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FRATERNA
CONSTITUCIONES FMA
NUESTRA VIDA FRATERNA
ARTÍCULO 49
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NUESTRA VIDA FRATERNA
ARTÍCULO 50
5 Cf MB IX 687.
6 Cf C 1885 XVIII 15.
7 Cf C 1885 XVIII 15; MB XIII 214; Cronoh III 231.
8 Cf GS 38.
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El espíritu de familia característica de cada una de
nuestras comunidades
De la Circular N°928 de Madre Yvonne Reungoat
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amenaza para las familias, pero también amenaza con
debilitar nuestros ambientes comunitarios.
En el encuentro con muchas hermanas y a través del co-
nocimiento de muchas situaciones comunitarias, percibo
un profundo deseo, casi una aguda nostalgia de un clima
que desde los orígenes ha caracterizado nuestra vida co-
mún.
Estoy totalmente convencida de que revitalizando el
espíritu de familia podremos ser comunidades felices y
fecundas desde el punto de vista vocacional. Podremos
constituir una clara invitación: «Venid y veréis» que es
fuente de revisión, de sana inquietud y de despertar de la
llamada que se guarda en el corazón de las generaciones
jóvenes.
Es necesario volver con valor y con una mirada renova-
da constantemente a los manantiales, redescubrir cami-
nos nuevos de reconciliación y comunión, interrogarnos
cada vez no solo sobre el significado de ser familia, sino
sobre qué testimonio damos de nuestro modo de vivir
como familia fundada no sobre la carne y sobre la san-
gre, sino sobre la fuerza de la fe y sobre la fraternidad en
Cristo, (cfr. C 36).
A lo largo de la historia del Instituto, muchas de nuestras
hermanas, han vivido con sencillez y decisión valores
insustituibles, que han hecho acogedoras las comuni-
dades: comunión de fe y de oración, afecto recibido y
correspondido con corazón puro, sencillos gestos de hu-
manidad ofrecidos con gratuidad, participación sincera
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en alegrías y sufrimientos, acogida cariñosa en las re-
laciones interpersonales, la convergencia y el compartir
en la misión.
Queridas hermanas, el espíritu de familia así entendido
dilata el corazón hasta las dimensiones de Dios. Son las
dimensiones del amor y de la misericordia, del perdón,
del corazón abierto incondicionalmente a todos, del
compromiso de vencer con la oración y con la ayuda
de María Auxiliadora sentimientos de celos, de indivi-
dualismo, de arribismo, de activismo. Aspectos sobre los
que hay que vigilar constantemente porque no solo po-
drían impedir la comunión, sino incluso destruirla.
La experiencia de familia, la necesidad de relaciones sa-
nas y auténticas son exigencias que sentimos dentro de
nosotras y que si no se orientan bien y se basan en el es-
píritu del evangelio pueden suscitar conflictos y también
frustraciones; pueden provocar incluso recelos, faltas de
confianza, divisiones.
En este sentido, es fácil caer en juicios poco constructi-
vos sobre personas y comunidades. Cuando pienso en el
espíritu de familia no entiendo ciertamente una realidad
en la que no haya desalientos y dificultades. Me refiero a
comunidades en continua construcción, donde sombras
y luces se entrelazan continuamente hasta convertirse en
comunión. «Esta comunión de vida, enraizada en la fe,
en la esperanza y en la caridad, se convierte, además, en
respuesta a las exigencias íntimas del corazón humano y
lo dispone a la entrega apostólica». (C 49).
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Las comunidades auténticas no son las que no tienen li-
mitaciones, sino aquellas en las que, como diría la Ma-
dre Mazzarello, no se hacen las paces con los propios
defectos.
Si advertimos dinámicas que ponen en peligro la comu-
nión, mirémoslas con sinceridad y con valor y hagamos
nuestra la palabra de Jesús: «Para que sean perfectos en
la unidad y el mundo conozca que tú me has enviado y
que los has amado a ellos como me has amado a mí.»
(Jn 17,23).
Ser testigos del amor como Jesús lo entiende, nos com-
promete a dar un paso importante: la confianza recípro-
ca, «cueste lo que cueste», incluso el martirio si fuera
necesario. Cada día, en primera persona, estamos llama-
das a optar por lo que alimenta el clima de familia.
