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Hobbes: cuerpo, deseo y licantropía

No pensar cómo quisiéramos que


fuesen los seres humanos, sino
atender a cómo realmente ellos son.

Este lema bien podría caracterizar el punto de partida de muchos


intentos de analizar la política de algunos filósofos de inicios de la
Época Moderna. Entre ellos, es motivo de nuestro especial interés
Thomas Hobbes, un filósofo inglés que vivió entre 1588 y 1679. Él era afín a pensar la
política guiado por el lema señalado. Busquemos comprenderlo y estaremos un paso más
cerca de comprender algo del característico espíritu de la Era Moderna y del filósofo que
queremos investigar.
La frase no es inmediatamente clara, pero con el debido cuidado podremos
comprenderla con facilidad. Nos pide atender a los seres humanos reales y no a lo que
nosotros querríamos de ellos. Piensa en ello y pregúntate: ¿por qué tendríamos que
fijarnos en los seres humanos reales y no en lo que podamos querer de ellos?

Pensar en lo que querríamos que fuesen los seres humanos es pensar en algo que no
necesariamente existe, pero queremos que exista porque lo consideramos valioso e
importante.
Veamos el caso de María, por ejemplo. Ella quiere que los seres humanos sean atentos y
respetuosos unos con otros. Un noble deseo, no cabe duda. No obstante, María se
encuentra en una comunidad donde sus miembros son indiferentes y poco respetuosos
entre sí. Aunque la realidad de María no se corresponda con lo que quiere, ella no dejará
de desear que sea así.
Muchas veces la realidad poco tiene que ver con lo que queremos. Hay una gran
diferencia entre los seres humanos que María anhela y los seres humanos con los que se
encuentra diariamente. La pregunta clave aquí es: ¿cómo podría actuar María ante esta
situación? ¿Qué podría hacer al reconocer que los seres humanos no son lo que ella
quiere?

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Es altamente probable que María quiera hacer algo para


cambiar la comunidad en la que vive. En efecto, queremos
aquellas cosas que nos parecen valiosas, importantes,
y nos esforzamos por conseguirlas. Y es claro que es
así, porque nadie quiere cosas que no le importan o
no le parecen importantes.

Los seres humanos de la comunidad de María no se


comportan de una manera valiosa e importante, pues
no lo hacen del modo en que ella querría. Es probable
que en tal escenario quiera cambiarlos. María querrá
mejorarlos, darles características valiosas e importantes para
ella, tales como el respeto hacia los otros o el ser atentos con los demás. Pero si María
cree esto, es porque considera que hay que repararlos, arreglarlos de algún modo.
Considerará que es necesario trabajar con y sobre ellos, educarlos. Lo que debe quedar
claro es que para María la condición actual y real de
los seres humanos de su comunidad no es tan
importante ni valiosa como aquella que podrían
llegar a tener si se les educa y entrena. Lo valioso e
importante está, no en la realidad, sino en la
imaginación de María; en cómo ella quiere que sea el
mundo.
No sería extraño, dado lo dicho, que María se pase el
día entero imaginando en cómo podrían llegar a ser
los seres humano. Seguramente, pensaría mucho
también en cuán hermoso sería un mundo como el
que ella quiere. No sería extraño tampoco que se
pase largas horas despreciando su mundo real y
quejándose de la triste y defectuosa realidad que le ha tocado vivir. Así, fácilmente
descuidaría atender a cómo se comportan los seres humanos. Es esperable que se
descuide y despreocupe de ellos: encuentra en ellos solo defectos y cualidades que
quiere que no existan más. Se concentrará, de seguro, en pensar en el modelo de
humanidad que ella considera valioso e importante.
Hasta acá hemos visto qué podría creer María y cómo podría actuar, en qué cosas
pensaría y en cuáles centraría su atención. Imaginemos, ahora, qué podría decirle Hobbes
a María, según el lema que vimos al principio y caracterizaría su modo de analizar a los
seres humanos. Le diría a María que, sin duda, no son escasos los seres humanos que se
comportan de modo malvado e injusto, y que la mayoría de gente está lejos de ser
virtuosa y generosa, y que tan pronto se dan ciertas condiciones, incluso los más

