, deseó ocupar el lugar de su madre junto al padre, robarle los niños de su interior y dañar y
castrar a ambos padres.
El significado del ceremonial era entonces que el estar arropada en la cama le impedía levantarse y
ejecutar los deseos agresivos contra sus padres. Y al mismo tiempo, desde que esperaba ser
castigada por aquellos deseos, el arroparse servía como defensa contra dichos ataques. Las
agresiones iban a ser realizadas, por ejemplo, por el Butzen (pene de su padre), el cual dañaría los
genitales de la niña y le arrancaría su propio Butzen de un mordisco como castigo a su deseo de
castrar al padre. En estos juegos solía castigar a su muñeca y luego tener crisis de rabia y miedo,
demostrando que ella misma realizaba los dos papeles: el de la autoridad que inflige castigo y el del
niño castigado. Esta ansiedad era causada no solamente por los padres verdaderos sino también, y
especialmente, por la excesivamente severa imagen introyectada de sus padres (lo que llamamos
superyó en los adultos). Los análisis tempranos muestran que el conflicto edípico se hace presente
en la segunda mitad del primer año y que al mismo tiempo, el niño comienza a modificarlo y a
construir su superyó.
Aceptando que los niños viven bajo el peso de sentimientos de culpa, tenemos una buena manera
de enfocar su análisis. La relación con la realidad es débil; aparentemente no hay ningún atractivo
que los lleve a soportar las pruebas de un análisis, ya que por regla general, no se sienten enfermos;
y lo más importante, todavía no pueden ofrecer en grado suficiente aquellas asociaciones verbales
que son el instrumento fundamental en el tratamiento analítico con adultos.

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Fueron las diferencias entre la mente infantil y la adulta, las que nos revelaron el modo de llegar a
las asociaciones del niño y comprender su inconsciente. Estas características especiales de la
psicología infantil han suministrado las bases de la técnica del “análisis del juego” que he elaborado.
El niño expresa sus fantasías, deseos y experiencias de un modo simbólico por medio de juguetes y
juegos. Al hacerlo, utiliza los mismos medios de expresión arcaicos, filogenéticos, el mismo lenguaje
que nos es familiar en los sueños y sólo comprenderemos totalmente este lenguaje si nos acercamos
a él como Freud nos ha enseñado a acercarnos al lenguaje de los sueños. El simbolismo es sólo una
parte de dicho lenguaje. Si deseamos comprender correctamente el juego del niño en relación con
su conducta total durante la hora del análisis, debemos no sólo desentrañar el significado de cada
símbolo separadamente, sino tener en cuenta todos los mecanismos y formas de representación
usados con la situación total.
El análisis de niños muestra repetidamente los diferentes significados que pueden tener un simple
juguete o un fragmento de juego, y sólo comprenderemos su significado si conocemos su conexión
adicional y la situación analítica global en la que se produjo. Sólo se obtendrá un resultado analítico
completo si tomamos estos elementos de juego en su verdadera conexión con los sentimientos de
culpa del niño, interpretándolos hasta en su menor detalle. El contenido de sus juegos, el cómo
juega, los medios que utiliza y los motivos que se ocultan tras cambiar de juego, siguen un plan cuyo
significado captaremos si los interpretamos como se interpretan los sueños.
Muy a menudo los niños expresan en sus juegos lo mismo que acaban de contarnos en un sueño, y
nos darán asociaciones del sueño en el juego consecutivo. El juego es el mejor medio de expresión
del niño. Empleando la técnica de juego vemos pronto que el niño proporciona tantas asociaciones
a los elementos separados de su juego como los adultos a los elementos separados de sus sueños.
Jugando, el niño habla y dice toda clase de cosas que tienen el valor de asociaciones genuinas. Las
interpretaciones son fácilmente aceptadas por el niño y a veces con marcado placer. La relación
entre los estratos inconsciente y consciente de su mente es aún comparativamente accesible y de
tal modo el camino de regreso al inconsciente es más fácil de encontrar. Los efectos de las
interpretaciones son a menudo más rápidos y se manifiestan en la forma en que el niño reanuda
un juego interrumpido a consecuencia de una inhibición y lo cambia o amplía evidenciando estratos
más profundos de su mente. Y como la ansiedad ha quedado de este modo resuelta y el placer del
juego restaurado, la relación analítica también se afianza nuevamente.
Las formas arcaicas y simbólicas de representación empleadas por el niño están asociadas a otro
mecanismo primitivo. En sus juegos actúa en lugar de hablar, y la acción constituye la parte más
importante de su conducta. La acción, que es mas primitiva que el pensamiento o la palabra,
constituye la parte mas importante de su conducta.
Si nos acercamos al niño con la técnica del análisis del adulto, es casi seguro que no penetraremos
en los niveles más profundos y sin embargo el éxito y el valor, en el análisis de niños como en el de
adultos, dependen de que lo consigamos. Pero si consideramos las diferencias que existen entre la
psicología del niño y la del adulto -el hecho de que su icc está en más estrecho contacto con lo cc y
que sus impulsos primitivos trabajan paralelamente a procesos mentales sumamente complicados-
y si podemos captar correctamente los modos de pensamiento y expresión característicos del niño,

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entonces desaparecerán los inconvenientes y desventajas y encontraremos que podemos esperar
que el análisis del niño llegue a ser tan profundo y extensivo como el del adulto.
Y en realidad aún más, porque el niño puede recobrar y mostrarnos de un modo directo ciertas
experiencias y fijaciones que el adulto puede a menudo sólo producir como reconstrucciones (es
decir, el niño tiene la capacidad de representar su inconsciente en forma directa y experimentar la
situación original en su análisis).
Detrás de toda forma de actividad de juego yace un proceso de descarga de fantasías de
masturbación, operando en la forma de un continuo impulso a jugar; y este proceso, que actúa
como una compulsión de repetición, constituye el mecanismo fundamental del juego infantil y de
todas las sublimaciones subsiguientes, y que las inhibiciones en el juego y trabajo surgen de una
represión fuerte e indebida de aquellas fantasías y de toda la vida imaginativa del niño. Las
experiencias sexuales del niño están enlazadas con sus fantasías masturbatorias y por medio del
juego logran la representación y abreacción. El primer plano y fundamental de los análisis
tempranos lo ocupa la representación de la escena primaria. Por regla general, sólo después de
haber realizado una buena parte del análisis y después que la escena primaria y las tendencias
genitales del niño han sido puestas al descubierto, llegamos a las representaciones de sus
experiencias y fantasías pregenitales.
Ejemplos: Ruth, 4 años y 3 meses, había sido, cuando lactante, insuficientemente alimentada
porque su madre no tenía bastante leche. En sus juegos en análisis llamaba a la canilla de agua
“canilla de la leche”. Cuando el agua se iba por los agujeros de la pileta decía que la leche iba a las
“bocas”, pero que les llegaba muy poca cantidad. Mostraba así, sus deseos orales insatisfechos.
Caso Erna, paciente obsesiva de 6 años. Las impresiones recibidas durante su aprendizaje de
limpieza desempeñaron un importante papel en su neurosis y durante el análisis se vio con detalle.
Por ej: yo tenía que ser el bebe que se ensuciaba y ella la madre. Admiraba y mimaba al bebe por lo
que había hecho. Luego se enojaba y representaba el papel de una severa institutriz que maltrababa
al niño. Me demostraba así lo que ella había sentido en su primer infancia cuando comenzó el
aprendizaje de “bebe” y creyó que había perdido el excesivo amor del que había gozado en sus
primeros meses.
El niño pequeño utiliza especialmente la acción, pero aun el de mayor edad recurre constantemente
a este mecanismo primitivo.
La capacidad que el niño tiene para comprender la situación demuestra su sorprendente dosis de
contacto con la realidad. A medida que prosigue el trabajo analítico, vemos que la relación del niño
con la realidad, débil al principio, gana gradualmente en plenitud y en fuerza. Por ej, comenzará a
distinguir entre su madre verdadera y la imaginaria, o entre su hermano real y el de juguete. Sólo
después de haber vencido resistencias, será capaz de ver que sus actos agresivos eran dirigidos al
objeto real humano. Pero cuando llegué a comprenderlo, habrá dado un paso importante hacia su
adaptación a la realidad.
Los niños neuróticos no pueden tolerar bien la realidad debido a su incapacidad de aceptar
frustraciones. Buscan protegerse de la realidad, negándola. Pero lo más importante y decisivo para
su futura adaptabilidad a la realidad es la mayor o menor facilidad con que toleras estas
frustraciones surgidas en la situación edípica. Un rechazo excesivo de la realidad constituye un

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indicio de neurosis que difiere sólo en su forma de expresión de la fuga neurótica del adulto frente
a la realidad. Por esta razón, uno de los resultados de los análisis tempranos es capacitar al niño
para adaptarse a la realidad. Si esto se logra, será capaz de tolerar las frustraciones impuestas por
la realidad.
En el análisis de los niños, el enfoque debe ser algo distinto del que corresponde al análisis de
adultos. Tomando el camino más corto posible, a través del yo, nos dirigimos en primera instancia
al inconsciente del niño y de aquí, gradualmente, nos ponemos también en contacto con su yo. El
análisis ayuda mucho a fortificar el yo, hasta ahora débil, del niño y ayuda a su desarrollo, aliviando
el peso excesivo de su superyó, que presiona sobre él más severamente que el yo del adulto.
Si bien la interpretación en el niño produce un rápido efecto, durante algún tiempo no parece
elaborar conscientemente tales interpretaciones. He encontrado que este trabajo se realiza mas
tarde, en conexión con el desarrollo de su yo y el aumento de su adaptación a la realidad. El proceso
de esclarecimiento sexual sigue el mismo curso. El total esclarecimiento sexual, así como la total
adaptación a la realidad, es uno de los resultados de un análisis terminado. Sin esto no puede decirse
que el análisis finalizó con éxito.
Tanto para el niño como para el adulto, los principios fundamentales del análisis son los mismos:
interpretación acertada, constante resolución de las resistencias, permanente referencia de la
transferencia a las situaciones primeras. Una condición necesaria para llegar a estos resultados es
el abstenerse de toda influencia educacional tanto como en los análisis de adultos. Se debe trabajar
con su transferencia (en ambos casos). Entonces se verá que los síntomas y dificultades del niño son
llevados a la situación analítica del mismo modo. Habiendo moderado las exigencias de su superyó
por medio del análisis, su yo, ahora menos oprimido y por consiguiente más fuerte, es capaz de
llevarlas a la práctica con mayor facilidad. Cuando el análisis continúa, los niños se hacen capaces
de sustituir procesos de represión por un rechazo crítico. La disminución de sentimientos de culpa
que acompaña estos cambios permite también que se sublimen los deseos sádicos que
anteriormente fueron reprimidos por completo. Esto surge al desaparecer las inhibiciones de juego
y de trabajo y en la aparición de un número de actividades e intereses nuevos.
Se hizo necesario usar la misma técnica con niños mayores, aunque al estar el yo más
completamente desarrollado, la misma tiene que sufrir modificaciones; la misma se aproximará más
al análisis temprano o al análisis de adultos según la edad del niño y carácter especial del caso.
Consideraciones generales para la elección del método analítico: los niños y jóvenes sufren una
ansiedad más aguda que el adulto, y debemos ganar acceso a la misma y a su sentimiento de culpa
inconsciente y establecer la situación analítica rápidamente. En los niños pequeños, esta ansiedad
encuentra escape en las crisis de ansiedad; en el período de latencia se manifiesta bajo la forma de
desconfianza y reserva; mientras que en la pubertad conduce a una aguda liberación de ansiedad
que se expresa de acuerdo con el yo más desarrollado del niño, bajo forma de una frecuente
resistencia obstinada y violenta. El modo de resolver esta ansiedad en niños, es el tratar inmediata
y sistemáticamente la transferencia negativa. Con el objeto de acceder a las fantasías y al
inconsciente del niño, debemos dirigir la atención a aquellos métodos de representación simbólica
indirecta que se emplean en cada edad. Una vez que la imaginación del niño se hizo más libre por

100
la disminución de la ansiedad, hemos ganado acceso a su inconsciente y puesto en movimiento los
medios de que dispone para la representación de fantasías.
Conclusión: La naturaleza más primitiva de la mente del niño hizo necesario encontrar una técnica
analítica más adaptada a él: la técnica del juego. Mediante el análisis del juego tenemos acceso a
las fijaciones y experiencias más profundamente reprimidas del niño y podremos ejercer una
influencia radical sobre su desarrollo. La diferencia de métodos de análisis de niños y adultos es de
técnica y no de principios. El análisis de juego permite el análisis de la situación de transferencia y
de resistencia, la supresión de la amnesia infantil y de los efectos de la represión, así como el
descubrimiento de la escena primaria. Por tanto, nos ajustamos a las mismas normas del método
analítico para adultos y llegamos a los mismos resultados; la diferencia reside en que adaptamos
sus procedimientos a la mente del niño.

Mannoni, M. (1967). Prefacio. Capítulo 1 “El síntoma o la palabra”. En El niño, su enfermedad y


los otros. (pp. 7 - 24 y pp. 29 - 65). Buenos Aires. Editorial Nueva Visión.
Prefacio.
El psicoanálisis de niños es psicoanálisis: tal es la convicción de Freud al ocuparse en 1909 de la cura
de un niño de cinco años afectado por una neurosis fóbica. La adaptación de la técnica a la situación
particular que representa para el adulto el aproximarse a un niño, no altera el campo sobre el cual
opera el analista: ese campo es el del lenguaje. El discurso que rige abarca a los padres, al niño y al
analista: se trata de un discurso colectivo constituido alrededor del síntoma que el niño presenta.
Las quejas de los padres con respecto a su descendencia nos remiten ante todo a la problemática
propia del adulto.
En el psicoanálisis tal como se constituyó al comienzo, la infancia sólo figuraba como recuerdos
reprimidos. No se trataba de un pasado real como de la manera en que el sujeto lo sitúa dentro de
cierta perspectiva: al reconstruir su infancia, el sujeto reordena un pasado de acuerdo con su deseo.
Esta verdad fue perdida de vista, desde 1918, por la primera analista que se ocupó de niños
(Hellmuth), y de este modo desde sus comienzos el análisis se desarrolló en dos direcciones
opuestas: en una de ellas los descubrimientos de Freud se mantienen por complejo (Edipo y
transferencia), y en la otra se produce un alejamiento de tales descubrimientos con el fin de
modificar una realidad.
Como clínico, Freud ante todo está a la escucha de lo que habla en el síntoma: solo este camino
conduce hacia la posibilidad de una actitud analítica frente a una neurosis. Las investigaciones de
Freud seguirán ante todo dos direcciones diferentes: por una parte, profundiza el sentido del
síntoma, al que concibe como una palabra; pero por otra parte, una creencia en el origen fisiológico
de las perturbaciones psíquicas le hace dirigir la atención hacia al traumatismo en la génesis de las
neurosis. Sin embargo, el análisis de las histéricas le permite descubrir pronto que la infancia de la
que hablan no es nunca la infancia real, que los traumatismos a que aluden pueden resultar ficticios.
Entonces descubre que una palabra, incluso cuando es engañosa, constituye como tal la verdad del
sujeto. Los recuerdos de infancia y los “traumatismos” adquieren un sentido cuando se los sitúa con
relación al deseo del sujeto.

101
Freud tenía en tratamiento al padre de un muchachito de 5 años, Juanito, que sufría de angustia
fóbica. Freud aceptó verlo en diferentes oportunidades, asignándole con todo al padre un papel de
observador y de intermediario. Muy rápidamente el niño sitúa a Freud en un puesto de Padre
simbólico, y en la palabra proveniente de ese lugar es donde trata de acceder a la verdad de su
deseo. Juanito, bastante consciente del drama edípico que está viviendo, se siente molesto por la
idea de que el adulto no quiere que él sepa lo que de hecho sabe (los misterios de la procreación,
etc.) Al situar los celos edípicos de Juanito dentro de una historia, Freud introduce un mito que será
retomado por Juanito de diferentes maneras hasta su curación. Demuestra la eficacia que se obtiene
al llevar a la conciencia, en la cura, las tendencias inconscientes. 🡪 Nota: La madre de Juanito lo
abandonó posteriormente.
A partir de entonces el psicoanálisis de niños se revela como una empresa realizable. Al mostrar que
con un niño es posible interpretar, el análisis de Juanito se constituye como el primer modelo del
género. Los psicoanalistas emplearon bastante tiempo para comprender donde residía la
importancia de la aportación freudiana al psicoanálisis de niños. Al releer el caso, nos ha
impresionado el efecto que producían las preguntas de Juanito en el inconsciente de los adultos. El
niño es el soporte de aquello que los padres no son capaces de afrontar: el problema sexual. La
aparición de la enfermedad de Juanito puede considerarse como el surgimiento de lo que falta en
los padres. Por eso, no era posible curar a Juanito sin conmover un edificio.
Melanie Klein. Ya en su primer análisis de niños, la atención de Melanie Klein se dirige a la manera
en que el sujeto sitúa su propia persona y su familia dentro de un mundo de fantasmas. Lo que le
llama la atención son los efectos precoces producidos por la severidad del superyó en el niño. Klein
no se ocupa del comportamiento desde el punto de vista real, rompe con los criterios de adaptación
y educabilidad que le servían de guía a Anna Freud: introduce su problema estudiando el vínculo
fantasmatico madre-niño dentro de una situación dual y pone de manifiesto la acuidad de la tensión
destructiva que acompaña a la pulsión del amor.
Tales son las ideas que Melanie Klein retomará en su estudio sobre el sentimiento de culpabilidad
en el niño. Ambivalencia. Para la autora, el niño divide el mundo en objetos buenos y malos. Les
hace desempeñar alternativamente un papel protector o de agresión contra un peligro que sitúa
unas veces en sí mismo y otras fuera de sí mismo. En 1908 Freud habló por primera vez del juego
en el niño, y lo compara con la creación poética. El niño mediante el juego reordena las cosas de ese
mundo en relación a su idea. En 1920, la atención de Freud es atraída por el problema planteado en
las neurosis por el principio de repetición. Le parece que las actividades lúdicas se encuentran
sometidas al mismo principio. El niño intentaría dominar así por medio del sujeto las experiencias
desagradables, es decir, trataría de reproducir una situación que originalmente significó para él una
prueba. En la repetición, el sujeto otorga su conformidad, rehace lo que se le había hecho. Freud
nos proporciona una observación que va a resultar capital: describe la situación de un niño de 18
meses ocupado en jugar al fort-da. Lo que aparece en este uego es el surgimiento de la dimensión
simbólica en la relación madre-niño.
Desde 1908 hasta 1920 Freud trata al juego como una creación poética, y luego descubre el papel
desempeñado por el principio de repetición como función de dominio de las situaciones
desagradables. El juego del niño se presenta como un texto para descifrar, se lo vislumbra como una

102
actividad cargada emocionalmente por el niño y susceptible también de emocionar al adulto cuando
alcanza cierta calidad de creación estética.
La escuela americana retomó las intuiciones de Freud con el nombre de play therapy pero el sentido
de la aportación freudiana fue traicionado. Para Anna Freud, que no trabaja con el inconsciente del
niño sino con su yo, no puede haber expresión fantasmática en el análisis. Se hicieron lugares de
play therapy para que los niños fueran a “abreaccionar emociones”. Sin embargo, algunos
norteamericanos volvieron a discutir sus posiciones para confesar que la play therapy no directiva
encuentra serias lagunas en el plano metodológico.
Con Erikson se vuelve a Freud: en el juego el niño atestigua su posición psicológica en una situación
de peligro, pero esto presupone un lenguaje del juego que el analista debe traducir. Sin embargo,
encontramos en el análisis tan pertinente de Erikson dos concepciones que no siempre concuerdan.
Por un lado, para él, el juego es lenguaje, pero por el otro también pone el acento en la
“configuración del comportamiento”, y entonces clasifica las observaciones en “descripciones
morfo-analíticas”. De este modo el juego es considerado como un texto cuyo desciframiento
debería hacerse según leyes, unas veces, y otra como un hecho etnográfico, y en este último caso
se trata de la situación de un niño en un momento de su historia, en determinadas condiciones
culturales precisas.
Ya sabemos de qué manera Melanie Klein introdujo a partir de 1919 el juego de niños, sin dejar de
respetar por ello el carácter riguroso del análisis de adultos. Utiliza una multitud de pequeños
juguetes y asigna a su elección cierta importancia. Algunos dicen que la interpretación que Melanie
Klein da es una interpretación de símbolos.
Pero volvamos a la observación descrita por Freud en 1920. El niño marca con una palabra aquello
que podría ser interpretado como el rechazo a la vuelta de la madre. El texto que nos entrega el
juego es un lenguaje; en esa sintaxis operan mecanismos de sobre-determinación cuyos efectos es
preciso llegar a comprender. Para descifrar el texto tenemos que integrar en él nuestra resistencia
y aquello que, en el niño, forma una pantalla ante su palabra, pero también tenemos que
comprender quien hablar, porque el sujeto del discurso no es necesariamente el niño.
Capítulo 1 – El síntoma o la palabra.
El niño tiene que pasar por conflictos que son necesarios para él, conflictos identificatorios. El
psicoanálisis de niños no difiere en su espíritu (escucha) del psicoanálisis de adultos; pero al adulto,
incluso tratándose de un psicoanalista; cuando aborda los problemas de la infancia, a menudo se le
interpone la idea que se hace de ella. Todo estudio sobre la infancia implica al adulto, a sus
reacciones y a sus prejuicios.
Observaciones efectuadas por Françoise Dolto en niños normales de 20 meses presas de una aguda
tensión emocional por el nacimiento de un hermanito, nos muestran hasta qué punto el adulto
forma parte del conflicto. Lo que demanda el niño desesperado es la palabra precisa, esa palabra
maestra que invoca en estado de crisis, para que a través de ella pueda conquistarse el dominio
sobre algo: el niño reclama el derecho de comprender lo absurdo que le sucede en determinada
reacción agresiva suya. 🡪 Caso Juan: tartamudeo e incontinencia luego el nacimiento de su
hermanito. A medida que la hostilidad y los celos se expresan vemos como desaparecen los síntomas.

103
Expresión de odio, linchamiento del muñeco que lleva el mismo nombre que su hermano. Los
síntomas ceden y se expresa la ternura y el amor hacia el bebe.
El interés de estas observaciones reside en el hecho de que en ellas se nos muestra in vivo a un niño
en situación de crisis y a un adulto en situación de responder a ella de acuerdo con sus propios
fantasmas, prejuicios o principios educativos.
Este es el problema que quisiera tratar de elucidar a propósito del célebre estudio de Freud sobre
Juanito. Lo que me interesa no es el análisis del caso sino los fragmentos de observación del padre,
que ponen de manifiesto las pantallas que el adulto levanta para que el niño permanezca en cierto
no-saber. La observación se inicia con una interrogación de Juanito dirigida a su madre: “Mamá ¿tú
también tienes un hace-pipí?”. Luego, observamos el intercambio con el padre sobre la cuestión de
la procreación (“¿De quién es Ana?”). Desde el comienzo, Juanito sospecha las implicaciones
genitales de los dos sexos, pero el padre se niega a revelárselas. Juanito no recibió las palabras que
tenía derecho a esperar. No le quieren decir que nació de un padre y de una madre, y esta verdad
le es necesaria para que pueda adquirir sentido una identificación viril.
La sed de conocimiento de Juanito está directamente vinculada con sus investigaciones sobre el
sexo. La riqueza de ese niño le hace suplir por sí mismo, mediante una sucesión de temas míticos,
la insuficiencia de las respuestas de los adultos. Logra a costa de una fobia imponer al adulto su
saber. La madre dice que su pene “es una porqueria”, del sexo de Juanito solo se ocupa para
desvalorizarlo en el plano nac¡rcicista. El niño está atascado en su evolución viril: choca con el deseo
de la madre que consiste en no desear un hombre y con el deseo del padre que consiste en verlo
adecuarse al deseo materno. Ambos padres son voyeurs del sexo de su hijo y de su deseo. Esta
pareja que tiene dificultades con su propia sexualidad quiere reencontrar en Juanito el mito de una
infancia “pura” o “perversa”. En realidad, Juanito no es ni el niño ingenuo que querría quedarse solo
“con su linda mama” ni el niño perverso constantemente en busca de sensaciones sexuales diversas.
El niño está en busca de un padre en el que se pueda apoyar. Teme, por otra parte, que su madre
lo abandone y está dispuesto a desarrollar una fobia para expresar en ella su angustia. La historia
de Juanito es la de un niño enfrentado con el mito del adulto. Es la palabra del adulto la que que lo
habrá de marcar y determinará las modificaciones ulteriores de su personalidad. El factor
traumatizante, tal como se lo puede vislumbrar en una neurosis, no es nunca un acontecimiento de
por sí real, sino lo que de este han dicho o callado quienes están a su alrededor. Son las palabras, o
su ausencia, asociadas con la escena penosa las que le dan al sujeto los elementos que
impresionarán su imaginación.
Una cura psicoanalítica se presenta como el desarrollo de una historia mítica. El fantasma, e incluso
el síntoma, aparecen como una máscara cuyo papel consiste en ocultar el texto original o el
acontecimiento perturbador. Mientras el sujeto permanece alienado en su fantasma, el desorden
se deja sentir en el nivel de lo imaginario. En Juanito es la fobia a los caballos. El síntoma incluye
siempre al sujeto y al Otro. “¿Qué quiere de mí?” es la pregunta que se plantea más allá de todo
malestar somático.
Erikson (puntuación, Caso Sam, P.41. Abuela muerta). Se esfuerza en lograr que la enfermedad
“hable”. La considera como una situación en la que el sujeto y su entorno se encuentren implicados.
Trata de introducirse en el mundo fantasmático del paciente. Para Erikson todo origen psíquico de

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una perturbación en un niño encuentra su corolario en un conflicto neurótico con la madre. Erikson
nos presenta un método de investigación y de conducción de una cura. El hecho real para Erikson
carece de importancia en el nivel de la pura búsqueda de una causa. Se trata de hacer que esta
adquiera sentido. El proceso clínico se efectúa en dos etapas: 1) el periodo llamado investigación;
2) la cura propiamente dicha.
Las dificultades de Sam (judío) se juegan en dos niveles: por una parte, él es síntoma de la madre. A
través de él la madre se siente juzgada. Por otra parte, Sam está atrapado en su síntoma: ¿Quién
tengo que ser para complacer a mi madre? La muerte de la abuela adquirió importancia en la
medida en que la madre misma se sentía (a través de su hijo) designada como asesina. Para el niño
la única solución era hacerse víctima para no ser verdugo.
Si bien Erikson, gracias a su intuición clínica, pudo escapar a una actitud estrechamente médica en
la que la interrogación se dirige a los hechos más que al ser, sucede en cambio con otros teóricos,
que sus concepciones llegan a obstaculizar la aprensión correcta de un caso. Los vemos interrogar
una realidad humana y una conducta, divididos como esta entre cierto determinismo biológico y las
teorías culturalistas. Se dan explicaciones allí donde los “hechos” no deberían ser descritos sino
interrogados a fin de que aparezca la pregunta del sujeto.
Así, el sujeto no tiene que constituirse por medio de su palabra ni hacerse reconocer a través de
ella, sino que se le pide que viva una experiencia relacional para adaptarse a un estilo de vida
reconocido como normal. El paciente es un sujeto-objeto llamado a “curarse” si toma conciencia de
lo que es patógeno en su conducta. Se lo invita a readaptarse. Para nosotros, el análisis no es una
relación de dos en la que el analista se designa como objeto de transferencia. Lo que importa no es
una situación relacional sino lo que ocurre en el discurso, es decir el lugar desde donde el sujeto
habla, a quien se dirige, y para quien lo hace. Cualquier interpretación sólo puede hacerse teniendo
en cuenta el registro en el cual se encuentran el analista y el analizado.
Abordar el psicoanálisis de niños no es cosa fácil; por consiguiente, en esta disciplina es donde
asistimos al mayor número de controversias acerca de cuestiones vinculadas con la técnica. La
diversidad de las técnicas utilizadas es proporcional a las dificultades que los terapeutas
experimentan. Como analistas, tenemos que enfrentarnos con una historia familiar. La evolución de
la cura es en parte función de la manera en que cierta situación es aprehendida por nosotros. El
niño que nos traen no está solo, sino que ocupa un sitio determinado en el fantasma de cada uno
de los padres. En cuanto sujeto, él mismo se encuentra a menudo alienado en el deseo del Otro.

Mannoni, M. (1965). Prefacio. Conclusiones. En La primera entrevista con el psicoanalista


Prefacio (por Dolto):
Mi propósito ha sido el de señalar y desarrollar los problemas esenciales que este libro expone e
ilustra:
a) Especificidad del Psicoanálisis.
El psicoanalista no agrega algo nuevo. Permite encontrar una salida a las fuerzas emocionales
veladas que están en conflicto, pero el que las debe dirigir es el paciente mismo. El psicoanálisis
terapéutico es un método de búsqueda de verdad individual más allá de los acontecimientos; la

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realidad de estos últimos, para un sujeto dado, sólo adquiere sentido por la forma en que ha
participado y se ha sentido modificado por ellos. Mediante el método de decir todo a quien todo lo
escucha, el paciente en análisis se remonta a los fundamentos organizadores de su afectividad de
niño o de niña.
b) Especificidad del Psicoanalista, su escucha.
Comprenderán el sentido que tiene decir, cuando se habla del psicoanalista, que lo que constituye
su especificidad en su receptividad, su “escucha”. En presencia de un psicoanalista, las personas
(mencionadas durante el libro) hablarán de la misma forma en que le hablaría a cualquiera. Sin
embargo, la forma de escuchar del psicoanalista, una “Escucha” en el sentido pleno del término,
logra por sí sola que su discurso se modifique y asuma un nuevo sentido a sus propios oídos. El
psicoanalista no da la razón ni la niega, sin juzgar, escucha. Las palabras que los pacientes utilizan
son sus palabras habituales; sin embargo, la manera de escuchar encierra un llamado a la verdad
que los compele a profundizar su propia actitud fundamental frente al paso que están dando y que
muestra ser completamente diferente a todo otro contacto con psicólogos, educadores o médicos.
Cualquiera sea el estado actual aparente, deficiente o perturbado, el psicoanalista intenta oír, detrás
del sujeto que habla, a aquel que está presente en un deseo que la angustia autentifica y oculta a la
vez, amurallado en ese cuerpo y en esa inteligencia más o menos desarrollados y que intenta la
comunicación con otro sujeto. El psicoanalista permite que las angustias y los pedidos de ayuda de
los padres o de los jóvenes sean reemplazados por el problema personal y específico del deseo más
profundo del sujeto que habla. Este efecto revelador, él lo logra gracias a su escucha atenta y a su
no respuesta directa al pedido que se le hace de actuar para lograr la desaparición del síntoma y
calmar la angustia. Al suscitar la verdad del sujeto, el psicoanalista suscita al mismo tiempo al sujeto
y a su verdad. En un segundo momento, el momento de la cura psicoanalítica del que este libro no
se ocupa, el sujeto descubrirá por sí mismo su verdad y la libertad relativa de su posición libidinal
en la relación con su medio; el lugar de la revelación de este segundo momento es la transferencia.
c) Las relaciones dinámicas inconscientes padres-hijos, su valor estructurante sano o
patógeno.
Donde el lenguaje se detiene, lo que sigue hablando es la conducta. Es el niño, quien mediante sus
síntomas encarna y hacen presentes las consecuencias de un conflicto viviente, familiar o conyugal,
camuflado y aceptado por los padres. El niño es quien soporta inconscientemente el peso de las
tensiones e interferencias de la dinámica emocional sexual inconsciente de sus padres. En resumen,
el niño o adolescente se convierten en portavoz de sus padres. Los síntomas de impotencia que el
niño manifiesta constituyen un reflejo de sus propias angustias y procesos de reacción frente a la
angustia de sus padres.
En la primera infancia, y a menos que haya consecuencias de tipo obsesivo frente a enfermedades
o traumatismos del encéfalo, casi siempre los trastornos son de reacción frente a dificultades de los
padres, o hermanos. Cuando son trastornos de segunda infancia o adolescencia, y en la primera
infancia no se hayan manifestado perturbaciones, los trastornos pueden originarse en los conflictos
dinámicos intrínsecos del niño frente a las exigencias del medio social y las dificultades del Edipo
normal.

106
¿Cuáles son entonces las condiciones necesarias y suficientes que deben estar presentes en el
medio de un niño para que los conflictos inherentes al desarrollo de todo ser humano puedan
resolverse en forma sana, creadora? Podemos decir que la única condición, tan difícil y sin embargo
tan necesaria, es que el niño no haya sido tomado por uno de sus padres como sustituto de una
significación aberrante, incompatible con la dignidad humana o con su origen genético. Para que
esta condición interrelacional del niño sea posible, estos adultos deben haber asumido su opción
sexual genital en el sentido amplio del término, emocional, afectivo y cultural, independientemente
del destino de este niño. El medio parental sano de un niño se basa en que nunca haya una
dependencia preponderante del adulto respecto del niño y que dicha dependencia no tenga una
mayor importancia emocional que la que este adulto otorga a la afectividad y a la presencia
complementaria de otro adulto.
d) La profilaxis mental de las relaciones familiares patógenas
Lo que tiene importancia no son los hechos reales vividos por un niño tal como otros podrían
percibirlos, sino el conjunto de las percepciones del niño y el valor simbólico originado en el sentido
que asumen estas percepciones para el narcisismo del sujeto.
Toda vez que antes de la edad de la resolución edípica (6-7) uno de los elementos estructurantes de
las premisas de la persona es alterado en su dinámica psicosocial (presencia o ausencia de uno de
los padres, crisis), la experiencia psicoanalítica nos muestra que el niño está informado de ello en
forma total e inconsciente y que se ve inducido a asumir el rol dinámico complementario regulador
como en una especie de homeostasis de la dinámica triangular padre-madre-niño. Esto es lo
patógeno para él.
e) Sustitución de los roles en la situación triangular padre-madre-hijo.
Toda asimilación de la madre al rol del padre es patógena. Al reves tambien. Todas las sustituciones,
prótesis engañosas entre los miembros de la familia y sus funciones (madre-padre, padre-madre,
hijo-progenitor) que, en algunos casos, facilitan la vida material; no presentan ningún peligro si se
subraya constantemente que esta persona sustito no asume esa relación por derecho propio, sino
que toma el lugar de uno de los padres ausentes, y se deja libre al niño para optar naturalmente y
asumir con confianza sus propias iniciativas. La situación particular de cada ser humano en su
relación triangular y particular, por dolorosa que sea o haya sido, conforme o no a una norma social,
y si no se la camufla o falsifica, es la única que puede formar a una persona sana en su realidad
psíquica, dinámica, orientada a un futuro abierto. El ser humano sólo puede superar su infancia y
hallar una unidad dinámica y sexual de persona social responsable si se desprende de ella a través
de una verdadera expresión de sí mismo ante quien pueda oírlo.
f) El complejo de Edipo y su resolución.. Patogenia o profilaxis mental de sus trastornos.
El complejo de Edipo como etapa decisiva que todo ser humano atraviesa después de su toma de
conciencia clara de pertenecer al género humano. El complejo de Edipo, cuya organización se
instaura desde los tres años con la certidumbre de su sexo, y se resuelve con la resolución y el
desprendimiento del placer incestuoso, es la encrucijada de las energías de la infancia a partir de la
cual se organizan las avenidas de la comunicación creadora y de su fecundidad asumible en la
sociedad. Si no adquiere el dominio consciente de la ley que rige la paternidad y las relaciones
familiares, cuya ausencia se manifiesta en la carencia de ideas claras acerca de los términos que

107
expresan, las emociones y los actos de este sujeto están condenados a la confusión y su persona al
desorden y al fracaso.
¿Qué quiere decir resolución edípica, palabra que surge siempre en los textos psicoanalíticos y a la
que se presenta como la clave del éxito, o por el contrario, de una cierta morbidez psicología en los
seres humanos? Se trata de una aceptación de la ley de prohibición del incesto, de una renuncia,
incluso a nivel imaginario, al deseo de contacto corporal genital con el progenitor del sexo
complementario y a la rivalidad sexual con el del mismo sexo. Aceptación del duelo de la vida
imaginaria infantil protegida, inocente.
Volvamos a la situación triangular madre-padre-niño y a su rol determinante en la evolución
psicológica. Todo ser humano está marcado por la relación real que tiene con su padre y su madre,
por el a priori simbólico que hereda en el momento de su nacimiento. El rol desestructurante o
inhibitorio del desarrollo no depende, contrariamente a lo que podría pensarse, de la ausencia de
los padres; en todo caso, todo dolor puede ser sano cuando no haya mentiras que impidan que los
hechos reales hagan surgir los frutos de la aceptación, a partir de la situación real.
Sin embargo, no se puede comprender el sentido “la culpa es de los padres”, o de este, o de aquel,
si no en su sentido verídico que es el de que los padres y los hijos pequeños son participantes
dinámicos, no disociados por las resonancias inconscientes de su libido. El psicoanálisis nos enseña
que todo acto, aun nefasto, es parte solidaria de un conjunto viviente y que, incluso si son
lamentables, un acto o una conducta pueden servir en forma positiva para quien sepa utilizarlos
como experiencia.
g) La sociedad (la escuela) su rol patógeno o profiláctico.
Me permitiré formular un deseo: que los psicoanalistas tengan que vérselas más que con casos
referidos a los desórdenes profundos de la vida simbólica, que se originan antes de los 4 años, y no
con las dificultades de conductas de reacción sanas ante la vida escolar, efectivamente patógena en
la actualidad. Me refiero a las reacciones o crisis caracteriales sanas de un sujeto, preocupado por
resolver dificultades reales necesarias para su vida emocional, personal y familiar y que
momentáneamente, no se interesa en su rol de alumno.
Se debe organizar un inmenso trabajo de profilaxis mental y este no es el rol de los psicoanalistas;
pero este trabajo no puede organizarse sin tener en cuenta los aportes del psicoanálisis al mundo
civilizado. Para compensar la carencia educativa del ejemplo recibido en familia, la escuela debería
dar también una instrucción formadora para la vida en sociedad, y hoy carece de ella. Quiero decir
que los niños civilizados nunca oyen de boca de sus maestros ni de sus padres, que las desconocen
o que consideran incorrecto decirselas, la formulación de las leyes naturales que gobiernan a la
especie humana.
Conclusiones
La primera entrevista con el psicoanalista es, ante todo, un encuentro con uno mismo, con un sí
mismo que intenta salir de la falsedad. La función del analista es la de restituir al sujeto, como don,
su verdad. La pareja parental plantea su pregunta a través de su hijo, pero ella debe asumir un
sentido en referencia a la propia historia de esta pareja. El analista no debe proporcionar soluciones,
sino permitir que la pregunta se plantee a través de la angustia puesta al desnudo, por el abandono

108
de las defensas ilusorias. El analista no es ni director de conciencia, ni guía, ni educador. No se
preocupa por dar una receta o por desear un éxito. Su rol es permitir que la palabra sea.
La primera entrevista no es a menudo más que una puesta a punto, una ordenación de piezas de un
juego de ajedrez. El resto queda para después, pero los personajes han sido ubicados. Lo que
finalmente puede estructurarse es el sujeto, perdido, olvidado en las fantasías parentales. Su
surgimiento como ser autónomo, no alienado en los padres, es en sí, un momento importante. Lo
que importa es su inserción en una dinámica de reconocimiento.
Una consulta psicoanalítica tiene sentido sólo si los padres están dispuestos a despojarse de las
máscaras, a reconocer la inadecuación de su demanda y a cuestionarse en cierta forma. En el
transcurso de la consulta psicoanalítica nada se hará para facilitarle al sujeto lo que demanda. Ahora
bien, esta misma demanda es la que lo conduce hacia el médico o hacia el reeducador que, por su
parte, pueden responder a ella en forma adecuada. El rol que le corresponde al psicoanalista es el
de considerar su aspecto engañoso para ayudar al sujeto a situarse correctamente respecto de sí
mismo y de los otros.

Mannoni, M. (1965). Capítulo 4. Punto II “Características específicas del psicoanálisis de niños”.


En Un saber que no se sabe (pp. 72 - 82).

a) La expectativa psicoanalítica y un cierto desgano de vivir.


En las primeras entrevistas, el analista, utilizando un lenguaje cotidiano, indaga lo que se disimula
bajo una insuficiencia operativa e intenta percibir aquello que busca expresarse en el niño, mas allá
de las perturbaciones caracterológicas, el fracaso escolar y un retardo psicomotor. En efecto, al
analista le interesa averiguar si el niño es creativo e independiente y si tiene buenas relaciones con
sus compañeros de juego. La situación que se suele poner de manifiesto entonces provoca la
ansiedad de los padres, a menudo tan preocupados por el futuro que la vida presente está anulada.
Pero el niño se defiende y fabrica síntomas. Lejos de encaminar a este pequeño por la vía del análisis,
el analista se contenta con desenquistar, a lo largo de dos o tres entrevistas, la situación que estaba
bloqueada, induciendo en el niño un dinamismo comprometido, ya que la rebeldía contra un orden
demasiado patógeno puede ser también un signo de “salud mental”.
(Caso: “Me duele la cabeza”). Los trastornos de la primera infancia a menudo son exclusivamente
reacciones contra el clima en que vive el bebé. Los trastornos de la segunda infancia pueden ser el
resultado de los conflictos normales inherentes al Edipo. Cuando se consolidan las ansiedades de
los padres que se sienten impotentes para ayudar a su hijo, las dificultades pueden convertirse en
inadaptación. A veces la interacción de las ansiedades recíprocas crea una atmósfera de violencia
verbal, con la consiguiente pérdida de confianza en sí mismo por parte del niño.
La dinámica triangular madre-padre-hijo opera desde mucho antes del nacimiento del niño y evoca
en los padres el modo en que cada uno de ellos vivió su Edipo.
b) Algunos enfoques en psicoanálisis de niños.
1. El diagnóstico. Para Anna Freud, las indicaciones de tratamiento obedecían a un único criterio:
“fijación a una etapa que normalmente debió estar superada”. Dolto se rige por tres pautas

109
principales: el estudio del niño a través de las experiencias reales e imaginarias vividas en cada etapa
de su evolución; el estudio del ideal del yo familiar; el estudio de las proyecciones fantasmáticas de
los padres, remontándose hasta tres generaciones. Por lo general, los analistas estudian las
proyecciones fantasmáticas como mecanismos de defensa. Para Dolto, en cambio, el fantasma
verbalizado o proyectado gráficamente es inseparable de una vivencia sensorial cenestésica:
comprender el fantasma es comprender la imagen del cuerpo. La imagen del cuerpo evoca a las
imágenes corporales más primitivas que pueden constituir obstáculos al progreso.
2. Los contactos iniciales con el niño. Anna Freud adoptaba una actitud seductora con vistas a
establecer una transferencia positiva y Melanie Klein se abstenía de dar consignas precisas al
comienzo, pero interpretaba tan pronto como surgían manifestaciones de transferencia negativa.
Dolto le pregunta al niño si desea ser atendido. Da a los padres una especie de “balance” de la
situación tal como la percibe y sugiere o no un análisis según ese balance y la actitud del niño frente
a lo que se propone.
3. El tratamiento. Serge Lebovici propone los siguientes ejes clásicos del trabajo analítico: analizar
el Edipo ante los conflictos primitivos; analizar los mecanismos de defensa; e interpretar en función
de estos mecanismos y de los conflictos proyectados en el terapeuta. Dolto, en cambio, presta
atención al “modo de ser” madre-hijo que determina la fijación del niño a una etapa de no
diferenciación respecto de la madre.
Contrariamente a la técnica clásica (Lebovici), de acuerdo con la cual el análisis avanza desde lo más
edipico a lo más regresivo; Dolto utiliza el material primitivo tan pronto como este se manifiesta.
Este material tarda poco en surgir. La progresión se hace desde lo más primitivo hasta el nivel
edípico, y no al revés.
Las construcciones del analista.
Siempre es arriesgado reducir el aporte de Dolto a los aspectos técnicos. Pero el valor de sus trabajos
referentes al periodo anterior a la etapa del espejo reside en el esclarecimiento que ofrece sobre
ciertos métodos psicóticos tempranos. En efecto, Dolto sostiene acertadamente que al comienzo
de la vida el bebe funciona con “pedazos de madre” (su voz, sus manos, su pecho, sus objetos), que
él tiene o no. Después, a partir de la etapa del espejo, el bebe se tiene. Toma conciencia del propio
cuerpo como forma. Para acceder a esta etapa tiene que renunciar a ser en una situación simbiótica
con la madre. Dolto señala que la búsqueda del objeto perdido nunca puede ser satisfecha porque
el sujeto se empeña nostálgicamente en reencontrar el ser-perdido.
La etapa del espejo es un concepto que tiene que ver ante todo con la estructuración o el
establecimiento de relaciones. Cuando el bebe se enfrenta con su propia imagen, entra en juego en
lo imaginario una dimensión esencial. Al principio, el bebe cree que su imagen es otro niño y después
reconoce que ese otro niño no existe, descubriendo así lo imaginario bajo la forma especular. Lo
imaginario y lo especular no son lo mismo. Lo imaginario corresponde a una imagen sin realidad,
mientras que lo especular se refiere a mi imagen: me veo como me ven los otros.
Transferencia y Contratransferencia.
El psicótico suele sentir que la situación analítica es peligrosa, porque la vive como una opción.
Cuando el analista trata de introducirse por medio de una palabra en el mundo del niño alienado,

110
choca con un anhelo de exclusión total. La palabra acertada del analista puede conseguir que se
levante el bloqueo de un discurso que tiende permanentemente a replegarse en un sistema cerrado.
Por mi parte, al tratar con niños psicóticos, considero esencial prestar atención a un único discurso
(el que mantienen el niño y sus padres).
Terminación del análisis.
En un análisis de niños, pienso que no se puede hablar verdaderamente de “terminación”. En un
caso de neurosis, el análisis se interrumpe, por supuesto, cuando el niño está en condiciones de vivir
por sí solo las dificultades de la crisis edípica. Pero cuando hablamos de la terminación del análisis
de un niño psicótico, nos referimos en general al deseo del analista de dar por terminado ese
análisis.

Winnicott, D. (1991). Primera Parte. Punto 1 “Nota sobre la normalidad y la angustia”. En Escritos
de pediatría y psicoanálisis (pp. 11 - 36).
Si comprobamos el peso de un gran número de niños resulta fácil calcular cuál es el peso medio de
los niños de una edad determinada. De la misma manera podemos hallar la media de las mediciones
del desarrollo; y la función de un test de normalidad es permitir la comparación de los parámetros
de un niño con aquellas medias. Estas comparaciones nos dan una información muy interesante,
pero existe una posible complicación que puede echar a perder los cálculos.
Si bien desde un punto de vista puramente físico, toda alteración de la salud puede considerarse
anormal, no por ello se debe decir que todo decaimiento físico causado por conflictos y tensiones
emocionales es necesariamente anormal. Recurriendo a un ejemplo bastante simple, podemos citar
la gran frecuencia con que el niño de dos o tres años se muestra perturbado ante el nacimiento de
un hermanito. A medida que el embarazo de la madre progresa, o en el momento del nacimiento,
el niño, que hasta ese momento ha sido robusto y no ha tenido motivo alguno de aflicción, empieza
a dar muestras de tristeza, su semblante empalidece, pierde peso y presenta otros síntomas, tales
como la enuresis, el mal genio, enfermedad, constipación o congestión nasal. Si apareciera en ese
momento una enfermedad física -por ejemplo, un ataque de neumonía, tos ferina, gastroenteritis-
, es posible que la convalecencia se prolongue más de lo debido.
Un médico que no comprenda los procesos que se ocultan bajo tales síntomas hará su diagnóstico
y tratará la enfermedad como si la misma obedeciese a causas físicas. En cambio, un médico que
entienda algo de psicología adivinará la causa oculta de la enfermedad y tomará las medidas
pertinentes para aliviarla. Por ejemplo, dará instrucciones a los padres en el sentido de que no
deben tratar al niño de modo distinto al nacer el nuevo hijo, ni deben mandarlo a pasar una
temporada en casa de algún pariente; tal vez les aconseje que permitan al pequeño tener algún
animal. Todas estas teorías nos llevan a un callejón sin salida. La teoría que, para explicar estos
síntomas, concede al conflicto emocional su debido respeto no sólo es susceptible de demostración
en los casos individuales sino que, además, resulta biológicamente satisfactoria. Si el desarrollo
normal conduce a menudo al trastorno de la salud física, resulta claro que magnitudes anormales
de conflicto inconsciente pueden causar trastornos físicos aún más severos.
Angustia

111
La angustia es normal en la infancia. Podríamos citar la vida de casi cualquier niño como ejemplo de
angustia en alguna de sus fases. Una madre entró en mi consultorio del hospital con un niño de dos
meses en brazos y una niña de dos años a su lado. La pequeña parecía asustada y en voz alta dijo: -
No va a degollarle, ¿verdad? Tenía miedo de que yo degollase al pequeño. Éste presentaba una
úlcera en el paladar blando y en una visita anterior yo le había dicho a la madre que no le diese el
chupete, ya que el constante roce del mismo era causa evidente de que la úlcera no sanase. Sucedió
que la madre ya había tratado de quitarle a la pequeña el hábito del chupete, por el que sentía gran
afición, y una vez la había amenazado con las siguientes palabras: ¡Te voy a degollar si no dejas eso!
Así, pues, la pequeña sacó una conclusión lógica: que yo debía de sentir grandes deseos de degollar
al bebé. Hay que tener en cuenta que se trataba de una niña normal y que los padres, aunque pobres
e incultos, eran personas corrientes y amables. Mi actitud visiblemente amistosa consiguió
tranquilizarla durante un rato, pero a la larga sus temores volvieron a manifestarse: -No va a
degollarle, ¿verdad? -No, pero te degollará a ti si no te estás quieta -contestó la exasperada madre.
Este nuevo cariz de la situación emocional no pareció afectar a la pequeña, pero al cabo de medio
minuto dijo que quería “hacer pis” y tuvieron que llevarla al lavabo a toda prisa. Este episodio puede
utilizarse como ejemplo de la angustia cotidiana propia de la infancia. A primera vista observamos
el sentimiento de amor hacia el hermanito, el deseo de que no sufra ningún daño y una petición de
seguridad a la madre. Arraigado a un nivel más profundo se halla el deseo de hacer daño, fruto de
unos celos inconscientes, acompañado por el temor a recibir un daño de forma parecida, temor que
a nivel consciente se ve representada por la angustia. La última observación hecha por la madre
produjo una angustia más profunda que no se manifestó mediante un cambio mental inmediato y
visible, sino que lo hizo por medio de un síntoma físico: la apremiante necesidad de orinar.
Es durante el periodo comprendido entre 1 y 5 años cuando se establecen las bases de la salud
mental. En este periodo se encuentra el núcleo de la psiconeurosis.
Síntomas físicos de la angustia: A menudo la angustia se produce o va acompañada de algún síntoma
físico. Es frecuente que los padres nos traigan a sus hijos por esos síntomas, como micción. Uno de
los efectos físicos de la angustia es la tendencia a adelgazar. También por dormir mal. Cólicos.
Migrañas, congestión nasal. Desmayos.

Winnicott, D. (1991). Punto 4 “El juego en la situación analítica”. Punto 12 “Notas sobre el juego”.
En Exploraciones psicoanalíticas I (pp. 43 - 45 y pp. 79 - 83)
Punto 4. El juego en la situación analítica.
Lo que aquí me ocupa no es la incorporación de material lúdico a la sesión sino el reconocimiento
de la importancia del juego en el análisis de adultos. Siempre he tenido como costumbre introducir
en el análisis de adultos el recuerdo del juego, a menudo aportando elementos para dibujar, y
siempre hubo facetas lúdicas, intercambios humorísticos; pero solo en los últimos tiempos he
podido reconocer las muy importantes diferencias que existen entre estos episodios lúdicos, por un
lado, y los sueños y fantasías, por el otro. Algo importante y evidente es que si bien en el juego uno
debe renunciar a muchas cosas que no pueden compartirse con otras personas, hay muchas otras
que pueden ganar gracias a la superposición de la fantasía ajena con la propia.

112
Caso. En cierta ocasión una de mis pacientes que siempre tomaba un café antes de entrar a sesión,
no pudo hacerlo y cayó presa del nerviosismo que le provocaba la idea de querer ese café y de que
por ese motivo desperdiciar toda la sesión. En esta oportunidad yo le hice un café y luego vimos la
enorme diferencia existente entre la relación suya con el café, la taza y el platillo, la bandeja y el
azúcar y su relación con la idea de querer café respecto del sueño de que yo le sirviera café. Pasó a
ser un juego, y un ejemplo de introducción de material lúdico en el análisis de adultos.

Punto 12. Notas sobre el juego.


1) Lo característico del juego es el placer.
2) La satisfacción en el juego depende del uso de símbolos. O sea: la capacidad de jugar es
un logro en el desarrollo emocional del niño.
3) El juego como logro en el desarrollo individual implica: a) la tendencia heredada que
impulsa al niño hacia adelante; b) la provisión ambiental de condiciones que atiendan a
las necesidades del bebe y del niño pequeño, de modo tal que el desarrollo no se
interrumpa por las reacciones frente a cualquier intrusión; c) el juego se inicia como
símbolo de la confianza del bebe y del niño pequeño con su madre.
4) El juego es una elaboración imaginativa en torno a las funciones corporales, relacionada
con los objetos y la angustia. A medida que el niño se vuelve más complejo como
personalidad, el juego pasa a expresar mediante materiales externos las relaciones y
angustias internas.
5) El juego es primordialmente una actividad creadora que se realiza en función de lo que
efectivamente existe, y en condiciones en que el niño tiene confianza en alguien, o se ha
vuelto confiado en general gracias a buenos cuidados.
6) Productos del juego: además del placer, el juego le permite al niño practicar: la
manipulación de objetos, la coordinación, el control sobre una zona limitada en
contraposición a los ilimitados alcances de su imaginación.
7) Desarrollo de la capacidad para el juego: a) el jugar con otros; b) el jugar respetando reglas
(del propio niño, de los otros o normas compartidas); c) el jugar juegos reglados de
antemano; d) una mayor complejidad permisible en lo que respecta a dirigir y ser dirigido.
8) Psicopatología del juego: a) la pérdida de la capacidad asociada a la angustia y la
inseguridad; b) la estereotipia en las pautas del juego; c) huida hacia el ensueño diurno;
d) la sensualización; e) la dominación, en la que un niño solo es capaz de jugar a juegos
con sus propias reglas aunque incluya a otros; f) la imposibilidad de jugar un juego reglado
a menos que este regido por reglas estrictas y haya un conductor; g) la huida hacia el
ejercicio físico.
9) Relación con la masturbación en la adolescencia.
10) El juego ayuda en la fase cercana a la adolescencia ya que se trata de un tiempo de
sexualidad indeterminada porque en el actuar y el vestir de diversas maneras hay infinitas
posibilidades para las identificaciones cruzadas.

113
11) En la adolescencia temprana las tensiones instintivas se vuelven intensas, a punto que
puede perderse la capacidad de juego, siendo reemplazada por la masturbación
compulsiva (sobre todo en los varones). Para que ello no ocurra se busca distraer de los
conflictos que emanan de las tensiones sexuales.
12) Lo característico del juego de la adolescencia es que los juegos son los asuntos mundiales:
juegan con la política mundial, juegan a que son padres y madres, juegan a que se
convierten en artistas, músicos, etc.; juegan juegos reglados, volviéndose profesionales
en ello; juegan a la guerra. O bien, no consiguen jugar por haber perdido la capacidad
para ello y entonces recaen en la parálisis y la introversión, o en la explotación del instinto
y una intensa vida de fantasía.

Winnicott “Exploraciones psicoanalíticas II - Punto 40. El juego del garabato”


Desarrolla una técnica destinada a utilizar el material de la primera entrevista. A fin de diferenciar
este trabajo de la psicoterapia y del psicoanálisis, utiliza la expresión “consulta psicoterapéutica”.
Es una entrevista diagnóstica que se basa en la teoría de que no es posible efectuar ningún
diagnóstico en psiquiatría si no es con la prueba de la terapia.
El fundamento es la teoría de que un paciente trae a la primera entrevista una cierta capacidad para
creer que obtendrá ayuda y confiar en quien se la ofrece. La persona que desea ayudarlo tiene que
darle un encuadre en el cual el paciente este en libertad de explorar la oportunidad excepcional que
le brinda la consulta para la comunicación. La comunicación del paciente con el psiquiatra esta
referida a las tendencias emocionales específicas que, dotadas de una forma actual, tienen sus
raíces en el pasado o en lo profundo de la estructura de la personalidad del paciente y de su realidad
interna personal.
El consultor debe proporcionar una relación humana natural y flexible dentro del encuadre. En tanto
el paciente se sorprende a sí mismo al producir ideas y sentimientos que no estaban antes
integrados a su personalidad total. Este fenómeno es posibilitado por la confianza que genera una
especie de “sostén”. Los comentarios interpretativos deben reducirse al mínimo u omitirse
deliberadamente. El consultor debe estar dispuesto a aprender del paciente.
Basta una pequeña ayuda ofrecida al niño para que mejore las relaciones con su familia y escuela.
Para lo cual plantea desde los aspectos técnicos que la base es el jugar. Considera que o la
psicoterapia se ejecuta en la superposición de las dos zonas de juego (la del paciente y la del
terapeuta) o el tratamiento debe encauzarse a posibilitar al niño jugar (tener motivos para confiar
en el ambiente). Hay que partir de la base de que el terapeuta es capaz de jugar y disfrutar con el
juego.
Presenta una técnica útil que la llama el juego del garabato. Es un método para establecer contacto
con un paciente niño. Juego reglado. El consultor puede luego utilizar los resultados según lo que
ha averiguado que el niño quiere comunicar. Lo que mantiene el interés del niño es la forma que
que se utilizar el material producido mientras se juega.

114
No se trata de un test, sino de un juego espontáneo en el que el consultor aporta su propio ingenio
casi tanto como el niño. El hecho de que el consultar cumpla su papel en el intercambio de dibujos
tiene importancia para el éxito de la técnica. Así el niño no se siente inferior. Facilita tomar notas
escritas.
La consigna es “juguemos a algo, te mostrare a que me gustaría jugar a mi”. En la mesa hay papel y
dos lápices. Tomó una hoja de papel y la rompo a la mitad, y explico “este juego no tiene reglas
simplemente tomo lápiz y papel y hago esto” y hago un garabato a ciegas. “Me dirás a que se parece
esto o si puedes lo conviertes tú en alguna cosa, después tú harás lo mismo para mi y veré si puedo
hacer algo con el tuyo”.
A menudo de una hora se pueden hacer 20 o 30 dibujos, cuya significación va haciéndose más y más
profunda y el niño la siente como parte de una comunicación importante.
Con respecto a los garabatos: contiene un movimiento impulsivo, son locos (los pueden considerar
aterradores), incontinentes (travesura), en cada garabato hay una integración proveniente de la
integración de lo que parte de mi (no una renegacion obsesiva del caos), el resultado es satisfactorio
en sí mismo (como un objeto encontrado), como una pantalla o lugar sobre el cual se puede soñar.
Todo esto se conecta con la etapa temprana de máxima dependencia, en la cual el self del bebe aun
no está formado, su yo es débil, a menos que reciba el auxilio del yo de la madre. El bebe empieza
viviendo con el yo de la madre, que ella le presta merced a su adaptación a las necesidades del
bebe.
Caso de L, de 7 años y medio (1966)
L vive con su madre. En la sala de espera había una revista sobre animales que influye en el material
de la consulta. Historia familiar: nena de 12, varón de 10, L de 7, niña de 5 y varón de 3. Compartí
unos minutos con ambas. Enseguida nos pusimos a jugar al garabato.
Tomo mi garabato y le agrego otra pata, dejando un espacio en blanco entre las dos patas. Le
pregunté que era, me respondió: “Algo anduvo mal”. Tome nota mental del espacio donde debía
estar la panza y de las palabras de L.
(unos garabatos después…) Al mío lo transformó en alguien con un sombrero.
Tres meses antes había mantenido una entrevista con la madre. Al describirme a L me relató un
incidente que había tenido en su niñez temprana. Tenía que ver con sombreros. Sin embargo no
permití que este relato penetrase en mis ideas porque extraigo mis claves del propio niño.
El de ella que vio como un canguro con un sombrero. Los niños suelen elegir el canguro por la bolsa
que tiene para indicar un embarazo visible en lugar de un embarazo oculto. El mio, que convirtió en
una mano o guante. El mio que convirtió en un perro o “algo asi”. También en este dibujo hay un
espacio entre la cola y el lugar donde estarían las extremidades. Ella se dio cuenta de esto porque
volvió al primer dibujo y le agregó una línea para mostrar la barriga.
El de ella, le dije “realmente es algo completo en sí mismo, no necesita que se le haga nada. Me
pregunto si no será una tarea (productos de la defecación). Si el animal no tiene panza, esta podría
ser la cosa que cayese”. Me miró interesada pero como si le hablase en un lenguaje que no era el
suyo, y dijo que era una víbora. Le dibujé una plata alrededor y le sugerí que podíamos comerla en
el almuerzo. Al mio lo convirtió en un perro feroz, listo para arremeter contra alguien. Al mio lo

115
convirtió en algo feroz que tiene garras y grandes orejas y un ojo grande y extraño con el cual puede
ver en la oscuridad.
Le formule preguntas en relación a los sueños, pero no le resultaba fácil hablarme de ellos, comenta
que son horrendos. Le digo que sin duda algo horrendo forma parte de ella y con lo que ella no sabe
que hacer, le recordé al perro feroz. Le añadí algo respecto de la forma en que podían volcarse las
cosas de adentro si no hubiera panza: tal vez caería algo feroz, como lo que ella había dibujado.
En una hoja mas grande dijo que “le resultaba muy difícil hacerlo” y que ella tenía que ser “muy
valiente…es un sueño aterrador”. Empezó con la parte de la oscuridad y luego incorporó la cama en
la que ella yacía, después se concentró en los detalles de la COSA que se arrojaba sobre ella. Tenía
las rodillas levantadas, una pata grande y una pequeña y un solo ojo. “era lo mas horrendo posible”.
Trata de explorar que sentiría ella si esa COSA se le viniera encima y lo que pudo decir fue “Seria
horrendo para mi”. Hice exploraciones en torno a la idea de la estimulación sexual, ya sea en la
forma de seducción o de la masturbación. No forcé el tema, le insinue que estaba al tanto, me miró
sorprendida como si fuese la primera vez que pensaba conscientemente en la masturbación y los
sentimientos de culpa ligados a esta. La COSA horrenda sería un retorno de algo propio de ella, que
ella era capaz de sentir como horrendo.
Al último de ella lo troco con gran fantasía en la cabeza de un hombre. Empezó poniéndole anteojos,
era un retrato mio. El hombre estaba leyendo un periódico. “No (se retractó), está cruzado de
brazos”. Repasamos todos los detalles significativos, incluidos los divertidos, así como las
interpretaciones. Saco el dibujo hecho en la hoja grande (LA COSA), el del sueño y lo apartó diciendo
que ese era diferente.
Esta niña revela estar “sana”, libre de toda organización defensiva rígida, es capaz de jugar y de
disfrutar el juego, tiene sentido del humor sin ser maníaca. Es capaz de usar su imaginación y de
darme un sueño significativo en el aparece la ferocidad, precisamente el rasgo que falta en su
personalidad.
Tema principal: algo anda mal. Espacio en blanco en lugar de la línea de la panza. Agrega la línea
con posterioridad. Tema del canguro que plantea su confusión respecto al embarazo. Comprensión
del embarazo con fantasía pregenital (tracto alimentario) sometida relativamente a la represión. La
angustia se centra en la COSA horrenda presente en el sistema de fantasia del tracto alimentario y
que esto se vinculaba con las ideas horrendas o destructivas que L tuvo quizás respecto de esas
COSAS del vientre de la madre que a veces la ponían gorda. El hecho de que L pudiera alcanzar estas
cuestiones en su relación conmigo tuvo por efecto que se transformase en una persona mas
relajada. Esto apunta a que L estaría preparada para recibir una explicación mas imaginativa e
infantil que la que se le había dado sobre el origen de los bebés. Otro tema era la fobia a los
sombreros.
Otro tema que se trabajo, se vinculaba con el rasgo faltante en su personalidad, la ferocidad que
apareció primero en “algo feroz” y luego en la COSA del sueño. Esta ferocidad estaba relacionada
con el temor de L a las cosas que, según ella, crecían dentro de la panza de su mamá, temor basado
en una concepción pregenital de las funciones de la ingestión-retención-eliminación. También se
conectaba con sus propias mociones agresivas, la rabia ante que su madre se ausentara con los
embarazos, y su ataque temeroso a los objetos horrendos imaginados en el interior de su madre.

116
Detrás de todo esto se hallaba el ataque encubierto a los contenidos de la madre, correspondiente
a una relación de objeto basado en el instinto o a un impulso de amor primitivo en cuya prehistoria
estaba la idea del ataque a los contenidos del pecho o apetito voraz.
El trabajo realizado en esta única consulta bastó para liberar el impulso de amor primitivo respecto
de los impulsos secundarios de rabia, y clínicamente la consecuencia fue que la personalidad de la
niña se volvió más libre y hubo un intercambio mas suelto de sentimientos entre ella y su madre.
Las interpretaciones contribuyeron al descubrimiento por la propia niña de lo que ya había en ella.

Unidad Temática C
La clínica y las organizaciones psicopatológicas.
● Clínica de las neurosis en el Niño y en el Adolescente: las formaciones fóbicas, las
formaciones histéricas, las formaciones obsesivas.
● Clínica de las psicosis en el Niño y el Adolescente: La psicosis simbiótica. El autismo
infantil. Esquizofrenia. Paranoia. Organización del pensamiento en la psicosis.
Pensamiento delirante primario. Potencialidad psicótica.
● Problemáticas polimorfas en el Niño y el Adolescente: Las formaciones perversas.
Perturbaciones psicosomáticas. Toxicomanías.
● Clínica del Niño deficiente y sus padres: Las formaciones psicóticas y el retraso
mental.
● La clínica y los otros significativos para el Niño y el Adolescente: La pareja parental.
El marco institucional: La escuela, el hospital, etc. El equipo de salud.
● Los cuidados paliativos con Niños y Adolescentes: La clínica en el marco de una
enfermedad orgánica. Los padres. Las instituciones. Los otros profesionales de la
salud.
● Las situaciones de catástrofe: La intervención clínica con Niños, Adolescentes y
sus padres ante catástrofes naturales. La intervención clínica con Niños,
Adolescentes y sus padres ante situaciones de catástrofe social.

Aguilar y otros, “El dolor en el enfermo hematológico: cuidados paliativos integrales”. En


Revista de la Sociedad Española del Dolor.
Los autores sostienen que los síntomas más frecuentemente presentes en los pacientes
hematológicos son: síndrome sistémico, dolor, constipación, sequedad de boca y síntomas
psicológicos. Se pueden agrupar según seis características concurrentes: múltiples, intensos,
multifactoriales, cambiantes, y con carácter total o multidimensional, además de su probabilidad
razonable de control. La multiplicidad de los síntomas supone la coexistencia de diversos
síntomas en un mismo paciente, los que causan distintos grados de incapacitación, preocupación
o impacto emocional. El grupo de síntomas de mayor prevalencia es el que podríamos considerar
“síndrome sistémico”, constituido por la debilidad, anorexia y pérdida de peso, que son, además,

117
los que más preocupan a los enfermos. La frecuencia del dolor es muy variable, y es obviamente
superior en enfermos más complejos.

En cualquier caso, el dolor no es casi nunca el más prevalente de los síntomas de los enfermos
hematológicos. La constipación y la boca seca son síntomas muy frecuentes, y muy olvidados en
su detección y tratamiento, con la particularidad de que generan mucho disconfort, y su
tratamiento es sencillo y eficaz. Los síntomas neuropsicológicos son un grupo relevante, muy
especialmente en fases muy avanzadas, y en pacientes geriátricos, en los que su frecuencia es
mucho mayor. Apreciamos sobre todo ansiedad, depresión e insomnio. Hay síntomas de
frecuencia intermedia o escasa, pero de gran impacto en el enfermo y en la familia, tales como
lo son la disnea, los estados confusionales, o el sangrado masivo. La frecuencia de los distintos
síntomas depende del tipo de tumor, su localización y extensión. El carácter múltiple de los
síntomas obliga a una evaluación sistemática inicial y a una monitorización de su evolución, que
incluyan su intensidad, causa, impacto en actividades de vida cotidiana, impacto emocional, y
probabilidad de control. Por otra parte, expresa el carácter complejo de la situación clínica de
nuestros enfermos, y la necesidad de un abordaje muy global.

Por su parte, la intensidad de los síntomas depende de muchos factores (percepción, significado,
ánimo, moral, tipo de estímulo nociceptivo, etc.). Podemos añadir los factores asociados al grado
de control de los síntomas, la compañía, la distracción, el afecto, y los factores modificables del
ambiente, y tendremos una buena base terapéutica para atender bien a nuestros enfermos, ya
que la mejora de estos factores aumentará el umbral de su percepción, haciéndolos más
controlables. Una buena estrategia terapéutica de los síntomas deberá tener muy en cuenta
siempre la modificación de los factores de modulación. A medida que la enfermedad avanza, la
intensidad de los síntomas sistémicos o los de difícil control se incrementa. Estos datos deben
hacernos reflexionar sobre intervenciones más tempranas, y también en la preparación del ajuste
en situaciones de deterioro previsible. Respecto a la multifactorialidad de los síntomas, podemos
destacar que existen causas muy distintas de un mismo síntoma. Conocer las causas permitirá un
tratamiento farmacológico específico, con bases fisiopatológicas, y aumentará la eficacia del
mismo. En la mayoría de los casos, podremos establecer las causas con una buena anamnesis y
exploración física correcta, asociadas al conocimiento de la historia natural de la enfermedad.
Sin embargo, en algunas ocasiones, será preciso realizar exploraciones complementarias
complejas, con el objetivo de precisar la causa y el alcance de la lesión, y establecer el tratamiento
adecuado.

En relación a lo cambiante de los síntomas, la evolución de los enfermos avanzados y terminales


está jalonada de frecuentes cambios, que, en muchas ocasiones, se producen bruscamente, y
que descompensan situaciones de equilibrio muy frágiles. Es muy importante que tengamos una
actitud preventiva-activa, que detecte precozmente los signos de deterioro, y que hayamos
comentado estas posibilidades con el enfermo, la familia, y equipo, además de los demás equipos
que intervengan, con un adecuado balance entre la información necesaria para comprender, la

118
educación suficiente para tomar medidas, y la imprescindible para no generar mayor
preocupación. Por ejemplo: “a veces puede haber empeoramientos, que aparecen en crisis. Si
esto ocurriera,…”, o bien, “su dolor puede tener una evolución oscilante, y presentar cambios
que podemos controlar así…”.

