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Es inevitable que sintamos malestar físico, lo que definitivamente nos impulsa a actuar para proteger nuestra vida
y alejarnos del peligro, como el dolor que nos hace retirar la mano de un horno caliente para no quemarnos.
Asimismo, es inevitable que sintamos malestar mental. Por ejemplo, nuestra evolución descansa en la cantidad de
energía que nuestros ancestros invirtieron en el desarrollo emocional de sus hijos y otros miembros del clan, y
cuyos genes se mantienen vivos en nosotros por transmisión; por tanto, es comprensible que nos sintamos
angustiados cuando nuestros seres queridos se ven amenazados, o que nos aflijamos cuando se les daña. Nuestra
evolución también se ha desarrollado a partir de la preocupación que sentimos por el lugar que ocupamos dentro
del clan, en los corazones de los demás, así que es normal que nos sintamos heridos si somos rechazados o
despreciados.
De acuerdo con las palabras de Buda, el inevitable malestar físico y mental es el “primer aguijón” de la existencia.
Mientras vivas y ames, esos aguijones saldrán a tu encuentro.
Subiendo la temperaura
El sufrimiento no es abstracto ni conceptual, se manifiesta corporalmente: lo sentimos en nuestro cuerpo porque
opera a través de mecanismos corporales. Entender los mecanismos físicos del sufrimiento nos ayuda a verlo cada
vez más como una condición desagradable pero impersonal; por tanto, no vale la pena disgustarnos porque ello
genera segundos aguijones.
El sufrimiento corre como una cascada a lo largo de nuestro cuerpo, utilizando como vías el sistema nervioso
simpático (SNS) y el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (eje HPA) del sistema endocrino (hormonal). Descifremos
esta sopa de letras para ver cómo funciona. Si bien el SNS y el eje HPA son anatómicamente distintos, se encuentran
tan entrelazados que es mejor describirlos juntos como un sistema integral. Vamos a enfocarnos en las reacciones
que surgen de la aversión (miedo e ira), y no en las que se derivan del aferramiento, ya que las primeras suelen
tener un mayor impacto debido a la propensión del cerebro a la negatividad.
Saltan las alarmas
Algo sucede. Puede ser un auto que de repente te corta el paso, un compañero de trabajo que te ningunea, o
incluso una preocupación. Las condiciones sociales y emocionales pueden impactarnos tan fuertemente como lo
hace un golpe físico, pues el dolor psicológico utiliza muchas de las mismas redes neuronales que el dolor físico
(Eisenberger y Lieberman, 2004). Debido a ello, sentirnos rechazados puede hacernos sentir tan mal como cuando
nos sometemos a una endodoncia. Incluso la espera ansiosa de un acontecimiento que nos supone un desafío, por
ejemplo, dar una conferencia la próxima semana, puede impactarnos tanto como cuando realmente estamos
pasando por ello. Sin importar cuál sea el desafío, la amígdala hace sonar la alarma y desata varias reacciones:
• El SNS envía señales a los principales órganos y grupos musculares del cuerpo, preparándolos para la lucha
o la huida.
• El hipotálamo, el principal regulador cerebral del sistema endocrino, impulsa a la glándula pituitaria a que
envíe señales a las glándulas adrenales con el fin de liberar las “hormonas del estrés”: epinefrina
(adrenalina) y cortisol.
Listos para la acción
Tras un segundo o dos de la alarma inicial, el cerebro se pone en alerta roja, el SNS está encendido como si fuera
un árbol de Navidad y las hormonas del estrés se han regado por el torrente sanguíneo. En otras palabras, al menos
nos sentimos molestos. ¿Qué está sucediendo en nuestro cuerpo?
La epinefrina incrementa los latidos cardiacos (de esa manera el corazón puede bombear más sangre) y dilata las
pupilas (los ojos pueden captar más luz). La norepinefrina desvía la sangre hacia los grandes grupos musculares.
Mientras tanto, los bronquios de los pulmones se dilatan debido al incremento en el intercambio de gas,
permitiéndonos golpear más fuerte o correr más rápido.
