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Hu211 PDF s9 Hobbes
Hu211 PDF s9 Hobbes
Pensar en lo que querríamos que fuesen los seres humanos es pensar en algo que no
necesariamente existe, pero queremos que exista porque lo consideramos valioso e
importante.
Veamos el caso de María, por ejemplo. Ella quiere que los seres humanos sean atentos y
respetuosos unos con otros. Un noble deseo, no cabe duda. No obstante, María se
encuentra en una comunidad donde sus miembros son indiferentes y poco respetuosos
entre sí. Aunque la realidad de María no se corresponda con lo que quiere, ella no dejará
de desear que sea así.
Muchas veces la realidad poco tiene que ver con lo que queremos. Hay una gran
diferencia entre los seres humanos que María anhela y los seres humanos con los que se
encuentra diariamente. La pregunta clave aquí es: ¿cómo podría actuar María ante esta
situación? ¿Qué podría hacer al reconocer que los seres humanos no son lo que ella
quiere?
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Hobbes: cuerpo, deseo y licantropía
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Ahora que hemos identificado este interesante aspecto que caracteriza a algunos
pensadores del siglo XVII, entre ellos, a Hobbes, no nos costará trabajo comprender lo
que otro pensador de ese tiempo, no inglés, sino holandés, decía al respecto. Nos
referimos a Baruch Spinoza, que vivió también el siglo XVII entre 1632 y 1677.
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Ahora bien, cuando el cuerpo siente hambre se enfrenta a una situación distinta a cuando
observa la pantalla del dispositivo o a cuando regula su temperatura corporal.
Necesitamos hacer cosas con todo el cuerpo para
superar el hambre. Lo clave es que no contamos con
instintos automáticos para satisfacer el hambre, sino
que tenemos que desarrollar un plan para hacerlo.
Cuando lo que sentimos requiere que desarrollemos
un plan para hacerlo, entonces surge en los seres
humanos un deseo. Así, la sensación de hambre
genera el deseo de comer algo; como la ira, el deseo de destruir algo y, el amor, el deseo
de preservar algo. Lo que sentimos produce lo que deseamos y, con ello, define cómo
nos comportaremos.
Si lo piensas, cada plan de acción que tomamos responde a un deseo que tenemos.
Debe quedar claro que no todos los deseos implican buscar algo, como en el caso del
hambre. Imaginemos que Luis tuvo hambre y tuvo deseo de comerse un trozo de torta
que había visto hace unos días en la tienda. Todo su cuerpo se moverá conforme a ese
deseo y se acercará hasta la tienda para adquirirla y consumirla. Pero, bien podría ser que
cierto aroma desagradable generase alerta en
Luís. La sensación alertaría de algo a su
cuerpo: probablemente la torta ya no
está en buen estado y no sea
conveniente comérsela. Seguramente,
deseará deshacerse de ella.
En este caso, las sensaciones no llevaron a Luis a buscar algo, sino a apartarlo de sí.
Hobbes, por ello, considera que tanto las aversiones (lo que deseamos apartar) como las
apetencias (lo que deseamos buscar) del deseo son motivadas por cómo nuestro cuerpo
siente cosas. Todas nuestras acciones dependen de nuestros deseos, los que no son más
que productos de lo que sentimos externa o internamente con nuestro cuerpo.
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El ser humano real de Hobbes es un cuerpo que actúa según deseos motivados por
sensaciones; unas veces apetece cosas que quiere atraer a sí y, otras, busca alejar, e
incluso destruir, cosas que le causan aversión. Pero acá hay algo que se nos está
perdiendo si queremos hablar de realidad y no simplemente de fantasías.
Si queremos ser fieles al espíritu de
Hobbes y atenernos a la realidad,
debemos desear algo para actuar,
pues no actuaríamos si no
deseáramos algo. Pero no es
suficiente desear para que la acción
se lleve a cabo. Entre el deseo y la
acción falta un eslabón de la cadena.
Una cosa es desear y otra muy diferente
cumplir nuestros deseos, como nos ha
enseñado la experiencia constantemente. El eslabón faltante es el poder. Actuar
conforme a lo deseado siempre requiere poder. Desde dinero, hasta capacidades
físicas, mentales o sociales.
Hobbes define al poder como la posesión de los medios para el cumplimiento de los
deseos. De este modo, y recordando que el deseo puede ser apetente o aversivo, el
poder consistirá en la posesión de las cosas que puedan requerirse para atraer o
apartar de nosotros lo que deseamos. Para ello, según qué cosa deseemos,
tendremos qué buscar con qué poderes, o fortalezas, contamos nosotros, así como
qué cosas que tenemos alrededor nos son útiles u obstaculizan el cumplimiento de
nuestros deseos.