Por último, el carácter multidimensional o total de los síntomas. La importancia de este


planteamiento es, fundamentalmente, terapéutica, ya que, por ejemplo, un dolor total requiere
un planteamiento terapéutico total (físico, emocional, espiritual, social, psicológico, familiar,
moral, etc.). Otra manera de expresarlo es el concepto de multidimensionalidad en la experiencia
dolorosa, en la que podemos encontrar los elementos que configuran, desde las experiencias
propias del enfermo, sus características, su impacto en las actividades, en las relaciones, el valor
que le atribuyen distintas culturas y niveles sociales. Esta concepción pone de manifiesto la
complejidad y la individualidad de la experiencia del dolor, y nos muestra elementos cruciales
para su evaluación y tratamiento. Conviene distinguir claramente el dolor del sufrimiento ya que
son dos conceptos distintos: el dolor tendría causas nociceptivas o mecanismos neuropáticos,
mientras que el sufrimiento puede provenir de la presencia de dolor, pero también de otros
factores; así, podemos atender a personas que tienen dolor intenso, pero “sufren” poco, y
personas que “sufren” mucho, aunque tengan poco dolor. La distinción es interesante, porque el
énfasis de la intervención terapéutica (y también los resultados) difiere en ambos casos.
Podemos intervenir farmacológicamente para reducir el dolor nociceptivo, pero la familia tendrá
un papel mucho más relevante para reducir el sufrimiento de la soledad.

Particularmente centrarán su atención en el síntoma del dolor en enfermos hematológicos. Se


entiende por tal a una experiencia sensorial y emocional desagradable que da lugar a una
afectación de tipo físico, emocional, espiritual, social, laboral, familiar, por lo que hablamos de
un dolor total. Dicha experiencia puede estar asociada a daño tisular real o potencial. El dolor se
puede clasificar del siguiente modo: 1. Atendiendo a la evolución en el tiempo: agudo y crónico;
2. Atendiendo a su pronóstico vital: benigno y maligno; 3. Atendiendo a su mecanismo
etiopatogénico: a. psicógeno (conversión psíquica), b. nociceptivo (visceral, somático), c.
neuropático (lesión nerviosa periférica o central). Cabe aclarar que el tratamiento del dolor y la
medicina paliativa se basan en el control de los síntomas (el dolor entre éstos) y en dar un soporte
emocional correcto a los pacientes y a sus familias. En relación al tratamiento del dolor, la OMS
recomienda una estrategia de menor a mayor intensidad de tratamiento, la llamada escalera
analgésica de la OMS, desde la cual se comienza por administrar fármacos menos invasivos
llegando, en caso de ser necesario, a la administración de fármacos más fuertes. Se intentará
mantener a ultranza la vía oral de administración de fármacos por comodidad para el paciente;
en caso de no ser posible, se elegirán otras. Según dicha escala, la administración oral de morfina
es el método más eficaz, más simple y más eficiente para el control del dolor en la enfermedad
hematológica. Con ello se consigue controlar al 85% de los pacientes. Las técnicas analgésicas
con infusión subcutánea o catéter son un método excelente pero, más caro y complejo, para el
control del dolor en estos pacientes. Sólo suelen ser necesarias en el 15% restante. De todos

119
modos, es importante sostener que sólo el 5% de los enfermos afectos de hemopatías presentan
cuadros de dolor intenso.
Aulagnier, P. (1991). “Nacimiento de un cuerpo, origen de una historia”. Luis Hornstein y otros.
Cuerpo, historia e interpretación. (pp. 117 - 170). Buenos Aires. Editorial Paidós.

Todo acto de conocimiento está precedido por un acto de investidura, y éste es desencadenado
por la experiencia afectiva que acompaña a ese estado de encuentro, siempre presente, entre la
psique y el medio (físico, psíquico, somático) que la rodea.
El hecho de que la psique pueda reconocer la existencia de otro y un mundo separados de ella,
tomar en cuenta el concepto de separable, se debe a las manifestaciones del deseo obrantes en
la psique de los otros ocupantes del mundo, consecuencia de las leyes que organizan el espacio
sociocultural o de las que rigen el funcionamiento somático. La primera formulación de la
realidad que el niño va a darse es que la realidad está regida por el deseo de los otros.
Mientras se permanece en la primera infancia, el sujeto alberga la convicción de que todo lo que
sucede o no sucede a su alrededor, todo lo que toca su cuerpo y todo lo que modifica su vivencia
psíquica, es testimonio del poder que él imputa al deseo, en forma visible para su mirada.

Una vez pasada la infancia, el sujeto no podrá cohabitar con sus partenaires en un mismo espacio
sociocultural si no se adhiere al consenso que respeta la mayoría de sus ocupantes con respecto
a lo que ellos van a definir como realidad. Entonces, la segunda consideración que el sujeto toma
es que la realidad se ajusta al conocimiento que da de ella el saber dominante en una cultura.

Para el hombre no hay realidad natural ni tampoco realidad puramente sensorial. Lo que aparece
sobre la retina del ojo que ve un árbol es idéntico, pero lo que el sujeto percibe será diferente
según que reconozca en este árbol una especie vegetal o el depositario del espíritu de un
antepasado. El analista es quien mejor ubicado está para saber que nunca podremos conocer
desde el interior lo que ve otro sujeto. A Freud le debemos esta fórmula: la realidad, en última
instancia, es incognoscible. Este resto fuera de lo cognoscible: real de Lacan.
Mientras espacio psíquico y espacio somático son indisociables, mientras ningún existente puede
ser conocido como tal, todo lo que afecta a la psique, responderá al único postulado del
autoengendramiento. La psique imputará a la actividad de las zonas sensoriales el poder de
engendrar sus propias experiencias (placer o sufrimiento), sus propios movimientos de
investidura o desinvestidura y con ello, la única “evidencia” que podría existir en estos albores
de la vida.
En este tiempo que precede a la prueba de la separación, la realidad va a coincidir totalmente
con sus efectos sobre la organización somática, con las modificaciones, las reacciones que tienen
lugar en ella. La única formulación que se le podría aplicar sería: la realidad es autoengendrada
por la actividad sensorial.

120
Una vez reconocida la exterioridad del pecho, primer representante de un mundo separado, el
sujeto tendrá acceso a ese nuevo espacio de realidad en el cual unos “signos” captados por
nuestros sentidos conformarán los dos soportes de toda relación de lo que ellos perciben o
suponen de sus deseos recíprocos: signos que forman parte de lo fantasmable, de lo
interpretable, de lo pensable. Por diferentes que puedan ser, van a compartir un mismo carácter:
su presencia o su ausencia ejercen un poder de modificación sobre el medio, sobre el cuerpo y
sobre el propio estado psíquico.
Las tres formulaciones que Piera propone para definir la relación de la psique con la realidad,
pueden aplicarse exactamente a la relación presente entre la psique y el propio espacio somático.
La relación de todo sujeto con ese cuerpo que lo enfrenta a su realidad más cercana, dependerá
del compromiso que haya podido anudar entre tres concepciones causales del cuerpo; las dos
primeras responden a exigencias psíquicas universales y atemporales, mientras que la última será
función del tiempo y del espacio cultural propios del sujeto, y la única que la psique pueda
recursar o remodificar y reinterpretar para hacerla conciliable con las otras dos. Así, nuestra
relación con el cuerpo y con la realidad, son función de la manera en que el sujeto oye, deforma
o permanece sordo al discurso del conjunto.
La escuela, los medios de comunicación de masas, el discurso circulante, van a proponer, a
imponer a todos los sujetos la apropiación de ciertos elementos de conocimiento más o menos
fragmentarios y más o menos confusos, pero gracias a los que dispondrán de un discurso teórico
sobre el cuerpo referido a un cuerpo modelo y a un cuerpo universal, pero del que también forma
parte el suyo propio. Por un lado, el sujeto extraerá de este discurso enunciados gracias a los que
ese saber teórico sobre el cuerpo y por lo tanto sobre la realidad, podrá formar parte de su
compromiso global. La elección de enunciados dependerá de cuán aptos sean para conciliarse
con un cuerpo fantasmable e investible por la psique. Por otro lado, el sujeto va a servirse de
otros enunciados para dar forma y lugar a una construcción teórica del cuerpo que él va a
preservar, en una “reserva” de su capital ideico, resguardada de la acción de la represión. El
sujeto conserva el poder de mantener a distancia, en una especie de olvido, las construcciones
que ella contiene; o, a la inversa, el de memorizarlas para hacer de ellas, en ciertas condiciones,
el referente psíquico privilegiado de su cuerpo.

Los discursos sobre el cuerpo


El Yo solo es deviniendo su propio biógrafo y en su biografía deberá hacer sitio a los discursos
con los cuales habla de su propio cuerpo y con los que lo hace hablar para sí. Estos discursos
sobre su cuerpo singular dan la palabra a las únicas inscripciones y modificaciones que el sujeto
podrá leer y decodificar como las marcas visibles de una historia libidinal que se ha inscrito y
continua grabándose sobre esa cara invisible que es la psique: historia libidinal, pero asimismo
historia identificatoria. Esta historia debe quedar abierta a la reconstrucción y reorganización de
sus contenidos y causalidades, y mantenerse inestable para que de esta manera, el sujeto pueda
asegurarse de su propia permanencia, sin dejar de aceptar los inevitables cambios físicos y
psíquicos que se sucederán. Si el Yo no conservará conjuntamente la certeza de habitar un mismo

121
y único cuerpo, ante cualquier modificación, la permanencia necesaria de ciertos puntos de
referencia identificatorios, desaparecería.
Para lograrlo, el yo va a imputar una misma función relacional y una misma causalidad a cierto
número de impresiones y experiencias, aunque su cuerpo las haya vivido en tiempos y
situaciones diferentes. Esta analogía reconstruida en un después, le es necesaria para instalar
ciertos puntos de almohadillado que se enlazan entre sí mediante un hilo rojo que permita al yo
reencontrarse y orientarse en una historia (la suya), caracterizada por su movimiento continuo.

Piera plantea tres hipótesis:


1) El acto que inaugura la vida psíquica plantea un estado de mismidad entre lo que adviene en
una zona sensorial y lo que de ello se manifiesta en el espacio psíquico.

2) El Yo no puede habitar ni investir un cuerpo desposeído de la historia de lo que vivió. Una


primera versión construida y mantenida en espera en la psique materna acoge a este cuerpo para
unirse a él. Forma siempre parte de ese “yo anticipado” al que se dirige el discurso materno, la
imagen del cuerpo del niño que se esperaba. Si el yo anticipado es un yo historizado que inserta
de entrada al niño en un sistema de parentesco y con ello en un orden temporal y simbólico, la
imagen corporal de este yo, tal como la construyó el portavoz, conserva la marca de su deseo
(deseo materno).

3) A partir del momento en que la psique pueda y deba pensar su cuerpo, el otro y el mundo en
términos de relaciones, comenzará ese proceso de identificación que hace que todo lugar
identificatorio decida la dialéctica relacional entre dos yoes y que todo cambio en uno de los dos
polos repercuta sobre el otro. A partir de este mismo momento, el cuerpo podrá convertirse en
representante del otro y en testigo de su poder para modificar la realidad, cada vez que la
relación entre el sujeto y el otro se torne demasiado conflictiva y dolorosa.

La relación yo-cuerpo, que ha sustituido a la relación yo-otro, tomará a su cargo un mismo


conflicto. Esta sustitución puede inducir al otro a ocuparse de tu cuerpo, a preocuparse por lo
que le sucede, a rodearlo de “cuidados”: cuando esto ocurre, el cuerpo le devolverá su lugar
legítimo y reasumirá el papel de mediador relacional que seguirá cumpliendo en el curso de la
infancia. Si el otro permanece ciego o sordo a lo que le ocurre al cuerpo, o si sus respuestas son
inadecuadas, lo que era una sustitución provisional puede llegar a ser un estado definitivo. El
cuerpo, ocupando el lugar del otro, preserva para la psique la última posibilidad de conservar el
signo “relación”, indispensable para que se organicen las construcciones de lo primario y lo
secundario.

Una sustitución transitoria entre el otro y el cuerpo es un fenómeno al que todos los sujetos
habrán echado mano, sea que apelen a ella para modificar las respuestas recibidas, sea que esa
sustitución les venga impuesta por el cuerpo mismo.

122
Cuando esta sustitución se vuelve permanente lo que aparece son tres cuadros:
a) En el primero, que encontramos en la psicosis, el otro y el propio cuerpo se han transformado
en destinatarios intercambiables. La relación que el sujeto mantiene con su propio cuerpo es la
reproducción de la que mantiene con el otro. En este caso la “retirada” a una relación exclusiva
con el cuerpo permite al sujeto sobrevivir a pesar de esa gelificación relacional en los límites de
lo soportable.

b) En el segundo cuadro, el cuerpo pasa a ser mediador y clave únicos de la relación; sólo a través
de lo que le sucede a su cuerpo el sujeto va a decodificar el deseo del otro para con él y a
imponerle el reconocimiento del suyo propio. El sufrimiento del cuerpo, su mal funcionamiento,
cumplen entonces la misma función relacional que corresponde al goce. El goce que acompaña
el encuentro entre dos cuerpos se hace prueba de la investidura que liga a los dos yoes, de la
concordancia total pero siempre momentánea de sus fantasmas y deseos.

c) Menos frecuente que los cuadros anteriores, en el tercer cuadro, el sujeto recusa cualquier
función relacional al estado de sufrimiento y al estado de placer experimentados por su cuerpo.
Guarda la convicción de que no sufre ni goza a causa de otro, sino porque su cuerpo responde
“por naturaleza” de determinada manera a determinado estímulo. La sola realidad “natural” es
responsable del sufrimiento, y a ella acusa el sujeto, como también la acusara de ser
absolutamente inmodificable por el sujeto.

La “Puesta en vida” del aparato psíquico


La primera condición de la vida de la psique es la posibilidad de autorrepresentarse su propiedad
de organización viviente. Los primeros elementos que puede utilizar lo originario son producto
de una metabolización, la que impone la psique a las primeras informaciones que la actividad
sensorial le aporta con sus reacciones a los estímulos que acompañan a lo que se inscribe,
desaparece o se modifica en la escena del mundo. Pero estos estímulos que el mundo emite no
se transformarían en informaciones psíquicas si alguien no cumpliera el papel de emisor y
selector de aquel subgrupo de estímulos que, en este primer tiempo de la vida, son los únicos en
poder ser metabolizados por la psique como reveladores de sus propios movimientos de
investidura y desinvestidura.

Por mas elemental o complejo que sea un organismo vivo, no se lo puede estudiar aislandolo de
ese medio que actúa sobre él y al que él reacciona. Para que la vida somática se preserve, es
preciso que el medio físico pueda satisfacer las necesidades insoslayables del soma. Para que la
vida psíquica se preserve, es preciso que el medio psíquico respete exigencias igualmente
insoslayables y que además actúe sobre ese espacio de realidad sobre el que el recién nacido no
tiene ningún influjo directo. En la mayoría de los casos, es la madre la que se hace cargo de esta

123
doble función, y quien conjuntamente deberá organizar y modificar su propio espacio psíquico
en forma tal que responda a las exigencias de la psique del infans.
La madre será el agente privilegiado de las modificaciones que especifiquen el medio psíquico y
físico que recibe al recién nacido: el infans se la encontrará bajo la especie de este “modificador”.
Aunque empiece por ignorar su existencia, no puede sustraerse a las consecuencias de unas
modificaciones de su medio mas cercano que irán a la par con la modificación de su propia
vivencia somática y psíquica.
Del lado de la madre nos encontramos con una psique que ya ha historizado y anticipado lo que
se juega en estos encuentros, y que de entrada decodifica los primeros signos de vida a través
del filtro de su propia historia, escribiendo así los primeros párrafos de lo que pasará a ser la
historia que se contara el propio niño sobre el infans que fue.
Entre los estímulos captados por nuestros receptores sensoriales, algunos en función de la
cualidad e intensidad de la excitación, pero más todavía en función del momento en que se
efectúa el encuentro zona-estímulo, serán fuente de una experiencia sensorial capaz de llevar su
irradiación al conjunto de las zonas. El placer o sufrimiento de una zona pasan a ser placer o
sufrimiento para el conjunto de los sentidos.
No debemos olvidar el lugar que ocupa el padre; desde el comienzo de la vida, ejerce una acción
modificadora sobre el medio psíquico que rodea al recién nacido.

Según Piera el pictograma del objeto-zona-complementaria es el único del que dispone el


proceso originario y establece tres constataciones de esto:
- En las construcciones de lo originario, los efectos del encuentro ocupan el lugar del encuentro,
lo cual explica la razón por la que placer y sufrimiento no pueden presentarse ante la psique sino
como auto engendrados por su propio poder.

- La mayor parte de estos estímulos, “efectos de sentido” tienen, como emisor y selector
principal, a la madre. Ese placer o ese sufrimiento, que la psique se presenta como auto
engendrados, son “el existente psíquico” que anticipa y prenuncia al objeto-madre. Una
experiencia de nuestro cuerpo ocupa el lugar que después ocupará la madre: al yo anticipado le
hace pareja una “madre anticipada” por una experiencia de cuerpo.

- Tercera constatación: Antes de que la mirada se encuentre con otro (o con una madre), la psique
se encuentra y se refleja en los signos de vida que emite su propio cuerpo.

Tres constataciones que prueban que el pictograma del objeto-zona complementaria es el único
del que dispone el proceso originario.
El poder de los sentidos de afectar a la psique le permitirá transformar una zona sensorial en una
zona erógena (zona erógena es un registro en lo psíquico, lo mismo placer y sufrimiento son
impensables si no es como experiencia psíquica).

124
La primera oreja psíquica no capta sonidos ni significaciones; capta las variaciones de su propio
estado, de su propia vivencia, la sucesión de experiencias de placer-sufrimiento.
Si falta el placer o falta el sufrimiento, la reacción fisiológica existe, pero no tendrá existencia
psíquica.

LO ORIGINARIO: TRANSFORMA SIGNOS DE LA VIDA SOMÁTICA EN SIGNOS DE LA VIDA PSÍQUICA


(no tiene un tiempo límite, puede durar toda la vida)
Propondrá comparar los materiales en los que abrevan los procesos originario, primario y
secundario, con tres conjuntos de elementos constitutivos de tres escrituras o lenguas,
poseedoras cada una de leyes sintácticas propias. Lo que se escribe (o se pictografía) ha
metabolizado un estado somático como presentación de un afecto psíquico, conjuntamente
experimentado y figurado como autoengendrado. La escritura que emplea lo primario, tiene la
presencia de este metasigno ( el signo “relacion”) necesario para fantasmatizar el deseo presente
entre el que fantasmatiza y el deseo imputado al otro.
En lo primario, la realización fantasmática pone en escena un estado de fusión, dos espacios pero
un solo deseo todopoderoso y siempre realizado (dos espacios= dos placeres, dos cuerpos pero
fusionados).
Los signos de los que se sirve el lenguaje secundario en sus enunciados están doblemente al
servicio de las leyes que rigen una relación de comunicación recíproca: el enunciado se construye
por referencia al destinatario al que se dirige, y los signos de este lenguaje son comunicados a
quien no los posee todavía, por aquel que ya ha tenido acceso a ellos. Como en cualquier lengua
conocida, ciertas palabras de este tercer lenguaje psíquico caerán en desuso, otras resultarán
prohibidas y se inventaran otras nuevas. La lengua que hablamos para describir el mundo está
marcada por el movimiento histórico de la cultura que la habla, el lenguaje nos sirve para tomar
conocimiento de nuestros deseos, sentimientos, proyectos identificatorios está marcado, ante
todo, por la historia singular de cada enunciante, por sus exclusiones, sus olvidos, sus
innovaciones.
Una vez aprendidas estas tres enguas, la psique continuará utilizándolas a lo largo de su
existencia. Pero mientras una parte de los signos de lo primario y secundario podrán
intercambiarse para conformar una suerte de lengua compuesta, con la lengua originaria no
sucede lo mismo. Esta última continúa ignorando que cuerpo y psique reaccionan y viven gracias
al estado de relación continua entre sí y de ambos con su medio.
El proceso originario sólo conoce del mundo sus efectos sobre el soma, no conoce de la vida
somática más que sus resonancia natural con los movimientos de investidura y desinvestidura
que signan la vida psíquica.
Los efectos somáticos por los que la vida del mundo abre brecha en todo nuevo organismo no
son un fenómeno transitorio, sólo cesan con nuestra muerte. Freud hablaba de una ‘’fuente
somática del afecto’’, Piera: “fuente somática de la representación psíquica del mundo”, todo lo
que existe llega a ser tal para el proc originario, es sólo por su poder de afectar la org somática.
Esta figuración de un mundo-cuerpo que es el pictograma no puede tener lugar en el proceso
primario o secundario, no podemos pensar ni fantasmatizar desde el interior el efecto somático

125
como único representante del mundo, ni la vida psíquica como mero reflejo de este efecto del
cuerpo.
Cada vez que nuestra relación con el mundo se sustrae a toda captación en un fantasma o en un
pensamiento, por no haber podido preservar la investidura de uno de sus ocupantes, nos
hallamos en una situación próxima a aquella que inauguró nuestra existencia: la vida del mundo
y el mundo ya no son representables más que por los ‘’efectos somáticos’’ que acompañan a la
angustia de un encuentro con una escena vacía. La representación de esta vivencia somática es
el último recurso que permite a los procesos primario y secundario fantasmatizar y pensar su
relación con esta única construcción psíquica, por la cual las huellas del mundo continúan
existiendo para la psique. Se preserva una última puesta en relación que es la condición misma
para que o primario y lo secundario no sean conducidos a cesar su actividad, lo que entrañaria al
mismo tiempo el silenciamiento del aparato psíquico; el cual habrá aprendido siempre a hablar
sus tres lenguas, y que no puede olvidar una totalmente sin quedar mudo.
El signo RELACIÓN es vital acá, si el aparato psíquica no habla una de estas tres lenguas, se queda
mudo > ej en autismos o fenómenos alucinatorios en vivencias psicóticas ilustran las
consecuencias de la catástrofe si desaparece el signo ‘’relación’’ en su capital representativo.
El autista impone rango sensorial al objeto, única propiedad en que se lo torna existente para él.
El objeto es la sensación que desprende. Así el cuerpo sólo existe por la sensación del movimiento
que lo anima. Las sensaciones somáticas son para la psique ahora la única prueba de su vida y de
la vida, y son autocreadas por el sujeto. Una vez reducido el objeto a su mero poder sensorial,
también él es efectivamente engendrado por esa autoestimulación mediante la cual la psique
aporta su objeto complementario a una zona y a una función sensoriales garantes de que se ha
conservado en estado de sobrevivencia.
Frente a estímulos de fuentes exteriores, el autista intentará oponerse a su poder de intrusión
exigiendo el no cambio del medio que lo rodea. No puede imponer al mundo la inmovilidad, que
significaria su muerte, pero puede tratar de exigir la repetición idéntica de ciertos movimientos
mínimos. Todo estímulo imprevisto que venga del otro (y con ello de un espacio del mundo que
ya no se percibe como un reflejo del espacio del cuerpo) será recibido como una intrusión que
amenaza con hacerlo estallar y destruir ese continente, el único que puede garantizar a la psique
la preservación de su espacio y de un aparato psíquico capaz de sostenerse en el vacío.
Demuestra la indisociación espacio del mundo- espacio del cuerpo.
Alucinaciones sensoriales: experiencias durante las cuales el sujeto ya no es sino esa sensación
de un espacio somático que pierde sus límites o se contrae, sensación de abismo interior donde
son devorados los órganos internos. El autista no alucina un estímulo sensorial entendido como
proyección al exterior de un agente de cierta estimulación sensorial, sino que crea estímulo
sensorial.
El cuerpo para la madre: ¿Qué representa el cuerpo del infans para la madre que supuestamente
lo espera y lo recibe? El encuentro con el cuerpo del niño es fuente de un riesgo relacional y va a
exigir una reorganización de la economía psíquica de la madre, que deberá extender a ese cuerpo
la investidura de la que hasta entonces gozaba únicamente el representante psíquico que lo
precedió. Manifestaciones de la vida somática del infans producirán emoción en la madre y estas

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manifestaciones modificarán el medio al que el infans reacciona y con ello, sus efectos sobre su
vida psicosomática. Componente somático de gran importancia: la relación de la madre con el
cuerpo del infans implica de entrada una parte de placer erotizado, permitido y necesario, que
ella puede ignorar parcialmente, pero que constituye el basamento del anclaje somático del
amor que dirige al cuerpo singular de su hijo. El cuerpo que ella ve, que toca, que amamanta
deberían ser fuentes de un placer en el que su propio cuerpo participe. Este componente
somático de la emoción materna se transmite de cuerpo a cuerpo.: el contacto con un cuerpo
emocionado, toca al nuestro. Una mano que nos toca sin placer es distinto a una que siente
placer al tocarnos.
La primera representación que se hace la madre del cuerpo del infans será la responsable del
estatuto relacional que va a transformar la expresión de la necesidad en formulación de una
demanda (de amor, de placer, de presencia) y que transformará al mismo tiempo la mayoría de
los accidentes somáticos y sufrimientos del cuerpo en un accidente y en un sufrimiento
vinculados con la relación que la une al niño.

Lo que la madre “ve” de las expresiones y el devenir de un cuerpo (su sueño, su crecer,
alimentarse, sus gritos y silencios) dará lugar a una doble decodificación: por una parte, la madre
reconocerá los signos objetivos del estado somático, pero si su mirada no llega a ser la de un
testigo neutro, no afectado, estos signos que afectan su psique y su cuerpo y que se acompañan
de placer o sufrimiento son decodificados como un lenguaje anticipador de la presencia de un yo
futuro.
Lo que la mirada materna ve, está marcado por su relación con el padre del niño, su historia
propia infantil, por las consecuencias de su actividad de represión y sublimación. Determinan la
organización de su investidura hacia el niño.
De acá que su mirada hallará en las manifestaciones del funcionamiento somático una prueba
por el cuerpo del infans de la verdad de los sentimientos que experimenta ella hacia aquel que
habita ese cuerpo. La vivencia de este cuerpo le confirma una y otra vez la legitimidad de la
ansiedad que ella sentía, de su culpabilidad por no amarlo lo suficiente, del sentimiento de culpa.
Esta decodificación, parcialmente arbitraria y siempre singular, va a actuar sobre su reacción a
las manifestaciones somáticas del niño y determinará el comportamiento materno, que
modifican el entorno del infans.
Deberá preservarse una relación privilegiada entre el cuerpo psíquico tal como lo forja el proceso
originario y el cuerpo relacional y emocional, obra de la psique materna. Esta relación permitirá
la puesta en obra y escena de la representación del cuerpo que el niño se construya.
El efecto-sufrimiento en la vida infantil
Ante una etiología, el niño encuentra una confirmación de esta “causalidad psíquica” imputada
a la enfermedad en los efectos que esta va a provocar en la madre y en el discurso que esta va a
emitirle sobre su enfermedad actual como sobre las que pudieron presentarse en el pasado.
El sufrimiento psíquico puede ser interpretado como un capricho, como la consecuencia de una
frustración, de un rechazo que el niño debe aceptar, como una manifestación que se puede

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modificar fácilmente y sobre todo como un acontecimiento casi siempre sin consecuencias
posteriores. El sufrimiento del cuerpo del niño va a producir una modificación en el
comportamiento materno y en la organización del medio y retorna en forma de revelación sobre
lo que su sufrimiento representa para el otro.
El cuerpo sufriente, por afección orgánica o por una participación somática en una “afección”
psíquica, cumplirá un papel decisivo en la historia que el niño se construirá, acerca del devenir
de este cuerpo, y de sí mismo, de lo que en él se modifica a pesar suyo, de lo que querría
modificar y de lo que resiste a este propósito. Es lo inverso de la experiencia del placer, que va
acompañado de la esperanza de que nada se modifique.
La experiencia del sufrimiento no solo “demanda” lo contrario (que haya modificación), sino que
las modificaciones esperadas varían de un sufriente al otro, y también en un mismo sufriente. Las
respuestas van a variar: en el registro del sufrimiento, demandas y respuestas son polimorfas.

Piera denomina “somatizante polimorfo” para designar un componente normal en la relación del
niño con el otro y con la realidad. Hay que tener presente dos características que particularizan
el mundo y la vida del niño pequeño:
1) La acción decisiva que ejercen objetivamente los padres sobre el medio en donde vive el niño
y la imposibilidad para éste de incidir sobre algunos de sus elementos.
2) Lo que suponen para él de enigmático e inexplicable las razones por las que la madre o los
padres justifican el porqué y el cómo de este ordenamiento de su propia realidad, el porqué y el
cómo de las exigencias que de ello emanan para el niño y el lugar que por este hecho debe él
ocupar.

Frente a un ámbito sordo a las expresiones de su sufrimiento psíquico, el niño intentará, y a


menudo conseguira, servirse de un sufrimiento de fuente somática para obtener una respuesta,
casi siempre decepcionante. Madre sorda al sufrimiento psíquico, es difícil que oiga lo que el niño
demanda a través de su cuerpo. “Servirse de su sufrimiento somático”, aun si la causa de este
sufrimiento es puramente orgánica y no debe nada a la acción de la psique sobre el soma. Por
ejemplo: hacer de su “dolor” de garganta la sola y única vía de comunicación, no ser él ya sino
este dolor mientras la respuesta, se lo haga desaparecer o no, no vengan a dar voz al yo
“sufriente”, a inducirlo a volver a ocupar el lugar de un demandador de cuidados psíquicos.
Pasada la infancia, el sujeto recurrirá menos a su cuerpo como transmisor privilegiado de
mensajes por cuanto habrá podido diversificar los destinatarios tanto como los objetos de su
demanda. Esta doble diversificación será exitosa si ese cuerpo- bajo responsabilidad de la madre-
tenga como referente un cuerpo psíquico cuya historia pruebe que el amor que se le dirigió, el
reconocimiento de su identidad sexual, de su singularidad, el deseo de verlo preservarse, hacerse
autónomo.
En caso contrario, las enfermedades que el cuerpo psíquico continuará sufriendo hará que el yo
mantenga con su cuerpo una relación que reproduzca la que tuvo la madre con el cuerpo del
niño, la que el niño le imputó en la historia que se ha construido. Acá la relación del adulto con

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el sufrimiento de su cuerpo, transforma a este sufrimiento en el representante del cuerpo del
infans que uno fue, queriendo reparar o castigar con un sufrimiento que se le impone.
Un cuerpo sufriente siempre puede volver a ocupar el lugar que el biógrafo había otorgado en
un pasado remoto a otros accidentes somáticos, en esa historia que los había transformado en
acontecimientos psíquicos. La significación asignada a padecimientos pasados tendrá un papel
activo en la que le imputa al padecimiento presente. Las respuestas que le habían dado más las
que él mismo se había dado influirán en el momento en que el sufrimiento retorne y lo que
demandará a los otros, a su cuerpo, a sí mismo.
La depresión materna, su imposibilidad para sentir- manifestar placer en sus contactos con el
niño, el hecho de que no se comparta el placer erógeno y las consecuencias destructivas que esto
genera en la psique del infans, quien debe autorrepresentarse como poder de engendrar su
placer (si la madre no experimenta placer psíquico al amamantarlo, al tocarlo, el infans no
recibirá el ‘’alimento’’ placer en una forma q pueda metabolizarlo).
● Espacio psíquico: experiencia afectiva
● Espacio somático: experiencia sensorial
Ese infans por nacer será el soporte de la angustia de la madre, de su culpabilidad, su temor a la
pérdida. La experiencia del embarazo, para algunas mujeres, puede representar una dura prueba
psíquica que puede removilizar un pasado relacional que se veía superado, que deberán revivir
de forma invertida.
Los mensajes y ofrecimientos que la madre dirige al “yo anticipado”, como las respuestas que
este supuestamente le devuelve, toman apoyo en el cuerpo del infans (llantos, expresiones,
apatía). El cuerpo del infans debe ser acogido por la madre como el referente, sobre la escena de
la realidad, de aquel representante psíquico que lo precedía y lo aguardaba. El cuerpo del infans
es el complemento necesario para establecer un estado de unión entre un representante
psíquico pre forjado por la psique materna y este niño que está ahí.
El cuerpo del infans proporciona el material señalador que asegura al yo anticipado un punto de
anclaje en la realidad de un ser singular. Sin dejar de investir la distancia entre el representante
y el infans real, distancia que enlaza su cuerpo psíquico a este cuerpo singular.
¿Y si falla el anclaje del representante psíquico en la realidad del cuerpo del infans? Son posibles
dos eventualidades:
-Un fenómeno de idealización parcial: Cuanto más propenso sea el desarrollo del infans a
subrayar esa distancia, más idealizado será su representante psíquico y más deberá hallarse
negado en el niño todo lo que pertenezca al registro de lo diferente, de lo imprevisto. Ciertos
rasgos de la conducta, de las primeras manifestaciones del despertar, de la atención, se verán
idealizados, y en cambio serán desvalorizados, o novistos, todo signo de vida y toda modificación
que exterioricen la diferencia. Esta idealización fragmentaria puede provocar al infans una
inseguridad en lo relativo a los propios testimonios sensoriales, una incertidumbre respecto a la
conformidad e/ sí mismo y la imagen q le devuelve el espejo, una relación muy extraña con el
ideal (se ve en el esquizofrénico).

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- Segundo fenómeno: imposibilidad de la madre, frente a esta misma situación, de efectuar la
idealización fragmentaria que preserva ciertos puntos de anclaje entre el infans y su
representante psíquico. Un trabajo de duelo de un infans vivo, similar a cuando duelamos a otro
vivo todavía investido que rechaza nuestro amor.
En la primera, lo que hay que hacer es el duelo de toda posibilidad de ligazón entre el infans y el
representante psíquico que lo precedió. El amor por el infans se explica desde una idea
preconcebida, anticipada y luego se da el descubrimiento, siempre ilusorio en parte, de su
conformidad con dicha representación anticipada del objeto de la espera.
En el encuentro se requiere que la madre de espacio a un representante psíquico del niño que
exija la desaparición del que lo precedía.
La psique de este tipo de madres padece de un “traumatismo del encuentro”. Este recién nacido
que se impone a su mirada se sitúa “fuera de la historia” o fuera de su historia, el niño rompe su
continuidad con el riesgo de poner en peligro la totalidad de una construcción cuya fragilidad
permanecía oculta para el historiador. La madre deberá recurrir a los hilos para relanzar ese
tiempo presente con un tiempo pasado para preservar una relación con la temporalidad.
Si el niño fue un infans mutilado del representante psíquico que debió acogerlo, también él
apelará a su borde psíquico para superar las consecuencias de esta experiencia de desposesión,
de este primer tiempo q lo colocó fuera de la historia, y también él podrá construirse una historia,
aunque dejando en blanco el primer capítulo. Un yo que se encuentra aún en los inicios de su
aprendizaje de historiador y constructor.
Por eso las consecuencias de semejante comienzo de vida dejarán huellas indelebles en el
funcionamiento psíquico del niño, huellas que el niño supo hallar para que la vida del infans
tuviera una continuación.
Tres casos prototípicos que nos muestran el mecanismo psíquico determinante de cada uno de
ellos:
1. La psique del infans logra anticipar su asunción de la separación, de la realidad, de un esbozo
de comprensión del discurso materno, facilitando la tarea del “decodificador” exterior,
transformando sus mensajes lo más conformes posible con las respuestas que la madre es
capaz de dar.
Este “demasiado temprano” de la prueba de realidad va a cumplirse a expensas de la autonomía
psíquica, apenas pueda formular demandas, permanecerán próximas a las que él supone q son
esperadas por la madre, para aproximarse a ese representante psíquico que ella había pre
investido. El biógrafo se vuelve copista, condenado a escribir fielmente una historia que fue
escrita por otro de una vez y para siempre.
2. Esta anticipación no puede realizarse, ese otro con el que la psique se encuentra no podrá
ser investido como portador de un deseo de vida y como dispensador de placer. El placer no
tiene de soporte representativo un fantasma de fusión, sino que acompaña una actividad
autosensorial que retoma el postulado del autoengendramiento.
En el caso de la actividad autoerótica, el placer tiene soporte en el fantasma de una relación
fusional con el objeto de deseo, en la actividad autosensorial el placer acompaña donde el

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referente psíquico remite al propio cuerpo.
En una primera fase de la vida, el postulado del autoengendramiento es el único organizador
de las construcciones psíquicas, porque la psique materna organiza un espacio relacional que
anticipa la presencia de un representante del objeto exterior. Esto ocurre mientras la psique
del infans pueda hacerle un sitio y apropiarse de ese metasigno del alfabeto de lo primario
que le da acceso a un espacio y un mundo relacionales. Si este acceso se ve interrumpido o
inhabilitado, los mecanismos se reducen a los típicos en el autismo.

3. Se instala una forma de escisión que aun siendo fuente de conflicto, permite al sujeto
preservarse un espacio relacional, aunque no sea el mejor. El objeto exterior reconocido
como el único en satisfacer la necesidad, será desconectado de toda fuente erógena de una
experiencia de placer. Escisión que aclara formas de anorexia y adicción, típico de los cuadros
de estado límite. La psique establece una relación con el otro que se instrumenta únicamente
por el deseo y poder que ella le imputa (de concederle o negarle lo que el cuerpo necesita) y
sobre su poder de exigir o rehusar ese aporte independientemente del estado real del
cuerpo, sea alimento, sueño o satisfacción de cualquier necesidad.
No hay cuerpo sin sombra, no hay cuerpo psíquico sin esa historia que en su sombra hablada,
protectora o amenazante, indispensable ya que su pérdida entrañaría la de la vida.

Aulagnier, P. (1984). Segunda Parte. “Dos notas de pie de página”. Capítulo 2 “El discurso en el
lugar del “infans”. Capítulo 3 “El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro”. El
aprendiz de historiador y el maestro brujo.
Dos notas de pie de página (UNIDAD 2)
Capítulo 2: “El discurso en el lugar del infans” (T0-T1)
La versión teórica que debemos a Freud nos muestra que el tiempo de la vida somato-psíquica
que va de T0 a T1 precede el advenimiento del yo. Las representaciones pictográficas y
fantasmáticas que acompañan a eso vivido preceden al surgimiento de una instancia (el yo) que
llegado el caso las metabolizara en representaciones ideicas, algunas de las cuales se emplazarán
en la memoria que el yo ha de guardar en su pasado. Pero ¿Cómo ese mismo yo podría
representarse un antes de su propia actividad psíquica, una antes de su propia existencia? En un
sentido no lo puede hacer, en otro, para fundar su historia se verá precisado a encontrar una vía
y una voz que le posibiliten ese antes. Lo propio del yo es advenir a un espacio y a un mundo cuya
preexistencia se le impone.
Se trate de su mundo interior o del mundo exterior, la existencia de un antes se impone al yo y
este antes se puede revelar por veces un aliado o un adversario. Las exigencias, los ofrecimientos,
las demandas de otro, al que reconoce separado de sí, se presentan al yo como causa de su vida
y no como un efecto de esta. Por eso no está en el poder del yo representarse como su propio
auto-engendrado. Anticipado por el discurso del portavoz, obligado, para ser, a apropiarse de los
enunciados identificantes pre-dichos y pre investidos por ese mismo discurso, precedido por

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construcciones, obras de su propia psique pero no de él mismo, el yo adviene dentro de un
espacio de discurso, un espacio de realidad, un espacio psíquico que no lo esperaron para existir
y que solo aceptan acogerlo si él puede pactar con esos preexistentes, armonizar con sus
conminaciones y sus contradicciones. El yo no solamente se descubre como resultado de un
deseo y de un discurso mantenido por unas voces que precedieron a la suya, sino que muy pronto
se percata de que esos otros y ese discurso no pueden, sin hacerle correr un riesgo mortal,
considerar su venida como un accidente.
La versión que el discurso materno le propone acerca de un tiempo que lo ha precedido puede
ser una fábula: es mejor esto que el silencio porque el yo infantil no puede auto-crear este primer
capítulo por sí solo. El niño, adolescente o el adulto podrá, con posterioridad, recusar lo que les
pudieron contar sobre el tiempo del infans. Pero durante una primera etapa de la vida infantil,
el niño no puede dar existencia al infans que lo precedió como no sea apropiándose de una
versión discursiva que le cuenta la historia de su comienzo.
Pero ¿Qué ocurre si el discurso parental no dice nada sobre ese comienzo? En ciertos casos el Yo
parece aceptar que este primer capítulo quede como un “secreto” que solo el otro conoce; pero
semejante aceptación se paga caro y es siempre ilusoria. La proyección delirante, última tentativa
de metabolizar en algo “pensable” esos contenidos, muestra a las claras cuán reducido es su
campo de acción, los efectos desestructurantes que acompañan a la irrupción del afecto, y frente
a los cuales aquella es impotente.
En la psicosis, el sujeto se enfrenta a un dilema insoluble: a) o bien “pensar” un tiempo sin deseo,
un tiempo desafectado, en virtud de lo cual podrá aprender, aunque esos conocimientos
permanecerán para el exteriores y no estarán referidos a su historia afectiva y subjetiva; b) o bien
“pensar” un deseo o un objeto de deseo a-temporal, lo cual presupone la creencia en la existencia
de un deseante no sometido a las leyes que rigen el tiempo, ni a las que deciden sobre lo posible
y lo imposible con respecto a su movimiento.
El neurótico ha llevado a cabo esta alianza tiempo-deseo; su “locura” es querer respetar la
movilidad temporal, pero rehusando la movilidad de los objetos que son soporte de esos deseos.
Por eso, con todo derecho, puede formular su conflicto identificatorio como un conflicto entre
dos deseantes, dos cuerpos en procura de goce, dos pensamientos. Para el psicótico, toda
experiencia relacional es una tentativa de resolver un conflicto identificatorio que se sitúa en un
tiempo y en un nivel mucho más primeros: de esta resolución dependen su existencia y su
supervivencia. Lo que el psicótico espera del otro es siempre una sola cosa, y la misma: una
significación, una confirmación de la legitimidad de ciertas vivencias.
Caso Odette: nos enfrenta a otra respuesta a ese trabajo de desconexión temporal llevado a cabo
por el discurso de la madre. Al silencio de la madre sobre el infans que ella fue, Odette opondrá
sus “recuerdos alucinados”, que pretenden contarle y contar la historia del infans. Pero el silencio
de la madre es muy singular debido a que se opone con su historia “gritada” en la que cuenta su
relación con el padre de Odette. A esas escenas, Odette las ha oído: el afecto que acompañaba a
su posición de testigo las convirtió para ella en equivalentes de una escena originaria en que los
gritos y el odio reemplazan a palabras que pudieran dejar adivinar la presencia de un deseo, de
un goce. La madre de Odette reemplazó ese primer capítulo, por una relación de odio, entre ella

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y su marido, que precede al nacimiento de Odette. Si Odette pudo salvar, bien que mal, su vida
psíquica, fue solo atribuyendo a su madre el único enunciado de deseo que consiguió rescatar
del discurso oído. No había en él palabras que hablaran un deseo de vida hacia su hijo, pero se
podía interpretar “lo oído” como la expresión del deseo materno de matar al asesino potencial
de su hija. Solución peligrosa, pero que era la única que estaba a su alcance.
Capítulo 3: “El concepto de potencialidad y el efecto de encuentro”
En el T2 se instala la potencialidad (neurótica, psicótica, polimorfa) que habrá de decidir sobre
las formas de respuesta y de defensa (neurótica, psicótica, perversa, somatica) de que dispondrá
el yo enfrentando a un conflicto que puede surgir en diferentes puntos de su trayecto. El
concepto de potencialidad engloba los “posibles” del funcionamiento del yo y de sus posiciones
identificatorias, una vez concluida la infancia. De ahí se puede deducir que está en el poder del
yo inventar respuestas frente a los cambios del “medio” psíquico y físico que lo rodean, pero que
no está en su poder inventar defensas nuevas cuando faltan ciertas condiciones (externas o
internas) necesarias para su funcionamiento.
El poder “maléfico” o “benéfico” de un acontecimiento, de un encuentro, depende de razones
múltiples, pero su importancia siempre será proporcional a sus repercusiones sobre la económica
identificatoria del yo y, más precisamente, a la gravedad del riesgo que le hacen corren: volver
ineficaz la primera solución que había podido aportar el conflicto identificatorio y que le había
permitido, si no superarlo, al menos hacerlo “vivible”.
Los dos tiempos de la conjugación del verbo “identificar”.
Si uno considera el tiempo del proceso identificatorio que va de T1 a T2, uno se enfrenta a los
resultados sucesivos del encuentro entre el yo identificante y esos dos identificados móviles que
uno debe, respectivamente, a la acción identificante del propio yo, y a la mirada y la palabra del
otro. Lo que particulariza este tiempo, sobre todo en su primera fase, es la solución dada al
conflicto que puede llegar a oponer a esos dos identificados: en cada ocasión será resuelto a
favor o a expensas del yo (de su placer o sufrimiento), pero dentro de la actualidad misma del
encuentro.
El efecto de encuentro.
A partir de cierto punto de su trayecto, las “informaciones” que los otros y la realidad envían a
un yo que se ha vuelto capaz de decodificarlas, ya no le permiten, aunque lo quisiera, seguir
creyendo en la unicidad de un identificado.
El tendrá que elegir las piezas que lo ayuden a proseguir y consolidar su construcción
identificatoria. Pero a fin de que el armado final del rompecabezas le ofrezca una imagen familiar
e investible, se tiene que poder basar en un primer número de piezas ya encajadas unas en las
otras. He ahí un primer resultado de su propio trabajo de reunificación de esos dos componentes
del yo que son el identificante y algunos de los primeros identificados ofrecidos por el portavoz.
El acceso del yo a una identificación simbólica se produce en dos tiempos: el identificado
conforme a esta posición debe formar parte ya de los enunciados que nombran a este yo,
anticipado por la madre y por ella proyectado sobre el infans; la apropiación y la interiorización
por parte del yo de esta posición identificatoria serán el resultado del trabajo de elaboración, de

133
duelo, de apropiación, que el yo habrá de producir sobre sus propios identificados, en el curso
de ese primer tiempo de su itinerario identificatorio que termina en T2. Cimientos.
Por eso, el edificio identificatorio es siempre mixto. A esas piezas primeras que garantizan al
sujeto sus puntos de certidumbre, o sus señales simbólicas, se agregaran las “piezas aplicadas”,
conformes a identificados cuyos emblemas tomarán en cuenta la imagen esperada e investida
por la mirada de los destinatarios de sus demandas. Este segundo conjunto, según los momentos,
se adaptará mejor o peor a aquel primer armado. La potencialidad conflictual, en el registro de
la identificación, encuentra su razón en este carácter mixto del yo. Cualquiera que sea la historia
del constructor, historia que decide sobre el primer armado, y cualquiera que sea el contorno de
las piezas que tome de los demás, se presentarán siempre riesgos de desencastre, líneas de
fragilidad, la potencialidad de una fisura. Esta fisura se puede situar en el interior del armado
primero: estaremos en este caso frente a la potencialidad psicótica, que se manifestará en un
conflicto entre las dos componentes del yo como tal. Se puede situar entre el primer armado y
esas piezas agregadas que dan testimonio de lo que ha devenido y deviene el yo: estamos
entonces frente a la potencialidad neurótica, que amenaza la relación del yo con sus ideales, los
únicos capaces, cree, de atraer el amor, la admiración, el deseo. Pero un tercer riesgo es posible:
las piezas del rompecabezas parecen bien encastradas, pero el constructor no reconoce en el
cuadro que de ellas resulta el modelo que se suponía habría de reproducir, dando como resultado
una tercera potencialidad que llamamos “potencialidad polimorfa”. De estas manifestaciones,
el denominador común se encuentra en la relación de estos sujetos con la realidad (del cuerpo,
de la necesidad de los demás, del campo social).
Hablar de potencialidad es postular que la psique mantiene la capacidad de firmar “un pacto de
no agresión recíproca” entre su compromiso y el compromiso identificatorio a que se conforma
el yo de los otros. Antes de considerar el “efecto encuentro” consideremos las modificaciones
que traerá consigo la llegada del yo a T2, momento de giro en su trayecto identificatorio.
T2 o el tiempo de concluir.
Entre los fenómenos que exigen una modificación en la relación yo-realidad, y en consecuencia,
en la relación del yo con sus propios identificados, dos son determinantes:
a) El encuentro con ese enemigo-aliado común a todos nosotros: el tiempo.
b) El encuentro con otro sujeto que no acepta compartir una relación de investimento, salvo
si el yo del primero está dispuesto a modificar su propio identificado, y por ello mismo,
su proyecto relacional (e identificatorio).

Salvo estallido de una psicosis infantil, de que el autismo es la forma extrema, todo yo alcanza el
punto T2 que le permite establecer una ligazón entre ese identificado que “concluye” y
“estabiliza” las posiciones identificatorias ocupadas por el yo infantil en su relación con la pareja
parental, y una posición futura modificadora de esa relación.
A falta de esta ligazón entre el presente y un después diferente, el movimiento se detendría: el
yo lucharía en vano contra su estado de sumisión de los enunciados identificantes de la madre o
de otro dotado del mismo poder, acerca del tiempo y el devenir. Un fracaso así supone un yo que

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ha sido desposeído definitivamente de toda autonomía en el registro de sus pensamientos, en la
elección de sus indicadores identificatorios: un yo que ya no tiene la posibilidad de “pensar-
desear” lo que traen consigo los términos futuro y cambio. Por eso yo había insistido en el poder
desestructurante de un deseo de la madre, que se expresara en un “que nada cambie”.
¿Qué nos enseña la manifestación de una potencialidad neurótica, polimorfa o psicótica, sobre
lo que ha “concluido” o no se ha podido concluir en ese tiempo T2?
- Del lado de la neurosis, T2 coincide con la asunción por el yo de una posición simbólica
que podrá preservar y respetar. El conflicto se sitúa en el registro de lo imaginario y de la
elección de las piezas aplicadas.
- La posición del perverso, que me parece una de las manifestaciones más frecuentes de la
posición polimorfa, es más compleja: entre él y el supuesto legislador de este orden, ha
establecido una relación de complicidad, muchas veces con ayuda d de la madre, merced
a la cual reconocerá conjuntamente la existencia de una ley, de un orden temporal que
permite orientarse y aun, agregaría yo, de una diferencia sexual, para el conjunto de los
seres humanos, y al mismo tiempo conservara la certeza de que él y el legislador, y nunca
él solo, gozan de un estatuto privilegiado.
- En el caso de la psicosis, la instalación de una potencialidad nos señala la ausencia de una
psicosis manifiesta en la infancia: el yo ha conseguido alcanzar T2. Esto supone que ha
podido rellenar su primera fisura. La aparente reunificación de los dos componentes del
yo siempre está bajo la amenaza de una desintrincación, de una “esquizis”. Para tratar de
protegerse de esto, el yo recurrirá a estas dos defensas que fundan la problemática
psicótica: a. la idealización del poder, atribuida a una instancia exterior y encarnada, por
lo general en la madre; y b. la autoprohibición que el yo se impone acerca de cualquier
información que pudiera demostrarle el abuso de poder que ejercen sobre su
pensamiento. Si estos dos mecanismos fracasan, el sujeto deberá encontrar en el exterior
otro soporte para una instancia que no ha podido interiorizar: proyectara entonces en la
escena de la realidad la imagen re-encarnada, aun si es invisible, de un legislador-
perseguidor.

El estatuto de los enunciados y la transgresión de lo posible.


Si uno considera sólo el discurso materno que “habla” el tiempo T0 a T1, buena parte de sus
enunciados identificantes vehiculizan lo que Freud llamaba el aporte narcisista, necesario para la
vida de “Su majestad, el infans”. ¡Pobre majestad, tan dependiente del otro! Estos enunciados
expresan las demandas maternas a un yo ausente; pero también transmiten los límites fijados
por lo prohibido y lo imposible. Prohibido e imposible designan, de derecho, dos categorías
diferentes y además dos categorías, que el yo tiene la obligación de diferenciar. Ahora bien, en
el registro del deseo esas dos categorías se redoblan y se refuerzan una a la otra. Desear, imaginar
un yo anticipado, que ignorara la categoría de lo imposible, que pudiera transgredir las leyes
naturales y temporales muestra a cielo abierto la presencia en la madre de un deseo que niega
al yo. Matar a un yo futuro, que no encontrará ningún identificado como punto de anclaje, ningún
ya-ahí de el mismo, necesario para que él advenga.

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“Psicopatología” infantil y potencialidad.
El concepto de potencialidad, en su acepción más amplia, declara de otra manera lo que sucede
en ese tiempo infantil en que se decide no el devenir del yo, siempre dependiente de los
encuentros conflictuales con los otros y la realidad le lleguen a imponer, sino de los “posibles”
que tiene a su disposición para afrontar, y llegado el caso, superar el conflicto.
Las posiciones defensivas que se instalan en T2, son la “conclusión” que da el yo a una
psicopatología infantil, polimorfa y de la que se reencontraran siempre los signos. Estos signos
darán testimonio de la singularidad de los trabajos pasados, de la interpretación causal que el yo
se ha dado de ellos, del momento más o menos precoz en que se le presentaron, de la diversidad
de las fuerzas que se oponen en conflicto.
Odette: Infancia: dificultades de alimentación, sumisión a un adiestramiento esfinteriano que la
desposee de autonomía del orden al placer de su cuerpo. Esta niña solo pudo sobrevivir por el
recurso a mecanismos de idealización, de negación, de reconstrucción, de las informaciones
discursivas y sensoriales que le enviaban el discurso y la realidad, y que forman parte del arsenal
de las defensas psicóticas. Niña sometida a una madre que no la deja tener amigos y odia al
padre. Ella puede preservar un conjunto de indicadores identificatorios y una construcción de la
realidad cuya solidez la madre le garantiza puesto que, su hija confirma la suya propia. Cuando
se inscribe en la universidad de bellas artes, memoria de un cuerpo que re-siente angustias,
sufrimientos ya padecidos. Inmovilizada un año. Separada de su madre dos años.
La rareza de sus visitas la obligaría a reconocer que su madre ya no tenía necesidad ni deseo de
su presencia. En el tiempo de sufrimiento en el hospital, pudo fortalecer el deseo que tenía de
hacer su vida. Homosexual. Prudente distancia de su madre. Durante 10 años pudo preservar
este equilibrio. Microcosmos. Luego, analista como padre perseguidor (causalidad delirante), que
justifique el combate que uno libra.

Piera Aulagnier (1980) “El sentido perdido”


Capítulo 8: El derecho al secreto: condición para poder pensar
A los ojos de los otros la locura es, ante todo, locura de discurso. Lo que en primera instancia
suscita la angustia del espectador es la pérdida en el otro de toda posibilidad de elección y de
decisión sobre la puesta en palabras de su pensamiento: espectáculo de una amputación
intolerable para el funcionamiento del pensamiento. Evocación de un peligro mortal que todo Yo
corrió efectivamente cuando se produjo su entrada en la escena psíquica. Peligro vivido en un
pasado lejano, experiencia aparentemente olvidado y cuyo rastro encontraremos en todo
hombre, bajo ese sentimiento de horror que lo ciñe a la idea de que podría ser despojado de
toda posibilidad de elección sobre su silencio y sobre su palabra. Si el derecho de decir todo es la
forma misma de la libertad humana, la orden de decir todo implicaría para el sujeto al que se la
impusiera un estado de absoluta esclavitud, lo transformaría en un robot hablante.
Preservarse el derecho y la posibilidad de crear pensamientos y de pensar, es decir, elegir los
pensamientos que uno comunica y aquellos que uno mantiene en secreto es una condición vital
para el funcionamiento del yo. Se ha establecido una equivalencia entre la posibilidad de “pensar

136
secretamente” y la posibilidad de “fantasmatizar conscientemente”, es verdad que el fantasma
erótico, salvo momentos particulares, forma parte de los pensamientos secretos, pero no es
verdad que todo pensamiento secreto tenga que ser entendido e interpretado como el
equivalente de un fantasma y de un placer masturbatorios.
Si no se concede el derecho a pensar y el derecho al secreto, el Yo se ve forzado a gastar la mayor
parte de su energía en la represión fuera de su espacio de esos pensamientos y en prohibir su
acceso al conjunto de los temas unidos a ellos, con la consecuencia de empobrecer
peligrosamente su propio capital ideico.
En el registro del yo la posibilidad de fantasmatizar presupone la de mantener secretos esos
pensamientos, la pérdida de este derecho al secreto supondría, al lado de un exceso por reprimir,
un de menos por pensar: dos eventualidades que amenazan volver igualmente imposible la
actividad de pensar y con ella la existencia misma del yo. Lo que casi siempre tiene valor de
mensaje es el contenido del enunciado. La mayoría de las veces la neurosis permite al sujeto
preservar su derecho a mantener pensamientos secretos, derecho que ni siquiera piensa tener
que discutir en tanto que cobra para él la forma de lo natural, de lo garantizado a priori, de un
bien que no presenta problemas y jamás se halla en peligro.
Si el sujeto se abandona a la posición de limitarse a reflejar lo que ya fue pensado por el analista,
si se contenta con repetir nuestras formalizaciones de su mundo psíquico y con no hablar,
habremos transformado en su contrario una experiencia que pretendía ser desalienante (en
tanto, es contra los efectos de la alienación contra los que lucha el trabajo analítico, el cual tiene
como fin la desaparición de los mismos).
No puede haber actividad de pensar si no se recibe placer o se lo espera en recompensa y este
placer sólo es posible si el pensamiento puede aportar la prueba de que no es la simple repetición
de un ya-pensado-desde-siempre.

Pensar secretamente, en el campo de la neurosis, es permitir que el sujeto fantasmatice sin tener
que hundirse en el sueño o sin tener que pagarlo con un compromiso sintomático. Otra condición
que hace posible esa función: es preciso que pensar secretamente haya sido una actividad
autorizada y fuente de placer para que la fantasmatización diurna se incorpore a esa experiencia
y no lo inverso.
La posibilidad del secreto forma parte de las condiciones que permitirán al sujeto, en un segundo
momento, dar el status de fantasma a algunas de sus construcciones idéicas que por este hecho
él diferencia del conjunto de sus pensamientos.
La psicosis nos muestra qué significa para el Yo no poder conceder ya el status de fantasma a un
pensamiento, no poder separar ya lo que es tal de lo que no lo es. Debe poder preservarse un
placer de pensar que no tiene más razón que el puro placer de crear ese pensamiento: su
comunicación eventual y el suplemento de placer que de ello resulta deben resultar facultativos.
Al lado del deseo y del placer ligados a la comunicación de los propios pensamientos, al lado del
placer solitario que resulta el fantasma erótico, debe ser preservado un placer vinculado a la
presencia de pensamientos secretos que no acompañan ni apuntan al placer de una zona

137
erógena ni al placer orgásmico. Si es cierto que poder comunicar los pensamientos, desear
hacerlo, esperar una respuesta a ellos forman parte del funcionamiento psíquico y constituyen
sus condiciones vitales, también es cierto que paralelamente debe coexistir la posibilidad, para
el sujeto, de crear pensamientos cuyo único fin sea aportar, al Yo que los piensa, la prueba de la
autonomía del espacio que habita y de la autonomía de una función pensante que es el único en
poder asegurar: de allí el placer sentido por el Yo al pensarlos.
Para el analizado y para el analista, el trabajo psíquico que el desarrollo y el éxito de la experiencia
exigen sólo puede sostenerse si ambos pueden hallar placer, lo cual no significa que su opuesto
esté ausente, en esa creación de pensamientos que se denomina análisis.
Término creación debe entenderse en diferentes niveles:
● Creación por el analizado: una nueva versión de su historia, singular, versión que nunca
existió tal cual antes del análisis, en ningún recoveco de lo reprimido y que sin análisis jamás
habría existido bajo esta forma;
● Creación por el analista: que, a partir de su propia conquista teórica, de su saber relativo a
la psique y a su funcionamiento, se descubre construyendo con el otro algo nuevo e
inesperado;
● Creación por los dos participantes: de una historia concerniente a su relación recíproca (la
historia transferencial) que les revela una de las posibilidades de las que en ese registro eran
portadores;
● Creación de un objeto psíquico: es esa historia pensada y hablada que se establece sesión
tras sesión. Actividad creadora que enseña a uno y confirma al otro que toda palabra exige la
presencia de una voz y de una escucha, y que es preciso aceptar esa parte de dependencia
recíproca propia de toda relación humana.
Nada puede ser creado sin que sea investida la suma de trabajo que esto exige, mientras que es
preciso reconocer que lo propio de toda creación es encontrar un destino que el autor nunca
podría decidir a priori.
Paradoja: Si pensar secretamente es una necesidad para el funcionamiento psíquico del Yo, y si
el “decir todo” es una exigencia del trabajo analítico, ¿Cómo conciliar estas dos condiciones
contradictorias?
Necesidad y función del derecho al secreto
Al examinar las teorías sexuales infantiles, Freud demostró el papel decisivo que para el
pensamiento del niño juega el descubrimiento de la mentira presente en la respuesta parental
a su pregunta sobre el origen. El descubrimiento de tal mentira conduce al niño a un segundo
descubrimiento, fundamental para su estructuración: la propia posibilidad de mentir, es decir, la
posibilidad de esconder al Otro y a los otros una parte de sus pensamientos, la posibilidad de
pensar lo que el Otro no sabe que uno piensa y lo que no querría que uno pensara.
Enunciar una mentira es enunciar un pensamiento del que uno sabe que es la negación de otro
mantenido en secreto. Descubrirse capaz de mentir es descubrir que el Otro puede creer el
enunciado mentiroso, y esto le da el primer golpe y el más decisivo a la creencia en la
omnipotencia parental. El descubrimiento de que el discurso puede decir lo verdadero o lo falso,

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para el niño es tan esencial como el descubrimiento de la diferencia de sexos, de la mortalidad o
de los límites del poder del deseo.
Tal descubrimiento lo obliga a hacer suya la prueba de la duda, que le impone reconocer que la
palabra más amada, más valorizada y hasta la que se recibe con el placer más grande, puede
revelar ser una mentira, reconocimiento que lo deja herido para siempre frente al lenguaje, del
que sin embargo ha aprendido, una vez abandonada la ilusión de la fusión de los espacios
corporales, que es lo único que puede asegurarle que separación no quiere decir aislamiento, y
que al menos en el registro de la voz y de la escucha es posible una alianza, puede consumarse
una reunión. La certeza que constituía el patrimonio de las construcciones de lo originario y de
lo primario es sustituida, en el registro del Yo, por la imposibilidad de esquivar la prueba de la
duda.
Si el lenguaje, el poder crear pensamientos, el deseo y la necesidad de comunicar permanecen
no sólo investidos sino que van a ubicarse entre los “bienes” que el Yo privilegiará cada vez más,
es porque como contrapartida de ese conjunto de pruebas el Yo, ante la adquisición del lenguaje
y ante sus primeras construcciones idéicas, descubre los límites que en ese registro es capaz de
oponer a la fuerza de efracción del deseo materno.
Es una fase de su vida en la cual el niño aún permanece dependiente de los cuidados del exterior
(maternos) con una dependencia afectiva, pero se da cuenta de que sin embargo está en su poder
crear “objetos” (pensamientos) que sólo él puede conocer y sobre los cuales logra negar al Otro
todo derecho de fiscalización. El investimiento y la instalación de una imagen unificada y singular
del cuerpo propio tienen como presupuesto el reconocimiento de la autonomía y de la unidad
del “lugar” y de la “función” psíquicas en los cuales y gracias a los cuales pueden pensarse la
unificación y la autonomía, tanto del cuerpo como del Yo.
No puede existir una imagen unificada del cuerpo, ni una imagen que lo represente como espacio
separado y diferente del cuerpo del otro, ni como un hábitat autónomo, si esos cuatro atributos
(unificación, separación, autonomía, diferenciada) no son reconocidos como parte integrante de
la instancia psíquica que forja lo que llamamos “cuerpo pensado”.
Lo que denominamos autonomía o libertad de pensamiento representa, para el Yo, la única
condición que puede motivar y justificar el investimiento narcisistico tanto del trabajo de puesta-
en-sentido que le incumbe como de las producciones que de él resultan. El pensamiento es
investido en cuanto creación que uno debe a sí mismo. Obligar a un sujeto a no pensar más que
pensamientos impuestos, haría imposible todo placer para la instancia pensante (el Yo).
Otro factor se agrega: en la relación madre-hijo, será en el registro del pensar que va a librarse
una lucha decisiva concerniente a la aceptación o el rechazo, por parte de la madre, del
reconocimiento de la diferencia, de la singularidad, de la autonomía de ese nuevo ser que ha
formado parte de su propio cuerpo, y que dependió totalmente de ella para su supervivencia.
El caso favorable será que ella sea capaz de reconocer el derecho del niño a no repetir ningún
“pasado” perdido, sino a proponerse como posible origen de una nueva aventura, de un destino
desconocido e imprevisible. Si esto sucede, la madre podrá aceptar el no saber siempre lo que él
piensa, el permitir el juego y el placer solitario de un pensamiento fascinado por el poder que
descubre poseer y por las creaciones que de él derivan. El derecho a mantener pensamientos

139
secretos debe ser una conquista del Yo, el resultado de una victoria conseguida en la lucha que
opone al deseo de autonomía del niño la inevitable contradicción del deseo materno.
Contradicción que algunas veces favorece el alejamiento, la independencia que el niño demanda
y otras veces se intenta retardar tal momento. Es propio del Yo no poder nunca sencillamente
esperar que se lo haga ser, sino tener que llegar a serlo en una situación en la cual el conflicto
jamás está totalmente excluido. Se trate de su relación con otro y con otros, o con esa parte de
su propia psique que siempre escapará a su jurisdicción, el estado de paz es un estado transitorio.
Tener que pensar, tener que dudar de lo pensado, tener que verificarlo: son las exigencias que el
Yo no puede esquivar, el precio con el que paga su derecho de ciudadanía en el campo social y
su participación en la aventura cultural. Aún es preciso que no se le impida encontrar momentos
en los cuales pueda gozar de un puro placer enlazado a la presencia de un pensamiento que no
tiene otra meta que reflejarse a sí mismo, que no necesita de la duda ni de la verificación porque
no se dirige a ningún destinatario exterior, pensamiento cuya sola mira es garantizar al sujeto
la existencia de una prima de placer ligada a la actividad de pensar en sí. Pronto aprendió el Yo
que pensar es un “trabajo” necesario pero un trabajo que supone fuentes de displacer, trabajo
que le deja muy poco respiro y cuyas consecuencias raramente puede predecir.
Una de las condiciones para que el investimiento de esta actividad se mantenga, es que el Yo
pueda preservarse el derecho de gozar de momentos de placer “solitario” que no caigan bajo el
golpe de la prohibición, de la falta, de la culpa. El Yo debe poder oponer, como en su época al
poder materno, la inalienabilidad de su derecho de goce sobre algunos de sus pensamientos, su
derecho a pensar secretamente y a sentir con ello placer. Algo que parecía un acto psíquico
gratuito, irrisorio, resto infantil fue y sigue siendo, para la actividad psíquica del Yo, un acto de
libertad duramente adquirido y un acto que resulta, para el funcionamiento de esa instancia, tal
esencial como el sueño para la actividad psíquica.
La paradoja o el aprendizaje de la alienación
No existen en y para la actividad psíquica actos gratuitos, es decir, actos que no apunten a una
prima de placer (erógeno, sexual o narcisista). Existe una forma de actividad psíquica que va
acompañada por una prima de placer narcisista muy particular: prima esencial para el Yo si se
consideran las consecuencias de su ausencia. Este placer dependerá del modo de investimiento
entre el agente pensante y los pensamientos.
Fuera del terreno de la patología, no puede haber actividad de pensar si no se recibe placer o se
lo espera en recompensa, y que ese placer solo es posible “por naturaleza”, si el pensamiento
puede aportar la prueba de que no es la simple repetición de un ya-pensado-desde-siempre. Se
comprende entonces que la situación analítica, si el analista no tiene cuidado, puede llegar a
imponer al sujeto una puesta-en-ecuación preestablecida, preconocida, predirigida de su propio
mundo psíquico.
No puede haber realización del proyecto analítico si ambos participantes no son capaces de
correr el riesgo de descubrir pensamientos que podrían cuestionar sus conocimientos más
firmes. Esto vale para ambos: lo que el analizado creía conocer sobre sí mismo, y lo que el analista
creía al resguardo de la duda en su propia teoría. Apuesta sólo sostenible si se experimenta el
deseo de favorecer en sí mismo y en otros el surgimiento de un pensamiento nuevo. Esto

140
presupone que el sujeto goce de una libertad de pensamiento que incluye también la de
mantener secretos determinados pensamientos, no por vergüenza, culpa o temor, sino
simplemente porque confirman al sujeto su derecho a esa parte de autonomía psíquica cuya
preservación es vital para él.
Acá tropezamos con la paradoja presente en la situación analítica: ¿Cómo favorecer el
investimiento de la libertad de pensar e imponer la cláusula del “decir todo”?
El analista no espera ni extrae provecho alguno “personal” de lo que se le dice, y es cierto que la
regla del “decirlo-todo” constituye una exigencia de nuestra técnica pero que en realidad el
sujeto sobre el diván es el único que puede decidir si conserva pensamientos secretos o si acepta
ponerlos en palabras, y también es cierto que el analista no es ni un conquistador ni un comisario
de policía y que una vez recordada eventualmente la regla, solo le quedará esperar lo que el
sujeto quiera decirle. Solo porque el sujeto se lo dice, él se entera de que éste conserva secreto
un pensamiento.
Investir la actividad de pensar, ser capaz de sentir placer al favorecer ese investimiento en otro,
amar el riesgo de descubrir otra verdad a pesar del precio que cueste, son las cualidades psíquicas
que el analista habrá podido hacer suyas durante su propio análisis o a las que nunca deberá
renunciar. Si el analista es capaz frente a todo sujeto de respetar su autonomía de pensamiento,
de favorecerla, pondrá poner su trabajo interpretativo al servicio de la búsqueda de verdad del
otro, y no al servicio de su suficiencia de supuesto teórico.
- Neurosis: El “decir todo” como meta hacia la cual intenta uno acercarse sin alcanzarla nunca
en su totalidad, puede ser aceptado sin mayor prejuicio. El neurótico tenderá, durante la
sesión, a investir sobre todo pensamientos transferenciales, raramente pensara solo por el
placer de pensar. Pero para que resulte posible el analista no se debe transformar en una
máquina de interpretar.