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benevolentes y pacíficos de entre mujeres y hombres, se convierte en una


fiera salvaje y egoísta.
Seguramente, Hobbes también le señalaría a María que sus intenciones son
buenas y que realmente es importante pensar en cómo mejorar a los seres
humanos. El problema, le diría, es que no está partiendo de una situación
real y que, si no lo hace, sus intenciones podrán ser buenas, pero no
efectivas. Quizá Hobbes se animaría a explicarle a María el problema de su
postura con una imagen. Le diría que así como no se puede lograr, aunque
uno se empeñe muchísimo, que las vacas vuelen, porque simplemente su
naturaleza no es apta para ello; tampoco pueden lograrse transformaciones
contrarias a la naturaleza del ser humano. Si se quiere cambiarlo, mejorarlo
o hacerlo distinto, primero debemos atender a su naturaleza tal y como existe, para ver
qué puede lograr ser y qué no. De otro modo, todas nuestras intenciones pueden
convertirse en un mero delirio.
Para Hobbes, el problema de la perspectiva de María es que ella se concentra en cómo
quieren que sean los seres humanos, pero no atiende a cómo ellos realmente son, cuál
es su naturaleza particular. Por ello, no sabe cómo puede y cómo no puede
transformarlos. Toda esa violencia, egoísmo e injusticia, todas esas pasiones y afectos
que vemos en los seres humanos, le diría Hobbes a María, son parte también de su
naturaleza. Todo cambio o mejora que pueda hacérsele al ser humano debe considerar
su naturaleza real y existente. Nada contrario a su naturaleza se puede enseñar ni exigir
con sensatez a nadie ni a nada.

Ahora que hemos identificado este interesante aspecto que caracteriza a algunos
pensadores del siglo XVII, entre ellos, a Hobbes, no nos costará trabajo comprender lo
que otro pensador de ese tiempo, no inglés, sino holandés, decía al respecto. Nos
referimos a Baruch Spinoza, que vivió también el siglo XVII entre 1632 y 1677.

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Él se queja de una actitud común en muchos filósofos, que en buena parte se


comportaban como María. Nos dice:

Volvamos al filósofo protagonista de nuestra historia: Thomas Hobbes. Se trata de un


personaje histórico clave para entender cómo pensamos hoy en día sobre el gobierno, la
ley y la justicia. Él, se ha dicho, no quiere soñar cómo podríamos llegar a ser los seres
humanos, sin antes haber entendido bien qué es lo que somos realmente, cuál es nuestra
naturaleza. Para ello, revisemos ahora, qué es el ser humano para Hobbes.

Hobbes responde a esta pregunta de modo coherente con su afán de comprender la


realidad. En efecto, ¿qué hay más real que nuestro propio cuerpo? Si deseamos entender
al ser humano, según Hobbes, debemos entender cómo siente este cuerpo y cómo se
mueve en función de lo que siente. Si quisiéramos expresar, simplificando y con crudeza,
qué somos para Hobbes, podríamos decir: somos cuerpos que se mueven porque sienten
cosas.
Para él, nuestro cuerpo hace muchas
cosas, produce miles de movimientos
perceptibles e imperceptibles, de
acuerdo con cómo sentimos el entorno
en el que nos encontramos o de cómo
nos sentimos. Hoy nosotros podemos
saber que Hobbes en buena parte tenía
razón. Con cada cambio de temperatura
en el entorno, nuestro cuerpo responde
regulando su propia temperatura a

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óptimas condiciones de funcionamiento. Así también, la luz y el sonido del dispositivo


