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CAPÍTULO 1
Introducción
_ La Psicología Evolutiva de la Adolescencia aborda un tema central del ciclo vital: la complejidad de
los procesos psíquicos que conducen al adolescente desde la familia hacia la cultura, constituyendo
un proceso gradual, progresivo y doloroso. Es necesario, no obstante, realizar algunas precisiones
iniciales acerca del contexto histórico y sociocultural en el cual surge la Psicología del desarrollo y
que generó, en consecuencia, diversas teorías acerca de la adolescencia.
Probablemente, el primero que utilizó el término Adolescencia, en el siglo XVIII, fue Jean Jacques
Rousseau, en su libro Emilio (1762), para referirse a un período específico del desarrollo humano, con
características muy definidas y lo nombró como un segundo nacimiento. Se hizo eco de los conceptos
de Platón, en la República, postulando que los niños deberían ser libres de expresar sus energías para
desarrollar sus talentos especiales. Esta perspectiva sugiere que el desarrollo normal tiene lugar en
un ambiente no restrictivo, simplemente de apoyo, idea que hoy nos resulta muy familiar.
Sin embargo, la adolescencia no recibió atención por parte de los investigadores hasta casi dos siglos
después, en 1900, cuando la sociedad urbana e industrial necesitó prolongar los años de la infancia.
Surge entonces en la segunda mitad del siglo XIX y los comienzos del XX como una segunda infancia,
cuando los avances tecnológicos hicieron innecesaria la mano de obra infantil y juvenil. En
consecuencia, comienza la aplicación de la educación obligatoria hasta los 16 años ya que era el
único medio para socializar adecuadamente a las nuevas generaciones que estaban sufriendo estas
transformaciones sociales, al mismo tiempo que se originan las primeras medidas que ofrecen un
"trato especial" a los adolescentes infractores de las leyes. Nacen así las primeras ideas que imperan
actualmente del adolescente como un individuo "en formación", al no exigírsele las mismas
responsabilidades que a un adulto.
También en el siglo XIX la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin dio un fuerte
impulso al examen científico del desarrollo. Su hincapié en el instinto de supervivencia de las
distintas especies (lo que Freud llamaría las pulsiones de autoconservación) estimuló el interés por la
observación, en principio de los niños, como medio de identificar los distintos modos en los que se
adaptan al entorno y como forma también de aprender sobre el peso de la herencia en el
comportamiento humano.
La teoría darwiniana constituye un cuerpo doctrinal de carácter naturalista, con amplias influencias
sociológicas y psicológicas -por ejemplo, Freud en Tótem y Tabú (1913) o Stanley Hall en Adolescence
(1904), que explica las transformaciones graduales, continuas e irreversibles del mundo sobre la base
de la selección natural, que lleva a la supervivencia, propagación y combinación de los caracteres
más adecuados.
Los adultos del siglo XIX tenían autoridad y la sociedad les atribuía experiencia y sabiduría para
coaccionar la conducta de sus hijos. La autoridad del hombre era considerablemente mayor que la de
la mujer, ya que su vida se desarrollaba en el espacio público que estaba más jerarquizado que el
ámbito privado concedido a la mujer. Desde su espacio íntimo, la madre servía de respaldo a la
autoridad del padre. Proponían valores, normas y las defendían. La adolescencia duraba hasta los 21
años, aproximadamente, y la educación se basaba en un fuerte control pulsional. El acceso a la
adultez estaba determinado por el matrimonio. Es en este contexto histórico, político y sociocultural
que se perfilan las primeras teorías sobre la adolescencia, nacidas en la primera mitad del siglo XX
con la hegemonía del discurso moderno, cuando la familia constituía un sistema homogéneo, muy
estructurado y organizado verticalmente.
A partir de la Ley de Recapitulación de Ernest Haeckel (La ecología del desarrollo humano, 1866)
plantea que cada individuo repite en su desarrollo personal la evolución de la especie humana
(Darwin). La ontogénesis sería una réplica de la filogénesis.
Un año más tarde (1905), Sigmund Freud publica Tres ensayos sobre una teoría sexual, donde
desarrolla "las metamorfosis de la pubertad", provocando una verdadera revolución intelectual. La
teoría freudiana del desarrollo psicosexual plantea la evolución desde el nacimiento hasta la
adolescencia, a través de la sucesión de etapas psIcosexuales o libidinales: oral, anal, fálica y genital.
"Metamorfosis de la pubertad" constituyó la piedra fundamental en el estudio psicoanalítico de la
adolescencia, fue el trabajo en el que Freud expuso sus primeros descubrimientos sobre este período
de la vida, caracterizado por una reedición de la problemática edípica y, al mismo tiempo, por
profundas transformaciones del aparato psíquico.