- Psicosis: La puesta en marcha de la artillería interpretativa no puede sino hundir al sujeto en


el sentimiento de que su pensamiento solo puede producir falsedad, algo no audible por no
haber sido oído jamás, no comunicable por no haber sido creído jamás. Durante toda una
primera fase del análisis, se tratará de ayudar al sujeto a investir una experiencia de placer
que siempre vivió como prohibida: experimentar placer en crear ideas, pensar con placer y
no pagar el derecho a comunicar sus pensamientos con la obligación de tener que hacerlo
siempre y sin respiro. Ofrecerle la libertad de comunicar y el placer de pensar con, para, pero
también independientemente del otro, y a veces a pesar del otro, exige que sepamos que
para estos sujetos ciertos pensamientos no tienen otro fin que probarles que tienen derecho
a pensar, que no hay nada que interpretar sino que hacerles “entender” nuestro placer de
ser testigos de su reinvestimiento del pensamiento.
Estos análisis exigen nuestra participación en una construcción de la historia del sujeto que éste
no puede reescribir por sí solo. El analista tiene el deber de tratar de conocer las pruebas que
jalonaron la historia infantil del sujeto.

141
Pensamiento y placer son, para estos sujetos (psicosis), dos conceptos antinómicos, y eligen
renunciar a vivir para ya no tener que pensar más que pensamientos que son fuente de
sufrimiento. El placer que la actividad de pensar tiene que procurar es para el Yo una necesidad
y no un premio al que podría renunciar. Una de las condiciones de un placer semejante es que
el Yo tenga la seguridad de que le está garantizada una parte de libertad no alienable al placer,
al deseo, al discurso, ni a la teoría de ningún otro y sobre todo de aquel que aceptó acompañarlo
en la aventura analítica.
Poder pensar secretamente en una “nube rosada” y sentir con ello placer: hacer esto posible es
la primera tarea que nos impone la psicosis.
Piera Aulagnier “La violencia de la interpretación”
Palabras preliminares
Objetivo de nuestra construcción: encontrar una vía de acceso al análisis de la relación del
psicótico con el discurso que permita a la experiencia analítica desarrollar una acción mas
cercana a la ambición de su proyecto. La psicosis nos obliga a repensar la psique y nuestros
modelos. Elegimos reconocer que lo que el modelo deja de lado en lo concerniente a nuestra
propia respuesta exige que se reconsidere las diferentes construcciones que explican la
constitución del yo y la función del discurso, que se logre entrever cual era ese impensable
“antes” que todos hemos compartido.
Independientemente del sentido manifiesto de sus enunciados, al discurso psicótico lo
experimentamos como una “palabra-cosa-acción”, que al irrumpir en nuestro espacio psíquico,
nos inducía a posteriori, a re-pensar un modelo de respuesta perimido y generalmente reducido
al silencio. El discurso psicótico nos induce a postular una forma de actividad psíquica precluida
de lo conocible, en forma definitiva y para todo sujeto, y, sin embargo, siempre en acción, “fondo
representativo” que persiste paralelamente a otros dos tipos de producción psíquica: la que
caracteriza al proceso primario y la que caracteriza al proceso secundario.
Los postulados en que se basará nuestra construcción.
1. El cuerpo. Junto al biológico,. otra imagen: la de un conjunto de funciones sensoriales que
son vehículo de una información continua que no puede faltar porque es condición
necesaria para una actividad psíquica que exige que sean libidinalmente catectizados
tanto el informado como el informante. La psicosis se caracteriza por la fuerza de
atracción ejercida por lo originario.
2. La situación de encuentro. Con el medio. Este encuentro será la fuente de tres
producciones cuyos lugares de inscripción y los procesos que los producen delimitan tres
“espacios-funciones”: a) lo originario y la producción pictográfica; b) lo primario y la
representación escénica (la fantasia); c) lo secundario y la representación ideica, la puesta
en escena como obra del YO.
Todo acto, toda experiencia, da lugar a un pictograma, a una puesta en escena, a una “puesta en
sentido”. El análisis en esta instancia se centrará alrededor de los tres postulados:
1. La exigencia de interpretación como fuerza que organiza el campo del discurso.

142
2. La función del objeto parcial que cumplen en un primer momento el objeto-voz y el
“pensar”, en cuánto última función parcial y última prenda de una relación madre-hijo
que precede a la disolución del complejo de Edipo.
3. La imposibilidad de analizar la función del Yo sin considerar el campo sociocultural en el
que está inmerso el sujeto.
Capítulo 5 – Acerca de la esquizofrenia: potencialidad psicótica y pensamiento delirante
primario.
En el campo de la psicosis, se operan amalgamas en las que se encuentran mezclados conceptos
freudianos, kleinianos, lacanianos e incluso de la anti psiquiatría. No defendemos ningún
dogmatismo ni ninguna ortodoxia exclusivista, pero el confusionismo tan frecuente en el discurso
analítico, tan pronto como se aplica a la psicosis, constituye un obstáculo que se debe denunciar.
Por ello, antes de abordar nuestra construcción, definiendo nuestra acepción del concepto de
“pensamiento delirante”, se requieren dos aclaraciones: la primera concierne a la significación
que se le atribuye a la expresión “condición necesaria” y la segunda, el lugar que ocupa en este
trabajo el ejemplo clínico.
1) Hablar de “condiciones necesarias” no es equivalente a hablar de condiciones suficientes.
Podemos definir las primeras y demostrar que se las encuentra con gran frecuencia, pero
no tenemos el poder de declararlas suficientes. Si fuese posible pasar de un calificativo a
otro, dispondremos de un modelo que daría acabada cuenta de la causalidad psicótica, y
ello no ocurre.
2) En lo que refiere al papel que desempeña generalmente el ejemplo clínico en los textos
analíticos, se impone una primera evidencia: toda historia de caso y todo fragmento de
historia es elegido siempre por el autor en función de que permite demostrar que una
hipótesis teórica está o no bien fundamentada. Sabemos que existen ejemplos
privilegiados y otros que se prestan mucho menos a esta función demostrativa; podemos
preguntarnos, entonces, hasta qué punto una extrapolación sigue siendo lícita. En lo que
se refiere a los ejemplos a los que recurriremos, la razón de la elección es evidente: su
ejemplaridad reside en lo que demuestran acerca de la función característica de los
elementos de realidad a partir de los cuales el discurso psicótico construyó la
interpretación que se llama delirio.

El pensamiento delirante primario.


Designamos con los términos de esquizofrenia y de paranoia los dos modos de representación
que, en determinadas condiciones, forja el Yo acerca de su relación con el mundo; el
denominador común de estas construcciones es fundarse en un enunciado de los orígenes que
reemplaza al compartido por el conjunto de los otros sujetos.
Definimos como idea delirante todo enunciado que prueba que el Yo relaciona la presencia de
una cosa con un orden causal que contradice la lógica de acuerdo con la cual funciona el discurso
del conjunto; por ello mismo, esa relación es ininteligible para dicho discurso.

143
El análisis de los factores responsables de este tipo de organización, nos enfrentará con dos
discursos, el del portavoz y el del padre, que han presentado fallas en su tarea. Estas fallas
pueden ser superadas por el sujeto sin que se vea obligado a recurrir a un orden de causalidad
que no se halle acorde con el de los demás; es por ello que lo necesario no es lo suficiente. En los
casos en los que esto no ocurra, se comprobará la presencia de un enunciado acerca del origen
que es ajeno a nuestro modo de pensar: a esto lo llamamos pensamiento delirante primario. La
presencia de esta condición previa es para nosotros sinónimo de lo que definiremos como
concepto de potencialidad psicótica. No se trata de una posibilidad latente que sería común a
todo sujeto, sino una organización de la psique que puede no dar lugar a síntomas manifiestos
pero que muestra, en todos los casos en lo que es posible analizarla, la presencia de un
Pensamiento delirante primario enquistado y no reprimido. Este quiste puede hacer estallar su
membrana para derramar su contenido en el espacio psíquico: cuando ello ocurre, se pasa de lo
potencial a lo manifiesto.
Definimos como pensamiento delirante primario la interpretación que se da el Yo acerca de lo
que es causa de los orígenes. Origen del sujeto, del mundo, del placer y del displacer: el conjunto
de los problemas que plantea la presencia de estos cuatro factores fundamentales encontrará
una única e idéntica respuesta gracias a un enunciado cuya función será indicar una causa que
dé sentido a su existencia. Merced a esta creación, el Yo se preserva un acceso al campo de la
significación creando sentido allí donde, por las razones que analizaremos, el discurso del Otro
lo ha confrontado con un enunciado con escaso o ningún sentido. A partir de este pensamiento
podrá instaurar una forma particular de escisión que se manifiesta a través de lo que designamos
como enquistamiento de tal pensamiento, este le permite al sujeto funcionar de acuerdo con
una aparente y frágil normalidad. Es posible también que este pensamiento no dé lugar a
sistematización alguna, sino que actué como una interpretación única y exhaustiva que marque
toda experiencia vivida cargada de afecto: todo lo que escape al poder de esta interpretación
unica sera descatectizxado e ignorado por el sujeto y su discurso. Un lugar aparte debe ser
atribuido al autismo infantil precoz, en el que lo que no ha podido elaborarse es el propio
pensamiento delirante primario.
Esta primera elaboración del concepto de pensamiento delirante primario sería suficiente para
mostrar la importancia que atribuimos a la función del Yo en la psicosis: lejos de ser el gran
ausente, es el artesano de una reorganización de la relación que deberá mantener con los otros
dos procesos co-presentes en su propio espacio psíquico y con el discurso del representante del
Otro y del representante de los otros. No se produce, como se ha llegado a pensar, una situación
en la que una significación reemplaza a otra que no se acepta, por ser frustrante o contraria al
principio de placer, lo que se produce es la creación de una nueva significación que no podría
formularse si se respetase la lógica y el orden causal característico del discurso de los demás.
El pensamiento delirante se impone la tarea de demostrar la verdad de un postulado del discurso
del portavoz notoriamente falso. Origen del sujeto. Se manifiesta una antinomia entre el
comentario y lo comentado. Aceptar el comentario, ampliaría adueñarse de una historia sin
sujeto; rechazarlo implicaría quedar frente a frente con una experiencia inefable, algo
innombrable. Para evitar esto, el Yo dispone de la posibilidad de interpretar el comentario. Puede

144
esperar así hacer coincidir, de un modo más o menos defectuoso, el desarrollo de su historia con
un primer párrafo escrito por el pensamiento delirante primario.
Considerar que el pensamiento primario es un resultado del encuentro del sujeto con un
enunciado del discurso implica dos corolarios: 1) Situar en esta fase en la que el infans se
convierte en niño, al acceder al registro de la significación, el momento en que puede constituirse
el pensamiento delirante primario; 2) Acordar un papel privilegiado a las particularidades
presentes en el discurso que el niño encuentra en la escena de lo real. La textura de este discurso
es la que ofrece las condiciones necesarias para que este espacio se convierta en el lugar al cual
advendra el pensamiento delirante primario.
El problema del origen
En el registro de la historia de un sujeto, ese primer párrafo no puede quedar en blanco. La tarea
del discurso del portavoz es ofrecerle al niño un primer enunciado referente a ese origen de la
historia. ¿Cómo nacen los niños?, ¿Cómo nace el Yo?, ¿Cómo nace el placer?, ¿Cómo nace el
displacer? Cuatro formulaciones de un único interrogante que busca una respuesta que plantee
una relación entre nacimiento-niño-placer-deseo. En el origen de la vida se encuentra el deseo
de la pareja parental al que el nacimiento del niño causa placer. Cualquiera sea la formulación
explícita de la respuesta oída, es preciso que remita intrínsecamente a esta concatenación. Esa
respuesta a la causa de su origen será proyectada retroactivamente por el niño sobre la causa
originaria de toda experiencia de placer y displacer. El Yo relacionara la causa de placer, de todo
placer, con el placer que le procura a la pareja el hecho de que él existe. Se observa de qué modo
el enunciado con el que el portavoz cree responder al interrogante acerca del nacimiento será
metabolizado por el niño en una significación a partir de la cual elabora su propia teorización
sobre la causa de todo lo que se refiere al origen.
El espacio al que la esquizofrenia puede advenir.
En primer lugar consideraremos aquello que en la conducta y el discurso ameno forma parte de
la realidad manifiesta tal como ella se revela ante el infans a través de esa conducta y en ese
discurso. Ambas se singularización por la presencia, reconocida por la madre, de un no deseo de
un deseo, o de un no deseo de un placer, referido a un/este niño. En el primer caso, se dirá
abiertamente que no se deseaba ningún hijo; en el segundo, que el acto procreador que dio
nacimiento a este niño no ha sido fuente de placer. Una vez nacido el niño, la madre podrá
afirmar un deseo de vida en relación con él, pero por lo general ese deseo se formulará bajo la
forma inversa del temor de su muerte. Como consecuencia de ello, este miedo justifica e
imposibilita el “placer de tenerlo” que es reemplazado por el “displacer de correr siempre el
riesgo de perderlo”. En ambas situaciones, se comprueba que tanto el rechazo como la
particularidad de la catexia responden a la misma causa: la ausencia de un deseo de hijo. En estas
mujeres puede existir, sin embargo, lo que llamamos un “deseo de maternidad” que es la
negación de un “deseo de hijo”. Deseo de maternidad a través del cual se expresa el deseo de
revivir, en posición invertida, una relación primaria con la madre, deseo que excluirá del registro
de las catexias maternas todo lo que concierne al momento de origen del niño. Lo que ella desea
sigue siendo “el hijo de la madre”, ella espera el retorno de sí misma en cuanto fuente del placer
materno.

145
Este primer bosquejo de la relación madre-hijo permite plantear que el pensamiento delirante
primario remodela la realidad de algo aprehendido referente a experiencias que le han sido
efectivamente impuestas al sujeto y que conciernen: 1) al encuentro con una madre que
manifiesta y expresa que la causa del origen del sujeto no es ni el deseo de la pareja que la ha
dado vida, ni un placer de “crear algo nuevo” que ella podría reconocer y valorizar; 2) al
encuentro con experiencias corporales, fuente de sufrimiento; 3) al encuentro con algo
aprendido en el discurso materno que, o bien se niega a reconocer que el displacer forma parte
de la vivencia del sujeto, o bien impone un comentario acerca de él que priva de sentimiento a
esa experiencia y a todo sufrimiento eventual. El pensamiento delirante primario deberá forjar
una interpretación que remodele la vivencia coextienda con estos tres encuentros.
Después de haber designado aquello que en la conducta de la madre en relación con el infans
manifiesta la falta de un “Deseo de hijo”, nos ocuparemos del registro de lo latente para intentar
comprender las razones de esa “falta” y sus consecuencias sobre la actividad de pensamiento del
niño. Examinaremos sucesivamente: 1) El fracaso de la represión en el discurso materno; 2) El
exceso de violencia que ella origina; 3) La prohibición de pensar; 4) El pasaje del pensamiento
delirante primario a la teoría delirante primaria acerca del origen; 5) el referente que ese
pensamiento debe encontrar en la escena de lo real para que la potencialidad psicótica no
culmine en el plano de lo manifiesto.
1) El fracaso de la represión en el discurso materno
En este caso no ha podido ser reprimida por el Yo de la madre una significación primaria de su
relación con su propia madre, lo que ha impedido el acceso al concepto de función materna y a
su poder de simbolización. La causa esencial del pensamiento delirante primario es la presencia
de un discurso, pronunciado por la voz materna, que aparentemente utiliza conceptos acordes
con el discurso del conjunto mientras que, en realidad, carece del “concepto que se refiere a ella
misma”. La significación “función materna” la remite exclusivamente a la significación primaria
que esta función habría asumido para ella, la imagen que había forjado para sí en relación con el
deseo de su madre frente a ella.
Esta reducción de la significación del concepto que, en realidad, es su negación, puede
imposibilitar al niño el encuentro de un lugar en un sistema de parentesco que le dé acceso a lo
simbólico. En esos casos, la función materna remitirá siempre a un poder ser y a un poder hacer
exclusivos de la madre, este poder nada dice acerca de lo que en esa función solo puede operar
gracias a la participación de los otros, y en primer lugar, del padre. La participación del padre en
la procreación es reconocida; lo que se niega es que haya podido ser motivada por un deseo y
que lo que ha dado nacimiento al hijo sea un deseo compartido.
En el discurso materno, la experiencia del embarazo y el encuentro con el infans han provocado
lo que, metafóricamente, podría designarse como “psicosis puerperal” en el sector del sistema
de parentesco. Mientras no tuvo hijos, la madre pudo ignorar que carecía de los enunciados que
podrían dar sentido al concepto de función materna: en presencia del niño, le incumbiría la tarea
de actuar como intermediaria entre la función que ella encarna y el concepto al que ella debería
remitir y del que carece. La madre experimenta las consecuencias de una omisión en el discurso
de su propia madre: lo no dicho o lo no aprehendido acerca de la trasmisión de un deseo de hijo

146
que habría convertido a la madre en aquella a través de la cual se trasmite un derecho al deseo.
Esa no trasmisión podra conducir al silenciamiento de todo deseo de maternidad. Si el deseo de
maternidad se impone, la madre se ve enfrentada con la siguiente paradoja: no puede reconocer
lo que es causa de ese deseo, pero tampoco puede reconocer que el niño sería la realización de
lo que carece de lugar en su problemática: un deseo de hijo. Recurrirá entonces a una
racionalización que excluye al deseo como causa de existencia de los hijos. El niño se ve frente a
un discurso en el que no existe ningún enunciado que dé sentido a su presencia, que podría ligarlo
al deseo de la pareja. Allí donde debería constituirse el proyecto, allí donde la idea del futuro
debería permitirle al Yo moverse en una temporalidad organizada, el retorno de lo mismo
detiene el tiempo en beneficio de la repetición de lo idéntico.
La sombra hablada no anticipa al sujeto, lo proyecta regresivamente a ese lugar que el portavoz
había ocupado en una época pasada.
2) El exceso de violencia: la apropiación por parte de la madre de la actividad de
pensamiento del niño.
Al retomar por cuenta propia la tarea del pensamiento delirante primario, el discurso delirante
intenta dar sentido a una violencia cometida por el portavoz a expensas de un Yo que carecía de
los medios de defensa adecuados. Interpretar la violencia, ligarla a una causa que salvaguarde a
la madre como soporte libidinal necesario, tal es la hazaña que logra el pensamiento delirante
primario.
La madre espera que el acceso del niño al orden del discurso le demuestre que, en su propio
discurso, no hay falta alguna. Vemos invertirse así el proceso normal: la apropiación por parte
del niño de las conminaciones explicitas, y sobre todo implícitas, presentes en el discurso
materno debería reforzar la barrera de represión de la madre para preservar a su Yo del retorno
de lo reprimido referente a una representación primaria del objeto del deseo, mientras que, en
este tipo de relación, se espera del niño la demostración de que lo no reprimido no tenía por qué
haberlo sido, y es legítimo demandarle que de forma a una imagen perdida de sí mismo, repetir
una relación libidinal bajo el dominio de lo primario y a la que la situación vuelve a otorgar
plenitud o vigor. Se pide así que el piense lo que ella piensa, ya que si llegase a considerar a su
Yo como agente autónomo con derecho a pensar, le demostraría a ella que el pasado no puede
retornar, que el deseo de lo mismo es irrealizable e impensable, que su discurso carece de un
concepto. Para evitar ese riesgo, la madre dispone de diferentes caminos.
El primero consiste en privilegiar las otras funciones parciales, en sobrecatectizar al cuerpo como
conjunto de funciones, de acuerdo con un modelo del buen funcionamiento que ella buscar y
encontrara en lo que dicen la medicina, la higiene, la religión o la ciencia acerca del cuerpo y sus
funciones. La particularidad del modelo corporal propuesto al yo será el aspecto fragmentario de
las funciones cuya actividad se supervisa. El placer de ver, de aprehender, de comer, se originaran
en la erotizacion de la actividad y no ya en la meta que ella se propone. En este marco, todo lo
inesperado es peligroso: la relación demanda-respuesta asume la forma, no ya de un discurso,
sino de un código rígido, la oferta será reglamentada de tal modo que reduzca al máximo el riesgo
de que aparezca una demanda imprevista.

147
Es en ese modo de relación donde va a nacer la actividad de pensar, y esta relación preexistente
es la que debe hacer inteligible a la instancia pensante. La madre sólo podrá preservar su control
sobre la actividad pensante del niño y sobre los pensamiento por ella producidos si reduce esta
actividad, al igual que sus precedentes, al equivalente de una función sin proyecto. Sin embargo,
lo que es posible en parte, para las otras funciones del cuerpo no lo es para el pensar: la actividad
de pensar exige la presencia de un proyecto. Es cierto que, si la madre fracasase en la apropiación
de la actividad de pensar del niño; si el Yo infantil lograse ganar la partida, ella no podría menos
que comprobar que es una madre no acorde con el “concepto” que vehiculiza el discurso al
respecto: vería al Yo del niño, alejarse de ella para buscar en otro lugar posibles sustitutos. En
toda ocasión que el niño logra pensar el concepto de “función materna”, descubre, de ese modo,
que la madre no conoce su significación y no le queda otra alternativa que alejarse para encontrar
en otro sitio las mediaciones necesarias.
3) El saber prohibido y las teorías delirantes sobre el origen.
La prohibición de saber es ignorada por la madre, pero sin embargo, se expresa abiertamente en
la prohibición que afecta a toda interrogación del niño acerca del origen de su vida, la razón de
determinadas experiencias que ha vivido y en el “secreto” a menudo presente en sus historias
(casi siempre referido a un suicidio, a una mentira sobre el padre real, a una enfermedad
vergonzosa, un aborto, etc.). Ese secreto que la madre pretende ocultar tiene que ver con la
razón que ella se da acerca de los problemas encontrados por el niño, o los problemas con que
tropezaria si conociese ese secreto, problemas que ella puede reconocer en sus propias
relaciones familiares. La angustia materna considera a todo porqué pronunciado por el niño
como riesgo de un “porqué del porqué” que podría conducir a una última pregunta que no quiere
escuchar, ya que no puede responderla. Paradójicamente, la adquisición de un saber sobre el
lenguaje, condición de existencia para el Yo, constituye para la madre una exigencia que ella
impone, lo que confronta al niño con una situación contradictoria:
a) Apropiarse de ese saber, aceptar el orden de la significación propia del discurso,
transformar lo representable en algo nombrable e inteligible.
b) Carecer de lo que funda la realidad y el lenguaje, no poseer el enunciado de los
fundamentos, o el fundamento de los enunciados, necesario para que el propio relato
histórico le concierna.

La potencialidad psicótica es el resultado de una prueba análoga: se le ha exigido al sujeto que


organice el espacio, el tiempo, el linaje, recurriendo a los puntos cardinales de los otros, mientras
él ha perdido el norte. El pensamiento delirante primario es la creación por parte del Yo de este
enunciado faltante: es a partir de ella que se instaurara una teoría infantil acerca del origen, cuya
función y analogía funcional con el papel que desempeña en la neurosis la novela familiar
mostraremos a continuación.
La historia de la Señora B. y la teoría delirante primaria acerca del origen
Mujer de 32 años, casada y madre de 2, hasta hace dos años todo se desarrolló normalmente.

148
🡺 Compulsión fóbica hace dos años: teme ser obligada a desvestirse y mostrarse desnuda.
Solo puede salir a la calle acompañada por su marido o alguno de sus hijos. Esta idea
aparece por primera vez cuando está esperando que el pedicuro le saque un callo que no
le permitía caminar si no era apoyada en los personajes mencionados anteriormente.
Deja de trabajar.
🡺 Hijo de 14 años, espera que sea “un apasionado de la investigación y de la soledad”.
🡺 Su madre: autoritaria, gritaba siempre y tenía violentos desbordes de ternura. Casi la
mata con pastillas.
🡺 Dos convicciones. 1) En la procreación, el esperma del hombre no desempeña papel
alguno; 2) En todos los casos en los que se produce la relación sexual, la mujer se ve
obligada a incorporar vaginalmente una parte de la sustancia masculina; por ello los
hombres mueren más jóvenes y pierden sus cabellos.
🡺 No muy interesada en el sexo, se siente inflada y culpable.
🡺 Potencialidad psicótica.
🡺 Los secretos de la madre de la señora B. conciernen al padre de la primera hija, y a la
locura de su propio padre que quiso matarla. La relación con la locura. Madre de una
primera hija sin padre, esta mujer rígida oculta su falta, pero no sabe oponerse a la
prostitución de esa hija, de quien dirá que “siempre estuvo loca”. Asesina en potencia de
la segunda hija, argumentara en favor de “Lamere” y los medicamentos.
🡺 La voz paterna: los gritos violentos. “Tener chicos o meterse una bala en la cabeza, es lo
mismo”

La potencialidad psicótica es el resultado del enquistamiento de una teorización sobre el origen


no reprimida, que mientras sigue siendo quiste puede permitir que junto a ella en forma paralela
y contradictoria, se desarrolle un discurso que aparentemente (solo aparentemente), concuerda
con el discurso de los otros. Para que la potencialidad psicótica siga siendo tal serán necesarias
dos condiciones: la presencia en la escena de lo real de otra voz que garantice la verdad del
enunciado del sujeto y la no repetición de situaciones demasiado semejantes a las responsables
de las primeras experiencias.
Lo que se encuentra en el origen de la respuesta esquizofrénica y de su construcción delirante
responde a tres condiciones: !) el sujeto es frustrado “intolerablemente” por una significación;
2) el deseo indomado e indomable, que se niega a ser acallado, concierne también a la exigencia
de interpretación y la necesidad identificatoria constitutiva del Yo; 9) el pensamiento delirante
primario intenta operar la reconstrucción de un fragmento faltante en el discurso del Otro que,
entonces, reaparecerá ilusoriamente conforme a las demandas identificatorias del Yo.
Capítulo 6 – Acerca de la paranoia: escena primaria y teoría delirante primaria.
En el horizonte de la potencialidad paranoica se sitúa el delirio tal como se manifiesta ante la
mirada y la escucha de los otros. No se trata de proponer una teoría de la paranoia, sino de
mostrar de qué modo un “odio percibido” marca el destino de estos sujetos y se convierte en el
eje alrededor del cual se elabora su teoría sobre el origen. En este capítulo nos limitaremos a

149
aislar los caracteres particulares de la organización familiar que encuentra el sujeto y el discurso
que escucha: esta organización es la que convierte al espacio al que adviene el Yo en el espacio
al que podrá advenir la paranoia.
La fantasía de escena primaria y las teorías sexuales infantiles.
Volveremos a ocuparnos por un momento de estos “pensamientos sexuales primarios” o “teorías
sexuales infantiles”, que todo sujeto ha compartido. Pensamientos gracias a los cuales el Yo del
niño se da una primera respuesta acerca del lugar en el que se originó su cuerpo, acerca del deseo
de ese “lugar” en relación con ese mismo cuerpo, acerca del placer o del displacer que pudo
experimentar ese cuerpo del Otro cuando dio origen al de él, y acerca de las razones que dan
cuenta de esa vivencia. Toda teoría sexual infantil es una teoría sobre el nacimiento, que, al
responder al interrogante acerca del origen del cuerpo, responde de hecho al interrogante de los
orígenes construyendo lo que ya hemos denominado “causa originaria”. Escena primaria y
pensamiento sexual infantil son las dos producciones a través de las cuales el proceso primario y
el secundario responden a un interrogante acerca del origen que no puede ni ser acallado ni
quedar intacto. Los remodelamientos que sufre esta fantasía en el transcurso de la evolución
psíquica son concomitantes de las modificaciones sucesivas que podrá aporta o no el Yo a su
teoría infantil sobre su origen y sobre los orígenes. Recordamos aquí, la tarea que le incumbe al
lenguaje: permitir al Yo conocer las fuerzas que operan en su espacio. Ese conocimiento se
convierte en objeto de su búsqueda solo si le brinda al Yo una “prima” de placer, querer pensarlo,
implica que esta acción sea en sí misma fuente de placer.
Las condiciones necesarias para la reelaboración fantaseada.
Hemos mostrado que el pasaje de la pareja complementaria a la pareja primaria es coextenso
con el reconocimiento por parte de la psique de algo exterior a sí, al que no escapa ningún sujeto
una vez superado el estadio del infans. Esta primera figuración de “exterior a si” se presentara
en forma idéntica en todo sujeto; por ello, no es exacto decir que el esquizofrénico no reconocer
la separación entre su cuerpo y el cuerpo materno. El esquizofrénico sabe la existencia de algo
“exterior a si”, lo que ya no puede saber concierne a la autonomía de un “si-mismo”. Al igual que
todo sujeto, el esquizofrénico ha encontrado lo “exterior a sí” bajo la égida del deseo del Otro.
También para él, el primer ocupante de ese exterior a si ha sido el pecho, momento de
coincidencia entre el espacio del mundo y el espacio materno. La primera escena representa así
en todo sujeto la relación que la imago materna mantiene con los objetos de su placer: en este
caso, al término “objeto” debe dársele su sentido corriente de cosa, de fragmento inanimado, de
instrumento al servicio del que lo utiliza.
La escena aprehendida y su puesta en escena en la paranoia.
Ante el delirio paranoico, nos habían llamado la atención tres rasgos específicos:
1) La necesidad de no dejar lugar en el sistema a la menor apertura, a la más ínfima
posibilidad de una duda en el interlocutor. El postulado delirante, constituye la prueba de
que el sujeto no puede tolerar la menor falla en su sistema y tiene motivos para ello: esa
falla abriría paso a una avalancha que arrastraría todo a un precipicio sin fondo.

150
2) El lugar acordado en su teorización del mundo al concepto de “odio”, concepto nodal a
cuyo alrededor estos sujetos harán gravitar todos sus sentimientos, reacciones y
acciones. Aquí, una vez más, tenemos la impresión de una necesidad absoluta, de un
cemento sin el cual la construcción se derrumbaría como un castillo de naipes.
3) La posibilidad de preservar un lugar, en su discurso y en su fantaseo de la escena primaria,
a dos representantes de la pareja, aunque a condición de que entre los dos pueda ser
puesta en escena una relación conflictiva, y a menudo una relación de odio. Muy pronto
vimos que esta relación no era reductible a una simple proyección sino que, era una
respuesta a algo aprehendido y a algo visto que determinaron que la escena exterior
fuese apta para la fantasía de rechazo y o para una fantasía de un deseo de reunificación.
No es un descubrimiento señalar que el paranoico mantiene una relación privilegiada con el odio;
todo delirio de interpretación, en el registro de la paranoia, muestra el lugar atribuido al odio de
los otros: el objeto persecutorio no puede dejar un momento de respiro ni permitir tomar
distancia, debido a que solo existe mientras ejerce contra uno su deseo de persecución que, en
casi todos los casos, es vivido por esos sujetos como un deseo de destrucción. Señalemos
también que en el paranoico la razón de la persecución asume un sentido muy particular: se lo
persigue porque se le envidia un bien que posee y se pretende eliminarlo porque representa, por
ello mismo, un peligro real para los propósitos de los otros, que le imputan un poder nefasto para
ellos.
Tan pronto prestamos mayor atención a lo que se nos dijo acerca de la pareja parental, la clínica
nos dio una primera respuesta al interrogante que nos planteaba la presencia constante de estas
tres características: el primer resultado de esta atención fue hacernos recordar otros relatos, más
lejanos en el tiempo, y a comprobar el parentesco existente entre esas historias. Ese parentesco
puede caracterizarse por la intensidad y la erotización del conflicto, y por la expresión manifiesta
de una animosidad capaz de llegar hasta el odio, que, en cierto número de casos, se extendía a
las dos naciones a las que pertenecían los padres. Luego da ejemplos de relatos.
A partir de los recuerdos que conservan de su infancia estos sujetos presentan una imagen
particular tanto del discurso materno como del paterno. Madre a menudo “perfecta”, deja
escaso margen a una posible crítica por parte del hijo: no por vedarla con violencia, sino debido
a que se las arregla para que, en el plano de la conducta, el niño, que tiene la intuición de que
algo falla, o de que es falso o ambiguo, no pude descubrirlo y decirse que su intuición es fundada.
La desconfianza paranoica, definida como una especie de rasgo de carácter, se origina en esta
presencia en la escena del mundo de una imagen materna que no se logra declarar conforme a
la verdad que ella pretende, ni tampoco demostrar su falsedad mediante argumentos
justificados. Existe así un reconocimiento de una relación de amor entre ellos, y al mismo tiempo
y en sordina, una negación: en efecto, la fórmula “amor por deber” es una contradicción in
terminis.
En lo referente al padre, llama la frecuencia con que se observan los siguientes rasgos: 1) n
relación con el deseo de la mujer, un mismo veredicto que la declara “mala” y “peligrosa” para
el niño; 2) El ejercicio de un poder que se instrumenta para transformarlo en un abuso manifiesto,
que a menudo asume una forma violenta; 3) Al mismo tiempo, o en una fase que el niño descubre

151
más tarde, los signos de carácter cuyo aspecto patológico es totalmente obvio para el niño; 4) La
reivindicación de un “saber” que lo convertiría en depositario irrefutado e irrefutable de un
sistema educativo que se impone por la violencia y por el bien del niño; 5) Por último, en cierto
número de casos, un rasgo que hemos observado a menudo en el padre del esquizofrénico, rasgo
que definiremos como un deseo de procreación, que realizarán fantaseadamente planteando
una equivalencia entre alimentar y alimentar el espíritu: en lugar del pecho que nunca pudo dar,
el padre se postulara como el único dispensador del saber.
Lo que el niño “aprehende” y la “teoría delirante sobre el origen”.
En uno de sus artículos, Freud escribe: “La excitación sexual se produce como efecto marginal en
toda una serie de procesos internos tan pronto como la intensidad de este proceso supera ciertos
límites cuantitativos. Más aún, es posible que en el organismo nada importante ocurra sin que
contribuya de algún modo a la excitación de la pulsión sexual. En virtud de ello, la excitación del
dolor y del displacer, sería un mecanismo fisiológico infantil que más tarde se agota”.
Mutatis mutandis, esta hipótesis puede extrapolarse a la interpretación escénica que forja la
psique acerca de todo acontecimiento presente en la escena exterior y que para ella es fuente
de una emoción intensa. En esas situaciones, se observan tres factores particulares: 1) La pareja
erotiza efectivamente el enfrentamiento conflictivo, lo vive con gran intensidad afectiva, lo que
muestra que es en primer lugar el sustituto de una relación sexual; 2) La intensidad de lo que se
juega en ese momento es semejante a su frecuencia; 3) La exclusión del que mira asume un
sentido diferente: su mirada no es excluida, lo es, en cambio, todo apercibimiento de la emoción
que lo visto y lo aprehendido podrían provocar en él.
En la escena exterior, cuanto mayor es la cantidad de manifestaciones de odio que aparecen,
mayores serán sus equivalencias y su identidad con esta vivencia que él conoce, y más difíciles
de cuestionar. Esta situación remite al niño un mensaje que él deberá adecuar a las exigencias
de la inteligibilidad y de la “puesta en sentido”. La creación de una significación, compatible con
todo lo aprehendido y con la exigencia identificatoria del Yo, será la tarea de la que se ocupa el
“pensamiento delirante primario” y la teoría delirante infantil sobre el origen.
En ese primer momento de la historia infantil se observa, entonces: 1) La puesta en forma de una
teoría delirante primaria sobre el origen que otorga al odio y al conflicto el papel que, en otros
casos, desempeñan el deseo y el amor; 2) La autopercepción conflictual de uno mismo en toda
oportunidad en la que uno se percibe como deseante. El deseo se emplaza como deseo de
combatir un deseo, y en la que el placer exige el enfrentamiento y la violencia; 3) La elaboración
de una primera defensa, eficaz contra el retorno a una posición esquizofrénica pero que, con
igual eficacia, impedirá la Yo el acceso a un orden estructurante, a un funcionamiento acorde con
el discurso del conjunto.
Por lo general este tercer tiempo tropezará con un cruel fracaso: ante la mirada màs madura del
niño, el padre le revela la ilegalidad de su fuerza, lo que muestran sus gritos en relación con lo
que le falta, los signos irrefutables de una ruindad que no se le perdona o de una patología que
ofende.

152
Concluiremos estas consideraciones acerca de la problemática paranoica insistiendo en las
particularidades de la relación con el perseguidor tal como se manifiesta en ella; dejaremos de
lado aquello que, por el contrario, forma parte de los rasgos siempre presentes en esta relación.
En contraposición a la esquizofrenia, lo que llama la atención en la paranoia es lo que llamaremos
la exigencia de comunicación. La certeza que ofrece todo delirio sólo adquiere valor, en este caso,
al ser puesta al servicio del derecho y del deber específicos que se atribuye el sujeto: hacerla
compartir e imponerla a los demás.
¿Quién es el perseguidor para el paranoico? Sumariamente, podemos discriminar dos casos: 1)
Aquel (el más peligroso por sus consecuencias) en que el perseguidor es conocido, representado
por un sujeto definido que puede formar parte, a menudo del medio familiar; 2) Aquel en que
está representado por una clase (los judios, los masones), extrapolación que intenta mediar con
éxito, un conflicto directo que puede convertirse siempre en una lucha a muerte. A la “clase” se
la combate. Al proyectar al perseguidor a orden de la clase se proyecta también al orden de una
clase al perseguido, es posible encontrar “aliados” en ambos campos.
La función de los aliados es doble y cumple un importante papel:
- En lo que atañe al sujeto, le permitirá negar el lugar de excluido en que los otros, de
hecho, lo encierran, y preservar la convicción de participar en un “conjunto”, especie de
“mayoría silenciosa” forjada por su imaginación, mayoría de la que se convierte
encarnizado defensor.
- En lo que atañe al perseguidor, los aliados cumplirán un papel de intermediarios, al
permitir al sujeto disminuir en una medida aún mayor el riesgo de enfrentamiento con el
enemigo.
A diferencia del esquizofrénico, el paranoico no se refugia en el autismo, existe porque los otros
existen, pero no para, ni por, ni con, sino contra.
Paranoico cree que tiene una verdad del saber. Heredero legítimo. El rasgo mas decisivo en la
problemática paranoica concierne a la relación con el padre. Es un “cuarterón”, cuarto de sangre
francesa. De otra cultura. su historia:
1. El pasado: a) La imagen del padre; b) Lo aprehendido en el “relato familiar de los padres”;
c) El conflicto de las lenguas y el odio de las razas; d) La imagen de la madre.
2. La descompensación: a) El primer matrimonio y la paternidad; b) la internación de oficio
y el horror de lo “visto”.
3. El viraje: a) la realidad mutiladora; b) el castigo merecido; c) el goce masoquista: el
segundo matrimonio y el objeto degradado.
4. El presente: el fantaseo sadomasoquista.

Aulagnier, P. (1994). Parte I Capítulo El conflicto identificante - identificado en la psicosis”. En


Los destinos del placer.
Confio en haberlos convencido de la necesidad, para el funcionamiento del yo, de que las
referencias necesarias para su identificación simbólica permanezcan al abrigo de todo

153
cuestionamiento. Cuando estos puntos de referencia ya no son seguros o no están garantizados
como intangibles, asistimos a una invasión catastrófica de la duda y entramos en ese campo
conflictivo que marca la psicosis. El llamado a la certeza delirante no debe ilusionarnos, los
pensamientos con los que el delirante piensa su yo se superponen a una duda dramática que le
concierne, duda que esos pensamientos esperan en vano reducir al silencio. El delirio corre el
riesgo de ocultarnos el conflicto al cual solo logra aportar una solución precaria y siempre frágil:
el conflicto que esta vez opone el identificante al identificado, el yo pensante al yo pensado.
El psicótico, y pienso sobre todo en la esquizofrenia, conoce el abuso de poder que se ha ejercido
y que se ejerce contra su yo, conoce la impotencia que se le impone. Este yo al que declaran loco,
al que encierran, continua existiendo dolorosamente; no ignora ni su sufrimiento ni su exclusión
por los otros. Es contra el propio deseo de asesinato que el asilo protege al internado. Pero creo
también, que el esquizofrénico trata de convencerse, y de convencernos, gracias a esa “bella
indiferencia” (de la que pueden hacer gala frente a las mutilaciones), que aquel que destruimos,
aquel que ponemos bajo tutela, aquel cuyos movimientos físicos y psíquicos reducimos es un no-
yo impuesto a su propia psique por un pensamiento extraño y perseguidor.
La idealización implica la descatectizacion, temporaria o definitiva, del proyecto identificatorio y
de los ideales que son sus corolarios. Cuando reflexionamos sobre esas “idealizaciones” locas,
absurdas, que nos propone el delirio, esas idealizaciones supuestamente ya realizadas, es fácil
comprobar que lo idealizado es un no-yo, un imposible. El psicótico está enfrentado a la
imposibilidad de constituir y de catectizar ideales porque no puede catectizar ninguna
potencialidad en su yo actual que le asegure un futuro posible y catectizable. No hay ideales del
yo catectizados en la psicosis, sino la idealización trágica de un soporte exterior supuestamente
responsable de lo que uno sabe que no es, y de lo que uno sabe soportar y sufrir.
Para comprender el conflicto identificatorio en la psicosis, es necesario apelar a lo que representa
para el yo esa prueba muy particular que llamo desidealización. El yo anticipado por el portavoz,
ese yo proyectado, hablado por la madre incluso antes que esa instancia pueda advenir en la
psique del infans, ese primer yo que estará catectizado por el identificante es un yo idealizado.
Es el portavoz el que cumple una primera idealización del infans. Ese yo idealizado es el
catectizado primeramente por el amor materno. El fenómeno de desidealización, que consiste
en abandonar el yo idealizado en beneficio de los ideales futuros que el deberá catectizar, es la
condición primera y determinante en la estructura psíquica y un factor esencial para la colocación
en su sitio de los ideales. Pero esta desidealización del yo idealizado, implica una desidealización
del tiempo infantil, de un presente en beneficio del tiempo hacia el cual se va: el pasaje de una
catexia de un yo idealizado (un yo que uno cree ya realizado) en beneficio de los ideales (lo que
uno espera que el yo llegara a ser) marca la entrada del sujeto en la temporalidad. La psicosis
muestra la imposibilidad del niño, y generalmente también de la madre, de aceptar desidealizar
ese tiempo infantil y la relación que ellos dos han vivido durante esa fase de su existencia.
¿Cuáles son las condiciones que permitirían al yo cumplir ese trabajo? La primera es el inevitable
encuentro del yo con los límites de sus poderes efectivos, encuentro que lo enfrenta a lo que
comúnmente se llama principio de realidad. Este encuentro se produce inexorablemente en todo
sujeto: el psicótico podrá huir de sus consecuencias, lo que hace suponer que el encuentro

154
efectivamente ha tenido lugar. La segunda condición que permite al yo aceptar esa herida
narcisista fundamental implica que esa instancia pueda catectizar a un yo deseado que tenga en
cuenta la categoría de lo interdicto, de lo posible y lo de imposible.
Ahora bien, en este trabajo de desidealización impuesto al yo infantil, este último deberá poder
encontrar una aliado, una ayuda en la propia madre: si la madre se niega a ello, o si el hijo vive
como tal sus respuestas, el yo enfrentará una relación con sus propias referencias
identificatorias, con el tiempo, con la realidad, con su propia actividad de pensamiento que lleva
en sí lo que he definido con los términos de potencialidad psicótica, porque en un plazo más o
menos breve, corre el peligro de desembocar en la psicosis manifiesta.

Piera Aulagnier: Como una zona siniestrada. Trabajo del PsiA. (1988).

¿Qué características, propias del recorrido identificatorio, podrían explicar por qué asistimos al
pasaje de una potencialidad psicótica a su forma manifiesta, sobre todo al final de la
adolescencia?

No es posible separar lo que es del orden de la representación pulsional de lo que resulta del
campo identificatorio. No hay representación fantasmática que no sea conjuntamente la
representación que el representante se da de sí mismo en tanto deseante. Existe una relación de
interacción entre la libido objetal y la economía de la libido narcisista o identificatoria: los dos
términos son sinónimos.
Siempre que nos mantenemos en el registro de la neurosis podemos afirmar que el frente de la
escena psíquica y de la escena sintomática están ocupados por el conflicto que enfrenta a dos
“je”. El conflicto identificatorio permitirá a los dos componentes del “je” que preserven su
indisociabilidad, para estallar en la relación del “je” con sus ideales o con aquellos que los otros
supuestamente le imponen.

En la PSICOSIS suceden otras cosas. Aca la prohibición no recae sobre tal objeto, tal meta, total
proyecto particulates, sino sobre toda postura deseante que no ha sido impuesta y legitimada
arbitrariamente por el deseo, la decisión de una instancia exterior.
Es por esta razón que en la psicosis el conflicto identificatorio opone y desgarra los dos
componentes del “je”(el identificante y el identificado).

Otro punto para analizar se refiere a la historización de su tiempo pasado que realiza el yo. El yo
es, en cierto sentido, esa historia a través de la cual se da y nos da una versión (su versión)
sustituyendo a un tiempo pasado y como tal definitivamente perdido. El hecho de que un
“TIEMPO HABLADO” garantice la memoria de un tiempo pasado es un presupuesto para la
existencia de un yo que no podría ser si no estuviese, mínimamente, asegurado de que
efectivamente ha sido.

155
Esta construcción (historización de lo vivido) es una condición necesaria tanto para la instalación
de una investidura del tiempo futuro, como para que el yo tenga acceso a la temporalidad y para
que pueda tomar a su cargo e investir lo que se llama el proyecto identificatorio. Pero para que
este proyecto sea investido también hace falta que el yo encuentre en sí mismo, tal como piensa
ser en su presente, una POTENCIALIDAD que puede esperar realizar en su devenir futuro.

Salvo en los casos en que tratamos con delirios, el proyecto identificatorio no conlleva a la muerte
de un tiempo pasado o presente en provecho de sí mismo, del tiempo y del mundo.

En relación a la temporalidad, gracias a esta auto-biografía construida por el “Je”, este último
puede transformar el tiempo físico en un tiempo humano, subjetivo, que da sentido y puede ser
investido.
Transformación sin la cual no preservaría su función causal: Lo propio del sujeto humano, de todo
sujeto humano, es retrotraer a un pasado más o menos cercano la causa de que él es, de lo que
vive, de lo espera, cuando se trata de sus afectos, de su economía libidinal, de sus deseos.

Esta retroyección causal, la mayoría de las veces va a privilegiar lo que podríamos llamar un
TIEMPO DE CONCLUSIÓN de una fase libidinal e identificatoria. Tiempo de conclusión que sella,
cada uno en su debido momento el pasaje del estado de lactante al del niño, del estado de niño
al de adolescente, del estado de adolescente al estado adulto.
El momento en que el sujeto entra en la adolescencia, el momento que rehúsa a continuar a
considerarse como un niño, será aquel en el cual va a dar su forma estabilizada, aunque
modificable, al relato histórico de su tiempo y a lo vivido en su infancia. En este relato el sujeto
hará responsable a su pasado de lo que es y de lo que tiene, de lo que no es y de lo que no tiene.

(El tiempo hablado del infans tiene un estatuto particular que involucra el discurso parental)
Las experiencias de pasaje –por ejemplo el destete- son momentos de transición entre una forma
de relación y otra, en los que se reformulará insistentemente la pregunta en relación a la posición
identificatoria del “Je”.

El último punto que me gustaría explicitar es el fenómeno de develamiento o téléscopage. Lo


defino como una situación, experiencia o acontecimiento que confronta de manera imprevista el
“Je” con una auto-representación que se impone de él, con todos los atributos de certeza, cuando
hasta ese momento ignoraba que hubiese podido ocupar tal lugar en sus propios escenarios. De
repente, un suceso, la mirada del otro, investida de manera privilegiada, devuelven al je una
imagen de él mismo que le devela el horror de una imagen ignorada por el. [Esa es una de las
razones que explican por qué encontramos en la psicosis el fenómeno que desencadenó una
descompensación].
Este fenómeno de develamiento que también podemos encontrar fuera de la psicosis, alcara lo
que Piera formula acerca de esas experiencias que sellan el pasaje de un modo de relación a otro:

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experiencias que enfrentan al je a lo que no sabía que se había convertido, a la realización de lo
que no quería llegar a ser, a la distancia que separa lo que devino de lo que imaginaba que iba a
ser, 3 posibilidades que ocupan cada una el frente de la escena según el caso.

Si hacemos coincidir, a grosso modo, la adolescencia con la fase puberal; nos enfrentamos en el
registro del cuerpo y los emblemas identificatorios, con la presencia de una nueva imagen,
positiva o desestructurante, con los signos aparentes de la propia identidad sexual. Debe
abandonar esa indiferenciación relativa en la cual sus padres lo habían podido ubicar.
En cuanto a la relación con sus papás, el sujeto realizará a posteriori lo pertinente a un proceso
de “des-idealización” de los padres, comenzado mucho antes, y condición necesaria para la
instalación de una suerte de pacto entre esas dos generaciones.

Existen algunos casos en los que el adolescente no puede autorizarse esa des idealización lo cual
obligará a excluir de su espacio de pensamiento una parte de las informaciones que la realidad
le envía. Informaciones para las cuales estaría perfectamente preparado para decodificar y sin
embargo se lo prohíbe. La consecuencia será una auto-mutilación de su propia actividad de
pensamiento. Este peligro (evitado en parte en el campo de la neurosis) da cuenta, de la urgencia
que representa para el adolescente la posibilidad de investir nuevos objetos, de proponer nuevas
metas a su deseo, de proponerse nuevos ideales.

Si volvemos a la psicosis, para poder abordar los peligros psíquicos que pueden transformar una
crisis de adolescencia en una crisis psicótica se plantea una primera pregunta: ¿Habría o no, que
considerar la presencia de tales fenómenos como consecuencia de trabas psíquicas, ya existentes
y que hasta ese momento habían podido permanecer veladas? La aparición de una
sintomatología psicótica es siempre la forma manifiesta que toma una potencialidad psicótica,
existente mucho antes de la adolescencia. Esta potencialidad es la consecuencia de ese grieta
que se constituyó entre los dos componentes del “je”: la conjunción del identificarse y del
identificado fue un collage superficial que se mantuvo mediocremente hasta que se llegó a
ponerla en peligro en una situación conflictiva.

La irrupción del momento psicótico sella el encuentro del je con un suceso psíquico que le devela
una catástrofe identificatoria que ya tuvo lugar. El pasaje de una potencialidad psicótica a una
psicosis manifiesta ocurre en el momento en que el adolescente descubre que, en su recorrido
identificatorio pasado, nunca había encontrado las condiciones que le hubiesen asegurado el
carácter autónomo, inalienable de una parte de sus referencias identificatorias en el registro de
lo simbólico y que le hubiesen garantizado su parte de libertad en la elección de sus objetos, de
sus metas,de sus deseos.

Ejemplo clínico: Jorge (30 años) pide un análisis por problemas de orden neurótico. Se espera
del sujeto un cambio de posición por algo más de un mes, modificación de lugar que no se

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produce y se agrava la condición de angustia cuanto más se acerca el momento de responder
con una elección.
La mujer con la que está casado hace 4 años se enamoró de otro, y planea dejarlo; y él es incapaz
de decidir si prefiere el divorcio o vivir con su mujer sabiendo que tiene un amante.
Nada en su discurso ni en sus síntomas sugiere la presencia de defensas psicóticas. Tengo la
sensación de que relativiza la herida afectiva que representa el riesgo de perder a su mujer por
medio de los problemas profesionales. Cuando relata las dificultades que está experimentando,
sorprendido pues siempre había sido exitoso en esa área, realiza una breve alusión a lo que él
llamó su “crisis de la adolescencia”.
En mayo del 68’ había vacilado entre prepararse para ingresar a la enseñanza superior o dejar
caer el proyecto para entrar en una fábrica. Había encontrado un puesto de obrero especializado,
pero no pudo soportar las condiciones de trabajo, con lo cual cambia de ciudad y vive de changas
por 2 o 3 meses lejos de su familia: “todo esto terminó por deprimirle, ya no sabía por dónde
andaba...volví a mis pagos, un médico me recompuso. No era nada grave. Preparé el ingreso y
retomé mis estudios”. Toda esta “crisis” no tuvo lugar en el análisis los primeros 2 años.

Ese episodio de sus 16 años, aunque se haya resuelto en 2 o 3 meses y sin hospitalización, se
trata de un episodio psicótico; el análisis permitirá dilucidar las condiciones de su
desencadenamiento y situar dos episodios idénticos, más breves, que presentaron virajes
particulares de su recorrido.
Ni él ni ninguno de sus hermanos fue educado en alguna religión: La madre de Jorge era católica
practicante, y él siempre ignoró hasta sus 15 años que su padre era judío. Nuca supo porqué se
lo habían ocultado. El episodio delirante revelará toda la complejidad y la ambigüedad de su
relación con el padre. Volviendo a Mayo del 68’, cabe aclarar que Jorge jamás se ocupó de política
y lo que sucedía en las calles de París le era inesperado, “fascinante” y fuente de perplejidad.
Ese campo social donde había creído tener un lugar, lo reenvía a un discurso extraño y
desconocido que pone de relieve el poder bueno de los hijos y el poder malo de los padres.

Si bien es cierto que el recorrido identificatorio debe estar siempre abierto, la adolescencia se
consagra a la consolidación de un ordenamiento que la precede (desde la infancia) en cuanto a
referencias simbólicas, tarea en la que juega un papel centra el campo social.
Vemos en este caso que en el momento en que hubiera precisado apoyarse en esos puntos de
sostén del campo social, éste lo enfrenta a un cuestionamiento de sus certezas y valores, en
contradicción con las concepciones familiares, e incompatibles con la situación de no-conflicto
que esperaba preservar junto con las instancias parentales.
El padre vivió mayo del 68 como una revolución inaceptable de los valores. Le dice a Georges:
“haciendo suya esta lucha te haces cómplice de mi ruina, de la cual no podré salir, no me queda
más que encarar el suicidio”. A esta primera vacilación de sus referencias identificatorias se
agrega otra: desde los 12 años Georges tiene un amigo que representó para el una especie de
hermano mayor. Este amigo era un militante muy comprometido. Cuando Georges le expresa su

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reticencia para seguir las actividades políticas, el amigo le advierte que si abandona las reuniones.
no lo volverá a ver jamás. Segunda amenaza y segunda acusación.

Pero las cosas no terminan acá: una escena que lo enfrenta con su madre tendrá un efecto tela
de tensión que culminará en el desencadenamiento del episodio delirante. La madre no soporta
la angustia que siente cada vez que su hijo participa en las reuniones. Hay una cierta repetición
de las “acusaciones” y la acusación materna condensa y revela las amenazas implícitamente
presentes en aquellas que fueron pronunciadas por el padre y por el amigo. El resultado de todo
esto será la brusca caída de Georges en el delirio.
Una tarde en la que la madre angustiada decide impedir que vaya a las reuniones de política,
exasperada lo agarra de los hombros y sacudiéndolo le dice: “estás loco como tu tío, sos parecido
a él, hice todo para que fueras diferente, pero no sirvió para nada”. Acusación traumatizante, a
la que se suma que el término locura para Jorge está asociado a su hermano mayor que es
epiléptico y cuyas crisis presenciadas han dejado aterrorizado al paciente: implicaban para Jorge
el equivalente de una destrucción de todo carácter humano.

Esta catástrofe de las referencias identificatorias, culmina en delirio: en pocas horas se le impone
la certeza delirante de tener una misión secreta por ser el único que puede salvar al mundo,
hacer que todos los hombres se transformen en hermanos felices e iguales, compartiendo un
proyecto político de fraternidad. Se levanta a la madrugada, camina por Paris por un par de días
y se va bruscamente de la ciudad a trabajar a la fábrica al interior, y vagabundea un 2 o 3 meses
en condiciones que quedan borrosas.
Enfrentado a la fragmentación de los identificados, el je solo puede sobrevivir teniendo que negar
esa desposesión identificatoria, ese estallar de los soportes narcisistas, proyectándose en la
representación de un je que ya hubiese realizado su proyecto, pero un proyecto marcado con las
armas del delirio.

El medio ambiente psíquico tanto como el propio espacio psíquico en el que adivino el yo de
Georges, lo enfrentaron a lo largo de su proceso identificatorio con conflictos. Dejaron secuelas
que trató como ZONAS SINIESTRADAS en las cuales se prohíbe el acercamiento rodeandolas de
sólidas barreras y de carteles de señalización. Entre los factores responsables de estos
“siniestros” dos tuvieron un papel esencial. Primero la epilepsia de su hermano. Luego, a partir
de sus tres años, la actitud enigmática de su tío paterno.

Ese tío era sacerdote y en la familia gozaba de particular prestigio, todo el mundo lo llamaba
“Padre” y la madre hablaba de él como un representante de Dios. A Jorge se le exigía que lo
llame “Padrino”, a pesar de no haber sido efectivamente bautizado. Almorzaba con ellos todos
los domingos y siempre terminaba completamente borracho. Al despedirse le tomaba el mentón
con la mano, y mirándolo fijo a los ojos le decía en tono solemne “Nunca debes olvidar, hijo mío,
de quién eres el hijo”; extraña escena que para él, siendo niño, producía un efecto similar al

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aniquilamiento, mandato paradojal. ¿Debía acordarse de quién era hijo porque su padre no lo
era? ¿Por qué ese hombre lo llamaba “hijo mío” y él debía llamarlo “padrino”, y era hermano de
su madre e hijo preferido de Dios? El tío que hemos nombrado, fallece cuando Jorge tiene unos
13 años, y la familia no hablará nunca más de él. Hasta donde él sabe, nadie fue al entierro.

Enfrentado desde el comienzo de su recorrido identificatorio con un hermano que le devolvía la


imagen de un hijo loco inasumible y con una actitud materna incapaz de aportar la seguridad
necesaria a la vez que con un padre poco presente, Georges logró no obstante reparar y tratar
de remediar esas primeras fisuras que marcaron su campo identificatorio.

Pero al sumar a la escena los comportamientos bizarros del tío y la complicidad de sus padres en
tales escenarios, no pudo sobrellevar el 2do terremoto de su suelo identificatorio.
Pedazos de su ruta guardaron huellas que hicieron de éstos “zonas siniestradas” encima de las
cuales ya no se puede construir. A pesar de todo pudo balizar los aspectos no peligrosos de su
espacio identificatorio, aferrándose a soportes externos (amistades, éxitos escolares...) para
señalizar vías que deben ser evitadas y otras que pueden recorrerse sin riesgos mayores.
La preservación de su nueva construcción hubiese requerido, por supuesto, no ser sometida tan
bruscamente a sacudidas fuertes y reiteradas.
A pesar de las dificultades y fracasos con estos casos, sigo aceptando comprometerme porque
creo que esas “zonas siniestradas”, no lo son definitivamente, en todo “accidentado”. Pienso que
una relación analítica puede, en ciertos casos, despejar el terreno para que allí se pueda
reconstruir y a veces construir esa parte del edificio identificatorio que se había instalado, o debía
haberse instalado.

Aulagnier, P. (1991). “Construir (se) un pasado”. En Revista de psicoanálisis APdeBA.

Es el observador exterior el que se sirve del “diagnóstico” de adolescente por un deseo de


clasificación y clarificación. El niño, durante un tiempo, tiene menos problemas en reconocerse
en la denominación “nene” (de mamá o de papá...), pero el adolescente oscila entre 2 posiciones:
• El rechazo a todo cambio de status en su mundo relacional sin importar las modificaciones que
se inscriben en su cuerpo.
• Una reivindicación, ardiente o silenciosa y secreta, de su derecho de ciudadano completo en el
mundo de los adultos, mundo que será reconstruido por él y sus pares en nombre de nuevos
valores que probarán lo absurdo o la mentira de los que se pretende imponerle.

La designación “adolescente” seguida de un “yo soy” enunciado por un adolescente remite para
el observador a un estado pasado o futuro; y el Yo del sujeto lo vive a la inversa, como un tiempo
presente.

160
Entre las tareas reorganizadoras de ese tiempo de transición, un rol determinante para su éxito
o fracaso: es el trabajo de poner en memoria y en historia, gracias al cual un tiempo pasado y
como tal, perdido, puede continuar existiendo psíquicamente en y por la autobiografía obra de
un yo que solo puede ser y devenir prosiguiéndola del principio al fin de su existencia.
Autobiografía jamás terminada, siempre sujeta a modificaciones aún en capítulos que se creían
cerrados.

Ese trabajo de construcción-reconstrucción permanente de un pasado vivido, es necesario para


orientarnos e investir ese momento inasible, el presente, para lo cual hacemos pie sobre mínimos
anclajes estables de los que nuestra memoria nos garantice permanencia y fiabilidad (condición
para que el sujeto tenga la certeza de ser el autor de su historia y de que las modificaciones que
ella va a sufrir, no pondrán en peligro esa parte permanente y singular que debería trasmitirse
de capitulo a capitulo, para hacer coherente el relato y que tenga sentido).
Son fuentes somáticas y discursivas las que proveen a la psiquis los materiales de la construcción
de su realidad y de su propia historia.
Un concepto central es el de modificación, como reacción de un aparato psíquico a lo que surge,
a lo que cambia, el organizador de los mecanismos a los que recurre para aceptar, negociar,
rechazar, desmentir, ese movimiento que aporta una parte de improviso y desconocido.
El valor de este concepto se confirma al analizar la relación de interdependencia entre lo
modificable y lo no modificable del registro relacional e identificatorio.

En la infancia, el sujeto deberá seleccionar y apropiarse de elementos constituyentes de ese


fondo de memoria, gracias al cual podrá tejerse la tela de fondo de sus composiciones biográficas.
Tejido que puede asegurarle que lo modificable y modificado, no transformará a aquel que él
deviene, en un extraño para aquel que él ha sido, que su “mismidad” persiste en ese Yo
condenado a su automodificación permanente.
El fondo de memoria juega un rol determinante en la relación abierta que el sujeto podrá o no
mantener con su propio pasado, con ese tiempo de la infancia marcado por la presencia y el
impacto de las primeras representaciones sobre las cuales el sujeto ha operado el trabajo de
elaboración, transformación y represión que lo hace ser el que es, y aquel que deviene. La parte
infantil que el analista descubre en todo sujeto, es la prueba de la persistencia del fondo
memoria, de lo que queda en nuestra memoria de ese pasado en el que se enraizan nuestro
presente y devenir. Lo que importa es la persistencia de ese nexo que garantiza la resonancia
afectiva que deberá establecerse entre el prototipo de la experiencia vivida y la que el sujeto
vive.
Ese fondo de memoria es una fuente viviente de la serie de encuentros que marcarán la vida del
sujeto y puede bastar para satisfacer dos exigencias indispensables para el funcionamiento del
Yo:
- Garantizarle en el registro de las identificaciones ciertos puntos de certidumbre que asignan al
sujeto un lugar en el sistema de parentesco y en el orden genealógico.

161
- Asegurarle la disposición de un capital fantasmático al que debe poder recurrir porque es el
único que puede aportar la palabra apta al afecto.
Capital fantasmatico que va a decidir lo que formará parte de su investidura y lo que no
(representaciones marcadas por el sello del rechazo, de lo mortífero).

La infancia debe concluir con la puesta en lugar de lo “singular” al abrigo de toda modificación,
trabajo por el cual ese tiempo pasado y perdido se transforma y continúa existiendo
psíquicamente. Ese “antes” preservará su ligazón con su presente, gracias al cual se construye un
pasado como causa y fuente de su ser.
Lo que se transforma en el cuerpo y en la sexualidad, lo que allí se modifica, acompaña un
movimiento temporal que confronta a la psiquis con esta serie de apres coup; habrá que aceptar
esa diferencia de ser a ser, esta auto-alteración difícil de asumir y mantener una ligazón entre
ese presente y ese pasado. La investidura de un tiempo futuro tiene como condición la esperanza
de realización de una potencialidad presente en el Yo que inviste ese tiempo y ese placer
diferidos.

Separaré el recorrido del adolescente en 2 etapas:


1) Una primera durante la cual deberán ser puestos al amparo del olvido los materiales
necesarios para la construcción de ese “fondo de memoria” garante de la permanencia
identificatoria, de lo que uno deviene y de lo que continuará deviniendo, y la singularidad de su
historia y de su deseo. Esta etapa, concierne a la organización del espacio identificatorio y la
conquista de posiciones estables y seguras en las cuales el sujeto puede moverse sin riesgo de
perderse.

2) Otra que prepara la entrada en la edad adulta, en la cual la tarea importante será la puesta en
lugar de los posibles relacionales accesibles a un sujeto dado.
Este trabajo de puesta en forma, incide sobre el espacio relacional y sobre la elección de los
objetos que podrán ser soportes del deseo y promesa de goce.

Tanto uno como el otro son dependientes, el corolario de otro trabajo psíquico que los
acompaña: la constitución de lo reprimido.
Lo recordado y lo recordable de la infancia son efecto del trabajo que incumbe a la instancia
represora y de la capacidad de la psiquis de elaborar o reelaborar representaciones a las que el
afecto pueda ligarse.
El fracaso de la represión puede manifestarse tanto por su exceso como por su falta teniendo
como consecuencia la reducción drástica del campo de posibles relacionales.
La no represión de representaciones de los objetos que fueron apoyo de las primeras relaciones
trae aparejado el fracaso del trabajo de elaboración que habría podido permitir que los apoyos
de TIEMPOS MEZCLADOS pudieran IMANTAR EL DESEO HACIA lo desconocido. La disminución en

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la represión lleva a un prototipo relacional que va a repetirse y preservarse, el futuro sólo es
investido como espera de retorno sin cambios de lo anterior.
El trabajo de puesta en historia no puede tener éxito, la infancia no puede constituirse con un
principio y un final. Lo que vive el sujeto quedará siempre pegado a las posiciones identificatorias
que ocupaban en ese tiempo lejano en que se anudó su relación.
En el exceso de represión, la instancia represora va a espesar y extender el velo de la amnesia
haciendo que el sujeto tenga que atenerse a un desinvestimiento activo de todo recuerdo que
podría unirse a momentos relacionales que podrían despertar recuerdos que escapen al control.
Se trata de sujetos que nos sorprenden por el desinterés manifestado por su propia infancia, de
la que no guardan recuerdo; lo mismo sucede con el tiempo. En algunos casos, esta pérdida de
sus vivencias es compensada por un mecanismo de sobreinvestidura de objetivos a muy corto
término: el pasado está reducido al pasado más cercano. Esta defensa que siempre estará
marcada por la convicción de que todo lo esperado, una vez logrado sólo podrá revelar la
naturaleza efímera de todo placer, dejando el mismo vacío que guarda en el recuerdo. Cuando
esta defensa no se instrumenta o no está, el cuadro se acerca al de la depresión.
El tiempo de la infancia se constituye como un pasado desafectivizado, donde no encontrará en
el registro del placer ni en el del sufrimiento, el recuerdo de momento que pueda investir como
prueba de que se ha vivido una historia que merece ser retenido, retomada, relatada.
Durante el análisis de estas personas no se puede encontrar rastro de palabras que podrían dar
voz al niño que han sido. El desapego que acompaña todo relato relativo a ese tiempo, lo despoja
de todo poder emocional.

Las dos tareas especificas de la adolescencia tendrán un destino distinto en estos sujetos:

1. La primera será llevada mas o menos a buen puerto. El tiempo de la infancia queda no
solo cerrado, sino encadenado. Aunque sea una versión empobrecida la que se de el Yo,
le asegura al sujeto el registro de su singularidad y le evita irse del lado de la psicosis.
2. Erra en la 2da tarea, la puesta en lugar de los posibles relacionales. Para investir la espera
de un nuevo encuentro, debe haberse investido uno ya vivido que formó parte de un
posible realizado en el pasado.
En estos sujetos el pasado vivido sólo existe bajo la forma de una hipótesis que perdió su poder
emocional. Un niño que no está investido lo suficiente para que su historia relacional se ponga
en el lugar de ese pasado que inducirá a la espera de una relación futura. Este ‘’niño’’ permite al
adulto saber qué ha sido y qué no lo es más.
La intrincación e/ problemática identificatoria y problemática relacional, e/ la libido de objeto y
la libido narcisista que lleva a lo mismo= libido identificatoria. Una desintricacion exitosa no es
compatible con la prosecución de una vida psíquica.
Por un lado está la identificación simbólica y sus puntos de certeza inmutables una vez
adquiridos, del registro imaginario que sostiene estos movimientos sobre el tablero

163
identificatorio necesarios para sostener el deseo y el proyecto del Yo, movimientos dependientes
de los encuentros y de la investidura de objetos que hará el Yo.
Los principios de permanencia y cambio que rigen el proceso identificatorio, deben poder
preservar entre sí un estado de alianza. Acompaña ese proceso el basamento fantasmático,
espacio relacional. Aquí también se encontraran actuando un principio de permanencia y un
principio de cambio: permanencia de esta matriz relacional que se constituye en el curso de los
primeros años de nuestra vida, siendo depositaria y garante de la singularidad del deseo del Yo
y que se manifestará en esa “marca” ese sello que se volverá a encontrar en sus elecciones
relacionales. De otra parte, un principio de cambio que baliza el campo de los posibles
compatibles con esa matriz, que fragua el acceso a una serie de elecciones en los objetos a
investir.
La matriz relacional se relaciona con la repetición como mecanismo psicopatológico que nos
confronta con la movilización de un mismo y único prototipo relacional; un “repetible” y
“repetido” presente en todas nuestras elecciones relacionales que constituye ese hilo conductor
que nos permite reconocernos en la sucesión de nuestras investiduras, objetos y fines.
En ese caso no se trata del retorno del mismo y único prototipo, sino de una creación relacional,
amalgama nueva entre el prototipo y todo lo que el encuentro aporta de novedoso.
Si en el primer caso la repetición debe ser entendida como la fuerza que se opone a la elaboración
de toda nueva relación de objeto, en el segundo caso, lo que se repite (y debe repetirse)
concierne a esta parte de “igual” necesario para una elección compatible con la singularidad del
que la opera.