Jesús está con nosotros y nos sustenta en este arte no
siempre fácil, pero maravilloso.
¿Estamos dispuestas a poner cada día un ladrillo para
construir la casa del amor de Dios donde se respira un
auténtico aire de familia?
Es un desafío que todas queremos asumir como posi-
bilidad de renovar la pasión educativa y misionera, ha-
ciendo que vuelvan a nuestras comunidades los tiempos
de los corazones abiertos, del compartir profundo entre
nosotras y con las jóvenes y los jóvenes, con quienes
recrear ambientes familiares, llenos de valores humanos
y cristianos. (Actas CG XXII, n. 23).
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Hagamos que resuene en nuestro corazón la voz de
nuestros Fundadores que nos dicen: «Amaos como her-
manos. Quereos, ayudaos y soportaos como hermanos.
Prometedme que os querréis como hermanos» (MB
XVIII 502); y de la madre Mazzarello: « Mis amadas
hijas, os recomiendo que os améis y os tratéis siempre
con caridad; soportaos mutuamente los defectos y avi-
saos unas a otras, pero siempre con caridad y dulzura «,
(Carta 37,3).
Querernos, ser irradiación del amor en los sencillos ges-
tos de cada día son condiciones que no solo construyen
familia, sino que son manantial de alegría profunda.
Por eso os invito a dar calidad a la oración personal y
comunitaria, pero sobre todo a vivir la caridad evangéli-
ca en los pensamientos, en las palabras, en los gestos, a
cuidar la vida sacramental, sobre todo la Reconciliación
y la Eucaristía, en la que se fundamenta y se renueva
nuestro vivir juntas para la misión (cfr. C 40).
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ENSEÑANZAS Y EXHORTACIONES
DE SAN JUAN BOSCO A LAS FMA
Caridad Fraterna9
No se puede amar a Dios sin amar al prójimo. El mis-
mo precepto que nos impone el amor hacia Dios, nos
impone también el amor hacia nuestros semejantes; en
la primera epístola de San Juan Evangelista leemos es-
tas palabras: Este mandamiento tenemos de Dios: que
quién ama a Dios ame también a su hermano. Y en el
mismo lugar nos advierte este apóstol que es mentiroso
quién dice amar a Dios y después odia a su hermano: Si
alguno dijese que ama a Dios y aborrece a su hermano,
mentiroso es.
Cuando en una comunidad reina este amor fraternal y
todos se aman recíprocamente y cada uno goza del bien
del otro, como si fuera propio, la casa se convierte en un
paraíso; y se experimenta la bondad de estas palabras del
profeta David: Mirad cuan buena y dulce es la unión de
los hermanos. Pero cuanto empieza a dominar el amor
propio y hay sinsabores y divisiones, la casa se convierte
en un infierno.
Mucho se complace el señor en ver sus casas habitadas
por hermanos que viven unidos sin más voluntad que la
de servir a Dios y ayudarse con caridad los unos a los
otros. Es la alabanza que hace San Lucas de los antiguos
9 Pág. 428 – 432
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cristianos: Todos se amaban de manera que parecían te-
ner un solo corazón y un alma sola.
Perjudica mucho a las comunidades religiosas la mur-
muración, pecado directamente contrario a la caridad. El
murmurador manchará su alma y será odiado por Dios y
por los hombres. Al contrario, ¡cuanto edifica el religio-
so que habla bien de su prójimo y sabe escusar a tiempo
sus defectos!
Procurad, por tanto, vosotras, abstenernos de toda pala-
bra que suene a murmuración, especialmente de vuestras
compañeras y más especialmente de vuestras superioras.
También es murmuración y peor aún, interpretar mal las
acciones virtuosas o decir que han sido hechas con mala
intención.
Guardaos también de referir a las compañeras lo malo
que otros hayan dicho de ellas, porque con esto nacen a
veces rencillas y rencores que duran por meses y años.