En la adolescencia nos adentramos en la etapa genital en la cual las pulsiones sexuales requieren
satisfacción. Se reedita la problemática edípica y se resuelve con la elección de objeto sexual. La
tarea primordial del adolescente será el logro de la primacía genital, el desasimiento de la autoridad
de los padres y la consumación definitiva del proceso de la búsqueda no incestuosa del objeto sexual.
El psicoanálisis freudiano demostró que el niño que uno fue está inserto en el adulto que uno es, a
través de lapsus, olvidos, sueños, formación de carácter, teniendo en cuenta especialmente la
perspectiva epistemológica de los conceptos de evolución, desarrollo y temporalidad y, en
consecuencia, los conceptos de fijación, regresión, series complementarias y retroacción o
resignificación a posteriori. Desde el comienzo de sus trabajos, Freud intenta establecer una sucesión
de épocas en la infancia y en la pubertad y relaciona la elección de la neurosis con este desarrollo; se
trata de una sucesión de acontecimientos que no guardan una correlación estricta con la cronología
sino que suponen distintos momentos en la estructuración del aparato psíquico. Son momentos
lógicos, no cronológicos, y el pasaje de una época a otra, de un sistema a otro, se compara a una
traducción. La temporalidad lógica supone un tiempo de constitución del aparato psíquico en que no
se puede acceder a una nueva estructura psíquica si la anterior no se constituyó y, al mismo tiempo,
la nueva organización reordena y reestructura los elementos preexistentes.
Nos referiremos a algunos autores que continuaron sus exploraciones sobre el tema a partir de este
trabajo fundacional.
Uno de ellos fue Sigfried Bernfeld (1923), quien tuvo una intensa actividad docente y clínica en Viena
y estudió la adolescencia desde la perspectiva individual y grupal, se interesó por la influencia del
contexto social y por el concepto de sublimación. Su principal contribución a la teoría fue su
descripción de un tipo específico de desarrollo adolescente masculino, que en 1923 denominó
"dilatado", haciendo referencia a su prolongación en el tiempo más allá de los límites normales (A.
Freud, 1957). Este autor tuvo el mérito de desarrollar una metodología científica para el estudio
sistemático de la psicología del adolescente a partir de los diarios íntimos (1927, 1931). Planteó que
el diario está, en primer término, al servicio del proceso de identificación y luego proporciona un
mayor conocimiento de la vida interna, lo que da al Yo mayor eficacia en sus funciones de
conocimiento y síntesis. Los relatos del diario de un adolescente pueden ser considerados como
representaciones deformadas por tendencias conscientes e inconscientes, al igual que los sueños, las
fantasías y las producciones poéticas (Blos, 1971).
Otro autor que contribuyó de una manera decisiva a la apertura del campo del Psicoanálisis de la
adolescencia, también en Viena, fue August Aichhom (1925), quien abordó el problema del
adolescente antisocial y criminal. Su interés recayó en los jóvenes que responden a las presiones con
inadaptación, desarrollo superyoico deficitario y rebeldía contra la sociedad. Su libro WaywardYouth
(Juventud descarriada, 1925) le dio prestigio como uno de los primeros psicoanalistas en investigar el
campo de la delincuencia juvenil (A. Freud, 1957). En la década de 1920, adquirió fama internacional
como un pionero en la comprensión psicoanalítica del comportamiento delictivo y por la
implementación de técnicas innovadoras de rehabilitación y socialización del adolescente (Blos,
1979).
La obra de Bernfeld y Aichhom tuvo influencia sobre Anna Freud, quien continuó por su parte el
trabajo de su padre, dando un desarrollo mayor al tema de las defensas del Yo. Anna había nacido en
Viena en 1895 y allí ejerció durante años su profesión de pedagoga. Con el tiempo se convirtió en la
mano derecha de su padre, en especial después de que le diagnosticaron el cáncer de mandíbula, en
1923. Se formó en la Sociedad Psicoanalítica de Viena y llegó a ser miembro titular y didáctico y, por
último, presidenta del Instituto (Balan, 1991).
Entre mayo de 1943 y mayo de 1944 tuvieron lugar las famosas "Controversias", entre los
seguidores de Melanie Klein y los de Anna Freud, para definir "...quiénes eran los verdaderos
freudianos" (Balan, 1991).
El grupo kleiniano siguió a su mentora en las concepciones acerca del psiquismo temprano, ubicando
a las fantasías inconscientes, al complejo de Edipo y al Superyó en un período de la vida anterior al
considerado por Freud. Jerarquizaron la concepción de la envidia primaria, constitucional y
minimizaron la importancia del papel de la madre en la constitución del psiquismo. Mientras que los
annafreudianos defendieron el interjuego de los factores innatos y ambientales; reconocieron el
autoerotismo y el narcisismo primario, pero asignaron una influencia mayor a la madre real en el
proceso de formación del niño.