que estás ahora observando, desencadena en tu cuerpo un sinnúmero de respuestas:
desde estimulación de membranas y segregación de lágrimas, hasta liberación de
hormonas y neurotransmisores. Es gracias a todos esos movimientos imperceptibles que
puedes llegar a percibir y comprender algo. Se trata de movimientos invisibles que el
cuerpo opera porque siente cosas.
Nos hemos referido al amplio reino de los movimientos imperceptibles,
pero la misma regla se cumple para muchos movimientos corporales.
¿No te ha sucedido que cuando una pelota se dirigió hacia ti colocaste,
sin pensarlo, las manos para protegerte? ¿nunca has tiritado de frío?
En casos como este, determinadas condiciones del entorno llevan
inmediatamente al cuerpo a moverse perceptiblemente. El cuerpo
humano es, para Hobbes, una muy compleja máquina que mediante lo
que siente produce acciones sumamente complejas.
Detengámonos un poco más en estos movimientos perceptibles
motivados por sensaciones. No todos son tan automáticos como los
reflejos defensivos o tiritar por frío. Si lo piensas bien, hay algunas
sensaciones que requieren que nosotros hagamos varias cosas con
nuestro cuerpo entero. Hay sensaciones que nos obligan a decidir
cosas y elaborar, incluso, planes.
Sentir hambre es producto de un
conjunto de movimientos
corporales motivados por cómo el
cuerpo se siente a sí mismo. En efecto, se
trata de un mecanismo complejo del
cual solo sentimos las consecuencias.
Ciertos receptores corporales identifican, o
sienten, un descenso de azúcar en la sangre, por ello
generan un conjunto de movimientos a través de
neurotransmisores y rutas nerviosas. Estos movimientos
interiores a nuestro cuerpo, todo ese conjunto de reacciones bioquímicas y nerviosas,
estimulan al cerebro, que a su vez envía señales a los órganos correspondientes para
producir el conjunto de sensaciones típicas del hambre: dolor de estómago, cierta
languidez corporal, desorientación, sueño y otras tantas cosas que normalmente
sentimos cuando tenemos hambre. Para decirlo sencillamente, cuando nuestro cuerpo
identifica, o “siente”, que necesita alimento, el cerebro produce en nosotros otras
sensaciones, que son las que nosotros percibimos. Nosotros solo sentimos la conclusión
de una larga serie de movimientos corporales invisibles.

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Ahora bien, cuando el cuerpo siente hambre se enfrenta a una situación distinta a cuando
observa la pantalla del dispositivo o a cuando regula su temperatura corporal.
Necesitamos hacer cosas con todo el cuerpo para
superar el hambre. Lo clave es que no contamos con
instintos automáticos para satisfacer el hambre, sino
que tenemos que desarrollar un plan para hacerlo.
Cuando lo que sentimos requiere que desarrollemos
un plan para hacerlo, entonces surge en los seres
humanos un deseo. Así, la sensación de hambre
genera el deseo de comer algo; como la ira, el deseo de destruir algo y, el amor, el deseo
de preservar algo. Lo que sentimos produce lo que deseamos y, con ello, define cómo
nos comportaremos.
Si lo piensas, cada plan de acción que tomamos responde a un deseo que tenemos.
Debe quedar claro que no todos los deseos implican buscar algo, como en el caso del
hambre. Imaginemos que Luis tuvo hambre y tuvo deseo de comerse un trozo de torta
que había visto hace unos días en la tienda. Todo su cuerpo se moverá conforme a ese
deseo y se acercará hasta la tienda para adquirirla y consumirla. Pero, bien podría ser que
cierto aroma desagradable generase alerta en
Luís. La sensación alertaría de algo a su
cuerpo: probablemente la torta ya no
está en buen estado y no sea
conveniente comérsela. Seguramente,
deseará deshacerse de ella.

En este caso, las sensaciones no llevaron a Luis a buscar algo, sino a apartarlo de sí.
Hobbes, por ello, considera que tanto las aversiones (lo que deseamos apartar) como las
apetencias (lo que deseamos buscar) del deseo son motivadas por cómo nuestro cuerpo
siente cosas. Todas nuestras acciones dependen de nuestros deseos, los que no son más
que productos de lo que sentimos externa o internamente con nuestro cuerpo.

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El ser humano real de Hobbes es un cuerpo que actúa según deseos motivados por
sensaciones; unas veces apetece cosas que quiere atraer a sí y, otras, busca alejar, e
incluso destruir, cosas que le causan aversión. Pero acá hay algo que se nos está
perdiendo si queremos hablar de realidad y no simplemente de fantasías.
Si queremos ser fieles al espíritu de
Hobbes y atenernos a la realidad,
debemos desear algo para actuar,
pues no actuaríamos si no
deseáramos algo. Pero no es
suficiente desear para que la acción
se lleve a cabo. Entre el deseo y la
acción falta un eslabón de la cadena.
Una cosa es desear y otra muy diferente
cumplir nuestros deseos, como nos ha
enseñado la experiencia constantemente. El eslabón faltante es el poder. Actuar
conforme a lo deseado siempre requiere poder. Desde dinero, hasta capacidades
físicas, mentales o sociales.