Para el sistema psíquico la vida va a manifestarse por la sucesión de movimientos identificatorios


y la modificación del espacio relacional. Ese trabajo de remodelación que se desarrolla en sordina
es al que debemos el sentimiento, en parte ilusorio, de que nada cambia en nuestra manera de
investir al amado.
La gama de posibles relacionales depende de la cantidad de posiciones identificatorias que el Yo
puede ocupar guardando la seguridad de que el mismo Yo persiste. Será imposible para ese
sujeto toda relación que lo lleve hacia una posición identificatoria que no puede ocupar por
diversas razones:
porque el lugar esté prohibido;
porque esa posición descalifica los reparos que le permitirían establecer otras relaciones;
porque lo sitúe en un lugar que no puede ligarse a aquellos ocupados en el pasado, por ser un
lugar fuera de la historia y de ese trabajo de memorización y ligazón necesario para que se
reconozca en ese “modificado” imprevisto la “creación” de un Yo que lo precedía.

Los movimientos identificatorio y relacional no son separables del movimiento temporal que
sirve de hilo conductor, de ligazón tanto en la sucesión de las posiciones como en la de los o de
investidura.

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El tiempo de la infancia es necesario para la organización y apropiación de los materiales que
permiten que un tiempo pasado devenga un bien inalienable del sujeto para la aprehensión de
su presente y la anticipación de un futuro.

Estas construcciones compuestas constituyen el capital fantasmático del que el yo debe poder
disponer para transformar el afecto, como tal irreconocible, en una emoción que él pueda
conocer, nombrar y asumir. En las fases relacionales que recorrerá, el niño anudará puntos
señeros entre ciertas representaciones fantasmáticas; vivencia afectiva que se caracteriza por la
intensidad de la participación somática que ha arrastrado. Estas representaciones toman
prestado sus materiales de las imágenes de cosa corporales operando una cristalización, y
teniendo por función la de ser “representaciones conclusivas” cuya leyenda va a reproyectar el
Yo sobre el total de las experiencias afectivas.

Nombraremos como emoción a todo estado afectivo del que el Yo pueda tomar conocimiento.
Califico de leyenda fantasmática a la interpretación causal que se da el Yo de la emoción que
sufre en una tonalidad de placer o sufrimiento, sustituyendo a la puesta en escena fantasmática,
fuente y causa del afecto. Cuanto más nos alejamos de la infancia, la leyenda testimonia más
sobre la acción de la represión, el respeto por las prohibiciones hacia ciertas representaciones y
más difícil será la puesta al día de la escena y del afecto que es su origen.
Nuestro funcionamiento como sujeto deseante, capaz de ser afectado por ciertos sucesos, exige
que el Yo pensante haya quedado capaz de preservar una relación de ligazón entre los
representantes de los objetos, encuentros, situaciones que sólo a ese precio pueden ser dotadas
de un poder de disfrute y sufrimiento.

Nadie puede guardar el recuerdo de su encuentro con el pecho, el placer del amamantamiento,
la alegría de la enunciación de las primeras palabras o de dominar el propio cuerpo. Pero dado
que ese representante guarda el poder de movilizar o entrar en resonancia con sus precursores
provocando el mismo estado emocional y una resonancia fantasmática; entonces todo sujeto en
un momento de su existencia, se descubrirá frente al espectáculo o al pensamiento de un niño
en brazos de su madre, invadido por una emoción de intensidad, y el mismo sentimiento pero de
calidad inversa ante la imagen de los vagidos de un lactante abandonado.
El Yo debe ser capaz aún de unir algunas de sus emociones presentes con aquellas vividas en su
pasado, caso contrario, la solución será evitar todo encuentro que lo obligaría a aceptar tal
ligadura; el concepto de emoción está desposeído en este caso de todo estatus psíquico, para
ser reemplazado por el de afecto como sinónimo de enfermedad; o ser sumergido por la
angustia, emoción sin causa.

Estos puntos señeros (frases) responsables de nuestro acceso al goce y de nuestra posibilidad de
sufrimiento, dos condiciones necesarias para que exista una vida psíquica, constituyen la

165
singularidad de todos nosotros en el registro del deseo. Representan la marca de lo infantil en
nosotros mismos, lo que continúa ejerciendo su accionar desde ese tiempo relacional.
Existe una forma de encuentro que no se repetirá jamás tal cual, pero ejercerá un poder de
imantación para el deseo y de la cual “un rasgo” que la recuerde deberá estar presente para que
este último pueda realizarse. Ningún sujeto tiene el poder de investir a cualquier pareja sexual,
cualquier fin narcisista, ni cualquier proyecto. Por eso, propondria esta definición del conflicto
responsable de nuestros cuadros clinicos: la coexistencia posible, conflcitva o imposible entre
ese nucleo de singularidad, ese permanente de la identificacioj y del deso y los compromisos, las
recomposicions, las modificaciones que exigen el encuentro y la investidura de otros sujetos y
otros fines.

Del lado de la Neurosis, el conflicto encuentra su origen en el efecto de imantación que ejerce
un posible que habría sido y es compatible con la singularidad del sujeto y su negativa a realizarlo
por el miedo de que, al hacerlo, pondría en peligro esta parte de mismidad permanente que debe
conservar para continuar reconociéndose en lo que ha sido, en lo que es y en lo que es
susceptible de devenir.

Para la Psicosis el peligro es real. Desde la primera fase de la puesta en historia es necesario que
el Yo pueda reconocer en aquel que deviene la realización anticipada y pre-investida de un antes
de ese presente de sí mismo. En ese antes debe hallar un discurso en el cual ese tiempo en tanto
historizado, pueda preservarse.

He desarrollado la función que puede tener el discurso de la madre que puede proveer al Yo la
historia de ese bebé: si la versión que propone es “suficientemente sensata”, el niño podrá
aceptarla para la escritura de ese primer capítulo de su historia; pero asumido el préstamo
obligado, será necesario que el Yo pueda devenir ese “aprendiz de historiador”, que antes de
conquistar su autonomía, deberá ser reconocido como coautor indispensable de la historia que
se escribe.

Los peligros podrán ser evitados si el Yo puede apropiarse, elegir en nombre propio, e investir el
recuerdo de un conjunto de experiencias que amalgama en esta aparente unidad que nombra su
pasado, y además si ese pasado puede prestarse a interpretaciones no fijas.
Lo propio de la psicosis es desposeer al historiador de esa movilidad interpretativa. O acepta
quedar pinchado en una posición que le asegura la preservación de una investidura; o “se mueve”
y corre el riesgo de desmoronarse, porque el segundo polo de la relación que lo sostiene, rechaza
toda modificación. Se moverá igualmente porque no está en poder de ningún sujeto viviente el
momificarse, pero todo movimiento relacional comporta el riesgo de estallido de un conflicto
que pone en peligro esos pocos reparos identificatorios necesarios para que el sujeto pueda
asegurarse su existencia, a la vez que polo necesario para la relación.

166
El fin de la adolescencia puede a menudo signar la entrada en un episodio psicótico cuya causa
desencadenante muchas veces se relaciona con un primer fracaso (en una primera relación
sexual, en un examen, en una primera relación sentimental).
En ciertos casos, se encuentra el relato de una infancia sin historia que puede tomar una forma
caricaturesca o rebuscada, donde nos aseguran que “todo iba de maravillas” hasta un momento,
un fracaso fechado, en que comenzó a ir todo de mal en peor. La consecuencia más frecuente y
significativa es un brusco retiro de las investiduras que se manifiesta por una fase de retraimiento
relacional, de soledad acompañada a veces por anorexia, antes que aparezcan los elementos de
un sistema delirante.

Si se mira de cerca, se constatará que el fracaso es el resultado de un movimiento de


desinvestidura del cual el sujeto se defiende hace tiempo, siendo la causa de la descompensación
ese primer fracaso que ha hecho imposible la investidura de su pasado.
El análisis de jóvenes psicóticos no enseña en ocasiones que antes de la aparición de un momento
confusional, crash agresivo o vivencia abiertamente interpretativa, ha habido un tiempo de
incubación al final de la adolescencia, en ese estado de retraimiento y con una actividad de
pensamiento y fantasmatización reducidos al mínimo.
El sujeto parece prescribirse la reducción del trabajo del aparato psíquico pues no dispone de la
energía libidinal necesaria para su investidura, último recurso contra una pulsión de muerte que
tiene muchas oportunidades de alcanzar su objetivo ya que el Yo tiene grandes dificultades desde
hace mucho para investir su propio funcionamiento psíquico.
La auto-investidura sólo puede operarse si a partir de su presente, el Yo puede lanzar
pseudópodos en el pensamiento de un Yo pasado, y de un Yo futuro. Retiramos de la investidura
del tiempo pasado esa parte del libido que nos permite investir un tiempo futuro. El tiempo
presente es aquel en el que se opera ese movimiento de desplazamiento libidinal entre los dos
tiempos que sólo tienen existencia psíquica: un tiempo pasado y como tal perdido y un tiempo
por venir y como tal inexistente.

Los movimientos temporal y libidinal son indisociables, las manifestaciones conjuntas de ese
trabajo de investidura sin el cual nuestra vida se detendría.
Todo lo vivido del pasado de la relación, estará siempre marcado por la singularidad de la historia,
las experiencias y mecanismos de defensa; pero poder instaurar y preservar una relación de
investidura, exige que los dos polos pueden creer que ese tiempo presente que comparten e
invisten, se acompaña en los dos de construcciones no contradictorias del tiempo pasado.
Concordancia en parte ilusoria pero que es preciso que la construcción del pasado de uno no
venga a desmentir totalmente la del otro.

En el cuadro clínico que intento aislar, la suspensión del tiempo es consecuencia del vacío que se
ha operado en la memoria por no haber podido preservar al abrigo de la prohibición y de la

167
selección drástica que otro les ha impuesto, los recuerdos que preservan viviente y móvil la
historia del propio pasado; ese trabajo de biógrafos que nos incumbe.
La investidura de esos elementos recordados y que deben permanecer recordables a fin de que
el sujeto pueda apelar a ellos para investir su presente, nos enfrenta siempre a elementos que
conciernen a momentos, huellas, de movimientos relacionales. Nuestra historia libidinal es la
cara manifiesta de una historia identificatoria que representa su cara latente. El sentido de estas
dos historias que transforma el tiempo físico en un tiempo humano, la psiquis sólo lo puede
aprehender en términos de deseo; intrincación de tiempo y deseo gracias a la cual el Yo
encuentra acceso a la temporalidad, que sólo puede hacerse si se opera directamente de
entrada. El origen de la historia del tiempo del Yo, coincide con el origen de la historia del deseo
que lo ha precedido y que lo ha hecho nacer y ser.

Se llega a estas “infancias sin historias” como prueba de la imposibilidad de dos historiadores de
memorizar el pasado de su relación de forma viva, móvil.
El último carácter necesario para la construcción y memorización del pasado es la doble
investidura de la que deberán gozar una parte de los materiales necesarios, es decir que la puesta
en memoria debería operarse igualmente en los padres; puesta en memoria compartida de las
experiencias significativas del sentido que darán retroactivamente a la persistencia del recuerdo
que de ellas guardan, y puestas en sentido que van a reforzarse mutuamente y a mantener la
confirmación recíproca de su legitimidad.

Si la novela familiar y las teorías sexuales infantiles son las construcciones autónomas del Yo, la
primera prueba que se dá de ese derecho al secreto, es ésta otra historia que él escribe en
colaboración, sobre y durante su infancia, es una historia relacional que sólo puede escribirse en
colaboración con otro autor (por eso necesita que este otro no venga a desposeerlo de la
confianza que pueda tener en su memoria). Solo a este precio el niño podrá adquirir la convicción
de que una relación ha existido, su memoria está asegurada de encontrar su complemento en la
memoria del otro, doble investidura que viene a garantizar la preservación de su construcción.
El registro de la psicosis nos da un ejemplo paradigmático del peligro que puede representar la
no-investidura por el otro de la memoria que el sujeto habría podido guardar de sus experiencias
relacionales. Su ausencia se encuentra en el origen del fenómeno de desinvestidura que anuncia
tan a menudo que sobrevendrá un episodio psicótico. Desinvestidura cuyas consecuencias
aparecen en el momento que debiera concluir la adolescencia y por consiguiente el sujeto
debería investir su proyecto identificatorio que lo proyecta o anticipa en el lugar de un padre
potencial.

Para que esta potencialidad sea investible, habría hecho falta que hubiera sido reconocida como
presente e investida por la madre y el padre en ese niño, como una potencialidad presente y una
promesa realizable a futuro. Supone además que el padre haya podido “ver”, aceptar, investir

168
los cambios que sobrevienen en el niño como signos anunciadores de ese tiempo de conclusión
de una relación.

Philippe. Se enfrenta entonces uno a una desinvestidura continua que pone en memoria la
relación entre la madre y el niño como la relación entre dos robots (alimentado-alimentador;
educando-educador). Estos sujetos sólo han podido vivir su relación en una suerte de
deconstrucción continua de los recuerdos que podrían guardar de las experiencias de placer
compartidas.
Cuando en una entrevista le pregunté a la madre de Philippe qué recuerdo le queda de un suceso
cualquiera, tras hacerme repetir la pregunta, aclara que ya me había contado que su hijo ha sido
un niño sin historia. Y el propio Philippe repite que jamás hubo historia entre él y sus padres en
su infancia, y que su relación había sido maravillosa. Ni la madre ni el hijo se dan cuenta de la
profunda verdad de lo que enuncian: los dos efectivamente han vivido una relación “interdicta
de historia”.
No se puede pedir a robots que imaginen un futuro que no esté programado y tampoco se puede
pedir que encuentren alguna singularidad en su pasado que les permita apropiárselo como su
pasado.
He utilizado la metáfora de Freud para definir el presente como ese movimiento inasible por el
cual el Yo lanza sus pseudópodos sobre el pasado para aferrar esa parte de la libido que él
desplazará sobre el Yo a venir. El movimiento continuo es la pulsación misma de la vida del Yo,
jalonada por momento de ruptura.
No sólo deberá guardar un lazo con aquellos que lo preceden y quienes lo seguirán, sino que
además deberá poder prestarse cada vez que sea necesario, a una re-puesta en forma de su
composición, nunca acabada. Es ese trabajo de puesta-respuesta en historia permanente del
pasado que todos libramos, podemos ver las construcciones que el Yo se da de la causa, por él
mismo mal conocida, de lo que vive. Haciendo esto sustituye a los efectos del inconsciente, como
tal irreconocibles, por efectos de historia.
Cuando esta sustitución causal fracasa, la puesta en historia de la vida pulsional se detiene, el
sujeto se arriesga a hacer de un momento o suceso puntual de su infancia la causa exclusiva y
exhaustiva de su presente y futuro, desde ese entonces como efecto de esa causa, sólo podrá
testimoniar su sujeción a un “destino” que decreta inamovible.
Al mandato que los padres y el campo social susurran en el oído del adolescente “construye un
futuro”, el analista sustituye un anhelo “construye tu pasado”. Anhelo y no mandato, ya que está
ubicado como para medir la dificultad de semejante tarea, jamás terminada, siempre a ser
retomada para y por todos nosotros.

Resumen
La autora analiza las condiciones que permiten que la entrada en la adolescencia vaya a la par de
un acceso a un orden temporal que preserva al sujeto de esta confusión de tiempo propia de la
psicosis. Eso solo es posible si el Yo, en el curso mismo de su infancia, ha podido constituir este

169
fondo de memoria en el que van a preservarse ciertos elementos, momentos, jalones de su
propia historia individual. Pero ese fondo de memoria deberá depender de ese capital
fantasmático del que el yo debe poder disponer libremente a fin que su acervo de recuerdos
quede dotado de ese poder emocional sin el cual todo encuentro nuevo sería desposeído de todo
poder de goce y sufrimiento.

Bleichmar, S. y otros. (2004). Primer panel “Conceptualización de catástrofe social. Límites y


encrucijadas”. Clínica Psicoanalítica ante las catástrofes sociales. La experiencia argentina.

Se abre un debate público sobre la cuestión del traumatismo. Aun en catástrofes naturales tanto
el hecho de que se produzcan como la gravedad de sus efectos son producto del descuido, de la
negligencia y de la falta de responsabilidad de los gobiernos de los países en los que ocurren. La
definición de “catástrofe” en el plano social implica un marco conceptual amplio, que incluye
factores económicos, sociales, políticos, pero son los mismos seres humanos quienes las
producen. Sin embargo, desde nuestro campo específico de conocimiento, el psa, el carácter
general de una catástrofe se define en última instancia por la forma en que, abarcando a sectores
importantes de una población, la incidencia traumática de la misma impone riesgos y efectos en
la subjetividad de quienes la padecen. El traumatismo es efecto de la incidencia singular de estas
catástrofes padecidas en común, que atacan la subjetividad o impactan en ella de manera
diferente en aquellos que la padecen.
Relación entre la teoría y el traumatismo. Teoría frente al traumatismo, la teoría con relación al
impacto de lo real en el sujeto psíquico. Comenzaré por diferenciar lo traumático, considerado
como sustitutivo del psiquismo, como “teoría traumática de la constitución psíquica”, donde lo
real externo de la sexualidad originaria irrumpe a partir de los traumatismos precoces producidos
en el niño, desequilibrio o perturbación del orden natural que introduce una fuerza inevacuable
en la sexualidad del adulto y cuyos efectos son los de poner en marchas representaciones,
producir briznas de simbolización que darán origen a la posible constitución de un aparato
psíquico.
Se descarta desde esta perspectiva al traumatismo considerado como algo que viene a romper
una evolución lineal endógenamente planteada, para definirlo en sentido amplio como aquello
que viene a introducir un desequilibrio que obligará a encontrar nuevas formas de
equilibramiento no presentes en el modo de funcionamiento de la estructura de partida.

Una vez constituido el yo, articulados los sistemas diferenciales en el interior del aparato
psíquico, una vez constituidos los sistemas de significación que posibilitan mas o menos la
estabilidad del sujeto, qué ocurre cuando la incidencia de la realidad hace estallar estas formas
habituales, y comienza a desarticular sus modos usuales de funcionamiento.

170
Podemos afirmar que el impacto de lo traumático pone en riesgo, en mayor o menor medida,
dos grandes aspectos de la organización del yo y de su función: la autopreservación y la
autoconservación. Entendiendo el yo como una organización defensiva, lo traumático es aquello
que pone en riesgo tanto la forma con la que el yo se representa la conservación de la vida, como,
desde el punto de vista de la autopreservación, las formas en las que el yo se siente en riesgo
respecto de los enunciados identificatorios que lo constituyen.
Cada sujeto estructura, respecto del traumatismo, una organización que le permite posicionarse
en relación con la comprensión simbólica del mismo, pero esta comprensión simbólica esta tejida
con la materialidad representacional, ideológica, del horizonte que le ofrece su historia en el
marco de la sociedad de pertenencia.
¿Cómo se resuelve este fenómeno? Una manera muy clara es el intento, en primera instancia,
de evacuación: lo que conocemos como proceso traumático: retorno de las imágenes,
compulsiva reaparición de lo vivido, intento de evacuación para evitar los procesos de
desestructuración; esto en traumatismos violentos. Argentina 2002.

Bleichmar (1993) “Fundación de lo inconsciente”


Capítulo 1: Primeras inscripciones, primeras ligazones (Caso Daniel)
La perspectiva que adopta la autora considera al inconsciente como no existente desde los
comienzos de la vida, sino como un producto de cultura fundado en el interior de la relación
sexualizante con el semejante, y fundamentalmente, como producto de la represión originaria
que ofrece un topos definitivo a las representaciones inscritas en los primeros tiempos de dicha
sexualización.
Modos de circulación de la economía libidinal en un trastorno precoz del sueño
Bleichmar es consultada por una joven pareja ya que su hijo de cinco semanas no dormía nada.
Estaba despierto casi las 20hs del día, sometiéndolos a una situación desesperante.
● SÍNTOMA= Formación del inconsciente, producto transaccional entre los sistemas psíquicos,
efecto de una inlograda satisfacción pulsional

● TRASTORNO= El funcionamiento pleno del comercio entre los sistemas psíquicos no está
operando (sea por su no constitución, o por su fracaso, parcial o total).
El trastorno precoz del sueño, una estrategia de abordaje
El pediatra había descartado cualquier perturbación de tipo orgánico. Se veía a los padres
confusos y deprimidos, con la sensación de algo profundamente fallido en el vínculo con este
primer hijo al cual no encontraban forma de apaciguar. Realizaron la consulta bajo la indicación
de la analista del padre. La impresión que esta pareja transmitía era de profundo desconcierto,
decían no poder acertar acerca de lo que el niño requería.
La madre relató terribles sensaciones que había sufrido en el posparto: había llorado largamente
sin tener muy claro qué sentía, con una mezcla de tristeza y furor que se le hacía incomprensible.
El bebé comía de forma desesperada, se abalanzaba sobre el pecho y aun cuando terminaba de

171
alimentarse, no se lo veía reposar ni tranquilizarse. El circuito de la alimentación se repetía como
un sinfín: ni bien terminaba de comer se lo cambiaba (ejercicio siempre displacentero) luego
trataban de dormirlo, pasando tres horas y todo empezaba de nuevo. El baño también era una
situación desesperante, lloraba en todo momento. No había un solo instante de placer.
Bleichmar supone que algo había imposibilitado un buen encuentro entre la madre y el bebé,
con lo cual propone una entrevista madre-hijo. La madre relata la irritación que sentía ante su
propia madre y su suegra cuando intervenían en la relación con su hijo, a lo cual Bleichmar le dice
que ella también se estaba metiendo, la madre le responde que puede aceptar que ella participe.
La única indicación que se dio fue que si Daniel llegaba a manifestar hambre, se lo hiciera esperar
para que le diera de comer durante la entrevista. Finalmente así fue y la madre había prolongado
la espera para poder darle el pecho ahí mismo. Se sentó, Bleichmar la ubicó lo más cómodamente
posible y comenzó la mamada. Lo primero que se noto es que sostenía al bebé con cierta
dificultad (la cabecita no encajaba correctamente en el hueco del brazo, las manos no
encontraban una posición que le permitiera ubicarse cómodamente alrededor del pecho. La
madre comenta que no podía agarrarlo bien, que no sabía qué quería él.
Relata lo difícil que fue para ella pensar en tener un hijo, habían pasado 7 años de matrimonio
y ella no se decidía porque estaba muy ocupada con su trabajo. Pensaba que un hijo iba a llenar
todo su tiempo, a lo cual Bleichmar le responde si no creía que tal vez esa sensación la tenia muy
atrapada. La madre angustiada responde que se sentía muy culpable de la hostilidad que
emergía, en muchos momentos, hacia su bebé. Bleichmar hace la siguiente construcción: si ella
no podía descapturarse de esa relación ¿Cómo no iba a estar furiosa, si lo que me transmitía era
como si no viviera sino “parasitada” por el niño? Siempre había tenido relaciones de a dos (con
su marido, con su trabajo, y ahora con Dani) pero que nunca se había sentido tan atrapada, tan
despojada de su propia vida como en este momento. Le señaló que el bebé no estaba bien
encajado en el interior del brazo y le preguntó si no quería sostenerlo con firmeza mientras lo
acariciaba. La madre le rozo la cabecita como con temor, y a medida que conversaban comenzó
a acariciarlo, a acomodarle las piernas, a reubicar la cabecita.
Bleichmar le explico que él necesitaba agarrarse del pecho, que a partir de ese pecho él iba a ir
entendiendo que ella era su mamá, que algún día era una teta calentita y cariñosa que
representaba a una mamá. Que ese pecho que ella le ofrecía, que le daba de a ratos, era algo
importante, profundo, que él se metía adentro y lo hacia sentir llenito. Bleichmar: “Tenía la
sensación de estar asistiendo a algo inaugural, a una envoltura narcisizante”.
Luego la madre relato las dificultades de la relación con su propia madre: cómo su madre siempre
había rivalizado con ella, y cómo había sido la favorita del padre. Más tarde expresa “Sabe, hay
algo que me angustia terriblemente desde que me di cuenta, a veces lo llamo a Dani con el
nombre de Ale, mi sobrino de cinco años, hijo de mi hermano”. Cuando Dani terminó de comer,
la mamá lo cambió, Bleichmar se limito a hacer aquello que habitualmente hacen los papás:
correr la colchoneta para que lo apoyara, retirar los pañales sucios mientras ella colocaba otros
limpios, ayudo a poner la manta luego que ella lo cubrió. En ningún momento toco al bebé ni
intento demostrarle, con actos, de qué modo hacer las cosas. Dani se dejó cambiar sin problemas,
sorpresa enorme de la madre. Luego Bleichmar le propone incluir el chupete, insistiendo que se

172
lo sostuviera con la mano durante unos minutos, con la convicción de que en algún momento
terminaría por aceptarlo. Había un remanente excitatorio que no cedía, y Bleichmar sostuvo la
necesidad de ofrecerle algo que no fuera alimenticio para evacuarlo. Al cabo de unos minutos el
niño se había dormido profundamente.
En la segunda entrevista la madre se sentía aliviada y agradecida, y al mismo tiempo un tanto
desconfiada de que esto pudiera sostenerse. Siempre pensó quesería mejor madre que si madre
y en este momento la invadía una sensación profunda de derrota. La hostilidad hacia su madre
le hacía temer ser odiada por su hijo, al cual sentía que “no podía satisfacer”. La madre comenta
que cuando el niño tenía diez días, había tenido una lesión en los pezones, lo que le producía un
dolor tenso cuando amamantaba, e intento usar pezonera. Dani se rehusó y logró, con pomadas,
sortear la situación. Bleichmar asocia tal episodio con el hecho de rechazar el chupete: en las
incipientes huellas psíquicas, establecidas aun con el modelo de una lógica binaria, la goma
equivalía a la pezonera que se interponía con el pecho. El rechazo al chupete era el rechazo a
todo aquello que implicara una sustitución del objeto. La madre se mostraba intolerante a
aceptar cualquiera mediación entre ella y su hijo, manifestándose en una no insistencia con el
chupete, si el bebé quería succionar, qué mejor que su propio pecho. Así se había producido un
acoplamiento displacentero que no encontraba solución.
Las intervenciones de Bleichmar tenían el carácter de permitir que esto fuera puesto de
manifiesto, y al mismo tiempo, simbolizado en el intercambio discursivo mismo. La madre
expresa “Yo siempre tuve miedo de manifestarle a mi madre mi enojo” a lo que Bleichmar agrega
“Tal vez por eso se asusta tanto cuando Dani llora, piensa que ese enojo que usted guarda
adentro puede ser tan poderoso que le da terror no satisfacerlo a él,. Como si entre ambos se
pudiera entablar una batalla mortal”. A medida que hablaban, la torpeza de la joven madre
disminuía, era como si se pudiera ir apropiando de su hijo.
En la tercera entrevista el niño se dejaba cambiar sin problemas y pasaba algunas horas
durmiendo, y hasta algunos momentos despierto sin llorar.
- Bleichmar: “Usted pudo agarrarlo”
- Madre: “Si, pero creo que también pude soltarlo”
Pudo reconocerlo como otro, como un alguien a quien no podía satisfacer omnipotentemente, y
a partir de ello, soportar mejor sus tensiones.
Se realiza una nueva entrevista con el padre presente, demandando por la madre. Él no soporta
el llanto del niño, impidiéndole a ella intentar aliviarlo si no lo lograba de inmediato, quitándole
al niño de los brazos e intentando una cantidad de maniobras que dejaban a Dani más excitado
que antes. El padre manifiesta su dificultad para soportar que la madre insistiera con el chupete.
Era hijo de una madre intrusiva, le irritaba profundamente esa violencia materna, y expresa que
su padre nunca se opuso a esa violencia, que siente que no quiere que a su hijo le pase lo mismo.
Vimos como él, identificado con su propio hijo, en tanto hijo de una madre posesiva y narcisista,
obstaculizaba la posibilidad de que su esposa pudiera ejercer la función de madre, temeroso de
que operara en el niño la misma violencia y produjera el mismo sufrimiento al cual él se había
sentido sometido.

173
La madre, con su tendencia a establecer relaciones duales, oscilaba entre defender su posición
materna o someterse al hombre amado. El padre se introducía en la relación entre madre-hijo
no para sostener a la madre sino para adueñarse, él mismo, fálicamente del bebé. Esta mujer no
había logrado producir el desplazamiento pene-niño que inaugura en la mujer el deseo de hijo.
Tener un hijo había sido el tributo que ella brindaba para poder seguir recibiendo un pene del
marido. No era una mujer que intercambiaba hijos por falos simbólicos, sino una mujer que
intercambiaba un hijo real por un pene fantasmático del cual se sentía frustrada. Con lo cual, los
productos de su cuerpo no podían ser valorizados, en tanto ser castrado, y sí los de su hermano,
objeto fálico envidiado durante toda la infancia.
Su no deseo de tener un hijo daba cuenta de esa dificultad para pasar por las ecuaciones
simbólicas. El parto no había producido sólo una depresión posterior por haber desprendido de
un producto valorizado de su cuerpo, sino por la sensación de encadenamiento que le producida
ese ser extraño del cual se veía obligada a hacerse cargo. El extrañamiento ante su hijo era lo
que le impedía tener la convicción delirante que toda madre tiene de que de uno u otro modo,
sabe qué es lo que su bebé necesita. Esta falla en la narcisización era la que producía en ella la
sensación de estar ante un extraño al cual no sabia cómo agarrar, o ante un pedazo de sí misma
(parcial) que no sabia cómo soltar.
Lo que ocurría a esta mujer no daba cuenta de una ausencia de narcisización primaria, de una
estructuración psicótica coagulada a lo largo de los años, no es una madre psicótica, sino que
estamos frente a una dificultad de estructuración del narcisismo secundario, en el cual la
castración femenina posibilitara el pasaje “trasvasante” al hijo como posicionamiento narcisista.
Esta dificultad de trasvasamiento narcisista era donde radicaba la posibilidad de alternancia
generacional: el riesgo futuro de una psicosis infantil. Un niño que nunca pude entender, dirá
después la madre cuando en realidad fue un niño al que nunca se pudo transcribir a un registro
que lo capturara en un sistema de signos: sistema alienante pero constituyente en la medida en
que se propician las ligazones que dan origen al yo futuro.
Las entrevistas se espaciaron, Daniel empezó a dormir e incluso sobre el pecho, en medio de la
mamada. La madre lo relataba con cierto placer: “¿Sabe? Se duerme un ratito y luego se
despierta y me mira, con cara de desconcierto, como si se preguntara ¿qué estaba haciendo? Y
luego es como si se acordara, y sigue comiendo”. Por primera vez esta madre atribuía
pensamiento a su hijo, lo imaginaba como un ser pensante. Por fin ese transitivismo que permite
atribuir una conciencia como la nuestra a un otro. Esta capacidad, esta potencialidad
estructurarte, era lo que daría algún día a su hijo la posibilidad de sentirse humano. Era necesaria
una madre que insuflara amor en su aliento para que el cachorro humano deviniera realmente
humanizado, con conciencia de sí y posibilidad de mitificarse a sí mismo.
Puede dejar a su hijo con la niñera, y llama si algo la inquieta.
Un modelo de los orígenes del psiquismo (puesta a prueba de la Metapsicología en la clínica)
Freud diferencia:
- Vivencia de dolor: Cantidades que irrumpen desde el exterior.
- Afectos: Cantidad endógena desprendida o desligada desde el interior.

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La condición esencial del dormir se discierne con claridad en el niño. El niño se duerme siempre
que no lo moleste ninguna necesidad o estimulo exterior. La condición del dormir, entonces, es
el descenso de la carga endógena en el núcleo ψ, que vuelve superflua la función secundaria. En
el dormir, el individuo se encuentra en el estado ideal de la inercia, aligerado del reservorio de
Qn (cantidad endógena).
Hay estímulos endógenos de los cuales no se puede huir 🡪 PULSIONES.
Si el principio de inercia (tendencia a la descarga a cero) es quebrantado por la intromisión de
algo endógeno de lo cual la fuga esta impedida, es inevitable que pensemos que el principio de
inercia no rige fundamentalmente los destinos de la vida psíquica en tanto vida sexual, sino los
modos de evacuación de lo autoconservativo, de las necesidades que se plantean al viviente en
aras de mantenerse con vida biológica. La necesidad nutricia puede ser descargada a cero pero
aquello desgajado de la necesidad biológica, aquello que constituye un plus irreductible y que
obliga a modos de derivación de otro orden, aquello que puede ser reprimido, sublimado,
vicariado en sus destinos, aquello que se rehúsa a la descarga a cero, irrumpe en el viviente
alterando para siempre sus modos de funcionamiento. Es el hecho de que haya ciertos estímulos
endógenos, de los cuales la fuga motriz está impedida, lo que definirá que el principio de inercia
se vea perturbado. Es el hecho de que haya algo de lo cual la fuga esté impedida lo que producirá
las variaciones que llevaran de la inercia (tendencia a la descarga absoluta, a cero) a la
constancia, una constancia que se inscribe en el interior de las series placer-displacer.
La pulsión será el verdadero motor del progreso psíquico.
En un psiquismo en vías de constitución se trata de explorar de qué modo se resuelven las
tensiones a las cuales esta sometido. Para consumar esta acción (la que facilite la evacuación)
hace falta una operación que es independiente de la cantidad endógena, pues el individuo está
puesto bajo unas condiciones que uno puede definir como apremio de la vida.
¿Qué ocurre cuando este incremento de cantidad se produce? Es necesaria una acción
específica, pero una acción especifica imposible de ser realizada por el viviente en sus comienzos:
el organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Esta
sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el camino de la alteración interior, un
individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de descarga cobra así la función
secundaria, importante en extremo, de la comunicación y el inicial desvalimiento del ser humano
es la fuente primordial de todos los motivos morales.
Es en esta fisura que Freud marca, por la cual el otro humano se introduce, donde se inaugura el
pasaje que produce el decalage del incipiente sujeto sexuado a partir del real biológico.
El principio de inercia, tendencia a la descarga a cero, es perturbado a partir de algo que tiene
que ver con las transformaciones mediante las cuales este incipiente aparato queda librado a
inscripciones que son efectos de la impulsión del semejante; vivencia de satisfacción en la cual el
otro, restos desgajados de la sexualidad del otro, están necesariamente inscritos. Si el individuo
auxiliador ha operado el trabajo de la acción específica, es decir, si ha otorgado un objeto capaz
de permitir la satisfacción de esta tensión en el mundo exterior en lugar del individuo desvalido,
este es capaz de consumar sin más en el interior de su cuerpo la operación requerida para
cancelar el estímulo endógeno.

175
Lo que se inscribe no es la disminución de la tensión de necesidad, sino la experiencia en la cual
el objeto ofrecido por el otro humano es inscrito. A partir de esa vivencia de satisfacción, se
generan entonces conexiones entre imágenes-recuerdo, que serán activadas a partir del
reafloramiento del estado de esfuerzo: de deseo. El deseo nos es propuesto como un movimiento
ligador a un conglomerado representacional. Se trata de un movimiento que tiende, mediante
un trabajo, a ligar la energía sobrante a una representación o conjunto de representaciones.
El conmutador está en el otro humano
Volvamos al recién nacido en el momento de constituir sus primeras inscripciones. Un cachorro
humano en los primerísimos tiempos de la vida, y exploremos los modos de establecerse de este
movimiento de ligazón psíquica; incluyamos los movimientos por los cuales el semejante
materno instala ciertas representaciones. La vivencia de satisfacción no se constituye por la
mera aportación de elementos nutricios, sino por el hecho de que ese elemento nutricio es
introducido por el otro humano. Por un otro humano sexuado, provisto de inconsciente y cuyos
actos no se reducen a lo autoconservativo.
El hecho de que haya una energía somática que deviene energía psíquica – en principio sexual –
es efecto de la intervención de un conmutador no existente en el organismo como tal, sino en
el encuentro con el objeto sexual ofrecido por el otro. El conmutador está en el movimiento que
lleva a que, a la búsqueda de lo nutricio, el bebé se encuentre con el pecho – objeto sexual de
inicio en la medida en que es ofrecido por el otro humano provisto de inconsciente. Es este objeto
el que inunda de una energía no cualificada propiciando, en el real viviente, un traumatismo dado
que efracciona algo del orden somático por las líneas de lo sexual. Solo concibiendo a la fuente
de la pulsión en el objeto y a la meta, en el placer de órgano, es posible intercalar la zona erógena
como esa zona de apertura por la cual la cantidad exterior (estímulo) logra conmutarse en
excitación, en cantidad endógena.
Laplanche: Es del lado de la seducción originaria donde hay que buscar el origen de la pulsión.
Esta seducción implica que el niño sea sometido a una intrusión representacional y económica,
que da origen al objeto-fuente, a partir de que la madre propone mensajes descualificados, con
“un sentido a sí mismo ignorado” en razón de que se sustraen a su propio yo, en razón de que
son efecto de su propio inconsciente.
“La teoría del apuntalamiento”: Afirma el surgimiento de la pulsión sexual en apoyo sobre la
función de autoconservación. Este apoyo se traduce por el hecho de que ellas nacen en un
mismo lugar, sobre la misma fuente, en una misma actividad, luego que el objeto y la meta se
ponen a divergir en un movimiento de clivaje progresivo; porque el objeto sufre una derivación
de tipo metonímico, por contigüidad: el pecho por la leche, y la meta diverge de manera
metafórica por relación a la meta de la alimentación, es decir, se modela en analogía con la
incorporación. La única verdad del apuntalamiento es la seducción originaria. Es porque los
gestos auto-conservativos del adulto son portadores de mensajes sexuales inconscientes para él
mismo, e indomeñables para el niño, que producen sobre los lugares erógenos el movimiento de
clivaje y de deriva que desemboca eventualmente en la actividad auto-erótica. El vehículo
obligado del auto-erotismo, lo que lo estimula y lo hace existir, es la intrusión y luego la represión
de significantes enigmáticos aportados por el adulto.

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La represión originaria en dos tiempos:
1. Un primer tiempo, pasivo, es como la implantación, la primera inscripción de los significantes
enigmáticos, sin que estos sean aún reprimidos. Ellos tienen una suerte de estatuto en
espera, estatuto de externo-interno o incluso de sexual-presexual.
2. Un segundo tiempo ligado a una reactualización y a una reactivación de estos significantes, a
partir de allí atacantes-internos y que el niño debe intentar ligar.
Es la tentativa por ligar, por simbolizar significantes peligrosos y traumatizantes lo que
desemboca en la teorización del niño (Freud), las teorías sexuales infantiles, y en el fracaso
parcial de esta simbolización/ teorización, o sea, en la represión de un resto indomeñable,
incercable. Son estas representaciones de cosa, devenidas representaciones-cosa, las que toman
un estatuto aislado, fuera de la comunicación y fuera de la significancia del ello.
Laplanche concluye que la pulsión no es entonces ni un ser mítico, ni una fuerza biológica, ni un
concepto límite. Ella es el impacto sobre el individuo y sobre el yo de la estimulación constante
ejercida desde el interior, por las representaciones-cosa reprimidas, que podemos designar como
objetos-fuente de la pulsión.
Es una propuesta que compartimos, haciendo la salvedad de que los procesos que estamos en
vías de explorar ponen de relieve que el surgimiento de la pulsión debe ser situado en un tiempo
muy anterior a aquel en el cual ocurre el ataque producido por la estimulación ejercida, desde el
interior, sobre el yo, por las representaciones-cosa reprimidas.
A partir del momento mismo en que hay inscripción, y aun antes de que la represión fije la pulsión
al inconsciente, su operancia atacante propicia movimientos compulsivos, evacuativos,
necesariamente fallidos en razón de que su energía es inevacuable. Antes de que se instituya la
represión originaria, antes de que el yo cumpla sus funciones de inhibición y de ligazón, la
intrusión de lo sexual deja a la cría humana librada a remanentes excitatorios cuyo destino
deberá encontrar resolución a partir de conexiones y derivaciones que constituirán modos
defensivos precoces.
BEBÉ EN EL MOMENTO DE LA LACTANCIA: El pecho, objeto de apaciguamiento de la necesidad,
irrumpe al mismo tiempo como objeto sexual traumático excitante, pulsante. El remanente
excitatorio, producto de ese encuentro, deberá encontrar una vía de descarga por medio de un
investimiento colateral de representaciones. El autoerotismo, succión de la mano, del chupete,
cumple una función de ligazón, organizadora de esta excitación sobrante.
Supongamos a una madre con su aparato psíquico clivado, que conserva del lado del
inconsciente las representaciones deseantes, potencialmente autoeróticas, capaces de
transmitir una corriente libidinal que “penetra” traumáticamente al viviente haciéndose
portadora de un deseo inconsciente, deviniendo entonces soporte material de un mensaje
enigmático a ser transmitido al bebé; un mensaje que lo parasita sexualmente y lo somete a un
aflujo que deberá encontrar vías de evacuación. Esta madre, atravesada por su inconsciente,
posee al mismo tiempo las representaciones yoico-narcisistas que le hacen ver a su bebé como
un todo, como una gestalt organizada, como un ser humano. La libido desligada, intrusiva, que
penetra, será ligada de inicio por vías colaterales, mediante el recogimiento que propicia este

177
narcisismo estructurante de un vínculo amoroso. En el momento del amamantamiento, la madre,
provista de un yo, capaz de investir narcisisticamente al bebé y no sólo de propiciar la
introducción de cantidades sexuales puntuales, no ligadas, acariciará las manos, sostendrá la
cabeza con delicadeza, acomodará las piernas del cachorro, generando a partir de esto vías
colaterales de ligazón de la cantidad endógena que ingresa. Será la representación totalizante
que adquiere el bebé en el interior de los sistemas del narcisismo yoico materno lo que permitirá
que la pulsión intrusiva, atacante, encuentre de inicio formas de ligazón por vías colaterales.
Del narcisismo materno a los modos de constitución del yo en el niño
El famoso “acto único” que propicia el pasaje del autoerotismo al narcisismo, no puede ser
concebido sino como momento de salto estructural cuyos prerrequisitos están ya en
funcionamiento a partir de los cuidados tempranos que la madre pródiga, de las ligazones que
ella propicia a partir de la disrupción misma que su sexualidad instaura. Para ello, es necesario
considerarla como un ser en conflicto, provisto de inconsciente y agitado por mociones de deseo
enfrentadas que abren la posibilidad de clivaje en la tópica del cachorro humano cuya
humanización tiene a cargo.
Lacan: este organismo parece hecho enteramente no para satisfacer la necesidad sino para
alucinarla. Se trata de un sistema que se dirige hacia el señuelo, hacia los indicios de percepción,
pero no podemos coincidir, en que se trata de alucinar la necesidad. Lo que se alucina son los
indicios de percepción, los que acompañan la experiencia de satisfacción, y es esto lo que permite
que lo autoconservativo y lo sexual no entren de inicio en contraposición, sino que lo sexual
puede investir, libidinizar, lo autoconservativo, hasta su vicariancia. El conflicto aquí es el
principio mismo de un organismo que parece más bien destinado a vivir, un organismo destinado
a vivir que comienza a ser perturbado por algo que se le ofrece como señuelo, es decir, como
indicios, símbolos de una sexualidad que se instala y lo toma a su cargo. El semejante será
definido como un sujeto hablante, no quiere decir capaz de emitir palabras, sino de establecer
un discurso articulado por el doble eje de la lengua.
Para que la cadena de facilitaciones pueda frenar sus modos de evacuación compulsivos e
instaurar vías colaterales que propicien un entramado ligador desde los orígenes, es necesario
no sólo que el semejante sea un sujeto hablante, sino que se aproxime al cachorro humano con
representaciones totalizantes, narcisistas. Estos sistemas de representaciones yoico-narcisistas
tienen como prerrequisito la instalación del proceso secundario, es decir, del lenguaje en el
preconciente del semejante, siendo condición necesaria pero no suficiente. Para que estos
sistemas representaciones del auxilio materno operen generando condiciones de ligazón en el
niño, deben estar en funcionamiento pleno en el momento de la crianza. Fallas ocasionales:
Traumatismos severos del lado de la madre, o depresiones pueden impedir su operancia y dejar
al cachorro humano librado a facilitaciones no articuladas que lo someten a un dolor constante
con tendencia a una compulsión evacuativa que responda a un más acá del principio de placer.
Debemos entonces diferenciar el inconsciente materno del narcisismo materno, y replantear que
el origen de la sexualidad humana no se instaura a partir de la articulación significante, de
lenguaje, instalada en el psiquismo materno, sino del lado de lo inconsciente, de las
representaciones-cosa que circulan bajo los modos del proceso primario y de los investimientos

178
masivos del autoerotismo reprimido. Por el contrario, los prerrequisitos de ligazón de esta
energía sexual originaria se encuentran en el funcionamiento del narcisismo materno,
concebido éste como diferenciado del autoerotismo, no como “anobjetal” sino como
objetalizandose en una comunicación trasvasante capaz de hacer ingresar al bebé en el horizonte
saturante de la castración.
Dos conclusiones:
1. El yo no se constituye en el vacío, sino sobre la base de las ligazones previas entre sistemas
de representaciones preexistentes, y que estas ligazones consisten, de inicio, en investiduras
colaterales.
2. En los comienzos de la vida este yo que produce inhibiciones y propicia ligazones del discurso
excitatorio no está en el incipiente sujeto sino en el semejante humano, y solo desde esta
perspectiva es que se puede hablar de un”yo auxiliar materno”, el cual no provee solo los
recursos para la vida sino que inscribe de inicio, estos recursos en su potencialidad de pulsión
de vida, es decir, de ordenamiento ligador propiciatorio de una articulación de la tendencia
regulada a la descarga.
La <fijación>, efecto de un sobreinvestimiento que no logra canales de derivación
Destaquemos las fallas de esta instalación a partir de los prerrequisitos estructurantes desde la
función materna, e intentemos imaginar a una madre en la cual fallan las constelaciones
narcisisticas en los tiempos de ejercer los cuidados primordiales con su bebé.
Puede deberse a:
● Una falla estructural: El hecho de que haya en esta madre un fracaso del narcisismo, de la
instancia yoica, lo cual impide definitivamente que pueda ejercer la función de objeto
materno narcisizante.

● Una falla circunstancial: Una depresión que retira temporariamente libido narcisista de
objeto.
Podemos suponer que esta madre realiza de todos modos las funciones sexualizantes primarias
que permiten la instalación de la pulsión. Esto quiere decir que del lado de lo sexual no ligado,
de la intrusión endógena deseante, del lado de lo que Laplanche llama seducción originaria, se
propician los investimientos que permiten la constitución de una zona excitante, zona erógena
apuntalada en un objeto sexual pero que no es objeto de amor. Las condiciones de la pulsación
originaria que dé origen a las mociones libidinales está ya en marcha. Su mirada no vera el resto
del cuerpo del bebé, no verá la totalidad sobre la cual se instalará la representación que tome a
su cargo el yo como trasposición totalizante de la superficie corporal.
La energía desencadenada, traumáticamente desencadenada, no encontrará vías dentro del
principio de placer para derivarse. Estaremos en un más acá del principio de placer, derivación
lineal de las cantidades que ingresan, al modo de una irrupción displicente masiva sin posibilidad
de regulación. El bebé se prenderá con desesperación al pecho, adherido a un objeto que no
logrará propiciar la disminución de tensión endógena y del cual la paradoja excitación-
apaciguamiento devendrá un circuito enloquecido en la medida en que no puede clivarse para

179
cumplir la función de distensión. La madre, ante el displacer del bebé, se organizará un circuito
de alimentación-frustración con la sensación constante de un fracaso del entendimiento materno
acerca de las necesidades del incipiente sujeto.
La voracidad será entonces un efecto y la veremos reaparecer luego, como punto de fijación,
como exceso de investimiento que insiste, de modo no ligado, en las patologías más severas no
solo de la infancia sino de la edad adulta. Ante cada embate de displacer, el modelo tenderá a
reproducirse el “más acá del principio de placer” en una comunicación de repetición traumática
que no logra encontrar vías de ligazón y retorna a un circuito siempre idéntico dado que es
inevacuable, porque no es efecto de una tensión vital que se resolviera a través de una cantidad
de alimento que permitiera su disminución a cero, sino de una excitación indomeñable.
Del lado de la madre, un doble conmutador
Estamos frente a un bebé en el cual lo pulsional, excitante, atacante, se constituye desde los
primerísimos sistemas de representaciones que se inscriben a partir de los cuidados maternos.
Las inscripciones originales serán su base y estarán en su origen siempre y cuando la represión
opere. De no constituirse la represión ¿Qué podemos prever de la evolución psíquica? ¿Es posible
prever un fracaso de esta instalación de la represión que ordene y estructure los sistemas
psíquicos? La determinación exógena en la fundación de la tópica tiene su punto de lanzamiento
a partir de la teoría de la castración y la inclusión del hijo en tanto significante fálico que anuda
su destino a la sexualidad materna.
Debemos retomar el concepto de fundación exógena de la tópica, reinscribiendo en ello la
fundación exógena del inconsciente en el marco de una relectura de la teoría de la pulsión
desgajada ya de lo biológico.
Del <más acá> del principio de placer
El hecho de que haya una energía somática que deviene energía psíquica es efecto de la
intervención de un conmutador, no existente en el organismo mismo, sino en el encuentro con
el objeto sexual ofrecido por el otro. El conmutador está en el movimiento que lleva a que la
búsqueda de lo nutricio, el bebé se encuentre con el pecho. Es este objeto, el que inunda de una
energía no cualificada propiciando, en el real viviente, un traumatismo, dado que efracciona algo
del orden somático por las líneas de lo sexual.
Teoría de la seducción generalizada – Laplanche: Tres ejes esenciales:
1. Disparidad esencial del adulto y el niño: Pasividad de origen del niño por relación a lo activo
sexual del adulto.
2. Anclaje pulsional de esta disparidad: Adulto sexuado, provisto de representaciones
deseantes inconscientes, parasitando al cachorro tanto con sus representaciones como con
el soporte económico (libidinal) por medio del cual ellas se transmiten.
3. Destino auto-traumático de esta seducción-instalación de un externo-interno y cuya
activación se independizará del objeto originario cortando los nexos con el exterior y
produciendo un efecto de formación endógena.
Eje que contrapone los elementos de ligazón del psiquismo a aquellos que operan como
desligazón:

180
PULSIONES SEXUALES DE VIDA PULSIONES SEXUALES DE MUERTE

Funcionan según el principio de la


Funcionan según el principio de
FUNCIONAMIENTO energía ligada (principio de
energía libre (principio del cero)
constancia)
Descarga pulsional total, al principio
Síntesis, conservación o
de la aniquilación del objeto, son
META constitución de unidades o
hostiles al yo y tienden a
enlaces, conformes al yo
desestabilizarlo
Es un aspecto clivado, unilateral, un
OBJETO Es un objeto "total", regulador
indicio de objeto

El hecho de que las pulsiones sexuales de muerte funcionen con una tendencia a la descarga
total no implica que lo logren, dado que la pulsión es inevacuable. Aquello imposibilitado de
ligarse, también lo está de descargarse, y esto se constituye como modalidad general del
funcionamiento psíquico: fijación de los modos de descarga que llevan a una compulsión a la
repetición traumática, a ello queda sometido el aparato incipiente. Si aceptamos la hipótesis de
que al niño le son propuestos mensajes cuya significación no es posible recuperar ya que escapan
al emisor mismo, y cuyo soporte material es del orden de la economía sexual, es decir,
energético, es indudable que la única vía posible para ligar aquello descualificado que recibe no
radica, entonces, en encontrar el sentido a partir del semejante, sino en encontrar las vías de
ligazón de lo traumático que insiste. Estas vías de ligazón, una vez constituido el lenguaje,
instaurada la represión originaria y abiertas las relaciones de conflicto entre preconsciente y el
inconsciente, devendrán modos de significar, es decir, de teorizar y autoteorizar, otorgando
sentido a lo que, proviniendo del exterior, ha devenido un interno-externo excitante.
Pero no siempre se abren ante el sujeto las condiciones para esta ligazón que deviene luego
significación/teorización.
En los orígenes del psiquismo, dos movimientos:
● Aquel que funda la pulsión bajo el modo de la pulsión de muerte; objeto-fuente excitante
que debe encontrar canales de derivación, de ligazón;
● El propiciamiento de estas ligazones: aun antes de la instalación del yo, del incipiente sujeto
psíquico, aun antes de la represión originaria, creando los prerrequisitos de su instalación.

Un primer conmutador, del lado de la madre: pero del lado de su inconsciente, a partir de los
cuidados sexualizantes de que hace objeto al cachorro humano, que hace devenir la energía
somática en energía sexual; y un segundo conmutador, también del lado de la madre, pero de
su estructuración yoico-narcisista, que inaugura la posibilidad de la constitución de un sexual-
desexualizado, a través de la transcripción, transferenciada, de lo pulsional inscrito en el
inconsciente mediante la regulación de sus pasajes al preconciente-conciente.

181
¿De que orden sería el origen de este conmutador que se constituye en las fronteras de los
sistemas psíquicos, que abre las posibilidades de modos diversos de circulación y ligazón de la
energía psíquica (siempre sexual) de origen?
Una madre clivada en dos sistemas psíquicos:
● Un sistema bajo el modo de funcionamiento del proceso primario, con cargas que circulan
libremente, sin temporalidad ni negación, sin lógica de la contradicción, en el cual se inscribe
de modo imperecedero el deseo infantil.
● Otro sistema regido por el narcisismo, bajo el modo de las constelaciones yoicas que se
definen como sistemas de representaciones ligadas bajo el modo de circulación del proceso
secundario.
La madre opera, en sus maniobras primeras, desde la intersección de ambos sistemas a la vez.
Es a partir de esta posibilidad de intersección, o de enfrentamiento de cantidades, como el yo
opera sobre el proceso primario materno, que lo que se inscribe de inicio es la cría humana como
pulsión destinada a atacar (una vez establecida la represión originaria) al yo y devenir entonces
pulsión sexual de muerte, logra canales de ligazón y derivación por vías colaterales y encuentra
un modo de organización que constituye el soporte de la pulsión de vida.
Diferenciar:
● Principio de placer: Rige las relaciones de pasaje de investimientos cuando los sistemas
psíquicos funcionan a pleno.
● Más acá del principio de placer: Obliga a movimientos de ligazón que permitan su instalación.
Del lado de la madre, podemos proponer que es en nuestra opinión, la función de la madre
suficientemente buena de Winnicott. Aquella que él considera como posibilitando el pasaje del
principio de placer al principio de realidad, nosotros le agregamos “el abrir las vías mismas de
instalación del principio de placer”.
Laplanche llama madre suficientemente mala a la que da origen a la pulsión de muerte, aquella
que es capaz de subvertir el viviente de naturaleza y efraccionarlo, mediante la seducción
originaria, por las líneas de la sexualidad que se inscriben a partir de la instalación del objeto-
fuente excitante de la pulsión. Esta madre suficientemente mala, madre del inconsciente, se
correlaciona con la suficientemente buena, la que lleva a cabo la adaptación activa a las
necesidades del bebé y que la disminuye poco a poco, según la creciente capacidad del niño para
hacer frente al fracaso en materia de adaptación y para tolerar los resultados de la frustración.
Es aquella madre que al comienzo ofrece al bebé la oportunidad de crearse la ilusión de que su
pecho es parte de él, abriendo los caminos de la omnipotencia y genera, al mismo tiempo, las
condiciones de la ilusión-desilusión.
Se trata, desde la perspectiva con la cual me enfrente a mi tarea analítica, de no perder de vista
dos premisas:
1- Mantener la acogida benevolente que implica un no enjuiciamiento, y por ende, de no
precipitar en la madre conductas que la subordinarán, nuevamente, a una palabra ajena que
la capturara en una pasividad traumatizante.

182
2- Abrir las vías de una simbolización, que fallida hasta el momento, la precipitaba en un
anudamiento patológico del cual había que propiciar un desanudamiento a partir de las
asociaciones que acompañaban nuestro intercambio discursivo.
Post scríptum: La madre de Daniel, luego de tres años de realizadas las entrevistas mencionadas,
se vuelve a comunicar con Bleichmar. Solicitaba una nueva consulta por el hecho de que había
tenido una niña hacia nueve meses y sentía nuevamente, que era inmanejable para ella la
posibilidad de hacerse cargo, simultáneamente, de ambos niños. No consulta respecto de la
inmanejibilidad de sus hijos, sino a la imposibilidad de regular internamente ciertos sentimientos
angustiosos que la embargaban. Asistieron los tres a la entrevista (Dani, su hermanita y su
mamá). Los dos niños presentaban un aspecto tranquilo y saludable. Dani observador y
silencioso, su hermanita vivaz en brazos de su madre.
El motivo de angustia: ¿Cómo tolerar, por parte de esta mujer, hija menor, favorita del padre y
sometida a los celos de una madre que había escogido a su hermano como hijo privilegiado, la
ambivalencia que le producía la intromisión que Dani ejercía en la relación con esta hija que venía
a constituir el objeto reparador de su propio vinculo originario fallido? Ella sentía que todo había
sido tan fácil con esta niña. Sin embargo, Bleichmar noto un tono quebrado, angustioso en su
voz. La madre relata “no sé como hacer para que ella no sufra cuando estoy con Dani” a lo que
Silvia responde “Si, es extraño, ella ya nació con un hermano, es Dani el que tal vez podría sentirse
mal con la presencia de la niña”. La asustaban los celos del niño, temía que dañara a la pequeña.
Bleichmar interviene “Dani tiene derecho a estar un poco enojado, qué es esto que de repente,
llegue esta niña a sentarse en su falda, a apoderarse de su pecho, a hacerse pipí sin que nadie la
rete”. Dani se levantó y se acercó a su hermana para darle un beso en la mano. Bleichmar le dice
“Vos necesitas que mamá se quede tranquila, que sepa que quieres a Camila y que tu enojo no
podría hacerles daño a ninguna de las dos”.
La madre relata que al volver del trabajo, sentía que tenía que dedicarse a la niña pero que en
ese momento Dani la reclamaba, le pedía que jugara con él o quería mostrarle siempre algo. La
llegada del marido complicaba las cosas ¿Cómo hacer para repartirse, cómo lograr que nadie se
sintiera dejado de lado, que nadie se enojara? Había establecido una alianza con su hija, réplica
de sí mismo en su posicionamiento infantil, realizando la fantasía de amor absoluto rehusado por
su madre. El real externo reproduciendo su historia edípica originaria: un hijo varón, mayor y una
niña a la cual resarcir de todos sus sufrimientos infantiles.
Los niños transcurrían su evolución estableciendo su propia historia:
- Dani, inteligente, organizado, poseedor de un buen desarrollo motor y del lenguaje,
dando cuenta de que aquellas preocupaciones iniciales que motivaron la primera
consulta habían sido saldadas.
- Camila, dando gritos de placer cada vez que su hermano se acercaba.
La madre necesitaba mi palabra, autorizada, de que aquellos aspectos que la angustiaban no eran
irreparables en la vida de sus hijos. La función del analista de niños, recupera de un modo
distinto, aquello que definimos respecto de la función materna: desligar, por un lado, religando,
por otro, para crear una y otra vez nuevas vías de recomposición. Ayudar a desanudar las

183
simbolizaciones fallidas, traumáticas y poner en marcha un movimiento de reensamblaje
psíquico a partir de lo que de ellas resulta.
El trastorno del sueño respondía a la estructuración psíquica precoz, a una falla de los
investimientos colaterales, luego de las ligazones yoicas, efecto de un déficit en la narcisización
primaria.
Esa fue la última entrevista realizada con esta familia. Si su hermanita llegara a requerir algún
tipo de atención especifica, Bleichmar la derivaría ya que se considera como la analista de Dani.
En el caso de Dani, la habilidad recae en poder determinar si los trastornos que pueden
presentarse devengan síntomas, es decir, formaciones de compromiso, transacciones, efecto de
un intento de recomposición intrapsíquico por dar solución a tensiones de carácter inter-
sistémico.
razones por las cuales las intervenciones fueron operadas en la relación madre-niño y no en el
interior del grupo familiar (sin incluir al padre). El nacimiento biológico de un niño no es
correlativo del nacimiento simbólico, la matriz englobante a partir de la cual la madre gestará y
dará a luz a su hijo debe ser concebida por el analista en términos reales, efectivos, y no como
dada de inicio. Que la matriz simbólica en la cual Dani se inscribía de inicio estuviera parcialmente
fallida en razón de vicisitudes históricas, edípicas de su madre, y que esto generará un retículo
en el cual el niño no podía sostenerse ni descapturarse, obligó a Bleichmar a intervenir
directamente en el punto en el cual la trama se desgarraba.
No hubo exclusión del padre, por dos razones:
1. Diferenciando entre función paterna y padre real, de lo que se trataba era de tener en cuenta
de qué manera operaba el padre, como referente tercero, en estos primerísimos tiempos de
la vida.
2. La presencia del padre real puede obturar las funciones de triangulación que se pretende en
una consulta, habiendo cuatro personas en el consultorio suele ocurrir que dos parejas se
formen y, cuando la madre habla con el analista, el niño desplace al padre un modo de
relación dual proveniente de la obstaculización de la alianza narcisista con la madre.
¿Qué tipo de padre requería este momento de la constitución del niño cuyas vicisitudes
estábamos a punto de explorar? No un padre interdictor, sino un padre capaz de sostener a la
madre en su posicionamiento, es decir, no sólo sostenerla como madre del hijo, sino de brindar
un polo sexual capaz de producir una derivación de la seducción sobrante, o sea, de drenar libido
materna que se localiza en el hijo cuando otras vías de la feminidad están cerradas.

Bleichmar, S. (2010). Clase 2 “El traumatismo, a la búsqueda de simbolización. La práctica con


damnificados por catástrofes”. Clase 7 “Diagnóstico y abordaje. Predominancias
psicopatológicas. Autismo y psicosis. La simbiosis regresiva y la psicosis simbiótica. Un caso de
psicosis simbiótica”. Clase 8 Punto “La atención individual”. En Psicoanálisis extramuros.
Clase 2 – El traumatismo, a la búsqueda de simbolización. La práctica con damnificados por
catástrofes.

184
Hoy trabajaremos con un eje que tiene uno de sus extremos en la teoría catártica y el otro en la
elaboración. El método catártico es una técnica pre freudiana que abarca los años 1882-1895
que, por definición, consiste en una descarga adecuada de los afectos patógenos. Por este
método, la cura permitía evocar e incluso revivir los acontecimientos traumáticos, a los cuales se
haya ligados los afectos, y lograr su abreacción, es decir, su descarga. Evocar y revivir aluden a
que algo está supuestamente olvidado. Tengan en cuenta que en el momento en que se trabaja
con esta técnica no estaba definido el concepto de inconsciente, no se ha descubierto aún la
problemática del inconsciente y Freud está trabajando todavía con la concepción de una segunda
conciencia regida por las mismas leyes que la conciencia, que sería temporal, que no estaría
regida por las leyes del proceso primario. La sustentación de la teoría catártica reside, entonces,
en que los afectos no han logrado una vía de descarga y permanecen ejerciendo efectos
patógenos. En 1926, Freud dirá que la cura catártica consiste en la liberación de un afecto mal
guiado, mal emplazado. Ahora bien, ¿Qué quiere decir “mal emplazado”? Significa que se ha
ligado a una representación que no es la originalmente reprimida.
El tratamiento catártico, decía Freud, lograba notables resultados terapéuticos, pero esos
resultados no eran duraderos ni independientes del vínculo personal del enfermo con el médico:
se produce solamente un alivio circunstancial del síntoma. Esto pone en evidencia otra cuestión:
no basta con que algo emerja en la conciencia si el sujeto no es capaz de significar eso que
emerge. Por eso la hipnosis no garantizaba la curación a largo plazo. En esto consiste el beneficio
de la perlaboración, en que, al oírse el sujeto integra en una nueva serie psíquica aquello que
siente ajeno a sí mismo. Oírse implica la posibilidad de darle una significación diferente.
La represión es definida en algún momento por Freud como el elemento que produce la
disociación entre el afecto y la representación, de manera que es la represión la que va a
posibilitar que un afecto quede mal emplazado o ligado a otra representación.
En el inconsciente, el afecto es carga. Lo único que se puede hacer con el afecto al reprimirlo es
suprimirlo: la represión es algo que cae sobre las representaciones, mientras que sobre el afecto
lo que recae es la supresión, es decir, su descualificación y la transformación en cargas que
circulan entre las representaciones en el inconsciente. Cuando el afecto reemerge a la conciencia,
puede hacerlo de dos maneras: no ligado a una representación, es decir, en forma pura, y ese es
el modelo de la angustia. Cuando la carga se liga a una representación estamos en el terreno del
sentimiento, del afecto cualificado, y ahí es donde ubicaremos el miedo. Esta es la diferencia
entre angustia (carga descualificada que emerge) y miedo (afecto ligado a una representación).
El miedo es aquello que permite una simbolización, el sujeto sabe a qué le teme. Volviendo al
problema de la disociación entre el afecto y la representación, digamos que jamás la catarsis sería
la emergencia de un afecto puro, sino el emplazamiento de un afecto que se liga a un tipo de
representación.
Veamos cómo se relaciona lo que acabo de mencionar con la problemática del síntoma. Desde
Freud en adelante, en las psiconeurosis de defensa, el síntoma es definido como un momento
aislado de cierto acontecimiento traumático que al mismo se esclerosa, se aísla del conjunto de
la vida psíquica. La compulsión de repetición se relación con esto; al no poder incluirse en una
cadena significante de la vida anímica queda un elemento del existente aislado que insiste

185
buscando su ligazón, su inserción en una cadena simbólica que le otorgue sentido (Caso Emma,
la constitución del síntoma a partir de dos escenas).
¿Qué es lo que liga una simbolización? Hay dos teorías para responder a esta pregunta: una
plantea que una simbolización puede ligar dos representaciones; la otra dice que una
simbolización puede ligar un afecto y una representación. La única manera de operar sobre las
representaciones es a través del lenguaje y la interpretación es el único elemento que tenemos
a nuestra disposición para transformar las redes de representaciones que producen la situación
patógena. Cuando se liga un afecto y una representación lo que se hace es transformar el afecto
descualificado en un sentimiento (Caso Hans, de la angustia al miedo al caballo); cuando se ligan
dos representaciones se reemplaza ese afecto descualificado a través de la interpretación.
Cuando ustedes empiecen a trabajar con los niños, se van a dar cuenta de que los tres elementos
temporales que vamos a incluir en la consigna (“estamos acá para pensar cómo se sintieron en
el momento del terremoto, como se siente ahora y cómo piensan que va a ser el futuro”), no van
a poder pensar ninguna de las segundas partes si no pueden trabajar primero como se sintieron
en aquel momento. Y todo apresuramiento lo único que hace es reducir fijación y compulsión a
la repetición. Laplanche aporta algo nuevo: que no es fijación al trauma, sino fijación del trauma.
Considera que no es un sujeto el que está fijado al trauma, sino el trauma el que está enquistado
en el sujeto y por eso se produce la compulsión de la repetición lo cual marca, a su vez, la posición
pasivizada del sujeto frente a la compulsión de repetición; es el trauma el que lo mueve a actuar
y no es el sujeto el que determina el trauma.
La práctica con damnificados por catástrofe (Puntuación). (terremoto)
🡺 Grupos Elaborativos de Simbolización. Se trabaja con un coordinador y un observador.
Coordinadora: “Yo estoy acá para ayudarlos a ustedes a pensar y a entender todo esto
que les pasó y les está pasando, y para que ustedes se puedan sentir mejor a medida que
vayan entendiendo”. Presente, pasado y futuro.
🡺 La niña con el barbijo (Laura) y la necesidad de contener lo que uno tiene adentro. Primer
emergente grupal.
🡺 Decirle al niño que puede decir con palabras, dibujos o modelando o como pueda, lo que
quiera expresar.
🡺 Cuando uno da la consigna, es importante explicar que está uno por hacer allí.
🡺 “Mira, se le cayó” en alusión a la punta del lápiz. Primer emergente verbalizado: las cosas
se pierden, se rompen, se caen y son frágiles.
🡺 ¿Cómo que no tiene? “Si no tienen negro escribe con el naranja”. Acá empieza
evidentemente la reparación: bueno, si no tengo esto, lo hago con lo otro. No tengo casa,
pero tengo albergue, tengo algo por dónde empezar.
🡺 No se debe usar el plural que nos incluye en el grupo.
🡺 ¿Entonces podemos pintar las cosas que ya no tenemos? Abriendo la cuestión de la
recuperación simbólica de los objetos perdidos.
🡺 La coordinadora dice sobre su propio dibujo (para romper el hielo): “Esta es una niñita
que está muy asustada por eso tiene la boca muy apretada y no puede decir todo lo que

186
piensa”. Se ríen y empiezan a comentar. Tres niñas por otro lado empiezan a trabajar
también; hay un diálogo entre otras dos niñas. Digamos que es un momento de
disminución de la ansiedad pero que aún no se pueden constituir como grupo.
Microgrupos.
🡺 El dibujo de las sillas vacías “porque sus papás están durmiendo”. Aparece la escena
primaria, los papás duermen, lo cual abre también a una problemática que es la sensación
de la caída de la omnipotencia paterna como algo muy dramático. Los padres que podían
proteger y resguardar, de repente se volvieron tan impotentes y asustados como los
propios niños, incapaces de protegerlos de la catástrofe. Con esto los padres se
transforman en padres atacantes, abandonantes, padres culpables por no haberlos
protegido.
🡺 El juego del eco repetitivo: “Voy a hacer un coche, un coche”. Los niños reenganchan en
este juego de eco repetitivo que, en realidad, está marcando que las palabras no
alcanzaron para recubrir la realidad y entonces se repiten en ese juego infantil, repiten
tanto una palabra que al final no tiene sentido. Esta secuencia repetitiva resalta la pérdida
de sentido del lenguaje, las palabras no alcanzan para entender esto que ha ocurrido y
entonces se las usa repetitivamente como si hubieran perdido todo el sentido.