En lo que respecta a la adolescencia, el punto de partida de Anna Freud fue su interés por la lucha del
Yo para dominar los conflictos y presiones que se originan en los derivados de las pulsiones. En los
casos normales, esa lucha lleva a la formación del carácter, y en los casos patológicos, a la
enfermedad psíquica, si bien advierte que en este período no siempre es sencillo diferenciar
normalidad y patología. Mientras que la latencia constituye una tregua en los enfrentamientos entre
el Yo y el Ello, la pubertad altera la distribución de fuerzas a causa de la modificación cuantitativa y
cualitativa de las pulsiones; esto genera angustia y entonces el Yo debe instrumentar las defensas de
las que dispone, con resultados variables. "Normalmente, la organización del Yo y del Superyó se
modifican para dar lugar a las nuevas formas de sexualidad adulta. En los casos menos favorables, un
Yo muy rígido inhibe la maduración sexual o bien los impulsos del Ello crean una situación caótica en
el Yo ordenado de la latencia". La autora concluye que la adolescencia es un período en que el
analista puede observar "...cuadros que ilustran el interjuego y la secuencia de peligros internos,
ansiedades, defensas, formación de síntomas permanentes y transitorios y colapsos mentales" (A.
Freud, 1958).
Entre las defensas que el sujeto asume ante las exigencias pulsionales, hay dos que se destacan en
este período: el ascetismo y la intelectualización (A. Freud, 1950).
El ascetismo
"Alternando con los excesos instintivos, las irrupciones del Ello y otras actitudes aparentemente
contradictorias, en el adolescente siempre podemos observar un antagonismo frente a los instintos,
cuya magnitud sobrepasa en mucho la habitual en la represión instintiva de la vida normal y en las
condiciones más o menos graves de las neurosis". Este ascetismo, dice A. Freud, se asemeja al de
ciertos fanáticos religiosos. Su punto de partida es la represión de las fantasías incestuosas del
período prepuberal y del incremento pulsional, expresado en actividades masturbatorias; pero luego
el proceso represivo puede dirigirse a la vida entera y, entonces, los adolescentes opo¬nen, al
apremio de sus deseos, las prohibiciones más estrictas. Entre sus manifestaciones, encontramos la
evitación de cualquier tipo de actividad sexual, el aislamiento social y el renunciamiento a la
recreación, pero se vuelve peligroso cuando se extiende a necesidades vitales, como pueden ser la de
alimentarse, protegerse del frío y cuando se expone la salud a riesgos innecesarios o se fuerza el
cuerpo a través de actividades físicas extremas.
A. Freud observó que mientras que la represión siempre da lugar a algún tipo de gratificación
sustitutiva, esto no ocurre en el ascetismo, en el cual la única salida posible, casi invariablemente, es
su reemplazo o alternancia con excesos pulsionales. Lo que desde el punto de vista psicoanalítico
sería una curación espontánea del estado ascético, constituye para el entorno la irrupción indeseada
de todo lo que el adolescente se había prohibido hasta ese momento, sin consideraciones ni
restricciones de ningún tipo.
La intelectualización
A. Freud describe un tipo especial de adolescente que presenta un salto brusco en su desarrollo
intelectual; sus intereses se vuelcan sobre lo abstracto y, en particular aquellos que Bernfeld había
caracterizado como de "pubertad prolongada", exhiben un insaciable deseo de meditar y de discurrir
sobre temas importantes que tratan de resolver. Algunos de los temas de la época eran "...el amor
libre, el matrimonio, los fundamentos de la vida familiar, la libertad, la vocación o la bohemia", entre
otros.
Si bien han variado los contenidos, subsiste el hecho de que los adolescentes de nuestros días siguen
compartiendo discusiones y reflexiones, con la misma agudeza, empatía, ingenio e “ilimitada
amplitud y libertad de pensamiento” que describió Arma Freud. Pero observó que toda esta actividad
intelectual está poco relacionada con la conducta y con las decisiones de estos mismos jóvenes. "El
intelectualismo del adolescente no parece tener otra mira que la de contribuir a los ensueños
diurnos... es evidente que de él deriva su satisfacción ya del simple proceso ideativo, al pensar,
sutilizar o discutir".
El análisis de estos procesos intelectuales descubre que los temas que polarizan el interés del
adolescente son los mismos que promovieron los conflictos entre las diferentes instancias psíquicas a
causa de la pubertad, es decir, entre la realización o el renunciamiento a determinados impulsos
sexuales, la rebelión o el sometimiento a la autoridad u otros.
Anna Freud no fue muy optimista con respecto a las posibilidades de análisis en la adolescencia.