¡Oh, qué cuenta han de dar a Dios los murmuradores en
las comunidades! El que siembra discordia atare sobre
sí la ira de Dios. Si vosotras oyereis algo contra alguna
persona, practicad lo que dice el Espíritu Santo: ¿Oíste
alguna palabra, contra tu prójimo? Déjala morir en ti.
Evitad zaherir a cualquier Hermana, aunque lo hagáis
por broma. Las bromas que desagradan al prójimo o le
ofenden, son contrarias a la caridad. ¿Os gustaría ser
puestas en ridículo delante de otros, como vosotras po-
néis a vuestra compañera?
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Procurad también huir de las disputas. A veces por niñe-
rías resultan discusiones que originan altercados y aún
injurias, que rompen la unión y ofenden la caridad de un
modo deplorable.
Además, si amáis la caridad, procurad ser afables y cor-
teses con toda clase de personas. La mansedumbre es
una virtud muy amada por Jesucristo. Aprended de mí,
dice, que soy manso. En vuestras conversaciones y en
vuestro trato, usad dulzura, no solo con los superiores, si
no con todos y especialmente con aquellos que antes os
ofendieron o que al presente os miran mal: La Caridad
todo lo soporta. De donde se deduce que tendrá verda-
dera caridad el que no quiere tolerar los defectos ajenos.
No hay persona en esta tierra, por virtuosa que sea, que
no tenga defectos. El que quiere que los demás soporten
los suyos, comience por sobrellevar los ajenos y cumpla
así la ley de Jesucristo, como escribe San Pablo: Llevad
los unos las cargas de los otros y de esta manera cumpli-
réis la ley de Jesucristo.
Vengamos a la práctica: Procurad ante todo refrenar la
ira, que tan fácilmente se enciende en los casos de oposi-
ción; guardaos de decir palabras que desagradan, y más
aún de usar modos altaneros, porque a veces desagradan
más los modos groseros que las mismas palabras inju-
riosas.
Cuando acaeciese que el que os ha ofendido viniera a
pediros perdón, guardaos de recibirlo con semblante
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adusto o de responderle con palabras secas y desabri-
das; antes bien, demostradle afecto, buenos modales y
benevolencia.
Si por el contrario, sucediese que ofendierais a otros,
aplacad su enojo y alejad cuanto antes, de su corazón,
todo rencor hacia vosotros. Y, según el consejo de San
Pablo, no se pongan el sol sin que con gusto hayáis per-
donado todo resentimiento, procurando la reconciliación
con vuestro prójimo. Hacedlo lo más pronto posible,
venciendo la repugnancia que sintáis en nuestra alma.
No os contentéis con amar a vuestras compañeras de
palabra; ayudadlas con toda clase de servicios siempre
que podáis, como recomienda San Juan, el apóstol de la
caridad: No amemos de palabra y con la lengua, sino de
obra y de verdad.
También es caridad acceder a las honestas peticiones;
pero el mejor acto de caridad es tener celo por el bien es-
piritual del prójimo. Cuando se os presente la ocasión de
hacer el bien, no digáis nunca: esto no es de mi incum-
bencia, en esto no me quiero entrometer. Porque tal fue
la respuesta de Caín, el cual tuvo la osadía de responder
al Señor: ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Cada
uno está obligado, pudiendo, a salvar al prójimo de la
ruina. Dios mismo mandó que cada uno tenga cuidado
de su semejante. Procurad ayudar por tanto a todos, en
lo que podáis, con palabras o con obras y especialmente
con vuestras oraciones.
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Es de gran estímulo para la caridad el ver a Jesucristo en
la persona del prójimo y considerar que el bien hecho a
un semejante nuestro, lo tiene el divino Salvador por he-
cho a sí mismo, según estas palabras: En verdad os digo
que en cuanto lo hicisteis a uno d estos mis hermanos
pequeños, a mí lo hicisteis.
Por todo lo dicho se verá cuán necesaria y hermosa es la
virtud de la caridad. Practicadla y obtendréis copiosas
bendiciones del cielo.
Para mí es un motivo de profunda alegría que nos sin-
tamos unidas en este camino de luz, de responsabilidad,
de relaciones cordiales entre de nosotras y abiertas a las
exigencias de la misión.
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CINCO DEFECTOS QUE DEBEN EVITARSE
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