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Veamos un ejemplo.
Imaginemos que María siente hambre y, en esa
medida, desea comer algo, digamos, un lomo saltado.
Para lograr conseguir ese lomo saltado, María debe realizar un conjunto
de acciones con todo su cuerpo, tales como trasladarse, cocinar,
comunicarse y otras semejantes que son necesarias para lograr cumplir su
deseo de atraer hacia sí un lomo saltado. Imaginemos que decide
cocinarse el lomo saltado.
María requerirá tener los medios para cumplir ese deseo, el o los poderes para lograr
comer su lomo saltado. Si ella no tiene los ingredientes en casa o el dinero para
comprarlos, no podrá cumplir su deseo. En ese caso, decimos que Josefina carece de
los poderes necesarios para realizar su deseo, y verá frustradas sus intenciones de
comer el lomo saltado. En caso de tener el dinero o los ingredientes, Josefina cumplirá
sus deseos. La posesión de ciertas cosas materiales o de dinero son poderes, en
cuanto representan medios para cumplir nuestros deseos.
Naturalmente, hay muchas clases de poderes, en tanto que existen muchas clases de
deseos. Quien desea evitar pasar frío al dormir por las noches, desea los medios para
lograrlo: una casa, unas frazadas o una calefacción; pero quien tiene calor, desea
medios que le procuren sentirse fresco y cómodo. Sin estos medios sus deseos son
del todo impotentes. No obstante, no siempre logramos nuestros deseos mediante
cosas materiales o mediante dinero. Hobbes reconoce un amplio conjunto de
poderes sociales, que difícilmente se identifican con cosas. De este modo, elementos
como la belleza o el hablar bien en público constituyen poderes en ciertos contextos.
Todos tenemos a ese amigo o amiga, cuyos deseos se han visto rápidamente
colmados por participar azarosamente de esas cualidades.
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Veamos un ejemplo.
Un niño aprende a caminar y, con ello, adquiere un poder: ahora
puede caminar. Al mismo tiempo, se vuelve mucho más capaz de
adquirir otros poderes. Ahora, por ejemplo, podrá desarrollar los
poderes necesarios para una actividad física plena: desplazarse
para jugar y hacer más cosas por sí mismo. Con el tiempo y si
adquiere algunos pocos otros poderes, podrá alcanzar las
golosinas que tanto desea y que sus padres se empeñan en
guardar lejos de su alcance.
Cada poder adquirido permite adquirir, a su vez, nuevos poderes.
Hay otra manera de comprender este carácter expansivo del que nos habla Hobbes.
En la medida en que el poder con el que contamos influye en la satisfacción de
nuestros deseos; se deduce que nunca hay suficiente poder. Siempre deseamos tener
más poder, de modo que contemos siempre con los medios para satisfacer nuestros
deseos. Y mientras más poder poseemos, más seguros nos sentimos.
Pero esta sed de poder no es solo un capricho. Nuestros deseos satisfacen las
exigencias de nuestro cuerpo. De su satisfacción depende nuestra conservación y
sobrevivencia. También requerimos poderes para satisfacerlos, medios por los cuales
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obtener los objetos deseados. Y, tal como hemos visto, esto conduce a que siempre
deseemos más poder, en la medida en que eso nos hace sentir seguros de que se
cumplirán nuestros deseos. Sentimos seguridad en la medida en que acumulamos
más poder. Y seamos sinceros: ¿quién no quiere sentirse seguro?
Esta búsqueda de seguridad, este ardiente deseo de estar seguros, que se expresa en
la búsqueda de acumular poderes nos llevará a entender cuál es, según Hobbes, la
verdadera naturaleza humana. No, el ser humano no es para Hobbes una criatura
naturalmente benevolente y que ame al prójimo. Si atendemos al ser humano real, a
este ser que tiene un cuerpo con sentimientos y necesidades, nos encontramos con
criaturas que, por el contrario, fácilmente se inclinan a la codicia, a una sed
desmedida de poder.
Puedes imaginar que esta sed desmedida de poder, para Hobbes, si no es controlada,
puede llevar a situaciones terribles de violencia entre seres humanos, de abuso y
crimen. No son pocos los casos en los que la gente hace cosas por poder. Sin embargo,
que el ser humano sea violento y sediento de poder no es algo que Hobbes vea con
malos ojos. Esta es la naturaleza humana para él, no se trata de pecados o de
enfermedades. Culpar a los seres humanos por actuar según estas inclinaciones
naturales sería igual de absurdo que culpar al mar por tener olas. No olvidemos que
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no se trata de pensar al ser humano como querríamos que fuera, sino como
realmente es.