"Uno no puede analizar en la adolescencia. Es como correr junto a un tren expreso" (Geleerd, E.,
1957). En otro artículo también planteó que "...la experiencia demuestra que el tratamiento analítico
de adolescentes presenta especiales dificultades en los períodos inicial, intermedio y terminal. En
otras palabras, se trata de una empresa azarosa desde el principio al fin, durante la cual el analista
debe enfrentar toda una gama de resistencias de intensidad poco frecuente" (A. Freud, 1957).
Dona Id Woods Winnicott (1896-1971) fue una de las figuras más destacadas del psicoanálisis inglés.
"La palabra 'creador' lo define como teórico ya que supo tomar los conocimientos disponibles,
procesarlos y hacer un aporte propio y original a la teoría psicoanalítica sin pretender jamás
constituir dicho aporte en dogma. Por el contrario, él mismo revisó permanentemente sus
postulados a través de una confrontación con su práctica clínica" (Belcaguy, 1995). Su escritura se
caracterizó por una aparente sencillez que enmascara la complejidad y sutileza de su pensamiento.
Se recibió de médico en 1920 y ejerció en el Hospital de Niños Paddington Green desde 1923 hasta
1963, donde contribuyó a constituir la Pediatría como especialidad, y luego hizo su tránsito al
Psicoanálisis. Supervisó durante seis años con Melanie Klein, a partir de 1935, y fue analista de su
hijo. Durante las "Controversias" que tuvieron lugar en la Sociedad Británica de Psicoanálisis, a las
que se ha hecho referencia previamente, estuvo del lado de su mentora, razón por la cual Anna
Freud lo consideraba un adversario; no obstante, reconoció el valor de algunos de sus aportes, tales
como el concepto de "objeto transicional" (Rodman, F. R., 1987).
Para evitar la escisión de la institución, después de las "Controversias" se crearon dos programas
separados de formación de analistas: el Grupo A de los kleinianos y el Grupo B de los annafreudianos.
Renuente a incorporarse a cualquiera de ellos, Winnicott se sumó al "Middle Group", junto con M.
Balint, R. Fairbairn, Sylvia Payne, Ella Sharp y Marjorie Brierley. Intentó, desde este lugar, mantener
enlaces con ambas posiciones, pero terminó desairado por Klein y Anna Freud, que le dieron un
espacio muy limitado en sus cursos, a pesar de su vasta experiencia en la clínica con niños (Rodman,
1987: (Carta 31 a Sylvia Payne).
Tenía un enorme respeto intelectual hacia la obra de Melanie Klein, pero cuestionó sus teorías sobre
el instinto de muerte y la envidia constitucional. Su larga experiencia pediátrica y analítica lo
conducía a asignar un papel más importante a la influencia de la madre real y su comportamiento en
el desarrollo de la primera infancia, una concepción que guardaba, al mismo tiempo, equilibrio con la
significación otorgada a la fantasía.
Durante la Segunda Guerra Mundial fue nombrado psiquiatra consultor en el Plan Oficial de
Evacuación de Personas, para supervisar los albergues de niños que necesitaban atención especial.
De esta experiencia nacen muchas de sus observaciones acerca de la tendencia antisocial particular,
y de los adolescentes en general (1984). En un artículo de 1968 que dedica por completo a este
último tema (1971), plantea que el adolescente es inmaduro, que adquiere madurez en forma
gradual y que, en este proceso, necesita de manera especial de su familia.
Winnicott plantea que, en la infancia, las fantasías de crecimiento tienen un contenido de muerte, en
referencia a las numerosas pérdidas que le son inherentes; mientras que en la adolescencia el
contenido es de asesinato. "Aunque el crecimiento en el período de la pubertad progrese sin grandes
crisis, puede que resulte necesario hacer frente a agudos problemas de manejo, dado que crecer
significa ocupar el lugar del padre. Y lo significa de veras. En la fantasía inconsciente, el crecimiento
es intrínsecamente un acto agresivo. Y el niño ya no tiene estatura de tal".
La adolescencia es mucho más que la pubertad física; el paso de niño a adulto es un proceso "...que
se logrará por sobre el cadáver de un adulto", haciendo la salvedad de que se trata de una fantasía
inconsciente, ya que en la realidad los jóvenes atraviesan esta etapa en un marco de acuerdo con sus
padres reales. De hecho, cuando se produce el pasaje al acto de impulsos agresivos u homicidas, se
está en presencia de un fracaso de la operación simbólica de "asesinato del padre".
En la psicoterapia a estas edades, se observa que la muerte y el triunfo personal aparecen como algo
intrínseco a la adquisición de la categoría de adulto. Este movimiento hacía la madurez, inevitable y
necesario, plantea dificultades a los padres quienes "...lo mejor que pueden hacer es sobrevivir,
mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún principio importante". La lucha es
"de vida o muerte", dice Winnicott, con lo cual refleja de una manera muy vivida la intensidad de los
afectos puestos en juego en este momento de la vida, en que es necesario que los padres no
abdiquen ni comprendan, sino que confronten. "Aquí se emplea el vocablo confrontación de modo
que signifique que una persona madura se yergue y exige el derecho de tener un punto de vista
personal, que cuente con el respaldo de otras personas maduras". La confrontación es un modo de
contención que tiene su propia fuerza y que excluye la venganza.