Hobbes define al poder como la posesión de los medios para el cumplimiento de los
deseos. De este modo, y recordando que el deseo puede ser apetente o aversivo, el
poder consistirá en la posesión de las cosas que puedan requerirse para atraer o
apartar de nosotros lo que deseamos. Para ello, según qué cosa deseemos,
tendremos qué buscar con qué poderes, o fortalezas, contamos nosotros, así como
qué cosas que tenemos alrededor nos son útiles u obstaculizan el cumplimiento de
nuestros deseos.

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Veamos un ejemplo.
Imaginemos que María siente hambre y, en esa
medida, desea comer algo, digamos, un lomo saltado.
Para lograr conseguir ese lomo saltado, María debe realizar un conjunto
de acciones con todo su cuerpo, tales como trasladarse, cocinar,
comunicarse y otras semejantes que son necesarias para lograr cumplir su
deseo de atraer hacia sí un lomo saltado. Imaginemos que decide
cocinarse el lomo saltado.
María requerirá tener los medios para cumplir ese deseo, el o los poderes para lograr
comer su lomo saltado. Si ella no tiene los ingredientes en casa o el dinero para
comprarlos, no podrá cumplir su deseo. En ese caso, decimos que Josefina carece de
los poderes necesarios para realizar su deseo, y verá frustradas sus intenciones de
comer el lomo saltado. En caso de tener el dinero o los ingredientes, Josefina cumplirá
sus deseos. La posesión de ciertas cosas materiales o de dinero son poderes, en
cuanto representan medios para cumplir nuestros deseos.

Naturalmente, hay muchas clases de poderes, en tanto que existen muchas clases de
deseos. Quien desea evitar pasar frío al dormir por las noches, desea los medios para
lograrlo: una casa, unas frazadas o una calefacción; pero quien tiene calor, desea
medios que le procuren sentirse fresco y cómodo. Sin estos medios sus deseos son
del todo impotentes. No obstante, no siempre logramos nuestros deseos mediante
cosas materiales o mediante dinero. Hobbes reconoce un amplio conjunto de
poderes sociales, que difícilmente se identifican con cosas. De este modo, elementos
como la belleza o el hablar bien en público constituyen poderes en ciertos contextos.
Todos tenemos a ese amigo o amiga, cuyos deseos se han visto rápidamente
colmados por participar azarosamente de esas cualidades.

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La amistad y la reputación constituyen también poderes. Dudar que la amistad es un


poder resulta difícil. No solo se trata de que en el aislamiento y sin el apoyo de otras
personas el poder humano resulta minúsculo, sino que gran parte de los deseos
humanos tienen que ver con otras personas. Deseamos ser amados, queridos y
cuidados por otros, así como deseamos que a los que amamos les vaya bien.
La reputación también es un poder. Así, la fama y la popularidad permiten cumplir
deseos. Buena parte de la vida excepcional de las celebridades depende de esta fama.
Así también, la mala fama es una fuente de debilitamiento del poder y, con ello, una
traba para cumplir deseos. Piénsese sino en cuán difícil puede llegar a ser la vida social
de un niño que se ha ganado la fama de ser mentiroso. Sin duda, muchas veces no
podrá cumplir lo que desea por tener esa fama.
Hay, naturalmente, otros muchos poderes. Tan solo cabe considerar qué cosas
conducen a satisfacer deseos.
Debemos llamar la atención sobre un punto curioso en la concepción del poder en
Hobbes. El poder tiene para él una naturaleza creciente, expansiva. Lo compara a la
velocidad que adquieren los cuerpos pesados al caer, que se hacen más veloces,
cuanto más tiempo llevan cayendo. ¿Qué quiere decirnos Hobbes con esto? Simple:
que mediante la adquisición de poderes nos volvemos más capaces de adquirir
nuevos poderes.

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Veamos un ejemplo.
Un niño aprende a caminar y, con ello, adquiere un poder: ahora
puede caminar. Al mismo tiempo, se vuelve mucho más capaz de
adquirir otros poderes. Ahora, por ejemplo, podrá desarrollar los
poderes necesarios para una actividad física plena: desplazarse
para jugar y hacer más cosas por sí mismo. Con el tiempo y si
adquiere algunos pocos otros poderes, podrá alcanzar las
golosinas que tanto desea y que sus padres se empeñan en
guardar lejos de su alcance.
Cada poder adquirido permite adquirir, a su vez, nuevos poderes.