Clase 7- Diagnóstico y abordaje


En esta clase, podemos comenzar a abordar las grandes cuestiones de la psicopatología y la forma
de enfrentarlas desde el punto de vista técnico en nuestra práctica en los albergues como, por
supuesto, en nuestra práctica como psicoanalistas. Yo entiendo que la preocupación
fundamental de un psicoanalista o de un psicoterapeuta de niños está en salvar los riesgo de
muerte psíquica que permanentemente acechan a niño, en tal sentido, el diagnóstico precoz y la
posibilidad de definir una estrategia terapéutica adecuada es lo que posibilidad operar con
rapidez para evitar que se pierdan esos años fundamentales de la infancia. Definir un diagnóstico
es ver las posibilidades de analizabilidad de un sujeto, al menos en la infancia. De manera que,
un paso previo para definir el modelo de intervención, es ver si está operando o no la represión.
A partir de eso, veo si también está establecida la represión secundaria, en el sentido de que
están instauradas ya las estructuras del superyó.
Ustedes saben que hay una ecuación básica en psicoanálisis bastante elemental: a mayor
traumatismo y menor patología, mayor grado de salud, e inversamente proporcional, a menor
traumatismo y mayor grado de patología, mayor grado de enfermedad. Es decir que un
traumatismo puede ser muy severo en su significación para un sujeto, por su estructura y su
historia, y no para otro. Esto nos sirve para ir buscando, en el movimiento que vamos abriendo
con la historia, que es lo que va precipitando, lo que vamos encontrando en la situación de
análisis. El psicoanálisis de niños tiene siempre un tiempo marcado por los tiempos vitales.
Entonces, con estos elementos de las intersecciones entre la estructura del aparato, las
relaciones de la tópica intersubjetiva y la forma en que esto permite la correlación entre
estructura, historia y desencadenamiento síntoma, vamos a tratar de abordar lo que nosotros

187
llamamos el nudo patógeno, que será el lugar donde se plasma la trama que produce hoy este
desencadenamiento sintomal que encontramos.
Predominancias psicopatológicas.
Hoy dejaré de lado las formas clásicas de las neurosis, no porque no sean fundamentales, sino
porque lo que me interesa es abordar este difícil punto de encontrarnos con un niño con una
predominancia de estructura psicótica o con una predominancia de estructura neurótica. Les
decía que el diagnóstico nunca se puede pensar sino tomando una serie de índices, de manera
que uno puede tener presunciones diagnósticas sabiendo bastante psicopatología desde una
primera entrevista, pero recién con el tiempo y por aprés-coup, uno entiende algunas cosas.
(CASO: niño de 9 años, dificultad severa de aprendizaje. Lógica bizarra de la madre, diagnóstico
impreciso, uso del TAT, “su cabeza se transforma en una piedra”; él no reprime, encapsula, una
piedra no puede pensar ni sentir, como una forma de control extremo).
Autismo y psicosis.
Ajuriaguerra plantea características de las psicosis infantiles definidas por un grupo de britanos
en 1961. Voy a tratar de recordar todos los ítems pero me parece importante tener en cuenta
que no se puede definir, insisto, el diagnóstico por un solo ítem, y además, aunque se encuentran
todos, hay que buscar y encontrar la causalidad:
- Alteración importante y prolongada de las relaciones emocionales con las personas.
- Desconocimiento manifiesto de su propia identidad, teniendo en cuenta la edad del
sujeto.
- Preocupaciones patológicas por determinados objetos o algunas de sus características,
sin ninguna relación con su uso convencional.
- Resistencia intensa contra cualquier cambio del ambiente, con lucha para mantener o
restablecer la constancia. Intento de control externo que tiene que ver con un intento
desesperado de control interior.
- Experiencia perceptiva anormal en ausencia de cualquier anormalidad orgánica
evidenciable.
- Ansiedad frecuente, aguda, excesiva y aparentemente ilógica.
- Pérdida o falta de adquisición del lenguaje.
- Fondo de retraso mental sobre el cual pueden aparecer fragmentos de funciones
intelectuales o de habilidad manual casi normales o incluso excepcionales.
- Conducta inapropiada frente a la realidad, retraimiento de tipo autístico o fragmentación
del campo de la realidad.Se puede explorar en la conducta, en el dibujo.
- Las catexias cognitivas afectivas de la actividad pueden ser insuficientes o parcialmente
exageradas, demasiado focalizadas o esparcidas, producen conductas hiperrigidas.

Síntesis de los elementos a tener en cuenta para llegar a un diagnóstico de autismo, según la
descripción de Kanner, pasada por la mirada de Ajuriaguerra:
- El niño de apariencia normal en el momento del nacimiento es a veces despierto
y de gran vitalidad, otras veces apático y llorón. Entre el cuarto y octavo mes se

188
observa en estos niños la ausencia de los movimientos del cuerpo para adaptarse
a la persona que los sostiene.
- No se deja mimar como los niños normales: ante la caricia se pone muy rígido o
completamente flojo.
- Se manifiestan hábitos motores importantes sobre un fondo de apatía y
desinterés hacia los demás, progresivamente se encierra cada vez más en juegos
ritualizados.
- Los padres empiezan a inquietarse por el comportamiento de su hijo, su falta de
reacción, el niño se retrae en su mundo interior.
- Las relaciones del niño autista con las personas son muy particulares, no les dirige
ninguna mirada de interés; las relaciones que puede establecer son fragmentarias,
elige a su compañero pero no espera nada de él. No elige a un compañero sino
una función.
- Una de las características de estos niños es su preocupación obsesiva por lo
idéntico y lo inmutable.
- Aparentan ser buenos y dulces.
- Suelen ser dóciles y solo saben de su pasividad cuando se entorpece su actividad
monótona y estereotipada. Hiperkinesis autista, no hay direccionalidad del
movimiento mecanico.
- Tanto niño hipokinetico como hiperkinético, ninguno tiene contacto real con la
realidad que les rodea.
- Pueden presentar brotes impulsivos durante los cuales rompen, tiran cosas; sin
embargo ambos pueden presentar brotes de angustia intensa.
- No mira a los ojos.
- Negativismo: no acepta seguir las instrucciones que se le dan, no contesta.
- Capacidad de retención mnésica, enorme memoria pero vacía.
- Adultos que presentan conductas extrañas pero con capacidades especiales en el
cálculo, la mecánica y de memorización del diccionario.
- Ecolalia diferida, repetición simple de una expresión o frase generalmente fuera
de contexto y sin finalidad aparente.

La simbiosis regresiva y la psicosis simbiótica.


Quiero que trabajemos ahora algunas problemáticas teórico-clínicas respecto de la psicosis
simbiótica. La idea es tomar estos dos grandes cuadros de las psicosis infantiles que marcan dos
modelos no solo de la constitución del aparato psíquico, sino además, dos formas de abordar la
cuestión de la transferencia o la no transferencia en el trabajo con los niños, y también, las
diferencias con relación al pronóstico.
En 1930, Margaret Mahler comenzó a investigar casos de trastornos emocionales severos en
niños cuyo cuadro clínico no encajaba en las categorías nosológicas existentes.

189
Lo que Mahler propone como simbiosis es el efecto de una forma de simbolización del vínculo
interhumano, es decir, de la forma en que la madre coloca al hijo en tanto hijo. Las necesidades
de los orígenes son necesidades autoconservativas exclusivamente, no hay otras. El resto, que
ella llama “necesidades” y que nosotros podemos llamar “pulsiones o deseo” es el producto ya
de la humanización, de manera que no habría ninguna razón para pensar que hay una necesidad
biológica del compañero simbiótico en el sentido Amoroso del término, sí hay necesidades
autoconservativas. Partiendo de la necesaria simbiosis madre-hijo, divide la infancia en dos
periodos posibles para la estructuración de la psicosis: un primer periodo correspondiente al
primer año de vida y un segundo periodo (2 a 5 años) de localización de la psicosis simbiótica,
durante el cual la incorporación de las características de la madre, hasta ahora narcisistica, ya no
es sufriente para actuar en contra de la predisposición abrumadora de angustia.
Mahler llegó entonces a la siguiente conclusión: que es la separación emocional de la simbiosis
con la madre lo que actuó como disparo inmediato para desconectarse psicóticamente de la
realidad. A partir de eso, intenta precisar las diferencias entre el autismo infantil y el síndrome
de las psicosis simbióticas que va descubriendo. Y dice que la historia del desarrollo del niño
predominantemente simbiótico muestra una desigualdad de crecimiento y una vulnerabilidad
sorprenden del yo ante cualquier frustración menor, que en su anamnesis se encuentran
evidencias de reacciones extremas a los pequeños fracasos que ocurren normalmente en el
periodo del ejercicio de las funciones yoicas parciales. Marco aquí una diferencia fundamental,
mientras que el niño autista con esas características vegetalizadas parecería no sufrir estas
situaciones; por el contrario, en la psicosis simbiótica, lo que ella señala es que hay un desarrollo
aparentemente normal hasta cierta etapa de la vida, hasta los dos o tres años, y en determinado
momento, se produce una fractura a partir de la cual entra en una situación catastrófica que va
a describir como psicosis simbiótica.
Clase 8 – La elaboración en un proceso grupal con niños (Punto: La atención individual.)
Al finalizar la etapa grupal, se realizó un relevamiento de aquellos niños que requerían atención
individual. El saldo fue de 42 niños, descartando de este relevamiento a aquellos que debían ser
derivados a instituciones que tomarán a cargo su atención. Cada niño contó con una cajita de
zapatos llena de pequeños juguetes de acuerdo a su edad. Desde un primer momento, nos
planteamos la realización de una experiencia que pudiera ser fácilmente trasladable a otras áreas
no solo del país, sino del continente, a otras situaciones catastróficas por las cuales hubieran de
atravesar niños de las más diversas regiones que, en su mayoría, no cuentan con recursos
económicos holgados.
Les voy a exponer algunos elementos del proceso de tratamiento individual que se llevó a cambio
con un niño severamente perturbado por los acontecimientos vividos en aquel momento.
- Horacio, de 5 años, pertenece a un grupo de niños que fue atendido en tiendas de
campaña, colocadas en la calle, para brindar asistencia médica y aprovisionamiento.
Durante las cuatro sesiones de Grupo Elaborativos que se llevaron a cabo, Horacio
permaneció en silencio y sin participar en modo alguno. Sin embargo, por su expresión y
formas de comunicación para verbales, se descartó la posibilidad de que estuviera
afectado por una psicosis, autismo o algún tipo de forma oligofrenizada de deterioro,

190
debido a lo cual decidimos iniciar un diagnóstico individual con vistas a un posterior
tratamiento.
- El menor de tres hermanos, hasta los cuatro años, momento en el que llegó Daniel, su
hermanito menor. “Daniel es el más chiquito, solo tiene siete meses, pienso que la
atención más importante ahorita es para Daniel, para todos no tengo…” La frase ponía de
relieve algo que fue quedando cada vez más claro a lo largo el tratamiento: una simbiosis
patológica se había constituido en los primeros años de vida del niño, simbiosis
bruscamente rota por la aparición del hermanito menor, dado que la madre solo podía
abocarse a un solo niño a la vez.
- “Que se caen las casas, sacan las casas para afuera, sacan la ropa, sacan los juegues, sacan,
sacan, las casas se deshacen, quiebran las ventanas, sacan la comida”. La secuencia pone
de manifiesto que el retraimiento y mutismo que expresa al inicio de la entrevista es la
defensa con la cual contiene aquello que, posteriormente, se desborda como chorro
incontinente. La catarsis no es sino un momento que permite la emergencia,
desordenada, anárquica, de un conjunto de representaciones en las cuales la insistencia
significante subraya el modo en el cual lo anterior, enigmático, del derrumbe y la
expulsión del seno materno se anuda a la experiencia, a lo “histórico-vivencial”
precipitado por el terremoto. Se trataba de desactivar el núcleo patógeno,
potencialmente constituido por el engarzamiento de este acontecimiento en
constelaciones representacionales previas y eventualmente en latencia, presto a
“desencadenar patología” en el momento en que acontecimientos posteriores ingresaran
de modo significante inundando a lo ya inscripto.

Bleichmar (1994). “Nuevas complejizaciones. Viejos problemas”.

La temporalidad, espacialidad y lenguaje no se adquieren “de modo natural”.


Sabemos, por nuestra teoría y nuestra práctica, que una intervención eficaz ejercida en el
momento oportuno puede definir movimientos de reversibilidad para procesos patológicos de
extrema severidad.

Freud, S. (1909). “Análisis de la fobia de un niño de cinco años” (El pequeño Hans).

Freud, S. (1914). “De la historia de una neurosis infantil” (El hombre de los lobos).

Freud, S. (1905 (1901)). “Fragmento de análisis de un caso de histeria” (Caso Dora).

Melanie Klein “Capítulo 6: El desarrollo de un niño (Caso Fritz), en Psicoanálisis del desarrollo
temprano”
La influencia del esclarecimiento sexual y la disminución de la autoridad sobre el desarrollo
intelectual de los niños.

191
Introducción.
La idea de explicar a los niños temas sexuales está ganando terreno. El conocimiento obtenido
gracias al psicoanálisis indica la necesidad, o de "esclarecer” por lo menos de criar a los niños
desde los años más tempranos en forma tal que convierta en innecesario cualquier
esclarecimiento especial ya que apunta al esclarecimiento más completo, más natural,
compatible con el grado de madurez del niño. Es necesario que los niños sean protegidos de
cualquier represión demasiado fuerte, y de este modo de la enfermedad o de un desarrollo
desventajoso del carácter. El análisis procura evitar peligros igualmente reales, aunque no sean
visibles, pero mucho más comunes y profundos y que por ende exigen mucho mas urgentemente
ser observados.
Podemos evitar al niño una represión innecesaria librando la entera y amplia esfera de la
sexualidad del secreto, falsedad y peligro, tejidos por una civilización hipócrita sobre una base
afectiva y mal informada.
Dejaremos al niño adquirir tanta información sexual como exija el desarrollo de su deseo de
saber, despojando así a la sexualidad de una vez de su misterio y de gran parte de su peligro. Esto
asegurará que los deseos, pensamientos y sentimientos no sean en parte reprimidos y en parte,
en la medida en que falla la represión, tolerados bajo una carga de falsa vergüenza y sufrimiento
nervioso. Al impedir esta represión, estamos sentando las bases para la salud, el equilibrio mental
y el desarrollo positivo del carácter. Tiene, además, una influencia decisiva sobre el desarrollo de
la capacidad intelectual.
Historia previa
El niño en cuestión es Fritz (5 años), hijo de conocidos que viven cerca de mi casa, lo que me dio
oportunidad de estar en compañía del niño sin ninguna restricción. Como la madre sigue todas
mis recomendaciones, puedo ejercer amplia influencia en su crianza. El niño es fuerte y sano, de
desarrollo mental normal pero lento. Empezó a hablar a los 2 años pero tenía más de 3 y medio
cuando se pudo expresar con fluidez. Daba la impresión de ser un niño inteligente y despierto.
Consiguió adquirir muy lentamente unas pocas ideas propias y no se ubicaba en los días. Por otra
parte, su memoria era notable: se acordaba cosas con todo detalle y dominaba las ideas que
alguna vez ha comprendido. Cuando tenía alrededor de 4 años y medio se inició un desarrollo
mental más rápido y un impulso más poderoso a hacer preguntas. También en esta época el
sentimiento de omnipotencia se volvió muy marcado, cualquier cosa de la que se hablara Fritz
decía que podía hacerlo.
APARICIÓN DEL PERÍODO DE PREGUNTA SOBRE EL NACIMIENTO
A los 4 años y 9 meses aparecieron preguntas concernientes al nacimiento. Las preguntas
planteadas por el pequeño eran siempre contestadas con la verdad absoluta, pero tan breve
como fuera posible. Después de que preguntó "¿Dónde estaba yo antes de nacer?", la pregunta
surgió nuevamente en la forma de "¿Cómo se hace una persona?" y se repitió casi diariamente
en esta forma estereotipada. La recurrencia de esta pregunta no se debía a falta de inteligencia
porque comprendía las explicaciones que se le daban sobre el crecimiento en el cuerpo de la
madre, que un cierto displacer, una falta de deseo de aceptar la respuesta era el factor
determinante de su repetición de la pregunta. Por un breve período dejó de preguntarnos y se

192
dirigió a su niñera, cuya respuesta fue que la cigüeña traía a los bebés y que Dios hacía a la gente.
Cuando volvió a su madre con esa respuesta, la madre le dijo que eso era un cuento. En la misma
conversación, Fritz preguntó y la madre le contestó que no existían el conejo de Pascuas, Papá
Noel ni los ángeles.
Otro día lo regañaron por desobedecer, estaba perturbado por ello y trataba de hacer las paces
con su madre. Le dijo "Seré obediente mañana y al otro día y al otro día...", pensó por un instante
y preguntó "Dime, mamá, ¿cuánto falta para que venga pasado mañana?" y después "Mamá ¿la
noche pertenece siempre al día anterior, y temprano a la mañana es otra vez un nuevo día?".
CONVERSACIÓN SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS.
Un día que llovía, Fritz se lamentaba porque quería jugar en el jardín y preguntó a su madre:
"¿Sabe Dios cuánto tiempo dejará que llueva?" Ella contestó que Dios no hacía lluvia, sino que la
lluvia venía de las nubes, y le explicó el asunto. "¿Es un cuento que Dios hace llover?" Al replicar
ella que sí, preguntó: "¿Pero hay Realmente Dios?" La madre le replicó que ella nunca lo había
visto. "Uno no lo ve, pero ¿está en el cielo?" "En el cielo sólo hay aire y nubes" "¿Pero existe
realmente Dios?". No había escapatoria, de modo que la madre tomó una decisión y dijo: "No,
hijo, no existe". "Mamá, veo lo que existe, lo que yo veo está realmente allí, ¿no? Veo el sol y el
jardín, pero no veo la casa de tía María, y sin embargo está ahí también, ¿no?" La madre le explicó
por qué no podía ver la casa de su tía María y él preguntó: "Mamá, ¿tú tampoco puedes ver su
casa?" Y demostró su satisfacción cuando ella replicó que no.
La madre es atea, pero al criar a los mayores no había puesto en práctica sus convicciones. A los
otros niños se les había hablado poco sobre Dios, pero el Dios que su ambiente les presentaba
ya hecho, nunca fue negado por la madre. El marido, que sostenía una concepción panteísta de
la deidad, aprobaba la introducción de la idea de Dios en la educación de los niños pero no habían
decidido nada preciso sobre este punto. Fritz le preguntó a su padre: "Papá, ¿hay un Dios?", el
padre contestó que sí y Fritz exclamó: "¡Pero mamá dijo que en realidad no hay Dios!" El papá le
explicó que nadie ha visto nunca a Dios y algunos creen que existe y otros creen que no, le dijo
que él creía en su existencia pero que su madre no. Fritz se puso contento y expresó: "Yo también
creo que no hay Dios." Esto tuvo la ventaja de que contribuyó a disminuir la excesiva autoridad
de los padres y debilitar la idea de su omnipotencia, ya que permitió al niño aseverar que su
madre y su padre sostenían opiniones diferentes sobre una cuestión importante. Las 6 semanas
siguientes a esta conversación sobre la existencia de Dios constituyen la conclusión de un período
definido. Su desarrollo intelectual durante y desde este período se ha estimulado y ha cambiado
en intensidad, dirección y tipo de desarrollo como para poder distinguir 3 períodos hasta aquí en
su desarrollo mental: el período anterior a las preguntas sobre el nacimiento, el segundo período
comenzando con estas preguntas y finalizando con la elaboración de la idea de la deidad, y el
periodo tercero que acaba de comenzar.
TERCER PERÍODO: La necesidad de formular preguntas no disminuyó, sino que tomó un camino
diferente. A menudo vuelve al tema del nacimiento, pero en una forma que demuestra que ya
ha incorporado este conocimiento al conjunto de sus pensamientos. Su interés por el origen de
los niños es todavía intenso pero menos ardiente. Pregunta, por ejemplo, "¿También el perro se
hace creciendo dentro de su mamá?".

193
Existencia
De la pregunta "¿Cómo se hace una persona?" se desarrolló una indagación sobre la existencia
en general: cómo crecen los dientes, cómo se forman las líneas de la mano, cómo crecen los
árboles, cómo se hace un río, etc.
Interés por las heces y la orina
En sus preguntas más especializadas (cómo puede moverse una persona, cómo entra la sangre
en la persona?) y también en la forma en que continúa con estas investigaciones, así como en la
necesidad de ver cómo se hacen las cosas, de conocer el mecanismo interno de las cosas; en toda
esta curiosidad me pareció que se encontraba ya la necesidad de examinar lo que en el fondo le
interesaba, penetrar en las profundidades. La curiosidad inconsciente relativa a la participación
del padre en el nacimiento del niño pudo tal vez haber sido responsable en parte de esta
intensidad y profundidad. Esto también se manifestó en otra pregunta que era en realidad una
investigación sobre las diferencias sexuales: preguntaba si su madre, él y sus hermanas habían
sido siempre niños, si toda mujer cuando era chiquita era una niña y si su papá había sido varón
cuando chico.
El afectuoso interés por las heces y la orina ha permanecido muy activo y su placer por ellos se
pone de manifiesto. Durante un tiempo habló de sus hermosas "cacas" y contemplaba su forma,
color y cantidad. Otra vez se refirió al proceso intestinal que su madre le había explicado en
relación al enema y preguntó sobre el agujero por donde sale la "caca". Hablaba a menudo sobre
el tamaño y color de los excrementos del perro en comparación con los suyos.
El sentido de la realidad
Con el comienzo del período de interrogaciones, su sentido práctico, que se había desarrollado
muy pobremente antes de las preguntas sobre el nacimiento, presentó un gran adelanto. Aunque
continuaba la lucha contra su tendencia a la represión pudo, con dificultad, reconocer varias
ideas como irreales en contraste con las reales. Ahora, sin embargo, manifestaba la necesidad de
examinarlo todo desde este aspecto. Desde la terminación del segundo período esto se había
puesto de manifiesto en sus esfuerzos por investigar la realidad y evidencia de cosas que le eran
familiares. En esta forma adquiere un juicio independiente propio del que puede extraer sus
propias conclusiones.
Preguntas y certidumbres obvias
Me preguntó cómo se llamaba eso que se usaba para cocinar y cuando se lo dije, manifestó: "Se
llama hornalla porque es una hornalla. Yo me llamo Fritz porque soy Fritz. A ti te llaman tía porque
eres tía." Las certezas y realidades adquiridas en esta forma le sirvieron como patrón de
comparación para nuevos fenómenos e ideas que requerían elaboración. Mientras su intelecto
luchaba con la elaboración de los conceptos recientemente adquiridos y se esforzaba por valorar
los ya conocidos, y por apoderarse de otros para hacer comparaciones, se dedicaba a escrutar y
registrar los que ya había adquirido. "Real" e "irreal" adquirían ahora un significado distinto por
la forma en que las usaba. Las cosas "reales" habían adquirido para él un significado fundamental,
que le permitía distinguir lo visible y verdadero de aquello que sucede sólo en los deseos y
fantasías.

194
El principio de realidad se había establecido en él. Después de la conversación con su padre y con
su madre, donde se puso del lado de la madre compartiendo su incredulidad, había encontrado
en las cosas tangibles la norma con que podía medir también las cosas vagas y dudosas que su
anhelo de verdad le hacía rechazar. La poderosa estimulación y desarrollo del sentido de la
realidad que surgió en el segundo periodo, se mantuvo sin disminución en el tercero pero, como
resultado de la gran masa de hechos adquiridos, tomó la forma de revisión de adquisiciones
anteriores y de desarrollo de nuevas adquisiciones. En esta época se interesaba por cosas cada
vez más difíciles como el dinero, el trabajo, la guerra y el mercado. Por ejemplo se le explicó que
había escasez de ciertas cosas y que eran caras, y Fritz preguntó: "¿Son caras porque hay pocas?"
Después quiso saber qué cosas son baratas y qué cosas son caras.
Delimitación de sus derechos. Querer, deber, poder
Demostró la necesidad de que se definieran en forma precisa las limitaciones de sus derechos y
poderes. Empezó la tarde en que planteó a la madre si debía dejar de cantar si ella le prohibía y
encontró satisfacción cuando la madre le aseguró que en la medida de lo posible le dejaría hacer
lo que él quisiera. Me preguntó:
"Nadie puede sacarme lo que me pertenece, ¿no es cierto? ¿Ni siquiera mamá o papá?" y se
sintió muy contento cuando estuve de acuerdo con él. Una vez dijo a su hermana: "Yo puedo
hacer todo lo que soy capaz de hacer, soy bastante listo para hacer y se me permite". Durante
esas semanas dominaban las ideas de querer, deber y poder.
Sentimiento de omnipotencia
Creo que la declinación de su sentimiento de omnipotencia estaba asociada con el desarrollo de
su sentido de la realidad, que ya se había establecido durante el segundo período pero que había
hecho progresos notables desde entonces. En diferentes ocasiones demostró conocimiento de
las limitaciones de sus propios poderes, no exige ahora tanto de su ambiente como antes. Sus
preguntas y observaciones demuestran que sólo ha ocurrido una disminución, que todavía hay
luchas entre su sentido de la realidad en desarrollo y su sentimiento de omnipotencia que llevan
a formaciones de compromiso, a menudo decididas en favor del principio del placer.
Deseo
Desea y pide persistentemente cosas posibles e imposibles, manifestando emoción e
impaciencia, que de otro modo no se manifiesta porque es un niño tranquilo, nada agresivo. Pero
ahora muestra generalmente adaptación a la posibilidad y a la realidad, incluso en la expresión
de deseos que antes parecían indiferentes a la discriminación entre lo realizable y lo irrealizable.
Ahora, cuando se habla de realizaciones u oficios que él desconoce dice que no puede hacerlo y
pide que se le permita aprender. Pero a menudo, sólo es necesario un pequeño incidente a su
favor para volver activa la creencia en su omnipotencia. En tanto que a veces la respuesta de que
papá y mamá tampoco conocen algo parece contentarlo, otras veces le desagrada saber esto y
trata de demostrar lo contrario. Una vez le contó a la madre que había cazado una mariposa y
agregó: "Aprendí a cazar mariposas". Ella le preguntó cómo había aprendido a hacerlo. "Traté de
cazar una y me las arreglé para hacerlo, y ahora ya sé cómo".
La lucha entre el principio de realidad y el principio del placer

195
El conflicto entre el sentido de realidad y el sentimiento de omnipotencia influye también en su
actitud ambivalente. Cuando el principio de realidad consigue dominar en esta lucha y establece
la necesidad de limitar el propio e ilimitado sentimiento de omnipotencia, surge la necesidad
paralela de mitigar esta dolorosa compulsión que va en detrimiento de la omnipotencia paterna.
Pero, si vence el principio del placer, encuentra en la perfección paterna un apoyo que trata de
defender. Quizás esto explica por qué el niño siempre intenta recobrar su creencia tanto en la
omnipotencia de sus padres como en la suya propia. Cuando, movilizado por el principio de
realidad, trata de hacer un doloroso renunciamiento a su propio sentimiento de omnipotencia
ilimitada, surge la necesidad de definir los límites de sus propios poderes y los de sus padres.
En este caso, la necesidad de conocer de Fritz, precoz y fuertemente desarrollada, había
estimulado su débil sentido de la realidad y lo había compelido, al superar su tendencia a la
represión, a asegurarse adquisiciones nuevas. Esta adquisición, y la debilitación de la autoridad
que la acompañó, habrían renovado y fortificado el principio de realidad como para permitirle
proseguir sus progresos en pensamientos y conocimientos. Esta declinación del sentimiento de
omnipotencia, que surge por el impulso a disminuir la perfección paterna influye a su vez en la
disminución de la autoridad.
Optimismo. Tendencias agresivas
Su optimismo está fuertemente desarrollado, asociado con su poco menoscabado sentimiento
de omnipotencia. Paralelamente a la disminución de su sentimiento de omnipotencia, ha hecho
grandes adelantos en la adaptación a la realidad, pero muy a menudo su optimismo es mayor
que cualquier realidad. Esto fue evidente en una desilusión muy dolorosa: sus compañeros de
juego, manifestaron una actitud distinta en vez del amor y el afecto hasta entonces demostrado.
Como ellos son varios y mayores que él, le hacían sentir su poder, se burlaban y lo insultaban.
Siendo amable y nada agresivo, trató de reconquistarlos con amabilidad y súplicas pero, quejas
ocasionales demostraban que había decidido reconocer las crueldades de que era objeto.
Aparecieron ahora tendencias agresivas, habló de dispararles con su revólver de juguete, de
pegarles hasta que se murieran pero al mismo tiempo no abandonó sus intentos de
reconquistarlos.
La cuestión de la existencia de Dios. La muerte
Desde la conversación sobre la inexistencia de Dios, sólo rara vez y en forma superficial ha
mencionado este asunto. Volvió, sí, a mencionar al diablo. Parece haberse construido él solo una
teoría sobre la muerte, el tema de "morir" lo preocupaba mucho. Una vez preguntó a su padre
cuándo moriría y me dijo que cuando se muriera se movería muy lentamente. Otra vez me
preguntó si uno no se mueve nada cuando está durmiendo, y después dijo: "¿No es que algunas
personas se mueven y otras no?"
Perspectivas pedagógicas y psicológicas
La honestidad con los niños, una respuesta franca a todas sus preguntas y la libertad interna que
esto procura, influyen profunda y beneficiosamente en su desarrollo mental. Esto salva al
pensamiento de la tendencia a la represión, peligro mayor que lo afecta, o sea, del retiro de
energía instintiva con la que va parte de la sublimación, y de la concurrente represion de

196
asociaciones conectadas con los complejos reprimidos, con los que queda destruida la secuencia
del pensamiento.
Según Ferenczi, estas tendencias que se han tornado muy dolorosas para la conciencia y por eso
se reprimen, arrastran a la represión otras ideas y tendencias asociadas y las disocian del libre
intercambio de pensamientos. Creo que en este perjuicio principal debe tomarse en cuenta el
tipo de perjuicio infligido: en qué medida ha quedado definitivamente influida la dirección del
pensamiento, si en amplitud o en profundidad. La energía que sufre la represión permanece
"ligada": si hay oposición a la curiosidad natural y al impulso a indagar sobre lo desconocido,
entonces también se reprimen las indagaciones más profundas. Sin embargo, también quedan
reprimidos todos los impulsos a investigar problemas más profundos en general. Se establece un
rechazo por la investigación en sí misma. Se produce un daño que influye en el desarrollo del
instinto de conocer, y de ahí también el desarrollo del sentido de la realidad, debido a la represión
en la dimensión de profundidad.
Sin embargo, si la represión afecta el impulso hacia el conocimiento en forma tal que queda
“ligado” a la aversión a cosas ocultas y repudiadas, el placer no inhibido de inquirir sobre estas
cosas prohibidas, se daría entonces la precondición para una subsiguiente falta de intereses. Si
el niño ha superado un cierto período inhibidor de su impulso a investigar y éste ha permanecido
activo o retornado puede, obstaculizado ahora por la aversión a atacar preguntas nuevas, dirigir
todo el remanente de energía libre a unos pocos problemas especiales. Así se desarrollaría el tipo
“investigador” que, atraído por cierto problema, puede dedicarse toda su vida al mismo sin
desarrollar ningún interés particular fuera de la esfera limitada que ha elegido. El repudio y la
negación de lo sexual y primitivo son las causas principales del daño ocasionado al impulso a
conocer y al sentido de la realidad, y ponen en marcha la represión por disociación. El impulso
hacia el conocimiento y el sentido de la realidad están amenazados por otro peligro inminente,
no un retiro sino una imposición: la de forzarles a ideas ya confeccionadas, presentadas en tal
forma que el conocimiento de la realidad que tiene el niño no se atreve a rebelarse, por lo que
se ve afectado y dañado.
Si más tarde el individuo adulto es aparentemente capaz de superar las barreras erigidas frente
a su pensamiento infantil, cualquiera que sea la forma utilizada para enfrentar sus limitaciones
intelectuales, esta forma sigue siendo la base para la orientación y modo de su pensamiento. La
sumisión permanente al principio de autoridad y la mayor o menor dependencia intelectual están
basadas en la relación entre los padres y el niño pequeño. Su efecto se ve reforzado y apoyado
por el cúmulo de ideas éticas y morales que se le presentan al niño y que forman otras tantas
barreras a la libertad de su pensamiento. Sin embargo, aunque estas le son presentadas como
infalibles, un intelecto infantil más dotado, cuya capacidad de resistencia ha sido menos
lesionada, puede a menudo emprender una batalla más o menos exitosa contra ellas.
Porque aunque las proteja la forma autoritaria en que fueron presentadas, estas ideas deben dar
pruebas de su realidad. Pero, cuando las primeras inhibiciones han sido más o menos superadas,
la introducción de ideas sobrenaturales no verificables presenta un nuevo peligro para el
pensamiento. La idea de una deidad invisible, omnipotente y omnisciente es abrumadora para el
niño, la necesidad innata de autoridad favorece su fuerza efectiva. Como el niño repite el

197
desarrollo de la humanidad, sostiene su necesidad de autoridad en esta idea de la deidad. Pero
también, su propio sentimiento de omnipotencia conduce al niño a atribuirla también a su
ambiente.
Para que el resultado de este desarrollo no sea la utopía y la fantasía ilimitadas, sino el
optimismo, el pensamiento debe proporcionar una oportuna corrección: la "poderosa inhibición
religiosa del pensamiento" como la llama Freud, estorba la corrección del sentimiento de
omnipotencia por el pensamiento. Lo hace porque abruma al pensamiento con la introducción
dogmática de una autoridad poderosa e insuperable; pero el desarrollo completo del principio
de realidad, hasta llegar al pensamiento cuentifico, depende de que el niño se arriesgue a realizar
el ajuste que debe hacer por sí mismo entre los principios de placer y realidad. Si esto sucede,
entonces el sentimiento de omnipotencia quedará colocado sobre cierta formación de
compromiso con respecto al pensamiento, y se reconocerá al deseo y la fantasía como
pertenecientes al primero, en tanto que el principio de realidad regirá en la esfera del
pensamiento y de los hechos establecidos.
El problema es que la idea de Dios actúa como un aliado de este sentimiento de omnipotencia,
casi insuperable porque la mente infantil –demasiado impresionada por su autoridad como para
rechazarla- ni siquiera se anima a tratar de tener una duda contra ella. El que la mente pueda
después superar este impedimento, esto no anula el daño infligido. La idea de Dios puede
oscurecer tanto el sentido de la realidad que éste no se anima a rechazar lo increíble, lo irreal, y
puede afectarlo de tal modo que se reprime el reconocimiento de cosas tangibles. Introducir la
idea de Dios en la educación y dejar al desarrollo individual el enfrentarse con ella no el recurso
para dar al niño libertad sobre este tema, porque la introducción autoritaria de esta idea -en un
momento en que el niño no está preparado intelectualmente para la autoridad- su actitud queda
tan influida que no puede o le cuesta mucho liberarse de ella.
II) ANÁLISIS TEMPRANO
LA RESISTENCIA DEL NIÑO AL ESCLARECIMIENTO SEXUAL
Plantearé ahora la cuestión de qué aprendemos del análisis de adultos y niños que podamos
aplicar al considerar la mente de los niños menores de 6 años, ya que es bien sabido que los
análisis de neurosis revelan traumas en acontecimientos e impresiones que ocurrieron en edad
muy temprana.
El primer resultado de nuestros conocimientos sería la evitación de los factores que pueden ser
graves perjuicios para la mente del niño. Es así que plantearemos como una necesidad que el
niño, desde el nacimiento, no comparta el dormitorio de sus padres. Le permitiremos mayor
período de conducta no inhibida y natural, interfiriendo menos y dejándole tomar conciencia de
sus impulsos instintivos y de su placer en ellos. Nuestro objetivo será un desarrollo más lento que
permita que sus instintos se vuelvan en parte conscientes y junto con esto, sea posible
sublimarlos.
No rehusaremos la expresión de su incipiente curiosidad sexual y la satisfaremos paso a paso, sin
ocultarle nada. Rechazaremos el castigo corporal y las amenazas y nos aseguraremos la
obediencia necesaria para la crianza retrayendo ocasionalmente el afecto.

198
Ahora señalaré solo que estas indicaciones educativas pueden ponerse en práctica y que de ellas
resultan evidentes efectos positivos y un desarrollo mucho más libre en múltiples aspectos. Sin
embargo, incluso allí donde el insight y buena voluntad para cumplir estas indicaciones, la
posibilidad interna de hacerlo podría no estar siempre presente en una persona no analizada.
Entonces, ¿pueden esas medidas profilácticas impedir la aparición de neurosis y de desarrollos
perjudiciales del carácter? Incluso con esto a menudo sólo conseguimos una parte de lo que nos
proponíamos, porque sólo una parte de los perjuicios causados por la represión puede atribuirse
a un ambiente nocivo u otras condiciones externas perjudiciales.
Otra parte muy importante se debe a una actitud por parte del niño, presente desde los más
tempranos años. El niño desarrolla, sobre la base de la represión de una fuerte curiosidad sexual,
un rechazo a todo lo sexual que sólo un análisis puede superar. En las fuertes disposiciones
neuróticas bastan a menudo leves rechazos del ambiente para determinar una resistencia a todo
esclarecimiento sexual y una carga excesiva de represión sobre la constitución mental. En el caso
de Fritz, las beneficiosas medidas educativas se emplearon con buenos resultados en el
desarrollo intelectual del niño.
Aparecían algunas preguntas que se repetían frecuentemente y que se le contestaban con tantos
detalles como fuera posible. Al principio no atribuí significado a la recurrencia de esas preguntas,
no había dudas de que había captado la respuesta a estas preguntas y de que su recurrencia no
tenía una base intelectual. En realidad no le importaban las contestaciones, sino que
atormentaba a su ambiente con sus preguntas. Después de este período, cuya duración no llegó
a 2 meses, hubo un cambio: se volvió taciturno y mostró desagrado por jugar. Cesó también el
deseo de compañía de otros niños, cuando se ponía en contacto con ellos no sabía qué hacer.
Incluso mostraba signos de aburrirse en compañía de su madre, lo que nunca había sucedido
antes. La actitud abstraída se volvió ahora muy frecuente. Aunque esto llamaba la atención, su
estado no podía considerarse como "enfermo", su salud era normal. Me llamó la atención su falta
de inclinación a que le contaran cuentos, tan opuesta a su anterior deleite en ellos. El poderoso
impulso de investigación del niño había entrado en conflicto con su igualmente poderosa
tendencia a la represión, y que esta última, al rechazar las explicaciones deseadas por el
inconsciente, había obtenido predominio. Luego de que hubo planteado muchas preguntas como
sustitutos de las que había reprimido, había llegado al punto en que evitaba del todo preguntar
ya que esto último podría procurarle lo que rehusaba conseguir.
Planteo que la represión podría afectar al intelecto en toda dirección en desarrollo, es decir,
tanto en las dimensiones de amplitud como de profundidad. Quizás los dos períodos del caso de
Fritz podrían ilustrar esta suposición. Si el camino del desarrollo hubiera quedado fijado en el
estadio en que el niño, como resultado de la represión de su curiosidad sexual, empezó a
preguntar mucho y superficialmente, el daño intelectual podría haber ocurrido en la dimensión
de profundidad. El estadio vinculado a éste, de no preguntar y no querer escuchar, podría haber
conducido a la evitación de la amplitud de intereses y a la exclusiva dirección en profundidad.
Mi convicción de que la curiosidad sexual reprimida es una de las principales causas de cambios
mentales en los niños.

199
Los juegos de Fritz, como sus fantasías, mostraban agresividad contra el padre y también su
pasión por la madre. Al mismo tiempo se volvió conversador, alegre, podía jugar con otros niños,
y luego mostró un deseo tal de progresar en toda rama del conocimiento que en poco tiempo y
con muy poca ayuda aprendió a leer. Sus preguntas perdieron el carácter compulsivo y
estereotipado. Ese cambio fue el resultado de haber liberado su fantasía. El estómago tenía para
él una significación particular, creía que ahí crecían los niños. Su teoría era que los niños se hacen
con comida y que eran idénticos a las heces.
Fui yo quien le explicó cómo se hacían los niños realmente y que su mamá no podía ser su esposa
porque era la de su papá, pero que cuando él fuera mayor se casaría con una mujer joven y ella
sería su esposa. Esta conversación que hasta cierto punto resolvió sus teorías sexuales, mostró
por primera vez verdadero interés por la parte hasta entonces rechazada de la explicación, que
sólo ahora asimiló realmente. Incorporó realmente esta información a sus conocimientos. Logró
un compromiso entre la teoría aun parcialmente fijada en su inconsciente y la realidad. Después
de esta elaboración y reconocimiento de los procesos reales, apareció en primer plano el
complejo de Edipo. Describe sus sueños del tren. La inhibición de la fantasía era la causa de la
inhibición del jeugo, ambas desaparecieron simultáneamente. Fantasías sádicas, diablo, oficial,
rey.
No consideré necesario hacer más interpretaciones y por consiguiente en esta época
ocasionalmente hacía consciente algún punto. Además, tuve la impresión, por la dirección de sus
fantasías y juegos, que parte de sus complejos se habían vuelto para él conscientes o
preconscientes y consideré que esto bastaba. Habían pasado 2 meses desde que empecé a darle
ocasionales interpretaciones, entonces se interrumpieron mis observaciones por más de 2
meses. Durante este tiempo la angustia (miedo) hizo su aparición; esto ya lo presagiaba su
rechazo a jugar con otros niños. La angustia que ahora se revelaba puede haber sido uno de los
síntomas puestos de manifiesto por el progreso del análisis, probablemente también se debía a
sus intentos de reprimir más cosas que se estaban haciendo conscientes.
La interpretación por medio de asociaciones fue sólo a veces afortunada; habitualmente las
ideas, sueños e historias explican y completaban lo que había aparecido antes. Esto explica,
además, mis interpretaciones a veces muy incompletas. Después de un periodo de renovada
observación, con el análisis pertinente (en especial de sueños de angustia), desapareció por
completo la angustia. Otra vez no hubo problemas con el sueño, ni con el juego ni con la
sociabilidad.
Creo que ninguna crianza debe hacerse sin orientación analítica, ya que el análisis proporciona
una ayuda muy valiosa. El psicoanálisis tendría que servir a la educación como una ayuda para
completarla, sin tocar las bases hasta ahora aceptadas como correctas. En el caso Fritz, ¿con qué
justificación se introdujo el psicoanálisis en la crianza de este niño? Él sufría de una inhibición de
juego acompañada de inhibición a escuchar o contar historias. Había también creciente
taciturnidad, hipercriticismo, ensimismamiento e insociabilidad. De este caso aprendí lo
necesario y ventajoso que es introducir muy temprano el análisis en la crianza, para preparar una
relación con el inconsciente del niño tan pronto como podamos ponernos en contacto con su
ciencia.

200
No hay duda de que el niño normal de 3 años, es ya intelectualmente capaz de captar las
explicaciones que se le dan. El análisis temprano no perjudicará las represiones, formaciones
reactivas y sublimaciones ya existentes, sino que abrirá nuevas posibilidades para otras
sublimaciones.
Es aconsejable prestar atención a los incipientes rasgos neuróticos de los niños. Si un niño, en la
época en que surge y se expresa su interés por sí mismo y por las personas que lo rodean,
muestra curiosidad sexual y trata de satisfacerla; si no muestra inhibiciones y asimila el
esclarecimiento recibido; si en sus fantasías y juegos vivencia parte de los impulsos instintivos,
especialmente del complejo de Edipo, sin inhibición, entonces probablemente podrá omitirse el
análisis temprano. Cuentos de Grimm asustan. Miedo latente. Propongo, en este contexto la
fundación de jardines de infantes dirigidos por mujeres analistas que puedan reconocer la
conveniencia de una intervención analítica y llevarla a cabo.

Kreisler, L., Fain, M. & Soule, M. (1977). (Caso Chloe). En El niño y su cuerpo.

Caso de anorexia mental grave del segundo semestre


Se suceden una anorexia grave del segundo semestre y vómitos psicógenos complicados al cabo
de algunos meses por una desorganización dramática en los planos somático y mental.
Chloe, una niña de 10 meses es internada con carácter de urgencia pues presenta un estado de
deshidratación aguda. Ha perdido 2kg en los últimos dos días, lo cual equivale a la cuarta parte
de su peso. Chloe nació a término después de un embarazo y un parto dificultosos pero
desprovisto de características patológicas.
La anorexia comenzó a manifestarse hacia los 5 meses y medio, mientras que la introducción de
un régimen alimentario diversificado databa de mucho tiempo antes. A los 8 meses, Chloe solo
aceptaba la leche. Simultáneamente aparecieron vómitos provocados en forma voluntaria
cuando la madre se acercaba a ella. Se resolvió confiar a la niña a una puericultora y evitar todo
contacto con la madre. Chloe tenía 9 meses en este momento. No sabemos cómo se comportó
la puericultora, pero oíamos gritar a la niña en el momento de las comidas. El comportamiento
de la niña se modificó tres días después: se volvió triste, abatida, dejó de sonreír e incluso de
llorar. La anorexia era casi absoluta y se acompañaba de vómitos.
Cuando Chloe ingreso en el hospital no aceptaba ningún tipo de alimento. La anorexia y los
vómitos comenzaron a ceder paulatinamente, pero la niña solo aceptaba que la alimentara su
enfermera favorita. En los primeros diez días, su estado mental se asemejaba al descrito por la
familia. Chloe se encontraba sumida en un estado de apatía e inercia, y carecía prácticamente de
expresividad gestual, pálida e indiferente, aprecia no ver ni oír. Su indiferencia y hostilidad
persistieron largo tiempo. Solo diez días después de su ingreso sonrió por primera vez y acepto
un juguete ofrecido por la enfermera. La mejoría prosiguió a partir de este momento, pero
durante 12 días mas solo estableció una autentica relación con la enfermera que la atendía. La

201
niña pudo ser visitada al cabo de un mes y abandono el hospital al cabo de casi dos meses de
internación.
Hemos pensado que sería más conveniente relatar dos entrevistas con la madre en vez de
describir su neurosis.

Primera entrevista
La señora X se aboca a la tarea de describir en forma detallada y día por día la enfermedad de
Chloe. Inmediatamente después de quedar encinta, se sintió invadida por el temor angustiante
de dar a luz un niño anormal, y por esta razón evito tomar medicamentos. Sin embargo, debió
ser tratada con antibióticos en oportunidad de haber contraído una infección en los párpados, a
partir de este momento, su temor se convirtió en la convicción de que su hijo nacería con una
malformación. Desde el parto, tuvo la certeza de que su hija moriría. Ella percibía muy bien la
índole patológica de estas ideas. Esta mujer refinada e inteligente analiza en forma admirable su
estado, y lo vincula con las circunstancias traumatizantes que le toco vivir y que culminaron en
una relación exageradamente estrecha con sus padres. Le resultó imposible abandonarlo un solo
minuto hasta la edad de 15 años.

Segunda entrevista.
Esta entrevista tuvo lugar el día siguiente de la primera visita que hizo a su hija, un mes después
de haber sido separada de ella. Describe de este modo su primera visita: “No eran su rostro ni su
voz, si la hubiera encontrado en la calle, no la habría reconocido. Tuve que analizar cada uno de
sus rasgos para reconocerla”. La madre tiene una neurosis fóbica aguda, similar a una neurosis
traumática, que evolucionó desde la infancia.
Este caso permite captar la diferencia existente entre la anorexia compleja y la anorexia común
del lactante, encontrada cotidianamente en la práctica.

Mannoni, M. (1967). Prefacio. Capítulo III “La psicoterapia de la psicosis”. Apéndice I “La
debilidad mental cuestionada”. En El niño, su enfermedad y los otros.
Prefacio: UNIDAD TEMÁTICA B

Capítulo 3 – La psicoterapia de la psicosis.


En las clasificaciones y desarrollos teóricos actuales referidos a la esquizofrenia, el puesto de
sujeto permanece vacío.
Aquello que ha escuchado en la familia, determinará en el niño la palabra delirante, alucinada,
autística, y fortalecerá la severidad arcaica de un superyó que se ha vuelto temible. El niño (Klein)
se siente expuesto desde muy pequeño a la amenaza de una agresión interior, que proyectada
al exterior, le descubre un mundo ambiente que siente como peligroso. Esta situación de
proyección agresiva ocurre en todo niño normal en el punto culminante del Edipo: el superyó
sería el resultado de la introyección de una imagen parental que se siente como aterradora. Pero

202
si, en la realidad, uno de los padres se muestra verdaderamente amenazante, entonces la
elaboración normal de un superyó no se cumple y el niño se encuentra entregado a los efectos
fantásticos de sus proyecciones, en una situación de pura agresividad especular. Entonces todos
los conflictos son vividos en términos de alternativa: suicida o mortífera. Paralelamente, el niño
se siente en peligro, porque no ha adquirido por sí mismo una imagen del cuerpo unificado: la
ausencia de identificación de su yo con el ego especular lo impulsa a escapar de su propio cuerpo
y a alienarse perpetuamente en un cuerpo parcial (boca, ano). Allí se encuentran las bases de un
ulterior desarrollo esquizofrénico.
Ej madre de Christiane: su madre solo se manifiesta mediante agresiones anales u orales (dice
que ella está enferma). Manifiesta su fragmentación hasta cuando habla. Cuando mejora, su
madre se deprime.
Según las teorías kleinianas, todo ser humano pasa en la infancia por etapas psicóticas: el papel
de la madre real consiste en modificar la vida fantasmática del bebe oponiendo a sus terrores
imaginarios una presencia tranquilizante que se traduce en un discurso con sentido. A partir de
su nacimiento, el bebe conoce la intensidad de una forma de angustia, surgida del drama de la
separación de la madre. Queda sensibilizado a la presencia y ausencia vividas como fusión y
separación. Las pruebas por las que ulteriormente ha de pasar (destete, etc), son abordadas de
acuerdo con un mismo proceso de repetición, que para el sujeto entraña la superación de su
primitiva tendencia de muerte. El fracaso constituye un germen para el desarrollo de ciertas
dificultades psicóticas que se sitúa en su mayor parte antes de los siete meses de edad.
Algo capital entra en juego en el momento que Lacan denomina “el estadio del espejo” (6m). La
prueba de separación ya había puesto en juego el vínculo imaginario del sujeto con el Otro. En
un segundo momento, el niño asumirá su imagen como totalidad y la imagen del semejante como
diferente de la suya. El instante de júbilo experimentado significa una victoria sobre el
enfrentamiento especular, enfrentamiento que, en el psicótico, provoca la autodestrucción, la
destrucción o la negación del Otro. El bebe recibe ese conocimiento de sí mismo como una
revelación a través de la imagen mediatizadora de su madre o del sustituto de ésta. Este
encuentro con su imagen (a través del otro) introduce al niño en el conocimiento de sí mismo y
del otro.
Existe un paso decisivo entre la fase narcisistica y el Edipo. El Complejo de Edipo introduce una
nueva estructura a través del papel desempeñado por la identificación edípica. En esta etapa es
donde volvemos a encontrar lo que corresponde al falo, al NDP, en relación del sujeto con el
Otro. La forclusión es característica de la psicosis y falseara toda la relación del sujeto con la
realidad, haciéndole perder el uso de la función imaginaria o la función simbólica. La falta del
registro de lo imaginario o de lo simbólico será el signo del fenómeno psicótico. El delirante
instrumenta el lenguaje para dar testimonio con él de su propia exclusión como sujeto. El
esquizofrénico, a su vez, vive en un mundo donde lo simbólico sustituye a lo real, sin vínculo con
lo imaginario.
La noción de traumatismo como explicación de ciertos procesos mórbidos fue introducida con
Freud, pero luego se advirtió que la suerte de un acontecimiento doloroso está vinculada para el
sujeto con la manera en que en el discurso de los adultos aquel es retomado. La palabra de los

203
adultos es la que marca al niño más que el acontecimiento en sí. Y a menudo sucede que sólo
mucho después del drama real se llega a localizar aquello que se ha escogido en la historia de un
sujeto por su efecto traumático. El destino del psicótico no se fija tanto a partir de un
acontecimiento real perturbador, como a partir de la manera en que el sujeto fue excluido, por
uno u otro de los padres, de una posibilidad de entrada en una estructura triangular. Esto es lo
que destina al niño a seguir ocupando el puesto de un objeto parcial, sin poder llegar a asumir
nunca una identidad propia (porque uno u otro de los padres le niega su condición de alteridad).
El discurso del niño psicótico se beneficia cuando se lo escucha junto con el del padre patógeno.
Lo que el analista dilucida, es el puesto que ocupa el niño en el fantasma del padre, puesto que
excluye su propio acceso al estado de objeto sexuado.
Cuando los padres se dirigen al analista por su niño enfermo, al hablar de este indirectamente
hablan de sí mismos. Tenemos que prestar atención a dos variedades bien distintas de mensaje:
1) el discurso que he denominado discurso cerrado, se trata de un relato pronunciado más bien
delante del analista que para el analista; 2) El discurso dramático, donde el analista es alcanzado
por el carácter inapelable de los sangrientos deseos parentales con respecto a su hijo (el analista
forma parte del movimiento dialéctico que se elabora).
Comenzar la cura de un niño psicótico significa entrar en un drama a través de la interacción del
discurso de los padres y del discurso del niño. Esto presupone que el analista puede llegar a poner
en descubierto con cierta precisión la forma en el que niño y el progenitor se encuentran en
dificultades con respecto a su posición sobre el deseo.
Recordemos el puesto muy particular que el psicótico tiene dentro del campo del deseo materno.
Dada la imposibilidad en que el niño se encuentra de ser reconocido por el Otro en su condición
de sujeto deseante, se aliena en una parte del cuerpo La cura del niño no puede emprenderse
sin tocar al punto en que éste se encuentra adherido dentro del campo del deseo materno o
paterno.
Vimos que el destino del psicótico se fija a partir de la manera en que este es excluido, por uno
u otro de los padres, de una posibilidad de entrada en una situación triangular. Esto es lo que lo
destina a no poder asumir nunca ninguna identidad. Atrapado desde su nacimiento en medio de
un baño de palabras que lo inmovilizan reduciéndolo al estado de objeto parcial, para que pueda
entrar alguna vez como sujeto en la cura es necesario que el sistema del lenguaje dentro del cual
se encuentra atrapado sea ante todo modificado. Solo luego podrá el ser remodelado por el
lenguaje. En este estudio me ha guiado la importancia que confiero a la escucha de un solo
discurso: el del niño y el de su familia. El niño está atrapado en una palabra parental que lo aliena
como sujeto. Esta palabra parental alienante es uno de los aspectos de una simbolización
falseada a nivel del adulto. Cuando una palabra, a nivel del adulto, pueda liberarse del curso
impersonal, entonces se hará posible el nacimiento de una palabra diferente del adulto hacia el
niño. Las condiciones en las que se opera la cura para el niño se transforman a partir de allí.
Apéndice – La debilidad mental cuestionada.
Si se interroga el pasado se advierte que fue a los administradores y a los juristas a quienes la
sociedad encargó trazar el límite aceptable entre la razón y la sinrazón. Ya en el siglo XVII puede
advertirse una prefiguración de lo que más tarde se elaborará con el nombre de test de niveles.

204
Se destacan las diversas categorías de débiles mentales de acuerdo con la adaptación o el
rendimiento social. No importa tanto conocer al débil como asignarle un puesto jurídico, dentro
de una sociedad preocupada ante todo por salvaguardar los bienes de la familia.
La verdad de la locura, de la insuficiencia mental, es estudiada. A Tuke y a Pinel les debemos la
introducción del médico en el asilo, y esto se produce en el mismo momento en que esos
eminentes psiquiatras descubre el papel no médico del médico y convierten a la relación médico-
enfermo en el soporte esencial de toda terapéutica. Pero, para que esta innovación adquiera un
sentido y llegue a ser efectiva habrá que esperar hasta Freud. El será quien nos permite, a través
del sinsentido, volver a conectarnos con el sentido. Como clínico está Freud abierto para todos
los descubrimientos: desconfía del espíritu clasificatorio y se pone a escuchar el sufrimiento que
habla en su enfermo sin que este lo sepa. No se sitúa ante la verdad de la locura, sino frente a un
ser de palabra que posee una verdad que le está oculta, que le es escamoteada, o que ya no le
pertenece. De este modo, se abrió una época nueva para la psiquiatría y el papel de los
psicoanalistas debería ser ante todo el no dejar que esa apertura se vuelva a cerrar.
Los obstáculos que falsean la comunicación entre el hombre normal y el débil parecen ser los
mismos que aquellos que en el curso de la historia imposibilitaron que se abordará la psicosis. La
negación, el rechazo, y luego la objetivación del local como materia de estudio científico, son el
resultado del no reconocimiento del llamado hombre normal no solo de su propio miedo, sino
también de sus fantasías sádicas y los mitos que poblaron su infancia.
Lo que todavía nos perjudica, tanto en pedagogía como en psicoanálisis, es el predominio de la
teoría del desarrollo. Estas no tienen en cuenta la historia del sujeto salvo en la medida en que
ella viene a favorecer o a impedir una “maduración”. Entonces se establece un paralelo entre el
desarrollo del cuerpo y el desarrollo mental, paralelo muy discutible porque el psicoanálisis nos
muestra cada vez mejor hasta qué punto lo que cuenta en un sujeto no es lo que se le da en el
nivel de las necesidades sino la palabra que lo remite al campo del Otro sin el cual todo el estudio
del atrasado queda reducido a una descripción dentro de una perspectiva puramente estática y
que desalienta de antemano toda idea de progreso.
La experiencia de Itard es la ilustración misma de lo que todavía nos ocurre hoy ante el problema
del atraso mental. El pedagogo trata de imponerle al débil su propia concepción del mundo. El
psicoanalista todavía oscila entre la curiosidad intelectual y el rechazo del sujeto débil, de ese
sujeto, no dice, que no es interesante por causa de la misma pobreza de su lenguaje.
Niño de Aveyron, Víctor es tomado como objeto de cuidados y de curiosidad, para convertirse
luego en el objeto de medidas reeducativas y precisamente aquí es donde se insertará cierto
malentendido básico. Víctor todavía no está en condiciones de articular una demanda y
finalmente se estado es “soportado”, volviendo a encontrar en el caso del atraso el esquema
mismo de un cierto tipo de relación madre-hijo. A partir de este fracaso de una relación humana
correcta, Itard habrá de innovar en los sistemas de reeducación: como en el curso de los siglos
anteriores, la teoría tiene por misión tranquilizar la inquietud suscitada por la impotencia del
adulto.
En el enfoque del problema del atraso mental, el psicoanálisis, sin negar el papel del factor
orgánico en muchos casos, no lo selecciona como una explicación radical. Todo ser disminuido

205
es considerado en principio como un sujeto hablante. Este sujeto no es el de la necesidad ni
tampoco el del comportamiento, y ni siquiera es el del conocimiento. Es un sujeto que por su
palabra dirige un llamado, trata de hacerse oír, y en cierto modo se constituye en su relación con
el Otro.
En el niño atrasado, como en el psicótico, se requieren condiciones técnicas precisas para que
ese discurso aparezca en la cura. En efecto, se crea un tipo de relación con la madre tan peculiar,
que uno no puede ser escuchado sin la otra.
Sin saberlo, el sujeto nos confía en su discurso una forma peculiar de relación con la madre (o
con su sustituto). Su enfermedad constituye el lugar mismo de la angustia materna, una angustia
privilegiada que por lo general obstaculiza la evolución edípica normal.
Durante la cura, sucede que el analista se ve llevado a explicitarle al niño las dificultades de sus
padres respecto a sus propios antecesores. Introduce una dimensión que le permite al niño
situarse como el eslabón de una cadena en función de un devenir. El sujeto toma conciencia de
que está inscripto dentro de una descendencia, a partir de esa ordenación de cada uno dentro
de su historia. Entonces se encuentra en un camino que va a permitirle el acceso a lo simbólico.
Sus puntos de referencia ya no son sus padres reales, sino que está a la búsqueda de un ideal
parental en sí. Esa imagen mutilada de los padres es sentida como mutilante para el sujeto; en
ese momento de su análisis se encuentra enfrentado con la no aceptación de la castración en sus
propios padres.

Mannoni, M. (1964). Capítulo I “El trastorno orgánico”. Capítulo II “La insuficiencia mental”. El
niño retardado y su madre.
Capítulo 1 – El trastorno orgánico

Descripción fenomenológica
Mannoni examinará el caso de niños retardados graves, cuya organicidad, desde el comienzo, va
a acentuar el carácter fatal de la enfermedad, que lleva a los médicos a plantear muy pronto un
diagnóstico definitivo. Los padres tratarán de hacer revisar cien veces el diagnóstico, es decir, la
afirmación del carácter casi irrecuperable de la enfermedad, de modo que el bebé se convertirá,
desde su nacimiento, en concurrente asiduo de consultorios médicos. La relación madre-hijo
tendrá siempre, en este caso, un trasfondo de muerte negada, disfrazada, ya que las ideas de
muerte están ahí, aunque las madres no puedan tomar conciencia de ello.
La aceptación de ese hecho está ligada a un deseo de suicidio; se trata de una situación en la que
madre e hijo no son más que uno. Toda ocasión en que se desprecia al niño es recibida por la
madre como un ataque a la propia persona. La madre vivirá contra los médicos, pero al mismo
tiempo buscará su apoyo, irá de consulta en consulta. No quiere saber nada en lo que concierne
al niño, un poco en lo que concierne a ella misma. Desea que su pregunta no obtenga jamás
respuesta, para poder seguir planteándola. Le es necesario un testigo que dé cuenta que ella no
puede más, y que tiene el impulso de matar.

206
Los padres no se sienten con el derecho a ser interlocutores válidos (“un niño enfermo es asunto
de la mujer”), y cuando, por excepción, el padre se siente involucrado, no es raro que reaccione
con episodios depresivos o persecutorios que interrumpan una psicoterapia en marcha. Si acepta
con serenidad la enfermedad de su hijo, es al precio de una gran culpabilidad: como hombre o
padre es un fracasado.

Enfoque analítico del problema


¿Qué es para la madre el nacimiento de un niño? En la medida de que lo que desea durante su
embarazo es el repaso o la revancha de su propia infancia, ¿Qué ocurrirá con el niño que, cargado
de todos sus sueños perdidos, llega enfermo? La irrupción en la realidad de una imagen del
cuerpo enfermo va a causar en la madre un shock: en el instante en que, en el plano fantasmático,
un vacío era llenado por un niño imaginario, surge un ser real que, por su enfermedad no sólo va
a despertar los traumas y las insatisfacciones anteriores, sino que impedirá, más adelante, en el
plano simbólico, que la madre pueda resolver su propio problema de castración. Se le dará ese
niño como un objeto a cuidar, fuera de la influencia del marido; a menudo hallará la fuerza para
criarlo remitiéndose a su propio padre. Cada madre vivirá, según su propio estilo, un drama real
que siempre hace eco a una experiencia vivida con anterioridad en el plano fantasmático, y de la
cual ha salido de algún modo marcada.
La llegada de un niño enfermo al hogar de una mujer que ha mantenido malas relaciones con su
propia madre, puede llegar a despertar conflictos neuróticos compensados por el casamiento. Se
presenta angustia y a veces reacciones fóbicas. Por el contrario, si la mujer ha permanecido muy
apegada a su propio padre, el niño encontrará un lugar definido en la familia; será a menudo el
preferido.
Está visto que el niño enfermo es rara vez incorporado a una situación verdaderamente
triangular. En tanto custodio de la ley, el padre no puede no sentirse perplejo ante un niño que,
desde el comienzo, está destinado a vivir fuera de todas las reglas. Además, si se trata de una
madre normal, la llegada de un niño enfermo no puede no incidir en ella. En efecto, en respuesta
a la demanda del niño, deberá proseguir una gestación eterna. Dejará al niño en un estado
adinámico. Tales madres son marcadas por la prueba y adquieren un aspecto esquizoide,
comportándose también de un modo adinámico. Se trata de una situación dual, el niño está
alienado como sujeto autónomo, para devenir objeto a cuidar. La madre acepta ser parasitada.
Si por el contrario el niño se manifiesta como sujeto deseoso, es su cuerpo el que no le pertenece,
y está como alienado. Se crea una situación en que madre e hijo no tienen más soporte de
identificación, y la madre reacciona con una actitud imperativa que enmascara la angustia ante
el ser humano que ya no reconoce.

Capítulo 2 – La insuficiencia mental


En el capítulo anterior se dio cuenta de la relación muy particular entre el retardado grave y la
madre. El diagnóstico de irrecuperabilidad pesa por sí mismo sobre ambos destinos y los modela
en cierta forma. Para el niño débil mental, la situación es diferente. El retardo no es siempre

207
percibido de entrada, la anomalía no se presenta como fatal desde el comienzo; llega a suceder
a menudo que la insuficiencia mental no sea descubierta sino en forma casi accidental, en ocasión
de una consulta médica.
La intervención de un médico que, en lugar del niño, se hace receptor de la perturbación materna
permite una recuperación de las relaciones normales madre-niño, indispensable para que el
pequeño pueda continuar su vida. Se consulta por un síntoma preciso que alcanza dimensiones
de real gravedad y se trata a menudo de algo distinto. La carga emocional, la culpabilidad que
implica lo que se oculta, no sólo a la propia conciencia, sino a la del médico, es de tal importancia
que no se puede cuestionarla de entrada. Raros son los casos en que los padres aceptan de buen
grado que se asigne una dimensión psicoanalítica a un problema que para ellos debe resolverse
en un nivel práctico.

¿Qué es en realidad la debilidad mental? Son posibles dos actitudes: el consultor sabe y orienta
al niño hacia un servicio de reeducación competente; o bien trata de comprender y el tiempo
poco le importa, ya que para condenar a un ser, la hora suena siempre demasiado pronto.
Mannoni opta por no saber, por tomarse un tiempo para reflexionar, para llevar al niño, el tiempo
del diálogo lo más allá posible. Entonces, en cada caso se ha desprendido, más allá del síntoma,
una significación que podría ser importante en un eventual tratamiento. Aparecía cada vez, un
tipo de relación interhumana que permitía, si se la aclaraba, introducir en el lenguaje lo que a
menudo quedaba enmascarado en el síntoma.

La autora presenta una serie de casos de diferentes niños con diagnóstico de debilidad mental.
El débil simple es aquel cuyo CI está entre 50 y 80, y que no manifiesta trastornos caracteriales
evidentes ni una evolución psicótica. Esta etiqueta de débil mental ha sido adjudicada a los niños
luego de una consulta médica. Por diversas razones los padres han buscado una confirmación del
diagnóstico y el azar los ha llevado al circuito psicoanalítico. No se trataba de orientar
apresuradamente, sino de abarcar, aún al precio de varios meses de entrevistas o psicoterapias,
un problema complejo que no se resolvía con la simple orientación. Su investigación no es
definitiva. No se trata de hallar una causa nueva del retardo ni menos de establecer un mejor
diagnóstico, sino de ir más allá de un rótulo que ha sido el punto de partida de la cristalización
de una angustia familiar. El problema que se plantea no es el de si es débil o no, sino de qué hay
de perturbado en el nivel del lenguaje (en la relación madre-hijo), que se expresa por un camino
extraviado, que inmoviliza al sujeto en el estatuto social que se le ha adjudicado, y fija a la madre
en el rol que ella misma se ha asignado. Tampoco trata de reintroducir una clasificación distinta,
sino que a partir de un veredicto se limita a cuestionarlo.
Mi investigación, en todos los casos, rechaza ser congelada como definitiva. No se trata de mí,
de hallar una causa nueva del retardo ni menos de establecer un mejor diagnóstico. Me esfuerzo,
muy simplemente, por ir mas allá de un rótulo que ha sido el punto de partida de la cristalización
de una angustia familiar. El problema que me planteo no es el de si es débil o no. Antes bien, este
problema sería del orden siguiente: ¿Qué hay de perturbado en el nivel del lenguaje que se

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expresa por un camino extraviado, inmovilizando al sujeto en el estatuto social que se le ha
adjudicado, fijando a la madre en el rol que ella misma se ha asignado?.
La debilidad mental, cualquiera sea el origen que se le atribuya, es concebida en general como
un déficit de la capacidad del sujeto. Los test son considerados como medida de la capacidad
restante y como indicaciones de un síntoma. La debilidad mental concebida como déficit de la
capacidad, aísla al sujeto en su defecto. Al buscar para la debilidad una causa definida, se niega
que pueda tener un sentido, es decir, una historia, o que pueda corresponder a una situación.
Por eso, el estudio del débil mental, como el del psicótico, no se limita al sujeto, sino que
comienza por la familia.

MANNONI (1965). La primera entrevista con el psicoanalista.

Prefacio (por Francoise Dolto).En unidad B

Capítulo 1 Punto I “La situación”

I. Desórdenes escolares
Un porcentaje elevado de consultas se motiva aparentemente en “trastornos escolares”. Pero
casi siempre este síntoma recubre otra cosa. Al no tomar al pie de la letra la demanda de los
padres, el psicoanalista permitirá que la puerta se entreabra sobre el campo de la neurosis
familiar, oculta e inmovilizada en el síntoma del que el niño se convierte en soporte.
Ayuda psicoanalítica para situarse en relación con el mito familiar y descubrir su propio camino,
fuera de toda identificación o proyección engañosas.

Caso Sabine
La madre quiere traerme a su hija Sabine, amenazada de expulsión. El padre se opone a todo
examen. Acepto ver a la madre, pero no a la niña. ¿Qué datos proporciona esta entrevista?
La niña presenta tics que se repiten cada 30 segundos: aparecieron hace tres meses como
consecuencia de su colocación en un Hogar para niños contra la voluntad del padre. En realidad,
estos tics existen desde la edad de 6 años (fecha en la que el padre abandona el domicilio
conyugal como protesta contra una operación realizada sobre otro hijo, sin haberlo consultado).
El regreso del padre al hogar coincide curiosamente con un recrudecimiento de los trastornos de
Sabine, lo que lleva a una nueva hospitalización.
Ante este cuadro, escribir al padre para solicitarle su autorización antes de emprender un
examen. “Considero que corresponde a los padres, y solo a ellos, actuar de manera que un hijo
tenga la conducta normal propia de su edad”. La pareja era unida hasta el nacimiento de los
niños. Su llegada al mundo señala el comienzo del desacuerdo (dada la imposibilidad de la madre
de soportar una situación de a tres, es decir, una situación en la que el padre siga existiendo en
la madre a pesar de la presencia de los hijos). Mme. X ha hecho infelices a los suyos al sustraer a

209
los niños a la autoridad de su marido, valiéndose para ello de todas las complicidades posibles.
Mi carta, como negativa a entrar en el jugo de la madre, fue en sí misma una intervención
terapéutica. Si hubiese comenzado un psicoanálisis, me hubiera convertido en cómplice de la
madre. Al tener en cuenta la palabra del padre, permití que cada miembro de la familia tuviese
la posibilidad de hallar nuevamente su lugar.

También en este caso, la escolaridad deficiente sólo servía para ocultar desórdenes neuróticos
de una importancia mucho mayor. ¿Qué nos llama la atención en estos casos de desorden
escolar? El hecho de que la agudeza del síntoma invocado oculta dificultades de un orden
diferente. Los padres aportan al psicoanalista un diagnóstico formulado por adelantado. Su
angustia comienza en el momento en que se cuestiona este diagnóstico. Descubren entonces
que el síntoma escolar servía para ocultar todos los malentendidos, las mentiras y los rechazos
de la verdad. Lo que está en juego no es el síntoma escolar, sino la imposibilidad del niño de
desarrollarse con deseos propios, no alienado en las fantasías parentales.
En realidad, en los casos en que la madre acude a la consulta por un síntoma preciso,
acompañado de un diagnóstico seguro, es porque generalmente no desea cambiar en nada el
orden establecido. La aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental. A
los padres les cuesta perdonarle que no se haga cómplice de su mentira.