La hormona cortisol inhibe el sistema inmune para disminuir la inflamación de las heridas. También acelera las
reacciones de estrés en dos maneras circulares: primero, provoca que el tronco encefálico estimule más la
amígdala, lo que incrementa la activación de la amígdala en el sistema SNS/eje HPA, produciendo más cortisol;
segundo, la hormona cortisol suprime la actividad del hipocampo (que normalmente inhibe a la amígdala), quitando
el freno a la amígdala y produciendo todavía más cortisol.
La reproducción de la especie queda en segundo término: no hay tiempo para tener sexo cuando estamos
escapando para escondernos. Lo mismo pasa con la digestión: la salivación disminuye y los movimientos
peristálticos se vuelven más lentos, se seca la boca y aparece el estreñimiento.
Las emociones son más intensas, organizando y movilizando todo el cerebro para la acción. La excitación del
SNS/HPA estimula la amígdala, que está programada para enfocarse en la información negativa y reaccionar
intensamente ante ella. En consecuencia, sentirnos estresados nos configura para sentir miedo e ira.
A medida que la activación límbica y endocrina se intensifica, la resistencia vinculada al control de ejecución del
PFC declina. Es como ir en un coche con el acelerador a fondo: el conductor tiene menos control de su vehículo.
Más aún, el PFC también se ve afectado por la estimulación del SNS/HPA, lo que impulsa a valorar y etiquetar
negativamente las intenciones de los demás, así como las prioridades: ahora el conductor del coche ¾quien se
precipita descontrolado¾, piensa que todos los demás son unos estúpidos. Por ejemplo, analicemos la diferencia
que hay entre la forma como nos enfrentamos a una situación cuando nos sentimos contrariados y lo que pensamos
al respecto más tarde cuando estamos más calmados.
Dicha activación de múltiples sistemas corporales ha ayudado a nuestros ancestros a sobrevivir en la hostilidad de
los entornos físicos y sociales donde han evolucionado. Ahora, ¿qué precio tenemos que pagar en la vida moderna
con el alto estrés crónico al que estamos sometidos?
Principales Partes de Tu Cerebro
Cada una de estas partes de tu cerebro efectúa muchas tareas; las funciones enlistadas aquí son aquellas relevantes para este
libro.
• Corteza prefrontal (CPF) –establece metas, realiza planes, dirige acciones: delinea emociones, en parte
guiando y a veces inhibiendo al sistema límbico.
• Corteza anterior (frontal) cingulada (CAC) –estabiliza la atención y supervisa los planes; ayuda a integrar
pensamiento y sentimiento (Yamasaki, LaBar, y McCarthy 2002); un “cingulado” es un haz curvo de fibras nerviosas.
• Insula –detecta el estado interno de tu cuerpo, incluyendo presentimientos; te ayuda a ser empático; se
localiza en el interior de los lóbulos temporales a cada lado de tu cabeza (los lóbulos temporales y la ínsula no se muestran en
la figura 6).
• Sistema límbico –central para la emoción y la motivación; incluye los ganglios basales, hipocampo, amígdala,
hipotálamo, y la glándula pituitaria; a veces también se considera que incluye partes de la corteza (cingulada, insula) pero por
simplificar nosotros lo definimos anatómicamente en términos de estructuras subcorticales, muchas partes del cerebro
además del sistema límbico se encuentran relacionadas con las emociones.
• Ganglio basal –involucrado con recompensas, búsqueda de estimulación y movimiento; “ganglio” significa
masas de tejidos.
• Glándula pituitaria –produce endorfinas; dispara las hormonas de estrés; almacena y libera oxitocina.
Enardecerse por una buena razón ¾como sentirse apasionado y entusiasmado, manejar emergencias o mostrarse
enérgico por una buena causa¾ tiene sentido. Sin embargo, los segundos aguijones no son una buena razón para
encender el sistema SNS/HPA, algo que si llega a volverse rutinario puede hacer que la aguja del termómetro del
estrés personal apunte hacia el área roja. Aparte de la situación de cada individuo, todos estamos inmersos en una
sociedad que todo el tiempo está pisando a fondo el acelerador del sistema SNS/HPA; esto por desgracia es
completamente antinatural en términos de nuestro modelo evolutivo.