Hay otra manera de comprender este carácter expansivo del que nos habla Hobbes.
En la medida en que el poder con el que contamos influye en la satisfacción de
nuestros deseos; se deduce que nunca hay suficiente poder. Siempre deseamos tener
más poder, de modo que contemos siempre con los medios para satisfacer nuestros
deseos. Y mientras más poder poseemos, más seguros nos sentimos.

Piénsalo bien. El dinero, como hemos visto, es un poder. ¿Y cuándo tenemos


suficiente dinero? Siempre puede haber una urgencia que haga que requiramos un
dinero extra y siempre será preferible tener acceso a un tanto más. Hay no solo una
necesidad de contar con los poderes para cumplir un deseo, sino que hay también un
deseo de tener más poderes, de modo que la satisfacción de nuestros deseos en el
futuro resulte asegurada.

Pero esta sed de poder no es solo un capricho. Nuestros deseos satisfacen las
exigencias de nuestro cuerpo. De su satisfacción depende nuestra conservación y
sobrevivencia. También requerimos poderes para satisfacerlos, medios por los cuales
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obtener los objetos deseados. Y, tal como hemos visto, esto conduce a que siempre
deseemos más poder, en la medida en que eso nos hace sentir seguros de que se
cumplirán nuestros deseos. Sentimos seguridad en la medida en que acumulamos
más poder. Y seamos sinceros: ¿quién no quiere sentirse seguro?

Esta búsqueda de seguridad, este ardiente deseo de estar seguros, que se expresa en
la búsqueda de acumular poderes nos llevará a entender cuál es, según Hobbes, la
verdadera naturaleza humana. No, el ser humano no es para Hobbes una criatura
naturalmente benevolente y que ame al prójimo. Si atendemos al ser humano real, a
este ser que tiene un cuerpo con sentimientos y necesidades, nos encontramos con
criaturas que, por el contrario, fácilmente se inclinan a la codicia, a una sed
desmedida de poder.

Puedes imaginar que esta sed desmedida de poder, para Hobbes, si no es controlada,
puede llevar a situaciones terribles de violencia entre seres humanos, de abuso y
crimen. No son pocos los casos en los que la gente hace cosas por poder. Sin embargo,
que el ser humano sea violento y sediento de poder no es algo que Hobbes vea con
malos ojos. Esta es la naturaleza humana para él, no se trata de pecados o de
enfermedades. Culpar a los seres humanos por actuar según estas inclinaciones
naturales sería igual de absurdo que culpar al mar por tener olas. No olvidemos que

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no se trata de pensar al ser humano como querríamos que fuera, sino como
realmente es.

Estudio de cómo se administran las Estudio de los deseos humanos. Qué cosas
relaciones de poder entre los seres hacemos y deberíamos hacer con los
humanos poderes

Hay un término que sería importante reconocer a estas alturas. Se trata de un término
que solemos dar por sentado: derecho.
¿A qué nos referimos cuando decimos "Derecho"? Para Hobbes, el derecho es el
poder humano. En este sentido, es adecuado también llamar “derecho” al estudio de
la manera en que los seres humanos administramos este poder. Para decirlo en pocas
palabras: para Hobbes, el derecho estudia qué cosas hacemos y deberíamos hacer
con los poderes. Y esas cosas que hacemos con poderes, dependen en buena cuenta
de los deseos y sentimientos.

Hoy en día, las leyes de cada Estado administran estas formas del poder, definiendo
qué se puede y qué no se puede hacer. O, en otras palabras, qué es lo que los seres
humanos deben y no deben desear.
Estudio de cómo se administran las Estudio de los deseos humanos.
De relaciones
este modo, porentre
de poder ejemplo,
los seres Qué cosas hacemos y deberíamos
los Estados contemporáneos
humanos hacer con los poderes
sancionan el que un ser
humano asesine a otro, con
cárcel o con la muerte del
asesino incluso. Hobbes nos
diría que está completamente
de acuerdo. En necesario un
castigo poderoso para
disuadir a la gente de obrar en
ese sentido, es necesario
restringir los deseos humanos para que no se conduzcan de modo animal y salvaje.
En el caso de las penas por homicidio, se trata de restringir el uso del poder de matar
a otros mediante el miedo a un terrible castigo. El Código Civil del Perú sería visto por
Hobbes como el conjunto de reglas que administran las relaciones de poder entre los
seres humanos que viven en un Estado, y entre los seres humanos y las cosas.