La inmadurez en la adolescencia es salud y "se cura con el paso del tiempo", pero además constituye
el fermento de las nuevas ideas y del pensamiento creador, a los que no se da lugar si los adultos no
se hacen cargo de su responsabilidad y renuncian a su papel de adultos, con lo cual los jóvenes
deberán convertirse en adultos en forma prematura.
Desde un abordaje antropológico, un estudio realizado en 1930 con adolescentes de Samoa resultó
sumamente polémico. Pertenece a Margaret Mead (1930), quien inició el uso de la fotografía como
fuente de análisis. Junto con su esposo, Gregory Bateson, ella considera que la adolescencia no es
una época tormentosa dentro de la sociedad africana, y que en otras sociedades los conflictos que
los jóvenes tienen que enfrentar se deben a un medio social que los limita y a que los adultos no los
ayudan.
En su tratado "Las ocho etapas del hombre", modifica la teoría freudiana del desarrollo psicosexual a
la luz de los hallazgos de la Antropología Cultural. El concepto nuclear de su teoría del desarrollo es la
adquisición de una identidad del Yo que se cumple de diferentes maneras según la cultura de
pertenencia. Para Erikson (1968) existe una influencia constante y mutua entre las ideologías y las
cosmovisiones del contexto sociocultural, y los jóvenes que forman parte de esa cultura. Esto es, que
el contexto se retroalimenta de los jóvenes y sus vivencias, y viceversa. El adolescente se inserta en la
cultura gradualmente, aunque de hecho viene atravesado por ella desde antes de su nacimiento.
Independizarse emocionalmente de los padres es una ardua tarea para ellos y para los mismos
padres.
Plantea que para cada etapa del ciclo vital "existe una crisis de conflictos interiores y exteriores que
la personalidad soporta, re-emergiendo de cada crisis con un aumentado sentimiento de unidad
Interior..." (Erikson, E., 1968, p. 75). El logro de esa tarea evolutiva contiene un elemento común a
todas las culturas y es la idea de que el niño, con el fin de adquirir una identidad del Yo fuerte y sana,
debe recibir un gran reconocimiento de sus logros. Es decir que en cada una de las etapas surge un
conflicto entre dos desenlaces posibles y cada una depende de la resolución e integración de la etapa
anterior.
Erikson destaca que la tarea primordial de la adolescencia consiste en establecer una identidad
dominante del Yo.
Para el autor, si la identidad no se establece satisfactoriamente, existe el riesgo de que el rol a
desempeñar se torne difuso y esto hará peligrar el desarrollo ulterior del Yo. Durante los intentos
iniciales de establecer la identidad del Yo existe cierta difusión del papel a desempeñar: en ese
período el adolescente se identifica con héroes, campeones, ídolos, etc.
La confianza básica es, para Erikson, el primer sentimiento de integridad, aquel sobre el cual el bebé
podrá posicionarse para continuar su camino hacia la identidad. Dice: "como requisito fundamental
de la vitalidad mental, ya he propuesto un sentimiento de confianza básica, una actitud penetrante
hacia uno mismo y hacia el mundo, derivada de las experiencias del primer año de vida. Esta primera
tarea que se le presenta al bebé tiene como polo negativo el de la desconfianza básica" (Erikson,
1968 p. 79).
De este modo, postula 8 etapas en las cuales surge un conflicto con dos desenlaces posibles: si el
conflicto es elaborado positivamente, la cualidad positiva se incorpora al Yo y puede producirse un
desarrollo ulterior saludable; pero si el conflicto persiste, el Yo se debilita porque se integra una
cualidad negativa. Las 8 etapas fundamentales son enumeradas a continuación siguiendo un orden
cronológico. Cada etapa tiene una resolución positiva y su opuesto negativo:
Para este autor, la crisis del adolescente reside principalmente en el conflicto de la identidad versus
la difusión del propio rol (Erikson, 1968,1956); ve a la adolescencia como una crisis normativa, una
fase normal de conflicto acentuado, caracterizado por una aparente fluctuación en la fortaleza yoica
y también por un alto potencial de crecimiento. El adolescente se enfrenta con una revolución
fisiológica en su cuerpo que amenaza su imagen corporal y su identidad del Yo; empieza a
preocuparse por lo que parece ser ante los ojos de los demás y ello es medido con respecto a su
sentimiento de sí. En la adolescencia se debe establecer una identidad positiva del Yo.