Capítulo 2 punto I “El sentido del síntoma”

En el psicoanálisis de niños, en la primera consulta estamos sometidos a la demanda de los


padres, que puede ser urgente y grave. Pero no debemos dejar escapar la dimensión esencial
que es, justamente, la aprehensión psicoanalitica del caso.
Lo que parece perjudicar al sujeto es el rechazo de los padres por ver ese desorden, y su esfuerzo
en palabras por reemplazarlo con un orden que no es tal. Lo traumatizante no es tanto la
confrontación con una verdad penosa, sino su confrontación con la “mentira” del adulto (su
fantasía). Me ocuparé de la palabra de la madre.
Mundo de fantasías de la madre. La misión del niño es la de realizar los sueños que ella no
concretó.

Najt, N. (2006). Capítulo “Novelas Adolescentes”. En Rother de Hornstein, C Adolescencias:


trayectorias turbulentas.
¿Por qué muchos niños/niñas que presentaron una organización psíquica cuya problemática fue
considerada grave, logran defensas y formulaciones identificatorias que organizan su novela
familiar? Clínica y teoría constituyen aspectos indisociables de nuestra práctica. ¿Cómo es que el
advenimiento adolescente, en el curso del trabajo analítico, puede conseguir “figuras
identificatorias” que le faciliten la construcción de una historia y participen en “el encuentro de
sentido en su biografía”? Este es un interrogante que nos envía a los fundamentos teóricos que

210
explican el fenómeno puberal-adolescente, es decir, la posibilidad de concebir una propuesta
metapsicológica de las formaciones patológicas.
Todas las propuestas teóricas posibilitaran alguna aproximación a la explicación del psiquismo y
sus posibles psicopatológicos, desde la interacción, en las novelas encontramos la creación
literaria, que enriquece y confirma esas teorías. Frankenstein. Niño de 10 años talla 14. No se
relacionaba con niños de su edad. Inquieto, torpe y agresivo. No deseado.
En la práctica con niños y adolescentes son las problemáticas severas las que nos remiten a
revisar las opciones teóricas que las explican. Una teoría que fundamente los primeros tiempos
de la vida psíquica conseguirá ubicar los tiempos cronológicos y los tiempos lógicos en un modelo
que apoye la investigación clínica.
Desde esta posición trabajamos con los fundamentos que ofrece la propuesta de Piera Aulagnier.
Esta autora explica que fue el discurso psicótico lo que le exigió pensar en una metapsicología
que pudiera dar cuenta de éste, y a partir de ahí elaboro aportes teóricos para el conocimiento
de la organización de los procesos psíquicos desde los orígenes, y un modelo de los cuadros que
conforman la psicopatología. Con relación a la psicopatología dice Aulagnier “el concepto de
potencialidad engloba los posibles del funcionamiento del Yo y de sus posiciones identificatorias,
una vez concluida la infancia”. Y en referencia a la “psicopatología” infantil sostiene: “Lo que
sucede en ese tiempo infantil en que se decide no el devenir del Yo, siempre dependiente de los
encuentros conflictuales que los toros y la realidad le lleguen a imponer, sino de los “posibles”
que tiene a su disposición para afrontar superar el conflicto. Mecanismos de somatización,
fóbicos, rituales obsesivos, reconstrucciones de un momento y de un fragmento de la realidad,
el privilegio acordado a tal o cual pulsión parcial, forman parte integrante del funcionamiento
psíquico de todo niño.
Hasta aquí una breve presentación de nociones tales como discurso psicótico y potencialidad,
que son “organizadoras” del pensamiento teórico para la clínica. Veamos cómo logra su posición
identificatoria una vez concluida la infancia el sujeto que ha tenido que soportar el exceso de
violencia que inundó su psique de odio y sufrimiento, y a pesar de todo esto logró defensas para
sobrevivir.
El pensamiento “delirante primario” (potencialidad psicótica) es la interpretación que el sujeto
producirá en respuesta al exceso de violencia provocado por el portavoz, y con frecuencia por la
pareja parental. Encontramos así un tipo de organización en la psique, la “potencialidad
psicótica”, que no siempre se manifiesta a través de síntomas, y sí aparece cuando le ofrecemos
la posibilidad de análisis.
El trabajo analítico con niños y adolescentes da lugar a la observación e inferencia de las
actividades psíquicas primerísimas. En estos primeros tiempos de la vida el infante realiza una
intensa actividad de investigación. Una de las preocupaciones que lo lleva a formular teorías
explicativas, es la referida a “sus orígenes”, en particular “si fue deseado en los orígenes”. Es éste
el comienzo histórico que dará sentido a todas las posiciones identificatorias que va a poseer ese
yo. Frankenstein resultó un mito sobre los orígenes en la construcción de la historia del paciente
que presentamos.

211
Si no hay un primer enunciado en el discurso externo a la psique que explique el origen de su
historia, o si el enunciado resulta inaceptable, el yo se encuentra en estado de riesgo, en peligro
constante.
La “novela familiar” realizará una tarea de recuperación con una nueva apuesta en sentido del
trabajo de investigación (actividad pulsional) iniciado en épocas pretéritas. La novela orienta al
joven adolescente en la actividad de historiador para conocer su propia historia, labor que se
inició en los tiempos de la “duda”. Este derecho a la duda lo lleva a cuestionar las afirmaciones
de la realidad de sus padres, incluida la legitimidad de sus orígenes.
Caso 🡪 El trabajo terapéutico tuvo continuidad con el paciente y siempre fue provisorio con los
padres: resultaba necesario actualizar el contrato periódicamente. En el tiempo transcurrido,
primero se pudo conocer el odio en el ejercicio de la pulsión de muerte hecho efectivo sobre el
hijo. Pasados varios años la madre comenzó a manifestar la unión en el odio que sostenía a la
pareja. En esa época se confinó la condición “de prótesis de la vida materna” por parte del hijo y
también el significado del fracaso de la represión materna, donde la “locura” y el sufrimiento del
hijo hacían de argamasa al encuentro parental. Fracaso de la represión en la organización
psíquica de la madre que es taponada con la psicosis del hijo: el hijo resulta prótesis de la psique
materna. El paciente M. no delira (por el momento) pero su búsqueda de sentido en los orígenes
lo lleva a encontrar a la figura identificatoria que es modelo de su sufrimiento en Frankenstein.

Palazzini. Capítulo 12 “Una foto color sepia. Organización y desorganización en la tramitación


adolescente”

Sabemos que la adolescencia es portadora de un sentido transformador en tanto que su tránsito


aporta un caudal de potencialidad psíquica. La significación que adquiere aquí la noción de
tiempo no es la de la cronología tradicional, sino le da carácter de oportunidad para una
tramitación psíquica que, si bien no nos equivocaríamos al decir que puede ser prorrogable, en
el campo de la salud es evidente su condición de ineludible.
El material clínico presentado refleja un contexto frecuente en el marco del trabajo con
adolescentes, cuyo motivo de consulta inicial está dentro del campo neurótico, pero el desarrollo
posterior se inclina hacia la descompensación de la organización psíquica alcanzada. En tales
circunstancias el tiempo de la adolescencia deja de ser una ocasión para la tramitación del
cambio y se convierte en una exigencia de trabajo que desborda las posibilidades de elaboración
comprometidas. Como la adolescencia no es un estado, necesitamos entrar en los laberintos de
la historia como único camino posible para la (re) construcción de un proceso. Lo que
probablemente sea más específico de la tramitación adolescente es su carácter de pendiente o,
dicho de otro modo, que se encapsula como “algo” que queda “en espera” cuando no tuvo
espacio psíquico para acontecer.

Llamaré Angelina a la paciente de 19 años que consulta en medio de una intensa angustia
provocada por la duda acerca de la continuidad de sus estudios. La demanda inicialmente

212
sostenida era la de orientación vocacional. La duda entre seguir o abandonar, tenía un carácter
punzante y persistente que resistía toda invitación a la reflexión. Algo hacía agua. Parecía que la
finalización del secundario le había llegado demasiado pronto, necesitaba estar en su casa cerca
de su madre y su padre, idealizaba esa proximidad, debía estar donde (la) necesitaba(n). Los
movimientos familiares no daban margen para la singularidad, las necesidades del conjunto
tenían primacía y la historia familiar se desplegó desde el inicio como manifestación de aquello
que inundaba todo el campo: su devaluada constitución subjetiva.
El padre padecía una enfermedad de larga data, que interfería cada día en su cabeza y en sus
actos. No había tregua para el temor que esto le provocaba desde los tres a{os, edad en que su
padre había sido operado por primera vez.Relata episodios fenomenológicamente obsesivos que
ubica más o menos alrededor de los 4 o 5 años: tenía que tocar los objetos de determinada
manera, caminar dando pasos de tal forma, rezar en tal posición. El estado de salud de su padre
implicó largos períodos de ausencia de él y de su madre; cada hijo fue provisoriamente a la casa
de un familiar diferente. Con el paso del tiempo Angelina había tomado un papel protagónico a
la hora de efectuar consultas médicas. La madre de Angelina, siendo más bien una “hija” en duelo
por la muerte de su propia madre, se apuntalaba en sus hijos, lo que dejaba una vacancia que
Angelina ocupaba poniéndose en el lugar de pareja del padre, único lugar de un Edipo sin bases
para una tramitación más lograda. Angelina funcionaba como “la” mujer del padre, no era
“como” su mamá (identificación secundaria) sino que por momentos era su mamá (identificación
especular). Esta configuración alienante señalaba las huellas de un proceso identificatorio
fallido que no habilitaba de modo suficiente la vida de una joven estudiante con su economía
psíquica comprometida en procesos incorporativos, como lo son la capacidad de estudiar y la
instalación de lazos de amistad, verdaderas investiduras del encuentro con lo nuevo.

La impotencia de los padres para encontrar salidas se plasmaba en impotencia propia, sin
funcionamientos exogámicos, sin tabicamientos posibles en un grupo familiar en el que no se
distinguían las funciones parentales, sin ordenamiento, sin padres. En momentos de mucha
tensión Angelina llamaba a su novio, le contaba lo sucedido, lloraba y encontraba la calma como
resultado de una experiencia de sostén, frecuente de hallar en la adolescencia en los vínculos de
tipo fusional. Modos de anestesiar la urgencia por la necesidad de otro que, lejos de acercarse a
la satisfacción de un deseo erótico, representaba una oportunidad de fusión para contener
desvalimientos yoicos de larga data.

Organización en la acción
El aceleramiento de su vida, el tiempo lleno, el éxito sumado a las ausencias eran expresiones
claras de una organización del yo basada en la acción. Como corsé del self, el acto exitoso aleja
depresiones y ahuyenta vacíos. Analizarse era vivido como un riesgo de aproximación a los vacíos
existentes, vacíos tantas veces expresados en el formato de la duda: qué estudiar, qué hacer, qué
decir, qué relaciones sostener. Así las cosas, Angelina puso un paréntesis en su análisis. Luego de
8 meses pide una consulta, a la cual llega con signos evidentes de agitación y angustia. Está
visiblemente demacrada y más delgada, habla mezclando las palabras con el llanto. Un episodio

213
familiar en el cual su tía tuvo un intento de suicidio, revela que su abuelo se había suicidado, dato
que desconocía. Esto la conmocionó “me descompuse, me dio pánico”. “No estoy bien, estoy
asustada; siento que no tengo ganas de vivir, yo no me quiero” “Empecé a sentir un odio que
jamás había sentido” “Ahora siento que yo no estoy … yo estoy vacía. Me agarra una angustia y
lloro y lloro. No puedo dormir, no siento nada; solo pienso que no tengo ganas de vivir, yo estoy
pero no estoy, solo pienso en que me quiero morir”.

La ideas suicidas fueron en aumento, el llanto y el temblor también, indicios de una


descompensación que no daba tiempo para el trabajo analítico como único dispositivo. Los
pensamientos culpógenos respecto de la pareja no alcanzaban a tener una organización lograda
en el campo neurótico. Todo estaba al borde. Sus movimientos sin control y su capacidad
defensiva quebrantada generaron la indicación de una interconsulta psiquiátrica, dando como
resultado la indicación de internación. En el transcurso de la internación, Angelina intentó
dañarse con fantasía de suicidio en tres ocasiones, dos de las cuales tuvieron poca peligrosidad
y una de mayor riesgo. La internación se extendió mucho más de lo contemplado por los médicos.
Al principio la medicación no producía una mejoría. Tenía fuertes crisis de angustia diarias, con
episodios en los que se lastimaba el pecho con sus uñas para poder quitarse la angustia.
Expresaba su sufrimiento de modo suplicante: “Tengo miedo de matarme, quiero sacarme esta
sensación de vacío enorme que tengo, quiero morirme, estoy vacía, yo no estoy, no existo”.

Se negaba de manera terminante a la indicación de alta, fuera del encuadre institucional-


asistencial no se sentía a salvo de sí misma ni sostenida con firmeza por las figuras de su entorno.
Durante la internación se observó un despliegue de omnipotencia y hostilidad combinadas,
entraba en estados de ferocidad, exigía definiciones diagnósticas, pedía cambios de fármacos.
Desplegó un hostigamiento verbal inusitado hacia la familia, con reproches y exigencias de todo
tipo, diciendo a sus padres que los odiaba por no haber “podido” con ella, seguramente en
referencia a un tiempo pretérito reflejado en el presente. La familia evidenciaba una precariedad
de pensamiento y una generalizada inseguridad. Se le dio el alta con un plan de tratamiento
ambulatorio, programa que fue concebido como una trama de sostén, a los efectos de ayudarla
a dejar la institución que, en su fantasía, se había convertido en un segundo refugio, hecho a la
medida de sus ansiedades pero carente de sentido terapéutico si no se establecía un límite.

Algunas consideraciones clínicas


La historia del padre había ocupado tanto espacio que había sido difícil hallar un lugar para
pensarse a sí misma, en un contexto donde todo quedaba referenciado a situaciones de muerte
o enfermedad. Una familia sin separaciones, sin salidas exogámicas, llena de pérdidas, se refleja
en la organización yoica de Angelina en principio sostenida -a modo de falso self- en la
adaptación, en la acción exitosa, en el despliegue intelectual, en la hiper-responsabilidad, la
religiosidad y cierto puritanismo que devela un deseo de ser eternamente niña, sin acceso a la
genitalidad, sin reconocimiento de la temporalidad. También era una familia que guardaba un

214
secreto, el del suicidio. Los intentos de repetición constituyen manifestaciones de lo oculto a la
vez que guardan la esperanza de inscribir una representación que haga posible su elaboración.
Tisseron (1992) nos habla de los clivajes en la prehistoria que condicionan la historia personal
de las generaciones venideras y señala la importancia de la vergüenza familiar encubierta por el
silencio. Angelina denuncia el suicidio como eslabón de una cadena generacional que había
sostenido un suceso de manera innombrable, impensable y por lo tanto, inelaborable. El acto ya
contiene una búsqueda de simbolización.
Las dificultades para armar relaciones vinculares de distinto orden por fuera de la familia creaban
un cerco donde la vida transcurría en cierta artificialidad, sin distinción adentro-afuera. Los
movimientos de diferenciación y constitución de la privacidad propios de la adolescencia
estaban ausentes. Lo vincular estaba sustituido por movimientos adhesivos y el vínculo con su
novio era el equivalente a un cordón umbilical que la compensaba de fusiones fallidas; era lo
más parecido al amor de una madre, aportando un sostén permanente y garantido. La
ambivalencia se asomaba en el horizonte, Angelina pasaba de la fusión al rechazo en un instante,
marcando el punto de acciones incongruentes y contradictorias que resistían el proceso
secundario mismo. El odio era el par dialéctico necesario para la separación en el sentido de
diferenciación, pues el anhelo de unión en el otro también es una amenaza continua para la
individuación del yo. La ruptura de la pareja constituía una posibilidad de salida o despegue de
los objetos primarios, desplazados en representantes secundarios.

Junto a un psiquismo frágilmente constituído y a la labilidad afectiva, podía hacer uso de un


desarrollo intelectual con el sentido de auto-sostén. Su proceso psíquico daba un paso con el
proceso secundario, pero el siguiente lo hacía con el proceso primario. Aparecían ideas delirante
sin delirios acabados, y pensamientos nacidos de la realidad compartida pero dirigidos a crear
una realidad paralela. Su funcionamiento sexual, intelectual y biológico estaba afectado por esta
dificultad para representar. Si representar es aquello a lo que está compelido el psiquismo y
aquello que lo constituye, las expresiones de “muerte” y “vacío” bien podrían señalar la pobreza
existente. Todo el tiempo ofrecemos representaciones, en cada intervención, en cada
interpretación, habilitamos la palabra en su función erotizante del pensamiento. Quizás si en la
vida de Angelina todo hubiera ido bien, si no se hubieran ido desatando uno a uno los hilos que
sostenían este armado, probablemente no hubiera vuelto a la consulta, pero en esta historia
volvió a la superficie psíquica el trauma primario con la amenaza de muerte del padre, surgió la
endeblez de la familia materna en las historias de suicidios, se desacreditó la pareja en su valor
funcional.
El sentimiento de culpa se manifestó en la fantasía de la propia desaparición expresada en el
supuesto deseo de morir, pero claro, no quería morir. Angelina transmitía la sensación de que
todo se había desabrochado, sus afectos, sus personajes de ligadura libidinal. Nada alcanzaba
para sostener una caída con efecto dominó. La fragilidad de estas figuras que no pudieron darle
la posibilidad de constituirse lo suficientemente fortalecida, es decir, aparece en un primer plano
su tan temida fragilidad.

215
Tiempo después diría “Veo mi cumpleaños anterior como una foto en color sepia”, expresión que
señalaba un avance del pensamiento simbólico, la imagen de la fotografía era metáfora de un
tiempo que había estado detenido, sin promover la inclusión de lo nuevo, un tiempo
desvitalizado, siendo posible que el color sepia aludiera a las generaciones precedentes y a sus
dramas silenciados. La evolución de Angelina incluyó episodios de crisis de angustia intensa en
momentos de soledad o de rechazo amoroso.
Se fue aliviando el sufrimiento encarnado con creciente reubicación en su condición de sujeto,
de modo que la problemática fue tomando un matiz más neurótico. Construyó una reflexión que
le resultó un verdadero hallazgo: necesitaba llenar los vacíos con afectos y proyectos.

Creo que dentro de las pérdidas también son computables aquellos estados emocionales que,
habiendo sido necesarios, nunca se alcanzaron. ¿Qué destino tienen las carencias, lo inexistente,
lo no advenido? Son ausencias que se presentifican de alguna forma en algún momento de la
vida. Se alojan en agujeros de representación que no facilitan la simbolización y por ende la
enunciación discursiva, se guardan en sensaciones corporales como el vacío que ocupaba en
Angelina el centro de su pecho, vivencias seguramente anteriores a la posibilidad de elaboración
yoica. Recuerdo aquí las conceptualizaciones que hablan del debilitamiento del espesor del
preconciente, situación por la cual los actos “hablan” más que las palabras. Si bien no hay
psicosis, el yo se organiza falsamente pero no plásticamente, y en la adolescencia, a la hora de
tramitar el paso del tiempo, el cambio de objeto amoroso, de abordar la finalidad central del
intercambio con el mismo, de dejarse seducir por el afuera, surgen en la superficie los signos de
quebranto.
Este material clínico nos permite pensar las cuestiones ligadas al trabajo de interpretación,
cuando el análisis no pasa precisamente por descomponer los elementos sino por
componer;cuando el diagnóstico en e adolescencia, más allá de su valor de brújula para muchos,
imprime riesgos de rotulación a la vez que condiciona la construcción de un ambiente propicio
para el surgimiento de lo nuevo; las sorpresas en la clínica con adolescentes, cuando la
emergencia de conflictivas larvadas, compensadas en el transcurso de la infancia, irrumpen
creando estados de caos. La observación de las operaciones simbólicas constitutivas que
inscriben el crecimiento en el devenir adolescente, ya que su ausencia o fallida instauración
configura un derrotero problemático, en la medida en que requiere de una exigencia de trabajo
no siempre acorde con las capacidades yoicas existentes.

Rother Hornstein. Capítulo 5 “Entre desencantos, apremios e ilusiones. Barajar y dar de nuevo”

Para repensar los avatares de la pubertad y de la adolescencia privilegio ciertos ejes:


-el complejo de Edipo como organización fundante
-las pulsiones, la sexualidad infantil
-el descubrimientos de la diferencia de los sexos

216
-la constitución de las tópicas, la irreductibilidad del conflicto psíquico
-el narcisismo en su doble carácter: trófico y patológico
-la problemática identificatoria
-la historia de las elecciones de objeto, los traumas, las series complementarias, la realidad, y el
contexto histórico social

El niño es producto de la historia de las tramas relacionales y su subjetividad “desde el primer


sorbo de leche” lleva las marcas de la cultura. Un pecho da alimento y sexualiza, contiene una
historia, ideales, proyectos y complejas relaciones con lo corporal, lo social y lo histórico. Yo,
ideales, superyó, devienen como resultado de identificaciones con los otros. La adolescencia es
parte de ese trayecto, en ella predominan las dudas, los interrogantes, los temores, las
incertidumbres, los sufrimientos, pero sobre todo la capacidad de transformación. Una
encrucijada de fragilidades y de potencialidades que cuestiona la identidad y el devenir, pone
en juego la organización psíquica al renovarse los conflictos, en primer lugar entre el yo y el ideal
del yo. Todas las instancias renuevan sus contratos, se reorganizan o se resisten al cambio. La
relativa inestabilidad del yo adolescente está en relación con el desasimiento de las relaciones
primarias y la tramitación del conflicto de separación, desilusión y fin de la omnipotencia infantil,
duelos que, bien tramitados permiten crear nuevas relaciones de objeto.
La adolescencia entrama el cuerpo, lo psíquico y lo social. Es un complejo que resignifica la
historia, la sexualidad, el narcisismo, las pulsiones, las relaciones, el armado identificatorio y
autoorganiza la subjetividad. El protagonismo corporal de la pubertad impone un trabajo de
simbolización inédito. Hay una “exigencia de trabajo” psíquica que implica esfuerzo, energía y
creación de algo nuevo. Si el adolescente puede reapropiarse de su historia infantil estableciendo
nuevas alianzas con su cuerpo, con la realidad, con su mundo relacional y con las distintas
instancias psíquicas, habrá transformación y creación subjetiva.

Es un proceso histórico singular y no una etapa predeterminada. Los cambios corporales, los
duelos y las exigencias socioculturales pueden producir efectos estructurantes o
desestructurantes en el proyecto identificatorio. Sucesivas retranscripciones de vivencias exigen
otros nexos y la resignificación de los previo: de los enunciados maternos, de las marcas que
dejaron sus cuidados y atenciones. Un replanteo global de la economía objetal e identificatoria.
A la familia le cuesta desprenderse del individuo; desasirse de la familia deviene para cada joven
una tarea que la sociedad suele ayudarlo a resolver. El primer avance pulsional, que es asumido
por la fase edípica, conduce a la inserción en la estructura familiar estable; el segundo avance
pulsional, que se inicia en la pubertad conduce a la inserción en la cultura. En el primero se trata
de la apropiación de los modelos identificatorios que los objetos primarios proponen al niño. En
el segundo proceso, innovador para el proyecto identificatorio, el joven debe procurarse sus
objetos amorosos.

217
La adolescencia es también un momento crucial para la eclosión de cuadros psicopatológicos
severos: esquizofrenia, patologías borderline, neo-sexualidades, depresiones, trastornos
bipolares.

Historia, acontecimiento y temporalidad


Tenemos una biografía y distintas versiones de nuestra historia, que se construye y reconstruye
continuamente, consciente e inconscientemente, a través de nuestras percepciones, nuestros
sentimientos, nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestros discursos y los de los otros.
Ésta, nuestra historia, que remodela en el tiempo las múltiples identificaciones que nos
constituyen, es lo que nos hace sentir únicos sin impedir que nos vinculemos a diversos lazos
colectivos.
El encuentro entre madre e hijo confronta al niño con un discurso que se le impone, que será
parte de su historia. Cuando escucha a su madre el niño se impregna de sentidos de lo que oye.
Eso ocurre antes de comprender la significación. El niño es deseo, pensado y hablado por sus
progenitores. Cuando finalmente deviene el Yo, el niño puede pensar sus propios pensamientos,
guardar sus secretos, mostrar sus diferencias.

La intersubjetividad tiene un lugar central en la constitución del psiquismo al posibilitar la


singularidad de cada historia. Los acontecimientos que se entretejen en un juego de
interpretación sucesiva y simultánea conforman una trama que obligan al yo a un trabajo de
elaboración, interpretación y reconstrucción permanente. El trabajo de historización que éste
realiza posibilita el acceso a la temporalidad y a pensar su proyecto identificatorio. De eso se
trata, de acceder al futuro. El pasado deja de ser un tiempo congelado si en la repetición y en el
recuerdo actualizado se logra un trabajo transformador.
La adolescencia es una trama signada por una serie de experiencias que se materializan en su
inicio con los cambios corporales de la pubertad, con la serie de duelos, traumas y con las
vicisitudes azarosas de la vida. Si hay retranscripciones y se establecen “nuevos nexos” y
resignificaciones de lo vivido, lo fantaseado, de lo interpretado, lo traumático deja lugar a un
trabajo de elaboración que posibilita el crecimiento. La adolescencia reorganiza el proceso
identificatorio, el yo tiene como tarea religar ciertas emociones presentes con aquellas
experiencias vividas en un lejano pasado, a las cuales no tiene acceso directo, esas
representaciones y afectos que condensan las vivencias de los primeros encuentros de placer o
sufrimiento entre dos cuerpos, dos psiquis, dos sujetos.
En algún sentido lo infantil debe concluir para acceder a un proyecto adolescente. Tiene que
haber nuevas elecciones de objeto, consolidación de mecanismos de defensa, y la puesta en
juego de potencialidades.

Historizar es no quedar nunca cerrado en los miedos y en la incertidumbre del cambio. Poder
anclar en un punto de partida certero, aquel que el vínculo amoroso con los padres instituye

218
(narcisismo primario), es condición necesaria para transitar por la vida, descubrir el sentido de la
trayectoria, y saber de dónde viene cada uno, dónde se está detenido y hacia dónde se va.
Ese cuerpo que habla y es hablado por la madre, se muestra y reaparece con toda su fuerza en
el púber que también lo goza, lo sufre, lo piensa y lo entiende desde su historia y desde el
imaginario social. Este cuerpo marca a los jóvenes (y a todas las etapas etarias) sus pautas, sus
legalidades, sus desafíos. La vida corporal y las representaciones psíquicas más arcaicas son
anteriores a la existencia del yo. Este, una vez que adviene, es el encargado de interpretar lo
vivido y conformar una trama relacional. Sin esa libido de la madre que sostiene al niño el
narcisismo primario no se constituye. El cuerpo es la primera organización que sirve de punto de
referencia para que el niño tenga algún sentido de sí mismo. Las zonas erógenas -cuerpo
psíquico- condensan un mundo de afectos, de discursos, de mandatos identificatorios que la
madre transmite en sus anhelos conscientes y sus deseos inconscientes.

La pubertad irrumpe desde el cuerpo, instala el caos en un aparente equilibrio anterior, la


latencia. La pubertad reabre el protagonismo pulsional. El púber, desde su propia historia, desde
sus anhelos, ilusiones y deseos, desde los sostenes identificatorios de los otros, de la cultura y
sobre todo de sus pares, escucha a ese cuerpo, lo descubre, lo ignora, lo contiene, lo odia, lo
maltrata, lo usa.
La adolescencia deviene proceso, rehistorización, recomposición narcisista, identificatoria y
libidinal. Identidades que se remodelan desde encuentro múltiples.
Durante el tiempo de la infancia se constituye el capital fantasmático, defensivo e
identificatorio. Las constelaciones fantasmáticas son efecto de la unión entre lo vivido afectivo
y una huella específica de objeto y de la situación que desencadenó ese afecto en las distintas
fases relacionales por las que atravesó el niño. El yo posibilita el pasaje de afecto a sentimiento
cuando aparece la palabra y lo nombra.
La pubertad, con los cambios corporales y el embate pulsional como momento “caótico
disipativo” es un punto de bifurcación que abre una serie de posibilidades. La pulsión encuentra
su fin pero está todavía lejos de encontrar sus objetos sexuales, trabajo propio de la adolescencia.
La adolescencia implica una tramitación en el pasaje de los objetos prohibidos hacia objetos
exogámicos. La adquisición de nuevas representaciones y afectos que le permiten otras
posibilidades. Estos trabajos simbólicos son propios de la adolescencia, reorganizaciones que
coronan la constitución de lo reprimido. El adolescente necesita tener la certeza de ciertas
posiciones identificatorias que le garanticen un sentimiento de continuidad de sí para luego
encarar nuevas relaciones objetales que le reaseguren ser sostén de deseos, placeres y
proyectos.
Sólo si el trabajo de represión es exitoso habrá un tiempo de conclusión para cada fase libidinal
y un tránsito logrado entre una fase y otra: lactante-niño-púber-adolescente-adulto. Con el
advenimiento del yo y la adquisición de lenguaje, el trabajo de pensamiento adquiere mayor
complejidad para resignificar los hechos, las escenas fantasmáticas y las interpretaciones de las
fases anteriores, de las particularidades que tuvieron las relaciones objetales y las posiciones
identificatorias propias del ser niño. Por el contrario, si la represión fracasa, dificulta el

219
establecimiento de nuevas relaciones, de nuevos intereses. Porque lo que no puedo ser
reprimido de las representaciones de las primeras relaciones de objeto insiste como el trauma,
intentando retomar a un tiempo anterior que no se quiere modificar y que altera el trabajo de
historización.

Los padres, los educadores y lo histórico social


El discurso de los padres lleva la marca de la represión, la repetición, el discurso social y el retorno
de lo reprimido, y promueve el trabajo de resignificación. La alianza con un núcleo simbólico que
permanezca como referencia insoslayable de un sí-mismo es condición necesaria para soportar
los cambios que exige el devenir.
La movilidad identificatoria funciona como un hilo conductor, un nexo entre las diversas
posiciones identificatorias asumidas y las elecciones de objetos sucesivamente investidos. El
reconocimiento de que se ha cambiado es siempre posterior al cambio y a veces pone en
evidencia el ser lo que nunca se quiso ser, o la distancia entre el propio sueño narcisista y la
diferencia con la realidad actual. Si esta diferencia es insostenible para el yo, éste corre riesgos
de conflictos identificatorios con resultados impredecibles pero que pueden poner en evidencia
patologías narcisistas diversas (esquizofrenia, paranoia, cuadros borderline, depresiones,
indiscriminación con el otro, etc). La adolescencia es un momento propicio por los cambios a los
que obliga, para la eclosión de cuadros psicóticos, depresiones o trastornos fronterizos, pero
debemos ser cuidadosos cuando estamos frente a ciertas desorganizaciones yoicas: hay que
comprenderlas de manera diferente de las de la infancia y de las de la vida adulta.

La adolescencia es un período en el que el cuerpo recobra un protagonismo sólo comparable al


que tuvo en los comienzos de la vida. La ruptura de la “estabilidad prepuberal” obliga a una
redistribución libidinal y narcisista. La aparición de cuadros psicopatológicos dependerá del
abanico de respuestas y de defensas con los que cuente el yo ante los conflictos que generan
ciertas demandas de otros y/o de la realidad. Si hay exceso de fijación a posiciones libidinales
y/o narcisistas arcaicas, el movimiento identificatorio se detiene. El yo tiene que poder anclar
en una historia libidinal que no ponga en duda la certeza de su origen y que genere nuevas
potencialidades.
La violencia desea negar. “Que nada cambie” en ese cuerpo del bebé para que no sea un cuerpo
sexuado. Este deseo es dañino e infructuoso, porque ningún sujeto puede sustraerse a las
modificaciones de su cuerpo, y en vez de no cambio puede producirse una manifestación
psicótica.

Winnicott, D. (1991). Exploraciones psicoanalíticas I


Punto 13 “La psiconeurosis en la niñez”
Con frecuencia se comprueba en el tratamiento analítico que los denominados “niños
neuróticos” son en parte psicóticos. Hay un elemento psicótico oculto en el niño neurótico, y

220
puede ser indispensable alcanzar y tratar dicho elemento psicótico si se quiere corregir el estado
clínico del niño.
En la psiconeurosis el paciente existe como persona, es una persona total que reconoce objetos
totales, está bien alojada dentro de su propio cuerpo y tiene bien establecida la capacidad para
las relaciones objetales.
Tenemos dos series de niños, aquellos cuyos primeros estadios de desarrollo fueron
satisfactorios y han padecido perturbaciones que llamamos psiconeuróticas, y aquellos otros
cuyos primeros estadios de desarrollo fueron incompletos, y esa incompletud domina el cuadro
clínico. Así que lo que ocurre con la psiconeurosis es que se trata de un trastorno de los niños
suficientemente sanos como para no volverse psicóticos. La psiconeurosis es un estado de los
niños que han alcanzado, en su desarrollo emocional, una relativa salud mental.
El ambiente se suma al cuadro de la psiconeurosis determinando en parte la naturaleza de la
pauta defensiva. Sin embargo, la psiconeurosis no tiene su etiología en la condición ambiental
sino en los conflictos personales que son peculiares del individuo.
¿Qué es la normalidad? Podemos decir que el individuo sano ha podido organizar sus defensas
contra los intolerables conflictos de su realidad psíquica interna, pero en contraste con la persona
afectada de psiconeurosis, la sana se halla relativamente libre de una represión masiva y puede
recurrir a toda clase de defensas y pasar de una clase a otra, y de hecho no manifiesta en su
organización defensiva la rigidez propia de la persona enferma. Clínicamente el individuo sano
está mas cerca de la depresión y la locura que de la psiconeurosis. Psiconeurosis adulta: su
etiología se remonta a los 2 a 5 años, en que por primera vez se establecen relaciones
interpersonales y se desarrolla la capacidad del niño para identificarse con la vida instintiva de
sus padres.
Punto 14 “Nuevas observaciones sobre la teoría de la relación parento-filial”
En un ambiente suficientemente bueno, el bebé paulatinamente comienza a encontrar la manera
de incluir dentro de su esquema corporal a los objetos y fenómenos que no son “parte de mi”, y
así evitar las heridas narcisistas. El bebé experimenta una angustia insoportable de la que se
recupera mediante la organización de defensas. De ello se desprende que el buen desenlace de
un análisis no depende de que el paciente comprenda el significado de las defensas, sino de que
mediante el análisis, y en la transferencia, pueda reexperimentar esa angustia insoportable a raíz
de la cual se organizaron las defensas.
Punto 16 “Las perversiones y la fantasía pregenital”
Puntualizar el nexo que parece haber entre la fantasía pregenital de fecundación y las
perversiones.
Punto 20 “el trastorno psicosomático”
En el trastorno psicosomático, la enfermedad no reside en el estado clínico, tal como se
manifiesta en una patología somática o en un funcionamiento patológico. Lo que constituye la
verdadera enfermedad es la persistencia de una escisión en la organización yoica del paciente, o
de disociaciones múltiples.

221
A mi entender el elemento que otorga cohesión a nuestro trabajo en el terreno de lo
psicosomático es la escisión patológica que practica el paciente en la provisión ambiental. Esa
escisión separa el cuidado de la psique del cuidado del soma.
Punto 22 “El concepto de trauma en relación con el desarrollo del individuo dentro de la familia”.
El vasto campo que abarca el término "la familia" ha sido estudiado de muchas maneras. Aquí
intentaremos relacionar la función de la familia con la idea de trauma, lo cual implica estudiar el
trauma como concepto de la metapsicología. El nexo entre ambas ideas es que la familia brinda
al niño en crecimiento una protección contra el trauma. Primero abordaré el problema del
trauma desde el ángulo clínico, y luego examinaré la teoría del trauma.
Un trauma que afectó a una paciente
Intervine en el análisis y manejo del caso de una niña que se acercaba a la pubertad, y que padecía
una incapacidad física entretejida con su perturbación emocional. Tuve la fortuna de que esta
niña estuviese bajo una buena atención pediátrica durante el período en que se necesitó un
tratamiento paralelo de carácter físico. Pude mantener contacto estrecho con ella mientras
estuvo internada en el hospital. A raíz de la particular situación en que me encontraba, fui
informado por la niña de que un perverso estaba visitando la sala de niños, pese al cuidado
habitual que se pone en un buen hospital infantil. Me resultó difícil creerlo, y al principio tendí a
compartir la sospecha de la propia niña en el sentido de que había tenido alucinaciones. Sin
embargo, comuniqué de inmediato lo que ella me había contado, y a la postre quedó en claro
que todo lo que me había contado había sucedido realmente. Naturalmente, quise que la niña
volviera a su casa, pues, cómo de pronto se tornó obvio, la familia y el hogar de un niño son los
que mejor pueden protegerlo de un trauma. Ahora bien, la propia niña no estaba en condiciones
de considerar la posibilidad ya sea de ser trasladada al hogar u otro hospital de las cercanías. El
hospital tomó medidas y se restableció el sentimiento de seguridad.
La consulta terapéutica es eficaz si hay una familia que funciona, pero la ayuda profesional es
indispensable para permitirle al niño usar a la familia que facilita sus procesos madurativos.
La idea de trauma implica tomar en cuenta factores externos; en otras palabras, corresponde a
la dependencia. El trauma es una falla relativa a la dependencia. Es aquello que quiebra la
idealización de un objeto por el odio de un individuo, reactivo frente a la falla de ese objeto en
lo que atañe a cumplir su función. Por lo tanto, el significado de un trauma varía según la etapa
de desarrollo emocional del niño. Así tenemos:
A. Al principio el trauma implica un derrumbe en el ámbito de confiabilidad del "ambiente
previsible promedio", en la etapa de dependencia casi absoluta. Dicho derrumbe se manifiesta
en una falla, o falla relativa, en la instauración de la estructura de la personalidad y de la
organización yoica.
B. La desadaptación es la segunda parte de la función materna, siendo la primera la de dar al niño
la oportunidad de una experiencia de omnipotencia. Normalmente, la adaptación de la madre
resulta en una falla adaptativa gradual, y esto desemboca en la función familiar de introducir
gradualmente el principio de realidad para el niño. Así pues, un estudio del trauma exige al
investigador estudiar la historia natural del ambiente con respecto al individuo en desarrollo. El

222
ambiente es adaptativo y luego desadaptativo; el tránsito de la adaptación a la desadaptación se
vincula íntimamente con la maduración de cada individuo, y, por ende, con el paulatino
desarrollo en el individuo de los complejos mecanismos psíquicos que le posibilitan, a la larga,
pasar de la dependencia a la independencia. Hay, pues, un aspecto normal del trauma. La madre
está siempre "traumatizando" dentro de un marco de adaptación, y así el bebé pasa de la
dependencia absoluta a la dependencia relativa.
C. En su acepción más popular, el término "trauma" implica el derrumbe de la fe: el bebé o niño
ha construido una capacidad de "creer en algo", y ocurre que la provisión ambiental primero se
amolda a esto y luego falla. De este modo, el ambiente lo persigue, al penetrar en sus defensas.
El odio reactivo del bebé o niño quiebra el objeto idealizado, y es dable que esto sea
experienciado como un delirio de ser perseguido por los objetos buenos. Si la reacción es de rabia
o de odio apropiados, el término trauma no corresponde. En otras palabras, cuando hay una
rabia apropiada la falla ambiental no ha sobrepasado la capacidad del individuo de habérselas
con su reacción.
D. Cuanto mayor sea la integración alcanzada por el niño, más gravemente puede ser herido por
un trauma.
E. En definitiva, el trauma es la destrucción de la pureza de la experiencia individual a raíz de la
intrusión de un hecho real demasiado súbito e impredecible, y del odio que genera en el
individuo, odio hacia el objeto bueno, que no se experiencia como odio sino, en forma delirante;
como ser odiado.
Punto 25 “Comentario sobre neurosis obsesiva y Frankie”.
En el debate hice dos comentarios separados, uno vinculado con la naturaleza de la neurosis
obsesiva y el otro con el caso que se discute. Con referencia a la teoría de la neurosis obsesiva,
traté de formular un concepto acerca del funcionamiento intelectual escindido, que a mi juicio
constituye un rasgo esencial de un caso cabal de neurosis obsesiva. Los conflictos pertenecientes
a la personalidad se han localizado en este caso en un ámbito intelectual escindido. Como
consecuencia de dicha-escisión, los empeños y actividades del neurótico obsesivo jamás pueden
llevar a ningún resultado. Lo mejor que puede pasar es que, por un tiempo, el obsesivo establezca
una suerte de orden en lugar de la idea de la confusión. Esta es una alternancia interminable, y
debe contrastársela con la tentativa universal de los seres humanos por ordenar las cosas de
modo tal de experienciar algún tipo de estructuración de su personalidad o de la sociedad como
defensa frente a la experiencia del caos.
Frankie comenzó su primera sesión construyendo un hospital que se dividía en un "departamento
de señoras", un "departamento de bebés" y un "departamento de hombres". En el vestíbulo,
había un chico solitario de 4 años, sentado totalmente solo en una silla situada en posición
elevada. Los pormenores ulteriores de este juego mostraron que ése era el sitio donde nacían
los niños, y según nos informa la analista de Frankie, el juego se repitió en su análisis durante
muchas semanas. Manifestó que esto "trasuntaba la intensidad de la furia del chico contra su
madre y su hermana". Sin duda alguna, el material justificaba esta presunción y las
interpretaciones consecuentes. El detalle que yo escogí para discutir es que al principio el chico
estuviese "sentado totalmente solo en una silla situada en posición elevada". Pensé que podía

223
dársele a este detalle la máxima significación posible, dado que fue lo que el niño llevó al análisis
a la edad de 5 años y medio. En una atmósfera en la que había madres y bebés, si bien separó a
los recién nacidos de sus madres, estaba presente la idea de que las madres (y también los
padres) se preocupaban como seres humanos por los bebés. Evidentemente, Frankie quería dejar
en claro que, desde su punto de vista, él estaba sentado en una silla situada en una posición
elevada; en otros términos, era sostenido por una cosa, por un artefacto o como quieran
llamarlo. Esta cosa es una función escindida de la madre, que no forma parte de la actitud de
ésta. Llamé la atención sobre el hecho de que este detalle pudiera tener gran significación en
este caso, siendo posiblemente, más que ninguna otra cosa, lo que el chico quería transmitir a
su analista. Hay material que viene en apoyo de esta idea, ya que la analista escribe que el
nacimiento de Frankie había sido planeado, el embarazo transcurrió sin sobresaltos y ella (la
madre) se sentía feliz y contenta en espera de que llegara su primer bebé. El parto fue normal,
el niño nació sano, no obstante lo cual desde el primer momento que ella lo tuvo entre sus brazos,
se sintió enajenada respecto de él. El llanto del pequeño le produjo el sentimiento de lo siniestro.
Muy distintos fueron sus sentimientos respecto de su segunda hija.
Fui más allá aún, y sostuve que si bien en estos análisis se había hecho un muy buen trabajo, la
cura de este hombre no sobrevendría si no se atendía a ese primer detalle de su análisis a los 5
años y medio, y si no se llegaba, dentro del encuadre de la transferencia, a su desvalimiento al
verse cuidado por una función materna escindida en lugar de serlo por una madre. En la historia
de todo bebé, tiene que llegar un momento en el cual, desde su punto de vista, surge la idea de
un reconocimiento de la madre que provee. Como es natural, si hay una escisión ambiental, o
sea, si las necesidades propias de la crianza son atendidas por una madre y por algún artificio
mecánico, la tarea inherente al bebé de reconocer que los detalles de su cuidado son expresión
del amor de una persona no sólo se vuelve más difícil, sino de hecho imposible. De un modo u
otro, el analista tiene en la transferencia la pesadísima tarea de corregir la escisión ambiental
que; en la etiología del caso, tornó imposible la síntesis para el bebé. Admito que al criticar así
estos dos análisis, estoy tratando de usar de manera efectiva el riquísimo material proporcionado
por los dos analistas, con la intención de formular una sugerencia que pudiera ser constructiva,
ya sea en este caso o en otro similar.

Unidad Temática D
La clínica con Niños y Adolescentes.
● Las primeras entrevistas: Los movimientos de apertura. Noción de analizabilidad. El diagnóstico
en la conducción de la cura. El recorrido terapéutico.
● Transferencia: Amor de transferencia. Resistencia. Ilusión transferencial. Riesgo de exceso e
ilusión mortífera. Transferencias múltiples. Contratransferencia.
● Diversos modelos de intervención: Interpretación. Intervención analítica. Construcción. Su
articulación con la coordenada temporal.
● Formas específicas de producción en el Niño y el Adolescente: Juego. Grafismo. Lugar de la
palabra.

224
Aberastury, A. (1977). Capítulo V “La entrevista inicial con los padres”. En Teoría y técnica del
psicoanálisis con niños.

Cuando los padres deciden consultarnos sobre su hijo les pido una entrevista, advirtiendoles que el
hijo no debe estar presente pero sí informado de la consulta. Quien acuda es revelador del
funcionamiento del grupo familiar en la relación con el hijo. La entrevista no debe parecerse a un
interrogatorio, por el contrario, hay que tender a aliviarles la angustia y la culpa que la enfermedad o
conflicto de un hijo despiertan y para esto debemos asumir desde el primer momento el papel de
terapeutas del hijo y hacernos cargo del problema o síntoma. Los padres durante la entrevista olvidan
parte de lo que sabían debido a la angustia que esta le provoca. Debemos considerar algunos datos
básicos a obtener: motivo de consulta, historia del niño, desarrollo de un día de su vida diaria y el día
de cumpleaños; relación de los padres entre ellos, con sus hijos y con el medio familiar inmediato. La
entrevista acordada es para que nos hablen del hijo y de su relación con él.

a) Motivo de consulta

El escollo inicial mas difícil para los padres es hablar de lo que no anda bien en y con el hijo. Hay que
tratar de disminuir el monto de angustia inicial y es lo que se logra al hacernos cargo del conflicto,
situándonos como analistas del hijo. Deben sentir que todo lo que recuerden sobre el motivo de la
consulta es importante para nosotros, y en lo posible registraremos minuciosamente las fechas de
iniciación, desarrollo, agravación o mejoría del síntoma. Al sentirse aliviados recuerdan más
correctamente los acontecimientos sobre los cuales los interrogaremos en la segunda parte. La
comparación de los datos obtenidos durante el análisis del niño con los suministrados por los padres
en la entrevista inicial, es de suma importancia para valorar en profundidad las relaciones con el hijo.

b) Historia del niño

Interesa saber la respuesta emocional ante el anuncio del embarazo, si fue deseado o accidental, si
hubo rechazo abierto con deseo de abortar e intentos realizados, o si lo aceptaron con alegría. Se
pregunta luego cómo evolucionaron estos sentimientos. La respuesta que brinda la madre a como
sobrellevo su embarazo nos indica cual fue la iniciación de la vida del hijo.

Aunque en realidad muchos niños no son deseados por sus padres (por lo menos, en el momento de
su concepción), la respuesta que obtenemos en la mayoría de los casos es que fueron deseados, y si
aceptan el rechazo lo atribuyen al otro cónyuge. Conviene preguntar si el parto fue a término o
individual, si se dio con anestesia, que relación tenía la madre con el/la partero/a, si al momento del
parto conocían bien el proceso, si estaban dormidos (madre y bebe), despiertos, acompañados o solos.
También preguntamos si la lactancia fue materna. Nos interesará saber si él bebe tenía reflejo de
succión, si se prendió bien al pecho y a cuantas horas después del nacimiento y las condiciones del
pezón. Luego interrogaremos sobre el ritmo de alimentación, no sólo la cantidad de horas que dejaban
libres entre mamada y mamada, sino también cuánto tiempo succionaba de cada pecho.

225
La forma en que se establece la relación con el hijo nos proporciona un dato importante no solo de la
historia del paciente sino de la madre y de su concepto de la maternidad. Cuando una madre nos refiere
las características de la lactancia debemos insistir en saber lo más posible sobre cómo se han cumplido
estas exigencias básicas para ambos.

Es de gran utilidad para comprender la relación madre-hijo interrogarla sobre la forma que solía
calmarlo cuando lloraba y como reaccionaba cuando pretendía alimentarlo y él rechazaba el alimento;
esto también puede enseñarnos mucho sobre las primeras experiencias del niño. No todo lo que el
niño espera del mundo es alimento y tampoco es todo lo que una madre puede darle. Si la madre no
ha podido alimentar a su hijo o lo ha hecho muy poco tiempo, conviene preguntar en detalle la forma
en que le dio la mamadera; si lo sostenía en íntimo contacto con su cuerpo o si se la daba acostado en
su cuna, si el agujero de la tetina era pequeño o grande y cuanto tardaba el bebé en alimentarse.

Preguntaremos cómo aceptó él bebe el cambio de alimentos del pecho a la mamadera, de la leche a
otros alimentos, de líquidos a sólidos como papillas o carne (que le exige masticación). Sabremos así
mucho sobre el niño, la madre y las posibilidades de ambos para desprenderse de los viejos objetos.
La forma en que el niño acepta esta pérdida será la pauta de conducta de cómo en su vida posterior se
enfrentará con las pérdidas sucesivas que le exigirán la adaptación a la realidad. Si nos informa que
frente al cambio de alimentos él bebe reaccionó con rechazo, preguntaremos los detalles de cómo se
hizo, si fue pacientemente o con irritación, pudiendo así ir reconstruyendo el cuadro. Es importante
investigar la fecha del destete y sus condiciones y sobre el chupete y mamadera. Cuando un bebe
comienza a sentir la necesidad de moverse por sí mismo, lo expresa. La madre puede ver o no esta
necesidad y frustrarla o satisfacerla.

La primera palabra: la aparición del objeto que nombra, así como la reacción emocional frente a su
logro, justifican sus creencias en la capacidad mágica de la palabra. El interrogatorio sobre iniciación y
desarrollo del lenguaje será de importancia para valorar el grado de adaptación del niño a la realidad
y el vínculo que se ha establecido entre él y sus padres. El retraso en el lenguaje son índices de una
seria dificultad en la adaptación al mundo.

Cuando preguntamos a la madre a qué edad caminó su hijo, estamos preguntando si cuando él quiso
caminar ella se lo permitió de buena gana, si lo favoreció, lo trabo, lo apuro o se limitó a observarlo y
responder a lo que le pedía. Para el niño la marcha tiene el significado de la separación de la madre,
iniciada ya desde el nacimiento. Preguntamos si el bebé tenía la tendencia a caerse al comenzar a
caminar y si posteriormente solía golpearse, porque las respuestas nos aclaran sobre el sentimiento de
culpa y sobre la forma de elaboración del complejo de Edipo.

Nos interesará saber si la aparición de las piezas dentarias se acompañó de trastornos o si se produjo
normalmente y en el momento adecuado. Interrogamos luego sobre el dormir y sus características
porque están muy relacionadas, en caso de haber trastornos del sueño preguntamos cuál es la
conducta con el niño y cuáles son los sentimientos que despierta en los padres el síntoma. Es
importante la descripción del cuarto donde duerme él bebe, si está solo o si necesita la presencia de
alguien o alguna condición especial para conciliar el sueño.

226
El destete significa mucho más que dar al niño un nuevo alimento, es la elaboración de una pérdida
definitiva y depende de los padres el que se realice con menos dolor, pueden hacerlo sólo si ellos
mismos lo han elaborado bien. Se amplía nuestro conocimiento cuando sabemos a qué edad y en qué
forma se realizó el control de esfínteres, se debe preguntar la edad en que empezó el aprendizaje, la
forma en que se realizó y la actitud de la madre frente a la limpieza y suciedad.

Cuando preguntamos sobre enfermedades, operaciones o traumas, consignamos en la historia no solo


la gravedad sino también la reacción emocional de los padres. Es frecuente el olvido de fechas y
circunstancias de la vida familiar que acompañan estos acontecimientos. Las complicaciones que se
presentan en las enfermedades comunes de la infancia son de por sí un índice de neurosis y es
importante registrarlas en la historia.

También preguntaremos:

· Juegos predilectos del niño. Freud descubrió que el juego es la repetición de situaciones traumáticas
con el fin de elaborarlas y que al hacer activamente lo que ha sufrido pasivamente el niño consigue
adaptarse a la realidad.

· Edad en que se comenzó la escolarización (jardín o guardería) y cuáles fueron los motivos por los
cuales fue enviado. El ingreso a la escuela significa para él, no solo desprenderse de la madre sino
afrontar el aprendizaje que en sus comienzos le despiertan ansiedades similares a las que se observan
en adultos con angustia de examen. Es importante interrogar sobre la edad en que el niño ingresó a la
escuela y la facilidad o dificultad en el aprendizaje de lectura y escritura, así como si le causaba placer,
rechazo o si mostraba ansiedad o preocupación exagerada para cumplir con sus deberes.

c) El día de su vida

La reconstrucción de un día de vida del niño debe hacerse mediante preguntas concretas que nos
oriente sobre experiencias básicas de dependencia e independencia, libertad o coacción externas,
inestabilidad o estabilidad de las normas educativas, del dar y recibir. La descripción de los domingos,
días de fiestas y aniversarios nos ilustra sobre el tipo y el grado de la neurosis familiar, lo que nos
permite estimar mejor la del niño y orientarnos en el diagnóstico y pronóstico del caso. Cuando
interrogamos sobre el día de vida, debemos preguntar quién lo despierta y a qué hora, si se viste solo,
desde cuándo, o bien, quien lo viste y porque.

d) Relaciones familiares

Hay que consignar la edad, la ubicación dentro de la constelación familiar, si los padres viven o no,
profesión o trabajo que realizan, horas que están fuera de la casa, condiciones generales de vida,
sociabilidad de ellos y de sus hijos. Somos desde el primer momento los terapeutas del niño y no los
censores de los padres. Estamos allí para comprender y mejorar la situación, no para censurarla y
agravarla aumentando la culpabilidad.

227
Aulagnier, P. “Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura”

A. Las entrevistas preliminares

Necesidad de preservar una relación de intercambio. Intercambio de conocimientos e intercambio de


afectos: es este doble movimiento el que está en la base y es el soporte de la relación analítica porque
está en la base y es el soporte de la relación transferencial.
No podemos prever cuándo la interpretación se hará posible, ni qué trabajo de preparación, de
elaboración, hará falta para que el sujeto pueda apropiarse de ella y utilizarla en provecho de su
organización psíquica. A la inversa, el tiempo de que disponemos para hacer una indicación de análisis,
para decidir si aceptamos ocupar el puesto de analista con este sujeto y, por fin, para elegir nuestros
movimientos de apertura; a este tiempo, lo tenemos contado. No podemos acrecentar demasiado la
cantidad de las entrevistas preliminares sin correr el riesgo de que nuestra negativa se produzca
demasiado tarde, con menoscabo de la economía psíquica del sujeto.

Cuando se trata de pronunciarse sobre la analizabilidad de un sujeto, cuando sólo se toma en cuenta
su pertenencia a tal o cual conjunto de nuestra psicopatología (neurosis, psicosis, perversión,
fronterizo), es posible recurrir a conceptos teóricos y generales sobre los que se puede llegar a un
acuerdo. Pero cuando dejamos al sujeto abstracto para encontrarnos con un sujeto viviente, las cosas
se complican: la experiencia analítica enseña por sí misma cuán difícil es formarse una idea sobre lo
que puede esconder un el cuadro sintomático que ocupa el primer plano, y los riesgos que eso no visto
y eso no oído pueden traer para el sujeto que se empeña en un itinerario analítico.
Me limitaré a proponer mi definición del calificativo analizable. Contrariamente a lo que un profano
pudiera creer, la significación que se atribuye a este calificativo deja de ser unívoca tan pronto se
abandona el campo de la teoría pura para abordar el de la clínica.
El calificativo de analizable
Una primera definición será aceptada por todo analista: juzgar a un sujeto analizable es creer o esperar
que la experiencia analítica ha de permitir traer a la luz el conflicto inconsciente que está en la fuente
del sufrimiento psíquico y de los síntomas que señalan el fracaso de las soluciones que él había elegido
y creído eficaces. Condición necesaria para que propongamos a un sujeto comprometerse en una
relación analítica, pero, por lo que a mí me toca, no me parece suficiente sin la presencia de una
segunda: es preciso que las deducciones que se puedan extraer de las entrevistas preliminares hagan
esperar que el sujeto sea capaz de poner aquella iluminación al servicio de modificaciones orientadas
de su funcionamiento psíquico. Mi propósito o mi esperanza son que el sujeto, terminado su itinerario
analítico, pueda poner lo que adquirió en la experiencia vivida al servicio de objetivos elegidos siempre
en función de la singularidad de su problemática, de su alquimia psíquica, de su historia, pero de
objetivos que, por diferentes que sean de los míos, respondan a la misma finalidad: reforzar la acción
de Eros a expensas de Tánatos, hacer más fácil el acceso al derecho y al placer de pensar, de disfrutar,
de existir, en caso necesario habilitar a la psique para que movilice ciertos mecanismos de elucidación,
de puesta a distancia, de interpretación, frente a las pruebas que puedan sobrevenir en la

228
posterioridad del análisis, facilitar un trabajo de sublimación que permita al sujeto renunciar, sin
pagarlo demasiado caro, a ciertas satisfacciones pulsionales.

Verdad y conocimiento se pueden poner bajo el estandarte de Eros o Tánatos, del placer o del
sufrimiento, pueden liberar a ciertos deseos hasta entonces amordazados o reforzar a ese deseo de no
deseo que desemboca en el desinvestimiento de toda búsqueda.
De ahí la importancia que en el curso de las entrevistas preliminares tiendo a dar a todo elemento que
parezca idóneo para permitirme responder a esta pregunta: ¿me puedo formar una idea del destino
que este sujeto reservará, en el curso de la experiencia y posteriormente, a los descubrimientos,
develamientos, construcciones que ha de aportarle el análisis?
Toda demanda de análisis, salvo error de destinatario, responde a una motivación al servicio de un
deseo de vida, o de un deseo de deseo: ella es la que lleva al sujeto ante el analista. En ninguna
experiencia analítica se podrá evitar que el trabajo de desinvestimiento propio de la pulsión de muerte
se ejerza por momentos contra lo que se elabora y se construye dentro del espacio analítico. No sólo
no se lo podrá evitar: hace falta que Tánatos encuentre en el seno de la experiencia algunos blancos
que lo obliguen a desenmascararse para que el análisis de sus movimientos pulsionales haga posible
un trabajo de reintrincación.

El tercer y último aporte esperado de las entrevistas, que a veces es el de decodificación más difícil:
ayudar al analista a elegir, con buen discernimiento, esos movimientos de apertura de los que nunca
se dirá bastante, que tienen sobre el desarrollo de la partida una acción mucho más determinante que
lo que se suele creer.
Es fundamental reconocer los riesgos e insistir en la importancia que en ciertos casos tiene la
prolongación de las entrevistas preliminares. Puede llegar a ser más grande el peligro de la apresurada
decisión de iniciar una relación analítica. Estas consideraciones sobre la importancia de las entrevistas
preliminares valen para la totalidad de nuestros encuentros, cualquiera que sea la problemática del
sujeto. Cuando el final de las entrevistas desemboca en la propuesta de una continuación, también es
lo que uno ha podido o creído oír en ellas lo que nos ayuda a elegir nuestros movimientos de apertura.

Los movimientos de apertura


Empezaré por considerar nuestros movimientos de iniciación de partida fuera del registro de la
psicosis. Si el puesto que se ofrece al sujeto, la frecuencia de las sesiones y la fijación de los honorarios
forman parte de la apertura, también tenemos que incluir en ella la manera en que el analista entablará
el diálogo. El analista persigue un objetivo bien preciso: elegir la apertura más idónea para reducir, en
la transferencia que se habrá de establecer, los efectos de los movimientos de resistencia, de huida,
de precipitación en una relación pasional que aquella siempre tiene la posibilidad de provocar.
Freud decía que los movimientos de apertura, como los de final de partida, son los únicos codificables.
Agregaría, a condición de saber que la codificación debe tomar en cuenta caracteres que especifiquen
la problemática de los sujetos con los que uno juega, así como sus consecuencias sobre la forma que
habrá de cobrar su transferencia. Los movimientos de apertura son en función de lo que el analista
prevé y anticipa sobre la relación transferencial futura.

229
Dentro de lo que oímos y percibimos en el curso de esas entrevistas ¿qué elementos son susceptibles
de sugerirnos esta previsión anticipada de la transferencia? Esta captación acerca del afecto es el
primer signo que pre-anuncia las manifestaciones transferenciales que ocuparán el primer plano de la
escena en el curso de la experiencia. Dentro del contenido del discurso es posible aislar informaciones
que pudieran ayudarnos a elegir nuestros movimientos de apertura, elegidos con la esperanza de no
trabar la movilidad de la relación transferencial, de favorecer la movilización y la reactivación de la
forma infantil del conflicto psíquico que desgarra a este sujeto que ya no es un niño. Construir y
delimitar un espacio relacional que permita poner al servicio del proyecto analítico la relación
transferencial.

¿Es posible aislar dentro del discurso del sujeto elementos que en mayor medida que otros permitieran
entrever el despliegue futuro de la transferencia? Diré que en ciertos casos obtendremos un fugitivo
vislumbramiento por el lugar y la importancia que el sujeto acuerda o no a su historia infantil, por su
relación con ese tiempo pasado, por la interpretación que espontáneamente proporciona sobre
sucesos responsables, a juicio de él, de los callejones sin salida que lo llevaron ante el analista.
La relación del sujeto con su historia infantil y sobre todo el investimiento o desinvestimiento que sobre
ese pasado recae son, a mi parecer, las manifestaciones más de superficie y más directamente
perceptibles, respecto de otras tres relaciones que sólo un prolongado trabajo analítico permite traer
a la luz: la relación del yo con su propio ello, la relación del yo con ese “antes” de él mismo que lo ha
precedido, su relación con su tiempo presente y con los objetos de sus demandas actuales.
La primera entrevista, ese prólogo, nos aporta siempre más datos, más informaciones que los que
podemos retener. La primera entrevista suele cumplir un papel privilegiado por su carácter
espontáneo.

La apertura de la partida en la psicosis


No sólo el abanico de las apertura posibles está limitado por exigencias metodológicas que sólo
parcialmente son modificables, sino que siempre nos veremos precisados a elegir una apertura
compatible con la singularidad del otro jugador, con la particularidad de sus propios movimientos de
apertura.
Así en la neurosis como en la psicosis la “buena apertura” siempre será la que más garantías me ofrezca
de que el lugar que inicialmente he ocupado no quedará fijado de una vez para siempre, ni por mis
movimientos de apertura ni por los de mi compañero.

Para el psicótico, si el pasado es responsable de su presente, lo es en la medida en que su presente ya


ha sido decidido por su pasado; todo ha sido ya anunciado, previsto, predicho, escrito. Philippe nos ha
mostrado cómo, apoyándose en esas causalidades delirantes, el sujeto puede tratar de construir un
pasado del que le habían prohibido interpretar los acontecimientos y que hasta le habían prohibido
rememorar. A la historia no escrita de su infancia, el sujeto la construye, deconstruye, reconstruye, en
función de los postulados de su delirio. Tomará prestado de las voces el contenido de los capítulos

230
pasados, presentes y futuros, incluido el que supuestamente trata de un encuentro y de una historia
transferencial, de la que a menudo afirmar fue predicha y anticipada.

Al sujeto-supuesto-saber el psicótico los encontró primero en la persona de los padres que le


prohibieron -y él aceptó la prohibición, pues de lo contrario no sería psicótico- creer que otro
pensamiento que el de ellos pudiera saber lo que se refiere al deseo, la ley, el bien, el mal. Por eso
dentro del registro del saber no podremos ocupar la posición que tan fácilmente nos ofrece el
neurótico. En muchos casos el psicótico preserva una relación de investimento masivo, por conflictual
que sea, con esos representantes encarnados del poder que son sus padres. El recurso al delirio es en
efecto la consecuencia del rehusamiento o de la imposibilidad en que está el sujeto de seguir creyendo
en la presencia de la escucha del otro. El analista, en el tiempo de la apertura, puede transformar un
pensamiento sin destinatario en un discurso que uno puede y que él puede oír. Su encuentro con el
analista puede representar una escucha que le permite separar lo que él piensa de lo que lo fuerzan a
pensar., que le permite al sujeto tener la sospecha de la existencia de una relación que pudiera no ser
la repetición idéntica de la ya vivida. Por eso no conseguiremos nada si no logramos primero convencer
al sujeto de que este lugar del espacio y este fragmento del tiempo que le proponemos no están
signados por esa mismidad que caracteriza a su relación con la categoría del tiempo y del espacio.
Tarea difícil pero insoslayable para que la relación que se abre pueda devenir analítica.

Aulagnier, P. (1984). Capítulo VII “A propósito de la transferencia. El riesgo de exceso y la ilusión


mortífera”. En El sentido perdido. (pp. 115 - 133).

Escribo estas páginas poco después de la publicación de un libro que clausura la primera etapa de una
indagación sobre la metapsicología, etapa en la cual se concedió un lugar de importancia al análisis de
la función del Yo en la construcción delirante. La escasa distancia temporal que nos separa de dicho
texto explica que aquí tan solo podamos apelar a reflexiones “en vías” de elaboración, forzosamente
parciales y no acabadas.

Los elementos de análisis que proponemos conciernen al registro de la neurosis: sólo fuera del campo
de la psicosis se puede afirmar que la armadura, así como la prosecución de la experiencia, presuponen
por parte de los dos sujetos en presencia la aceptación a priori de un extraño pacto, por el cual uno de
ellos acepta hablar su sufrimiento, su placer, sus sueños, su cuerpo, su mundo, y el otro se compromete
a asegurar la presencia de su escucha para toda palabra pronunciada. Pacto que ni uno ni otro podrán
respetar jamás de manera total ni constante, aun cuando sus dos cláusulas deban seguir siendo la meta
“ideal”.

El “decir todo”, de la regla fundamental, cobra un sentido específico cuando se reflexiona sobre lo que
va a significar para el Yo la demanda que se le dirige: la puesta en palabras de pensamientos de los que
es agente y referente; y también de esos pensamientos que pretendían ser y “se pensaban” no
comunicables. Ya desde el comienzo de la partida, el Yo del analizado se ve proyectado por el análisis
al lugar de un sujeto que supuestamente puede y quiere transformar pensamientos en “actos”: actos
de palabra. Con la sola ubicación de los peones sobre el tablero analítico, uno de los sujetos encuentra

231
que se le atribuyen un “poder-querer” hablar de sus pensamientos, y el otro un “supuesto saber” sobre
el deseo inconsciente que juega en esos mismos pensamientos. Si a lo largo de la experiencia la
proyección al lugar del sujeto “supuesto saber” pesará gravemente sobre los hombros del analista,
lo mismo sucede con el analizado. Al que el proceso imputa la posibilidad de una puesta en palabras
del conjunto de las producciones psíquicas que su Yo puede conocer.

Mientras se permanezca en el registro de la neurosis, el “hacer nada” en la sesión es mucho más fácil
de observar que el “decir todo”, esto último representa para el Yo, a justo título, una acción tanto más
peligrosa cuanto que la regla fundamental exige que se prive de todo poder de elección sobre este
“hacer-decir”.

La primera tarea del proceso analítico será favorecer la expresión del conjunto de las representaciones
que aluden al conflicto identificatorio del Yo, que se actualizara y se “hablara” en el hic et nunc de las
sesiones. El final del proceso implica, entre otras cosas, la posibilidad para el Yo de no seguir gastando
su energía en reprimir y desconocer lo que el Yo fue, y por lo tanto se disponga a investir su recuerdo;
y a la inversa, que ese mismo Yo acepte transferir exclusivamente al futuro la posibilidad y el anhelo
de actuar sobre una realidad del mundo que él encuentra y encontrará.

Retomamos la cuestión del sujeto al que se supone cierto saber sobre las significaciones ignoradas de
los pensamientos y deseos, con la intención de mostrar que esta ilusión, necesaria para el desarrollo
de la experiencia, en virtud de su inmediata acción sobre la relación que vincula al Yo con sus
pensamientos, puede desembocar a veces en una consecuencia “paradójica” que invertirá el fin al que
el proceso apuntaba. En este caso, la trasferencia ase pondrá al servicio de un deseo de muerte del Yo
por el Yo, que se realizará no a través del suicidio sino del deseo de o desear pensar más, de la tentativa
de imponer silencio a esa forma de actividad psíquica constitutiva del Yo.

Antes de proseguir, debemos resumir brevemente nuestra conceptualización del Yo y de los factores
que permiten su entrada en la escena psíquica.

- El concepto de violencia primaria y el origen del Yo 🡪 Uno de los caracteres específicos de la vida
psíquica hace que el sujeto se vea repetitivamente enfrentado con experiencias, discursos, demandas,
que muy a menudo se anticipan a sus posibilidades de respuesta y siempre a lo que el sujeto puede
proveer en cuanto a las causas y a las consecuencias de la experiencia que él produce o padece. Cuando
más se mira hacia el comienzo de la vida, más excesiva es esa anticipación: exceso de sentido, exceso
de excitación, exceso de frustración, exceso de oferta. Toda respuesta del medio psíquico ambiente en
el que se impregna la psique del infans lleva en sí un “menos” en relación con lo que el deseo
inconsciente demandaba, pero también un “mas” en relación con lo que esa respuesta espera de aquel
al que ella se ofrece y se impone.

Por lo tanto, en el encuentro entre la psique del infans y el sistema de significación del que la voz
materna se hace primer portavoz, se ejerce una violencia primaria tan absoluta como necesaria. A
partir del discurso que la madre dirige al niño, y sobre el niño, ella se crea una representación ideica
de este con el que identifica el ser del infans, forcluido para siempre en cuanto tal de su conocimiento.

232
Pues bien, este discurso y los hitos identificatorios son lo que el infans, en el momento en que adquiere
los primeros rudimentos del lenguaje y pasa al estado de niño, deberá apropiarse para dar cuerpo a el
Yo, que tendrá el poder de desprenderse de los efectos de una violencia a la cual debe su propia
existencia. Es una necesidad para el funcionamiento psíquico que de entrada, el discurso materno
traduzca el grito en términos de llamada, en términos de demanda de amor. Se produce así, un error
(una traición) indispensable para que el espacio psíquico que rodea al infans se convierta en ese
espacio al cual su Yo podrá advenir. Es por eso que al término “violencia” le hemos añadido el doble
calificativo de necesaria y de primaria: no solo porque es temporalmente primera sino porque hay que
diferenciarla de otras formas de violencia (secundaria) a las que abre camino, pero que se distingue de
ella por ejercerse contra ese Yo al que la primera había dado nacimiento.