Por todas estas razones, la mayoría de nosotros experimenta una constante estimulación del SNS/HPA; incluso si
no estamos hirviendo en cólera, es poco saludable permanecer a fuego lento por un segundo aguijón. En ese estado
de crisis cortas desviamos continuamente nuestros recursos, que podemos emplear para tener logros a largo plazo,
como construir un sistema inmunológico fuerte o mantener nuestro buen humor. Esto trae consecuencias.
Consecuencias físicas
En nuestro pasado evolutivo cuando la mayoría de las personas fallecía alrededor de los cuarenta años, los
beneficios que la activación del SNS/HPA traía a corto plazo compensaba el precio que había que pagar a largo
plazo. Pero actualmente, para las personas interesadas en llegar bien a los cuarenta años y más, el daño que han
acumulado por una vida sobrecargada de excitación es un verdadero problema. Por ejemplo, la estimulación
crónica del SNS/HPA daña estos sistemas e incrementa el riesgo de padecer problemas de salud (Licinio, Gold, y
Wong, 1995; Sapolsky, 1998; Wolf, 1995):
• Gastrointestinales: úlceras, colitis, síndrome de colon irritable, diarrea y estreñimiento.
• Inmunitarios: gripas y resfriados más frecuentes, curación lenta de las heridas, mayor vulnerabilidad a
infecciones serias.
• Endocrinos: diabetes tipo II, síndrome premenstrual, disfunción eréctil, libido disminuida.
Consecuencias mentales
A pesar de todos sus efectos en el cuerpo, los segundos aguijones normalmente afectan más nuestro bienestar
psicológico. Veamos cómo trabajan en nuestro cerebro, aumentando la ansiedad y bajando el estado de ánimo.
Ansiedad
La repetida actividad del SNS/HPA hace que la amígdala sea más reactiva a peligros aparentes, lo que a su vez
incrementa la activación del SNS/HPA, que sensibiliza todavía más a la amígdala. La correspondencia mental de este
proceso físico es una estimulación cada vez más rápida del estado de ansiedad (ansiedad basada en situaciones
específicas). Adicionalmente, la amígdala ayuda a formar recuerdos implícitos (rastros de experiencias pasadas en
la percepción consciente); la amígdala, a medida que es más sensibilizada, añade más miedo a dichos recuerdos,
intensificando así el rasgo de ansiedad (ansiedad continua independientemente de la situación).
Mientras tanto, la activación frecuente del SNS/HPA erosiona el hipocampo, que es vital para la formación de
recuerdos explícitos: registros claros de lo que realmente sucedió. Ambas, la hormona cortisol y la hormona
glucocorticoide relacionada, debilitan las conexiones sinápticas existentes en el hipocampo e inhiben la formación
de otras nuevas. Más aún, el hipocampo es una de las pocas regiones del cerebro humano que pueden generar
nuevas neuronas; sin embargo, las hormonas glucocorticoides evitan el nacimiento de neuronas en el hipocampo,
dañando su habilidad para producir nuevos recuerdos.
Es una mala combinación para la amígdala estar demasiado sensible cuando el hipocampo es afectado: las
experiencias dolorosas pueden de esta manera registrarse como un recuerdo implícito ¾con todas las distorsiones
y la turbo propulsión de una amígdala que funciona a marchas forzadas¾ sin tener un correcto recuerdo explícito
de ellas. Esto puede ser algo parecido a: “Algo sucedió, no estoy seguro qué, pero me siento realmente molesto”,
lo que ayuda a explicar por qué las víctimas de un trauma pueden sentirse disociadas de las cosas desagradables
que han experimentado y, no obstante, permanecer sumamente reactivas frente a cualquier detonante que les
recuerde inconscientemente lo que ocurrió en determinada ocasión. En situaciones menos extremas, la mayoría
de las veces el golpe que ejercen una amígdala super activa y un hipocampo débil puede conducir a un estado de
leve malestar sin saberse exactamente por qué.
Estado depresivo
La activación continua del SNS/HPA debilita de diversas maneras la base bioquímica de una disposición estable, y
todavía más una alegre:
• La norepinefrina nos ayuda a sentirnos alertas y mentalmente vigorosos, pero las hormonas
glucocorticoides lo merman. La reducción de la norepinefrina puede hacer que nos sintamos desinflados
¾incluso apáticos¾ y con baja concentración, siendo estos los clásicos síntomas de la depresión.