Erikson (1982) sostiene que muy pocas veces el adolescente se identifica con sus padres, en la
medida en que necesita discriminar y separar su propia identidad de las de ellos, y agrega que los
adolescentes se sobreidentifican con héroes y campeones y, en este sentido, la pandilla, la barra
ayudan al individuo a encontrar su propia identidad dentro del contexto social. El adolescente busca
su identidad sobreidentificándose con sus compañeros, a través de la estereotipia de sí mismo y de
sus ideales, ya que el estereotipo ofrece identidades convenientes y certezas. La madurez comienza
cuando se estableció la identidad del Yo y surge un individuo integrado e independiente, "cuando ya
no tiene que poner en tela de juicio su propia identidad". La integridad del Yo implica la integración
de las ambiciones, las aspiraciones vocacionales y las identificaciones constitutivas de la primera
infancia. La adquisición de la integridad como cualidad del Yo permitirá el amor sensual, los vínculos
amistosos profundos, la intimidad y otras situaciones en la vida que tienen como condición el
compromiso personal.
Para Erikson, la identidad del Yo debe ser lograda previamente a entablar una relación de pareja: "Es
necesario que toda persona sepa quién es y quién puede llegar a ser para poder elegir un compañero
conveniente para tal proyecto". La madurez comienza cuando la identidad se ha establecido y ha
surgido un individuo integrado e independiente. La integridad de la identidad del Yo permite la
intimidad y el amor sexual y afectivo sin el temor de perder la identidad del Yo en esa fusión. La
forma específica de la identidad difiere de una cultura a otra y la meta terapéutica es ayudar a
establecer formas socialmente aceptadas de identidades del Yo.
Basándose en las ideas de Erikson anteriormente expuestas, Peter Blos (1962) concibe a dichas
transformaciones como "tareas evolutivas", tomando en cuenta que cada fase está signada por un
conflicto específico, una tarea psíquica particular y una resolución, requisito para pasar a otro nivel
de mayor complejidad. Blos, un destacado psicoanalista en el campo de la adolescencia, se doctoró
en Biología en la Universidad de Viena, en 1934; pero luego su carrera tuvo un desvío que lo vinculó
con el psicoanálisis, a través de Anna Freud y August Aichhorn. La influencia de Aichhorn, a quien
Blos consideró su maestro, fue decisiva para su vuelco hacia el campo de la adolescencia, como él
mismo lo relata en el prólogo de La transición adolescente (1979). "Rememorando los comienzos de
mi labor psicoanalítica, quiero dejar consignada aquí la influencia personal que August Aichhorn
ejerció en mi vida profesional... Hice, pues, del psicoanálisis mi profesión; el psicoanálisis de
adolescentes pasó a ser mi interés fundamental y mi principal campo de investigación".
Su carrera prosiguió luego en Estados Unidos, donde contribuyó con el primer programa de
investigación en gran escala para estudiar al adolescente normal. De esta investigación y de su
trabajo como clínico devienen dos textos clásicos: Psicoanálisis de la adolescencia y La transición
adolescente. En el primero de ellos (1962), define a la adolescencia como "la etapa terminal de la
cuarta fase del desarrollo psicosexual, la fase genital, que había sido interrumpida por el periodo de
latencia". Afirma que "veremos a la adolescencia como la suma total de los intentos de ajustarse a la
etapa de la pubertad, al nuevo grupo de condiciones internas y externas -endógenas y exógenas-que
confronta el individuo" (Blos, 1962). En este sentido, la diferencia entre pubertad y adolescencia no
está signada por una dimensión temporal (en el sentido de subfases como por ejemplo: prepubertad,
pubertad, adolescencia), sino por la visión con la cual el observador que acerque al fenómeno en
cuestión. Utiliza el término pubertad para (alinear las manifestaciones biológicas de la maduración
sexual (caracteres sexuales primarios y secundarios), y reserva el de adolescencia para calificar los
procesos psicológicos de adaptación a las condiciones de la pubertad.
Blos (1962) plantea que dentro del período adolescente es posible diferenciar distintas etapas, cuya
duración no puede fijarse por una referencia rígida a una edad cronológica. El adolescente puede
atravesarlas rápidamente o quedar detenido en alguna de ellas, pero no le será posible sustraerse a
las transformaciones psíquicas esenciales de cada una. La conducta del adolescente es diversa,
plástica y cambiante, sin embargo existe una secuencia en el desarrollo evolutivo. Concibe dichas
transformaciones como "tareas evolutivas", tomando en cuenta que cada fase está signada por un
conflicto específico, una tarea psíquica particular y una resolución, requisito para pasar a otro nivel
de mayor complejidad. Afirma que en las dos primeras décadas de la vida se produce una
diferenciación e integración progresiva de la personalidad, siendo la adolescencia el segundo paso
hacia la individuación definitiva. De esta manera, se va realizando un pasaje gradual, pero no por ello
lineal ni ordenado, que va desde la dependencia infantil hacia la gestación de un adulto que es
modelo y protector de la generación siguiente. Se trata de un proceso de cambio y de transición a la
vida adulta que halla sus rudimentos en la niñez temprana.