Llamamos violencia primaria a la acción psíquica por medio de la cual se impone a la psique de otro
una elección, un pensamiento, una acción, motivados por el deseo de aquel que lo impone pero que se
apoyan en un objeto que responde para el otro a la categoría de lo necesario.

- El riesgo de exceso 🡪 ¿Cómo logra el Yo del niño desprenderse de la trampa que le dio nacimiento?
Esa instancia que primero se constituyó con la intrusión, en el espacio psíquico, de una primera serie
de enunciados identificatorios forjados por una heterogénea actividad de pensar, ¿Cómo puede pasar
de un “Yo hablado” por el discurso del portavoz, a un “Yo hablo” que puede enunciar un discurso que
desmiente al del otro? Todo deseo lleva en sí la loca esperanza de encuentro con un objeto que
volvería carente de motivo a su propia resurgencia: hallar a otro cuyo pensamiento poseería el
conjunto de las respuestas, al que nunca tendría que demandarsele que demostrara su legitimidad,
porque de una vez para siempre se habría reconocido en él al garante de la verdad absoluta: he aquí
un fantasma del Yo cuya familiaridad todos percibimos.

- Un derecho de goce inalienable 🡪 La locura nos muestra que si se despoja al sujeto del derecho de
gozar de su autonomía de pensamiento, solo puede sobrevivir tratando de recuperar aquello que le
fue expropiado mediante el recurso a una construcción delirante. Poder ejercer un derecho de goce
sobre la propia actividad de pensar, reconocerse el derecho de pensar lo que el otro no piensa y lo que
no sabe que uno piensa, es una condición necesaria para el funcionamiento del Yo. Pero el acceso a
este derecho presupone el abandono de la creencia en el “saber todo” del portavoz, la renuncia a
encontrar sobre la escena de la realidad una voz que garantice lo verdadero y lo falso. Esto solo es
posible si el niño descubre que el discurso del portavoz dice la verdad pero también puede mentir, que
su propio enunciado puede estar motivado por el deseo de engañar y que nada le asegura a priori que
está al abierto del error.

Poder dudar de lo oído es tan indispensable como poder dudar de la realidad de una construcción que
revela hallarse bajo la égida del fantasma. Solo a este precio puede el sujeto cuestionar al Otro sobre
quien es Yo, sobre la definición de la realidad que el discurso ofrece y sobre la intención que anima al
discurso del Otro y de los otros. Pero este cuestionamiento y esta duda solo son posibles para el niño
si el discurso del portavoz acepta ser puesto en tela de juicio y reconoce para sí, como para la voz
infantil, la existencia de un referente que ningún sujeto singular puede encarnar, y al que todo sujeto

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puede apelar. Hay un punto en el que goce sexual y goce de pensar comparte un mismo carácter: es
muy difícil experimentarlo, si el partenaire tiene la firme intención de negarlo al otro.

Reflexiones en curso sobre el conflicto transferencial.

1. El sujeto supuesto saber.

Dentro del registro de la neurosis, la demanda de análisis muestra que en la gran mayoría de los casos
preexiste en el demandante una cierta “idea” del concepto de “analista”. Esto implica por qué la razón
de entrada se transfiere sobre el sujeto al que se dirigirá la demanda de análisis la imagen de “otro” al
que descubrimos haber esperado encontrar desde siempre. La demanda del neurótico tiene como
condición ya realizada el investimento por el Yo de una búsqueda de pensamientos y de palabras a las
cuales atribuye un poder mágico, tanto sobre su sufrimiento como sobre su goce. El calificativo de
“mágico” muestra la desmesura de aquello que se espera del saber analítico. Posibilidad de gozar de
su pensamiento, poder pensar el goce, ser poseedor de una actividad de pensar que poseería la
totalidad de lo pensable sobre el funcionamiento psíquico: tal es el triple fin de la demanda que
dirige el Yo al analista.

(1) La relación que ha existido entre el infans y el portavoz, entre un no saber nada del Yo sobre el Yo,
y el saber-todo imputado al discurso del Otro, no es idéntica a la relación que se instaura en ocasión
del encuentro entre un Yo que no carece de saber y ese otro sujeto supuesto saber. Empero, si se
indagan de cerca las motivaciones transferenciales, surge el problema de una serie de analogías. Al
sujeto-supuesto saber no se le imputa “saber” ni siquiera el saber en general, sino de manera específica
un conocimiento que le permitiría decir “en verdad” y sin duda posible cuales son el deseo y la
identidad del Yo del demandante. Esta sería una primera analogía a la que vienen agregarse otras dos.

(2) El exceso de poder del que el portavoz puede volverse responsable no tiene otra causa, dijimos,
que la simple prolongación temporal de una ilusión que primero fue necesidad vital para el Yo. El
exceso temporal de la relación transferencial puede también llevar a la imposibilidad, para el Yo del
analizado, de conquistar la autonomía de un pensamiento que para siempre resultará dependiente de
lo que piensa el analista, de sus palabras, de su teoría. Segunda analogía pues, entre los dos resultados
de un exceso de ilusión.

(3) Está presente una tercera, hemos dicho que autonomía y alienación comparte una misma causa y
una misma fecha de nacimiento, pero también que ninguna de las dos puede realizarse, salvo
excepciones siempre posibles, sino por la suma de dos deseos y de dos placeres compartidos. Es
menester que el deseo de autonomía del Yo exista como su deseo, pero que el Yo oiga en la voz del
portavoz en anhelo de facilitarle su realización.

Si designamos con el término “pensamiento transferencial” al conjunto de pensamientos, expresados


o no, que se presentan en la mente del analizado durante el tiempo de la sesión y que se refieren a los
sentimientos vividos por el Yo, es evidente que estos pensamientos a menudo serán expresados con
displacer, ya sea que acompañen a un sufrimiento psíquico efectivo o que hablen lo que uno quisiera
callar. En tales momentos, pensar en la sesión será fuente de displacer. Pero el proceso analítico

234
debería poder encontrar también “momentos” en los cuales prensar en la sesión, pensar la sesión,
pensar para la sesión, sea fuente de placer. La relación transferencial nos muestra que ese placer, para
estar presente y ser reconocido como tal por el analizado, casi siempre debe poder apoyarse sobre la
convicción de que el trabajo analítico y los pensamientos que de él resultan son fuente de placer para
el analista.

Esta convicción que el analizado necesita confirmase periódicamente, puede ser nada más que una
ilusión. Para ello basta pensar en lo que implicaría la presencia de un analista que solo pudiera pensar
con displacer el conjunto de los pensamientos que tienen como referente a la sesión. Si tal no-placer
es constante, el analista escapará del displacer pensando “otras cosa'', reduciendo cada vez más el
tiempo de las sesiones, o aun haciendo lo necesario para que el analizado no hable más que un discurso
conforme con lo que le da placer (al analista). Tres soluciones que, por desgracia, casi siempre son
perfectamente realizables: basta para ello que el analista abuse de la transferencia y la convierta en
un instrumento al exclusivo servicio de su placer o de lo que él no quiere saber sobre su propio
desinvestimiento en lo que concierne a su función y al trabajo psíquico que esta exige. Vemos que
existe una efectiva analogía entre el riesgo de exceso del que el portavoz puede hacerse responsable
al rehusar al infans experimentar placer en crear pensamientos, y el exceso de frustración del que se
torna responsable el analista incapaz de prestar atención y de reconocer la singularidad de ese sujeto
y de ese análisis en cuanto fuente de nuevos pensamientos. Queda así al descubierto la paradoja propia
de la demanda dirigida por el sujeto a ese otro sujeto supuesto saber: que asegure ser poseedor de
ese “bien-saber” que uno espera desde siempre, pero que simultáneamente pruebe, de manera
implícita, que hay pensamientos, obra del trabajo de pensar del analista, que pueden aportarlo que él
no poseía de toda la vida; que existe intercambio esperado e investido por ambos partenaires.

2. El proyecto analítico.

Lo precedente demuestra que la transferencia solo puede desempeñar su papel de aliada de este
proyecto si, para los dos sujetos, pensar la experiencia que se desenvuelve se presenta como fuente
posible de nuevos pensamientos, ellos mismos fuente de un placer compartido.

Planteamos que el análisis (y por tanto el analista) tiene un proyecto que puede definirse como sigue:
permitir al Yo liberarse de su “sufrimiento neurótico”, liberándolo de los efectos de alineación que
resultan de la co-presencia y de la equivalencia afectiva que él preserva entre las representación por
las cuales se define, a su propio respecto y al de los otros, en tanto que Yo actual, y representaciones
que pertenecen al pasado de ese mismo Yo. El fin del proyecto analítico, es primeramente y ante todo,
“temporal”: apunta a hacer posible que el sujeto invista y cree representaciones que anticipen por
definición lo que ya nunca pudo ser: un momento del tiempo futuro que, precisamente por ser futuro
jamás será idéntico a ningún momento pasado.

Este poder de anticipar es la tarea específica del Yo y de la actividad de pensar, retoma por su cuenta
la anticipación ejercida por el discurso que les permitió existir: para que el Yo adviniera, primero fue
preciso que el discurso materno lo anticipará gracias a su creación de esa “sombra hablada” a la que
comenzó por dirigirse el Yo materno; sombra hablada que viene a preformar el lugar que ocupará el

235
Yo, al que ella anuncia y hace posible. Vivir implica el investimento anticipado del tiempo futuro, y la
posibilidad para el Yo de investir ese mismo futuro supone la preexistencia constante de una
representación, por él creada, de ese tiempo por venir. Tales representaciones son para nosotros
sinónimos de lo que llamaremos los anhelos que motivan los pensamientos y la acción del Yo. Dos
rasgos diferencian radicalmente la puesta en sentido del anhelo, de la puesta en escena del fantasma:
a) el anhelo anticipa una experiencia cuya realización se espera posible pero que, a la inversa de la
leyenda del fantasma, no se realiza ipso facto por una sola representación; b) el acontecimiento que
uno espera realizable respeta la categoría de lo posible y además, se inscribe en una experiencia futura
que reconocemos diferente de otra experiencia cuyo recuerdo mantenemos. Experiencia ya pasada
que sin embargo servirá de “patrón oro” al que se recurrirá para evaluar el “verdadero” valor de esos
“bienes” particulares que el sujeto llama felicidad y sufrimiento.

Concluimos estas reflexiones sobre el proyecto analítico insistiendo sobre el doble papel que en él
cumple la temporalidad. Inducir al Yo a privilegiar la realización diferida de un placer implica un mismo
privilegio otorgado al investimento del tiempo futuro a expensas del tiempo pasado. Y todavía debe
agregarse que, a la inversa, el relato de ese tiempo pasado será completamente reconstruido por el
analizado y en un sentido remodelado. El proyecto analítico permite sustituir el tiempo vivido por el
relato histórico de un tiempo que puede pasar a ser para el Yo ese patrimonio inalienable, único que
puede aportarle la certeza de que para él es posible un futuro.

3. Sobre las creaciones de “tiempo-mixto”

Es propio de todo anhelo o, sucintamente, de todo deseo decible y del que el Yo se reconoce sujeto,
incluir dos vectores de sentido contrario:

- uno que propulsa al sujeto y lo proyecta hacia la búsqueda de un momento futuro, condición
vital para que el sujeto lo invista; y
- paralelamente, este anhelo resulta estar sometido a lo que llamaremos la re-percepción de lo
mismo en el registro del afecto.

Bajo la égida del Yo, la actividad psíquica es capaz de pensar (representarse) un objeto, un
acontecimiento, una situación, un mundo, pero no es capaz de imaginar, de pensar una nueva
“percepción”. Lo que el Yo espera re-experimentar en el futuro como alegría o sufrimiento sólo le es
representable como re-percepción de una experiencia afectiva ya conocida.

“Desear vivir” es la primera condición para que haya vida psíquica, pero preservarse como sujeto
deseante supone el entrelazamiento de dos miras antinómicas:

a) el investimento de un tiempo futuro cuya espera se halla investida positivamente, gracias a lo cual
quedará investido positivamente el cambio, concebido como condición inherente y constitutiva del
tiempo mismo,

b) la esperanza del retorno de lo que se sintió durante una experiencia que ya tuvo lugar.

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La tarea del Yo será conseguir la amalgama de esas dos miras contradictorias, con el fin de investir
el tiempo futuro en cuanto experiencia por hacer, sin dejar de preservar la esperanza de que dicha
experiencia se vea acompañada por una vivencia que el Yo designa como “felicidad” (vivencia que el
sujeto no puede pensar sino apelando a un “estado” ya vivido). Esta actividad de rememoración del
Yo supone a su lado una función de reconstrucción que remodela una historia en la cual siempre faltara
el texto original de los primeros capítulos. Sin embargo, esta rememoración (reconstrucción) aportará
al Yo la certeza de su existencia pasada y presente, pero para que dicha certeza se vea acompañada
del deseo de un futuro todavía es menester que el To quede asegurado de que estuvo en sus manos
experimentar placer y que por lo tanto el anhelo de volver a experimentarlo es realizable.

La fuerza de la nostalgia y el rechazo del duelo reaparecen en la relación analítica y en la ilusión


transferencial: encontrar a alguien que sabe qué cosa fue el Yo desde su origen, que conoce la totalidad
de su historia y la totalidad de los deseos y de los placeres que fueron suyos, y que permitirá recuperar
la compleción de un pasado en el que ninguna palabra, ninguna representación, ningún instante
faltarían. Es interesante apuntar que dicha ilusión a veces corre el riesgo de ser compartida por el
propio analista. Habíamos atribuido el calificativo de “tiempo mixto” a las representaciones por las
cuales el Yo pone en sentido y pone en forma sus propios deseos: aquí podemos dar un paso más y
decir que la textura del Yo mismo tiene como material fibras de “tiempo mixto”.

4. La ilusión mortífera y el “abuso” de transferencia

Preservar el anhelo de que la experiencia analítica tenga un fin: si la presencia de un anhelo semejante
es necesaria para el desenvolvimiento del proceso analítico, debemos preguntarnos bajo qué
condiciones puede mantener el Yo tal anhelo, cuando la relación transferencial no puede sino reforzar
el deseo de que nuestra presencia no vaya a faltar jamás. O bien, lo que es equivalente, preguntarnos
cuáles son los factores que pueden anular dicho anhelo en provecho de un único deseo: asegurarse la
perennidad y la repetición del encuentro con otro que tendrá el poder de decidir, en cada ocasión,
sobre la verdad o falsedad de nuestro propio pensamiento. Este deseo de no tener que pensar más
para no ser ya sino el receptáculo de un “ya pensado por otro”, es a nuestro parecer, la manifestación
por medio de la cual se expresa un deseo de muerte, una vez que pudo someter a sus fines al Yo mismo.

El riguroso análisis de la relación transferencial, tal como se establece desde el comienzo del encuentro,
permite efectuar otra comprobación que consideramos esencial: en la demanda que el sujeto dirige a
ese otro supuesto saber, anhelo de vida y deseo de muerte están siempre y de entrada presentes. Si
nuestra hipótesis es correcta, de ella resultan dos corolarios:

-La búsqueda de saber, el anhelo que quedará y debe quedar frustrado, de reencontrar todos los
pensamientos perdidos y de poder pensarlo todo, el placer de ser reconocido como creador de un
nuevo pensamiento, son un conjunto de motivaciones al servicio de Eros. Desear pensar supone el
deseo de que esa actividad persista.

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-El rechazo de toda búsqueda de saber, el no-placer y el no-deseo relativo a las creaciones del propio
pensamiento expresan, a la inversa, un desinvestimiento de esta actividad, un deseo de destruirla o de
anularla: en síntesis el deseo de darle muerte.

Deseo de vida y deseo de muerte están presentes, por lo tanto, de entrada: los dos harán irrupción en
la relación transferencial y tratarán de someterla a sus fines. Se comprende entonces que la ilusión de
haber encontrado a un sujeto supuesto saber, a un sujeto que posee la totalidad de lo pensable, pueda
ponerse al servicio de un deseo de no tener que pensar más para delegar en ese otro este poder y este
derecho.

Ahora podemos definir lo que denunciamos como manifestación de un “abuso de trasferencia” del que
el analista se hace culpable: toda práctica y toda conceptualización teórica que amenacen con
confirmar al analizado la legitimidad de la ilusión que le hace afirmar que o que se tiene que pensar
sobre el sujeto y sobre este sujeto ya fue pensado de una vez para siempre por UN analista, y, por lo
tanto, que él analiza no puede esperar ni oír nada nuevo y en el discurso que se le ofrece. Algo que era
una ilusión útil para la instalación de la transferencia, se transforma en una ilusión mortífera que
privará al analizado de todo interés por la búsqueda de pensamientos nuevos y de representaciones
pérdidas, búsqueda cuyo investimento el proceso exige. En todos estos casos, el factor determinante
del fracaso del proceso concierne a algo que constituye, en nuestra opinión, la causa de ese abuso: la
negativa, por parte del analista, a oír y reconocer la singularidad del discurso que se le dirige, el
displacer que parece ocasionarle toda palabra que pudiera obligarlo a aceptar nuevos pensamientos y
renuncia a otros, su paso atrás frente a todo aquello que pudiera hacerle dudar de lo que consideraba
demostrado para siempre.

Bleichmar, S. Capítulo IV “Del irrefrenable avance de las representaciones en un caso de psicosis


infantil”. Capítulo V” El concepto de infancia en psicoanálisis”. En unidad B

Bleichmar “El carácter lúdico del análisis”

Tesis Bleichmar 🡪 tanto recurso al juego no ha permitido aún delimitar claramente su estatuto en
psicoanálisis, ya sea como equivalente de la libre asociación (como medio de aplicación de la regla
fundamental para niños) o como actividad de producción simbólica que da cuenta del nivel del
progreso psíquico; falta aún establecer ciertas especificaciones que permitan darle un estatuto
preciso en psicoanálisis, tanto desde el punto de vista del método como de su estatuto
metapsicológico. Bleichmar comienza por la segunda en tanto la función de la primera depende de la
segunda: es decir que su lugar en el interior de la teoría y la técnica psicoanalíticas está determinado
por su función general en el psiquismo.

El juego en su carácter de producción simbólica, requiere que nos posicionemos en la intersección de


dos ejes: el del placer, al cual remite “lo lúdico” y el de la articulación creencia-realidad, que lo ubica
en tanto fenómeno del campo virtual. Es en este sentido que constituye un sector importante del

238
amplio campo de las formaciones de “intermediación”, dando a esta expresión una connotación que,
en su proveniencia winnicottiana, es necesario precisar.

Intermediación 🡪 entre el espacio de la realidad y las creaciones fantasmáticas del sujeto. En este
sentido, algo del orden de un producto que perteneciendo a la realidad consensuada, no deja de
regirse por ciertas leyes del proceso primario (exento de toda contradicción). Modo de
funcionamiento que no puede sostenerse más que en el plano de la creencia, que implica cierto clivaje
del psiquismo con previo establecimiento de dos planos que se despliegan. Lo cual nos lleva al segundo
aspecto: prerrequisito de clivaje psíquico, en términos que posibilitan el despegue de un espacio de
certeza y otro de negación, teniendo como sustento la represión originaria. Si este clivaje no se
realiza, el pseudo juego es la realización de un movimiento de puesta en acto en el mundo de una
convicción delirante, que no sólo da cuenta del fracaso parcial de la función simbólica en el sujeto
sino también se torna irreductible al proceso de comunicación. La existencia de este clivaje implica
un tercer rasgo que es necesario poner de relieve: el juego, como puesta en escena de una fantasía,
no puede hacerlo sino por medio de ciertos niveles de deformación en los cuales aquello reprimido
emerja y al mismo tiempo se encubra. El juego como toda actividad sublimatoria, es posible en tanto
haya transmutación de meta y de objeto. La riqueza de la sesión de análisis consiste en la posibilidad
de, a partir de la emergencia de fantasmas reprimidos, fracturar la desfiguración y atrapar los retoños
más cercanos a lo reprimido en virtud de la activación que la instauración del dispositivo de la cura
genera como espacio de circulación libidinal.

Se plantea así una cuestión central, que es la relación existente entre simbolización y sexualidad.

La función simbólica no constituida como efecto de la ausencia del objeto, sino de un exceso. Lo que
posibilita la simbolización no es la ausencia del objeto sino el plus que genera en tanto objeto
paradojal, aplicatorio de la necesidad y suscitador de libido. Que a posteriori, ante la ausencia del
objeto se alucine una representación que la obture no da cuenta del prerrequisito sino del efecto. La
ausencia del objeto activa esta representación producto de un exceso, que se ha implantado en el
psiquismo presta a cumplir su función de obturador del displacer. Es en este sentido que la alucinación
primitiva se constituye como prototipo de toda función simbólica.

Si la función simbólica se establece por el hecho de la existencia en el psiquismo de la implantación de


la sexualidad como plus de placer no reductible a lo autoconservativo, aquello que da cuenta de su
presencia lo constituye el autoerotismo. Tal vez esta marcación de la relación entre función simbólica
y autoerotismo de cuenta de por qué lo sexual sublimado, desexualizado tiene un lugar princeps a
posteriori en el establecimiento del juego.

En el juego de los niños que han sido sometidos a traumatismos reiterados vemos emerger fragmentos
de lo real vivido sin metabolización ni transcripción (juegos como fragmentos no digeridos de lo real,
restos de escenas presenciadas), ante los cuales es necesario más que interpretarlos restituirlos en su
carácter simbólico a través del establecimiento de formaciones de transición. Así, Bleichmar
considera que la intervención del analista como meramente lúdica es insuficiente y que debe ser
restituido el valor de la palabra como modo de simbolización dominante en la función analítica.

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El intento de Klein de constituir al juego como equivalente de la libre asociación es el acto fundacional
más fuerte en el intento de otorgar al análisis de niños un estatuto que permita la aplicación del
método. Sin embargo, el método sólo es posible de ser aplicado en la medida en que el objeto (el
inconsciente) se ha visto fundado y en este sentido el juego puede operar “al modo de un lenguaje”.
La escuela inglesa, a la cual debemos los orígenes mismos del empleo del juego como modo de acceso
al icc infantil, icc como innato, fantasías universales desde el origen 🡪 generó en el analista la ilusión
de una percepción inmediata que permitía la formulación de interpretaciones que con el tiempo
devinieron más y más cliché, carentes de toda originalidad y repetidas hasta el hastío.

Winnicott como analista de juego y no como teórico de lo lúdico, en tanto espacio simbólico de placer,
generador de sentido, que debe ser sometido a la prueba de la palabra cuando de analizar se trata.

Establece que el inconsciente es aquello que, por estar exento de toda intencionalidad, se ve cerrado
a la comunicación. De aquí la necesidad de volver a posicionar juego e inconsciente, ya que si por
medio del juego se puede acceder a algo del inconsciente no es el juego mismo lo que se interpreta
sino la presencia en él del inconsciente. Da cuenta del carácter del juego de rehusarse a la
comunicación cuanto más próximo se encuentra de dar cuenta del inconciente reprimido. Y es acá
donde se aplican las mismas reglas que para el análisis en general. El analista es alguien provisto de un
método que va encontrando, en el proceso de construcción de hipótesis de aproximación al
inconsciente, indicios facilitados por el sujeto que colabora en esta tarea. No es un hermeneuta, pasa
por reconocer que no tiene código de acceso al inconsciente sino que sólo posee un método y algunos
conocimientos generales acerca del funcionamiento psíquico. Es acá donde se plantean las grandes
dificultades del empleo del juego como equivalente de la palabra en la aplicación de la regla de libre
asociación. Pero en lo que respecta al juego falta la categoría “código compartido” de inicio. Y es acá
donde la teoría ha intentado ocupar ese lugar, convirtiéndose en una suerte de transcripción
simbólica que no da lugar a ningún tipo de construcción singular del sentido (refiere a Klein con sus
interpretaciones más bien universales).

Hallazgo enorme en este intento por convertir al juego en discurso y éste consiste en dar a la sesión
analítica la perspectiva de un espacio en el cual todo aquello que ocurre deviene “mensaje”. Por eso
es necesario subrayar que cuando hablamos del juego en tanto vía de acceso al inconsciente,
sabemos que se trata del juego en análisis, y no del juego en general como formación simbólica o
lugar de crecimiento psíquico.

Bleichmar crítica 🡪 ha devenido ritual la utilización de la caja de juegos, de la cual nada puede entrar
ni salir, ya que es en el juego de permutaciones de sus elementos donde se organiza una batería
significante mínima que posibilita la producción de sentido. Fetichización que lleva a los analistas a
olvidar que la caja es un mero medio para acceder al fantasma, y no un medio de educar. También
critica la participación del analista sólo como partenaire del juego. Considera que esto es transformar
lo accesorio en central y conlleva serios riesgos. El analista que se limita a jugar, eludiendo la
responsabilidad que implica la función simbolizante, ha perdido de vista totalmente que el análisis
es del orden del sentido (del sentido del síntoma, del deseo, del inconsciente) y no la mera acción ni
educativa ni de obtención de placer. Finalmente critica al analista para quien el juego es siempre algo

240
del orden del trabajo, de modo tal que lo lúdico se subsume en el interior de una obligación
interpretante, alienando su propio placer y el del otro.

¿Bajo qué coordenadas se hace posible la interpretación del juego? 🡪 Tomado el juego en su carácter
discursivo circunscripto, no equivalente al lenguaje, debe ser siempre enmarcado, por un lado, por la
palabra hablada que abre el rumbo de lectura que posibilita el acceso al sentido y por otro, por el
conocimiento singular de la historia y de las vicisitudes del sujeto. Método de abordaje que permite
salir de la parálisis a la cual lleva el deseo de no ejercer formas de apropiación subjetiva. Pero también
forma de desmitificación del análisis “puramente por el juego”.

Bleichmar critica a su vez la inclusión de juegos reglados en el interior de la sesión de análisis. Ellos
presentan la dificultad de que no dan cuenta del fantasma sino que se reducen a la revisión psicológica
de algunos mecanismos, que se consideran aislados e independientes de los contenidos inconscientes
que los determinan. Hay que rescatar al juego en el doble orden que lo articula de placer y discurso.

Crítica de dos posiciones: el analista que simétricamente se aboca al juego eludiendo bajo
intelectualizaciones libertarias la responsabilidad que coloca, y queda capturado en el lugar de
partenaire por el sadismo infantil que se lo apropia como objeto y se des-subjetiviza en el intento; la
otra patética: de aquél para el cual el juego es siempre algo del orden del trabajo, de modo tal que lo
lúdico se subsume en el interior de una obligación interpretante que lo captura desde el superyó junto
a su paciente, transformando juego en trabajo. Cuya prehistoria estaba la idea del ataque a los
contenidos del pecho o apetito voraz.

El trabajo realizado en esta única consulta bastó para liberar el impulso de amor primitivo respecto de
los impulsos secundarios de rabia, y clínicamente la consecuencia fue que la personalidad de la niña se
volvió mas libre y hubo un intercambio mas suelto de sentimientos entre ella y su madre. Las
interpretaciones contribuyeron al descubrimiento por la propia niña de lo que ya había en ella.

Bleichmar, S. (2001)“Del motivo de consulta a la razón de análisis” (TP)

El analista tiene un compromiso en la transformación del sufrimiento patológico, se ha echado sobre


su espalda la responsabilidad de enfrentarse al otro humano en su desnudez y garantizarle que algo
tiene para proponerle en la búsqueda de alivio para su sufrimiento.
Estamos ante la necesidad de definir con mayor precisión las condiciones de inicio del análisis, o lo que
podríamos llamar la definición de la estrategia de la cura, en búsqueda de dar una racionalidad a la
práctica que pueda conducir a la transformación no sólo del motivo actual de sufrimiento sino de
aquello que en gran parte lo determina pero no se agota en él.

En el psicoanálisis de niños la ausencia de parámetros de definición del comienzo de análisis ha llevado


a la pérdida de tiempos valiosísimos e incluso irrecuperables en el caso de patología graves.
Comenzar a analizar sin que esté claro si el inconsciente está constituido, si la interpretación será
recibida como palabra capaz de develar contenidos inconscientes o como cosa que estalla en el

241
psiquismo, si la represión está posicionada, etc. Partimos de la concepción de una estructura
históricamente determinada y por ende plausible de ser transformada.
En las circunstancias actuales no se trata, como en tiempos de Freud, de la elección de pacientes para
poder ejercer el análisis, sino de la elección de las condiciones de aplicación del método y de las
posibilidades de su implementación a partir del ejercicio de una práctica definida en el interior de
variables metapsicológicas que posibiliten la elección de una estrategia terapéutica. Se busca definir
los modos de la práctica analítica a partir de someter su racionalidad a la metapsicología, estableciendo
la revisión de aquellos enunciados que pueden obstaculizar la depuración de variables tendientes a
generar condiciones de desarrollo tanto de la teoría como de la práctica clínica.

Hubo un tiempo en el que se consideraba que ,detrás del motivo de consulta “manifiesto” había otro
“latente”. Se trataba de salir de la demanda sintomal, o de la patología aparente, para pasar a buscar
la determinación inconsciente, y es innegable el valor que esto tenía. Sin embargo, la denominación
misma de “motivo de consulta latente” está impregnada de una concepción del psiquismo que vengo
sometiendo a debate desde hace ya algunos años: la convicción de que lo manifiesto es falso y que “el
inconsciente sabe”. Si se supone que el motivo de consulta es latente, esta opción es solidaria de la
convicción de que la patología anida en el inconsciente, cuestión con la cual no puedo coincidir en lo
absoluto, ya que desconoce el hecho de que los modos del sufrimiento patológicos son el efecto de las
relaciones entre los sistemas psíquicos, y no algo que está constituido en el interior del inconsciente
presto a salir a la luz a partir de la intervención del analista.

Y sin embargo, es cierto que hay una distancia entre el motivo de consulta y la razón de análisis: aquello
que justifica, que da razón de ser, a la instalación de un tipo de dispositivo generado para iniciar un
proceso capaz de constituir un sujeto de análisis. La detección de un sujeto de análisis, plausible de
instalarse en el interior del método, o la detección de un sujeto de análisis, con el cual se creen los
prerrequisito necesarios para el funcionamiento psíquico y el ordenamiento tópico que lo posibilita, es
el objetivo fundamental del pasaje de motivo de consulta a producción de la razón de análisis.
Existen ocasiones en las cuales el trabajo no se trata de analizar los fantasmas inconscientes, sino de
establecer un verdadero proceso de neogénesis que pusiera en marcha un funcionamiento estructural
distinto. A diferencia de un “motivo de consulta latente”, que estuviera inscripto en el inconsciente, se
puede ofrecer una construcción que diera cuenta de la razón de análisis, proponiendo a partir de esto
el método a seguir y las formas que asumiera la prescripción analítica.
La heterogeneidad representacional con la cual funciona el psiquismo en general no se reduce a una
sola forma de la simbolización, ya que coexisten en el inconsciente representaciones-cosa que nunca
fueron transcriptas -efecto de la represión originaria-, representaciones palabra designificadas por la
represión secundaria que ha devenido representación cosa pero que pueden reencontrar su estatuto
de significación al ser levantada la represión e incluso signos de percepción que no logran su
ensamblaje y que operan al ser investidos con alto poder de circulación por los sistemas sin quedar
fijados a ninguno de ellos. Estos signos de percepción son elementos arcaicos que deben ser
concebidos semióticamente no como significantes sino como indicios, y restituidos en su génesis
mediante puentes simbólicos efecto de la intervención analítica.

242
Las cuestiones que remiten a la construcción del sujeto de análisis no se reducen al momento inicial
de la cura, sino que pueden atravesar también los momentos de fractura que el proceso puede sufrir
en virtud de que las vías de acceso de lo real al aparato psíquico estén abiertas. Ellas lo obligan a un
trabajo constante de metabolización y recomposición simbólica de lo real vivido.
Si diferenciar motivo de consulta de razón de análisis debe ser el eje de las primeras entrevistas con
vistas a la selección de la estrategia para la construcción del sujeto de análisis, no hay duda de que en
la infancia esto toma un carácter central a partir de que trabajamos en los tiempos mismos de
construcción del aparato psíquico y de definición de los destinos deseantes del sujeto en ciernes.
Definir claramente la ubicación del riesgo patológico en el marco de un corte estructural del proceso
histórico que constituye el psiquismo es la tarea central de un analista de niños. Definir la razón de
análisis es entonces reposicionar el motivo de consulta en el marco de las determinaciones que lo
constituyen, lo cual implica la construcción, a partir de la metapsicología, de un modelo lo más cercano
a la realidad del objeto que abordamos y su funcionamiento. Esto torna no sólo más racionales nuestras
intervenciones, sino más fecundos sus resultados.

Bleichmar Capítulo VII “El psicoanálisis de frontera: clínica psicoanalítica y neogénesis” En La


fundación de lo inconsciente (pp 273-279) (TP)

En el análisis de niños, ver constituirse la represión in situ


Hemos cercado los elementos que definen la función de la represión originaria como constituyente:
fijación, contrainvestimiento y clivaje del aparato psíquico en dos sistemas contrapuestos (El
inconsciente y el preconsciente-consciente). Represión que sólo puede ser inferida retrospectivamente
desde sus resultados, la clínica de niños ofrece un lugar privilegiado para explorar sus movimientos.

Caso Javier (2 años y 8 meses) 🡪 es traído a la consulta por sus padres debido a que tanto en su casa
como en el jardín, muerde como forma dominante de expresión de sus impulsos hostiles. Esta conducta
no inhibible mediante el regaño y el niño no parece estar dispuesto a ceder este remanente
canibalistico con el cual da curso a su ira cuando algo le molesta.
Hijo menor, único varón entre tres hermanos, la dedicación incondicional de sus padres, así como los
celos y rivalidades de una hermana dos años mayor, han contribuido a plasmar una serie de rasgos que
lo constituyen: encantador, seductor, es un hombrecillo indomable que comienza a aterrorizar al
entorno por el desenfado con el cual ejerce su motricidad produciendo la sensación de que ningún
límite es posible.

Llega a la consulta acompañado de su madre, y se dirige decidido hacia la canasta con juguetes que he
puesto a su disposición. He incluido en ella un autito a cuerda que, cuando se desliza, abre la boca-
capo dejando al descubierto una dentadura de latón pintado. Luego de que Javier toma el autito y
juega con él, hago una intervención: “el autito, como Javier, cuando se aleja de su mamá quiere
comerse todo lo que encuentra, por eso muerde lo que se le atraviesa”. Me mira atentamente, toma

243
con fuerza el brazo de su madre y dice: “mami, vamos”. Ella se rehúsa y Javier comienza a subir el tono
y a tironear para salir. Cuando los gritos ceden, la madre y yo intentamos intercambiar algunas palabras
respecto de la situación y en algunos momentos mis palabras se dirigen a Javier. ¿Qué es esto de que
mami se quede, rehusandose a su pedido, haciéndole caso a esta señora que dice que no se puede ir?
Pregunto a la mama que hacen ellos cuando el niño se torna “insoportable”. Me responde que lo envían
a su cuarto hasta que se tranquilice. Le señaló lo difícil que es para ella sostener al mismo tiempo la
prohibición y la contención de conductas riesgosas y como eso obliga al niño a un esfuerzo de
autocontrol para el cual no está preparado, llevándolo a un movimiento que va desde la rigidización
hacia el estallido. Propongo que traten de contenerlo cuando Javier se torna “incontenible”.

En la segunda entrevista se reproduce la escena del llanto y la rabieta. Luego se acerca a un encendedor
e intenta prenderlo. Se lo saco y comenzamos un juego en el cual él debe apagar la llama. La madre lo
toma entre sus brazos y mientras lo contiene, el juego se puede sostener. Hago entonces mi segunda
intervención, le digo que algo “le quema” adentro cuando se pone a correr, a morder, a tirar cosas,
que no sabe cómo calmar eso que le quema adentro. A la tercera consulta, Javier afirma que ha soñado
con “un cocodrilo con la boca abierta”. La madre cuenta que se despertó angustiado y fue a buscarlos
a la habitación, que estos días ha estado mucho más cariñoso y que ha dejado de morder.
El sueño realizando una inlograda satisfacción pulsional. El rehusamiento del sujeto a su impulsión de
morder ha dado curso a una formación del inconsciente.

Mi intención es, simplemente, poner de manifiesto el surgimiento in situ de una represión que abre las
posibilidades de un viraje en la instalación de los movimientos que constituyen el aparato psíquico.
La represión trabaja de un modo altamente individual. Un niño con lenguaje constituido, control de
esfínteres, noción de sí y del objeto, enlaces libidinales, queda sin embargo librado (en un punto de su
constitución) a un fracaso del sepultamiento de un representante oral que lo compulsa al sadismo y le
imposibilita el ejercicio de formaciones del inconsciente capaces de dar curso a la elaboración psíquica.
El trabajo analítico destinado a cercar que es aquello que obstaculiza la instalación de la represión
originaria y a incidir en su fundación definitiva.

Un año después soy consultada nuevamente. Javier tiene ya 3 años y 9 meses y ha sorprendido a sus
padres con algunas conductas que los inquietan: se ha parado ante un grupo de niñas y ha orinado en
el parque diciendo “miren, miren”. Ha levantado la falda de una joven adolescente, intentando tocarle
el trasero por debajo de la ropa.
Le hablo a Javier acerca de la propiedad de su cuerpo. Él tiene derecho a rehusarse a los apretujones,
las caricias desmedidas de los adultos, que le hacen sentir nuevamente ese fuego que quema dentro.
Me está pidiendo que lo ayude a apagarlo. Dice “Yo tengo un pito grande, grande como el de papá”.
Interpreto “Es tu pito, necesitás decirle a las mujeres que lo tenés, que es tuyo, que es grande, que sos
un varón”.
Conforme avanzan las entrevistas, Javier comienza a responder a quienes le solicitan besos “Hoy no
hay besos, se acabaron, otro día”. Un intercambio en el cual su propio deseo y el derecho a la
apropiación de su cuerpo comienzan a aceptarse, lo cual lo alivia enormemente.

244
Puede observarse, en los dos momentos en los que me consulta, que entre uno y otro algo ha
cambiado estructuralmente en el modo de funcionamiento psíquico del niño. De inicio, no son
síntomas los que Javier presenta, sino una dificultad para la inhibición de ciertos modos de ejercicio
pulsional, directo y de su sepultamiento en el inconsciente. La pulsión oral canibalística no aparece
inhibida en su fin, dando cuenta ello de una falla en la constitución de la represión originaria.
Correlativo a esto, las funciones ligadoras del yo que posibilitarían el enfrentamiento de la descarga
motriz no han logrado aún que este opere como masa ligadora capaz de sostener a lo reprimido en un
lugar tópico más o menos definitivo.
A partir de la intervención analítica y de su consolidación durante el año posterior, una nueva etapa se
inaugura. En ella vemos al niño sepultando los representantes pulsionales de origen, consolidando la
represión originaria e instalando en un encaminamiento edípico (en el sentido del Edipo complejo)
que da curso a la angustia de castración y reinscribe lo activo-pasivo en términos de rehusamiento al
sometimiento amoroso al semejante y de ejercicio de la masculinidad.
En sentido estricto, ninguno de los signos que preocupan a los padres y que motivan las consultas son
síntomas. Las intervenciones puntuales realizadas tienden, simplemente, a lograr desarticular un nudo
patógeno que, de cristalizar, puede perturbar la evolución futura y desembocar en coagulaciones
patológicas cuyo desmantelamiento requiera prolongados periodos de análisis.

En el segundo tiempo, una vez constituido el sujeto, establecidas las constelaciones narcisísticas que
dan curso al amor y el odio en tanto sentimientos, aparece entonces una modalidad seductora-agresiva
que puede ser concebida como la defensa que el yo establece ante sus deseos de fusión ilimitada y la
agresividad concomitante que se pone en juego cuando las pasiones capturan al sujeto en el
sometimiento al semejante.
El lugar que este niño ocupaba en el fantasma parental, y las formas metabólicas de inscripción de los
deseos-mensaje de ellos derivados, es lo que fue trabajado en las entrevistas realizadas. Esto no puede,
en sentido estricto, ser considerado análisis. En razón de ello elegimos la denominación de
intervención analítica para este modo de operación simbolizante que abre nuevas vías para la
constitución psicosexual en la primera infancia.

Freud, S. (1912). “Recordar, repetir, reelaborar”. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis).
No me parece ocioso recordar una y otra vez a los estudiantes las profundas alteraciones que la técnica
psicoanalítica ha experimentado desde sus comienzos hasta que finalmente se plasmó la consecuente
técnica que hoy empleamos: el médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados,
se conforma con estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, y se vale del arte
interpretativo, en lo esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas
conscientes. Así se establece una nueva modalidad de división del trabajo: el médico pone en
descubierto las resistencias desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con toda
facilidad las situaciones y los nexos olvidados. Desde luego que la meta de estas técnicas ha

245
permanecido idéntica. En término descriptivos: llenar las lagunas del recuerdo; en término dinámicos:
vencer las resistencias de represión.

Intercalo ahora algunas observaciones que todo analista ha hallado corroboradas en su experiencia. El
olvido de impresiones, escenas, vivencias, se reduce más de las veces a un bloqueo de ellas. Cuando el
paciente se refiere a este olvido, rara vez omite agregar: “En verdad lo he sabido siempre, solo que no
me pasaba por la cabeza”. Y no es infrecuente que exteriorice su desengaño por no ocurrírsele
bastantes cosas que pudiera reconocer como “olvidadas”, o sea, en las que nunca hubiera vuelto a
pensar después que sucedieron. Sin embargo, también esta añoranza resulta insatisfecha, sobre todo
en las histerias de conversión. El “olvido” experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos
encubridores, de tal universal presencia. Podemos decir que en estos casos, el analizado no recuerda,
en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino
como acción; lo repite, sin saber desde luego, que lo hace.

Por supuesto que lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la
transferencia y la resistencia. Pronto advertimos que la transferencia misma es solo una pieza de
repetición, y la repetición es la transferencia del pasado olvidado; pero no solo sobre el médico:
también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente. Por eso tenemos que estar preparados
para que el analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye ahora al impulso de
recordar, no solo en la relación personal con el médico, sino en todas las otras actividades y vínculos
simultáneos de su vida. Tampoco es difícil discernir la participación de la resistencia. Mientras mayor
sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar.

Tenemos dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la
resistencia; ahora estamos autorizados a preguntar: ¿Qué repite o actúa, en verdad? Repite todo
cuanto desde las fuentes de su reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones
y actitudes inviables, sus rasgos patológicos de carácter. Y, además, durante el tratamiento repite todos
sus síntomas. En este punto podemos advertir que poniendo de relieve la compulsión de repetición no
hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino sólo una concepción más unificadora.

Ahora bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición y transformarla en un


motivo para el recordar, reside en el manejo de la transferencia. Le abrimos la transferencia como la
palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que
escenifiquen para nosotros todo pulsional patógeno, que permanezca escondido en la vida anímica del
analizado. Con tal que el paciente nos muestra al menos la solicitud, de respetar las condiciones de
existencia del tratamiento, conseguimos, casi siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad un
nuevo significado transferencial, sustituir su neurosis originaria por una neurosis de transferencia, de
la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. La transferencia crea así, un reino intermedio
entre la enfermedad y la vida, en virtud del cual se cumple el tránsito de aquella a esta. Es preciso dar
tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él, para reelaborarla, vencerla
prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica fundamental.

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Melanie Klein (1955) “Capítulo I: La técnica psicoanalítica del juego: su historia y significado”
I- Mi contribución a la teoría psicoanalítica deriva de la técnica del juego que desarrollé con niños
pequeños. Esto deriva de la comprensión que obtuve acerca del temprano desarrollo, de los procesos
inconscientes, y de la naturaleza de las interpretaciones por las que puede abordarse el inconsciente.
Ya la dra. Hug-Hellmuth había realizado un trabajo psicoanalítico con niños, pero ella no intentó el
psicoanálisis de niños menores de 6 años, a pesar de que usó dibujos y ocasionalmente el juego, no lo
convirtió en técnica específica. Cuando comencé mi trabajo (1919) los psicoanalistas no habían
explorado los estratos profundos del inconsciente en niños, por considerarse dicha exploración como
potencialmente peligrosa. Por este motivo, el psicoanálisis era considerado adecuado solo para niños
desde el período de latencia en adelante.

Mi primer paciente fue un niño de cinco años, Fritz. Al principio creí que sería suficiente influir en la
actitud de la madre. Le sugerí incitar al niño a discutir libremente muchas preguntas no efectuadas que
se encontraban en el fondo de su mente e impedían su desarrollo intelectual. Esto tuvo buen efecto,
pero sus dificultades neuróticas no fueron suficientemente aliviadas y decidimos que debía
psicoanalizarlo. Al hacerlo, me desvié de las reglas establecidas, ya que interpreté lo más urgente del
material que el niño me presentaba. Mi interés se focalizó en sus ansiedades y defensas contra ellas.
Este enfoque me enfrentó con serios problemas. Las ansiedades que encontré eran muy agudas, y a
pesar de observar la atenuación de la ansiedad por mis interpretaciones, me perturbaba la intensidad
de las ansiedades que manifestaba. Por tanto, pedí asesoramiento al Dr. Karl Abraham. Me contestó
que como mis interpretaciones habían producido alivio y el análisis progresaba, no veía motivo para
cambiar el método de acceso. Me sentí alentada y en los días siguientes la ansiedad del niño, que había
llegado a un máximo, disminuyó conduciendo a mayor mejoría.

Hicimos el tratamiento en la casa del niño con sus juguetes. Este análisis era el comienzo de la técnica
psicoanalítica del juego, porque desde el principio el niño expresó sus fantasías y ansiedades jugando,
y al aclararle su significado, apareció material adicional en su juego. Todo esto ya era lo característico
de mi técnica. El enfoque corresponde a un principio fundamental del psicoanálisis: la libre asociación.
Al interpretar no sólo las palabras sino sus actividades en los juegos, apliqué este principio a la mente
del niño, cuya conducta es un medio de expresar lo que el adulto manifiesta por la palabra. También
me guiaron otros dos principios establecidos por Freud: la exploración del inconsciente como tarea
principal del procedimiento psicoanalítico, y el análisis de la transferencia como medio de lograr este
fin.

Entre 1920 y 1923 reuní más experiencia con otros casos de niños. Una etapa decisiva en el desarrollo
de la técnica del juego fue el tratamiento de una niña de 2 años y 9 meses, Rita. Ella padecía de terrores
nocturnos y fobia a los animales, era muy ambivalente hacia su madre, aferrándose a ella hasta el
punto de que no se la podía dejar sola. Tenía marcada neurosis obsesiva y se deprimía mucho. Su juego
estaba inhibido, y era incapaz de tolerar frustraciones lo que hacía su educación extremadamente
difícil. En la primera sesión, cuando Rita quedó sola conmigo, mostró en seguida signos de una
transferencia negativa: estaba ansiosa y callada, y pidió salir al jardín. Lo consentí y salí con ella.

247
Mientras estábamos afuera yo interpreté su transferencia negativa (en contra de la práctica usual). Por
algunas cosas que ella dijo, y como estaba menos asustada afuera, concluí que estaba atemorizada de
algo que yo podía hacerle estando sola conmigo en la habitación. Interpreté eso, y refiriéndome a sus
terrores nocturnos, ligé su sospecha de mí con su temor de una mujer mala que la atacaría cuando se
encontrase indefensa por la noche. Minutos después de esta interpretación, le sugerí que volviéramos
a la habitación y aceptó. La inhibición de Rita al jugar era marcada, lo único que hacía era vestir y
desvestir obsesivamente a su muñeca. Pronto comprendí las ansiedades subyacentes en sus
obsesiones, y las interpreté. Esto fortaleció mi convicción de que es precondición para el psicoanálisis
del niño comprender e interpretar las fantasías, sentimientos, ansiedades y experiencias expresadas
por el juego o, si las actividades del juego están inhibidas, las causas de la inhibición.

Efectué el análisis en el hogar de la niña y con sus propios juguetes; pero durante ese tratamiento
llegué a la conclusión de que el psicoanálisis no debía ser llevado a cabo en la casa del niño. Descubrí
que la situación de transferencia sólo puede ser establecida y mantenida si el paciente es capaz de
sentir que la habitación de consulta o la pieza de juegos, todo el análisis, es algo diferente de su vida
diaria del hogar. Solo en tales condiciones puede superar sus resistencias a experimentar y expresar
pensamientos, sentimientos y deseos incompatibles con las convenciones usuales y en contraste con
lo que se le ha enseñado.

Hice más observaciones significativas en el psicoanálisis de una niña de 7 años. Sus dificultades
neuróticas no eran serias, pero su desarrollo intelectual preocupaba a sus padres A pesar de ser
inteligente no estaba al nivel del grupo de su edad, le disgustaba la escuela y se ausentaba sin avisar a
sus padres. Su relación con la madre, afectuosa y confidente, había cambiado desde que empezó a ir a
la escuela: se había vuelto reservada y callada. En unas pocas sesiones con ella no logre mucho
contacto. En una sesión en que la niña estaba nuevamente callada y ensimismada, la dejé diciendo que
ya regresaría. Fui a la habitación de mis hijos, recogí juguetes, los puse en una caja y volví. La niña se
interesó en los juguetes pequeños y empezó a jugar. Por su juego concluí que dos de las figuras de
juguete representaban a ella y a un niño pequeño, un compañero de quien ya había oído antes. Había
algo secreto en la conducta de estas dos figuras, otros individuos eran presentados interfiriendo o
mirando. Las actividades de los dos juguetes condujeron a catástrofes, caída o choque con autos.
Repitió sus acciones con señales de ansiedad. En este punto interpreté que alguna actividad sexual
parecía haber ocurrido entre ella y su amigo, y que eso le hacía temer ser descubierta. Señalé que
mientras jugaba, ella se había vuelto ansiosa. Le recordé que a ella le disgustaba la escuela, y que eso
podía conectarse con el temor de que la maestra descubriera su relación con el compañero y la
castigara. Además estaba asustada y desconfiaba de su madre. El efecto de esta interpretación fue
sorprendente: su ansiedad y desconfianza primero aumentaron, y muy pronto dieron lugar a un alivio
evidente. Su expresión facial cambió, y a pesar de que no admitió ni negó lo interpretado, mostró su
conformidad produciendo nuevo material y volviéndose más libre en su juego y en su conversación; su
actitud hacia mí fue más amistosa. La transferencia negativa, alternando con la positiva, salió a la luz
una y otra vez; pero desde esta sesión el análisis progresó. Hubo cambios favorables en su relación con
la familia y con su madre. Su desagrado por la escuela disminuyó y se interesó en sus estudios, pero su

248
inhibición en el aprendizaje, fundada en ansiedades profundas, sólo fue resuelta gradualmente
durante el tratamiento.

II. Así el uso de los juguetes con un paciente, probó ser esencial para su análisis. Esta experiencia y
otros me ayudó a decidir qué juguetes son más adecuados para la técnica (pequeños hombres y
mujeres de madera, de dos tamaños, autos, carretillas, hamacas, trenes, aviones, animales, árboles,
casas, cercas, papel, tijeras, cuchillo, lápices, tizas o pintura cola, pelotas y bolitas, plastilina y cuerdas).
Consideré esencial tener juguetes en número y variedad para permitir al niño expresar una amplia serie
de fantasías y experiencias. Es importante que los juguetes no sean mecánicos y que las figuras
humanas no indiquen ninguna ocupación particular. Su simplicidad permite al niño usarlos en muchas
situaciones diferentes. El equipamiento de la habitación de juego es simple. Los juguetes de cada niño
son guardados en cajones particulares, así cada uno sabe que sólo él y el analista conocen sus juguetes
y su juego, equivalente de las asociaciones del adulto. Ese cajón individual es parte de la relación
privada e íntima entre analista y paciente, característica de la situación de transferencia.
Los juguetes no son el único requisito para un análisis del juego. Muchas de las actividades del niño se
efectúan en el lavatorio, equipado con una o dos pequeñas tazas, vasos y cucharas. A menudo él dibuja,
escribe, pinta, corta, repara juguetes, etc. A veces asigna roles al analista y a sí mismo. En esos
pasatiempos, el niño toma la parte del adulto, expresando con eso cómo siente que sus padres u otras
personas con autoridad se comportan o deberían comportarse con respecto a él. Algunas veces
descarga su agresividad y resentimiento en el rol del padre sádico hacia el niño, representado por el
analista. Cualquiera que sea el material usado, es esencial que se apliquen los principios analíticos. La
agresividad se expresa directa o indirectamente. Es esencial permitir que el niño deje surgir su
agresividad; lo que cuenta es comprender por qué en este momento particular de la situación de
transferencia aparecen impulsos destructivos y observar sus consecuencias en la mente del niño.
Pueden seguir sentimientos de culpa, por ejemplo, luego de la rotura de una figura pequeña. La culpa
aparece no sólo por el daño producido, sino por lo que el juguete representa en el inconsciente del
niño. Algunas veces podemos deducir ansiedad persecutoria como secuela de impulsos destructivos y
que él teme la represalia. Usualmente expreso al niño que no toleraría ataques a mí misma. Esta actitud
tiene importancia para el análisis. Si tales asaltos no son mantenidos dentro de límites, pueden
despertar excesiva culpa y ansiedad persecutoria, agregando dificultades al tratamiento.

La principal forma de prevenir los ataques corporales, es cuidar de no inhibir las fantasías agresivas del
niño; dar oportunidad de representarlas de otras maneras, incluyendo ataques verbales contra la
analista. Cuanto más a tiempo interpretaba los motivos de la agresividad, más podía mantener la
situación bajo control. Ocasionalmente con niños psicóticos, puede ser difícil protegerse de su
agresividad.

III. La actitud de un niño hacia el juguete que ha dañado es reveladora. A menudo pone aparte ese
juguete y lo ignora por un tiempo. Esto indica desagrado del objeto dañado, por el temor persecutorio
de que la persona atacada (representada por el juguete) se haya vuelto vengativa y peligrosa. El
sentimiento de persecución puede ser tan fuerte que encubra sentimientos de culpa y depresión que
el daño efectuado también produce. También la culpa y la depresión pueden ser tan fuertes que

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conduzcan a una intensificación de sentimientos persecutorios. Sin embargo, un día el niño puede
buscar en su cajón, el objeto dañado. Esto sugiere que hemos podido analizar importantes defensas,
disminuyendo los sentimientos persecutorios y haciendo posible que se experimente el sentimiento
de culpa y la necesidad de la reparación. Cuando esto sucede notamos que ha habido un cambio en la
relación del niño con aquel a quien el juguete representaba, o en sus relaciones en general. Este cambio
confirma nuestra impresión de que junto con el sentimiento de culpa y el deseo de la reparación,
aparecen sentimientos de amor que habían sido debilitados por la ansiedad excesiva. Tales cambios
son de importancia para la formación del carácter y la estabilidad mental.
Es esencial del trabajo de interpretación que se mantenga a compás con las fluctuaciones entre amor
y odio; felicidad y satisfacción y ansiedad persecutoria y depresión. Esto implica que el analista debe
permitir que el niño experimente sus emociones y fantasías tal como ellas aparecen. Sin ejercer
influencia educativa o moral, sino comprender la mente del paciente y transmitir qué es lo que
ocurre en ella.
La variedad de situaciones emocionales que pueden ser expresadas por el juego son ilimitadas:
frustración, rechazo, celos, agresividad, placer, amor y odio, ansiedad, culpa y reparación. También
hallamos en el juego la repetición de experiencias reales y detalles de la vida entretejidos con sus
fantasías.

IV. Muchos niños se encuentran inhibidos para jugar. Tal inhibición no siempre les impide jugar
completamente, pero pronto interrumpen sus actividades.
El siguiente ejemplo muestra algunas de las causas de inhibición de jugar. Pedro, de 3 años y 9 meses,
era muy neurótico: incapaz de jugar, no podía tolerar ninguna frustración, era tímido, quejumbroso y
exagerado, por momentos agresivo y despótico, ambivalente respecto de su familia, y con una gran
fijación hacia su madre. Ella me dijo que Pedro había desmejorado después de unas vacaciones durante
las que, a la edad de 18 meses, compartió el dormitorio de sus padres y tuvo oportunidad de observar
su acto sexual. El niño se hizo difícil de manejar, durmió mal y volvió a mojar la cama. Desde ese verano
dejó de jugar y se volvió muy destructivo. Poco después nació su hermano, lo que aumentó sus
dificultades.

En la primera sesión Pedro comenzó a jugar; hizo que dos caballos dieran el uno contra el otro, y repitió
la misma acción con diferentes juguetes. Mencionó que tenía un hermano pequeño. Le aclaré que los
caballos y las otras cosas que habían chocado representaban personas. Hizo que los caballos se toparan
nuevamente, diciendo que iban a dormir, los cubrió con ladrillos, y agregó: "Ahora están muertos; los
he enterrado". Puso los autos en fila que, como se aclaró más tarde en el análisis, simbolizaba el pene
del padre, y los hizo correr; súbitamente se puso de malhumor y los desparramó por la habitación,
diciendo: "Siempre rompemos nuestros regalos de Navidad; no queremos ninguno". El destrozar sus
juguetes representaba en su inconsciente destrozar el órgano genital de su padre.

En la segunda sesión Pedro repitió el topetazo entre autos, caballos, etc., y habló de su pequeño
hermano, interpreté que me estaba mostrando cómo su mamá y su papá chocaron sus órganos
genitales y que él había pensado que haciendo eso había causado el nacimiento de su hermano. Esta

250
interpretación produjo más material, aclarando su ambivalente relación hacia su pequeño hermano y
su padre. Acostó a un hombre de juguete en un ladrillo "cama", lo arrojó al suelo y dijo que estaba
"muerto y acabado". En seguida hizo lo mismo con dos figuras que ya había dañado. Interpreté que el
primer hombre de juguete representaba a su padre, a quien él quería sacar de la cama de su madre y
matar, y que uno de los dos hombres de juguete era el padre y el otro él, a quien su padre haría lo
mismo. Sentía que tanto él como su padre serían perjudicados si él atacaba a su padre.

La experiencia de Pedro de presenciar el acto sexual de sus padres provocó fuertes emociones: celos,
agresividad y ansiedad que expresó en su juego. Él no tenía conocimiento consciente de esa
experiencia, estaba reprimida, y sólo la expresión simbólica de la misma era posible para él. Si yo no
hubiera interpretado que los juguetes chocando eran personas, él no podría haber producido el
material que surgió. Si no hubiese podido mostrarle las razones de su inhibición para jugar,
interpretando el daño hecho a los juguetes, él hubiese dejado de jugar después de romper los juguetes,
como lo hacía en la vida diaria.

Hay niños que al empezar el tratamiento no pueden jugar. Pero es raro que un niño ignore
completamente los juguetes que se encuentran en la mesa. Con frecuencia da al analista alguna
comprensión de sus motivos para no querer jugar. También hay otros modos por los que el analista
puede reunir material para la interpretación. Cualquier actividad, garabatear o detalles de la conducta,
como cambios en la postura o en la expresión facial, dan una clave acerca de lo que pasa en la mente
del niño.

Se me pregunta a menudo si los niños pequeños son intelectualmente capaces de comprender las
interpretaciones. Mi experiencia es que las interpretaciones, si se relacionan con el material, son
perfectamente comprendidas. El analista debe darlas sucinta y claramente, y debe usar las
expresiones del niño al hacerlo. De esa forma entra en contacto con las emociones y ansiedades más
activas en ese momento; la comprensión intelectual del niño es un proceso posterior. A veces
encontramos que la capacidad de comprensión del niño es mayor que la de los adultos. Esto se explica
porque las conexiones entre consciente e inconsciente son más estrechas, y las represiones menos
poderosas. Pedro había objetado con firmeza mi interpretación de que el hombre de juguete que él
había arrojado de la "cama" y que estaba "muerto y acabado" representaba a su padre. Este tipo de
interpretación despierta grandes resistencias. En la tercera hora Pedro aceptó mi interpretación y dijo:
"¿Y si yo fuera un papá y alguien quisiera tirarme debajo de la cama y hacerme muerto y acabado, qué
pensaría yo de eso?" Esto muestra que había elaborado, comprendido y aceptado mi interpretación,
pero también que comprendió que sus propios sentimientos agresivos hacia su padre contribuyeron al
temor que sentía por él, y que había proyectado sus propios impulsos en su padre.

Uno de los puntos más importantes en la técnica del juego es el análisis de la transferencia. En la
transferencia con el analista el paciente repite emociones y conflictos anteriores. Podemos ayudar al
paciente remontando sus fantasías y ansiedades en nuestras interpretaciones adonde ellas se
originaron, en la infancia y en relación con sus primeros objetos. Así, reexperimentando emociones y
fantasías tempranas en relación con sus primeros objetos él puede revisar estas relaciones y disminuir
sus ansiedades.

251
V. Mi énfasis en la ansiedad me condujo cada vez más en el inconsciente y en la vida fantástica del
niño. Entré en territorio virgen, porque esto hizo accesible la comprensión de las tempranas fantasías,
ansiedades y defensas infantiles, aún inexploradas.
Uno de los fenómenos que me sorprendieron en el análisis de Rita fue la rudeza de su superyó. Rita
acostumbraba representar el rol de una madre severa y castigadora, que trataba muy cruelmente a la
niña (representada por la muñeca o por mí). Su ambivalencia hacia su madre, su necesidad de ser
castigada, sus sentimientos de culpa y sus terrores nocturnos me llevaron a reconocer que en esa niña
operaba un áspero e inflexible superyó. Confirmé este descubrimiento en los análisis de otros niños
pequeños y llegué a la conclusión de que el superyó aparece en una etapa más temprana de lo que
Freud supuso. Reconocí que el superyó es algo que el niño siente operando internamente de una
manera concreta; que consiste en una variedad de figuras construidas a partir de sus experiencias y
fantasías y que se deriva de las etapas en que introyectó a sus padres.

Estas observaciones me llevaron al descubrimiento de la principal situación de ansiedad femenina: la


madre es el primer perseguidor que, como un objeto externo e internalizado, ataca el cuerpo de la
niña y toma de él sus niños imaginarios. Estas ansiedades surgen de los ataques imaginados de la niña
al cuerpo de la madre, que tienen como fin robarle su contenido, los excrementos, el pene de su padre,
y los niños, y resultan en el temor de venganza con ataques similares. Tales ansiedades persecutorias
aparecían combinadas o alternando con sentimientos de depresión y culpa. Estas observaciones me
ayudaron a descubrir la parte vital que la tendencia a la reparación desempeña en la vida mental.

Reparación es un concepto más amplio que los de "anulación en la neurosis obsesiva" y "formación
reactiva". Ya que incluye diversos procesos por los que el yo siente que deshace un daño hecho en la
imaginación, restaura, preserva y revive objetos. La importancia de esta tendencia, ligada a
sentimientos de culpa, yace en la contribución que hace a las sublimaciones, y a la salud mental.
Al estudiar los ataques imaginarios al cuerpo de la madre, di con impulsos anales y uretro-sádicos.
Uno de los casos en que la naturaleza anal y uretro-sádica de estos impulsos destructivos fue muy clara
es el Trude, de 3 años y 3 meses de edad. Sufría de varios síntomas: terrores nocturnos e incontinencia
de orina y excrementos. En la primera etapa de su análisis me pidió que fingiera estar en cama y dormir.
Ella diría que iba a atacarme y que buscaría excrementos en mis nalgas (según comprobé, los
excrementos representaban niños) y que ella iba a sacarlos. Después de esos ataques se acurrucaba
en un rincón, jugando a que estaba en cama, cubriéndose con almohadones (que protegían su cuerpo
y que representaban niños); al mismo tiempo orinaba y demostraba que temía ser atacada por mí. Sus
ansiedades acerca de la peligrosa madre internalizada confirmaron las conclusiones a que había
llegado con Rita.

Me convencí que tales impulsos y fantasías destructivas podían remontarse a impulsos oral-sádicos.
Rita ya lo había manifestado claramente. En una ocasión ennegreció un pedazo de papel, lo hizo
pedazos, los arrojó en un vaso de agua que llevó a la boca, como para beber y dijo: "mujer muerta". En
ese momento entendí que romper y mojar el papel expresaba fantasías de atacar y matar a su madre,
cosa que daba temor a su venganza. En otros análisis, Ruth y Pedro, también comprendí la parte que
los impulsos oral-sádicos desempeñan en las fantasías destructivas y en las ansiedades

252
correspondientes, encontrando confirmación de los descubrimientos de Abraham en el análisis de
niños pequeños. Estos análisis me llevaron hacia una comprensión completa del rol de los deseos y
ansiedades orales en el desarrollo mental, normal y anormal.

A través del análisis de Erna aprendí mucho acerca de los detalles de tal internalización y de las
fantasías e impulsos subyacentes en ansiedades paranoicas y maníaco depresivas.

Llegué a entender la naturaleza oral y anal de sus procesos de introyección y las situaciones de
persecución interna que engendraban. También supe de los modos en que las persecuciones internas
influyen, por medio de la introyección, en la relación con objetos externos. La intensidad de su envidia
y su odio mostró que éstos derivaban de la relación oral-sádica con el pecho de su madre, y estaban
entretejidos con los comienzos de su complejo de Edipo. El caso de Erna me ayudó a preparar el terreno
para conclusiones, como la de que la razón fundamental de la psicosis es un temprano superyó,
constituido cuando los impulsos y fantasías oral-sádicos están en su punto culminante, idea que
desarrollé acentuando la importancia del sadismo oral en la esquizofrenia.

Pude hacer algunas observaciones con respecto a situaciones de ansiedad en varones. Esos análisis
confirmaron la idea de Freud de que el temor a la castración es la principal ansiedad del varón, pero
reconocí que debido a la temprana identificación con la madre (la posición femenina que se introduce
en las primeras etapas del complejo de Edipo), la ansiedad acerca de ataques en el interior del cuerpo
es de importancia en hombres como en mujeres, e influye y moldea sus temores de castración.

Las ansiedades derivadas de ataques imaginados al cuerpo de la madre y al padre que se supone que
ella contiene, probaron ser, en ambos sexos, la razón fundamental de la claustrofobia (que incluye el
temor de ser aprisionado o enterrado en el cuerpo de la madre). La conexión de estas ansiedades con
el temor de castración puede verse en la fantasía de que el pene se pierda o sea destruido dentro de
la madre, fantasía que puede resultar en impotencia.

Comprobé que los temores conectados con ataques al cuerpo de la madre y a ser atacado por objetos
externos e internos tenían una calidad e intensidad que sugerían su naturaleza psicótica. Al explorar la
relación del niño con objetos internalizados se aclararon situaciones de persecución interna y sus
contenidos psicóticos. El reconocimiento de que el temor de venganza deriva de la propia agresividad
individual me condujo a sugerir que las defensas iniciales del yo se dirigen contra la ansiedad producida
por impulsos y fantasías destructivas. Cuando estas ansiedades psicóticas eran referidas a su origen,
se comprobaba que germinaban del sadismo oral. Reconocí que la relación oral-sádica con la madre y
la internalización de un pecho devorado, y en consecuencia devorador, crean el prototipo de todos los
perseguidores internos; y que la internalización de un pecho herido y por lo tanto temido, y de un
pecho satisfactorio y provechoso, por el otro, es el núcleo del superyó. Otra conclusión fue que, a pesar
de que las ansiedades orales vienen primero, las fantasías y deseos sádicos de todas las fuentes operan
en una etapa muy temprana del desarrollo y se superponen a las ansiedades orales. La importancia de
las ansiedades infantiles que he descrito se mostró también en el análisis de adultos psicóticos límites.

253
Otras experiencias me ayudaron a alcanzar otra conclusión. La comparación entre la paranoica Erna y
las fantasías y ansiedades que había encontrado en niños menos enfermos, neuróticos, me convenció
de que las ansiedades psicóticas (paranoicas y depresivas) son la razón fundamental de la neurosis
infantil. Hice observaciones similares en los análisis de neuróticos adultos. Estas diferentes líneas de
investigación resultaron en la hipótesis de que las ansiedades de naturaleza psicótica forman parte del
desarrollo infantil normal, y se expresan y elaboran en el curso de la neurosis infantil. Sin embargo,
para descubrir estas ansiedades infantiles el análisis tiene que ser efectuado en los estratos profundos
del inconsciente, y esto se aplica tanto a adultos como a niños.

Ya he señalado que me interesé desde un principio en las ansiedades del niño y que por medio de la
interpretación de sus contenidos logré disminuir la ansiedad. Para lograrlo, debía hacer uso completo
del lenguaje simbólico del juego, parte esencial del modo de expresión del niño. En su juego con
ellas, siempre hay variedad de significados simbólicos ligados a fantasías, deseos y experiencias. Este
modo arcaico de expresión es el lenguaje con el que estamos familiarizados en sueños. Pero
debemos considerar el uso de los símbolos de cada niño en conexión con sus emociones y ansiedades
particulares y con la situación total que se presenta en el análisis; traducciones generalizadas de
símbolos no tienen significado. La importancia del simbolismo me condujo a conclusiones acerca del
proceso de la formación de símbolos. El análisis del juego había mostrado que el simbolismo permite
al niño transferir no sólo intereses, sino fantasías, ansiedades y sentimientos de culpa a objetos
distintos de las personas. De ese modo el niño experimenta un gran alivio. Sólo por medios simbólicos
son capaces de expresar sus tendencias destructivas en el análisis. También concluí que una severa
inhibición de la capacidad de formar y usar símbolos en los niños, y por lo mismo de desarrollar la
fantasía, es señal de una perturbación seria. Tales inhibiciones y la perturbación resultante en la
relación con el mundo externo y con la realidad, son características de la esquizofrenia.

