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La última noche en el hospital.

Era la última noche de José en el Hospital San Rafael. Después de un accidente de tráfico y una
cirugía de emergencia, finalmente le habían dado de alta. Si todo iba bien, por la mañana estaría
de vuelta en casa.

Esa noche, José no podía dormir. A pesar de la medicación, el dolor seguía siendo insoportable,
y el ambiente del hospital lo tenía inquieto. Los sonidos del equipo médico, los pasos en el pasillo
y el murmullo de las voces se combinaban en un zumbido constante que le impedía conciliar el
sueño.

Pero a medida que se acercaba la medianoche, algo cambió. El hospital se volvió silencioso.
Diego pensó que finalmente podría descansar, pero entonces escuchó algo inusual: un llanto
suave y distante proveniente del pasillo.

Curioso, decidió investigar. Con dificultad, salió de su cama y siguió el sonido, que lo llevó hasta
una habitación al final del pasillo. Al acercarse, vio a una enfermera de espaldas a él, llorando.

— ¿Está todo bien? —preguntó José, tocando ligeramente el hombro de la enfermera.

Ella se sobresaltó y se secó las lágrimas.

— Lo siento, no debería estar aquí —murmuró—. Es solo que... ha desaparecido un paciente.

Jose parpadeó sorprendido. — ¿Cómo es eso posible?

— No lo sé —respondió la enfermera, con un susurro tembloroso—. Es el señor Rodríguez, un


anciano con demencia. Esta noche no estaba en su cama y nadie sabe dónde está.

Jose pensó en su abuelo, que también había tenido demencia, y sintió un nudo en el estómago.

— ¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —preguntó.

La enfermera pensó por un momento. — Solo mantén los ojos abiertos por si lo ves. Estamos
organizando una búsqueda en el hospital.

Durante la próxima hora, José recorrió los pasillos, las salas de espera y las áreas comunes. No
había rastro del señor Rodríguez. Sin embargo, cuando estaba a punto de rendirse y regresar a
su habitación, algo llamó su atención. Una puerta entreabierta que conducía a las escaleras del
sótano.

Con cautela, José bajó las escaleras. A medida que avanzaba, el aire se volvía más frío y la luz
más tenue. Finalmente, llegó a una antigua área de almacenamiento. Y allí, sentado en una silla
de ruedas, estaba el señor Rodríguez, con una expresión confundida en su rostro.

— ¡Ahí estás! —exclamó José, aliviado—. Todos te están buscando.

El anciano levantó la vista y sonrió débilmente.

— Me perdí —dijo—. Estaba buscando el jardín donde solía jugar cuando era niño.

Jose sonrió, sintiendo un profundo alivio. Tomó suavemente su mano y lo condujo de regreso a
su habitación. Sin embargo, a medida que caminaban, Jose notó que la mano del señor
Rodríguez estaba inusualmente fría.
Al amanecer, cuando Jose estaba listo para irse a casa, la enfermera que había conocido la noche
anterior se acercó a él con una expresión de shock.

— Gracias por intentar ayudar anoche —dijo, la voz quebrada—, pero acabo de descubrir algo
horrible. El señor Rodríguez fue encontrado muerto en su habitación esta mañana.

José palideció, recordando la fría mano del anciano. — Pero... yo hablé con él en el sótano.

La enfermera lo miró con terror. — Eso es imposible. Estaba muerto antes de que lo buscaras.

Jose sintió un escalofrío recorrer su espalda, dándose cuenta de que la noche anterior había
estado en presencia de un fantasma, el alma errante del señor Rodríguez buscando su añorado
jardín de infancia. Con ese pensamiento en mente, salió del hospital, no solo como un paciente
recuperado, sino con un secreto que guardaría para siempre.

Mientras el mundo seguía adelante, el espíritu del señor Rodríguez continuó errando por los
rincones del hospital, atrapado entre el recuerdo y la realidad. Las noches eran su refugio, y en
ellas se le podía ver vagando por los pasillos, atravesando habitaciones y desvaneciéndose en
las sombras. Para él, el tiempo ya no tenía significado, y su búsqueda no cesaría. Su alma,
marcada por el anhelo de aquel jardín de su infancia, estaba destinada a buscar eternamente
ese rincón de felicidad perdida, ese lugar en el que una vez, siendo niño, había conocido la
alegría y la inocencia. La historia del señor Rodríguez se convirtió en una leyenda susurrada entre
el personal y los pacientes, un recordatorio constante de que hay cosas en este mundo que van
más allá de nuestra comprensión.

FIN

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