En cuanto al proceso de hallazgo de objeto, Blos plantea que, al resurgir los impulsos sexuales, se
dividen los caminos de niños y niñas, puesto que no se da de igual manera ni al mismo tiempo en
ellos que en ellas. En las niñas suele presentarse con anterioridad. Según Blos (1962) en la pubertad
los varones son hostiles con ellas, las atacan, las agreden y tratan de evitarlas precisamente por el
resurgimiento de la angustia de castración. En un segundo momento, alrededor de los 14 o 15 años,
los cambios corporales se han estabilizado y, por lo tanto, el adolescente puede efectuar ciertas
elaboraciones mentales, lo cual se traduce en "una vida emocional más intensa, más profunda, de
mayores horizontes" (Blos, 1962). Blos ha destacado que los temas que ocupan al adolescente medio
(así llama a esta subfase) son:
— la desinvestidura del vínculo con los padres, o, dicho de otro modo, el duelo por los padres
de la infancia,
Aberastury trabajó con Mauricio Knobel, quien fue profesor de Psicología Evolutiva en nuestra
facultad. Ambos autores consideran que el adolescente atraviesa desequilibrios e inestabilidad
extremos y que ello configura una entidad semipatológica a la que dio el nombre de "Síndrome
normal de la adolescencia".
Mauricio Knobel acuerda con Aberastury en remarcar que la adolescencia es un fenómeno específico
dentro de la historia del desarrollo del ser humano. Para poder construir su identidad, el adolescente
no sólo debe enfrentarse al mundo de los adultos -para lo cual no está aún preparado-, sino también
desprenderse de su mundo infantil en el cual vivía en relación de dependencia, con necesidades
básicas satisfechas y roles claramente establecidos.
Los autores sostienen que todo adolescente debe atravesar tres duelos que acompañan el proceso
normal adolescente y que son fundamentales para la constitución de la identidad adulta:
1) el duelo por el cuerpo infantil: cuya base biológica comienza en la adolescencia y hace que en
ocasiones el adolescente se extrañe de lo que ocurre en y con su propio cuerpo,
2) el duelo por la identidad infantil (que es una identidad bisexual, no atravesada por la
castración) que lo obliga a asumir responsabilidades y, por lo tanto, a renunciar a la dependencia
infantil y
3) el duelo por los padres omnipotentes de la infancia, situación que se complica, pues los
padres también deben aceptar la caída de la propia imagen de omnipotencia que poseían frente a
sus hijos.
La normalidad de las conductas disruptivas propias del adolescente pueden ser sintetizadas en el
concepto de "síndrome normal de la adolescencia". Este síndrome está compuesto por diez
manifestaciones:
2. Tendencia grupal.
3. Necesidad de intelectual izar y fantasear.
4. Crisis religiosas que van desde el ateísmo más intransigente hasta el misticismo más
fervoroso.
10. La intelectualización del conflicto parece ser un medio conveniente para manejar el conflicto,
ya que de este modo la actividad mental mantiene una "tensa vigilancia" de los procesos pulsionales,
cuya percepción se expresa por desplazamientos en el plano del pensamiento abstracto. En síntesis,
los procesos pulsionales se expresan en términos intelectuales, lo cual constituye una tentativa de
dominio de los mismos en un nivel psíquico diferente.
Una autora destacada dentro del psicoanálisis francés, Francoise Dolto, considera a la adolescencia
como la fase de transición y transformación hacia la adultez. En su libro La causa de los adolescentes
(1988) dice que la adolescencia es la fase de mayor vulnerabilidad del ciclo vital. Para ilustrarlo,
recurre a una metáfora y compara al adolescente con la langosta. Dice: "...en un determinado
momento pierde su caparazón y se oculta bajo la roca mientras segrega una nueva. Pero, si mientras
son vulnerables reciben golpes, quedan heridos para siempre; su caparazón recubrirá las heridas y las
cicatrices, pero no las borrará" (Dolto, 1988, p. 13). Sostiene que a la familia se le es infiel y que ésa
es la ley. Coincide con Winnicott en que no hay que precipitar las responsabilidades de los
adolescentes y considera que la adolescencia termina cuando la angustia de los padres no produce
un efecto inhibitorio en los hijos.