• Con el tiempo, los glucocorticoides reducen la producción de dopamina, lo que conduce a la pérdida de
capacidad de disfrute en actividades que antes resultaban placenteras, siendo este otro parámetro clásico
para diagnosticar depresión.
• El estrés disminuye la serotonina, probablemente el neurotransmisor más importante para mantener el
buen humor. Cuando la serotonina desciende, también lo hace la norepinefrina, que ya estaba mermada
por la actividad de los glucocorticoides. En resumen, la disminución de serotonina significa mayor
vulnerabilidad al decaimiento y desinterés por la vida.
Conceptp general
Tanto el SNP como el SNS evolucionaron para que los animales, incluyendo a los humanos, sobrevivieran en
entornos potencialmente letales. Necesitamos de ambos.
Por ejemplo, haz cinco respiraciones, inhala y exhala un poco más profundamente de lo normal. Energiza y relaja a
la vez, activando primero el sistema simpático y después el parasimpático, de un lado a otro, con un ritmo suave.
Observa cómo te sientes después de hacerlo. Esa combinación de vitalidad y enfoque concentrado es la esencia de
la zona de máximo rendimiento, reconocida por atletas, empresarios, artistas, amantes y meditadores. Es el
resultado del SNS y el SNP -el acelerador y los frenos-, trabajando juntos en armonía.
La felicidad, el amor y la sabiduría no aumentan por apagar el SNS, sino más bien por mantener todo el conjunto
del sistema nervioso autónomo en un estado de equilibrio óptimo:
Estos tres procesos ¾estar presente con cualquier cosa que surja, trabajar con las tendencias de la mente para
transformarlas, y tomar refugio en nuestra esencia ya existente¾, son las prácticas esenciales en el camino del
despertar. En muchos aspectos esto se corresponde, respectivamente, con la atención plena, la virtud y la sabiduría,
y con las tres funciones neurológicas fundamentales de aprender, regular y seleccionar.
A medida que abordemos las diferentes cuestiones que surjan en nuestro camino al despertar, nos encontraremos
repetidamente con las siguientes etapas de desarrollo:
• Etapa uno, estamos atrapados en la reacción de un segundo aguijón y ni siquiera nos hemos dado cuenta:
nuestra pareja olvidó traer leche a casa y nos quejamos airadamente sin notar que nuestra reacción está
siendo exagerada.
• Etapa dos, nos damos cuenta de que hemos sido secuestrados por el deseo o el enfado (en el sentido más
amplio de la palabra), y no podemos evitarlo: en nuestro interior nos avergonzamos, pero no podemos
dejar de gruñir amargamente por el asunto de la leche.
• Etapa tres, surge algún aspecto de la reacción, pero no lo exteriorizamos: nos sentimos irritados, sin
embargo, nos recordamos a nosotros mismos que nuestra pareja hace mucho por nosotros y que ponernos
de mal humor solo empeorará las cosas.
• Etapa cuatro, ni siquiera surgió la reacción, y algunas veces hasta olvidamos que antes tuvimos que
vérnoslas con ese asunto: entendemos que no hay leche y con toda calma pensamos junto con nuestra
pareja qué podemos hacer.
En la educación, esto se conoce sucintamente como: incompetencia inconsciente, incompetencia consciente,
competencia consciente y competencia inconsciente. Son etiquetas útiles para saber dónde nos encontramos con
respecto a un asunto dado. La segunda etapa es la más dura, y a menudo es en la que nos damos cuenta que
queremos salir. Así que es importante mantener el objetivo de alcanzar la tercera y cuarta etapas. ¡Perseveremos
y definitivamente lo conseguiremos!
Se requiere tiempo y esfuerzo para desarticular las viejas estructuras y construir otras nuevas. Yo le llamo a esto la
ley de las pequeñas cosas: a pesar de que los momentos de deseo, enfado y engaño ilusorio ya han dejado residuos
de sufrimiento en nuestra mente y cerebro, muchos otros momentos de práctica irán reemplazando a estos tres
venenos y su sufrimiento por felicidad, amor y sabiduría.