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Hobbes quiere hacer un experimento mental sobre el


derecho. Nos anima a pensar en un mundo en el que no
existe ley, ni códigos, ni decretos, ni ordenanzas. Un
mundo donde cada ser humano actúa según su propio
sentir y donde no existen prohibiciones de ninguna
clase. Cada quien se vale de sus propios poderes para
defenderse. Robar o matar no son delitos en este
mundo, porque nadie los persigue ni ninguna ley los
prescribe. Tal como sucede en el mundo animal y en la
Naturaleza salvaje: el robo de una presa o dar muerte a un animal de la misma especie
o de otra no es un delito entre los animales, sino una expresión de su poder.
Hobbes nos anima a pensar: ¿cómo se comportarían los seres humanos entre sí en
esta condición natural? ¿Qué deseos tendríamos frente a los demás si viviésemos en
un estado exterior a la ley?

Creemos usualmente que el odio se da contra alguien por ser, actuar o pensar distinto
de nosotros. Solemos creer que son las diferencias las que causan los conflictos entre
los seres humanos: como cuando dos personas son de dos equipos de fútbol distintos
o de dos religiones diversas. Y es verdad que las diferencias suelen originar conflictos.
No obstante, Hobbes considera que la semejanza también es fuente de conflictos. Los
seres humanos no solo llegan a odiarse por ser diferentes, sino también por ser
semejantes.
Puedes preguntarte: ¿cómo es posible que lo más semejante a mí mismo me resulte
sumamente odioso, si uno suele amarse a sí mismo, y con ello debería amar también
a lo semejante? Es extraño, pero Hobbes tiene razón en un sentido realmente
importante.
Si bien los platos de comida pueden
saber muy distintos y tener
ingredientes muy diversos, los seres
humanos en general tenemos ciertas
exigencias de proteínas, fibras, vitaminas, aminoácidos y otros elementos claves para
el funcionamiento del cuerpo y que obtenemos mediante el alimento. En la medida
en que nuestros cuerpos son semejantes, experimentamos necesidades corporales
también semejantes. Por ello, tenemos también deseos de cosas semejantes y
buscamos y rechazamos objetos semejantes mediante los cuales satisfacemos

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deseos. Sin duda, los deseos de los seres humanos son muy distintos a los que surgen
del cuerpo de un koala. Él desea
fervientemente hojas de
eucalipto, de las que se
alimenta, mientras que a
nosotros el eucalipto es algo de
lo que bien podríamos
prescindir la mayor parte del
tiempo, si no siempre.
Veamos con un ejemplo cómo esta semejanza causa conflictos.
Piensa ahora en lo siguiente: Pedro y María son seres humanos que habitan en un
mismo espacio geográfico, tienen deseos semejantes y, por ello, quieren objetos
semejantes. Imaginemos que ambos son individuos que están en condición natural,
en estado de Naturaleza. Si Pedro encuentra algo para alimentarse, y necesariamente
deberá encontrarlo para sobrevivir, eso le serviría perfectamente a María para saciar
su hambre. No lo olvidemos, al ser semejantes satisfacen de modo semejante sus
deseos. Consideremos algo más importante. Los alimentos en un espacio geográfico
son necesariamente limitados y generalmente escasos. Cada alimento que consume
Pedro disminuye las probabilidades de que María pueda conseguir alimentos. En la
proporción en que Pedro encuentra el poder para satisfacer sus deseos, María
disminuye sus probabilidades de poder hacerlo. Por ejemplo, si de los cuatro recursos
disponibles, Pedro consigue dos, María ahora tiene menos recursos disponibles. Sin
contar que si se trata de alimento, sus fuerzas se verán disminuidas si no se alimenta,
mientras Pedro estará más fuerte y saludable, más apto para buscar más alimento.

La conclusión de Hobbes es sencilla: en cuanto los seres semejantes tienen deseos


semejantes y en cuanto los medios para satisfacerlos son limitados, necesariamente
surge entre los seres humanos la COMPETENCIA. Pedro y María desean lo mismo y
harán lo necesario para conseguirlo y para evitar que el otro lo consiga. Lo más
probable es que se ANTICIPEN a sus acciones, y procuren eliminar a su competidor
cuanto antes, de modo que deje de ser un estorbo. Esta competencia por los
recursos, engendra inmediatamente DESCONFIANZA. Y por ello, estamos lejos de
sentirnos seguros, que es algo que deseamos profundamente sentir.