Desde otra perspectiva, la teoría psicogenética del desarrollo cognoscitivo plantea que durante la
adolescencia se produce el acceso al pensamiento formal. Para Piaget (1932), las personas
construyen categorías de significados para poder asimilar las experiencias. Cuando nuevas
experiencias no pueden asimilarse a las categorías preexistentes, el sujeto revisa estas últimas. Este
desequilibrio cognitivo que produce la nueva experiencia es una condición necesaria para el
desarrollo que se realiza a través de distintos estadios -entendiendo por estadios modalidades de
estructuras variables y progresivas o formas sucesivas de equilibrio que marcan las diferencias de un
nivel a otro de la conducta, desde los comportamientos elementales del recién nacido hasta llegar al
pensamiento formal abstracto de la adolescencia. Constituye un sistema hipotético-deductivo que
organiza las operaciones con proposiciones, se apoya en las operaciones concretas y las integra en
una nueva forma de equilibrio.
Piaget (1932) distingue seis estadios o períodos de desarrollo que marcan la aparición de estructuras
construidas de manera sucesiva:
estadio de los reflejos o montajes hereditarios,
estadio de los primeros hábitos motores,
estadio de la inteligencia sensorio-motriz o práctica (anterior al lenguaje),
estadio de la inteligencia intuitiva,
estadio de las operaciones lógico-concretas,
estadio de las operaciones intelectuales abstractas y de la formación de la personalidad.
Cada uno de ellos se define por la aparición de estructuras originales cuya construcción lo distingue
de los precedentes. Lo esencial de cada una persiste en el curso de los estadios posteriores en forma
de subestructuras y sobre ellas se edifican las nuevas. De ello se deduce que, en el nivel adulto, cada
uno de los estadios pasados corresponde a un nivel más o menos elemental o elevado de la jerarquía
de las conductas.
El siglo XX padeció fuertes golpes a sus ideales, entre otros al ideal de progreso basado en el esfuerzo
personal. La modernidad significó la ilusión de la emancipación del individuo del sometimiento al
medio familiar. Por el contrario, en la posmodernidad predomina el sentimiento de estancamiento,
la indiferencia; la vida ocurre en un eterno presente, sin esperanzas de trascendencia. El modelo de
referencia es "todo sin esfuerzo" y la realización tiene que ser inmediata.
La posmodernidad propone a la adolescencia como modelo social, tanto desde su cuerpo como
desde su forma de vida y, a partir de esto, se "adolescentiza" la sociedad misma.
La adolescencia deja de ser una crisis de un grupo etario para transformarse en un modo de ser que
amenaza con teñir todo el tejido social. Se trata de llegar a la adolescencia y permanecer en ella. El
adulto deja de existir como modelo y el adolescente no tiene con quien confrontar. Los padres ya no
deben enseñar ni transmitir experiencia, sino, por el contrario, aprender sobre todo el secreto de la
eterna juventud. Dice F. Dolto (1990): "Lo que más hace sufrir a los adolescentes es que los padres
tratan de vivir a imagen de sus hijos y compiten con ellos. Los hombres tienen ahora amiguitas de la
edad de sus hijas y a las mujeres les gusta hoy agradar a los compañeros de sus hijos, porque
precisamente ellas no parecen haber vivido su adolescencia. Están presas en la identificación con sus
hijos...".
Si entendemos la moratoria psicosocial de la adolescencia como condición para que una sociedad se
transforme, es imprescindible que ocurra la confrontación, el cuestionamiento y la impugnación de
lo aprendido. La sociedad posmoderna tiende a neutralizar este espacio de confrontación
generacional.
Dice Erikson: "...El adulto era el frontón necesario para que el joven tenista hiciera sus prácticas, se
probara ...y resultara, no sin desgaste para el frontón, un adulto hecho y derecho, es decir un buen
jugador. Así el adolescente que crecía se entrenaba peloteando con otra generación... conociendo su
propio estilo, sus errores y sus virtudes...".
En este sentido, agrega Dolto: "Ante las necesidades de su progenie los padres dejan hacer y se
abstienen de educar. Si ya no hay niños, tampoco hay adultos. Los adolescentes se ven obligados a
ser padres de sí mismos, situación que les da una libertad que no saben ni para qué, ni cómo usar,
porque carecen de reglas de autopaternalización".
Recordemos que Winnicott (1959) afirmaba que el núcleo más importante de la adolescencia era la
confrontación con el padre, denominándolo "el asesinato del padre", que tiene como condición
ineludible la confrontación generacional. En lugar de esto nos encontramos con otra manifestación,
la indiferencia generacional. El adolescente actual no tiene padre a quien matar; no puede desasirse
de la autoridad si nadie la porta, si el adulto desocupó el lugar de modelo y se constituyó en un par.
Dice Dolto (1990): "Después de 1950, la adolescencia ya no es una crisis sino un estado, por lo tanto
estos conceptos modifican en gran parte las características de los padres y por ende de los
adolescentes”. Y agrega: "el conflicto generacional no se da como antes; los jóvenes no se enfrentan
con los adultos (docentes, padres, etc.) que huyen. La desidealización de las figuras parentales los
sume en el más terrible desamparo".
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