Estudio de cómo se administran las Estudio de los deseos humanos. Qué cosas
relaciones de poder entre los seres hacemos y deberíamos hacer con los
humanos poderes
Hay un término que sería importante reconocer a estas alturas. Se trata de un término
que solemos dar por sentado: derecho.
¿A qué nos referimos cuando decimos "Derecho"? Para Hobbes, el derecho es el
poder humano. En este sentido, es adecuado también llamar “derecho” al estudio de
la manera en que los seres humanos administramos este poder. Para decirlo en pocas
palabras: para Hobbes, el derecho estudia qué cosas hacemos y deberíamos hacer
con los poderes. Y esas cosas que hacemos con poderes, dependen en buena cuenta
de los deseos y sentimientos.
Hoy en día, las leyes de cada Estado administran estas formas del poder, definiendo
qué se puede y qué no se puede hacer. O, en otras palabras, qué es lo que los seres
humanos deben y no deben desear.
Estudio de cómo se administran las Estudio de los deseos humanos.
De relaciones
este modo, porentre
de poder ejemplo,
los seres Qué cosas hacemos y deberíamos
los Estados contemporáneos
humanos hacer con los poderes
sancionan el que un ser
humano asesine a otro, con
cárcel o con la muerte del
asesino incluso. Hobbes nos
diría que está completamente
de acuerdo. En necesario un
castigo poderoso para
disuadir a la gente de obrar en
ese sentido, es necesario
restringir los deseos humanos para que no se conduzcan de modo animal y salvaje.
En el caso de las penas por homicidio, se trata de restringir el uso del poder de matar
a otros mediante el miedo a un terrible castigo. El Código Civil del Perú sería visto por
Hobbes como el conjunto de reglas que administran las relaciones de poder entre los
seres humanos que viven en un Estado, y entre los seres humanos y las cosas.
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Creemos usualmente que el odio se da contra alguien por ser, actuar o pensar distinto
de nosotros. Solemos creer que son las diferencias las que causan los conflictos entre
los seres humanos: como cuando dos personas son de dos equipos de fútbol distintos
o de dos religiones diversas. Y es verdad que las diferencias suelen originar conflictos.
No obstante, Hobbes considera que la semejanza también es fuente de conflictos. Los
seres humanos no solo llegan a odiarse por ser diferentes, sino también por ser
semejantes.
Puedes preguntarte: ¿cómo es posible que lo más semejante a mí mismo me resulte
sumamente odioso, si uno suele amarse a sí mismo, y con ello debería amar también
a lo semejante? Es extraño, pero Hobbes tiene razón en un sentido realmente
importante.
Si bien los platos de comida pueden
saber muy distintos y tener
ingredientes muy diversos, los seres
humanos en general tenemos ciertas
exigencias de proteínas, fibras, vitaminas, aminoácidos y otros elementos claves para
el funcionamiento del cuerpo y que obtenemos mediante el alimento. En la medida
en que nuestros cuerpos son semejantes, experimentamos necesidades corporales
también semejantes. Por ello, tenemos también deseos de cosas semejantes y
buscamos y rechazamos objetos semejantes mediante los cuales satisfacemos
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deseos. Sin duda, los deseos de los seres humanos son muy distintos a los que surgen
del cuerpo de un koala. Él desea
fervientemente hojas de
eucalipto, de las que se
alimenta, mientras que a
nosotros el eucalipto es algo de
lo que bien podríamos
prescindir la mayor parte del
tiempo, si no siempre.
Veamos con un ejemplo cómo esta semejanza causa conflictos.
Piensa ahora en lo siguiente: Pedro y María son seres humanos que habitan en un
mismo espacio geográfico, tienen deseos semejantes y, por ello, quieren objetos
semejantes. Imaginemos que ambos son individuos que están en condición natural,
en estado de Naturaleza. Si Pedro encuentra algo para alimentarse, y necesariamente
deberá encontrarlo para sobrevivir, eso le serviría perfectamente a María para saciar
su hambre. No lo olvidemos, al ser semejantes satisfacen de modo semejante sus
deseos. Consideremos algo más importante. Los alimentos en un espacio geográfico
son necesariamente limitados y generalmente escasos. Cada alimento que consume
Pedro disminuye las probabilidades de que María pueda conseguir alimentos. En la
proporción en que Pedro encuentra el poder para satisfacer sus deseos, María
disminuye sus probabilidades de poder hacerlo. Por ejemplo, si de los cuatro recursos
disponibles, Pedro consigue dos, María ahora tiene menos recursos disponibles. Sin
contar que si se trata de alimento, sus fuerzas se verán disminuidas si no se alimenta,
mientras Pedro estará más fuerte y saludable, más apto para buscar más alimento.