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Si no existe ley ni moral, la violencia, el robo y el asesinato cunden entre los seres
humanos, la competencia y la codicia son la norma, y uno tiene que convivir con la
inseguridad constante motivada por la mutua desconfianza. Tal como ocurre en el
reino animal y en la Naturaleza.
A la forma del poder, o del derecho, que hemos descrito, Hobbes la denomina
derecho natural. Se trata del uso del poder que no conoce ningún límite (como los
límites que impone la ley o la moral). Se trata de un manejo del poder que solo atiende
a la satisfacción de los deseos por cualquier medio que pueda tenerse a mano. Se
trata de un comportamiento animal, lobuno, si se quiere, que solo sigue las exigencias
de la Naturaleza y los instintos animales que están también presentes en los seres
humanos. Hemos visto que cuando hacemos uso exclusivo del derecho de naturaleza
surge una competencia por obtener los poderes o medios para la satisfacción de los
deseos, en tanto somos semejantes los unos a los otros. Por ello, se propaga la
desconfianza y la violencia entre los seres humanos.
Pero, recordemos, que no hay en esta condición del ser humano nada de pecaminoso
o enfermo. Para Hobbes, así son los seres humanos naturalmente y esta naturaleza
es la que debemos comprender. Es sobre esta materia prima, tan complicada y
conflictiva, que debemos pensar cómo podemos hacerlos mejores.

No se crea, tras lo dicho, la razón es inútil para Hobbes. Ella cumple un papel clave en
el proceso de apaciguar esta naturaleza violenta del ser humano. No se trata, sin
embargo, de una fuerza contraria a los deseos y sentimientos como suele creerse. Se
encuentra, más bien, al servicio de que el deseo se cumpla de la manera más efectiva.
La razón cumple el papel de un estratega: aconseja el mejor plan para cumplir el
deseo.
Hay algo que, sin duda, la razón comprende rápidamente. La mejor estrategia para
cumplir los deseos es eliminar la condición de guerra que se origina por la
competencia y la desconfianza cuando hacemos uso del solo derecho de naturaleza.
El uso ilimitado del poder, que nos lleva a robar, asesinar y someter a los otros seres
humanos, nos hace también potenciales víctimas de ser robados, asesinados y
sometidos por otros seres humanos. Debemos renunciar a parte de nuestro poder

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ilimitado, siempre que los otros lo hagan, de modo que podamos estar más seguros
y cumplir nuestros deseos. Así rápidamente la razón nos aconseja a renunciar a
ciertos poderes, para poder tener una existencia mejor y cumplir nuestros deseos.

La razón nos aconsejará renunciar a ciertos poderes, a ciertos derechos,


especialmente a aquellos que implican lastimar a otros seres humanos, para poder
cumplir nuestro deseo. Hobbes considera que se puede simplemente renunciar a un
poder. Como, por ejemplo, cuando alguien deja un objeto útil en la calle para que
cualquiera pueda recogerlo. En ese caso, renunciamos a la propiedad sobre el objeto,
y disponemos que cualquiera que lo encuentre pueda gozar del uso del objeto, de lo
que pueda producir, y que si le parece, cualquiera pueda incluso destruir el objeto,
sin que eso se considere un daño contra mi propiedad. Al abandonar un objeto,
renunciamos a los poderes que implica ser propietario de él.

En ocasiones, renunciamos a un derecho o poder, pero lo transferimos a alguien


específicamente. En algunas esperando algo a cambio, en otras sin esperarlo. En el
caso de que entreguemos un poder sin esperar algo a cambio, hablamos de una
DONACIÓN o GRACIA, o simplemente un regalo. Así, cuando compro una manzana
para regalársela a un niño, renuncio a los poderes que me otorga su propiedad y se
los transfiero a un amigo.