VI. Al remontar, en los análisis, el desarrollo de impulsos, fantasías y ansiedades hasta su origen, a los
sentimientos hacia el pecho de la madre (aun en niños que no fueron amamantados), hallé que las
relaciones con objetos comienzan casi al nacer y surgen con la primera experiencia de la alimentación;
que todos los aspectos de la vida mental están ligados a relaciones con objetos. Se hizo evidente que
la experiencia que tiene el niño del mundo externo, que incluye su relación ambivalente hacia su padre
y otros miembros de la familia, está influida por, y a su vez influye en, el mundo interno que está
construyendo, y que situaciones externas e internas son siempre interdependientes, ya que la
introyección y proyección operan juntas desde el comienzo de la vida.
Las observaciones de que en la mente del infante la madre primariamente aparece como pecho bueno
y pecho malo separados entre sí, y que en unos pocos meses, con la creciente integración del yo, los
aspectos contrastantes comienzan a ser sintetizados, me ayudaron a comprender la importancia de los
procesos de separar y mantener aparte figuras buenas y malas, así como el efecto de tales procesos en
el desarrollo del yo. La conclusión de que la ansiedad depresiva surge como resultado de la síntesis que
realiza el yo de los aspectos buenos y malos, amados y odiados del objeto, me llevó al concepto de la
posición depresiva, que alcanza su punto álgido hacia la mitad del primer año. La precede la posición
paranoica, que se extiende por los tres o cuatro primeros meses de vida y se caracteriza por ansiedad

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persecutoria y procesos de separación. Más tarde, reformulé mis ideas acerca de los tres o cuatro
primeros meses de vida, y la llamé a esta etapa posición esquizo-paranoide intentando coordinar mis
hallazgos acerca de la separación, la proyección, la persecución y la idealización.

Mi labor con niños y las conclusiones teóricas que extraje influyó en mi técnica con adultos. Esto no
significa que la técnica con niños sea idéntica al enfoque de adultos. Aunque es posible retroceder
hasta las etapas más tempranas, al analizar adultos es de importancia tomar en cuenta el yo adulto. La
mayor comprensión de las etapas tempranas de desarrollo, del rol de las fantasías, ansiedades y
defensas en la vida emocional del infante ha iluminado los puntos de fijación de la psicosis adulta.
Como resultado ha abierto un nuevo camino para tratar pacientes psicóticos.

Mannoni “Capítulo II: La transferencia en psicoanálisis de niños”

Dottie (siete años) es víctima de una fobia a los perros en la misma casa de su analista. El día en que la
niña abandona las perturbaciones del comportamiento que habían motivado su entrada en el análisis,
la madre hace una depresión. Entonces Dottie desarrolla otros síntomas (tics primero y luego miedo a
los perros). Un episodio fóbico agudo le impide a la niña dejar la casa de la analista para regresar a la
de sus padres: este episodio ocurre el día en que la madre telefoneaba a la analista (después de la
sesión) para comunicarle las fantasías de asesinato que alimentaba con respecto a su hijita: "Tengo
miedo —dice la madre— de lo que podría hacerle". La niña no tiene conocimiento de esta llamada. En
el momento de la llamada la niña se encuentra en la sala de espera en la que se ha refugiado después
del pánico que la asaltó en las escaleras de la casa de la analista. La llamada de la madre la descoloca
a la analista. Se imagina que la niña está en peligro y estima que la madre de Dottie debería hacerle
esa confesión a su propio analista. No advierte que la madre necesita llevar su angustia al lugar mismo
en que se juega al análisis de la niña. Dottie, llora y no escucha lo que lo dice la analista, limitándose a
responder: "No quiero volver más." La madre es depresiva, la niña tiene pánico y la analista se inquieta
por lo que le parece la irrupción de un tercero, la madre, en su relación con Dottie. La resistencia es
legible en cada uno de los términos (niña, madre y analista). Cada uno tiene miedo de otro. Cada uno
se encuentra bajo el efecto imaginario de un peligro que sitúa en la realidad.

Durante una sesión en que Dottie expresa su deseo de huir, su analista interpreta ese miedo diciéndole:
"¿Crees que soy un perro y que hay peligro de que te muerda?" y ladra. La niña, sorprendida, se pone
a reír y entonces asistimos a una verdadera escena: se distribuyen los papeles y alternativamente cada
uno es para el otro el perro peligroso. En el momento en que Dottie se identifica con el agresor cede
el síntoma fóbico en las idas y venidas de la niña a casa de la analista. Dentro de la transferencia Dottie
ya no tiene miedo. A partir de entonces el miedo habrá de localizarse en otra parte y cederá a su vez
por medio del análisis del material edípico.

La niña había entrado en análisis por pedido del padre (su madre se oponía) y el efecto de los progresos
de Dottie fue el derrumbe de la madre. A partir de entonces todos se encontraron en análisis: el padre,
la madre y la niña (con diferentes analistas). El día en que Dottie empezó a ser atendida, el síntoma de

255
los dolores de cabeza reemplazó en la madre al síntoma "niña", sentido hasta entonces como objeto
persecutorio.

Por más que la analista se empeñe en apartar a los padres, se encuentra atrapada en un discurso
colectivo: niña, analista y padres están implicados en una situación. Y es en ese puesto, donde Dottie
tiene que llegar a ubicarse y a desbaratar los efectos imaginarios de la angustia y de la agresividad.
Ahora, la analista, si bien teme que la madre resulte peligrosa, se esfuerza en mostrarle a la niña que
la realidad está desprovista de peligro. En este análisis no hay sitio para los fantasmas de la madre: no
los abordan ni la analista ni la niña. Dottie apenas parece preocuparse por un peligro real (se enfrenta
con un miedo imaginario que asume la apariencia del miedo al perro). Las historias que se inventa la
ayudan a encontrar soluciones para los efectos fantásticos suscitados por agresiones imaginarias.

A Dottie la inquietan los efectos imaginarios del pánico materno. Los fantasmas de destrucción en el
adulto la ponen en peligro porque despiertan sus propios fantasmas de devoración arcaicos. De este
modo, madre e hija se encuentran implicadas en la situación transferencial. Mediante su llamada
telefónica, la madre se empeña en recordarle su presencia a la analista de su hija, mientras que, en su
síntoma, Dottie atestigua el malestar de la madre. La analista se encuentra ante un discurso colectivo.
Por último, la analista está marcada por la angustia o la hostilidad de sus transferencias recíprocas, y
se defiende afirmando que no hay transferencia en la medida en que se siente implicada en una historia
que tiene la dimensión de un drama. Desde el punto de partida se encuentra la analista enfrentada
con las demandas de la niña con las quejas y reivindicaciones de la madre. El peligro no existía
únicamente entre la niña y su madre, sino también entre la niña y la analista, en la medida en que esta
última temía que la niña fuese a preferirla en lugar de su madre.

La transferencia, en el análisis de Dottie, expresa una situación de defensa contra la angustia tanto en
la casa como en la escuela o en el análisis. Al reducir la noción de transferencia a una referencia directa
a la persona del analista, S.F se vedó la posibilidad de poner de manifiesto el elemento simbólico
incluido en la relación transferencial (la solución de su fobia fue hallada por Dottie en los mitos). Este
caso muestra que en el análisis de niños tenemos que vérnosla con muchas transferencias (la del
analista, la de los padres y la del niño). Las reacciones de los padres forman parte del síntoma del niño
y, en consecuencia, de la conducción de la cura. La angustia de la analista ante la agresión o la
depresión de la pareja parental, le hace negar toda posibilidad de neurosis de transferencia. El niño
enfermo forma parte de un malestar colectivo, su enfermedad es el soporte de una angustia parental.
Si se toca el síntoma del niño se corre el riesgo de poner en descubierto aquello que en tal síntoma
servía para alimentar (o para colmar) la ansiedad del adulto. Sugerirle a uno de los padres que su
relación con el objeto de sus cuidados corre el riesgo de ser cambiada, implica reacciones de defensa
y rechazo. Toda demanda de cura del niño cuestiona a los padres, y es raro que un análisis de niños
pueda ser conducido sin tocar para nada los problemas fundamentales de uno u otro de los padres (su
posición con respecto al sexo, a la muerte, a la metáfora paterna).

El analista está sensibilizado por lo que se expresa en esos registros y participa de la situación con su
propia transferencia. Necesita situar lo que representa el niño dentro del mundo fantasmático de los
padres y comprender el puesto que éstos le reservan en las relaciones que establece con el hijo de

256
ellos (las bruscas interrupciones de la cura están en relación con el desconocimiento de los efectos
imaginarios, en los padres, de su propia acción sobre el niño).

Emilio: En todo esto, la transferencia no se reduce a una pura relación interpersonal. Hay preparado
de antemano, un guión en el que están inscriptos los motivos de ruptura. Y para poder desenmascarar
el carácter engañador de ese guión tengo que comprender que la madre sitúa allí su verdad. Lo que
puede ayudarnos no es el análisis de las resistencias maternas, sino la desocultación de lo que está en
juego en la madre en sus relaciones con el sexo, con la muerte, con la metáfora paterna, lo que ha
podido estar en juego para ella con respecto al deseo en las diferentes formas de identificación (vimos
la correlación inconsciente entre muerte del padre, ideas suicidas de la madre y aceptación de la
muerte de un niño todavía vivo). Pero el juego del análisis se juega también en otro nivel. A partir de
la relación patógena madre-hijo debe emprenderse el trabajo analítico (no denunciando la relación
dual, sino introduciéndola tal cual en la transferencia): con ello asistiremos a una recatectización
narcisista de la madre, y luego el elemento tercero (significante) que le permitirá a la madre localizarse,
situarse, en relación con sus propios problemas fundamentales, no incluyendo más en ellos al niño,
habrá de surgir en una relación con el otro.

Toda demanda de curación de un niño enfermo hecha por los padres debe ser situada en el plano
fantasmático de los padres, particularmente en el de la madre (¿Qué representa para ella el significante
"niño" y el significante "niño enfermo") y luego debe ser comprendida en el nivel del niño (¿Se siente
implicado por la demanda de curación? ¿Cómo utiliza su enfermedad en sus relaciones con el Otro?)
El niño solo puede comprometerse en un análisis por su propia cuenta si se encuentra seguro de que
está sirviendo sus intereses y no los de los adultos. Este problema se plantea también de una manera
diferente en los casos de psicosis y de atraso mental. Cuando madre y niño se encuentran en una
relación dual, es en la transferencia donde se llega a estudiar lo que está en juego en esta relación, e
interpretar de qué modo las necesidades del niño son pensadas por la madre. Con esto se alcanzan
ciertas posiciones fundamentales de la madre, que solo pueden analizarse a través de la angustia y en
una situación persecutoria.

Los padres siempre están implicados de cierta manera en el síntoma que trae el niño. Esto no debe
perderse de vista, porque allí se encuentran los mecanismos mismos de la resistencia: el anhelo
inconsciente "de que nada cambie" a veces tiene que hallarse en aquél de los padres que es patógeno.
El niño puede responder mediante el deseo "de que nada se mueva", reparando así (perpetuando su
síntoma) sus fantasmas de destrucción con respecto a su madre. Por lo tanto, si se pudiese introducir
una nueva dimensión en la concepción de la situación transferencial, sería partiendo desde el puesto
de escucha del analista para aquello que se juega en el mundo fantasmático de la madre y del niño. El
analista trabaja con varias transferencias. No siempre le resulta cómodo situarse con sus propias
fantasías en un mundo donde corre el riesgo de convertirse en aquello que una alternativa pone en
juego: de muerte o vida para el niño o para los padres, que despierta el fondo de angustia persecutoria
más antiguo que en él subsiste.

El problema de los padres se plantea de manera diferente según se trate de psicosis o de neurosis. La
diferencia reside en el problema particular que suscita el análisis de un niño que, por la situación dual

257
instaurada con la madre se presenta para nosotros únicamente como "resultado" de cuidados y nunca
como el sujeto del discurso que nos dirige. Ya que esta situación no se creó por obra del niño
únicamente, se comprende hasta qué punto el adulto puede sentirse cuestionado a través de la cura
de su hijo. El análisis desaloja al niño del puesto que ocupa en lo real (en lo real es el fantasma materno;
así es como tapa la angustia o llena la falta de la madre) y esto solo puede hacerse ayudando al padre
patógeno con el que está ligado el niño.

La transferencia no siempre aparece donde el analista cree que la puede captar (Dora). Antes de que
comience un análisis, ya pueden estar dispuestos los índices de la transferencia y luego el análisis se
limita a llenar aquello que para ella estaba previsto en el fantasma fundamental del sujeto. Ya que en
cierto sentido la partida ya se había jugado de antemano. Para cambiar el curso de las cosas, el analista
tiene que ser consciente de aquello que, más allá de la relación imaginaria del sujeto con su persona
se dirige a lo que ya se encontraba inscrito en una estructura antes de su entrada en escena. Aquí
interviene la contratransferencia del analista, en la manera en que el movimiento de la metáfora puede
bloquearse provocando en el sujeto el acting out (o las "decisiones"). En tal caso, el analista por lo
general no ha logrado proteger en el campo el juego de la transferencia la dimensión simbólica
indispensable para proseguir la cura. Ya sea porque toma como un peligro real lo que es fantasma
(Dottie), ya porque no comprende qué es lo que está en juego en el padre, provocando así en lo real
una interrupción de la cura, por no haber podido dar en la palabra un sentido en la resistencia.

El descubrimiento que hace Freud en 1897 consiste en haber sabido vincular la transferencia con la
resistencia consabida como obstáculo, en el discurso del sujeto, para la confesión de un deseo icc. En
el fantasma, así como en el síntoma, el analista ocupa un puesto; definirlo no es algo sencillo.

La experiencia analítica no es una experiencia intersubjetiva.

La cuestión no consiste en saber si el niño puede o no transferir sobre el analista sus sentimientos hacia
padres con los que todavía vive (esto implicaría reducir la transferencia a una mera experiencia
afectiva), sino en lograr que el niño pueda salir de cierta trama de engaños que va urdiendo con la
complicidad de sus padres. Esto solo puede realizarse si comprendemos que el discurso que se dice es
un discurso colectivo: la experiencia de la transferencia se realiza entre el analista, el niño y los padres.
El niño no es una entidad en sí. En primer término lo abordamos a través de la representación que el
adulto tiene de él (¿qué es un niño?, ¿qué es un niño enfermo?). Todo cuestionamiento del niño tiene
incidencias precisas en los padres. Vimos en las curas de niños psicóticos cuál es la amplitud de la
relación imaginaria que cada uno de los padres establece con el analista. Gracias a esa relación
imaginaria podrá la madre recatectizarse como madre de un niño (reconocido por un tercero como
separado de ella), y podrá luego ponerse en marcha otro movimiento en virtud del cual el niño, como
sujeto de un deseo, se internará por su propia cuenta en la aventura psicoanalítica. Ese peso que
constituye para el analista una transferencia masiva de la madre (integrada tanto por una confianza
total como por una desconfianza absoluta) cuestiona profundamente al analista, tal situación puede
provocarle reacciones persecutorias o depresivas según lo que se haya alcanzado en él como material
ansiógeno precoz: solo a costa de esto puede asumir con éxito la dirección de una cura.

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Mannoni, M. (1965). Prefacio, por Francoise Dolto. Palabras preliminares. (UC) Capítulo 1 - Caso
clínico VII (Caso Sabine). Capítulo 4 “¿En qué consiste entonces la entrevista con el psicoanalista?”.

Capítulo 1 - Caso Sabine

La madre quiere traerme a su hija Sabine (11), amenazada de expulsión. El padre se opone a todo
examen. Acepto ver a la madre, pero no a la niña. ¿Qué datos proporciona esta entrevista?

🡺 La niña presenta tics que se repiten cada 30 segundos: aparecieron hace tres meses como
consecuencia de su colocación en un Hogar para niños contra la voluntad del padre. En realidad, estos
tics existen desde la edad de 6 años (fecha en la que el padre abandona el domicilio conyugal como
protesta contra una operación realizada sobre otro hijo, sin haberlo consultado). El regreso del padre
al hogar coincide curiosamente con un recrudecimiento de los trastornos de Sabine, lo que lleva a una
nueva hospitalización.
Ante este cuadro, escribir al padre para solicitarle su autorización antes de emprender un examen.
“Considero que corresponde a los padres, y solo a ellos, actuar de manera que un hijo tenga la conducta
normal propia de su edad”. La pareja era unida hasta el nacimiento de los niños. Su llegada al mundo
señala el comienzo del desacuerdo (dada la imposibilidad de la madre de soportar una situación de a
tres, es decir, una situación en la que el padre siga existiendo en la madre a pesar de la presencia de
los hijos). Mme. X ha hecho infelices a los suyos al sustraer a los niños a la autoridad de su marido,
valiéndose para ello de todas las complicidades posibles. Mi carta, como negativa a entrar en el jugo
de la madre, fue en sí misma una intervención terapéutica. Si hubiese comenzado un psicoanálisis, me
hubiera convertido en cómplice de la madre. Al tener en cuenta la palabra del padre, permití que cada
miembro de la familia tuviese la posibilidad de hallar nuevamente su lugar.

También en este caso, la escolaridad deficiente sólo servía para ocultar desórdenes neuróticos de una
importancia mucho mayor. ¿Qué nos llama la atención en estos casos de desorden escolar? El hecho
de que la agudeza del síntoma invocado oculta dificultades de un orden diferente. Los padres aportan
al psicoanalista un diagnóstico formulado por adelantado. Su angustia comienza en el momento en
que se cuestiona este diagnóstico. Descubren entonces que el síntoma escolar servía para ocultar todos
los malentendidos, las mentiras y los rechazos de la verdad. Lo que está en juego no es el síntoma
escolar, sino la imposibilidad del niño de desarrollarse con deseos propios, no alienado en las fantasías
parentales.

En realidad, en los casos en que la madre acude a la consulta por un síntoma preciso, acompañado de
un diagnóstico seguro, es porque generalmente no desea cambiar en nada el orden establecido. La
aventura comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental. A los padres les cuesta
perdonarle que no se haga cómplice de su mentira.

Capítulo 4 - ¿En qué consiste entonces la entrevista con el psicoanalista?

La vulgarización de los conceptos psicoanalíticos nos hace correr el riesgo de proporcionar una imagen
falsa de la entrevista con el psicoanalista, si se cree que ella se reduce a una relación dual en la que el

259
paciente se limita a proyectar sobre el analista todo lo que lleva en él sin saberlo (su icc). De acuerdo
con esta concepción, el rol del analista se reduciría a comprobar el carácter imaginario de estas
proyecciones, y a informar al paciente sobre ello.

Un análisis, sin embargo, no se desarrolla de esta forma. Nos encontramos frente a un discurso al que
cabe calificar como alienado, ya que no se trata del discurso del sujeto, sino del de los otros, o de la
opinión. No nos corresponde explicitar aquí en que consiste un psicoanálisis. He intentado señalar
posiciones esenciales, que un público acostumbrado a una vulgarización simplista y errónea del
psicoanálisis conoce mal. Cuantos meses perdidos, por ejemplo, porque se tiene “miedo a la
transferencia”. El paciente en su conducta y en su discurso, va a expresar en un primer momento todo
ese folklore psicoanalítico. Necesitará mucho tiempo para comprender que su verdad se sitúa en un
lugar distinto, y no siempre le es fácil a un analista restituírsela.

Me ocupo de estos conceptos debido a que la primera entrevista, tanto con el niño como con los
padres, muestra la especificidad de mi escucha psicoanalítica.

-Ejemplo: “No le he dicho a nadie que este niño no es de mi marido” Esta mujer pudo hacerme esta
confesión, esencial como confesión para ella misma y no como hecho en sí, trastornante para el niño,
gracias a que ella sabía que yo no daría una respuesta mutiladora para su ser. No se debe creer que yo
procedo con contemplaciones para con los padres, pero me preocupo por respetar “confesiones” que
tienen sentido, no por dirigirse a otro sujeto, sino porque reconstruyen en cierta forma al sujeto. Lo
que es peligroso para el niño es la mentira de la madre a sí misma.

La primera entrevista con el psicoanalista es más reveladora en lo que se refiere a las distorsiones del
discurso que a su contenido mismo.

-Ejemplo: “Al igual que los otros, usted no podrá hacer nada (por el asma de la niña)”. En realidad, la
madre no desea que la situación cambie. Carne de su carne, sufrimiento de su corazón, herida íntima,
su hija tiene que mantenerse así. Cuando los padres consultan por su hijo, más allá de este objeto
que le traen, el analista debe esclarecer el sentido de su sufrimiento o de su trastorno en la historia
misma de los dos padres. Emprender un psicoanálisis del niño no obliga a los padres a cuestionar su
propia vida. Al comienzo, antes de la entrada del niño en su propio análisis, conviene reflexionar
sobre el lugar que ocupa en la fantasía parental. La precaución es necesaria para que los padres
puedan aceptar después que el niño tenga un destino propio.

Un niño sano, obtiene esta autonomía mediante crisis de carácter, mediante oposiciones
espectaculares. El niño neurótico, paga este deseo de evolución personal incluso hasta con un daño
orgánico muy serio. Madre e hijo deben ser considerados entonces en el plano psicoanalítico: la
evolución de uno es posible solo si el otro la puede aceptar. Lo que daña al niño no es tanto la situación
real como todo lo que no es dicho. En ese no dicho, cuántos son los dramas imposibles de ser
expresados en palabras, cuantas las locuras ocultas por un equilibrio aparente, pero que el niño
trágicamente siempre paga. El rol del psicoanalista es el de permitir, a través del cuestionamiento de
una situación, que el niño emprenda un camino propio.

260
Winnicott, D. (2004). “Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco
psicoanalítico”.

El estudio del lugar que ocupa la regresión en el campo analítico es una de las tareas que Freud dejó
sin realizar para que nosotros la emprendiésemos y creo que se trata de un tema para el cual esta
Sociedad está preparada. El tema de la regresión me ha llamado poderosamente la atención a la vista
de ciertos casos vividos durante los últimos doce años de mi labor clínica.
El análisis no es solamente un ejercicio técnico. Es algo que somos capaces de realizar cuando hemos
alcanzado una fase determinada en la adquisición de una técnica básica. Lo que nos volvemos capaces
de hacer nos permite cooperar con el paciente en el seguimiento del proceso, que en cada paciente
tiene su propio ritmo y su propio curso, todos los rasgos importantes de este proceso emanan del
paciente y no de nosotros en como analistas.
Por consiguiente, convendrá que tengamos claramente presente la diferencia entre la técnica y el
hecho de efectuar un tratamiento.

La elección de casos implica clasificación. Para mis fines agrupare los casos de acuerdo con el equipo
técnico que requieran del analista. Mi división de casos se hace en las tres categorías siguientes:

1) Primero, aquellos pacientes que funcionan como personas completas y cuyas dificultades
corresponden al campo de las relaciones interpersonales. La técnica para el tratamiento de estos
pacientes es propia del psicoanálisis tal como la desarrolló Freud a principios del presente siglo.
2) segundo tenemos pacientes cuya personalidad empieza justamente a ser completa. Este es el
análisis de una fase de la inquietud, o de lo que es conocido bajo el término de “posición depresiva”;
estos pacientes requieren el análisis del estado anímico y si bien la técnica empleada no difiere mucho
de la que se emplea con los pacientes de la primera categoría, surgen algunos problemas nuevos
relacionados con el aumento de la gama de material clínico tratada: lo que tiene importancia aquí es
la idea de la supervivencia del analista en calidad de factor dinámico.
3) En el tercer grupo, coloco a todos aquellos pacientes cuyo análisis debe enfrentarse con las primeras
fases del desarrollo emocional antes y hasta la instauración de la personalidad como entidad, antes de
la consecución del estado de unidad espacio-tiempo. La estructura personal no está firmemente
asentada. En este tercer grupo, el énfasis recae en la dirección o control.

En términos de medio ambiente, puede decirse que en el primer grupo nos enfrentamos con pacientes
en los que se desarrollan dificultades en el transcurso de su vida hogareña, dando ésta por sentada en
el período de prelatencia y dando también por sentado un desarrollo satisfactorio en las fases
infantiles. En la segunda categoría, el análisis de la posición depresiva, nos enfrentamos con la relación
madre-niño, especialmente cerca del momento en que el «destete» empieza a cobrar significado. En
la tercera categoría entra el primitivo desarrollo emocional, en el cual la madre debe literalmente
sostener al pequeño.

261
En la última de estas tres categorías cae una de las pacientes que quizás más me hayan enseñado
acerca de la regresión. Debo limitarme a señalar que he tenido la oportunidad de dar vía libre a una
regresión y ver cuál era el resultado.

Era necesario efectuar un diagnóstico analítico que tuviese en cuenta el desarrollo precoz de un self
falso. Para que el tratamiento resultase eficaz, debía producirse una regresión en busca del self
verdadero. Por suerte, en este caso pude controlar yo mismo la totalidad de la regresión. Decidí al
principio que había que dejar que la regresión siguiera su curso y, a excepción del primer momento,
no se hizo ningún intento de interferir la marcha del proceso regresivo. Pasaron tres o cuatro años
antes de que se alcanzase la profundidad de la regresión; a continuación se inició el progreso del
desarrollo emocional. Ha habido ausencia de caos, aunque la amenaza del mismo jamás dejó de estar
presente.

El tratamiento y dirección de este caso ha exigido la participación de cuanto poseo en mi calidad de


ser humano, de analista y de pediatra. En especial, he tenido que aprender a examinar mi propia
técnica siempre que surgían dificultades y siempre, en la docena aproximada de fases de resistencia,
ha resultado que la causa estaba en un fenómeno de contratransferencia que hacía necesario un mayor
autoanálisis del analista. Lo principal es que en este caso, al igual que en muchos otros, he tenido
necesidad de reexaminar mi técnica, incluso la adaptada a los casos más corrientes.
Antes de explicar lo que quiero decir debo explicar qué sentido doy a la palabra “regresión”. Para mí,
la palabra “regresión” significa simplemente lo contrario de progreso. Progreso es la evolución del
individuo. El progreso empieza en una fecha sin duda anterior al nacimiento. Detrás del progreso hay
un impulso biológico. Uno de los dogmas del psicoanálisis es que la salud implica continuidad con
respecto a este progreso evolucionista de la psique y que la salud es la madurez del desarrollo
emocional apropiado a la edad del individuo.

Un examen más atento nos permite descubrir que no puede haber una sencilla inversión del progreso.
Para que se produzca la inversión de este progreso en el individuo tiene que haber una organización
que permita la regresión.
Vemos:
● Un fracaso en la adaptación por parte del medio, que produce el desarrollo de un falso self.
● Una creencia en la posibilidad de una corrección del fracaso originario representada por la capacidad
latente para la regresión, que entraña una compleja organización del yo.
● Un medio ambiente especializado seguido por la regresión real.
● Un nuevo desarrollo emocional hacia adelante, con complicaciones que describiré luego.

Cuando en psicoanálisis hablamos de regresión, damos a entender la existencia de una organización


del yo y de una amenaza de caos. Como verán, estoy considerando la idea de la regresión dentro de
un mecanismo muy organizado de defensa del yo, mecanismo que implica la existencia de un falso

262
self. En la paciente a la que antes me he referido, este falso self se convirtió gradualmente en un «self
cuidador» que sólo al cabo de unos años pudo ser entregado al analista, rindiéndose el self al yo.

En la teoría del desarrollo del ser humano hay que incluir la idea de que es normal y sano que el
individuo pueda defender el self contra un fracaso específico del ambiente mediante la congelación de
la situación de fracaso.
La teoría de que la regresión es parte de un proceso curativo, de hecho, un fenómeno normal que
puede ser estudiado adecuadamente en la persona sana.
En la persona muy enferma hay poca esperanza de que se produzca una nueva oportunidad. En el caso
extremo, el terapeuta necesitaría acercarse al paciente y presentarle activamente una buena
maternalización, experiencia que el paciente no hubiese podido esperar.
Son varias las formas en que el individuo sano se enfrenta con los fracasos específicos del medio
ambiente precoz, pero hay una de ellas a la que aquí denomino “la congelación de la situación de
fracaso”. Tiene que haber una relación entre esto y el concepto del punto de fijación.
En la teoría psicoanalítica, a menudo afirmamos que en el curso del desarrollo instintivo de las fases
pre-genitales las situaciones desfavorables pueden crear puntos de fijación en el desarrollo emocional
del individuo. En una etapa posterior, por ejemplo, la fase de dominio genital, es decir, cuando toda la
persona se halla involucrada en relaciones interpersonales, la angustia puede conducir a una regresión
en términos de cualidad instintiva hasta la regresión actuante en el punto de fijación, cuya
consecuencia es el refuerzo de la situación originaria de fracaso.
(Caso del enema previo a la operación de amígdalas. Interpretado como un acto de venganza por parte
de la madre motivado por la homosexualidad del chico, y lo que entro en la represión fue la
homosexualidad y junto a ella el potencial erótico anal) 🡪 Les presente este caso en calidad de caso
corriente que ilustra un síntoma en el que hay una regresión a un punto de fijación donde el trauma se
halla claramente.

Los analistas han considerado necesario postular que lo más normal es que existan situaciones pre-
genitales buenas a las que el individuo pueda regresar cuando se halle en dificultades en una fase
posterior. De esta manera ha nacido la idea de que hay dos clases de regresión con respecto al
desarrollo instintivo, una que consiste en regresar a una situación previa de fracaso y otra a una
situación previa de éxito.

Creo que no se ha prestado suficiente atención a la diferencia existente entre estos dos fenómenos.
En el caso de la situación de fracaso ambiental lo que vemos es prueba de unas defensas personales
organizadas por el individuo y que requieren análisis. En el caso más normal de la situación precoz de
éxito lo que vemos es más evidentemente el recuerdo de la dependencia y por consiguiente nos
encontramos con una situación ambiental más que, con una organización personal de defensa. La
organización personal no es tan obvia debido a que ha permanecido fluida, y menos defensiva. Al llegar
aquí debería mencionar que me estoy apoyando en una suposición: que hacia el principio teórico el
fracaso personal es menor y que a la larga es sólo un fracaso de la adaptación ambiental.

263
Nos ocupamos, por consiguiente, no sólo de la regresión a unos puntos de fijación buenos y malos en
las experiencias instintivas del individuo, sino también de la regresión a unos puntos buenos y malos
en la adaptación ambiental a las necesidades del yo y del ello en la historia del individuo.

Pongamos el énfasis en el desarrollo del yo y en la dependencia, y en este caso cuando hablamos de


regresión debemos hablar inmediatamente de la adaptación ambiental en sus éxitos y en sus fracasos.

Deseo ahora dejar bien claro, cómo divido artificialmente la obra de Freud en dos partes. Primero, está
la técnica del psicoanálisis tal como ha ido desarrollándose paulatinamente y tal como la aprenden los
estudiantes. El material presentado por el paciente debe ser entendido e interpretado. Y, en segundo
lugar, está el marco dentro del cual este trabajo se lleva a cabo.

Examinemos el marco clínico de Freud :


1. A una hora prefijada diariamente, Freud se colocaba al servicio del paciente. (La hora era fijada a
mayor conveniencia del analista y del paciente.)
2. El analista se hallaba allí, puntualmente.
3. Durante el breve período de tiempo fijado (una hora) el analista se mantenía despierto y se
preocupaba por el paciente.
4. El analista expresaba amor por medio del interés positivo que se tomaba por el caso, y expresaba
odio por su mantenimiento estricto de la hora de comenzar y la de acabar, así como en el asunto de
los honorarios. El odio y el amor eran expresados honradamente, es decir, no eran negados por el
analista.
5. El objetivo del análisis era el establecer contacto con el proceso del paciente, comprender el material
presentado, comunicar tal comprensión por medio de las palabras. La resistencia entrañaba
sufrimiento y podía ser suavizada por medio de la interpretación.
6. El método del analista era la observación objetiva.
7. Esta labor se realizaba en una habitación tranquila y en la que no hubiese riesgos de ruidos súbitos.
La habitación estaría iluminada apropiadamente, pero sin que la luz diese directamente en el rostro y
sin que fuese una luz variable. La habitación no tenía que estar a oscuras y estaría confortablemente
caldeada. El paciente se tumbaba en un diván, es decir, estaba cómodo, y probablemente una manta
y un poco de agua estarían a su alcance.
8. El analista se abstiene de juzgar moralmente la relación, no se entromete con detalles de su vida e
ideas personales y no toma partido en los sistemas persecutorios.
9. En la situación analítica el analista es mucho más digno de confianza que el resto de la gente en la
vida normal; en general es puntual, está libre de arrebatos temperamentales, de enamoramientos
compulsivos, etc.
10. Hay en el análisis una distinción muy clara entre la realidad y la fantasía, de manera que el analista
no recibe ningún daño a causa de algún sueño agresivo.
11. Es posible contar con la ausencia de una reacción del talión.
12. El analista sobrevive.

264
Si Freud no se hubiese comportado correctamente, no hubiera podido desarrollar la técnica
psicoanalítica ni la teoría a la que dicha técnica le condujo, por muy inteligente que fuese.

Para Freud hay tres personas, una de las cuales se halla excluida de la habitación analítica. Si solo
intervienen dos personas entonces es que ha habido una regresión del paciente en el marco analítico,
y el marco representa la madre con su técnica y el paciente es un niño pequeño. Hay un estado ulterior
de regresión en el cual solo una está presente: el paciente, eso resulta cierto incluso si en otro sentido,
desde el punto de vista del observador, hay dos personas.

Hasta este punto mi tesis puede plantearse del modo siguiente:


La enfermedad psicótica está relacionada con el fracaso ambiental en una fase temprana del
desarrollo emocional del individuo. El sentimiento de futilidad y de irrealidad es propio del desarrollo
de un self falso que se desarrolla como protección del self verdadero. El marco del análisis reproduce
las técnicas de maternalización más tempranas. Invita a la regresión por su confiabilidad.
La regresión de un paciente es un retorno organizado a una dependencia precoz o doble dependencia.
El paciente y el marco se funden en la situación originaria de éxito del narcisismo primario. La marcha
partiendo del narcisismo primario vuelve a iniciarse con el self verdadero capacitado para afrontar
situaciones de fracaso ambiental sin organización de las defensas que implican un falso self que
protege a un self verdadero.
Hasta este punto la enfermedad psicótica solamente puede ser aliviada por una provisión ambiental
especializada e interrelacionada con la regresión del paciente.
El progreso a partir de la nueva posición, con el verdadero self rendido ante el yo total, puede entonces
estudiarse en términos de los procesos complejos del crecimiento individual.
En la práctica se registra la siguiente secuencia de acontecimientos:
1. La provisión de un marco confiable.
2. La regresión del paciente al estado de dependencia, con la debida sensación de riesgo que ello
comporta.
3. El paciente siente un nuevo sentido del self, y el self hasta ahora oculto se rinde ante el yo total. Una
nueva progresión de los procesos individuales que se habían detenido.
4. Una descongelación de la situación de fracaso ambiental.
5. Partiendo de la nueva posición de fuerza del yo, la ira relacionada con el fracaso ambiental precoz,
sentido en el presente y expresado.
6. Retorno de la regresión a la dependencia siguiendo un progreso ordenado hacia la independencia.
7. Las necesidades y deseos instintivos se hacen realizables con auténtica vitalidad y vigor.

Ahora es necesario hacer un comentario sobre el diagnóstico de la psicosis. Al estudiar un grupo de


locos, hay que distinguir entre aquellos cuyas defensas se hallan en un estado caótico y aquellos que
han sido capaces de organizar una enfermedad. Seguramente, en caso de aplicar el psicoanálisis a la
psicosis, dicho tratamiento tendrá mayores probabilidades cuando se trate de una enfermedad muy
organizada.

265
El horror personal que me producen la leucotomía y la E.C.T. deriva de mi visión de la enfermedad
psicótica como organización defensiva creada para proteger el self verdadero; y también de mi
sensación de que la salud aparente con un falso self no tiene ningún valor para el paciente. La
enfermedad, con el self verdadero oculto, por muy dolorosa que sea, es el único estado satisfactorio,
a menos que podamos retroceder como terapeutas con el paciente y desplazar la situación originaria
de fracaso ambiental.

Con el paciente en estado de regresión la palabra «deseo» es incorrecta; en su lugar utilizamos la


palabra necesidad. Si un paciente en estado de regresión necesita tranquilidad, entonces, sin ella, no
puede hacerse nada en absoluto. El paciente en estado de regresión se halla próximo a revivir las
situaciones de sueño y recuerdo; un acting out del sueño puede ser la forma en que el paciente
descubra lo que es urgente, y el hablar de lo que se ha representado sigue al acto pero no puede
precederlo.

Permítanme hacer observaciones básicas sobre el tema de la regresión organizada a la dependencia.


Ésta es siempre extremadamente penosa para el paciente:
a) en un extremo se halla el paciente razonablemente normal; aquí se padece casi constantemente;
b) a medio camino nos encontramos con todos los grados de reconocimiento penoso de la precariedad
de la dependencia y de la doble dependencia;
c) en el otro extremo se halla el caso propio del hospital psiquiátrico; aquí es de suponer que el paciente
no sufre a causa de la dependencia. El sufrimiento es resultado del sentimiento de futilidad, irrealidad,
etc.

Es innegable que de la experiencia de la regresión se obtenga una satisfacción extrema. No se trata de


una satisfacción sensorial, sino que se origina en que la regresión alcanza y aporta un punto de partida,
lo que yo llamaría un lugar desde el cual actuar. Se alcanza el self. El sujeto establece contacto con los
procesos básicos del self que constituyen el verdadero desarrollo, y lo que a partir de aquí sucede es
percibido como real. La satisfacción correspondiente a esto es mucho más importante que cualquier
elemento sensual en la experiencia regresiva, tanto que basta con mencionar esta última.

No hay ningún motivo por el cual el analista deba querer que el paciente haga una regresión, excepto
por motivos patológicos. Si a un analista le gusta que sus pacientes efectúen una regresión, el hecho
acabará forzosamente por interferir en el control de la situación regresiva. Es más, el psicoanálisis que
involucre una regresión clínica es mucho más difícil desde el principio que el psicoanálisis en el cual no
hay que hacer ninguna provisión especial de ambiente adaptable. Dicho de otro modo, sería agradable
poder aceptar en análisis solamente aquellos pacientes cuyas madres, al comienzo y durante los
primeros meses, hubiesen sido capaces de aportar condiciones suficientemente buenas.

Así, surge ante nosotros la siguiente pregunta: ¿Qué hacen los analistas cuando aparece la regresión?
Algunos dan órdenes, pero esto no es psicoanálisis. Otros dividen su trabajo en dos partes, aunque por
desgracia no siempre reconocen plenamente lo siguiente: que son estrictamente analíticos y que

266
actúan intuitivamente. Aquí surge la idea del psicoanálisis como arte. La idea del psicoanálisis como
arte debe ceder gradualmente ante el estudio de la adaptación ambiental relativa a las regresiones de
los pacientes. Pero mientras se siga sin desarrollar el estudio científico de la adaptación ambiental
supongo que los analistas debemos continuar siendo artistas en nuestro trabajo. El analista puede ser
un buen artista, pero a menudo me he hecho la siguiente pregunta: ¿a qué paciente le interesa ser el
poema o el cuadro de otra persona?
Sé por experiencia que algunos dirán que todo esto lleva a una teoría del desarrollo que hace caso
omiso de las primeras fases del desarrollo del individuo, que adscribe el desarrollo precoz a factores
ambientales. Esto es completamente falso. En el desarrollo temprano del ser humano, el medio
ambiente que se comporta bien da lugar al crecimiento personal. Entonces los procesos del self pueden
seguir activos, en una línea ininterrumpida de crecimiento vital. Si el ambiente no se comporta
bastante bien, el individuo se encuentra metido en unas reacciones ante los ataques, viéndose
interrumpidos los procesos del self. Si este estado de cosas alcanza un límite cuantitativo, el núcleo del
self empieza a ser protegido, hay un retraso. El self es incapaz de seguir progresando a menos y en
tanto que el fracaso ambiental sea corregido en la forma que he descrito: con el self verdadero
protegido, se desarrolla un falso self edificado sobre la base de una defensa-sumisión, la aceptación de
la reacción ante los ataques.
El desarrollo de un falso self constituye una de las más afortunadas organizaciones de defensa creadas
para la protección del núcleo del verdadero self, y su existencia da por resultado el sentimiento de
futilidad.

Mientras el centro de operaciones del individuo se halla en el self falso, existe un sentimiento de
futilidad, y en la práctica nos encontramos con el cambio al sentimiento de que la vida vale la pena en
el momento en que el centro de operaciones pasa del self falso al self verdadero, incluso antes de que
el núcleo del self se rinda del todo ante el yo total.
Cabe formular un principio fundamental de la existencia: aquello que procede del verdadero self se
siente como real (más adelante como bueno) sea cual fuere su naturaleza, por muy agresivo que sea;
aquello que sucede en el individuo como reacción a los ataques ambientales se siente como irreal, fútil
(más adelante malo), por muy satisfactorio que resulte sensualmente.

Resumen
Se llama la atención sobre el tema de la regresión tal como se produce en el marco psicoanalítico. Se
informa de algunos casos de tratamiento psicológico que han obtenido éxito en adultos y niños y que
demuestran el empleo creciente de las técnicas que permiten la regresión. Es el psicoanalista,
familiarizado con la técnica necesaria para el tratamiento de la psiconeurosis, quien mejor puede
comprender la regresión y la implicación teórica de las esperanzas del paciente propias de la necesidad
de efectuar la regresión.
La regresión puede presentarse en cualquier grado, localizada y momentánea, total o involucrando la
vida total de un paciente durante una fase. Las regresiones de tipo menos severo ofrecen un material
fructífero para la investigación.

267
De este estudio surge una nueva comprensión del «verdadero self» y del «falso self así como del «yo
observador» y de la organización del yo que permite que la regresión sea un mecanismo curativo, un
mecanismo que queda en potencia a no ser que exista una nueva adaptación ambiental digna de
confianza que el paciente puede utilizar para corregir el fracaso originario de adaptación. Aquí la labor
terapéutica en el análisis se enlaza con la realizada dentro de los cuidados recibidos por el pequeño, la
amistad, el disfrute de la poesía, y de las inquietudes culturales en general. Pero el psicoanálisis puede
permitir y utilizar el odio y la ira propios del fracaso originario, efectos importantes que son
susceptibles de destruir el valor de la terapia llevada a cabo por métodos no analíticos.
Al recobrarse de la regresión el paciente, cuyo ser estará más rendido ante el yo, necesita del análisis
ordinario tal como se ha creado para el control de la posición depresiva y del complejo de Edipo en las
relaciones interpersonales.

COMENTARIO DE TEÓRICOS DE GAUDIO:


Se propone ver qué lugar ocupa la regresión en la labor analítica, hay casos en los que para que el
tratamiento sea eficaz debió permitirse una regresión en búsqueda del verdadero Self del niño, en uno
de ellos tardó 4 años en llegar al nivel más profundo de regresión, después del cual se inició un progreso
en el desarrollo emocional. Tuvo que examinar su técnica y llevar a cabo más autoanálisis.
Definición de REGRESIÓN: lo contrario al progreso. El progreso es la evolución del individuo, el
psicosoma, la personalidad y la mente con la formación del carácter y la sociabilización. El progreso
comienza a partir de un momento anterior al nacimiento ya que hay un impulso biológico hacia el
progreso. Uno de los principios del psicoanálisis sostiene que la salud implica continuidad con respecto
a este progreso evolutivo de la psiquis y que la salud es la madurez del desarrollo emocional adecuada
a la edad del individuo, madurez respecto al proceso evolutivo. No puede haber una simple inversión
del progreso, para que ello ocurra debe haber una organización en el individuo que permite que se
produzca una regresión.

Una falla ambiental, un fracaso adaptativo del medio, trae como resultado el desarrollo de un falso
self, existe la expectativa de que puedan surgir condiciones favorables que justifiquen la regresión y
ofrezcan una nueva oportunidad para el desarrollo progresivo, el que inicialmente fue difícil debido a
una falla ambiental. Es normal y saludable que un individuo pueda defender al Self contra las fallas
ambientales específicas mediante un congelamiento de la situación de fracaso, desde esta perspectiva
puede estudiarse la regresión en personas sanas. En los casos más normales, hay buenas situaciones
pregenitales a las que el individuo puede volver cuando choca con dificultades en una etapa posterior.
Se puede regresionar a una situación previa de fracaso o a una situación previa de éxito, en esta última
hay un recuerdo de dependencia, por lo tanto una situación ambiental más que una organización
defensiva.
La tesis de Winnicott es que la enfermedad psicótica está relacionada con fracaso ambiental en una
etapa temprana del desarrollo emocional del individuo. El sentido de irrealidad corresponde al
desarrollo de un falso self que surge para proteger al verdadero self. El marco de análisis reproduce las
primeras y más tempranas técnicas maternas. Invita a la regresión por su confiabilidad, se produce una
regresión a la temprana dependencia. El progreso del narcisismo primario comienza nuevamente con

268
un self capaz de enfrentar las situaciones de fracaso ambiental, sin la organización de las defensas que
implican un falso self que protege al verdadero.
Progreso a partir de la nueva posición con el verdadero self entregado al yo total (regresividad total)
nueva PROGRESIÓN de los procesos individuales que habían quedado detenidos, descongelamiento de
la situación de fracaso ambiental.
En el desarrollo temprano el medio que se comporta suficientemente bien permite que el desarrollo
personal tenga lugar. Con suficientemente bien se refiere a una adaptación activa y bastante buena.
Los procesos del self pueden mantenerse así activos, en una línea ininterrumpida de crecimiento vital.
Si el medio no se comporta bastante bien el individuo se
ve envuelto en reacciones frente a esa falla y los procesos del self pueden quedar interrumpidos.
Detención en la que el self no puede hacer nuevos progresos a no ser que la situación de fracaso
ambiental sea corregida. Una vez protegido el verdadero self se desarrolla el falso self construido sobre
una base defensiva, reaccionan frente al medio, el desarrollo de un falso self constituye una de las
organizaciones defensivas más eficaces destinada a la protección del núcleo del self verdadero y su
resultado es el sentimiento de
futilidad.

Winnicott, D. (1991). “El juego en la situación analítica”. “Notas sobre el juego”. (UNIDAD TEMÁTICA
B)

Winnicott, D. (2009). Punto 40 “El juego del garabato” (Caso clínico L, de siete años y medio, en UB).

Capítulo “Un caso de psiquiatría infantil que ilustra la reacción tardía ante la pérdida”.

El día posterior a su undécimo cumpleaños, Patrick sufrió la pérdida de su padre, que murió ahogado.
La forma en que él y su madre usaron la asistencia profesional que necesitaban ilustra la función del
psicoanalista en psiquiatría infantil. Al principio, la madre tenía muy escasa comprensión de la
psicología y gran hostilidad hacia los psiquiatras, pero gradualmente fue desarrollando las cualidades
y el insight necesarios. De hecho, llegó a cumplir con la función de cuidado mental de Patrick durante
el derrumbe de este y se sintió muy estimulada por su capacidad para emprender esta pesada tarea y
tener éxito en ella.

Evolución del contacto del psiquiatra con el caso.

Toda vez que es posible, obtengo la historia de un caso mediante entrevistas psicoterapéuticas con el
niño. La historia contiene los elementos fundamentales y nada importa que algunos aspectos así
obtenidos resulten ser incorrectos. Es mínima la cantidad de preguntas formuladas en aras de la
prolijidad o de llenar lagunas. Con este método, es posible evaluar el grado de integración de la
personalidad del niño, su capacidad para soportar conflictos y tensiones, la fuerza y clase de sus
defensas, así como la confiabilidad o falta de confiabilidad de la familia y del ambiente en general. Los
principios aquí enunciados son los mismos que singularizan a un tratamiento psicoanalítico. La
diferencia entre el psicoanálisis y la psiquiatría infantil radica principalmente en que el primero trata
de tener la posibilidad de hacer lo mejor posible, en tanto que en el segundo caso, uno se pregunta

269
¿cuánto uno necesita hacer? He comprobado, para mi sorpresa, que un caso de psiquiatría infantil
puede enseñarle mucho al psicoanalista, aunque la deuda mayor se da en la dirección opuesta.

Primer contacto. Una mujer (madre de patrick) me telefoneó en forma inesperada para decirme que
había resuelto, contra su voluntad, correr el riesgo de consultar a alguien en relación con su hijo, que
estaba en la escuela preparatoria, y una amiga le había dicho que probablemente yo no fuera tan
peligroso como la mayoría de los de mi especie. Me contó que el padre del niño había muerto ahogado
en un accidente, que Patrick había sido responsable hasta cierto punto de la tragedia, que ella y su hijo
mayor aún estaban muy perturbados y que el efecto de este hecho sobre Patrick había sido complejo.
Patrick se había vuelto “emotivo”.

Primera entrevista con Patrick. (Dos meses después de la entrevista con su madre) Patrick vino con su
madre. Evidentemente, era inteligente y simpático, y se mantenía muy atento. Le dedique todo el
tiempo de la entrevista (dos horas) que en ningún momento resultó difícil para él o para mí. Solo que
durante la parte más tensa de la consulta me fue imposible tomar notas. Lo que sigue fue escrito al
finalizar la entrevista. Patrick dijo que no le estaba yendo bien en la escuela pero que “le gustaba el
esfuerzo intelectual”. Comenzamos a jugar al “juego del garabato” (en el que yo hago un garabato para
que el chico lo convierta en alguna otra cosa, y luego él hace uno para que yo lo convierta en alguna
otra cosa). Al mío lo convirtió en un elefante y al suyo lo convirtió en “algo abstracto”. Su dibujo
mostraba su sentido del humor, lo cual es importante como pronóstico. Su decisión de transformar el
garabato en algo abstracto se vinculaba con el peligro, muy real en su caso, de que a raíz de su muy
buena capacidad intelectual escapara de las tensiones emocionales refugiándose en la
intelectualización compulsiva, y por sus temores paranoides, que luego se pusieron en evidencia, había
una base aquí para suponer un sistema organizado de pensamiento. Yo convertí su garabato en dos
figuras sobre las cuales él dijo que era “una madre sosteniendo a un bebe”. Yo no sabía a la sazón que
aquí había ya una indicación sobre la principal necesidad terapéutica. Luego convirtió un garabato en
“una madre regañando a su hijo” y aquí puede verse en parte su deseo de ser castigado por la madre.

Luego de eso empezó a charlar y el dibujo pasó a segundo plano. Entre lo que conversamos estuvo lo
siguiente: durante el primer cuatrimestre en la escuela había tenido un sueño. Dos noches antes de la
mitad del cuatrimestre, había estado enfermo, víctima de una epidemia. En el sueño la encargada del
internado le decía que se levantara y fuese al vestíbulo, donde daban de comer a los vagabundos.
¿Están todos presentes? Gritaba la encargada, había quince pero faltaba uno, aunque nadie sabía que
faltaba uno. El resto del sueño tenía que ver con un bebe que brincaba encima de un colchón. (Supuse
que la persona que faltaba era una referencia al padre muerto). Le pregunté: “¿Cómo sería para ti un
sueño lindo? Respondió enseguida: La dicha, ser cuidado, sé que es eso lo que quiero. A otra pregunta
mía respondió que sabía lo que era la depresión, en especial desde la muerte de su padre.

Quería a su papá, aunque no lo veía mucho. “Mi padre era muy bueno pero la verdad es que mamá y
papá estaban continuamente en tensión”. Continuó contando lo que había visto: “Yo era el vínculo que
los unía. Trate de ayudar. Para el Papa era atroz que se arreglaran las cosas de antemano, esta era una
de sus fallas. Entonces mamá se quejaba. En realidad se complementaban muy bien uno con el otro,
pero se enfrentaban entre sí por pequeñas cuestiones y la tensión crecía y volvía a crecer, y para mí la

270
única solución era que se unieran. El Papa trabaja excesivamente. Tal vez no fue muy feliz. Le provocaba
una gran carga venir cansado a casa y encontrarse con que su mujer le había fallado.

Durante el resto de esta larga y llamativa entrevista, repasamos en detalle el episodio de la muerte de
su padre. Patrick dijo que “tal vez se había suicidado” o que quizás la falta había sido de él (de Patrick):
era imposible saberlo. Estuvieron a punto de morir ahogados los dos, pero cuando ya estaba
anocheciendo, poco después de que su padre se hundiera, Patrick fue rescatado por azar. Por un
tiempo no supo que su padre había muerto, al principio le dijeron que estaba en el hospital. Comentó
que él creía que su madre se habría suicidado si su padre hubiese conservado la vida, porque la tensión
entre ellos era tan grande, que es imposible pensar que pudiesen continuar los dos sin que uno
muriera. Había, por lo tanto, un sentimiento de alivio, y señaló que todo esto le provocaba mucha
culpa. Al final habló acerca de los enormes temores que había sentido desde que era muy niño.
Describió su gran temor asociado con las alucinaciones que tenía, visuales y auditivas e insistió que su
enfermedad, “si es que estaba enfermo”, era previa a la tragedia.

Patrick dibujó una casa, y marcó los diversos lugares en que se le aparecían figuras persecutorias
masculinas. La principal zona peligrosa era el baño, y había un solo lugar donde podía orinar si quería
evitar las alucinaciones persecutorias. Las alucinaciones eran, según él, fantasmas de un hombre
vengativo que volvía, pero eran anteriores a la tragedia.

En esta entrevista, el acento estuvo puesto en el episodio de la muerte del padre, recordado y descrito
por Patrick con cierto desapego. Esto me permitió tener una vislumbre de la personalidad y carácter
de este paciente, además aprendí que: Patrick estaba empezando a sentirse culpable por la muerte del
padre, todavía no experimentaba tristeza, sentía como un peligro la llegada de emociones durante
tanto tiempo postergadas, temía estar enfermo, había indicios de un factor desconocido importante,
representado por el dibujo que no tuvo explicación (el del bebe brincando) y que en la escuela había
tenido enfermedades poco definidas, con motivo de las cuales se agenció al cuidado de la encargada.
Posteriormente me enteré que había creado este síntoma deliberadamente, porque no sabía de qué
otra manera obtener el cuidado personal especial que él necesitaba. Patrick retorno a la escuela de
internado.

El acontecimiento siguiente fue una llamada urgente de la madre y del propio Patrick pidiéndome que
lo atendiera de inmediato. Patrick se había escapado de la escuela y había tomado el tren que lo llevaba
a su casa con un montón de libros en latín. Dijo que tenía que hacer sus tareas de latín en el hogar
porque en la escuela no podía, y no estaba cumpliendo con sus obligaciones escolares. Como se ve, era
totalmente incapaz de pedir ayuda ante la amenaza de derrumbe psíquico.

Segunda entrevista con Patrick. En términos comparativos, esta entrevista transcurrió sin novedades.
Patrick confesó que había pensado en escaparse en el cuatrimestre de otoño. Un chico había cometido
un error elemental, y uno de los preceptores dijo que merecía ser apaleado y no seguir en la escuela.
La reacción de Patrick ante este incidente menor fue violenta; se enfermó y tuvieron que llevarlo a la
enfermería de la escuela. Patrick mostraba una predisposición a la paranoia y era hipersensible ante
cualquier idea de castigo o de censura. Su preceptor, que de ordinario era para él una figura benévola

271
en su vida, se había vuelto una amenaza para él. Desde el punto de vista clínico, Patrick había pasado
a ser un niño con una enfermedad psiquiátrica, carente de insight y con angustias de tipo paranoide.
Le aconseje que se quedara en casa todo el fin de semana y hable a tal efecto con las autoridades de
la escuela: ellas me dijeron que a su juicio la madre de Patrick estaba demasiado perturbada como
para serle de ayuda, pero insistí en que el chico tenía que permanecer en su casa.

Tercera entrevista. El domingo Patrick debía regresar a la escuela. Se encerró en el baño y no quiso
salir, ni venir a verme. Finalmente se lo obligó a que saliera y me viniera a ver, como una emergencia.
Tuve que instarlo a que bajara del automóvil deportivo de su hermano. Esta tercera entrevista fue muy
intensa y no pude tomar notas. La comunicación se dio en un nivel más profundo, Patrick me contó
muchas cosas sobre sí mismo y su familia y al final le dije que “estaba enfermo”. Sin embargo, Patrick
no estaba oficialmente enfermo. Este fue el momento decisivo en el manejo del caso. Puede decirse
que a partir de ahí se inició un lento proceso de recuperación, aunque el primer gran paso hacia
adelante se dio luego de la siguiente entrevista, en la que se pudo dilucidar el factor que había quedado
como una incógnita en la primera.

Cuarta entrevista. Patrick vino solo. Dijo que venía por un motivo específico y era que ahora
comprendía el dibujo del bebe brincando. En su empeño por entender el significado de este inesperado
dibujo, había estado charlando con su madre y ella le contó cuál había sido el comportamiento de
Patrick al año y medio cuando ella tuvo que ausentarse por seis semanas, a partir de una operación.
Mientras su madre estuvo ausente, él se había quedado con unos amigos supuestamente adecuados
para atenderlo, pero que lo excitaron más y más. Su padre lo visitaba todos los días. Patrick se había
vuelto en realidad híper-excitable: “Era como el dibujo, y cuando mamá me contó de todo esto recordé
los barrotes de la cuna”. Evidentemente, había existido en ese periodo el peligro real de que se cortase
el hilo de la continuidad de su ser. La madre había retornado justo a tiempo. Fue un periodo de peligro
cuando tenía un año y medio, con una defensa maníaca in crescendo que prontamente se convirtió en
una depresión al llegar la madre. Patrick salió de esta entrevista inmensamente aliviado, y su madre
me informó luego que había tenido una marcada mejoría clínica, la cual perduró y poco a poco llevó a
su restablecimiento.

Se inició entonces un periodo no determinado de regresión, en el que Patrick, convertido en un niño


de 4 años, iba a todas partes con su madre sin soltarle la mano. Nadie sabía cuánto llegaría a durar
esto. Tres semanas después la madre me telefoneó para hacerme saber que había recibido una carta
escrita por Patrick con letra muy infantil, en la que decía lo siguiente: “1. ¿Me quieres? 2. Muchas
gracias. 3. ¿Puedo volver a ver al Dr. W.W pronto?”.

Quinta entrevista. Patrick había tenido un sueño que lo tuvo asustado todo el día. Lo había soñado para
la entrevista. Por las asociaciones espontáneas, resultó claro, con respecto a este sueño, que el temor
al agua se sumaba al desmoronamiento general del estado de ánimo durante el episodio en que su
padre murió ahogado. Patrick tuvo tiempo en estas circunstancias de ponerse en contacto con sus
sentimientos de culpa y toda la agonía del estado de ánimo que se le desmoronaba al ver como se
ahogaba su padre y que él mismo estaba a punto de ahogarse, aunque después lo rescataron. Al soñar
este sueño, puso de relieve que cobraba control sobre el episodio, y al recordarlo y comunicarlo

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desplegó aún más la fuerza de su organización yoica, además, cuando pidió verme estaba demostrando
con ello su capacidad de creer en su madre, en mi como padre sustituto, y en nuestro trabajo conjunto
como figuras parentales que actuaban al unísono.

Primera entrevista con la madre. Cinco meses mas tarde de la entrevista por teléfono. Esta fue la
primera entrevista personal que tuve con la madre. La razón principal de que hasta entonces no la
hubiera visto es que el caso me llegó cuando no tenía horas libres en absoluto. Patrick había vuelto a
un estado regresivo de dependencia e inmadurez, y estaba al cuidado de ella y otras personas del lugar.
Se había puesto en evidencia la capacidad de confiabilidad básica de la madre.

Séptima entrevista con Patrick. Poco después de esta consulta surgió una complicación, a raíz de que
la escuela no dio crédito a la enfermedad de Patrick y le envió los formularios para un examen, con un
resultado catastrófico. Penosamente, Patrick reunió fuerzas y procuro salir de su retraimiento y
enfrentar el desafío, pero al mismo tiempo perdió toda capacidad de relajación y se sintió gravemente
angustiado y perseguido. Por entonces, había logrado emerger de su regresión a la dependencia.
Dispuse las cosas de modo de ver a Patrick de inmediato y prohibí absolutamente todas las pruebas y
exámenes, diciéndole que debía tirar los formularios a la basura. El resultado inmediato de esta
consulta y de mi firme decisión respecto de los formularios de examen fue que Patrick recobró su
manera relajada de actuar, retorno rápidamente a su retraimiento regresivo y volvió a sentirse
completamente feliz en la casa de fin de semana. Pudo trabajar mucho con los exámenes, sin ninguna
angustia. El día del aniversario de la muerte de su padre, Patrick dijo: “¡Oh gracias al cielo que terminó!
No fue ni la mitad de lo malo que yo suponía. Enseguida pareció recobrar su salud: se le desató la cara”.

Segunda entrevista con la madre. Esta segunda entrevista con la madre fue importante, y fue necesaria
debido a que la madre estaba enojada conmigo y tenía que encontrar una expresión para su enojo. En
el curso de la entrevista se vio que yo la había recargado demasiado, y de hecho, yo sabía que así era.
Le había pedido que pospusiera su reacción ante la muerte de su esposo con el fin de cuidar a Patrick
y había confiado en que ella asumiría su responsabilidad con respecto al niño cuando se produjo el
derrumbe de este. Tercera entrevista (nada importante que rescatar).

Cuarta entrevista con la madre. La madre informó que Patrick había hecho bastantes progresos. Pasó
al primer puesto de su grado y disfrutaba con sus quehaceres, el informe de la escuela era bueno.
Estaba más contento, dormía bien, y sus fobias se habían reducido a cero. La madre estaba ayudándolo
a programar para el segundo aniversario una reunión sencilla.

Winnicott “ Capítulo 3: Realidad y juego en El juego, exposición teórica”


No estudio el trozo de tela o el osito que usa el bebé; no se trata tanto del objeto usado como del uso
de ese objeto. Objeto transicional.

Exposición teórica

273
La psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta. Está
relacionada con dos personas que juegan juntas. Cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta
se orienta a llevar al paciente a un estado en que le es posible jugar.

El juego y la masturbación.

Cuando un niño juega falta en esencia el elemento masturbatorio: que si la excitación física o el
compromiso instintivo resultan evidentes cuando un chico juega, el juego se detiene, o queda
arruinado. Melanie Klein cuando se ocupaba del juego se refiere casi siempre al uso de este y no como
una cosa en sí misma. Hay una diferencia significativa entre el sustantivo "juego" y el verbo
substantivado "el jugar".

Todo lo que diga sobre el jugar de los niños también rige para los adultos, solo que el asunto se hace
de más difícil descripción cuando el material del paciente aparece en términos de comunicación verbal.
En mi opinión, el jugar resulta tan evidente en los análisis de los adultos como en niños. Se manifiesta,
por ejemplo, en la elección de palabras, en las inflexiones de la voz, y en el sentido del humor.

Fenómenos transicionales

El significado del jugar adquiere un nuevo color desde el tema de los fenómenos transicionales
(universales). El jugar tiene un lugar y un tiempo. No se encuentra adentro. Tampoco está afuera, no
forma parte del mundo repudiado, el no-yo, lo que el individuo ha decidido reconocer (con dificultad
y dolor) como verdaderamente exterior, fuera del alcance del dominio mágico. Para dominar lo que
está afuera es preciso hacer cosas, no sólo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer.

El jugar en el tiempo y en el espacio

Para asignar un lugar al juego postulé la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la madre.
Varía según las experiencias vitales. Este espacio se enfrenta a) al mundo interior (la asociación
psicosomática) y b) a la realidad exterior.

Lo universal es el juego y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y conduce a relaciones de grupo;


puede ser una forma de comunicación en psicoterapia y el psicoanálisis se ha convertido en una forma
especializada de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás. Lo natural es el
juego. Caso Edmund. Caso Diana (hermano enfermo del corazón).

Teoría del juego:

Secuencia de relaciones vinculadas con el proceso de desarrollo y buscar donde empieza el jugar.

A. El niño y el objeto se encuentran fusionados. La visión que el primero tiene del objeto es subjetiva,
y la madre se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar.

B. El objeto es repudiado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Este complejo proceso depende
de que exista una figura materna dispuesta a participar y a devolver lo que se ofrece.

274
Ello significa que la madre (o parte de ella) se encuentra en un "ir y venir" que oscila entre ser lo que
el niño tiene la capacidad de encontrar y, alternativamente, ser ella misma, a la espera que la
encuentren. Sí puede representar ese papel durante un tiempo, sin admitir impedimentos, entonces
el niño vive cierta experiencia de control mágico, de "omnipotencia".

En el estado de confianza que se forma cuando la madre puede hacer bien esto, el niño empieza a
gozar de experiencias basadas en un "matrimonio" de la omnipotencia de los procesos intrapsíquicos
con su dominio de lo real. La confianza en la madre constituye un campo de juegos intermedio, en el
que se origina la idea de lo mágico, ya que el niño experimenta la omnipotencia. Es un espacio potencial
que existe entre la madre y el hijo, o que los une.

El juego es muy estimulante. Lo que importa es lo precario de la acción recíproca entre la realidad
psíquica personal y la experiencia del dominio de objetos reales. Se trata de la precariedad de la magia,
que surge en la intimidad, en una relación digna de confianza. Para ser tal, es forzoso que la relación
tenga por motivo el amor de la madre, o su amor-odio, o su relación objetal, y no formaciones de
reacción. Cuando un paciente no puede jugar, el terapeuta debe esperar este importante síntoma
antes de interpretar fragmentos de conducta.

C. La etapa siguiente consiste en encontrarse solo en presencia de alguien. El niño juega sobre la base
del supuesto de que la persona a quien ama y que por lo tanto es digna de confianza se encuentra
cerca, y que sigue estándolo cuando se la recuerda, después de haberla olvidado. Se siente que dicha
persona refleja lo que ocurre en el juego.

D. El niño se prepara para permitir una superposición de dos zonas de juego y disfrutar de ella. Primero,
es la madre quien juega con el bebé, pero cuida de encajar en sus actividades de juego. Tarde o
temprano introduce su propio modo de jugar, y descubre que los bebés varían según su capacidad para
aceptar o rechazar la introducción de ideas que les pertenecen. Así queda allanado el camino para un
jugar juntos en una relación.

Psicoterapia

En esa zona de superposición entre el juego del niño y el de la otra persona, existe la posibilidad de
introducir enriquecimientos. El maestro apunta a ese enriquecimiento. El terapeuta, en cambio, se
ocupa de los procesos de crecimiento del niño y de la eliminación de los obstáculos evidentes para el
desarrollo. La teoría psicoanalítica ha permitido una comprensión de esos bloqueos. Sería un punto de
vista estrecho suponer que el psicoanálisis es el único camino para la utilización terapéutica del juego
del niño.

Es bueno recordar que el juego es por sí mismo una terapia. Conseguir que los chicos jueguen es ya
una psicoterapia de aplicación inmediata y universal, incluye el establecimiento de una actitud social
positiva respecto del juego. Tal actitud debe contener el reconocimiento de que este siempre puede
llegar a ser aterrador. El rasgo esencial es el siguiente: el juego es una experiencia creadora, y es una
experiencia en el continuo espacio-tiempo, una forma básica de vida. Su precariedad se debe a que
siempre se desarrolla en el límite entre lo subjetivo y lo que se percibe de manera objetiva.

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El juego de los niños lo contiene todo, aunque el psicoterapeuta trabaje con el material, con el
contenido de aquel. La conciencia de que la base del juego del paciente es una experiencia creadora
que necesita espacio y tiempo, y que tiene una intensa realidad, nos ayuda a entender nuestra tarea.
Esta observación nos permite entender cómo puede efectuarse una psicoterapia profunda sin
necesidad de interpretación. El momento importante es aquel en el cual el niño se sorprende a sí
mismo, no el momento de mi inteligente interpretación.

La interpretación fuera de la madurez del material es adoctrinamiento, y produce acatamiento. Un


corolario es el de que la resistencia surge de la interpretación ofrecida fuera de la zona de
superposición entre el paciente y el analista que juegan juntos. Cuando aquel carece de capacidad
para jugar, la interpretación es inútil o provoca confusión. Cuando hay juego mutuo, la interpretación
psicoanalítica, puede llevar adelante la labor terapéutica.

Resumen

a) Lo que interesa es el estado de casi alejamiento, parecido a la concentración de los niños mayores y
los adultos. El niño que juega habita en una región que no es posible abandonar con facilidad y en la
que no se admiten intrusiones.

b) Esa zona de juego no es una realidad psíquica interna, se encuentra fuera del individuo, pero no
es el mundo exterior.

c) En ella el niño reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior y los usa al servicio de una muestra
derivada de la realidad interna o personal. Sin necesidad de alucinaciones, emite una muestra de
capacidad potencial para soñar y vive con ella en un marco elegido de fragmentos de la realidad
exterior.

d) Al jugar, manipula fenómenos exteriores al servicio de los sueños, e inviste a algunos de ellos de
significación y sentimientos oníricos.

e) Hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de este al juego compartido, y
de él a las experiencias culturales.

f) El juego implica confianza, y pertenece al espacio potencial existente entre el bebé y la figura
materna, con el primero en un estado de dependencia casi absoluta y dando por sentada la función
de adaptación de la figura materna.

g) El juego compromete al cuerpo:

i) debido a la manipulación de objetos

ii) porque ciertos tipos de interés intenso se vinculan con algunos aspectos de la excitación corporal.

h) La excitación corporal en las zonas erógenas amenaza el juego, y el sentimiento del niño de que
existe como persona. Los instintos son el principal peligro, para el juego como para el yo; en la

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seducción, algún agente exterior explota los instintos del niño y ayuda a aniquilar su sentimiento de
que existe como unidad autónoma, con lo cual el juego resulta imposible.

i) En esencia el juego es satisfactorio. Ello es así cuando conduce a un alto grado de ansiedad. Existe
determinada medida de ansiedad que resulta insoportable y que destruye el juego.

j) El elemento placentero del juego contiene la inferencia de que el despertar de los instintos no es
excesivo; el que va más allá de cierto punto lleva a: i) La culminación; ii) culminación frustrada y
sentimiento de confusión mental e incomodidad física iii) una culminación alternativa.

k) El juego es intrínsecamente excitante y precario. Esta característica deriva de la precariedad de la


acción recíproca, en la mente del niño, entre lo que es subjetivo (casi alucinación) y lo que se percibe
de manera objetiva (realidad verdadera o compartida).

KLEIN WINNICOTT
SEMEJANZAS Juego como actividad privilegiada en Juego como actividad privilegiada en
niños. niños.
Lo relevante que es que un niño no Lo relevante que es que un niño no
juegue juegue
Ambos se basan en aportes freudianos Ambos se basan en aportes
freudianos

CÓMO CONSIDERAN Como vía regia de acceso al icc como Actividad creadora
AL JUEGO técnica 🡪 equivalente a la asociación Espacio transicional
libre Universal
Que compromete el cuerpo
Excitante necesario
Indicador de salud 🡪 saludable
IMPORTANCIA DEL Representa las fantasías No es importante porque la Salud
CONTENIDO DEL fundamentales para dar lugar a que está puesta en el juego en sí mismo
JUEGO esos parámetros surjan
LUGAR DEL ANALISTA Ofrecer interpretaciones para dar Tratar de que el chico juegue.
lugar a que esos fantasías surjan No interpretar el contenido

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