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Si no existe ley ni moral, la violencia, el robo y el asesinato cunden entre los seres
humanos, la competencia y la codicia son la norma, y uno tiene que convivir con la
inseguridad constante motivada por la mutua desconfianza. Tal como ocurre en el
reino animal y en la Naturaleza.
A la forma del poder, o del derecho, que hemos descrito, Hobbes la denomina
derecho natural. Se trata del uso del poder que no conoce ningún límite (como los
límites que impone la ley o la moral). Se trata de un manejo del poder que solo atiende
a la satisfacción de los deseos por cualquier medio que pueda tenerse a mano. Se
trata de un comportamiento animal, lobuno, si se quiere, que solo sigue las exigencias
de la Naturaleza y los instintos animales que están también presentes en los seres
humanos. Hemos visto que cuando hacemos uso exclusivo del derecho de naturaleza
surge una competencia por obtener los poderes o medios para la satisfacción de los
deseos, en tanto somos semejantes los unos a los otros. Por ello, se propaga la
desconfianza y la violencia entre los seres humanos.
Pero, recordemos, que no hay en esta condición del ser humano nada de pecaminoso
o enfermo. Para Hobbes, así son los seres humanos naturalmente y esta naturaleza
es la que debemos comprender. Es sobre esta materia prima, tan complicada y
conflictiva, que debemos pensar cómo podemos hacerlos mejores.
No se crea, tras lo dicho, la razón es inútil para Hobbes. Ella cumple un papel clave en
el proceso de apaciguar esta naturaleza violenta del ser humano. No se trata, sin
embargo, de una fuerza contraria a los deseos y sentimientos como suele creerse. Se
encuentra, más bien, al servicio de que el deseo se cumpla de la manera más efectiva.
La razón cumple el papel de un estratega: aconseja el mejor plan para cumplir el
deseo.
Hay algo que, sin duda, la razón comprende rápidamente. La mejor estrategia para
cumplir los deseos es eliminar la condición de guerra que se origina por la
competencia y la desconfianza cuando hacemos uso del solo derecho de naturaleza.
El uso ilimitado del poder, que nos lleva a robar, asesinar y someter a los otros seres
humanos, nos hace también potenciales víctimas de ser robados, asesinados y
sometidos por otros seres humanos. Debemos renunciar a parte de nuestro poder
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ilimitado, siempre que los otros lo hagan, de modo que podamos estar más seguros
y cumplir nuestros deseos. Así rápidamente la razón nos aconseja a renunciar a
ciertos poderes, para poder tener una existencia mejor y cumplir nuestros deseos.
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saludable. Recordemos que Pedro puede usar estas ventajas para anticiparse a María,
y si es necesario eliminarla. De este modo, Pedro puede renunciar a su derecho de
palabra, pero en la práctica no renunciar a él.
¿Por qué Pedro no cumple con el contrato?
¿Qué haría que renunciemos realmente a un derecho y lo entreguemos?
La respuesta está a la mano. En un robo, por ejemplo, renunciamos al poder sobre
nuestras propiedades en la medida en que consideramos que resistirse es una
situación más peligrosa. Somos capaces de renunciar al beneficio que nos da un poder
solo si conservarlo trae peores consecuencias. Y solo mientras dure el miedo de estas
posibles peores consecuencias, persiste la renuncia.
Volvamos al caso del alimento y el agua.
¿Qué consecuencias negativas podría
encontrar Pedro en caso de no renunciar al
derecho sobre el agua? Al contrario, le
puede ir mejor si no lo hace y hasta puede
considerar qué peores consecuencias le
trae renunciar a su preciada bebida. De este
modo, nada lo obliga a respetar su contrato
con María.
El respeto de los contratos y los pactos, como puede verse, descansa solo en el miedo
de peores consecuencias. Si se quiere salir del estado de guerra animal propio del
estado de naturaleza, entonces, debemos asegurar algo que provoque el suficiente
miedo para que todos renuncien al poder de hacerle daño a los demás.
Pero esa es otra historia.
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Es necesario contar con poder o poderes para cumplir deseos. No basta solo
desear, hay que contar con los medios para llegar a cumplir nuestros deseos.
El derecho y las leyes pueden verse como sistemas para administrar el poder
5 humano.
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