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En los casos en los que la transferencia de un


poder, espera un poder a cambio, tenemos un
CONTRATO. Cuando se paga, por ejemplo, se
celebra un contrato: uno renuncia al poder del
dinero y se lo transfiere al artesano, y él a cambio
renuncia al poder que le confiere la propiedad de
la artesanía y nos la transfiere.
Los contratos que transfieren un poder en
función de que en el futuro el beneficiario
del poder le transfiera otro poder se
llaman PACTO o CONVENIO. Por ejemplo,
cuando alguien presta a otro una cantidad
de dinero, renuncia al poder que ese
dinero le otorga. Pero, bien puede hacerle
prometer que en el futuro deberán
devolverle la misma suma de dinero con un cierto interés, de modo que en el futuro
deba renunciar al poder sobre ese monto de dinero o hacer algo con parte del dinero
ganado para nosotros. Se trata de una clase especial de contratos en los que la
confianza en el cumplimiento de lo pactado es la clave.
Se ha dicho que la razón, que es estratégica, aconseja al deseo renunciar a algunos
poderes o derechos, específicamente a aquellos en cuyo uso se daña a otros seres
humanos. Lo hace para poder obtener una condición de paz que sea favorable al
cumplimiento de deseos y necesidades. Renunciaremos a esto siempre que los demás
renuncien también a esos mismos poderes con los que pueden hacernos daño. Se
trata de una clase especial de contrato, al menos, de una mutua renuncia. Ahora,
cuando usamos ilimitadamente nuestro poder, cuando nos guiamos según el derecho
de naturaleza, los contratos resultan imposibles, porque no puede garantizarse la
renuncia a los derechos.

Volvamos a pensar en nuestros personajes: Pedro y María. Imaginemos que Pedro


tiene agua y no comida, mientras María tiene comida y no agua. Una tiene lo que el
otro no. Deciden hacer un intercambio, y, María le entrega la comida, pidiéndole a
Pedro que cumpla con entregarle el agua. Han celebrado un contrato.
¿Qué hará que Pedro cumpla su palabra y le entregue el agua?
Pedro podría quedarse con la comida y no darle el agua a María, de modo que ahora
él está en ventaja frente a María: podrá estar más fuerte, robusto y mantenerse

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saludable. Recordemos que Pedro puede usar estas ventajas para anticiparse a María,
y si es necesario eliminarla. De este modo, Pedro puede renunciar a su derecho de
palabra, pero en la práctica no renunciar a él.
¿Por qué Pedro no cumple con el contrato?
¿Qué haría que renunciemos realmente a un derecho y lo entreguemos?
La respuesta está a la mano. En un robo, por ejemplo, renunciamos al poder sobre
nuestras propiedades en la medida en que consideramos que resistirse es una
situación más peligrosa. Somos capaces de renunciar al beneficio que nos da un poder
solo si conservarlo trae peores consecuencias. Y solo mientras dure el miedo de estas
posibles peores consecuencias, persiste la renuncia.
Volvamos al caso del alimento y el agua.
¿Qué consecuencias negativas podría
encontrar Pedro en caso de no renunciar al
derecho sobre el agua? Al contrario, le
puede ir mejor si no lo hace y hasta puede
considerar qué peores consecuencias le
trae renunciar a su preciada bebida. De este
modo, nada lo obliga a respetar su contrato
con María.
El respeto de los contratos y los pactos, como puede verse, descansa solo en el miedo
de peores consecuencias. Si se quiere salir del estado de guerra animal propio del
estado de naturaleza, entonces, debemos asegurar algo que provoque el suficiente
miedo para que todos renuncien al poder de hacerle daño a los demás.
Pero esa es otra historia.

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Hobbes: cuerpo, deseo y licantropía

Hobbes procura atender a la política de modo real y no atendiendo a un ideal


1 que proyectamos respecto de los seres humanos.

Para Hobbes, somos principalmente seres corpóreos y animales. Así,


2 respondemos al mundo según cómo sentimos y deseamos, antes que
racionalmente.

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Es necesario contar con poder o poderes para cumplir deseos. No basta solo
desear, hay que contar con los medios para llegar a cumplir nuestros deseos.

Hay una tendencia humana a la acumulación de poderes. Acumular poderes nos


4 da seguridad y la proyección futura de cumplir nuestros deseos.

El derecho y las leyes pueden verse como sistemas para administrar el poder
5 humano.

Solo mientras exista miedo estamos dispuestos a renunciar a un poder que


6 poseemos. Si no existe miedo, no se cumplen los contratos.

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Hobbes: cuerpo, deseo y licantropía

Joan Caravedo Durán

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